Oro Quizás opaco y no tan apetecido como el que da las fiebres que

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Oro
Quizás opaco
y no tan apetecido como el que da las fiebres que hacen esclavos,
y multiplica furiosas y fratricidas guerras de ambición
acaso.
Oro cuando Te necesito cerca de mí,
y cuesta acaso más
y vale mucho más
porque....
cuesta reconocer ser nada
y renunciar a ser la cúspide del mundo
y doblar la rodilla
y abatir la iracundia
y dejar la lascivia tan amada
y renunciar a la lujuria
y dejar en paz a la mujer del otro.
Cuesta no codiciar
porque es tan fácil, gratificante, retributivo,
ancho,
el engañoso brillo de la tierra.
Cuesta amar,
amar de veras,
con renuncia a sí mismo,
volcado a los demás.
Cuesta no odiar
cuando se ve que el injusto triunfa y el mundo premia,
cuando el tirano se perpetúa en su arrogancia
y abusa y pisotea
y nada pasa...
al menos que uno vea.
Entonces
oro...
para pedir perdón por mi codicia, por mi lujuria, por mi lascivia;
para darTe las gracias por no ser tan poco en mí, y poderlo todo,
absolutamente todo, en Ti;
porque eres Tú Quien no permites que yo caiga todo lo bajo que yo puedo
y quisiera;
y por ello, y sólo por ese Tú que me lo impides,
no llegar a ser yo (y por antonomasia) el tirano, el lascivo, el perverso,
aunque tampoco tan bueno ni me sienta ni sea
–para abatirme mi soberbia—.
Gracias
por ser, Tú compasivo, al cuestionarTe, insensato de mí,
pretendiendo que Tú los castigues ahora, aquí con mi justicia y a mi manera;
gracias por no darme ni tan poco ni tanto del metálico oro:
el justo para andar, y para sujetarme corto con cadena;
gracias, en fin, por darme fuerzas para perseverar...
Entonces,
al darme cuenta...
oro.
Vale la pena.
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