Subido por Juan Chabacano

Reporte de lectura. Kant: Fundamentación para una metafísica de las costumbres.

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Ricardo Saed Álvarez Arriaga
(extraordinario)
¿En qué consiste la definición positiva de libertad (que Kant da en la
Fundamentación) y cómo se relaciona la libertad con la ley moral?
En este ensayo expondré la relación entre la definición positiva de libertad y la ley moral,
según lo escrito por Kant en la Fundamentación para una metafísica de las costumbres.
Primero explicaré en que consiste tal ley, siguiendo a Kant en su formulación desde la
noción vulgar de deber hasta su expresión como autonomía de la voluntad. Después,
mostraré los dos conceptos de libertad para indicar que, en su formulación positiva,
implica la ley moral. Ello me permitirá llegar a la conclusión de que la libertad resulta
condición para la ley moral, y al mismo tiempo, la ley moral es lo único que nos permite
admitir la existencia de la libertad.
Kant distingue dos tipos de acciones: aquellas realizadas por inclinación, que pueden o
no coincidir circunstancialmente con lo que dicta la obligación, y las que son realizadas
por deber, aquellas que toman como motor al deber mismo. Estas últimas son las únicas
de corte moral:
una acción por deber tiene su valor moral no en el propósito que debe ser alcanzado gracias
a ella, sino en la máxima que decidió tal acción; por lo tanto no depende de la realidad del
objeto de la acción, sino simplemente del principio del querer según el cual ha sucedido 1.
Para Kant, ni los propósitos ni los efectos de una acción pueden brindarle valor moral,
pues estos son contingentes a ella. Eso quiere decir que tal valor reside en el principio
mismo de la acción. Este principio se expresa como una ley, que se vincula a nuestra
voluntad como fundamento. Subjetivamente, lo que mueve a una acción por deber será
el respeto a esa ley, aún en detrimento de nuestras inclinaciones.
Kant llama voluntad precisamente a esa capacidad de actuar respetando una ley: “Cada
cosa de la naturaleza opera con arreglo a leyes. Sólo un ser racional posee la capacidad
de obrar según la representación de las leyes o con arreglo a principios del obrar, esto
es, posee una voluntad”.2 Esto quiere decir que sólo los seres racionales son capaces de
derivar acciones a partir de leyes, y en ese sentido la voluntad debe entenderse como
razón práctica. La ley de la que hablamos antes no es más que la representación de un
1
2
Immanuel Kant, Fundamentación para una metafísica de las costumbres, A 14-15.
Ibíd., A 36
principio objetivo dictado por la razón, y la fórmula de dicho principio tendrá el nombre de
imperativo3. Kant identifica dos tipos de imperativos:
Todos los imperativos mandan hipotéticamente o categóricamente. Los primeros
representan la necesidad práctica de una acción posible como medio para conseguir alguna
otra cosa que se quiere (o es posible que se quiera). El imperativo categórico sería el que
representaría una acción como objetivamente necesaria por sí misma, sin referencia a
ningún otro fin.4
Los imperativos hipotéticos son aquellos que exigen una acción como medio; los
categóricos, en cambio, expresan la necesidad de una acción por sí misma y son de
proposiciones analíticas, pues el fin está implicado en el medio. En cambio, los
imperativos categóricos son proposiciones sintéticas a priori, y por ende relativas a la
razón pura.
Analizando el concepto mismo de imperativo categórico descubrimos que no implica
condición alguna que lo limite — de lo contrario sería hipotético — por lo que no puede
expresar más que su universalidad y la necesidad que tenemos de acatarla. Podemos
entonces deducir su expresión, que Kant formula de esta manera: “Obra sólo según
aquella máxima por la cual pueda querer que al mismo tiempo se convierta en una ley
universal”.5 Así pues, la ley moral, de la que hablábamos cuando examinamos el
concepto de deber, es única y tiene su expresión en el imperativo categórico.
A pesar de ser único, Kant formula el imperativo categórico de otras dos maneras, que
corresponden a dos perspectivas adicionales. Una de ellas es en relación a los fines.
Según él, fin es el fundamento que le sirve a la voluntad para autodeterminarse. Los fines
del imperativo categórico deben ser absolutos, pues sólo pueden ser dictados por la mera
razón:
Suponiendo que hubiese algo cuya existencia en sí misma posea un valor absoluto, algo
que como fin en sí mismo pudiera ser un fundamento de leyes bien definidas, ahí es donde
únicamente se hallaría el fundamento de un posible imperativo categórico, esto es, de una
3
Ahora bien, dichos imperativos no son pertinentes para todo ser racional. Un ser plenamente bueno, divino, por
ejemplo, sería aquel cuya voluntad coincidiera invariablemente con lo que dicta la razón. No obstante, los seres
humanos, al tener inclinaciones, rara vez experimentan tal coincidencia. Es por eso que solo nosotros
experimentamos el mandato de la razón como un apremio, como un deber ser. Todo imperativo es apremiante en
este sentido y, por ende, relativo únicamente a la razón práctica humana.
4
Ibíd., A 39.
5
Ibíd., A 54.
ley práctica. Yo sostengo lo siguiente: el hombre y en general todo ser racional existe como
un fin en sí mismo6
El imperativo categórico requiere fines absolutos, que valgan por sí mismos, y no
relativos. El humano, en tanto ser racional, es fin en sí mismo. Así, la humanidad es lo
que fundamenta el imperativo categórico, y su dignidad queda expresada en él de esta
forma: “Obra de tal modo que uses a la humanidad, tanto en tu persona como en la
persona de cualquier otro, siempre al mismo tiempo como fin y nunca simplemente como
medio”.7
Podemos apreciar que la primera formulación del imperativo expresa su fundamento
objetivo, contenido en la ley moral; la segunda, su fundamento subjetivo, vinculado a
fines. Pero al ser la misma voluntad racional el fin último del imperativo categórico, este
no puede obrar sobre ella de manera exterior, pues perdería su dignidad como fin en sí
mismo. Es por ello que dicha voluntad debe ser, al mismo tiempo, súbdita y legisladora
de la ley moral. Esta última consideración resulta en la tercera formula del imperativo
categórico, que puede expresarse así: “el principio de toda voluntad humana como de
una voluntad que legisla universalmente a través de todas sus máximas”8. A este principio
Kant le llama autonomía de la voluntad.
Lo propio de la ley moral radica, entonces, en que la voluntad se vincula al deber
mediante su propia pero universal legislación. Esto le permite a Kant postular otro
concepto: el reino de los fines: “Un ser racional pertenece al reino de los fines como
miembro si legisla universalmente dentro del mismo, pero también está sometido él
mismo a esas leyes. Pertenece a dicho reino como jefe cuando como legislador”.9 La
cualidad legislativa de la voluntad, aunada a la universalidad de la ley moral fundada en
la razón, desemboca en una “conjunción sistemática de los seres racionales”, 10 donde
cada uno es legislador y súbdito. Sólo en el reino de los fines la dignidad humana es
plenamente reconocida, pues en él todo individuo es siempre considerado como fin en sí
mismo.
6
Ibíd., A 64.
Ibíd., A 66-67.
8
Ibíd., A 72.
9
Ibíd., A 75.
10
Cfr. A 75.
7
Ahora, ¿qué relación tiene el concepto de libertad con la autonomía de la voluntad? A
eso dedica Kant el último capítulo de su Fundamentación. Comienza recordándonos la
definición “negativa” de libertad, expuesto ya en la Crítica de la razón pura como concepto
trascendental. “La voluntad es un tipo de causalidad de los seres vivos en tanto que son
racionales, y libertad sería la propiedad de esta causalidad para poder ser eficiente
independientemente de causas ajenas que la determinen”.
11
Según esta definición, la
voluntad es un tipo de causalidad. Toda causalidad implica leyes, y si libertad es una
propiedad de la voluntad, ella misma no puede entenderse como ausencia de leyes.
Además dichas leyes no pueden ser naturales, pues la voluntad estaría determinada por
causas ajenas.
Resulta entonces que, al no poder provenir de otro sitio, la ley de la voluntad libre debe
ser dictada por ella misma. “¿Acaso puede entonces ser la libertad de la voluntad otra
cosa que autonomía, esto es, la propiedad de la voluntad de ser una ley para sí misma?
(…) Por lo tanto, una voluntad libre y una voluntad bajo leyes morales son exactamente
lo mismo”12. Esta sería la definición positiva de libertad, que vincula definitivamente
voluntad libre y ley moral.
Así pues, del concepto de libertad se sigue necesariamente la moralidad y su principio.
Es por eso que en la Crítica de la razón práctica Kant escribe, “entre todas las ideas de
la razón especulativa, la idea de libertad es la única cuya posibilidad conocemos a priori
sin todavía comprenderla, porque ella es la condición de la ley moral, ley que nosotros
conocemos”.13 Libertad es condición para que la ley moral se encuentre en nosotros:
sería imposible autodeterminarse por una ley universal si, en principio, no contamos con
la capacidad de hacerlo. Sin embargo, la libertad, en tanto incondicionado, es algo que
no podemos conocer. Lo que sí conocemos es la ley moral, de la cual todo ser racional
tiene noción aunque no la acate ni la haga explicita. Así, es la ley moral la que nos permite
al menos admitir que existe la libertad. Kant lo expresa de esta manera: “Si bien la libertad
es la ratio essendi de la ley mora, la ley moral es la ratio cognoscendi de la libertad”.14
11
Íbid., A 97.
Ibíd., A 98.
13
KpV, 5.
14
Ídem.
12
Bibliografía:
-
Kant, Immanuel, Fundamentación para una metafísica de las costumbres, Roberto Aramayo
(trad.), Alianza, Madrid, 2012.
- Kant, Imanuel, Crítica de la razón práctica, Dulce María Granaja (trad.), FCE/ UNAM/ UAM,
2005.
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