Subido por Nicolas Andre

Los asesinos de Víctor Jara CIPER

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Los asesinos de Víctor Jara: el último
secreto
El ministro en visita Miguel Vásquez dictó tres nuevos procesamientos por el asesinato del
cantautor Víctor Jara, con lo cual ya suman once inculpados como autores o cómplices.
Esta investigación fue publicada originalmente en “Los Casos de la Vicaría”, un proyecto
del Centro de Investigación y Publicaciones de la Universidad Diego Portales sobre la serie
“Los Archivos del Cardenal”. Se trata del relato más completo y extenso sobre el crimen, y
reconstruye paso a paso los acontecimientos de las horas posteriores al golpe militar en la
UTE y el Estadio Chile.
El 16 de septiembre [de 1973], a las 7:00, el cuerpo de Víctor Jara, junto con cinco
cadáveres más, fue encontrado al lado del Cementerio Metropolitano, cerca de la línea del
tren. De los seis cuerpos, pobladores reconocieron a dos: a Víctor y a Litre Quiroga, quien
también había sido visto por testigos como prisionero en el Estadio Chile. Los nombres de
esos testigos los daré oportunamente al tribunal. Algunos de esos testigos conocían
personalmente a Víctor y a Litre Quiroga, tal es así que uno de ellos sabía que Litre tenía
una cicatriz en el pecho, al lado izquierdo. Esto lo constató abriendo sus ropas. Y con
respecto a Víctor, palparon las callosidades de sus manos, propias de intérpretes de guitarra
y que en ese momento estaban llenas de moretones e hinchadas”. Así se leía en la primera
denuncia judicial que presentó Joan Turner pidiendo que se esclareciera la muerte de quien
fuera su marido: Víctor Jara Martínez, nacido el 28 de septiembre de 1932, hijo de Manuel
y Amanda.
El juicio para identificar a los autores materiales e intelectuales de su muerte se inició el 12
de septiembre de 1978, por denuncia de su esposa, de nacionalidad británica y profesora de
danza, con quien se casó el 27 de enero de 1965. Al momento de ser asesinado tenía 41
años y dos hijas: Manuela, de 13 años y Amanda, de 9.
Debieron transcurrir 40 años para que al fin el cerrojo del secreto que envolvía el asesinato
de Víctor Jara, Litre Quiroga y otras decenas de ciudadanos chilenos y extranjeros que
encontraron la muerte en el Estadio Chile, cuya identidad y número aún se desconoce,
comenzara lentamente a descorrerse.
El Estadio Chile y la planificación del Golpe
Hasta las últimas horas de la noche del 10 de septiembre de 1973, la casa central de la
Universidad Técnica del Estado (UTE, hoy Universidad de Santiago) fue el epicentro de
una gran ebullición. Todo quedó listo para que, a las 11:00 de la mañana siguiente, el
Presidente Salvador Allende inaugurara la exposición “Por la Vida Siempre”, con una
esperada actuación del cantautor Víctor Jara. Solo unos pocos sabían lo que Allende
anunciaría desde la UTE: un plebiscito con el que pretendía evitar el Golpe de Estado. Dos
días antes el Presidente le había dicho al general Carlos Prats, comandante en jefe del
Ejército hasta el 23 de agosto de 1973: “Es la única solución democrática para evitar el
Golpe o la guerra civil”. Allende sabía que de ese veredicto popular no saldría vencedor.
Lo que los profesores y estudiantes de la UTE no imaginaban, y tampoco Allende, era que
precisamente ese anuncio de plebiscito, que rápidamente fue informado a quienes querían
derrocarlo, había sido el gatillo acelerador del Golpe. Y menos que a esa misma hora, otra
ebullición pero para fines muy distintos, envolvía varios pisos del ministerio de Defensa,
ubicado a pocos metros del palacio presidencial. En su interior, un grupo de militares bajo
el mando de los generales Herman Brady y Sergio Arellano Stark, ultimaba los detalles
para el ataque a La Moneda y la ocupación de Santiago que se desencadenaría sólo horas
después.
El mando de las operaciones militares en Santiago quedó configurado esa misma mañana.
Bajo la conducción del general Brady, al frente de la Guarnición Militar de Santiago, se
alinearon: el general Sergio Arellano, a cargo de la Agrupación Santiago-Centro; el general
César Benavides, en la Agrupación-Este, y el coronel Felipe Geiger, en la AgrupaciónNorte. La Agrupación Reserva le fue entregada al general Javier Palacios, quien tendría un
rol protagónico el 11 de septiembre.
Alrededor de una mesa en una de las oficinas del ministerio, un grupo de oficiales de la
Academia de Guerra del Ejército y de Inteligencia adscrito al Estado Mayor de la Defensa
Nacional, núcleo estratégico del Golpe de Estado en marcha (encabezado por el almirante
Patricio Carvajal), revisaba por enésima vez los detalles de los planes de seguridad “Cobre”
y “Ariete”, con las primeras órdenes de qué hacer con los partidos de la Unidad Popular,
sus dirigentes y los campos de prisioneros que se habilitarían.
Fuente: Archivo diario La Nación. Universidad Diego Portales.
“Debo indicar que me tocó ordenar alfabéticamente un listado de personas que debían
presentarse en los regimientos del país y el cual fue leído mediante un bando militar. Este
listado me fue pasado por el almirante Carvajal”, declaró más tarde Álvaro Puga, quien fue
uno de los pocos civiles que participó en esos preparativos el mismo día 10 (1).
Puga se encontraría también en el ministerio de Defensa con el mayor Pedro Espinoza,
quien vestía de civil y estaba a cargo del principal grupo de Inteligencia del Estado Mayor
de la Defensa Nacional, unidad que había secundado la planificación secreta de los
golpistas en esos meses de 1973.
En el cuarto piso del edificio, otro grupo, en el que destacaba Pedro Ewin Hodar (secretario
del Estado Mayor de la Defensa Nacional) y el alumno de la Academia de Guerra, coronel
Roberto Guillard (2), y que integraban también civiles, revisaba los borradores de los
primeros bandos militares que se transmitirían por una cadena radial encabezada por la
Radio Agricultura (de propiedad de la Sociedad Nacional de Agricultura, el principal
gremio patronal agrícola).
Que allí estuvieran oficiales de la Academia Guerra, la llamada elite del Ejército, no era
sorpresivo. Fueron esos oficiales los primeros que se integraron a la preparación del Golpe
de Estado en las reuniones clandestinas con oficiales de la Fuerza Aérea y la Armada, que
tenían el liderazgo. Ya desde el 7 de septiembre estaban informados de la inminencia del
Golpe, por lo cual los alumnos de los tres cursos de la academia fueron destinados a
distintas unidades para asegurarse de que el día definitivo fuera exitoso.
La importancia de la Academia de Guerra en el Golpe quedó nítidamente reflejada cuando
Arellano le encomendó la organización del cuartel general de la Agrupación SantiagoCentro, al coronel Enrique Morel Donoso (3), director de la Academia de Guerra desde
agosto, cuando el titular, Herman Brady, asumió la comandancia de la Guarnición de
Santiago. Fue también ése el momento en que la academia se convirtió en el brazo armado
de los golpistas en el Ejército, con informaciones que transmitía el coronel Sergio
Arredondo González (4), profesor de la academia y uno de los primeros conjurados.
Arredondo tendría también un rol preponderante en las acciones del Golpe como jefe del
Estado Mayor de la Agrupación Santiago-Centro.
Fue así como ese día 10, Arellano Stark, Morel y Arredondo tomaron los últimos y
sigilosos contactos con los jefes de las fuerzas que actuarían sobre La Moneda y Santiago:
Escuela de Infantería, Escuela de Suboficiales, los regimientos Tacna, Yungay (de San
Felipe), Guardia Vieja (de Los Andes), Coraceros (de Viña del Mar), Maipo (de
Valparaíso) y Escuela de Ingenieros (de Tejas Verdes).
Ese mismo día 10, en las dependencias del Comando Administrativo del Ejército (CAE), el
general Arturo Viveros (5), otro de los primeros partícipes de la preparación del Golpe,
citaba al comandante Mario Manríquez Bravo, para ordenarle habilitar el Estadio Chile
(ubicado en Pasaje Boxeador Arturo Godoy Nº 2750, entre la calle Unión Latinoamericana
por el oriente y Bascuñan Guerrero, por el poniente) como campo de prisioneros. Antes de
ocuparse del Estadio Chile, Manríquez debió cumplir una delicada misión el mismo día 11
de septiembre: hacerse cargo del entierro de Salvador Allende y de su autopsia, la que
permanecería secreta por 28 largos años.
Al mayor Hernán Chacón Soto, otro de los oficiales de la Academia de Guerra, también se
le encomendó la organización de los campos de prisioneros, bajo las órdenes del general
Viveros. Pero la orden la había recibido antes: el 8 de septiembre.
Para entonces, el mando de los golpistas ya había decidido que el Regimiento Tacna sería el
primer y principal centro de reclusión, pues hasta allí se llevaría a los que integraban las
nóminas que había preparado el grupo de Inteligencia del Estado Mayor de la Defensa
Nacional, encabezado por el mayor Pedro Espinoza. El comandante del Tacna, coronel Luis
Joaquín Ramírez Pineda, ya se preparaba.
Manuel Contreras
Lo mismo hacía en la Escuela de Ingenieros de Tejas Verdes, el mayor Manuel Contreras
Sepúlveda. Uno de los conscriptos de su escuela relató lo siguiente en el juicio que busca
establecer quiénes son los responsables materiales e intelectuales del asesinato de Víctor
Jara:
“El 10 de septiembre de 1973, alrededor de las 19:00, llegó un helicóptero a la Escuela de
Ingenieros de Tejas Verdes, donde venía un oficial de Marina, quien fue a conversar con el
director de la escuela, coronel Manuel Contreras, y éste da la orden de formar en el patio.
En la formación, se nos ordena que preparáramos nuestra mochila y armamento de guerra,
que consistía en un fusil SIG, con cien tiros cada uno. Alrededor de las 20:00, nos fuimos a
dormir y aproximadamente a las 02:00 del día 11 fuimos despertados por el cabo de
servicio y se nos ordenó formar en el patio. El personal de planta estaba acuartelado. El
coronel Contreras nos señala que íbamos a un combate y que no quería bajas de parte
nuestra. Junto a mi sección, nos subimos a unos camiones institucionales y nos dirigimos a
Santiago. Los que íbamos a Santiago eran: la Segunda Compañía, a cargo del capitán
Germán Montero Valenzuela, integrada por la primera, segunda y tercera sección, a cargo
de los tenientes Pedro Barrientos Núñez, Rodrigo Rodríguez Fuschloger y [Jorge] Smith,
respectivamente. Además de la Tercera Compañía, a cargo del capitán Víctor Lizárraga
Arias, y la primera, segunda y tercera sección de esa compañía, a cargo del teniente
Orlando Cartes Cuadra (6). A cargo de todo este contingente iba el mayor Alejandro
Rodríguez Fainé” (7).
Fuente: Archivo diario La Nación. Universidad Diego Portales.
El conscripto R.A., relata: “Una vez que llegamos a Santiago, nos dirigimos al Regimiento
Tacna, pero éste estaba ocupado por el Regimiento Maipo, motivo por el cual nos llevaron
a una cancha de básquetbol, en Arsenales de Guerra. Lo primero que nos dieron fue
desayuno y alrededor de las 07:00 nos formaron y nos pasan un cuello de color salmón y un
brazalete de color blanco con tortugas verdes y un oficial, de quien ignoro nombre y grado,
nos indica que íbamos a derrocar al Presidente comunista Allende y el que no quiere ir que
diera un paso al frente. Nos miramos con nuestros compañeros: nadie quiso salir.
Posteriormente, la compañía que iba completa, nos dirigimos al costado del ministerio de
Defensa [diario Clarín], tomamos posición de este edificio y comenzamos a tener fuego
cruzado con francotiradores de otras azoteas”.
El relato del conscripto R.A. fue complementado por el del conscripto C.A.P.: “Después del
desayuno, el teniente coronel Julio Canessa, comandante de Arsenales de Guerra, nos
señala que habría un hecho importante en el país y el teniente Pedro Barrientos Núñez nos
dio mayores detalles y nos indicó que el que no quería ir, que diera un paso adelante:
obviamente no salió nadie. Posteriormente nos dirigimos hacia La Moneda, por calle San
Diego, allanando todos los edificios de los alrededores del ministerio de Defensa” (8).
Enrique Kirberg, rector de la Universidad Técnica, durmió poco y mal esa noche. A las
6:30, el repiquetear del teléfono lo hizo saltar de su cama. “Un grupo de civiles armados
atacó las instalaciones de la radio de la universidad, inutilizando la antena”, fue el escueto
anuncio que recibió. Luego de cerciorarse que no había heridos, Kirberg se fue directo a la
universidad.
El ataque fue perpetrado por el contingente de la Armada apostado en la Estación Naval de
Quinta Normal, desde donde el almirante Patricio Carvajal, jefe del Estado Mayor de la
Defensa Nacional, digitaba paso a paso el desarrollo de los planes golpistas. El día 10 de
septiembre la Armada dispuso que un grupo de infantes de Marina y personal de
Inteligencia se trasladara a Santiago. Entre ellos estaban los tenientes Miguel Álvarez y
Jorge Aníbal Osses Novoa, del Servicio de Inteligencia de la Armada. En Santiago, ya se
encontraba el oficial Pedro Castro Bustos, quien dependía directamente del capitán de
fragata Víctor Vergara” (9).
En La Serena, otro grupo de militares del Regimiento de Artillería Nº 2, “Arica”, se
preparaba para marchar a Santiago. Al mando de la Agrupación Serena se apostó el mayor
Marcelo Moren Brito (10), segundo comandante del regimiento que dirigía el coronel
Ariosto Lapostol, quien no viajó. Entre los escogidos estuvo el capitán Fernando Polanco,
quien era el jefe de Inteligencia del regimiento y comandaba una compañía de infantería de
unos 120 hombres.
Poco después de que el rector Kirberg ingresara a la UTE, el sector de calle Ecuador se
convirtió en un hormiguero. Mientras las primeras tropas se desplegaban en el entorno,
estudiantes y profesores recorrían patios y dependencias intentando obtener más
información de lo que estaba ocurriendo. Desde radios a pilas que emergieron por doquier
se podía escuchar los sones del himno de la Unidad Popular “Venceremos”, que la Radio
Magallanes difundía una y otra vez acompañado de consignas para defender el gobierno.
Alrededor de las 10 de la mañana, Víctor Jara se despidió de su esposa, Joan Turner, y de
sus hijas Manuela y Amanda, y salió de su casa en calle Piacenza Nº 1144. A sabiendas de
que estaba en marcha un Golpe de Estado, decidió estar en su lugar de trabajo: la UTE.
Joan recordará por siempre la imagen de Víctor con su pantalón negro y su suéter de alpaca
negro, tomando las llaves de su renoleta para luego partir raudo en dirección a la
universidad. Llevaba consigo uno de sus objetos más preciados: su guitarra.
Poco después, Víctor Jara ingresaba a la Vicerrectoría de Comunicaciones de la UTE,
ubicada al frente de la casa central, allí donde trabajaba como investigador folklórico y
director de teatro. Se fue directo a la oficina de Cecilia Coll, jefa del departamento de
Extensión Artística, su amiga y compañera de muchas jornadas de cultura llevada a las
poblaciones y fábricas. Y también de trabajo voluntario, en los que se descargaba harina y
otros productos de primera necesidad que escaseaban.
“‘¿Qué hago?’, fue lo primero que me dijo. Lo vi llegar empuñando su guitarra y con su
rostro preocupado. Pero me habló con esa convicción que me impresionaba, de estar
profundamente convencido de lo que hacía ya sea en la música, en el teatro y en su actitud
militante. Lo escuché en un momento hablar esa mañana con su mujer, Joan, lo que me
reafirmó que Víctor tenía claro cuál era su responsabilidad ese día”, recuerda Cecilia en
entrevista con la autora.
Estadio Chile.
Esa llamada fue confirmada por la esposa de Víctor Jara, Joan Turner, quien dijo: “Víctor
me llamó por teléfono alrededor de las 11:30 para decirme que había llegado bien, a pesar
del movimiento de tropas. Que estuviera tranquila y que cuidara a las niñas”.
Cecilia Coll no olvida que fue ella quien le dijo a Víctor que se fuera a la Escuela de Artes
y Oficios, el edificio antiguo y de construcción sólida que podría resistir en mejor forma un
ataque militar, ya que a esas horas se escuchaban muchos disparos. Para entonces, ya eran
cientos los profesores y alumnos que permanecían en la UTE.
A esa misma hora ya habían sido liberados los oficiales que habían protagonizado el 29 de
junio de 1973 la rebelión del Regimiento Blindado Nº 2, conocida como el “Tanquetazo”.
La asonada, un borrador del Golpe de Estado que se ejecutaría tres meses más tarde, dejó
varios muertos y heridos, y fue organizada y llevada a cabo por un grupo de militares en
concomitancia con el movimiento de extrema derecha Patria y Libertad. Sus líderes fueron:
el coronel Roberto Souper Onfray (11), quien era el comandante del Blindado Nº 2; el
capitán Sergio Rocha Aros (12), comandante de la Compañía de Tanques del regimiento; el
capitán Carlos Lemus y los tenientes Raúl Jofré González, Antonio Bustamante Aguilar,
Mario Garay Martínez (13), Edwin Dimter Bianchi, René López Rivera (14), Carlos Souper
Quinteros y Víctor Urzúa Patri. La mayoría estaba en prisión militar en distintas unidades
de Santiago, acusados de sublevación y sedición.
La vorágine de los acontecimientos del 11 asfixió la liberación de los militares sediciosos.
Pero el secreto se mantuvo largos años. Había motivos para ello. El principal: ocultar los
nombres de quienes ordenaron las misiones que les fueron encomendadas a los oficiales
que recién salían de la prisión militar, masticando el fracaso de su operación y de
reconocida vocación violentista y de extrema derecha. Pero hubo otros hechos que rodearon
esa liberación y que conectaron a esos hombres con el Estadio Chile y el destino de Víctor
Jara.
Uno de esos oficiales fue el entonces teniente y hoy brigadier (R) Raúl Aníbal Jofré
González, quien fue dejado en libertad en la Escuela de Telecomunicaciones del Ejército,
junto al también teniente sublevado Edwin Dimter Bianchi. Jofré relató:
“El 11 de septiembre, alrededor de las 18:00, me fueron a buscar y me trasladaron a la
Comandancia de Guarnición, ubicada en el sexto piso del entonces ministerio de Defensa.
El mismo día, a distintas horas, llegaron el resto de los oficiales que estábamos detenidos,
con excepción del coronel Souper, a quien no vi. Al día siguiente fui enviado junto al
teniente Edwin Dimter al Estadio Chile…” (15).
Otro oficial sublevado y liberado sí vio al coronel Souper esa mañana en el mando central
del Golpe. El ahora coronel (R) Antonio Roberto Bustamante Aguilar (16), relata:
“El 11 de septiembre de 1973, alrededor de las 11:00, me comunican que estoy en libertad
y me trasladan a Zenteno Nº 45 donde funcionaba el ministerio de Defensa. Fui directo al
sexto piso, donde quedé en calidad de disponible junto con los demás oficiales que
habíamos participado en el llamado ‘Tanquetazo’: coronel Roberto Souper, capitán Sergio
Rocha, los tenientes Raúl Jofre, Edwin Dimter, Mario Garay y René López. En la tarde
fuimos destinados a distintas unidades. Desconozco a qué unidad fue destinado el coronel
Souper. El capitán Rocha fue enviado al Comando de Área Jurisdiccional de la Zona de
Seguridad Interior (CAJSI) de Puente Alto, donde había estado preso (el entonces
Regimiento Ferrocarrilero Nº 2); Jofré y López fueron enviados al Estadio Chile; respecto
de Dimter, tengo dudas, y sobre Garay, me parece que fue enviado a la Segunda División
del Ejército. Yo fui destinado al Comando de Áreas Jurisdiccionales de Seguridad Interior,
o CAJSI de Santiago, que funcionó en el sexto piso, ala sur del ministerio de Defensa
(Departamento Quinto, Asuntos Civiles). Todas las actividades de seguridad tanto de
Ejército, Armada y Fuerza Aérea, como de Carabineros e Investigaciones, se subordinaban
al CAJSI. El Departamento Quinto de Asuntos Civiles, al cual fui asignado, estaba a cargo
del capitán de Ejército, Ramón Castro Ivanovic, alumno de tercer año de la Academia de
Guerra” (17).
Edwin Dimter
Pero hubo otro hecho que todos callaron por muchos años y que el teniente Edwin Dimter,
otro de los sublevados y liberados, decidió revelar ante el tribunal 31 años más tarde,
cuando la figura de Víctor Jara regresó con inusitada fuerza:
“Al mediodía del 13 de septiembre de 1973, todos los oficiales que habíamos participado
en el alzamiento del 29 de junio, fuimos recibidos por el general Augusto Pinochet, quien
nos dirigió unas breves palabras y luego nos dijo que íbamos a recibir instrucciones.
Estábamos presentes en esa reunión: el coronel Roberto Souper, el capitán Sergio Rocha; y
los tenientes Raúl Jofré, Antonio Bustamante, René López, Mario Garay y el que habla. A
continuación, fui destinado al Estadio Chile, recinto al cual fui trasladado en un jeep el
mismo día” (18).
La partida de Dimter y Jofré al Estadio Chile fue confirmada por el entonces teniente y
ahora teniente coronel (R) Mario Garay Martínez, otro de los sublevados del Blindados Nº
2: “Los tenientes Jofré y Dimter fueron enviados al Estadio Chile… En mi caso, fui
mantenido en la Segunda División para cumplir labores administrativas y a disposición de
los oficiales superiores del Estado Mayor” (19).
A las 10:20, después de haber difundido por segunda vez el último discurso de Salvador
Allende, la Radio Magallanes enmudeció para siempre. A las 11:52 caía la primera bomba
sobre La Moneda. Víctor Jara evidenció el impacto y llamó a su esposa. Joan relatará más
tarde que en esa conversación le dijo que estuviera tranquila, que intentaría regresar a la
casa, pero más tarde…
Poco antes de las 14:00, las tropas de ocupación, encabezadas por el general Javier
Palacios, con contingente del Tacna y de las Escuelas de Suboficiales e Infantería,
ingresaron a La Moneda. A cargo de las cinco baterías del Regimiento Tacna, que luego
descerrajaron el ministerio de Educación, estaba el mayor Enrique Cruz Laugier (20).
Palacios dijo más tarde que recibieron balazos desde el interior de La Moneda en llamas y
que la rápida actuación de su ayudante, el teniente Iván Herrera López (21), evitó que fuera
alcanzado por otros proyectiles. Y agregó en entrevista con María Eugenia Oyarzún: “El
teniente Armando Fernández Larios me vendó con un pañuelo que yo mismo le pasé para
cubrir la herida. ¿Por qué estaba allí? Creo que el Servicio de Inteligencia del Ejército
(SIM) envió gente por su cuenta para identificar a los prisioneros”. Palacios tenía razón.
Armando Fernández Larios pertenecía ya en ese momento al equipo de inteligencia del
Estado Mayor de la Defensa Nacional, que encabezaba el mayor Pedro Espinoza, grupo que
había confeccionado la lista de dirigentes de personeros de la UP que había que hacer
prisioneros como primera prioridad. Una tarea que los efectivos de Inteligencia del Estado
Mayor del Golpe seguirían desarrollando después en el Estadio Chile.
Al interior de la UTE la gente se convulsionaba. El rector Kirberg aún no podía
convencerse de que el palacio de gobierno ardía en llamas. De pronto, se escucharon gritos:
“¡Al Paraninfo! ¡Al Paraninfo! ¡Ampliado general!”. En entrevista con la autora, Kirberg
relata:
“Se realizó la asamblea. Estábamos todos juntos, profesores, alumnos, trabajadores. Habló
el presidente de la Federación de Estudiantes de la UTE, Osiel Núñez, quien llamó a
detener el Golpe… La mañana había transcurrido de manera vertiginosa. Una delegación de
profesores y estudiantes democratacristianos vino a decirme que se ponía a mi disposición.
Cuando aún estábamos bajo el impacto del bombardeo, llegó una patrulla de infantes de
Marina. Reclamaban por una bandera a media asta que alguien había puesto. ‘O la suben, o
la bajan!’, ordenaron. Acordamos quedarnos en la universidad. Éramos alrededor de mil
personas.”
La estudiante Iris Aceitón no olvida esos momentos: “El grito de la UTE traspasó las
paredes del Paraninfo hasta elevarse en el cielo brumoso. Un gran escalofrío recorrió todo
mi cuerpo. Los rostros de mis compañeras estaban llenos de lágrimas. Nos abrazábamos…
Los hombres no escondían su sobrecogimiento. Fueron muy pocos los que se fueron” (22).
Todos se organizan para lo que venía y que no era otra cosa que permanecer allí, en la casa
que les daba identidad. Víctor Jara era uno más.
“Allí en el patio, junto a una gran columna de concreto, apoyado en su inseparable guitarra,
diviso a Víctor Jara. Está con Patricio Pumarino. Me invitan a acercarme. Víctor me habla y
lo abrazo agradecida”, recuerda Iris.
Poco después, un mayor de Carabineros al mando de una patrulla llegó hasta la UTE y le
comunicó al rector que estaban acordonados: “Nadie puede salir, ni siquiera pasar de un
edificio a otro, porque van a recibir fuego. Estamos en Estado de Sitio y ya entró en
vigencia el toque de queda”, dijo escueto.
Víctor Jara, fiel a su carácter, había decidido quedarse. Como a las 16:30 se volvió a
comunicar con su esposa: “Después de algunas dificultades logré hablar con él. Me dijo que
no podría llegar a la casa por el toque de queda, que tendría que quedarse en la UTE esa
noche, que esperaba verme en la casa a la mañana siguiente. Que me quería mucho… Esa
fue la última vez que hablamos”, relata Joan Jara.
“Nos organizamos en dos grupos, uno de ellos en la Escuela de Artes y Oficios y otro en la
casa central, repartidos en diferentes dependencias. De los que estábamos en la casa central,
algunos se encontraban en el sector de los ingenieros industriales y otros en el Paraninfo.
La casa central cuenta con subterráneo, por lo cual nos sentíamos seguros. Víctor Jara
permaneció en la Escuela de Artes y Oficios, donde estaba el mayor grupo de personas. La
noche la pasó en una de sus salas”, relató el dirigente estudiantil Mario Aguirre Sánchez
(23).
Efectivamente, Víctor Jara permaneció en el Laboratorio de Física de la Escuela de Artes y
Oficios de la UTE. El estudiante Juan Manuel Ferrari Ramírez también estaba allí y no lo
olvidó:
“Esa noche me quedó grabada su expresión porque se veía muy sereno, preocupado y triste.
Estaba abrazado a su guitarra lo que lo hacía muy particular, a diferencia de las demás
personas que estaban asustadas o con pánico” (24).
Luego de que el rector Kirberg llegara a un acuerdo con un contingente de Carabineros para
que a la mañana siguiente se desalojara la universidad en completa calma, se inició la noche
más larga que se haya vivido en la Universidad Técnica. Ni Víctor Jara ni Kirberg ni
ninguno de los estudiantes y profesores que habían decidido permanecer en la UTE, podían
imaginar que a esas mismas horas y a todo motor los militares golpistas preparaban el
Estadio Chile para recibir a sus primeros prisioneros. Y ellos serían sus próximos
moradores.
El oficial David González Toro, del Comando Administrativo del Ejército, recibió una
orden que lo ligó de por vida al Estadio Chile:
“El día 11 mi general Viveros me ordenó hacerme cargo de la intendencia de un centro de
prisioneros que se iba a crear. Horas más tarde se me informó que debía concurrir junto al
comandante Mario Manríquez, el mayor Sergio Acuña y los sargentos Sergio Etcheverry,
Caupolicán Campos y el cabo Héctor Bernal, hasta el Estadio Chile. Cuando llegamos en
horas de la tarde, no había ninguna persona… Cuando llegan los detenidos, tengo claro que
había personal de la Escuela de Ingenieros de Tejas Verdes, del CAE y del Regimiento de
Calama. Ignoro si había personal de otra unidad… Recuerdo haber visto al comandante
Manríquez en una oficina de pequeñas dimensiones ubicada siguiendo un pasillo ancho, a
un costado de unos baños” (25).
El mayor Hernán Chacón Soto recibió otras órdenes respecto al Estadio Chile:
“A eso de las 16:00 del 11 de septiembre, se me ordenó por intermedio del jefe del
Departamento Habitacional del Comando Administrativo del Ejército, el teniente coronel
Mario Pérez Paredes, que debía hacerme cargo de una sección de la Escuela de Ingenieros
de Tejas Verdes. En compañía del teniente coronel Pérez, debí trasladarme, con esta
sección a cargo, hasta el Estadio Chile, constituyéndome en el lugar a eso de las 19:00,
donde fui informado de que tenía a cargo la seguridad exterior del gimnasio… En esta labor
y con esta sección permanecí hasta el día 15 de septiembre de 1973, según mi recuerdo, en
que todos los detenidos del Estadio Chile fueron trasladados hasta el Estadio Nacional”.
Uno de los conscriptos de Tejas Verdes, M. C., relató lo que en esas horas ocurría en el
Estadio Chile:
“Alrededor de las 19:00 del día 11 se nos ordena a toda la sección concurrir al Estadio
Chile, a cargo del teniente Rodríguez Fuschloger y del teniente Jorge Smith Gumucio [y da
los nombres de todos los sargentos, cabos y conscriptos que iban con él]. Al llegar observé
varios buses con detenidos a los que bajaban con las manos arribas y eran apuntados por
soldados. A mí se me ordenó apostarme en la entrada del estadio, ordenando la fila de
detenidos que ingresaba. Esto duró varias horas hasta que el estadio estuvo casi lleno. De
repente, junto a la fila de detenidos, vi a un hombre de avanzada edad y le permití
descansar en el suelo. Fui sorprendido por el teniente Smith, quien me increpó y quiso
mandarme detenido por desobediencia. Intercedió el teniente Rodríguez Fuschloger en mi
favor. Posteriormente, me fui a descansar unas pocas horas en una sala en el segundo piso,
y después, al regresar, el cabo R. me ordenó quedarme como centinela en la galería que
estaba al frente de la entrada principal, en el pasillo que dividía la galería baja y alta” (26).
El conscripto R. A., de la Escuela de Ingenieros de Tejas Verdes, también afirma haber
recibido la orden de concurrir al Estadio Chile a las 19:00 del día 11. Y recuerda que va
toda su sección, la que era dirigida por el teniente Rodrigo Rodríguez Fuschloger (27). Al
llegar al estadio, dice que están con él los sargentos Víctor Heredia Castro, Exequiel Oliva
Muñoz y los cabos Nelson Barraza Morales, Homero Reinoso Valdés, Carlos Sepúlveda
Moreno, José Galdames Arteaga, Jaime Sepúlveda López y 38 conscriptos (da todos sus
nombres). También iban los sargentos Sergio Montiel Díaz y Manuel Rolando Mella San
Martín, que no eran de su sección, pero que sí estaban en el Estadio Chile:
“Una vez que llegamos al estadio, a un costado estaban unos buses de Carabineros con
detenidos, esperándonos a que nosotros tomáramos posición en el recinto. Para custodiar el
lugar nos dividimos en turnos de seis horas. Los cabos nos ordenaban dónde teníamos que
estar como centinelas. Recuerdo que estuve apostado en la entrada principal, en el costado
externo. Desde mi posición podía observar la entrada de los detenidos. Era una gran
cantidad. Sus pertenencias personales las dejaban en un pañuelo o cualquier otra cosa en un
costado de la entrada. Toda la noche del 11 y la madrugada del 12 de septiembre llegaron
detenidos. El día 12, alrededor de las 06:00, fui relevado y me fui a dormir, para asumir
luego mi turno en el mismo lugar”.
No muy lejos de allí, al interior de la UTE, se vivían horas de terror: “Al final, éramos unos
600 docentes, estudiantes y auxiliares los que permanecimos en la universidad, la que fue
tiroteada en forma persistente con arma de larga distancia durante toda la noche. Vehículos
recorrían los alrededores disparando para atemorizarnos”, cuenta un estudiante de
Ingeniería en entrevista con la autora.
Enrique Kirberg: “A la medianoche, llamaron de la Escuela de Artes y Oficios. Me
informaron que había un herido: un camarógrafo, al que llamaban El Salvaje, había
recibido un balazo en la espina dorsal que le comprometió los riñones. Estaba muy grave.
Pedí asistencia hospitalaria, insistí frente a los militares, esperamos toda la noche…
Nuestro hombre se nos murió… Y debo decir que no había armas dentro de la universidad
y tampoco hubo resistencia. Se ha creado un mito: se cree que resistimos… Me da un poco
de pena desilusionarlos”.
El presidente de la Federación de Estudiantes de la UTE, Osiel Núñez, también recordó
muy bien esos momentos en que fue herido el camarógrafo y fotógrafo de la revista
Presencia de la universidad, Hugo Araya Araya, El Salvaje: “El rector hizo varios llamados
solicitando una ambulancia para trasladar al herido. Fue inútil. Como a la una de la
madrugada nos informaron que Hugo Araya había muerto desangrado”, relató ante la
Comisión Rettig (28).
El grupo del Regimiento “Arica” que llegó desde La Serena para reforzar las operaciones
militares del Golpe, estaba conformado por dos compañías de Infantería y una batería de
Artillería formada por cuatro piezas al mando del mayor Marcelo Moren Brito. Su primera
misión fue “desalojar y ocupar todas las dependencias de la UTE”.
“La información de inteligencia que manejaba la Guarnición Militar de Santiago era que al
interior de esa casa de estudios había entre 300 a 500 personas, muchos de ellos armados.
Personal de la Armada, dependiente de la Estación Naval de Quinta Normal, en conjunto
con carabineros de la Comisaría de calle Ecuador, no habían logrado el desalojo,
informando que habían recibido disparos desde el interior”, recuerda el subteniente (R)
Pedro Rodríguez Bustos, quien participó de la ocupación de la UTE (29).
Fuente: Archivo diario La Nación. Universidad Diego Portales
El oficial Fernando Polanco también forma parte del contingente que estaba listo para
atacar la UTE, al mando del mayor Moren Brito: “Pernoctamos ese día en el Regimiento
Buin. En la madrugada del día 12, a través de una orden que presumo fue dada por el
comandante del Regimiento Buin, el coronel Felipe Geyger, todo nuestro grupo fuimos a
allanar y ocupar el recinto de la Universidad Técnica del Estado…El mayor Moren era
quien se entendía con la superioridad y recibía las órdenes directamente del comandante de
la Agrupación Santiago-Centro. Nuestra misión fue únicamente evacuar el recinto y
coordinar el traslado al Estadio Chile. Aproximadamente en octubre de ese año se creó la
DINA, a la que pasó directamente y únicamente dentro de nuestra agrupación, el mayor
Moren Brito” (30).
Lo que no dice Polanco, más conocido en el Ejército como “El Polaco”, es que en esos
mismos días también estuvo a la caza de dirigentes de la Unidad Popular. Así llegó hasta el
domicilio de Félix Huerta, uno de los miembros del comité asesor más secreto de Salvador
Allende. Huerta estaba inválido y Polanco lo extorsionó para que entregara la identidad de
sus compañeros a cambio de la vida de su hermano, Enrique Huerta (a quien, sin embargo,
ya habían asesinado). Polanco, finalmente, no mató a Félix Huerta, pero siguió su carrera
en servicios de inteligencia, en el BIE, el grupo más secreto de la Dirección de Inteligencia
del Ejército. Otras muertes, entre ellas la del coronel Huber, miembro de la DINA, le serían
adjudicadas a lo largo de los años. Huber fue asesinado cuando se descubrió la venta ilegal
de armas a Croacia una vez recuperada la democracia.
Como a las 6:00 del día 12 de septiembre, Enrique Kirberg se cambió de camisa y se afeitó.
Quería estar preparado para recibir a la delegación militar que ayudaría al desalojo:
“De repente sentí un estruendo terrible. Lanzaron un cañonazo hacia el edificio de la
universidad. El obús abrió un boquete inmenso y estalló dos oficinas más allá de donde yo
estaba. Quedé masticando trozos de concreto. Me asomé y vi tropas atrincheradas que
disparaban hacia la universidad. Los vidrios del frontis se quebraron haciendo un ruido
espantoso. Nos tuvimos que tender en el suelo para esquivar los disparos. Como el ataque
no cesaba, tomé mi camisa blanca, me acerqué a la ventana y la saqué hacia fuera. Oí
gritos: ‘¡Salgan con los brazos en alto!’. Una mujer empezó a llorar… Me escuché decir:
‘¡No es hora de llorar!’”.
“Aproximadamente a las 7:00, yo me encontraba en las oficinas de la administración, junto
a unas cien personas y vimos cuando instalaron un cañón frente al edificio principal y
tiraron tres obuses. Enseguida descargaron un ataque de ametralladoras durante más de 30
minutos. Por altoparlantes un oficial pidió que nos rindiéramos. Salió todo el mundo con
las manos en alto y en fila india entre dos hileras de soldados armados”, relató el profesor
Carlos Orellana (31).
Enrique Kirberg: “La gente empezó a salir con los brazos en alto, pero aún así no dejaban
de disparar. Mi impresión fue que los soldados estaban más asustados que nosotros. En
forma violenta obligaban a la gente a tenderse en el suelo. Yo también lo hice, pero el
comandante me hizo parar a punta de culatazos y me gritó: ‘¡Así que tú eres el rector, tal
por cual! ¡Ahora vas a ver lo que es la autonomía universitaria!’. Violentamente me tomó
de un brazo, me tiró contra una pared, amartilló su arma y me apuntó: ‘Tienes 15 segundos
para decirme dónde están las armas, ¡de lo contrario disparo!’. Tuve muy claro que estaba
frente a mi universidad, profesores y estudiantes me escuchaban. No sé de dónde saqué
fuerzas, pero muy sereno respondí: ‘Las armas de la Universidad son el conocimiento, el
arte y la cultura’. Pasaron los 15 segundos y el hombre que me apuntaba no apretó el
gatillo. Llamó a un soldado y le dijo: ‘¡Apúntalo!, y si no dice dónde están las armas, tú
sabes…’. Dispararon un segundo cañonazo y luego se llevaron el cañón hacia la Escuela de
Artes y Oficios. Mi gente seguía tendida en el suelo. El soldado seguía apuntándome, se
oían gritos y órdenes mientras las tropas derribaban puertas y ventanas y entraban
disparando a los edificios”.
Apenas ingresaron, los militares pidieron que se identificaran los dirigentes estudiantiles.
Osiel Núñez, presidente de la Federación de Estudiantes de la UTE, lo hizo. Fue separado
inmediatamente y los golpes se iniciaron. “¿Dónde están las armas?”, era el grito que se
repetía:
“Me golpeaban y me amenazaban de muerte. Me dispararon en dos oportunidades a un
costado para que me decidiera a hablar. Yo insistía en que en la universidad no había
armas. En ese momento llegaron a informarle al oficial al mando que se estaba produciendo
un enfrentamiento en la Escuela de Artes y Oficios. Yo le pido a este militar que me
permita concurrir para evitar una matanza. Acepta. Llego al lugar, pidiéndole a los
estudiantes que abandonen la escuela, asegurándoles que no se les dispararía, comenzando
a salir principalmente funcionarios. Luego soy llevado hasta otro sector, donde hago lo
mismo, pero los estudiantes no alcanzan a salir pues los militares ingresan violentamente,
disparando. Pido al oficial al mando que cesen los disparos para evitar muertes
innecesarias. Se detienen los disparos y comienzan a salir estudiantes. Pero los militares
continúan los disparos” (32).
El estudiante Boris Navia Pérez relata: “Los militares sacaron a estudiantes, profesores y
funcionarios, hombres y mujeres, y entre culatazos nos obligan a tendernos en la calle,
frente a la casa central, incluyendo al propio rector. En este lugar, permanecimos durante
toda la mañana y parte de la tarde. A lo lejos se veían bultos acostados, lo que hizo pensar
al vecindario que estábamos todos muertos. Entre estas personas, también se encontraba
Víctor Jara” (33).
Muchos de los estudiantes y profesores que permanecieron en la UTE vieron a Víctor Jara
tendido en el suelo y con las manos en la nuca, como todos sus compañeros. Así lo
recuerda uno de los estudiantes que fue hecho prisionero:
“Nos trasladan a la cancha de baby fútbol de la Escuela de Artes y Oficios. Víctor queda en
mi misma fila. Pasaron horas antes de que nos hicieran subir a los buses. Nos colocaron de
rodillas en el suelo de la micro, con la cabeza agachada y las manos en la nuca. Víctor viajó
en la misma micro que yo”.
Mario Aguirre Sánchez: “La actuación de Osiel Núñez logró disuadir a los militares y los
convenció de moderar su comportamiento para que la gente pudiera salir y no ser
ametrallada. En una cancha de la Escuela de Artes se nos mantuvo en el suelo, siendo
golpeados por los militares que nos custodiaban mientras se allanaban diferentes
dependencias. No hubo resistencia. Cerca del mediodía, termina el allanamiento y
comienza el traslado de los detenidos en unos buses. Nos condujeron con la cabeza
agachada, para evitar que viéramos el lugar de detención”.
Enrique Kirberg: “Después, me subieron a un jeep. A un costado de la calle, las mujeres
con los brazos en alto formaban una fila. Alguien sacó a mi mujer de la fila para que se
despidiera. Nos dimos un apretado abrazo. No la volvería a ver en largos once meses…”.
Fuente: Archivo diario La Nación. Universidad Diego Portales.
El rector Kirberg fue llevado al Regimiento Tacna, donde escuchó fusilamientos y se
convenció de que muy pronto sería su turno. “Y como soy enemigo de las cosas
tragicómicas, dudaba en si gritar algo o no antes de la descarga. Noté que tenía el cuerpo
húmedo y el corazón me latía con rapidez. Quise sacar un papel y dejar un mensaje a mi
familia… Me arrepentí… Cuando ya estaba preparado, me vinieron a buscar y me subieron
a un jeep”. De allí fue llevado a un subterráneo del ministerio de Defensa, donde
nuevamente presenció golpes e insultos. “De rodillas, vi a un cabo que recorría el recinto
con un yatagán en la mano. Un oficial me sacó, me subieron a un jeep y me llevaron al
Estadio Chile”.
Cuando los prisioneros de la Universidad Técnica llegaron al Estadio Chile en las últimas
horas de la tarde del 12 de septiembre, fueron recibidos por un contingente militar cuyas
características recuerda el entonces suboficial del Regimiento Arica de La Serena, Pedro
Rodríguez Bustos, quien había participado en el asalto a la UTE:
“Quienes recibieron a los detenidos de la UTE en el Estadio Chile fueron el capitán Rafael
Ahumada Valderrama, el capitán Joaquín Molina Fuenzalida [quien fue asesinado el 9 de
noviembre de 1988] y el subteniente Jorge Herrera López [todos del Regimiento Tacna]. A
estos oficiales los pude observar en los momentos en que me tocó entregar los detenidos de
la UTE el 12 de septiembre. Ellos recibieron a los prisioneros en su calidad de encargados
del recinto. El capitán Ahumada era oficial de Inteligencia, por lo que presumo le tocó
participar en los interrogatorios con otros oficiales del Tacna”.
Un régimen de terror
Entre los casi 600 prisioneros de la Universidad Técnica que llegan al Estadio Chile, hay
una joven de 16 años, estudiante de 4º Humanidades del Liceo Darío Salas (ubicado en
Avenida España). El día 11, con algunos de sus compañeros de colegio, Lelia observó
estremecida y a la distancia el bombardeo a La Moneda. Poco después, junto a otros 12
liceanos, decidieron partir a la Escuela Normal Abelardo Núñez, ubicada a pocas cuadras
de la UTE. Allí pasaron la noche.
A las 6:00 de la mañana siguiente, irrumpió un contingente de carabineros en la escuela y
los detuvieron. Permanecieron tendidos en el suelo de la calzada, boca abajo y manos en la
nuca durante unas dos horas. De improviso, los carabineros los hicieron parar y los llevaron
hasta el frontis de la UTE, donde los entregaron a un grupo de militares con brazalete color
naranja. Lelia no olvida a ese sargento que les dio de comer y los hizo pasar a una casa para
que pudieran llamar por teléfono a sus familias y entrar al baño. Por la conversación
supieron que venían de La Serena (Regimiento “Arica”). No sabían que muy pronto
ingresarían al infierno. Lelia recordó:
“Al ingresar al Estadio Chile, nos colocan en una fila con las manos en la nuca y saltando.
A la entrada había cuatro o cinco mesas atendidas por personas de civil que vestían terno y
corbata. Preguntaban nuestros nombres, militancia y el por qué de nuestra detención.
También nos quitaban nuestra cédula de identidad, la que después debíamos retirar en el
ministerio de Defensa, según nos instruyeron. Nos separan: los hombres a una galería, las
mujeres a otra. En la tarde del día 12, un funcionario de Ejército nos dio un discurso: dijo
que los días del marxismo habían terminado…”
El estudiante de la UTE Mario Aguirre Sánchez, también recordó esa arenga: “Un militar
que se identificó como el encargado del recinto, tomó un micrófono e hizo una arenga
diciendo que él tenía autorización para matar y no quería ser privado de ese gusto. Nos
intimidó diciendo que los soldados también contaban con esa autorización con las
ametralladoras que disparaban 30 proyectiles por segundo y eran conocidas como ‘las
sierras de Hitler’ ya que cortaban a los que asesinaban”.
Años más tarde (2004), el coronel Mario Manríquez Bravo (34) reconocerá en un careo:
“Es efectivo que les manifesté a los prisioneros que estas armas se habían conocido en la
Segunda Guerra Mundial como ‘las sierras de Hitler’, caracterizadas por una cadencia de
tiro alta que podían cortar una persona en dos”.
El conscripto C.E., de la dotación de Tejas Verdes, ingresó al Estadio Chile alrededor de la
11:00 del 12 de septiembre. Recuerda: “Iban llegando camiones con prisioneros. El teniente
Pedro Barrientos nos ordena formar un cordón para la fila de detenidos a los que muchos
dan culatazos. Una vez que los detenidos ingresaron al estadio, el sargento Mella nos
distribuyó en diferentes sectores para custodiar a los presos, ubicados en la platea y en la
cancha, ya que en la galería había una ametralladora punto 30, a cargo de un soldado que
tenía la orden de disparar en caso de cualquier cosa. A mí me correspondió estar en el
costado sur poniente de las galerías, donde se encontraban alrededor de unos 70 extranjeros
de distintas nacionalidades [Y da los nombres de los oficiales Jorge Smith Gumucio,
Rodrigo Rodríguez Fuschloger y Jorge Garcés Von Hohenstein, que los comandaban (35)].
La estadía en el recinto no era buena, ya que no recibimos comida durante unos tres días y
menos los detenidos, además que no había agua y los baños eran insalubres”.
Enrique Kirberg: “Apenas llegué al Estadio Chile, me ubicaron contra la pared, con los
zapatos pegados a la muralla y los brazos en alto. Un soldado me apuntaba. Vi llegar más
gente, en fila y con las manos en alto y trotando. Vi pasar a Víctor Jara a mi lado. Me
dirigió esa sonrisa ancha que lo caracterizaba. Le hice señas con mi mano… Una hora más
tarde me subieron a otro jeep y me llevaron de regreso al Regimiento Tacna (36)”.
El profesor de la UTE Carlos Orellana también está manos en la nuca en la fila de
prisioneros que esperan su ingreso al estadio: “Éramos varios miles de prisioneros. Los
militares habían constituido grupos y cada detenido llevaba un número. Víctor Jara quedó
en mi grupo. Vi cuando un oficial lo golpeó. Parece que el oficial lo reconoció, se acercó a
él y le dio un puñetazo en el rostro. Víctor recibió el golpe sin caerse. El oficial llamó a
unos soldados y les ordenó que se lo llevaran. Eso sucedió en los corredores del estadio.
Los soldados tomaron a Víctor por los brazos y lo condujeron al subsuelo. Antes de este
incidente Víctor no presentaba ninguna herida”.
Fuente: Archivo diario La Nación. Universidad Diego Portales.
El profesor Ricardo Iturra Moyano: “A la llegada al Estadio Chile, en la misma fila que yo,
unas quince personas más adelante, estaba Víctor Jara. En el momento en que ingresaba al
estadio, un uniformado lo detuvo y lo proyectó violentamente contra el muro, mientras lo
insultaba y le propinaba golpes… Después, cuando Víctor Jara vino a sentarse frente a mí,
noté que llevaba las manos adelante, con los dedos encogidos y parecía sufrir
terriblemente” (37).
El profesor de la UTE César Fernández Carrasco también estaba en esa fila de prisioneros:
“Víctor Jara se encontraba en la fila cuatro o cinco hombres detrás de mí. Un soldado lo
identificó e informó a su superior. Víctor Jara fue retenido por varios soldados y golpeado.
Su pecho fue golpeado tan fuerte con las culatas de los fusiles que cayó al suelo… ” (38).
Julia Fuentes dice no haber visto a Víctor Jara al interior del Estadio Chile, pero como casi
todos los conscriptos, soldados y oficiales que dominaban el recinto, supo que allí estaba.
Julia no era una prisionera, aunque en cierto sentido también lo fue. Porque Julia era
cocinera del estadio antes del día 11 de septiembre y el 12 llegó hasta su casa una patrulla
militar que la condujo directo al recinto deportivo. Durante un mes, sin derecho a salir,
cocinó para los oficiales y algo para los conscriptos a cargo del Campo de Prisioneros.
Ingresó escoltada al local que ella tanto conocía, por un pasillo ubicado al costado derecho
de las boleterías. Le advirtieron que caminara al frente sin mirar:
“Fue inevitable, lo hice…había un grupo de hombres semidesnudos, tirados en el suelo,
amontonados uno encima del otro. No supe si estaban vivos o muertos, pero la piel se las vi
de color muy oscuro, no pudiendo precisar si era por hematomas o moretones. Vi también
manos, muchas manos que se agitaban y pedían agua. Subí al segundo piso directo al
casino y a la cocina y por donde transité no tenía visión a la cancha. En el comedor comían
los militares, pero en mesas separadas los oficiales. Los primeros 15 días dormí en una
colchoneta en la misma cocina. Después me dieron una pieza. Recuerdo haber visto desde
la cocina cuando los soldados juntaban todas las mesas del comedor y de sus bolsillos
sacaban puñados de billetes que habían robado a los prisioneros. Recuerdo haber visto en
un pasillo a prisioneros que eran empujados por los soldados que les clavaban las
bayonetas. También haber sentido muchos disparos al interior todo el día, tanto de fusiles
como de ametralladoras, las que reconocía por su tableteo inconfundible…Varios días
después que me llevaron al estadio, un soldado me comentó secretamente en la cocina: ‘Se
nos terminó el cantante Víctor Jara, porque lo mataron’. Ese mismo soldado me comentó
días después en privado: ‘Esta noche van a sacar del estadio 40 camiones cargados con
muertos que van a ir a dejar al Cerro Chena’” (39).
El dibujante técnico Guillermo Orrego Valdebenito no fue hecho prisionero en la UTE,
pero él sí vio a Víctor Jara en el Estadio Chile. En 1973 trabajaba en la empresa Standard
Electric, ubicada en el cordón industrial Vicuña Mackenna. Fue detenido en Textil Progreso
en la tarde del 12 de septiembre junto a otros 60 trabajadores, los que fueron llevados en
buses al Estadio Chile por carabineros y personal de Ejército:
“Aproximadamente el 13 o 14 de septiembre recuerdo haber pasado junto a Víctor Jara, a
quien reconocí inmediatamente puesto que, además de ser un artista reconocido, se
desempeñaba como profesor en la UTE donde yo tomaba clases vespertinas de dibujo
técnico. Se notaba a simple vista que había sido maltratado y muy golpeado en la cara,
aunque se encontraba de buen ánimo. Víctor estaba rodeado de estudiantes y gente de la
UTE. Muy cerca de ellos, estaba un grupo proveniente de la CORFO”.
Uno de esos profesionales detenidos en la sede de la Corporación de Fomento de las
Producción (CORFO), el ingeniero Julio Del Río Navarrete, recuerda:
“El 12 de septiembre fui detenido en la oficina central de la CORFO, ubicaba en Ramón
Nieto con Moneda, junto con los demás profesionales que allí estábamos, entre los cuales
puedo citar a Alfredo Cabrera Contreras, ingeniero comercial; Hugo Pavez Lazo, abogado;
Gustavo Muñoz López, ingeniero comercial, y otros cuyos nombres no recuerdo. Fuimos
trasladados a pie por el centro de Santiago hasta La Moneda y enviados al ministerio de
Defensa, donde fuimos interrogados y golpeados en los subterráneos. En la tarde del día 13,
fuimos trasladados al Estadio Chile en microbuses. Ingresamos por el acceso de calle Unión
Latinoamericana, en donde vimos por primera vez al oficial Mario Manríquez, quien nos
recibió y preguntó de dónde veníamos. Cuando le respondimos, dijo que nosotros éramos
los ‘ideólogos del sistema o del gobierno’ y que éramos comunistas. Desenfundó una
pistola, pasó bala, me la puso en la sien y preguntó cuál era mi militancia. Al responderle
que era independiente, dijo que estaba mintiendo y que ahora todos éramos independientes.
En ese momento sacaron el cadáver de un niño que no debe haber tenido más de 12 o 13
años, a lo cual Manríquez nos dijo que nos iba a pasar lo mismo si no decíamos la verdad.
Luego nos envió al subterráneo donde había un grupo de ocho oficiales jóvenes con boina
roja. Nos colocaron contra la muralla. Nos amarraron las manos atrás y nos golpeaban en la
espalda con puños y pies. Un oficial nos golpeaba con un linchaco. Nos preguntaban dónde
se encontraban las armas y especialmente por el paradero de Pedro Vuscovic, quien había
sido ministro de Economía y hasta ese momento vicepresidente ejecutivo de la CORFO.
Incluso preguntaban por la remuneración que recibíamos. Hasta que llegó Mario
Manríquez, comandante del recinto, acompañado de su plana mayor, formada precisamente
por los oficiales que nos golpeaban. Se produjo un diálogo que duró aproximadamente dos
horas, en donde se discutió y conversó acerca del gobierno de la Unidad Popular. Le hice
presente a Manríquez que yo estaba a cargo de la parte logística que abastecía al Ejército,
Armada y Fuerza Aérea, por lo cual había tenido mucho contacto con oficiales de las
Fuerzas Armadas, lo que además cumplía por instrucciones directas del Presidente de la
República. En medio del diálogo, Manríquez dijo que nosotros éramos ‘recuperables’. En la
conversación intervino un oficial que manifestó haber estado preso hasta el día 11 de
septiembre por los hechos conocidos como el ‘Tanquetazo’, igual situación de otros de los
oficiales, dijo. Como le manifestáramos a Manríquez nuestra preocupación por los robos
reiterados de los que habíamos sido objetos, éste dijo que se hacía cargo. Le entregamos
nuestro dinero y él le entregó a Alfredo Cabrera una tarjeta donde figuraba su lugar de
trabajo habitual: el Comando de Apoyo Administrativo del Ejército, ubicado en Alameda al
llegar a Portugal. Nos dijo que concurriéramos después a buscar el dinero a este lugar y que
nos lo devolvería. Y así ocurrió efectivamente, cuando recuperamos la libertad. Una vez
que terminó la conversación, Manríquez ordenó que nos trajeran comida y nos dieran unas
colchonetas para dormir, ante el reclamo de los oficiales. Nos dormimos. Pasado un tiempo
que no puedo precisar, fui despertado por Souper, un oficial de contextura delgada, baja
estatura y rostro muy fino. Dijo que debíamos subir a las graderías porque allí corríamos
peligro…Entendimos de inmediato: ya habíamos experimentado el interrogatorio. Una vez
que nos subieron a las graderías, fuimos situados en las del lado norte, donde se encontraba
un grupo seleccionado de prisioneros. Allí estaba también Víctor Jara. Se encontraba solo,
sin gente a su alrededor y en la parte alta, cerca de una caseta de transmisión. Horas antes,
cuando aún estábamos en el subterráneo, lo había divisado en un camarín. Su cara era muy
conocida. Estaba muy mal, golpeado y con un ojo prácticamente cerrado. Con mis
compañeros decidimos ir a verlo para saber qué necesitaba. Tenía su rostro hinchado por
los golpes y un ojo cerrado, parece que el derecho. Sus manos no las podía mover, se le
notaban fracturadas, hinchadas y llagadas. Permanecimos con Víctor alrededor de una o dos
horas hasta que a nosotros nos bajaron a la cancha para ser trasladados al Estadio Nacional”
(40).
Archivo diario La Nación. Universidad Diego Portales.
El dibujante técnico Guillermo Orrego fue testigo de otro hecho que grafica lo que en esas
horas vivían Víctor Jara y los más de cinco mil prisioneros del Estadio Chile:
“En una oportunidad, un militar me mandó a la enfermería con otro detenido que tuvo un
ataque de nervios y que trabajaba en Textil Progreso. En la enfermería, como asimismo en
el foyer que da al acceso del estadio, perpendicular a la Alameda, pude ver a varias
personas tendidas en el suelo que no se movían. Podrían haber sido alrededor de 20.
Algunas estaban cubiertas con sábanas blancas, pero todos estaban ensangrentados.
Escuché algunos quejidos. Nadie los custodiaba. Los oficiales a cargo eran del Ejército,
usaban uniforme verde oliva con boinas de color rojo granate. El militar a cargo del recinto
era un oficial que habrá tenido entre 40 y 50 años, de bigote y un poco corpulento, al que
posteriormente reconocí en la prensa como un oficial de apellido Manríquez. Había otros
oficiales, más de 20, que se distinguían porque daban órdenes y se imponían por su voz de
mando. Algunos de ellos llevaban boina negra y otros una especie de quepis color verde
oliva. Con mayor certeza recuerdo a un oficial de boina negra, bigote grueso y negro y tez
morena, quien disparó una ráfaga de metralleta al aire y a otro que se autodenominó ‘El
Príncipe’, ya que cuando se dirigía a los prisioneros no tenía necesidad de usar micrófonos:
decía que tenía ‘voz de príncipe’. Era un oficial alto, de contextura mediana, tez muy
blanca, sin bigote, cabello rubio y liso. No recuerdo que usara boina ni quepis. Portaba un
linchaco con el que les pegaba a los detenidos, siendo especialmente cruel y vulgar en su
trato” (41).
Avanzada la investigación judicial y cuando ya el comandante Mario Manríquez no pudo
seguir negando los muertos en el Estadio Chile y tampoco que él era el oficial al mando,
afirmó:
“Al momento de constituirme en el Estadio, llamé por teléfono a mi superior jerárquico del
CAE, el coronel Martínez, a quien le informé que estaba operando personal de Inteligencia
en el subterráneo del Estadio, que pertenecía a las cuatro ramas de las Fuerzas Armadas.
Me ordenó que los dejara funcionar, ya que éstos realizaban una labor importante
considerando el estado del país…Tengo la certeza interna de que la gente de Inteligencia
del subterráneo también retiraba prisioneros y los sacaba fuera del estadio, puesto que
tenían sus propios vehículos y no había ningún control sobre ellos: obedecían solamente a
sus mandos institucionales. Recuerdo que uno de los tenientes jóvenes del Regimiento
Blindado siempre andaba con un linchaco. No es parte del entrenamiento del Ejército el uso
de un arma como el linchaco” (42).
“Había un teniente de características germánicas, de boina granate, quien era muy loco y
golpeaba mucho a los detenidos. Los mismos soldados y cabos se preocupaban por él, ya
que no se sabía su reacción. Nadie aprobaba su acción, pero al ser oficial nadie le decía
nada. Incluso el comandante, el coronel Manríquez, no sabía qué hacer con él. Los
conscriptos le decían ‘El Príncipe’”, relata un soldado en el expediente del caso.
A la joven estudiante Lelia le costó años sacarse la voz y las manos de “El Príncipe” de
encima: “Estuve en el Estadio Chile hasta el 18 de septiembre. Durante esos días sufrí
múltiples vejámenes, agresiones sexuales y torturas en sesiones de interrogatorios. Los
interrogatorios se hacían en los camarines y baños del estadio, y los interrogadores
cambiaban. Entre ellos recuerdo a uno que llamaban ‘El Príncipe’, el que me torturó en
varias ocasiones” (43).
Uno de los prisioneros del Estadio Chile complementa los relatos y describe a ‘El Príncipe’:
“Alto y rubio y con pañuelo naranja al cuello. Alardeaba con voz potente que ahora
tendrían que pagársela estos marxistas por haberlo tenido detenido el 29 de junio [el día del
‘Tanquetazo’]”.
Y sí, precisamente en el Estadio Chile estaba un grupo de los oficiales que protagonizaron
la rebelión del Regimiento Blindados Nº 2. Habían sido destinados al campo de prisioneros
apenas fueron liberados el mismo día 11, ya que se encontraban procesados por el delito de
sublevación militar. Interesante resulta contrastar las declaraciones de los testigos acerca de
la descripción física de “El Príncipe”, con la que hizo el entonces teniente y hoy brigadier
(R) y próspero empresario Raúl Jofre, de los oficiales que afirmó que lo acompañaban en el
Estadio Chile Edwin Dimter, Rodrigo Fuschloger y Luis Bethke Wulf (44). Jofré, también
protagonista de la rebelión del Blindado Nº 2, dijo:
“Edwin Dimter era delgado, alto, tez blanca rubio y con voz potente y fuerte. Debe haber
tenido una estatura de un metro ochenta y cinco centímetros, y no creo que haya utilizado
boina granate, debe haber utilizado quepis. Luis Bethke, del arma de Infantería, era fornido,
un poco más bajo que Dimter, de tez blanca, pelo rubio y con un tono de voz fuerte.
Rodrigo Rodríguez Fushlocher era alto, de un metro noventa centímetros, había sido
seleccionado nacional de básquetbol, tenía el pelo castaño oscuro y no era de tez blanca…
Recuerdo a estos oficiales porque con Rodríguez Fuschlocher y Bethke dormíamos en la
misma pieza en el estadio”.
El brigadier (r) Raúl Jofré (45), quien no recordó ante la justicia que hubiera ametralladoras
emplazadas en la parte alta del Estadio Chile, sí hizo acopio de su memoria y afirmó:
“El oficial que puede responder a estos rasgos es Edwin Dimter (46), con quien serví un
año en el Regimiento Blindado, pero siempre tuvimos una relación estrictamente
profesional y no fuimos amigos. La personalidad de Dimter era la de una persona de difícil
trato, muy inteligente, pero con poco criterio y tenía una gran prestancia física. No tengo
muy claro qué actividades desarrolló en el Estadio Chile” (47).
Fuente: Archivo diario La Nación. Universidad Diego Portales.
En el proceso, Dimter negó toda relación con ‘El Príncipe’. Dijo que mientras estuvo en el
Estadio Chile utilizó “tenida de combate: parka reglamentaria de color gris azulino y como
cubrecabeza el quepis del reglamento. No usé boina”. Y repetirá: “Yo no soy el oficial que
se ha descrito ni tampoco maltraté ni di muerte a prisionero alguno en el Estadio Chile”. Y
a continuación se explayará sobre otros oficiales que podrían corresponder a esas
características:
“Un teniente menos antiguo que yo, de apellidos Rodríguez Fuschlocher, que era de
Concepción y basquetbolista, más alto que yo, de contextura atlética y de pelo castaño
claro. Asimismo, había otros dos oficiales que tenían apellidos alemanes: el teniente
Bethke, quien era como de mi estatura, delgado y de cabello claro. El otro oficial, era un
teniente más antiguo que yo, de apellido Haase [se refiere a Nelson Haase (48), de Tejas
Verdes que sí estaba en el Estadio Chile], del arma de Ingenieros, quien se encontraba en
Santiago en tratamiento médico en el Hospital Militar por una enfermedad relacionada con
la salud mental, según él me refirió” (49).
Pero el conscripto C.A., de la dotación de Tejas Verdes, sí vio al teniente Edwin Dimter
(50) torturar y asesinar a un prisionero: un joven al que describe “bien vestido y con
apariencia de provenir de una familia de buena situación económica, que decía ser
estudiante de Arquitectura”. Dimter había llegado con un block de dibujos que pertenecía al
joven y lo acusó de “hacer planos de instalaciones militares”. El conscripto fue testigo de
cómo Dimter lo interrogó en alemán, para luego asesinarlo “de un disparo en su cabeza con
un fusil SIG”. C.A. recordó la escena que siguió y que le quedó grabada: “Saltó masa
encefálica del joven a la pared… Luego, el teniente Dimter le sacó el reloj marca Seiko que
el joven portaba en su muñeca, y se lo entregó al comandante Manríquez diciéndole: ‘¡Es
un trofeo de guerra!’”.
Un incidente ocurrido alrededor del 14 de septiembre conmocionó a los conscriptos de
Tejas Verdes. Casi todos lo recuerdan:
“Cuando estaba de servicio fui relevado por otro conscripto y me dirigía hasta el pasillo de
las galerías, cuando escucho un disparo y concurro hacia donde se había producido,
observando que el soldado M. le había disparado a un joven que se había abalanzado contra
él, quedando el soldado muy mal anímicamente”, recuerda el conscripto C.E.
El autor del disparo también lo relató: “Aproximadamente el 15 de septiembre, alrededor de
las 20:00, un detenido que había sido fuertemente golpeado por otros funcionarios, trato de
quitarme el fusil SIG, forcejeando con él pues trataba de sacármelo. Instintivamente se me
escapó un tiro, dándole en el pecho o en el estómago. Fui llevado hacia la salida por un
grupo de funcionarios de Ejército de distinto grado. Incluso llegó el jefe del recinto, el
coronel Manríquez, quien me señaló que estaba bien lo que había hecho, ya que el detenido
podía haberme quitado el fusil y habría sido un mal mayor”.
Víctor no vuelve a casa
Joan Jara esperó ansiosa el regreso de su esposo. Pero Víctor Jara no regresó el 12 de
septiembre. Junto a sus hijas intentó seguir el curso de los acontecimientos desde su hogar.
Hasta que en la tarde, la televisión le dio la noticia de que la Universidad Técnica había
sido tomada por los militares y que “un gran número de extremistas había sido detenido”.
El jueves 13 se enteró que profesores y alumnos de la UTE habían sido llevados al Estadio
Chile. Esa misma tarde recibió un llamado:
“A las 16:30 un muchacho llamó por teléfono. Me dijo que él había estado en el Estadio
Chile, que había podido salir y que tenía un recado para mí de Víctor. El último mensaje
que me mandó Víctor fue que tuviera valor, que cuidara a las niñas, que él pensaba que no
iba a poder salir del estadio, que pensaba en nosotras… Estábamos encerradas en la casa sin
saber qué hacer, sin información”.
Joan Jara jamás mintió. Cada uno de sus testimonios se apegaron siempre a la verdad. Años
más tarde aparecería esa última persona que le transmitió el mensaje de su marido: Hugo
González González
“Fui detenido el 12 de septiembre en la vía pública por toque de queda y llevado al Estadio
Chile. El 13 de septiembre me encontré con Víctor Jara en una especie de pasillo, a un
costado de la cancha. Estaba solo y sentado, sin custodia militar, con señales físicas de
haber sido muy golpeado, siendo las de su rostro las heridas más notorias. Me acerqué a
hablar con él. Me contó que había sido detenido en la Universidad Técnica y que había sido
reconocido en el estadio por el comandante del recinto: un militar con bigotes, un poco
macizo, de pelo negro y de mediana edad. Que este militar lo había apartado de los demás
detenidos, siendo posteriormente sometido a apremios físicos por el mismo oficial. Víctor
Jara me indicó que fue amenazado por el comandante del Estadio Chile, sin precisarme qué
tipo de amenaza. Y me solicitó que llamara a su cónyuge, Joan Turner, a fin de comunicarle
dónde se encontraba su renoleta, la que había dejado estacionada en las cercanías de la
Universidad Técnica. Salí libre el 14 de Septiembre de 1973. Ignoro si Víctor Jara seguía
en el lugar donde lo vi, ya que con posterioridad a nuestro primer encuentro solo lo divisé
una vez más, en el mismo sitio, sin poder precisar el día exacto. Luego de salir en libertad,
cumplí con lo que le había prometido a Víctor Jara y le di su recado a Joan Turner. La
llamé desde un teléfono público que estaba en la Alameda al número que Víctor Jara me
señaló. Le dije a la señora Turner la ubicación de la renoleta y ella me preguntó por el
estado de Víctor. Le respondí que se encontraba bien… (51)”.
La amenaza que recibió Víctor Jara y que guardó en su memoria Hugo González, tuvo otro
testigo: Wolfgang Tirado, entonces prisionero en el Estadio Chile:
“En la mañana del 13 de septiembre pude cambiarme de ubicación en el Estadio Chile y
acercarme a las rejas donde tenían lugar los procedimientos de liberación. Allí vi
nuevamente a Víctor Jara. Advertí que estaba conversando con un oficial de Ejército que lo
había reconocido. Vi que lo empujaron y le dieron golpes con los pies. Recuerdo que el
oficial hizo un gesto con su mano a través de su cuello, indicando a Víctor que le cortaría la
cabeza. El oficial ordenó a dos soldados que lo llevaran aparte. En ese momento fue que le
dieron puntapiés y culatazos. No volví a ver a Víctor después de eso” (52).
El arquitecto Miguel Lawner también vio a Víctor Jara el 13 de septiembre. Lawner, quien
era el principal directivo de la Corporación de Mejoramiento Urbano (CORMU), había sido
detenido en su oficina, donde permaneció junto a otros trabajadores de la misma entidad
hasta el 12 de septiembre. Fue llevado al Estadio Chile y salió de allí gracias a la
intervención del general Arturo Viveros, a raíz de la relación entablada entre ambos por un
convenio firmado entre el Ejército y la CORMU. Lawner lograría salir con vida del Estadio
Chile para ser enviado, al igual que el rector de la Universidad Técnica, Enrique Kirberg,
como prisionero a Isla Dawson. Jamás imaginó que el episodio de su encuentro con el
general Viveros en esos días del Estadio Chile sería importante para identificar 30 años más
tarde al comandante del Estadio Chile. Esto es lo que Miguel Lawner relató en el proceso:
“Al regresar a la sala de acceso al estadio, cargando las colchonetas, en una escalera con un
pasamano de hierro, a unos 6 o 7 metros, pude observar a Víctor Jara. Estaba solo.
Soldados lo custodiaban en las cercanías, por lo que me acerqué, pudiendo apreciar que
estaba muy golpeado y torturado, pese a lo cual permanecía de pie. Lo que recuerdo es que
debe haber sido muy tarde. Ese 13 de septiembre de 1973 fue la última vez que pude ver a
Víctor Jara con vida” (53).
Boris Navia: “El jueves 13, en horas de la tarde, se produjo un gran revuelo en el estadio al
llegar varios buses trayendo pobladores de La Legua. Se dijo que habían resistido con
armas a las fuerzas militares. Hubo gente muerta, algunos muy malheridos y otros llevados
a los subterráneos. Se produjo un olvido transitorio de la existencia de Víctor Jara. Y
entonces, los profesores y funcionarios de la UTE que vigilábamos de cerca la suerte de
Víctor, aprovechamos ese momento para arrastrarlo a las galerías y tratar de hacerlo uno
más de los prisioneros. Él miraba por un solo ojo, ya que el otro lo tenía totalmente
inflamado. Le limpiamos la sangre de su cara y un carpintero de la UTE le pasó su vestón
para darle abrigo. En nuestro intento de disfrazar su figura, alguien nos proporcionó un
cortaúñas y con mucho cuidado empezamos a cortarle su ensortijado pelo tan característico.
Un soldado le regaló un huevo crudo. Dijo que se lo comería como lo hacían los
campesinos de Lonquén: lo perforó en la parte inferior y luego lo succionó. Víctor se
reanimó. Pese a sus heridas, compartió sus temores respecto de su familia y de sus amigos”.
Carlos Orellana: “El jueves 13 me encontré con Víctor Jara cuando los militares
comenzaban a organizar a los presos en grupos. Tenía el rostro muy maltratado, hinchado y
sangre en la cara y en la ropa. Sus manos estaban muy hinchadas y solo podía moverlas con
gran dificultad. Nos contó que había sido golpeado durante gran parte de la noche por el
mismo oficial del ingreso. Y nos dijo que este oficial lo reconoció y era hermano de un
hombre con el cual había tenido un altercado dos o tres años antes en el Colegio Saint
George de Santiago, donde había cantado Preguntas por Puerto Montt, produciéndose un
incidente con algunos alumnos, entre ellos el hermano del oficial y uno de los hijos del
ministro al que aludía la canción [Edmundo Pérez Zujovic, quien fue ministro del Interior
del Presidente Eduardo Frei Montalva y que fuera asesinado por un comando extremista el
8 de junio de 1971]. El oficial había evocado este hecho en el transcurso de la
noche…Víctor permaneció con nosotros durante dos o dos días y medio”.
El relato de Orellana es corroborado por otro prisionero: “El jueves 13, cuando Víctor Jara
subió por fin a las graderías, junto a Carlos Orellana y otros detenidos, curamos como
pudimos sus heridas. Nos turnábamos para ir al baño y mojar nuestros pañuelos con los
cuales hacíamos compresas para calmar la hinchazón. El viernes 14, alrededor de las 11:00
de la mañana, un familiar me envió con un sargento unas galletas y un tarrito de
mermelada. Las galletas eran fáciles de repartir, ¿pero cómo repartir la mermelada? Se nos
ocurrió que cada uno tenía el derecho de meter el dedo en el tarro, darlo vuelta y sacarlo
para chuparlo… Me parece ver hoy el dedo de Víctor chorreando de mermelada… Él
estaba mucho mejor: sus labios y su cara se habían deshinchado un poco”.
Cuesta que algún conscripto u oficial que estuvo en esos días de septiembre en el Estadio
Chile hable de Víctor Jara. Todos saben que era uno de los prisioneros, pero callan.
Pareciera que, con los años, el secreto que ha rodeado su muerte, impuesto por el Ejército,
ha permeado a cada uno de los hombres. Pero también, hay culpa. Mucha culpa y recuerdos
de todos esos hombres y mujeres que allí murieron, de los que se desconoce su identidad y
cantidad. Pero en esos días de 1973 lo que imperaba era la impunidad total. Porque el poder
mayor lo tenían los oficiales y soldados que accedían al recinto donde se interrogaba a los
detenidos. Allí donde a los pocos días, según los testimonios judiciales más fidedignos,
llegaron oficiales de la Academia de Guerra del Ejército.
El entonces subteniente Pedro Rodríguez Bustos, quien participó del asalto a la UTE y cuya
unidad fue después asignada como refuerzo al Regimiento Tacna, relata:
“Recuerdo que el día 16 o 17 de septiembre, me correspondió ir por segunda vez al Estadio
Chile, donde pude constatar que las condiciones de los prisioneros eran malas, se notaba
que era gente cansada, aunque no puedo asegurar que habían sido golpeados. En esta
oportunidad constaté que la situación del estadio había variado. La guardia del mismo
seguía correspondiendo a personal del Ejército, del Regimiento Tacna, pero los encargados
de los interrogatorios dentro del estadio y de chequear a los detenidos, era personal del área
de Inteligencia de la Guarnición de Ejército de Santiago, con refuerzo de alumnos de
Segundo y Tercer Año de la Academia de Guerra, con el grado de mayor y teniente
coronel, con la misión de dirigir los interrogatorios”.
Fuente: Archivo diario La Nación. Universidad Diego Portales.
Entre esos oficiales de la Academia de Guerra que llegan al Estadio Chile a reforzar los
equipos de interrogatorios, se repiten dos nombres: el mayor Hernán Chacón Soto, entonces
alumno de primer año de la academia, y Víctor Echeverría Henríquez, del segundo año.
Este último, quien se fue a retiro como coronel, sería visto después en Villa Grimaldi, una
de las principales cárceles secretas de la DINA (su hija sería más tarde subsecretaria de
Marina, en el ministerio de Defensa del gobierno de Michelle Bachelet, 2006-2010, pero no
podría asumir como subsecretaria de Fuerzas Armadas en 2014 luego de que se hicieran
públicas otras acusaciones de tortura contra su padre).
El coronel (r) Juan Jara Quintana, quien también estuvo destinado en esos días en el Estadio
Chile, relató:
“Se encontraban en el Estadio Chile, además, unos 40 oficiales de la Academia de Guerra
del Ejército, del Primero y Segundo año, quienes cumplían un horario de cuatro horas y
eran relevados por sus mismos compañeros ya que la academia les quedaba muy cerca: en
García Reyes con Alameda. Entre quienes se desempeñaban en el control de ingreso de
detenidos del Estadio Chile, recuerdo a los oficiales Rubén Burgos Vargas, Víctor
Echeverría Henríquez (quien fue mi segundo comandante en el Regimiento Rancagua en
Arica a fines de 1980), Sergio Urrutia Francke, Patricio Vásquez Donoso y Hernán Chacón
Soto, entre otros” (54).
El testimonio de Jara fue ampliado por otro de los oficiales de la Academia de Guerra que
sería destinado al Estadio Chile: el oficial Alejandro González Samohod, quien llegó a ser
un importante general del régimen militar. González reconoció haber estado en el estadio y
afirmó también haberse encontrado allí con su compañero de la Academia de Guerra,
Richard Quass:
“Días antes del 11 de septiembre, siendo alumno de Conducción Estratégica, Tercer Año,
en la Academia de Guerra, fui destinado como integrante del cuartel general del
comandante de las Fuerzas Militares de la Región Metropolitana, bajo el mando del general
Sergio Arellano Stark. Durante los 10 días que allí me desempeñé, alrededor de tres debí
cumplir funciones en el Estadio Chile, ya que fui enviado a colaborar en la seguridad del
recinto, sin contacto directo con los detenidos”.
Raúl Jofré corroboraría el rol de los oficiales de la Academia de Guerra en la instalación de
los campos de prisioneros, cuando declaró: “Fue a la hora de almuerzo del 12 de
septiembre, cuando mi coronel Oscar Coddou, en ese tiempo jefe de un Cuartel General de
la Comandancia de Guarnición y profesor de la Academia de Guerra, me envió a reforzar el
Estadio Chile, el que se estaba creando como centro de detención provisorio en espera del
Estadio Nacional”. Jofré también diría que entre los interrogadores había “un oficial de
reserva de la Armada, de apellido Prieto [Daniel Prieto Vidal, quien actualmente se
presenta como ‘consultor de asuntos internacionales’, declaró el 26 de octubre 2007. Tiene
un largo historial en Inteligencia de la Armada]”.
“En la puerta de acceso a la cancha del estadio, precisamente en el costado nororiente, se
encontraba el acceso al subterráneo. En dicha puerta había un oficial con tenida de salida
del Ejército, el cual mandaba a pedir a los distintos presos. En este subterráneo se
interrogaban a los detenidos. Era un sector cerrado y con un solo acceso. En una
oportunidad, por curiosidad, traté de bajar a dicho sector, pero otro soldado me señaló que
no me lo recomendaba, ya que recientemente habían matado a alguien y estaba lleno de
sangre. Desde afuera, no se escuchaban los disparos. En este lugar había personal muy
probablemente de Inteligencia del Ejército”, cuenta el conscripto C.E.
El conscripto M.C., recuerda: “Los interrogatorios se realizaban en un subterráneo que se
ubicaba en la planta baja donde estaban los camarines. A este lugar no teníamos acceso,
pero sí los oficiales, entre ellos, Rodrigo Rodríguez y Jorge Smith, además de civiles y
otros oficiales de Ejército. Para ser llevados a este lugar, los detenidos comúnmente eran
sacados de las galerías por los soldados que custodiaban ese sector. Regresaban en muy mal
estado…En una oportunidad, en horas de la noche, no podría señalar fecha, estando de
guardia centinela en la galería ubicada frente a la entrada, la que tenía una pequeña visión a
la puerta de la sala de interrogatorios que daba hacia la salida del estadio, observé que
sacaban varios cuerpos, casi desnudos. Fueron subidos a una ambulancia, la que se fue con
rumbo desconocido. Era un comentario común que desde ese lugar, en horas de la noche,
sacaban los cadáveres del subterráneo. Por comentarios de los mismos soldados se sabía
que Víctor Jara estaba recluido en el estadio, pero ignoro en qué lugar. Un día, alrededor de
las 14:00, otro conscripto me señaló que Víctor Jara había muerto… No quise consultar
más”.
El conscripto C.E.: “En el estadio yo estuve a cargo de cuidar a los extranjeros, alrededor
de 60, entre ellos, dos mexicanos que estaban en el hall en malas condiciones físicas. En
una oportunidad, puede ser entre el 13 o 14 de septiembre, en horas de la tarde, un oficial
de boina granate de la especialidad blindado, me mandó a custodiar a dos detenidos que él
mismo me dijo que eran mexicanos. Después de aproximadamente veinte minutos, me
señala que lo acompañe junto con los detenidos, conduciéndome hacia el exterior,
precisamente a calle Bascuñan Guerrero, donde estaba apostada una ametralladora. El
teniente me dijo que dejara a los detenidos en el trayecto y que él los llevaría ‘a dar un
paseo’, y se dirigió hacia la ametralladora. Era el término para señalar que serían fusilados.
A los pocos minutos sentí la ráfaga, presumiendo que les dieron muerte. Era común sentirla
disparar, principalmente en la noche. Los muertos eran tirados a la excavación de los
trabajos del Metro, los cuales eran recogidos por una ambulancia que pasaba diariamente,
la cual pude ver a distancia: un vehículo blanco como de hospital. Se comentaba que el
teniente que me dio la orden de cuidar a esos dos mexicanos, era el mismo que había
chocado con su tanque las puertas del ministerio de Defensa para el ‘Tanquetazo’. Se
distinguía del resto de los oficiales porque usaba boina granate”.
“Sacar a pasear”. Una expresión que hasta hoy estremece a muchos de los soldados que
pasaron por el Estadio Chile. Para la mayoría significa fusilamiento. Pero también, dónde
se procedería a la ejecución. El conscripto G.M., dice corto y directo: “La frase significaba
que a los detenidos los iban a fusilar o en la calle que daba hacia la Alameda o en el
subterráneo”. “Significaba que a los detenidos los iban a fusilar en la calle hacia la
Alameda”, dice el soldado M.T.
Las graderías del Estadio Chile se fueron repletando de prisioneros. Los baños colapsaron,
no había agua ni alimentos. Muchos venían de las industrias de los cordones industriales.
Manuel Bustos, quien era en septiembre de 1973 dirigente sindical democratacristiano y
presidente del sindicato de la industria textil intervenida Sumar, también vio a Víctor Jara:
“En la mañana [del 11 de septiembre] hicimos en Sumar una asamblea para repudiar el
Golpe. En mi turno había unos mil trabajadores y yo sostuve que debíamos retirarnos. Pero
como muchos no alcanzaron a llegar muy lejos porque ya no hubo locomoción colectiva,
volvieron a la fábrica buscando refugio. Como presidente del sindicato, decidí quedarme en
la fábrica con unas 300 personas que no alcanzaron a retirarse cuando se anunció el toque
de queda. El día 12, como a las 6 de la mañana, llegaron los militares en camiones. Nos
lanzaron a todos al suelo y comenzaron a golpearnos. Traté de explicarles, pero me llegaron
más golpes. Fui detenido junto a unos 150 trabajadores. Nos sacaron manos en la nuca y a
punta de golpes nos llevaron al Estadio Chile. Recuerdo que muy cerca mío mataron a un
trabajador. Nunca supe su nombre, pero la imagen me quedó grabada. Pasaban militares por
los pasillos y con la metralleta uno le golpeó la cara. El hombre le gritó ‘¡fascista!’ y le
dispararon. Estaba pegado a mí. Dos compañeros de Sumar se volvieron locos por lo que
vieron. Uno ya murió y el otro anda vagando por ahí…A Víctor Jara lo divisé desde lejos”.
La llegada de los nuevos prisioneros tiene otros testigos. Como los protagonistas de los
peculiares cargamentos que empezarían a salir desde el Regimiento Tacna en dirección al
Estadio Chile. Al Tacna habían llevado a los prisioneros que sobrevivieron del ataque a La
Moneda, a los que muy pronto se sumarían, tal como lo había establecido el comando de
guerra golpista –conformado también por oficiales de la Academia de Guerra del Ejército–,
otros centenares de prisioneros provenientes de los cordones industriales. La orden fue que
en el Tacna quedaran solo los prisioneros de La Moneda. Poco después serían asesinados
en Peldehue.
El subteniente Iván Herrera López, del Regimiento Tacna, participó en esas ejecuciones
sumarias. Recibió la orden del comandante del regimiento, Joaquín Ramírez Pineda de
trasladar los prisioneros de La Moneda a Peldehue, junto al subteniente de reserva Castillo.
Quien recibió en ese campo de entrenamiento militar a los prisioneros, fue el teniente Julio
Vandorsee Cerda, del Arma de Artillería (55).
Quien certificó las muertes en el sitio mismo, para luego informarles a los jefes del Estado
Mayor del Golpe, fue el mayor Pedro Espinoza, del mismo grupo de Inteligencia del Estado
Mayor. El ahora brigadier (R), afirmó: “Lo único que me correspondió realizar en forma
extraordinaria en septiembre de 1973, fue que el 12 se me ordenó, por parte del general
Nicanor Díaz, concurrir a la Comandancia de Guarnición, donde se me entregaría un
documento para ser llevado al comandante del Regimiento Tacna. Concurrí a la oficina del
ayudante del general [Herman] Brady, comandante de la Guarnición, el que me entregó un
sobre cerrado que trasladé al Regimiento Tacna y se lo entregué al segundo comandante de
apellido Fernández. Le dije, también por instrucciones del general Díaz Estrada, que debía
dejar en libertad a todo el personal de Investigaciones. Debo añadir que al día siguiente
recibí la orden del mismo general de presenciar la ejecución de los detenidos de La
Moneda, con la obligación de informar al regreso el resultado” (56).
No fue, sin embargo, la única ejecución de prisioneros a la que Pedro Espinoza estuvo
vinculado en esos días. Según investigación de la autora, el día 14 de septiembre llegó hasta
la sexta comisaría, ubicada en calle San Francisco, para llevarse a miembros del GAP y al
hijo de Mirya Contreras, la secretaria y compañera de Salvador Allende, detenidos en la
mañana del 11 en las puertas de La Moneda. Todos ellos fueron asesinados y después
botados en alguna calle de Santiago. (57)
El resto de los detenidos en el Tacna fue llevado hasta el Estadio Chile, salvo excepciones,
que aún siguen sin ser aclaradas. El funcionario civil del Ejército Eliseo Cornejo, que
trasladó algunos de esos cargamentos, relata:
“Yo era chofer de un bus, un camión y un jeep asignado a la Batería Logística del
Regimiento Tacna. Y me correspondió conducir a detenidos que se encontraban en los
boxes del regimiento… Creo que muchos de ellos provenían del cordón industrial,
especialmente recuerdo a Madeco y las textiles Hirmas y Sumar. Había también otras
personas detenidas por toque de queda. En esa ocasión, manejé el bus con
aproximadamente 60 personas, siendo escoltado por dos jeep con personal del regimiento,
un oficial y personal de planta. Todos los vehículos se estacionaron en calle Unión
Latinoamericana y escoltados por dos conscriptos se hizo bajar a los detenidos y avanzar
por el pasaje por el cual se ingresa al estadio, distante a unos 100 metros. Como chofer me
correspondió efectuar alrededor de tres viajes al Estadio Chile conduciendo el mismo bus y
trasladando detenidos” (58).
El soldado C.A. reconoció haber visto a Víctor Jara en el Estadio Chile. Y afirmó haberse
cruzado con él el día 14 de septiembre entre las 17:00 y las 18:00 “en el sector del hall,
pasillo oriente, al volver de ronda, cuando venía en compañía del comandante de mi
sección, Rodrigo Rodríguez Fuschloger”. Y agrega que después vio a una persona de civil
llamarlo “a un interrogatorio”. C.A. también vio a Litre Quiroga, el que fuera director de
Prisiones del gobierno de Allende, en el mismo estadio.
El conscripto G.B., de la dotación de Tejas Verdes, fue testigo directo de cómo el teniente
Edwin Dimter interrogaba a Litre Quiroga:
“En el deambular por los pasillos vi matar a muchas personas… Un día, en horas de la
mañana, estando de guardia en el sector del pasillo de la entrada oriente que da vista hacia
la cancha, vi al teniente Dimter que junto a su grupo de escoltas mencionaba el nombre de
Litre Quiroga. El detenido estaba junto a otras siete personas tendidas boca abajo con sus
manos en la nuca. Dimter procedió a golpearlas tanto con el pie como a culatazos en sus
cuerpos… Pasada la medianoche y estando de guardia en el techo del recinto, en la esquina
norponiente, vi cuando salía Litre Quiroga y las otras siete personas hacia la calle. Iban
caminando, una tras otra, por calle Arturo Godoy, en dirección al poniente, donde había
soldados dispuestos en dos filas, quedando el medio libre y un jeep, al parecer blindado,
con una reimetal (59) en su parte posterior. Cuando los detenidos pasaban comenzaron a
dispararles, luego todos se marcharon quedando los cuerpos tendidos en el suelo… Yo
identifiqué claramente a Litre Quiroga, ya que lo conocí cuando lo interrogaban en el
estadio. Y sé que eran siete porque después los conté y certifiqué que estaban muertos… Al
cabo de unos minutos llegó un camión grande, blanco, térmico, tipo congelador, con
militares. Subieron los cuerpos y se los llevaron”.
Fuente: Archivo diario La Nación. Universidad Diego Portales.
El soldado G.M. de Tejas Verdes: “A los dos o tres días después que llegamos, me ordenan
custodiar a un detenido que después se comentó que era Litre Quiroga, director de
Prisiones, quien se encontraba en el hall de entrada y a quien los soldados que pasaban lo
golpeaban. Estuve en su custodia todo el turno, el que retomó otro soldado cuyo nombre no
recuerdo”.
Conscripto R. A.: “Por comentarios de los conscriptos, me enteré que en el interior del
estadio estaba el director de Prisiones (hoy Gendarmería), don Litre Quiroga, quien le había
sacado las uñas al general Roberto Viaux Marambio para el ‘Tacnazo’ [sublevación que
Viaux encabezó en el gobierno de Frei Montalva]. Era característico, porque era grande y
gordo. No recuerdo fecha, pero debería haber sido entre el día 14 o 15 de septiembre, en
momentos que cambiaba turno, observé en el hall de acceso a Litre Quiroga, el cual estaba
tendido en el suelo, en malas condiciones físicas, pero vivo. Esto me consta porque se
quejaba mucho. No observé a nadie más a su alrededor. Con el correr de los días no lo volví
a ver ni tampoco supe qué le paso”.
Carlos Orellana: “El sábado 15, estando en las graderías, vino un soldado a buscar a Víctor
Jara. Esto nos angustió mucho. Ese mismo día, en la tarde, vino un prisionero a decirme
que Víctor Jara quería hablarme. Fui a los urinarios arreglándomelas para pasar delante de
la oficina donde estaba detenido. Al pasar, le hice señas para que me siguiera. Se me reunió
en los urinarios bajo la guardia de un soldado, quien se quedó delante de la puerta. En ese
momento, Víctor estaba muy débil, caminaba con mucha dificultad. Su nariz estaba
quebrada. Su rostro estaba aún más hinchado. Su camisa estaba llena de sangre. Hablaba
con dificultad. Me dijo que había sido golpeado nuevamente. Lo que quería decirme
principalmente era que, en su opinión, se nos había colado un espía en el grupo.
Efectivamente, cuando era interrogado, advirtió a un empleado de la universidad que
hablaba muy libremente con los militares y quería advertirnos de este hecho. El soldado
puso fin a la conversación. Nunca más lo volví a ver. Cuando partíamos hacia el Estadio
Nacional, un brasileño nos dijo que lo había visto la noche anterior, en el subterráneo,
tendido en el suelo. Ya no podía hablar. Tenía sangre en el vientre”.
César Fernández: “Había otro grupo también separado del resto de los detenidos, en la parte
alta de la galería sur. Ambos grupos habían sido separados por ser personas mas conocidas.
Reconocí allí a Osiel Núñez, presidente de la Federación de Estudiantes de la UTE, y a un
periodista y profesor cuyo nombre no recuerdo que hacia un programa de concursos de
conocimientos muy famoso en radio y televisión [Mario Céspedes]. Víctor Jara se quedó
con nuestro grupo aproximadamente un día completo. Se produjo entonces una
reorganización de los prisioneros en grupos con el objeto del traslado al Estadio Nacional.
Y en esas circunstancias, un par de horas antes que nuestro grupo partiera, unos tres o
cuatro militares vinieron a buscar a Víctor Jara, lo golpearon y se lo llevaron con destino
desconocido” (60).
Otro de los prisioneros relata: “El viernes 14 en la tarde nos hicieron constituirnos en
grupos de unos 200 para ser trasladados al Estadio Nacional. Víctor quedó en mi grupo.
Escribió en un pequeño papel un poema que titulo Somos cinco mil. Luego supe que el
poema salió al exterior, pero con otro título. El original que Víctor escribió fue entregado a
un compañero que continúa viviendo en Chile y que lo escondió en uno de sus calcetines,
donde fue descubierto por los militares en el interrogatorio que le hicieron en el tristemente
célebre velódromo del Estadio Nacional. Nuestro grupo fue el antepenúltimo que salió
hacia el Estadio Nacional el viernes 14, como a las 22:00. Alrededor de dos horas antes una
patrulla vino a buscar a Víctor y en medio de golpes e insultos lo apartaron de nosotros.
Cuando nuestro grupo abandonó el Estadio Chile, por un pasadizo lateral, divisé a Víctor en
el hall de entrada del estadio. Se encontraba en el suelo y sangraba… Fue la última vez que
lo vi. Víctor no llegó esa noche al Estadio Nacional. Ni esa noche ni en los días
siguientes…”.
El abogado Hugo Pavez: “El viernes 14 de septiembre fuimos subidos a las graderías y allí,
a pocos metros, vi a Víctor Jara quien se encontraba con la mitad de la cara muy amoratada
e hinchada producto de los golpes recibidos. Estaba sentado y sin hablar. Cuando nos
colocaron en las graderías ordenaron que nos inscribiéramos y luego en distintos grupos
fueron sacados del estadio. El grupo en que yo me encontraba fue el último en inscribirse.
A Víctor lo volví a ver al día siguiente cuando estábamos formados en la cancha a punto de
subir a una micro que nos trasladó al Estadio Nacional. El Estadio Chile ya prácticamente
estaba vacío. Solo quedó un grupo pequeño entre los que estaban Víctor Jara y Danilo
Bartulín, médico del staff de Salvador Allende” (61).
Boris Navia Pérez: “En la noche del viernes 14 estuvimos a punto de subir a los buses que
llevaban a la gente al Estadio Nacional. Víctor estaba con mi grupo. Sin embargo, una
última orden nos hizo retroceder y volvimos a la galería en donde pasamos la noche. La
mañana del sábado 15 de septiembre, salieron algunos prisioneros en libertad y todos
empezamos a redactar pequeñas notas dirigidas a nuestras familias para informar que
estábamos vivos, con la esperanza de que algunos de los afortunados pudiera llevar nuestras
cartas. Víctor me pide lápiz y papel y empieza a escribir lo que todos pensamos era una
nota para Joan, su mujer. En ese momento, él estaba sentado entre el profesor Carlos
Orellana y yo, cuando de improviso se acercan dos soldados y uno le pega un fuerte
culatazo en la espalda y el otro lo toma por el cuello de su chaqueta y lo arrastra hasta la
parte superior del estadio. Víctor suelta el lápiz y el papel, y a duras penas puede dar unos
pasos entre sus captores. Ese mismo sábado, a las 14:00, nos sacaron del Estadio Chile y en
el foyer presenciamos un espectáculo dantesco: 40 o 50 cadáveres tendidos a la entrada,
casi todos manchados de blanco por el yeso que había en los subterráneos, recinto en aquel
momento en reparaciones. Entre esos cuerpos estaba el de Litre Quiroga, director de
Prisiones y nuestro querido Víctor Jara. Su cuerpo estaba tendido de lado, podíamos ver su
cara y su ropa manchadas de sangre… Al llegar al Estadio Nacional, golpeados, torturados
y entristecidos por la muerte de Víctor, comprobamos que el papel y lápiz que él me pidió
en el Estadio Chile, no estaba destinado a escribir una carta, sino que dio vida a la última
expresión de su canto y poesía, escribiendo su último poema”.
La estudiante de Ingeniería de la UTE, Erika Osorio: “Volví a ver a Víctor Jara el día
viernes 15 de septiembre, cuando fui bajada por segunda vez al subterráneo, a
interrogatorio. Cuando me sacaron, un oficial le ordenó al militar que me custodiaba que
me trasladara a donde estaba el grupo de la UTE que permanecía en el mismo subterráneo,
ya que nos iban a matar a todos. Pude ver, al final de una especie de pasillo en ese sector, a
varias personas muertas. Sus cadáveres estaban sobrepuestos. Otras estaban aún vivas, pero
todas con señales de maltrato físico o heridas. Entre estas personas se encontraba Víctor
Jara. Estaba sentado en el piso, mirando hacia el suelo. Su cara estaba muy herida y
sobretodo sus manos, las que tenía ensangrentadas. A instancias del militar que me
conducía afortunadamente pude ser devuelta a las graderías del Estadio Chile, saliendo
libre el día siguiente, junto a un grupo de mujeres que venían del Cordón Industrial de
Cerrillos” (62).
Transcurridos 40 años del Golpe de Estado aún se abren compartimentos secretos de lo que
ocurrió aquel 11 de septiembre de 1973. Porque hubo otras tropas destinadas al Estadio
Chile que aquellas que hasta ahora se conocían. Es el caso preciso del contingente que llegó
desde Antofagasta, del Regimiento “Esmeralda”. El coronel (R) Juan Quintana era teniente
y segundo al mando de la Segunda Compañía de Fusileros de ese regimiento en esa fecha,
unidad a cargo del capitán Jorge Ramón Durand González y que también integraban los
subtenientes José Luis Contreras Mora, Fernando Daguerrasar Franzani y Rolando López
Álamos. Sería ese grupo de soldados venidos de Antofagasta uno de los últimos en retirarse
del Estadio Chile. Una ventana que abre nuevos testigos.
El coronel (R) Quintana relató:
“Salimos de Antofagasta a las 00:00 horas, llegando a las 4:00 horas al Grupo 10 de
Cerrillos, con un total de 160 hombres. Una vez en Cerrillos, a eso de las 7:00 horas,
fuimos trasladados en buses hasta el Estadio Militar, ubicado en Rondizzoni [hoy Club de
Campo de Suboficiales del Ejército] encontrándonos en el lugar con una fuerza de 6500
hombres de todo Chile. A la Primera Compañía de Fusileros del Regimiento ‘Esmeralda’ se
le ordenó embarcarse a Santiago 24 horas antes, viniendo a cargo del teniente Alexander
Hananías Barrios… El día 15, a eso de las 8:00, por orden del capitán Durand, la compañía
completa debió dirigirse al Estadio Chile donde fuimos recibidos por el comandante Mario
Manríquez Bravo quien nos señaló, junto al capitán Durand, que en el recinto había un total
de 5500 detenidos que provenían principalmente de las empresas del Cordón Cerrillos y
que nuestra misión era la custodia de la totalidad de los detenidos distribuidos únicamente
en las tribunas y en la cancha… Tengo la certeza absoluta de que además de los alumnos de
la Academia de Guerra, estaba el 1º y 2º curso de Aspirantes de Ayudantías de la Escuela
de Telecomunicaciones en el Estadio Chile. Pero la Primera Compañía de Fusileros del
‘Esmeralda’, a cargo del teniente Hananías, no puso un pie en el Estadio Chile ya que les
correspondió constituirse en La Moneda con posterioridad al pronunciamiento militar.
Estuvimos en el Estadio Chile la Segunda Compañía completa, desde las 8:00 del sábado
15 hasta las 9:00 del domingo 16, cuando se inició el traslado total de los 5500 prisioneros
políticos hacia el Estadio Nacional. Quienes realizaban los interrogatorios en el subterráneo
del recinto o camarines eran los tenientes Edwin Dimter y Raúl Jofré, entre otros… Conocí
en el interior del estadio a Litre Quiroga, director general de Prisiones, a quien vi junto a
unos 30 detenidos extremistas en un hall a la entrada del recinto, llamado Patio Siberia.
Estaban todos amarrados de manos y de pies, boca abajo en el suelo. Litre Quiroga vestía
un terno color gris oscuro con rayas blancas, se encontraba en malas condiciones físicas y
le perdí el rastro en el traslado al Estadio Nacional. Cuando nuestra compañía llegó al
Estadio Chile, ya se encontraban allí los cursos de la Academia de Guerra, siendo nosotros
los últimos en llegar y los últimos en irnos” (63).
Osiel Núñez: “El sábado 15 me encontraba aislado del resto de los detenidos, junto a un
matrimonio uruguayo y a un argentino con el pelo rasurado que finalmente fue ejecutado
según la versión de un soldado. Aproximadamente a las 19:00, se constituyó una fila de
prisioneros frente a una puerta lateral derecha. En esa fila distinguí, entre otros 20 o 30
prisioneros, a Carlos Naudón, Mario Céspedes, Danilo Bartulín y Víctor Jara. Momentos
antes de salir, pasó un oficial joven, de tez blanca, casi rubio y voz de mando, y sacó a
Danilo Bartulín y a Víctor Jara de la fila. A Víctor lo ubicó en una sala contigua y se nos
hizo salir. Víctor me sonrío… A nosotros nos trasladaron al Estadio Nacional donde
habilitaron un camarín para los llamados ‘peces gordos’. A este camarín llegó Bartulín, por
lo que Víctor habría quedado solo”.
Esa fue la última vez que Víctor Jara fue visto con vida.
El último eslabón
Fue un día de mayo de 2009 cuando el que fuera conscripto de Tejas Verdes, José Paredes
Vásquez, se decidió. Paredes fue asignado al Estadio Chile y por 36 años guardó el secreto
de lo que vivió allí, hasta llegar donde un juez y revelar lo que vio un día en los
subterráneos: Víctor Jara y Litre Quiroga eran lanzados contra la pared. Detrás de los
prisioneros, Paredes vio llegar al teniente Nelson Haase y al subteniente a cargo de los
conscriptos. Este fue parte de su relato ante la justicia:
“El teniente Jorge Smith comenzó a jugar a la ruleta rusa con un revólver que portaba. Se
acercó a Víctor Jara, quien se encontraba de pie, mirando hacía la pared, con las manos en
la espalda, por lo que Smith hizo girar la nuez del revólver, lo cerró, apuntó a la cabeza de
Víctor Jara, en la región parietal derecha, y disparó. Luego de recibir el tiro, Víctor Jara
cayó al suelo, hacia el costado. Comenzó a convulsionar en el suelo y el teniente Smith me
ordenó rematarlo en el suelo… Cuando esto ocurría los otros detenidos que se encontraban
en el lugar, entre los que estaba Litre Quiroga, estaban arrinconados, manteniéndose en
silencio. Luego de los disparos llegaron al camarín otros oficiales para ver si los
uniformados nos encontrábamos bien. Luego de esto, el teniente Smith llamó por radio a
una ambulancia, llegando luego de un corto rato un camillero, quien nos entregó una bolsa
plástica de color café con mimetismo, por lo que procedimos a meter el cadáver de Víctor
Jara en la bolsa y lo subimos a la camilla, para luego ser retirado del lugar, ignorando qué
harían con el cadáver…”.
Smith y Nelson Haase, junto a otros oficiales, habrían asesinado a los otros prisioneros que
se encontraban al interior del camarín, entre los que se encontraba Litre Quiroga. Según el
protocolo de autopsia, el cuerpo del cantautor tenía aproximadamente 44 impactos de bala
en su cuerpo. El de Quiroga indica 38 impactos de proyectiles.
José Paredes diría más tarde que todo lo inventó. Porque es fantasioso. Otros oficiales
dirían que robaba, lo que contrasta con la hoja de vida de los empleadores de Paredes, el
hijo de un suboficial de Carabineros. Y muchos han reiterado que Paredes no viajó a
Santiago con el contingente de Tejas Verdes y que jamás estuvo en el Estadio Chile. Nada
calza. No solo porque el relato de Paredes es consistente con los más de cien testimonios
acumulados de cómo y quiénes interrogaban, torturaban y asesinaban al interior del Estadio
Chile. Por muy fantasioso que fuera Paredes, es difícil creer que su imaginación recreara
tanto nivel de detalles de lo que allí ocurrió. Porque lo más importante es que hay a lo
menos otros tres testimonios que certifican que José Paredes sí viajó a Santiago desde Tejas
Verdes y estuvo en el Estadio Nacional.
El cadáver de Víctor Jara fue lanzado en una calle de Renca en la mañana del domingo 16
de septiembre. El informe de autopsia, firmado por el doctor Exequiel Jiménez Ferry,
indica que Víctor Jara medía 1,67 y pesaba 66 kilos. “En la región parietal derecha hay dos
orificios de entrada de bala. En la región torácica, 16 orificios de entrada de bala y 12
orificios de salida de diferentes tamaños. En el abdomen, hay 6 orificios de entrada de bala
y 4 de salida. En la extremidad superior derecha, hay 2 heridas de bala transfixiante. En las
extremidades inferiores, hay 18 orificios de entrada de bala y 14 de salida. Causa de
muerte: heridas múltiples a bala”.
Hasta hoy el juicio para identificar a los hombres que torturaron y dieron muerte a Víctor
Jara sigue abierto. En una de sus carátulas se lee: “Está establecido que en el último grupo
que quedó en el Estadio Chile y en el que se encontraba Víctor Jara, también estaban
Manuel Cabieses, Laureano León (subsecretario de Previsión Social), Waldo Suárez, Darío
Pérez, Adriana Vásquez y Danilo Bartulín (64).
Fuente: Archivo diario La Nación. Universidad Diego Portales.
La Academia de Guerra y la DINA
En septiembre de 1973, Manuel Contreras obtuvo de Pinochet el consentimiento para su
gran obsesión: la organización de una nueva estructura de inteligencia para iniciar la lucha
antisubversiva. Y sería él quien la comandaría. Había nacido la DINA y su primer cuartel
sería la Academia de Guerra, institución que muy pronto dirigiría. De hecho, las primeras
comisiones de servicio de los oficiales escogidos por Contreras para integrar el alto mando
del organismo secreto, llevan el rótulo “destinado a la Academia de Guerra”: Raúl Iturriaga
Neumann, Gustavo Abarzúa (65) y Rolf Wenderorth (66), todos ellos alumnos de la
academia.
Hasta hoy no se sabía que altos oficiales de la Academia de Guerra participaron en los
equipos de interrogadores y torturadores del Estadio Chile. Quizás esa sea una clave que
explique por qué el Ejército por más de 35 años se negó a entregar las nóminas de quienes
estuvieron destinados al Estadio Chile y sus mandos, las que fueron solicitadas en
innumerables ocasiones por diversos jueces. Lo mismo ocurrió con la lista de los alumnos
que estaban en la Academia de Guerra en 1973.
Esa persistente obstrucción a la justicia por parte del Ejército, que se mantiene hasta hoy,
adquiere otro significado cuando queda al descubierto que los nombres protegidos
formaron parte de la que fuera la elite militar en 1973. Porque a partir de septiembre de ese
año ellos fueron los que mantendría el control del Estado por los siguientes 17 años. Esa
generación, ubicada estratégicamente en la Academia de Guerra, tendría el mayor poder
jamás desplegado en la historia del régimen militar. De sus alumnos, 28 llegaron a ser
generales y ocuparon los más altos puestos del Estado y la institución. Y otros 14 oficiales
lideraron los servicios secretos, ya sea en la DINA o en la CNI (ver nómina). Allí está, en
parte, el origen del secreto en torno a quiénes asesinaron a Víctor Jara, Litre Quiroga y
todos los que murieron y fueron brutalmente torturados en el Estadio Chile.
NOTAS
(1) Álvaro Puga fue el primer subsecretario general de Gobierno, hasta junio de 1976 y fue
miembro del Departamento de Operaciones Sicológicas de la DINA. Su acción en esos
años aparece en varios de los documentos de la DINA encontrados por la autora en el
Archivo Judicial de Argentina y que pertenecían a Enrique Arancibia Clavel. Parte de su
declaración judicial del 21 de septiembre de 2007.
(2) Roberto Guillar fue el locutor oficial del Golpe el 11 de septiembre. Integró la
CONARA y en 1976, fue subsecretario de Guerra. En 1981, dirigió el COAP (Consejo
Asesor de la Presidencia), que luego se transformó en Estado Mayor Presidencial. En 1980,
fue nombrado por Pinochet ministro Secretario General de la Presidencia, desde donde
protagonizó graves cortocircuitos con la Iglesia Católica. Desde 1979 hasta 1982, fue
director de la Compañía de Teléfonos. Ministro de Vivienda en 1982 y 1983. Intendente de
Santiago en 1984, y agregado Militar en Estados Unidos hasta 1986. En 1985, ascendió a
mayor general y en 1987, asumió la Dirección de Logística del Ejército. En 1988, pasó a
retiro y fue nombrado por Pinochet cónsul general en Los Ángeles.
(3) Enrique Morel Donoso ascendió a general en 1974 y dejó de ser edecán de Pinochet. En
1977, fue el jefe militar de la Zona en Estado de Emergencia de Santiago. Fue presidente de
Soquimich y en 1979 le dejó su cargo a Julio Ponce Lerou, yerno de Pinochet. En 1981, fue
designado embajador extraordinario y plenipotenciario ante todas las sedes diplomáticas de
Chile en el extranjero. En 1982, fue presidente de Codelco y director del Banco del Estado
(1982-1989). Fue rector de la Universidad de Chile por pocos meses. En 1986, ascendió a
mayor general y en 1989 reemplazó a Pedro Ewing en la Dirección de Frontera y Límites
de la Cancillería. Su hermano Alejandro fue jefe de Zona en Angol para el 11 de
septiembre de 1973 y más tarde efectivo de la CNI. También fue gerente general de
Chilectra y alcalde designado de Ñuñoa, además de agregado Militar de Chile en Honduras
y Guatemala.
(4) Al momento de partir en la Caravana de la Muerte, como segundo de Arellano,
Arredondo ya había sido informado por Pinochet de su próxima destinación: director de la
Escuela de Caballería, un regalo para quien era conocido por su pasión por los caballos.
Pero nunca se desligó de la DINA, cumpliendo funciones secretas en el extranjero,
principalmente en Brasil (donde fue agregado militar); y Estados Unidos. En 1976, haría un
importante viaje con Manuel Contreras a Irán, junto al traficante de armas Gerhard Mertins
y un general brasileño. Fue procesado por los crímenes de la comitiva de Arellano, siendo
el segundo al mando y por la ejecución de 9 personas en Quillota, a las que se hizo aparecer
como muertas en un enfrentamiento.
(5) El general Arturo Vivero fue el primer ministro de Vivienda de la dictadura.
(6) Yerno de Manuel Contreras.
(7) Declaración del conscripto R..A., del 14 de enero de 2009. Ingresó a realizar el servicio
militar el 2 de abril de 1973, hasta abril de 1975, fecha en la cual regresó a la vida civil.
(8) C.A.P. declaró el 30 de enero de 2009. En su caso y en otros similares, se optó por
utilizar solo las iniciales de conscriptos ya que fueron de alguna manera obligados a
cumplir determinadas misiones.
(9) Declaración del 20 de abril de 2007 del capitán de fragata (R) Guillermo Segundo
González Salvo.
(10) Marcelo Moren, en 1973, era mayor de la dotación del Regimiento Arica de La Serena
y se incorporó, en septiembre, a la DINA, a la que perteneció hasta 1977. Fue el segundo
jefe de Villa Grimaldi y jefe de la Brigada «Caupolicán» de la DINA. En 1976 cumplió
misión en Brasil, donde estaba instalado el principal centro de adiestramiento para la
dotación DINA. Desde 1977 y hasta 1981, siendo coronel, fue asignado a la comandancia
en jefe del Ejército. Del ‘81 al ‘84 estuvo en la Guarnición de Arica y del ‘84 al ‘85 en el
Estado Mayor General del Ejército. Se fue a retiro en 1985. Ha sido sometido a proceso y
condenado en múltiples oportunidades por su responsabilidad en la detención y
desaparición de personas y cumple condena en una prisión militar.
(11) El teniente coronel Roberto Souper Onfray asumió como comandante del Regimiento
Blindados Nº 2, el 14 de enero de 1970. El 3 de enero 1972 fue designado en comisión de
servicio para que concurra a Cuba como invitado del gobierno de ese país por un total de 17
días a presenciar maniobras militares. El 29 de junio de 1973 pasa a la Comandancia
General de la Guarnición Militar de Santiago. El 23 de octubre de 1973, pasa al Comando
de Tropas del Ejército y el 1 de enero de 1974, asciende a coronel. El 2 de diciembre de
1974 fue destinado a la Dirección General de Reclutamiento y Estadísticas de las FF.AA.
Se fue a retiro el 2 de mayo de 1978.
(12) El mayor (r) Sergio Rocha Aros, fue destinado al Regimiento Blindado Nº 1
“Granaderos”en 1974 y se fue a retiro recién el 30 de junio de 1990.
(13) El coronel (r) Mario Garay Martínez registra la siguiente Hoja de Vida en el Ejército:
“24 noviembre 1972, destinado a Regimiento Blindado Nº 2; 5 febrero 1975, teniente,
destinado a Escuela de Blindados Antofagasta; entre el 1 de marzo y el 30 de junio de 1976,
a la Escuela de Inteligencia del Ejército, hasta 1978; En 1979, comisión extrainstitucional
comando en jefe del Ejército (lo que significa enviado a la CNI, hasta 1988; 16 febrero
1990, a la DINE. Se fue a retiro el 31 julio 1991.
(14) El capitán (r) René Eduardo López Rivera, registra la siguiente Hoja de Servicio en el
Ejército: “En abril de 1973, al Regimiento Blindado Nº 2; el 24 de diciembre de 1973,
destinado a EE.UU. para que “cumpla actividades determinadas por el Ejército desde el 15
al 27 diciembre de 1973; 7 septiembre de 1978, comisión de servicio a Sevilla; 28 de mayo
de 1991, deja de pertenecer al Ejército a contar del 29 de marzo de 1981, por
fallecimiento”.
(15) El 8 de noviembre de 2004 declaró Raúl Aníbal Jofré González.
(16) El coronel (r) Antonio Roberto Bustamante Aguilar, registra la siguiente Hoja de Vida:
“Enero 1976, Dirección de Inteligencia del Ejército, hasta 1979; 1980, comisiones de
servicio a Panamá y Londres; 1981, a Sudáfrica; en 1982, Cuerpo de Inteligencia del
Ejército; abril de 1983, comisión de servicio a Argentina, Paraguay, Perú, Panamá,
Honduras, Salvador, Corea y China. Se fue a retiro en abril de 2000.
(17) El coronel (r) Antonio Roberto Bustamante Aguilar, declaró el 9 noviembre de 2004
(55 años) y dijo haber estado destinado al CAJSI de Santiago hasta el 17 de enero de 1974,
cuando fue destinado al Depósito de Municiones y Explosivos Batuco”.
(18) El teniente (r) Edwin Armando Dimter Bianchi, declaró el 10 de noviembre de 2004.
(19) El 9 noviembre 2004 declaró el teniente coronel (r) Mario José Garay Martínez (57
años).
(20) El mismo mayor Enrique Cruz Laugier sería quien apoyaría horas más tarde el
desalojo de la fabrica Yarur en calle Club Hípico.
(21) Iván Herrera fue uno de los oficiales que ejecutó a los sobrevivientes de La Moneda en
Peldehue, después de que los sacaron del Regimiento Tacna. Lo confesó ante el tribunal 30
años más tarde.
(22) Relato que figura en su libro: Y todavía no olvido.
(23) El 9 de octubre de 2001 declaró Mario Aguirre Sánchez, dirigente entonces de la
Federación de Estudiantes de la UTE y más tarde empresario, quien permaneció como
prisionero en el Estadio Nacional hasta noviembre de 1973, cuando fue cerrado. “Me
liberaron junto a otros 12 compañeros salvándonos de ser conducidos al Campo de
Prisioneros de Chacabuco”.
(24) Juan Manuel Ferrari Ramírez declaró el 12 de agosto de 2008.
(25) David Miguel González Toro, mayor de Ejército (r) de Intendencia, declaró el 25 de
marzo de 2009 y dijo haber estado en el Estadio Chile durante “cinco a seis días, hasta que
se produjo el traslado de detenidos hacia el Estadio Nacional”.
(26) Manuel Isidoro Chaura Pavez, conscripto de Tejas Verdes, declara el 28 de enero de
2009, fue asignado a la Segunda Compañía de Combate, a cargo del capitán Luis Montero
Valenzuela, Tercera Sección, a cargo del teniente Rodrigo Rodríguez Fuschloger. Salió
licenciado a mediados de 1975.
(27) El subteniente de Ejército, Rodrigo Rodríguez Fuschloger, falleció en Santiago, el 15
de marzo de 1974, en un accidente.
(28) Osiel Núñez declaró en el proceso por la muerte de Víctor Jara en varias
oportunidades. Este relato es parte de su declaración ante la Comisión Rettig, el 18 de enero
de 1991.
(29) El subteniente (r) Pedro Rodríguez Bustos, declaró el 4 de abril de 2002, y pertenecía
al grupo de Operaciones del Regimiento “Arica” de La Serena.
(30) Fernando Polanco declaró el 29 enero de 2008, cuando tenía 66 años
(31) Carlos Orellana, quien fue editor en el exilio de la Revista Araucaria y más tarde un
reconocido editor de la Editorial Planeta, declaró por exhorto desde Francia para el juicio
en Chile el 11 de septiembre de 1979, estuvo detenido en el Estadio Chile desde el 12 hasta
el 17 de septiembre de 1973 y luego en el Estadio Nacional hasta el 25 de octubre de 1973.
(32) Osiel Núñez permaneció un mes en el Estadio Nacional y de allí pasó a la Cárcel
Pública acusado de ser el organizador de la resistencia armada en la UTE. Allí estuvo dos
años detenido. Fue sobreseído y trasladado a Tres Álamos donde permaneció tres meses.
Quedó con registro domiciliario hasta lograr autorización para salir del país. Regresó a
Chile en 1982.
(33) El abogado Boris Navia Pérez era jefe del Departamento de Personal y
Nombramientos de la Universidad Técnica del Estado, en esa calidad conocía bien al
profesor Víctor Jara. Fue también detenido en la UTE y llevado como prisionero al Estadio
Chile. Declaró el 23 de octubre de 2001.
(34) El comandante Mario Manríquez, ya fallecido, se desempeñó durante 10 años como
gerente de Seguridad de ENTEL.
(35) También la identidad de 31 conscriptos, 9 cabos y 4 sargentos que estuvieron con él en
esas funciones en el Estadio Chile.
(36) Enrique Kirberg fue llevado finalmente al Campo de Prisioneros de Isla Dawson con
los principales dirigentes de la Unidad Popular. Murió el 22 de abril de 1992, de un coma
hepático, Todos sus testimonios son parte de una extensa entrevista hecha por la autora.
(37) Ricardo Iturra era profesor y funcionario de la UTE, conoció a Víctor Jara en 1970 en
la UTE, en el desempeño de su trabajo, cuando Jara llegó como director de Teatro y
cantante y él era director del Programa de Educación Permanente. Declaró por exhorto
desde París el 3de septiembre de 1979 para el juicio en Chile por la muerte de Víctor Jara.
(38) Cesar Fernández Carrasco declaró por exhorto desde Alemania, era profesor de la UTE
donde estaba el 11 de septiembre.
(39) Julia Fuentes declaró el 19 de julio de 2003. En su declaración dijo también: “Cuando
el Estadio Chile fue desocupado, me enviaron a Tres Álamos (otro Campo de Prisioneros),
siempre como maestra de cocina. Recuerdo haber trabajado para Conrado Pacheco
Cárdenas y para un mayor de apellido Salgado”.
(40) Julio Guillermo Del Río Navarrete, ingeniero, 60 años, declaró el 11 de enero de 2005.
Fue uno de los prisioneros que identificó a Miguel Krassnoff Martchenko como “El
Príncipe”. Del Estadio Nacional salió en libertad el 2 de octubre de 1973, junto con el resto
de sus compañeros, salvo seis de ellos que fueron trasladados a Investigaciones. A muchos
de ellos les cambio la vida para siempre. Su testimonio ha sido corroborado por la autora
con otras dos personas que estuvieron prisioneros con él.
(41) El 24 de abril 2008, declara Guillermo Orrego Valdebenito (59 años).
(42) Declaración del 31 marzo de 2006.
(43) El 28 diciembre de 2007 declaró Lelia, identificó en las fotos al oficial Edwin Dimter
como “El Príncipe”. Así relató el hecho que le permitió salir en libertad: “En una ocasión,
llegó al estadio un grupo de los mismos militares que venían de La Serena y al que nos
habían entregado los carabineros en la UTE, a lo menos el sargento, quien nos dijo que al
responder la lista de la mañana siguiente debíamos indicar que estábamos detenidos por
toque de queda. Así, nos dejarían en libertad. Y así ocurrió”.
(44) El teniente coronel (r) Luis Bethke Wulf, en septiembre de 1973 era teniente de
Infantería en el Regimiento Nº 2 “Maipo”, de Valparaíso. Durante la Unidad Popular, su
familia sufrió la expropiación de sus tierras. Se acogió a retiro en 1985. Declaró el 1 de
febrero 2005.
(45) El brigadier (r) Raúl Aníbal Jofré González, registra la siguiente Hoja de Vida: “En
1970, curso de paracaidista en la Escuela de Paracaidistas, y es teniente el 1 de enero de
1971. Enero 1972, al Regimiento Blindado Nº 2. Primero de marzo de 1974, curso por
correspondencia “Aplicación Básico del Oficial Subalterno” hasta el 31 de mayo ’74; 7
septiembre ’74, comisión de servicio a Israel, Jordania, Líbano y Siria; 14 octubre ’74,
curso extraordinario “Aplicación Avanzado del oficial Subalterno de Blindados”, hasta el
31 octubre ’74 en la Escuela de Blindados (Antofagasta); 1 enero ’75, capitán; 6 marzo ‘75,
complementa Decreto Supremo, destinado a la Escuela de Blindados (Santiago). Se retiró el
30 de abril de 1998.
(46) El mejor y principal perfil del oficial Edwin Dimter ha sido una investigación de la
periodista Pascale Bonnefoy, publicada en 2006.
(47) El 8 de noviembre de 2004 declara Raúl Aníbal Jofré González. Cuando los
prisioneros del Estadio Chile fueron trasladados al Estadio Nacional, él sería el ayudante
del comandante del nuevo Campo de Prisioneros; el coronel Jorge Espinoza Ulloa.
(48) El coronel (r) Nelson Edgardo Haase Mazzei, en septiembre de 1973 tenía el grado de
teniente y se desempañaba como ayudante del subdirector de la Escuela de Ingenieros Tejas
Verdes, de San Antonio, cuyo director era el coronel Manuel Contreras Sepúlveda. En 1976
ascendió a capitán y pasó a la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA). En 1990 se fue a
retiro con el grado de coronel. Declaró el 27 de enero de 2005, tenía 58 años.
(49) El teniente (r) Edwin Armando Dimter Bianchi, declaró el 10 de noviembre de 2004.
(50) El teniente Edwin Dimter Bianchi, registra la siguiente Hoja de Vida en el Ejército:
“El 21 enero 1972, destinado como subteniente al Regimiento Blindado Nº 2 en Santiago;
el 10 enero de 1974, es nombrado teniente y pasa al Reg. Blindado Nº 1 “Granadero” en
Iquique, al año vuelve a Santiago, al Blindado Nº 2. El 31 diciembre 1976 se le concede
retiro absoluto.
(51) Hugo González González declaró el 17 de junio de 2008.
(52) Wolfgang Tirado declaró por exhorto el 11 de marzo de 1980. Conocía bien a Víctor
Jara pues “trabajábamos en el mismo departamento en la UTE: él en la sección Música y yo
en la de Películas.
(53) El arquitecto Miguel Lawner declaró el 31 de agosto de 2004
(54) El coronel (r) Juan Jara Quintana, quien se fue a retiro en 1994, declaró el 1 de agosto
de 2013.
(55) Al subteniente Herrera lo que vio e hizo le provocó un fuerte conmoción. Se fue a
retiro como capitán en 1983. Declaró el 30 de mayo de 2002.
(56) Declaración de Pedro Espinoza del 10 de enero de 2008.
(57) Testigo de ese retiro fue el entonces mayor de Carabineros Jorge Retamal Berríos.
(58) El 6 de febrero 2007 declaró Eliseo Cornejo (64 años).
(59) Potente ametralladora de piso de 11 o más kilos, de 1.300 metros de alcance, con una
cinta con 50 proyectiles a modo de cargador.
(60) El 2 de marzo de 2006, declaró César Leonel Fernández Carrasco, quien era profesor
de la UTE y miembro de su Consejo Superior.
(61) Extraído de la declaración judicial de Hugo Pavez del 15 de octubre de 2002, quien fue
detenido en la CORFO y llevado al Estadio Chile.
(62) El 14 mayo 2008 declaró Erika Osorio, estudiante de Ingeniería de la UTE quien fue
detenida y llevada al Estadio Chile.
(63) El coronel ( r) Juan Quintana declaró el 1 de agosto de 2013. Se fue a retiro en 1994.
(64) Danilo Bartulín, médico de Salvador Allende, fue liberado cuando La Moneda ardía, a
las 16:00 del 11 de septiembre de 1973, junto a los médicos: Oscar Soto, Patricio Arroyo,
Alejandro Cuevas, Hernán Ruiz, Víctor Oñate y José Quiroga. Después fue nuevamente
detenido y llevado al Estadio Chile y luego al Estadio Nacional.
(65) Gustavo Abarzúa, artillero, fue secretario de estudios de la DINA y de ahí pasó a la
Dirección de Inteligencia del Ejército (DINE), luego fue agregado Militar en Uruguay y
volvió a la DINE, donde estaba en 1984, siendo coronel. Llegó al generalato en 1987,
siendo nombrado jefe de la DINE. Desde allí, en marzo de 1988, amenazó con un nuevo 11
de septiembre. En 1989 tuvo también la dirección de la CNI. En marzo del ‘90, en la
reestructuración por el traspaso del poder, continuó como director de la DINE, pero en
octubre pasó a retiro. Se lo vinculó con el escándalo de La Cutufa, una financiera ilegal que
se formó al interior del Ejército y que terminó con homicidios nunca aclarados. Fue
procesado por haber dado la orden de asesinar al dirigente Jecar Neghme, en 1989, según
confesó uno de sus victimarios, pero la Corte Suprema lo absolvió en 2009.
(66) El coronel (R) Rolf Wenderoth, ingeniero, formó parte del alto mando de la DINA,
como subdirector de Inteligencia Interior. En 1995, fue jefe de Villa Grimaldi. Fue
destinado después a la CNI. En 1986, participó de la creación de una unidad especial
antisubversiva. En 1987, fue agregado Militar en República Federal Alemana y a su
regreso, en 1989, se fue a retiro. Fue condenado a 5 años y 1 día por la muerte de Manuel
Cotez Joo, en 1975. Ha sido sometido a proceso en varias oportunidades por su
participación en la detención y desaparición de personas e invariablemente ha pedido que
se aplique la Ley de Amnistía.
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