El efecto Pigmalión y la Imagen del niño de acuerdo con Reggio Emilia Por Fabiola Barrios El año pasado al estar preparando mi clase de Motivación para la educación, me encontré con el tema del efecto Pigmalión y sus implicaciones para las experiencias de aprendizaje. El efecto Pigmalión, en psicología y pedagogía, se refiere a la potencial influencia que la creencia que tiene una persona acerca de otra ejerce en el rendimiento de esta última. El efecto debe su nombre al mito griego de Pigmalión, un escultor que se enamoró de una estatua que había tallado, y, al final, ésta acabó cobrando vida -por su puesto gracias a la intervención de una deidad que se conmovió con el amor profesado. La historia y el tema han probado tener una conexión con educación ya que las creencias y expectativas que los maestros tengan acerca de sus alumnos podrían determinar en gran medida el resultado de la experiencia educativa de éstos. En una investigación realizada en 1966 por Rosenthal demostró que las expectativas o sesgos de un investigador influían en el comportamiento de sujetos estudiados independientemente del contexto o ámbito de la investigación y de las capacidades de los sujetos de investigación. MaClelland y Jacobson llevaron esta investigación a la educación donde pudieron corroborar los mismos resultados con maestros y alumnos. En pocas palabras el estudio validaba la idea de que, si el maestro recibía cierta información manipulada sobre la capacidad intelectual de sus alumnos, los alumnos que el maestro creía más inteligentes, al final del ciclo escolar obtenían mejores resultados. Esta idea tiene implicaciones éticas muy importantes porque así como un maestro puede llegar a ser una influencia positiva, también puede causar mucho daño. Estas reflexiones me llevaron a pensar en la poderosa imagen que los educadores de Reggio Emilia tienen de los niños. En un artículo anterior sobre Reggio Emilia ya había mencionado que la imagen del niño no es otra cosa que las creencias y la visión sobre la infancia en determinado contexto social. Estas creencias son parte de la cultura y se convierten en los filtros con los que interpretamos y actuamos. En Reggio Emilia han decidido conscientemente el ver a la infancia, o al niño como ellos lo llaman, como un ciudadano con derechos y el potencial de construir su propio aprendizaje. Un ser humano capaz de relacionarse con su entorno y aprender con y de otros. Un ser creativo, energético, reflexivo a su modo. Un ser tan rico en potencialidad que vale la pena aprender de él y con él. Esto es diametralmente opuesto a la educación tradicional y, muy frecuente, a nuestra cultura. Regresando al tema del poder de la imagen del niño en Reggio Emilia. ¿Es esta poderosa creencia la que les permite descubrir las potencialidades de los niños? ¿Es esta misma imagen la que provoca que vean grandeza en sus ideas, sus teorías y sus preguntas? Yo creo que definitivamente la respuesta es sí. El efecto Pigmalión podría explicar el por qué esta imagen tan poderosa ha logrado hacer visible la sensibilidad, la creatividad, la inteligencia y, sobre todo, la capacidad de los niños para aprender y transformar su entorno. No puedo evitar pensar qué diferente sería si todos los maestros de la primera infancia y los mismos padres de familia creyeran sinceramente que un niño es un ser extraordinario, complejo e individual que existe a través de sus relaciones con los otros. Un ser que desde el comienzo de su vida el niño surge como co-constructor de conocimiento, cultura y de su propia identidad; un ser que es entendido y reconocido como un miembro activo de la sociedad. Quizá entonces, nuestro país tendría mejores oportunidades de transformar lo que no funciona bien y de encaminar a nuestra sociedad hacia un mundo mejor. Y esta misma creencia es la que tendría el poder de evitar que un niño sea subestimado, humillado o ignorado. Enero 2019.