CAPÍTULO I: SIGNIFICACIONES FUNDAMENTALES 1.1. Definiciones de danzas La danza no es sólo una interpretación artística o una forma de hacer ejercicio; es una herramienta educativa, una terapia que combina creatividad y bienestar (Kokkonen, s/f, p. 2). Otra definición la otorga el Instituto América Latina (s/f) “La Danza es la expresión por medio del movimiento de una necesidad interior que se ordena progresivamente en el tiempo y en el espacio cuyo resultado transciende el nivel físico.” (p. 2) De otro lado, según Galmiche, 1986, citado por Acuña (s/f): “La danza es un modo de expresión corporal, innato, natural y espontáneo en el hombre. Está unida al ritmo. Primero sagrada, luego festiva, después se laicizó, se codificó y se convirtió en acto independiente” (p. 1). Asimismo, Marrazó (1975), dice de ella que consiste en la “Coordinación estética de los movimientos corporales” (p. 49). Por su parte Keaeppler (1978) la concibe como una “forma de cultura, resultado de un proceso creativo que se apoya en la manipulación humana del cuerpo en el tiempo y en el espacio” (p. 32). Herkovits afirma que: La danza es un arte transitorio mediante el movimiento rítmico del cuerpo humano en el espacio, con un propósito determinado, siendo reconocido el resultado del fenómeno tanto por los actuantes como por los observadores de un grupo dado (1973, p. 25). CONCLUSIONES: Entre las conclusiones, podemos señalar que la danza es una expresión artística muy antigua, y que se ha venido dando en todos los tiempos y en todos los lugares recónditos del mundo. Su principal objetivo es brindarle un valor histórico a las representaciones artísticas y conocimiento que el hombre ha adquirido tanto de la naturaleza como de las manifestaciones y costumbres adquiridas en cada pueblo. CAPÍTULO III: PLURICULTURALDAD COMO MEDIO DE DESARROLLO 3.1. El legado cultura de José María Arguedas: El Zorro de arriba y el zorro de abajo. La Municipalidad, la Beneficencia, la policía, los párrocos habían ordenado y persuadido a los pobres de las barriadas que su cementerio se trasladara a una pampa-hondonada que había al otro lado del alto médano de San Pedro. Cerca de la pampa-hondonada estaba el basural del puerto, pero pasaban también cerca la Carretera Panamericana y el camino asfaltado que subía a la cumbre donde acababan de instalar la torre transmisora de televisión. En ese campo, vecino a la barriada de San Pedro, al norte del casco urbano y de las veintisiete barriadas, pero en la línea de la carretera principal y no muy al este como el cementerio nuevo, serían enterrados los pobres, gratuitamente, sin costo parroquial, municipal ni de la Beneficencia. Las Asociaciones de Pobladores de cada barriada habían sido notificadas y suplicadas. Nadie les había dicho que se llevaran sus muertos ya sepultados en el médano del cementerio recién amurallado, solemnizado con el arco y la cruz de mármol. No se había cercado aún la parte alta del cerro. En cinco años, en diez años, se habían estirado esos largos y altos cuarteles de nichos blancos; se habían alzado sobre el viejo cementerio que fue chato, con lagartijas que iban dejando sus huellas en la arena cuando subían y bajaban el médano, con lechuzas mudas, color de arena, que pajareaban entre las cruces, como en los cementerios de los puertos menores del Perú que están todos en el desierto (Municipalidad de Nuevo Chimbote, 2013, p. 84). Pero aun así, amurallado y con su gran fachada de arco, semblanteado por el humo de las fábricas y el polvo, el nuevo cementerio seguía aún aislado por franjas de desierto, como exprofesamente respetadas por los líderes de barriadas, invasores de tierras para viviendas, hombres que habían conquistado con los serranos recién llegados al puerto, tanto aguadas pestilentes y zancudientas, como médanos y tierras sembradas y, por supuesto y más fácilmente, desiertos, los más próximos al casco urbano, como éstos que rodeaban al cementerio. Esos espacios desiertos dejaban el cementerio al silencio, ahora encerrado, y manchado aún por las cruces que los pobres estaban arrancando en ese momento en la cima del médano (Municipalidad de Nuevo Chimbote, 2013, p. 84.85). Los pobres estaban arrancando las cruces de sus muertos, cuando Moncada ingresó por el arco y siguió de frente. —El negro Moncada, el loco —dijo alguien que formaba parte de un grupito que aguardaba o parecía aguardar cerca del arco (Municipalidad de Nuevo Chimbote, 2013, p. 85). Las sombras se estiraban hacia el lado de la cordillera. Los pobres no dejaron una sola cruz en el lomo del médano. La gente de las barriadas allí reunidas8 sacó, primero, una cruz, cada quien, y sólo uno que otro sacó más de una cruz. Eran delgadas y cortas, con el madero horizontal plano. Esas cruces las pusieron en fila, con las leyendas de frente, en dirección del arco nuevo de la fachada. Después, arrancaron todas las cruces, comenzando por el este y el oeste, marcados por la cordillera y las islas de la bahía. Dejaron en el suelo sólo las que estaban muy inclinadas sobre la arena, como muertas o abandonadas. Un individuo joven, que exhibía correa ancha con vistosa hebilla, arrancó cinco cruces, y dos sujetos que lo acompañaban, sacaron siete cada uno. Con las cruces al hombro se acercaron todos a la fila de maderos que tenían las leyendas de sus nombres hacia el arco, las alzaron por la cabeza y se las pusieron al otro hombro. Y cada deudo desfilaba, médano abajo, con cruces sobre los dos hombros. Formaron así una comitiva muy grande que bajaba levantando polvo, una masa de gente que avanzaba sin hablar (Municipalidad de Nuevo Chimbote, 2013, p. 85). La procesión se detuvo un instante frente al mausoleo de un antiguo comerciante japonés que había sido principal en el puerto cuando fue puerto algodonero. El mausoleo era tan nuevo como el arco y estaba frente a él, reluciendo. Moncada alcanzó allí a la multitud, pero cara al médano; dio media vuelta, militarmente, bajó su cruz, como si fuera una escopeta, la apuntó hacia el mausoleo. —Japonés solito —dijo—. Forastero. ¡Te mato a ti, mato a todos! Lo iban a arrastrar, pero, otra vez, dio media vuelta y se metió rápidamente y en forma, entre la gente (Municipalidad de Nuevo Chimbote, 2013, p. 85-86). —¡Pobrecito! Se le habrá perdido, pues, la cruz de su muerto y ha traído esa grande, para siempre —dijo una mujer. Moncada quedó tranquilo, con la cabeza gacha, sudando del cuello, entre los deudos. Nadie más que él y el chanchero Bazalar llevaban una sola cruz (Municipalidad de Nuevo Chimbote, 2013, p. 86). Del pequeño grupo de hombres que estaba junto al arco salió un cura, vestido de civil, con cuello blanco duro. Alzó un megáfono a pilas, como el de los vendedores ambulantes más potentados. “Hermanas, hermanos, compañeros... —perifoneó— No siendo, no siendo disposición que ustedes lleven cruces ni cadáveres de este cementerio a otro cementerio. Solamente nuevos muertos enterrar en otro cementerio, otro lado San Pedro. Ustedes decidir, ilustrísimo obispo Monseñor, respetar. Yo dar nombre ilustrísimo obispo, bendición. Cualquier tierra santo, santo, tierra de Dios para recepción del alma y cuerpo Cristo. Amén” (Municipalidad de Nuevo Chimbote, 2013, p. 86). Alzó las manos para bendecir. Moncada se adelantó unos pasos, salió de entre la gente caminando como soldado; bajó su cruz en que el trozo de red flameaba algo; hinchó el pecho como cuando se vestía de pituco elegante y apuntó con el madero al cura (Municipalidad de Nuevo Chimbote, 2013, p. 86). —¡Gringo! —le dijo—. Monseñor, gran celestial. ¡Enterrador Y se dirigió a la puerta de arco, a paso rápido, con la cruz al hombro —¡Loco ha de estar de la pena! —dijo alguien. La gente se echó a caminar tras de Moncada, sin volver la cara hacia el cura norteamericano y su comitiva. Únicamente Gregorio Bazalar, un chanchero de San Pedro, que encabezaba la procesión, le hizo un adiós ambiguo con el brazo (Municipalidad de Nuevo Chimbote, 2013, p. 86). CONCLUSIONES: El legado cultural de José María Arguedas, en la obra “El Zorro de arriba y el Zorro de abajo”, es la descripción de la realidad socioeconómica y cultural de la ciudad de Chimbote de los años 60, tiempo en el cual atravesaba un proceso de industrialización y conflictos demográficos. Asimismo, la obra cobra trascendencia porque retrata el tiempo de apogeo de la pesca que atrajo a muchos inmigrantes de distintas partes del Perú, siendo el grupo más significativo el de los andinos. En la novela se menciona la barriada de San Pedro que surgía sobre un gran médano, más lejos se hallaba otra barriada que se hallaba cerca al antiguo cementerio y en la ruta de la carretera central. Más allá se hallaban los arenales. Justamente hay una escena que habla de esta zona de los arenales: El local Moncada era un hombre loco y zambo que predicaba en calles y plazas del puerto. Por ese entonces las autoridades habían convencido a los pobladores pobres a que enterraran a sus muertos en un nuevo cementerio habilitado en una pampa hondonada situado al otro lado de la barriada de San Pedro. El antiguo cementerio que había sido cercado con un muro, sería destinado en adelante para la gente pudiente. Los pobladores de las barriadas, instados por sus líderes, organizaron entonces una «procesión de cruces»: arrancaron las cruces de las tumbas de sus muertos (situadas en la parte alta del viejo cementerio) y las trasladaron al nuevo cementerio, haciendo una larga marcha. Nadie comprendía el motivo del loco Moncada para sumarse a esa procesión; la cruz que abandona en la hondonada es recogida por el sacristán-guardián del cementerio, que decide colocarla en lo alto del médano del cementerio. Arguedas, nos describe al indio inmigrante, como aquella persona débil de carácter que sucumbe a la presión del entorno y va perdiendo en forma gradual su identidad cultural; sus hijos se acriollan y adquieren otras costumbres; pero lo más grave es la degeneración moral del hombre andino que cae en los vicios urbanos como la borrachera dentro de los bares y los burdeles del puerto. De otro lado, la industrialización, tiene consecuencias catastróficas en el medio ambiente: la pesca indiscriminada y la contaminación que producen las fábricas disloca el equilibrio natural; por ejemplo las aves marinas agonizan tristemente de inanición al perder su alimento que es absorbido por el monstruo llamado industria pesquera. Municipalidad de Nuevo Chimbote (2013). El Zorro de arriba y el Zorro de abajo. José María Arguedas. Perú: Fondo Editorial de Nuevo Chimbote.