Aquín enmarca dentro del concepto de “autonomía relativa” la libertad que tiene una profesión para desarrollarse y transformar su propia tarea. Bajo este análisis, se pueden observar las relaciones de poder y el grado de independencia de las profesiones. En el caso de los/as trabajadores/as sociales, al ser ellos/as quienes llevan a la praxis las políticas públicas delineadas por el Estado, no es un factor determinante para su autonomía la dependencia del carácter institucional y socioeconómico del mismo. En ese sentido se remarca la importancia de la autonomía intelectual. Es ésta quien nos brinda el carácter reflexivo y la capacidad de expresarnos acerca de los tópicos relativos al deber del Estado en relación con los tópicos tratados por el trabajo social, con nuestras debidas reivindicaciones. Posibilitando así encabezar procesos transformadores dentro de las condiciones socio-históricas en las que estamos insertos. El trabajo social es una actividad que tiene un grado de legitimidad menor si lo comparamos a otras profesiones con las que se articula con el fin de hacerse cargo de los conflictos que surgen en el tejido social. Esto se debe al traspaso de la “ayuda social” a instituciones estatales, entendiendo al trabajo social como mero objeto de instrumentación y operación técnica –en el imaginario de las sociedades capitalistas modernas- como una actividad similar a las antiguas actividades benéficas. También el predominio de la mujer dentro de esta profesión es un factor decisivo en la carencia de legitimidad por parte de estas sociedades. Se quita así el sentido reflexivo, analítico y transformador (distinto a estrategias inmediatas, paliativas) del trabajo social. Un mercado de trabajo poco estructurado, sumado a la flexibilización laboral que actúa como un proceso de desprofesionalización del trabajo social, generan bajos costos de mano de obra para garantizar la venta de la fuerza de trabajo de los y las trabajadores y trabajadoras sociales. Se perjudica así, el reconocimiento público hacia este sector. Se produce entonces, una fragmentación del conflicto donde las áreas profesionales que deben intervenir se encuentran en desigualdad de condiciones por la distinta valoración existente sobre sus actividades, debido al grado de autonomía relativa que cada una de ellas posea.