Dgo 4 Cuaresma C- 31.03.19 (Jos. 4:19, 5:10-12; 2Cor. 5:17-21; Lc. 15:1-3,11-32) El Evangelio está lleno de joyas. La joya que nos presenta en esta liturgia es una de las más preciosas: la parábola del Padre entrañablemente BUENO; se acostumbra llamarlo la parábola del hijo pródigo. En verdad el actor central es el Padre, Nuestro Padre Dios. El Padre amaba a los dos hijos; y ambos necesitaban un cambio interior radical. En esta parábola, Jesús nos introduce profundamente en el misterio de Dios; también en el misterio de la condición humana. Es una parábola muy actual. Estamos experimentando penosamente en nuestra Iglesia en Chile la condición humana. Estamos apenados por los pecados de personas consagrados que han sido publicitados por los medios de comunicación. Muchos tienen razón. Son muy lamentables. A veces hay exageraciones, a veces otros que no tienen fundamento. Por ejemplo, de la llamada fraternidad sacerdotal de Rancagua: primero, no existía tal fraternidad. También la mitad de ellos han sido sobreseído; además no he tenido noticia de ningún adolecente víctima de ellos. Evidentemente el programa de Canal 13 fue una exageración. Esto hizo un daño grande a los inocentes: fue muy injusto. La verdad es sagrado. Los periodistas tiene la tendencia de hacer las noticias sensacionalistas. Pero no de distorsionar la verdad. Jesús conoce la condición humana. La semana pasado, Jesús nos dijo que los que murieron por la caída de la torre "no eran más pecadores que los demás habitantes de Jerusalén". En el Evangelio de S Juan, Jesús invitó a los que estaban condenando una mujer adultera: "él que no tiene pecado tira la primera piedra". Y todos se retiraron. Así les hizo mirar a su propio pecado y no al de la otra. Esto es lo que todos tenemos que hacer. En verdad no podemos hacer un juicio justo a nadie. Sólo Dios tiene todos los antecedentes, toda la historia interior de cada persona, para hacer un juicio justo. También Jesús nos advirtió: "La medida que Uds. usan para medir, la usarán con Uds." ¡Es peligroso condenar a otro. En todas las épocas, hemos tenido pecadores y santos en la Iglesia. Cada uno de nosotros podría ser muy bueno o muy malo, muy santo o muy pecador. Por la gracia de Dios la mayoría no somos grandes pecadores: por nuestra negligencia la mayoría no somos muy santos. La diferencia: los santos buscaban a Dios con todo y cooperaban heroicamente con su gracia; si pecaron, lo reconocían y luchaban contra esta tendencia o debilidad. Los pecadores ceden a las tentaciones, muchas veces por debilidad o ignorancia; si no luchan en contra, su consciencia se apaga y justifican sus acciones. Creo que hay pocos pecados de malicia. A los que le estaban crucificando, Jesús dijo: "No saben lo que hacen". En la Exhortación Apostólica, "Gaudete y Exultate", sobre la santidad en la vida diaria, del 19 de Marzo del año pasado, el Papa Francisco nos ha regalado muchas pautas para cultivar una espiritualidad evangélica bastante simple y práctica. Es muy pastoral. Es muy animador y recomendable para la vida cristiana diaria, sea para sacerdotes o para laicos. Jesús llama a todos nosotros a ser santos, no en un sentido espectacular, sin escondidos. En este tiempo de cuaresma estamos intentando mejorar nuestro seguimiento de Jesús. Queremos conocerlo mejor. Todos necesitamos mirar a Él para aprender a conocer la condición humana; es nuestra propia condición. Quizás la mayoría de nosotros hemos experimentado la tentación de ser un hijo pródigo, y por la gracias de Dios lo rechazamos; pero quizás hemos caído en la trampa como el hijo mayor: no entendía y no aceptaba el amor del Padre al hijo menor. No creemos cuando nuestras autoridades eclesiásticas piden perdón, sino seguimos tirando piedras a ellas. Los dos hijos necesitaban un cambio profundo de vida. En esta Eucaristía oremos por la sanación de las heridas de nuestra condición humana. Pidamos por la unidad de todos los creyentes aquí en nuestro país. Suplicamos para que cada creyente cultiva una espiritualidad evangélica en su vida diaria; así, y solamente así, vamos a mejorar nuestra realidad, social y eclesiástica. Necesitamos esto para sanar nuestra condición humana. Y es la Gracia que Dios, nuestro Padre Bueno quiere regalarnos.