Boletín LA RESURRECCION CORPORAL EN LA EXEGESIS MODERNA LA RESURRECCION DEL CUERPO EN LA DISCUSION EXEGETICA MODERNA Hemos de hacer dos advertencias previas: l. La exégesis neotestamentaria es, por razón de su mismo objeto, una disciplina teológica ecuménica. Todo exegeta, sea de la línea que fuere, tiene que vérselas con el mismo objeto material, el Nuevo Testamento y sus textos. No tiene utilidad alguna el desoírse unos a otros a la. vista de la pluralidad de esfuerzos. Por eso, en el informe bibliográfico que sigue, sólo se presentará a cada autor como protestante o católico cuando ello suponga una diferencia notable de concepciones. 2. Cuando el tema de la resurrección ( &vó.o­ra.at<;) aparece formalmente en el lenguaje del Nuevo Testamento como destino definitivo de los creyentes, se habla de «resurrección de los muertos» {por ejemplo, en Ap 24,21; 1 Cor 15,21s.21.42; Heb 6,2) o «de entre los muertos» (como en Act 4,2; Le 20,35), no de la resurrección del cuerpo. Es evidente que, con exclusi6n del evangelio de Juan, se supone, sin discusión, que la resurrección de los muertos hay que entenderla como resurrección del cuerpo. Según esto, el pensamiento de la resurrección del cuerpo viene a ser una interpretación de la resurrección de los muertos. Otras interpretaciones podrían haber sido excluidas por los autores de los escritos neotestamentaríos. Pablo es el que inicia un progreso del pensamiento en el tema de la resurrección de los muertos, cuando, en 1Cor15, después de confirmar dicha resurrección, se pregunta: «¿Cómo resucitan los muertos? ¿Con qué cuerpo vienen?» (v. 35). Resulta urgente clarificar los conceptos. Por desgracia no se ha tenido siempre en cuenta esta urgencia en la discusión moderna. 3. El siguiente estudio puede iluminar hasta qué punto es necesario acla­ rar cuidadosamente los conceptos. En el Símbolo de los Apóstoles está for­ mulada la fe en la resurrectio carnis. En 1 Cor 15,50 leemos la frase: «La carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios; la corrupción no hereda la incorrupción». El Símbolo entiende, sí, abiertamente, la «carne» en el sen­ tido de «cuerpo», pero Pablo aclara a continuación que no es una «corporei­ dad» cualquiera Ja que participa de la resurrección, sino una corporeidad transformada. LA CONCEPCION MONISTA Y DUALISTA DEL HOMBRE Siempre que se intenta una exégesis crítica hay que situarse ante el pro­ blema de cuál de las dos áreas culturales ha influido más poderosamente en la elaboración del Nuevo Testamento y de sus escritos, si el judaísmo pales­ tinense o el helenismo. El péndulo se balancea tan pronto a uno como al otro lado. En la actualidad se reconoce que ambas áreas estaban más compenetradas de lo que se creía. Esto significa que en la Palestina del siglo primero estaba también muy extendida Ia cultura helenística 1• La diferencia entre el área cul­ tural del judaísmo palestinense y el helenista en lo referente a la imagen del hombre es de gran importancia en el caso de la resurrección de los muertos y su precisión conceptual. Mientras que el judío tenía una concepción unitaria­ monista del hombre, el griego lo dividía en cuerpo y alma. Consiguientemente, el judío podía concebir la resurrección, en forma ingenua, como restitución del hombre antiguo o como nueva creación, mientras que el griego, o tenía que rechazar la resurrección de plano o tenía que imaginársela como reen­ cuentro del alma superviviente con una nueva corporeidad. Los presupuestos antropológicos de la escatología paulina han sido tratados con frecuencia en la reciente discusión. Se admite comúnmente que en San Pablo se da una evolución en este punto. El punto de partida sería la espera de la parusía unida a la resurrección de los muertos. Esta espera iría cediendo terreno a lo largo de la vida del Apóstol, a medida que fue sufriendo la influencia del helenismo y se vio él mismo en peligro de muerte. Hoy ya no se puede, de todas formas, sostener, con razones convincentes, que se suplantó la fe en la resurrección por la esperanza de la inmortalidad, como sostenía, a fines de siglo, el protestante E. Teichmann 2• J. Dupont 3, en su imponente obra, que comprende toda una dirección investigadora, se esfuerza por demostrar la orientación hacia la esperanza en la inmortalidad a base de Flp 1,21­23, con lo que perdura la idea de que para Pablo la espera de la resurrección tiene aún peso decisivo. La valoración de la muerte como «algo mucho mejor» y el anhelo de «disolverse (avalum:n) y estar con Cristo» se interpretan a la luz de afirmaciones helenísticas paralelas. 'Ava./1:üout. se concibe en el sentido de disolución, separación del alma y del cuerpo (Vulgata: dissoloi), con lo que de hecho se da la impresión de que el Apóstol ha entrado de lleno en la ima­ gen helenista del hombre 4• P. Hoffmann 5 critica a Dupont en una extensa investigación sobre la escatología paulina. Según él, la concordancia de termi­ nologías entre Pablo y el helenismo no justificaría la aceptación de una con­ cordancia real ni tampoco podría hablarse de una evolución en la escatología Cf. M. Hengel, Judentum: und Heuerusmus, Tubinga, 1969. Die paulinischen Vorstellungen von Auferstetiuna und Gerícht, F'rfburgo­Leipzig, 1896, 59. • ~YN XPI~TQI. L'Union avec le Chríst suivant s. Paul, Brujas­Lovaína­ 1 1 París, 1952. Op. cit., 173­181. • Die Toten in Christus ¿ 1969, 296~301. 1 (Neutest. Abhandlungen, nueva serie, 2), Münste:r. ]. Gnilka 128 del Apóstol. Pablo pudo, desde un principio, haber puesto de acuerdo la fe en la resurrección con la idea de la pervivencia del creyente tras la muerte y haber mantenido ambas con el mismo derecho. Pablo depende, según Hoffmann, de la escatología elaborada en la apocalíptica judía, en la que ya antes de él se daba aquella yuxtaposición y en la que ya había entrado, en una forma vulgarizada, la concepción helenística del hombre. Resultó entonces fácil para él representarse una vida humana posterior a la muerte sin tener que plantearse la cuestión de las categorías antropológicas más adecuadas. Hay que destacar que Pablo sólo entiende la pervivencia del creyente a partir de Cristo. No se trata de un hecho asegurado por una categoría antropológica determinada o por el concepto helenístico de inmortalidad. Ha sido en la comunidad con Cristo, comunidad que no puede romperse con la muerte (Flp 1,23), donde ha nacido la esperanza de la resurrección, pues ésta no es sino la comunidad con el Cristo resucitado 6• En relación con los evangelios sinópticos, G. Dautzenberg 7 llega a con­ clusiones semejantes a las de Hoffmann y confirma los resultados de su inves­ tigación. El cuadro unitario del hombre es también aquí dominante. Lo indica bellamente mediante el concepto de ipvxfi ( = vida). Cuando la ipvx1í se entiende como dimensión que sobrevive a la muerte terrena, es decir, en el sentido de alma, como en el caso de Mt 10,28, no se atribuye a ésta ningún tipo de inmortalidad natural, sino que la atención se dirige al día del juicio y a la consiguiente responsabilidad del hombre 8• Esto no quiere decir que se pueda interpretar a los tres sinópticos de la misma manera, pues por lo menos Lucas en los Hechos (cf. Act 2,27.31) presenta un concepto peculiar. Por desgracia, falta aún una investigación profunda sobre este punto. Lo mismo vale para el Evangelio de Juan, que forma, junto a Pablo y a los sinópticos, el tercer complejo neotestamentario importante, por lo que a nuestro tema se refiere. El testimonio decisivo a favor de la fe en la resurrección corporal en el cuarto Evangelio se encuentra en Jn 5,28s. R. Bultmann, que considera a Juan influido por el mito gnóstico y que cree que lo típico del cuarto Evan­ gelio es la escatología presente, excluyendo conscientemente todas las afirma­ ciones referentes a la escatología futura, quisiera atribuir Jn 5,28s a la redac­ ción eclesiástica, considerándolo así como un elemento secundario 9• La pro­ mesa se referiría a la ascensión de cada alma, tras la muerte, al mundo de la luz, lo mismo que en Jn 14,2s 10• J. Blank 11, quien examina en un agudo estudio las tesis bultmanianas, ha presentado la escatología joánica como una unidad que comprende el presente y el futuro. En relación con Jn 5, dice expresamente que, en la concepción del evangelista, muerte y vida deben cit., 286-347. ' Sem. Leben beuiahren: Pvx~ • Op, in den Herrenwortcn der Evangelien (Studíen zum AT und NT, 14), Mumch, 1966. • Op. cit., 138­153. • R. Bultmann, Das Evangetium des Johannes, Gotinga, ª1957, 196s. u Op, cit., 464, nota 1. 11 Krisis. Untersuchungen zur johanneischen Christologie und Eschatolo- gie, Friburgo, 1964. La resurrección corporal en la exégesis moderna 129 manifestarse con todo su poder en la corporeidad del hombre 12, No se estudia en esta obra cuál es el concepto antropológico que Juan tiene en cuenta. LA CRISTOLOGIA COMO CENTRO La fe cristiana en la resurrección se funda en la resurrección de Cristo de entre los muertos. Esta frase es algo fuera de discusión, sean cuales fueren las varias significaciones con que se la revista. Lo que aquí se discute no es la resurrección de Jesús. Sólo por estar vinculada retrospectivamente a la re­ surrección de Jesús tiene la resurrección un sentido cristiano. La fe en la resu­ rrección se da también en otras religiones, por ejemplo en la religión persa, donde se sospecha está su origen, o en la apocalíptica judía. F. X. Durrwell ha conseguido amplia aprobación al afirmar que la resurrección corporal de los creyentes es la consecuencia última e inevitable de la acción de Dios al resucitar a Cristo o que la salvación efectuada por Dios pertenece al orden de las realidades físicas 13• Durrwell se atiene, sorprendentemente, sólo al texto paulino 14• Esta observación se relaciona con la concepción de Bultmann, según el cual el nexo causal interno entre la resurrección de Cristo y la resurrección general de los muertos sólo fue objeto de reflexión en el círculo más influyente que se formó junto a Pablo {y más tarde junto a Ignacio Antioqueno) 15• En los discursos de los Hechos de los Apóstoles, por ejemplo, la resurrección de Cristo sirve de testimonio a favor suyo. Este reconocimiento es justo; Bultmann mismo lo concede; lo que ocurre es que ese nexo, aunque no lo declaren expresamente, puede suponerse para los demás escritores neotestamentarios. Si, por ejemplo, Jesús, en Act 3,15; 5,31, es llamado «caudillo (de la vida)», con ello se manifiesta el significado de su resurrección para nosotros, pero también la verdad de que hay una resurrección de los muertos y un juicio 16• Cuando se dice en Ap 1,18 que Cristo tiene las llaves de la muerte y del Hades, esto significa que, mediante su muerte y resurrección ha aniquilado la muerte también en favor nuestro. Pablo llega a presentar con precisión el nexo causal entre la resurrección de Cristo y la resurrección de los creyentes, recurriendo a la unión de los creyentes con Cristo ­como aceptan hoy nume­ rosos intérpretes­, sobre el modelo semítico de la personalidad corporativa 17• Según este modelo, todo lo que Cristo hace o vive tiene un significado que no se encierra exclusivamente en él, sino que alcanza a todos los hombres que le pertenecen y a quienes él presenta y representa. La imagen de la per­ sonalidad corporativa permite trasladar las afirmaciones que se hacen sobre uno a muchos, aunque se respete la primacía histórica auténtica. En este con­ Op, cit., 179. F. X. Durrwell, Die Auferstehung Jesu als Heüemusterium, Salzburgo, 1958, 300. Herder ha publicado la versión española del original francés. " Cf. op, cit., 300­302. 1~ R. Bultmann, 'l'heologie des NT, Tubinga, "1965, 84. ª H. Conzelmann, Die Mítte der Zeít, Tubinga, 31964, 191. 11 Cf. J. de Fraine, Adam und seine Nachkommen, Colonia, 1962, 209­223. g1 título del original francés, publicado en Brujas en 1959, es Adam et son 1' 13 Iignage. q J. 130 Gnilka texto deben mencionarse los llamados compuestos de <J'UV, que últimamente han sido objeto de investigación repetidas veces 18• Con ayuda de estos com­ puestos Pablo vincula existencialmente el destino de Cristo con el de los cristianos, diciendo, por ejemplo, que (en el bautismo) hemos sido crucificados y sepultados con Cristo (Rom 6,4­6), que vivimos con él (6,8), que heredare­ mos y reinaremos con él (8,17) y que, sobre todo, seremos configurados con el cuerpo de su gloria (Flp 3,21). F. Mussner 19 ha subrayado recientemente el fundamento cristológico de la fe neotestamentaria en la resurrección, como también el cristocentrísmo de las afirmaciones paulinas sobre el cuerpo resu­ citado. Se atiene a los lugares clásicos, 1 Cor 15,35­53 y Flp 3,20s. Para Mussner hay una cosa importante por dos conceptos: con la mirada puesta en Cristo, habría llegado Pablo a la convicción de que la idea judía de la identidad del cuerpo resucitado con el cuerpo mortal debía ser trascendida radicalmente. Pero que, igualmente con la mirada puesta en Cristo, se habría convencido también, en contra de la inmortalidad eterna e incorpórea (entendida al modo griego), de que una salvación definitiva no se puede pensar sin un cuerpo resucitado. Es interesante que Mussner conceda tanto peso a la experiencia ­parcial­ de las apariciones que le fue concedida a Pablo: «Aunque el Apóstol no se extienda en consideraciones sobre el modo de ser del resucitado (o, más exactamente, del cuerpo de éste), que se le apareció en el camino de Damasco, la experiencia de esta aparición pudo ser justamnte lo que le per­ mitió forjarse su concepción de la corporeidad resucitada» 20• Esta frase, que corresponde a una tradición católica, nos facilita la entrada en el nervio de la discusión, que se puede enunciar con la pregunta siguiente: ¿QUE ES EL «SOMA»? Hay que recordar, una vez más, la visión unitaria del hombre que tiene la Biblia, y que se diferencia esencialmente de la dicotomía griega. Esto se manifiesta con toda claridad en el concepto de soma. En el ámbito griego es corriente, desde el orfismo, la fórmula o&µia.­afí¡.oct, que viene a decir que el alma es la parte mejor del hombre y que está cautiva en el cuerpo como en una tumba, alcanzando su liberación mediante la muerte. Tan pronto como surgió en el ámbito bíblico (Septuaginta) el concepto de soma, para el que no hay equivalente exacto en hebreo, la palabra soma fue acuñándose en un proceso característico. E. Schweitzer ha aclarado estos importantes presu­ puestos lingüísticos, conceptuales e históricos en un logrado artículo del TWNT 21• En la Biblia griega, soma significa el hombre entero, bajo el aspecto particular de su condición corporal. Estas varias perspectivas deben llevarnos a captar la enorme diferencia que separa a la relación del griego con su cuerpo de la que establece el semita con el suyo. El griego posee el cuerpo y dispone Cf. O. Kuss, Der Romerbrief, Ratisbona, 1957s, 319­381; J. Gnilka, Der Philipperbrief (Herders Theol. Kommentar zum NT), Friburgo, 1968, 76­93. 19 Die Auferstehung Jesu, Munich, 1969, 106­120. 2º Op. cit., 110. 1• 21 VII, 1024.,1091. La resurrección corporal en la exégesis moderna 131 de él como de cualquier otro objeto de uso; el semita se identifica con él. Reduciéndolo a una fórmula: el griego tiene soma, mientras que el semita es soma. Teniendo en cuenta estos presupuestos necesarios, pueden buscarse nuevas interpretaciones del concepto de soma en orden a la «resurrección del cuerpo». Proceden casi exclusivamente de la exégesis protestante 22 y, preferentemente, en Alemania, de la escuela de Bultmann y sus seguidores. R. Bultmann 23, para quien el concepto paulino de soma es el más rico y a la vez el más complicado en su concepción del ser humano, concluye que el soma pertenece constitutiva­ mente al ser del hombre. Pablo no puede imaginarse la vida futura del hom­ bre, al otro lado de las fronteras de la muerte, como una vida sin soma. Verdad es que Bultmann previene contra el intento de deducir el concepto paulino del cuerpo partiendo exclusivamente de 1 Cor 15,35s; el Apóstol se sigue aquí el modo de argumentación de sus contradictores, y por ello no usa el concepto de soma en la forma que le es característica. Es ésta una de las principales objeciones de Bultmann contra el estudio de K. Barth La resurrección de los muertos 24, obra, por otra parte, digna de leerse. Barth habría prescindido de aclarar qué es lo que Pablo entiende por soma 25• Para Bultmann, el concepto paulino de soma queda claro a la luz de sus propios principios de interpretación del Nuevo Testamento por vía existencial. Esta interpreta­ ción, desarrollada aquí mediante 1 Cor 6,13­20, lleva al siguiente resultado: El hombre se llama soma en cuanto que es capaz de convertirse en objeto de su propia acción. Esto acontece, según Bultmann, de dos maneras. El hombre es capaz de tratarse a sí mismo como soma, puede maltratarse o esclavizarse ( 1 Cor 13 ,3), puede ofrecerse a sí mismo en servicio de Dios o del pecado (Rom 6,12s). En su cuerpo es donde el hombre vive primariamente todas estas experiencias. Por otra parte, el hombre se experimenta como un soma que está sometido a la voluntad ajena. Su dependencia del cuerpo le hace cons­ cinte de que está bajo la influencia de poderes extraños. Este es el sentido de las expresiones paulinas sobre el «cuerpo del pecado» (Rom 6,6) o sobre las concupiscencias del cuerpo mortal (Rom 6,12). El hombre experimenta que está entregado a fuerzas extrañas, que pueden ser destructoras o también procurar felicidad o liberación. Al estar sometido a la caducidad y a la muerte, el soma es un cuerpo mortal, un cuerpo de bajeza (Flp 3 ,21); al resucitar es un cuerpo espiritual (1 Cor 15,44), un cuerpo de gloria (Flp 3,21). El soma se convierte, pues, para Bultmann, en una estructura ontológica que no acaba con la muerte, ya que un hombre sin cuerpo no es tal hombre. Mediante la frase de que, en la plenitud, permanecen la fe, la esperanza y el amor (1 Cor 13,13), testimonia Pablo que el ser humano es inmutable en su estructura ontológica, pues en la fe, la esperanza y la caridad el hombre sigue teniendo una relación consigo mismo. Es importante la frase de que lo mismo ocurre con el cuerpo resucitado ( oooµiC1 :rrv1:uµ¡a.nxóv) rectamente interpretado, «que " Cf. J. A. T. Robinson, The Body, Londres, 1957. •• Theo.logie des NT, 193­203. " Munich, ª1935. u R. Bultmann, Glauben und Versteh.en, I, Tubinga, 61961, 53. J. Gnilka 132 no significa fundamentalmente ningún cuerpo formado de una sustancia eté­ rea, sino la certeza del yo mantenida por el poder de Dios, que reconcilia los dos yo que dividen al hombre, y que justamente presupone entonces una relación del hombre consigo mismo» 26• ~ Las interpretaciones ulteriores del sama están vinculadas a la concepción ­ bultmaniana, a la que critican o desarrollan. E. Güttgemanns 27 hace suyo el pensamiento de que Pablo ha convertido al soma en una estructura ontológica. El soma es un puro concepto antropológico y designa al hombre entero en su relación con algo que está frente a él. La novedad que introduce Güttge­ manns es el tiempo. Sin embargo, la unilateralidad con que este autor se ocupa del tiempo demuestra claramente que su especulación tiene más en cuenta una determinada filosofía moderna que la teología del Apóstol. Lo que nos­ otros debemos al Evangelio es, en último término, que nos adjudica el tiempo en que recibimos una nueva existencia. Aquí entra en juego también el cuerpo. El soma se convierte en el lugar donde experimentamos el cambio del tiempo viejo al nuevo, del pasado al futuro. Quien se somete al pecado, cae en el pasado; quien se somete al Kyrios, ha caído en el futuro de Dios. La teología se disuelve en una comprensión de la existencia, el soma se convierte en un puro concepto relativo, detrás del cual no hay dato empírico alguno. Parecen de mayor peso las reflexiones de E. Kasemann 28• Pretente este autor salir de la estructura formal para acentuar la concretez de lo corpóreo. Con ello se remonta, sin duda de un modo más inmediato, al deseo del Apóstol. El con­ cepto bultmaniano necesita, según él, ser corregido a causa de su excesiva orientación al individuo. Para Pablo, soma no significa individualidad. Esta sería Ja concepción griega clásica. Por el contrario, para Pablo el soma es un medio de comunicación y la realidad de la pertenencia del hombre al mundo. Kasernann pone así de relieve, con trazos enérgicos, el carácter de obediencia propio de la existencia cristiana. Dios reclama nuestra corporeidad, porque no quiere abandonar el mundo a sí mismo por más tiempo; en nuestra obe­ diencia corporal se expresa la llamada que él ha dirigido al mundo hacia su servicio. 1 Cor 6,15s puede entonces aclarar qué significa el cuerpo como medio de comunicación. En el cuerpo uno se encuentra necesitado de tener un dominador, de ser miembro de un dominio que puede ser o bien el de Adán, como representación del cosmos, o el de Cristo, como representante del mundo resucitado. La posibilidad de ser un cuerpo con la prostituta o un cuerpo con Cristo, de venir a ser miembro de aquélla o de éste, se realiza corporalmente, «esto es, en el comercio sexual con la prostituta o en la obe­ diencia corporal a Cristo, fundada en la acción sacramental» 29• Con ello está ya a la vista lo otro, es decir, cuál es la relación que hay que establecer entre soma y resurrección. En cuanto cuerpo, el hombre está orientado al otro, •• Theologíe des NT, 200. Der leidende Aposte! und sein Herr, Gotinga, 1966, 199­281. 2ª Anliegen und Eigenart der paulinischen Abendmahlslehre, en Exeoetisene Versuche und Besinnungen, I, Gotinga, 1960, 11­34, esp. 32­34; Gottesdienst im Alltag der Welt, en Judentum, Urchristentum, Kirche (Festschrift 21 für J. Jeremías), Berlín, " Anliegen ... , 32 1964, 165­171,esp. 167s. 2 La resurrección corporal en la exégesis moderna 133 vinculado al mundo y en tendencia hacia el Creador. Estamos de acuerdo con la afirmación de Kasernann de que sólo en semejante realidad se mantiene la realidad de la muerte (corporal) de Jesús, e incluso la de la encarnación. En la resurrección, lo mismo que en la creación, se nos trata corporalmente. E. Schweitzer 30 ocupa una posición intermedia. Por una parte, está de acuerdo con Bultmann en que la traducción del soma paulino por persona, persona­ Iidad, e incluso por individualidad, tiene su razón de ser en que la palabra soma indica siempre el hombre entero y no sólo una parte de su ser. Pero, por otro lado, confiesa que así no se ha dado aún con la completa compren­ sión del Apóstol. El soma no tiende a acentuar el aislamiento del hombre en sí mismo, sino a articularle en su contorno. Schweitzer subraya fuertemente que el cuerpo es el lugar en el que vive la fe, en el que el hombre pasa a entrar en el dominio de Dios. Pablo se interesa exclusivamente por la actuación del cuerpo, no por su aspecto o sus dotes. El carácter unitario del cuerpo, que Pablo mantiene, no autoriza a parcelar el yo en la interioridad del alma, del sentido o de la inteligencia con que se recibe la predicación y la exterioridad del cuerpo con la que se sacan las consecuencias de aquélla. En esta tora­ lidad no se separan entre sí los sentimientos, los pensamientos, las vivencias y las acciones. Justamente, Schweitzer valora la resurrección del cuerpo como una acción de Dios. Esto lo confirma el hecho de que para Pablo el cuerpo es absolutamente inseparable del yo humano y que en el hombre no se da nada tan íntimo en que la vida celeste se instaura como una posesión segura, que no indique a la vez una actividad creadora de Dios. Esto resulta particu­ larmente claro de la discusión con los entusiastas de Corinto, quienes se consi­ deraban ya salvados y perfectos por sí mismos. Merece mantenerse la tenden­ cia a acentuar la resurrección del cuerpo como obra creadora de Dios, pues así es posible superar la comprensión del soma como pura estructura ontoló­ gica del hombre. Un problema parcial que concierne a la resurrección del cuerpo es el de la relación del soma nuevo con el viejo, problema que, en la tradición exegética, está vinculado a la interpretación de 1 Cor 15,35s. Sin embargo, hay que ser cauto, ya que en 1 Cor 15,38 es el único lugar de Pablo en el que soma se aproxima al concepto de configuración. Pablo se coloca abiertamente en la argumentación de su adversario. Para K. Barth 31, el cambio de la semilla a la planta, con ayuda del cual intenta Pablo responder a la pregunta: «¿Cómo resucitan los muertos? ¿Con qué clase de cuerpo vienen?», es comparable a un cambio de predicado mientras permanece el mismo sujeto. Entre la semilla y la planta hay un punto crítico en que aquélla debe morir en cuanto tal para abrirse en toda su existencia y convertirse en lo que será la planta. El punto cero será la síntesis del más y el menos. El paso, completamente invisible, de la corporeidad vieja a la nueva presenta el aspecto de un total discontinuidad. J. Ratzinger 32 va aún más allá. Según él, la resurrección no afecta a las «reliquias» del viejo cuerpo terrestre, por identificables que se 'º Op. cit., 1057·1064. " Op. cit., 111. " Art. Auferstehungsleib: LThK I (1957), 1053. 134 J. Gnilka conserven; ahora bien: él no argumenta a partir de la Escritura, sino a partir de concepciones posteriores. Más cercano a las intenciones del Apóstol está F. Mussner 33, quien exige que la identidad entre el cuerpo resucitado y el terreno sea trascendida radicalmente. La corporeidad resucitada forma un totaliter-aliter en comparación con el cuerpo mortal del hombre. El pensa­ miento de una atracción o una transformación (1 Cor 15,52s) excluye, no obstante, con toda claridad, que ese despojarse, provisional pero completa­ mente de la experiencia humana, haya de referirse al mismo hombre. El hombre resucitado es personalmente idéntico con el terreno, como ocurre en el caso de Cristo. H. Conzelmann 34 advierte que Pablo no tiene ningún concepto para lo perdurable que sirva de base a la continuidad. Este concepto no podría señalarse de ningún modo por vía objetiva y antropológica. Pablo no sitúa el proceso natural semilla­planta en una entelequia, en la unidad orgánica germen­desarrollo, sino en una nueva creación realizada por Dios. La vida nueva es una nueva creación, un regalo de Dios, como Dios quiere; no es algo que se pueda considerar teóricamente, sino que es mi propia vida. E. Fuchs 35 sugiere que aquí no se trata de forjarse muchas representaciones sobre la condición o el futuro de los muertos, sino que lo decisivo es la cuestión de si efectivamente se cree o no en el Evangelio. ¿SE ESTA RELATIVIZANDO LA FE E.N LA RESURRECCION CORPORAL? La observación crítica de E. Fuchs nos lleva a un problema práctico: ¿Qué lugar le corresponde a la fe cristiana en la resurrección dentro del edificio de la predicación? La pregunta es difícil de contestar ante tantas opiniones. Brevemente indicaremos dos de ellas, que pueden señalar el alcance del problema planteado. E. Kretz escribe en el prólogo a la traducción ale­ mana del libro de F. X. Durrwell 36 que la aparición de este libro significaría para muchos un giro coopernicano. Muchos tendrían que reconocer que la Pascua es el centro y que todos los demás misterios giran alrededor de este sol pascual. E. Kasemann 37 escribe ponderadamente a propósito de la tbeologia crucis y la theologia gloriae, como quien se sitúa ante un apasionante debate teológico: «Donde la supervivencia tras la sepultura constituye el punto crucal surge, aunque sea de un modo milagroso, una esperanza que no es específicamente cristiana ni es lo decisivo. No es tan seguro que la simple supervivencia garantice sin más la felicidad.» La verdad, entre las opiniones, estriba en que la fe cristiana en la resurrección no sirve para nada, aunque se la penetre especulativamente y se la crea teóricamente, si no se da testimonio de ella corporalmente, en la vida. En último término, Op. cit., llls, esp. 118. •• Der erste Brief an die Korinther, en Meyers Kom.mentar über das NT, Gotinga, 1969, 333s. •& Die Auferstehungsgewissheit nach J. Korinther 15, en Zum hermeneuti­ schen Problem in der Theologie, Tubinga, '1965, 197­210,esp. 210. •• Op. cit., 5. 3' Der Ruf der Ereiheit, Tubinga, 1968, 112. ea La resurrección corporal en la exégesis moderna 135 éste es también el deseo de Kasemann. El que tenga fe en la resurrección sólo como quien se adhiere a una cosa verdadera, razonable, peto sin vivir dicha fe, sin manifestarla transformando el mundo y 1a propia persona, en realidad no hace sino enterrar dicha fe. Por otra parte, sería fatal y mortal para el cristianismo el abandonar su fe en la resurrección. Ante la falsa y unilateral comprensión de las teologías de la revolución y de las teologías­sociologías, sigue siendo digno de consideración el pensamiento de K. Barth 38 de que, abandonando dicha fe, perteneceríamos a esa larga serie de hombres de Iglesia que «ejercen de modo absorbente una autoridad que nadie les ha dado, como meros augures o arúspices teológicos, incapaces de encontrarse consigo mismos si no es advirtiendo el ridículo que supone el misterio fatal de su absurdo comportamiento». [Traductor: J. ª1 Op. cit., 92. J. REY] GNILKA