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Hispanoamérica

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Hispanoamérica, no Latinoamérica
Fernando Jiménez Colorado
¿Hispanoamérica o Latinoamérica?
Llevo tiempo pensando escribir sobre este tema, pero es el raudal de comentarios que la
elección del nuevo Papa ha desatado lo que me ha decidido a poner negro sobre blanco mis
reflexiones. Los medios de comunicación nos bombardean día y noche con la noticia de que,
por primera vez en la historia, se ha elegido a un Papa jesuita y latinoamericano. Así,
cualquiera, desde un portero a un Jefe de Gobierno, se hace eco y repite sin pensar el adjetivo:
latinoamericano, latinoamericano, latinoamericano.
En un mundo dominado por lo políticamente correcto –léase la dictadura de los mediocres a
través del lenguaje- este es uno de los términos que más se repiten, y más incorrectos son –
por ofender a la propia razón- aunque se empleen corrientemente sin ningún tipo de
escrúpulo ni reflexión. Como ya saben mis ilustres lectores, un servidor encuentra gran
regocijo en los temas históricos, así que voy a contarles una batallita, que nunca viene mal.
Les pongo en situación; tras la suspensión del pago de la deuda externa mexicana por el
Presidente Benito Juárez, las potencias europeas acreedoras de tal deuda, con la Francia de
Napoleón III al frente, deciden responder a la llamada de ayuda de los conservadores
mexicanos, que ofrecen reinstaurar la corona imperial (desaparecida con el fusilamiento de
Agustín de Iturbide, I emperador de México, en 1824) a un príncipe europeo. Así, Francia
invade México para obligar al pago de la deuda, y sienta en el trono imperial a Maximiliano
de Habsburgo en 1863. Sin embargo, corto habría de ser su reinado, pues los franceses
sufrieron una debacle a manos del ejército mexicano, siendo la batalla de Puebla en 1864 el
inicio de la derrota y retirada de las tropas francesas. Tras muchos avatares que no tiene
interés señalar aquí, Maximiliano fue fusilado en Querétaro el 19 de junio de 1867.
Volviendo al asunto que nos ocupa, lo esencial de este episodio es que, desde que sus tropas
pusieran un pie en suelo mexicano, Napoleón III, en pleno ascenso del imperio colonial
francés, se esforzó mucho en que se usase y se difundiese el término Latinoamérica,
prácticamente desconocido hasta entonces, y empleado por primera vez por el chileno
Francisco Bilbao en 1856 en París. Retomando este término, el objetivo de Napoleón era
emplear la propaganda para magnificar el poder colonial francés, queriendo así hacer un
hueco en la historia para Francia, cuya presencia en el continente americano siempre fue
menor que la de España, Portugal e Inglaterra, y disolver los lazos entre España y sus antiguos
virreinatos. Hasta ese momento, se hablaba de Hispanoamérica o de Iberoamérica (sinónimas
en este sentido, pues la Hispanidad abarca a Portugal) para denominar un subcontinente no
sólo ligado a España y a Portugal por lazos políticos que duraron siglos, sino también para
señalar la proximidad cultural (que no identidad, el mundo hispánico nunca se ha construido
sobre una radical igualdad) que unía, y sigue uniendo hoy en día, a los habitantes de los ya
extintos Imperios Español y Portugués. Por la parte que le toca a Francia, debe recordarse que
su presencia en América se centraba en el norte, con las posesiones del Canadá y de la
Luisiana, siendo menores sus plazas en el sur (Guyana, Haití…). Si además tenemos en cuenta
que estas plazas sólo gozaron de estatuto colonial (muy distinto, por constreñido, al estatuto
virreinal de los dominios españoles), y que prácticamente no se produjo mestizaje e
integración entre los nativos, los españoles y los negros traídos de África como esclavos, es
dudoso plantear que la relación de Francia con estas posesiones sea equiparable a la que
mantuvieron España y Portugal con los propios, mucho más estrecha.
Napoleón III (casado por cierto, con la española Eugenia de Montijo) se olvidó de todo esto y
empezó a proclamar a los cuatro vientos que las Américas central y del sur (y parte de la del
norte, si contamos México y parte del Caribe) eran de esencia española, portuguesa, pero
también francesa, por lo que sería más adecuado hablar de Latinoamérica, pues el adjetivo
latino abarca a las tres viejas naciones, haciendo a Francia un hueco en la historia que hasta
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entonces no tenía. La pregunta que se plantea es cómo este ejercicio de propaganda política
consiguió calar en las distintas sociedades y sobrevivir al paso de los años, llegando hasta
nuestros días y deviniendo de uso común.
Resulta que los estadounidenses, siguiendo la tradición de diferenciación racial heredada de
los británicos (no hay más que leer las crónicas del deliberado exterminio de los indios
norteamericanos –auténtico genocidio-) y en amigable colaboración con estos, se dedicaron a
lo largo del siglo XX a separar América en tres mundos: la Norteamérica blanca, protestante y
avanzada; la Sudamérica o Latinoamérica (sin diferenciarlas, y omitiendo totalmente que
México es geográficamente norteamericano) católica, mestiza y pobre; y el Caribe como
popurrí de todo lo demás. Esta distinción aún puede apreciarse en los foros internacionales,
lo que patentiza hasta qué punto ha calado la mentira –en extremo racista y altiva, por otra
parte- de los anglosajones, como nueva muestra de su eterno desprecio por lo hispánico.
En esta labor, tomaron el término francés Latinoamérica para diferenciar claramente entre los
americanos de origen anglosajón de los de origen hispánico, en un afán de dejar bien claro que
unos no tenían que ver los otros, y que allí son todos americanos, pero no igual de americanos.
De hecho, ni siquiera eso. No hay más que echar a un vistazo al léxico inglés para darse
cuenta de que no existe una traducción del gentilicio estadounidense, sino que se dice
comúnmente, y sin pudor ninguno, American, como si lo estadounidense fuera representativo
de todo lo americano, y no existiese otra América (o sí, pero para ellos sería de segunda) que la
de los Estados Unidos. Como colofón, es habitual escuchar que el término hispano (hispanic) es
racista, y que es más correcto usar latino (latin, latino), aunque la mayoría de las veces se
escupe casi como un insulto por los WASP (White Anglo-Saxon Protestants), que desde hace
siglos se vienen proclamando como auténticos y únicos americanos, dejando a todos los
demás pobladores del continente en una clara posición de segundones.
¿Y qué hay de los propios americanos? El término ha conseguido calar, usándose más a
menudo Latinoamérica, pues la alteración está tan arraigada en el subconsciente colectivo,
que, por tres causas, se asocia generalmente Hispanoamérica al periodo de dominación
española, lo que oscurece este término con matices coloniales que provocan su rechazo.
Primero, las tentativas neocoloniales de España en el siglo XIX, como la reanexión de la
República Dominicana durante el periodo 1861-1865 o los bombardeos de Valparaíso y El
Callao en 1866. Segundo, la furibunda campaña de acoso y derribo llevada a cabo por los
movimientos de liberación marxistas y/o indigenistas que ha sacudido el continente a lo largo
del siglo XX, y que buscaba liquidar toda herencia hispánica. Tercero, la poderosa influencia de
EE.UU. en el continente a todos los niveles, incluido el lingüístico (prueba de ello es la
barbarización del español usado en Hispanoamérica, plagado de términos anglosajones que
casi siempre gozan de equivalente en la parla de Cervantes), y el frecuente complejo de
inferioridad que sienten los hispanoamericanos respecto de sus vecinos anglosajones, lo que
ha reforzado el uso del término, y borrado sus orígenes.
Si analizamos el caso español, el término Latinoamérica, es prácticamente desconocido hasta
la década de los 70’ del siglo XX. Muerto el general Franco, el Partido Comunista vuelve del
exilio y enseguida hace bandera de la destrucción de toda idea cercana al tradicionalismo
hispánico, pues la identificada, por pura ignorancia, como una creación de Franco, cuando lo
único que hizo este fue exaltar en demasía una idea muy anterior a él. Con el declive del
Partido Comunista, su heredero intelectual, el PSOE, tomó el testigo de esta lucha contra toda
referencia hispánica, creyéndose todas las mentiras de la Leyenda Negra y potenciando el
complejo de inferioridad que muchas veces sacude a los españoles (sólo hay que recordar la
retirada del cartel que rezaba «Todo por la Patria» del cuartel de Lérida, hace unos años). Y de
ahí en adelante, ancha es Castilla.
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Así, se ha creado una distinción totalmente artificial, de corte racista y extremadamente
incorrecta desde el punto de vista lógico e histórico, que, como resultado del eficaz aparato
de propaganda anglosajón –que ha conocido al mundo de la bondad de sus propias mentirasha calado en todas las sociedades, y se repite una y otra vez sin distinción, sin reflexionar sobre
la importante carga que conlleva usar estos términos.
Por ello, invito a vuestras mercedes a reflexionar sobre lo expuesto, y si juzgan suficiente la
fuerza de mis argumentos, a decir de ahora en adelante y con el gran orgullo que supone ser
español, Hispanoamérica, o Iberoamérica, y no caer en la burda y vil trampa hecha al despecho
de nuestra historia.
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