1 PLANETAS PROHIBIDOS es una revista cuatrimestral de ciencia ficción sin ánimo de lucro. Su objetivo es la difusión de artículos, relatos e ilustraciones del género. AVISO LEGAL. Los textos e ilustraciones pertenecen a los autores, que conservan todos sus derechos asociados al © de su autor. El autor, único propietario de su obra, cede únicamente el derecho a publicarla en PLANETAS PROHIBIDOS para difundirla por Internet en formado pdf y epub. No obstante, los derechos sobre el conjunto de PLANETAS PROHIBIDOS y su logo son © del Grupo PLANETAS PROHIBIDOS. NORMAS DE PUBLICACIÓN La revista PLANETAS PROHIBIDOS está dedicada a la ciencia ficción, pero también a la fantasía y al terror como géneros afines. La revista acepta relatos, artículos, ilustraciones y cómics, de tema libre, formateado en Trebuchet MS 12 pto, párrafo justificado y salto de una línea. Si en el plazo de dos meses la revista no ha contestado, la obra se considera desestimada. Queda terminantemente prohibida la venta o manipulación de este número de PLANETAS PROHIBIDOS. No obstante se autoriza a copiar y redistribuir la revista siempre y cuando se haga de forma íntegra y sin alterar su contenido. Cualquier marca registrada comercialmente que se cite en la revista se hace en el contexto del artículo que la incluya sin pretender atentar contra los derechos de propiedad de su legítimo propietario. El Grupo PLANETAS PROHIBIDOS está compuesto por Lino Moinelo, Guillermo de la Peña, Marta Martínez y Jorge Vilches. BLOG http://planetasprohibidos.blogspot.com CONTACTO [email protected] Planetas Prohibidos© Año 4 Nº 11 Diseño y maquetación: ÍNDICE 4/EDITORIAL, J. Javier Arnau. 5/EL MUSEO DE LOS HOMBRES INVISIBLES, Gabriel Romero, Ángel García Alcaraz. 12/DANA, Carlos Paez, Juan Raffo. 20/DÍA DE CIRCO, Irene Comendador, J. Antonio García Burgos. 24/CUANDO EL RÍO SUENA, Natalia Viana, Pedro Belushi. 26/ENTREVISTA A VÍCTOR MONIGOTE. 30/UN NUEVO AMANECER, Silvia Pato, M.C. Carper. 35/JULIA, Alejandro Morales Mariaca, Abel Portillo. 42/EL ÁRBOL DE LA CIENCIA DEL BIEN Y DEL MAL, Heberto de Sysmo, Ángel García Alcaraz. 48/INTERSTELLAR; CIENCIA Y FICCIÓN, José Antonio Olmedo López-Amor. 57/ALICE, Marta Martínez, Juan Raffo. 63/EMPALME EN LA CINTA DE MOEBIUS, Víctor Conde, Azramari. 71/CÓMIC: ONDAS FRAGUIANAS, Fraga. 72/POESÍA, C. Suchowolsky, Aída Albiar, José Antonio Olmedo López Amor. 76/ENTREVISTA LULA LIBÉ. 3 EDITORIAL E stoy escribiendo este editorial a pocos días de que aquí, en España, se celebren las elecciones locales y autonómicas. En realidad, no tiene nada que ver con el contenido de la revista, o sí… la situación por la que hemos pasado estos últimos años (en realidad, en la que estamos inmersos), podría pasar por una historia de terror; es un caso más de los de «la realidad supera a la ficción». Y algún gobernarte ha puesto como excusa que «la realidad le ha impedido cumplir su programa electoral»… a lo que nos preguntamos… y hasta ese momento, ¿no estaba viviendo en la misma realidad que el resto de los ciudadanos?; en fin, lo dicho, una historia de fantasía y terror. Bueno, no nos vayamos por las ramas, y centrémonos en lo que durante mucho tiempo se ha considerado (y, lamentablemente se sigue considerando) literatura de evasión. En el anterior número comentamos que éste lo queríamos «escorar» un poco más a la ciencia ficción, dado que aquel se nos fue más hacia el terror. Por eso, en este número la mayoría de relatos son de ciencia ficción, pero sin abandonar el resto de literatura fantástica. De ahí la magnifica portada, creación de Ángel García Alcaraz. En el extenso muestrario de los relatos que a continuación podéis leer, encontraréis clones y batallas espaciales, viajeros en el tiempo y hombres invisibles, un nuevo génesis, casas de muñecas… Todo por cortesía de los autores que nos han confiado sus trabajos, y de los excelentes ilustradores que han puesto imágenes a las palabras de estos. Entre ellos, Víctor Conde, Gabriel Romero, Silvia Pato, Marta Martínez, Irene Comendaor, Heberto de Sysmo, Carlos Paez, Natalia Viana, Alejandro Morales, Pedro Belushi, Juan Raffo, Ángel 4 García, Abel Portillo, M.C. Carper, Azramari y José Antonio García También podréis disfrutar de las viñetas cómicas de Fraga, así como de las poesías, esta vez a cargo de las plumas (¡toma anacronismo!) de Carlos Suchowolsky y Aída Albiar, con estilos claramente diferenciados y diferentes, muestrario de los diversos caminos que la literatura fantástica puede tomar (por si faltaba algo en los relatos…) Asimismo, hemos realizado una entrevista a Víctor Monigote, director de arte, diseñador de personajes, ilustrador, actor, cantante, etc, que entre sus últimos trabajos tiene en su haber «Mortadelo y Filemón contra Jimmy el cachondo», por la que fue nominado al Goya. Pero eso no es todo; también tenemos un artículo sobre la ciencia (y la ficción) presentes en la película Interstellar, por José Antonio Olmedo, que hace poco nos presentó la reseña de dicha película. Y ahora sí, despedimos este número, esperando que sea de vuestro agrado y, mientras acabamos de confeccionarlo, nos ponemos a trabajar en el siguiente, con la confianza (y la esperanza) de encontraros de nuevo leyéndonos. J. Javier Arnau Editor de Planetas Prohibidos EL MUSEO DE LOS HOMBRES INVISIBLES Texto: Gabriel Romero de Ávila Ilustración: Ángel García Alcaraz 5 (Al final todo este embrollo pudo arreglarse, y de él sólo queda registro en el Libro del Tiempo que se guarda en el año 802.701, de modo que bien podríamos decir que se trata de un relato imaginario… aunque ¿acaso no lo son todos?) S us amigos le dijeron que era una estupidez, pero él se empeñó. No en vano se había convertido en uno de los autores más influyentes de la Historia de la Humanidad, y no sólo en su época, sino a través de los siglos y hasta un futuro distante, donde apenas quedan hombres en la Tierra. Cuando los pueblos fueron reducidos a masas informes, y volvieron a reunirse en torno a hogueras. Cuando los esclavos que trabajaban bajo tierra se acostumbraron tanto a la oscuridad que dejaron de poder ver la luz del sol, y los señores que vivían en la superficie olvidaron de dónde provenían, alimentados para siempre por aquellos topos humanos como si fueran bestias retenidas en un zoo. Esclavos unos de otros, dependientes de su mutua cooperación aunque ni siquiera sabían que existían. La utopía que él había adivinado en sus sueños, el destino último de la Humanidad, a donde un puñado de hombres habían sido conducidos siguiendo la estela de la Máquina del Tiempo. Fue un día sin sol, como tantos otros, en la Torre del Tiempo que domina los siglos, cuando el Escritor de Ciencia Ficción tuvo la idea de rescatar a los Hombres Invisibles. El Tercer Viajero del Tiempo le dijo que aquello era una tontería, igual que pensaban el Viajero Americano y la Torre (heredero de la Familia de Viajeros del Tiempo, de la época en que vivieron en el Siglo 33). Todos estaban de acuerdo en que la idea sólo podía llevar al desastre, pero el Escritor era terco cuando pensaba que algo merecía la pena. Discutió, llevó la contraria, les recordó las muchas ocasiones en que les había salvado la vida, y el hecho siempre incontestable 6 de que habían sido sus novelas las que condujeron a la mayoría hasta allí, guiados por los sueños de un utópico caballero victoriano. O al menos había sido así con ellos, y también con el Viajero Junior, que tanto crecieron asomados al balcón de la fantasía del Escritor que de mayores compartieron un poco de su ilusión y se reunieron con él en el futuro. Ahora todos formaban parte del llamado Consejo del Tiempo, y sus Agentes para la Conservación de la Corriente Temporal (más conocidos como los Argonautas del Tiempo) se aseguraban que los hechos ocurrieran como tenían que ocurrir, a salvo de las continuas amenazas que podían llevar la Historia a desaparecer de un plumazo (como aquella vez en que evitaron que unos soldados de Philadelphia le contaran a Colón que nunca llegaría a las Indias, o cuando eliminaron a un ejército de infinitos adolescentes provenientes de líneas temporales alternativas, que viajaban por el tiempo en un coche deportivo con ruedas de fuego). De forma que cuando el Escritor echaba mano de su influjo en la sociedad, era porque había que hacerle caso. Sus amigos se miraron, y no tuvieron más remedio que asentir. Yo soy el Hombre Invisible. Yo soy el Hombre Invisible. Es increíble cómo puedes ver a través de mí. Fue en el año 2397 cuando se inauguró el llamado Museo de los Quince Hombres Invisibles y las dos Mujeres Invisibles, en la pequeña localidad de Iping, West Sussex, que a costa de eso se había hecho célebre en todo el planeta. El alcalde y los miembros de su equipo festejaron el evento como si se tratara de su propia coronación, y un millar de ciudadanos sonrientes inundaron las salas. Había ingleses y alemanes, un montón de franceses que llegaron por la Línea de Teleportación bajo el Canal de la Mancha (conocida como Europortation), españoles que aprovecharon la ocasión para hacer puente, y japoneses con sus holo–cámaras al hombro. Había generales marcianos presentando sus respetos, sirenas venusianas con el cuerpo totalmente desnudo, y tritones de Neptuno que precisaban de un campo de fuerza con agua para sobrevivir. Pero lo más crucial del día llegó con la aparición del Escritor de Ciencia Ficción, pues con él venía el auténtico Hombre Invisible al que homenajeaba el Museo, robado de su época y soltado en el futuro como ganado. El desastre como es lógico no se hizo esperar. El Primer Hombre Invisible de la Historia había sido un científico inglés no demasiado cuerdo que llevó a cabo un experimento para reducir el índice de refracción de un cuerpo humano e igualarlo con el del aire, de forma que no absorba la luz ni la refleje, con lo que al probarlo sobre sí mismo consiguió volverse invisible. La única parte de su cuerpo que aún podía verse sin ningún problema eran (no penséis mal) sus retinas (si no, menuda gracia de experimento, que encima quedes ciego, ¿no?), por lo que durante mucho tiempo se postuló que el éxito de sus teorías tenía que ver con el hecho de que el hombre era albino (algo que después tuvo que adaptarse para que sirviera también en individuos con melanina). Por supuesto, debemos reconocer que estas investigaciones fueron revolucionarias, un hito sin precedentes en la Historia de la Humanidad que debía haberle conseguido un reconocimiento y una fortuna infinitas, pues realmente se lo merecía… de no ser por la tendencia tan extendida entre los sabios de probar sus fórmulas en ellos mismos. ¿Por qué lo hacen? Esto es algo que siempre me he preguntado (aunque quizá no sea yo el más indicado para plantear esta pregunta), pero desde luego fue lo que le llevó al desastre (igual que al inventor del coche deportivo con ruedas de fuego y a la mayoría de Viajeros del Tiempo, que se empeñaron también en probar sus inventos consigo mismos). Porque el problema no era que la fórmula no funcionase, sino que una vez expuesto a ella, el Hombre Invisible no encontró manera de hacerse visible de nuevo, y esa constatación le volvió loco. Empezó desesperándose, luego sufrió accesos de rabia que le llevaron a destrozar su laboratorio, y finalmente se marchó a lo más profundo del corazón de Inglaterra, al perdido pueblecito de Iping, en West Sussex, para continuar sus estudios al margen del mundo. Como es lógico en un Hombre Invisible, tuvo que envolver todo su cuerpo con vendas y llevar ropas gruesas que le taparan por completo, con el fin de que nadie se enterase (e inventar una historia rocambolesca sobre un supuesto accidente que le dejó terribles cicatrices, tan deformantes que prefería que nadie las viese). Eso provocó el recelo de las buenas gentes de Iping (que en 2397 se las daban de civilizados, con su precioso Museo y las visitas de gente de toda la Galaxia, pero cinco siglos antes persiguieron al Hombre Invisible hasta descubrir su secreto y luego matarlo, porque es bien sabido que los aldeanos odian por sistema a cualquier forastero, lo repudian, lo espían y le hablan con desagrado hasta echarlo de allí, más aún si viaja vendado de la cabeza a los pies y hace experimentos extraños que no entienden). El caso es que alguien que pudo ser un genio y cambiar los destinos del Universo, acabó perseguido por todo un pueblo y asesinado a golpes sobre la nieve, más por el miedo a lo desconocido que por cualquier otra cosa. Cierto que este ser extraño, en su locura tras descubrir el poder que había adquirido, pretendía convertirse en amo del mun- 7 do («El Reinado de Terror del Hombre Invisible», le decía a un antiguo colega al que reveló sus planes fantasiosos, y que fue quien le denunció a la Policía), y que secuestró a un vagabundo para que le sirviera de ayudante en sus investigaciones para revertir los efectos del suero (que mal gobernante del mundo sería si no puede dominar su propio poder). Pero el resultado después de todo fue que el Hombre Invisible murió destrozado a golpes por la incultura de los hombres, y sólo entonces consiguió volverse visible de nuevo, un cadáver albino llenando la nieve de sangre, como si la historia entera hubiese sido una fábula y la dura realidad tomara su lugar en el mundo, una realidad brillante y roja que se extendía sobre el inmaculado manto del suelo de West Sussex y su odio. Una fábula acerca de las maravillas de la ciencia y del miedo a lo desconocido, que acabó con un hombre muerto, sin razón. Y que sólo muerto vio cumplido su deseo de volverse visible de nuevo, cuando el sueño se rompió en mil pedazos. El vagabundo secuestrado se quedó el dinero de su captor y abrió con él una taberna a la que bautizó «El Hombre Invisible» (y que ahora es una cadena de comida rápida que va desde Mercurio a Plutón, y cotiza en bolsa), y también todas sus notas, pero se desilusionó mucho al ver que era incapaz de entenderlas. Los sabios suelen escribir la mitad de sus ideas en papel y la otra en su propia cabeza, siempre de la misma forma caótica e incomprensible. Por suerte para el vagabundo. La historia fue recogida de boca de los testigos (y asesinos) por el propio Escritor de Ciencia Ficción, apodado también El Cronista de lo Extraño, quien publicó ese mismo año su famosa novela «El hombre invisible», con la que ganó una fortuna. Y siempre pensó que su protagonista había sido un incomprendido, un hombre de otra época como él mismo que no tuvo la 8 ocasión de despuntar. De modo que en 2397 presentó al mundo a un Hombre Invisible que acababa de descubrir sus poderes, antes de que se desquiciara por el hecho de no revertir los efectos, cuando todavía era una fuerza del bien. El alcalde de Iping, un orondo zorro rojo de mirada perdida que ya había militado en casi todos los partidos políticos (incluso en el de las plantas inteligentes, aunque sólo como asociado), quedó petrificado cuando apareció la Máquina del Tiempo en pleno hall del Museo, y más aún cuando se bajó de ella el mismo hombre al que estaban recordando (o por lo menos un batín de caballero que parecía moverse solo y unas zapatillas de felpa). Y detrás la sonrisa bienintencionada del anciano Escritor de Ciencia Ficción. —¡Doctor, qué tremendo honor para nuestro Museo! —se apresuró a decir el alcalde mientras buscaba al final de la manga en busca de una mano que estrechar—. Debieron avisarme de que iban a venir a la inauguración, hace mucho que no vemos Viajeros del Tiempo por aquí (supongo que entre otras cosas porque están prohibidos, y requisaron todas las Máquinas del Tiempo de las que se tenían noticias, pero eso es algo que no importa ahora). Me siento tremendamente orgulloso de recibirle en Iping, con todos los honores que usted se merece, más allá de la… mala impresión que pudo llevarse de nosotros la vez anterior. —¿Qué… qué lugar es éste? —balbuceó el Hombre Invisible en un extraño inglés de finales del XIX que allí les pareció incomprensible. —Oh, es la Ciudad Voladora de Iping, en West Sussex, Inglaterra. Verá que han cambiado muchas cosas desde su visita anterior, señor mío, como el hecho de que existan núcleos de teleportación con casi todas las urbes industrializadas de la Galaxia, o que nuestro barrio industrial esté contenido en un Sub–Universo de Tiempo Dete- nido (con el ahorro de energía que eso supone), o el ejemplo de coexistencia pacífica de nuestro ghetto de Vegetoides (cuya fotosíntesis aporta luz suficiente para mantener a toda la ciudad). Como puede ver… —¡Pare, pare, pare! —intervino el Escritor saltando de la Máquina al oírle—. Mi amigo proviene del año 1897, pero de un instante anterior a que tuviera siquiera noticias de su pueblo. Imagínese que mucho menos de la teleportación y de todas esas cosas que le ha nombrado. —Oh, lo lamento, señor mío, quizá me he adelantado. Siéntase como en su casa, doctor, y espero que descubra por sí mismo las increíbles maravillas que puede ofrecer esta ciudad (ciudad, señor mío, si me lo permite, Iping es una ciudad desde hace varios siglos, no un pueblo). El batín y las zapatillas de felpa se quedaron petrificados en mitad del hall del Museo, como si de pronto hubieran perdido la vida que mágicamente les había sido otorgada. Los miembros de la Comisión del Ayuntamiento observaron con el corazón en un puño el espacio inmediatamente por encima del cuello del batín, tratando de adivinar alguna expresión en aquel aire vacío, o dónde estarían sus ojos, o qué pensaría su cerebro transparente. El Escritor, que ya tenía más experiencia con Hombres Invisibles, parecía encantado con aquella situación tan surrealista (un caballero del siglo XIX encontrándose cara a cara con los descendientes de sus futuros asesinos, en un pueblito de la Inglaterra más profunda que no conocía absolutamente de nada… perdón, en una ciudad de la Inglaterra más profunda), y guardaba silencio con una sonrisa bobalicona esperando las palabras de su invitado. Finalmente el batín habló, más confundido todavía que el alcalde, y movió las mangas con algo de la pretendida flema británica, tratando de mantener el aplomo. —¿Me… me están diciendo que esto es el futuro? ¿Hemos… hemos viajado en el tiempo? —Justamente, señor mío —dijo el alcalde hinchado de orgullo, a pesar de los gestos del pobre Escritor para que se callara—. Se encuentra usted en el año 2397, quinientos años justos después de su época. Y para celebrar tan sonada onomástica, el Ayuntamiento de Iping ha levantado el impresionante Museo de los Hombres Invisibles, como un sentido homenaje a aquéllos que han convertido la invisibilidad en una muestra de genio. Podrá ver las salas y exposiciones que hemos pensado para el turismo de toda la Galaxia. Ésta en concreto es la dedicada a usted, doctor. Y abrió unas puertas tras las que se hallaba una cumplida reproducción del antiguo laboratorio del Hombre Invisible, un enjambre de tubos y probetas dispuestos de forma desordenada en mesas y estantes llenos de polvo, y en cuyo centro podía verse un traje holográfico que se movía solo a través de la habitación, simulando tener un cuerpo dentro. —¿Ése… ése soy yo? —Precisamente, ése es usted. Espero que le haga justicia. Es una forma de mostrarle la admiración que… —¿Me están diciendo que la fórmula funciona realmente? ¿Que en el futuro han tenido noticias de mi trabajo, y funciona? —Oh, por supuesto que funciona, y su presencia aquí es buena prueba de ello (sobre todo el hecho de que no podamos verle). El señor que está a su lado, escribió una novela acerca de su historia en el mismo 1897, y se hizo tan célebre que cada año recibimos miles de visitas en Iping de turistas que desean repetir su viaje. Ya existe una ruta guiada a los principales lugares en que estuvo, pero desde hoy tenemos un precioso Museo para legar al futuro sus contribuciones. ¿Le gusta? —Lo siento… Lo siento de verdad —decía el batín manchado de sangre sentado al borde del abismo, mirando absorto las zapatillas que flotaban sobre el precipicio—. Siento que hayas puesto tanto esfuerzo para nada. 9 —No te preocupes, siempre se puede arreglar. Tengo unos amigos que arreglan estas cosas… Lo importante era que tú fueras feliz, yo siempre pensé que merecías una segunda oportunidad, que todo había sido culpa del fármaco que inventaste… y que no era justo que murieras solo en la nieve, como un animal. Lo que intentaba es que no estuvieras solo. Me parecía terrible que, siendo el patriarca de una familia tan numerosa como la de los Hombres Invisibles, no recibieras ninguna clase de mérito. Y mira que has influido en nuestra sociedad… El Agente Invisible, que fue crucial en la Segunda Guerra Mundial… O Takemitsu, el Japonés Invisible… O Kitty, la Mujer Invisible, que era una delicia… Nada que ver con ese otro tipo, Wilhelm Storitz, y el que heredó su compuesto, que eran unos canallas los dos, y en cambio tus herederos fueron geniales, y ahora no vas a poder conocer a ninguno de ellos, después de lo que has hecho. Me temo que no ha sido tan buena idea como yo pensé. Creo que el problema no era sólo la fórmula, y quizá tendría que haber estudiado mejor el proyecto, antes de crear un montón de divergencias temporales y que otros lo arreglen. Creo… que en el fondo sí que eras un villano, y como villano eres genial, y por eso utilizaron tu imagen en tantos sitios, porque realmente das muchísimo miedo a todo el mundo… y tal vez estás más allá de una posible redención, por mucho que yo quisiera empeñarme. ¿Sabes?, durante un tiempo se barajó la posibilidad de que el malo en verdad no fueras tú, sino ese antiguo colega tuyo que te había delatado a la Policía, porque en realidad pretendía manipularte y usar tus poderes para conquistar el mundo. Pero ahora sabemos que no fue así, porque ese tipo trabaja para nosotros solucionando asuntos como éste que amenazan la corriente temporal, y nos ha contado cómo eras… Y aun así yo creí que podría hacer que cambiaras, 10 y que todo sería maravilloso, y que te convertirías en el héroe que fueron muchos de los Hombres Invisibles, excepto tú, y unos pocos, y que mejoraría la Historia de la Humanidad. Pero ahora sé que no va a ser así, y que no puedo tener más esperanzas. Que a veces los villanos son villanos, y a veces morimos solos sin que a nadie le importe. Todos, todos morimos solos un día u otro, y al final a nadie le importa. —Ya… Sé a lo que te refieres. —Dios, ¿qué voy a hacer contigo ahora? Tengo que intentar deshacerlo, pero no sé cómo. Los Argonautas deben estar llegando, y ellos no tienen piedad con los que agreden la Historia de esta forma. Y mi jefe, para qué contarte… Es una bellísima persona, fue el primer Viajero del Tiempo, mi amigo Moses, del que aprendí cómo construir una máquina y con el que vivo en el año 802.701… pero suele enfadarse con frecuencia cuando hago cosas como ésta. Y creo que tiene razón. A veces no mido las consecuencias, y me dejo llevar por mi entusiasmo, y me convenzo a mí mismo de que puedo cambiar el mundo aunque nadie me deje… Dios, me va a matar en cuanto se entere. Esto va a ser un desastre. Me va a matar… Me va a matar… —Tranquilo, hombre, ¿qué importa que te mate? ¿No dices que eso también se puede arreglar? Yo soy el Hombre Invisible. Yo soy el Hombre Invisible. Es criminal cómo puedo ver a través de ti. Mírame, mírame. 11 12 DANA Texto: Carlos Paez ILustración: Juan Raffo 13 E lla es casi perfecta, ella es hermosa más allá de cualquier noción normal, ella es más bella de lo que uno podría esperar de un ser humano. Ella esta muriendo. Y yo no puedo hacer nada. Solo estar junto a ella en la oscuridad y recordar. Conocí a Dana la primera vez que pise la cubierta del «Harlock»; en ese entonces, el destructor espacial nave insignia de la flota del gran almirante, ella fue el primer clon que conocí… técnicamente no era un clon, los «Agnates» no son copias de ningún humano en especial. De hecho, salvo contadas excepciones, son todos específicamente únicos. Comparten características relativamente similares, por supuesto, la mezcla de genes creados para justamente potenciar muchas cualidades humanas, tienden a producir individuos de aspecto mestizo; los de rasgos mas puros (arios, negroides, asiáticos, etc) son muy escasos y, normalmente, solo fruto de exacerbaciones de fenotipos muy puntuales. Cada clon (perdón, «Agnate»), al menos desde la segunda generación, es creado cuidando de que sea absolutamente único, un ser humano ejemplar, más fuerte, hábil e inteligente que los normales, pero especial en sí mismo; los genetistas Elohim desde siempre tuvieron un cuidado detallista en ello. Lo único en genética y aprendizaje es lo que hizo a los agnates seres humanos en vez de muñecos biológicos. Y con ello la humanidad tuvo su ejército oculto. Ella fue el primer «Agnate» que conocí en mi vida. Fue cuando la rampa del transporte que me había llevado desde mi apacible vida a la vorágine de la guerra Kheraban bajó sobre uno de los hangares del Destructor. Ella me esperaba con esa actitud de marcial respeto y a la vez infantil curiosidad. Dana Sterling. 14 Un nombre que para muchos poco podría significar, pero para un chileno criado en los 80s pegado a una pantalla de TV viendo «Robotech» tenía algo muy especial. Uno puede despotricar con que el gran almirante no era particularmente inédito para los nombres, pero debo mencionar que nunca, en todos mis años como su amigo, pude decir que no era exacto, Alta y delgada, de proporcionado cuerpo aunque lejos de la voluptuosidad, rostro fino y una desordenada y corta cabellera rubia, algunas pecas casi invisibles y profundos ojos claros, ojos que mostraban una mente sana y activa, con un toque de picardía. Dana era, en efecto, Dana. Ella fue mi enlace, mi «edecán» si quisiera darle un nombre mas común, fue ella quien me presento a mi primer alien, mi primer Elohim, esos que solían ser llamados popularmente como «grises», término que aún algunas facciones fundamentalistas usan peyorativamente. Ella se transformó en mi sombra, mi mentora y también mi estudiante. Aunque mis conversaciones con el gran almirante eran comunes, era ella el nexo primario que tuve con mi nueva condición; yo, en cambio, fui su primer acercamiento a un ser humano común, criado en una familia, alguien que creció con pocas expectativas ancladas a un único planeta claustrofóbico. Será difícil para las generaciones mas jóvenes, acostumbradas a la noción de la alianza estelar, a los «mil mundos del hombre», o a la interacción con agnates y alienígenas, el poder imaginar lo que significaba para quienes solo conocíamos la cotidianeidad de la vida en la tierra, el enfrentarnos a la revelación de que no estábamos solos en nuestra azul prisión ancestral. Mas en las circunstancias difíciles en las que nos enteramos. Ese primer encuentro con un Elohim casi me provoca un aneurisma. Cono- cía a lo que me enfrentaría, por supuesto, desde esa bizarra conversación en el living de mi departamento en la benditamente ignorante Santiago antes del contacto, una conversación imposible con el hombre que secretamente cambiaria mi historia y la de la especie, el «Gran almirante». Serenamente me había contado sobre los Elohim, sobre su difícil momento, sobre la guerra que libraba en solitario. Sobre lo que necesitaba de mí. «Cavieres, eres corresponsal de guerra, te ofrezco la exclusiva mas grande de tu vida, la mayor guerra de todas». Acepté por curiosidad. Aún escéptico, tomé el transporte unas horas después y al abandonar secretamente el planeta que me vio nacer, una pequeña parte de mi mente siguió aferrándose a la incredulidad aún frente a las moles gigantescas de las naves espaciales en órbita. Pero estando parado en ese hangar, junto a la hermosa chica rubia, ante un alienígena real, un pequeño ser pardo, de grandes ojos almendrados, saludándome con calmada voz en perfecto español, tuve que reconocerme un creyente. El resto es, humildemente, historia. Ella toma mi mano, tiembla ligeramente, deslizo su cabello delicadamente a un lado, con mi garganta anudada hasta casi la asfixia. La cabina de la corbeta espacial esta casi en penumbras, el soporte vital se mantiene en pie casi por milagro, solo por la robustez del diseño de la nave misma, en el panel de control, la luz ámbar titila despacio como marcando cada latido. Meses después de iniciar mi viaje a Eloh, estando aún inmerso en toneladas de dudas y revelaciones, recibí la llamada que temía. Dana estaba a mi lado como siempre, habíamos estado conversando sobre cine y música, algo que para muchos serian nimiedades. Para los agnates nunca lo eran. Cada fragmento de información de la Tierra que llegaba a los clones era cuidadosamente tratada por el Gran Almi- rante y los Elohim que vigilaban el desarrollo de los agnates; no se trataba de censura, solo la dosificación necesaria para que no hubiera una sobrecarga (si le pudiera llamar así) de información en sus mentes juveniles. Los clones no crecen como un niño humano normal, son producidos y criados a ritmos de crecimiento acelerados, en cápsulas que estimulan sus cuerpos y mentes según programas de alta velocidad. De esta forma, los Elohim habían podido crear humanos combatientes en una fracción de lo necesario para que un normal pudiera nacer y convertirse en un guerrero eficiente. Es de común conocimiento lo que le pasó a la primera generación, esos inviables seres torturados; por lo mismo, cuando el Gran Almirante activó a los nuevos, esas veinte mil almas congeladas en un experimento fallido, fue muy específico en como debían ser criados, en la necesidad de que fueran seres con propósito, recuerdos y experiencias lo más cercanas posibles a las de un normal, una tarea que tomó personalmente y en la que estoy orgulloso de haber participado. Cada nueva canción, cada nuevo libro, cada nueva película, era un acontecimiento en si mismo para los clones, una nueva inyección de vida, de normalidad, un nuevo nexo con ese mundo que defendían sin haber respirado nunca su aire. Desde los filmes de Disney a Errol Flynn, de Tom Sawyer a los Beatles, partículas de humanidad, colores y sonidos que acercaban la Tierra, que los volvía más humanos. Y ellos agradecían cada nuevo regalo. Dana y los demás acababan de ver «Roman Holiday», un clásico en blanco y negro. Se había desatado una locura, una nueva, toda la monstruosa base «Santuario», el secreto núcleo de las esperanzas de dos especies, comentaba las peripecias de la princesa; ellos querían ser Gregory Peck, ellas Aubrey Hepburn. Dana tenía 15 cierto parecido, con el cabello corto y la sonrisa inocente. Hepburn había ganado el oscar con ese papel, le dije, y el Tony ese mismo año, el año que debutó en Hollywood y en Broadway. Pasé un par de horas explicándole que era todo eso. Pasé diez minutos explicándole porqué Audrey había sido la mujer más maravillosa de mundo. No le dije que pensaba que ella era también maravillosa. La llamada interrumpió nuestro momento, mi madre agonizaba en la Tierra. La luz ámbar en el tablero comienza a titilar mas despacio, la energía escapa de las baterías de reserva, los reactores silentes hace horas que se han congelado, con gran parte del casco expuesto, la corbeta es ahora un pontón sin rumbo, otro asteroide más del cinturón. Su corazón también late más lento, la vida se apaga inexorablemente. La guerra Kheraban estaba en un punto crucial, no lo sabíamos entonces, pero aunque los triunfos del Gran Almirante habían inclinado la balanza hacia la alianza entre humanos y Elohim, la victoria final pendía de un hilo. De hecho una nave nodriza Kheraban se encontraba en su fase final de viaje a la tierra, lo que ponía en peligro no solo a la humanidad, sino también podría desenmascarar el elaborado engaño del que dependía el triunfo. Si los Kheraban tomaban la Tierra, la inmensa inteligencia a la que nos enfrentábamos descubriría al Gran Almirante. Pero desconocíamos esto. Dana y yo viajamos desde la aún en construcción fortaleza de Iserlohn a la Tierra en una corbeta de alta velocidad. Apremiado por el tiempo, no acepté viajar en algo mayor o con más escolta. Tuve mi recompensa, mi madre aún vivía, la tecnología médica Elohim había logrado retrasar lo inevitable pero no era suficiente sin el estímulo propio; ella había perdido su voluntad y solo el ver a su hijo podría cambiar su destino y, de hecho, así fue. 16 Días después, ya más tranquilo y apremiado por la inminente puesta en marcha de una nueva ofensiva, accedí a volver al espacio Elohim. No llegaría a tiempo. A pocos sistemas, desde el hiperespacio, detectamos la presencia de señales Kheraban, muy dentro del espacio humano, muy cerca de la Tierra. Debíamos investigar. Emergimos casi frente a ellos, una pequeña flotilla de navíos enemigos, Dana desesperada trató de evadirlos, por angustiosos segundos lo logramos; no reaccionaban, incrédulos ante nuestra presencia. De pronto se desató el infierno. Eran tres destructores de línea, erizados de cañones de plasma, y todos nos escupían sendas rondas de disparos. Los escudos resistieron al principio, pero no durarían, nuestra pequeña corbeta era un liliputiense frente a feroces cíclopes. Dana usó cada puñado de energía para alimentar los escudos traseros y los motores en una loca carrera de giros y saltos, tratando de esquivar los impactos que metódicamente mermaban nuestras defensas, con los nudillos blancos aferrados a los controles, la boca entreabierta clamando por aire, la concentración total. Se veía tan hermosa. Los instrumentos se quejaron y los reflejos rojizos llenaron la cabina. Ella tomó una decisión; enfiló hacia un campo de asteroides cercanos; eso eliminaba la posibilidad deque saltáramos de vuelta al hiperespacio, pero dudé que tuviéramos chance en el futuro inmediato. Los navíos alienígenas comenzaron a soltar a sus escoltas, docenas de cazas de combate fueron expulsados desde sus bahías de atraque. Casi llegando al conjunto de rocas nuestras defensas cedieron, los impactos nos sacudieron, nos estaban demoliendo. Entonces el hiper impulsor falleció con un agónico chillido de los instrumen- tos; estábamos atrapados en el sistema, y pronto estaríamos rodeados. Su respiración está muy espaciada, su mirada perdida. Mis últimas esperanzas se diluyen. La corbeta entró en el campo de asteroides en un ángulo casi suicida, detrás nuestro, el bombardeo hacia añicos las añosas rocas. Dana maniobró audazmente usando cada byte de su entrenamiento, pero más de algún desecho nos golpeo, gran parte de los controles no funcionaban, la nave se caía a pedazos. Con los cazas casi entrando en el mar de rocas, usamos nuestra última carta desesperada, lanzamos el inestable reactor del hiper impulsor al vacío. La explosión resultante casi nos desbarató, pero la nave, al menos en su mayor parte, se mantuvo en una pieza. Escondidos en el fondo de un cráter de un asteroide sin nombre, vimos como los Kheraban mordían el anzuelo, barriendo las cercanías de la explosión con sus sensores, y milagrosamente no fuimos detectados. Los minutos pasaban y comprendíamos que no se darían por vencidos tan fácil. Estábamos atrapados, los reactores muertos, la energía de reserva agotándose, mudos y helados. Muriendo lentamente. Mi tobillo estaba roto, al igual que algunas costillas, mi conciencia iba y venía, lo que me convertía en aún más inútil, si eso era posible. Ella, en cambio, si sufría por alguna herida simplemente no lo demostró nunca. Nuestra situación era desesperada, aún sin entenderlo a cabalidad me daba cuenta, el soporte vital desconectado no aseguraba mas de unos minutos de aire y, sin energía, tampoco podíamos comunicarnos con la flota, a pesar de nuestra urgencia. Los Kheraban no dominaban el hiperespacio como los Elohim (y, por asociación, nosotros los humanos). Sabíamos que la presencia de tres destructores en ese sistema solo podía significar una cosa: una nave nodriza, con su flota escol- ta completa, estaba en rumbo a la Tierra, y nosotros no podíamos avisar del peligro, ni siquiera podríamos vivir por mucho tiempo más. A menos que alguien pudiera reparar la conexión de la energía auxiliar en el espacio con un traje inadecuado, ganar algunas horas de soporte vital y lanzar el mensaje al hiperespacio. Por supuesto, tal como yo, en mi periodística ignorancia, no podía saber eso, tampoco podía intuir que eso significaría la muerte para quien lo intentara. Si no, habría sabido que ella lo haría. Y habría sabido que no habría podido detenerla. Ella se calzó el traje, uno demasiado delgado para un sistema con un sol tan radiactivo, y abrió la compuerta. Por largos minutos trabajó sobre el destrozado fuselaje, hasta lograr conectar la energía auxiliar. En mi sopor sentí el aire fluir y en el tablero una pequeña luz ámbar se encendió continua. Para cuando ella volvió era muy tarde, la radiación le había dejado incluso marcas visibles, su cuello y supongo que todo el resto de su cuerpo se llenaba de pústulas, solo su rostro protegido por el casco parecía incólume aunque ceniciento. Logró mandar el mensaje antes de sufrir su primer desmayo. Con mi tobillo incendiándose de dolor pude tomarla y derrumbarme con ella en el piso de la cabina. Ahí, con el sonido sutil del aire circulando lentamente, y la parpadeante luminosidad ámbar del comunicador hiper espacial por únicas sensaciones externas, le hablé de casa. Le hablé de los juegos infantiles, de los amores de verano, de la música y el baile, del colegio y sus sinsabores, de la universidad y sus locuras, de las guerras, de la paz, le hablé de una vida que nunca había vivido, y que nunca viviría. Una vida que tampoco sonaba demasiado a la mía. Pero no le hablé de lo que sentía, ni de las esperanzas y sueños con ella, fantasías de un veterano reportero in- 17 maduro incapaz de ser padre, enamorado de una chiquilla, de un ángel que nunca seria suyo. En cambio solo atiné a reprocharle su sacrificio. Ella se había condenado, sin una palabra de duda, sin una frase heroica, simple honor, simple responsabilidad, había ofrecido su existencia misma a cambio de la vida de millones de seres que no conocía en un mundo que nunca había visto. Y a cambio también de unos minutos más de la mía. Ella como siempre había hecho lo que debía hacer un clon, seres puros que podrían haber desaparecido sin que nadie lo hubiera sabido nunca, si el Gran Almirante hubiera perdido la guerra. Sollozo sordamente, mis lágrimas resbalan por sus mejillas, sus ojos apagados me buscan sin verme, solo le queda aliento para una última despedida. «Usted es quien escribe la historia, usted es quien nos hace inmortales, si usted muere, nadie les hablará de nosotros, nadie les contará que amamos la Tierra, nadie les dirá que también fuimos humanos…» Ella muere en mis brazos. Con ella algo de mí también se va, algo que siempre escondí, que siempre estuvo a salvo, incluso en el terror de Irak, en la locura de Afganistán o la miseria de Haití, algo que había atesorado en mis bodas y en mis divorcios, en mis heridas, en mis miedos. Pierdo la inocencia, la que creía que había muerto, después de años de ver la porquería del mundo y la crueldad de la guerra; la había vuelto a encontrar en la sonrisa de esa chiquilla, y ahora la perdía para siempre. El soporte vital casi se agota, pero los destellos entre los asteroides me dicen que la ayuda ha llegado. Pronto me rescatarán, volveré a mi puesto, reporteando detrás de la cámara, en el puente de mando junto al Gran Almirante, llevando el registro de una guerra que nadie sabe que existe, del drama que nadie conoce. 18 19 DÍA DE CIRCO Texto: Irene Comendador Ilustración: Jose Antonio García Burgos 20 21 —B ienvenidos niñas y niños a este día de circo, donde todo puede pasar. ¡Abrid bien los ojos y agudizar vuestros oídos para no perder detalle, porque el siguiente espectáculo será inolvidable! Todos los estudiantes del colegio Cervantes aplaudían al unísono mientras el presentador voceaba su rayado discurso a pleno pulmón. Con los brazos extendidos, miraba al público desde el centro de la pista, regalando a los pequeños espectadores una sonrisa sobreactuada. En el patio de butacas semicircular estaban sentados todos los alumnos, con la peculiaridad de que la mitad de ellos tan solo tenían cinco años, mientras que la otra mitad eran ya adolescentes de catorce. Al parecer, los justificantes de las clases intermedias habían desaparecido misteriosamente, y los profesores encargados de la supervisión de la excursión optaron posponer para otro día al resto de cursos. La función iba según lo previsto. Primero saldrían a escena los payasos para caldear el ambiente y provocar que la muchedumbre riera ante tanta filigrana y acrobacia mal sincronizada. Un payaso de pelo afro y azul chillón, hacía las veces de paso de cebra, mientras que el resto de cómicos paseaban sobre su abdomen, y cada vez que ocurría, el hombre chupa-chups azulado despedía una fuente de agua verdosa de su boca, cayéndole de nuevo en la cara al descender. De repente, un fuerte estruendo sonó tras las bambalinas. Algunos payasos absortos en su número no apreciaron el sonido, otros, en cambio, se miraron extrañados, preguntándose qué habría pasado tras el telón de fondo. Al ver que el jefe de pista no parecía preocupado, supusieron que todo estaría en orden. La función debía continuar. Los trapecistas fueron los siguientes en mostrar su impresionante habilidad sobre la cuerda floja. Saltaban sin red al vacío para caer en manos de algún com- 22 pañero, mostrando convicción y seguridad en sus movimientos acrobáticos. Algunos de los chicos de mayor edad del grupo estudiantil, repetidores la mayoría, silbaban y gritaban impertinencias a las acróbatas escasas de ropa, al tiempo que los profesores a su cuidado les reprendían sin conseguir resultados. Había llegado el turno de los animales más feroces. Una jaula inmensa y de aspecto robusto bajó de las alturas, colgada de cables muy gruesos. Nadie entendía cómo no habían visto aquel gigantesco artilugio con anterioridad, era como si se hubiese materializado en el aire. Los niños más pequeños empezaron a chillar con sus vocecillas agudas y molestas; gritaban al contemplar la jaula que bajaba del techo de lona, dentro de ella se encontraba un animal de gran envergadura y peligroso, pero no había ninguna puerta o reja que mantuviera al bicho dentro de su cárcel. Incluso, los cuidadores de la excursión quedaron estupefactos ante tamaña locura. Si aquella bestia lograba saltar a las gradas, que estaban a pie de pista con total accesibilidad, ocurriría una catástrofe. El hombre encargado de presentar el show salió corriendo como alma que lleva el diablo, y se encaramó a la jaula, intentando cerrar la puerta corredera de la misma. —¡Subidla de nuevo! —Gritaba el presentador encolerizado y tratando que su mano no terminara dentro de la boca del animal. Los payasos intentaban que la gente no se moviera de sus asientos, advirtiéndoles de que si corrían pondrían más nerviosa a la bestia. Dos domadores armados con un látigo y una fusta entre las manos, se acercaron con sigilo a la jaula colgante. La enorme criatura de más de dos metros de altura saltó fuera de su prisión, y mirando a los domadores como si fuesen comida, se lanzó contra ellos, devorándoles la cabeza en un solo movimiento. Los payasos, ahora convertidos en estatuas de piedra, seguían con los brazos alzados pidiendo calma, postura en la que se habían quedado cuando el animal mató a aquellos hombres. Los profesores aferraban fuertemente los cuerpecitos de los niños mas próximos a ellos, intentando inútilmente protegerles de lo que vendría a continuación. La masacre era inminente. Una preciosa niña de cabellos cobrizos y piel clara, se puso de pie entre el público aterrorizado. Con una amplia sonrisa empezó a bajar por las escaleras, ignorando las voces a su espalda y esquivando el agarre de los compañeros junto a los que pasaba. El terrible monstruo se giró sobre sí mismo y encaró al presentador, que terminó con idéntica suerte que los dos domadores descabezados. Aún viendo aquello, la pequeña pelirroja continuaba su avance hacia la criatura asesina con las manos extendidas como si quisiese dar un amistoso abrazo al animal. El payaso de pelo añil agarró a la muchacha por la cintura e intentó llevarla de nuevo junto con sus tutores, pero al parecer a ella no le hacía gracia que aquel hombre la tocara. Puso las tiernas manitas en sus maquilladas mejillas y lo obligó a torcer la cabeza hasta encontrarse con sus ojos. —Bájame, yo puedo solucionar esto —dijo la pequeña con seguridad. Por algún extraño motivo, o a causa de lo caótico de la situación, el payaso creyó las palabras de la niña y, como si estuviese hipnotizado, la puso de nuevo en el suelo, dejándola libre. Dirigía sus cortos pasos hacía la bestia, teniendo que saltar por encima del cuerpo de uno de los domadores que reposaba sobre un gran charco de sangre. Al llegar junto al bicho en cuestión, le tocó la cola. Esperó a que el animal se diera la vuelta, con las manos cogidas a la espalda, poniéndose de puntillas y sacando pecho. —No te preocupes, ya ha pasado todo, no tienes que ponerte nervioso. El animal la miró por un instante con ojos hambrientos, y amenazante, abrió las fauces frente a ella. Intimidándola. —He cerrado todas las salidas y nadie podrá escapar de aquí. Traje a los más mayores para ti. A los pequeños me los quedo yo. Por si no lo recuerdas, ese era el trato. Te dije que no sería tan difícil conseguir gran cantidad de comida y he cumplido con mi cometido, ahora me debes un viaje, recuérdalo. El dragón desplegó sus alas, escondidas hasta el momento entre las escamas, y sonrió de lado a la pequeña maquinadora del plan. Tenía la seguridad de que por lo de hoy tendría que hacer multitud de favores a la dichosa y caprichosa demonio. El dragón sacó su bífida lengua a modo de burla y ella se carcajeó en respuesta. «Las próximas semanas serán muy divertidas», pensó la pelirroja. Al menos, esta vez, el reptil comería un verdadero festín de cumpleaños. 23 CUANDO EL RÍO SUENA... Texto: Natalia Viana Ilustración: Pedro Belushi —C oge el teléfono. Coge el teléfono ¡Coge el maldito teléfono! No, cariño, mamá no está enfadada. ¿Dónde estará? ¿Dónde se habrá metido con la que está cayendo? Tranquila, Carmina. Tranquilízate. Intenta arrancar de nuevo el coche. Venga, vamos allá. Nada, que no arranca. De aquí no nos movemos. Con la que está cayendo. —No llores, cariño. No llores. Pronto dejará de llover y saldremos del coche. Iremos a ver a los abuelitos. ¿Te gusta la idea? Claro, claro que te gusta .Es ahí donde tendría que haber ido. Coger la general y en unos minutos, allí. Habríamos llegado mucho antes de que empezara a llover. Con lo que odio que llueva. No lo soporto. Es que no lo soporto. Y sigue cayendo. Voy a volver a llamar a Manolo. Y como no me lo coja… —No chilles, que no ha sido nada, cielo. El agua, que quería pasar y como el coche no le dejaba, nos ha empujado un poquito. ¿Recuerdas cuando fuimos a la feria, lo que se movía el tren dragón? Pues ahora, lo mismo. Cabrón, cógeme el teléfono o te vas a arrepentir. Si no me hubieses amenazado… Nada. No lo coge. Y sigue lloviendo. ¿Por qué no parará? ¡Que pare ya!¡Quiero que deje de llover! —Otro empujoncito. El río, que quiere jugar. Cielo, vamos a decir: «Deseo que deje de llover, deseo que deje de llover», muchas veces. ¿Vale, cariño? ¡Huy, este ha sido fuerte! —Ahora te cojo. Ahora te cojo, cariño, pero no llores. No llores, por favor. Se acabó. Carmina, coge a tu niña y sal del coche. Un poco de lluvia en el cuerpo no te hará daño. Piensa en tu hija. Si te rindes, tu marido cumplirá su amenaza de ingresarte en un sanatorio. Vale, Vamos allá. ¡No puedo abrir!¡ No puedo abrir la puerta! El agua me lo impide. Pues llama a tus padres.¡Llámalos! Que pidan ayuda a los bomberos. —¿Mamá? ¡Gracias a Dios! Estoy en el camino del río seco. Sí, si, ya sé que habían avisado de fuertes lluvias pero… Ya lo sé. ¡No me grites! Avisa a los bomberos o vete a la mierda, lo que prefieras. ¡Adiós! —La abuelita, que es una pesada. Que si me había tomado la medicación. Que cómo se me ocurre salir con este tiempo… Tú no te preocupes. Ahora mismo te quito el cinturón y te sientas aquí delante conmigo, a esperar. Diario de … Sucesos Las fuertes lluvias que azotan la región se cobraron anoche su primera víctima. Una mujer, de unos cuarenta años que responde a las iniciales C. M. C. fue rescatada por los bomberos del interior de un Opel Corsa (modelo antiguo) Yacía abrazada a lo que en un principio se pensó que era una niña, pero que resultó ser una muñeca. La mujer, vecina de Toledo, conducía imprudentemente por las proximidades del lecho del río seco. No se ha podido localizar a ningún familiar… 25 VM.- Un dibujante de storyboard siempre interviene en el guión en mayor o menor medida. En todos los proyectos que hago con Javi siempre le gusta redondear cosas de guión conmigo, formamos buen equipo. En este caso, Javier venía con un guión preliminar que tuvo que cambiarse varias veces a lo largo del storyboard y tenía partes que venían sin estar muy claras, ahí es donde yo intervengo y aporto todo lo que pueda, sugiero nuevas líneas argumentales y soluciones ya usando mi visión artística de la cosa. Javier y yo formamos un buen dueto a la hora de parir gags y marcianadas varias. ENTREVISTA: Víctor Monigote (Por J. Javier Arnau) Músico, ilustrador, cantante, actor, escultor, director de arte, conferenciante, escritor… en este número entrevistamos a Víctor Monigote, cuya labor podemos ver en, entre otras, «Mortadelo y Filemón contra Jimmy el cachondo», «Cándida», «Camino», etc, además de en publicidad y diversos campos más. Ex cantante de los Petersellers, actualmente en MARYLOU&CIA, Víctor «vale para un roto y un descosido» Podéis visitar su web para ver sus trabajos y acceder a su biografía en http://www.monigote.es/ J. Arnau- A veces, en las películas, no sabemos muy bien la función más allá de director, guionistas, actores y poco más. Y animadores, en las de animación, claro está. Dicho esto, ¿Cuál ha sido tu función en «Mortadelo y Filemón contre Jimmy el cachondo»? Víctor Monigote- En este caso especial tuve la suerte de encargarme de varias labores a la vez: Dirección de arte (o diseño de producción, como lo llaman en EEUU), diseño de personajes, diseño de props principales y storyboard y animatic completo… además de escribir las letras de las canciones y poner mi voz a Tronchamulas reversizado. Normalmente, esto lo hacen distintas personas en distintos departamentos, pero javier Fesser, que me conoce muy bien y sabe de mi velocidad con el lápiz/mente y capacidad de abarcar, me puso al mando de estas labores e hizo que la producción fuera más ligera y directa. JA- ¿Interviniste, además, en el guión? 26 JA- Director de arte, diseñador de personajes, ilustrador… ¿qué otras películas tienes en tu «haber»? VM- Pues hice storyboard y arte en «Cándida», además de actuar en el papel de Julián, hijo de Cándida, storyboard y arte en «Camino» de Javier Fesser, con otro papelito como profesor de teatro, storyboard y arte en «Lope», storyboard en «Amigos de Borja Manso». JA- Además de películas, también has trabajado en publicidad, ¿podrías comentarnos un poco en qué, y tus funciones en ella? VM- En publicidad he trabajado haciendo casi lo mismo que en cine. Me encargo de dibujar los storyboards para agencias y presentaciones de proyecto y los shootings para rodaje, también me he encargado muchas veces de diseñar decorados y también ha actuado en varios de ellos. Tengo un truco buenísimo: me dibujo a mi mismo en el storyboard y después me presento al casting y tanto el director como el cliente y agencia alucinan de que en el casting haya un actor clavado al del storyboard y claro… me dan el papel, si es que lo he hecho bien, por supuesto… otras muchas no me lo dan, por mucho que sea clavado al dibujo. Que también hay que valer y hacerlo bien. JA- También, por supuesto, ilustración, diseño, etc. Desde aquellos tiempos en Peter Sellers… ¿Un resumen de tus trabajos sería posible? VM- Pffffff, bastante complicado por falta de memoria, pero veamos: cantante de los «Petersellers», ilustrador para Disney, técnico en FX, escultor y maquillador de efectos especiales, portadista editorial, decorador de clubs, dibujante de cómic, dibujante de storyboard, ilustrador para presentaciones, actor de cine y publicidad escultor, ilustrador de cuentos infantiles, diseño gráfico en general (logotipos, imagen corporativa), director de arte de Gomaespuma (Juan Luis Cano y Guillermo Fesser) en sus proyectos aparte de la radio, actor de improvisación para cámaras ocultas, doy charlas, conferencias, etc, espectáculos de improvi- 27 sación en teatro en los que voy creando distintos escenarios dibujando mientras fluye la obra… en fin. No recuerdo bien, la verdad. Mi vida es un lío. JA- Sabemos que utilizas (o te acoplas) a diferentes técnicas. Coméntanoslas, por favor. VA- Hombre, me muevo bien en cualquier disciplina mientras sea artística, lápiz, carboncillo, acuarela, acrílico, graffiti, tinta china, barro, talla de madera… El fútbol y la escalada se me dan fatal, por ejemplo… pero me encantaría que se me diesen bien. JA-¿En cual de ellas te sientes más cómodo? VM-Sin duda, en donde estoy como pez en el agua es con un lápiz de grafito HB y un buen taco de papeles en blanco. Ese mi hábitat en el 75 % de mis trabajos gráficos, dibujar, diseñar, crear, parir… etc. El lápiz es una verdadera prolongación de mi cerebro que pasa por mi mano. JA-Actor, cantante, además de todo lo comentado anteriormente… y ¿para «relajarte»? VM- Relajarme?? Que es eso?... por relax no me viene nada… Mmmmmm pues veamos; desocupo el cerebro principalmente jugando unos 2 ò 3 partidos semanales de frontón (vivo en la sierra madrileña y por esta zona se trabaja mucho ese asunto). También juego mínimo una vez a la semana al pingpong (reto a quien quiera). Se supone que también me relajo con mi grupo de música MARYLOU&CIA (buscándolo en internet, AR!!! y viniendo a conciertos AR!!)- https://www.facebook. com/marylouandcia -, porque aunque ya no milite en los Petersellers (mucha tralla ya para mis edades con posibilidad de migraña a cada berrido), no puedo dejar de escribir, componer y cantar, me sale sólo y además lo necesito para vaciar cerebro. Cuando canto, sólo canto… y me sienta de maravilla que mi cerebro se tranquilice dedicándose exclusivamente a una tarea, que pocas veces pasa. Y para descansar de todo lo anterior necesito salir a curvear en solitario con mi vieja moto BMW de 37 añitos (The Big Machine), irme lejos a la montaña, a un lago, pantano, río o charca, bañarme en pelota picada, incluirme en el cuerpo un bocata y una cerveza al sol y una siesta de hombre a la sombra… y vuelta curveando a casita. Esto es lo ideal, pero casi siempre me llevo un guión que me tengo que leer, un cuaderno para abocetar ideas de trabajos o arte personal, guitarrita para componer canciones para mi banda… en fin, que no hay manera. Y claro, luego está el cine, exposiciones, teatro, cenas, juergas,… el amor!! (y el sexo, que ese si que relaja bastante). Pues esto ha sido, de momento, todo. Como comentábamos más arriba, podéis visitar sus trabajos en su web, así como conocer un poco más de este «hombre moderno del renacimiento», que igual que sonoriza una película, que te decora un escenario, que hace los efectos de una película disney… UN NUEVO AMANECER Texto: Silvia Pato Ilustración: M. C. Carper 30 I Y a no queda nada. Lo han destrozado todo. Sólo la inmensidad del silencio inunda los fueros de mi existencia. Sólo la densidad del vacío ocupa el espacio de una vida que antaño, sé bien, fue plena. Ya no importa nada. Para qué las peleas. Nadie queda para defender ideales que pudieran borrar del recuerdo los reflejos del pasado. Nadie queda para luchar por la justicia que, en su día, unos y otros se apropiaron; nada más baldío que aquellas palabras barridas hace siglos por el viento; solo su eco permanece. Nadie hay ya para escucharlas. De poco importó la Historia. En vano fueron las lecciones aprendidas. Nadie recuerda el nombre de aquel por el que lucharon. Nadie atesora la esencia de aquello por lo que se enfrentaron. Escasa importancia confiere el ahora a los ideales que se encomendaron. Atrás queda el Olimpo, atrás yace el Sinaí. Nadie pronuncia el nombre de los lugares sagrados; lugares que algunos juraron proteger, lugares que otros aspiraron alcanzar, lugares que estos y aquellos dejaron atrás, reposando en las sombras que dibuja el árbol del olvido en los jardines de la memoria. Nadie recuerda ninguno de los sacros parajes; poco importa cómo fueron, poco importa si existieron. Ahora, la brisa sopla y el viento barre las inmensas exaltaciones de un terreno desierto; las montañas desoladas de todos los rincones del mundo. Vinieron unos, y otros se fueron, completando el eterno ciclo de la vida. Y cuando miro hacia atrás, las preguntas se agolpan en mi cuerpo deshecho. ¿Quién iba a pensar que olvidarían todo lo que les hizo únicos? ¿Quién iba a creer que osarían enarbolar las banderas de la verdad absoluta? ¿Quién iba a imaginar que la soberbia de su condición fuera a arrastrarles a los precipicios de sus más materialistas existencias? ¿Dónde están ahora los filósofos?; ¿dónde se encuentran los agoreros?; ¿dónde los trágicos profetas o los enardecidos optimistas?; ¿en qué lugar yacen postrados los ilusos?; ¿en qué paraísos han desembarcado unos y otros cuerpos? Ni huríes, ni ángeles, ni copas rebosantes de ambrosía aguardaron ni a unos ni a otros después de semejantes sucesos. Ya no queda agua en la clepsidra. Ya se detuvo el deslizar de su tiempo. Ya no queda nada. II No sé por qué me preocupo. No sé por qué me inquieto sumida en este paraíso desierto. Y, sin embargo, inevitablemente, lo hago, esperando que en otra vida, en otra época, en otro lugar, en otro tiempo, las lecciones sean aprendidas y las responsabilidades sean asumidas por aquellos que deban hacerlo. Todavía anhelo que el respeto y la libertad perduren, y que se establezca un nexo entre todos los seres que me habitan, entre todas las vidas, entre todos los universos. Hubo una época, o tal vez no la hubo, en que un brillo de esperanza se asomaba a través de los ojos del humanismo, de las artes, de las ansias del renacimiento. Su refulgir cegó a aquellos que se negaron a creer en utopías y que, sin dudar, cerraron las puertas y prohibieron hacer realidad los sueños. Tristeza siento al recordar las ilusiones rotas; amargura padezco al evocar las verdes esperanzas pisoteadas en el suelo por sujetos ególatras y egocéntricos, por los abanderados de un mundo que no les pertenecía, porque el mundo no pertenece a nadie. No fue suficiente el pragmatismo del raciocinio más puro, tampoco bastó el temor al más allá; de poco sirvió la evidencia absoluta ante los ojos de todos. La ceguera voluntaria los arrastró por completo. 31 Pobres de aquellos que observaban, silenciosos, el principio del fin; pobres de aquellos que osaron hablar y fueron mancillados; lástima de aquellos que oyeron pero no escucharon; lástima de aquellos que prometieron y nada más cumplieron el perfil perfecto de la hipocresía. He sido testigo de todas las épocas. He conformado la audiencia silenciosa de todos los lamentos guerreros. He sido espectadora de todas las sociedades nacientes y extinguidas y, no obstante, jamás habría osado predecir el final que acometieron. Me avergüenza confesar que no esperaba tal desenlace. Había soñado con risas cristalinas, inmensos mares, verdes campos, frondosos setos; con el suelo fértil pletórico de gozo, enormes cosechas y jugosos frutos. Había imaginado, torpe ilusa, que su evolución avanzaría unida a mi respeto. No fue así. En ese momento quedó establecido el fatídico desenlace. Antes o después llegaría. No importa ya quién tenía razón o quién estaba equivocado. No importa ya quién osara adorarme o quién me menospreciara. No importa qué iluminados deseaban poseer el tesoro absoluto de la existencia. No importa, porque ahora solo hay silencio. III Ya no queda nada. El individuo condenado al fracaso por su propio despego a la humanidad congénita ha llegado a esto. A veces me siento culpable, pero sé que hice lo correcto. Ellos nunca entendieron que siempre hay que pagar un precio; se olvidaron de la humildad ante un cielo infinito; ignoraron su pequeñez ante un universo que jamás abordarían por completo. Sus teorías, sustentadas en meras hipótesis, se convirtieron en certezas absolutas que no toleraban, en ninguna de sus formas, la sana idea de la incertidumbre; y por tanto olvidar, 32 hasta olvidaron el propio palpitar del suelo que pisaban. Nada ni nadie se detuvo ante sus deseos. Nada puso freno a su anhelo de alcanzar la esencia misma del poder supremo. Así pretendieron controlar el tiempo, así anhelaron saltarse las leyes de la física y romper la sabiduría de la naturaleza que adoraban sus ancestros. El sendero a seguir era lógico, aunque no evidente. Muchos creían locura pero, en este instante, sé que tenían razón los que emitían juicios descabellados sobre los verdaderos deseos y aspiraciones de poderosos y gobiernos: eterna juventud, máquinas del tiempo, inmortalidad, armas perfectas, letales venenos… La ambición absoluta de un simple ser humano. El afán por ir más allá no les abandonaría nunca, tal y como nunca les había abandonado. Todavía me pregunto cómo no fue previsto entonces. Quizás algunos ingenuos creyeron en una parte mágica del ser, esa zona inexplicable donde no tienen cabida las teorías y las explicaciones de los más sesudos cerebros de su época. Pero para la mayoría únicamente había tecnicismo, únicamente era puro el materialismo; mejor era despreciar la magia, fuera del tipo que fuera; mejor era olvidarse de la incertidumbre, al amparo de todo aquello que llegó a considerarse ciencia. Por el camino quedaron postergados los sueños, y los fieles seguidores de la fantasía, los sinceros que asumieron los límites de su sabiduría, se vieron abocados a sentirse parte de una ingenua minoría. Los otros aborrecieron la inspiración, despreciaron lo maravilloso, renegaron de cualquier tipo de ética en aras de una libertad arrolladora que destrozaba la del otro. Esa ciencia fue la nueva religión; los científicos, su nuevo clero. Y la imagen se adueñó del culto. Y todo cambió. Todo tenía explicación. Todo tenía coartada. El amor fue analizado, la magia desestimada, la inspiración abofeteada por un mundo donde la producción imperaba por completo. Se olvidaron de la vida, se olvidaron de la esencia, se olvidaron de todo aquello que nadie jamás podría analizar por completo. Se olvidaron de reconocer humildemente que no lo sabían todo, que apenas habían vislumbrado un ápice de su conocimiento. Se olvidaron de sentir; se olvidaron de soñar; se olvidaron de contemplar. Porque si lo hubieran hecho habrían visto que todo a su alrededor se rodeaba de podredumbre, que todo se estaba muriendo; que los cielos azules y los campos abiertos de olorosas flores solo aparecían en las pantallas de sus aparatos eléctricos; que el inmenso océano que, una vez, había sido considerado un dios, se ahogaba bajo el peso de tanta pudrición. Y tal vez, y solo tal vez, de tanto observar aquella belleza en esas imágenes, y no por sus ventanales, creyeron real lo que estaba dejando de serlo, y no pudieron comprender que se iba, poco a poco, consumiendo. Pobre Humanidad, merecedora de ser salvada por los sueños de muchos y arruinada, al fin, por la ambición de unos pocos. Por eso lo sé. Por eso puedo hablar en consecuencia. IV Algunos pensarán que me comporté de forma inconsciente. Otros creerán que mi enojo fue descargado en exceso. Nadie defenderá mis intereses; nadie se pondrá de mi lado si, en algún rincón de la galaxia, se narra mi historia. Esa es la causa, y no otra, por la que hablo a la oscuridad del universo, donde todavía se pueden pedir deseos a las estrellas fugaces. Tal vez me excedí con los mares, y puede que me enardeciera con los grises nubarrones del cielo, pero no me escucharon; siguieron sumidos en sus propias luchas, en sus propias peleas, sin advertir que todo se venía abajo al- rededor de ellos. Por eso no pude parar. Y por eso alego el perdón de la Historia. Los huracanes podrán parecer excesivos, los ciclones demasiado fieros, los incendios y tornados, de seguro, asemejarán crueles, pero debía hacerme oír. Tenía que hacerme escuchar. Estaba enojada, furiosa y herida. Lo único que podía desear era salvar al ser humano de su propia miopía y salvarme a mí a su vez. Gritar, exhortar, movilizar a todos y cada uno de ellos para que unos segundos de reflexión les llevaran a pensar: «¿Qué estamos haciendo?». Pero todos mis intentos fueron en vano, por eso no tuve elección. Lo siento, yo no tuve elección. Desde luego, había algunos que me querían. No puedo negarlo. Todavía podía encontrar a alguien que apreciara más el vuelo de una mariposa que el sonido de las monedas tintineantes sobre el tablero. Todavía había alguien que se emocionaba al sumergir su mirada en el frío amanecer de una mañana de invierno. Todavía existía alguien que, gracias al deslizar de las nubes, podía viajar a Ítaca de regreso. Pero todos ellos no fueron suficientes. Las gotas de un vaso no hacen un océano. Hubiera podido ser de otra forma; por eso lo lamento, por eso me lamento. V Yo sigo aquí o aquí sigue lo que de mí queda. La lluvia continúa mojando mi rostro. No os engañéis. No me causa placer. Añoro aquel agua fresca y límpida, su dulce deslizar por lo extenso de mi cuerpo, el hondo respirar que exhalaban mis entrañas. Este ácido no es lo mismo, solo me corroe y me consume, solo me permite recordar quién fue el causante de ello. Mientras yo avisaba, ellos seguían jugando a ser dioses. Yo sigo aquí; después de todo, no han podido conmigo. Cuando todos se han ido, aquí permanezco. Cuando ya nadie está, mi ser sobrevive. 33 Algún día, tal vez, vuelva a alumbrar en mi seno la grandeza de la vida. Si todo sale bien, si me recupero, si vuelvo a ser una paleta de azules y verdes, si vuelvo a serlo, quizás vuelva a escuchar el crepitar de los pinos, quizás vuelva a oír las risas de los niños. No sé cómo crecerán sobre mí. Desconozco si los crearán de una costilla, si los moldearán con barro, si emergerán de las aguas. Desconozco si la evolución los traerá de vuelta, si recorrerán el camino correcto. Desconozco el futuro, pero recuerdo el pasado, y por eso mismo espero que, cuando ocurra, si es que ocurre algún día, en alguna época, dentro de millones de años tal vez, o tal vez mañana, exista todavía un hueco para la esperanza y la vida. Y rezo porque en sus almas, si es que tienen almas, subsistan almacenados los ecos de aquel tiempo en el que los errores los condujeron al odioso limbo de la nada, en el que me obligaron a destruir la creación y hacer que todo, de una u otra forma, empezara de nuevo. Por eso espero. Por eso sigo aquí. Llueve afuera. Parece que no va a parar nunca. Parará. Sé que parará. Todavía espero un nuevo amanecer. 34 JULIA Texto: Alejandro Morales Mariaca ilustración: Abel Portillo 35 E l tren arribó a la pequeña estación al poco de caer la noche. Su gran maquinaria se detuvo con un pequeño tirón, emitiendo un silbido mecánico similar a una exhalación, que al poco se convirtió en una densa nube de vapor que lo envolvió todo. Justo cuando parecía que nadie descendería de él, una delgada figura, medio difuminada por la bruma, bajó por la escalerilla metálica, haciendo sonar el tacón de sus botines. La joven, a la que no podrían calculársele más de veinticinco años, avanzó por el solitario andén, llevando con ambas manos un abultado maletín de tweed que contenía absolutamente todas sus pertenencias. Por lo que pudo ver, nadie se había acercado a recibirla; de hecho, fuera de ella misma y del conductor del tren, quien en ese momento volvía a poner en funcionamiento la locomotora, no pudo encontrar una sola alma rondando por la estación. Si no fuera por la ausencia de polvo y las lámparas de queroseno, el lugar parecería del todo abandonado, nada más que un cascarón de hierro y madera. Pronto decidió no esperar más y abandonó la terminal, dispuesta a embarcarse en aquella nueva aventura. Tras caminar algunos metros, siguiendo un pequeño sendero de piedras, pudo llegar sin dificultades hasta el pequeño poblado, encontrándolo silencioso y tranquilo. Tal como había ocurrido antes, el único inicio de vida que pudo hallar fueron las farolas de gas que iluminaban las calles. Aquella quietud pronto comenzó a antojársele antinatural, y no pudo evitar pensar que alguien le estaba jugado una mala pasada. Pensando en aquella posibilidad, apenas si se percató de que no todas las construcciones se encontraban a oscuras, pues al lado de la avenida principal se levantaba un edificio de ladrillo de dos plantas sin decorados, cuyas ventanas estaban parcialmente iluminadas desde el interior. 36 Como no tuvo una idea mejor, se encaminó hacia esa estructura, pensando que tal vez ahí encontrase a alguien que pudiera indicarle dónde conseguir hospedaje y algo de comer. Al acercarse un poco más pudo ver que su suerte mejoraba un poco, pues se trataba nada menos que de la taberna del poblado, cuyo nombre, grabado sobre una tabla de madera con adornos de hierro forjado, resultaba ilegible por la acción del tiempo y los elementos. Agotada y un tanto molesta, la joven entró con decisión en el edificio, en donde lo primero que hizo fue liberarse de la pesada maleta sobre la mesa más próxima, sólo entonces se atrevió a dar un vistazo al lugar. Con auténtico alivio descubrió a dos personas allí, el tabernero, quien en ese momento se daba a la tarea de limpiar un tarro de cerveza, y cuyas facciones permanecían ocultas bajo una ensortijada melena; le acompañaba un caballero ya entrado en años que, sentado en una de las mesas del rincón, devoraba con fruición un humeante estofado, sin que al parecer nada más le importase en el mundo entero. La joven se aclaró la garganta intentando llamar la atención del dependiente, pero éste no pareció darse por aludido. Un tanto indignada, pero intentando mantener la compostura, dio da dos pasos en dirección a tan grosero sujeto. —No lo tome personal —dijo el otro hombre, sin soltar la cuchara—, el pobre Esteban sufre de sordera desde hace varios años. Antes de que ella tuviera oportunidad de disculparse por el exabrupto, el comensal retomó la palabra: —¡Esteban, trae un plato de estofado y un vaso de tu cerveza para esta bella dama! El tabernero no respondió nada, pero desapareció tras una puerta que la visitante supuso conducía a la cocina del lugar. —Le agradezco. —No es nada —exclamó el anciano con una amplia sonrisa—. ¿Le gustaría compartir la mesa conmigo? En realidad nunca me ha gustado comer solo. —Encantada —respondió la joven. Antes de que tuviera tiempo de tomar asiento, el viejo se incorporó como impulsado por un resorte. —Pero qué modales los míos —se excusó—, permítame ayudarle con su silla. ¿Cómoda? —Sí, es usted muy amable, señor… —Abel, puede llamarme Abel. —Encantada, mi nombre es Julia. —Y dígame, jovencita, ¿se encuentra de paso por nuestro pequeño poblado? —No realmente. Hace una semana recibí una carta del alcalde de esta localidad, en la cual me ofrecía un trabajo como maestra —acompañado estas palabras, Julia sacó de entre sus ropas una hoja de papel que extendió al anciano. —Lamento ser yo quien se lo informe —soltó Abel, tras leer el documento—, pero nuestro alcalde falleció la pasada noche. Julia se llevó una mano a su boca, incapaz de ahogar un gritito de sorpresa y frustración, pues todas las esperanzas que había depositado en ese empleo se desvanecieron de un plumazo, lo que era más de lo que podía soportar en ese momento. —Pero no se preocupe, que aún necesitamos de una profesora. Estoy del todo seguro que el nuevo alcalde la considerará para el puesto, y antes de que se percate de ello, será una de nosotros —la última frase del anciano fue acompañada por una ampliación en su sonrisa, gesto que no fue del todo del agrado de Julia. No muy segura de cómo responder a ello, la futura maestra sonrió a su vez, asintiendo suavemente con la cabeza. En ese momento, e interrumpiendo el incómodo momento, el tabernero se acercó a la mesa, portando un tazón de comida y una jarra con más espuma que líquido. Como no pudo hacerlo al llegar, Julia aprovechó la repentina cercanía para ver mejor al sordo. Le bastó una breve mirada para maldecir su curiosidad, pues tanto el rostro como las manos del tabernero no existían como tal, sino que eran representaciones hechas con un material muy similar a la cerámica. El hombre no dijo nada ni hizo amago de mirarlos con sus ojos muertos, limitándose a regresar en silencio a su posición detrás de la barra. Notando su turbación, Abel comenzó una explicación que consideró necesaria. —Esteban luchó en la guerra y, como podrá ver, sufrió severas heridas. Ya que la medicina no podía hacer nada para aliviar sus sufrimientos, vino a mí por ayuda. No resultó sencillo, pero tras muchos meses de trabajo logré reconstruir sus manos. Por desgracia, lo único que pude hacer por su rostro fue fabricarle esa máscara, con la cual parece bastante conforme, ¿no lo cree así? —¿Usted construyó…? ¿Es alguna clase de médico o ingeniero? —¿Yo? Oh no, no. No soy más que un simple juguetero. Mi taller queda a unos cuantos pasos de aquí. —Pero lo que ha hecho por ese pobre hombre… no me parece que un juguetero cualquiera pueda realizar algo así. —Admito que en ocasiones llevo algo lejos mi trabajo. En realidad nuestros cuerpos no son tan diferentes a los mecanismos internos de los juguetes de cuerda. Sí, son algo más complejos, pero funcionan siguiendo leyes similares. Verá, si uno es capaz… El resto de la cena transcurrió a partes iguales entre las complicadas explicaciones del viejo juguetero y las exclamaciones de admiración de la muchacha, quien aunque no comprendía la mayor parte de lo que se decía, intuía que se trataba de cosas muy importantes. Finalmente, fue ella quien decidió poner fin a la conversación, excusándose en el cansancio que en realidad sentía en ese momento. —Es verdad, el viaje debió resultarle agotador —concedió el juguetero, asintiendo para sí. 37 —Un poco —admitió Julia, al tiempo que se le escapaba un bostezo—. ¿Podría ser tan amable de indicarme un lugar donde pueda hospedarme? —De hecho, Esteban tiene un par de habitaciones disponibles en el piso superior. Estoy seguro de que no le importará que ocupe una de ellas, al menos hasta que pueda conseguir un hospedaje más permanente. Si me lo permite, puedo escoltarla hasta allí y ayudarle con su equipaje. —Le agradezco la gentileza, pero no será necesario. Ya mucho ha hecho por mí. —En ese caso le deseo buena noche. Y no se preocupe por la cuenta, que en esta ocasión invito yo. Agradeciendo de nuevo tanta atención hacia su persona, Julia tomó su maletín, dirigiéndose a las escaleras ubicadas al lado derecho de la barra, en donde el mutilado Esteban continuaba entregado a su labor de limpieza. Una vez en la segunda planta, Julia se topó con un pequeño pasillo con dos puertas cerradas, una a cada lado. Decidió probar suerte con la de la izquierda, encontrándola sin llave, así que la atravesó, cerrándola de nuevo tras de sí. La habitación que se reveló ante sus ojos era pequeña y no del todo cómoda, pero al menos lucía limpia, lo que ya era de agradecer. Sin gran ceremonia se despojó de su atuendo, cubriendo su desnudez con un ajado camisón que había conocido tiempos mejores. Se encontraba tan cansada que no se molestó en apartar las sábanas, acostándose sobre ellas sin pensarlo, y en cuanto su cabeza tocó la almohada, cayó en un profundo sueño. La sensación de algo anormal la obligó a abrir los ojos. La habitación todavía se mantenía a oscuras, por lo que a tientas tuvo que buscar la clavija que accionaba la lámpara de gas. Pero la luz no bastó para alejar esa agobiante sensación, así que decidió incorporarse y, sin saber muy bien porqué, se acercó 38 al espejo que colgaba de la pared. De súbito, la sensación del camisón sobre su cuerpo se le antojó insoportable, viéndose obligada a arrancárselo, para después mirar de nuevo su reflejo. En él vio que su piel se había vuelto similar a la porcelana y que en su pecho, en el lugar donde deberían de estar su corazón y pulmones, se desplegaba un complejo grupo de engranes, bielas y fuelles. Aterrada, Julia despertó. El sol ya entraba en el lugar y la ropa aún cubría su delgado cuerpo. Con urgencia puso una mano sobre su pecho, sintiendo las rítmicas palpitaciones de su corazón y no el pausado ritmo de una maquinaria de relojería. Todavía permaneció sobre la cama unos minutos más, hasta que su respiración se regularizó y las brumas del sueño abandonaron su mente. Pronto comenzó a sentir hambre, así que se vistió y bajó a la taberna. No encontró rastro alguno del dueño del lugar, pero sí descubrió un plato de alimento y una taza de té con leche sobre una de las mesas. Con mucho apetito devoró su desayuno, permitiéndose entre bocado y bocado pensar en su situación. Ella, al igual que muchos, huía de la guerra, y hasta donde sabía, ya no tenía un hogar al cual regresar. Tampoco tenía dinero, lo último de sus ahorros lo había gastado en el boleto de tren que la llevó hasta ese aislado y olvidado poblado, lo que de pronto le pareció una mala decisión. Tal vez hubiese sido mejor utilizar ese dinero para abordar un dirigible y viajar a otra nación, tal vez a Inglaterra, o quizá Francia. Pero ya era tarde para lamentarse. Sumergida en sus cavilaciones, Julia se había acercado, sin ser consciente de ello, a uno de los muros de la taberna, en el cual se encontraba una gran cantidad de retratos de personas de ambos sexos y diferentes edades. Todos parecían haber sido capturados en momentos y actividades cotidianas. Todos tenían rostros felices. Por más que lo buscó, no fue capaz de encontrar en aquella galería una fotografía del juguetero o del siniestro hombre reconstruido. Cuando al fin abandonó la taberna, decidió que lo mejor que podía hacer era familiarizarse con el pueblo, y de paso presentarse ante sus habitantes, pues como el viejo Abel le dijera la noche anterior, pronto sería uno de ellos. Bajo la luz del sol aquel lugar lucía muy distinto, incluso se podría decir que agradable, aunque un tanto descuidado, como si nadie en las últimas semanas se hubiese tomado la molestia de barrer las hojas muertas, cambiar un vidrio fracturado o de retirar las incipientes telarañas de los rincones. Tal como sucediera durante su llegada, no se encontró con nadie en el exterior, aunque en ocasiones alcanzó a distinguir siluetas detrás de las ventanas de algunas de las viviendas. De no ser porque no conocía a esa gente, casi podría haber asegurado que los pobladores se ocultaban de ella. Pero como eso no podía ser, decidió tomar el control de la situación y fue directo a una de las puertas con la intención de darse a conocer. Casi estaba a punto de hacerlo, cuando una idea todavía mejor vino a su mente. El taller de Abel quedaba cerca, así que bien podría ir hacía allí, conversar con él y solicitarle su ayuda para introducirse en la comunidad. Con este nuevo plan y más segura de sí misma, Julia tomó rumbo al taller del juguetero, el cual no le fue nada difícil localizar, pues en su fachada se encontraba una gran vitrina en la que se exhibían juguetes de diverso tipo. Le bastó una sola mirada para poder ver la innegable maestría en la ejecución de cada una de esas piezas, que demostraban más allá de cualquier duda la habilidad de aquel hombre y su capacidad para realizar prodigios que la ciencia médica no era capaz siquiera de imitar. A diferencia de la mayoría de las construcciones en el pueblo, el taller del juguetero era un edificio de tres pi- sos, el último de los cuales se encontraba coronado por dos gruesas chimeneas, a través de las cuales brotaban gruesas nubes de humo negro y vapor de agua. Julia notó otras peculiaridades en aquella estructura, como un exagerado número de tuberías de cobre y válvulas de presión que se enroscaban y retorcían caprichosas alrededor de su fachada, dándole un aspecto extraño y casi perturbador. No tardó en restarle importancia a aquella impresión. Después de todo, ella no sabía lo más mínimo del oficio de juguetero, mucho menos cómo debía lucir su taller. Así que sin posponerlo más tiró de la campanilla, a la que nadie respondió. Lejos de desanimarse por ello, intentó abrir la puerta, descubriendo para su sorpresa que esta se abría sin oponer la menor resistencia, permitiéndole la entrada. El interior del lugar, el cual parecía bastante más grande de lo que aparentaba en el exterior, se repartía a partes iguales entre una tienda de juguetes y una caótica factoría, de modo que no era raro que los osos de peluche, las muñecas de trapo y los ratones de cuerda compartieran espacio con engranes, resortes y otros componentes mecánicos menos identificables. Si había alguna clase de orden en aquel enmarañado conjunto de elementos, la joven no fue capaz de verlo, aunque le parecía natural, pues sabía que las mentes de los genios, y para ella no cabía la menor duda de que Abel era un genio, tendían a ser un tanto desordenadas, lo mismo que los espacios en los que estos se desenvolvían. Aunque ya no era ninguna niña, Julia no pudo dejar de sorprenderse por las maravillosas creaciones del juguetero, cada una de ellas más fabulosa que la anterior. Pero de todo aquel grupo de prodigios, nada se comparaba a lo que sin duda tenían que ser las máximas creaciones de Abel. Se trataba de no menos de tres docenas de marione- 39 tas de aproximadamente un metro de alto, construidas con gran maestría en madera tallada y recubiertos con placas de cerámica. La joven observó con asombro aquel conjunto de obras, sintiendo especial atracción por las más pequeñas, aquellas que representaban niños de ambos sexos y de una edad que no podía superar los doce años. Apenas consciente de ello, esas figuras hicieron saltar algo dentro de su mente. En el tiempo que llevaba en aquel pueblo no había visto a ningún niño por los alrededores, algo que aún en tiempos de guerra era bastante insólito. Concentrada como se encontraba en esa peculiaridad, tardó un poco en notar otra extrañeza que le resultó aún más chocante, el que varias de aquellas facciones representadas a la perfección le eran muy familiares. Tras darle varias vueltas en su cabeza, al final relacionó esos rostros con los de los retratos de los habitantes del poblado que viera colgados más temprano en la taberna. No, ya no le cabían dudas de que en aquellos estantes se encontraban personificados todos los pobladores. Sin embargo, tal como sucedió con las fotografías, Julia no pudo hallar una figura del tabernero o el juguetero. De repente, en el lapso de sólo unos cuantos segundos, sucedieron varias cosas. En primer lugar, desde el fondo de la habitación en la que se encontraba, probablemente detrás de unas de las dos puertas que conectaban esa sala con otras áreas del taller, la joven escuchó el sonido de un potente silbato de vapor, seguido por el característico arranque de una maquinaria de engranes. Aquel inesperado estruendo le ocasionó un sobresalto, que se vio incrementado cuando tuvo consciencia de que muchos de esos ojos de vidrio comenzaron a mirarla con una intensidad que en modo alguno podía ser natural en un objeto inanimado. Aunque allí no había ningún peligro real, o al menos ninguno que fuera 40 evidente, el lugar se tornó de pronto insoportable para Julia, quien sólo pudo pensar en lanzarse a la puerta y largarse de allí. Antes de que tuviera tiempo de dar un solo paso, la habitación y el taller entero comenzaron a llenarse de un algodonoso vapor purpúreo que no le permitió respirar. Intentando no dejarse perder en la desesperación y la asfixia, hizo un gran esfuerzo por arrastrarse hasta la salida. Pero esa bruma, que ahora se había tornado negra como la pez, hizo cosas con su cabeza, privándola del poco control que todavía tenía sobre sus miembros. Antes de que su conciencia se extinguiera, todo dejó de importarle, la guerra, la falta de dinero, el tabernero de porcelana, el genio del juguetero y su pueblo de siluetas y simulaciones. Cuando Julia recobró el conocimiento, lo primero que notó fue que no quedaban rastros del asfixiante vapor y que los objetos a su alrededor lucían como si los viera a través de un vidrio recién entintado. Había bastante luz en el lugar donde se encontraba, pero no se trataba de la alegre luz del sol, sino de aquella iluminación amarillenta y enfermiza de las lámparas de gas. Pronto reconoció, no sin cierta alarma, que se encontraba todavía en la tienda-taller del juguetero. Como no deseaba pasar un solo instante más en ese lugar, ordenó a sus piernas que la sacaran de allí, pero para su sorpresa, estas no le respondieron, lo mismo que los brazos o el cuello o cualquier otra parte de su cuerpo, incluyendo los ojos, los cuales permanecían dolorosamente fijos e incapaces de pestañear. Presa de un gran miedo, Julia comenzó a escuchar gemidos y susurros cercanos que parecían provenir de todas direcciones. Sin importar cuánto lo intentara, no logró entender lo que aquellas vocecillas intentaban comunicar, pero por su tono dedujo que se trataban de súplicas y amenazas. Aquellos murmullos pronto perdieron todo significado, pues frente a su li- mitado e inamovible campo de visión se presentó la familiar figura del juguetero, quien sonriendo de manera maliciosa se aproximaba a ella, sosteniendo entre sus manos una impecable copia en miniatura del sombrero que la joven portaba al momento de entrar al taller, el cual ajustaba a la perfección sobre su cabeza, provocando que sus ojos de vidrio lloraran por primera y última vez. 41 El Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal texto: Heberto de Sysmo ilustración: Ángel García Alcáraz 42 Relato inédito, ganador del 1º premio del III certamen literario organizado por la institución valenciana Ateneo Blasco Ibáñez en la modalidad de narrativa (2011). «Continuamos siendo imperfectos, peligrosos y terribles, y también maravillosos y fantásticos. Pero estamos aprendiendo a cambiar» Ray Bradbury C omo la rutilante grandeza del microscópico átomo de la materia, el Hombre siempre se ha creído el orgulloso gobernante de las razas y los mundos, pero si de una vez alzara su mirada al Espacio y contemplara y sintiera en su carne toda su insignificancia, cambiaría toda esa soberbia ingente con aires de grandeza por la humilde ingenuidad con la que un niño juega con un juguete que no sabe de dónde ha salido, y no sabe porqué juega, ni hasta cuando, ni por qué. En alguna región insospechada del gigantesco Universo, tenía lugar una conversación telepática entre dos entidades, conversación sostenida en el interior de lo que conocemos por «nave espacial»… —¿Están listos los niños? —Sí, claro, es la enésima vez que me lo preguntas, ¿no crees que les das demasiada importancia? —Simplemente quiero hacer bien mi trabajo. —¿Trabajo? ¿Acaso nos pagan por hacer algo así? —Oye, está claro que tú y yo somos muy diferentes, así que limítate a llevar a cabo tu parte y no acabes con mi paciencia. —Pero si sabes que aunque no lo hiciéramos tampoco pasaría nada, tarde o temprano terminan aniquilándose. —Esta vez será diferente, el programa está más desarrollado. —Pero si sabes que son primarios, violentos, instintivos y sólo saben utilizar el diez por ciento de su capacidad cerebral. —Mientras haya planetas donde ellos puedan prosperar y tener una nueva oportunidad lo seguiré intentando, seguiré colaborando con la causa. —Lo que tú digas, está terminando la proyección de los valores humanos. —Perfecto, en cuanto crucemos las coordenadas de los corales afrisales empezaremos con los preparativos. Mientras tanto, en un aula especial de la aeronave, dos niños de corta edad; Rebeca y Abraham visualizaban imágenes en movimiento que eran proyectadas por las paredes del recinto, paredes formadas de algún material parecido al cristal que tenían multitud de usos y uno de ellos era ser pantalla panorámica. Los muchachos fueron reclutados de diferentes partes de la Tierra, no se conocían ni hablaban la misma lengua, pero reunían los requisitos necesarios para llevar a cabo con ellos los planes de las entidades y después de pasar por varios trámites de procesos científicos, podrían relacionarse y comprenderse el uno al otro. Mientras la lluvia exterior de láminas de coral se arremolinaba en torno al bólido espacial envolviéndolo en nubes multicolores, en varios laboratorios de la nave se terminaba de codificar un antiguo proyecto de varias fases que había sido restaurado para perfeccionarlo, el proyecto «Empedócles». Se trataba de dos «microchips» de tecnología vanguardista, que más tarde se insertarían en los cerebros de los niños, precisamente en una cavidad parietal, lugar donde, una vez hubieran realizado su trabajo, podrían ser extraídos sin problemas ni secuelas. La segunda fase del proyecto incluía un árbol de cualidades asombrosas, un híbrido entre tecnología y naturaleza, un ramificado mastodonte que contaba con una parcela de vida propia y otra de inteligencia artificial manipulada. Los «microchips» eran llamados «eslabones», y al árbol se referían por «emisario». 43 El emisario ya había sido instalado en la zona precisa del planeta que pretendían colonizar, muy pronto se procedería a la inserción de los eslabones y con ello a garantizar la supervivencia de una raza que, debido a su propia ambición e ignorancia tenía los días contados. Las entidades que habían organizado tan estudiado plan, provenían de latitudes remotas del Universo, poseían una tecnología nunca vista y más avanzada de lo que ningún mortal podía imaginar, pero se sabía muy poco acerca de ellos, eran muy discretos, y nada hostiles, pues además de avanzar en sus conocimientos tecnológicos acerca de la aeronáutica, manipulación de la materia y aprovechamiento de las energías naturales, habían desarrollado conceptos inverosímiles para la comunicación, así como el transporte, pero si hay algo que cabe destacar verdaderamente de estas entidades misteriosas, era su moralidad. Habían desarrollado una capacidad equitativa y equilibrada envidiable, profesaban dogmas de respeto y armonía con el Cosmos, se desconocía si eran mortales o inmortales, lo cierto es que gracias a ellos la Humanidad volvería a gozar de otra oportunidad. Aunque pareciesen semidioses comparándolos con los humanos, no lo eran, también tenían sus limitaciones en casi todos los ámbitos y rendían culto a una supuesta entidad superior a la que denominaban Fátum. La aeronave ya había superado las coordenadas de los corales afrisales y Abraham ya estaba siendo intervenido quirúrgicamente, Rebeca esperaría su turno, el programa establecido estaba siendo todo un éxito. La nave de las entidades no se propulsaba mediante ningún motor a combustión, ni utilizaba combustible orgánico ni nada parecido, lo hacía mediante un sistema muy avanzado de navegación por radiaciones. Las radiaciones en el Universo permanecían por doquier, unas en movimiento, otras estáticas, un voluminoso aparato las 44 detectaba y decodificaba para emplearlas en fusiones con elementos desconocidos. El resultado de esas fusiones se condensaba en rayos invisibles propulsados a través de catalizadores naturales y les servía para desplazarse. Un programa matemático aplicado por computadoras vivas les ayudaba a ir desglosando vectores del espacio, de esa manera veían qué clase de energías poblaban la zona analizada y las catalogaba para su uso. Disponían de una fabulosa materia maleable, blanca y fría llamada «Verso» que era extraída sin descanso del único lugar donde se encontraba, un planeta-cometa del mismo nombre. Esa materia era disparada en chorros contra los agujeros negros, tenía la cualidad de hacer visible la materia oscura y además de eso, de configurar las fluctuaciones de materia desorden caótico de los agujeros negros de manera que, si se atravesaban en el mismo momento en que eran disparados por rayos Verso, servían de puertas dimensionales. Rebeca estaba siendo coronada con su eslabón, Abraham seguía recibiendo proyecciones visuales y comenzaba a notar la presencia de nuevos estímulos cerebrales. Los eslabones debían garantizar la existencia de los niños, debía inspirarles ante los problemas para llegar a su solución, debía instarles a procrear entre ellos y orientarlos en el campo incultivado de su inmadurez así como garantizar su supremacía ante las demás criaturas que encontraran, pero sobre todo, motivar su evolución. Mediante descargas de mensajes a través de los sueños o intuiciones tomadas como personales, debían encontrar el camino hacia su supervivencia, instaurarse como los pobladores de un nuevo mundo, ser los protagonistas de una gran historia pero ajenos a todo el proyecto que los apadrinaba. Las entidades podían borrarles recuerdos, e introducirles otros recuerdos diferentes, podían dejarlos sin memoria o atribuirles una memoria sin precedentes de caudal insospechado, podían otorgarles cualidades milagrosas, por las cuales serían tomados por dioses por los demás seres inferiores, pero esa no era la misiva de sus poderosos protectores. Gozarían de la solidaridad de una raza superior pero sólo hasta el momento en que dejaran de merecerla. Sabiendo tan sólo unas pocas de las cualidades de estos seres sin nombre, resultaba inconcebible pensar en la magnitud de la entidad que ellos mismos veneraban. ¿Acaso sería Fátum el verdadero creador de lo visible e invisible? ¿O por el contrario hasta el mismo Fátum adoraba a otros dioses más superiores que él? El planeta del que provenían los niños, la Tierra, estaba siendo amenazado por una global guerra nuclear, era de inminente estallido, un efecto dominó desencadenante que produciría la mayor de las tragedias, la que impedía la vida humana y su sustento. Una guerra provocada por el animalismo humano, la ambición, el interés, la poca inteligencia aplicada a administrar los recursos naturales y por supuesto, la codicia, tan arraigada en las personas de ese planeta, tan arraigada como su ignorancia. Las entidades superiores, conscientes del panorama de la sociedad en la Tierra, urdieron el plan de secuestrar a los niños para evitar la extinción de su raza. Habían vaticinado el descalabro económico mundial y de valores humanos debido a sus múltiples visitas a través de los siglos, habían estudiado al ser humano sin que él lo supiera, sabían de su arrogancia, así que movidos por un sentimiento altruista decidieron dar vida al proyecto Empedócles, ellos se encargarían de controlarlo todo, de mantener el contacto con los niños, de manipular el comportamiento del emisario, por lo menos, hasta que fuera estrictamente necesario. Después de cumplidos los objetivos deberían retirar los eslabones sin rastro alguno, así como desconectar la parte artificial del emisario para que pudiera seguir creciendo y viviendo de manera natural y sin vestigio alguno de sus ocultas funciones. Su filosofía se limitaba a ayudar a los demás y evitar influir negativamente en todo aquello que les rodeaba, era importante mantener el equilibrio de vida en el Universo, las generaciones debían seguir su curso, incluso utilizaban su capacidad para viajar en el Tiempo de manera casi imperceptible, todo un ejercicio de honestidad y principios. Tan sólo a simple vista, tenían estos seres algo en común con los humanos, y era que, aunque habían escalado cientos de peldaños en la escala evolutiva, no habían podido deshacerse completamente de la maldad. Una ambigüedad congénita convivía en sus genes, ambigüedad a la que trataban de dominar mediante tratamientos casi mágicos, frecuentaban ciertas regiones del espacio donde proliferaba un ingrediente escaso, el material con el que fabricaban medicinas para intentar paliar su mala conciencia. La misma volubilidad humana que hacía pasar de lo correcto a lo incorrecto recorría sus moléculas y les hacía vulnerables. Rebeca y Abraham estaban siendo deslumbrados por los eslabones, sus sistemas nerviosos ya recibían órdenes precisas, la astronave se adentraba en la atmósfera del planeta elegido, unas sacudidas lo anunciaban, a estas alturas en el lugar exacto donde se debía ubicar el planeta Tierra debía haber una tormenta de piedra y gases, la terrible guerra atómica había amenazado siempre con destruirlo todo y finalmente se cumplieron los oscuros designios de las profecías. A pesar de la corta edad de los niños, tenían que sobrevivir hasta en las peores condiciones, de cualquier manera, una vez abandonados a su suerte en el desconocido planeta, la figura del emisario cobraba mayor 45 relevancia. Su función primera y vital era la de abastecer de frutos comestibles a los pequeños, una protección ante cualquier bestia amenazadora puesto que podían subir por sus ramas a una altura considerable, un cobijo, ya que existían partes huecas dentro de la enorme envergadura donde se podían ocultar para guarecerse del frío u otras calamidades. Su capacidad de dar frutos era inextinguible y rápida, podía volverse luminiscente en la oscuridad, serviría de transmisor acústico si hiciera falta, estaba plagado de sensores informativos: de temperatura, de movimiento, de sonido, de densidad…etc, todo un prodigio de la bioquimirobótica. Si resultara dañado, él mismo podría repararse; a través de unas articulaciones ocultas podía incurrir en movimientos, mediante unas membranas holotemporales podía representar figuras físicas y sobre todo, haría la función de centinela comedido, enviando informes de cada incidencia o hasta pidiendo ayuda si por cualquier circunstancia los eventos le superaran en magnitud o importancia. Los sistemas de aterrizaje de la nave ya se desplegaban para dar por finalizado el trayecto, comenzaban las maniobras pertinentes para tocar suelo, mientras, en una de las habitaciones permanecían los niños, sentados en sillones de seguridad, juntos, amordazados, de repente sus miradas se cruzaron y como si se hubiesen visto por primera vez, comenzaron a hablar entre susurros y en una lengua que ambos comprendían… —Hola, me llamo Rebeca. —Hola, yo soy Abraham. —Dame la mano. —Me gustan tus ojos. —A mí me gusta tu sonrisa. —Gracias. —Estás temblando. —Tengo frío y miedo. —Descuida, estoy contigo. —Creo que van a abandonarnos. 46 —No te preocupes yo me encargaré de protegerte. —Pero nos moriremos de hambre. —Eso jamás ocurrirá, yo cazaré para ti. —No me sueltes. —Tienes la piel muy suave. —Quédate siempre conmigo. —Tranquila, nunca te abandonaré. Los roles de los niños-colonos estaban dispuestos, la amistad nacería entre ellos, después el cariño y así sucesivamente en una escala de afectos hasta llegar al Amor. Debían consumar toda su atracción y perpetuar la especie con el rito del sexo, ingenuos y asustados niños de inocencia adulterada. Los eslabones corrompían el librepensamiento con sus mandatos, el albedrío azaroso era sustituido por certeras directrices, todos los géneros representados en la comedia de la vida, eran mejorados en este guión estudiado, en esta pantomima esperanzadora, sólo quedaba saber qué papel habría de coger la Maldad, el Azar, o la Muerte. Pero ¿hasta qué punto obedecería la mente humana las recomendaciones de los eslabones? ¿Sería capaz de obedecer siempre o tarde o temprano se dejaría llevar por los instintos? Gran parte de los sensacionales atributos internos del emisario, eran posibles gracias a unas ramificaciones venosas de material carnoso y umbilical. Esos canales le unían con la naturaleza y una vez recibida la señal que anunciase el fin de su misión se desintegrarían y fundirían con la tierra sin dejar rastro. El planeta donde pretendían desembarcar a los niños se encontraba a millones de años luz de la Tierra, de tamaño aproximadamente tres veces más grande, y con mucha más extensión de tierra y menos de agua. La atmósfera era en su mayor parte de oxígeno, pero de mucha más pureza que el terrícola. Los paisajes naturales, de insultante belleza: ríos púrpura y valles de texturas metálicas, montañas de minerales exóticos y nuevos, razas de animales desconocidas, espesura de plantas y flores, luz y color; todo un paraíso de fragancias y delicadezas tornasoladas. Era un planeta con movimiento de traslación alrededor de su sol pero sin movimiento de rotación sobre su eje, por lo que no existían las noches ni los días. Una franja meridional del planeta se encontraba en la linde de las dos mitades, donde los niños debían vivir, en las otras dos partes reinaban la oscuridad y la luz, noche y día perpetuos separados por un anillo de penumbra. Parajes vírgenes y fecundos, ricos y dadivosos, el lugar que toda la Humanidad soñaba. En la cabina de control de la nave las entidades dialogaban ultimando la descarga de sus huéspedes y su inminente viaje de regreso… —Aquí es, perfecto, tal y como calculamos, en el tiempo estimado. —Esta es la zona indicada, está el manantial bastante cerca, los campos de cultivo, las cuevas, el emisario. —Tienen todo cuanto necesitan. —Aquí echarán de menos la lluvia, porque no hay nubes. —Sí, pero detestarán las tormentas de partículas que se forman, porque el viento es muy potente e inestable aquí. —Es lo más parecido que hemos encontrado. —Vamos, acabemos con esto. —A mi señal desconecta todos los sistemas de seguridad y abre las compuertas exteriores. —De acuerdo. Estos chicos tenían por delante una de las mayores aventuras que se puede vivir: descubrir un nuevo mundo, descubrirse a sí mismos y ser los protagonistas y padres de una raza. La templanza habitaba sus ojos, pero también la rebeldía, ¡tenían tanto por hacer! Que empezarían por jugar con lo primero que encontraran. La astronave tocó tierra, todo se silenció, unas compuertas gigantescas se abrieron y mostraron el interior, Rebeca y Abraham cogidos de la mano y desnudos caminaban despacio hacia el exterior. Un aire perfumado azotó sus cabellos y les hizo sonreír, sus pies descalzos ya se hundían en la espesa yerba, sus ojos se llenaron de lágrimas, sus corazones de tranquilidad, y en el mismo momento en que la nave se elevó nuevamente ellos corrieron desaforados en dirección a un árbol gigante que destacaba en el fondo del paisaje. Un árbol de ramas plateadas, soberbio, lleno de frutas y vigor, un árbol del que parecía emanar música. Al mismo tiempo que los niños se acercaban al árbol también lo hacía una serpiente de lastimoso aspecto, un reptil que no figuraba en el programa, quizá los chicos tuvieran miedo al verla, quizá ambos intentaran devorarse el uno al otro, ¿quién sabe? Tal vez no se volviesen a ver nunca más. 47 INTERSTELLAR, EN CLAVE CIENTÍFICA Texto: José Antonio Olmedo López-Amor CONTIENE SPOILERS T odavía no ha transcurrido un año desde su estreno aquí en España, y sin embargo, la cinta de Christopher Nolan sigue y sigue dando que hablar, desde al mero aficionado al cine, hasta el crítico más experimentado, pasando por la comunidad científica, bien para ser elogiada o criticada —aunque desde mi punto de vista son muchos más aquellos que se pronuncian públicamente para defenderla—. Y no es fácil contentar a una mayoría de espec- por tierra una escena en la que hay invertidos millones de dólares, meses de trabajo y muchas páginas de aventura científica con base real, tan sólo sentenciando: «es que eso no puede ser posible» es hacer una lectura bastante pobre de algo que quizá nos sobrepasa. Nolan no está obligado a ser realista en sus planteamientos, pero asumió ese reto, precisamente porque ese desafío conlleva una mayor dificultad, pero también credibilidad, y eso es algo tadores, ya no por la formación científica o paciencia de que dispongan para valorar una obra, sino por las pretensiones, el mensaje y lenguaje de esta. Algunas personas juzgan a Interstellar como si se tratara de un documental, algo injusto, no podemos exigirle a una pera las características de una barra de pan. Interstellar, por más realista que sea o fidedigna a bases científicas es, y será siempre, una obra cinematográfica y el cine, no lo olvidemos, es ficción. Tirar a valorar. Su genio creador llevó al cineasta a escribir situaciones que, en ocasiones, se instalaban en la fantasía, como por ejemplo una de las escenas, ya una vez superado el horizonte de sucesos de Gargantúa, donde el protagonista no sólo alcanzaba, sino superaba, la velocidad de la luz. Por suerte, Kip Thorne, uno de los científicos más reputados de la actualidad, estaba detrás en todo momento e insistió a Nolan para que desistiera en su empeño 49 por rodar esa escena. A decir verdad, la sola representación de esa idea pone los pelos de punta, ya que fue el sueño obsesivo que tuvo Albert Einstein cuando era un adolescente de dieciséis años y fue precisamente esa circunstancia, la de un hombre alcanzando un rayo de luz, la idea que lo llevó a culminar su famosa Teoría de la Relatividad General. Llegados a este punto cabe destacar la cláusula que exigió Thorne para participar como asesor de la película, y fue que ninguna de las hipótesis expuestas en el argumento se alejara de principios científicos reales; es decir, que por más inverosímiles que pareciesen las propuestas, siempre hubiese algún científico capaz de creer en ellas. Y así fue, Kip Thorne certifica que todas y cada una de las escenas de Interstellar parten de una base científica real, algo difícil de creer desde la perspectiva del profano. Tal fue la implicación de Thorne en el proyecto, que se puso a trabajar con todo su equipo para tratar de representar un agujero negro en rotación, como lo es Gargantúa, de forma tan real como jamás había sido vista en el cine. En mayo de 2013, se decidió que los gráficos por ordenador de Interstellar serían desarrollados por la empresa Double Negative, propiedad de Paul Franklin. Los responsables de que los gráficos fueran físicamente correctos fueron Oliver James y Eugénie von Tunzelmann. A partir de un código en Mathematica escrito por Kip se obtuvieron los gráficos fotorrealistas que fueron renderizados con calidad IMAX y que propiciaron la morfología icónica que aparece en el film. Esta idea le llevó varios meses de ecuaciones, así como largas jornadas de procesos informáticos que no sólo consiguieron su propósito, sino que provocaron nuevos hallazgos científicos que culminaron en dos artículos que Kip publicó en dos de las revistas más importantes en su género. Y más todavía; Thorne escribió un libro titulado The Science of Interstellar (W. W. Norton & Company, 2014), un libro que lo salva de la quema inquisitoria por sus detractores, ya que en él explica, punto por punto, cuándo hay física de manual en la película, cuándo dicha física se acerca a los límites establecidos y cuándo los rebasa, siempre de manera factible. Aunque por sí sólo, el libro sería insuficiente para el espectador científico y debería leer también los artículos que Thorne ha escrito en revistas especializadas durante cuarenta años. En la propia película se manifiestan ciertos factores que ayudarían a sortear ciertas críticas sin despeinarse. Por ejemplo, algunas críticas manifiestan que los planetas de Miller y Mann están iluminados como la Tierra, es decir, como si tuviese relativamente cerca un Sol como el nuestro. Cuando los perso- najes de la película barajan la idea de aterrizar en ellos hablan de una estrella de neutrones «cercana», lo que podría justificar esa luz ambiental; de hecho, en el planeta de Miller el propio agujero negro con su disco de acreción podría ser una importante fuente lumínica, y en el planeta de Mann, tanto el día como la noche duran 67 horas y hace frío, lo que explicaría una mayor órbita y una mayor distancia a dicha fuente, como también —en su caso— una menor velocidad de rotación.. También he leído que algunos tildan de imposible la cercanía de un planeta a un agujero negro, tal es el caso del planeta de Miller. Por supuesto que los planos de Nolan son muy cinematográficos y ello puede motivar el equívoco. Es obvio que si la órbita del planeta lo llevara en algún momento a atravesar su disco de acreción, este sería bombardeado violentamente por una enorme energía desatada en varias direcciones y la vida en él sería imposible, por tanto obviamos que su órbita lo aleja de la situación vista en el famoso plano. Por supuesto, con el tiempo, un planeta en esas circunstancias estaría condenado a ser absorbido por el agujero negro, además de no ser el lugar más recomendable para vivir; pero estaríamos hablando posiblemente de mucho tiempo, puesto que Gargantúa es un cuerpo celeste en rotación. Hay quien cree que los agujeros de gusano existen realmente, pero la verdad es que de momento son entidades hipotéticas, lo mismo que el taquión, predichas en la Teoría de la Relatividad. La idea de poder aparecer en un punto lejano del Universo sin perder la vida recorriendo el camino, es sin duda aventurera y romántica, pero nada más lejos de la realidad. Sería posible provocar un agujero de gusano deformando el espacio-tiempo en una zona concreta, más todavía ahora, que desde el año 2012 los científicos del CERN descubrieron el Bosón de Higgs, la llamada «Partícula de Dios» que podría explicar el proceso de formación de la masa. Quizá esa posibilidad explique por qué aparece el agujero de gusano en la película justo cuando las gentes de la Tierra lo necesitan. Y no es casualidad que, una vez atravesado el túnel de gusano o Bulk, lo que vendría a suponer una gigantesca grieta que une dos edificios diferentes, aparezcan los personajes demasiado cerca de Gargantúa, ya que parece ser que los datos y la información que necesitan en la Tierra se encuentran en la Singularidad que existe en el corazón del agujero negro. El tiempo que los personajes tardan el llegar a Marte y después a Saturno es también un tiempo basado en nuestra tecnología real, aunque en el presente se estén calculando y proyectando motores cuánticos de propulsión que disminuirán radicalmente esos tiempos de llegada. ¿Y qué decir de la coyuntura social descrita en Interstellar? Donde los ingenieros son reconvertidos en granjeros por la necesidad de alimento del mundo. Un mundo que hace diez años colapsó y en el que la propia Tierra se rebela contra el ser humano. Poco a poco van quedando menos alimentos que cultivar, tormentas de polvo, plagas, superpoblación, las fuerzas de la naturaleza nos obligan —por nuestra obstinación material por tenerlo todo— a regresar a los tiempos de las cavernas. Esta circunstancia no es que sea posible, es que está predicha por el propio Hawking; en menos de cien años no habrá recursos para todos, los combustibles fósiles, los minerales, el alimento, todo escaseará y debido a «soluciones» ridículas como el fracking, la situación empeorará drásticamente. Por tanto, la idea de abandonar el planeta Tierra para perpetuar la especia no es ningún disparate. Hay un momento en la película, en que se cuenta que, tras el colapso económico, social y moral del mundo, el gobierno de los Estados Unidos ordena a la NASA bombardear pueblos hambrientos desde la estratosfera, algo a lo que la 51 NASA se niega y para evitar que la gente se subleve contra la inversión económica que su funcionamiento supone, deciden seguir trabajando en secreto, clandestinamente, en un lugar alejado e inhóspito. Nuestro presente es un caldo de cultivo ideal para la conspiración, ya nadie confía en nadie y toda traición es posible, incluso sería viable que jamás hubiésemos pisado la Luna, pero los americanos lo hubiesen fingido con filmaciones para arrastrar a sus competidores, los rusos, a la ruina. Algo que narran en la película como argumento para reescribir los libros de historia. Cuando las circunstancias se complican y uno se encuentra en apuros, nadie duda que cualquiera pondría en marcha todos los recursos a su alcance. En caso de hecatombe mundial, las personas pobres y sin recursos son las primeras en caer, lo cual no es ninguna novedad. Otro de los aspectos de la película que ha sido comentado con escepticismo, es el comportamiento psicótico del doctor Mann interpretado por Matt Damon. Pocos justifican su drástico cambio 52 de conducta, a pesar de comprender sus motivos de supervivencia, ya que parece transformarse en un perfecto villano sin escrúpulos. Es tema de actualidad el proyecto «Mars One» que pretende llevar humanos a Marte a fin de arraigar una colonia de 25 personas, sacrificando para ello las primeras remesas, voluntarios condenados a morir en un periodo de cinco años, ya que el ser humano no es capaz de soportar la cantidad de radiación a la que estaría expuesto en tierras marcianas. Dicha radiación no sólo puede ser mortal, sino que puede alterar el genoma humano, puede reconfigurar nuestra conducta y aptitudes desencadenando con ello trastornos de actividad en distintas zonas del cerebro (cambio de conciencia). Nadie sabe qué tipo de radiación puede hacer mella en un ser humano si este habita un planeta desconocido, ni cuáles podrían ser los cambios derivados de esa exposición, por tanto, el rol del doctor Mann también transita terrenos probables. Einstein y Thorne en el Teseracto Si podemos decir que Interstellar puede dividirse en tres partes, vida en la tierra, vida en el espacio y viaje místico, la tercera es sin duda la que más ha dado que hablar. El momento en que Cooper decide separarse de la Endurance y arrojarse al interior del agujero negro «acompañado» del robot dotado con inteligencia artificial, es sin duda el momento culminante de la película, ya que todo lo que ocurre a partir de ahí desata las dudas, la polémica e incluso la incomprensión del espectador. Para acercarnos a comprender lo que proponen Nolan y Thorne, tenemos que considerar la Teoría de la Relatividad y la Física Cuántica; la primera se hizo para analizar lo gigantesco, y la segunda —por decirlo de algún modo— fue concebida para estudiar lo más pequeño. Aunque cada una en su campo funcione de forma independiente, todavía no se ha encontrado el vínculo que las una; del resultado de esa pretensión nace la Teoría de Supercuerdas. La Teoría de Cuerdas postula que la materia es un estado vibracional de la energía; por tanto, no existe la materia, sólo la energía, la cual va adquiriendo una apariencia en una función adaptativa de la que se desconoce su pretensión. Esto es algo fácil de intuir si pensamos que en el momento de formación del Universo no había más que energía, es decir, no existía la madera, el hierro, la carne. Por tanto, podemos sospechar que seres, entidades, conciencias más desarrolladas que nosotros, o simplemente que habiten otra coordenada de este Universo —o de otro— podrían ser incorpóreos, deformes o invisibles. La geometría que conocemos es tal debido a las fuerzas de la naturaleza , que en nuestro caso son cuatro: fuerza nuclear, fuerzas electromagnéticas fuerte y débil y la gravedad; si dichas fuerzas cambiasen de potencial, si se añadieran otras fuerzas o se suprimiesen otras, «todo» tal y como lo conocemos, sería distinto. La gravedad es para nosotros la fuerza más desconocida. Y, según el argumento de Interstellar, la gravedad es la única fuerza capaz de atravesar dimensiones. Tomemos el espacio-tiempo de Einstein como la típica representación de una manta cuadriculada; los cuerpos que pongamos sobre dicha manta la deformarán hundiéndola según su peso y, por tanto, cualquier cuerpo cercano que caiga en esa zona hundida tenderá a acercarse al cuerpo mayor. Ahora imaginemos que las fuerzas se componen de microcuerdas que vagan de acá para allá, cuerdas abiertas, digamos, con forma de C; el concepto sencillo y fácil de comprender, es que todas las fuerzas tienen esa forma de microcuerda a escala cuántica, por eso, en su discurrir, llega un momento en que quedan enganchadas en la 53 cuadrícula del espacio-tiempo, todas, excepto la gravedad, cuya microcuerda es cerrada y vaga libremente, incluso cruzando dimensiones. Pero para poder viajar a otra dimensión deben existir otras dimensiones, y esa es otra de las hipótesis que pronostica la Teoría de Cuerdas, hasta un total de once dimensiones se prevé en sus ecuaciones. Además de las cuatro dimensiones conocidas, dicha teoría argumenta la posibilidad real de la existencia de conceptos como Bulk (espacio más allá de las tres dimensiones), el multiverso, los universos brana o el llamado espacio de Calabi-Yau. Supuestamente tras el Big Bang, y por causa de esa explosión (supuesto contacto entre dos universos diferentes en paralelo), zonas del espacio en tres dimensiones físicas, más el tiempo, solaparon otras zonas espaciales que contienen esas seis dimensiones desconocidas. Es decir, zonas del espacio se enrollaron y escondieron para siempre esta maravilla de la naturaleza a la espera de que algún fenómeno, como un agujero de gusano, permita vislumbrar ese escenario. La existencia de universos en paralelo podría dar sentido a la llamada «radiación de fondo», así como justificar la existencia de los viajeros del tiempo. Durante la película se insinúa en varias ocasiones la posibilidad de que unos seres que habitan más allá de las dimensiones conocidas, son los que de alguna manera están guiando y ayudando a la raza humana. Por ello las anomalías gravitacionales, por ello aparece el agujero de gusano. P ero, sobre todo, esta teoría culmina con la escena del protagonista en el interior del teseracto. En teoría, aquello que sucede más allá del horizonte de sucesos de cualquier agujero negro, nadie lo sabe, es un misterio, por tanto nadie podría refutar cualquier afirmación en ese sentido. Más allá de un horizonte de sucesos 54 se extiende un amplio limbo científico que toda inteligencia intenta conocer. Lo que parece claro es que, debido a la cantidad de energía colapsada en ese punto, las fuerzas de marea y velocidades que la materia puede alcanzar en él (recordemos que los agujeros negros son enormes aceleradores de partículas naturales) nada vivo puede sobrevivir a su absorción. El término espaguetización es utilizado en ciertos círculos para representar ese despedazamiento que sufriría algo físico sometido a tales fuerzas. Por tanto, decir a secas que el protagonista de Interstellar entra en un agujero negro, sobrevive y sale, sería algo más que fantástico. Las supuestas entidades superiores quieren enseñar a Cooper que la gravedad es manipulable y evitar con ello la extinción de la raza humana. Para ello, además del vínculo emocional que Cooper tiene con Murphy, su hija, es necesaria una clase avanzada de tecnología interdimensional. Es por esto que antes de que el protagonista sea descuartizado en el interior del agujero negro, es necesario que entre en un recinto habilitado para su masterclass, un lugar llamado teseracto. ¿Por qué un teseracto? Además de ser conocida esta figura por los amantes el universo Marvel en particular y los enamorados de la ciencia ficción en general, teseracto es un término acuñado en el Siglo XIX que posee cierto uso en la geometría donde también es conocido como hipercubo, figura que se forma a partir de dos cubos tridimensionales unidos en uno sólo que se desplaza en un cuarto eje dimensional, donde podemos catalogar al primero «longitud», por otro lado al segundo «altura», y finalmente al tercero, «profundidad». El teseracto, en un dado espacio tetradimensional, es un cubo de cuatro dimensiones espaciales, integrándose de 8 celdas cúbicas, de 24 caras cuadradas,16 vértices y 32 aristas. Claro está, tomando en cuenta el desa- rrollo del polinomio (x+2)n, donde el valor de «n» es equivalente al número de dimensiones, que en este caso seria 4, y «x» es el largo, ancho, alto, entre otros, de la figura polidimensional, equilátera. El teseracto es elegido por considerarse una figura geométrica desfasada en el tiempo, en la que pueden confluir varios tiempos simultáneamente; así, Nolan concibe su analogía del mítico monolito de Kubrick en la morfología de una onírica biblioteca de babel. Si Borges levantara la cabeza, encontraría en esta puesta en escena que el imaginario ideal para representar esa hipotética bilblioteca eterna donde todo libro susceptible de ser escrito existe, otro aspecto que correlaciona la Biblioteca de Babel, con la Geometría, la Teoría de Cuerdas y la Ley de Murphy, tan mencionada en la película. Un simple cuadrado sería la representación de un teseracto en dos dimensiones, su evolución a una tercera dimensión sería el cubo, y así llegamos a una cuarta dimensión física representada en la figura del teseracto. Es incluso lógico incluir la figura del teseracto una vez traspasado el horizonte de sucesos, ya que tras esa hipotética barrera se esconden muchos de los secretos mejor guardados de la naturaleza. Las leyes de la física se rompen en el interior de un agujero negro, quizá por ello es la zona adecuada para que los seres supradimensionales influyan sobre el protagonista. Quizá sólo esa tesitura inestable de fuerzas y espacio-tiempo distorsionado sea la más propicia para el contacto. Nolan no explica qué ocurre exactamente con Cooper, si antes de llegar a la Singularidad desnuda entra en el teseracto, si atraviesa por completo el agujero negro y es expulsado por su supuesto lado de expulsión, lo que entroncaría con la teoría de los agujeros blancos, o si en todo momen- 55 to el protagonista es conducido por entidades superiores que salvan milagrosamente su vida justo al traspasar el horizonte de sucesos e introduciéndolo en el teseracto. Si las entidades superiores llegan a apiadarse de su existencia, o son benévolas por algún motivo, subraya dicho hecho la afirmación que hay en la película sobre el amor como vínculo análogo a la gravedad. Neo-romántica es la idea de Nolan, volver al código MORSE, a los relojes analógicos, al sencillo clasicismo de lo primordial; los drones terminan siendo estériles y ser granjero es lo único que garantiza el sustento alimenticio. Con toda claridad, ese es otro de los mensajes de esta película, ese regreso anacrónico a la humildad ante la grandeza y peligrosidad de cosas que nos superan, aunque quizá sea cuestión de tiempo estar a la altura. 56 Sin duda, Nolan ha marcado un antes y un después en la ciencia ficción con esta película.La perspectiva del tiempo la colocará donde merece, quién sabe si la velada historia de amor entre Cooper y la doctora Brand pueda continuar en una segunda entrega, La colonia de seres humanos criogenizados en el planeta de Edmunds invita a ello. ALICE TEXTO: MARTA MARTÍNEZ VELASCO ILUSTRACIÓN: JUAN RAFFO A lice ocupaba sonriente su sitio en el metrotren que la llevaba hasta su puesto de trabajo. Siempre sentada en el mismo sitio. Siempre rodeada de la misma gente. Todos sonreían, pues era la primera norma «para ser un Ciudadano Pleno». Pero ese día era diferente. No había nadie sentado frente a ella. Normalmente iba el señor Peter, un hombre mayor, con el pelo blanco y sonrisa afable que la saludaba con una inclinación de cabeza, antes de continuar mirando por la ventana. «¿Dónde estaba el señor Peter?» se preguntó Alice, perdiendo la concentración y la sonrisa. Por primera vez el «Vigilante-Sonrisa» le dio una advertencia: «Recuerda, Ciudadana Plena Alice, un trabajador feliz es más productivo». Su sonrisa volvió a ser plena, amplia y redonda. Pero cada vez que miraba el asiento vacío del señor Peter notaba que las comisuras de los labios perdían fuerza, así que se puso a mirar por la ventana; si volvían a amonestarla la impondrían 3h de trabajo extra. Alice trabajaba en el sector alimentario, convirtiendo un montón de moléculas en algo que parecía comida. El sabor, el olor, la forma, todo era mentira; un cúmulo de química orgánica (¿?). Ella se encargaba de que los filetes de carne tuvieran el aspecto que se suponía debían tener, aunque, claro, ella nunca había visto un filete autentico. Sólo los ciudadanos de primer nivel tenían acceso a la carne de verdad (y aún así ella tenía sus dudas de que fuera «de verdad»). Se suponía que había granjas lejos de las «Polix» donde se criaban los animales y se plantaban las verduras y frutas que comían los Ciudadanos de Primer Nivel. Los transportistas llevaban camiones cargados a los centros de distribución, pero nunca tenían acceso a nada y allí era todo automático. Por un lado entraba la carga y los animales vivos y por otro salía todo perfectamente embalado. Las partes más nobles de 58 los animales se mandaban a las casas de los Ciudadanos de Primer Nivel (políticos, ricos, etc) y las menos nobles a los cuarteles para el rancho de los soldados. «Nuestros soldados nos defienden, deben estar fuertes para contener al enemigo» decían las agencias propagandísticas. De lo que nadie estaba seguro es «quién era el enemigo». Alice estaba diseñando una nueva forma para los filetes, pues las encuestas decían que el «Filete S64» no era tan atractivo para el consumidor como su versión anterior. «¿Cómo diablos voy a diseñar un filete con una forma más atractiva?» pensaba Alice con el lápiz digital en la mano mientras miraba una foto de una cordillera montañosa que había detrás de su monitor. —¿Algún problema ciudadana Alice? —preguntó el señor Whitenor poniéndole una mano en el hombro. Aquello hizo que Alice se envarase —No señor Whitenor, estaba buscando algo de inspiración par la nueva forma del filete de vacuno. —Bien, bien, siga así. Whitenor rozó deliberadamente con su pulgar la parte desnuda de la nuca de Alice, que de se levantó de un salto y se fue, sin mirarle, al baño. Coria, la mejor amiga (o lo más parecido) de Alice, había visto lo ocurrido y un par de minutos después ella también se fue al baño, donde encontró a Alice vomitando. —¿Alice, te encuentras bien? —Preguntó Coria —Dame un minuto, quieres… Para que se me serene un poco el estómago. Unos segundos después Alice salía del cubículo y abría el grifo para lavarse la cara. —¿Por qué no pides el traslado? —Ya lo he hecho —respondió Alice—, cinco veces, pero él no deja que me vaya. —Denúnciale —¿Por darme una palmadita en el hombro? Porque eso es lo que él dirá. No serviría de nada. Coria decidió guardar silencio mientras su amiga terminaba de asearse y salieron del baño para volver a sus mesas. El señor Whitenor observaba a Alice desde su despacho, siempre la miraba trabajar. Era un hombre alto de unos 50 años y con el pelo canoso, pero se cuidaba mucho y le encantaba el sushi de atún sintético (aunque, bien pensado, todo lo era). Siempre la estaba controlando; al entrar, al salir, a la hora de la comida, como una serpiente que estudia a su presa antes de enroscarse y devorarla. Él deseaba que fuera suya, pero el Estado ya le había adjudicado una esposa. «El Estado vela por ti» decía el Estatuto del Ciudadano Pleno; lo que no decía es que también velaba por sí. El Estado buscaba las mejores uniones según sus necesidades. Cuando necesitaba soldados, unía a la gente por sus características físicas; cuando necesitaba cerebros, los unía por sus características mentales, pero en general todo estaba bien equilibrado. Las escasas uniones «extra estatales» acababan con la muerte de los cónyuges o con la auto expulsión de las «Polix». Se convertían en parias. Alice sabía que el señor Whitenor la deseaba; con frecuencia la invitaba a un local de intercambio donde era «permitido» el adulterio y la homosexualidad (femenina y masculina), pero ella siempre declinaba la invitación, primero porque aún no se le había asignado marido (y no estaba permitido entrar sin pareja asignada) y segundo porque el simple hecho de que aquel hombre la tocara, le producía nauseas. Se rumoreaba que el señor Whitenor era el hijo de un político caído en desgracia y que por eso no había llegado a ser Ciudadano de Primer Nivel. Pero gracias a ello había obtenido un alto cargo en la Empresa del Estado. La vuelta a casa en el metrotren no fue mucho mejor. El asiento del señor Peter volvía a estar vacío. Intentó no volver a pensar en él hasta que llegó a casa, donde se pudo relajar. Se suponía que la vivienda era un «entorno privado», pero todo el mundo sabía que no era así. Se miró en el espejo de la entrada, donde cada mañana ponía su mejor sonrisa, se preguntó quien estaría observándola en aquel momento y comenzó a llorar, porque sabía lo que le había pasado al señor Peter. Era muy mayor y con toda seguridad le habían jubilado; cuando no puedes producir (porque eres demasiado joven o demasiado viejo) significa que eres un Ciudadano de Tercer Nivel y que de poco sirves y eso también le pasaría a ella, cuando el Estado le hubiera arrebatado todo su potencial como trabajadora, cuando ya no pudiera procrear más hijos, cuando fuera un trasto roto y viejo para almacenarlo en viejos edificios decrépitos. Y siguió llorando un rato sin siquiera quitarse el abrigo. Cuando se calmó decidió salir a dar un paseo. Desde su bloque de apartamentos fue a la Zona de Ocio de su barrio y al rato llegó al «BarHaya», un bar donde solía ir, se sentó en un taburete y pidió una cerveza de arroz (sintético, evidentemente; en aquella cerveza no había ni un solo grano de arroz de verdad). —Hola ciudadana Alice, ¿qué te trae de nuevo por mi bar? —Preguntó Clem, el camarero siempre sonriente, poniendo la cerveza delante de ella. Había pocos trabajos que se pudieran hacer fuera de la Empresa del Estado. Uno de ellos era tener un bar. Los bares de las «Polix» pagaban al Estado, compraban sus productos y le daban algo de «libertad» a la gente que estaba en ellos, en el fondo eran como pequeños coladeros de cosas ilegales; mantenían vivo, por así decirlo, el tejido sintético de la sociedad. En la holovisión había un partido de futbol (cada barrio de las «Polix» tenía su propio equipo) y un grupo de obreros bebían y animaban a su equipo. Alice les miró durante un instante y deseó 59 no preocuparse tanto por las cosas que la rodeaban. —Necesito algo fuerte —le dijo a Clem volviéndose para mirarle. —Hum… ¿has estado llorando? — Preguntó él muy serio. Echó un vistazo a su alrededor y apoyó el codo en la barra, aproximándose a Alice, para que la conversación fuera más privada. —Alice, recuerda que la última vez que «tomaste algo fuerte» perdiste 4 días de memoria. —Sólo necesito perder uno. Hoy ha sido un día de perros y llevo todo el día con algo metido en la cabeza. Necesito sacarlo. —¿No te vendría mejor contármelo? —El hombre que se sienta frente a mí en el metrotren ha debido ser jubilado —¿Y? —Preguntó el camarero con cara de sorpresa— Jubilan a gente todos los días El grupo de obreros empezó a gritar. Su equipo había marcado un gol y un par de ellos fueron a la barra a por más cerveza. —Continúa cariño. —Dijo Clem cuando se hubieron sentando. —Me he puesto a pensar qué habrá sido del señor Peter. —¿El hombre del tren? Alice asintió. —Y luego Whitenor ha vuelto a ponerse «cariñoso»… —Continuó Alice— Necesito olvidar toda la mierda de hoy, volver a ser feliz con mi trabajo, mi casa, mi girasol de plástico, ahora no dejo de preguntarme qué me acecha detrás del espejo. —Mientras no persigas conejos blancos… Alice le miró con cara de no entender —Olvídalo, un cuento de cuando era niño. Estas bien jodida amiga, a todos nos pasa tarde o temprano. Mira —dijo acercándose aún más a Alice y pasando la mano ahuecada por la barra— voy a darte lo que necesitas. Clem levantó ligeramente la mano y Alice pudo ver que tenía un frasquito verde brillante. Con toda la calma del mundo puso su mano sobre la de Clem, que rápidamente soltó el frasquito y quitó la mano. 60 —Vete a casa y acuéstate temprano. —¿Qué te debo Clem? —Pequeña, casi, me conformaría con que supieses volver. Aquello asustó a Alice, pero Clem cambió de tema antes de que ella tuviera tiempo de replicarle —¿Aún no te han asignado compañero? —No, pero creo que no tardaran mucho en notificármelo. —Respondió Alice. —Espero que tengas suerte. Te evitarías muchos problemas —dijo guiñándole un ojo. Alice le dio un beso en la mejilla y se bajó del taburete. Salió del bar en dirección a su casa. Estaba decidida a olvidar todo aquello que la estaba haciendo sufrir. Al señor Peter, al Estatuto del Ciudadano Pleno, al «Vigilante-Sonrisa», al señor Whitenor… Pronto aquella desagradable comezón que sentía detrás de los ojos desaparecería. Cuando llegó a casa se puso ropa cómoda, oscureció los cristales y preparó la CASONE (Cadena de Sonido Neuronal) cerca de la cama. Se colocó las agujas en los receptores y enchufó el cable detrás de su oreja derecha. Según el temporizador había 20 minutos de música líquida en el frasco. Debía ser muy potente si duraba tan poco. Se tumbó en la cama, le dio al play y cerró los ojos. Todo se volvió negro y silencioso, se sentía ingrávida; pensó que quizás el aparato se hubiera estropeado. Intentó moverse para apagar el aparato, pero no pudo, eso significaba que el CASONE estaba funcionando bien. Y un pequeño punto de luz empezó a parpadear lentamente, pero cada vez con más intensidad. También fue consciente de una vibración que resonaba por todo su cuerpo cada vez más fuerte, al mismo ritmo que crecía la intensidad del punto. Cada vez más y más intenso, hasta que estalló. Su cuerpo se rompió en mil pedazos, como pequeños destellos que caían con un ligero tintineo. Alice se vio tendida boca arriba, a merced de las chispas que poco a poco se posaban sobre ella, rozándole la piel, produciendo como una breve descarga que la hacían estremecer con un momento de dolor-placer. Más y más chispas caían sobre ella, al mismo tiempo que las descargas, haciendo que su cuerpo empezara a derretirse y gotear, como la cera de una vela. Hasta la última gota. Cada gota formaba pequeñas ondas, que poco a poco se transformaban en olas gigantescas. Y entre aquellas olas un barquito de papel, con Alice fuertemente agarrada de su vela-triángulo. Cada subida ejercía una fuerte presión sobre ella, haciendo su cuerpo más pesado; con cada bajada un escalofrío le recorría de abajo hacia arriba, haciendo que se volviera ligera como una pluma. Las olas aumentaron en cantidad e intensidad, hasta que casi se sintió desfallecer... Y como vinieron, se fueron, dejándola varada en una especie de playa luminosa. Se bajó del barquito, que rápidamente volvió a hacerse a la mar. Unas huellas llamaron la atención de Alice, que comenzó a seguirlas. Un poco más a delante, una misteriosa figura caminaba a buen ritmo. Alice tuvo que correr para alcanzarlo y en el momento en el que le rozó, estalló en una burbuja de luz. Volvía a estar en su casa, pero a la vez no lo era. No había colores, todo era gris, hasta su piel lo era. Tocó la mesa y le supo amargo; dio unos pasos y olió jazmín. Con una mano rozó la otra y oyó cascabeles. Se desvistió creando una sinfonía de olores, sabores y sonidos que sus sentidos a penas podían asimilar... pero no había colores. Abrió la nevera y encontró una pequeña ciruela verde, que también emitía un leve destello. La cogió entre sus manos y olió a rosas; suavemente la mordió y todo se volvió un éxtasis para los sentidos, colores, olores, sabores, sonidos y sensaciones de todo tipo, como nunca antes... Y el hombre de la playa apareció ante ella. Ahora podía verle bien; era alto, con el pelo negro y corto, sus ojos eran de un potente verde y muy cálidos; su mandíbula era cuadrada, pero su rostro no resultaba duro. Todo él era atlético, sin parecer un saco de músculos. Levantó sus manos y delicadamente cogió el rostro de Alice, acercándolo al suyo hasta unos pocos centímetros. En ese momento pronunció una única palabra con una voz profunda que hizo que sus entrañas se estremecieran. —Recuerdame. Y la besó... 20 minutos después de encender el programa, Alice se desconectó del CASONE, casi como una autómata; apenas podía abrir los ojos, se sentía agotada. No se molestó en guardar las agujas y los cables; apartó hacia un lado toda la parafernalia, atenuó la oscuridad de las ventanas y apagó la luz. Fuera llovía. A través de la ventana se veían las ráfagas de lluvia, cuyo susurro la amodorraron aún más. La ropa comenzó a molestarla y se la quitó, aquello solía pasarle después de la sesión con el CASONE. En el fondo a Alice le gustaba dormir desnuda. El tacto de su piel era lo más real que poseía y, aún así, no estaba del todo segura. En la calle comenzó a llover más fuerte. Sin darse cuenta comenzó a acariciarse el vientre; sentía su piel suave y caliente. Siguió subiendo hasta sus pechos, acariciando los pezones hasta que se le pusieron duros y después bajó hasta su sexo que ya estaba húmedo. Normalmente la gente usaba estimuladores externos o vibradores, pero ella no, aquello era puramente suyo. El orgasmo vino rápidamente y tras ese breve, pero intenso momento de conexión con el universo, cayó en un sueño profundo y tranquilo. A la mañana siguiente se despertó muy relajada. Se dio una ducha rápida y se fue a trabajar. En el metrotren no le costó mantener la sonrisa; ahora delante de ella se sentaba una chica pelirroja, 61 con la cara llena de pecas, que leía una revista rosa. Ni siquiera se inmutó con un comentario de su jefe; simplemente lo ignoró y siguió con sus filetes. A la hora de la comida se sentó sola en una mesa hasta que Coria se sentó con ella. —Hola, ¿qué tal estás hoy? Alice se giró a mirarla, pero no le respondió, simplemente sonrió y volvió a mirar a ninguna parte en concreto. —Alice, ¿estás bien? Alice asintió mientras observaba una nube pintada en el techo. Coria la miró extrañada hasta que se dio cuenta de lo que pasaba. —¿Qué has tomado? —preguntó acercándose tanto como pudo. —No lo sé… y ahora que lo pienso tampoco se quién eres tú… —Soy tu amiga Coria —Respondió automáticamente, como si aquello fuera lo más normal del mundo. —Acompáñame Alice, vamos al examinador. —Estoy bien Coria, me siento bien. Sólo recuerdo que necesitaba olvidar. «Ciudadana Alice —chilló el altavoz de la cantina— acuda a la entrada sur» Alice se levantó pesadamente e hizo lo que se le ordenó. Un agente del gobierno le esperaba sonriente y ella le estrechó con poco entusiasmo la mano que él le tendió. —Felicidades ciudadana Alice, le hemos asignado un compañero. Le presento al ciudadano Liam. Alice miró donde le señalaba el funcionario y le vio. Era el hombre de su visión, hasta los ojos verde intenso. —Hola ciudadana Alice. —Hasta la voz de Liam era como en su visión, produciéndole el mismo efecto. —Yo... —empezó a decir Alice— sólo necesitaba olvidar. 62 EMPALME EN LA CINTA DE MOEBIUS Texto: Víctor Conde Ilustración: Azramari 63 E l panel con el mensaje electrónico titilaba como una aurora primero roja, luego verde, luego azul. El mensaje se repetía en cuatro idiomas, pero era siempre el mismo: CONTROL DE LA CINTA ACTIVADO MÁQUINA DE TRASLADO TEMPORAL EN FUNCIONAMIENTO NO CRUZAR LA LÍNEA AMARILLA No cruzar la línea. Para Tradi Lebenev el aviso llegaba cuatro años tarde, los mismos que había pasado encerrada en el corredor de la muerte. Contando los minutos que faltaban hasta que un juez anónimo decidiera suministrarle una dosis de radiación letal, o la mandara a través de la cinta a otro lugar y tiempo desconocido, lo que venía a ser lo mismo. Tradi era una mujer circunspecta. Los orígenes y los primeros pasos de su vida sólo los conocía ella, y tal vez una cantidad no demasiado elevada de amantes que, cada uno a su tiempo y en su forma particular, le habían roto el corazón. La Tradi que ahora avanzaba por el pasillo de la agencia temporal, encadenada, vestida con un mono a cuadros que la identificaba como recién salida del postoperatorio, se parecía muy poco a la amazona rebelde que había abandonado el orfanato para coger la vida por los cuernos. Y cuando decía que la diferencia era grande, se refería a algo radical. Se miró las manos. Su preciosa tez negra, ese tono con aire a café tostado que casi desprendía un aroma, había mudado en un blanco pálido, enfermizo, muy norteño. Su extraordinaria melena rizada, que muchos hombres habían aferrado mientras la poseían como a una esclava, se había metamorfoseado en tirabuzones largos y crespos, tan endebles que se desprendían con el mero hecho de sacudir la cabeza. Ni siquiera su peso correspondía: la habían hecho engordar quince kilos, y lo notaba al andar. 64 Anadeando como un pato, llegó hasta la oficina del inspector, su última escala antes de la máquina. Antes de lo desconocido. Su escolta tamborileó con los dedos en la puerta. Un parco adelante los invitó a pasar. Era la segunda (y última) vez que vería al inspector Martin Katzchaturian. Se trataba de un hombre seguro de sí mismo, satisfecho de su trabajo y de su posición en el mundo; sin duda némesis en otra vida de la propia Tradi. Tenía la cabeza en forma de melón aplastado, con una barbilla que se apoyaba en el pecho al parecer sin necesidad de cuello. En cuanto vio entrar a la convicta, despidió al guardia y la saludó con una sonrisa de vendedor de enciclopedias. —Prisionera dos nueve seis uno. Eso es lo que pone su historial. Pero yo prefiero llamarla por su nombre de pila, si no la molesta. ¿Puedo tutearla? Tradi permaneció de pie junto a la silla. El inspector la invitó a sentarse, pero ella no hizo ningún movimiento. —Dice la Ley que ahora debo leerle su carta de derechos, incluidos los que le han sido negados por el Tratado de Nazareth y bla bla bla, pero sería un procedimiento largo y aburrido. — Amontonó sus papeles en una esquina de la mesa y se encendió un pitillo—. Bien, Tradi. Sabes lo que te espera ahí fuera, ¿verdad? —No. La respuesta fue sólo un susurro, una fuga de aire por el cerco de los dientes. Martin frunció el ceño. —¿No? ¿Ni siquiera te han dicho a quién has de suplantar? —Sacudió la cabeza—. Estas cosas son las que me ponen enfermo. Los de la sección tres ni siquiera tienen la delicadeza de hacer bien su trabajo. Rebuscó entre sus papeles. Tradi miró de reojo la silla: su revestimiento acolchado prometía relajación infinita para el dolor de sus piernas, pero no quería darle el gusto a aquel funciona- rio de verla disfrutar de su hospitalidad. Katzchaturian localizó un documento con la foto de una mujer a la que Tradi no había visto nunca, pero que ahora era virtualmente idéntica a ella. —¿Has oído hablar alguna vez de Augusta Ada Byron, chiquilla? La prisionera negó con la cabeza. —Desarrolló hace siglos los procedimientos lógicos en los que se basaron los primeros ordenadores, y por extrapolación los que usamos hoy en día en toda nuestra tecnología. Tenía un cerebro brillante y un cargo social a la altura: una condesa, nada menos. —Acercó la foto a su cara para distinguir mejor los detalles—. Fue una gran mujer, pero lo fue por poco tiempo. Murió con el apellido Lovelace en 1852, a los treinta y seis años, después de que el cáncer le hiciera padecer una larga agonía. Demasiado joven, o eso opina el comité. —A Dios le gusta llevarse rápido a algunas personas. —Es cierto. En mi tierra tenemos mil aforismos populares para eso. ¿Sabías que hay mucha gente que aún sigue pensando que el tiempo y el espacio son propiedad de las divinidades, y que deberíamos pagar de alguna manera por su uso? —Encogió sus peludas cejas—. Lo dicen porque no son ellos quienes tienen el poder para alterar la cinta, claro. —¿Puedo preguntar algo, señor? —Adelante; y por favor, deja a un lado las formalidades. Estamos entre amigos. Los ojos de Tradi chispearon de coraje. —¿Por qué van a recuperar a esa mujer? ¿Tan importante es que merece la pena sacrificarme a mí por ella? —Sí —contestó el inspector, y no lo dijo con malicia ni con actitud despreciativa, sino como quien constata una verdad que está más allá de toda discusión—. Usted no es nadie, señora Lebenev. Una asesina convicta sin pasado ni futuro. Un desecho social. Ada Byron posee uno de los cerebros más brillantes que ha dado la humanidad, y es nuestro deber protegerlo. La traeremos para que viva cómodamente hasta haber cumplido el siglo, como hemos hecho con Einstein, Kepler, Mozart y otros grandes de la Historia. —No sé quiénes son esos señores. Pero usted habla de ella en presente, como si ya estuviera aquí. Martin suavizó el tono de voz. —En lo que a ti respecta, Tradi, eso es exactamente lo que está sucediendo. La hizo firmar unos papeles y abandonaron el despacho. El panel electrónico volvió a cambiar. Esta vez su mensaje era más técnico. Mostraba datos sobre el complejo proceso de alteración temporal que los científicos estaban a punto de llevar a cabo: Alineación del segmento de la cinta en curso. Coordenadas del periápside (extremo cercano): laboratorio Gersen / Wielman. Coordenadas del apoápside (extremo lejano): posición de la Tierra en agosto de 1852, a 224.900.571 kilómetros del periápside. Prisionera entrando en área de seguridad. Por favor, permanezcan en sus puestos. La puerta blindada se abrió con un chasquido. Tradi iba escoltada por cuatro guardias armados más el inspector. Cuando entraron en el recinto, muchos cuellos se giraron. La joven contuvo la respiración. Allí estaba la máquina, alzada en toda su majestuosidad como un mamut de seis patas. Era un engendro que la gente admiraba por lo que podía hacer, más que por su aspecto real. Tradi sintió un escalofrío al pensar en la cantidad de desdichados que habían cruzado sus arcos de titanio, sus luces estroboscópicas, sus paneles de abejas tallados en una materia cristalina desconocida, para viajar en su vientre a lugares remotos; un dragón que surcaba una y otra vez los océanos del tiempo llevando hombres en sus células de metal. Con un sencillo gesto de su operador, aque- 65 lla monstruosidad detendría la caída del sol en el cielo, haría que los pájaros aleteasen al revés, retornaría los conejos a sus chisteras; revertiría el flujo de las mareas hasta vaciar los océanos, y no se detendría hasta depositarla en otro tiempo más oscuro y terrible. Más despiadado si cabe que aquel en el que los hombres condenaban a sus semejantes a nunca haber existido. —Por Dios... —murmuró Tradi—. ¿Eso es la cinta? El inspector la liberó de sus grilletes. —La cinta no es la máquina, Tradi. Así es como llamamos al sumatorio de todas las líneas temporales que podrían ser alteradas por lo que estamos haciendo. Es demasiado complejo para ti, así que no intentes entenderlo. —Señaló al dragón—. Piensa en ese cacharro como el cadillac que va a llevarte a un lugar donde serás útil para la humanidad, por primera vez en tu vida. Ante la mirada de docenas de desconocidos, mudaron su ropa por otra de época, despeinaron su cabellera, quemaron su dedo índice para simular una cicatriz de infancia, y la condujeron al gran arco de titanio. El umbral de una puerta que sólo podía ser cruzada en un sentido. Martin se ocupó de colocar un brillante aro de plata en la cabeza de la mujer. Era el paso final, el lavado de cerebro que la sumiría en un estado de amnesia, imposibilitándola para comunicar nada que pudiera alterar la historia a las personas que habitaban el siglo diecinueve. La amnesia era pasajera, o eso decían algunos, pero ella no dispondría de tiempo para que pasasen los efectos: la iban a trasladar a un momento concienzudamente estudiado para que no pudiera causar problemas, horas o minutos antes del fallecimiento de la Ada real. —Adiós, Tradi. Nuestra conversación ha sido grata —se despidió Martin—. Dale saludos a la historia de mi parte. —Que te jodan —fue la respuesta de Tradi, y el aro funcionó. 66 La noche había caído sobre Heywood Hills; una noche oscura y aterciopelada, sin luna. El lago colindante a la mansión despedía una irisación ambarina muy sutil. Por todas partes se apreciaba una suave luz sin sombras, enriquecida por mudos matices de colores fantasmales. Procedía de los faroles que custodiaban el cenador donde reposaba Ada Byron Lovelace, pálida y demacrada, un fantasma en espera de un milagro que se resistía en llegar. Su médico, un hombre de generosa circunferencia, no entendía sus caprichos de mujer enferma: Ada se había vestido con un fantástico traje bordado por su prima Carol, adornado con incontables adminículos metálicos. —Las estrellas brillan, Charles —susurró la mujer—. ¿O soy yo? ¿Brillo yo en su lugar? —Sois como una constelación llena de hermosura, lady Lovelace. No hay nada en el cielo esta noche que amortigüe vuestro fulgor. —Qué adulador —sonrió de mala gana—. Pero las estrellas despiden una luz que no basta para iluminarme. Quiero leer, Charles. —Vuestros ojos ya no soportan ese esfuerzo, milady. —¡Al cuerno con mis ojos! —estalló Ada, arrojándole una polvera que el hombre esquivó con facilidad—. Yo decidiré a qué tienen que dedicarse en mi última hora. ¿Para qué los voy a reservar? Debo decirles lo que tienen que ver, y cuándo. Ahora, por ejemplo... Ada se levantó. El médico intentó convencerla para que volviera al diván, pero fue inútil. La mujer se separó de él e hizo un gesto hacia los árboles que bordeaban el lago. —Allí —decretó—. Allí quiero ver ahora... un bajel celestial. Un barco que me llevará por encima de las nubes, hasta los reinos sin mácula poblados de ángeles y... —La frenó una idea repentina—: ¡Charles! Acabo de descubrir una cosa terrible. Un secreto que los seres humanos tenemos prohibido conocer sobre el más allá. El doctor asintió perezosamente. —Lo que vos digáis, señora, pero ahora... —¿Cuál debe ser el año cero, Charles? —¿Cómo? Ada levantó los brazos y Orión apareció en sus axilas. —¿No crees que el dogma sin sustancia de un culto religioso resulta inapropiado para fijar el calendario? Debemos constituir una nueva cronología del hombre moderno. En lugar de un hecho histórico, el pistoletazo de salida lo dará un cálculo matemático. —Hizo cuentas con los dedos—. A ver... si dividimos la distancia a la que se encuentra el horizonte de un observador dado, por la temperatura a la que los elementos pierden su magnetismo... uhm. —Madame, por favor, vuelva a la silla antes de que se caiga. Me está poniendo nervioso. —¡3019! ¡Ésa es la nueva fecha cero! El médico se armó de paciencia. —Está bien. Dejaré escrita una carta a la sociedad astronómica para que, en cuanto llegue el tres mil diecinueve, lo decreten año cero de la nueva era. —No seas ingenuo, Charlie. —Ada rió distendidamente, sus pies descalzos rozando el agua—. Podemos usar el calendario chino como punto de partida. Siempre me ha parecido más elegante que el cristiano, con todos esos evos con nombres de animales... De repente, Ada se paralizó. Un acceso de terror sacudió el pecho de su médico, quien por un instante pensó que iba a caer fulminada. Pero tras unos segundos, la mujer se volvió y declaró solemne: —Van a venir a buscarme, Charles. —¿Quiénes, señora? Ada hizo un gesto con sus brazos llenos de reflejos. Osa menor y Perseo. —Ellos. Y yo les voy a legar algo, para que puedan hacerlo. Voy a escribir un teorema en un papel, para que sea la barca que los traiga de vuelta hasta mí. —Estáis delirando, señora... —¿Recuerdas el primer tratado sobre la bóveda celeste? Se llamaba Uranometría, y lo escribió un tipo llamado Hevelius. Siempre me cayó bien. Tenía un apellido curioso. Danzó aproximándose al bosque. La isla de luz del cenador quedaba más lejos a cada paso, y las sombras aterciopeladas lo cubrían todo. De repente, Ada se acuclilló y se echó a llorar. —¡Por Dios! ¡He tenido una pesadilla! Charles se alongó hacia ella, tratando de no hundir sus zapatos en el lago, pero no la alcanzaba. En su tono de voz cada vez se hacía más patente el disgusto. —¿Con qué habéis soñado, milady? —Creo que los hombres del futuro son malos, Charlie. —Hay hombres malos en todas las épocas. Ada sintió un escalofrío. —Pero no como estos. Estos vienen a por mí. He soñado con un lazo, un círculo de seda que se empalma sobre sí mismo, porque alguien hace un nudo donde no debería. Alzó la vista hacia el bosque. Su oscuridad contenía algo que no sabía explicar, como si poseyera ojos que la mirasen desde dentro. —Estoy a punto de morir, Charles. Y dicho esto se desplomó. Vencido su temor al agua, el médico hundió su elegante calzado hasta los tobillos y sacó a la mujer. La llevó en brazos hasta el cenador tras comprobar que sólo se había desmayado. De todos modos, su pulso era casi inexistente. Iba siendo hora de avisar al sacerdote. Ya no había nada que la ciencia pudiera hacer por ella. Ada expulsó aire. Quería hablar, pronunciar sus últimas palabras. Charles trató de convencerla de que las ahorrara para la religión, pero ella se mostró inflexible. Atrayéndolo hasta que la oreja del médico rozó su boca, le susurró imágenes que había visto en sueños. 67 Minutos después, lo único que quedaba de la condesa era una carcasa vacía. Su espíritu había partido con destino incierto, pese a los esfuerzos de los hombres de ciencia y de fe por encauzarlo. Charles habló con la familia y soportó muchos lloros. Estuvo toda la noche velando el cuerpo junto a la presumida de Carol y la engreída de la criada, el sabiondo de su mentor y sus extravagantes camaradas, una cosecha de amistades que ninguna familia decente habría dejado pasar del recibidor. Terminada la ceremonia, y una vez el alba comenzaba a radiar sus primeras luces, el cansado doctor se aproximó al lago. No quedaba nadie en el jardín, pero él se sintió impelido a dedicarle unos minutos a las últimas palabras de Ada. Sus delirios de muerte. ¿A qué venían aquellos desvaríos sobre el futuro? ¿Eran acaso las personas que según ella vendrían a buscarla una metáfora sobre la mitología cristiana? ¿Esperaba realmente Ada que los cielos se abrieran y los ángeles bajaran en persona a por ella, para llevársela a un mundo más feliz? Charles sabía que Ada no había incluido sus notas en su testamento. Tenía docenas de libros garabateados en su buhardilla, llenos de fórmulas matemáticas y anotaciones sin sentido. Tienen lógica, afirmaba ella con rotundidad, pero ni Charles ni sus allegados supieron verla. De todas formas, aquellos garabatos constituían el testamento de una mujer sin lugar a dudas brillante, así que él en persona se encargaría de llevarlos a alguna imprenta que pusiera un poco de orden y pulcritud en su legado. Pero había una cosa que no entendía. Ada le había dicho algo sobre un aro. Una máquina que no había llegado a funcionar del todo. Sueños de una mente enferma, desde luego, pero la intensidad con que lo había advertido bastó para ponerle nervioso: alguien había cometido un error, un terrible error, y ella 68 se lo iba a hacer pagar. Un simple signo cambiado de lugar, había dicho. Una corrección de última hora en las notas de ese lenguaje lógico que había inventado, una bomba camuflada que viajaría hasta el futuro en manos de sus cronistas. Ese signo que había cambiado de polaridad en el último minuto provocaría un efecto en cascada que traería consecuencias imprevisibles. La propia Ada no supo en ningún momento por qué lo había hecho, pero algo en su subconsciente lo sabía: le habían hecho algo malo, sólo que no podía recordarlo. Por eso, antes de morir les gastaría una pequeña broma. Una broma inocente, tan solo un dígito colocado erróneamente que alguien sin duda se encargaría de rectificar. Al fin y al cabo, ella no era la única que entendía sus propias ecuaciones. Charles tiró el cigarro a medio consumir al lago. No le gustaba el sabor que tenía el tabaco esa noche. Incluso su humo se elevaba oblicuo en un aire inmóvil, culebreando en signos de interrogación. Una máquina que no llegó a funcionar bien. Un lazo infinito empalmado sobre sí mismo. Encogido de hombros, decidió olvidar tan escabroso asunto. Volvería a la casa, a ese bourbon tan milagroso que... Un ruido provino de la foresta. Un tronar suave, reverberante, como la pisada de algo muy pesado que hubiese aplastado la madriguera de un topo. Charles observó a la escasa claridad de la aurora los árboles que se erguían a apenas diez metros de su posición. Le había parecido ver algo moviéndose entre ellos, pero no estaba seguro de qué podía... Otro golpe. Otra pisada. La figura se hizo visible sólo durante un segundo, pero bastó para provocar un ataque cardíaco en el extenuado pecho del doctor. Realmente, la cosa ni siquiera le miró, pero bastó que perfilase su enorme corpachón de diez metros entre los árboles para que su cere- bro captara los detalles: un ser masivo, antinatural, de toneladas de peso y piel escamosa como la de las serpientes. Un dragón de cuatro extremidades, dos pequeñas y atrofiadas, las otras fuertes y musculadas como titánicas piernas. Una cola capaz de partir robles con su poderoso basculamiento. Una cabeza con forma de tanque blindado partida en dos por una boca llena de espadas. Charles se desplomó con un gesto gracioso. La sombra del dragón se deshizo, como si en realidad no hubiese estado allí, sino que por un segundo se hubiera abierto una ventana a otra realidad. En la casa, el cuerpo de Ada Lovelace se revolvió en su ataúd. Alguien había atado un lazo de seda en torno a su muñeca. 69 71 Poesía Textos: C. Suchowolsky y Aída Albiar Ilustración: José Antonio Olmedo 72 El eterno retorno Carlos Suchowolsky Retorna la manada. Son mil cuatro-pezuñas Resuena el tic-tac-tic-tac de mil cuatro-pezuñas. Buscan pastos hinchados, a través de espejismos, en una vieja senda sembrada de señales. Influjo Carlos Suchowolsky Hoy dejé marchitar un poema. Que no lloré. Apenas una pincelada de un Otoño, de un clamor de hojarasca, que quizás recuerde, hasta el que quizás... llegue un murmullo. El camino es el mismo, de padres, de abuelos, de...; de los años pasados, de los siglos pasados. Hollan los sedimentos de hedor y polvareda, donde hay huesos que alertan, y silencios que ignoran. Riega el camino seco, lo seco y lo olvidado, sudor y orines frescos, que beben los fantasmas. Se aleja la manada, hollando los entierros, bramando en los infiernos con mil cuatro-pezuñas. No escuchan nada. Ni es necesario. 73 Del caballero y su enamorada Aída Albiar Hubo una vez un caballero que alzaba brillante espada, en su honor iban grabadas unas siglas en letras doradas. Hubo una vez una doncella que en sus ojos el paraíso reflejaba, y en sus bordados había escrito unas palabras de luna plateada. Por el puro y azul cielo unas gaviotas volaban, y por el verde de los montes los amantes paseaban. Ella era morena y sus ojos verdes brillaban, más que la luna del cielo más que el lucero del alba. Él, de pelo claro y dulce sonrisa en la cara con ojos de dicha la miraban. Todas las noches del mundo cuando el caballero se marchaba, le dejaba aquella espada con aquellas letras doradas. Y la pobre enamorada enjugaba su pena en un paño le daba el bordado al caballero ¡Dios, por qué te querré tanto! Pero en esta bella historia no podían faltar los fantasmas, el fantasma de una vendida que al caballero también amaba. Fue expandiendo falso testimonio contra nuestra chica bienamada, y mientras levantaba las mentiras la otra con su caballero soñaba. Pero llegó la guerra la maldita y triste encrucijada, y el caballero se marchó con lágrimas, paño y espada. La joven desolada lloraba. 74 Pasaron muchos días y también muchas semanas, pero él no regresaba, y la mentira de la otra llegó a los oídos de la honrada y llenaron sus ojos de lágrimas y vivió por mucho tiempo amargada. Pero la mentira quedó olvidada ya nadie en la aldea se acordaba y acabada la barbarie el caballero regresaba. La perdida y deshonrada con dos niños ya contaba, pero con lo que no lo hacía era con un marido que la ayudara. La doncella de nuestra historia aguardaba pura y casta a que volviera su enamorado para que la amara en su cama. Se casaron, solo eso les faltaba, fueron todos felices por que su amor no se acababa. Y todos nos preguntamos ¿Qué decía aquella espada? Al igual nos preguntamos por las letras de ella bordadas. La primera decía así: «A mi amada: Guarda cada noche esta espada como dulce recuerdo de un adiós, que se vuelve hola por la mañana» y lo que ella bordó: «Guarda este pañuelo con tu vida, porque en él está mi alma». 75 ENTREVISTA A: LULA LIBÉ (Por La Redacción) cha frustración. La política sí cabe en la mente infantil, desde que tenemos consciencia para posicionarnos en conflictos somos seres políticos. LR.-¿Por qué has elegido ambientar tu libro en otro planeta? ¿No te gusta éste, o te quedaste enamorada del Principito? LL.-Ya que los miedos infantiles están en el imaginario de los niños, me pareció buena idea que un lugar que intenta acabar con ellos también. LIBRO: EL PLANETA LILAVERDÍA. Editorial Origami. 2015. FECHA: JUNIO 2015 Eres libre para emplear el espacio y el lenguaje que creas pertinente. Aquí no se censura nada. La Redacción.- Una mujer que escribe para niños. Incluso Ana Botella se atrevió (en fin) ¿Es un tópico? ¿Eres como una madre que quiere explicarle el mundo a un niño a través de la fantasía? Lula Libé.-No, en Lilaverdía los monstruos son buenos, y ya quisieran los de la vida real. Es un poemario que intenta personalizar en monstruos bondadosos los típicos miedos de los niños. LR.-¿En qué se diferencia el mundo real del infantil? ¿Cabe la política en la mente infantil? ¿Y el amor o la atracción? Muchos cuentos para niños se basan en relaciones amorosas y en desengaños… LL.-Casi todos los clásicos de Disney se basan en una idea de amor romántico irreal que luego causa mu- 76 LR.-La literatura fantástica está llena de mensajes, de escritores que quisieron transmitir una idea o una visión del mundo. Pienso en Fritz Leiber y el Ratonero Gris, o en Terry Prachett y su Mundodisco. ¿Qué mensaje quieres dar tú? LL.-He intentado que el mensaje se base en ser solidarios y valientes. LR.-García Casado escribió que la poesía vive en Twitter. Imagino que conoces los maratones de twitteratura y los premios. Rosa del Blanco fue la única escritora española que participó en Twitterfiction en 2014. ¿Crees que se pueden contar historias para niños en 140 caracteres? ¿Lo has hecho como Lula Libé o con otro seudónimo? LL.-Claro que se pueden contar en 140 y menos! Tanto poesías como microrrelatos, que pueden llegar a decir mucho más que un libro de mil páginas. LR.-Un escritor conocido (omito el nombre por si acaso), nos decía que ahora hay mucho «juntaletras» para hacer negocio. Pero sabemos que no se puede vivir de la pluma. Suele ser un complemento. Anima un poco a los principiantes y háblanos de tu profesión principal, y de cómo la combinas con las letras. LL.-Bueno, ahora mismo sí que vivo de esto, pero no sólo de este poemario, sino de colaboraciones medios, revistas, etc. Llevo poco así, dentro de un año te digo a ver qué tal me va. LR.-«La vocación, idiotas, la vocación», decía el personaje del película de Jean-Luc Godard. ¿Por qué escribes? ¿Cuándo empezaste a escribir y dónde? Cuéntanos tu trayectoria. la literatura infantil, les mandé el poemario que tenía escrito, en principio, para un concurso literario. LR.-Y ahora, lo que estabas esperando: dinos algo más que anime a la gente a dejarse la pasta en tu libro. LL.-Buf, no te creas, para eso soy malísima, al igual que para las entrevistas de trabajo, así mejor no digo nada y que lo anterior ya sirva para animar a quien le apetezca. LL.-Pues desde muy pequeña, mis padres aún tienen cuentos de entonces. Me gustaba crear personajes e historias, y ellos me lo fomentaban bastante, siempre me animaban a escribir los cuentos que me inventaba en voz alta. Yo era en casa la que contaba cuentos a los demás para irme yo a dormir, jajaj! LR.-J.K.Rowling, la autora de Harry Potter, escribe con seudónimo. ¿Cuál es para ti la magia del seudónimo? ¿Por qué Lula Libé? Hemos oído que vas a presentar el libro y saldrás a la luz perdiendo la erótica del misterio (ay, qué pena). ¿Es verdad? ¿Tendremos la suerte de verte pronto? Nosotros estamos en Valencia y Madrid. LL.-No, no es verdad, no tengo intención de salir del aninomato. Además de cuentos infantiles escribo sobre política y feminismo, no tan bien recibido y con amenazas en redes sociales que me quitan todas las ganas. LR.-Toca la pregunta adecuada para que hagas la pelota a la Editorial Origami: ¿Has publicado con ellos por amistad, afinidad geográfica, tenían la cerveza más fría que los demás…? Cuenta, cuenta. LL.-Pues no los conocía, se pusieron en contacto conmigo para una novela, pero ya había firmado con otra editorial. Al decirme que se dedicaban mucho a 77 Nos vemos EN EL PRÓXIMO NÚMERO... «Este número de Planetas Prohibidos© Año 4, se terminó de editar el dia 07 de agosto de 2015». CONSEJO DE DIRECCIÓN Jorge Vilches, Lino Moinelo, Guillermo de la Peña y Marta Martínez EDITOR J. Javier Arnau William E. Fleming CORRECCIÓN J. Javier Arnau William E. Fleming MAQUETACIÓN James Crawford Publishing COLABORAN EN ESTE NÚMERO: ILUSTRADOR DE PORTADA Ángel García Alcaraz DISEÑO Y MAQUETACIÓN DE PORTADA Marta Martínez EDITORIAL J. Javier Arnau RESTO DE ILUSTRACIONES M.C. Carper, Juan Raffo, Fraga, José Antonio Olmedo, Ángel García, Abel Portillo, Azramari, Pedro Belushi, José Antonio García Burgos, ESCRITORES Carlos Suchowolsky, Aída Albiar, J. Javier Arnau, José Antonio Olmedo, Heberto de Sysmo, Víctor Conde, Carlos Paez, Gabriel Romero de Ávila, Irene Comendador, Natalia Viana, Silvia Pato, Alejandro Morales, Marta Martínez Velasco. Descarga los números anteriores en: