tesina - Universiteit Gent

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Universiteit Gent, Faculteit Letteren en Wijsbegeerte
Master Iberoromaanse Talen:
Literatura hispanoamericana
2007-2008
Re-escribir el cuerpo femenino:
Los vigilantes de Diamela Eltit
Jana Van Acker
Profesora I. Logie
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Universiteit Gent, Faculteit Letteren en Wijsbegeerte
Master Iberoromaanse Talen:
Literatura hispanoamericana
2007-08
Re-escribir el cuerpo femenino:
Los vigilantes de Diamela Eltit
Jana Van Acker
Profesora I. Logie
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Agradecimientos
Antes de sumergirle, estimado lector, en esta tesina, quisiera expresar unas palabras de
agradecimiento a todos los que han contribuido de alguna manera u otra a finalizar este trabajo.
Primero expreso mi más profunda gratitud a la Profesora I. Logie de la Universidad de Gante por
suministrarme los principios de literatura hispanoamicana, por sus consejos y sus correciones en
esta tesina, y por su enardecimiento en difundir los maravillos del mundo literario de América
Latina. Segundo, manifiesto mi sincero agradecimiento a un pariente lejano, un periodista exquísito,
y sobre todo una persona a tomar por ejemplo, Lode Delputte, por su ayuda y sus instrucciones a lo
largo de este proceso intelectual. En general también agradezco a mis padres, a mis colegas y a mis
amigos por su afecto, su apoyo, y por los buenos momentitos enriqueciendos o hedonísticos. Por
último, quisiera dedicar los páginas siguientes a la mujer que me ha traido al mundo y que me ha
guiado y acompañado a través de la vida, tan bien como las circunstancias lo permitían, a mi madre.
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Indice
1 Introducción .................................................................................................................................... 7
2 Diamela Eltit: Vida y Obra .......................................................................................................... 10
3 Los vigilantes: re-escribir el cuerpo femenino ............................................................................ 14
3.1 Estructura y narración: El cuerpo femenino entre los tentáculos del poder: ........................... 14
3.2 Concepción foucaultiana del poder .......................................................................................... 17
3.3 El cuerpo como territorio moral ............................................................................................... 20
3.4 Poder masculino, cuerpo femenino: ......................................................................................... 24
4 Las estrategias de la autoridad y la respuesta femenina ........................................................... 26
4.1 Poder político: autoritarismo frente a subversión política ....................................................... 27
4.1.1 Los vigilantes del Occidente: ............................................................................................ 27
4.1.2 El disciplinamiento de la sociedad: vigilar y castigar ....................................................... 35
4.1.3 La desobediencia política de Margarita: Resistencia maternal ......................................... 38
4.1.4 La ciudad: poder en el espacio: ......................................................................................... 42
4.2 La familia como dispositivo del poder ..................................................................................... 44
4.2.1 El tradicional reparto de papeles: patriarcalidad y marianismo ........................................ 45
4.2.1.1 El poder del padre ...................................................................................................... 45
4.2.1.2 La posición de la mujer chilena ................................................................................. 46
4.2.2 La descomposición familiar en Los vigilantes .................................................................. 50
4.2.3 El desmadre: ...................................................................................................................... 52
4.2.4 La casa como panóptico foucaultiano ............................................................................... 53
4.3 La batalla cultural: el canon literario y la subversión literaria de Diamela Eltit ..................... 54
4.3.1 El discurso oficial dominante y la supuesta inaccesibilidad de Eltit ................................ 54
4.3.2 Las cartas maternas: entre confesión y subversión, entre victoria y derrota..................... 56
4.3.2.1 La subversión maternal .............................................................................................. 57
4.3.2.2 ¿Una derrota previsible? ............................................................................................ 58
4.3.3 Re-escribir el cuerpo femenino: El triunfo lingüístico del hijo: ....................................... 61
5 Conclusión: .................................................................................................................................... 70
6 Notas ............................................................................................................................................... 71
7 Bibliografía ………………………………………………………………………………………76
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1 Introducción:
La producción estético-literaria de la escritora chilena Diamela Eltit ya no forma un campo
inexplorado para mi. El año pasado he dedicado mi trabajo de investigación a su novela Por la
patria, en la que he examinado la representación del cuerpo femenino. El estudio me ha apasionado
y me ha inspirado a profundizar el tema, a querer el oro y el moro. Treinta páginas resultaron ser
pocas y la última palabra estuvo lejos de ser dicha sobre el cuerpo femenino en los trabajos de Eltit.
Por estas razones quisiera consagrar mi trabajo de fin de carrera a otra novela suya, Los vigilantes.
La autora no ha ganado fama universal sino en los círculos académicos. No está explotada
comercialmente y a menudo se tilda su obra de difícil por la experimentalidad lingüística. La
escritora es subversiva, feminista y intenta redefinir la identidad chilena: pone en entredicho los
papeles sociales, políticos y culturales. Leyendo Los vigilantes me he quedado prendada del
funcionamiento del poder en distintos niveles y de la medida en qué están supeditados entre sí: la
autoridad política y sus maniobras de sujeción de los ciudadanos, la supremacia masculina y la
supuesta docilidad femenina dentro de la familia, o el imperio cultural que monopoliza las
representaciones convencionales de papeles sociales. Resulta imprescindible situar a Eltit en el
contexto chileno, dictatorial y neoliberal. Durante el gobierno militar bajo Pinochet reinaba en Chile
una discriminación oficial que se institucionalizó con la Secretaría Nacional de la Mujer. Lo
femenino se ubicaba dentro de la esfera doméstica conforme a sus 'rasgos biológicos inherentes'. El
hombre, por su parte era predestinado a arreglar los asuntos políticos, económicos y financieros.
Más tarde en el período post-dictatorial se proclamaba la igualdad oficial entre ambos sexos con la
creación del Servicio Nacional de la Mujer. Hasta hoy en día existen en Chile un sinfin de
organizaciones, agrupaciones y movimientos por y para las mujeres. La igualdad de derechos casi
se ha convertido en un cliché; Sobre todo en nuestras regiones la emancipación femenina a menudo
pasa por ser conseguida, o incluso más bien adelantada. No obstante, si echamos un vistazo ingénuo
al mundo, percibimos que los gobiernos, las bolsas, las empresas y los ejércitos son campos
dominados por y reservados a los hombres, en los cuales lo femenino está tolerado más bien como
pormenor estéticamente aceptable que como protagonista decisivo. También los conflictos
humanitarios en cualquier rincón del mundo, sea en Darfour, en la selva de Ecuador y Colombia o
en Gaza están dirigidos y son protagonizados por hombres. Es posible que sufro de un ataque agudo
de ceguera selectiva pero nunca he visto a una milicia asesina o terrorista encabezada por una
mujer. Pocas veces he escuchado unas noticias de mujeres que se asesinan mutuamente disputando
por bienes económicos, puestos políticos o diferencias raciales. Me acuerdo de una escena del
conflicto reciente en Kenia, donde tras las escaramuzas violentas entre las milicias hostiles, una
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mujer intentaba entregar un bolso de trigo de un lado de la línea a una mujer del otro lado. Me
parecía una imagen simbólica que refleja acertadamente el papel de ambos sexos en tales conflictos
en los cuales las mujeres no intervienen sino como espectadores padecientes. Este reparto de
papeles no sólo se observa en los escenarios políticos y en guerras o dentro de la esfera doméstica,
sino también aparece infalible representado en la cultura. Los discursos oficiales, las noticias
publicitarias, las películas, las novelas siguen llevando a cabo la misma dicotomia. Indagar la
posible correlación entre una autoridad, el contexto socio-político y las cuestiones de género abarca
estudios antropológicos, políticos, económicos y sicológicos. Examinar diacrónicamente las
relaciones de poder entre macho y hembra para explicar el estado actual constituye indudablemente
un proyecto demasiado ambicioso y soberbio. Los análisis neurológicos aún están en pañales y el
tema ha originado una maraña inescrutable de opiniones, publicaciones y tesis. Por lo tanto, seamos
más modestos, y nos limitaremos en esta investigación al territorio chileno en el período dictatorial
y postdictatorial. Trataremos de observar y de comprender las estrategias de subyugación que ejerce
un poder sobre sus súbditos.
Iniciaremos este trabajo con un esbozo de la vida de Diamela Eltit en el cual proponeremos un
panorama de su obra y un breve sinopsis de cada una de sus novelas. Desde el despertar de su
carrera artística se disciernen ya los objetivos generales y los temas preferidos: el cuerpo
marginado, la figura femenina, la experimentalidad formal, la interrogación de las concepciones
tradicionales y de las identidades culturales. Después estrecharemos nuestra perspectiva y
focalizaremos en la cuarta novela de la escritora: Los vigilantes. A modo de presentación
suministraremos los datos básicos de la obra, el contenido y el desarrollo, antes de pasar a la
enmarcación teórica de este trabajo: a saber, el cuerpo como territorio moral moldeable por las
instancias del poder. En cuanto al concepto de poder se han escrito bibliotecas enteras. Aun así
nosotros preferimos los estudios acertados del filósofo Michel Foucault. Apuntaremos sus ideas
sobre la omnipresencia, la intencionalidad, la pluralidad del poder en vistas de comprobar en qué
medida resultan aplicables a Los vigilantes. A continuación nos detendremos en uno de los
conceptos claves de esta tesina: el cuerpo. Tomando en cuenta nuestras consideraciones del año
pasado, damos por supuesto que el cuerpo es un territorio bajo construcción, un terreno moral
donde se ensayan la eficacia o el fracaso de una autoridad. Los cuerpos en una sociedad están
descritos y proscritos por las fuerzas dominantes, mediante discursos, lenguaje y cultura. Bajo esta
concepción afirmamos que esta autoridad es masculina, siguiendo las ideas de Diamela Eltit y su
«gendered vision of politics». Por consiguiente, los cuerpos enmarañados entre los tentáculos del
poder se pueden tachar como femeninos. En el cuarto apartado de mi investigación aplicaremos
estos conceptos más bien abstractos al contexto concreto de un Chile autoritario y neoliberal. Mi
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propósito consiste en averiguar la dominancia de una autoridad -masculina- sobre el cuerpo femenina-, respectivamente en el ámbito político, personal y cultural. Interpretaremos el cuerpo
protagonizante de Margarita como ciudadano, como mujer-madre
y como escritora.
Analógicamente consideraremos el padre como autoridad económico-política, como padre y como
canon literario. En los tres casos enfrentaremos las fuerzas dominantes y los elementos resistientes:
primero explicitaré el contexto político y económico chileno durante y después de la era militar que
sirve de palimsesto para la sociedad esbozada en Los vigilantes. A la autoridad hegemónica se
opone una resistencia materna simbolizada por la protagonista, Margarita. Este enfrentamiento
político se refleja asimismo en el espacio, o sea, la ciudad que se bifurca reflejando los polos
opuestos dentro de la sociedad. En segundo lugar vamos a indagar la antítesis familiar y el reparto
de papeles entre el patriarca y la madre. Otra vez nos detendremos en el escenario del juego de
poderes: la casa. Tanto en relación al espacio doméstico como a la urbe seguiremos las ideas de
Foucault. La esfera cultural es el tercer ámbito en el que observaremos las relaciones entre el poder
y los subyugados. Literariamente se oponen el canon literario, los libros de consumo con una
recepción masiva que representan las concepciones tradicionales, y las producciones más
experimentales, semántica y formalmente, relegadas a segundo plano. Diamela Eltit nunca ha
protagonizado el mundo artístico chileno justamente por su derribo de ciertos códigos normativos.
Pero más que la dominancia de un canon literario, las cartas que escribe Margarita al padre de su
hijo alegorizan la visión y las concepciones alternativas faltando en los discursos oficiales, que
reproducen sistemáticamente las ideas tradicionales de la política, la familia, la literatura etc. Al
final de la novela asistimos al desalojamiento de la protagonista y su hijo, porque opugnaban el
orden político y social del Occidente. Lo que se interpreta a primera vista como una derrota frente al
poder establecido, resulta ser en realidad una toma de conciencia. La expulsión próxima de
Margarita ocurre analógicamente al darse cuenta de la vanidad de su subversión puesto que en sus
cartas reproduce los paradigmas normativos del Occidente. El hijo, resuelto en su rechazo de
adoptar el lenguaje y los pensamientos impuestos por el padre simboliza el afán de Eltit de
encontrar una reedición de los modos de pensar hegemonizados por un poder tragón de control y
riqueza. La propuesta de Eltit constituye precisamente en re-escribir el cuerpo a través de una
lengua innovadora y experimental. Lleva a cabo una búsqueda de la posibilidad que cada cuerpo
autónomo pudiera efectuar esta inscripción por sí mismo. Para comprender el funcionamiento de
una autoridad y sus estructuraciones discursivas, quisieramos deconstruir las diversas capas paso a
paso a fin de poder reconstruir nuevas concepciones, tal y como Margarita se libera de las ataduras
impuestas por el Occidente. Al deconstruir el orden vigente se abre la posibilidad de reconstruir la
identidad política, social y cultural, y de encontrar una otra comunicación, una nueva manera de
connivencia.
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2 Diamela Eltit: Vida y Obra:
Diamela Eltit González conquistó un lugar predominante en el ámbito literario chileno. En la crítica
literaria internacional su obra se sitúa tanto en la novelística latinoamericana postmoderna como en
las tendencias experimentales dentro del postboom de la narrativa de América Latina. Su proyecto
estético-literario constituye a la vez un alivio dentro del panorama predominantemente masculino, y
un desafío intelectual.
La autora nació el 24 de agosto 1949 en Santiago de Chile, en una familia de clase media. Recuerda
cierta precariedad económica de su infancia, pero su familia no pertenecía a los sectores sociales
santiaguinos marcados por la pobreza. Entró en un colegio subvencionado, Saint Rose School,
nombrado según su ubicación en la calle Santa Rosa, en el antiguo centro de Santiago i. Ya desde
aquella época empezó a leer de manera compulsiva; a los quince años había leído a Marx, y a
Nietzsche, a los dieciocho había devorado a Joyce y a los clásicos españolesii. En 1970 se matriculó
en la Universidad de Chile para estudiar Ciencias Políticas y Administrativas. La aventura fue de
corta duración; después de un solo semestre cambió de carrera y postuló para los estudios de
Pedagogía en Castellano en la Universidad Católica. Tres años más tarde obtuvo su diploma.
Inmediatamente después entró a estudiar en el Departamento de Estudios Humanísticos de la
Universidad de Chile donde elaboró una propuesta interdisciplinaria que incluía medios visuales y
escritosiii. Esto ocurrió en marzo de 1973, seis meses antes del golpe militar. Después se licenció en
literatura en la universidad de Chile y en la Pontífica Universidad Católica de Chile.
Desde hace dos décadas desempeña el cargo de profesora de castellano en la Universidad
Tecnológica Metropolitana, en Santiago, con la excepción de los intervalos en los cuales que ha
vivido fuera de Chile, en México, Estados Unidos y Argentina. Ha dictado cursos de literatura y
cultura en universidades chilenas, norteamericanas y europeas, tales como University of Columbia,
en Nueva York, University of California, Berkeley, en Inglaterra y Alemania. Hasta la fecha,
Diamela Eltit ha publicado, en total, doce obras literarias: ocho novelas, dos obras testimoniales que
no pertenecen al género discursivo de la narrativa, una obra de investigación jurídica, y una
recopilación de sus ensayos de la crítica cultural (Leskinen, 2007: 98).
En el período en que Eltit comenzó su producción literaria, la nación chilena fue sacudida desde sus
cimientos por el golpe militar dirigido por Augusto Pinochet que derrocó el gobierno socialista de
Salvador Allende. Desde aquel 11 de septiembre 1973 se instauraron una campaña de terror y un
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clima de violencia en Chile. Cualquier persona sospechada de simpatías por la izquierda o por la
Unidad Popular fue detenida, encarcelada, torturada o secuestrada. Para escapar al horror miles y
miles de chilenos se exiliaron, entre ellos muchos artistas e intelectuales. Esto originó un corte en la
producción cultural chilena. Eltit, por su parte, no dejó Chile. Vivió la dictadura por dentro y
participó activamente en la vida cultural de su país.
Lo que más llamó la atención en el panorama artístico durante el gobierno militar fue el Colectivo
de Acciones de Arte (C.A.D.A.). Fue fundado en 1979 por Diamela Eltit, el sociólogo Fernando
Balcells, el poeta Raúl Zurita y los artistas visuales Lotty Rosenfeld y Juan Castillo. Esta 'escena de
avanzada', denominada así por Nelly Richardiv, se interrogaba sobre la posible relación entre arte y
política buscando la experimentación más radical entre la imagen y las letras. Plantea una
reconceptualización crítica de los lenguajes, técnicas y géneros del arte y de literatura heredados de
la tradición artística y literaria. Los miembros llevaban a cabo “acciones de arte” que desafiaron el
orden represivo y que se combinaban con acciones políticas concretas. La primera acción, Para no
morir de hambre en el arte, constaba en la distribución de cien litros de leche a cien familias de una
población de Santiago (La Granja), rememorando el medio litro de leche de Allende a los niños
durante su mandato. Después los envases vacíos fueron devueltos para ser utilizados como material
artístico. Eltit incursionó en el ámbito literario desde la década de 1970 y su obra nació en relación
directa con las actividades de CADA. Fue conocida por primera vez con un libro de ensayos: Una
milla de cruces sobre el pavimento (1980). El título se refiere a otra acción de arte de Lotty
Rosenfield que en diciembre 1979 formó una hilera de cruces de 1.700 metros de longitud con telas
blancas de las líneas del pavimento en una calle de Santiagov.
En 1983 sale su primera novela, Lumpérica. El título se puede leer como una conjunción de lumpen
y América. Con un argumento casi inexistente, se desarrolla en torno a una situación-símbolo: L.
iluminada pasa la noche en una plaza de Santiago. Durante la novela entera hay « miradas
desembozadas u ocultas que la buscan y ella cuenta permanentemente con el hecho de ser
mirada »vi. Enseguida el tono está marcado: el lenguaje experimental, un cuerpo femenino, los
mundos marginados y el poder constituirán unas constantes en la producción estética de la escritora.
Tres años más tarde sigue Por la patria. En este relato no convencional se nos cuenta la vida de
Coya, una joven mestiza que, junto con sus amigas será encarcelada por las tropas amenazantes. Ya
desde el despertar de su aparición en el escueto literario se estalló la polémica sobre la presunta
ininteligibilidad de su escritura. Eltit rompe con la linealidad del discurso, inserta hablas indígenas e
inventa neologismos. Auli Leskinen señala que « en la medida en que ha ido creciendo su aura de
escritora hermética, su obra sería valorada cada vez más en círculos académicos » vii.
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La tercera novela, El cuarto mundo, pone en escena dos mellizos, un varón travestido, María
Chipia, y su hermana que narran desde el útero materno. María Chipia encarna el cuestionamiento
de las identidades sexuales y de los roles socialmente asignados a hombres y mujeresviii, un tópico
que trataremos en nuestro estudio de los Vigilantes. En 1989 la autora publica “un estudio
sociológico” en el cual transcribe el chapurreo de un vagabundo demente de Santiago: El padre
mío. El libro parodia el discurso autoritario y presenta las palabras masculinas como trampa. Las
cuatro obras citadas están escritas y publicadas bajo la dictadura y son controladas por un fuerte
sistema de censura que domina la vida cultural chilena.
A partir de 1991 Eltit desempeñó durante 4 años la función de agregada cultural de la Embajada de
Chile en México. Allí finalizó Vaca sagrada, su primera novela en período postdictatorial. En ella
« la sangre femenina funciona como núcleo simbólico y productivo de un cuerpo-texto desgarrado
que pone en escena sus condiciones de ficcionalización » (Lorenzano, 2004: 20). Asimismo asumó
el cargo de representante del Consejo de Rectores en el Consejo Nacional del Libro. Su novela
siguiente, Los vigilantes, se publica en 1993 y fue galardonado dos años más tarde con el Premio
José Martín Nuez. Además de eso, Eltit colaboró activamente en la Revista Crítica Cultural y otros
medios de prensa, posicionándose como una notable ensayista. Mientras residía en México elaboró,
junto con la fotógrafa Paz Errázuriz, El infarto del alma (1994), un trabajo documental sobre el
amor y la locura, compuesto de textos poéticos y autobiográficos de la autora y de las fotos de
Errázuriz, con quién Eltit desarrolla una larga amistad y una interlocución intelectual. « Las obras
testimoniales El padre mío y El infarto del alma exponen una poética metaforizada del estado
mental y psíquico de la sociedad colectiva de Chile »ix. En 2000 sale una recopilación de ensayos:
Emergencias: escritos sobre literatura, arte y política.
Tras cuatros años sin publicar, la escritora presentó Los trabajadores de la muerte (2001), inspirada
en el mito de Medea que la autora conectó con un crimen familiar ocurrido en Chile. Los dos
personajes Santiago y Concepción funcionan también como los escenarios de la novela. En el 2002,
presentó Mano de obra en el que el supermercado sirve como metáfora de la realidad. Trata de los
nuevos poderes impuestos por el neoliberalismo en una sociedad donde todo es desechable, incluso
los seres humanos. En 2005 Eltit presenta un estudio jurídico, Puño y letra para el cual la autora
realizó un concienzudo trabajo de investigación a partir del asesinato del ex Comandante en jefe de
las Fuerzas Armadas de Chile, general Carlos Prats y su esposa chilena, Sofía Cuthbert. Eltit asistía
sistemáticamente a las sesiones del juicio oral que se llevaron a cabo en Buenos Aires contra el
ciudadano chileno Enrique Arancibia Clavelx.
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Su novela más reciente Jamás el fuego nunca, fue publicada en agosto 2007. Auli Leskinen nos
recuerda que « el título de la obra se apodera de parte de un enigmático verso del poeta peruano
César Vallejo, verso que después se convierte en un significativo epígrafe: Jamás el fuego nunca/
jugó mejor su papel de frío muerto ». Actualmente Diamela Eltit continúa ligada a la producción
cultural nacional publicando periódicamente en las revistas 'La revista de Crítica Cultural', dirigida
por Nelly Richard, y 'Rocinante'.
La producción literaria de Eltit forma un proyecto estético continuo. « Su escritura rompe con el
tradicional concepto de narración y argumento -si existiera- se entrega a través de fragmentos,
despuntes, relámpagos visuales. Los protagonistas son siempre marginales y los lugares periféricos:
sitios eriazos, plazas públicas, calles, poblaciones lejanas o habitaciones en deterioro. Se trata de
personajes que interpelan al poder desde su oscura marginación » (Lértora, 1991: 225).
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3 Los vigilantes: re-escribir el cuerpo femenino:
3.1
Estructura y narración: El cuerpo femenino entre los tentáculos del poder:
En Los vigilantes se nos presenta a Margarita, una madre que vive con su hijo, independiente de su
marido. Aunque parezcan gozar de cierta libertad, están vigilados continuamente. El padre ausente
exige cartas pormenorizadas de su mujer que le informen sobre los quehaceres de ella y de su hijo.
Sospecha la madre de un comportamiento en contra del 'orden de Occidente'. Por eso los vecinos,
que se autorregulan, y la suegra, emisaria del padre, espían los hechos y prodigios de Margarita y su
hijo.
« Mi vecina me vigila y vigila a tu hijo. Ha dejado de lado su propia familia y ahora se
dedica únicamente a espiar todos mis movimientos1 » (51).
« Dice que tu madre insiste en que tu hijo y yo comemos a horas inconvenientes, que
nuestros alimentos son ocasionales y carecen de la debida consistencia. Dices también que,
según tu madre, hemos olvidado los modales del Occidente que se suelen atender durante las
comidas » (87).
A medida que la presión del padre aumenta, la protesta y la frustración de la madre crecen también.
Ella rehusa vehementemente asimilarse a las normas de conducta determinadas por el padre y el
Occidente. Durante una noche helada Margarita recibe un grupo de 'desamparados' en su casa, un
grupo considerable de seres humanos excluidos de la ciudad que van deambulando por las orillas de
la metrópoli. Ellos también han desobedecido las leyes impuestas, y se han quedado fuera del festín
económico. La 'alianza' de Margarita con los desamparados le da argumentos al padre para desalojar
a la madre y a su hijo. Al final de la novela son enjuiciados y condenados a una existencia
desamparada y terminan vagando por la ciudad.
El título mismo de la obra es significativo. Según el diccionario de la Real Academia Española
vigilar supone « velar sobre alguien o algo, o atender exacta y cuidadosamente a él o a ello ». Bajo
esta concepción Los vigilantes refiere a una doble acepción. Por un lado se distingue el que vigila,
observa y acecha, por otro, el que vela o está despierto. De esta forma, el desarrollo de la obra se
moverá entre estos dos opuestos, entre el estado continuo de acecho de los que vigilan: el padre, sus
1
Todas las citas provienen de Los Vigilantes en la recopilación de 2004: Tres Novelas. Prólogo de Sandra
Lorenzano, editada en México por el Fondo de cultura económica.
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emisarios y los vecinos y el que está en vigilia, el insomne que está despierto durante las horas de
sueño. Margarita y su hijo están vigilados sin descanso, pero la madre vela también: « Yo velo el
día y vigilo el paso de la noche » (52).
El texto está organizado en tres apartados: « Baaam », « Amanece » y « Brrr ». El libro comienza y
acaba con las palabras herméticas del niño.« Baaam » y « Brrr » son expresiones onomatopoéticas
que se articulan en el espacio límite entre lo semiótico y lo simbólico. A través de una escritura
semiautomatizada, se recupera la conciencia del niño: en un caos significativo están entrecruzados
sus necesidades, requerimientos y temores.
« Mamá escribe. Mamá es la única que escribe. Mamá y yo nos compartimos en toda la
extensión de la casa. La casa está ruidosa, a veces tranquila. Tranquila. Mamá no está
tranquila, lo noto en su pantorrilla engranujada. Tiene muchos pedacitos de piel
desordenados. Desordenados. Los dedos que tengo están enojados con su desorden. Cuando
me enojo mi corazón TUM TUM TUM TUM y no lo puedo contener porque parece decir
TON TON TON To. Seré el tonto de los rincones de la casa » (35).
Este pasaje inicial introduce a los dos protagonistas en su espacio y las funciones que desempeñarán
en el relato: La madre escribe y el hijo será el 'tonto' de los rincones del hogar. La parte más extensa
del libro consta en efecto de las epístolas maternales dirigidas al padre del hijo. Del intercambio
nunca leemos directamente las palabras del hombre. La madre está obligada a una confesión
incesante y a la explicación constante de sus actos, de diferentes aspectos de su vida privada,
incluso de sus propios sueños. En un lenguaje violento, duro, desprovisto de sensibilidad entre el
hijo y la madre, aprendemos que sufren del frío y que tienen hambre. En la totalidad del libro hay
escasas indicaciones temporales y espaciales. La novela se desarrolla en la casa, en las calles del
centro o en la perifería -las orillas- de la ciudad. También el tiempo queda opaco. La única
información que recibimos son las primeras palabras de la madre: « amanece mientras te escribo ».
« Mamá se inclina hacia mí y aparece su boca sardónica. Sardónica. Se inclina y sospecha
que quiere desprenderme con sus dientes. Babeando lanzo una estruendosa risa. Ay, cómo
me río. Cómo me río. Caigo al suelo y en el suelo me arrastró. Es boniton duro, dulce.
Golpeo mi cabeza de tonto, PAC PAC PAC PAC suena duro mi cabeza de tonto, de tonto.
TON TON TON to. Ella me recoge del suelo. Mamá está furiosa, la pantorilla, mi vasija. Me
engarfio rico y corre la baba por toda la superficie. ¿Cuánto llevamos? ¿un día? ¿un minuto?
Yo no sé » (36).
16
Los Vigilantes relata una historia doméstica sobre una disputa matrimonial que admite
simultáneamente una lectura política. Con una mujer debatiéndose infructuosamente contra las
leyes rigurosas de un padre ausente pero omnipresente, un padre que (ab)usa de las estructuras
familiares, una comunidad recelosa e envidiosa y la justicia para implementar un régimen
profundamente excluyente y desigual, resulta casi imposible no vincular esta puesta en escena con
la realidad socio-política chilena postdictatorial. En su discurso de agradecimiento por el premio
José Nuez, la propia Diamela Eltit proclama lo siguiente sobre su obra galardonada:
« Los vigilantes es la novela escrita en situación de extranjería, cuando radicaba en México,
en donde morando, pensando desde norte a sur, se me presentaba la ciudad latina en una
situación de grandes desigualdades sociales, de agudas divergencias que iban en desmedro
de los habitantes más débiles, aquellos que sufrían los efectos del terrible desamparo de las
instituciones, de la indiferencia de los nuevos sistemas políticos. La sensación de
desprotección urbana -en el interior de una Latinoamérica apenas entrevista- fue recayendo
en la novela, desviándose hacia nuevas sensaciones de orfandad y de sojuzgamiento. Fue
recayendo incluso en la misma escritura como cerco, soledad y margen, como ajenidad en
medio de sociedades que construyen su orden a través del consumismo, generando un
asimétrico y empobrecido sistema de satisfacción instantánea. Porque pienso que la manía
inculcada políticamente a consumir, a consumir, a consumir, a consumir, es una forma de
avidez que conduce a un injusto y programático descalabro cultural y ético portando la
destrucción de los objetos e incluso de los cuerpos » (Eltit, 2000: 187).
Los vigilantes es una novela sobre el poder; el poder como instancia que penetra la totalidad de las
relaciones sociales; el poder como los « micropoderes » foucaultianos y el enjambre de resistencia
que conllevan. El relato revela las estrategias de la autoridad para controlar y subyugar a sus
súbditos y muestra los efectos que tiene el poder, múltiple y omnipresente, sobre los cuerpos
ciudadanos de una sociedad. Antes de emprender un análisis profundo de la novela esbozaremos el
marco teórico que nos servirá de punto de partida central para nuestra investigación. En ella nos
centraremos sobre todo en las ideas de Michel Foucault sobre el funcionamiento del poder. A
continuación desenmarañaremos la problemática ligada a los conceptos de poder y de cuerpo y lo
que significan para la obra de Diamela Eltit.
17
3.2
Concepción foucaultiana del poder:
« Il n‟y a pas quelque chose comme le pouvoir, ou du pouvoir qui existerait globalement,
massivement ou à l‟état diffus, concentré ou distribué: il n‟y a de pouvoir qu‟exercé par les
„uns‟ sur les „autres‟; le pouvoir n‟existe qu‟en acte » (Foucault, 1994: 236).
Lo que afirma Foucault en esta declaración es que el poder in se no existe. El poder no se da, no se
intercambia pero se ejerce; sólo existe en el acto mismo. El ejercicio autoritario consiste en influir
en los actos posibles de una persona: el poder estimula, induce, facilita o hace difícil, aumenta o
disminuye la probabilidad de ciertas acciones en la totalidad de conductas posibles. Esto no
significa que uno esté forzado o obligado a efectuar un determinado acto sino que el poder se vale
de ciertas técnicas y recursos con el objetivo de inducir al otro a una acción. El ejercicio del poder
consiste en seducir al otro, cruda o sutilmente, a la conducta deseada por alguien. Foucault habla
sobre este asunto de conduire des conduites.
El segundo punto fundamental es que el poder es omnipresente: se produce en cualquier momento,
en cualquier relación entre dos puntos -personas-. El poder se encuentra en todas partes, lo que no
implica que lo abarque todo pero sí que viene de todas partes. Foucault habla en este caso de la
capilaridad del poder, aspirándose dentro de cada relación: entre padres e hijos, entre el dueño y el
empleado, entre el profesor y los alumnos, entre el guardia y el detenido. Cada uno de estas formas
locales de poder se caracteriza por sus técnicas y tácticas específicas.
« Il n‟existe pas un pouvoir, mais plusieurs pouvoirs. Pouvoirs, cela veut dire des formes de
domination, des formes de sujétion, qui fonctionnent localement, par exemple dans l‟atelier,
dans l‟armée » (Foucault, 1994: 186).
Por consiguiente, el concepto de 'poder' no sólo refiere a la totalidad de instituciones y aparatos que
aseguran la subyugación de los ciudadanos, a un poder homogéneo que penetra la totalidad del
cuerpo cívico, sino también a un conjunto de formas heterogéneas de autoridad que operan
localmente. Los funcionamientos específicos de estas relaciones de poder regionales están
utilizados, dispersados, transformados y colonizados por los mecanismos más globales. El poder
está presente en los mecanismos más sutiles de las relaciones sociales: no sólo en el Estado o en las
clases sociales sino también en las modalidades, las opiniones dominantes, los espectáculos y los
juegos, los deportes, las informaciones dispersas, las relaciones personales y familiales, e incluso en
18
los movimientos de liberación que contestan el poder. Entre cualquier punto de un cuerpo social,
entre un hombre y una mujer, en el interior de una familia, entre un dueño y su alumno, entre él que
sabe y él que ignora, se establecen relaciones de poder que no constituyen la proyección simple y
pura de un gran poder soberano ejercido sobre los individuos. Forman más bien el suelo móvil y
concreto sobre el que se vienen arraigar las condiciones de posibilidad para que pueda funcionar. La
familla no es el sencillo reflejo o la prolongación del poder estatal: la madre no es el representante
del Estado para con los hijos, tal como el macho no lo es acerca de la hembra. El plantemiento
frecuente que el padre, el hombre, el dueño, el adulto o el maestro representan el poder estatal
ignora la complejidad, la especificidad, los asideros y los puntos claves de las relaciones específicas
de poder. Así que con el objetivo de entender los mecanismos del poder en toda su complejidad y su
detalle, no nos podemos atener a un mero análisis de los aparatos estatales. Tenemos que evitar
localizar el poder en el aparato estatal y reducirlo al instrumento privilegiado, casi único, del poder.
De hecho, en nuestro análisis de Los vigilantes no vamos a considerar el padre exigente como un
simple representante de la autoridad estatal chilena. Alegóricamente sí podemos interpretar el
personaje -ausente- como símbolo de un poder omnipresente pero escondido, como una coyuntura
político-económica y social, pero significa más que esto. También lo debemos ver como un
micropoder, ejerciendo autoridad sobre su entorno, guiado por sus deseos personales.
No obstante lo dicho anteriormente no significa que el Estado sea insignificante. Sólo queremos
apuntar que el énfasis excesivo en el aparato estatal tiende al descuido de los mecanismos de poder
que no están codificados por el Estado, que no pasan directamente por el Estado, y que
frecuentemente lo soportan mejor, lo continúan y le otorgan una eficacia máxima. El conjunto de
las relaciones de poder que se ejercen dentro de una sociedad asegurando la hegemonía de una clase
social o una elite, no se pueden sintetizar en el Estado. Este, con sus instrumentos militares y
judiciales, representa más bien la garantía de una red de poder que se constituye mediante otros
canales.
El tercer punto defendido por Foucault que queremos desarrollar es la intencionalidad del poder.
Esta toma de posición hace surgir otra vez la imagen de una casta gobernante, una compañía que
contralan la totalidad de los aparatos estatales, una asociación elitista de economistas que instalan
una red de poder dentro de una sociedad. Sin embargo, una intención preconcebida del ejercicio de
poder no se puede achacar a ninguno de estos grupos mencionados. Deberíamos pensar más bien en
una sarta de diversas relaciones de poder mediante la cual se forma un dispositivo de poder más
global. Este dispositivo de poder que no es atribuible a ningún cerebro, aún así se caracteriza por un
objetivo determinado. En nuestro trabajo seguiremos con esta misma idea ya que no interpretamos
19
la dictadura chilena como una imponente demonstración de poder de una sola personificación del
mal, Augusto Pinochet, sino como un cúmulo coyuntural, de organizaciones, individuos, de clases
de gente que empujan en una misma dirrección. En resumidas cuentas, el concepto de poder debe
ser percebido como la multitud de relaciones de poder que son inmanentes al dominio en el que
funciona y constituye su propia organización. Las relaciones de poder no son exteriores a otros
tipos de relaciones sino que se encuentran por dentro. Por un lado constituyen consecuencias
directas de reparticiones, desigualdades o desequilibrios dentro de estas relaciones -distinciones
jurídicas, discrepancias tradicionales acerca del rango social, de priviligios, diferencias económicas
en la apropiación de riqueza y bienes, u oposiciones lingüísticas y culturales-. Por otro lado forman
las condiciones internas para estas diferencias. El ejercicio del poder se basa en las desigualdades
existentes al interior de ciertas relaciones, y estas desigualdades constituyen al mismo tiempo una
consecuencia de las diferencias en la posibilidad de ejercer poder. Esto se llama la circularidad del
poder.
« Toute relation de pouvoir met en oeuvre des différenciations qui sont pour elle à la
fois des conditions et des effets » (Foucault, 1994: 239).
La autoridad no sólo produce los efectos, pero estos efectos constituyen a la vez el instrumento del
ejercicio de poder. Una política de fuerza produce cuerpos disciplinados, individuos que sirven
como instrumento para el ejercicio efectivo de poder. Consecuentemente, el funcionamiento del
poder se debe interpretar como una red a través de la cual el poder circula, mientras que las
distantas instancias dentro de esa red se influyen mutualmente.
Otro aspecto fundamental del poder es su productividad. Originariamente Foucault tenía una
concepción del poder como una fuerza que estuviera presente a través de mecanismos de exclusión
y negación, como lo ilustra en Folie et déraison; Histoire de la folie à l'âge Classique.
Posteriormente abandona semejante visión para otorgar al poder una capacidad creativa, puesto que
la mera idea de un poder represivo no basta para entender los fenómenos sociales. El caso es que, si
un poder no fuera más que represivo, no hiciera más que prohibir, no le obedeceríamos dice
Foucault. Para que aceptemos un poder, hace falta que algo se engendre, que se provoque placer,
que se produzca un discurso. Así se dibuja una concepción doble del poder: no sólo es opresión y
prohibición sino también una incitación, una producción.
El último aspecto que queremos subrayar es que el poder actúa en el cuerpo. Siguiendo a Nietzsche,
Foucault señala la corporalidad del ejercicio del poder:
20
« Ce que je cherche, c‟est à essayer de montrer comment les rapports de pouvoir
peuvent passer matériellement dans l‟épaisseur même des corps sans avoir à être
relayés par la représentation des sujets. Si le pouvoir atteint le corps, ce n‟est pas parce
qu‟il a d‟abord été intériorisé dans la conscience des gens. (...) Le pouvoir politique,
avant même d‟agir sur l‟idéologie, sur la conscience des personnes, s‟exerce de façon
plus physique sur leur corps. La manière dont on leur impose des gestes, des attitudes,
des usages, des répartitions dans l‟espace, des modalités de logement, cette
distribution physique, spatiale des gens appartient, me semble-t-il à une technologie
politique du corps » (Foucault, 1994: 231).
En Los vigilantes vemos por ejemplo que el cuerpo de los desamparados está afectado
físicamente por el poder: « Ya habían perdido la mayoría de los movimientos, habían perdido
incluso la facultad de la palabra » (90). Los ciudadanos desobedientes son aplastados
físcamente.
3.3
El cuerpo como territorio moral:
También Diamela Eltit se apasiona por las incidencias del poder en el cuerpo. Leonidas Morales
discierne tres dimensiones que adquiere el concepto de cuerpo. En el sentido más literal se trata de
un cuerpo sexuado, sometido por lo tanto a la problemática de las identidades: un cuerpo
biológicamente femenino o masculino, pero humano. Esta primera concepción admite
estratificaciones, partiendo de la idea que los cuerpos son siempre cuerpos sociales intercalados en
una comunidad. Dentro de esa categorización podemos seguir subdividiendo en cuerpos populares o
subproletarios; se trata aquí de cuerpos políticos. Eltit usa la palabra cuerpo en un tercer sentido,
metafórico, para referir a la escritura. La piensa con los mismos atributos esenciales del cuerpo:
como materialidad significante, portadora de significados nunca ajenos y siempre 'orientados' desde
el punto de vista de las sutiles dialécticas detrás de las cuales se juegan las alternativas y las
inflexiones del poderxi.
Eltit proclama pues una concepción dinámica y transitoria del cuerpo. Lo interpreta como un
territorio siempre bajo construcción por las relaciones del poder hegemónico que lo modelan según
sus intereses. La puesta en evidencia de la identidad del sujeto como mera construcción, y las
maniobras insidiosas del poder que intervienen en esa construcción son los supuestos del sujeto y
del discurso como los encontramos en la obra de Eltit. Consideramos la identidad del sujeto como
21
una construcción nunca terminada, abierta al aprendizaje y a la transformación, que se da en el
interior de relaciones de poder, móviles y cambiantes, disfrazadas o descubiertas, sutiles o groseras
en su expresión, que vigilan al sujeto (Morales, 2004: 123).
Cuando Eltit habla del cuerpo, siempre está pensando en « una materialidad primigenia
(determinante o fundante), en un significante de base, de primer grado, particularmente pertinente
para desplegar un pensamiento como el suyo, abierto, desconstruido y desconstructor,
desideologizado,
solidario
(pero
no
dependiente)
de
las
directrices
del
pensamiento
« posestructural » europeo de Lacan, Foucault, Derrida, que rehuye la mistificación de los centros,
siempre ideológicos, siempre encubiertos, pero que no renuncia (sino que los afirma) a sus anclajes
latinoamericanos, que determinan su diferencia, su condición irreductible »xii. En un ensayo Eltit
describe el cuerpo como resultado de un viaje:
« Es posible inventar o imaginar una travesía. Un viaje mitológico desde el cuerpo
« natural », primitivo, salvaje, desnudo, hasta conseguir la consolidación del otro cuerpo
que, en el momento final de su viaje supuesto, en una imagen especulativa de una hipotética
travesía cultural, se presenta como el resultado de un ejemplar trazado en la carne cuyo
objeto -en el sentido de objeto político- radica en la construcción de un territorio moral, un
campo corporal infinito y estratégico ganado para la organización del discurso social» (Eltit,
2000: 79).
También los estudios de Foucault hacen hincapié en el carácter histórico del cuerpo y en cómo las
instituciones sociales han creado cuerpos dóciles, marcados por prácticas y expectativas sociales. Si
aceptamos que el cuerpo no es ahistórico sino que en él se inscriben marcas culturales, históricas,
sociales, religiosas y genéricas, y teniendo en cuenta la aguda conciencia de la corporalidad en Los
vigilantes y otros relatos, podemos sugerir una concepción de la subjetividad en la que cuerpo y
mente se conciben como las distintas caras en la 'cinta de Moebius'xiii. Cuerpo y mente no son dos
sustancias distintas o dos clases de atributos de una misma sustancia sino algo que está entremedio
de estas alternativas. La banda de Moebius tiene la ventaja de mostrar la inflexión y la mente en el
cuerpo y del cuerpo en la mente, y a través de un retorcimiento o inversión, un lado se transforma
en el otro.
La crítica Andrea Ostrov comparte esta opinión cuando proclama que el cuerpo puede definirse
como el resultado de un proceso de materialización que se lleva a cabo mediante el lenguaje. Las
operaciones discursivas que determinan los efectos de materialidad y significación corporal resultan
22
invisibilizadas, precisamente por una de esas operaciones discursivas. El primer efecto de esta
construcción consiste en la naturalización de la materialidad del cuerpo. Las operaciones y procesos
de construcción están ocultas tras la evidencia de una materia ya constituida 'natural'. El discurso no
simplemente representa, el discurso construye. La concepción de la materialidad corporal como real
prediscursivo, debe ser entendida justamente como un efecto discursivo. Butler afirma que « esta
producción del sexo como lo prediscursivo debería entenderse como el efecto del aparato de
construcción cultural designado como género » (Butler, 1990: 7).
« Con el cuerpo mermado en la cultura, el mandato social dispone de un territorio
privilegiado para ensayar la eficacia o la dificultad de un sistema de poder. Poder que desde
el binarismo biológico hombre-mujer consigue establecer el binarismo cultural (discursivo),
femenino-masculino, para realizar así una de las catalogaciones más decisivas y
espectaculares de toda historia culturalxiv ».
La distinción sexual es una de las oposiciones fundamentales de nuestra cultura. El ser humano no
puede ser pensado sin una marca corporal que, sin sexo, determinante principal de la identidad. Las
categorías biológicas de macho y hembra son establecidas a partir del sexo y tienen en el nivel
psíquico las categorías masculino y femenino como correlato. Estas ultimas aluden al conjunto de
rasgos, características, conductas y comportamientos, deseos que corresponderían « naturalmente »
a un sexo determinado. Este conjunto se denomina « género ». La concepción expresiva del género
vincula los conceptos psíquicos de 'femenino' y 'masculino' con la diferencia sexual dicotómica. Los
rasgos psíquicos surgen como consecuencia directa de las diferencias biológicas. Como expresión
de la irreductible diferencia anatómica, lo femenino y lo masculino constituirán, congruentemente,
esferas opuestas y excluyentes entre síxv.
La categoría de Género, tal como fue acuñada por el femenismo anglosajón, no piensa lo masculino
y lo femenino como correlatos psíquicos 'naturales' del sexo anatómico, sino como construcciones
fundamentalmente culturales que interpretarían las diferencias anatómicas. Esto implica una puesta
en entredicho de la dualidad genérica masculino-femenino como oposición binaria correlativa a la
diferencia sexual biológica macho/hembra. Además supone un cuestionamiento de las naturalidades
masculina y femenina, pero no cuestiona la naturaleza de la diferencia sexual. En otras palabras:
mientras que el Género se interpreta ahora siendo una construcción, el sexo continúa
considerándose como un elemento que pertenece exclusivamente al ámbito biológico, queda
instalado en el dominio de lo natural, en el campo de la « Naturaleza », y constituye por
consiguiente una entidad precultural, prelingüística (Ostrov, 2004: 17). Ostrov, siguiendo a Judith
23
Butler, revisa las teorías previas y considera también el sexo como producto cultural. « El sexo,
el cuerpo sexuado, no debería pensarse simplemente como elemento dado sin más bien, en un
mayor grado de complejidad, como resultado de un proceso de materialización, que tendría lugar a
través del lenguaje » (Ostrov, 2004: 17). Las dos autoras rechazan la visión del sexo anatómico
como instancia meramente natural, prelingüística, un dato de la naturaleza cuya existencia ya allí
sería independiente del lenguaje. De hecho, la materialidad del cuerpo, el cuerpo como materia,
conforma una instancia lingüísticamente establecida, constituida como efecto de una proceso de
materialización llevado a cabo por y a través del lenguaje.
La diferencia sexual de los cuerpos se establece como resultado de un proceso de organización
significante que releva superficies, bordes, hundimientos y relieves. Resulta descabellado definir al
género como la interpretación cultural del sexo, puesto que el sexo mismo constituye una categoría
generizada. El género no debería concebirse simplemente como la inscripción de un significado
cultural sobre un sexo previamente dado. Género debe designar también al aparato mismo de
producción por el cual los sexos son establecidos. No hay acceso a un cuerpo que no haya sido
interpretado por significaciones culturales; por consiguiente, el sexo no podrá calificarse como una
facticidad anatómica prediscursiva. En realidad « el sexo, por definición, demostrará haber sido
siempre género » (Butler 1990: 7-8). La materialidad corporal, la organización y la categorización
de los cuerpos en función de determinados rasgos anatómicos que la cultura considera como
relevantes, es el resultado de un proceso de construcción de los cuerpos regido por la oposición
genérica entre hombre y mujer.
Por consiguiente, consideraremos que los rasgos con que comúnmente se identifica al hombre y la
mujer no son ni naturales ni inherentes sino en gran medida construcciones culturales tamizadas a
través del lenguaje, del discurso social y del modo como se practica la diferencia sexual en la vida
cotidiana. Se podrán apreciar las posibilidades de transformación de un modelo que está en
permanente proceso de cambio. De allí que al utilizar la palabra mujer haya que entender no una
categoría esencial y universal que depende de un hecho biológico sino un proceso identificatorio
fluctuante que se aprende culturalmente. « No se nace mujer sino que se llega a serlo »: ser
biológicamente mujer no supone una determinada condición femenina como algo inherente a lo
biológico, sino que es imprescindible distinguir entre biología y cultura. Hay que distinguir entre lo
biológico-sexual (female) y lo adquirido culturalmente (feminine) en un proceso de aprendizaje de
la femenidad en el que el contexto social, cultural y racial, y los valores de clase y religiosos juegan
un papel significativo (Lagos, 1996: 18).
24
Desde este enfoque, si la desvalorización y sumisión de las mujeres en una cultura patriarcal se
relacionan directamente con el cuerpo biológico femenino y su capacidad reproductiva, y con la
concepción esencialista del género como conjunto de rasgos de identidad que corresponden
'naturalmente' al sexo femenino; si sexo y género componen dos categorías que sirven para
justificar la posición histórica de las mujeres en el polo negativo del binomio masculino-femenino,
se requiere una desconstrucción de este sistema de género, desenmarcando el caracter de
construcción y mandato cultural. Además de esto, puesto que el cuerpo biológico femenino y los
atributos psíquicos que se le asignan determinan la ubicación de las mujeres en el ámbito de lo
privado, también es necesario, al lado de la desconstrucción del género, la desnaturalización del
sexo. En Los vigilantes, la diferencia genérica permite recrear de manera alegórica la tensión en las
relaciones de poder, en la que las mujeres tradicionalmente han ocupado el lugar del subalterno.
Tomando pues el cuerpo como punto de partida central de esta investigación, en los apartados
siguientes desarrollaremos respectivamente el cuerpo político-social, el cuerpo personal-familiar,
sexuado y el cuerpo de la escritura. Cada vez examinaremos las repercuciones del poder sobre este
cuerpo.
3.4
Poder masculino, cuerpo femenino:
En el trabajo El cuerpo femenino en Por la patria (2007) ya hemos mencionada la masculinidad del
poder. Eltit publica frecuentemente sus ideas sobre el poder que considera como históricamente
masculino. Esta idea sin embargo no pretende igualar masculino a hombre, sino que lo utiliza como
categoría. Considera lo femenino y lo masculino no como algo privativo de la mujer o del hombre,
más bien como clases. Pueden existir mujeres masculinas por su relación al poder, y hombres que
por su posición corresponden más bien a lo que se entiende por femeninoxvi.
« Pienso que el poder político está en manos de lo masculino. Esto se debe a que el poder
político en realidad es masculino. No se trata sólo de incluir mujeres en los escenarios
públicos. Ya se sabe hasta la extenuación que el compartimiento de las mujeres en las
esferas de poder público y político puede resultar, en gran medida, funcional al partido que
representan, que es masculinoxvii ».
En definitiva, « si lo femenino es aquello oprimido por los poderes centrales, debemos pensar
móvilmente, y de acuerdo a las circunstancias podemos pensar lo étnico, las minorías sexuales e
25
incluso países completos, como lo femenino, siempre en relación a lo otro, lo dominante. De esta
manera Eltit extiende la categoría de lo femenino hasta incluir a todos los oprimidos por el sistema
hegemónico de su sociedad. Vincula la condición de las mujeres al destino de todos los sumisos a
las presiones negativas de las fuerzas dominantes y desterrados en las margenes de la sociedad »xviii.
Nelly Richard comparte esa postura y extiende de la misma forma la categoría de lo femenino,
arguyendo que lo femenino y lo periférico constituyen los sitios privilegiados de la insubordinación.
Estas ideas teóricas las comparten con el feminismo francés para el que lo femenino también es lo
marginal, lo disperso.
Después de haber delimitado nuestro hilo conductor teórico, siendo el cuerpo femenino y el poder,
nos dirigiremos hacia la situación concreta: el Chile postdictatorial en un clima autoritario y
neoliberal. Presentaremos sucesivamente el escenario político-económico, familiar y cultural donde
se muestra el juego de poderes, que es representado por el diálogo epistolar entre Margarita y el
padre de su hijo.
26
4 Las estrategias de la autoridad y la respuesta femenina:
Los vigilantes es una novela sobre el poder, en la que un conflicto matrimonial sirve de arquetipo
para enfrentamientos políticos y culturalesxix. En Gender Roles and Power Jean Lipman-Blumen
sostiene que los papeles genéricos proveen el prototipo de todas las demás relaciones de poder.
Siguiendo a Gisele Norat, distinguiremos tres esferas operacionales en las que las estructuras de
poder influyen en los gobernados: Primero, el nivel socio-político en el que la autoridad política
(masculina) domina a los cuerpos ciudadanos; Segundo, el ámbito familiar que escenefica el acoso
del patriarca sobre el cuerpo maternal; Y tercero, la dominancia del canon literario,
mayoritariamente masculino, y un discurso patriarcal en el plano cultural. Cecilia Ojeda afirma que
los personajes del libro son « como criaturas perfectamente configuradas en su doble condición de
seres a un tiempo abstractos y concretos ». Ni la narradora ni las otras voces ficcionales son
totalmente « humanas » en el sentido lato de la palabra. De esta manera, la novela admite una
lectura tradicional de una ficción familiar, como una alegórica de la sujeción de lo femenino en
Chile -o incluso Latinoamérica-, y de la dominancia cultural literaria.
En relación con estas tres categorías la protagonista Margarita de Los vigilantes se puede considerar
respectivamente como cuerpo-ciudadano, como madre y como escritora. Según Elizabeth Janeway
las mujeres encarnan las representaciones ideales de los gobernados puesto que son el grupo más
antiguo, más importante y más central de las criaturas humanas en la amplia categoría de los
'débiles gobernados'. Haciendo caso omiso de sus etnicidades, nacionalidades, creencias, estatus
económicos o niveles de educación, las mujeres, comparadas con los hombres de la misma
comunidad detienen menos poder, incluso sobre sus propias vidasxx. Por consiguiente, dentro de los
tres papeles prescritos, el padre ejerce poder sobre la protagonista como gobierno, como marido y
como canon literario o discurso patriarcal.
La voz paterna nunca aparece directamente en el texto, sólo leemos las reacciones de la madre. Sin
embargo, el padre parece omnipresente. El 'tu' interlocutor es invisible y visible a la vez; no se
encuentra en ningún lugar preciso pero se multiplica exponencialmente en el espacio y en el tiempo.
« No sé quién eres pues estás en todas partes, multiplicando en mandatos, en castigos, en
amenazas que rinden honores a un mundo inhabitable. (...) Ah, ya no sé quién eres pero, sin
embargo, estoy cierta del lugar que ocupas. Como si fueras un legislador corrupto, un
policía, un sacerdote absorto, un educador fanático » (122).
27
Su omnipresente ausencia se hace palpable por decretos y órdenes que van dominando y moldeando
el comportamiento de los ciudadanos. El marido autoritario sirve de representación metonímica
para la dominación patriarcal en lo político, lo personal y lo cultural. Sus mandatos y exigencias
están en connivencia con los vecinos para imponer su órdenes tanto en la casa como en la sociedad.
El padre es la ley y también representa el orden económico-social, enunciado en la novela como
'Occidente'. La ley paternal invade todos los espacios y opera sobre valores sociales, familiares y
culturales. En los apartados siguientes quisiéramos profundizar en cada una de estas tres esferas y
analizaremos detenidamente el papel masculino y femenino en lo político, lo familiar y lo cultural.
4.1
Poder político: autoritarismo frente a subversión política:
Los vigilantes fue escrito en México, mientras Eltit ejercía el cargo de agregada cultural de Chile
durante el gobierno del Presidente Patricio Aylwin ('90-'94). En esa época, la llamada
'Concertación' presidía el gobierno de la transición a la democracia. A pesar de ser publicado en
período post-dictatorial, el libro muestra cómo la experiencia ciudadana chilena sigue marcada por
la herencia político-económica del gobierno militar.
En la novela no encontramos señales de guerra o de un conflicto militar que secuestra la ciudadania,
pero tampoco notamos un clima libre, acogedor, feliz. Las cartas de la madre evocan una sociedad
excluyente, angustiosa y desagradable. Rapidamente se desenmascara la dimensión socio-política e
económica que adquieren las cartas maternas. Teniendo en cuenta la concepción de Eltit de que lo
femenino engloba a todos los oprimidos por relaciones del poder, se puede interpretar
alegóricamente la voz de Margarita como la voz de todos los excluidos del proceso económico, una
América mestiza e indígena, las mujeres, las minorías sexuales o raciales etc.; en otras palabras:
cualquier categoría subyugada por un sistema hegemónico.
4.1.1 Los vigilantes del Occidente:
« La vigilancia ahora se extiende y cerca la ciudad. Esta vigilancia que auspician los vecinos
para implantar leyes, que aseguran, pondrán freno a la decadencia que se advierte. (...) Tu
hijo y yo ahora nos movemos entre las miradas y un frío inconcebible » (53).
La protagonista y su hijo están vigilados sin descanso. Se ve obligada de escribir epístolas al padre
sobre su vida doméstica; su suegra y los vecinos la vigilan en su casa y durante sus paseos en la
28
ciudad. «Los vecinos proclaman que es indispensable custodiar el destino de Occidente» (81). En
general, después de haber tomado el poder, un líder autoritario suspende los derechos y las
libertades de la mayoría de la población con el objetivo de crear un desequilibrio del poder. Una vez
declarada, la autoridad se mantiene ofreciendo remuneraciones para colaboración y amenazando la
oposición con castigos. Los vecinos se adhieren al Occidente, convirtiendose en vigilantes xxi. Gisele
Norat explica la vigilancia como una manera de recuperación del poder en una situación de
impotencia. El acto de espiar crea una sensación o una ilusión de poder, de mantención de control.
Durante la dictadura pinochetista vecinos perseguian a vecinos tan incansablemente como los
militares. De esta manera, la vigilancia se transforma en un modo de vida en regimenes autoritarios.
Para los que no se muestran tan conformes al régimen dominante, una vida llena de miedo
comienza. El temor de ser denunciado a la policia penetra la comunidad, y sombrea actividades tan
corrientes como conversaciones con amigos, un viaje en el transporte público, o fiestas de barrio.
De esta manera la sociedad va paralizándose.
Poniendo de relieve prácticas como la vigilancia o la desconfianza mutual, la novela muestra la
continuidad político-económica de los años dictatoriales. A pesar de la victoria democrática en 1988
y la re-inauguración del parlamento, quizás las lecciones más profundas y sutiles de los años
pinochetistas emergieron tanto más en todas sus dimensiones después de la vuelta de la democracia.
Los silencios creados por los consensos y la reconciliación durante los dos primeros gobiernos de la
Concertación, la legalización y la
institucionalización de la impunidad militar, la influencia
desproporcionada de la derecha política revelaban las múltiples formas interiorizadas de
autoritarismo todavía arraigadas en la fábrica social chilenaxxii. Después de la dictadura, que
encontró su fin en 1989, hubo un consenso pactado entre el nuevo gobierno democrático, la
Concertación de Partidos por la Democracia (PDC) y la desplazada junta militar. El cuerpo político
que se instaló en ese momento fue en gran medida el mismo que protagonizó el escenario del golpe
de 1973. Pinochet se mantendría como Comandante en Jefe del Ejército hasta el 10 de marzo 1998,
el día siguiente asumió el cargo de miembro vitalicio del senado. Sus alianzas militares se
mantuvieron intactas y de esta manera Chile volvió a la democracia con un ex-dictador todavía en
una situación de privilegio en el poder. El caudillo siguió ocupando el lugar de control, de
autoridad, del padre. Andrea Pagni apunta que no hubo un juicio a los militares responsables de los
asesinatos y las desapariciones como sí fue el caso en Argentina por ejemplo. Tampoco hubo la
posibilidad de armar un relato acerca de lo que había sucedido después 1973, y mucho menos de
juzgar a los responsables de las torturas, las matanzas y desapariciones. De todos modos, armar un
relato consensuado sobre la dictadura resulta en Chile mucho más difícil que en Argentina porque
en Argentina el apoyo de la población a la dictadura fue por lo menos difuso en comparación a
29
Chile, donde la sociedad está todavía hoy dividida entre quienes apoyaron y quienes rechazaron
el golpe de Estado de 1973 y la política de la dictaduraxxiii. El Chile de la postdictadura estaba
marcado por una voluntad de amnesía que todos los intelectuales chilenos como Tomás Moulian y
Nelly Richard identifican con la voluntad de consenso que caracterizó la política neoliberal
implementada por los gobiernos de Aylwin (1990-94) y Frei (1994-99).
« La dictadura, a través de bandos oficiales, presidios, asesinatos y una suma inacabable de
miedos que actuaron como articuladores de las nuevas programáticas sociales, buscó
erradicar una parte de la memoria nacional, porque entendió la memoria como un tumor
extirpable. La Concertación, en cambio, emprendió una fórmula distinta, pero también
discutible por su cuota inherente de violencia cuando quiso hacer la reconciliación un
instrumento de olvido » (Eltit, 1999: 30).
Tomás Moulian habla del « blanqueo de Chile », o sea una negación respecto al pasado para
mostrar que el Chile de la Concertación había conseguido superar el pasado. « Había que evitar que
se vinculara el Chile 'democrático' con la barbarie de la dictadura; la barbarie debía ser silenciada y
relegada al olvido en aras del despegue de una nación nueva, a la altura de los modelos económicos
neoliberales impulsados por 'el mundo civilizado' y la globalizaciónxxiv ». La metáfora del blanqueo
remite al ámbito económico. El Chile de la postdictadura no es solamente el Chile del consenso y
del olvido, sino también el del neocapitalismo. Moulian insiste en la estrecha relación entre la
política del consenso y olvido por un lado y el neoliberalismo implementado por el otro xxv. Si la
dictadura había decretado una censura de sus orígenes, sobre el golpe y sus consecuencias, la
postdictadura mantiene esa censura para fundar un nuevo origen: una Nación consensuada,
democrática y modernizadora. Este proyecto exige el silenciamiento de las voces disidentes, la
borradura de la oposición crítica, la represión de la duda acerca del proceso de modernización
neoliberal de Chile y sus costos humanos (Moulian, 1997: 39)xxvi. De esta manera, se impuso un
manto de olvido sobre los desmanes de la dictadura, se produjo una amnesia social y política que
perdura hasta hoy en día2.
Dentro de las movilizaciones sociales mencionadas el futuro de Chile fue rebatido y reconcebido
radicalmente. Asimismo ocurrió en la literatura donde los escritores comenzaban a producir una
escritura nueva, debatiendo lo que Jean Franco llama « the struggle for interpretive power »xxvii.
Con la publicación de Los vigilantes durante la redemocratización se da memoria a una etapa
2
Hoy se vive un reconocimiento oficial de los estragos del golpe militar y la herencia de la dictadura en Chile. Aún
hace pocos años era inconcebible lo que ha sucedido últimamente: los militares han pedido perdón por los crímenes
cometidos y el gobierno ha ofrecido una recompensa monetaria a las víctimas de la tortura (Kirkpatrick, 2006: 47).
30
histórica de profunda crisis social en una nación carente de identidad. La exploración de los
problemas sociopolíticos relacionados al golpe de 1973 y la dictadura chilena forman el marco
referente de la obra. Eltit presenta los mundos excluidos, las marginaciones, las segregaciones
sociales y personales que se establecen a través del poder. De este modo resulta inevitable
interpretar a Los vigilantes como una obra anti-dictatorial. « La historia colectiva del Chile
posdictatorial aparece refractada en una historia familiar, en un triángulo madre-padre-hijo, cuyo
dato clave es el padre ausente pero poderoso y la relación intensa y conflictiva de la madre con su
hijo. La narrativa de Eltit, articulada al borde del silencio y de los géneros tradicionales, constituye
uno de los intentos más valiosos de a literatura chilena postdictatorial para construir un espacio
lingüístico en el que sea posible anclar la memoria colectiva y elaborar la experiencia del duelo »
(Pagni, 2004: 23).
Los vecinos se proclaman fuertes defensores del 'orden del Occidente'. Este Occidente adquiere
tanto una dimensión económica como ideológica. Margarita y su hijo son pobres; durante toda la
novela sufren del hambre y del frío. Sus gritos de socorro digiridos al padre no sirven para nada. A
veces se atreven a salir para ir a buscar comida en la ciudad. Según la protagonista los vecinos
participan en el remolino vigilante para proteger a sí mismos, para no caer en desgracia, para no ser
excluidos de la comunidad, y para asegurar remuneraciones.
«Ellos intentan establecer leyes que nadie sabe a ciencia cierta de dónde provienen, aunque
es evidente que urden esta acometida únicamente para incrementar los bienes que acumulan
en sus casas » (61).
Chile se ha presentado como un tipo de laboratorio para el neoliberalismo, posibilitado por el
sistema represivo de la dictadura y su afán para implementar los programas asociados con los
« Chicago boys ». Mary Louise Pratt describe como la política económica de Pinochet consistía en
apartar la economía del desarrollo capitalista nacional, focalizada en la industrialización en el
mercado interno, cuyo crecimiento estaba asegurado por el crecimiento de los niveles salariales.
Bajo el mando del gobierno militar la economía reorientó las estructuras socio-económicas hacia el
mercado mundial: el aparato estatal fue desmantelado, la protección estatal fue disminuida, la
educación, los sectores públicos y la sanidad se privatizaron y los salarios se rebajaron
radicalmente. Hernán Vidal resume que «el trabajo de Pinochet fue el de ofrecer mano de obra
barata al mundoxxviii ». Para 1975 Chile tenía un índice de desocupación del 30% y los sueldos
habían bajado entre un 30 y un 50%, precipitando a grandes sectores de la población en la
indigencia (Pratt, 1996: 22). Los regímenes democráticos sucesivos no cambiaron prácticamente
31
nada a la política neoliberal instaurada. Hoy en día el gobierno chileno está tan entusiasmado con
los rendimientos económicos que tiene la firme convicción de que Chile puede acceder a la OCDE,
Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, la llamada pandilla de los países
ricos. En sus ensayos Eltit afirma que « el escenario del 11 de Setiembre fue, especialmente, una
escenografía ornamentada, tiznada, travestida de valores patrióticos que, en realidad, sólo buscaba
la implantación de un capitalismo radical, camuflado detrás de discursos estereotipados que
nombraban sin cesar la patria, el orden y la integridad de la familia chilena mientras se extendían,
clandestinos, los espacios de la reclusión y el despido masivo de trabajadores no adictos al sistema»
(Eltit, 2000: 23).
También Idelber Avelar defende esta postura en Alegorías de la derrota: sostiene que que las
dictaduras latinoamericanas no deben interpretarse como una disrupción de la tradición democrática
sino como un catalizador en el proceso de transición del Estado al Mercado. La verdadera transición
fue la del pasaje del Estado al Mercado, violentamente impuesto por las dictaduras. « El Estado
dictatorial chileno operaría culturalmente a través de la imposición de una verdadera pasión por el
consumismo »(Avelar, 2000: 66). Pinochet inflige sus políticas económicas mediante la
marginalización de un gran sector social. Las mudanzas económicas fueron acompañadas por una
clausura de la sociedad civil y de sus puntos de contacto con el Estado. Lo que emergía fue una
sociedad consumista y competitiva.
« Y después, a lo largo de 17 años, habitar, leer y releer los sentidos de los poderes sociales,
no olvidar nunca más la relación histórica entre cuerpo, poder y indefensión. No dejar de
leer que lo que estaba detrás del avasallamiento a los cuerpos, aquello no dicho, radicaba en
un deseo económico, en una forma salvaje de pactar el capital. Se trataba de recuperar la
concentración de los bienes a costa de la exacerbación del cuerpo -especialmente de los
cuerpos populares- empujados al límite de la carencia, abusados en impresionantes sesiones
de tortura, en inacabables humillaciones mentales » (Eltit, 2000: 23).
Vinculado con el autoritarismo político, el neoliberalismo económico garantizaba remuneraciones
para una minoría, una elite y aseguraba que los más afectados por el neo-principio darwinista del
mercado liberal se quedaban en los márgenes del sector social dominante. « Hoy que Chile persiste
-jubilosamente- en esa economía que se funda teóricamente en el relativismo para posibilitar así el
compra y vende, el compra y vende y el derecho a la deuda como forma seudo democratizadora,
pues no deja de ser significativo recordar que el día 11 de Setiembre se produjo -histórica, histéricoel bombardeo a la Moneda » (Eltit, 2000: 24).
32
No obstante, hay que evitar reducir el golpe militar a un capricho impetuoso de unos pocos militares
que estaban hasta las narices de la política marxista de Allende, y de considerar el período
dictatorial como una minoría autoritaria echando el gancho a la población chilena. De hecho, como
lo conforma Roland Spiller, la toma de poder y el régimen autoritario fueron apoyados por amplios
sectores de la ciudadanía chilena y por la poderosa derecha económica. Por lo tanto, el horror y la
violencia se encontraban dentro de las fronteras de la nación, dentro de la ciudadania que formaba
la sociedad.
« Los vecinos se acusan los unos a los otros de todo lo que es susceptible de transformarse
en una acusación. Viven para vigilar y vigilarse, manteniendo una incesante mirada que
semeja al fuego cruzado que caracteriza a algunas cruentes batallas. Los padres acechan a
sus hijos, los hijos a sus madres, el extraño a la extraña, la conocida a una desconocida. Tú
pareces ser el vecino que me hubiera sido asignado en esta febril repartición » (88 - 89).
Como hemos mencionado antes, la sociedad de Los vigilantes se caracteriza por una desconfianza
total y un recelo profundo entre los ciudadanos. «Mi vecina me vigila y vigila a tu hijo. Ha dejado
de lado su propia familia y ahora se dedica únicamente a espiar todos mis movimientos» (51). El
hecho que dicha violencia podía florecer dentro de las instituciones justiciales, en nombre de la
democracia, la familia, la seguridad nacional, señala un fracaso radical de estas instituciones y
estructuras sociales. « Es verdad que ya no distingo a los jueces de los vecinos, a los vecinos de las
autoridades, no comprendo qué lugar ocupas tú entre ellos. Ya no sé nada » (119). El deterioro de
las instancias oficiales y la pérdida de redes de asociación afectaron particularmente a los sectores
menos aventajados económicamente, empujándolos hacia los márgenes. En el relato las
instituciones estatales no funcionan tal como lo esperaríamos.
« Los desamparados, al decir los habitantes de las orillas, sucumbieron ante la falta de
abrigo y muy cerca del fin, se dirigieron hasta las casas para solicitar ayuda. Las noticias
dicen que los vecinos mantuvieron sus puertas cerradas a pesar de las súplicas y que algunos
de los desamparados murieron congelados apoyados contra los portones » (82).
« Dicen que un número indeterminado de desamparados encontraron el fin durante las
últimas heladas. Se murmura que familias completas murieron con sus cuerpos acurrucados
unos sobre otros. (...) Cuentan que las familias agonizaron reclinadas contra los pórticos de
los edicifios públicos a la espera de que las puertas se abrieron para poder salvar, al menos, a
33
los niños. Dicen que, en esas noches, los funcionarios pusieron doble llave a los candados
y aseguraron con celo las ventanas. Los rumores aseguran que los cuerpos de las víctimas
fueron retirados en medio de un sigilo que no se puede adjudicar a la forma del duelo sino
más bien a una inquietante impunidad. Las únicas noticias oficiales que hemos recibido
insisten en que no se reabrirán los albergues públicos porque el advenimiento del sol lo hace
innecesario » (84).
Ni los vecinos, ni las instituciones oficiales, ni las instancias potentes se compadecen de los
desamparados y los dejan morir de hambre. La sociedad existe carente de solidaridad o compasión.
Más que un afán económico el Occidente de Los vigilantes se caracteriza por sus fundamentos
ideológicos. Lo que distinguía los gobiernos militares de Brasil, Uruguay, Argentina y Chile en los
años setenta, no era la represión en sí sino un proyecto más ambicioso, el de exterminar políticas
revolucionarias y de anular carisma heroico. Este proyecto no sólo fue notable por su escala sino
también por la ideologia 'behaviorista' que sostenía lo que virtualmente constituía un proyecto de
control popular y mental (Franco, 1992 :105).
« Tú y los vecinos se fueron apoderando de una gran cantidad de bienes abstractos. Se
hicieron dueños de los peores instrumentos. Consiguieron un uniforme, un arma, un garrote,
un territorio. Lo consiguieron inundando la ciudad con una infinidad de lemas banales: « el
orden contra la indisciplina », « la lealtad frente a la traición », « la modernidad frente a la
barbarie », « el trabajo frente a la pereza », « la salud frente a la enfermedad », « la castidad
frente a la lujuria », « el bien ». Lo dijeron, lo vociferaron. Mintieron sin contemplaciones
cuando hicieron circular maliciosamente la última consigna: « Occidente puede estar al
alcance de tu mano » (120).
Los que detienen el poder identifican al Occidente con orden, lealtad, modernidad, trabajo, salud,
castidad, el bien. Cualquiera que se opone al Occidente rechaza estos valores y se clasifica
automáticamente en la categoría de los salvajes, los bárbaros, los perezosos, los enfermos etc. de
esta manera sus ganancias financieras están disfrazadas de motivos morales. En la novela la norma
de Occidente determina el código de conducta de la ciudadanía. Se vigilan mutualmente para evitar
una contravención cualquiera de la ley impuesta. Margarita es la primera sospechada por su rechazo
explícito de convertirse en una « maniática de Occidente » (119).
« Me pregunto, ¿qué es lo que te perjudica de nuestra conducta? Si bien entendí tu reciente
carta, te altera el que yo quiera promover en tu hijo un pensamiento que te parece opuesto a
34
tus creencias, dicen también que soy yo la única que intento apartar a tu hijo de una
correcta educación y hasta llegas a afirmar que es mi propia conducta la que te inspira
desconfianza, pues ya más de un vecino te ha descrito mis curiosos movimientos » (54).
Una técnica para romper fuerzas disidentes es la imposición de un estigma, dice Gisele Norat.
Marcando negativamente a un grupo determinado por su raza, género, religión o participación
política es pretender instaurar una inferioridad entre los miembros de los parias xxix, y
analógicamente un sentimiento de superioridad bajo los miembros del grupo 'admitido'. Una
profecía autorrealizadora hace lo demás.
« Sin duda, el 11 de setiembre en Chile, no tuvo un efecto único en el conjunto de la
civilidad. El golpe fue celebrado por aquellos que simbólica, política y económicamente se
hicieron parte de los militares, de los ejércitos de soldados de plomo que, poniendo en
marcha su estudiada épica de la guerra, se abrieron paso con el fin de interceptar un
recorrido político que les pareció inadecuado para su proyecto y se abocaron a generar un
sistema de un violento autoritarismo, que pensado desde el presenta no puedo dejar de
asociar, lo repito, más allá de la multiplicidad de sentidos posibles, con niños tiranos, con un
poder que se deseó omnímodo y que proliferó dus deseos de ordenamiento de la realidad trás
la búsqueda de una prolijidad militar, rayana de locura, en el interior de los estamentos
civiles. El ataque a la diferencia fue múltiple e incesante » (Eltit, 2000: 18).
Tomando en cuenta las dimensiones sociales, políticas y económicas que rodean la novela, las
posibilidades interpretativas de Los vigilantes resultan casi ilimitadas. Enumeremos algunas.
Durante los primeros años del gobierno militar la sociedad chilena estaba predominada por la
D.I.N.A., la Dirección de Inteligencia Nacional3. Esta policía secreta penetraba todos los sectores de
la sociedad. Los agentes infiltraban en el trabajo, en las escuelas, los parlamentos etc. Su papel
constaba de vigilar y controlar cualquier tipo de conducta subversiva para notificarlo al poder
central, exactamente como en la novela. La vigilancia difundida refleja un mecanismo de
instalación de miedo en la poblaciónxxx. Elizabeth Janeway y Juan. E. Corradi interpretan el miedo
como una construcción cultural y política aplicada por regímenes autoritarios. Se utiliza el terror
estatal para asustar a la ciudadanía co, vistas a una autorregulación general. Podemos extender aún
más esta alegoría chilena, hasta latinoamericana, tomando en consideración la tendencia dictatorial
del continente. Bajo este enfoque la desobediencia materna puede ser comparada al papel de las
3
En 1977 la D.I.N.A. cambió de nombre precisamente por su reputación manchada., y fue reemplazada por el C.N.I.,
el Centro Nacional de Información.
35
naciones de América del Sur/Central para con los Estados Unidos y su histórico entremetimiento
en los asuntos de los países meridionales. « Si la vigilancia de la suegra y de los vecinos se puede
interpretar como símbolo del control de la D.I.N.A. asimismo refleja la trama de espionaje que
infiltra latinoamerica » con el objetivo de salvaguardar los intereses políticos y económicos del tío
Samxxxi. La participación activa de la C.I.A. en el derrocamiento de Allende, Arbenz Gúzman,
Torrijos y otros ya no es un secreto de Estado. Y después de haberse sacudido el yugo autoritario,
una nueva fuerza dominante está palateando para desplegarse sobre el nuevo continente. En el
momento de la producción del libro, Eltit confiesa haber notado que su país estaba cambiando:
« Pasar despúes de diecisiete años de dictadura, como salida, a la instalación de una cuestión
neoliberal acrítica, para mí, como escritora, como persona, como todo, me afectó. Mi tribu estaba
cambiando. Gente con la que uno habitó estaba cambiando, estaban cambiando las relaciones
sociales, la cuestión literaria. Se instalaba el mercado. En México y otras partes de Latinoamérica tú
veías lo mismoxxxii ».
Lo que el autoritarismo y el neoliberalismo comparten es su impresionante capacidad de
homogeneización. Se les atribuyen funciones y lugares predefinidos a los ciudadanos y se valora el
cumplimiento de los papeles proscritos por la sociedad. La connivencia está regida por valores
homogéneas y se omite toda heterogeneidad auténticamente humana. Se suprime la posibilidad de
una existencia honesta, sincera y libre. Los vigilantes se autorregulan asimilando esta conducta
determinada mientras que Margarita se coloca de manera crítica ante los valores impuestos. En este
sentido la expulsión de la madre y del hijo podría ser interpretada como la exclusión de la variación
cultural humana.
4.1.2 El disciplinamiento de la sociedad: vigilar y castigar:
El título y las escenas descritas en la novela nos recuerda en muchos sentidos a la sociedad
examinada por Foucault en Vigilar y castigar. En sus textos críticos Diamela Eltit ha vinculado
explícitamente su concepción del poder con la teoría del pensador francés, especialmente con su
estudio Vigilar y castigar. En su investigación Foucault examina la génesis del poder como dato
dinámico. Trata de mostrar que el ser humano está anclado en estructuras de poder invisibles,
instituciones que le disciplinan tal como la escuela, el ejército, el juzgado, el hospital.
A lo largo de la época clásica se empieza a considerar el cuerpo como objeto y como blanco del
poder. El Hombre máquina de Julien Offray de la Mettrie proclama una visión materialista del
hombre, cuyo alma y cuerpo pueden reducirse hasta rasgos materiales. Según Foucault, este libro se
36
inscribe en dos vertientes: lo anatómico-metafísico y lo técnico-político que se constituye de un
conjunto de reglamentos militares, escolares, hospitalarios y de procedimientos empíricos y
razonados para controlar o corregir las operaciones del cuerpo. El hombre máquina presenta una
reducción materialista del alma y una teoría general del amaestramiento, en cuyo centro reina la
noción de « docilidad » que conglomera al cuerpo analizable el cuerpo manipulable. Un cuerpo
'dócil' es un cuerpo que se puede subyugar, que puede ser usado, transformado y perfeccionadoxxxiii.
Con este esquema de 'docilidad' no es la primera vez que el cuerpo constituye el objeto de
inversiones presionantes. Foucault destaca que en cualquier sociedad, el cuerpo se encuentra en el
interior de poderes muy cerrados, que le imponen constreñimientos, interdicciones u obligaciones.
Sin embargo, con el concepto de 'docilidad' encontramos muchas cosas nuevas. Primero, la escala
del control: el cuerpo es tratado detenidamente con el objetivo de ejercer en él una coacción sutil en
un nivel mecánico: en los moviemientos, los gestos, las actitudes y la velocidad: un poder
minúsculo en el cuerpo activo. Segundo, el objeto de control no son los elementos significantes de
la conducta o el lenguaje del cuerpo, sino la economía, la eficiencia de los movimientos, su
organización interna. Tercero, la modalidad del control que implica una coacción ininterrompida,
constantemente vigilada enfocando más bien los procesos de la actividad y menos el resultado.
Estos métodos permiten un control minucioso de las operaciones del cuerpo y aseguran el
sometimiento constante de sus fuerzas y le imponen una relación de docilidad-utilidad. Y esto
Foucault lo define como las disciplinas: a saber, un conjunto de procedimientos para repartir,
controlar, medir, adiestrar los individuos, hacerles « dóciles y utiles ». Son vigilancia, ejercicios,
maniobras, notaciones, rangos y lugares, clasificaciones, examenes, registraciones, cualquier
manera para asujetar el cuerpo, para dominar las multiplicidades humanas y manipular sus fuerzas.
Se desarrolló a lo largo de los siglos, en los hospitales, en el ejército, en las escuelas, los colegios o
los lugares de trabajo. En general la guerra se interpreta como una estrategia de continuación de la
política. Sin embargo, afirma Foucault, de hecho es la 'política' que ha sido concebida como la
continuación exacta y directa de la guerra, por lo menos del modelo militar que funciona como
medio fundamental para prever la perturbación cívica. La política sirve entonces como técnica de
paz y del orden interior.
Muchos procedimientos disciplinarios existen ya desde hace mucho tiempo, en los monasterios, en
los ejércitos, en los lugares de trabajo también. Pero en el siglo XVII las disciplinas evolucionaron
hasta fórmulas generales de dominación. Difieren de la esclavitud puesto que no se basan en una
apropiación del cuerpo; Son diferentes también de la domesticidad puesto que esa constituye la
37
relación de una dominación constante, global, masiva, no-analítica, ilimitada y constituida bajo la
forma de la voluntad singular del maestro y sus caprichos; Son distintos del vasallaje que es una
relación de sumisión altamente codificada pero lejana y que guarda menos relación con las
operaciones del cuerpo. El momento histórico de las disciplinas, es el momento en el que nace un
arte del cuerpo humano, que no sólo considera el crecimiento de sus habilidades y el refuerzo de la
sujeción sino también la formación de una relación que en el mismo dispositivo le hace tanto más
obediente cuanto más útil, y vice versa. Se forma una política de coacción que constituye un trabajo
en el cuerpo, una manipulación calculada de sus elementos, de sus gestos, de sus componentes. El
cuerpo humano entra en una maquinaria de poder que lo registra, desquicia y le recompone. Una
« anatomía política » que es una « mecánica de poder » está por nacer, afirma Foucault, y define
cómo se puede comenzar a entender el cuerpo de los otros, no simplemente para que ellos hagan lo
que se desea, sino también para que operen cómo se quiere, con técnicas, con rapidez y eficacia
determinada. La disciplina fabrica así esos cuerpos 'dóciles': incrementa las fuerzas del cuerpo (en
términos económicos de utilidad) y disminuye estas mismas fuerzas (en términos políticos de
obediencia). En otras palabras, disocia el poder del cuerpo. Por un lado lo convierte en una aptitud,
una capacidad que quiere aumentar, por otro lado invierte la energía, la fuerza que esto podría
originar y crea una relación de sujeción estrictaxxxiv.
Esto es lo que observamos en Los vigilantes. Los vecinos-vigilantes resultan potentes e impotentes
a la vez: por una parte colaboran con el Occidente y los mecanismos del poder dominante pero por
otra parte sufren la misma debilidad que Margarita y su hijo. Tampoco son libres o
autodeterminantes. Con vistas a una recuperación de su auto-dominio se alían al orden del
Occidente, se oponen a los subversivos estigmatizándolos y creando de esta manera una clase aún
más baja que el grupo dentro del cual se clasifican a sí mismos.
La invención de esta 'anatomía política' no se debe entender como un descubrimiento repentino,
sino como una multiplicidad de procesos a menudo reducidos, de origen diverso, de localización
dispersa que se entrecortan, se repiten, se imitan, o se resfuerzan mutuamente. Los encontramos en
los colegios, muy temprano, y más tarde en las escuelas elementares, se adueñan del espacio
hospitalario y reestructuran la organización militar. Muchas veces, se han impuesto para responder
a exigencias de coyuntura: una innovación industrial, el resurgimiento de enfermedades etc.
38
4.1.3 La desobediencia política de Margarita: Resistencia maternal:
La protagonista de Los vigilantes no es muy dócil para con el padre, su suegra y el Occidente. Es
« un personaje ambiguo, que se defiende, que avanza, que recula, que se disculpa, pero no transa
con los órdenes. Si ella no muere, se salva. Si ese reino no se destruye, tampoco se salva. Salir de
los centros. Es un personaje que ya no puede habitar en los centros. Está en el 'centro', pero sin
embargo es desalojada por su diferencia. En la medida que no hace pactos, que no obedece a pactos
sociales, tiene que salir. Estaba pensando en cierta escritura también: en la medida que no pacta,
sale » (Morales, 1998: 49).
La madre no detiene el privilegio del poder. Sin embargo, ser excluido de las posiciones de
autoridad no significa una debilidad total. Ya hemos mencionado que los vecinos recuperaban una
parte del poder adhiriéndose al Occidente y vigilando a los adversarios. Como cualquier grupo
desventajado, los 'débiles' desarrollan estrategias para influenciar a los potentes. Margarita
reconquista su auto-dominio mediante la resistencia y protesta contra una situación de explotación y
desigualdad. En sus cartas resiste vehementemente contra las acusaciones del padre, y se indigna de
las prácticas despreciables de los vecinos4. Más que escribir cartas y pese a su pobreza, la madre se
apiada de los 'desamparados'. Estos son percibidos como amenaza, han sido destituidos
silenciosamente de la ciudad y van deambulando en absoluta carencia y clandestinidad. La madre
los recibe en su casa, y esta 'alianza' forma el motivo directo para su juicio y su consecutivo
desalojamiento.
« Los 'hombres' a los que tendenciosamente tu madre y los vecinos se han referido, fueron
algunos desamparados que recibí durante aquellas noches en las que el frío llegó a niveles
imposibles. Me pregunto, ¿por qué habría debido consultarte acerca de mis decisiones? La
muerte estaba tan cerca de esos cuerpos que mi acción fue desesperada. Ya habían perdido
la mayoría de los movimientos, habían perdido incluso la facultad de la palabra. Dar por
algunas horas un pedazo de techo no puede ser el delito que motive el inicio del juicio con el
que una y otra vez me conminas » (90).
Se sospechan los desamparados de organizar un complot, una sublevación contra la armonía del
Occidente, y que « pretenden aniquilar el orden que con dificultad la gente respetable ha ido
construyendo ». Margarita, acogiéndolos en su casa se hace cómplice de dicha desorden. En el
momento de la publicación de Los vigilantes, la vuelta a la democracia venía rodeada de discursos
4
En el subapartado siguiente volveremos sobre la protesta epistolar de la protagonista.
39
que, en favor de un neoliberalismo económico, se negaban a castigar a los responsables de los
horrores cometidos durante la dictadura. La necesidad de mirar hacia el futuro, de preocuparse por
mantener el progreso económico en el país y la apariencia de modernidad se impuso como actitud
hegemónica. Quienes no compartían esa posición conciliadora rsultaban sospechososxxxv.
« Puede ser, como afirmas, que los desamparados se aboquen crecientemente hacia el afuera
para esquivar así el ejercicio de sus responsabilidades, que son rebeldes en extrema
peligrosos y junto con la insurrección que portan sus presencias, están entrelazadas en sus
cuerpos las peores infecciones. Hablas de delitos, de las faltas, de los trastornos éticos que
están apareciendo a lo largo de las calles, agresiones masivas, que según tu decir, son
adjudicables a los desamparados » (98).
« Si yo no los acogía, el fin para ellos era cuestión de horas. No ví en sus cuerpos esa
deliberada insurrección a la que te refieres, sólo reparé en el frío, en la terrible consecuencia
del frío sobre unos organismos totalmente desprovistos.(...) Lo que ví en ellos fue a figuras
victimizadas, los inciertos sobrevivientes de no sé cuál misteriosa guerra. Como ves, abrí las
puertas a quienes portaban el estigma de los moribundos » (99).
Janewayxxxvi analiza « the power of the weak » y discierne tres componentes en los poderes de los
'débiles'. El primero consiste en un poder que resulta de desconfianza, de vacilación, de
desconformidad frente a lo que 'pretenden las autoridades'. Una vez que la creencia ciega en las
autoridades está titubeando, estas deben ir en busca de más y otra validación de sus aseveraciones y
sus acciones. En una segunda etapa los dominados se hallan uniéndose, agrupándose, compartiendo
sus experiencias. En la tercera fase emprenden acción para combatir físicamente a las autoridades.
La figura maternal en la novela no sabe pasar más allá de la primera etapa. Su 'alianza' con los
pobres desamparados en realidad no es más que un acto auténtico de compasión humana. Exceptos
los desamparados no observamos otra señal de otros individuos 'hallables'. En oposición a Coya y el
ejército de madres de Por la patria, a Margarita le falta una red social protectora5. De hecho, la
protagonista se encuentra absolutamente solitaria en medio de una ciudad, de un barrio, de una
comunidad absorbida en una atmosfera represiva de la que no puede escapar. Los vecinos dan una
batida para notificar a la madre. Asumen el papel de protectores del orden de Occidente.
« Los vecinos se han transformado en cazadores de presa, aterrados frente a todo aquello
que amenace sus espacios. Ellos piensan que sus espacios están amenazados por el hambre
5
La protagonista maternal sólo tiene su hijo que la salvará al final. Sobre esto volveremos detenidamente más adelante.
40
que circunda las calles y no estoy segura de si es un rumor que cada uno ha puesto en
movimiento para combatir su propio tedio. La vigilancia es el ejercicio que los mantiene
alertas. El rumor, la prueba de todas sus certezas. Han venido a mi casa y me han tratado
como si yo misma fuera una desamparada. Su investigación, como la llamaron, estaba
avalada por los temores que le transmitiste a tu madre, la que actuaba en tu representación.
Temían que yo tuviera una alianza con los desamparados, decían que un complot contra la
armonía de Occidente se extendía por la ciudad y que todas sus casas estaban en la mira de
una insurrección que aún no tenía forma nítida » (92-93).
Se puede interpretar la resistencia de Margarita como símbolo de las protestas maternas durante y
después del gobierno militar. A lo largo de este período de autoritarismo estatal se germinaba entre
los amenazados del poder una resistencia creativa en la que las mujeres desempeñaron un papel
fundamental. La mayoría de las organizaciones contra la dictadura estaban dirigidas por mujeres y
ellas participaron activamente en la transición a la democraciaxxxvii. La victoria electoral del
plebiscito de '88 se achaca a los votos femeninos que acabaron por ver autoritarismo como una
expresión y una superación extremadamente intensificada de opresión patriarcal. Diamela Eltit
califica la dictadura chilena como una caricatura virtual del patriarcado. Para la escritora las
ocupaciones políticas del autoritarismo se relacionen inevitablemente con las cuestiones de
géneroxxxviii.
La relación entre la 'economía' sexual patriarcal y las prácticas autoritarias originaron una
movilización política femenina muy importante en el Cono Sur. La interpretación de violencia
institucionalizada y militarismo basados en fundaciones patriarcales es algo típico del movimiento
feminista suramericano, plantea Sonia Álvarezxxxix. Además, esta visión puede interpretarse como
un efecto secundario descuidado de la gestión estatal de los regímenes denotados. En el discurso
autoritario, ultra-nacionalista de la Junta militar, las mujeres estaban etiquetadas como madres y
productoras de hijos en términos de auto-sacrificio y deberes domésticos. Sin embargo, la realidad
politico-social afectaba en serio a las mujeres, cuyos maridos, padres, hijos y hermanos fueron
encarcelados, despedidos por su afiliación política, o desaparecieron. Encima las mujeres
soportaban las consecuencias de una gestión económica conservadora que empobrecían cada vez
más a las clases obreras. Por eso, eran las mujeres quienes comenzaron a juntarse para protestar y
demonstrar, como madres, un fenómeno que Álvarez llama « la politización de la maternidad ». Se
organizaban en torno a derechos humanos o temas de subsistencia. Intentaban resistir a las
tentativas del poder autoritario de eliminar clases de la población de la narrativa nacional.
Encarnaban valores alternativos y contaban una historia diferente en formas culturales desde la
41
6
7
'cuenca sola ' hasta las 'arpilleras '. A finales de los años '70, comienzos de los '80 las mujeres de
la clase media reforzaron a las obreras en la creación de un amplio movimiento feminista, que
protagonizaba las protestas nacionales en '83-'84 (Nelson, 2002: 10).
Después de la dictadura, mientras que el propio dictador nunca será enjuiciado, su herencia ha
transcendido ampliamente la materialidad de su propio cuerpo. En Chile se habla de « pinochetismo
sin Pinochet », de autoritarismo sin el dictador mismo para caracterizar los años de la transición
(Nelson, 2002: 9). Las mujeres estiman que la patriarcalidad ha salido sana y salva de los miembros
de la Junta militar. El Estado ha terrorizado a la población manipulando el culto del machismo y del
marianismo8 tan arraigados en la cultura hispánica. Si bien que la vuelta a la democracia significaba
una diferencia enorme para la vida cotidiana de los chilenos, para la mayoría de las mujeres poco ha
cambiado. Pese a los años de lucha para obtener una patria mejor, en general « the home remains a
man's castle and women's prisonxl». El pacto político de la transición ha excluido virtualmente del
poder a estas mujeres que habían protestado ingenua y activamente contra la dictadura. Un desastre
según Eltit, que sin embargo, ocurrió frecuentemente de tal manera en la historia. Enfrentadas a una
situación de crisis política, las mujeres suelen desempeñar un papel activo, pero en el momento en
que los partidos políticos -fundamentalmente masculinos- reganan su hegemonía, excluyen la
participación femenina del dominio central de la autoridad. La situación de la protagonista maternal
constituye un microcosmo para la sociedad chilena durante y después del gobierno militar. Los
cambios que padece, desde la rebeldía total hasta su expulsión, se asemeja a la resocialización que
sufrían los opositores políticos cuando estaban detenidos.
6
7
8
La cuenca es una danza tradicional creada por las mujeres de prisioneros políticos. La cuenca sola es un
documental de Marilu Mallet, salido en 2003, que cuenta la historia de cinco mujeres chilenas que sufrían varias
formas de acoso durante la dictadura.
Una arpillera constituye una combinación de telas brillantes que representa escenas de la vida diaria. Los problemas
de subsistencia inspiraba a las mujeres a crear arpilleras, que expresa la voz femenina durante la dictadura. Las
prisioneras las utilizaban para esconder notas enviadas a ayudantes fuera de la cárcel.
El término marianismo designa el culto de la superioridad espiritual femenina, que considera las mujeres
semidivinas, moralmente superiores y espiritualmente más fuertes que los hombres. Esta fuerza espiritual engendra
la abnegación, es decir, la capacidad infinita de humildad y de sacrificio.
42
4.1.4 La ciudad: poder en el espacio:
En muchas de sus novelas, tanto en Lumpérica, Vaca Sagrada, Los trabajadores de la muerte,
Mano de obra como en Los vigilantes, la ciudad aparece poseída por la economía de mercado y una
comunidad fracturada y desintegrada. En su novelística Eltit trata de interpretar los cambios
culturales que la integración de Chile al mercado global ha conllevado. La ciudad escenifica un
mundo problemático, de índole postmoderna, en un Estado en profunda crisis.
« Los vecinos sostienen que la ciudad necesita de una ayuda urgente para poner en orden la
iniquidad que la recorre. Afirman que la ciudad ha sido abandonada por la mano de Dios y
yo pienso que si eso fuera así, se debe únicamente a la avaricia de los hombres. Es verídico
que las avenidas principales han perdido todo su prestigio y que los vecinos más poderosos
ahora trepan hacia los confines, cerca de las planicies cordilleranas, para sortear la
pesadumbre de la crisis » (62).
La ciudad de la novela es un « territorio devaluado » (62), un lugar « asediado » (62),
« intransitable » (98), « paralizado por la vigilancia ». Eltit no nos presenta un esquema explicativo
ni una advertencia sobre los peligros de la vida urbana. El mundo o la ciudad creada no aparece
como un panorama completo, sino fragmentario. « El lector va descubriendo grietas y rincones al
avanzar en la lectura. No se facilita la entrada por medio de estructuras reconocibles, descripciones
realistas, o señales de ruta »xli. Se centra en los intersticios de la 'ciudad sudaca', el lumpen, el roto
de la ciudad. Las únicas referencias explícitas que tenemos son « las calles de la ciudad » y « las
orillas » o la oposición entre centro y periferia. El centro es el territorio de los vigilantes, del orden
de Occidente, las orillas son habitadas por los desamparados que han sido ahuyentados del medio.
La urbe y la urbanización constituyen unas de las realidades más apremiantes en el continente
latinamericano. Santiago de Chile se ha transformado en pocas décadas en la ciudad donde vive casi
la mitad de la población chilena. Un 88% de la población total está urbanizado9. Este proceso se ha
repetido también en Sao Paulo, Ciudad de México, Lima, La Paz, Caracas y muchas metropolis
más. La ciudad es el lugar, como dice Foucault, donde el poder invisible, en su afán económico y
efectivo consigue mejor control de los cuerpos, de la población. Asimismo Eltit estima que la
ciudad es el lugar más asediado por la represión política donde se disciernen mejor las
desigualdades sociales, el desamparo de las instituciones oficiales, la indiferencia de los sistemas
políticos en detrimento de las clases más vulnerables. En la novela hay una gran sensación de
9
Vranckx, An. 2008. Landenprofielen en basisindicatoren.
43
« desprotección urbana ». Los espacios de la cotidianeidad, la casa y la ciudad, se vuelven
opresivos ante los embates del poder. En Los vigilantes, la ciudad se convierte en una « agrupación
furiosa », un « Occidente secundario » cuyo orden resulta destructivo para la protagonista y su hijo
(Saona, 2004: 206).
« Siento que los vecinos quieren representar una obra teatral en la cual el rol del enemigo es
adjudicado a los habitantes que no se someten a la extrema rigidez de sus ordenanzas » (61).
« La ciudad me parece un espacio irreal, un lugar abierto hacia lo operático y hacia lo
teatral », « ...sólo parece ver a la ciudad como una gastada obra teatral » (62).
Eltit presenta la ciudad como el escenario de la gran puesta en escena de las normas de Occidente y
sus aliados, de ahí las referencias al teatro: la teatralización del reparto de papeles muestra la
arbitrariedad y la artificialidad de dicha orden.
En Vigilar y castigar Foucault discute el funcionamiento espacial de la disciplina. En un primer
etapa la disciplina procede repartiendo los individuos en el espacio. Para esto existen diferentes
técnicas: el cerco, la especificación de un lugar heterogéneo a los demás y encerrado en sí mismo;
undi sitio protegido de la monotonia disciplinaria. Aquí podemos mencionar la reclusión o la
expulsión de los vagabundos y los miserables, como lo observamos en la novela. No obstante, el
cerco no es suficiente en los aparatos disciplinarios. Se trabaja el espacio de manera mucho más
flexible y fina: el principio de la localización elementar o « quadrillage »: a cada individuo su lugar,
y en cada lugar un individuo. Se evita una distribución en grupos; Se descomponen las
implantaciones colectivas; Se analizan las pluralidades desconcertadas, masivas o volátiles. El
espacio disciplinario tiende a dividirse en tantas parceles como que hay cuerpos o elementos por
repartir. Es importante anular los efectos de reparticiones imprecisas, la desaparición incontrolada
de los individuos, su circulación vaga, su coagulación inutilizable y peligrosa. Es una táctica de
antideserción, de antivagabundeo, antiaglomeración para instituir las presencias y las ausencias,
para saber dónde y cómo reencontrar a los individuos, para instaurar comunicaciones útiles e
interrumpir otras, para poder vigilar a cada instante la conducta de cualquiera, para juzgarla,
sancionarla y medir las cualidades y los méritos. Foucault nos enseña cómo este 'emplazamiento
funcional' codifica el espacio que la arquitectura posibilita en las instituciones disciplinares. Se
crean plazas determinadas que responden a la necesidad de vigilar, de romper las comunicaciones
peligrosas, y para crear un espacio 'útil'. Este proceso aparece en los hospitales, en los colegios, en
los monasterios, en las empresas y las fábricas.
44
4.2
La familia como dispositivo del poder:
En Novelas familiares, figuraciones de la nación en la novela latinoamericana contemporánea,
Margarita Saona define la familia como elemento constructor de la nación. La familia constituye la
fundación o el eclipse de la patria, define la ciudadanía; o la familia se reconstruye en los márgenes
de una nación que la hostiliza (Saona, 2004: 12). La forma que el sujeto le da a la familia es de
alguna manera también la forma en la que concibe el país entero. Se imaginan familias como
figuraciones de la patria. Este punto de vista nos permite vincular el poder político-social del primer
apartado con nuestro segundo pilar: el poder personal en un nivel familiar. Desde su fundación
hasta el presente, los Estados latinoamericanos han producido una serie de discursos hegemónicos
en los que la familia es una parte constitutiva fundamental de la nación. Las naciones
latinoamericanas se han imaginado y se siguen imaginando a través de la familia. En 1982 Pinochet
publicó un documento titulado « Valores patrios y valores familiares » y una década más tarde, bajo
el gobierno llamado democrático, el Instituto Chileno de Estudios Humanísticos realizó todo un
seminario titulado La familia en Chilexlii.
Si consideramos la familia como constitutiva de la nación, ¿cómo interpretar pues la familia
fragmentada en Los vigilantes? Saona señala el surgimiento de la representación del rompimiento
de la familia en la literatura a partir de fines del siglo XIX. Los lazos de sangre dejan de definir a la
comunidad: Parejas sin hijos, niños huérfanos, nacimientos abortados y hombres y mujeres célibes
que no se reproducen pueblan el mundo de las vanguardias artísticas producido por la modernidad,
sugiriendo así la dificultad de la filiación, y la presión por producir nuevas y diferentes formas de
concebir las relaciones humanas. Si es la familia la que define la nación, las mujeres están ubicadas
esencialmente en su función de madre, productora y educadora de hijos y es valorada esencialmente
por su cualidades parientes. Pues, si la reproducción biológica es muy difícil o muy desagradable,
¿sería posible encontrar otra manera en la que hombres y mujeres puedan crear vínculos sociales
entre síxliii ?
En las páginas siguientes enfocaremos primero los papeles genéricos tradicionales vigentes en Chile
y latinoamerica. En una segunda etapa constataremos cómo estas reparticiones se ven disipadas en
Los vigilantes.
45
4.2.1 El tradicional reparto de papeles: patriarcalidad y marianismo:
4.2.1.1
El poder del padre:
En la novela el padre se erige como representante máximo de la institución familiar y logra un
sistema de alianzas sociales con los vecinos y su propia madre para sostener su posición. Se
presenta una escena doméstica malsana y violenta, que Avelar describe como « el amor entre madre
e hijo a la sombra de un padre ausente cómplice del orden políticoxliv ». En efecto, cómplice: es
importante destacar la bifurcación entre el hombre como pater familias, siendo uno de los
micropoderes foucaultianos, y el padre como representación metonímica del poder político
patriarcal. Aquí enfocaremos el papel del padre como pater familias, en oposición al padre como
símbolo del poder económico-político.
La condición sociológica en que los miembros masculinos de una sociedad tienden a predominar
en posiciones de poder se designa con el término antropológico patriarcado. En tal sistema social el
hombre accede al estatuto de pater familias, siendo el detentor de la autoridad dentro de la familia,
tanto dentro del núcleo familial, como más generalmente en el clan familial. La perpetuación de
este poder mediante la tradición patriarcal pasa por la transmisión del patronímico. Implica la
insubordinación de las mujeres al miembro masculino, el padre, el marido o el hermano. En el
fondo es un sistema de clases donde los hombres benefician del trabajo gratuito de las mujeres en la
esfera doméstica (propriedad privada) pero también en la economía mercantil. La patriarcalidad se
vincula indisolublemente con la religión católica que proclama y divulga el marianismo. El origen y
el desarrollo de esta organización social es y permanecerá sin duda un punto por discutir en el
futuro10.
La capacidad del miembro masculino de probar su autoridad como padre y marido repercute en su
honor, su reputación dentro de la comunidad. El honor se fragmenta en la honra general de la
familia y la honra sexual. El honor familiar está determinado por varios factores, por ejemplo
prosperidad, el estatuto social, y la conducta de los demás parientes. Como observa Foucault en su
Historia de la sexualidad, la regulación del comportamiento privado dentro de la familia ha sido
uno de los recursos fundamentales para proteger los intereses de una clase que quiere mantener su
10
Entre las distintas teorías podemos enumerar estas de Elizabeth Barber: según su tesis gradualista el comercio de
metales en la época broncínea monopoliza la energía física masculina, puesto que las mujeres, con su moviento frenado
debido a la nutrición de los hijos, no podían viajar tanto. La división del trabajo, ligada al mejoramiento de las
condiciones de vida resfuerzan está reparto de funciones. Colin Spender fundamenta la tesina que el patriarcado aparece
con el fin del nomadismo. Un modo de vida sedentario conlleva la necesidad de proteger la acumulación de riquezas.
Este requisito origina una organización militar, que los hombres se atribuyen, puesto que son físicamente más fuerte y
las mujeres se encuentran en posición mejor para ocuparse de los niños.
46
poder. La conducta de las mujeres y de los hijos repercute en la imagen que proyecta la familia, y
por lo tanto, incide directamente en la reputación del padre en la sociedad y debe ser vigilada. El
padre de la novela aparece como representante de las concepciones del mundo dominante, la
sociedad convencional y el respeto a las normas. « Dices que he sido vista en la ciudad realizando
actos que te degradan » (95), se queja Margarita.
El honor sexual guarda relación con el honor moral del conjunto familiar; la honra sexual es una
propiedad compartida de la cual cada miembro lleva la responsabilidad. Para hombres y mujeres
tiene otro significado: para hembras supone inmaculación física y la acompañada castidad. Para
machos se relaciona con su masculinidad que se manifiesta en la protección y la vigilancia del
estado impoluto de las parientes. En Los vigilantes el padre reprende a la madre por su
comportamiento moral y sexual.
« Aseguras que mi comportamiento genital origina los más vergonzosos comentarios que
traerán graves consecuencias para el futuro de tu hijo. (...) Afirmar que me dedico al
desperdicio de mi cuerpo y que por mi casa transita un hombre que entra de modo sigiloso y
que sale cuando se aproxima el siguiente amanecer, es acusarme de tener un amante que yo
no reconozco. Tus palabras se extravían cuando vas suponiendo encuentros, torsiones
corporales, gemidos, que sólo están en tu particular delirio. El amante que inventas resulta
pues que es un fiel imaginado doble de ti mismo » (88). « Los hombres a que
tendenciosamente tu madre y los vecinos se han referido, fueron algunos desamparados que
recebí durante aquellas noches en las que el frío llegó a niveles imposibles » (90).
4.2.1.2
La posición de la mujer chilena:
« Las ideologías patriarcales que fueron movilizadas por el gobierno dictatorial chilena funcionaron
de manera amplia y poderosa, en un nivel inconsciente y consciente, e influyeron profundamente en
la manera de ver a las mujeres, y en cómo se veían a sí mismas » (Pratt, 2000). Ocho meses después
del 11 de setiembre de 1973, el General Augusto Pinochet pronunció un discurso ante la sesión
inaugural de una nueva entidad estatal: la Secretaría Nacional de la Mujer, establecida por la Junta
Militar y encabezada por Lucía Hiriart de Pinochet, la esposa del general. En su discurso expuso
« el pensamiento de las autoridades, con respecto al papel que le corresponde a la mujer en los
planos de Gobierno ». Esta frase es significativa por más de un concepto, no sólo en cuanto a la
posición de la mujer. Se observa el tajante autoritarismo que caracterizó tanto al régimen militar,
especialmente en ese período de triunfalismo y extrema violencia. De un testimonio de una mujer
47
chilena sobre los acontecimientos de la época se desprende algo más sobre La Secretaría
Nacional de la Mujer. Afirma que « me permitía libremente colaborar en la reconstrucción, por que
en ella se capacitaba en Educación al consumidor, Educación Cívica y Orientación Familiar, era lo
que me gustaba. A través de esta podíamos asesorar a la dueña de casa en cómo recibir los
beneficios que el gobierno les proporcionaba, educar para hacer rendir lo que el esposo ganaba sin
descuidar lo más importante que es la crianza de sus hijos.”Dios, Patria y Hogar” fue nuestro lema,
entre los voluntariados que eranxlv ».
En su Mensaje a la mujer chilena Pinochet apunta que las mujeres en Chile siempre han sido
« activas y efectivas coloboradoras en las vidas de los hombresxlvi », y codifica así el papel que las
mujeres desempeñaron en la implantación de su régimen. Las mujeres chilenas buscaban, durante el
período culminante de la crisis político-económico de 1973, « el amparo de una autoridad severa
que restableciera el orden y la moral pública de nuestro país ». Asi incluye a todas las mujeres en la
categoría opositora al gobierno de la Unidad Popular. « En su instinto femenino la mujer chilena
advertía claramente que lo que se definía en eso días dramáticos no era un simple juego de partidos
políticos; era la existencia o muerte de la Nación ». A las mujeres el dictador les dicta que de
acuerdo a las tradiciones de Occidente su « misión como mujeres y madres » ha sido y sigue siendo
la de defender y transmitir los valores espirituales; servir como elemento moderador (parece ser,
frente a los impulsos bélicos del hombre); educar y transmitir conciencia; y servir como
depositarias de las tradiciones nacionales. Aunque se les reconoce el derecho de ejercer una
profesión, el General reclama mayor reconocimiento por su contribución en el trabajo que « les
corresponde », la educación de los hijos. Mientras que la igualdad de derechos y de oportunidad son
innegables, la « participación auténtica » de la mujer debe ejercitarse « en relación a sus
características » (Pratt, 1996: 18).
La interpelación constante a las mujeres fue una de las características más llamativas del régimen de
Pinochet. Fue la dictadura militar la que tomó ventaja del vacío generado en torno a las mujeres por
parte del discurso político y las estructuras de partido. No es que el régimen tuviese especial interés
en el bienestar de las mujeres, sino que veía en los valores patriarcales un modo de obtener aquello
que no podía lograr por sí mismo: la legitimidad (Pratt, 1996: 19). El poder autoritario del gobierno
militar monopoliza y censura el discurso publico: la prensa, las publicaciones, la televisión y la
radio quedan en manos de los que detienen el poder y cualquier forma de diálogo o discución se
calla o se elemina. El discurso se caracteriza por « cerrar el flujo de los significados, indicar líneas
obligadas de construcción de sentido, proporcionando un modelo comunicacional poder y
unidireccional » (Tierney-Tello, 1996: 5). El discurso autoritario trabaja para esconder y para
48
naturalizar ciertos fenómenos sociales. De la misma manera un discurso patriarcal esconde,
obscuriza y naturaliza ciertos aspectos de la sexualidad y del género. Se naturalizan el papel de las
mujeres, la estructura familiar y las relaciones sexuales. Se nos proponen una lectura singular y muy
tradicional del sistema género-sexo, haciendo que la función maternal y educadora de los niños de
la mujeres parezca normal. El papel de las mujeres constituye el auto-sacrificio maternal para el
bien y el futuro de la nación.
« Es necesario insistir en que el control de los sistemas sociales es una práctica ejercida casi
enteramente por lo masculino, que son los sistemas masculinos los que producen y
construyen a sus sujetos y, especialmente, van a modelar a los oprimidos de acuerdo a los
deseos, necesidades e intereses del sistema. En suma lo que quiero decir es que lo femenino
es una construcción cultural realizada, en gran medida, por lo masculinoxlvii».
Según Mary Louise Pratt la homogeneización forma una de las tácticas centrales del discurso
autoritario. La autoridad de las « autoridades », por lo tanto, también incluye el dominio sobre el
poder interpretativo: los deseos de las mujeres son definidos, se les atribuye un significado a sus
acciones. En el régimen dictatorial, las personas desempeñan 'papeles' que les 'corresponden' y el
'pensamiento' se encuentra en manos de las 'autoridades', entre las que no se incluye a las mujeres,
por supuesto. Ser ciudadanos consiste en ordenar u obedecer, y sólo aquellos que hacen bien una de
estas actividades son útiles para el Estado. Sin embargo, el paternalismo y el autoritarismo en los
discursos del General no se dirigían únicamente a las mujeres, sino que caracterizan la retórica
general de Pinochet. La crítica define la retórica de las dictaduras del Cono Sur como
homogeneizadora, monoglósica, prescriptiva y abstracta. Esta implicable letanía monoglósica tenía
como objetivo no sólo descartar, sino también prohibir un concepto de cultura y de lo social como
espacios de legítimo conflicto, heterogeneidad y negociación de diferencias. Como lo observa
Priscilla Archibald, la clave de esta simulación era la ausencia de argumentos y evidencias. Contra
este monólogo de abstracción y esencialismo la práctica literaria del testimonio se constituyó como
contradiscurso. Los testimonios representan lo que el régimen escamotea: desenmascaran la práctica
de la evasión y reafirman los discursos de la evidencia, de la experiencia del cuerpo, de la verdad y
la falsedad, y también de los valores de verdadero y falso.
Después y junto con la dictadura, La Secretaría Nacional de la Mujer fue liquidada. En 1991 se dió
existencia al SERNAM, el Servicio Nacional de la Mujer. Es un organismo creado por el Gobierno
de Chile para promover la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres. La fundación del
SERNAM es el « resultado de la recuperación de la democracia y de la participación política y
49
social de las mujeres ». La institución recoge la trayectoria de las chilenas en sus esfuerzos por
conquistar el derecho a voto, el acceso a la educación, al trabajo remunerado y a una relación de
equidad al interior de la familia y la parejaxlviii. « Su creación se debe al cumplimiento por parte de
los Gobiernos Democráticos, de los compromisos internacionales contraídos por Chile al ratificar la
Convención de Naciones Unidas sobre Eliminación de Todas las formas de Discriminación contra
la Mujer (CEDAW) y suscribir otros acuerdos que recomiendan a los países que organismos de alto
nivel se encarguen de impulsar el progreso de las mujeres. La demanda organizada de contar en
democracia con un organismo del Estado que se preocupara de promover políticas públicas de
igualdad entre mujeres y hombresxlix ».
Una aspiración oficial a la igualdad entre hombres y mujeres pues. Sin embargo, como ya hemos
mencionado anteriormente, en el momento de la Concertación las mujeres no estaban acogidas en
las instituciones del poder. La autoridad y el discurso hegemónico de la Junta militar fue sucedido
por un sistema neoliberal que a su vez posiciona a las mujeres en términos de su papel de
consumidoras. Según Eltit, el neoliberalismo -que es claramente neomachista- y sus medios de
comunicación vigorosos promocionan un cuerpo femenino anatómico, desembarazado de sus
capacides cognitivas y absorbido en un sistema de cirugia plástica. Mientras que el aborto11 sigue
siendo tabú, se abren hospitales para cirugía plástica sin ningún tipo de control. Lo que antes
significaba un Estado autoritario, ha sido reemplazado por el mercado neoliberal. Ambos han
difundido y siguen divulgando una concepción neo-conservadora de la mujer. En sus ensayos Eltit
acusa vehemente estas representaciones.
« Resulta interesante observar cómo lee el sistema la problemática de género y la manera en
que el mercado comercializa las disputas, en consignas simplificadas que, en su conjunto,
muestran una regresión del modelo femenino en Chile a una época similar al siglo XIX. El
gran modelo femenino (no estoy pensando en un femenino « real » sino que me refiero a las
imágenes públicas, me refiero a un femenino construido por la suma de los discursos
oficiales, me refiero a las programáticas orquestadas por el mercado) es el modelo del
melodrama y el folletín. Así el relato pormenorizado de la sentimentalidad va a ser el
11
Chile es uno de los pocos países del mundo en que la legislación mantiene la más absoluta penalización, cualquiera
sea la razón o circunstancia por la cual se realice. Incluso se encuentra prohibido el aborto terapéutico (cuando hubiera
peligro de muerte para la madre), prohibición que fue restablecida por Pinochet en 1989 después del plebiscito. En 2007
el Parlamento chileno ha declarado inadmisible un proyecto de ley que buscaba despenalizar el aborto. Las leyes contra
el aborto se encuentran en el Código Penal, Artículos 342 A y 245, bajo el título de “Crímenes y Delitos contra el Orden
Familiar y la Moralidad Pública. Como consecuencia de esta legislación, su práctica se torna ilegal y por ende
clandestina e insegura, lo que transforma el aborto en un verdadero problema de salud pública, de justicia social y de
derechos humanos. Evidentemente, esto afecta gravemente, en primer lugar a las mujeres y de manera dramática, a las
más pobres de entre ellas. Además, desde el 3 de abril de este año 2008 también está prohibido la venta de la píldora
del día después.
50
espacio de habla privilegiado para el discurso público de la mujer. El amor, como tema
recurrente, reaparece triunfalmente como único dominio de lo femenino (padecer a las
actrices de teleseries relatando una y otra vez sus romances (...). Entonces, mientras a nivel
público la mujer chilena es la encargada de liderar el discurso amoroso y familiar (los
amores, los dramas familiares y el discurso maternal), al hombre le cabe establecer los
dicursos relativos a la administración, la reflexión, las éticas, las políticas, las estéticas, la
religión, la guerra y el dinero » (Eltit, 1999: 38).
« La inserción social que alcanzan estos discurso está destinada a su propia reproducción, es
decir, la apariencia de que la objetualización y manipulación de lo femenino es realizada por
parte del femenino mismo y, de esa manera, se oculta la sistemática operación política que
realiza el sistema. El cuerpo sobre explotado, la erótica como armamente social, una ya
histórica capacidad de amar, la aptitud para la carga dramática, son los monótonos lugares
comunes que atraviesan los discursos públicos y que terminan por relegar a la mujer a la
esfera menos punzante en la distribución de los poderes sociales. Esta operación politica que en definitiva son controles y disciplinamientos, domesticación comercial a la
problemática de género -vuelve a profundizar la asimitría social entre las construcciones
culturales asignadas para lo masculino y lo femenino y permite que le consolide una
asombrosa concentración de poder en manos de lo masculino » (Eltit, 1999: 38).
4.2.2 La descomposición familiar en Los vigilantes:
En la novela la familia nuclear es desarticulada y reemplazada por la estructura mínima de la díada
madre-hijo. Se rompe con la mayoría de las concepciones tradicionales de la maternidad. Se aleja
del orden paterno que configuraba a la nación y ésta aparece ahora como una amenaza. La familia y
el sujeto se muestran en situación de conflicto y acoso, sometidos por las diversas estructuras de
poder social y cultural. La visibilización del cuerpo femenino es central y el proceso de
desconstrucción y despojo que realiza de las capas ideológicas que lo han recubierto. En la última
década del siglo XX el lugar de la familia tradicional y de la nación en la literatura revela un vacío.
Los bordes del espacio social aparecen desdibujados de varias maneras, pero en todos el sujeto
construye su relato al margen del amparo que la ciudadanía y la pertenencia y la familia parecían
ofrecer en el pasado. Las leyes de la nación dejan de proteger a los ciudadanos, revelan su
arbitrariedad y hasta se convierten en amenazas que generan persecuciones, reales o imaginarias,
desestabilizan al sujeto del relato (Saona, 2004: 206).
51
El estallido de la familia también tiene su connotación histórica. La violencia cometida por los
militares estaba frecuentemente dirigida directamente contra mujeres, incluyendo el acoso sexual
para con prisioneras, la violación de madres en presencia de sus familias, el secuestro de mujeres
embarazadas que, o bien estaban torturadas hasta abortar, o bien estaban obligadas a dar parto para
después ser separadas de sus recién nacidas. En los demás casos la violencia las afectaba
indirectamente: sus hijos, maridos, padres estaban secuestrados, torturados o eliminados. Estas
acciones constituyen, como dice Jean Franco, verdaderos ataques justamente contra las instituciones
-la familia tradicional- invocadas y exaltadas por la Junta. Las prácticas autoritarias arrancaban a las
madres de su esfera tradicional privada, donde habían sido colocadas justamente por estas mismas
fuerzas dominantes, e incitaron a las madres a redefinir su papel como madres en la esfera pública,
protestando y reclamando sus derechos. Se descubre así la hipocresía y la contradicción de un
gobierno que glorifica la maternidad pero al mismo tiempo destruye familias. Las mujeres minan
las fronteras entre lo público y lo privado, impugnando la asunción que la maternidad pertenezca
exclusivamente al ámbito privadol.
La disociación de la familia protagonista de la novela no sólo se debe a la ausencia del padre, sino
también a la pertinencia de la madre y del hijo a diferentes órdenes. Aunque viven juntos, residen
en dos mundos separados. El hijo se va construyendo su propia vida y sus juegos mientras que la
madre « le da la espalda para meterse en esas páginas de mentira ». La madre escribiendo representa
la escritura y el hijo, rehusando hablar, la oralidad y la corporalidad. (Kaplan, 2007: 99). El acto
maternal de redactar cartas al padre constituye una separación del hijo. La primera sección es una
escenificación de esta separación. El hijo busca una integración con la madre que se hace imposible
por la mediación de la escritura. La madre 'se funde' en el papel, y se 'separa' del hijo. Además las
reacciones intensamente emotivas del hijo contrastan con el empeño de su madre de hacerse
entender por el padre con su discurso meticuloso y lógico (Lagos, 2000: 134). Sin embargo, el hijo
está presente en la escritura de la madre: « Me lee los pensamientos y los escribe a su manera »
(39), dice el hijo. Esta relación compleja y doble entre madre y hijo, la trataremos más en detalle:
veremos que la oralidad del crío es en realidad el rechazo de las normas impuestas por la sociedad
paterna, y que la supuesta resistencia de la figura maternal la atrapa en los tentáculos del padre.
52
4.2.3 El desmadre:
Como hemos visto, tradicionalmente la figura de la madre está estrechamente ligada a una retórica
que idealiza la experiencia biólogica de las mujeres y alimenta la identificación entre lo femenino y
la maternidad -uno de los fundamentos del patriarcado-. La representación de la madre en Los
vigilantes se propone como « una critica a la representación del discurso dominante ya a la
percepción tradicional de lo materno y lo femenino » (Kaplan, 2007: 76). En el relato que
analizamos lo materno no queda reducido a su función reproductiva ni lo femenino a la esencia de
las mujeres sino que se plantean como formas de relación y subversión. A partir de la madre se
produce un descentramiento y una reformulación de identidades.
Observamos un contraste entre las dos parejas madre-hijo: la suegra y el padre del hijo se oponen a
Margarita y su hijo. La primera formaría la imagen ideal, protector de la familia, la nación y el
orden de Occidente, mientras que la otra se aparta de lo convencional. Margarita dedica toda su
atención a la redacción de sus cartas y desatiende a su hijo. Quiere a su hijo pero reconoce que le
molesta profundamente: «Aunque mi cariño hacia él es ilimitado, algunas veces su mente me
fastidia ». Su actividad principal es escribir y convencer al padre: habla de política, de la sociedad,
de normas y valores que la incomodan. Ignora a su hijo, no habla de amores o de amantes, ni de la
cena o de la familia. Margarita no se ajusta al modelo representado por la abuela y su conducta
aparece como una amenaza a la reproducción de los valores sociales dominantes.
La distinción entre el padre y su suegra como defensores de las normas y la madre disidente
parecería corresponder a la dicotomía femenino/masculino que asocia la mujer con el cuerpo y la
emotividad y al hombre con la mente y la racionalidad. Sin embargo esta impresión no es exacta
pues ni las acciones del padre se caracterizan por ser eminentemente racionales ni la madre es
meramente temerosa y histérica (Lagos, 2000: 137). Margarita define la letra del padre como firme
y controlada, que evita emociones y desbordes. « Tu haces gala de una extraordinaria precisión de
las palabras. Tú construyes con la letra un verdadero monolito del cual está ausente el menor titubeo
» (70). Sin embargo su vigilancia obstinada se alimenta de su prestigio, su honor, algo emotivo. No
puede permitir la vergüenza de que se despida a su hijo del colegio, y tampoco acepta que su hijo
comparta la casa con los mendigos. La protagonista maternal se defiende de todos los cargos con un
discurso inteligente y persuasivo, racional y calculado. De esta manera se vuelven las tornas y se
desconstruyen las concepciones convencionales en cuanto a lo femenino y lo masculino.
53
La maternidad y la familia son abordadas dentro del legado dictatorial bajo las leyes del Estado y
libre mercado. Bernardita Llanos agrupa las diversas madres que recorren su novelística en la madre
sacrificial, la madre ancestral y monstruosa y la madre transgresora. Eltit nos plantea una
perspectiva respecto a la ideología patriarcal de la maternidad. « Los procesos biológicos de la
gestación, el parto y la lactancia son resignificados por la escritora que muestra el cuerpo femenino
como una fuerza activa y múltiple donde los efectos de la ideologización patriarcal lo convierten en
un receptáculo pasivo y reproductivo, enajenando a la mujer y escindiéndola de su experiencia
histórica » (Llanos, 2006: 14).
4.2.4 La casa como panóptico foucaultiano:
La mayor parte de la obra tiene como escenario la casa, lugar de encierro en que la madre y el hijo
se enclaustran, soportando la mirada y la vigilancia de los vecinos. En el libro la casa pierde su
carácter tradicional de lugar de protección, de seguridad y se convierte en un espacio de sujeción
constante. Ya no es el lugar de recogimiento y seguridad que alberga a la familia, sino el lugar de
encierro y sometimiento « en que el frío penetra por cada uno de sus intersticios ».
Monica Barrientos relaciona esta estrategia de poder al dispositivo del panóptica, que Gilles
Deleuze define como un « un conjunto multilíneal y bidimensional, de una máquina para hacer ver
y para hacer habla ». El panóptico es un centro penitenciario ideal diseñado por el filósofo Jeremy
Bentham en 1791. El concepto de este diseño permite a un vigilante observar (-opticón) a todos
(pan-) los prisioneros sin que éstos puedan saber si están siendo observados o no. El vigilante tiene
una mirada omnipresente, y una ordenación y limitación del espacio donde se fija en los individuos
en lugares observables. Aunque el diseño tuvo efectos limitados en las cárceles de la época de
Bentham, se vio como un desarrollo importante. Michel Foucault, en Vigilar y castigar, consideró
el diseño como un ejemplo de una nueva tecnología de observación que trascendería al ejército, a la
educación y a las fábricas. Es a través de esta óptica de vigilancia como la sociedad moderna
ejercita sus sistemas de control de poder y conocimiento. Foucault sugiere que por todos los niveles
de la sociedad moderna existe un tipo de 'prisión continua', desde las cárceles de máxima seguridad,
trabajadores sociales, la policía, los maestros, hasta nuestro trabajo diario y vida cotidiana. Todo
está conectado mediante la vigilancia (deliberada o no) de unos seres humanos por otros, en busca
de la 'normalización'. Según Barrientos la casa alegoriza la crisis de la familia moderna donde el
padre ausente ya no cumple su rol protector de asilo y cuidado hacia los suyos, sino que provoca la
opresión.
54
4.3
La batalla cultural: el canon literario y la subversión literaria de Diamela Eltit:
El conflicto de Margarita con su marido, así como las dificultades que debe surmontar en la vida
diaria se pueden interpretar como una metáfora del combate literario de Eltit, o de escritoras
femeninas más en general, con el establishment estético-cultural.
4.3.1 El discurso oficial dominante y la supuesta inaccesibilidad de Eltit:
En De Macondo a McOndo. Senderos de la postmodernidad latinoamericana Diana Palaversich
esboza el panorama literatura y la recepción de la obra de Eltit. La escritura radical y poco accesible
de Diamela Eltit se enseña con éxito en las universidades fuera de América Latina y los críticos
universitarios chilenos e internacionales la celebran como una autora postmoderna, tanto en Chile
como en el resto del continente la recepción de su obra por parte del público lector general no
especializado es limitada y, a menudo, negativa. Aunque Nelly Richard y Raquel Olea la elogian en
varios de sus trabajos, la vasta mayoría de los críticos del país, o bien no la leen, o la repudian por
ser la suya una literatura elitista e ininteligible. Sus novelas en ningún momento han sido figuras
protagónicas del escenario de la recepción chilena, ni siquiera de la recepción profesional, la
periodística y, en menor medida, la académica (Morales, 2004: 165).
Eltit misma ha examinado frecuentemente la relación entre literatura y mercado. Afirma que el libro
literaro se ha convertido en un bien de consumo, y que dentro de un proyecto político-económico
con la literatura, se ha intentado « transformar lo especificamente literario en un tic consumista, un
producto librado a la oferta y a la demanda, enclavado sólo en las leyes estereotipados del
mercadoli ». Estas operaciones entre literatura y mercado no son inocentes, sino que son el resultado
de un conjunto de modelos discursivos de vastas proporciones.
« Al mercado no le preocupa ni necesita ni desea lectores literarios sino sujetos monetarios.
De tal manera que los tan celebrados lectores-de-la-nuevanarrativa-chilena son los que
producen y posibilitan a su vez la nueva narrativa chilena, pero gran parte de estos lectores
son el efecto de una gran operación del mercado que es el radical sustento del actual
proyecto político -el proyecto neoliberal- que, en buenas cuentas, sí que me parece a mí que
la nueva narrativa chilena, o para decirlo de otra manera, el proyecto neoliberal es la real y
actual narratividad oficial chilena » (Eltit, 2000: 25).
55
En este sentido se observa a menudo que los críticos (mayoritariamente hombres) operan dentro del
mainstream cultural latinoamericano. El escenario de la recepción ha estado hegemonizado por
otras clases de novelas. Las producciones mágicorrealistas de Isabel Allende o Marcela Serrano
son novelas de mayor número de lectores y, por lo mismo, las de publicación normativa por las
editoriales. Según Morales y Eltit misma estas obras prolongan la tradición del folletín, que desde el
siglo XIX conquistó lectores por cumplir las condiciones necesarias: traen consuelo, fantasía
compensatoria, distracción placentera etc. Ofrecen las líneas argumentales deseadas, las estructuras
narratológicas queridas. Diana Palaversich sostiene además que repiten los clichés de lo femenino y
lo masculino, el conservadurismo y la estabilidad (hetero)sexual normativa. El actual sistema
« produce unilateralmente éticas, estéticas, lecturas, subjetividades en un proyecto férreamente
hegemónico, de acuerdo a un único parámetro que es un trazado mercantil que intenta oficializarse
como hacer literario, destruyendo así la pluralidad y la diferencialii ».
En definitiva, percibo que esta actualidad busca socavar las artistas críticas de los sujetos
mediante una manipulación organizada y múltiple que erradique historia y saberes, para
superponer como centro discursivo un acrítico lugar común. Un lugar común que no es otro
que el espacio más primario de la sensibilidad burguesa que objetualiza hasta el paroxismo
el entorno y aún la siquis para así desplegar controles y disciplinamientos sociales » (Eltit:
2000: 27).
La narrativa de Eltit se considerada como un fenómeno literario renovador; desde mediados de los
años '70 la autora sacude las tradiciones canónicas en el panorama chileno y hispanoamericano.
Para ella « la pregunta básica es la interrogación al sistema neoliberal y buscar cómo los
productores literarios, críticos, escritores, teóricos pueden abrir una pequeña brecha que pluralice lo
monolítico de los poderes dominantesliii ». La autora trata de romper imágenes establecidas, modos
de ver convencionales, usos y combinaciones de palabras atrapados por la costumbre, como únicas
vías de acceso a otras imágenes, a otros modos de ver, a otros usos y combinaciones de palabras,
necesarios para mover perspectivas, para abrirle al sujeto. Sus textos se afanan por una
transformación simbólica dentro de la lengua mediante unas técnicas deconstructivas de escritura
que constituyen un signo transversal en su obra entera. Sus estratégias de desmontaje y de
fragmentación provocan una ruptura con la tradición literaria. Circulan dos términos aparentemente
diferentes para denotar la misma acción: El verbo desconstruir podría manifestar un juego de
palabras, si designara un acto contrario a construir, es decir, a des-construir, mientras que la palabra
deconstrucción es el término que designa a la tendencia filosófica de pensamiento
56
postestructuralista iniciada por el filósofo Jacques Derrida. La noción de deconstrucción plantea
que todo significado en la lengua y en la cultura, en cualquier estructura, es fluido y ambiguo. La
fluidez del significado se opone a todo un legado de la metafísica tradicional de Occidente fundado
sobre la base de las oposiciones binarias, que buscan establecer un significado estable por medio de
unos absolutos conceptuales.
4.3.2 Las cartas maternas: entre confesión y subversión, entre victoria y derrota:
El fragmento más extenso y fundamental de la obra lo constituyen las cartas que escribe Margarita a
su marido. El inicio de la novela misma reza 'mamá escibe'. En los apartados siguientes quiero
demostrar que las cartas poseen un carácter doble: De un lado parecen un tipo de informe, exigido
por el padre, que relatan los quehaceres de madre e hijo, por el cual las cartas se transforman en una
modalidad de control. De otro lado, la escritura significa para la madre una sobrevivencia como
único espacio de intimidad que le queda, y constituye aún más un espacio de resistencia.
Aún así, nunca leemos las cartas del padre y consecuentemente la correspondencia unilateral de la
madre puede causar la impresión que no existe un marido cualquiera, y que Margarita establece un
diálogo imaginario, en el sentido que no hay un corresponsal humano, concreto. El padre es en
términos de la novela una reconstrucción imaginaria; lo que resfuerza la interpretación del 'tú' como
un poder social, político y discursivo ausente pero omnipresente. El discurso de la madre,
constantemente al borde del delirio de persecución, argumenta en contra de acusaciones que el
lector nunca ha visto formuladas. Bastantes críticas han interpretado esto como señal de paranoia y
locura. Para ellos y para Eltit el discurso materno es el discurso de la locura y el discurso de la
locura es el que descubre los síntomas de la corrupción del espacio social (Saona, 2004: 218). Si el
marido supuesto de hecho no existe significa que la persecución ha sido internalizada. El Nombre
del Padre se convierte en una presencia inquisitorial en la conciencia de la madre que percibe una
conspiración para controlar todas sus acciones, en una sociedad paranoia que genera paranoia. La
internalización de una presencia amenazante que destruye cualquier barrera de protección para el
yo, es típica para la paranoialiv. Esta concepción de la madre paranoia no modifica nada a nuestra
propuesta y nuestros convencimientos, salvo que la figura del padre acaso no lo deberíamos
interpretar tan al pie de la letra.
57
4.3.2.1
La subversión maternal:
Como en toda novela epistolar, especialmente en cartas escritas en presente, los lectores se
convierten en voyeurs de una intimidad, de manera que en el momento de la lectura las reacciones
de la madre se reactualizan y el lector puede sentirse próximo a los corresponsales (Lagos, 2000:
127). El discurso epistolar permite la representación de las tensiones e interacciones entre los dos
corresponsales. La madre-autora procura tener un efecto en el destinatario, pero al mismo tiempo
está afectada por él y sus cartas. El tono de Margarita es cambiante: se defiende, ataca, reclama, se
resigna. Una vez echa sapos y culebras, después se arrepiente de sus palabras.
« Quiero convencerte de que tu saña ha motivado en mí una imagen admirable. Te mataré.
Sí. Te mataré algún día por lo que me obligas a hacer y me impides realizar, tiranizándome
en esta ciudad para dotar de sentido a tu vida, a costa de mi desmoronamiento, de mi
silencio y de mi obediencia que a través de amenazas irreproducibles has obtenido. (...) Te
mataré algún día para arrebatarte, de manera despiadada, cuando descubriste, allá en los
albores de nuestro precario tiempo, que yo iba a ser tu fiera doméstica en la que cursarías
todos tus desmanes. (...) Porque, dime, ¿no te resulta avergonzante el beneficio que has
obtenido manejando a distancia nuestras vidas el interior de la casa? » (65). « Debo
disculparme y reconocer que mis palabras fueron precipitadas, guiadas por un torpe e
infantil enojo. Quiero que perdones mis ofensivas y letales imágenes. El frío me hizo
cometer un terrible desacierto. Te suplico que intercedas y me salves » (68).
A pesar de ser dominada por el padre, la madre no es la mujer subordinada, dócil deseada por el
padre. Se dirige a él como si tuviera iguales derechos y capacidad de razonamiento. Su estilo es
seguro y desafiante. Exige sus derechos y con una desobediencia ingenua protesta contra la actitud
del padre.
«... sabes que cuento con el privilegio, si así lo estimo conveniente, de deshacerme de mis
propios bienes. Ni siquiera abasteces las necesidades de tu hijo y aún osoas inmiscuirte en la
forma en que procuro nuestra subsistencia » (56). « Te anuncio que de este instante le
cerraré todas las puertas de la casa. Como ves, tu agresión puede ser fácilmente diluida »
(64). « Si escojo dormir a ciertas horas y no en las que me demandas, se debe a una simple
necesidad de mi organismo y es mi organismo el que me hace preferir unos alimentos
cuando rechaza otros, de la misma manera es estrictamente personal el cómo me relaciono
con tu hijo» (73). « Dice que tu madre insiste en que tu hijo y yo comemos a horas
58
inconvenientes, que nuestros alimentos son ocasionales y carecen de la debida
consistencia. Dices también que, según tu madre, hemos olvidado los modales del Occidente
que se suelen atender durante las comidas » (87).
La madre expone su caso mediante un uso persuasivo del lenguaje. Su capacidad para argumentar
se puede considerar bastante excepcional, dada la relativa infrecuencia de la voz materna en las
letras hispanoamericanas. Esta presencia destacada de la figura maternal también se observa en
otras novelas de Eltit como Por la patria, El cuarto mundo, los trabajadores de la muerte.
Centrando su obra en lo femenino, la escritora da voz a los excluidos del discurso y del poder
oficial. Es significativo que en la novela sólo leamos las palabras de la madre. Donde el discurso
autoritario patriarcal constituye una escritura particular sociosexual para mujeres, suministrando y
resforzando las representaciones normativas de mujeres, la escritura femenina puede delegitimizar y
deshacer tales escritos y re-escribir la sexualidad femenina. Es lo que notamos en Los vigilantes
donde las cartas de Margarita alegorizan la escritura femenina que ora lucha contra los discursos
dominantes, ora está acallada por ellos. « Las palabras refractarias de las epístolas develan un tono
de denuncia en el discurso solidario de una madre que apela ante una autoridad masculina, su
maridolv ». La madre utiliza la escritura como recurso estético donde el cuerpo propio textualizado
alegoriza la crisis social que experimentan los ciudadanos.
Olea Raquel afirma que como treta de escabullimiento a la ley patriarcal, la mujer explora espacios
de experiencias no legalizadas, no controlables por la normativas instituidas, por cuanto se realizan
en escenarios de intimidad, en un doble juego de exhibición y pudor de lo privado. La escritura
ejerce la función política de exponer en lo público las políticas de la intimidad. No obstante, la
vigilancia que se produce en los textos de Margarita condiciona su escritura y da lugar a un doble
voz: La mujer, tradicionalmente exiliada del orden simbólico, al exhibir un conocimiento innovador
o al ejercer el acto mismo de la escritura desafía las convenciones culturales y hace temblar la
lengua del padre; es temblor, a su vez, produce un desorden en su propia escrituralvi.
4.3.2.2
¿Una derrota previsible?
Idelber Avelar sostiene que uno de los rasgos de la ficción posdictatorial es la derrota, la
incorporación de fracasos en la historia lo que sin embargo resulta imprescindible para su
construcción. En Alegorías de la derrota: la ficción postdictatorial y el trabajo del duelo propone
una lectura de Los vigilantes como una 'crónica apocalíptico-escatológica de la derrota'. Si
repasamos las características del género apocalíptico enumeradas por Lois Parkinson Zamora
59
encontramos efectivamente varias. Primero observamos la presencia simultánea de un fin
semántico-ideológico y un final formal, el desenlace. Al final de la novela madre y hijo han sido
expulsados de su casa y de la ciudad. Las últimas páginas relatan un dificultoso desembarazo de los
pensamientos del Occidente acabando en un aullido a la luna. Segundo, salta a la vista la
permanente tensión entre distopía y utopía, o sea, el balanceo continuo entre las descripciones
violentas, indignadas de los terrores de los vigilantes, de la suegra por un lado, y las protestas
valientes de la madre y su hijo frente a este horroroso, su esperanza de un mundo mejor por otro
lado. Como tercer rasgo podemos mencionar al narrador, la madre escribiendo como apocaliptista.
Su actitud crítica frente al orden establecido es obvia. Resulta comprometida, disidente frente a las
prácticas institucionales, y se hace portavoz de la amplia categoría de los excluidos y los dominados
por un poder hegemónico. La protagonista femenina está oscilando entre su creencia inquebrantable
de la realidad vejatoria y su saber de una connivencia más igual y sana. Otra muestra apocalíptica
constituye el estilo denso, hermético de la obra. Sobre todo las manifestaciones orales del hijo
parecen inaccesibles. El quinto rasgo señalado por Parkinson Zamora sería el carácter metaliterario
del texto. Se destaca la importancia de la escritura: la madre se empeña en redactar cartas y esto le
requiere todo su tiempo. Las epistolas, simbolizando la escritura femenina frente al canon literario,
adquieren un claro sentido literal y cultural. Por último queremos recalcar la paradoja de que pese al
nuevo mundo final y la transformación profunda de los protagonistas, se dedica la mayor atención
al estado cataclítico del orden de Occidente.
Teniendo en cuenta estos rasgos citados podríamos acabar concluyendo que la expulsión final de
madre e hijo se lee como un fracaso ante el poder patriarcal. Ante todo, las cartas de Margarita son
exigidas por su marido que requiere un relato exacto de los quehaceres cotidianos de su esposa y su
hijo. Narratológicamente sus epistolas constituyen la prueba de su conducta ilegítima que conduce a
su perdición. Las cartas de Margarita son etiquetadas como documentos subversivos, indicios
contundentes de su rebeldía y le dan ocasión al padre de excluir a la madre y a su hijo de la casa.
Está enjuiciada y condenada por su desobediencia a las normas del 'Occidente'. Pese a la resistencia
que ofrece, la madre se hace consciente de la vanidad de su protesta a lo largo del libro. Comienza
muy determinada en no hacerse subordinar, colocándose en una posición igual con respecto al
padre, pero lentamente el padre socava esa seguridad.
« Tu hijo y yo habitamos en medio de una perfecta armonía. Pienso que es adecuado que
suspendas tu correspondencia por un espacio de tiempo. Nada resuelves sino que
obstaculizas. No tengas la preocupación de que escapararemos a tu vigilancia, sabes bien
que yo no tengo otro refugio como no sea mi casa. » (p. 76)
60
La madre está consciente del tejido que va creando el padre con su lenguaje, amenazas y
provocaciones. Progresivamente se agotará física y mentalmente. La ferocidad del acoso liderado
por el 'tú' la obliga a escribir sin descanso para tratar de razonar con él. Una y otra vez intenta
desesperadamente explicarse sin lograr convencer al padre de su estado de extrema necesidad y
angustia, de sus buenas intenciones, de su miedo, su hambre y frío. Pero todo lo que dice, sin que
ella se lo proponga así, la enreda cada vez más, la acerca más a un desenlace inevitable, la precipita
en su destrucción y terminará en una derrota previsible. En este sentido hay algo de destino, algo
que evoca a los personajes femeninos de las tragedias griegas.
El modo en que están organizadas las relaciones entre los géneros-entre hombres y mujeres en la
sociedad-no le permite despojarse de su posición subalterna, situación que es reforzada por la
suegra, los vecinos y la ciudad misma (Lagos, 131). En el argumento de Margarita la dicotomía
subalternidad-poder entran en pugna mediante el proceso interpretativo de los mensajes, las cartas
tildadas de documentos subversivos son pruebas contundentes de su rebeldía, y como consecuencia,
su marido, quien supuestamente debe protegerla, aplica su ley para recriminarla (Rivera-Hokanson,
65). María Inés Lagos señala que Los vigilantes pone de manifiesto la capacidad del lenguaje para
ejercer poder sobre el otro, y para interpretar o malinterpretar sentimientos y relaciones. Las cartas
que en algún momento redimen y constatan su existencia finalemente la descalifican:
« Las palabras que te escribo pueden ser catalogadas como anárquicas, una agrupación
furiosa asegurará que son ininteligibles o insolentes o desafortunados. Sólo quiero declarar
ahora que jamás te escribí cartas. Simplemente escribí para ver cómo fracasaban mis
palabras » (119).
Mónica Barrientos insiste en que a lo largo del libro las epístolas van tomando la forma de una
confesión. Para Foucault la confesión es una de las prácticas de disciplinamiento más antiguas y
más arraigadas en Occidente. El sistema de la confesión es un dispositivo de poder y saber en que el
confesor, por medio de técnicas específicas, hace hablar acerca de lo pensado, lo dicho, lo realizado
y lo no realizado, es decir, acerca del pensamiento, palabra, obra y omisión, de modo que el acto de
enunciar las faltas sea exhaustivo. Lo que garantizará esa exhaustividad es que el sacerdote mismo
controlará lo que diga el fiel: lo incitará, lo interrogará, precisará su confesión mediante una técnica
de examen de conciencia.
61
La expulsión de la madre y el hijo está originada por su lucha para evitar convertirse en lo que
Foucault llama 'un cuerpo dócil', es decir, un cuerpo cuya fuerza y energía están habituadas a
regulaciones externas, sujeción, transformación, 'mejoramientos'. Margarita es uno de los cuerpos
embrollados entre los tentáculos del poder. Sus cartas son un medio de control. Sus palabras son
exigidas, no espontáneas. La letra de la madre no tiene autonomía, sino que está subyugada al
mandato paterno. El lenguaje de la madre está atado a un cuerpo, sufre hambre y frío, y a los
campos de visibilidad y invisibilidad, a las tramas del poder hegemónico que dicta lo que es
legítimo y lo que no lo es. Atrapado por su rol en una trama de la cual no es autora, la madre
responde a las embestidas del padre con su escritura. Intenta en vano una « supervivencia escrita,
desesperada y estética » (Kaplan, 2007: 98).
4.3.3 Re-escribir el cuerpo femenino: El triunfo lingüístico del hijo:
Cecilia Ojeda pone en tela de juicio la interpretación de Avelar. La propuesta de la crítica consiste
en sopesar el fracaso y el triunfo en Los vigilantes. Al igual que el autor brasileño, ella presenta la
expulsión de la madre como derrota para con la autoridad paterna, pero ella propone la actitud del
hijo como una victoria frente a este poder. La madre pierde la batalla, no obstante el hijo lleva la
última esperanza. Asimismo Betina Kaplan nos recuerda la falta de triunfo en la visión apocalíptica
de Idelber.
« El carácter metafórico del conflicto familiar, convierte a Los vigilantes en una historia de
resistencia y toma de conciencia de la subalternidad creada por el lenguaje dominante. El libro
constituye la alegoría de un considerable esfuerzo crítico mediante el cual la protagonista llega a
identificar la destructividad de su propio proceso de interiorización, alcanza a enterder cómo el
lenguaje que ha usado es su propio agente enajenante » (Ojeda, 2006: 7). Por un lado el triunfo en la
novela consiste en el darse cuenta intuitivo y doloroso de la madre de que su lenguaje ha sido la
causa de su permanente desmedro. Por otro, reside en el rechazo del hijo de utilizar un lenguaje
impuesto por el poder paternal. La progresiva toma de conciencia de la madre termina en su
desición de abandonar el lenguaje, tal como el hijo siempre lo ha rehusado.
« Mamá quiere que nos volvamos felices en las letras que escribe y por eso se toma tanto
trabajo su espalda. Su espalda. Cuando yo hable impediré que mamá escriba. Ella no escribe
lo que desea » (39).
62
El primero y el último capítulo son narrados por el hijo-larva desde la materialidad orgánica de su
cuerpo. Es un ser primario pero al mismo tiempo parece un sabio. Lo que representa el hijo es la
resistencia contra el lenguaje y el deseo por fundar otro lenguaje. Su discurso comunica claramente
que su silencio no es señal de afasia, sino de una negativa total a usar el « lenguaje del padre ». A
través de su monólogo interior la criatura nos muestra que aún sin habla, causa de su estado
larvatorio, es capaz de pensar, sentir y actuar librementelvii.
« Mi cuerpo habla, mi boca está adormilada. (...) Mi cuerpo laxo no habla, mi lengua no
tiene musculatura. No habla. Subiré para arriba agarrado fuertemente de la vasija, subirá el
tonto baboso que soy. Mi lengua es tan difícil que no impide que se me caiga la baba y
mancho de baba la vasija » (35).
El hijo conoce y entiende el lenguaje de la madre, puede leer sus pensamientos. Está bastante
obsesionado con la escritura de su madre, y dicha actividad lo hiere. Su madre siempre le da la
espalda para escribir. Para él forma una amenaza y un obstáculo para poder comunicar
verdaderamente con su madre.
« Ahora mamá está inclinada, escribiendo. Inclinada, mamá se empieza a fundir con la
página. A fundir. Quiero morderla con los pocos dientes que tengo, pero ella no lo sabe.
Quiero morderla para que me pegue en mi cabeza de TON TON TON To tonto y deje esa
página » (38).
« Mamá me da la espalda para meterse en esas páginas de mentira. Mamá tiene la espalda
torcida por sus páginas. Por sus páginas. Las palabras que escribe la tuercen y la mortifican.
Yo quiero ser la única letra de mamá » (38).
Su deseo de acercarse al cuerpo materno, consiste en obtener que ella deja de escribir, y de utilizar
el lenguaje impuesto por el padre, puesto que el uso de los medios lingüísticos exigidos por el padre
contiene el riesgo que ella multiplicará las categorías tramposas del logos del padre. Pese al carácter
bastante subversivo de la escritura maternal, lo que efectúa paralelmente es dejarse atrapar en los
modos de pensamiento del padre, de los vecinos, del Occidente:
« Mi única culpa, y de esa manera lo advierto, fue no informarte desde el primer momento lo
que estaba occurriendo en el interior de mi casa » (99). «Si cometí una falta imperdonable,
pues descuida que jamás volverás a escuchar una noticia similar. (...) Fue quizás precipitado
63
de mi parte, pero ya he dicho que no volverá de esa manera y si lo crees necesario recorré
las casas cercanas para dar las aclaraciones a mi acto » (90).
Defendiéndose contra las acusaciones del padre, asimila las normas y los comportamientos
deseados por él y por el poder. La actitud del hijo le convierte en un cuerpo indócil, un cuerpo que a
pesar de ser hostilizado como su madre, logra resistir de manera más efectiva que ella. El no se deja
atrapar por el lenguaje exigido por el padre. Es consciente del carácter letal de las cartas. « Tu hijo
no deja de reír mientras te escribo, como su supiera que estoy redactando mi sentencia » (111). Sus
carcajadas, su baba, sus vasijas indican una subversión más radical que la protesta maternal.
Mientras que la madre se empeña en argumentar contra el padre, en objetar sus exigencias
disparatadas a través de sus epístolas, el hijo, carente del lenguaje, desde su silencio va
escenificando una más profunda transgresión hacia el mismo poder hegemónico: su deseo por un
nuevo lenguaje. Los movimientos, la risa, la baba forman elementos metafóricos que se
contraponen al logos paterna y a la escritura de la madrelviii. Su comportamiento pre-lingüístico lo
podemos vincular con el cuerpo 'salvaje', natural mencionado por Eltit.
« Cuerpos araicos que pueden aflorar únicamente como escenas nocturnas de un sueño épico
y liberador donde el anhelo de insurrección, puede punzar el otro cuerpo, que aunque yazga
desnudo ya está irreversiblemente cubierto del discurso que vistió de una vez y para siempre
la primera piel. Piel perdida de su propia materia para así dar origen a un cuerpo vestido con
los avatares de un discurso ideológico que multiplica sus mandatos, conviertiendo al cuerpo
en una zona simbólica por donde transitan espacialmente los desplazamientos del discurso,
de la suma de discursos que se disputan la posesión moral del cuerpo » (Eltit, 2000: 80).
Es válido interpretar la figura del hijo como un cuerpo aún no inscrito por el poder, un cuerpo
desnudo, primitivo, intacto. Por eso las alusiones sistemáticas a las vasijas hechas de greda
constituyen una de las claves de la novela que refiere a lo primigenio, lo artesanal, la tierra, lo
latinoamericano. Su acto sostenido del babear, de dejar que los fluidos de su cuerpo fluyan
libremente traspasando sus límites, alegoriza su resistencia ante la voluntad de los poderes
hegemónicos de encerrarlo en una identidad fija (Ojeda, 2006: 9).
« Tengo una reserva infinita de baba. En el día la baba todo el tiempo. Yo y mi vasija
siempre mojada. (...) Mamá me pone en el suelo y mancho de baba el suelo y mancho de
baba el piso. Salgo hacia afuera para manchar de baba la tierra. La tierra cambia de colo con
mi baba » (36).
64
Cada uno de sus fluidos y su cuerpo mismo constituyen una resistencia contra la imposición de
límites identitarios, de « moldes y calces identificatorios que garantizan la reproductibilidad del
orden » (Richard, 21). La novela presenta pues un planteamiento metafórico de la imposición de un
lenguaje, un discurso y sus instrumentos conceptuales sobre los cuerpos ciudadanos. El rechazo
explícito del hijo surge de su certeza de que la escritura constante de su madre, instigada por las
cartas del padre, la doblega y somete sin darle respiro. La imagen de la espalda maternal encorvada
que el hijo menciona una y otra vez, comunica la idea de que la mano que escribe está atrapada por
el lenguaje y por la dinámica que el interlocutor epistolar le ha impuesto (Ojeda, 2006:10).
Las cartas maternas nos suministran informaciones sobre la relación entre los padres, y además nos
revelan la compleja relación entre madre y hijo. A lo largo de la novela asistimos a la progresiva
toma de conciencia por parte de ella de la subalternidad creada por el lenguaje de los opresores.
Anteriormente ya mencionábamos la derrota sufrida por la madre y su paulatino agotamiento.
Como primera señal de este progresivo desquiciamiento estaría la comprensión despacio pero
seguro respecto a las misteriosas actividades del hijo-larva, que antes eran impenetrables para ella.
Cuanto más se opone y se aleja del padre, tanto más parece acercarse a su hijo. En sus primeras
cartas la madre se queja del hijo cuyo comportamiento le parece completamente incomprensible.
Ocupado en el ordenamiento incesante de sus vasijas, el hijo se arrastra babeando por los diferentes
rincones de la casa, y golpea las paredes. Periódicamente rompe su silencio con intempestivos
estallidos de risa, que desazonan a la madre, y la afligen. « Tu hijo se despertará únicamente para
provarme del descanso que requiero » (48); « Tu hijo se despierta con la luz y me persigue con sus
juegos y sus inminentes carcajadas. Estos ruidos inhóspitos atraviesan las puertas tras las que me
protejo para prevenirme de sus enfermizos sonidos » (50). En realidad el niño está intentando atraer
la atención de su madre, pero ella sólo se ocupa con escribir cartas.
« Los juegos que realiza tu hijo me resultan cada vez más imprenetrables y no comprendo ya
qué lugar ocupan los objetos y qué relación guardan con su cuerpo. Las vasijas están
rigurosamente dispuestas en el centro de su cuarto formando una figura de la cual no
entiendo su principio ni menos su final. He intentado explicarle a tu hijo que las vasijas no
son adecuadas para sus juegos, pero me mira como si no entendiera mis palabras » (91).
El hijo vive en otro mundo, todavía infranqueable para la madre porque ella continúa proyectando
las ideas y los conceptos impuestos y exigidos por la norma paterna. Paulatinamente, a lo largo de
la novela los comentarios de la madre acerca de los juegos de su hijo cambian. Parece que la madre
65
desea aproximarse de su hijo. Cuando antes ignoraba completemante sus juegos, o trataba de
desaconsejarselos, ahora intenta comprender los ordenamientos de las vasijas y adivina lo que
pudieran significar las agrupaciones del hijo. Pero cada vez se equivoca: sigue etiquetando las
representaciones como conceptos 'occidentales', normativos, cada vez el niño se ríe.
« Las vasijas se agrupan en su pieza y ensaya con ellas las más inflexibles ordenaciones. Tu
hijo y yo nos hemos trenzado en un complejo desafío. Me propone acertijos que yo debo
resolver. Sé que hay una clave, una leyenda, un rito, una puesta en escena, una provocación
en cada una de las ordenaciones. Algunas veces la disposición de las vasijas me resultan
asombrosamente análogas al trazado de la ciudad. Veo en ellas la solemnidad de algunos
edificios públicos, la procacidad de los sitios eriazos, ciertas casas apartadas (...). Pero,
cuando le digo: « es la ciudad », tu hijo se ríe y comprendo que me he equivocado » (105).
La amenaza del juicio contra la madre por haber acogido a los desamparados, la empuja cada vez
más en brazos del niño que permanece frío e intacto al amago. Su presencia y su actitud le ofrecen
un sentimiento de protección y seguridad a Margarita. « Tu hijo, para mi fortuna, conserva aún toda
su fortaleza y parece hoy ausente de la amenaza de una doble condena » (114). Hacia el final de la
novela la madre se pone del lado de su hijo y renuncia completamente a los mandatos del padre.
«Se que éste es un terrible amanecer para mi espalda que está cansada de curvarse para escribirte
tantas inútiles explicaciones» (114). Aunque está enjuiciada Margarita no se muestra abatida. Se
siente liberada y está aliviada de haber encontrado la clave de los juegos del hijo. « Miro a tu hijo y
me convenzo que nada podría separarnos pues fuimos construyendo nuestra libertad cuando nos
alejamos de tus órdenes y burlamos tu hiriente crueldad » (121).
« La criatura y yo terminamos de ordenar las vasijas a lo largo de toda la casa. Hemos
logrado una distribución prodigiosa y que jamás podría haber sido concebida de una manera
tan perfecta. Cruzamos indemnes las fronteras del juego para internarnos en el camino de
una sobrevivencia escrita, desesperada y estética. (...) He resuelto, al fin, la encrucijada
aritmética de la ley que todo el tiempo me planteaba el juego de la criatura » (125). « Ah, la
criatura siempre fue más sabia que todo mi saber » (126).
Hasta el final de la novela la madre deja de escribir, de responder a las exigencias de la figura
paterna: El hijo advierte que « Pero mamá ahora no escribe porque busca confundirse con la noche.
(...) La letra de mamá parece que no tuviera un final. Final. Pero mamá asegura que ahora sólo nos
protege y nos salva la oscuridad de su letra. De su letra. Mamá todavía conserva algunos de sus
66
pensamientos. Los pensamientos que conserva son míos. Son míos » (131). En la tercera y última
parte « BRRRR » se han vuelto las tornas: Después de la expulsión de ambos, de la derrota final de
la madre para con su marido, el hijo se presenta como la salvación. Esta vez, él va en busca de
comida, y es él quien cuida de su madre.
« Ahora yo [el hijo] estoy cerca de controlar esta historia, de dominarla con mi cabeza de
TON TON TON To. De TON TON TON To. Mamá y yo terminaremos por fundirnos. Por
fundirnos. Gracias a mí, la letra oscura de mamá no ha fracasado por completo, sólo
permanece enrarecida por la noche. Yo quiero dirgir la mano desencajada de mamá y
llevarla hasta el centro de mis pensamientos » (132).
La madre se ha convertido en « la tonta de las calles de la ciudad ». El comportamiento típico del
hijo a lo largo de la novela, lo efectúa ahora la madre: está babeando, ríendose a carcajadas. Llama
la atención que su progresiva toma de conciencia tiene un carácter claramente corporal.
« Ahora mamá no habla. No habla. Mamá es la TON TON TON Ta de las calles de la
ciudad. (...) No habla. Mamá, con su dedo, me mancha de baba la pierna y BAAAM,
BAAAM, se ríe. Se ríe y se azota la cabeza PAC PAC PAC PAC contra el suelo » (134).
Al final la madre y el hijo terminan por fundirse completamente, manifestando desde este momento
la conducta salvaje, natural, pre-lingüística del hijo. Cuando al inicio los dos se oponían, la madre
no llegaba a comprender a su hijo hasta irritarse con él, ahora se unen en una comprehensión mutua
y fortificante.
« BAAAM BAAAM, nos reímos juntos. TUM TUM TUM TUM, el corazón de mamá y mi
corazón mantienen ahora los mismos latidos. (...) Mamá me pega en mi cabeza de TON
TON TO To para que le muestre la estrella. La estrella. Y yo le pego en su cabeza de TON
TON TON Ta. (...) Caemos sobre la tierra, babeando, babeando con la poca saliva que se
desliza desde la lengua hasta la boca abierta. Abierta. Nuestra saliva se mezcla y se
confunde. Confunde » (138).
En el último párrafo se desprenden de todos sus pensamientos, rechazan todas las inculcaciones del
Occidente para terminar en un estado animal. Nótese al uso del imperfecto del verbo vigilar: las
miradas los vigilaban pero desde este momento se han vuelto inaccesibles, seguros y amparados
contra los vigilantes amenazadores.
67
« Estamos a punto de perder el último, el último pensamiento. (...) Las miradas que nos
vigilaban apabullantes y sarcásticas no pueden ya alcanzarnos. Mamá y yo nos acercamos
extasiados mientras yo olvido mi hambre por su cuerpo, mi deseo de fundir mi carne con la
suya. Nos entregamos a esta noche constelada y desde el suelo levantamos nuestros rostros.
Levantamos nuestros rostros hasta el último, último, último cielo que está en llamas, y nos
quedamos fijos, hipnóticos, inmóviles, como perros AAUUUU AAUUUU AAUUUU
aullando hacia la luna » (139).
Ojeda afirma que la lectura alegórica del último capítulo BRRR permite reconocer en los actos,
gestos y movimientos de ambas figuras el relato de su esfuerzo enorme por liberarse. La salida de la
casa fría y el abandono por parte de la madre de la escritura que la ha absorbido, se lee desde esta
perspectiva no como una capitulación, sino como el quiebre decisivo de las cadenas lingüísticas que
la han aprisionado. La animalización final de la novela quiebra definitavamente los sistemas de
representación. Madre e hijo se desplazan hacia un espacio irrepresentable: « un territorio marginal
que el poder ministerial y paterno desecha pero un lugar ganado a ese poder », afirma Nora
Domínguezlix. Juntos componen una forma de no palabra, de no representación que parece postular
una teoría del lenguaje fundada en una forma de plenitud, un mito de lengua materna que afirma, o
por lo menos, sugiere, « la existencia o posibilidad de construir algo fuera del nombre-del-padre. De
modo que la puesta en crisis de la identidad puede ser una pérdida pero también una gestación y
abre puertas a la posibilidad de una untopía femenina, quizás más allá de nuestro entendimiento,
pero utopía al fin » (Kaplan, 2007: 100).
« Es una novela que la pensé muy políticamente, en términos de liberar la diferencia de
escritura, la diferencia de sujeto, los órdenes, los lugares sociales, los roles. Quise pasar por
varios niveles y llegar sobre todo a la escritura, a la escritura como riesgo y como desalojo,
que te puede desalojar » (Morales, 1998: 48).
Los vigilantes plantea un cambio de las estrategias de lucha y de supervivencia. Al desafiar la
construcción tradicional de la maternidad, al construir la madre más como una relación que como
un rol, Eltit se ataca al mismo tiempo otras formas culturales. Escribiendo este texto, no sólo pone
en crisis la identidad materna, sino que también transforma las prácticas lingüísticas y sociales.
« Cuestiona el orden simbólico y las representaciones del lenguaje, cuya fuerza principal reside en
presentarse como perteneciendo al orden natural, inmutable, como si siempre hubiera existido.
Intentan así un escape, o por lo menos una reparación, a la violencia simbólica ejercida por la
68
representación dominante » (Kaplan, 2007: 101). La oposición más eficaz contra un poder
hegemónico que inscribe y proscribe los cuerpos en una sociedad, que les impone un
comportamiento, un ritmo de vida, que los coloca en un sitio fijo, que los disciplina con normas y
reglas forzadas y así protege las relaciones de poder existentes, consta pues de adoptar un nuevo
tipo de lenguaje, efectuar una profunda reformulación discursiva. Re-escribir el cuerpo femenino es
más que una reinterpretación de la posición de las mujeres: implica una reformulación del poder
masculino, y de todas las relaciones sociales en general. A partir de un tabula rasa Eltit intenta
reconstruir las identidades políticas, sociales y culturales con vistas a encontrar una nueva manera
de comunicación y de connivencia, basadas en una tolerancia vital y una solidaridad auténtica.
En resumidas cuentas, la protesta bienintencionada de Margarita es noble pero no resulta ser eficaz.
El conflicto conduce a una subasta mutua y al final se zanja por la ley del más fuerte, con un
desenlace previsible. Se revela aquí la paradoja que pese al hecho que la resistencia organizada
permite a un grupo disidente sobrevivir dentro de un sistema hegemónico y oprimidor, este mismo
sistema acusado y la desigualdad siguen existiendo. Tal como la ayuda al desarrollo para los menos
favorecidos permite a los más débiles no sucumbir del todo, así deja que el sistema desigual
tampoco se derrumbe. Podemos seguir este proceso mental hasta la corriente feminista, que
seguramente ha reforzado la posición de las mujeres pero simultáneamente las ha encasillado. Se
supone que las mujeres se encaramen a la misma altitud de sus homólogos masculinos y siguen la
vereda pavimentada de los hombres. Pero el modelo de la carrera profesional, la forma de
determinar los sueldos, los ascensos están basados en una trayectoria de hombres. Por la tanto las
mujeres encontrarán más problemas cuando deben asimilar este mismo ritmo y así la supremacia
masculina sigue existiendo. Recientemente salió un estudio de Susan Pinker, The sexual paradox.
Men, women and the Real Gender Gaplx. En su libro la autora postula que el llamado 'techo de
cristal' que las mujeres encuentran insuperable en los lugares de trabajo está construido por si
mismas. En términos del poder podríamos decir que las mujeres están dominadas pero también se
dejan dominar. Por sus características biológicas inherentes y sus sensibilidadas innatas el sexo
femenino opta más frecuentemente por una vida humilde fuera de los focos. Son ideas que provocan
el resentimiento de los feministas. La biología como posible explicación del abismo genérico
existiente ha sido siempre rechazada por el feminismo clásico, pero muy probablemente nos puede
aprender mucho sobre el tema. Según Pinker las mujeres serían, por la presencia de oxitocina, más
empáticas que los hombres. Debido a la testosterona, ellos serían más inclinados a tomar riesgos. El
cerebro masculino reacciona de manera diferente a la adrenalina que emana de la competencia:
excita a los hombres mientras que paraliza a las mujeres, étcetera. Pese a las buenas intenciones
feministas resulta difícil ignorar las diferencias biológicas y sicológicas que existen entre ambos
69
sexos. De hecho, el sexo femenino no debería mostrar valor de ciencias masculinas, no debería
asimilar esta conducta sino que debería seguir su propio camino, según sus necesidades específicas
y su propio reloj biológico. Existen sistemas de trabajar a tiempo parcial, y una planificación
alternativa de carrera que son ya pasos en la buena dirrección. Igual que estas concepciones
renovadoras de trayectorias profesionales más ajustadas al ser femenino, se requiere un cambio de
perspectiva, una nueva forma de connivencia y de comunicación que concede un lugar al contenido
diferente que mujeres -o grupos culturales minoritarios- dan a la vida. Hombres y mujeres no son
idénticos y no deberían actuar como tal. Las mujeres traen hijos al mundo y los hombres ostentan
una fuerza muscular más desarrollada. Sin embargo, estas discrepancias no pueden formar un
motivo directo para cualquier desigualdad estructural dentro de una sociedad, ni entre los dos sexos,
ni entre distantas comunidades étnicas o raciales. El fenómeno de diversidad conviene ser valorado
y respectado, por la simple razón de que es auténticamente universal. Deberíamos dejar de
comparar y de asimilar individuos y comunidades a una única norma. Si un día podemos tratar el
fenómeno de la diversidad no como un problema sino como algo natural, podríamos satisfacer las
necesidades específicas de todos. Ya que si seguimos excluyendo más de la mitad de la raza
humana, nuestra autocomplacencia tarde o temprano se tornará en contra de nosotros, porque
nuestros prójimos hambrientos no esperarán tranquilamente bajo un árbol hasta que se extinguen
por completo.
70
5 Conclusión:
El propósito de este trabajo consistía en revelar la deconstrucción -postestructuralista- de las
estrategias del poder, tal y como Diamela Eltit lo efectúa en su novela Los vigilantes. Hemos
querido decifrar el funcionamiento de una autoridad política, familiar y cultural y la manera en la
cual actúa sobre el cuerpo, un territorio moral donde se ensayan las influencias del poder. Siguiendo
las concepciones de Eltit hemos considerado el poder como históricamente masculino, y dentro del
paradigma genérico interpretamos el cuerpo como femenino. En Los vigilantes hemos discernido
tres esferas operacionales del poder: la política, la familia y la cultura. Podemos considerar la
protagonista Margarita y el destinatario de sus cartas, el padre de su hijo, respectivamente como
cuerpo-ciudadano y gobierno autoritario, como mujer-madre frente al patriarca, y como cultura
alternativa versus el canon. En primer lugar el conflicto matrimonial se lee como un enfrentamiento
político: el gobierno autoritario y su economía neoliberal aplican rigurosamente el reglamento del
'Occidente', y excluyen de esta manera las clases más pobres de la sociedad, los desamparados. Esta
dicotomía se ve dentro de Chile, pero también a una escala mundial. La novela permite asimismo
una lectura genérica sobre la opresión patriarcal de la mujer-madre: Margarita simboliza la lucha
emancipatoria del sexo femenino contra una hegemonía masculina en una cultura machista. La
tercera dimensión que adquieren las cartas de Margarita es claramente cultural. Por un lado, la
escritura materna alegoriza las producciones experimentales -como las de Eltit- relegadas a segundo
plano por un canon literario dominante, apoyado por las medias de comunicación. Éstos propagan
unas concepciones tradicionales de la estructura familiar que colocan al hombre y a la mujer en un
sitio determinado. Por otro lado, las cartas simbolizan la inscripción del cuerpo por el poder, y el
deseo de Margarita de escribir su propio cuerpo. El término 're-escribir' implica un proceso de
deconstrucción y de reconstrucción: el procedimiento deconstructor descubre el cuerpo de sus
capas ideológicas hasta llegar a un cuerpo arcaíco, en blanco. Al final de la novela asistimos a la
animalización de la madre y su hijo, o sea, su paulatino sacudimiento del yugo moral del Occidente.
Esta liberación los permite llevar una vida auténtica e honesta, quizás utópica, pero de tosos modos
desprendida de las fuerzas autoritarias homogeneizantes. Los vigilantes expresa un reclamo al
respeto por la diversidad humana, al reconocimiento de los modos de vivir aberrantes de la norma
instaurada. En su novela Eltit deconstruye enteramente la estructuración ideológica de la autoridad
hegemónica, extirpando cada capa hasta llegar a un fondo intacto y puro, con el objetivo de buscar
y reconstruir desde este suelo virgen una nueva forma de comunicación, despojada de cualquier
contaminación de un sistema profundamente desigual y deshonesto: una connivencia caracterizada
por necesidades compartidas y comprehensión mutua.
71
6. Notas
i
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iii
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iv
Avelar, Idelber. 2000. Alegorías de la derrota: la ficción postdictatorial y el trabajo del duelo.
Santiago de Chile: Editorial Cuarto Propio, pp. 224.
v
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x
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xi
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xii
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