Mujeres de agua

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CENTRO DE CULTURA CASA LAMM
CON RECONOCIMIENTO DE VALIDEZ OFICIAL DE ESTUDIOS DE LA
SECRETARÍA DE EDUCACIÓN PÚBLICA, SEGÚN ACUERDO
No. 2005229 DE FECHA 22 DE ABRIL DE 2005
MUJERES DE AGUA
TESIS
QUE PARA OBTENER EL GRADO DE
DOCTORA EN CREACIÓN LITERARIA
ÁREA NOVELA
P R E S E N T A
PATRICIA MATILDE VALLADARES DE LA CRUZ
DIRECTORA:
DRA. CLAUDIA GÓMEZ HARO DESSDIER
MÉXICO, D.F. 2013
Always to Malki
Para el bien amado Gabriel
Agradecimientos
Con infinito agradecimiento a mis amigas y amigos que me permitieron reinventarles la vida. Para curarnos en salud, la mayoría de los hechos narrados
aquí son pura política ficción, aunque mi santa madre no lo crea. Cualquier
parecido con la realidad es mera coincidencia.
Con especial agradecimiento para mis maestras del taller de la Casa Lamm,
Susana Corcuera y Cecilia Urbina, por sus conocimientos, paciencia y
meticulosidad en la revisión desde el inicio de este trabajo.
A mis compañeras y compañeros del taller que aguantaron estoicas y
estoicos las 3600 revisiones de las aventuras de Milena sin enloquecer del todo.
A los doctores Juan Antonio Rosado y Ramón Moreno por sus doctos
comentarios que me fusilé sin pudor para la introducción.
A mi cómplice de aventuras, la doctora Olivia Tena, gracias por todo.
Gracias también por la revisión exhaustiva que hicieron el pintor Héctor Zerón y a
mí amigo poeta Carlos España.
En especial a Dov Orian y mí amado hijo Gabriel por sus lecturas y sus
críticas, sobre todo por su compañía amorosa.
ÍNDICE
1. Territorios de guerra .....................................................................4
2. Cautivas ......................................................................................23
3. El contratante..............................................................................42
4. Hay muertos porque tenemos éxito ............................................51
5. Donde habita el olvido ................................................................62
6. Necia mi sangre insiste en perseguir la tuya ..............................71
7. Amapolas amarillas ....................................................................82
8. Concierto para violín y orquesta .................................................97
9. Lágrimas del mar ......................................................................106
10. Prefiero ser tu amante .............................................................122
11. Mejor que un episodio de los Intocables ..................................128
12. Resistencias ............................................................................156
13. De vuelta a casa ......................................................................166
14. Mujeres de agua ......................................................................179
15. Madrugada cero.......................................................................187
16. Epílogo o nadie sabe para quién trabaja .................................197
Introducción
Ciudad de México. Una fotógrafa de guerra es secuestrada. La detective y
ex policía, Milena Ruiz tiene quince días para resolver el caso. Durante su
investigación conocerá a una diputada, a un senador del Partido con delirio de
grandeza y a una activista de las causas indígenas. Milena cuenta su historia en
primera persona y la de tres mujeres que se enfrentan a los horrores de la muerte.
Mujeres de agua que enjugan la sangre derramada.
Para Ramón Moreno (2012) la novela Mujeres de agua es una narración
política y policíaca que nos presenta una trama intensa de persecuciones,
asesinatos, hipocresía, corrupción y sexo. La protagonista debe luchar contra un
medio social, político y económico podrido, corrupto e hipocrática, no obstante
puede combatir en contra de todo ello, no tanto por idealista, que lo es, sino
porque lo conoce a la perfección, pues participa de alguna forma en él.
Esta novela, se enmarca en las más recientes tendencias literarias, nos
muestra un realismo sucio en la que la autora nos deja ver sus lecturas de
Bukovsky, Serna y Bolaño. El México que vemos no nos gusta, pero no podemos
dejar de reconocer que es verídico. Que la resolución de la trama sea un tanto
dulce y emotiva no niega la factura sentimental de los personajes que no por ello
dejan de ser hermosos y malditos. Para Juan Antonio Rosado (2012) la trama
político policíaca cumple con una función crítica, sin caer en el maniqueísmo.
En cuanto al estilo se caracteriza la obra por una prosa llana, despojada de
toda pretensión retórica. La caracterización de los personajes, sus estructuras
internas, así como los medios en que se desenvuelven, las atmósferas que los
rodean y los escenarios son verosímiles y logran captar la atención del lector
gracias a recursos como la tensión. (Rosado, op. cit.).
Mi intención al escribir esta novela fue insertarme en la tradición de la
novela negra escrita por mujeres, género que no es muy común en la literatura
mexicana.
…toda la noche llueves, todo el día
abres mi pecho con tus dedos de agua,
cierras mis ojos con tu boca de agua
sobre mis huesos llueves…
OCTAVIO PAZ
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Casa de seguridad
Los hombres descienden de la camioneta al mismo tiempo. Eloísa escucha la
fuerza de sus botas, el sonido de las armas contra sus cuerpos, una puerta que se
abre. Un perro grande ladra. Gotas de lluvia golpean sobre un techo metálico. El
tipo que va junto a ella anuda el hiyab blanco que le cubre la cara. Entre dos
hombres la cargan en vilo. Suben las escaleras, la arrojan sobre una cama, le
amarran las muñecas con una cuerda, la amordazan, le aprisionan los tobillos con
cinta canela. El individuo aprovecha para tocarle los muslos con sus manos
gordas. Le colocan unos goggles cubiertos con cinta negra. Total oscuridad. Más
vale que no se mueva, le dice el tipo rozándole la barbilla. Si se pasa de lista,
señora, aquí se muere. Los hombres salen de la habitación. Cierran con llave.
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1. Territorios de guerra
Día 1.10:00 AM
Starbucks del Ángel de la Independencia. Reforma
Ciudad de México
Sólo me tomó diez minutos. Fue una carrera corta desde mi hábitat hasta
Reforma, not bad at all. No me gusta el sol, prefiero correr cuando las aceras
exhalan la humedad que deja la lluvia. Todavía es temprano. No quiero que este
señor me vea sudada. Voy al baño. Me seco la cara. Un poco de color en los
labios no me vendría mal. Espero que mi look deportivo no le moleste. La verdad
me da lo mismo. Me contrata por lo que sé, no por mi facha. La mayoría de las
mesas están vacías; al fondo, sentados en el lounge blanco, un grupito de turistas
rubios hojea guías de viaje.
El hombre llega a la hora exacta. Viste una camisa blanquísima
arremangada hasta los codos, que exhibe los vellos tupidos de sus antebrazos. No
trae corbata; usa un pantalón de casimir negro. Aunque quizá tenga más de
5
cuarenta años, noto cierto aire juvenil. Es alto y delgado, parece serio, pero luce
una sonrisa casi infantil que oculta una historia no contada. Sin duda, hay tipos
que nacen con buena estrella: Mauricio Fuentes, además de guapo, es rico, ¿o
además de rico es guapo? En este caso, el orden de los factores no altera el
producto. Sin embargo, durante la entrevista no dejó de voltear a todos lados,
como si temiera que alguien nos estuviera observando.
El empresario quiere que encuentre a su amante. Hace dos días que no
sabe nada de ella. Tenían reservaciones para un
SPA
de Cuernavaca. No hay
felicidad completa. Me cuenta que su dama vive con un prominente senador del
Partido. Según sus elucubraciones, el político es el principal sospechoso. Teme
que éste la haya desaparecido.
Del bolsillo de la camisa, saca la típica Montblanc con una estrella blanca
en la cima. Anota su número privado y la dirección de correo electrónico en la
parte trasera de la tarjeta de presentación. Mis ojos se detienen en las manos
grandes y cuidadas; en el anular izquierdo, una argolla dorada de matrimonio.
Fue muy claro al marcarme las condiciones del trabajo: por ningún motivo
puedo hablarle por teléfono. Sólo estaremos en contacto por mail. Tengo que ser
absolutamente discreta, y lo más importante: debo actuar con urgencia. A cambio,
recibiré dos cheques de un millón de pesos cada uno; el primero para gastos y el
otro para mí, al finalizar el trabajo. Por esa lana encontraría a la mujer de
cualquiera.
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22.00 PM
Departamento de Milena Ruiz
Tengo que encontrarla lo más pronto posible.
No puedo dejar de pensar en la entrevista, perdí todo el maldito día
deambulando por las calles de la ciudad, comprando insumos para la
investigación, lo último en gadgets. No hay nada mejor que gastarse el dinero
ajeno.
Hago la hora reglamentaria de spinning. El ejercicio me ayuda a especular;
necesito pensar en cómo desfacer este entuerto. Me pongo los guantes y los
botines, golpeo y pateo el saco de kick boxing hasta que el sudor me arde en los
ojos y me impide ver más allá de la nariz. Sólo me detengo cuando el temblor de
los músculos me obliga.
Voy por el único litro de Gatorade que queda en el servibar. Aprovecho para
servirme un Appleton Estate con coca light. Me dirijo al escritorio, pongo en el piso
la montaña de libros a medio leer, tendré que dejar para después como corre
Murakami y la antología de poesía mexicana. Enciendo la laptop y googleo.
Aparece una veintena de entradas. Después de un largo sorbo al ron, leo la
primera nota:
Eloísa Castellanos, fotógrafa de guerra, expondrá su trabajo sobre Mujeres
refugiadas en el Museo Franz Mayer, del Centro Histórico de la Ciudad de
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México. La inauguración será el 14 de septiembre. Las ganancias serán donadas
a una casa hogar para niños indígenas.
Miro el calendario. Faltan dos semanas. Tengo que trabajar muy rápido: el
empresario insistió en que debo hacer lo posible para que la desaparecida se
presente en su evento. Estoy ansiosa. Casi puedo oler la adrenalina que me
impulsa al inicio de la cacería, siento mariposas patonas revolviéndome el
estómago. No está mal, acabo de llegar y ya tengo chamba. A nadie le sobran dos
millones de varos.
No lo puedo evitar, me gusta trabajar bajo presión. En la Fiscalía siempre
dejaba para el final la elaboración del dictamen de la investigación; a unas cuantas
horas del plazo fatal, me entraba un frenesí escritural, no podía ni comer. Pasaba
en vela la última noche, tomando jarras de café. Cuando por fin lo entregaba,
siempre, a última hora, la tensión terminaba. Es como cruzar las avenidas de
cuatro carriles con los semáforos en ámbar. Me gusta la maldita sensación de
estar al filo del desastre.
Miro de reojo el departamentito de la Roma que alquilé hace tres meses: el
escritorio frente a la ventana, la enorme pantalla de plasma empotrada a la pared,
un pizarrón blanco multifuncional, varios almohadones de colores sobre una
alfombra gruesa... El pizarrón me sirve de periódico mural o como flujo-grama de
investigaciones. En realidad, lo uso para poner recordatorios o frasecitas hechas;
me encantan las frases hechas, por eso cuando regresé me compré Las 12500
frases célebres. Esta semana la ocupa Terencio: Nada humano me es ajeno. La
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otra habitación es cantina y remedo de gimnasio. En mi supuesto dormitorio, un
colchón sobre el piso y cajas de ropa a medio abrir, con sombreros, pelucas y
diferentes tipos de zapatos. Lo acepto, no tengo ganas de desempacar.
En la segunda entrada del buscador, aparece un catálogo de fotografías de
mujeres afganas en un campo de refugiados pakistaní; hay una larga entrevista en
la que un reportero le pregunta a Eloísa por qué se volvió corresponsal de guerra:
…La verdad no puedo evitar volver a las zonas de conflicto. Sobre todo me
indignan los burkas que marcan y clasifican a las mujeres, ya sea por ser pobres,
por pertenecer a una determinada familia, a una clase social o por su estado civil.
Van por la vida mirando el mundo a través de las rejillas de tela como si fueran
jaulas coloridas. Como ellas, no puedo elegir. Siempre regreso a los lugares
donde el cuerpo de las mujeres es un territorio de guerra.
¿Qué le pasa a esta dama? Me levanto, me sirvo otro trago, escribo en
automático en el pizarrón: el cuerpo de las mujeres como territorio de guerra.
Descargo una fotografía de la desaparecida, la imprimo, la escudriño. Quiero
alguna pista. Sus rasgos son finos y la piel, apiñonada. Está vestida con un sari
color bermellón. En el entrecejo lleva un bindi del mismo tono que su ropa. Lo que
más me intrigan son los ojos, delineados con gruesas rayas negras de khol, que
los hacen parecer más grandes y penetrantes; parece la foto de una árabe o de
una hindú. Quizá sus ancestros eran españoles de origen medio oriental. Decido
llamarla Ojos Brillantes. Prefiero evocar a las personas tomando en cuenta alguna
característica física o psicológica, por eso mi Yossi es Abdomen de Piedra.
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Fracciono a la gente como estrategia para mantener cierta distancia emocional. Si
pensara en las víctimas o en los asesinos como si fueran personas completas,
sentiría tanta conmiseración o tanta rabia que no podría actuar con objetividad.
Coloco la foto de Ojos Brillantes en el centro del pizarrón.
Las luces de neón penetran por la ventana sin cortinas. Mi mirada busca la
noche. Por instantes, recuerdo el abdomen musculoso de Yossi, pero ahora no
estoy para eso. No sé qué hacer para sacármelo de la cabeza. Una y otra vez se
repite la misma historia.
Una madrugada helada volvía más blancas las paredes del nuevo aeropuerto de
Tel Aviv. Los muros de piedra cremosa semejaban a la ciudad vieja de Jerusalén.
Llevo más de una hora en la fila para el check-in de El Al, la insoportable línea
aérea israelí. Quiero entregar los documentos migratorios de prisa para que la
agonía sea más corta. No me escapo de las insidiosas preguntas de los guardias
de seguridad: ¿A qué vino a Israel? ¿Habla hebreo? ¿Dejó solo su equipaje?
¿Con quién viaja? ¿Habló con extraños en el aeropuerto? ¿Con quién estuvo?
¿Dónde estuvo? Contesto con frases en hebreo, luego en inglés; al final sólo
articulo respuestas en español. Vine a estudiar al Levinson College, vivía en Jaffo,
tomé un curso sobre combate contra violencia urbana. Les muestro mi credencial
de estudiante. No dejé mi equipaje. Transpiro. Llaman a otro guardia que habla
español. Se repite el interrogatorio. Minutos después se acerca Yossi Levy, saluda
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a los guardias, shalom, hi ha havera sheli. Sí, estoy con él. Por fin pegan una
pequeña etiqueta verde en mi pasaporte. Puedo seguir adelante.
Caminamos de prisa, adivinando nuestros pensamientos. Entramos en el
ascensor de carga. Él atora el botón. Entre las manos, me toma la cara y nos
besamos con la intensidad de quienes se separan por largo tiempo. Aún no te vas
y ya te estoy extrañando. Algo de mí se va contigo. Una lágrima mezclada con
saliva. Nos metemos las manos bajo la ropa. Él lengüetea la hendidura entre mis
pechos. Le subo la playera y acaricio su vientre; nos miramos como si fuéramos
únicos, los primeros, los de siempre. Salimos del ascensor, nos acomodamos la
ropa. Él pasa su mano sobre mi cabeza y me acomoda el pelo; me acompaña
hasta la puerta de la aduana, donde nos entreveramos en un abrazo de amantes
primerizos. Por última vez, me mordisquea la boca. Desaparecemos tras las
puertas de cristal.
Toda la puta noche naufragué en internet. Que si Pakistán, Afganistán, el opio, las
rutas de la droga, los talibanes, la invasión de Irak, Bin Laden, las estatuas
dinamitadas de los Budas, las fotografías, el empresario, seis Appletons Estate,
una cajetilla de Marlboro, un porro, una película israelí en la tele… A las cuatro de
la mañana, un desmadre mundial y sólo dos certezas:
1) Al rato sufriré una maldita resaca.
2) Eloísa Castellanos es una fotógrafa famosa que no se queda mucho
tiempo en ningún lugar; estuvo en países donde había conflictos armados o
levantamientos guerrilleros. ¿Le gustará la guerra?
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Me tiro sobre la cama con la ropa puesta. Antes de dormir, apunto en la
libretita que dejo junto al colchón:

Pedir informes a la encargada de personas extraviadas de la
Fiscalía.

Investigar al Contratante y al senador.

Hablar con Silvia.

Contactar a Mara, organizadora de la exposición. ¿Qué relación hay
entre estas tipas?
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Día 2. 9:00 AM
Departamento de Milena Ruiz
Me despierta el olor del cenicero repleto de colillas. Tengo náuseas. Apesta mi
maldito hábitat. Me levanto, abro las ventanas de par en par. El ruido de los autos
invade mi cuarto, rompe el silencio matutino. Me gusta adivinar a qué hora
prenderán la fuente. (Escogí este depa sólo para mirar la fuente del parque).
Según mi análisis probabilístico, hoy será a las diez treinta, pero como llueve
diario, tal vez la enciendan más temprano. ¿Nueve en punto?
Por fin consigo fuerzas para salir. Miro el pizarrón y me despido de Ojos
Brillantes. Ya en la puerta, me regreso y coloco también la foto de Abdomen de
Piedra (le recorté la cabeza; no quiero hablar con él). Hoy no habrá tiempo para el
ejercicio; entonces decido correr los cinco kilómetros que hay desde mi hábitat
hasta las oficinas de la Agencia Especial de Investigaciones. No deseo
reencontrarme con los imbéciles de mis ex compañeros de trabajo, mucho menos
con el Chuky o el Magiver, ni que esos idiotas me miren con su cara de lástima; de
seguro después murmurarán a mis espaldas: pobrecita vieja, cómo le chingaron la
vida.
¿Cada uno es fiel a su naturaleza? Quiero convencerme de que por algo
ocurren las cosas, de que todo está conectado. Quizá sea por culpa de Ojos
Brillantes o cosa del destino; el caso es que aquí regreso al maldito lugar donde
dije que nunca volvería. Antes de entrar al edificio, fui en busca de Merlín. La
verdad sea dicha: necesito unas líneas.
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El vestíbulo del edificio es oscuro y húmedo. Huele a mugre y a sudor viejo.
Me acuerdo cuando llegué por primera vez comisionada a Delitos sexuales; fue
cuando empezaron las agencias especializadas. Creía que podía cambiar al
mundo, puras pendejadas idealistas. Después terminé el máster en criminología,
me mandaron a Homicidios y luego a Feminicidios. Sólo te gusta investigar cosas
de mujeres, me dijo mi jefe de entonces. Mira si yo lo sabré; si las mujeres no
matamos, ni hacemos la guerra, pero siempre nos toca la peor parte. Mierda, a ver
con qué me encuentro.
Después de todo, no estuvo tan mal. Los ex colegas de la Fiscalía se
portaron a la altura. Después de tres frases, se renovó la complicidad de polis.
¿Cómo no va a ser así? Éramos del bando de los buenos. Te ves muy bien. Estás
toda atlética. ¿Desde cuándo usas el pelo a la punk? Se ve que has entrenado.
¿Dónde estuviste? Está de la chingada la situación en el país. A diario aparecen
descabezados por todos lados y cosas de esas. Yo les contesto de manera
impersonal: estuve en Medio Oriente. Ahora trabajo a la libre. Me anuncié como
detective privada en internet y ¡Bingo! Ya me cayó mi primera chamba. Investigo la
desaparición de una mujer. Por cierto, necesito su ayuda para averiguar algunas
cosas. No hay bronca, hay lana de por medio...
Antes de salir, paso al baño de mujeres. Me meto un par de rayas (ya
extrañaba un jalón de coca). Lentamente pruebo los químicos que pasan por la
nariz y me adormecen la garganta; miro en el espejo mis ojos vidriosos, me lavo
las manos y seco los residuos de agua en las puntas de mi pelo; camino hacia
Paseo de la Reforma. Me siento viva.
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Según el Contratante, la última vez que habló por teléfono con la Ojos fue el
jueves anterior, alrededor de las cinco de la tarde. Ella le dijo que iba atravesando
la calle de Río Tíber hacia el Circuito Interior. Manejaba una camioneta Jeep
verde, por supuesto de modelo reciente.
Entro al Sanborns junto al hotel María Isabel. Escojo una mesa que me
permita mirar la calle donde supuestamente desapareció la mujer. Son las cinco
de la tarde. El tránsito fluye de manera regular. Aprovecho para leer mis mensajes
en el iPhone. El primero es del Contratante:
Le envió los números telefónicos de Eloísa: sus celulares y el de su casa. No sé
su dirección. Vive por la carretera vieja a Cuernavaca. La placa de su camioneta
es LYX 10-89.
El siguiente mail es de Mara:
Con todo gusto me reuniré con usted. Estaré el fin de semana en la Ciudad de
México. Ponga fecha y hora. Puede ser en el café enfrente de la plaza Luis
Cabrera, en la Roma. Ahora estoy en Oaxaca.
¿Quién será la tal Mara? Reviso su blog. Es la directora de un albergue
para niños indígenas en la comunidad de los Girasoles, en Oaxaca. Aparece
retratada con varios escuincles de todas las edades, vestidos con sus ropitas
tradicionales; en otra foto, unas niñas se corretean sonrientes entre la hierba
crecida. Descargo la foto de presentación de la mujer (las personas escogen su
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mejor imagen para la presentación de sus páginas; de ser posible, bien retocada).
La solidaria Mara parece una fugada de los setentas: viste un huipil tradicional,
tiene el pelo canoso hasta las orejas y del cuello le cuelga un collar de granos de
café. No usa una gota de maquillaje, y de todos modos se ve bien. Le han de
sobrar unos ocho kilos. Eso sí, luce muy saludable. Más tarde colocaré su foto en
el pizarrón, a cierta distancia de Eloísa. Ella será la Indigenista.
Otro mensaje de mi enlace en la Fiscalía:
No hay ningún reporte oficial de la desaparición de la fotógrafa. Tampoco hay del
robo del jeep.
Obvio, si nadie confía en el Ministerio Público. No me sorprende que nadie haya
denunciado la desaparición de Eloísa, si en este país sólo se denuncia el tres por
ciento de los delitos. Eso me lleva a dos preguntas: 1) además del Contratante,
¿alguien más la extraña?, y 2) si yo desapareciera, ¿alguien lo notaría? La puta
realidad es que fuera de tres o cuatro personas cercanas, nadie nos va a echar de
menos. Me salto de prisa todos los correos spam. Espero encontrar al menos unas
líneas de Abdomen de Piedra. Búsqueda infructuosa. ¿En dónde chingados
estás? Aunque no lo creas, mi amado, estoy sola bebiendo una tercera cerveza.
No tengo tiempo para azotarme. Mejor pago la cuenta y me largo a tomar fotos del
lugar donde supuestamente ocurrieron los hechos.
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La librería de la tienda me atrae como un imán. Hago una rapidísima
revisión de la mesa de novedades y me encuentro con el libro de fotografías de
Eloísa Castellanos. Not bad at all. Quizá por ratos los dioses están de mi parte. Lo
hojeo de prisa y veo la entrevista que leí en Internet. Lo guardo en mi mochila
(sorry, tengo la manía de robar libros, hasta donde yo sé aquí no hay detectores)
salgo a la ciudad a seguir con la tarde.
Día 2. 15:00 PM
Restorán Cardenal. Centro Histórico.
Ciudad de México.
Silvia Plata llegó temprano a la cita. Atravesó el salón y escogió una mesa en un
rincón apartado; abrió un libro para esconderse entre las páginas. Minutos
después, apareció Milena. Ambas se dieron un largo abrazo.
— Por fin nos vemos —dijo Silvia—. Tenemos tanto que contarnos…
— ¡Estás guapísima! El poder te sienta bien, mi reina. Para empezar, dime
cómo está eso de que eres diputada.
— Para empezar, querida, antes que nada, pidamos unos tequilitas —
Silvia se sonrió con un aire divertido. Lo de la diputación ya te lo conté
en un correo; estabas en no sé qué país cuando te escribí. Para hacerte
corta la historia, y aunque no me lo creas, literalmente fue hasta mi casa
una comisión del partido y me invitaron para ser plurinominal, en el
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segundo lugar de las listas, o sea que entraba directito, sin campaña ni
nada.
— ¿De veras? Es el sueño de muchos.
— Ya sabes, para cubrir la cuota de mujeres. Por supuesto que no fue por
mi linda cara. Cuando estuvimos en Ciudad Juárez hice algunos amigos
importantes. Tuvimos mucha prensa.
— ¡Cómo olvidarlo, si nos pusimos una chinga!
— Tuvo su consecuencia positiva.
— ¿Pero diputada? Dijo Milena arrugando la nariz en señal de asco.
— Ya sabes, si quieres cambiar las cosas es más fácil hacerlo desde
adentro.
— Ya lo decía Monsiváis: el paraíso terrenal en este país es una curul de
diputado.
— Por lo menos la información fluye.
— Pero a los diputados y a los polis no los quieren ni en su casa. Con
honrosas excepciones, como usted comprenderá, doctora diputada.
— Nomás deja que te cuente de lo que me he enterado en la Cámara —
Silvia disminuyó el volumen de su voz—. Con decirte que hay diputados
que tienen órdenes de aprehensión en sus estados y otros que de plano
no pueden entrar a Estados Unidos. Ya sabes, hay desde narcopolíticos
hasta corruptos de diversa calaña; por supuesto, todos con fuero... Pero
de veras que no son todos, sólo la mayoría.
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Milena levantó su vasito para brindar. Le contó a su amiga sobre la
investigación, el Contratante, la desaparecida y la premura por resolver el caso.
— Así que, doctora diputada, recordemos nuestros tiempos en la Fiscalía,
ayúdeme a pensar cómo resolver este embrollo.
— Cuenta con eso, querida, date una vuelta por la Comisión. Tenemos un
banco de datos sobre desapariciones y delitos violentos contra las
mujeres. Tenemos una biblioteca sobre género. También te voy a poner
en contacto con un periodista experto en secuestros.
— ¿Quién? no me digas que tu periodista.
— El mismo, ya verás, es encantador.
— Dejémonos de trabajo y vayamos a lo importante. Cuéntame de tu
hombre para que luego te cuente del mío. Vamos a mi hábitat, así
fumamos si se nos antoja.
Salieron del restaurante y siguieron la conversación en la camioneta de Silvia.
Milena no paraba de preguntar por los asuntos del país. La diputada saltaba de un
tema a otro: los narcos con varias ciudades copadas; la oposición habla de un
Estado fallido, investigaciones sobre el gobernador de Oaxaca, un lío de
pederastas en un jardín de niños...
— La prejuiciosa de mí creía que los salvajes estaban en África o en el
Medio
Oriente.
Dondequiera
se
cuecen habas.
Por cierto,
la
desaparecida tenía una camioneta como ésta, pero verde. ¿La tuya es
blindada, verdad?
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— Sí. Después de lo que pasó contigo, tomo mis precauciones. Tengo un
chofer-guarura. Hoy lo mandé temprano a casa. Es de confianza, ya
sabes, pero no me gusta que se entere de mi vida privada.
— ¿Sabes algo del hijo de puta del comandante?
— Nada, parece que se lo tragó la tierra.
— Pinche cabrón, tarde o temprano voy a encontrarlo, masculló entre
dientes.
— Ya olvídalo Milena. Hay que seguir adelante
— Qué maldita obsesión tienen los chilangos por las camionetas. He visto
muchas en las que va sólo un pasajero. No se dan cuenta de que tragan
gasolina como locas. Chingada madre, destruyen el planeta, dijo Milena
tratando de desviar la conversación
— Sí, querida, pero subirte a un taxi en esta ciudad, sobre todo en la
noche, ya está considerado como un deporte de alto riesgo.
— Sí, pues, pero podrían andar en un cuatro cilindros. Vi que hay
autobuses rositas sólo para mujeres, ¿no?
— Sí, pero no son suficientes.
— ¿Cuál es el mensaje? Que las personas se encierren en sus casas para
que no les pase nada. No mames, no way.
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Día 2. 23: 00 PM
Departamento de Milena Ruiz
Las amigas se pusieron cómodas. Arrumbaron los zapatos y los bolsos en un
rincón del salón. Se sirvieron otro trago. Milena le mostró el flujo-grama y le
presentó a los personajes de su nueva aventura.
— Aquí están la Ojos Brillantes, la Indigenista, el Contratante (todavía no
bajo la foto). Y éste es el hermosísimo Abdomen de Piedra (tengo otra
donde se le ve la cara).
— Está como de portada de revista de deportes —contestó Silvia—,
aunque para mi gusto muy lampiño y parece soldado, ¿no?
— Qué te pasa, mi reina, es precioso. — Silvia sacó su Blackberry y le
mostró una fotografía. Te presento a mi periodista. Éste sí es hermoso.
— Parece descendiente directo de Cuauhtémoc.
— Es de color de la tierra, delgado, ojos almendrados, con una coleta que
le cae sobre la espalda… Por cierto, tampoco tiene vellos…
— ¿Será alguna mutación masculina posmoderna? —interrumpió Milena.
— Apenas va a cumplir cuarenta —dijo Silvia con cierto pudor.
─ Mi Yossi también es más chico; tiene la edad divina: treinta y tres, y es de
la etnia del mismísimo Jesús... ¿Te das cuenta? Somos del mínimo
porcentaje de mujeres que andan con hombres más jóvenes,
juguetona.
acotó
21
—Sólo espero que no nos salga nuestro instinto maternal, concluyó Silvia.
Milena aprovechó la pausa para conectar el iPhone a unas bocinas
portátiles. Se escuchaban bajitos los primeros acordes de una canción de Sabina;
en automático, empezaron a canturrear: pisa el acelerador, es estupendo, salir
corriendo; si en la película de ser mujer, estás harta de tu papel, pisa el
acelerador.
— Nunca nos compusimos, seguimos siendo las mismas desquiciadas.
— No, querida, ahora somos peores.
— Estás de suerte, Milena —dijo Silvia mientras miraba cuidadosamente el
pizarrón—. He visto antes a la fotógrafa. Déjame pensar. La vi hace
poco en una galería de Polanco; iba del brazo del senador Pineda.
— ¿Antonio Pineda?
— Ese que ha sido presidente de dos partidos diferentes. Creo que fue
también secretario de Estado, un personaje medio siniestro. Somos
compañeros de partido, es muy educado conmigo. Mañana te averiguo
lo que pueda.
— Mejor lo googleo de una vez. Funciona mejor que el oráculo de Delfos.
Veamos cuántas entradas tiene el senador…
— Revísalo mañana; si no, te vas a clavar en la computadora.
El frío húmedo de la madrugada envolvió de una grisura melancólica los
ánimos de las amigas. Se echaron sobre los almohadones del salón. La diputada
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quería saber cómo se sentía realmente su amiga después de haberse autoexiliado
del país.
— No creí que regresaras. Fueron dos años.
— La neta, no sé para qué volví.
Milena le contó que los últimos meses se le fueron vagando entre brumas;
que muchas veces se durmió en hoteluchos de quinta y que le daba lo mismo
amanecer en una ciudad cualquiera. Parecía que hubiera tenido la intención de
que alguien le hiciera el favor de mandarla al infierno, hasta que de ella sólo
quedara un cuerpo desnudo sobre una plancha helada.
— Sabes, amiga, después de tanta maldita vuelta, me di cuenta de que no
tengo vocación de suicida. No estoy muy convencida…pero aquí me
tienes vivita y coleando.
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2. Cautivas
Día 3.10:00 AM
Departamento de Milena Ruiz
No tengo tiempo que perder. De una vez por todas voy a llamar al famoso senador
¿Será un feminicida? No me extrañaría. Dicen las malas lenguas que al menos
dos o tres gobernadores mataron a sus esposas, o sospechosamente las primeras
damas se murieron de enfermedades fulminantes. Lo explica la teoría: mucho
poder igual a mucho abuso. ¿Será que los políticos no creen en el divorcio?
— ¿Senador Pineda? Soy la licenciada Milena Ruiz. Le hablo desde
México.
— ¿Quién le dio mi número privado?
— La diputada Silvia Plata, coordinadora de la Comisión de Mujeres del
Partido. Trabajamos juntas en la Fiscalía.
— Ah, sí… Silva me habló para avisarme de su llamada.
— Disculpe que lo interrumpa, pero no le llamaría a Berlín si no fuera
importante. Estoy buscando a Eloísa Castellanos.
— ¿Y por qué busca a mi mujer? —dijo más molesto que asombrado.
Milena mintió: —las organizadoras de la exposición fotográfica me
pidieron que la busque.
— ¿Por qué tanto interés?
24
— La señora Eloísa tenía una cita muy importante para arreglar los últimos
detalles… pero desde hace tres días no pueden hablar con ella. A las
organizadoras les urge. ¿Sabe dónde puedo encontrarla?
— Mire, señorita, voy a indagar nada más porque es recomendada de la
diputada Plata…Al rato le devuelvo la llamada.
Día 3. 17:00 PM (hora local)
Kempinski Hotel. Berlín, Alemania
Antonio Pineda se desploma en el sillón de la suite. No deja que la pesadumbre
obnubile su lógica perfecta. Varias hipótesis transitan por su mente: ¿será que
esta vez su mujer se marchó para siempre? Su ego complaciente lo persuade de
tremebunda insensatez. Ella no lo abandonaría (al menos, no sin avisarle), prueba
una explicación más equilibrada: seguro se hartó de la gente y se fue a meditar.
No es raro que le dé por enclaustrarse. Lo incomprensible es que no asista a una
cita de trabajo. Eloísa jamás faltaría a la exposición.
Entonces viene la preocupación: tal vez le pasó algo o la asaltaron; lo
desecha de inmediato; no le cabe la menor duda: ella sabe cuidarse sola, no en
vano es fotógrafa de guerra. Luego se inculpa: quizá lo abandonó porque no le
dedicó el tiempo que ella se merecía (apenas hablaban los domingos). Desde
hace meses, Pineda sólo tiene una obsesión en la cabeza: ganar las elecciones
25
internas de Oaxaca; pero el político se exonera: la invitó a Berlín y ella no quiso
acompañarlo.
Toma el teléfono y llama a su jefe de seguridad.
— ¡Melchor, deja lo que estés haciendo! Investígame en dónde está la
señora y averigua qué ha hecho en los últimos tres días. Hablé a sus
celulares y no me contesta. A lo mejor se fue al monasterio a meditar.
Empieza por allí. Vas a tener que ir, ya sabes que en ese lugar no hay
forma de comunicarse. También busca información de una tal Milena
Ruiz. Me acaba de llamar, tengo registrado su número. Todo esto me
parece muy raro. Antes trabajó en la Fiscalía general. Algo no me
cuadra. Averigua qué carajos pasa, quién es esa licenciadita, por qué
dejó su cargo, a qué se dedica. Tú sabes los datos que nos interesan.
Horas más tarde, Pineda recibe un informe pormenorizado: no hay reportes
que indiquen que Eloísa Castellanos haya salido del país; tampoco ha ido al
monasterio ni a su casa. Según las averiguaciones de su jefe de seguridad, Milena
Ruiz es una criminóloga experta en feminicidios. Fue una alta funcionaria en el
sexenio anterior. Con Silvia Plata resolvió algunos casos importantes. Ambas son
muy conocidas en su campo y tienen fama de cabronas.
Al senador no le cabe duda: su mujer ha desaparecido.
26
Día 3.11:00 AM
Departamento de Milena Ruiz
Desde las cinco de la mañana, la detective estuvo acostada con los ojos abiertos.
Su cuerpo inerme atravesado de lado a lado de la cama en posición de soldado
caído, la ropa puesta. Junto a ella la computadora portátil, un cuaderno de notas y
varios bolígrafos desperdigados sobre la colcha. El teléfono en la mesa del buró
timbra insistentemente. Milena no lo escucha. Por fin estira el brazo para levantar
la bocina, apenas entiende lo que dice el agente Magiver. Luego te regreso la
llamada, le contesta. Se levanta a tientas y se dirige al baño, se lava sin mirarse al
espejo, le molesta hasta el zumbido del cepillo de dientes; el enjuague bucal no
logra eliminar el aliento pastoso. Se baja el bikini y los pantalones al mismo
tiempo, arroja la camiseta, la ropa sobre el piso es un acordeón fétido. Abre la
llave de la ducha, la deja correr hasta que las puertas de cristal se empañan, el
chorro de la regadera cae pesado sobre su epidermis, recarga los brazos en la
pared para que el agua le dé un masaje en los nudos de tensión que se asientan
en lo alto de su espalda. Se aplica una porción generosa de champú, las yemas
de los dedos presionan en círculos el cuero cabelludo como si con ese acto
pudiera extirpar el dolor de cabeza que le aprisiona el cerebro; se mueve para que
el agua se dirija hacia su vientre, se enjabona el pubis, la espuma penetra en su
entrepierna, detiene su mano unos segundos en su sexo cálido, piensa en la
sonrisa de Yossi.
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Sale del baño envuelta en una toalla blanca y los rayos de luz que atraviesan
la ventana sin cortinas, descubren el vaporcillo que emerge de su piel. Se sienta
en la única silla que hay en el dormitorio. Frente a ella, un espejo de cuerpo entero
sobre unas cajas a medio abrir. Hunde los dedos en el tarro de gel, juguetea unos
segundos con la sustancia viscosa, el olor a naranja sintética le regresa la nausea;
se embadurna el pelo cortísimo, lo acomoda artificiosamente, varios picos
simétricos; pone especial atención en el mechón teñido de morado que corona el
lado derecho de la cabeza, ajusta las hebras que caen delante de las orejas que
casi le dan un toque femenino. Enciende el noticiero en el iPad. Se pone crema en
la cara deshidratada, se pasa el dedo índice sobre las ojeras verdosas. Si fuera
por ella se metería de nuevo en la cama. Se pone el top de algodón que funciona
más para cubrirle los pezones que para levantar sus pechos pequeños y firmes, el
pequeño bikini se amolda a sus nalgas redondas, se enfunda en la ropa deportiva
negra, palpa la suavidad de la camiseta de tecnología dry-fit, se inclina para
abrochar las agujetas de sus tenis ergonómicos. Se mira en el espejo, sus muslos
entrenados se marcan bajo el pantalón ajustado.
La resaca aguijonea. Va de un lado a otro de su departamentito de sesenta
metros, abre las ventanas, respira el aire húmedo, le da frío, se pone una
sudadera vieja. En la cocina, se toma un café bien cargado, enjuaga los residuos
de ron del único vaso de cristal ancho y chaparro, se sirve dos Alka-Seltzers con
agua helada. Arrastra una silla y se sienta frente a la foto de Eloísa, levanta el
vaso como si brindara con ella. ¿Acaso crees que eres la única en problemas?
Imagina otro escenario:
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Tu jefe es un idiota. Te corren del trabajo. Tu madre tiene alzheimer. No ves a tus
amigas. Te traicionan. Te quitan lo que es tuyo. Te roban hasta el nombre.
Envejeces. Tu hombre se largó con la vecina. Ya no ligas en los bares. No te
alcanza para la renta. Engordas. Tu amado no te llama. Pareces una ñora.
Prohíben fumar en lugares cerrados. Estás secuestrada y yo estoy presa.
Nuestros cuerpos son campos de batalla.
¿Qué clase de individuos te tienen cautiva? Pasaron las primeras setenta y dos
horas ¿Dónde chingados estás? (Llevo dos días haciéndome pendeja, bueno,
acopiando información). Necesito sentir que se me acaba el tiempo, llegar al fatal
dead line. Tengo que enfocarme, no dejar lo importante para el final. Supongo que
se va a poner color de hormiga cuando se acerque el día trece. ¿Cuánto
apuestas? Por lo menos no ha aparecido ningún cadáver con tus características.
No le han enviado tus deditos a nadie. ¿A quién se los mandarían? Como dicen
los del MP: ¿Cuál es la verdad histórica?
Seguro mi querida diputada ya está desayunando en el restaurante de los
Cristales de la Cámara, fresca como una lechuga. Siempre me da envidia que a
ella no le den crudas. No me acordaba de que tengo el hígado hecho polvo. La
maldita colitis me volvió a la realidad. ¡Agarra al toro por los cuernos, lárgate a
correr a Chapultepec!, aunque no quieras, bajo protesta. Los ocho kilómetros
reglamentarios me darán mi dosis de endorfinas, la ansiedad me pesa más que un
mal matrimonio. Antes de salir, cambio la frasecita del día: carpe diem: cuam
credula postero, está bien, sólo por hoy…
29
Amo esta puta colonia. La Roma es el ombligo del mundo. Álvaro Obregón
resuelve casi todas mis necesidades primarias. ¿Dónde estará mi amado? Por
qué siempre en el amor soy una idiota, no creas, pendejete, que se me olvidó que
no me has llamado. Primera parada: puesto de jugos, pido uno grande de
mandarina, bombazo de calorías, un litro de jugo de naranja y un vaso grande de
fruta partida para llevar; siguiente esquina, tres tacos de canasta, la salsa verde es
casi un poema de amor de Sabines; una calle más adelante alto obligado en la
farmacia de descuento por una caja de Riopan. No puedo esperar a pagar, me
urge que se me asiente el estómago, abro el paquete y me meto una pastilla a la
boca, la mastico, sabe igual que el gis blanco que mordisqueaba en la primaria.
Camino diez cuadras para que se me oxigene el cerebro.
Milena se detiene en seco en el puesto de periódicos. En las portadas de
los diarios se repite el mismo encabezado: “Deja el fin de semana cincuenta y
cinco muertos en Tijuana”. Compra los principales periódicos y la revista política
de la semana.
Día 3. 13:00 PM
Departamento de Milena Ruiz
Entre periódicos, libros y revistas, se tira a desayunar sobre los almohadones del
salón. Enciende la MacAir. A medida en que revisa las noticias, la detective
masculla maldiciones: después de tanto escándalo y de más de cuatrocientas
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asesinadas, ya no hay lana para investigar feminicidios en Ciudad Juárez.
¡Pinches cabrones, como no son sus mujeres o sus hijas! Ahora resulta que lo
políticamente correcto es cazar narcos, “los más buscados”. De seguro, los de la
Secretaría de Seguridad se sienten héroes de televisora; se gastarían el
presupuesto con tal de aparecer en algún documental de Discovery Channel. De
por sí al jefe mayor le encanta el show bisnes. Mejor debería lanzarse para actor,
en lugar de jugar al Termineitor de tercera región. Que alguien me explique el
trasfondo de la guerra, no que los mexicanitos somos bien pacíficos: mande usted;
mi casa es su casa; lo que usted diga, señor; primero usted… Pura violencia
reprimida. No me extraña que la secuestraran en México. Por lo menos sabrá
cómo lidiar con los malosos. ¿Pero qué hacía la Ojos del otro lado del mundo?
¿De qué estaría huyendo?
Milena se abisma en el libro de Eloísa Castellanos. Se detiene en una
imagen: la fotógrafa de guerra le da de beber agua a unas niñitas desnutridas.
Anda vestida con ropa tipo militar: pantalones y camisa verde olivo, botas de
montaña, un hyab blanco le cubre la cabeza, un bindi entre las cejas. Tiene la
mirada triste. En el texto, la autora explica que su cámara no le alcanzó para
visualizar el terror de Afganistán. Mujeres lapidadas hasta morir en el estadio
nacional. Mujeres como fantasmas, desdentadas; con sus burkas azules
atraviesan las calles desoladas. El suicidio como única vía de escape. Niñas de
diez años obligadas a casarse. Mutilados por las minas personales. Rostros
femeninos desfigurados con ácido. Crímenes de honra. Ella y sus colegas
pensaron que podían hacer algo para humanizar la guerra. Al igual que las otras
31
periodistas, después de unos meses, renunció a la agencia de noticias y se unió a
las revolucionarias afganas de la RAWA. Desde entonces es miembro de la ACNUR.
Después la corresponsal tuvo que huir de Kabul. Cruzó montañas y
caminos en un taxi destartalado hasta la frontera pakistaní. En otra imagen, se
observa el auto descompuesto a la orilla de un lago azul de aguas tan límpidas
que reflejan las nubes. A lo lejos, campos de amapolas desecadas. Parece ser
que Eloísa y el taxista de tres dientes cafetosos tuvieron que esperar más de doce
horas para que los rescataran.
Milena se frota la cara con las palmas de las manos. Se levanta y va al
refrigerador por una cerveza. Pone el libro abierto sobre la barra de mármol que
hace las veces de mesa y que divide la cocina de la estancia del departamento. Le
da un sorbo prolongado a su bebida y regresa a la lectura.
El sol se levanta por el horizonte en el campo de refugiados de Jalozai. En
la imagen se puede ver el hacinamiento de tiendas de campaña cercadas por un
muro de piedras irregulares. La mayoría, mujeres, niños llorosos y ancianos. Miles
de enfermos no sobrevivirán a la crudeza del invierno. En el paisaje, sólo sangre
resecada entre la arena, nubes de moscas, mugre y pilas de muertos en una fosa
común.
Soldados paquistaníes revisan continuamente los papeles de los que
quieren entrar o salir para evitar que se infiltren talibanes que finjan ser refugiados.
Adentro, al igual que en muchos lugares de la zona, subsisten dos mundos
divididos: uno para mujeres y otro para hombres. Es casi una reproducción de la
vida en Afganistán, pero en un país extranjero. A las mujeres sólo se les permite
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hablar entre ellas. Cargan el agua, hacen fila para conseguir un poco de comida
para los hijos o alguna medicina. Desnutridas, secas, enfermas, silenciosas.
Cuando están en privado, se quitan los velos y el miedo desaparece por instantes.
Milena lee en voz alta:
…Llevo impregnada en la nariz los olores de la guerra: esa mezcla de
madera vieja quemada, de carroña humana y mierda. Sin embargo, en medio del
horror, aflora a ratos lo mejor de las personas: las mujeres se ayudan entre sí,
cuidan a los hijos de otras como si fueran suyos. Resisten, hablan, no se dan por
vencidas.
¿Cuándo te nació la conciencia? Por qué te fuiste tan lejos, Ojos brillantes. Si no
se necesita ser talibán para joder mujeres. Podrías haberte ido a Oaxaca, a
Chiapas, o aquí nomás a Chimalhuacán…, qué se yo; en cualquier lado de este
bendito país. Tampoco se necesita llevar un burka para estar presa. Tienes razón,
todas estamos cautivas.
No sólo las presas, las locas o las monjas. Avasalladas. Sometidas a los
deberes cotidianos o a un mal marido, a un padre autoritario o a los hijos.
Cercadas entre murallas de prejuicios. Subyugadas y rendidas a los mitos
amorosos. Vendidas, intercambiadas, doblegadas, torturadas, encadenadas.
Miro el reloj. Llevo horas sin moverme, necesito ejercicio para sacarme este
maldito malestar, ni siquiera fui a correr, un rato de kick boxing me aclarará las
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ideas, ¿dónde dejé mis malditos guantes?, mierda, justo ahora tiene que sonar el
teléfono:
— ¿Licenciada? ¿Detective? Milena me dijo que se llamaba. Soy el
senador Pineda; mándeme un mail y le contestaré de inmediato.
— ¿Cuándo volverá a México, senador?
— Por ahora no puedo.
Cinco minutos después, en la bandeja de entrada, tengo un mensaje del
senador:
Averigüé que hace tres días Eloísa no va a la casa. Hablé con Melchor Díaz. Es el
encargado de mi escolta, se pondrá a su disposición. No se preocupe por sus
honorarios, mándeme el número de su cuenta de banco para que le deposite
dinero para los gastos. Manténgame informado.
Estoy de acuerdo contigo, Ojos extraños, no todo está perdido. Tienes a dos
hombres preocupados por ti, y yo tendré doble paga. Not bad at all. Aunque eso
abre mi primera línea de investigación, la típica para explicar los crímenes contra
mujeres: asesinato pasional. ¡Qué pasional ni que mamadas! Más bien feminicidio.
No sé si lo sabes, mi estimada fotógrafa. De todas las asesinadas del mundo, a la
mitad las mataron sus parejas, o sea el esposo, el novio, el amante o los ex, léase
ex esposo, ex novio, ex pareja.
Anoto la primera línea de investigación:
1) Feminicidio conyugal, motivado por celos.
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El senador tiene la coartada perfecta. Está en el Parlamento europeo y parece
más sofisticado que un marido celópata. ¿Qué desmadre estará pasando entre
ellos? ¿Qué tal si el brazo ejecutor es el tal Melchor? Llegó la hora de tener una
larga conversación con el Contratante. Le mando un mensaje a Silvia:
Tu sistema de información funciona ok, hablé con el senador. Ya que vas para
Oaxaca checa porfa ONG de Mara. Puse tu foto en el pizarrón, eres “la Diputada”.
Besos. (Te ves guapa)
Día 3. Media tarde
Casa del senador Pineda
Parezco gente decente. Me va bien la peluca de melena castaña. La ocasión
amerita look de licenciada de la fiscalía: traje sastre negro con falda corta y
zapatillas altas. Nunca falla para obtener información de un subalterno.
Me miro en el espejo retrovisor del jetta plata que alquilé. Jala de acuerdo
con mis expectativas; ya veremos qué tal es la casa de Pineda. Sobre la carretera
vieja a Cuernavaca, las residencias se disimulan en medio de bosques privados.
Entro por un camino lleno de piedras. Tras una verja de hierro verdoso, hay un
hombre bajo, moreno, de espalda ancha. Lleva un pequeño dispositivo de
comunicación en la solapa de su traje barato y trae los típicos Ray Ban de gota,
color café. Bienvenida, licenciada; el senador me dijo que vendría, me dice un
solícito Melchor Díaz; por supuesto, desde el principio grabo la conversación con
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el iPhone que llevo en el bolsillo. Le disparo varias preguntas al mismo tiempo:
investigo la desaparición de la señora; ¿cuándo la vio por última vez?; ¿qué cree
que le pasó? Quiero revisar sus cosas. El escolta me lleva hacia una amplia
estancia estilo mexicano, con ladrillos pulidos de piedra roja que conducen a dos
salas enormes. En el fondo, se asoma un comedor con olor de madera fina; hay
sillas para una veintena de personas; en la pared una enorme fotografía: la mujer
con burka azul parece ondular en medio de cientos de palomas blancas que alzan
el vuelo en el centro de un patio amarillento. Al pie de la foto: Eloísa Castellanos,
Kandahar.
El guardia me sigue como perro; sin dejar de escudriñarme, me conduce al estudio
de la fotógrafa. Se halla casi vacío. Todo lo que miro a mi alrededor es blanco:
paredes y muebles; veo una alfombra de pelos blancuzcos sobre pisos
de
cerámica. En el escritorio descansa una ultra delgada Mac, por supuesto, blanca.
En la pared, una foto de Gandhi con su bastón, junto a la leyenda: No hay caminos
para la paz, la paz es el camino. También, otra fotografía de la desaparecida con
el Dalai Lama en Dharamsala.
Me acomodo en la silla frente a la mesa de trabajo. Me imagino que me calzo en
sus zapatos. ¿En qué pensará la Ojos cuando mira hacia los árboles del bosque?
Enciendo la computadora y entro a la información como en mi casa. La guardo en
mi disco duro portátil. Le pido al guardia que me lleve a las recámaras. Primera
sorpresa: hay habitaciones separadas para los cónyuges. Melchor me conduce al
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dormitorio de la fotógrafa; lo reviso minuciosamente, hojeo el libro que descansa
sobre el buró. ¿De qué se tratará el Dhammapada? Hay un buda azul en la
portada, anotaciones y un pasaje subrayado con amarillo:
Abandona el pasado. Abandona el futuro.
Abandona el presente. Entonces podrás pasar
a la otra orilla.
Intento descifrar la caligrafía de las notas. Tomo una fotografía; quiero saber lo
que diría un análisis grafológico de nuestra dama en apuros. La verdad, no estoy
para sutilezas. Mejor me guardo el libro de una buena vez. También me llevo un
cepillo de pelo y otro de dientes por si es necesario hacer alguna prueba de
ADN.
Uno nunca sabe si las desapariciones de mujeres terminan en la morgue o en un
maldito campo algodonero.
Abro el clóset y tengo la impresión de un cuarto de hotel nuevo: todo es
aséptico; apenas hay aquí y allá alguna prenda. Lo único que desentona con la
impecabilidad del lugar es que en el fondo yace una mochila verde. Parecería que
la mujer siempre anda de viaje. ¡Qué mierda! Así debe de ser cuando te mueres y
tus deudos revisan los cajones. No lo dudo ni un minuto. Más vale que me ponga
ambiciosa; le pido al guardia que me lleve al despacho de su jefe. Me obedece
con cierto recelo. Contemplo las fotos de la pared; el político posa con diferentes
personalidades: en la primera, con Fidel Castro; en otra, con García Márquez; una
más, con François Mitterrand. La biblioteca cuenta con una sección dedicada a la
revolución mexicana; otra a la literatura; hay un estante repleto de libros en inglés
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y en francés. Me pregunto si será de esos que compran libros por metro, siempre
y cuando tengan cubiertas de cuero marrón y filitos dorados. Me llama la atención
la colección de cidis con los mejores directores, Toscanini, Solti, Karajan... ¿Será
muy culto el senador o será puro bluff?
Melchor no se aparta ni un segundo. Finjo que me interesan sus pendejas
elucubraciones; observo sus gestos pero no le presto atención, seguramente me
dirá puras mentiras. Le digo que me urge recibir un mensaje de la diputada Plata
por correo electrónico, y que voy a leerlo en el iPhone; en automático me siento en
el sillón del senador, frente al escritorio. Casualmente se me sube un poco la
falda, Melchor clava los ojos en mis pantorrillas entrenadas; invento que necesito
tomar una pastilla, le coqueteo mientras le pido un vaso de agua. El moreno se va
desconfiado a la cocina. Esculco lo que hay a mi alcance, aumento mi botín con
las
USB
que dejó el senador sobre la mesa. Un guarro mal encarado entra con
sigilo al despacho. ¿Qué hace?, me interroga. Casi me cago del susto. Soy la
licenciada Ruiz, respondo con aparente calma. Me mandó el senador Pineda. No
toque las cosas del senador, insiste. De acuerdo, digo levantándome. ¿Es
compañero de Melchor?, le pregunto con mi mejor sonrisa. Luego aparece el jefe
de la escolta con el agua, nos presenta formalmente. Ella trabajaba en la fiscalía,
es de las nuestras, no hay problema, le explica al patán, que sale sin mirarme. Al
final me despido del jefe de seguridad al más puro mexican style: fue un placer
conocerlo, gracias por todo, ya nos veremos pronto.
Desde la cima de la carretera, me magnetiza el mar de luces citadinas. Odio
admitirlo: me siento casi feliz con el cargamento de mi portafolio.
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Día 3. 22:00 PM
Departamento de Milena Ruiz
La primera acción de la detective al entrar a su casa es ir directo a saludar a la
fotografía.
─ Vengo de tu casa y esculqué tus cosas, perdón, pero ¿qué le voy a hacer
si tengo que encontrarte pronto?
Muero por revisar los archivos. Me siento como una bulímica ante un
banquete; quiero probar de todo aunque tenga que vomitar tres horas. Uno va
juntando sus historias en la laptop: fotos, pedazos de documentos, wallpapers,
canciones y videos, historiales de búsquedas, registros de chateo. ¿Cómo se
recontarán la vida los que no tienen computadora?
No hay duda: si quieres saber de alguien, jaquea su computadora. Son
como las cajas de secretos de las abuelas; allí guardaban sus cosas más
preciadas, las cartas de amor del primer novio, fotografías amarillentas, una nota o
el rizo de pelo de algún nieto.
Me disculpo por meterme en tu caja de recuerdos posmoderna, pero ya
siento la adrenalina que me brota por la piel; me excita recolectar los indicios que
va dejando un criminal. Sólo espero no tener que redactar tu autopsia sicológica.
Es un placer hurgar en sus documentos, perfectamente clasificados por
temas. En cambio, si alguien me espiara, tendría graves problemas, porque ni yo
sé dónde guardo las cosas ni qué voy a hacer mañana, ni lo que hice ayer. Me
aburren las rutinas, soy un pinche desastre. Empecé de nuevo a trabajar a las
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doce de la noche, me cayó bien la siesta de dos horas, se me olvidó comer, el
maldito refrigerador vacío, por eso me gustaba que Yossi me cuidara: me obligaba
a desayunar proteínas, me mantenía hidratada, me daba suplementos de
GNC.
Así
me lo decía mi madre, pero a ella nunca le hice caso. A mi ex soldado no le
importaba que fumara hachís por las noches, siempre y cuando comiera lo debido.
Ya casi se me acabó la coca. Tengo que ir a buscar a Merlín. Me duelen los ojos
de tanto leer. Siento náuseas. Escribo hipótesis, rutas de acción para
encontrarla... A la mañana siguiente, las releo: basura; lo borro casi todo. Cae la
noche, empiezo nuevamente, las luces de neón entran de lleno por la ventana;
otra vez los escalofríos, sigo firme, ya casi cumplo mis primeras veinticuatro horas,
no hay una gota de alcohol en mi organismo, sólo por hoy. Bueno, sólo la cerveza
de la tarde y una no es ninguna. Son pura mierda los doble A… ¿Beberé mañana?
Sigo hurgando los documentos. Veo una carpeta que dice cartas; otra, apuntes de
la India; una de budismo; la otra dice “estudios de la paz” (chale, que mamada, no
sabía que eso se estudiara); los archivos fotográficos, separados por lugares:
Afganistán, Pakistán, Dharamsala y ciudad de México. Sin titubear, empiezo por
la que dice México. ¡Shit! El archivo está encriptado, hago malabares para abrirlo,
I got it, adentro hay una carpeta que se llama “Velos”; la abro de prisa, contiene
una serie de fotografías tomadas en avenida de Reforma: la exposición de
fotografías citadinas sobre las rejas de Chapultepec; las esculturas de Leonora
Carrington; otra serie contiene fotos de unas vacas tamaño natural, decoradas de
diferentes modos, sobre las aceras. Unas vacas, pintadas como cebras; algunas,
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decoradas con flores sesenteras; otras, con rayas blanquinegras, como
presidiarias. Otro grupo de fotos consiste en imágenes de edificios. En la primera,
observo el Auditorio Nacional y un helicóptero que desciende sobre el césped del
campo Marte. La inspecciono con cuidado; quizás fue tomada desde la azotea de
alguno de los lujosos hoteles frente al Auditorio. Amplío la imagen; en la esquina
inferior, la fecha: seis de julio. En la siguiente foto, se ve de frente el Ángel de la
Independencia; en otra, el edificio del periódico Excelsior y una vista lateral del
Palacio de Bellas Artes.
¿Qué tienen en común? Déjame adivinar. Todas fueron tomadas desde lo alto.
¿Qué más? Se pregunta rascándose la cabeza. ¿Qué hay frente a los edificios?
Parece que se tomaron desde los grandes hoteles de Reforma.
-
¿Te gustan los hoteles, Eloísa?
Al final, dos fotografías en sepia me hipnotizan. En la primera, una mujer
mira al infinito. Un velo traslúcido le cubre la cara y la cabeza; sólo se aprecian los
ojos de una profundidad oscurecida; otro velo blanco envuelve su cintura; los
pechos parecen suaves y redondos; de la cabeza cuelgan collares de perlas
diminutas; junto al ombligo, un tatuaje: el sol sobre el cuenco de la
luna. El
símbolo hace tu desnudez irrepetible.
En la siguiente, dos cuerpos desnudos entretejidos: el hombre, recostado,
el pecho poblado de vellos marrones; un velo prolongado lo amarra a la cabecera
de la cama; la mujer del tatuaje yace casi sobre él; las piernas de ambos,
entrelazadas; las facciones difuminadas los vuelven anónimos.
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Primera noche después del secuestro
Casa de seguridad
Abren la puerta. Unas personas murmuran. El ruido de la tormenta sobre los
cristales hace imposible entender lo que susurran entre ellos. Eloísa escucha el
ruido de pisadas que se aproximan a ella. El corazón late frenético. El miedo como
patada en la boca del estómago. ¿Quiénes son? ¿Qué quieren? Se enconcha.
Una voz femenina ordena: ¡Aquí, sostenla! Unos brazos sudorosos la aprisionan.
Cerca de su boca, percibe el aliento pestilente del hombre. Le estira el brazo
izquierdo. Le aprieta con fuerza la muñeca. Un pinchazo. El dolor como un
aguijonazo de avispa. Un largo grito se ahoga bajo la cinta canela que le
amordaza la boca. Dos gotas de su sangre salpican la camiseta blanca de la
secuestradora. Desfallece. El hombre la acomoda sobre el colchón.
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3. El Contratante
Día 4. 8:00 AM
Oficina de Mauricio Fuentes
Corporativo Santa Fe
El empresario clava la mirada en la pantalla azul de la computadora. En últimos
días, no ha hecho sino esperar la llamada de Eloísa para escuchar que está sana
y salva, o aguardar a que Milena Ruiz la traiga de regreso. No deja de pensar que
si sólo estuviera secuestrada los delincuentes ya lo hubieran contactado para
extorsionarlo. ¿A quién llamarían? ¿A él o al senador Pineda? Lo que más le
enloquece es el silencio. Cada mañana espera a que sean las ocho para revisar
los mensajes que le envía la detective por correo electrónico, en los que le informa
los adelantos de la investigación. Se preguntó cómo diablos se había metido en
este embrollo. ¿Cómo empezó todo? Era un hecho: Eloísa Castellanos lo había
trasformado.
Antes de conocerla, Mauricio vivía para el trabajo, como si éste fuera lo
único de su existencia que valiera la pena. Tenía todo lo que el dinero podía
comprar, era el dueño de una empresa citada en la revista Forbes, y sin embargo,
no hacía otra cosa que ir a su oficina religiosamente de ocho a seis a pretender
que desde allí podía cambiarse el mundo. A veces, cuando miraba desde el
ventanal de su oficina, observaba a una pareja de ancianos que en las tardes
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caminaba por el parque, tomados de la mano. Un atisbo de rabia envidiosa le
corría por la médula. No entendía cómo algunos podían ser felices a pesar de la
vida cotidiana. En el fondo de su alma de workaholic, anhelaba una relación que lo
hiciera sentirse vivo.
Con cuidado contempló la vieja fotografía de su mujer sobre el escritorio,
después de quince años de matrimonio y varias cirugías estéticas; era la reina de
la hermosura artificial. Mauricio Fuentes no recordaba cuándo comenzó a quererla
como si fuera su hermana, ni desde cuándo sólo la besaba en la frente.
Por lo menos se reía de sí mismo: ni siquiera se atrevía a faltar una tarde al
trabajo, mucho menos le pondría fin a su tedio marital, así que se conformaba con
imaginar las cosas que haría si no fuera tan serio y decente. Para empezar,
faltaría a las comidas del domingo en casa de sus suegros. Si pudiera, mandaría
al demonio su empresa familiar. Si no hacía nada de lo anterior, por lo menos
trataría de pasar una semana completa en un SPA new age de Cuernavaca, o por
lo menos se volvería cliente frecuente de una casa de masajes todo incluido.
Mauricio tampoco se acordaba del momento en que olvidó sus sueños.
La primera vez que habló en voz alta de Eloísa fue cuando Milena le
preguntó por el tiempo que llevaban de conocerse. Fue el día en que solicitó sus
servicios. Había encontrado su página en internet, le gustó su currículo y recordó
que había seguido la trayectoria de la detective en los periódicos; allí, durante
semanas, se narró cómo ella y Silvia Plata atraparon a una banda de
secuestradores de mujeres en Ciudad Juárez. Por eso no dudó en contratarla. No
era un hombre que confiara fácilmente, ni siquiera tenía amigos íntimos; nunca
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hablaba con extraños sobre su vida privada, pero haría lo que fuera con tal de
encontrar a su amante. Desde la desaparición de la fotógrafa, se repetía: primero
muerto que darme por vencido.
La conoció en una noche de verano citadino. Era un coctel de inauguración de
una exposición fotográfica en una galería; un amigo de su mujer los había
presentado. Ella iba del brazo del senador Pineda. Le impresionó la seguridad que
emanaba en su caminar. Sus miradas se cruzaron, y lo demás, fuego de pupilas
imantadas. Mauricio no pudo ya quitarle los ojos de encima, y desde esa noche
tampoco hizo nada para sacársela de la mente. Por la mañana, sintió un impulso
inexorable de buscarla; la llamó a su teléfono celular. Tres horas después, se
habían metido en el primer hotel que encontraron. Desde la primera vez fue como
si se conocieran de otras vidas: el empresario hablaba con Eloísa de lo que nunca
decía en voz alta: si hubiera podido elegir, si no hubiera tenido que trabajar desde
los trece años, si no hubiese cumplido con las expectativas familiares, si se
hubiera ido a mochilear como sus amigos de la escuela... La verdad, no era para
tanto: si no tuvo adolescencia, por lo menos ahora tenía cuentas en monedas
extranjeras en varios bancos del mundo.
El empresario le pidió a su secretaria que nadie lo interrumpiera. Sacó del cajón
de su escritorio una caja antigua que le había obsequiado Eloísa. La abrió con
lentitud; adentro, un cuadro elaborado en la antigua Jaipur, pintado a mano y
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enmarcado en cartón rústico, envuelto en una gasa transparente. En la imagen, el
dios Vishnú corteja a una doncella en el bosque; le lava los pies y le ofrenda
preciosas piedras; lotos azules emergen en medio de un lago bruñido. Pensó en
los pies diminutos de Eloísa: además de suaves, hermosamente simétricos, sobre
todo cuando los masajeaba con aceites almendrados y podía constatar que el
dedo gordo en realidad era delgado, y que los demás iban disminuyendo de
tamaño hasta llegar al más pequeño, coronado con una uña minúscula. Las uñas
siempre lucían pintadas con un barniz transparente y con un filo blanco en la orilla.
Se sintió estúpido al recordar aquella mañana húmeda de julio. Seis de
julio, para ser exacto. Aún no daban las siete y ya se encontraba en la recepción
del hotel. Pidió la mejor suite, observó de reojo los pisos de mármol, las alfombras
persas con filos blanquecinos, los jarrones tupidos de alcatraces a mitad de un
lobby desierto. Con serenidad estudiada, eligió una habitación en el piso más alto;
le dieron un par de tarjetas electrónicas, le preguntaron por su equipaje y les
contestó que lo subiría mas tarde. Se enfiló hacia la tienda de regalos, compró el
diario, un ramo de rosas y un paquete de preservativos. Echó una mirada sobre la
mesa de libros, hojeó algunos pero no pudo concentrarse en ninguno.
Le molestó su sobreexcitación. Si tan sólo tuviera la experiencia de sus
colegas, que presumían sus aventuras en las comidas de negocios. Subió por el
elevador y trató de modular la respiración, se detuvo en el piso ejecutivo: los
pasillos, vacíos. Sintió el alivio de quien comete una falta y no es descubierto.
Metió la tarjeta en la ranura de la puerta y entró en una habitación espaciosa. Fue
al baño para revisar que estuvieran en orden los minúsculos frascos de cremas y
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lociones; abrió el servibar y se aseguró de que hubiera toda clase de bebidas. Aún
desconocía lo que ella prefería beber.
Se preparó un café y colocó una flor sobre la colcha de brocado. Sentado
en la cama, prendió el televisor y activó el canal
XXX.
Siguió con atención la oferta
de juguetes sexuales disponibles en algún número del hotel; se ruborizó como el
que se da cuenta que está mirando pornografía a las ocho de la mañana; se
detuvo en un programa del canal porno light, donde una jueza vestida con sólo un
birrete en la cabeza balanceaba unos pechos portentosos mientras condenaba a
un trío de actores a coger de todas las formas posibles durante semanas. Los
miembros del jurado festejaban la sentencia con arrumacos.
Algo que Mauricio anhelaba era una amante, y la quería antes de que el
implacable tiempo lo volviera un viejito maloliente; antes de que anduviera por el
resto de su vida cargando una verga inservible. Más tarde, casi con recato, volvió
al canal internacional de noticias.
Después de dos horas de caminar de un lado a otro de la habitación, harto
de asomarse mil veces por la ventana, no pudo evitar llamarla por teléfono:
─ ¡No me hagas sufrir, Eloísa! ¿A qué hora vas a llegar?
─ Estoy hecha una tonta, cambiándome de ropa una y otra vez, le contesta
ella con turbación.
─ Ponte cualquier cosa, sólo estarás vestida los primeros minutos, dijo en
tono de broma. Anota, por favor: piso 37, cuarto 3772. Te espero, corazón.
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Esa mañana, Eloísa se despertó muy temprano, contenta de amanecer sola. En
los últimos meses, el senador Pineda se la había pasado haciendo proselitismo en
el sur y casi no se veían. Sin levantarse de la cama, recorrió mentalmente una y
otra vez la ropa del vestidor para elegir las prendas que usaría más tarde. Se miró
en el espejo. Las ojeras añiles certificaron su desvelo. Había trabajado hasta muy
tarde revisando las pruebas para la exposición. Pasó de una alternativa a otra; se
imaginó enfundada en alguna falda que insinuara sus piernas, pero desechó la
idea. Hacía años que no usaba zapatos altos. Tal vez debería ponerse un traje
que la hiciera lucir elegante. No sabía cuál era la mejor opción. Se enfadó de su
aturdimiento. Hizo un esfuerzo por recordar la última vez que se halló en una
situación semejante. No recordó ninguna que valiera la pena. Había perdido la
práctica. Sólo estaba segura de una cosa: estrenaría el conjunto de lencería de
encaje negro que compró hace tiempo en un sex shop de Manhattan, y que
condenó al olvido en algún cajón del armario.
A las seis de la mañana, se preparó un café y se dirigió al baño; abrió la
llave del agua caliente. La tina se llenó despacio. Metió los dedos en el chorro y se
sumergió en una agitación inesperada. Sentía esa turbación que acontece antes
de una primera cita de cama y al mismo tiempo tenía la certidumbre del placer
anticipado, igual que la odalisca cuando acude al encuentro esporádico con el
sultán del harén y sabe que ese día será memorable. Se preguntó si no sería
mejor permanecer en el estudio, trabajando. Apenas llevaba dos meses en la
Ciudad de México y ya cargaba con una maraña de sentimientos encontrados.
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De cualquier manera, inició el arcaico ritual anticipatorio: un baño
prolongado; se frotó la piel con cepillo de cerdas naturales, se afeitó el pubis y
dibujó un triángulo de vello negro que sobresalía del montecillo entre las piernas;
luego, aceite almizclado para su cuerpo y perfume para el cabello, que sacudió
hasta que un vientecillo de sándalo se mezcló con las partículas de vapor.
Aprendió esas manías cuando volvió a Nueva Delhí tras semanas sin bañarse en
los campos de refugiados paquistaníes. En el hotel hindú, contrataba tratamientos
de medicina ayurvédica: empezaban por alimentarla según su dosha y después la
masajeaban con aceites tibios: comenzaban por el cuerpo; le frotaban la cara y
luego bajaban a los dedos de las manos y de los pies; después pulían las uñas
con cremas olorosas a lotos hasta que progresivamente se iba relajando. Más
tarde, dos jóvenes desenredaban su largo pelo con peines anchos de marfil hasta
que su cabellera se tornaba lustrosa; al final, la envolvían en un sari de seda. Ella
quedaba rozagante, como para asistir a una boda.
El tic tac del reloj de pared la devuelve al ahora. Se decide por el vestido de
jersey café, que se adhiere a su cuerpo; también se enreda en el cuello el hiyab
color bermellón, que utiliza como amuleto para la buena suerte.
Sale por fin de casa, aborda su jeep verde olivo, dispuesta a atravesar la
ciudad; los veinte kilómetros entre la carretera a Cuernavaca y la avenida Reforma
le darían tiempo para regocijarse con la lujuria que la arrebataba. ¿Cuánto le
duraría esta pasión antes de que la invadiera la necesidad de salir corriendo? Si
ella era como el agua del río que regresa a su cauce a pesar de las vallas que
pretenden arquear su travesía, lo suyo era fluir sin detenerse demasiado en
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ningún lugar. Maneja como autómata y sin darse cuenta, Chapultepec le estalla
con su abanico de verdes luminosos.
El empresario era un amante generoso. Sin prisa, la recorrió milímetro a milímetro
con las yemas de los dedos. Apenas la tocaba. Le acarició las cejas, los ojos, las
pestañas, se detuvo brevemente en los labios. Ella abrió la boca para morderle los
dedos. Continuó el andar por los vastos parajes de su piel. La punta de la lengua
se posó en la cima de sus pezones. Remolinos llameantes. Eloísa se echó sobre
su amante. Tomó un largo velo traslúcido y, con suavidad, le amarró las muñecas
a la cabecera. Él permaneció quieto. Pausadamente lo recorrió con la lengua; su
saliva caía sobre la piel como gotas de lava. Él demoró por horas su explosión.
Ella se preguntó qué secretas historias lo habían convertido en un erudito de
alcoba; era como si por instinto conociera los misterios del Tantra o las acrobacias
sagradas del templo de Khajurajo. Tal vez era una mentira que toda su vida
estuvo trabajando.
Como animal encelado, Mauricio se desató los amarres y se abalanzó
sobre la espalda de Eloísa, le derramó aceites que fluyeron hasta el filo de las
nalgas. Le mordió la nuca, le gimió al oído, embriagado en la ocupación
clandestina, la arremetió con fuerza; mientras jalaba la larga mata de su pelo
negro. Ella se estremeció como si hubiera sido bendecida por los dioses. Él
continuó embistiéndola hasta que la punta de su pene se mudó entre las piernas
de su amante, convirtiéndola en un torrente de agua derramada. Eloísa se volvió
líquida: lágrimas, lluvia, mares, espejo del lago que había más allá de la ventana.
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Segunda noche después del secuestro
Casa de seguridad
Duerme, insensible a lo que ocurre a su alrededor. Su cuerpo dopado cae con la
pesadez de un cadáver. Le toca la guardia al hombre corpulento. Jala una silla, se
aproxima para mirarla dormir. Observa sus pies descalzos. Se arrima para
tocarlos, cabrían en una de sus manos. Luego de un rato se sienta sobre el
colchón, siente el calor que emana del cuerpo Eloísa. Se sienta junto a su cara. Le
quita los gogles de los ojos. Ve sus facciones con detenimiento. Con movimientos
torpes le limpia el rostro. Sus manos regordetas le alisan el pelo largo una y otra
vez hasta que parece una tela negra lustrosa sobre la almohada. Se lo acerca a la
nariz. El aroma de sándalo le resulta extrañamente incitante. Se abre la puerta.
¿Qué haces? ¡Sal de aquí! El jefe quiere hablar contigo.
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4. Hay muertos porque tenemos éxito
Día 4. 10:00 AM
Departamento Milena Ruiz
No puedo evitarlo. Las mañanas lluviosas me ponen melancólica. El parque está
vacío; la fuente, apagada. Ningún transeúnte en la calle. No quiero levantarme
todavía. ¿Quién más que Herman Hesse para la frase del día?
Que no entre nadie que no haya estado al límite de la muerte.
Hago zapping. Me detengo en el canal de mayor cobertura nacional. Hay tres
mujeres jóvenes en la pantalla. Lucen igual, pero con distinto color de pelo teñido:
una es rubia, la otra morena y la tercera castaña: cabello largo, maquillaje en
abundancia, sonrisas de anuncio de dentífrico. Ríen a carcajadas. Parodian la
telenovela de la noche anterior: un hombre vestido de ranchero entra a la
habitación de una mujer madura y la asesina. Las del programa matutino imitan:
se tiran al piso, se burlan. Hay al menos quince personas en el foro observando la
escena, sin hacer nada. Pasan diez minutos de lo mismo. ¿De qué se ríen,
estarán drogadas, cómo se le hace para estar tan festivo a las diez de la mañana?
Milena se aburre de leer en la MacBook Air. Conecta un cable de la
computadora a la televisión para observar las fotos del archivo “autobiografía” de
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Eloísa. Presiona el botón de control para que las imágenes en blanco y negro se
repitan una y otra vez. En la primera, en medio de un valle de margaritas
silvestres, una niña de cuatro años, solitaria, parece mirar al infinito. Lleva un
sombrerito pajoso y una pulserita de madera en la muñeca. El pie de foto señala:
Desierto de los leones, 1972. En la siguiente, una delgada joven pelinegra sonríe
divertida con un grupo de jóvenes en Las Islas de Ciudad Universitaria.
La mirada es lo único que permanece —le dice a la fotografía—. Es una lástima
que la edad nos convierta en nuestra caricatura. Incluso de tu linda cara no
quedará más que un amasijo de arrugas secas y manchadas. Supongo que, aun
cuando seas vieja, conservarás los mismos ojos penetrantes. ¿Tienes cuarenta?
Me recuerdas a mí al salir de la Facultad de Derecho. Después de clases
iba a Las Islas a tomar sol, a fumar mota y a discutir de política. Te ves hermosa.
Si fuera lesbiana también me hubiera enamorado de ti. Supongo que les gustas a
los hombres; ojalá los captores te traten con cuidado. No han pedido rescate: tal
vez el móvil no es el dinero.
La ansiedad le impulsa a levantarse de los almohadones; observa el
pizarrón y le resulta insuficiente para acomodar la información. Pega una cartulina
en la pared y apunta con marcador: Líneas de investigación. Pega con tachuelas
los recortes de periódico. Camina unos pasos hacia atrás para observar en
perspectiva los datos que va recolectando.
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Eso me lleva al típico móvil de las desapariciones de mujeres: asesino serial o
matón loco pervertido. Antes de hablarte de los maníacos, depravados,
torturadores, violadores, hago cuentas de los móviles por investigar.
Lista nueva de móviles de la desaparición:
1) Feminicidio conyugal por celos.
2) Robo de vehículo. Delincuencia común.
3) Secuestro por dinero. Delincuencia organizada.
4) Asesino serial o asesinatos de mujeres por un psicópata.
5) Feminicidio por celos del amante (uno nunca sabe)
6) Talibanes (no mames)
Pienso en la probabilidad de los móviles: 1) marido político feminicida; por lo
pronto el senador tiene coartada; 2) robo de auto por delincuencia común;
descartado hasta ahora; 3) secuestro por rescate… No hay datos; 4) asesino
serial.
Pega en la pared los resultados de la investigación Asesinos seriales
mexicanos, según las fuentes de la biblioteca de género.
¡Lo sabía! En esta bendita Ciudad de los Palacios es poco probable que
haya un asesino serial. A los mexicanos no se nos dan los crímenes típicos de
programa gringo de televisión. El perfil de los homicidas perturbados siempre es el
mismo: la mayoría son blancos; los maltrataba su madre; quemaban gatos cuando
eran niños; los violó su padre; los discriminaron en la escuela claro, fueron
víctimas de bullying.
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Aquí el deporte nacional es maltratar a la pareja. Siete de cada diez. Desde
que son novios, algunos chavitos andan haciéndose los machos controladores. Ya
más grandes, se especializan en violencia familiar. Lo más raro es que las mujeres
lo mantienen en secreto. Así que va el recuento de asesinos seriales mexicanos:
 El Chacalero, este tiene apodo de narco. Francisco Guerrero, mató, violó y
degolló a más de una docena de mujeres. Luego las tiraba en las
inmediaciones de Río Consulado en la ciudad de México. En junio de 1888,
fue arrestado y condenado a muerte, pero el presidente Porfirio Díaz
permutó la sentencia sólo 20 años en la prisión de San Juan de Ulúa. Salió
libre y fue directo a asesinar a una anciana.
 Goyo Cárdenas, el primer mexican serial killer. En los cuarenta, mató a
cuatro jovencitas, cuatro, y se hizo un escandalazo. Lo encarcelaron en
Lecumberri, estudió leyes y escribió una novela (ese si tenía historias que
contar). Se hizo famoso, hicieron radionovelas, documentales y películas
con su biografía. Años después, lo exoneraron y la Cámara de Diputados le
otorgó un reconocimiento por su rehabilitación. Nada más faltó que
pusieran su nombre en una placa dorada.
 El Caníbal Poeta. En un barrio del centro de la ciudad, un sujeto enamoraba
a sus víctimas diciéndoles poemas al oído. Las mataba, asaba parte de sus
cuerpos, se la comía y guardaba el resto en el refrigerador. Las víctimas
buscaban amor y terminaban en la estufa. Por si fuera poco, era muy mal
poeta. Quizá las damas se murieron de aburrimiento. Sospechosamente, el
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tipo se suicidó en la cárcel y no sabremos la verdad histórica. ¡Qué ganas
de hacerle una autopsia psicológica!
 La Mataviejitas. En el Distrito Federal estaban asesinando ancianas. Tras
años de pesquisas, capturaron al asesino: resultó ser una mujer. La prensa
amarillista la bautizó como la Mataviejitas. Similar biografía: violada por su
padre, maltratada por la madre, el marido y los jefes. Se hizo luchadora en
arenas de tercera. Logró su pedacito en la historia. Conclusiones
preliminares:
Goyito Cárdenas, el Caníbal Poeta y la Mataviejitas conocían a sus víctimas.
Es muy raro que un desconocido se suba a tu auto, te secuestre y se dedique a
torturarte, así no más por pura patología. Sólo pasa en la televisión. Luego
entonces: más vale cuidarse de las parejas sentimentales. Corrijo. También hay
que estar atentos de los conocidos: son peores que los desconocidos.
Hace dos semanas que mi Abdomen de piedra no se conecta. Extraño su
cara medio deformada en la pantalla. ¿Estará preso? Por lo menos voy a poner su
foto completa en el pizarrón. Extraño sus labios carnosos y el pelo corto de
soldado. A ver si no termino hablando con su chingada fotografía.
Basta de televisión. Tengo que salir y cumplir mi ruta. Anoté todo en el
iPhone, no vaya a ser que mi mente dispersa me juegue una mala pasada: 1)
desayuno en el negocio de la esquina, pedirle al dependiente un licuado de frutas,
yogurt, cereal y proteínas; 2) parada obligada con el dealer; 3) seguimiento de
autos robados en la agencia especializada; 4) solicitar información a la diputada;
5) visitar hoteles frente al Auditorio; 6) llamar a mi madre; 7) no dejar de leer hasta
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el final. Carajo, no tengo ganas de seguir leyendo. Salgo a la calle sin despedirme
de Yossi. Empiezo a fastidiarme del tipo. Ese cabrón tendrá mucha sensibilidad
política pero no se le da la comunicación amorosa. Por lo pronto, hoy se puede ir
al demonio. ¡Chingada madre, olvidé mi mochila! Debo regresar. Reviso de nuevo:
celulares, ciber-shot, agua, cigarros, iPad, llaves y credenciales apócrifas.
Media tarde
Estoy sentada en las escalinatas del Ángel de la Independencia, mirando hacia la
calle de Tíber. Me arden las plantas de los pies (no entiendo, si sólo fueron quince
K y los tenis tienen suela de aire). Hago el recuento del día: 1) ¿descarto móvil
delincuencia común?; no hay rastros del Jeep verde, nadie que pida rescate,
ningún cadáver con sus características que flote en el bordo del Xochiaca. Por lo
menos, todo parece indicar que está viva; 2) hablé con Melchor para averiguar si
hay novedades del senador; no me dijo nada importante, pero sorpresa: el día de
la desaparición estaba en Oaxaca, según él; allá viven sus padres y se fue de
vacaciones mientras su jefe estaba en Europa. Contraté al Chuky y al Magiver
para que lo sigan como sabuesos; 3) con las tarjetas falsas de la Fiscalía me
dieron las copias de las filmaciones de seguridad del Lobby de tres hoteles frente
al Auditorio.
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Me duele la cabeza. Hora de la comida: repito licuado de proteínas, no
tengo estómago para digerir algo sólido. Acaricio las tres grapas guardadas en mi
bolsillo.
Antes de regresar a casa, entrevisto a posibles testigos. Hay un puesto de
periódicos en la esquina de donde supuestamente ocurrieron los hechos. Se
encuentra al lado de una cafetería con ventanas mugrosas. De seguro algún
comensal vio algo. Además, a todos los chilangos les gusta la fama,
enloquecerían de felicidad si pudieran salir en la tele en cadena nacional, dando
su opinión sobre algún crimen.
Día 4. 20:00 PM
Departamento de Milena Ruiz
Entra directo al baño, refresca su cara y se seca las manos en las puntas de su
pelo. Sobre el cristal de su escritorio blanco, corta minuciosamente dos líneas de
polvo, una para cada narina; las inhala de un solo y prolongado golpe. Los
químicos vuelan a la garganta. Le arden los ojos. Traga la saliva amarga. En la
cocina, llena una cubeta con agua helada y hielos. La lleva a la salita. Mete el pie
derecho por unos minutos, lo saca y sacude los restos de líquido, hace la misma
operación con el pie izquierdo. Enciende la tele y mira el noticiero.
Masacre en centro de rehabilitación de drogadictos en Chihuahua; mueren
19. Al parecer unos narcos los formaron contra la pared y les dispararon.
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México se convirtió en el país de las sumas infernales. Cada día se estrena una
nueva forma de matar, de descabezar, apalear, cercenar, encajuelar, pozolear,
colgar, fusilar, desollar, secuestrar, torturar, levantar. Crece la sumatoria del terror.
Ochenta mil muertos, ochenta mil viudas. Rostros de orfandad. Padres y madres
sin sus hijos. Desaparecidos. Nadie nace criminal. ¡Hay muertos porque tenemos
éxito!, dice al teleauditorio el jefe supremo de las fuerzas armadas. ¿Dónde
habíamos escondido tanto odio?
Tal vez la Ojos es parte de la estadística sangrienta. Una víctima colateral.
Nada personal, baby. Quizá querían robar su camioneta nueva y ella es una más
de los automovilistas anónimos a quienes asaltan cada año. El único pecado es
estar en el lugar y en el momento inadecuados. Lo demás obedece a las leyes del
azar: algunas veces, sin un solo rasguño, bajan al dueño unas calles adelante; en
otras, las mujeres son el trofeo de caza. En este caso, los malandrines la tendrán
secuestrada hasta que se les dé la gana.
Corte informativo de las doce de la noche:
Un alto jefe policiaco fue detenido por filtrar información a un cártel de
narcotraficantes; a cambio le pagaban cuatrocientos mil dólares mensuales.
¿Dirías que no a cuatrocientos mil dólares mensuales? Ya lo decía el
presidente Obregón: nadie resiste un cañonazo de cincuenta mil pesos. ¿Qué
harías con esa bola de dinero? Si lo que importa en este mundo es tener dinero,
ya sabes, eres lo que tienes. No importa si te descubren. Garantizaste la vida a
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tres generaciones de tu familia. La vida no vale nada con cuatrocientos mil verdes
en las Islas Caimán y en tu bolsillo. Los hipócritas condenan al corrupto ajeno.
¿Dirías que no, really?
Las armas no alcanzan. Guerra inútil para combatir el negocio más exitoso
del mundo. En el primer mundo ponen la nariz; nosotros, los muertos. Flujos de
dinero hacia Manhattan. Dólares rojos. Las empresas del narco construyen
fortunas personales, campañas políticas, presidentes, artistas populares, músicos
de bandas, infraestructura en los pueblos olvidados. Los especialistas se unen
para legalizar las drogas. Toneladas de información que nadie atiende. No hay
misterio. Chocan las preguntas sin respuesta. ¿No aprendimos de la prohibición
del alcohol? El Chapo, el más buscado. ¿Será nuestro Al Capone remasterizado?
Si el alcohol es legal, ¿por qué no todos se vuelven alcohólicos? ¿Quiénes se
llenan los bolsillos con la ilegalidad?
La verdad soy una adicta. Depende de qué eres adicta, ¿no? Silvia me aconseja
ir a tratamiento, primero para arreglar mi trastorno de atención, y luego para
quitarme las malditas adicciones. Iría, pero no confío en los sicólogos, mucho
menos si son hombres. Si escojo uno de seguro que termino en su cama y entre
las sábanas me va a decir que estoy bien sanita. Tal vez cuando te encuentre me
decida a ir a terapia. Voy a buscar una terapeuta vieja y sabia, que haya vivido
mucho para que entienda mi locura. El sicólogo de la Agencia dijo que tenía una
personalidad adictiva, pero no era la única.
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¿Cómo crees, Ojos Brillantes, que se le hace para aguantar la lluvia de
mierda humana cada maldito día? Si sólo conocíamos personas en el peor
momento de sus vidas. Por supuesto que nos daban el pitazo cuando hacían
pruebas
antidoping
“sorpresa”,
comprábamos
muestras
limpias
o
nos
inyectábamos beyodecta dos días antes para disimular la coca. Por supuesto
siempre salíamos limpiecitos.
Para qué voy a negar mis adicciones: Líneas de coca por la mañana.
Apego al trabajo. Deportes extremos. Internet. Televisores de plasma. Cuerpos
musculosos. Adrenalina. Tecnología de última generación. Sol. Tragos en el bar
elevado. Vista nocturna de la ciudad. Teléfonos celulares. Carreras a campo
traviesa. Hombres imposibles. Zapatos. Tenis para correr. Ropa deportiva. Libros
hasta la madrugada. Noticieros varias veces al día. Yerba para dormir…
Estoy hasta la madre de tanta sangre. Lo que es peor: sólo hablo con
fotografías. Mejor me largo a mi bar. Desde las alturas, la ciudad es un mar de
luces refulgentes, blancas, amarillas. Quiero abrazar a alguien, ver a los amigos
de antes, demostrarme que no todo está perdido; mirar a las parejas que se aman,
camaradas que se encuentran, familias que festejan, personas que juegan al viejo
juego de ligarse. Hasta ahora, si vas a un bar tienes que tomar bebidas
alcohólicas. En esta puta ciudad no hay bares de oxígeno o de bebidas sin
alcohol… ¿Ya se modernizarían?
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Tercera noche después del secuestro
Casa de seguridad
Ovillada sobre la cama, Eloísa envuelve, con los brazos, sus piernas dobladas.
Apenas se mueve. Respira con profundidad. Siente la boca seca y los labios
agrietados. El sedante la hizo dormir veinticuatro horas seguidas. Por fin abre los
ojos y la penumbra del cuarto se ve sorprendida por el filo de luz filtrado por
debajo de la ventana tapiada con madera. ¿Cómo empezó todo? Sólo llegan a su
mente escenas inconexas.
Se esfuerza por reconocer los sonidos a su alrededor. Unos hombres
susurran. Distingue la voz de una mujer: yo me encargo, y unos pasos que se
alejan. Eloísa pide ir al baño y que le desamarren las ataduras por un rato. La
guardia accede. Camina entonces a tientas, orina con dificultad, se lava las
manos, se humedece la cara y deja que el líquido se evapore sin secarlo. Eloísa
quiere estar de pie o caminar por unos instantes. La guardia le dice: no se pase de
lista. De cualquier forma, no tiene fuerzas para caminar después de dos días sin
comer. Está deshidratada. Regresa al colchón sin sábanas, desvencijado, que
huele a orines y a mugre añeja. Por instinto se acurruca en posición fetal. El único
olor familiar es el de Mauricio, que emana del hyab blanco que aun lleva enredado
en el cuello.
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5. Donde habita el olvido
Día 5. 8:00 AM
Hotel Legaria, Ciudad de México.
El maldito sol entra por las cortinas raídas; se me clava como brasas en los ojos.
¿Dónde estoy? ¿Quién es este tipo con una telaraña tatuada en el brazo? ¿Qué
pasó en la madrugada? Demasiadas cervezas, se me viene a la cabeza esa
canción que habla de mí. ¿Cómo era? Cuando se despertó, no recordaba nada de
la noche anterior. Lo miro dormir. Desnudos pero extraños. El centro del tatuaje
empieza en el codo y se prolonga hasta la muñeca. Se me repite en el cerebro el
estribillo de Sabina. ¿Cómo seguía la historia?, dijo al ver mi cabeza al lado de la
suya en la almohada. Empiezo a vestirme. Y la besé otra vez, pero ya no era ayer
sino mañana. El hombre de anoche se despierta. Me pregunta si no quiero saber
su nombre. Le digo no. Dice que cómo lo llamaré mañana. ¿Para qué querría
hablarte? No te molestes en acompañarme, mascullo sin mirarlo. Mierda, me da
vueltas la cabeza. Todavía estoy ebria. Quiero largarme a mi casa. Cuanto más
rápido, mejor, antes que me invada la pinche resaca.
Tomo un taxi. Oleadas de malestares. Compruebo que el chofer sea la
misma persona que el de la credencial que cuelga del espejo retrovisor. No tengo
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fuerza para otra aventura. Empiezan las rachas de porquería. Tenía ojeras malvas
y barro en el tacón, me duele la cabeza. Mi estómago gira como cilindro de
lavadora. Obvio, hace varios días que sólo tomo líquidos. Tengo frío, no, más bien
calor. Todo eso es previsible. No soporto los ataques de ansiedad. Cuando bebía
diario alucinaba insectos grises que me subían por las piernas. Tengo taquicardia.
Tafil, ven a mí. Mierda, Io sabía. Por eso no me gusta el alcohol; sólo la primera
etapa, cuando todos somos brothers.
Anoche me reí como si hubiera motivos para estar feliz; hasta me pareció
que el grupo de rock era un buen grupo. Al principio, el vino todo lo embellece.
Creo que era el baterista el extraño con quien amanecí en ese hotel de cuarta. El
alcohol me pasa la factura. ¿Me puse mala copa? Dios mío, si en la peda te
ofendí, con la cruda me sales debiendo. Casi no me acuerdo de nada.
A veces los tipos se ponen pesados. Hay que salir por piernas. El alcohol es
mala droga: muchos efectos secundarios. Antes, las resecas no me dejaban
trabajar; era un día perdido en que me revolvía entre las sábanas. Qué
desperdicio, si lo mío es trabajar. En los tiempos de la agencia, después de un día
cargado, nos íbamos a empedar, a descargar el horror de los humanos para
olvidarnos del trabajo. Mi familia alucinaba. Era despreciable trabajar en la policía,
peor si éramos borrachos, inaguantable si su hija era la ebria, y eso que no sabían
de las drogas (creo que no sabían). Dejaron de hablarme para obligarme a
cambiar de empleo. Ya no soy policía pero no quiero verlos.
Parada obligada en la farmacia. Venden drogas legales para la resaca, una
para cada síntoma: ranitidina, tafil, sueros hidratantes, paracetamol; los alka
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seltzer son para niñitos de secundaria. Repito la dosis. Lo malo es que mis
músculos se contaminan de alcohol y fármacos, too much, mierda, estoy resfriada,
mocos con piedrillas blancas, todo por la puta ley que prohibió fumar en lugares
cerrados. Tuve que salir tres veces del bar a la humedad de la calle; lo bueno es
que había dos fiestas: una adentro, en el bar, y otra afuera, con los fumadores.
Conclusión: resaca con resfriado. Por fin recuerdo lo que sigue de la canción
donde habita el olvido; creo que lo dijo Bécquer, luego Cernuda y Sabina. Hace un
millón de años que no leo poesía, ¿Estás donde habita el olvido? Mí bien amado
Yossi Levy. Si estuvieras aquí, tendría cosas más interesantes que hacer en lugar
de alcoholizarme.
¿Por qué siempre en el amor soy una imbécil? No insistas, no insistas, no
insistas. Me cae de madres que no lo voy a llamar por teléfono, ni siquiera se
merece un WhatsApp. ¿Me extrañará tanto como yo lo extraño? Una más y lo
eliminaré de mi face. Sólo por hoy. Para colmo no para de llover en esta ciudad
maldita.
Día 5. 10:00 AM
Departamento de Milena Ruiz
¿Ya te conté, Ojos, por qué dejé de beber? Primero porque me dan unas resacas
del carajo; segundo, no me gusta amanecer con extraños, ya sabes, después de
unos tragos cualquiera parece guapo; tercero porque el alcohol se vuelve
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obsesión. Beber o no beber: this is the cuestion. Ya lo sé…una mancha más al
tigre.
Nunca imaginé que al inscribirme en un curso sobre combate a la violencia
urbana, en la mitad del desierto, me iba encontrar con mi hermoso vientre de
lavadero. La neta, hasta entonces no tenía la más remota idea de lo que era el
Krav magá; sólo sabía que era el arte marcial israelí. “Atrévase a convertir su
cuerpo en un arma mortal”, decía la propaganda. Yo, ilusa, pensé que eso era
precisamente lo que necesitaba: trasformar mi cuerpo en un arma.
Me levanto temprano para mi primera sesión de entrenamiento. Yossi Levy,
el experto instructor de krav magá, empieza la clase con una simple explicación:
este no es un arte marcial tradicional; no tiene ningún componente espiritual (¿de
verdad?). Sólo se trata de hacer el mayor daño posible, de la manera más rápida
(eso me parece excelente). El verdadero arte consiste en aprovechar las
debilidades anatómicas del contrincante. Aprenderán cómo acercarse lo más
posible al adversario para presionarle los ojos con los dedos pulgares (¡qué asco!)
o apretarle la tráquea, o darle un golpe seco en la pelvis. ¡Puta madre!, esto es
justamente lo que necesito, me digo después de las explicaciones. Con
entrenamiento se puede convertir el cuerpo en un arma eficaz: ¡si no tienen
cuchillo, aprenderán a usar los codos! Aprovecha que tus enemigos no saben
quién eres, nos grita el maestro.
Como si fuera una invocación, yo repetía en voz baja, una y otra vez, las
instrucciones. Haz una evaluación rápida del lugar. Que no te acorralen nunca
(mierda, cómo no me lo dijeron antes). Es sólo conocimiento, y el conocimiento es
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poder (esa parte le salía muy bien al instructor). El conocimiento es poder... Una y
otra vez repetíamos la chingada práctica: en una calle aparecían cinco “asaltantes”
armados con cuchillos de madera, se nos echaban encima; nosotros éramos las
“víctimas” desarmadas. La meta: inmovilizar a los atacantes. Abdomen de piedra
grita todo el tiempo: ¡go!, ¡no pain, no gain! (el güey disfruta dando instrucciones).
Cuando termina el maldito simulacro, me duelen hasta las ideas. Tengo hinchadas
las rodillas por culpa del maldito krav magá. Me pasé la noche metiendo las
piernas primero en la tina de agua caliente con sales del Mar Muerto, y luego en
una vil cubeta repleta de hielos.
Hablando de netas, lo único que vale la pena del pinche curso es que
cuando me toco los moretones ennegrecidos, siento un dolorcito placentero. Lo
mejor de la práctica era cuando terminaba. Cierto, se me tonificaba el cuerpo, pero
lo verdaderamente relevante era ver su torso desnudo.
Bajo protesta, voy a la clase número dos, bajo el sol rabioso del desierto.
Se saca la camiseta. No puedo quitarle los ojos de encima. Imagino que es el
Discóbolo reencarnado, o al menos algún antiguo atleta griego, de esos que
competían desnudos en las primeras olimpiadas. Por la densidad de los músculos
de las piernas, adivino que también es corredor. Perfecto, tenemos algo en
común. (Silvia dice que miro como hombre y que sólo me fijo en las espaldas de
los tipos; bueno, también me gustan los muslos y las nalgas, sobre todo cuando
tienen cuerpos portentosos). Pierdo la concentración por estar viéndolo; un
chingado “asaltante” me parte la boca. Para reparar el daño, mi entrenador favorito
me invita una cerveza. Luego me besa los labios maltratados, dormitamos en su
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apartamento. Me abandono en su vientre, tan duro que parece de piedra.
¿Qué le voy a hacer si el hombre quiere complacerme? Vamos de
escalada, all inclusive deal. Él se hace cargo: monta el campamento, me cocina
arroz especiado, café turco y frutos secos para el postre. Me enseña tácticas de
orientación, cómo reconocer la estrella Polar o cómo ir hacia el norte si no tienes
brújula. Desde entonces, no me pierdo: se debe apuntar con la mano derecha
hacia el lugar por donde sale el sol y el brazo izquierdo apunta hacia el oeste.
Hacia el frente está el norte. Aunque eso ya no importa, mi iPhone tiene una
brújula incluida y acabo de comprarme un GPS.
El tipo me murmura al oído en la mitad de la noche:
...el cielo es más claro en el desierto
Bajo una cúpula azul, me estremezco como una tonta enamorada y diez
mil estrellas nos atraviesan con sus rayos blanquecinos.
Amanecimos en el mismo sleeping bag, hablamos sin parar en la claridad
de la noche. Él había estado en las Fuerzas especiales. Lo mío, perseguir
rufianes. Seríamos un buen equipo de asalto. Quizás algún día. Una cosa llevó a
la otra. Pasaron los meses y los días, mañanas veraniegas, corremos sobre el
malecón decorado con figuras curvilíneas de piedrecitas negras y marrones. Tel
Aviv. Camisetas pegadas con sudor. La humedad. Trescientas abdominales frente
a la brisa del Mediterráneo. De aquí para allá, viajes en tren, Jerusalén.
Campamentos de refugiados. Había tregua, desiertos de enormes piedras
amarillas. Muchachos árabes cantando hip hop revolucionario: no somos
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terroristas, esta es nuestra tierra; luego el invierno con una violenta lluvia helada.
¿Por qué llueve hoy? Si ya es septiembre y no paran de caer esas
minúsculas gotas grises, persistentes. De veras que ando nostálgica; no tengo
fuerzas para levantarme; quiero quedarme enredada entre los almohadones de la
sala.
Con gusto regresaría con mi querido Abdomen de piedra a la aldea de
Anwar, su amigo palestino de los territorios ocupados, a su casa grande de tres
pisos con arcos acremados. Salam alekum. Allí vive con toda la familia, los
padres, los hijos, sus hermanos pequeños. Comida árabe; Maha con su vestido
negro largo y un hiyab blanco en la cabeza. Varios platitos de comida, aceitunas,
humus (amo el humus), tehina, pollo asado. Ella sirve y se va a la cocina. Lo
revolucionario no quita lo sexista. Té y backlavas. Son de una organización
pacifista. Hay otros extranjeros que apoyan: europeos izquierdosos, ultras,
anarcos, de todo; yo soy la mexicana. Consiguen dinero. Caminamos entre las
casas, entramos a una medio destruida por un misil. Anwar le dice algo a Yossi en
privado. De cualquier forma no entiendo ni una puta palabra de árabe.
Ojalá que no esté preso nuevamente. La última vez los policías antimotines
se pasaron de cabrones. Lo esperé inútilmente toda la santa noche. Fue a la
manifestación en contra de la construcción del muro. Si todos vivimos entre muros,
unos de piedras y otros de ideas. Apenas si podía moverse de la madriza que le
dieron; además, un malnacido guardia le gritó traidor. ¿Cuándo se criminalizó la
protesta? Si ustedes son los chicos buenos, ¿no? Por eso le dije a mi hermoso
vientre de lavadero que se acreditara en Amnistía Internacional o en Human
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Rights Watch o en la
ACNUR
o lo que sea que le dé algo de seguridad. La busco a
ella y también lo espero a él. Las imágenes se entrecruzan en mi cabeza. Era
¿Cisjordania? Mi hermoso ayudaba a reconstruir las casas que destruyó el último
bombardeo del ejército israelí. Todo hubiera estado bien si me hubiera
acostumbrado a los aviones de rastreo y a los helicópteros en formación que
ensuciaban el cielo, o a los jóvenes soldados que iban y venían por todas partes,
con sus uniformes verdes y sus boinas, con los M-16 al hombro. O las muchachas
que, junto al rifle, llevan amarrado un mono de peluche. O a las llamadas al
Adham seis veces al día. O a la parálisis institucionalizada del shabatt.
Eso sí, aquel fin de año algo me quedó muy claro: mí bien amado Yossi
Levy era del ala beligerante de los pacifistas, o lo que es lo mismo, es más cabrón
que bonito.
Coloco las nuevas fotos en el flujo-grama del pizarrón. En el centro, la dulce
corresponsal; a su derecha, el senador; junto a él, el poco agraciado Melchor. A la
izquierda, dejo un cuadro en blanco para el Contratante (me urge esa foto). Más
abajo, Mara, La Indigenista, organizadora de la exposición. Junto, pongo a mi
informante estrella, La Diputada. No sé dónde colocar al hermoso Abdomen de
piedra si él es quien está al centro de todo.
Mira si la vida es rara: ambas estábamos del otro lado del planeta. ¿Qué
buscabas? No sé para qué chingados volvimos a esta ciudad maldita.
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Cuarta noche después del secuestro
Casa de seguridad
Escucha los ruidos a su alrededor con la atención de un ciego. A lo lejos el
sonido de un televisor trasmitiendo una telenovela. De vez en cuando el motor de
un auto, en otro, el rumor distante de algún aeroplano. Reconoce las pisadas
masivas del hombre de voz aguardentosa. Entra a la habitación. Oye el sonido del
apagador de la luz, pero no percibe ninguna diferencia. Sólo oscuridad. El
secuestrador pregunta ¿Tiene hambre? Ella asienta con la cabeza. A señas le
pide que le desamarre las muñecas. Le arden los tobillos. Sus manos gordinflonas
le arrancan de un solo tirón la cinta canela de la boca. En automático quiere
quitarse los gogles. El gordo la detiene. No, señora. Eloísa se aleja a un extremo
del colchón. No tenga miedo. Le ayudaré a comer. Le acerca un trozo de pizza a
la boca.
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6. Necia mi sangre insiste en perseguir la
tuya
Día 5. 14:00 PM
Departamento de Milena Ruiz
Los fármacos funcionan rápido. Me pongo tenis Air Pegasus 25 y me largo a correr
a Chapultepec para terminar de sudar la borrachera. La lluvia de la última semana
pintó de azul el cielo citadino y limpió la sempiterna cúpula gris amarillenta.
No tengo fuerzas para trotar; camino entre los árboles de la calzada de los
poetas. De nuevo, la estatua de Sor Juana y sus redondillas en letras doradas:
hombres necios. Respiro el aire húmedo del bosque, pájaros muertos en el
sendero, entre la hojarasca biliosa. Siguiente vuelta por el mismo lugar. No hay
duda: es un cementerio de pájaros. La idea se me fija en la cabeza. Antes hubo un
issue sobre pájaros muertos. ¿Cuándo fue? Un día amanecieron pajaritos
muertos. Se descubrió que la contaminación era un problema. La ciudad ya no fue
la región más transparente. La Secretaría del Medio ambiente dijo que se murieron
de cansancio; otros funcionarios afirmaron que se murieron de tristeza: suponían
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que los ciudadanos somos imbéciles. ¿Demonios, qué hacen aquí estos pajaritos
muertos?
Esa mañana llegué tarde a la maestría. Lloré en la clase, por las aves y por
nosotros. Me enamoré de Ernesto. Era hermoso: según yo hasta se parecía al
Che. Tengo que caminar más aprisa; respiro a bocanadas el frescor de
ahuehuetes y eucaliptos. Quería que me amara. Yo era la alumna. ¡Muévete,
empieza a trotar! Residuos de alcohol en el cerebro. Gotas gordas de sudor. Por
fin un poco de endorfinas. Hacía lo posible por encontrarlo. Lo buscaba en todas
partes. Nos besábamos en los pasillos de la Facultad. Él dudaba, yo insistía. Me le
aparecía en su cubículo para pedirle libros o para hablar del último asesinato de la
nota roja. Era el experto del laboratorio de conducta criminal. Jugábamos el viejo
juego del gato y el ratón. Casi siempre yo era el gato. Troto despacio, respiro entre
árboles líquidos. Las imágenes viajan en mi cerebro. Tanto ruido, años perdidos.
Mierda, nunca me compuse. Abdomen, el baterista…Demasiado ruido. Los
caballeros no tienen memoria, las damas tampoco. Por qué todos los finales son el
mismo repetido. La distancia lo dulcifica todo, era casi perfecto. Pasaron meses y
luego años; no teníamos prisa. Lo hubiera esperado siempre. Eran los tiempos de
la operación Tormenta en el Desierto, de la Madre de todas las batallas. Quería
tener un hijo suyo. Él no quería. Decía que íbamos a engendrar mutantes, que
habría guerra nuclear. Para qué traer más niños al mundo. ¿Eres suicida?
Necesito más endorfinas con urgencia, tengo que correr al menos media hora.
¿Será una nueva modalidad de resaca? Respiro agua. Ernesto renegaba del
mundo: qué necedad masculina. Quienes se aman terminan odiándose. Sexta
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vuelta. ¿Qué hacen estos pájaros muertos en el sendero? No tuvimos tiempo para
odiarnos. Lo bueno es que siempre serás guapo. El matrimonio domestica las
pasiones, te amaba con mi terquedad de raíz, con mi absurda esperanza
primigenia. La destrucción de Bagdad como espectáculo de luces centellantes en
las televisiones del planeta... Terminé la tesis y hubo boda. ¿Ya había narcos?
Día 5. 17:00 PM
Departamento de Milena Ruiz
Entro directamente y voy al pizarrón a cambiar la frase del día. Sólo Carmen
Boullosa entendería:
Necia mi sangre insiste en perseguir la tuya…
Cuando era niña, no llovía en septiembre. Maldito desorden climático.
Después de todo, Ernesto no estaba equivocado. Hace tiempo que no pensaba en
él. ¡Qué horror! No recuerdo su cara, no traje ninguna foto del pasado, todo se
quedó en nuestra primera casa. Tanto bendito amor y apenas me acuerdo de sus
ojos amielados, ¿o eran verdes?
Mi querida Ojos, me cae de madres que estoy para terapia. Me casé con mi
maestro nada más porque soy terca.
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Estoy echada sobre los almohadones de plumas. La televisión repite sin parar
viejas fotografías, y Leonard Cohen hace más deprimente la tarde del domingo:
I´m your man, if you want a lover. I´ll do anything you ask me to. And if you want
another kind of love, I'll wear my leather mask for you. ¿Hace cuánto que no lloro?
Escorpiones negros caminan por mi pecho y me refrescan la memoria. Mejor me
dejo de mamadas. Ponte a trabajar, reinita. Okey, revisar el block de notas:
1) bajar foto y datos del Contratante,
2) checar correos y pedir más información a la diputada,
3) revisar grabaciones de testigos de la desaparición,
4) reagendar cita con Mara; la última vez me canceló: tenía cosas urgentes
que hacer en Oaxaca,
5) averiguar qué pasa en ese pinche lugar; de pronto todos viajan allá,
6) tratar de localizar a mi bien amado cabeza de soldado,
7) tomar muchos líquidos.
Sigo mi hoja de ruta. Tecleo el nombre del Contratante en el buscador:
Mauricio Fuentes, empresario. Aparecen algunas entradas. La primera es de la
sección de sociales del periódico. Veo de nuevo su cara. La nota dice:
EMPRESARIO
INAUGURA FUNDACIÓN PARA LA CONSTRUCCIÓN DE VIVIENDAS PARA
PERSONAS EN EXTREMA POBREZA.
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Las siguientes son de revistas empresariales. Según esto, el tipo tiene un
negocio muy exitoso con franquicias en todo el país. En varias fotos aparece con
un grupo de donatarios que financian casas para pobres. Ya que estoy en éstas,
aprovecho para revisar los datos que le encargué al Magiver. Por unos miles de
varos, me dio un fólder con los datos personales del empresario-contratante: en
dónde vive, quién es su familia, fotos de su esposa (una rubia tipo Barbie), de sus
hijitas (tiene unas gemelas güeritas como de cinco años), de su camioneta (por
supuesto, una Lincoln blindada negra). Sus horarios y rutinas: a qué hora sale de
su casa, qué camino toma, a qué hora llega a su fábrica, a qué hora sale, las
llamadas de su teléfono celular (se mensajeaba diez veces al día con Eloísa).
Obvio. Si en verdad quieres encontrar a alguien en este país, lo encuentras. Hasta
puedes saber qué marca de pasta de dientes utiliza. Pero eso sí: si no conviene
que alguien aparezca, seguirá desaparecido sexenio tras sexenio.
Ya tengo el perfil de tu amado empresario. Además de rico, es atractivo, cuarenta
y cinco años, parece una buena persona. Te sacaste la lotería. Esos ejemplares
están en peligro de extinción. ¿Dónde lo encontraste?
El Contratante me contó que se veían todos los jueves, antes del mediodía. Se
encerraban en algún hotel de Reforma. Algunas veces bajaban a comer a los
restoranes; luego se iba cada uno en su camioneta. Llegó la hora de colocar su
foto en el pizarrón. Le pregunté por información sobre ti, si tienes enemigos, quién
es tu familia, tus amigos. Extrañamente sabía muy poco. Vivían sólo en el
presente.
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Me obligo a leer mis propias instrucciones. Así sobreviví a mi trastorno de
atención. Escribo lo que tengo que hacer. El problema es leer hasta el final.
2) Revisar correos y ver si hay noticias de la diputada
Querida. La situación es complicada. Hay un plantón de maestros que ya duró
muchos meses. Se respira un ambiente hostil. La mayoría de la gente está enojada
con el gobierno local. Acaban de descubrir una red de pederastas; parece que los
abusadores están respaldados por el gobernador. Mara tiene un albergue para
huérfanos indígenas pero está metida con los disidentes. A nuestro amigo el
senador Pineda se le ve frecuentemente con los de la oposición. En tres meses
habrá elecciones intermedias. Saca tus antenas, revisa las noticias del último año.
P.D. Te voy a conectar con una periodista experta en ese estado. Ganó el premio
nacional de periodismo. Es una chavita.
Silvia.
Ahora recuerdo que sobre el escritorio del senador Pineda había varios recortes
de periódicos sobre Oaxaca. ¿Qué planea el senador? Quizás el secuestro de
Ojos Brillantes no tiene que ver con ella, sino con el senador. ¡Qué chingadera!
Eso da lugar a otro posible móvil de violencia contra las mujeres: venganza o
revanchas políticas entre hombres. Tendré que investigar qué clase de araña es
ese gobernador. Para variar, no
hay mail de Abdomen de piedra. Me estoy
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muriendo de tanto extrañarlo. Tengo un poco de culpa, pero lo de anoche no
cuenta, porque no me acuerdo.
Acabo de notar que casi no dormí. Debo descansar un poco. Programo el
despertador del iPhone para dormir tres horas y empezar a trabajar de nuevo.
12 de la noche
Los dos litros de Gatorade acabaron con la deshidratación de la resaca. It has
been a long and difficult day but I`m ready to work again (esa frasecita me salió de
corrido, not bad). Busco mi lista de pendientes: 3) revisar declaraciones de
testigos; hablé con una mesera que trabaja en una cafetería en la esquina de
Tiber. Me contó que cuando ocurrieron los hechos, el jueves anterior, como a las
17.15 hrs., salió a fumar. Recuerda que hubo un operativo. Una mujer policía, con
uniforme negro, detuvo el tránsito. Detuvieron una camioneta verde. Luego otros
hombres que parecían soldados se subieron al vehículo. Otros testigos corroboran
la historia. Ninguno le da mucha importancia. Algunos dijeron que en esa esquina
frecuentemente ocurren delitos: robos, balaceras y operativos como éste.
¿Por qué querrían secuestrarla o levantarla? Me extraña que el senador no
me llame. De seguro está haciendo su propia investigación con el tal Melchor.
¿Quién te encontrará más pronto? En este país lo que importa es tener contactos
y al senador lo que le sobran son contactos. Yo también tengo los míos. Mañana
hablaré con mis amigos del Ministerio de Defensa. ¿Quiénes serán los
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secuestradores? Todo parece apuntar a una venganza o revancha contra el
senador.
¿Qué hacías viviendo con Antonio Pineda? ¿Qué encanto tiene ese hombre? Sí,
tienes razón, es importante, es muy culto, sofisticado; pero tiene sesenta y siete
años y no es muy agraciado que digamos.
Lista nueva de cosas por investigar: el estado sureño, buscar alguna información
sobre tu pasado; revisaré de nuevo lo que extraje de su computadora. ¿Dónde
estarán sus padres? ¿Tendrá hermanos o amigas?
Me preparo una jarra de café. Abro por enésima vez mi correo. ¡Ah chingá!
Hay un mail de Yossi. Me late el corazón como una pelota de básquetbol y mi
cerebrito desajustado piensa mil cosas a la vez:
Estoy en Berlín. En cuanto pueda te llamo. Ani ohev otaj.
Yo también te amo, mi querido vientre de lavadero. ¿Qué demonios haces en
Berlín? Luego llega otro pedazo de mensaje:
Si todo sale bien, pronto iré a México. Y.L.
Contesto inmediatamente:
Desde ahora ya te estoy esperando, neshikot.
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¡Viene a México! Ahora tengo un aliciente más para encontrarte. Con la paga
podré vagabundear a cualquier lado; para empezar, ¿qué tal ir de escalada al
desierto del norte, así como él me llevó al Neguev?
¿Te acuerdas que te dije que dormimos bajo una cúpula azulada y diez mil
estrellas nos atravesaron con sus rayos blanquecinos?
Sumo a mi lista de pendientes: buscar en internet los mejores lugares de
escalada en el país (pero que la zona no esté ocupada por narcos).
Resultados preliminares:
La posibilidad de que el atentado en tu contra sea en realidad contra el
senador es bastante alta. Si tú ni vivías en México. Sería muy raro que tuvieras
enemigos, a menos que hayas visto algo o a alguien que no debiste haber visto.
Lo más probable es que el senador tenga enemigos y que le estén cobrando
alguna factura contigo. Desde que el mundo es mundo, los belicosos usan el
cuerpo de las mujeres como campos de batalla. Hay que agregar uno más de los
móviles posibles.
5) Venganza entre hombres
Espero que la misoginia no acabe en feminicidio. Que te estoy contando a
ti, que viviste en Afganistán, el odio contra las mujeres es como la tolvanera de un
lago desecado, partículas de mierda flotando por todos lados; tan contundente
como la violación masiva de mujeres en Kosovo, o la limpieza étnica como
estrategia militar. Secuestrar a las mujeres del enemigo es una de las maneras
preferidas para coaccionar a los hombres.
Hora de conectarme con la Diputada.
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Mí querida doctora diputada:
Me urge verte. Cuanto más leo, peor se pone. Necesito hacer catarsis y
que me cuentes del estado sureño, etc. etc.
P.D. Me escribió Yossi
Viene a México…
Minutos después, ya estaba en la pantalla la respuesta de Silvia:
Por la mañana, imposible: hay plenaria sobre nueva ley de seguridad.
Te invito a comer; de seguro ni has comido. Vamos por la zona que
investigas. Escoge restaurante Nikko o Intercontinental. Qué bueno
que apareció tu jovencito.
Milena contesta de inmediato:
Oki, hablamos para fijar hora. Ya duérmete. ¿Estás escribiéndole a tu
periodista? Besos.
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Quinta noche después del secuestro
Casa de seguridad
Se abre la puerta. Escucha unos pasos que se acercan. Eloísa se aleja en un
extremo del colchón. Alerta. La secuestradora se aproxima, no se preocupe,
desde ahora, estoy a cargo, le dice al oído. Le da instrucciones como se le habla a
un reo: traje ropa limpia para que se bañe y se cambie. Pone sobre la única silla
unos pants de algodón y una sudadera. Deja también otra bolsa de supermercado
con varios artículos de limpieza personal y un recipiente de unicel blanco, con un
club sándwich y una botella de agua. La desamarra. Le quita la venda de los ojos.
Oscuridad. Las ventanas tapiadas. Sólo un filo de luz amarillenta por debajo de la
puerta. No se pase de lista, señora. Si tengo que hacerlo, le meto un balazo. La
mujer se recarga sobre la puerta, voy a esperar aquí hasta que termine de
arreglarse.
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7. Amapolas amarillas
Día 6. 11:00 AM
Complejo Reforma 222, Ciudad de México.
Control de daños. Piso el acelerador. Basta de vida licenciosa, me levanté
tempranito para encontrarme con el General experto en seguridad nacional,
somos amigos cercanos. Desayuno en el comedor del campo militar, tras la
ventana, soldaditos de un metro, sesenta centímetros, marchan. Le llevé los
retratos hablados de los presuntos secuestradores, parecen miembros de algún
grupo de seguridad. Revisé 2000 fotografías de agentes de corporaciones
policíacas y similares, puros pinches feos (habrá alguna ley que prohíba la
contratación de guapos). Más tarde me encontraré con mi nuevo equipo de
investigación.
Entro sin llamar la atención. Busco la mesa más alejada en la orilla de la zona del
fast food. Minutos después, llegan cuatro agentes de seguridad. ¡Qué cabrones
tan indiscretos! Se les nota lo guarro a diez kilómetros: pelo cortísimo, piel de color
de tierra, pero tierra negra; infaltables lentes de gota verdi-negros; eso sí: buena
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condición física, espaldas anchas y piernas fuertes; son más altos que la media
nacional. De ninguna forma aceptaría panzones en mi equipo. Nos encerramos en
la Suburban negra, en el estacionamiento del centro comercial para hacer el
recuento de los daños. Planeamos la ruta. Ellos escuchan con atención, hacen las
preguntas pertinentes. Estudiamos las declaraciones de los testigos y analizamos
los retratos hablados que elaboraron los peritos. Examinaremos de nuevo las
fotos de las corporaciones policiacas, trabajaremos por parejas. Les distribuyo
celulares nuevos y claves de intercomunicación.
Día 6. 14:00 PM
Hotel Intercontinental. Reforma
Ciudad de México.
Silvia Plata camina con la seguridad de las que se saben atractivas. El delgado
blusón de manta blanca insinúa unos pechos generosos. Lleva una falda larga, y
un rebozo de seda amarilla cae suavemente sobre los hombros. Sólo las zapatillas
de piel fina contradicen lo autóctono de su indumentaria. El pelo rubio,
despeinado, le otorga un aire de desenfado. Va dejando a su paso una estela
aromada de cigarro y perfume caro. Entra al restorán francés y elige una mesa
desde la que puede observar la panorámica. Casi todo el lugar está ocupado por
clientes ricos en comidas de negocios. Todavía no se acomoda en la silla cuando
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una espigada morena se dirige directamente hacia ella; le lleva unos segundos
reconocer a Milena, con su vestido de jersey ajustado que le cae hasta las rodillas;
su peluca oscura le cubre las orejas; el delicado collar de perlas y el maquillaje
profuso la hacen parecer más grande. Se abrazan con la complicidad de las que
han estado juntas en las buenas y en las peores.
— Apenas te reconocí, Milena —le dice con una sonrisa burlona—. ¡Qué
elegante! ¿De qué vienes disfrazada?
— De ñora de Polanco. Me fui a la calle de tiendas más exclusivas de la
ciudad, ya sabes, aquí cerca, por el fashion completo, todo de
diseñadores de primera. Para lo demás existe mastercard. Estos
malditos tacones me están matando.
— Tienes cabeza para pelucas; no se te nota nada —le dice revisando
cuidadosamente el camuflaje de su amiga.
— Es lo bueno de tener el pelo cortito; me vestí así, no vaya a ser que me
discriminen en este lugar tan exquisito. Ya viste que aquí todos son
blanquitos…
— No inventes, ¿en este país? Dime, ¿cómo vas con la investigación?
Estás hecha un hueso... De seguro ni duermes.
— Poco.
— Perdón, me estoy oyendo como tu madre.
— Sí, en su fase castradora. En tu honor, hoy voy a comer como se debe.
Traigo los apuntes en el iPhone...
— Déjame ver… Mientras, checa mi Blackberry… ¿Cuál será mejor?
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— Hablemos del caso; si no, nos vamos a desviar a la tecnología. No
tenemos mucho tiempo. Tenemos una agenda larga…
— Cierto, pero ¿qué tal unas cervezas para empezar?
— Sólo quiero agua.
— ¿Qué, no bebes mientras trabajas? —pregunta la diputada con un tono
burlón—. Yo sí. No perdono un tequilita y una cerveza a la hora de la
comida, dice levantando la mano para llamar al mesero y pedirle las
bebidas.
— Tú bebe por las dos; yo al rato fumaré por ti. ¿Por dónde quieres que
empiece?
— Usted es la experta.
— Primero por los hombres, para no perder la costumbre. El contratante,
Mauricio Fuentes, es dueño de una empresa súper exitosa; parece que
tiene mas dinero del que puede gastar. Cuarenta y cinco, filántropo,
guapo...
— Algún defecto debe de tener. Suena como el hombre perfecto.
— Claro, está casado con una mujer tipo Barbie y tiene un par de gemelas
pequeñas. Pero parece estar perdidamente enamorado de Eloísa
Castellanos. ¿Por qué tendrá una amante….?
— Esa es otra historia. No te me desvíes, Milenita.
— Siguiendo con los hombres… ¿Qué me dices de tu correligionario, el
multicitado senador Pineda?
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— Que quieres que te diga... Es muy inteligente, era de las juventudes del
Partido. Salió de la Facultad de Derecho, maestría en la Sorbona, más
de cuarenta años en la grilla. ¿Te imaginas?
— Claro, si me metí a su despacho y tiene fotos saludando a presidentes,
intelectuales, artistas. Puro poder.
─Además, la verdad, tiene visión de Estadista. Es culto, refinado, contactos
de primera, políticamente correctísimo. Habla perfectamente inglés y
francés.
—Eso es lo de menos. Hay gente que dice pendejadas en varios idiomas.
—No es el caso de Pineda; él dice cosas…
—Ahora tú me lo estás describiendo como perfecto. No way.
—No, tiene sus cositas. Ha estado casado tres veces. Me parece que
por periodos bebe más de la cuenta —dijo bajando la voz y volteando a
mirar a los comensales de otras mesas para que no la escucharan—. A
veces se ve todo abotagado… Se dice que le gustan los excesos. Al
poco tiempo aparece muy recuperado. Se ha de meter a una de esas
clínicas de desintoxicación. Una amiga va al mismo deportivo. Me
comenta que el senador nada más de un kilómetro todas las mañanas.
— ¿A ti cuál te gusta? Uno es empresario, rico, amable; eso sí, opina que
los políticos son unos corruptazos; o el interesante senador con su
background político.
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— Está difícil. Con razón la fotógrafa anda con los dos. Pero para mí,
ninguno. Los empresarios no me gustan, y el senador ya está muy
manoseado. ¿Y tú, Milenita?
— A mí me gustan los dos. Me gusta el rico, porque yo soy pobre, y el
político, por sus colmillazos; pero sólo para un rato. Lo mío son los
jóvenes irreverentes….
— Como tu soldado.
El mesero las interrumpe para servirles las bebidas. Las mujeres lo miran y
se quedan en silencio un instante; casi de inmediato, la diputada Plata inicia una
conversación con el muchacho:
— Mi amiga tiene que hacer un trabajo importante pero debe alimentarse
bien. ¿Qué le sugieres? —le pregunta con una sonrisa—. Que además
sea rico y nutritivo —agrega Milena clavándole los ojos.
El camarero les explica las posibilidades culinarias. Ellas sonríen y bromean
en un juego de a tres. Por fin eligen los platillos y siguen con los detalles del caso,
ignorando al muchacho.
— Volviendo al senador, te imaginarás que después de tantos años en la
política tiene cola que le pisen….
— Colota de dinosaurio, diría yo.
— Agrégale que desde que perdió el Partido, somos oposición, lo cual no
está nada mal. Toma nota. Todo parece indicar que Pineda quiere ser
gobernador del estado para luego ser candidato a la presidencia.
— ¿Tiene probabilidades? —pregunta la detective.
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— En el último año, el partido en el poder, o sea, los otros, perdieron todas
las elecciones locales, así que la probabilidad de que gane nuestro
Partido es alta.
— Aspiraciones presidenciales… ¡De veras!… Con razón el senador se la
vive en Oaxaca.
— Sí, pero hay un pequeño inconveniente. Allá gobierna otra facción del
Partido. Todo parece indicar que el gobernador es de la peor calaña y
tiene el control casi absoluto de la plaza. Para poner las cosas más feas,
en el último año ha habido numerosas manifestaciones en su contra: de
maestros, comerciantes, transportistas, estudiantes... Pero siempre sale
bien librado. Ese sí es siniestro. Y por supuesto, el tal gobernador ya
tiene a su sucesor para la próxima gubernatura.
— O sea, el adversario de Pineda, en las internas. ¿Ves por qué nadie
quiere a los políticos? Se lo ganan a pulso. Son de lo más turbio —
afirma Milena mientras se toma su tercer vaso de agua.
— Sí, pero hay de peores a peores.
— Con razón el senador ni se entera de lo que hace su mujer. Por cierto,
no tengo registrado que sean esposos; parece que sólo viven juntos
desde hace dos años, de los cuales la mitad del tiempo la fotógrafa está
viajando.
— O el senador va y viene a Oaxaca. Suena una relación medio rara. Por
cierto, me habló Pineda desde Berlín.
— ¿De veras? ¿Cuándo? ¿Qué dijo?
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— Primero preguntó por tus antecedentes: que si eras confiable, etc. Por
supuesto, le dije que eras una experta. Estaba muy preocupado por
Eloísa. Me dijo que te puso en contacto con su jefe de seguridad.
— Sí, ya tuve varios encuentros con un tal Melchor. Medio sospechoso, el
tipo; no le confiaría ni un saco de alacranes. El Chuky lo está
siguiendo…
— Así que, compañera, tratemos de responder la pregunta: ¿a quién le
conviene secuestrar a la mujer del senador?
— Al gobernador perverso, ¿no crees? Yo me iría por esa línea de
investigación. ¿Conoces a esas que van entrando? —pregunta Milena al
ver que saludaban a Silvia.
— Sí. Son unas empresarias. Voy a saludarlas. Les estoy pidiendo
donativos para un proyecto productivo.
— Ve, acá te espero.
Milena la observa marcharse. La biografía de su amiga se le despliega en la
memoria, veinte años de recuerdos familiares, el
padre ultra conservador, la
madre más o menos sumisa, el embarazo adolescente, la boda temprana como
única vía de escape. Luego, el cambio de enemigos: el marido machista, ring de
boxeo, ideas contrapuestas, yugos maritales. La universidad como bote
salvavidas. Alternativa de vida, desarrollo, crecimiento, amigas entrañables,
sueños libertarios, matrimonio de tálamos helados, dobles o triples jornadas. El
divorcio necesario, pensiones alimenticias, madres solteras (aunque estén
casadas). Tiene dos hijas. Es doctora en ciencias políticas y diputada.
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Milena le admiraba la disciplina, su solidaridad incansable, pero sobre todo
tenía algo que a ella le faltaba: la capacidad de ver el lado bueno de las cosas.
Después de un rato, Silvia regresa con la detective.
— Lo siento, amiguita, pero no quería perder la oportunidad…
— Siempre en funciones, reinita, dice mientras se rasca metiéndose el
dedo índice entre su pelo y la peluca.
— Tejiendo redes, querida. ¿Qué piensas? —pregunta la diputada.
— Que está peor de lo que parece. Según mi diagnóstico preliminar, se me
hace que el asunto es contra Pineda. Conclusión: secuestro político con
violencia de género.
— Así parece…
— Si los políticos se quieren dar de madrazos, allá ellos. ¿Para qué meten
a las mujeres? Ya ni la chingan, y aquella pobre encerrada. ¿Cómo se la
estará pasando? Uno nunca sabe cómo se van a portar los
secuestradores. La pueden matar si se sienten amenazados o por
puritito error.
— No te desesperes, verás que la encontramos pronto.
— El problema —dice Milena después de un momento— está en el cerebro
primitivo de los pinches machos.
— No sólo son las ideas; el problema es que se vuelvan políticas de Estado
—contesta Silvia.
Ya estaban listas para iniciar una nueva diatriba, cuando les trajeron la
comida.
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— ¿Quieres una copa de vino?
— No, estoy en mi fase seca, como el senador. Por cierto, el sábado fui a
mi bar predilecto —afirma la detective.
— Cuéntame. ¿Cómo estuvo? —pregunta Silvia
— Ya me conoces, amiga: misma historia, distinto protagonista.
Silvia Plata sonríe como los que se acuerdan de sus íntimas tropelías.
Antes de que diga algo, Milena la interrumpe:
— ¿De qué te acordaste que te estás riendo sola? Cuéntame de lo
importante. ¿Cómo vas con tu periodista? —añade mientras devora una
fresas jubilee.
— Aunque no lo creas, ya tengo dos años con mi periodista y seguimos
enamorados —la diputada levanta su segunda copa de vino.
— No lo creo.
— De veras; pocas veces en mi vida he sido tan feliz.
— Me da gusto, pero no niegues que es muy raro. ¿Cuál es el secreto?
— Creo que mi hombre es bastante femenino.
— A ver…
— Para empezar, le gusta hablar de lo que le pasa, de sus sentimientos, de
sus sueños.
— ¿Habla de sentimientos y de sus sueños?
— Tiene unos detalles…Te dije que tiene un departamento de soltero en la
Condesa. Es nuestro nidito. Siempre que nos vemos, tiene un ramo de
flores y una botella de buen vino, arregla la mesa. Le regalé un tulipán
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en una maceta, y lo cuida muy bien. Recuerda cada mes el día de
nuestro aniversario. Si no nos vemos, me manda una foto de flores por
el celular. Siempre es un ramo de amapolas amarillas.
— ¡No lo creo!
— Me habla todos los días a la misma hora. Me emociono sólo de esperar
su llamada.
— ¡Chale! Es más femenino que yo.
— Allí está lo raro. Al mismo tiempo, es súper varonil y le gusta la cama
tanto como a mí. La mejor parte es que es un obseso sexual. Ya te
imaginarás…
— No me digas que siempre quiere coger.
— Ya entiendes mi sonrisa inevitable.
— Bueno, ¿esta es la sección de los hombres perfectos, o qué?
— Por supuesto que no. También es casado. Todavía no me queda claro si
está mal casado o bien casado o las dos cosas al mismo tiempo. A mí
no me importa; me gusta así, comprometido… con otra.
— ¿Y él qué opina?
— Según él, quiere vivir conmigo. Ves como piensa como mujer. Para mí,
así como estamos está bien. Estamos más cerca que muchos que viven
juntos. Déjame ser totalmente honesta —continuo Silvia—; me vas a
decir que parezco hombre pero lo que me gusta de mi hermoso es
tenerlo a ratos, que cada ocasión sea intensa; no quiero amanecer con
él cada mañana, ni que vayamos juntos al supermercado o a las
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reuniones familiares. De ninguna manera quiero negociar con él mí
tiempo libre. Tuve suficiente con mi primer marido.
— ¡Cómo olvidarlo!
— Según mi teoría, si mantenemos la distancia, siempre estaremos cerca.
— Yo prefiero los amores a distancia.
─ Quizá tienes razón, a veces me pesa tanta pasión, más bien me
abruman tantas emociones contradictorias. Pero mira, después de cada encuentro
en su lugar secreto, el hombre me trasforma. Me siento cachonda, joven. Húmeda.
Cuatro horas después, las mujeres siguen hablando sin parar, pasando de un
asunto a otro. Regresan una y otra vez al mismo tema de la pareja. Piden una
quinta ronda: vino tinto para Silvia, café para Milena.
— Cada vez que nos vemos, el hombre se dedica a complacerme. Hemos
pasado de una fantasía a otra… Somos igual de perversitos…
— ¿Después de dos años?
— Mejor, la confianza mejora el sexo. No sé hasta dónde llegaremos. Me
gusta en lo que nos convertimos cuando estamos juntos, tú sabes: filias,
parafilias, lluvias doradas.
— ¡No inventes¡ —Hizo una mueca de incredulidad.
— Hace mucho que no me sentía tan segura. Me siento llena de energía,
hermosa. ¿Te dije que además es un excelente fotógrafo? Me tomó una
foto donde estoy encuerada. No se me ve la cara. No es por nada pero
me veo buenísima. Ya te lo he dicho, Milenita, hay relaciones que curan.
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— Creo que están de moda las fotos eróticas. Eloísa tiene una donde está
sólo con collares de perlas diminutas. Con mi pecho de deportista, creo
que yo no tengo posibilidades. Por cierto, ¿cómo se siente tu hombre
con una mujer poderosa?
— Está orgulloso. Escribe artículos en la revista de la Cámara. A veces me
manda información entre líneas.
— Será porque es más joven, o porque es de otra generación o qué…
— Tal vez los chavos son menos machos, no sé…
— Por cierto, me mandó unos artículos sobre los últimos secuestros
políticos que ocurren en este país. La cosa está de la rechingada.
— Sí, ya organizaremos una cita los tres. Pidamos la cuenta, que el
hombre me espera. ¿Te dije además que es guapísimo, que tiene la piel
tostada…, y que cuando llego a su apartamento lo abrazo con mi
rebozo, mientras nos besamos sin prisa?
— Más bien me parece que estás muy enamorada. Sigo sin entenderlo…
Por cierto, dale las gracias por la información. Llévame a mi casa, que ni
loca caminaría con estos tacones. ¿Cómo le hacen las ñoras? Mis
respetos para las que andan caminando por el mundo en zapatillas.
¿Sabes que en Reforma hay cada año una carrera de mujeres en
tacones?
— ¿No has pensado que a nuestra edad estamos locamente enamoradas,
lo cual es un lujo?
— Sobre todo en estos tiempos de mierda —concluye Milena.
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Mientras salen del restaurante, Silvia recibe una llamada del senador
Pineda.
— Era el senador; está llegando al aeropuerto. Dice que si lo podemos ver
mañana temprano. ¿Te parece?
— Claro, ya veremos qué clase de dinosaurio es ese tipo.
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Sexta noche después del secuestro
Casa de seguridad
Un frío húmedo penetra por las plantas de sus pies descalzos. Por primera vez
desde el secuestro, puede caminar de un lado a otro. Recorre una y otra vez el
cuartucho para memorizar el espacio: la única ventana tapiada con un tablón de
madera rugosa, el cochón desvencijado. Los cinco pasos que llevan a la puerta
del baño. Seis pasos a la puerta sin manija. Eloísa se acuesta sobre el piso para
mirar a través del filo de luz por debajo de la puerta que le anuncia el paso de las
horas y el omnipresente sonido de la televisión. Alerta. ¿Cuántos días han
pasado? Ruidos inconexos. El sonido de la cerradura. Ladridos de perros,
goterones de lluvia sobre un techo metálico. Voces. El dolor del pinchazo en el
brazo. Manos regordetas tocándole la cara. ¡Métase al baño!, le ordena una voz
femenina desde afuera: ¡Le traigo la cena!
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8. Concierto para violín y orquesta
Día 7. 8:00 AM
Oficina del senador Antonio Pineda
Las calles huelen a lluvia recién escampada. Las hojas de los árboles brillan como
cristales y traslucen el débil sol de la mañana. Milena camina sin prisa por la
avenida que lleva al viejo edificio del Senado; trata de mantener el equilibrio pero
la altura de los tacones de sus zapatillas la tortura. Además, tiene que ir sorteando
los huecos entre los adoquines del camino. Va de intachable traje sastre negro,
camisa blanca, portafolio metálico, peluca de melena corta castaña y, como único
adorno, un collar de un hilo de perlas cultivadas.
Silvia Plata la espera en la antesala del despacho del senador: le parece
que el calorcito artificial y los muebles de maderas finas le dan al lugar un aire
seudoaristocrático. Recibe a Milena con un guiño; minutos después, entra Antonio
Pineda y, sin más preámbulos, las conduce a su oficina. Gracias por venir, anoche
llegué de Berlín; tuve que presentar un trabajo sobre desarrollo sustentable ante el
Parlamento Europeo. Por eso no pude regresar antes, explicó. ¿Qué han
averiguado? ¿Cómo están las cosas? Supe que estuvo en mi casa y que se metió
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hasta la cocina, dijo dirigiéndose a Milena con un tono que sonaba a
recriminación. En el ambiente flotaba un olorcillo a café recién preparado; un
asistente engominado entró a la oficina con una bandeja plateada: café y galletas
para los tres.
— Todo parece indicar que la desaparición de su mujer no tiene nada que
ver con la delincuencia común —le dice Milena sin titubear—, ni con
alguna banda de secuestradores. Parece que el móvil no es dinero.
— Esto está muy raro —Interviene Silvia.
— Según los testigos, parece que fue un levantón tipo militar. Eloísa tiene
al menos siete días desaparecida.
— ¿Qué piensas, Pineda? —pregunta Silvia. ¿Quién querría lastimar a
Eloísa o a ti? ¿Tienes enemigos?
— ¡Qué va! No tengo enemigos, sólo adversarios políticos. ¡No creo que
nadie se atreva a secuestrar a mi mujer!
— Anoche revisé nuevamente las fotos de Eloísa —intervino Milena. Tenía
un archivo sobre paisajes urbanos: fotos de Reforma, Chapultepec y el
Centro histórico. Pero encontré otras donde está retratado el gobernador
de Oaxaca en un restaurante de Polanco; comía con un empresario
poderoso y un miembro del cártel del Golfo.
— ¿Tiene la foto?
— Traigo una copia. Miren…
— Sí: es el gobernador, su amigo el empresario y el otro… No estoy muy
seguro…
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— Ya lo investigué; es el Tony Tormenta, lugarteniente del cártel del Golfo
—dice Milena.
— Qué raro. ¿Por qué Eloísa los retrataría?
— Yo creo que por puro azar. Le digo que estaban en medio de fotografías
de la ciudad. De seguro vio a unos tipos con muchos guaruras y le llamó
la atención. Tal vez ni sabía bien de quiénes se trataban.
— Déjeme ver la foto de nuevo. ¿Me puedo quedar con una copia?
— Por supuesto.
— Hace unos meses, en ese restaurante, balearon a unos narcos a plena
luz del día, ¿se acuerdan? —rememoró Silvia.
— El problema es... ¿Quién sabe de la existencia de estas fotografías?
¿Quién más pudo tener acceso a los archivos de Eloísa? —pregunta
Pineda en voz alta.
El senador se sentía cada vez más molesto. Todo parecía indicar que
alguien cercano había revisado las fotografías de Eloísa; pensó que tal vez alguno
de su equipo filtraba información. Su mirada de halcón se tornó más hostil que de
costumbre.
— A lo mejor lo de la fotografía es sólo una hipótesis y en realidad es otra
cosa —interviene Silvia.
— Salvo su mejor opinión, senador, yo voy a seguir trabajando. Vi a unos
militares amigos, para seguir una de las líneas de investigación. Tengo
una descripción de la mujer que paró la camioneta de Eloísa el día en
que ocurrieron los hechos.
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— Estamos en contacto, señoras. Yo haré mis propias indagaciones.
Gracias a las dos por su apoyo. Ya sabes, Silvita, soy un hombre
agradecido, dice mirando a la diputada y esbozando su sonrisa de
político en campaña. Y usted, Milena, hábleme a la hora que sea para
lo que necesite y no escatime en gastos…
Se levantó a despedirlas y las acompañó a la puerta. Le ardía la cara de
rabia. ¡Quién demonios se atrevería a lastimar a mi mujer! Pensó en los ojos
profundos de Eloísa Castellanos y recordó cuando la vio por primera vez: aquella
noche, Pearlman ofreció un concierto en el Auditorio Nacional, el concierto para
violín y orquesta en re mayor opus 35 de Tchaikovsky. Eloísa había ido sola y a
Pineda le tocó sentarse en el asiento de al lado. En el intermedio le preguntó si le
gustaba la obra. Afortunadamente para él, era la preferida de la fotógrafa. El
político se volvió para preguntarle si conocía la mejor versión. Ella sonrío y él se
abismó en sus dientes blanquísimos. Él dijo que había otros conciertos
paradigmáticos para violín. ¿Cuál te gusta más: Bruch, Brahms o Beethoven? Ella
contestó Tchaikovsky. Desde el principio, la mujer no le dijo toda la verdad. Lo que
ella disfrutaba en realidad era la música oriental, con la excepción de ese
concierto de violín. Al final del evento, se besaron en ambas mejillas e
intercambiaron tarjetas de presentación. Esa noche fue la primera vez. Antonio
percibió el olor incitante de la fotógrafa. Era como si de todos los poros emanara
una sensualidad natural. Aunque ella quisiera ocultarlo o negarlo, allí estaba
omnipresente ese aroma que invitaba a los festines de la carne. Al día siguiente,
Antonio Pineda no tuvo más remedio que aparecer en el departamento de Eloísa
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con un ramo de orquídeas cultivadas y el concierto de Tchaikovski en la versión de
Heifetz. También le llevó los otros dos conciertos para violín para que los
comparara. Como galanteador viejo, todos los días después de su encuentro le
enviaba una orquídea del color preferido de la dama. La casa de la fotógrafa se
fue invadiendo de flores moradas que la hacían estornudar. Si Eloísa no le hubiera
exigido que parara, hubiera seguido enviando flores hasta conquistarla. El hombre
tuvo que cambiar de estrategia y religiosamente, todos los viernes, aparecía en la
puerta de la corresponsal con algún obsequio, casi siempre libros de fotografía en
ediciones especiales, envueltos como si fueran regalos costosos.
Lo que más le gustaba a Pineda era recorrer los lugares de moda de la
ciudad. No se perdía un openhouse donde pudiera ser visto del brazo de la
fotógrafa. No sólo le complacía su belleza, sino que fuera veintisiete años menor
que él; sentía un placer avieso al observar que otros hombres quedaban
fascinados ante la extrañeza de la mujer. Si bien su prioridad era obtener la
gubernatura del Estado sureño, el paquete completo incluía a Eloísa Castellanos
como su primera dama.
Agarradas del brazo, caminan hacia el restaurante junto al Senado. Los
ventanales estilo mexicano, flanqueados con macetones de geranios escarlatas,
permiten que puedan intercambiar comentarios sobre la reunión, alejadas de
miradas inconvenientes.
—Ya te diste cuenta, diputada, estamos trabajando juntas como
siempre; así como que no quiere la cosa —se alegra Milena.
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— ¿Cómo viste al senador? ¿Será confiable? —Pregunta Silvia.
— ¿No será otro político feminicida?
— No parece. Más bien se notaba preocupado por la mujer, ¿no? Hay
otros que no pueden explicar de qué “enfermedad” se murió su mujer
— No estoy segura, ya veremos…
— Si nuestra hipótesis es correcta, tenemos que andar con pies de plomo.
Hay que ser muy discretas. Hablemos sólo lo indispensable, y refuerza
tu seguridad, ¿me entiendes? ¿Ya apareció tu joven soldado?
— No, sigue desaparecido el muy desgraciado. Un día le pregunté que por
qué no contestaba mis mensajes. ¿Sabes qué me dijo? No sé qué decir,
prefiero chatear en Skype. Pinche güey, ¿no?
— Te digo que es de otra generación.
— Eso sí, cuando chateamos me divierte ver su cara medio deformada en
la pantalla. Mientras hablamos me manda la música que oye, artículos
de periódicos, portadas de libros, fotos, videos de YouTube. Saltamos
de un tema a otro.
— Igual que tú.
— Le gusta los Molotov y los Tacubos. Es fan del Sup Marcos y de
Ramona.
— ¿En qué idioma hablan?
— Yo en spanglish. Aprendí algunas frases en hebreo. Ya sabes, lo mío no
son los idiomas; tengo una tara idiomática (será culpa también de mi
trastorno de atención) y una pronunciación awful.
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— ¿Y Yossi?
— Conmigo habla el sesenta por ciento inglés; estudió en Londres. Diez
por ciento hebreo, treinta por ciento español con groserías. También
habla árabe. Desde niño vivió en varios países.
— Lo importante es que te entiendes con el muchachito, ¿no?
— Me enseña groserías en varios idiomas. Las mejores son en yiddish…
— Vámonos; es hora de seguir trabajando. Tengo una reunión en la
Cámara; si no, nos vamos a clavar en nuestro mono tema.
— Por cierto, hablando de seguridad, ¿me dijiste que tienes en un archivo
los mensajes que intercambias con el periodista? Bórralos de todas las
carpetas. Todas son todas: recibidos, eliminados, enviados, encriptados,
etc. Tómate el tiempo para limpiar tu computadora de cualquier
evidencia.
— Los tengo bien guardados. Son tan amorosos…
— Si quieres escribir, haz una novela. Así puedes inventar mentiras para
decir verdades o mandarle mensajes cifrados a tu amado.
— Cuando termine la legislatura, voy a estudiar algún curso de creación
literaria, creo que hasta hay un doctorado en eso. Los mails son mis
borradores.
— No te hagas ilusiones amiga, el amor sólo dura en las novelas. Pero
volviendo a la realidad, insisto, diputada: no quiero que tu información
privada se filtre. Ya ves cómo tratan a las mujeres cuando se les
descubren sus intimidades. Las hacen polvo, se les acaba la carrera. Ya
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sabes, si eres hombre a nadie le importa con quién te acuestas.
— Sí, ya entendí, no te preocupes.
— Déjalos en el cíberespacio: allí estarán seguros.
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Hora. 00.00 del secuestro
Calle de Tíber, Distrito Federal
Hay un operativo. Una mujer policía vestida de negro le hace el alto. Eloísa
obedece. Otro hombre, con uniforme negro militar, se acerca a su puerta. Le pide
que baje la ventanilla y que le muestre sus papeles. Eloísa se agacha para sacar
los documentos de la guantera. En segundos, el hombre se introduce en el auto.
Le abre a otro la puerta del copiloto y un tercero sube al asiento de atrás. La mujer
policía se mete a una camioneta que está adelante del auto de Eloísa. Le abren
paso. Se enfilan hacia el Circuito Interior. El hombre en el asiento del copiloto
avienta a Eloísa al asiento trasero como si fuera un costal de huesos. El que va
atrás la empuja hacia abajo. ¡No te muevas, perra, si no te quieres morir!
El tipo que le apresa el cuello con su bota, con la mano le encañona la
cabeza. Le recorre el pecho con la punta de la pistola y después se la vuelve a
poner sobre la sien. Corta cartucho. El que va en el asiento del copiloto mira la
acción y reclama: no te pases de huevos, cabrón, déjala en paz. ¡Apaga esa
chingadera!, vocifera el que va manejando. Esa puta música no me deja
concentrarme. El concierto de Tchaikosky estaba empezando de nuevo. Un tufo
de cigarros rancios, sudor y alcohol barato inunda el aire encerrado del coche.
Tenemos que atravesar el puto periférico antes que empiece el pinche tránsito, me
lleva la chingada. La camioneta de adelante sigue abriéndoles camino. Circulan a
toda velocidad. Tocan el claxon, rechinan las llantas. Manejan como policías en
persecución oficial.
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9. Lágrimas del mar
Día 7. 7:00 AM
Los Girasoles, Oaxaca
Sólo oye el ruido de sus pasos sobre hojas mortecinas. Camina entre lápidas
despedazadas. A ratos se detiene a inhalar el dulzor de las flores silvestres
amarillas, que en septiembre invaden la vereda. Mara inicia su jornada con una
larga caminata por los senderos del monte, y como un ritual aprendido hace
mucho, termina su paseo en el viejo cementerio del pueblo cercado con alambres
de púas que se entreveran con yerbajos. Arranca flores hasta formar un ramo
grande y oloroso. En el morral de lana que cuelga de su hombro, va guardando las
hojas de los limoneros y de los naranjos. Trenza sueños aplazados y huellas de
amores relegados con las plantas que más tarde llevará al centro comunitario.
Anda con los ojos bien abiertos. Según ella, tal vez sea él el hombre que ha
esperado. Quizás esta vez pueda dejar su soltería; si pudiera meterse por sus
poros, ser parte del aire que respira... Quién sabe si él la deje...
Entra a hurtadillas a su consultorio. Deja las flores, prepara el té. Luego se
irá a la estación de autobuses. Viajará a la ciudad y el fin de semana le pesará de
tanto extrañarlo.
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No puede demorarse, debe verificar los últimos detalles de la exposición,
entrevistarse con la detective, repartir las invitaciones. De cualquier forma, cada
tres meses tiene que ir a la ciudad de México a conseguir donativos para su
albergue. Va y viene a su Mexiquito querido, como ella le dice. Ama a la ciudad
como se quiere a un amante imaginario. Por un lado, detesta el tráfico y su cielo
sin estrellas, pero al mismo tiempo le perdona todo. Como a los malos amantes,
ama y odia al mismo tiempo.
Cambia el ritual de la montaña y pasea despacio por Chapultepec, luego se
sienta, como siempre, a los pies de Tláloc, como si a través del monolito pudiera
apropiarse de sus antepasados indios y revivir algo de ese mundo que una vez fue
sagrado. Después deambula alrededor del lago y mira a las parejas de
adolescentes remar por las aguas verdosas. Busca en su memoria recuerdos
similares y no halla nada. Se lo habían dicho desde niña: el secreto de la felicidad
es tener mala memoria, y ella es una artista en eso de olvidar lo malo. Por eso lo
suyo son los amores duraderos. Si no tiene un buen marido, al menos cuida a sus
amigos de toda la vida. Según Mara, el mejor remedio contra la soltería son las
amistades perdurables; así que una vez más, por pura fidelidad amistosa, irá más
tarde a la cantina de su compañero de la secundaria.
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Día 7 23:00 PM
Cantina La Luna Oscura, Tlalnepantla,
Estado de México
Mara entra en el bar, como si fuera su casa. Se instala en la barra y pide un
clamato sin alcohol. Víctor la reconoce desde lejos por su vestimenta indígena, le
sonríe a la distancia y se le acerca de inmediato.
─ ¡Qué gusto verte, licenciada! le dice, mientras la besa en ambas mejillas.
Los amigos de la secundaria se trenzan en un prolongado abrazo.
─ Aquí me tiene de nuevo, amigo.
─ ¿Ya viste la remodelación que le hice a la cantina? Para que no me digan
que no he mejorado el patrimonio de la familia.
─ ¿Siguen siendo dueños de la mueblería y la panadería?
─Si, no negarás que mi abuelo aprovechó el dinero y las joyas que traía
cosidas a su abrigo de doble forro cuando se vino escapando del franquismo.
─ Usted también salió bueno pa los negocios, compañero.
─ ¿Qué milagro, qué haces por acá?
─ Ya sabe, siempre que estoy en la ciudad vengo a verlo; en cambio usted,
¿cuándo se va a dignar ir mi pueblo?
— Qué quieres, me la vivo encerrado. Cuéntame en qué reclamo social
andas metida esta vez, le dijo mientras encendía un cigarrillo.
— Los camaradas de la organización estamos consiguiendo dinero para
equipar una clínica de salud allá, en los Girasoles.
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— ¿Te falta mucho?
— Aunque usted no lo crea, la construyeron, la inauguró el gobernador,
hubo fotos. A la semana siguiente, se llevaron los muebles. Supongo
que para inaugurar otra clínica, en otra comunidad.
─ No te creo…
─ Es la pura verdad. No hay muebles, ni médico, ni nada. Sólo está el
cascarón. Nosotros queremos aprovechar esta construcción…
─ Además de esas jaladas, ¿qué otras cosas pasan por allá?
— ¿Qué no lee los diarios, compañero? Si en los noticieros de acá no sale
nada... Vamos de mal en peor. Hace unas semanas asesinaron a dos
muchachas indígenas que trasmitían por una radio comunitaria. Las
balearon cuando salían de la estación.
— ¿No tienes miedo?
— Nosotros somos unos pobres activistas. Tenemos nuestro albergue, una
escuela con un solo salón de clases y el centro comunitario. Cada mes
luchamos para pagar las cuentas, para comprar lo más indispensable. A
nadie le importa. Somos inofensivos para el gobierno.
— No me has dicho qué andas haciendo en la ciudad. ¿Cuándo llegaste?
— Hace unas horas. Organizo una exposición fotográfica sobre una
mexicana que estuvo en Afganistán. Se supone que la inauguración es
dentro de ocho días.
— ¿Me vas a invitar?
— A eso vine, pero no me lo va a creer, compañero: la mujer está
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desaparecida. Para mí que la secuestraron —le indica bajando la voz—.
Por cierto, hablando de secuestros, ¿es cierto que hay zetas haciendo
desmanes, que venden protección en los antros y amenazan a los
parroquianos?
Víctor toma del brazo a su amiga y la lleva al fondo de la cantina. Mara pide
una botella de agua. Mejor aún, subamos al tapanco, no quiero que nadie nos
oiga. Te voy a mostrar el sistema de seguridad que acabo de ponerle a La Luna
Oscura. De algo me sirvió estudiar ingeniería electrónica; me gasté un platal en
este equipo, ¿cómo ves? Cámaras de circuito cerrado. La mujer observa, curiosa,
la consola con varios televisores pequeños en donde se ven diferentes lugares de
la cantina.
— Siempre le he dicho que desperdicia su talento emborrachando gente.
— No, amiga, yo también cumplo con una labor social. Es mejor que
vengan estos pobres hombres a emborracharse aquí, en lugar de ir a
molestar a sus señoras, ¿no?
— En eso tienes razón. Pero cuénteme —insistió la indigenista—, ¿qué
sabe de los zetas, esos que son el brazo armado de los narcos? Me
dijeron que en el municipio de junto se aparecen a media noche para
asaltar a la gente.
— Eso dicen…
— ¿Será una leyenda urbana? Creo que los del gobierno nada más nos
quieren meter miedo; les conviene que la gente esté atemorizada.
— Acá no pasa nada, o a lo mejor pactaron con los narcos. Aquí son los
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policías los que extorsionan a los clientes que quieren manejar
borrachos; eso sí, se ponen más perros cuando es una mujer la que va
manejando medio ebria. Ni a alcoholímetro llegamos. Los policías son
una plaga, pero eso es desde siempre.
Víctor le da un sorbo largo a su ron. Pasa la mano por el pelo de su amiga,
rememorando su brevísimo amorío. Ahora que lo pienso —continúa—, la otra
noche estuvieron bebiendo hasta tarde dos fulanos que parecían judiciales o ex
policías. Cuando el mesero les sirvió otra ronda de cervezas, alcanzó a escuchar
lo que hablaban: que estaban hasta la madre de la vieja; que tenían; que no
sabían en el lío en que se habían metido; que querían deshacerse de ella. Se
echaban la culpa entre ellos.
— ¿De veras? ¿Cuándo fue eso, compa?
— Apenas antenoche.
— ¿Le dijo a alguien?
— ¿Cómo a quién?
— No sé, hay que denunciarlos. No podemos quedarnos callados, como si
no pasara nada. Tenemos que hacer algo.
— ¿Hay un teléfono para denuncias? Después te va peor si dices algo.
— Mire, le voy a hablar a la detective que investiga la desaparición de la
fotógrafa. A lo mejor le interesa. ¿Qué tal que esos infelices tienen a una
mujer secuestrada?
— Como quieras. Tal vez los tengamos grabados.
Pasada la medianoche, los amigos salen a la humedad de la calle, se
112
besan en ambas mejillas, a manera de despedida el cantinero le lanza una última
recomendación a la indigenista:
─ Vete con cuidado, si puedes pásate los altos, espero que no te
encuentres con una patrulla. Si te detienen, me llamas al celular.
─ No se preocupe, estoy acostumbrada a lidiar con la policía.
Día 8. 02:00 AM
Casa de huéspedes, Centro Histórico
Ciudad de México.
Apenas tiene fuerzas para escribirle un mensaje por correo electrónico a la
detective. Los últimos acontecimientos la tienen apesadumbrada. Se prepara una
infusión de flores de azahar y le parece que todo ha sido en vano: dos décadas de
trabajo en las montañas de Oaxaca y todo sigue igual o peor. La invade una
repentina ola de calor; intensa, la acongoja. Transpira. ¿Me estaré volviendo
bipolar, o las hormonas me están jugando una broma pesada?, piensa frente al
espejo. Si no, cómo explicarse los días en que amanece inusualmente feliz,
aunque el mundo se caiga a pedazos, y para justificar su absurdo optimismo le da
por buscar señales de humanidad en la calle o al menos unas gotas de decencia:
alguno que devuelva el cambio que le dieron de más en la tienda de la esquina,
otro que regala lo que sí necesita y no lo que le estorba. Charlas compasivas en
113
una cama de hospital. Caricias sinceras en un rostro deformado. En su
extravagante alegría, le da por creer que éste es su gran momento, y que
encontrará por fin al hombre de su vida. Aunque sabe que el amor no es para
siempre, lo persigue como si fuera posible. Busca como todos los que anhelan
quimeras: la fuente de la juventud, el tesoro de Moctezuma, la piedra filosofal,
nuestra mitad perdida. Por eso insiste en encontrar a su hombre perfecto: ese
varón solidario que camina al lado de su amada.
Amanece lloviendo en la ciudad, despacio, persistente, sin recato. Mara
llueve y llora todo el día. Se acuerda de Fuensanta y de las lágrimas del mar.
¿Quién llorará tantas lágrimas? Llora sin parar, con la misma intensidad con que
caen los aguaceros en verano. Sus lágrimas mojan el piso de su cuarto. Parece
que el pecho le explotará de tanto llanto. La enloquecedora lluvia citadina cae a
cántaros. Caos vial. Avenidas trasformadas en ríos de basura maloliente.
Lágrimas inútiles. Mara no es una fuente de agua cristalina. Es sólo un barquito de
papel periódico sin resistencia, arrasado por una corriente de negros vaticinios.
Letras oscuras diluidas: todo está perdido, no tiene remedio, amanecerá sola,
siempre será la tía que reparte regalos de lugares exóticos, la soltera de la
fatalidad, la del mal karma, aunque sea una buena persona. Al menos tiene ganas
de seguir buscando. Hace meses que no se tiñe el pelo. Se peina las canas frente
al espejo y empieza a sollozar otra vez. Sus ojos acuosos distinguen una cara
linda a pesar de los surcos que le marcan dos rayas alrededor de la boca; recorre
su cuerpo con la mirada. Le molesta comprobar que cada día su cintura es más
114
gruesa. Come poco, es vegetariana, no toma ni fuma; hace yoga y de todos
modos es más vieja y más ancha.
Se pregunta si la barrera entre ella y Carlos Villar es la edad: él tiene
cuarenta y tres, y no es ningún niño. Piensa que la hubiera aceptado si ella tuviera
veinte: los muslos firmes y los pechos grandes. Él es el sanador del pueblo,
atiende a la gente pobre y dicen que cura con las manos. Mara cree que es
perfecto: ¡cómo no amarlo! Pero él se siente extraordinario y ella cumplirá
cincuenta. El curandero ni se imagina que las flores que adornan todas las
mañanas el mísero centro comunitario fueron traídas por Mara para alegrarle la
jornada. Si tan sólo lo supiera… Pero él ni siquiera intuye que la indigenista piensa
en él por las noches, que vive sedienta de él, qué le escribe poemas encendidos,
que si se atreviera le pondría mándalas de jazmines y romero en el cuartito
adaptado como consultorio, para que Carlos mezclara los aromas y pensara en
ella siempre. No sabe nada de su hombre, su historia es un misterio. ¿Tendrá
familia? ¿De dónde viene? ¿Qué le gusta? No quiere incomodarlo, sólo le sonríe
para que el hombre se acostumbre a su presencia. Se le van las horas
concibiendo historias afiebradas: que viven juntos, que la ama como a nadie; la
madrugada la sorprende inventando estrategias para conquistarlo, le manda
mensajes virtuales, trama argucias laborales, sufre, se desespera, se enamora. De
día la desenamora la parquedad del doctorcito. Una y otra vez, la misma historia.
Pura imposibilidad amatoria. Necesita a gritos un reemplazo hormonal, o al menos
un sustituto más sencillo como objeto amoroso. Pero es una romántica y tiene
mala memoria.
115
A las cinco de la mañana, Mara está francamente preocupada. Invirtió los
exiguos recursos de su organización para montar la exposición con la esperanza
de amueblar la clínica y pagar las rentas atrasadas del albergue. Si no consigue el
dinero, la echarán a la calle con todo y su veintena de huérfanos. Su corazoncito
budista se siente atribulado también por la fotógrafa. Ojalá no la maltraten; ojalá
no la maten. Si no aparece, la inauguración será un desastre.
Sólo había visto a Eloísa Castellanos un par de veces en el monasterio
budista: solitaria y silenciosa. Cuando entraba en el comedor, era como si tuviera
un imán interno que hacía que todos la voltearan a ver. En cambio, la corresponsal
ni los miraba: sus ojos profundos parecían estar en algún lugar lejano. Una tarde
que se sentaron juntas a la mesa, Mara le contó del albergue y sus necesidades,
al final de la comida ya tenían apalabrada la exposición fotográfica.
Día 8. 14:00 PM.
Periférico Norte, Estado de México.
Como siempre, el periférico hasta la madre. Me había olvidado de este tránsito
satánico. Ni modo. La chamba es la chamba. Si no fuera por el pitazo que me dio
la indigenista en la madrugada, no vendría por acá. Hace mucho que no veía las
Torres de Satélite, y menos esta construcción horrenda del segundo piso.
Recuerdo mi primera casa, pero ahora no estoy para eso. No empieces con
116
mamadas, sólo el presente, todo es aquí y ahora, me urge encontrar a Ojos
Brillantes para largarme de aquí. Ese Víctor resultó simpático; no está nada mal el
tipo. Alguna noche regresaré a su cantina provinciana. Pinche letrero: no se
admiten mujeres, policías ni perros. A estas alturas, maldito pueblo, fuera del DF
todo es Cuautitlán. Una nunca sabe lo que pasará con los hombres que se
conocen en el trabajo. Me dio las cintas grabadas. El cantinero estaba feliz con su
sistema de seguridad. Le gustó ser parte de la investigación. Ya me lo decía mi
padre: todos llevamos dentro un Philip Marlowe. Gracias a sus grabaciones, tengo
la cara de los presuntos secuestradores. Voy a cotejarlos con los archivos del
ejército y de la policía. Me late que no son los tipos que ando buscando. ¡No tengo
tanta suerte! Vamos a ver qué resulta. Nadie sabe para quién trabaja. Si son los
presuntos, tendré un pretexto para invitarle unas chelas al cantinero…
Día 8. 22:00 PM.
Departamento de Milena Ruiz
Ya pasó una semana. Recuento de daños: ha sido un largo día, primero, viajecito
a los suburbios; luego, a la Luna Oscura; después, de nuevo con mi amigo general
(me cae de madres que ese si es un experto en secuestros políticos). Sigo mis
propias instrucciones: dejar los instrumentos sobre el escritorio: iPhone, cibershot,
portafolio plateado (siempre quise tener uno), cintas de seguridad de la cantina,
peluca, los pinches tacones, fotos de posibles ex agentes implicados. Prendo la
117
televisión y la computadora. Me tiro en los almohadones. Demonios, tengo que ir a
la cocina a preparar licuado de proteínas, ya llevo dos días comiendo bien, not bad
at all. El maldito refrigerador sigue vacío. ¿Para qué voy al súper si vivo rodeada
de changarros cucaracheros donde puedo comer cualquier cosa? Tengo sueño,
me arden los ojos. Lo bueno es que con el presupuesto generoso me alcanza para
todo; el Chuky y el Magiver me cobrarán lo justo: intercambio de favores pasados
y futuros. Tengo a otros dos tipos apostados en la cantina por si vuelven los
sospechosos. Hay orden de seguirlos. Estarán allí todas las noches. Si aparecen
antes, Víctor me dará el pitazo…
Dormí tres horas y soñé que te morías...
Me despertaron mis sollozos; será porque estuve viendo los noticieros:
chorros de sangre escurrían por la pantalla; otros descabezados en el norte del
país; ochenta mil muertos; ¿cuántos huérfanos?; ochenta mil viudas. Niños
torturados por sus parientes, mujeres asesinadas, otro baleado por una disputa de
tránsito, una bombera se muere en un incendio, una vida, una familia por tres mil
pesos al mes de salario...
Hace horas que llueve a rabiar. Mi hábitat, húmedo. El resfriado colombiano
me saca gotas de sangre de la nariz. En el sueño, se recrudecía el conflicto en
Medio Oriente: un caos en el campo de refugiados. Yo dormitaba a cielo abierto
entre cientos de personas. Estaba oscuro. A lo lejos, estallaban misiles de largo
alcance; parecían fuegos artificiales que iluminaban el cielo. Te esperaba.
Llegaste de noche con otros milicianos; nos escondimos debajo de un montículo
118
de madera quemada; nos besamos. Hubo una incursión de soldados. Te
disparaban. No podría soportar que te murieras. Demasiados fantasmas. Por eso
odio la guerra, no sólo por las víctimas. Es peor para los sobrevivientes. Dime si lo
sabré yo. Te quiero vivo y junto a mí. Abro los ojos. Tengo la nuca mojada de
sudor y lágrimas. Te escribo un mail con sólo una palabra tan grande como mi
angustia:
Cuídate.
Minutos después, aparece en la pantalla tu respuesta:
Estoy bien. Acá todo es una gran mierda. I miss you too.
Unas rayas para festejar que apareciste. Me gusta cortar minuciosamente la coca;
la divido una y otra vez. La navaja la convierte en un polvillo suave, finísimo.
Inhalo profundamente energía clandestina; estoy lista para planear el siguiente
paso; tengo las mandíbulas trabadas.
Puedo beberme dos litros de vino tinto yo sola. Lo malo es que una vez que
empiezo, no puedo parar. Estaba eufórica desde antes de entrar al tugurio del
centro; la ansiedad fue por la pesadilla y porque no te encontraba. Creí que habías
muerto: demasiada adrenalina…
Si te mueres, ¿quién me va a decir que te alcanzó una bala, un misil o lo
que sea? ¿Has pensado en eso? ¿Quién revisará tus correos y sabrá los códigos
de acceso? ¿Cómo darán conmigo? ¿Quién me dará la noticia? ¿Quién sabe que
me amas? ¿Me amas? ¿Neteas con tus amigos? ¿Quién de ellos sabe el número
de mi teléfono celular? ¿Quién es tu mejor amigo, Anwar? ¿Y si la muerta soy yo?
119
si me mandan unos sicarios, si simulan un asalto, un secuestro exprés, un
feminicidio. No sabemos con quién nos estamos metiendo, peor si es un político
poderoso y encabronado. Le voy a dar tus datos Silvia, tu mail, el face, el twitter;
ella te enviará una nota si me asesinan.
¿Qué se hace a la hora de morir? ¿Has estado alguna vez al límite y el
dolor es una lápida que te aprisiona el pecho? El instante preciso en donde las
cosas adquieren otra dimensión. Qué harías si la muerte te asaltara sin aviso.
¿Qué pasaría si tú eres una más de las víctimas colaterales, si lo que queda de ti
es una cifra en la nota roja? Ningún nombre, ninguna historia. Si fueras otra
muerte absurda. Sin sentido. Mal timing. Hora y lugar equivocado. Maldita suerte.
¿Tendrías tiempo para seguir el hilo de tus pensamientos mientras una bala te
perfora las vísceras...? Sudor helado. Miedo… miedo… En un flashazo, instantes
de tu vida. Milésimas de segundos. La pequeña en el llano construyendo casitas
con pasto seco, mi madre canturreando, el olor a loción de mi padre por la
mañana, su camisa blanquísima. La huída de casa a los diez y ocho. La boda
secreta. Una niña muerta, las palabras que no dije. Muerte prematura. La mano
instintiva palparía el hilo de sangre caliente que humedece la ropa. Duele. Una
tristeza inconfesable, miedo, una rabia sorda por lo que no hice, lo que no tuve
valor de hacer. Derrotada. ¿Qué se hace a la hora de morir? Si tú ya no eres tú, te
arrebataron todo. Vulnerable. Apuraré una oración no aprendida. Huérfana de
dioses. Sin una segunda oportunidad para empezar de nuevo, para vivir la vida de
otro modo. Un estertor, la nausea, un vómito infecto que paraliza el último respiro.
This is it? ¿Esto es todo? Un instante. Me desprenderé para observar la palidez de
120
la cara, mi cuerpo desnudo sobre una plancha fría, una etiqueta en el dedo gordo
y un letrero sellado con tinta azul. De mí hablará una sola palabra: desconocida.
Lo que queda de lo que fui en un mugriento SEMEFO junto a unos forenses que
fuman y juega cartas ¿Qué salió mal? Fuera de dos o tres personas nadie va a
extrañarme, mañana esta bendita ciudad será la misma, nadie notará mi ausencia.
Nadie reclamará mi cuerpo, ninguna persona cumplirá mi última voluntad.
¿Cuándo me alejé de todos? Nadie sabrá que me hubiera gustado que arrojaran
mis despojos al mar acapulqueño. Sin ritos, sin falsas ceremonias. Cenizas. Sin un
amigo diciéndome al oído, estás muerta, acaba de morirte de una vez. ¡Vete ya!
Nadie. No hay nadie.
Por eso me puse eufórica cuando escribiste que estás bien. Salí a bailar en
la madrugada, a festejar que estás vivo y que me extrañas. Había luna llena. No
se debe beber cuando estás eufórica; menos dos botellas de vino. De seguro
tengo un gen alcohólico. Primero muerta antes que rendir testimonio en alguna
junta de doble A. Necesito entrenamiento intensivo para modificar la carga
genética. Piensa en lo que te digo: metí la pata otra vez…
121
Octava noche después del secuestro
Casa de seguridad.
Eloísa escucha el noticiero nocturno pegando la oreja en la puerta de madera. Una
comentarista analiza la noticia del día: nueve cuerpos de hombres acostados, uno
junto a otro, ocupan un cuarto de pared a pared. Manchas de sangre en el piso.
Líquido sanguinolento sobre ellos. Algunos tienen los pantalones hasta las rodillas,
grotesca humillación adicional. Cuerpos en calzones trasmitidos a nivel nacional e
internacional. Eran soldados decapitados. Es la guerra declarada contra los
cárteles de las drogas. Migraron de Colombia. El año más sangriento. Los
negocios del terror. Venden protección. El jefe supremo de la Seguridad Nacional
queriendo emular a Elliot Ness. Leyendas urbanas de secuestros express.
Levantados. Cierre de carreteras. Profusos avisos de peligro por Internet.
Impunidad. Comerciales para denunciar extorsiones. Los partidos políticos sacan
su tajada. El miedo paraliza. Los jóvenes amedrentados no salen de noche; viven
la vida en video juegos, sin trabajo, sin escuela. Habitan
relaciones virtuales.
el mundo de las
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10. Prefiero ser tu amante
Día. 9. 8:00 AM
Departamento de Milena Ruiz
Un inmisericorde sol entra por la ventana sin cortinas. Milena lleva horas dando
vueltas sobre la cama. Agobiaba por el calor, dormita y sueña que bebe ríos de
naranjada, o que toma botellitas de coca cola de un solo trago, o que en medio de
la selva se baña desnuda bajo cascadas y enjuaga su lengua con el frescor de
aguas cristalinas. Nada le extingue la sed. La piel de sus mejillas, tan ajada como
sus labios. Vomita en el baño. Le duele la resaca como el filo de navajas oxidadas
deslizándose sobre su piel reseca.
Otra vez sólo dormí tres horas. No me cabe la menor duda: el vino tinto produce
insomnio. No tiene sentido quedarme entre las sábanas. Por lo menos nadie verá
mi lengua ni mis dientes manchados de borgoña. ¿Qué clase de vino era ese?
¿Será porque me bebí dos litros? Parece que me observan las fotografías del
maldito pizarrón. Faltan seis días para cumplir con el acuerdo. Viene de nuevo la
fucking cruda. ¡Cambia la frase del día! Espero que Nietzsche me ilumine:
Uno debe tener caos dentro
123
para dar a luz una estrella danzarina
Todavía estoy llena de caos y no voy para dar a luz nada. Me bebo de un
sorbo el café; me prende bien cargado, no puedo esquivar mi mirada hosca
reflejada en el líquido oscuro. Siempre termino cagándola. Al último muere la
esperanza. Así me dice mi madre. Supongo que cree que tengo remedio. Hace
semanas que no le hablo. Lo único que me mantiene cuerda es fantasear con lo
que haré con el dinero de la paga: quizás pueda comprarme un departamentito en
la Condesa. Dicen que las mujeres siempre queremos tener casa, que
necesitamos la cueva y a los escuincles. Tal vez siente cabeza y me vuelva una
ñora respetable (la falta de sueño produce corto circuito en mi cerebro; sólo pienso
estupideces). La vigilia forzada es una forma de tortura. El teléfono me hace
aterrizar. ¿Quién será a estas horas?
─ ¿Milena?
Lo que menos esperaba en este amanecer de mierda era escuchar a Yossi.
El sonido de su voz me transporta al tiempo en que me envolvieron sus brazos
poderosos.
─ ¿Dónde estás? La otra noche soñé contigo. Te extraño.
─ Yo también. Pronto te daré una sorpresa. Don´t worry, I´m fine.
─ Tengo tanto qué contarte. Espero verte pronto. Ya tendremos tiempo
para nosotros. ¿Sigues entrenando?
─ Si, gracias por llamar, I love you, cabrón.
─ I love you too, mexicana.
124
¿Puedes creerlo, Ojos brillantes? Dos deleites juntos. Salió el sol y apareció mi
amado, vivito y coleando. Quizás la diosa Fortuna ya se acordó de esta pobre
mortal.
Pongo la radio a todo volumen, bailo con mi sombra en la pared, cambio la
estación y el DJ canta para mí: I´m addicted, I´m addicted. I´m addicted to love. I´m
addicted to fame. I´m addicted to fashion. Se me inunda el cerebro de endorfinas.
I´m addicted to you. Algo me dice que te veré muy pronto. I´m addicted to night.
Todo se va acomodando.
Día 9. 8:00 AM
Oficina Mauricio Fuentes, Corporativo Santa Fe,
Ciudad de México.
Le adjunto las fotos de unos presuntos secuestradores. Tal vez alguno le resulte
conocido. Pronto sabremos si son los relacionados con la desaparición de la
señora. Parece que el senador no está implicado. Confirme por favor el número de
la matrícula del Jeep verde. No se ha modificado la fecha de inauguración de la
exposición. Espero encontrarla a tiempo. Milena.
Saca del cajón de su escritorio un libro como si fuera un objeto muy preciado. En
la imagen de la portada, una mujer con burka azul parece ondular en medio de
palomas blancas que alzan el vuelo en el centro de un patio amarillento. En la
contraportada, la fotografía de Eloísa, con su
sari bermellón y su bindi en el
125
entrecejo, del mismo tono que su ropa. Pasa el índice sobre los ojos de la mujer.
Un intenso desasosiego se le anuda en la boca del estómago. Repasa las gruesas
rayas de khol que los enmarcan y los hacen parecer tan penetrantes como su
angustia.
En el interior del libro, guarda el sobre de papel manila con las fotografías
que le envió la detective. Las revisa una por una: decenas de imágenes citadinas y
otras de sus andanzas hoteleras. Por obvias razones, le interesa averiguar quién
más las ha visto, y que las copias no terminen en manos inconvenientes.
Cada jueves hacían acuerdos sobre la cama. Trazan la ruta como quien
planea viajar a un lugar desconocido y se disponen a sumergirse en las honduras
de lo incierto. Cada uno se aventuraba en los parajes tibios del otro, andando
entre las sábanas de cuartos sin historia, de Reforma al Centro Histórico, de la
colonia Roma a la Zona Rosa. Aunque ella insistía en conocer los hoteluchos de
paso que casi siempre terminan en final feliz y que se ubican en los barrios
populosos, él la convencía de que, por seguridad, era mejor el anonimato de los
grandes hoteles de las firmas trasnacionales. Muy pronto cambiaron el primer
acuerdo y empezaron a verse tres veces por semana. Mauricio faltaba por horas al
trabajo, y en la oficina se metía a internet para analizar las características de los
hoteles y elegir el lugar preciso donde su amante se sintiera complacida. Su
mundo clandestino se fue transformando en un laboratorio de artilugios amatorios:
pétalos sobre las alfombras, velas almizcladas, manjares a la carta, cremas que
demoran erecciones, ardores recetados, viagra, cialis, dildos de dos cabezas;
otros, transparentes como esculturas de cristal, bragas comestibles, esposas
126
aterciopeladas que no maltratan las muñecas, antifaces, collares de bolas que no
se usan en el cuello, pomadas analgésicas con nombres sugerentes.
En sus travesías hoteleras, el tiempo era su aliado. A veces tomaban baños
prolongados en jacuzzis circulares, comían despacio sobre manteles blancos y
pausadamente uno se iba impregnando de la naturaleza del otro. Ella hacía tomas
por la ventana de los paisajes citadinos; otras, fijaba el visor de su cámara en el
cuerpo desnudo de Mauricio y oprimía el disparador muchas veces, como si así
pudiera absorber la esencia del hombre para después amalgamarla con sus
huesos. Él la grababa con una videocámara y se reían frente al televisor de sus
acrobacias de Kamma Sutra. Luego rompían los casetes y tiraban las cintas por la
ventana, como si fueran serpentinas negras.
Todavía le cuesta trabajo entender por qué la mujer no aceptó su
propuesta. Si él estaba dispuesto a mandar su pasado al carajo, si le quería dar lo
que ella le pidiera y hasta lo que no le pidiera, si por fin tenía entre sus manos una
relación verdadera. ¿Por qué lo rechazó? Aún le causaba desconcierto la
respuesta de Eloísa cuando le pidió que vivieran juntos: “prefiero ser tu amante”, le
contestó como si estuviera segura de que nada es para siempre. “Mejor llévame a
conocer todos los hoteles que encontremos, vayamos día por día mientras
tengamos ganas de encontrarnos”, concluyó la mujer sin otra explicación.
Ahora sólo tenía frente a él la fotografía de dos cuerpos entretejidos: ella,
con su tatuaje del sol sobre el cuenco de la luna, allí, al lado izquierdo del ombligo,
vestida solamente con velos y collares de perlas diminutas.
127
Novena noche después del secuestro
Casa de seguridad
Desde hace unos días Eloísa Castellanos sólo tiene una obsesión en la cabeza:
escapar. Sigue una rutina que le permita tener cierto orden en sus ideas: se
levanta al escuchar los ladridos de los perros. Se estira. Recorre con sus manos
las paredes de la habitación con la intención de encontrar alguna fisura o algún
objeto punzo cortante. Medita. Esta segura que en algún momento los
secuestradores van a cometer un error. Distribuye la comida que le dejan en las
noches: frutas por la mañana, algunas galletas. Acomoda las botellas de agua
vacías en un rincón del cuarto. Se cepilla el pelo. Escucha el movimiento más allá
de la puerta. ¿Cuántos secuestradores la están cuidando? Se esfuerza por
escuchar el ruido de la calle. Esporádicamente el ruido del motor de algún auto.
Silencio.
128
11. Mejor que un episodio de Los intocables
Día 9. 09:30 AM
Departamento de Milena Ruiz
Abre la ventana. El frescor de la mañana invade de partículas de oxígeno la
habitación. Sus ojos buscan la fuente del centro del jardín y la deleita el surtidor
espumoso de chorros que trepa y desciende sin cesar. Jala una silla para sentarse
frente a la foto. Enciende el primer Marlboro del día.
Estoy hasta la madre, Eloísa Castellanos, ya no soy objetiva. Desde hace unos
días te llamo por tu nombre, y mi amado Yossi Levy no es sólo un Abdomen de
piedra. ¿Para qué contarnos cuentos? Después de nueve días de búsqueda, te
has convertido en algo más que dos cheques con seis ceros. Quiero hallarte como
si fueras una buena amiga en problemas. Tienes que ayudarme un poco, dame
alguna pista, aún no termino de esclarecer quién eres o hacia dónde te diriges. Leí
tu libro varias veces, me metí en tu computadora, revisé las fotos de tus peripecias
de alcoba, hablé con tus dos hombres, pero lo que más me intriga es el fervor del
Contratante, digo, de Mauricio. ¿Qué pasó entre ustedes? ¿Por qué está
empeñado en encontrarte? ¿Qué ligadura lo ata a tu destino? Dime por lo menos
qué debo hacer para tener a un hombre totalmente interesado, apasionado,
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afiebrado, cautivado, alucinado. Esa información sí vale oro. Si no es amor, se le
parece mucho.
En el iPhone, hay un mensaje de los agentes. ¡Eureka! Los sospechosos
fueron de nuevo a La Luna Oscura. Los siguieron. El corazón me brincotea, casi
se me sale por la garganta. Mariposas desquiciadas en el estómago. Ya huelo la
adrenalina que flota al inicio de una cacería. En un rato me encontraré con ellos.
Me enfundo el uniforme de trabajo: ropa deportiva hecha con tecnología de la
NASA:
fresca, ligera y resistente al agua; tenis especiales y gorra; por supuesto,
todo de color gris rata. Guardo mi Glock 40 en la mochila. Una nunca sabe si hoy
será el gran día.
Día 9. 10:00 AM
Periférico norte rumbo a los suburbios
Odio manejar al norte, y más a estas horas de la mañana. Too early. Se escondió
el sol. Pinche cielo gris. Como siempre, el periférico hasta la remadre. Se pone
peor con la construcción de los segundos pisos. La anuncian como la gran obra
pública, la más vistosa, la que hará ganar la presidencia al gobernador mediático.
Vialidades de relumbrón. Se notan mucho y se roba más: good business for them.
En pocos años resultarán obsoletas. Sería mejor invertir en transporte público o en
desarrollo social, pero eso no da votos. A nadie le importan los desclasados.
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Tampoco entiendo la neurosis cotidiana de los que viven en el norte y
trabajan en el sur. Hartos y aburridos se pasan las horas en los carriles
congestionados de la autopista y descargan su rabia contra cualquiera que se
atraviesa en su camino. Diario la misma historia, y de igual modo se encabronan.
Sería peor si viajaran en camioncitos malolientes y tuvieran que aguantar la radio
del chofer vomitando concursos para idiotas o música grupera a un volumen
inclemente.
La neta me tranquiliza circular despacio. Avanzar y frenar, una y otra vez.
Me ayuda a pensar. Aprendí a tener paciencia cuando corría carreras largas:
comienzas y todo parece fácil; después del kilómetro diez, se acababa la
diversión, y quieres mandar todo al infierno, pero no lo haces; de algo sirve ser tan
terca; conservas la calma, respiras, persistes, avanzas poco a poco, kilómetro tras
kilómetro. Llegaba a veinte, a treinta, Murakami se encabrona cuando se acerca
al treinta y cinco, resisto, resisto… igual me pasa en el periférico a horas pico; tres
horas encerrada en el auto, tienes calma, no te desesperas, avanzas, piensas,
analizas. Alcancé algunas conclusiones. Hice insight: me harté de mi mood de
putita arrepentida; llevo días tirándome a la autocompasión, quejándome como
heroína de telenovela, como damisela abandonada de la época de oro del cine
mexicano; primero muerta que seguir los pasos de Marga López o de Libertad
Lamarque. Hasta yo me doy güeva. Enough is enough.
Se me acabó la coca. No voy a comprar más (por ahora) porque soy bien
atascada y se me empeora el trastorno de atención. No puedo perder más tiempo
en pendejadas. De aquí en adelante me enfoco, persisto, me siento en el último
131
tercio de un maratón, me duele el cuerpo como si chocara de frente con una pared
invisible. No caigo en pánico, tengo paciencia, me enfoco, resisto. Me acompaña
la voz de conductora; es la única que dice de lo que pasa en Oaxaca: asesinaron
a una regidora que denunció las atrocidades del presidente municipal. Por
supuesto, es un protegido del gobernador mafioso. ¿Por qué ese cabrón hace lo
que le da la gana? ¿Quién está detrás? ¿Por qué nadie le pone un alto? Es el
señor feudal de su estado, con todo y sus vasallos. ¿Tendrá derecho de pernada?
Se sentirá algún dictador latinoamericano reencarnado: Somoza, Trujillo o Videla,
plata o plomo, ¿cuántos muertos llevará? Me encontraré con los agentes en el
centro comercial. Cobran un buen varo pero son de lo mejorcito que encontré.
También vendrán el Chuky y el Magiver.
12:00 AM
Centro comercial en los suburbios
Estaciono la Suburban negra en un extremo del estacionamiento. Reunión con los
agentes para hacer el recuento de informes. Escuchamos las indagatorias de cada
uno. Melchor no ha hecho nada sospechoso. Examinamos de nuevo los retratos
hablados que elaboraron los peritos. Conclusiones preliminares: los tipos que
buscamos no son los tipos que estaban en la Luna Oscura. Lo sabía, no tengo
buena suerte. ¿Entendiste Chuky? NO SON los de la Luna Oscura, pero no todo
está perdido, otros dos guarros reconocieron a los tipos que buscamos. Por las
132
noches van al mismo tugurio del centro a empedarse y a ver encueradas que
bailan colgándose de tubos, entre luces fosforescentes. ¿Será que todo está
conectado? ¿Por algo ocurren las cosas? A estas horas los están buscando;
tienen órdenes de seguirlos con discreción.
Día 9. 20:00 PM
Departamento de Milena Ruiz
Las luces de neón entran por su ventana sin cortinas e iluminan tímidamente la
sala de su departamento. Sin prender la luz, la detective se desabrocha la ropa y
se quita los tenis sin desamarrar las agujetas; se tira en los almohadones. Quiere
descansar, pero su cerebro repite sin coherencia las imágenes de las actividades
de la jornada; salta de un tema a otro sin seguir el hilo de alguna idea. ¡Qué
demonios hice todo el día! ¿Fue hoy cuando dormí tres horas? Desperté de la
gran mierda, hablé con Yossi, bailé de felicidad, envié mails, fui a investigar a los
suburbios.
Comí en el auto. ¿Qué comí? Otra vez un sándwich y coca light.
Necesito bajarme la ansiedad con ejercicio. Trescientas abdominales, no vaya a
ser que se me afloje el cuerpecito. Me aburre el maldito spinning. Prefiero golpear
el saco de kick boxing. Gotas de sudor en las pestañas. No puedo esperar por
noticias. Yo misma iré al antro de perdición de los judigángsters. ¿Me serviré un
whisky doble?
133
22:00 PM
Enciendo el televisor para escuchar las medias verdades del noticiero: un
operativo de rescate donde recrean la escena con animación computarizada; la
mujer de un rico empresario, dueño de una red de tiendas de electrodomésticos,
estaba secuestrada desde hacía varias semanas en una casa de seguridad. Ayer
por la tarde, la Fiscalía especial decidió rescatarla. Por lo menos una docena de
agentes especiales irrumpieron en el lugar. Los secuestradores los recibieron a
balazos. Intercambio de fuego por varios minutos. El tableteo de armas largas
interrumpe la cena de los televidentes. El secuestrador se dirige a la habitación de
la cautiva y le dispara en el rostro; después se da un tiro en la cabeza. Saldo:
quince muertos, incluida la víctima. La animación resulta mejor que un episodio de
Los intocables. Pasan las fotos de los delincuentes. Todos los secuestradores se
parecen; se me hace que los reciclan para la tele; son los que estaban en La Luna
Oscura. ¡Qué clase de operativo imbécil fue ese! Me queda clarísimo lo que no se
debe hacer.
Te lo juro, Eloísa: este pinche país es un desastre. No hay dónde esconderse;
extorsionan a los empresarios y a los pequeños comerciantes; los que pueden,
cierran sus negocios y se van a San Diego. Asaltan a los ciudadanos, los zetas
secuestran hasta a los pobres; el miedo mancha de
ansiedad las reuniones
familiares, los restoranes, las calles, las salidas de las escuelas; la gente se quiere
134
cambiar de ciudad. Algunos pueblos norteños son el infierno otros se quedan
desiertos. ¿Habrá una ciudad libre de narcos?
Si se legalizaran las drogas, habría adictos, pero no cabezas arrojadas en
medio de una pista de baile. Por favor, que se vayan de Acapulco, que respeten
las playas chilangueras. Un niño sicario de trece años. El crimen es una
enfermedad contagiosa. Ya tenemos nuestro Medellín en Morelia. Un partido
político aprovecha las próximas elecciones y propone legalizar la mota, pero nadie
quiere seguir los narcoflujos de dinero. Que van hacer ahora que es legar fumar
mota en el estado de Washington. Pinches gringos pachecos, felices quemando
yerba mientras nosotros nos acostumbramos a las narcofosas.
Voy a ser muy cuidadosa con nuestro operativo; por lo menos no haré las
mismas estupideces del “rescate televisivo”. Me urge saber qué averiguó Silvia.
¿Cómo irán sus indagaciones sobre el posible complot contra el senador en
Oaxaca? Se nos acaba el tiempo. Menos mal, llegó su correo:
Acabo de regresar del edo. Me reuní con los familiares de las indígenas
asesinadas, las de la radio. Según las organizaciones, ya van más de 300
feminicidios; pero como no son seriales, ni hay famosos exigiendo justicia, ni quien
les haga caso. Son por violencia familiar, o como siempre, las mataron sus parejas.
Vi a M. Está metida en el movimiento… ¿Ya leíste de la regidora asesinada? Ya ni
la amuelan. Hablé con el s. Me urge verte. No me llames x cel. Más bien usa otro.
¿Cómo vas? Silvia.
135
Día 10. 9:00 AM
Departamento de Milena Ruiz
Mira si esta ciudad es chica, o el maldito destino es inexplicable. En la madrugada,
seguimos a los presuntos. Llegamos hasta una probable casa de seguridad. Lo
que es increíble es que se ubica a dos calles del lugar donde vivía con Ernesto.
Vigilamos hasta que amaneció. Hace dos años que no ponía un pie por allí. ¿Será
algún tipo de señal esotérica?
Tenemos suerte; la mayoría de las viviendas de los suburbios fue
construida con el mismo modelo arquitectónico. Así salían más baratas. Es un
barrio clasemediero. Fue para lo que nos alcanzó con el sueldo de profesor
universitario de Ernesto y mis primeros salarios en la Fiscalía, cuando nos
amábamos tanto y creíamos que íbamos a ser felices para siempre (aunque
tuviéramos hijos mutantes). La supuesta casa de seguridad es igual a mi ex
hábitat.
¿Me vas siguiendo, Eloísa? Para continuar, reportándote las novedades de la
investigación: en la pantalla de plasma se repiten las fotos que tomé con la cibershot. Por lo que pudimos ver, al menos hay tres personas: un tipo alto y robusto,
como de 1.85 y 100 kilos, que parece el típico gordo-fuerte-estúpido. Otro más
delgado, de 1.70 y 75 kilos; tiene cara de cabrón y parece el jefe. Ambos rebosan
testosterona. Hay una mujer de 1.60, fuerte y delgada, con expresión de pocos
136
amigos; también le ha de sobrar testosterona. Parecen tan malos como los dos
doberman que custodian la casa y ladran sin piedad. Los agentes se quedaron
para registrar sus movimientos las veinticuatro horas.
Luego dimos una vuelta por los alrededores. Justo atrás de la casa hay una
deshabitada. Hice un mapa con mis recuerdos. En la entrada, un garaje en
desnivel; se sube por una pequeña escalera para llegar a la sala-comedor; al
fondo, la cocina; escaleras arriba, tres recámaras, una con baño, y una sala para
ver televisión. Atrás, un jardín de 10 x 12 metros; las bardas del patio miden dos
metros de alto. No tendremos problemas. Los suburbanos ni locos caminarían por
las amplias aceras de sus colonias, ni se les ocurriría tampoco detenerse para que
algún peatón ingenuo cruce la calle. Los satelucos prefieren circular a gran
velocidad en sus autos de lujo, que compran a plazos con sus tarjetas de crédito, y
por las noches penetran a sus casas por puertas automáticas. Pasan días sin
encontrarse con los vecinos. La mayoría de las casas tiene grandes bardas que
impiden ver lo que pasa adentro. ¿Será que viven cagados de miedo por los
secuestros? Eso les pasa por aparentar lo que no tienen.
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Día 10. 15.00 PM
Zona Rosa, Ciudad de México.
Milena repite la misma rutina. Se levanta a las diez, toma un par de tazas de café
bien cargado, luego un baño primero con agua calientísima y para terminar un
duchazo de agua helada. Se viste con ropa deportiva, una gorra y lentes oscuros.
Todo en obsesivo color negro. Ajusta el cronómetro y el medidor de distancias de
su reloj de pulsera y emprende una caminata de diez kilómetros desde la Roma
hasta el bosque de Chapultepec. Necesita oxigenarse el cerebro y los paseos la
ayudan a pensar.
Se detiene en la Glorieta de Insurgentes. Se acomoda enfrente de una
camioneta estacionada en el lugar, es un centro de reclutamiento móvil; en uno de
los costados, una lona anuncia las ventajas de pertenecer a la AFI. Una larga fila
de muchachos desempleados escuchan a dos policías. La detective toma varias
fotografías con el zoom de su cámara. Luego se dirige a la calle de Génova. Lo
que otrora fuera el centro de artistas e intelectuales ahora es una maraña de
puestos ambulantes repletos de mercancía pirata: lentes, ropa, pipas de plástico,
hasta las varitas de inciensos son falsas. Lo único verdadero son las parejas gays
que caminan de la mano, felices, como si transitaran por territorio liberado.
Entra en el Golden gay, pide un tarro de cerveza clara, echa un vistazo a su
alrededor y le parece estar en algún Pub de El Castro de San Francisco, no le
importa que los alimentos sean un atentado a la buena nutrición. Si hay Wi-Fi,
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puede aguantar cualquier cosa en el estómago. Lo único que necesita es trabajar
en su laptop de manera más o menos cómoda. Revisa su correo, uno es de Yossi
Levy, de inmediato entra al link señalado. En YouTube, mira el video y no deja de
sonreír. Quisiera pararse en medio del lugar para decirle a todos los comensales
que el joven de la pantalla es su novio, que es un activista que vive del otro lado
del planeta. Sería feliz si tuviera a su lado a algún conocido para presumirle que
se aman. Según ella, lo mejor de estar con una pareja memorable es tener una
buena amiga para contárselo. En el iPad repite el video una y otra vez:
En medio de la noche, en una cueva, la misma chamarra roja, la barba
crecida, parece el primo menor de Bin Laden. Hola, soy Yossi Levy, trasmitiendo
desde las montañas del sur de Hebrón, mis compañeros y yo nos dedicamos a
instalar fuentes de energía alternativa: turbinas y celdas solares. Es la única vía
para que las quinientas personas que habitan en estos campamentos puedan
conservar la leche y la mantequilla que producen. Le encantan sus lentes
redondos a la Lennon. Energía para que los niños puedan hacer sus tareas.
Recuerda la primera vez que la llevó a conocer su trabajo. Necesitamos tu apoyo,
ya que el gobierno israelí quiere demoler las turbinas. Juntos podemos detenerlos.
La luna llena ilumina débilmente el terreno pedregoso. Caminamos en silencio,
Yossi Levy es el guía, lleva una lámpara de minero en la cabeza, tres pasos detrás
de él, voy yo, atrás de mí, Moshé, el padre de Yossi, o sea mi nuevo suegro.
Había sido un largo día. Muy temprano los tres tomamos un tren de Tel Aviv a Beit
Shemesh. Allí nos recogió Ezra, el colega de mi amado. Tomamos una carretera
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impecable, grande y limpia como de primer mundo. A medida que atravesamos
ciudades, Moshé me cuenta de los tiempos cuando se movieron las fronteras
después de la guerra del sesenta y siete, del kibbutz como alternativa social, de
los naranjales y la igualdad. Se dirige a mí como si quisiera convencerme, Yossi
sonríe y me muestra los kilómetros de muro que encierran los Territorios
Palestinos ¿Qué te parecen la igualdad y el desarrollo Milena? Nos enfilamos
hacia el checkpoint: es una especie de frontera para entrar a Hebrón. Yossi me
dice que permanezca callada, que si los guardias de la aduana se dan cuenta que
soy extranjera me interrogarán y tal vez me impidan entrar. Pasamos sin
problema. Vamos a Yatta, una villa Palestina, polvorienta y marginada, como
nuestros pueblos. En la calle principal, hay una tienda de víveres, un mercado. En
un local exhiben la indumentaria femenina: vestidos largos de telas gruesas y
oscuras cuelgan de un alambre, cabezas de maniquíes muestran pañuelos
blancos con la orilla bordada. Varias construcciones arabescas están a medio
terminar. Son de color crema, como todas las construcciones de Jerusalén. Tomo
fotos sin parar. No quiero que mi memoria desvanezca los recuerdos. Antes de
bajar de la Toyota cuatro por cuatro, mi novio nos da instrucciones, ¿ya dije antes
que a ese güey le encanta mandar? A mí, que no fotografíe a las mujeres, y a su
padre, que no hable en hebreo. Yossi y su compañero visitan a varios trabajadores
palestinos que tienen que ver con su proyecto. Al mediodía compramos frutas para
comer, en la tienda trasmiten en árabe un partido de futbol del Manchester United,
me guardo como suvenir una botella de Coca Cola con el logo escrito en árabe. Al
caer la noche Ezra nos deja en algún lugar del desierto.
140
No puedo ver más allá de mis narices, con la luz del iPhone ilumino mis
pasos. Siempre que estoy en una situación similar, me lo repito una y otra vez:
cuidado, mucho cuidado, si me rompo una pata va a ser muy difícil que me
rescaten, que estás tomando por un rumbo equivocado, cuidado. Yossi camina de
prisa como si le urgiera llegar a nuestro destino. No tengo la más puta idea a
dónde vamos. En medio de la nada se oyen unos silbatos de policía, a lo lejos las
luces de unas lámparas de mano se nos acercan. Una voz en inglés (¿o fue en
hebreo?) nos grita que nos detengamos. Qué quienes somos. Qué a dónde
vamos. Nos alumbran la cara con las linternas. Son tres soldados israelíes:
jóvenes, fuertes, con cara de gandallas (no recuerdo si eran guapos) van de
camiseta blanca, pantalones verdes y tenis. Me pareció verlos antes corriendo en
la carretera. Yossi les contesta de mal modo: antes que nada somos seres
humanos. Ellos le gritan que no tenemos permiso para estar allí. Mi suegrito
interviene, somos israelíes, estamos haciendo tracking. Todos ladran. Intervengo
en hebreo (sólo sé decir algunas palabras), somos corredores, entrenamos para el
próximo maratón de Tiberíades. Los tipos bajan la guardia. Ellos también entrenan
para la misma carrera. Yossi añade que acamparemos en el desierto. Los militares
nos dejan ir, no sin antes advertirnos que tengamos cuidado, que la gente de esos
lugares es peligrosa. Seguimos nuestro camino. Mi amado va encabronado
discutiendo con su padre en hebreo, casi no entiendo nada, supongo que es el
tema recurrente: el ejército, la ocupación, los asentamientos. La misma mierda de
siempre.
141
Unos perros desnutridos aúllan. Llegamos a lo que parece una tienda
grande de campaña. Metro y medio de altura por seis metros de largo, quizás dos
de ancho, piso de tierra apisonada. Una tela hace las veces de puerta. Yossi
saluda, nos invitan a pasar, adentro siete hombres palestinos sentados sobre
cojines, fuman y toman té. Se paran a saludarnos. Salam alekum, empezamos
nosotros, alekum salam, nos contestan. Mi amado hace las presentaciones, él es
mi padre y ella es Milena, de México. Me dicen que les gusta cómo juega futbol El
Chicharito. Nos acercan colchonetas y cojines para que nos sentemos en el piso.
Un niño palestino aparece con una jarra de té sobre una charola de lámina,
enjuaga los vasitos sucios con un poco de agua que hay en una botella de
refresco. Nos ofrece té, a estas alturas del partido, el líquido caliente y dulcísimo
nos sabe a gloria. Luego les sirve también a nuestros huéspedes. Es invierno y
hace un frío del carajo. En un extremo de la tienda hay un refrigerador
desvencijado; sobre una caja de madera, un televisor viejo. Mi activista favorito
nos señala la batería que alimenta los dos aparatos: eso es lo que hacemos en
nuestro proyecto, las turbinas y las celdas solares son los únicos medios posibles
para que tengan electricidad, nos dice en español. ¿Con la energía producida
recargan las baterías? pregunto interesada. That´s right, me contesta. En la tele
hay un noticiero en árabe, los palestinos lo siguen con interés. Más tarde regresa
el niño de los ojos amielados con la misma charola ahora con pitas calientes,
jocoque fresco y aceitunas. Con señas nos invitan a cenar. Una hora de
conversación monosilábica, ellos en árabe y Yossi tratando de traducir al mismo
tiempo en árabe, hebreo y español. Los hombres me miran de reojo mientras
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forjan cigarrillos a mano, pregunto si puedo fumar, me regalan uno de sus tabacos
oscuros. Si los veo directamente, ellos agachan la mirada. No me queda claro si
les resulto intromisiva o si estoy vestida con decoro. A sabiendas del maldito clima
del desierto me puse tres capas de ropa: doble suéter, chamarra, gorro de lana,
guantes, pantalones forrados y botas de montaña. No creo que haya problema, si
luzco tan sexi como un tamal envuelto. Cuando acaba el noticiero los palestinos se
despiden y se van a dormir. Me asomo por la tela-puerta, necesito orinar, mi
amado me dice que camine hacia una roca grande, me presta la linterna de
minero. De solo pensar que tengo que bajarme los pantalones en la oscuridad
helada se me congela el ánimo. Ni pedo, no hay un baño a kilómetros a la
redonda. Cuando regreso, Yossi me espera en la puerta, mete sus manos frías
bajo mi ropa, una cascada de besos prolongados.
─ ¿Estás bien? ¿No necesitas nada? -pregunta y me saca el gorro de
lana para alborotarme el pelo. Me gustas mucho, mexicana.
─ Y tú eres mi greenpeace preferido ─ le susurro mordiéndole los labios. ─
¡Tenías razón!, las noches son más claras en el desierto.
─ ¡Viste, diez mil estrellas! - responde señalando el cielo.
Entramos a la tienda. Voy acomodándome la ropa. Moshé y Yossi arman
“nuestras camas”: varias colchonetas y cobijas pestilentes. Mi amado trajo para mí
un sleeping bag de fibras especiales para la alta montaña, de los que se usan en
el Himalaya. Me conoce bien, sabe que odio el frío. Nos acostamos vestidos,
solamente nos sacamos los zapatos. Corrección, yo me acuesto vestida y ellos en
ropa interior. No sé por qué recuerdo a la princesa de un cuento que leía de niña:
143
los habitantes de una aldea tenían que probar que la pequeña recién llegada era
la hija del rey. La obligaban a acostarse sobre una pila de colchones, debajo de
los cuales habían colocado un guisante. A la mañana siguiente le preguntaron que
cómo había dormido y ella contestó: bien, a excepción de una piedra que me
molestó la espalda toda la noche. Estoy acostada sobre una pila de colchonetas,
metida como gusano en crisálida en la suavidad del sleeping bag, lo más seguro
es que no sienta ninguna piedrita. Como es invierno no creo que nos visite ningún
insecto armado con tenazas y aguijones. Tampoco tengo un padre-rey que me
espere. Hace mucho escapé de sus dominios. Apagamos el único foco. Dadas las
circunstancias no estamos para desperdiciar energía.
Por supuesto que no podemos dormir. Bombardeamos a nuestro guía
revolucionario con preguntas: yo insisto qué donde están las mujeres. Él nos
cuenta que la tienda en la que estamos hace las veces de salón, aquí se recibe a
las visitas y es el lugar de reunión social. Por la tarde es el sitio donde las mujeres
se juntan para charlar, coser y planear como conseguirán agua o comida. A esa
hora los hombres no pueden acercarse. La noche es el tiempo para ellos.
Comienza el día. En realidad son las siete de la madrugada, mi amado me
mueve suavemente para que me despierte. Levántate, floja, tenemos mucho que
hacer, me dice mientras me revuelve el pelo. Me escondo adentro del sleeping. Lo
que más odio en la vida es levantarme temprano. Recuerdo uno de mis mantras
sagrados: “A dormir a tu país, a dormir a tu país”. Yossi me empuja como si fuera
un mexican taco. Rodamos sobre el piso de tierra. Me besa muchas veces en los
labios. Nos levantamos e iniciamos un breve escarceo de Krav magá (igual que
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cuando era mi entrenador), sus brazos largos tocan con suavidad mi cabeza, lo
empujo y quisiera meterle algunos jabs. Sudamos. Por más que trato nunca logro
conectarle un “golpe” en la cara, me conformo con unos puñetazos en su
abdomen tan duro que parece de piedra. A veces detesto que sea tan fuerte,
tengo la impresión de que es un rotwieler noble y rudo, como el que había en la
casa de mi infancia: cuando llegaba de la escuela se me echaba entre ladridos
roncos, se ponía bravo y no podía quitármelo de encima, a veces me sujetaba el
brazo con su enorme quijada babosa. Solo le hubiera bastado apretar más fuerte
para destrozármelo de un mordisco, en cambio, después de unos segundos el
animal reaccionaba, me soltaba y me lengüeteaba los cachetes. Igualito era mi
brusco Yossi en nuestros rituales matutinos de entrenamiento defensivo.
Moshé entra por la tela-puerta y siento en la espalda un viento gélido.
─¿Qué hacen? ¡La vas a lastimar! le dice a su hijo.
─No creas que es tan frágil como parece. Es un alacrancito, le contesta,
mientras me soba la espalda.
─Amaneció lloviendo, continuó mi suegro, sacándose la chamarra mojada.
En seguida nuestro niño anfitrión aparece con la charola del desayuno: café
turco, pitas, huevos revueltos, queso y leche de cabra y mantequilla. Le digo
shokram, me incomoda pensar que nos estamos comiendo sus exiguos víveres.
Nos acerca la botella de agua, con un chorro mínimo nos enjuagamos las manos.
Moshé me pasa unas toallitas húmedas para limpiarme. Por ser la dama de la
145
expedición, me dan la única cuchara de metal, ellos usan las pitas como cubiertos
y platos.
─ What´s the next step?, pregunto.
─ Lo que sigue es darle mantenimiento a la turbina. Hace días que no
funciona bien. Nos va a llevar varias horas.
─ What do you want to do, baby? continúa Yossi.
─ Vagar por el lugar.
─ Ok, yala, yala.
Por fin salimos de la tienda. Bajo una luz grisácea veo el campamento tal
cual es. Yossi y su padre se dirigen al sitio donde esta plantada la Turbina, diez
palestinos los esperan, la mayoría tendrá aproximadamente treinta años, algunos
niños juguetean alrededor, incluido el chamaco mesero, aprovecho para
preguntarle el nombre, Ma Ismok? “Mohamed” me responde. Ana, Milena,
mexicana, alaspania, digo tocándome el pecho. Ya saben, tú Tarzán, yo Jane. Los
otros niños se ríen de mi horroroso árabe. Desenfundo mi cámara y los fotografío,
les muestro sus caras en la pantalla, salen más niños y niñas de no sé dónde.
Todos quieren fotografías y revolotean alrededor de mí. Ma ismok, Ma ismok,
pregunto señalando a cada uno. Yossi me mira y me guiña un ojo. Le mando un
beso. Todos los árabes son Mohamed algo, igualito que nosotros, muchos se
llaman José: José Juan, José Esteban, José María, José Eduardo… Mi activista
se pone de acuerdo con un “Mohamed” alto y sacan sus herramientas: van a bajar
la Turbin. Es un poste de metal de diez y ocho metros de alto, conectan en el
extremo inferior un winch, es algo como un gato gigantesco. Hay que darle vuelta
146
a una manivela. Después de horas el mega tubo empezará a inclinarse. Los
hombres se turnan para hacer las maniobras necesarias, todos intervienen en la
operación. For me, it’s time to explore the place.
Camino hacia un corral de ovejas y cabras, están separadas por tamaños,
el más grande para los animales adultos, otro es para las crías. Aparece un niño
pastor, abre la puerta y las lleva a pastar. No entiendo a dónde si todo el sitio es
un terreno pedregoso seco con algunos yerbajos aquí y allá. Los siguen algunos
perros desnutridos que ladran sin piedad. Me trepo en un montículo, habrá como
cinco tiendas de campaña más pequeñas que el salón de visitas donde pasamos
la noche. Con el zoom me acerco a una construcción redonda, de piedras, las
paredes son desiguales y el techo de tela, afuera una mujer, vestido largo negro,
la cabeza cubierta con un hiyab rosado, carga unas cubetas de agua. Cuando se
da cuenta de mi presencia se mete a la “la cocina”. Cerca de allí un cilindro grande
de metal hace las veces de depósito de agua de lluvia (parece una pipa de agua
con las que hacen el reparto en las colonias depauperadas de Mexico city, pero
sin camión). Es su única fuente de agua. Metros más lejos, “el baño” es otra
construcción de piedra, con un hoyo que hace las veces de ventana. Sigo mi ruta,
a unos veinte metros, otra construcción de cuatro paredes de rocas blancuzcas,
otra pared las divide por el centro, es algo así como una “casa dúplex” sin techo.
Después me enteraré que son las viviendas para los tiempos de calor. En verano
la temperatura aumenta hasta cincuenta grados. En cambio ahora, según mi
inseparable iPhone, estamos a menos siete grados, o sea hace un puto frío como
del infierno de Dante (no estoy loca, en la Comedia el infierno era helado). Por si
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fuera poco empezó a llover otra vez y ráfagas de viento atraviesan de lado a lado
la colina y me lastiman los ojos. A mi alrededor colinas y colinas de terreno estéril,
gris, triste. Sin embargo, a unos kilómetros se divisa un asentamiento de colonos
judíos ortodoxos: una gran barda de cemento, con alambre de púas en la cima,
puestos de seguridad, postes de alumbrado, agua, calles. Es raro como funciona
mi cerebro, siempre busco un símil para explicarme lo que veo. Pienso en las
elegantes colonias de la ciudad de México y en las zonas marginadas que
perviven a su lado. Casi siempre primero vivían allí los pobres, luego les expropian
o les mal compran sus terrenos y como por arte de magia las colonias se
transforman en viviendas de lujo para ricos. Lo mismo pasó en San Ángel, en las
Lomas o en los basureros de Santa Fé. Cuando tenía cinco años, un domingo fui
con mis padres a visitar un mercado tradicional en una colonia pobre que estaba
junto a las Lomas de Chapultepec, creo que se llamaba San Isidro. Estaba situada
en medio de una barranca, en las enormes paredes de la misma había unas
cuevas que se habían formado al explotar las minas de arena del lugar. Allí vivían
algunas familias. Ese día, la policía los desalojó. Por muchos años me persiguió la
misma pesadilla: uniformados aventaban a la calle las pocas pertenencias de esa
gente; otros, tapiaban con ladrillos las entradas de las cavernas para que no
pudieran ocuparlas de nuevo. Chale, me parezco a Pedro Infante: ustedes los
ricos y nosotros los pobres. Por cierto, Pepe el Toro es inocente.
Sigo mi tracking, entro en un pequeño cultivo de árboles de olivo. Todos
secos. Tanta miseria y el chingado frío me están bajoneando. Todo está tan gris,
se apagó la luz del cielo, ya no sale más el sol…Me largo a la “casa de verano”,
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las paredes de la dúplex me protegen un poco del viento, me acomodo sobre una
piedra blanca grande, saco mis consabidos instrumentos: conecto el iPhone a la
MacAir, ¡Eureka! me conecto, adoro el circulito de colores dando vueltas captando
la señal. Vamos a ver donde estoy parada. Google, tú que todo lo sabes, dime
algo más de esta tierra:
Susya, región Cisjordania. Coordenadas 31º23´30”. 67N, 35º 6´44.45”, E.
Se refiere al sitio de un antiguo pueblo de Judea, en el sur de las colinas de
Hebrón de la Rivera Occidental. Aunque existen las ruinas de una sinagoga, la
literatura hebrea no registra ningún asentamiento judío en ese sitio. Según
recientes investigaciones allí radicaba un pueblo palestino desde 1830, en cambio,
los asentamientos judíos empezaron en 1983. En la actualidad es un pueblo
palestino que vive en cuevas permanentes o en tiendas de campaña. En el 96 los
israelíes volaron diez cuevas casa, la mayoría de sus cisternas donde recolectan
agua de lluvia también fueron destruidas entre 1999 y 2001. ¡Madres! Aquí la cosa
está que arde, por eso ahora el gobierno israelí quiere demoler las turbinas. No
way.
Al final de la nota se refieren a la ONG de mi amado y sus colegas israelíes
y palestinos como la única fuente de energía eléctrica. (Por eso quiero a este
cabrón). Dicen que todas las mujeres buscamos a nuestro Che Guevara o por lo
menos a Zapata reencarnado y la neta, mi Yossi es más guapo que el Sup
Marcos; además la panza del Neo-zapatista es un atentado contra revolucionario.
Ahora entiendo lo que nos dijo un anciano palestino: los israelíes nos hacen la
vida difícil para que nos marchemos, pero no vamos a irnos, esta es nuestra tierra.
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Sigo con la búsqueda internáutica: Hebrón, en árabe Al-Jalīl; en hebreo,
Ḥevron derivado de la palabra "amigo", (seguramente es el sitio más amistoso del
mundo). País: Autoridad Nacional Palestina. Bandera franjas negro-blanco-verde y
triángulo rojo. Ubicado a 21Km de Belén, a 30, de Jerusalén, 43 de Ramalah, 60
de Gaza y 78 de Nablus. Es la localidad más poblada de Cisjordania. 160 mil
habitantes: 150 mil palestinos y 500 colonos israelíes. Otros 7 mil judíos residen
en el adyacente asentamiento de Kiryat Arba.
Según esto Hebrón es el símbolo de la tensión de la ocupación israelí (ya lo
noté) La comunidad internacional y judíos no extremistas han denunciado las
numerosas prácticas que violan los derechos humanos de los palestinos, como
son las restricciones a la libre circulación, el levantamiento de comercios y toque
de queda permanente. En la ciudad vieja, están situadas la Universidad de Hebrón
y la Universidad Politécnica Palestina. Te cae de madres que hay dos
universidades.
Oigo mi nombre en la mitad de la nada, Moshé me está buscando.
─ ¿Estás bien? No te encontrábamos y me preocupé, dice el hombre de la
barba blanca.
─Estoy checando datos, me encontré un diccionario con las frases más
comunes en árabe. Su salam alekum, la paz sea contigo, es como su shalom,
shalom, ¿no? Le digo con tono irónico.
─ Vamos, ya casi terminan de arreglar la turbina.
─ ¿Sabes que tú hijo está varias veces citado en google?
150
Ezra volvió por nosotros, de nuevo vamos dando brincos en la Toyota. Cuando
quisimos acceder a la carretera, el camino estaba bloqueado por soldados
israelíes. Primero nos impedían entrar a los campamentos ahora no podíamos
salir. A Moshé y a mí, nos preocupa que las cosas suban de tono, mi amado nos
tranquiliza. Don´t worry, here, that´s daily lyfe.
Mejor pido otro tarro de cerveza. No vaya ser que me ponga melancólica en este
antro gay de la Zona Rosa, pero la neta ¿por qué me dolerá esa guerra como si
fuera mía?, ¿tendrá que ver con eso de las reencarnaciones y las vidas pasadas?
No way, si soy más autóctona con los nopales. Ahora que lo pienso Abdomen y
yo, nunca tuvimos un diferendo excepto que él no quiso venir a mi sacrosanto país
y a mí eso de vivir en medio de su guerra ancestral la verdad me encabronaba.
No sé dónde está peor, lo que nunca imaginé ni en mi peor pesadilla, era que
nuestro presidente espurio, borracho de sangre, declarara su estúpida guerra
contra el narco, nadie creería que su estrategia produciría un chingaputamadral de
muertos y miles de desplazados.
Yo soy de las que prefieren la sabiduría popular “Haz el amor y no la
guerra”, sin duda se está mejor sobre la cama que bajo tierra. ¿O no?
Aí te va un mail amado Yossi Levy:
Vi el video, lo voy a subir a mi face y a twitter. Cuídate.
Qué raro, me contestó de inmediato:
Nos confiscaron la Toyota.
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La detective emprende el regreso a su hábitat. Camina por Reforma pero le
sorprende la larga fila de hombres y mujeres afuera del edificio de la AFI. Esperan
entregar su solicitud para integrarse a las fuerzas especiales. Se sienta en una
banca y enciende un cigarrillo. No se puede sacar a Yossi de la cabeza. Su
cerebro se aferra al recuerdo de su estancia en el medio oriente.
Hace mucho tiempo visitó a un gurú que, según él, se conectaba con las
vidas pasadas. Cuando puso sus manos a unos centímetros de la cabeza de
Milena le dijo que percibía una mezquita con un enorme domo dorado. Le
preguntó si tenía alguna relación con ella. La detective le contestó con un rotundo
no y pensó que el tipo era un fraude. Si fuera por ella, nunca se le hubiera ocurrido
viajar al medio oriente, pero justo cuando la vida se le caía a pedazos, por azares
del destino cayó en su manos una solicitud para aplicar por una beca, con todos
los gastos pagados, en Tel Aviv para estudiar un curso de tres meses sobre
combate a la violencia urbana. Después se enteraría que el director del colegio la
aceptó al ver su fotografía. Su cara de pocos amigos le pareció promisoria, el
hombre ni siquiera necesitó leer los antecedentes policíacos de la detective.
Vendió todo lo que tenía, metió en su mochila algunas mudas de ropa y
compró un boleto de avión que la llevara a donde fuera, poco le importaba si era
Tel Aviv o Tombuctú.
Faltó a la mitad de las clases. Milena se aburría hasta la nausea, aunque el
curso ofrecía varias materias de técnicas especializadas en defensa, el currículo
oculto incluía también: adoctrinación sionista, la vida feliz en el kibbutz, y las
virtudes de la única democracia en medio oriente. A ella sólo le interesaba el
152
entrenamiento físico, el kick boxing y las clases de Krav magá. Eso sí, no se
perdía ninguna de las fiestas nocturnas empapadas en alcohol que organizaban
los estudiantes en la cafetería del Colegio. Cuando podía se escapaba con otras
estudiantes a un antro de mala muerte para ir a bailar con unos albañiles árabes
que trabajaban en Tel Aviv.
Se quedó seis meses y en lugar de diploma obtuvo un novio.
153
Décimo día después del secuestro
Casa de seguridad
Como todos los días, el Flaco llega a las dos de la tarde a la casa de seguridad.
Lo recibe la Mujer-policía, que está hasta la coronilla de tanto encierro. Se halla
tan presa como Eloísa. Sólo quiere irse a su casa para ver a sus hijos, respirar
aire fresco o hacer cualquier cosa; lo que sea menos pasar largas horas viendo
dormir a la mujer o tener que cuidarla. Le encabrona que el Flaco vaya y venga
todos los días. Ni una sola vez desde que empezó el operativo se ha quedado
mucho tiempo en la casa de seguridad.
— ¿Qué hay? ¿Traes noticia de la casa? ¿Cómo están los niños? —
pregunta la mujer policía.
— Todo está bien. Tu hermana los cuida. ¿Aquí hay novedad? —el jefe de
los secuestradores se echa en una silla y estira las piernas.
¡Estoy hasta la madre de estar encerrada! ¿Por qué no te quedas
aquí y yo paso la noche en la casa?
— Ya lo pensé y no vamos a seguir con este asunto. No se me puede
olvidar que el senador es un buen tipo. A mí siempre me trató bien. Si
gana la gubernatura igual y hasta me dé chamba y me voy de jefe de
seguridad a Oaxaca.
— ¿De qué estás hablando? ¿Estás pendejo o qué?
— ¡Qué te pasa! —le contesta el secuestrador alzando la voz.
154
— ¿Estabas drogado cuando me contaste tu plan? ¿Te estás echando
para atrás como si fueras una niñita? No me digas que sólo eran
valentonadas de borracho.
— ¡Chale! ¿Qué mosco te picó?
— Solo eres bueno para andar de hocicón, pero en el fondo eres un pinche
marica. ¡Después de casi dos semanas encerrada con esta pinche vieja!
— ¡Ya cállate o te rompo la madre!
— Para eso si eres muy macho, para pegarle a una mujer. No se te olvide
que tú me metiste en este desmadre.
— Pero no puedo dejar de pensar que no está bien. El senador era mi
jefe…
— Eso lo hubieras pensado antes. Yo estaba en activo y dejé todo por
seguirte; dijiste que sería la única vez y que luego nos retiraríamos.
Renuncié a mi plaza para seguirte.
— ¡No puedo traicionarlo! Dejemos todo hasta aquí. Vamos a liberar a la
señora.
— No te hagas el santo. Ya lo traicionaste. ¿En qué carajos pensabas
cuando organizaste todo esto? ¡Hasta me sentía orgullosa de ti, porque
eras el jefe de la operación! Ya que organizamos todo en tiempo y
forma, ¿te estás echando para atrás?
— ¿Y si fallamos? ¿Y si nos atrapan? Además ya hicimos nuestra primera
pendejada: la secuestramos el jueves que no era. El senador ni siquiera
estaba en México.
155
— ¿Fallar? Tú pórtate como hombrecito y no fallaremos. Si algo sale mal le
echamos la culpa al comandante Cipriano. Podemos decir que no nos
quedó de otra.
La mujer pensó que si eran descubiertos, ella podría argumentar que su
marido la presionó y que ella estuvo cuidando y tratando bien a Eloísa. Mantendría
a su favor su estatus de madre.
— ¿Quién pensaría lo contrario? Si sólo somos unos padres de familia
haciendo lo necesario para garantizar el futuro de sus hijos —agrega la
mujer, dando por terminada la discusión.
156
12. Resistencias
Día 10. 15:00 PM
Plaza Central, Oaxaca
… los grandes lo parecen
sólo porque nosotros estamos de rodillas.
BERTRAND RUSELL
Mara camina entre escombros. La plaza es un montón de restos de vasijas y
comales pintados de hollín. Hay cobijas empapadas y pedazos de juguetes
arrumbados entre huaraches impares. Las barricadas humean. En medio, arden
los materiales que usaron los manifestantes para construir sus viviendas
improvisadas. Todo es un enorme basurero de cartón y plásticos derretidos. Huele
a guerra y a mierda húmeda. Un aire picante se mezcla con las partículas de
humedad evaporadas por el sol que cae con una pesadez insolente.
Llegó al zócalo tras escuchar la radio comunitaria. A las seis de la mañana,
el gobernador mandó a más de mil policías a desalojar a los disidentes que
157
llevaban varios meses plantados en el zócalo. Mara busca a las compañeras del
movimiento. Se mete en el hotel maltrecho a la orilla de la plaza. Los pisos,
mojados; las sillas y las mesas del comedor comunitario, despedazadas. Igual
ocurre con el remedo de guardería y con los dormitorios. Varias mujeres tratan de
recuperar algún mueble o acercan los colchones a las ventanas con la esperanza
de que el aire cálido evapore el líquido que apelmaza el interior de borra
pestilente. La mayoría de ellas pasaba horas en el vetusto edificio cuidando a los
hijos o preparando los alimentos para los que permanecían de tiempo completo en
la plaza.
Ya se habían acostumbrado. La vida en el plantón tenía un cierto orden,
algunas certezas. Unas hacían guardias; otras asistían a las asambleas, se
turnaban para ir a las marchas; algunas maestras daban clases a los niños del
movimiento en salones improvisados. Hoy todo cambió repentinamente: diversos
comandos de policías antimotines, en una sincronía orquestada, tomaron por
asalto las calles que desembocan al zócalo. Un helicóptero lanzó desde las alturas
granadas de gases lacrimógenos. Los guardias de a pie desalojaron a los que
pernoctaban en tiendas de campaña sobre la plancha de cemento. Al mismo
tiempo, penetraron al lugar donde dormían las mujeres. Aquello fue un
pandemónium de gritos e insultos que cortaban como vidrios afilados. El miedo se
encarnó en policías que repartían toletazos a diestra y siniestra. Un policía patea a
una mujer y la hace rodar por las escaleras, otro empuja a un niño con violencia.
Un guardia le jala el cabello a una embarazada. Detuvieron a los líderes,
incendiaron sus pertenencias y luego se retiraron con gritos victoriosos. Lo que
158
nadie imaginó fue que casi de inmediato los manifestantes se organizaron y en
medio del desorden terminaron persiguiendo a los policías. Por si fuera poco, se
dieron el lujo de aprisionar a unos cuantos uniformados.
La plaza es un hervidero. Mara va de un lado a otro. Se encuentra con un
puñado de brigadistas que curan a los heridos. Se sorprende al notar que uno de
ellos es Carlos Villar. Siente un hueco en el estómago. Es imposible evitar el rubor
en sus mejillas cuando sus miradas se cruzan. La indigenista se convence de
nuevo: ¿cómo no voy a amar a ese hombre si es el que cura con las manos, si es
tan amable con sus pacientes, si bajó de los montes para atender a los alzados?
El doctorcito ni sospecha que Mara piensa en él todas las noches, que se le va la
vida concibiendo historias afiebradas, que moriría con tal de encerrarse con él
aunque fuera un fin de semana, que querría meterse entre sus sábanas.
No le importa si después pasan meses sin verse de nuevo. Se imagina lo
que sería encontrar a los pies de su cama sus zapatos de montaña, o que sus
manos sanadoras se posaran en su espalda y la llevaran al nirvana. Si existiera al
menos una remota posibilidad de que alguna vez amanecieran juntos… Si tan sólo
pudiera arroparse entre sus brazos… Hasta se conformaría si no hubiera cama ni
sábanas ni sexo. Para amarlo, le basta la mirada. Lo único que quiere es que su
hombre sea feliz, que encuentre lo que busca. Anhelaba trabajar a su lado, allí, en
las comunidades donde se carecía de todo. Ahora, sin que inventara estrategias
para hallarlo, lo tiene en frente, tratando de ser útil en medio del caos.
Los lloriqueos de los niños la regresan a la realidad. Se acerca a un grupo
de estudiantes que arma la lista de desaparecidos. Según su primer balance,
159
algunos de los líderes principales están detenidos. A lo lejos, oye a un puñado de
adolescentes que canta las mismas canciones de su época universitaria: todavía
pedimos, todavía esperamos que nos den la esperanza de saber que es posible...
Todavía ella espera. De pronto, la interrumpe la diputada Silvia Plata, viene del
brazo de su novio periodista, el que parece descendiente directo de Cuauhtémoc.
El joven luce igual que el príncipe azteca de las estampas escolares: joven,
delgado, lampiño y con la piel lustrosamente oscura. Mara les cuenta lo que ha
visto, intercambian sus cóleras contra el gobierno. Los rumores se diseminan
como las plagas y el silbido de los teléfonos celulares se mezcla con la anarquía.
Un megáfono anuncia los acuerdos de la asamblea informativa. Se hace el
recuento público de agravios. Los corresponsales disparan sus cámaras sin parar;
otros videograban los restos de autos incendiados y los montículos de piedras
junto a la acera, que servirán como proyectiles contra los policías.
Se organiza una nueva manifestación hacia la sede de gobierno. Lo
absurdo del desalojo aglutina hasta a los que no están de acuerdo con el
movimiento. Los jornaleros bajan de sus comunidades. Amas de casa van
acompañadas de comerciantes ambulantes y niños de la calle marchan como si
por un momento se hubieran diluido sus diferencias. A lo mejor esta es la gota que
derramará el vaso, dicen, y al unísono vociferan que se tiene que saber en todo el
mundo, que quieren a los suyos de regreso, que se largue el gobernador mafioso.
Mara va en el contingente con un rebozo colorido amarrado a la cabeza, que
además de esconderle las canas, le otorga un porte libertario. Cuando se percata,
Carlos Villar camina a su lado.
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El gobernador da un puñetazo sobre el escritorio. Sus gritos resuenan entre las
paredes del bunker cuando le exponen los resultados del Operativo desalojo. La
culpa rebota como pelota de ping pong entre su equipo de inteligencia. El
mandatario no entiende de justificaciones. Lo único claro es que los insurrectos
están más envalentonados que antes.
Día 10. 18.00 PM
Habitación senador Pineda
Hotel Oaxaca Inn
Silvia fuma un cigarro tras otro. Tiene un buen rato hablando con Antonio Pineda.
Sobre la mesa, los expedientes de los presuntos plagiarios, que les envió Milena.
Al senador no le cabe la menor duda: el flaco mal encarado trabajó para él hace
algún tiempo como escolta de su equipo de seguridad; después se enlistó como
agente federal y, hasta donde recuerda, era compadre de Melchor. Todo parece
indicar que mi jefe de seguridad está coludido con los secuestradores. Desde hace
días lo tengo vigilado, le dice a la diputada.
El meollo de la reunión es decidir si dan aviso o no a la Fiscalía general
sobre el secuestro. Si participan los federales y atrapan a los plagiarios, existe la
posibilidad de que se filtre la información y de que los operadores políticos del
gobernador los liberen y se queden sin pruebas del complot. Si se escapan narcos
de las prisiones de alta seguridad, no sería extraño que “desaparecieran” los
161
secuestradores. La otra alternativa es apostar por la destreza de Milena y su
equipo de sabuesos. Después de liberar a Eloísa, darían aviso a los medios de
comunicación sobre la detención de los plagiarios. Todo se reduce a notificar a las
autoridades antes o después del rescate.
Confiar o no confiar: ese es el dilema.
— Primero que nada, quiero que liberen a Eloísa lo más pronto posible —
reitera el senador.
— Nos estamos acercando —contesta
Silvia—, pero insisto en que el
problema adicional es tener pruebas que vinculen a los secuestradores
con el gobernador. La declaración de los plagiarios no será suficiente.
— Entonces vayamos por la extrajudicial, diputada; no entreguemos a los
plagiarios hasta acordar con ellos para que denuncien al cabecilla.
— Pienso que es lo mejor. Voy a acordar el día y hora con Milena.
— Aquí la cosa está que arde, literalmente —continúa el senador—. El
gobernador se saltó las trancas. ¡En qué cabeza cabe, a estas alturas,
andar desalojando adversarios, y mucho menos en época preelectoral!
De plano su primitivismo político es inadmisible. Si para todo hay formas
de arreglarse con los líderes del movimiento… No había necesidad.
— Ya ni la amuela, querrás decir.
— Ahora quién sabe en qué van a acabar las protestas. Pero no hay mal
que por bien no venga. Aprovechemos la coyuntura, diputada. Hay que
162
hacer el caldo gordo con los inconformes para que de una vez por todas
desafueren a ese politiquillo de tercera.
Día 10. 21.00 PM
Departamento de Milena Ruiz
Milena lleva una hora montada en la bicicleta de spinning. Arrastró el aparato
hacia la sala para escuchar las noticias en el televisor de plasma. Busca en los
noticieros del mediodía las crónicas del desalojo. No hay nada en las televisoras
nacionales. Por fin encuentra imágenes en los telediarios internacionales: la plaza
luce devastada, los reporteros entrevistan a quienes nunca son escuchados.
Varios están dispuestos a contar su versión de los hechos ante las cámaras.
Algunos analistas llegan a la conclusión de que en esa provincia se vive un estado
fallido que no puede garantizar la seguridad de los ciudadanos.
En el programa, se presenta el trabajo de una periodista; parece una
muchachita, pero habla con la firmeza de quien conoce su tema. Lo titula La lógica
del descontento. Todo empezó cuando el gobernador llegó al poder después de
un descarado fraude electoral, y a falta de legitimidad, usó la fuerza para resolver
los conflictos. El problema de fondo —dice la corresponsal— es la desigualdad. En
muchos de estos pueblos, la vida es tan miserable como en algunos países
163
africanos; hay comunidades enteras de campesinos ciegos por enfermedades
producidas por la pobreza. Para este político, al igual que para sus antecesores,
los indígenas son sólo una atracción turística. Le importa muy poco si ellos
sobreviven de la venta de artesanías mal pagadas. Para evidenciar el cinismo del
gobernante, en la televisión se sucede una serie de fotos propagandísticas: en la
primera, el gobernador camina sobre estelas de aserrín colorido, que trazan el
camino hasta la iglesia de algún pueblo. En otra, recibe de líderes indígenas
ofrendas de bienaventuranza; algunos le dan collares de flores trenzadas
diestramente; en otra imagen, bastones de mando o sombreros adornados con
plumas de pájaros exóticos.
Eterna paradoja de los gobiernos corruptos: en un estado rico en recursos
naturales y culturas milenarias, lo que abunda son los pobres, concluye la
periodista.
La detective entrena con la intensidad de una ex adicta. Escucha el continuo
parloteo de los expertos mediáticos: que el gobernador tiene memoria de elefante,
que jamás olvida una afrenta, que sus opositores tuvieron que abandonar el país,
que es generosísimo con sus operadores políticos. Milena pedalea con una fuerza
exacerbada. ¡Claro, pinches rateros!, dice en voz alta, cualquiera se vuelve
generoso con el erario público.
Se observa en el espejo. Se mete los dedos entre el pelo para acomodarlo
con los residuos de sudor. Masajea su cuero cabelludo y reconoce el dolorcito
continuo de cuello que se le encaja hasta el centro de los hombros.
164
En la televisión, observa la reseña de una megamarcha. No puede evitar
que su cerebro hiperactivo salte al personaje que ha ido alimentando los últimos
tres meses de fantasías y recuerdos encarnados en el exsoldado. Aunque no lo
tiene junto a ella, en realidad él la habita por todas partes. ¿En dónde estará mi
hermoso activista con vientre de lavadero, mi experto en protestas y en
entrenamientos defensivos? Si estuvieras aquí, le dice a la fotografía del pizarrón,
sería más fácil resistir o por lo menos esquivar los golpes de la vida. ¿Where are
you, precioso? ¿Todavía estás en una cueva de Susya?
23.00 PM
Departamento de Milena Ruiz
El cielo se cubrió de nubes negras. Un aguacero torrencial sacude las copas de
los árboles. La fuente en el centro del jardín está apagada; a lo lejos, la luna es un
manchón plateado. Algunas gotas de lluvia atraviesan la ventana y salpican de
brillos diminutos los papeles sobre el escritorio de Milena. No puede esperar más y
llama al celular de Silvia. El ruido del agua sobre los cristales le impide escuchar
con claridad:
— ¿Bueno?… Amiga, ¿qué pasa? Faltan unas horas para que vaya a la
casa…
— No te había podido contestar. Estoy con el s. Te mandé un mail. No
hablemos por teléfono.
165
De inmediato, la detective busca en la bandeja de entrada para saber qué
tan pantanosas serán las siguientes horas:
Querida. Mañana voy a verte. Tengo información importante. Cuídate.
166
13. De vuelta a casa
Hay golpes en la vida, tan fuertes...
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma...
CÉSAR VALLEJO
Día 11. 7:00 AM
Departamento de Milena Ruiz
Llovió toda la maldita noche. Otra vez soñé contigo. Me atormenta la misma
historia: quería pararla, despertar y no podía; empezaba de nuevo, se recrudecía
la guerra, estábamos en un campo de refugiados, dormitaba a cielo abierto entre
cientos de personas. A lo lejos, los misiles incendiaban el cielo rojo amarillento.
Gritos en mitad de la penumbra. Te busco de un lado a otro; llegaste con otros
milicianos. Te veía a lo lejos. Unos soldados te disparaban a quemarropa, no
podría soportar que te murieras. ¿Por qué tenemos sueños recurrentes? Será
porque te extraño o porque anoche estuve viendo la inmundicia televisiva del
167
desalojo, las granadas en la plaza y los niños asustados. Parte de los sueños te
suceden en la vida cotidiana; las otras pesadillas son tus fantasmas.
Amanecí con la nuca mojada de sudor y lágrimas. La primera vez que te vi
sin camiseta tenías el cuerpo amoratado; venías de protestar por la construcción
del muro que enclaustra a tus vecinos palestinos. Al final, la manifestación fue una
orgía de venganzas ancestrales. Tirado en el asfalto, te cubres la cara con los
brazos. Los policías te patean. De nuevo a la cárcel. Te gritan traidor; no vales ni
una bala, que te cambies de país. Ven a México. Acá somos pacíficos, que eres la
vergüenza de tus padres; los héroes de la guerra del sesenta y siete, te aventaron
el expediente de tus fechorías, copias de los artículos que escribes para la prensa
extranjera, fotos con tus compañeros montando turbinas eólicas para los
enemigos o lanzando piedras a los policías. Tienen razón: eres un peligro para la
nación, sobre todo cuando acompañas a los niños de los territorios ocupados en el
camino a su escuela. Atraviesan por los asentamientos. Los ortodoxos les lanzan
agua hirviendo. Mis neuronas van de un lado a otro. Me imagino a Mara
consiguiendo dinero para alimentar a los escuincles de su orfanato; a Eloísa
retratando a unas niñas de ojos asustados, con las cabezas envueltas en
pañuelos blancos, sentadas en el piso, escribiendo en cuadernillos, en chozas que
simulan un salón de clases. Aquí o allá, es la misma mierda. Tendrías que vivir
aquí para que entendieras nuestra rabia, me dijiste bajo diez mil estrellas.
¿Será que todo está conectado?
168
La Periodista pone el dedo en la llaga putrefacta del estado sureño: que quién es
el responsable del Operativo desalojo; que el aguacero de anoche agravó las
condiciones en que pernoctan los disidentes; que algunos están enfermos; que
otros se hallan heridos o desaparecidos; que el movimiento crece como una ola
que ya parece tsunami.
Día 11. 9:00 AM
Periférico Norte
El aguacero de anoche engendró un cielo inusitadamente azul. La detective ni
siquiera se toma la molestia de mirarlo, a pesar de que circula con lentitud en el
jetta con el quemacocos abierto. Se entretiene observando lo que ocurre en otros
autos: las mujeres se maquillan casi sin verse en el espejo. Una pareja silenciosa
intenta voltear hacia otro lado, como si el oxígeno dentro del carro fuera
irrespirable. Otros leen un periódico arrugado; unos hombres desayunan lo que
compraron kilómetros atrás en los carriles de alta velocidad.
¿Algún día entenderán los histéricos de siempre? Me caga oírlos mentar
madres, atravesándose a güevo de un carril a otro. Tocan el claxon sin piedad; de
seguro creen que la bocina abrirá el mar de autos y que son algún tipo de Moshés
reencarnado.
Tres
horas
atrapados
como
maldición
suburbana;
congestionamientos matutinos para empezar bien el día. Prendo la radio. Ese
noticiero es adictivo: now, I’m addicted to you. Soy capaz de levantarme más
169
temprano o, por lo menos, escucharte mientras dormito sobre la cama. Me
contaron que sacaron tu programa porque decías lo que los periodistas
comprados no se atreven, o porque entrevistaste a un candidato incómodo, o
porque haces preguntas indebidas sobre la salud del presidente. Maldita ley
mordaza. Por lo pronto, sólo tú das seguimiento a los desmadres de Oaxaca.
Noticias de última hora: abogados cercanos al gobernador defienden a los
pederastas; otros indiciados se dieron a la fuga; encontraron un rancho de narcos
con un arsenal de armas de uso exclusivo del ejército. Las conductoras de radio
asesinadas la semana pasada eran jóvenes, indígenas y pobres.
Jóvenes indígenas: ¿que no es sinónimo de pobres? No hay detenidos por
el crimen, ¡qué raro! Noticias que de tanto repetirse, se vuelvan parte de la mierda
cotidiana. A nadie le importa un carajo; no te claves, mi reina, tienes trabajo que
hacer; mejor revisa el correo, que para eso tienes iphone:
¿Comemos a las 3.30? Silvia
Día 11. 10.30 AM
Casa de seguridad
Voy vestida como empleada de Salubridad. Dudo un poco antes de tocar, me
acomodo la bata blanca, me seco el sudor de la frente. El sol refleja unos rayos
tímidos sobre las patas metálicas de mis lentes. Me acomodo los espejuelos sobre
la nariz con el gesto automático de los miopes, y que enciende la miny spy
170
camcorder. Minutos después, abre la reja una mujer desaliñada; huele a mugre y
trae puesta una camiseta blanca sin mangas. Se cruza de brazos en señal de
fastidio y se le notan los bíceps ejercitados. Ojeo las manchas amarillentas de su
pecho, parecen de sangre vieja.
— Vengo del municipio. Los vecinos reportaron que tienen dos perros que
ladran todo el tiempo. ¿Puedo pasar? —le dice mientras le muestra el
gafete que lleva colgado al cuello. Quiero ver los certificados de las
vacunas de los animales. El olor pestilente del patio delata que nadie lo
ha limpiado en muchos días.
— Pase, contesta la mujer a regañadientes, mientras le muestra que los
animales están amarrados, comiendo sendos platos de croquetas. Se
acerca a acariciarlos para demostrarle que no son peligrosos. Sólo los
sueltan en la noche por motivos de seguridad.
— Por favor, enséñeme los certificados de las vacunas —insiste Milena.
Aprovecha para colarse hacia adentro del garaje. Se da cuenta de que
hay un auto estacionado, cubierto con un protector de tela negra.
Rápidamente levanta un poco la cubierta para ver la matrícula. Alcanza
a ver dos números: ochenta y nueve. Parece un jeep verde. La mujer le
grita que no toque el auto de su esposo. Milena apunta los dos números
de la matrícula en las hojas membretadas con el sello oficial mientras
anota la edad de los animales.
Un tipo gordo y somnoliento se asoma a la puerta y pregunta a gritos: “¡qué
chingados pasa!” Viste playera y pantalones caqui, negros; usa botas militares y
171
se nota que trae una pistola escondida en la cintura. La mujer le grita que todo
está arreglado, que entre de nuevo a la casa. Bromeo sobre el mal humor del
hombre. Le pregunto que si es su marido; que desde cuándo están casados, que
más vale divorciarse a tiempo, que desde cuándo viven allí, que cuántos son de
familia, que si tienen hijos. La mujer contesta con evasivas y le pide que vuelva
otro día, que ella buscará los papeles de los animales. Le explico que regresaré
mañana por los certificados de los perros. Si no, tendré que llevármelos al
antirrábico. Me despido con una amabilidad oficialista y abordo la pickup blanca
con el logo del Ayuntamiento.
Conduzco y me lo repito en voz alta: tengo que tener la cabeza fría; tengo
que tener la cabeza fría, podría jurar que el jeep del garaje es el de Eloísa, tengo
que rescatarla pronto, a juzgar por la facha de los presuntos, no les temblaría la
mano para asesinarla.
Recorro despacio la calle de arriba abajo, trato de memorizar hasta el más
mínimo detalle: las casas aledañas, el tamaño de la acera, las posibilidades de
entrar y salir con rapidez. Hago una revisión ocular de la casa vacía ubicada
detrás de la casa de seguridad. Tiene un letrero con la leyenda Se renta. Apunto el
teléfono. Dos cuadras más adelante, la casa donde vivía con Ernesto. No puedo
evitar estacionarme. Bajo el cristal y respiro la hierba marchita y crecida del
pequeño jardín frontal. De la pared que algún día fue blanca, ahora escurren
manchones tan grises como mis recuerdos. Los cristales empañados nublan las
persianas cerradas. No tengo fuerzas para bajarme.
172
Minutos después, cambio de auto e instruyo a los agentes para que
continúen la vigilancia. Quiero regresar al departamento a planear. Hacer un
recuento riguroso de los datos. Me quema la ansiedad. Tengo que hablar con
Silvia: nos estamos acercando; ayúdame a pensar. Comamos en mi casa. ¿A las
tres está bien?
Día 11. 15:00 PM
Departamento de Milena Ruiz
Milena habla con la foto de Eloísa, como lo hacen las parejas cuando llegan a su
casa después de un día largo de trabajo. Platica en voz alta y al mismo tiempo
hace otras cosas: entra al baño y deja la puerta abierta; después va y viene hacia
la cocina. Se sirve una coca cola. Se cambia de ropa. Arrumba la usada sobre una
silla y se viste con unos pants de algodón gris claro, grandes, cómodos y viejos.
Hace un análisis de los datos. Esta vez, ni siquiera puede quedarse quieta frente
al retrato. A ver: cotejé con mi amigo el general. Según los antecedentes de los
tres presuntos, hasta hace poco eran agentes de las fuerzas especiales. ¿Se
cambiaron de bando, no? ¿Cuánto les pagarán a los cabrones? Lo importante es
descubrir para quién trabajan y si hay más involucrados.
Coloca varias fotos en el pizarrón: las de los secuestradores, que le dieron
en la Secretaría de Defensa; la de la fachada de la casa de seguridad; las de la
173
camioneta negra que supuestamente usaron en el secuestro (tenía la matrícula
sobrepuesta y era de un auto robado).
Hemos seguido los horarios de operación: a las seis de la mañana, cuando la calle
está desierta, pasa el camión de la basura y dos putos doberman ladran sin
piedad. A las dos de la tarde, llega el secuestrador flaco-cara de cabrón, con
bolsas de víveres y se queda hasta las seis de la tarde. Se va y regresa a las once
de la noche. Cambia la guardia. El gordo-bruto sale y regresa a las tres de la
mañana. La mujer-policía parece ser la cuidadora de tiempo completo. No se le ha
visto salir. Según sus antecedentes, tiene tres hijos pequeños. En algún momento
querrá ir a verlos. De seguro, tienen armas cortas. Hay que averiguar si también
cuentan con cuernos de chivo. Los perros son menos malos de lo que parecen.
Conozco la distribución de la casa. Probablemente la víctima está
encerrada en la habitación trasera. Me urge entrar para tener una mejor idea de lo
que pasa.
Milena apunta en el pizarrón la ruta que seguirá.
Debo diseñar el plan A y el plan B, por si las moscas; conseguir armamento
y equipo; elegir backups (cuántos y quiénes); escoger fecha y hora; analizar con
Silvia (y Pineda) si damos aviso a las autoridades o vamos por lo extrajudicial.
Silvia Plata llega con una bolsa de comida rápida y bebidas. No le
sorprende que el departamento de Milena esté transformado en un centro de
operaciones: papeles y plumones tirados por el piso, botellas de agua a medio
consumir, ceniceros desbordados de colillas, las computadoras y la televisión
encendidas. Sin más preámbulos, se enfilan directo al pizarrón.
174
— ¿Qué averiguaste en Oaxaca? —pregunta Milena.
— ¿Viste las noticias? —empieza Silvia. Hay un caos: detenidos,
desaparecidos. Los alzados tienen cautivos a unos policías. Los de la
Seguridad detuvieron a los principales líderes. Hay barricadas en la
universidad. Todo parece indicar que el gobernador está furioso y que
aumentará la represión.
— ¿Te dije también que ya vamos muy adelantados en la Comisión para
llevarlo a juicio político? Tenemos varias pruebas en su contra…
Nuestra querida Mara está metida hasta adentro con los de la
oposición… —Silvia hace una pausa y bebe agua de la botellita, que
sostiene nerviosamente. Adivina que la información restante tendría
consecuencias demoledoras para su amiga. Toma otro trago y se da
valor para continuar:
— A donde quiero llegar es que gracias a Mara, me enteré que quien hace
el trabajo sucio del gobernador-mafioso es su director de seguridad y
¿cómo se llama el tipo? Cipriano González. ¿Te suena, Milena?
— ¿Cipriano? ¿No me digas que es el mismo Cipriano que conocemos?
— Sí, ya lo comprobé.
Un rencor ácido le recorre el tracto digestivo. En su estómago y en sus
intestinos, es un ardor verdoso de infierno. Entre el asombro y la náusea apenas
puede hilar la siguiente pregunta:
— ¿Me quieres decir que es el mismo bastardo que me arruinó la vida?
— Sí, el mismo —contestó Silvia.
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Un silencio afilado corta en partículas la humedad de la tarde. Se les nublan
los ojos y, sin abrir la boca, ambas mujeres regresan mentalmente al pasado.
Cipriano González era el típico comandante corrupto que se comportaba con la
sobreseguridad de quienes conocen desde siempre los entretelones más podridos
del Sistema. Su rostro estaba salpicado con cicatrices de acné adolescente y
paseaba con orgullo su talante de perro furibundo. Era tan atractivo como un sapo
uniformado. En ese entonces, fungía ni más ni menos que como director de
Asuntos Internos de la Fiscalía. Entre pasillos, se murmuraba que si al tipo le
gustaba una mujer no había poder humano que le impidiera llevársela a la cama, y
que anotaba en un cuadernillo sus conquistas como si fueran trofeos de caza que
luego presumía con sus amigos en la cantina. Por supuesto, le importaba muy
poco si ellas estaban de acuerdo o no.
En aquellos días, el tipo golpeó y atropelló a una secretaria porque no
aceptó sus propuestas. Milena lo denunció y lo persiguió sin tregua hasta que el
Fiscal General no tuvo más remedio que despedirlo. El comandante amenazó de
muerte a la investigadora y a la empleada. Unos días después, unos
enmascarados asaltaron a las mujeres en sus propias casas. A media noche, les
propinaron tal golpiza que las dos estuvieron un tiempo largo en el hospital. Milena
tenía seis meses de embarazo.
— No mames, no es posible —dice por fin la detective.
— ¿Te acuerdas que no le pudimos comprobar nada y que se dio a la
fuga? Todo parece indicar que estuvo escondido desde entonces. Otros
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comentan que se fue a perfeccionar con los kaibiles a Guatemala, y
ahora reaparece como director de Seguridad del gobernador.
— Todavía me recrimino cada maldito día por qué no pude defenderme.
Cada puto día buscando respuestas, y ese malnacido está cobrando del
erario público como si nada hubiera pasado.
— Pineda ya tiene armado el expediente negro del tal Cipriano y todo
indica que es el autor intelectual del secuestro de Eloísa. Por algo
ocurren las cosas, Milena… Tú sabes que no creo en el destino, pero tal
vez todo se está acomodando para que se haga justicia.
— Qué justicia ni que la chingada. Sólo quiero agarrarlo por los güevos.
— No podemos remediar el pasado, pero si lo encerramos quizá se te
aplaque la rabia que te está matando. Mantengamos la serenidad,
ayúdame a llevarlo tras las rejas.
— ¿Te conté alguna vez que no pude lidiar con las acusaciones veladas de
mi familia? Me decían que fue mi culpa, que fui una imbécil cuando
escogí esta profesión de mierda, por andar jugando a la heroína en un
país que no se merece ni un poco de decencia. Lo que me caga la
madre es que tienen razón: siempre habrá Ciprianos muy bien pagados
para hacer el trabajo sucio de políticos de mierda.
Va al baño a vomitar. Se lava la cara y el reflejo del espejo le regresa unos
ojos inyectados de desolación añeja y un odio soterrado: fantasmas de venganza
y muerte brincan en su cabeza. Regresa a la sala diminuta de su departamento;
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un frío irrevocable le pone la piel de gallina. Camina de un lado a otro sin
apaciguarse.
— Sé cómo te sientes, pero tenía que decírtelo —añade Silvia con voz
entrecortada. Por eso, ahora la prioridad es rescatar a Eloísa y detener
a los secuestradores, para tener las pruebas contra el Cipriano y el
gobernador-mafioso. El senador está haciendo lo suyo para cerrar la
pinza, pero tenemos que agarrar a esos hampones. Esta vez no vamos
a dejar que se escapen.
Milena mira a su amiga, pero de su boca no sale ni un solo sonido.
— Supongo que quieres estar sola. Llámame a cualquier hora si me
necesitas —le dice a manera de despedida. Por lo menos, nos tenemos
una a la otra —concluye antes de cerrar la puerta tras de sí.
Su mente es un fluir obsesivo de imágenes que la devuelven al tiempo en que
empezó todo: al ultraje de su vientre fecundado; a los días en que Ernesto se
marchó para siempre; al instante en que se cortó el pelo rizado como olas
castañas; a las pesadillas recurrentes, al miedo incrustado en las células, a los
flashbacks del asalto, que la persiguieron durante meses; al momento en que sus
ilusiones familiares sólo fueron esquirlas entretejidas en la alfombra.
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Undécima noche después del secuestro
Casa de seguridad
Eloísa ha estado inquieta todo el día. Puede percibir que algo cambió en la
dinámica de la casa. Por primera vez desde su encierro, está mañana escuchó el
timbre la casa. Después, gritos y discusiones entre los plagiaros. Portazos. Un
auto que se aleja.
El aguacero le impide oír el noticiero. Todos los días espera que digan algo
sobre su secuestro. Le resulta extraño que en los informativos no se mencione
nada sobre su desaparición, aunque tiene la certeza de que la están buscando.
Alerta. En algún momento los plagiarios cometerán un error, tal vez dejen la puerta
abierta, la casa sola. Quizá pueda negociar su libertad con la secuestradora.
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14. Mujeres de agua
Día 12. 06:00 AM
Departamento de Milena Ruiz
…vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.
Hay golpes en la vida tan fuertes. Me preparo como si faltaran cinco días para
competir en una larga carrera. Voy a comer como se debe: necesito que mi
cerebro funcione al cien; me inyecto en el muslo un bombazo de vitamina B,
aumenta mi estado de alerta y borra los residuos de coca de la sangre; tengo que
fraguar un plan para agarrar por los güevos al Cipriano. ¿Cuánto ganará el
desgraciado? De seguro tiene un salario oficial más lo que le den bajo el agua. La
memoria de mi cuerpo repite las secuencias de Krav magá: le clavo los dedos en
la garganta, lo aprisiono por la espalda, le tuerzo el cuello, oigo el crack de las
cervicales que se rompen, me pongo los guantes y los botines, golpeo, golpeo,
golpeo… Mojo el saco de kick boxing con la sangre que se escurre de mis puños.
Ya sé dónde está el hijo de su puto padre. Maldito dolor. Me estalla la cabeza.
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Quiero que sufra. El sudor me pesa en las pestañas, no tengo más lágrimas,
pateo, pateo, pateo… No puedo detenerme, que tenga miedo, que se sienta
perseguido, que se esconda como rata acorralada, golpeo, pateo, golpeo, pateo,
que pierda lo que más quiera, que el odio le carcoma el hígado, que no tenga
sosiego, que sepa que le toca una muerte lenta, dolorosa, putrefacta. Las gotas
aceitosas me escurren por la cara. Un vaho caliente atraviesa los poros de mi piel,
moja la tela, se me pega al pecho. Quiero entrar en la zona donde todo se hace
más nítido, brillante, más lento… Se abren los sentidos… Soy lúcida… Pateo,
quiero romperle la nariz a puñetazos o darle un codazo que le desgrane los
dientes como mazorca. Me siento poderosa. Planeo, me suelto, los puños en
guardia, decido, tengo paciencia. Persisto. Las sustancias que produce mi cerebro
son mejores que un jalón de coca. Guardé el último papel para festejar el rescate.
No hay nada mejor que coger cuando estás hasta el tope de polvo blanco…
¿Qué harías tú, Eloísa, si pudieras atrapar a quien te cagó la vida? ¿Creerías en
la justicia o harías justicia con tu propia mano? ¿Qué pasaría si lo tuvieras frente a
ti? ¿Lo escucharías si te pidiera perdón? (No hay problema, ese imbécil no conoce
la palabra). ¿Lo verías como tu verdugo? ¿Te detendrías a pensar que es una
persona? Ese cabrón es una mala persona. Con nombre y apellido, con familia y
con historia. ¿Tendrá hijos el puto de Cipriano? No sé lo que haré cuando lo
encuentre; por lo pronto, tengo dos datos: su ubicación y
protegido del gobernador-mafioso.
Tengo tiempo para pensar.
su condición de
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Que no se me olvide nunca. No puedo bajar la guardia. No te equivoques,
no confíes; el otro siempre está dispuesto a soltar las garras mientras sonríe como
si estuviera de tu lado. Mantén la cabeza fría y el corazón hirviente; sigue tu
instinto. Conserva la astucia de bestia perseguida. No subestimes a tu enemigo.
Quiero que me siga envenenando las entrañas.
Tengo la fuerza que me da la rabia.
La mañana está húmeda y nublada. Lloverá de nuevo. Releo una y otra vez
el mail de las 11 de la noche:
Querida. No está el horno para bollos. La fiesta será hasta pasado mañana a la
misma hora. Ya sé, ya te habías comprado ropa nueva, pero ya la estrenarás…
Misma hora, mismos invitados. Cuídate. Nos hablas cuando acabes los festejos.
Me lleva la chingada; es como si estuviera en la sala del aeropuerto y
cancelaran el vuelo por mal tiempo. Atorada. Horas y horas sentada inútilmente,
con las piernas sobre las maletas, después de haberte despedido, sin ninguna
razón para volver atrás, sin poder ir hacia adelante, en el maldito limbo. Odio la
incertidumbre. Lo que tenga que ser que truene ya. No soporto la ansiedad.
Cuanto más pronto, mejor, para que el miedo se disipe, para que se quede atrás,
para que mañana esto sea una historia pasada. Carajo, no puedo hacer nada,
¿Por qué demonios tuvieron que retrasar nuestro operativo?
A tu Mauricio no le hizo ninguna gracia que el rescate sea mañana; a él le importa
un carajo los enredos políticos. Sólo quiere que regreses. No le conté que a mí sí
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me importa lo que pase con los secuestradores; más bien quiero que atrapen al
malnacido de Cipriano. Le dije que más tarde iré a checar otra vez la casa de
seguridad. Luego tengo que ajustar los nuevos planes. Sólo puedo esperar las
instrucciones de Silvia.
Día 12. 8:00 AM
Alrededores de la casa de seguridad
No puede evitarlo. Su instinto la obliga a acercarse. Decide ir a correr por los
alrededores de la casa de seguridad. Como autómata, se enfunda en su ropa de
jogging, empaca en su mochila todo lo que pueda necesitar. Está dispuesta a
pasarse el día en la casa deshabitada aledaña al lugar del cautiverio, a pesar de
que dos agentes vigilan el sitio.
Odio los putos días nublados, grises. Okey, okey, reinita, adáptate a las nuevas
condiciones, disciplínate, corre como todos los malditos días. Trazo la ruta: para
empezar, el camellón arbolado frente de la casa. El regreso será por la calle.
Empiezo bajo protesta, corro entre árboles líquidos, respiro agua, me pesan los
pies como si corriera sobre la arena húmeda de una playa, cruzan por la vereda
perros consentidos de colas esponjosas, mis ojos husmean con ellos por los
troncos de los árboles, poco a poco… Resisto, kilómetro tras kilómetro. Entro en la
zona, suelto las piernas, aligero los hombros, los brazos se relajan, todo se hace
más nítido, el sol se niega a asomarse por el cielo. Inhalo. Las endorfinas alivian,
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huele a tierra mojada y a hojas putrefactas, cinco mil metros, siento la energía,
respiro, me enfoco. Voy ligera, iremos a la casa deshabitada, debo descubrir en
qué cuarto tienen a Eloísa. ¿Cuentan con refuerzos? ¿Tendrán Akas?
23.00 PM
Departamento de Milena Ruiz
Un rostro de relámpago y tormenta
corriendo entre árboles nocturnos,
rostro de lluvia en un jardín a oscuras,
agua tenaz que fluye a mi costado
OCTAVIO PAZ
La humedad le cala hasta los huesos. Duelen las heridas viejas, camina de un
lado a otro, el estómago revuelto. Se ha bebido una jarra de café, repite en voz
alta su plan de acción como si fuera una oración o una súplica: “entraremos a las
cinco y treinta; los cuatro agentes serán mi backup: dos manejarán las camionetas
blindadas. Llevamos el armamento necesario, todo va a salir bien, todo va a salir
bien”. Limpia su Glock 26 subcompacta, acomoda sobre la única silla su ropa
negra: el chaleco antibalas, la gorra, las botas y los aparatos de comunicación.
“Todo está bajo control, todo va a salir bien”.
Llegó la hora. Mañana serás libre, le dice a la fotografía de Eloísa.
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Revisa nuevamente en el pizarrón su plan de acción: “entraremos a las
cinco y treinta”. ¿Quién chingados llama a esta hora? La adrenalina se me agolpa
en la garganta.
─ ¿Milena?
─ ¿Yossi? ─ Me pasan mil ideas por la cabeza. ─ ¿Dónde demonios estás,
precioso?
─ Afuera de tu apartamento.
─ ¿Afuera de mi apartamento, no way?
─ Yes, I just called to say I miss you, malkati. Baja a abrirme.
─ ¿Qué haces aquí? Por qué no me habías hablado, ─le grito en el
teléfono.
─ Come down, please.
Bajo los tres pisos a toda velocidad, en camiseta larga, voy descalza. Me
detengo un momento para mirar a través del cristal de la puerta al hombre que me
duele de tanto extrañarlo. No estoy alucinando: observo sus largos brazos, su pelo
corto de soldado, sus hombros anchísimos, las manos rasposas que tantas veces
se detuvieron en mi pecho. Sus piernas musculosas se adivinan a través del
pantalón de mezclilla delgada. Es él. Con la misma chamarra impermeable roja.
Nos miramos. Por fin abro la puerta, le echo los brazos alrededor del cuello. Él me
levanta en vilo. Subimos presurosos. Preguntas sin parar en ambas direcciones.
— ¡Qué guapa eres! Tenía ganas de verte.
— ¿Qué haces aquí?
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— Me contrató un político mexicano. Lo conocí en la reunión de
altermundistas en Berlín. Se llama Pineda.
— No mames (empiezo a creer que todo está conectado).
— Trabajo con ellos. Es un proyecto de energía alternativa, en una
comunidad, los Girasoles. Vine con Anwar. Hace días se suspendió
todo. Él se quedó. Iba a una manifestación. Yo quería verte.
— Llegas en el momento preciso. Como caído del cielo en más de una
forma. Te tengo una misión.
— ¿Qué hace esa pistola sobre el escritorio?
Lo silencio con besos, le enredo mis piernas por su cintura. Él me carga con
facilidad, me sostiene contra la pared. La luz ambarina del semáforo de la calle
alumbra intermitentemente nuestros cuerpos entrelazados. Rodamos sobre la
alfombra. Cuerpos memoriosos. El deseo acumulado nos hace eternos.
Acrobacias lúdicas en la mitad de la noche. Él, recostado de espaldas sobre la
alfombra; yo, de rodillas sobre su cuerpo poderoso. Las manos palpan
profundidades. El miembro enhiesto de mi amado alcanza el lugar preciso en
donde me convierte en agua. Estallo en un festín de pócimas saladas. Refulgimos.
Nos bañan acuosidades tibias en una oscuridad jugosa.
Me llueven las entrañas. Bajo la guardia. Ya no soy sólida. Me desvanezco.
Sollozo entre tus brazos. Todo se vuelve líquido. Fluimos entre néctares. La lluvia
limpió la incertidumbre. Su entrepierna es la espuma espermática de Neptuno.
Sopa primigenia. Creadora de mundos. Afrodita. Océanos primitivos. Llanto
antiguo. Aguacero de besos. Fluidos luminosos. Mi ombligo es un pozo donde
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abrevan azules mariposas. Soy agua derramada. Manantial de aguas traslúcidas.
Cataratas tibias empapan las alfombras, chorrean por debajo de la puerta, mojan
las escaleras, atraviesan la calle, se mezclan con los charcos de agua a la orilla
de las aceras. Agua salina enamorada corriendo hacia el centro de la fuente.
Surtidor de chorros coloridos. Cascada de agua entre las piernas. Manantiales,
lagos, ríos, acuarios, estanques. Lágrimas marinas. Mujeres de agua que besan y
tiemblan. Mujeres que eyaculan. Mujeres inundando páramos. Destilo espejismos.
El diluvio arrasó con el pasado. Escaldó las tumbas de mis muertos. Arrojó mis
fantasmas al olvido. Todo es ahora. Persisto como la gota de agua que perfora
muros. Sorbo de agua fresca en el desierto. Agua que enjuga la sangre
derramada. Cuerpos femeninos flexibles, como de agua.
Mujeres de agua. Diosa de la lluvia. Dueña de las cosechas. Dadora de
vida. Artemisa. Chalchiuhtlicue. Sacerdotisa de Tláloc. Torrentes de sangre
diluidos. En las calles vacías, llueven pétalos a la madrugada citadina.
Soy una presa liberada.
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15. Madrugada cero
Día 13. 2.00 AM
Departamento de Milena Ruiz
─ Deja que yo te vista ahora, ─le murmura mientras lenta recorre con sus
dedos los labios henchidos del activista.
Quisiera que lo dioses fueran magnánimos y congelaran el tiempo para que
ellos permanecieran desnudos sobre la alfombra.
—Te preparo café —le dice Milena.
— What´s going on? —Pregunta Yossi—. ¿Qué hace una pistola sobre el
escritorio? ¿Qué significa esa ropa de asalto?
— ¿Conociste a Pineda en Berlín?
— Sí, en la reunión de altermundistas. ¿Eso qué tiene que ver?
— No lo vas a creer. Mañana voy a rescatar a su mujer, que está
secuestrada.
— Really?
— Yes, since fifteen days ago.
— ¿Cómo sabes que está viva?
— I am not sure, but hace unos días el senador habló tres frases con ella.
Lo sabremos mañana. El caso es que a mí me contrató el amante de la
mujer.
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— ¿Tiene un amante?
— Yes, he´s a wealthy guy. Parece que la quiere más que el senador.
— What does she look like?
— Tiene los ojos brillantes y un tatuaje de una media luna junto al ombligo.
Estuvo en Afganistán como corresponsal. Trabajó en un campo de
refugiados… Es de las tuyas. De seguro te gustaría. Mejor te enseño el
pizarrón.
La detective le habla sobre cada una de las personas involucradas en la
investigación: su entrañable amiga Silvia Plata, Mara, la indigenista de los
Girasoles, el gobernador mafioso. Le cuenta que todo está interrelacionado y las
hipótesis del senador.
— Ya sabes que en este país se nos da muy bien eso de los complots
políticos.
— Ustedes no tienen la exclusividad.
— Creo que nosotros somos peores. Well, the point is que dentro de unas
horas, será la madrugada cero. Todo está listo para que entremos al
lugar.
Le describe los pormenores de la liberación en un monólogo que tenía más
la función de revisar su propio plan que informarle a su amante: hemos observado
la casa de seguridad, tengo a dos agentes que observan sus movimientos las
veinticuatro horas. El Contratante ha sido generoso. Descubrimos que los
presuntos secuestradores estaban bien ebrios en un tugurio para judiciales. Mis
backups son clientes asiduos del mismo lugar. Los siguieron. Dimos con la casa.
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Yo fui hace unos días disfrazada. Tienen dos doberman grandes y escandalosos.
Vi la camioneta en el garaje. Nos aseguramos de que fuera la de la fotógrafa.
Después encontramos la camioneta abandonada y cotejamos las huellas y los
antecedentes de los presuntos con la inteligencia militar. Un general experto en
secuestros nos dio la información. Es mi amigo. Ya sabes, información
confidencial. Creo que los secuestradores ya bajaron la guardia. Normalmente
sólo hay dos cuidadores: una mujer con cara de maldita que está en buena forma
física y un gordo bruto como de 1.90. Tiene muy mal carácter. Hasta las dos de la
tarde llega otro que parece ser el jefe. Recluté a un grupo de ex agentes federales.
Son de confianza. Antes trabajaron conmigo…
Yossi analiza en silencio si la estrategia de Milena es la más adecuada. A
ratos la interrumpe para preguntar sobre algún detalle técnico.
Tengo una bitácora, sus horarios registrados. Pienso que la mejor hora es
al amanecer, cuando pasa el camión de la basura. Si oyen ruidos o ladran los
perros, pensarán que es el servicio de limpieza. Conozco la distribución de la
casa. Debe estar en la habitación trasera. Tengo un mapa... Nada me gustaría
más que entrar con un experto en operaciones especiales como usted, precioso.
— ¿Confías en los backups?
— What do you think? ¿Me acompañas? —Le dijo entornando los ojos.
— No sabía que te gustaba tanto planear rescates —bromeó Yossi.
— Más bien lo mío es perseguir rufianes o defender mujeres o las dos
cosas juntas. ¿Te dije que el autor intelectual es el jefe de seguridad del
gobernador?
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— No entiendo.
— Un tal Cipriano… Dicen que fue entrenado por kaibiles. Tenemos una
deuda pendiente, pero esa es otra historia... Concentrémonos en lo de
mañana. ¿Qué opinas, precioso?
— ¿Tienes miedo? —preguntó él.
— No… bueno, no mucho. Según yo, tengo todo bajo control, salvo tu
mejor opinión.
— Looks well.
— Queremos un operativo quirúrgico, en el que no sea necesario disparar
una bala.
— No quiero parecer pesado, pero ¿para qué vas tú? Ya organizaste el
operativo, deja que los de las fuerzas especiales se encarguen.
— No way. Por nada del mundo me lo perdería, después de tanto
esfuerzo… Yo misma quiero rescatar a Ojos brillantes. Necesito mi
dosis de adrenalina.
— Your operation is legal? —inquirió el hombre.
— Obviously not.
— Indeed. It´s your choice, baby.
— ¡Sure!
— Ok, we go —dijo Yossi, lanzando una última pregunta—: ¿Pineda sabe
del amante de su mujer?
— Esa es una de las interrogantes sin respuesta de la investigación, but
this issue is not my fucking business.
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Día 13. 5.30 AM
Suite Piso 37, Hotel Nikko. Reforma,
Ciudad de México.
Después de una tercera taza de café, mira por la ventana hacia la penumbra de la
avenida. Las farolas amarillean las diminutas gotas de lluvia lenta que cae con una
suavidad persistente sobre el asfalto. Revisa su reloj otra vez. Espera con
ansiedad la llamada de Milena. No ha pegado los ojos en las últimas noches.
Mauricio Fuentes se había pasado de decente o su úlcera perforada lo obligó
a decidirse. Hace tres días cometió un pecado imperdonable: le contó a su esposa
que estaba perdidamente enamorado de otra mujer. No sabía si el vínculo que lo
unía a Eloísa tendría futuro. Lo que sí era clarísimo es que no soportaba ni un día
más su felicidad marital de invernadero. El empresario se disculpó con su
cónyuge, agendó una cita con sus abogados para amarrar un buen acuerdo de
divorcio, empacó alguna ropa y se mudó a la suite del piso treinta y siete.
Arregló todo para recibirla. Le compró ropa suave y delicada, le preparó una
tina con sales aromáticas y espera la llegada de su amada para masajearle los
pies con aceites tibios de sándalo y luego cepillarle despacio su espesa cabellera
negra. Desde hace unos días adquirió un fino collar de florecitas lilas y lo envolvió
con un listón de su color favorito. Ex profeso, se puso también la camisa violeta.
Sólo desea abrigarla y que ella se recueste en su pecho sabiendo que está segura
de nuevo.
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5:30 AM. Operativo Madrugada cero
En las proximidades de la Casa de seguridad
La luna es un manchón redondo que ilumina débilmente la calle mojada. Aunque a
esta hora ambigua algunos empiezan sus actividades, otros apenas llegan a sus
casas. Afortunadamente para Milena, no se ve a nadie alrededor. Se estacionan
afuera de la casa de seguridad. La humedad les cala hasta los huesos. Los ocho
van vestidos como agentes federales: uniformes negros, chalecos antibalas,
aparatos minúsculos de intercomunicación colgados de la oreja, linternas. Cada
uno escogió el arma con la que es más efectivo. Se distribuyen de la siguiente
manera:
 El número uno es el agente Álvarez. Es el mejor. Va al frente. Es experto en
entrar con sigilo a cualquier lugar.
 La número dos es Milena.
 El número tres es Yossi.
 El cuatro y el cinco son los agentes Rosete y Campos. Tienen una semana
apostados en la casa de atrás de la casa de seguridad. Su especialidad es
trepar y rapelear silenciosamente.
 El número seis es el agente Patiño. Se quedará vigilando la calle por el
frente. Trae un rifle de asalto. Es un sniper despiadado.
 Choferes A y B en sus respectivas suburban negras.
193
Llegó la hora, le digo al equipo. ¡Engage!, contesta Yossi. Bajamos de las
camionetas. Desenfundamos. Esperamos a que pase el camión de limpia. Los
doberman ladran. Se acercan a la reja. El número uno les dispara dardos de
penthobarbital. Caen dormidos como piedras sin hacer ruido. El uno abre la reja
con unas ganzúas, entra primero. Lo sigo. Atrás de mí, Abdomen. El cuatro y el
cinco escalan con sigilo la barda de atrás. Se deslizan en silencio. El gordo cara
de pendejo dormita sobre un sofá de la sala. Hay una docena de latas de cerveza
vacías sobre la mesita. Yossi lo inmoviliza de inmediato. Le cubre la boca con un
pañuelo con cloroformo. Lo arrastra hasta la cocina. Cuatro y cinco lo amordazan
y esposan. Revisan la planta baja de la casa. El uno, Yossi y yo subimos las
escaleras. Puedo oír mi respiración acelerada. El silencio se rompe con ruidos que
provienen de arriba. Nos detenemos un segundo. La televisión está prendida. ¡En
la madre! El flaco cara de cabrón está dormido en la salita de televisión. ¿Qué
demonios hace este pendejo aquí? No contaba con eso. Yossi lo paraliza en
segundos. El uno entra en una habitación en donde dormita la mujer policía. Se
despierta. Grita. Se defiende como loca. El uno le da un cachazo en la nuca. Cae
inconsciente. La arrastra hasta el lugar en donde está tendido el flaco cara de
cabrón. No nos
percatamos de la silueta de un hombre que sale del baño.
Dispara. Una bala me roza el hombro. Siento un golpe seco. Me tambaleo. Un
bombazo de adrenalina me cimbra el cuerpo. En automático Yossi le mete un
balazo en el centro de la frente. ¿Estás bien?, me pregunta. Le digo que sí con la
cabeza. Sudo ríos. El cuatro y el cinco suben, esposan a los plagiarios y los
arrastran al piso de abajo. Buscan sus armas en el resto de la casa.
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El corazón me late tan fuerte que parece que se me va a salir del pecho.
Respiro profundamente. Me enfoco. Ubico la habitación trasera. Le hago una
señal a Yossi. Nos acercamos. Nos paramos lado a lado de la puerta. Nos
miramos. Él abre la puerta de una patada. Yo lo cubro. Entramos. Hay una mujer
amordazada, sentada en un rincón sobre la cama. Me acerco. ¿Eloísa
Castellanos? ¿Estás bien? Ella asiente con la cabeza. Ya estás a salvo, le digo. Al
mismo tiempo, uno y cuatro revisan el resto de las habitaciones. No hay nadie
más. Llevan a los secuestradores a la cocina, junto con el gordo, totalmente
inmovilizado. El número seis nos da luz verde para salir y abordar la camioneta.
En segundos subimos a la primera camioneta. El uno va junto al chofer, lleva listo
su rifle de asalto. Eloísa y yo vamos en el asiento trasero. Cubriéndonos la
espalda, mi hombre cabeza de soldado. Los otros backups se encargarán de
llevar a los plagiarios hacia donde acordamos.
6:00 AM
Periférico rumbo a la ciudad
La camioneta circula a toda velocidad. Llamo por teléfono al Contratante: todo está
bien; Eloísa, con nosotros. En unos minutos llegaremos al hotel, baje a recibirla.
Seguiremos en contacto. La mujer está en shock. Ha permanecido en silencio
durante todo el camino, con la mirada extraviada hacia las calles mojadas.
195
Cuelgo y le hablo a Pineda:
— Todo salió bien. Los otros van a donde acordamos —le informo.
— Pásame a Eloísa —me dice el político.
Le doy el teléfono a la mujer.
— Estoy bien. No, no estoy herida. Ah, ¿Estás en Oaxaca? No, no quiero
ir a la casa, al rato yo te llamo ─balbucea entre sollozos.
— Está bien, hablaremos más tarde.
— Yo te llamo —le repite Eloísa.
Sólo la fotógrafa escuchó a Pineda decirle que no había dejado de amarla
ni un solo día.
Quiero dormir tres días seguidos —le confiesa Milena al oído de su íntimo
guardaespaldas.
El senador hizo lo suyo. A las seis de la mañana entraron unos agentes y
secuestraron a los hijos del flaco mal encarado y de la mujer policía, y de paso se
llevaron a la hermana de la mujer, para que los cuide. También detuvieron a
Melchor.
A las seis de la mañana, en Oaxaca, sacaron de la cama a Cipriano
González.
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Día 13. 06:00 AM
Hotel Oaxaca Inn
Silvia Plata llama una vez más al mandatario reunido con su gabinete.
─ Insisto, gobernador, deje el cargo, argumente motivos de salud o lo
que usted quiera, le dice. Si no, a las diez de la mañana iré con la
Comisión y con los medios para notificarle oficialmente la investigación
para desaforarlo.
─ Haga lo que quiera, señora, usted no va a venir a mi estado a decirme
lo que tengo que hacer, no estamos en la capital.
─ ¿Ya le informaron que Cipriano González va camino a la prisión de
alta seguridad?
El gobernador le cuelga el teléfono.
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16. Epílogo o nadie sabe para quién trabaja
Hoy es siempre, todavía
ANTONIO MACHADO
Día 15. 8:00 AM
Casa de Mara
Los Girasoles, Oaxaca
Mara se cepilla el pelo recién pintado y observa de reojo los zapatos de montaña
de Carlos Villar a los pies de la cama. Sonríe y se convence nuevamente de sus
teorías optimistas: sólo se deben recordar los sucesos venturosos; los otros se
diluyen entre las olas del tiempo. Le parece que fue hace mil años cuando sus
amigos citadinos se burlaban de ella diciéndole que era una autoridad en el arte
de la memoria selectiva; usaban ese eufemismo para no decirle en la cara que la
creían una romántica empedernida y que en este país sangrante no había lugar
para fantasías amorosas. Pero nada de eso le importaba: siempre sale algo bueno
de lo malo; si del lodo emergen lotos blancos y purísimos, tarde o temprano
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llegaría el compañero de su vida y, por esas extrañas cosas del destino, ahora por
fin duerme entre sus brazos.
Enciende el televisor: en el noticiero matutino presentan la detención de una
banda de secuestradores. El conductor acicalado hace una larga perorata del
esfuerzo del gobierno en el combate a la delincuencia organizada: “En un
operativo quirúrgico se detuvo a otra banda de secuestradores. Así como han
caído las bandas de la Flor y de los Petriciolet, esta vez cayeron los Jefes, que en
fechas recientes habían plagiado a la mujer de un empresario. Pero gracias al
excelente desempeño de las autoridades fueron detenidos. Lo interesante de este
caso es que el líder de la banda se desempeñaba como jefe de seguridad del
gobernador de Oaxaca, y entre sus cómplices principales está la comandanta
Lorena, jefa de un batallón de las fuerzas federales…”
Mara se acerca a la tele y abre los ojos de plato: es Cipriano González, no
le cabe la menor duda, con su aspecto de gánster de tercera y una rabia contenida
que le estalla por los ojos. Lo acompañan otros cuatro ex agentes federales: un
flaco con cara de malvado; el otro es el típico gordito fuerte y bruto; una señora
con la cabeza gacha y un moreno chaparrito en camisa Polo negra.
Después se enteraría de que este último era jefe de seguridad de Pineda.
Mara se ríe. ¡Qué mentirosos! ¿Cipriano secuestrador? Pues sólo que sea otra de
sus cualidades. Ya me extrañaba que lo detuvieran por orquestar el desalojo de la
plaza y por todas las desapariciones de este gobierno. Al menos estará preso el
desgraciado.
199
Pero ahora nada puede empañar su felicidad. ¿Quién dijo que todo está
perdido? Si Carlos Villar amaneció por fin entre sus piernas; si en la fecha prevista
será la inauguración de las fotos de Eloísa. En la noche, tendrá invitadas de lujo:
la famosa periodista compartirá la mesa de presentación con la diputada Silvia
Plata de la comisión de género. Las tres estarán como sirenas bajo el agua,
denunciando los abusos contra mujeres e infantes en Oaxaca ante decenas de
cámaras y micrófonos.
El único nubarrón en su nirvana terrenal de la indigenista, es que después
del secuestro, no hubo poder humano que convenciera a Eloísa de asistir a la
inauguración. Mara se conduele de su encierro. ¿Qué le deparará el futuro?, se
pregunta. En realidad sabe tan poco de la fotógrafa. Solamente la recuerda en
posición de loto, inmóvil, respirando, meditando en la gompa del monasterio donde
se conocieron. Lo único que se le ocurre hacer es meditar Metta, para ayudar a
que se le alivie la zozobra:
que estés bien,
que seas feliz,
que encuentres lo que estás buscando.
Mara prepara su discurso para justificar la ausencia de la fotógrafa en el
evento del Museo Franz Mayer: primero mentirá argumentando que ella tuvo que
viajar al extranjero; luego leerá una semblanza sobre los méritos de la
corresponsal, recalcando su valía al visibilizar el horror que padecen las víctimas
civiles de la guerra. La voz de Eloísa Castellanos pervivirá —expondrá Mara al
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final de su alocución—en las imágenes de las mujeres afganas cautivas bajo sus
burkas y en las fotos de las niñas asustadas en la mitad de los desiertos
pedregosos o en cualquier lugar del mundo donde el cuerpo de las mujeres siga
siendo un territorio de guerra. Supone que en última instancia los periodistas se
lanzarán como una jauría de lobos hambrientos con preguntas sobre la situación
de Oaxaca después del desalojo, y a ese tema dirigirán lo que se publicará en los
diarios del día siguiente.
Además, ya está garantizada la venta de todas las fotos de la exposición.
Al fin podrá pagar las deudas del orfanato y amueblará la clínica para que su
doctor de manos prodigiosas tenga un espacio decente donde atender a los
campesinos de los Girasoles. Hasta tendrán un salón de usos múltiples donde
harán yoga en las mañanas muy juntitos uno del otro.
Ve su imagen y se siente hermosa. El color caoba dorado de su tinte logró
que sus canas adquirieran un tono tan reluciente como su ánimo, que combina a
la perfección con su nueva apariencia de indígena urbana. Y ya encarrerada en
una confianza desbordada, se jura sonriéndole al espejo: mañana sí me pongo a
dieta.
Quince días después. 12:00 AM
Restorán del Hotel Four Seasons. Reforma 500
Es el primer día soleado después de muchos con lluvia. Aunque el calorcito del sol
les abriga la espalda, ellos vislumbran un escenario sombrío. Dejan que sus ojos
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se pierdan tras el chorro de la fuente en el centro del restorán, al aire libre.
Observan cómo sube y baja, salpica un poco y siempre regresa al mismo lugar;
algunas gotas estallan afuera de la fuente, se pierden, se evaporan, pero el líquido
del centro sigue con su fluir inacabable. Silvia Plata y el senador Pineda hacen un
recuento de daños. Han pasado dos semanas desde el rescate.
— Sin duda han sido unos días muy intensos —comenzó Silvia—. El
secuestro, lo del fallido desafuero, las elecciones internas... ¿Cómo
estás, Pineda, cómo sigue Eloísa?
— Ella está bien, es una mujer fuerte, regresará a su trabajo como
corresponsal. Dice que prefiere estar en un país donde hay guerra
declarada y no como aquí, donde no hay reglas, donde todo son dobles
mensajes y verdades a medias. En fin, un verdadero desastre. Qué
quieres, si tiene la boca llena de razón. Para lanzarse a la guerra hay
que tener con qué.
— El presidente quería legitimidad y ya ves qué calamidad.
— Se va a poner peor.
— ¿Ya no viven juntos?
— No. Después del rescate se fue a vivir a un hotel. Tú lo sabes bien,
Silvia, y no quiero parecer misógino, pero a las mujeres les gustan las
cosas pequeñas, los detalles: que les hablen diario por teléfono, que les
digan que las quieren. Las minucias de la vida cotidiana. La verdad,
para esas cosas soy muy malo. A mí me gustan las cosas grandes, los
movimientos sociales...
202
— Lo que pasa es que no te has dado cuenta de que las mujeres podemos
combinar las dos cosas, lo grande y lo pequeño, senador —le dijo en
tono de burla.
Pero la diputada no se imaginaba que el político soñaba en serio con los
tiempos del sóviet supremo o con los héroes de carne y hueso que construyen
estados; suspiraba por revoluciones y con tener el poder suficiente para
desarrollar países o mover las fronteras. Según él, tenía madera de estadista y le
frustraba hasta el delirio la sensación de que en este país se desperdiciara su
talento.
— Pero ya ves, Silvia, vivimos en el país del ya merito, ya merito ganamos,
quizás pa’ la próxima, ya merito desaforamos al gobernador de tercera,
ya merito se organizaba una nueva revolución. Nadie sabe en realidad
cual es la cantidad de muertos y quién sabe cuántos más desaparecidos
en este gobierno y no pasa nada. La indignación del pueblo nada más
alcanza para que organicen marchas de protesta.
— Teníamos todo el expediente armado, senador —le dijo Silvia—; me
hubieras visto a las seis de la mañana amenazando al gobernador, muy
segura de lo que hacía, qué papelón. Le filtramos todo el caso a la
periodista, ya ves, se portó a la altura y guardó el anonimato de Eloísa.
Se movilizó la prensa. Pensé que era posible. Pero luego los
telefonazos de los presidentes del Partido, de las Cámaras; que el
gobierno federal no quería sentar el precedente de que unos mugrosos
insurrectos tiraran a un gobernante, y menos que se aceptara
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públicamente cómo se orquestan complots para eliminar a opositores
incómodos. Qué quieres, Pineda, nos quedamos colgados de la brocha.
Hicieron una pausa para pedir su tercer tequila. Algunos comensales se
acercaban a saludarlos; otros cuchilleaban entre ellos señalándolos, y a los
políticos se les inflamaba el ego como globo de Cantoya con la idea de que los
ciudadanos los admiraban.
— Lo que más me molesta —dijo Antonio— es la sinrazón del secuestro.
¿Qué culpa tenía Eloísa? Melchor andaba de macho siguiéndola, dizque
cuidándola, y descubrió las fotos que le había tomado al gobernador con
el Tony Tormenta. Le habló a Cipriano para vendérselas. Éste le calentó
la cabeza al gobernador de tercera, pensando que yo lo iba a acusar por
sus nexos con el narcotráfico. ¡Qué imbécil! Como si nadie supiera...
— Si a todo mundo le importa un comino.
— ¡Qué atrevimiento! Secuestrar a Eloísa para hacerme recular y que no
participara en las internas. Si te digo que son una bola de neófitos. —Se
detuvo un segundo para tomarse poco a poco el líquido transparente
que le calentaba la garganta—. La peor parte de la historia es que el
multicitado gobernador barrió con todo en las elecciones internas. Ganó
de todas todas. A esta hora se ha de estar riendo de nosotros.
— O no tenemos memoria histórica o el narco lo compra todo, o las dos
cosas juntas, como diría Milenita —argumentó Silvia—. Por lo menos el
imbécil del Cipriano está en la prisión de alta seguridad, y como castigo
divino, justo en el mismo lugar que los líderes del movimiento.
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— Se ha de estar muriendo de miedo —contestó el senador.
— Le tocó ser el chivo expiatorio del gobernador; de seguro le van a dar
como cuarenta años de prisión.
— No te hagas ilusiones, diputada; verás cómo lo liberan cuando termine
este sexenio, y borrón y cuenta nueva. En cambio, a los líderes del
movimiento, a ellos sí se los van a fregar con cincuenta años de cárcel,
ya verás.
— O los van a liberar cuando se ejerza presión internacional —agregó
Silvia—. De seguro Amnistía Internacional tomará el caso, pero va a
llevar años el proceso.
Los políticos se quedaron en silencio. Sabían que poco a poco las cosas
retoman una aparente normalidad. Recuperan su espacio y la vida se encarga de
poner a cada uno donde debe estar. Pensaban que quizá mañana todo sería igual,
¿o tal vez no? Más bien estaban seguros de que seguirán apareciendo nuevas
víctimas, más descabezados o encajuelados, o pozoleados, o baleados o
descuartizados, y que la mayoría de las personas sólo desea tener el mínimo
poder para no ver, para no oír.
— ¿Ahora qué vas a hacer, senador? —preguntó Silvia.
— A buscar la gubernatura por otro partido; estoy en pláticas con ellos;
parece que va bien la cosa. ¿Y tú?
— Me acaban de ofrecer otra plurinominal, esta vez para diputada local.
— No está mal —contestó el hombre.
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— Hay que seguir insistiendo. Si quieres cambiar las cosas, hay que estar
adentro —aseguró la doctora diputada.
— Para mí, hoy es el momento de volver a empezar —reflexionó Antonio
Pineda—. Del pasado sólo quedarán cicatrices. Mañana nadie recordará
nada.
— Así parece, pero espero que todo salga bien para ti. Me tengo que ir —
dijo mirando su reloj de pulsera y pensando en su joven periodista con
apariencia de Cuauhtémoc remasterizado—. Tengo una cita a la que no
puedo faltar.
Mismo día y a la misma hora
Starbucks del Ángel de la Independencia. Reforma
Milena quiere tomar un segundo café orgánico. Mauricio Fuentes va por él y le trae
también una rebanada de pastel dietético. Mientras el hombre se aleja, ella
aprovecha para revisar los mails en su iPhone: agenda con Silvia una visita a la
prisión de alta seguridad. Por nada del mundo se perdería el placer de ver a
Cipriano González como fiera enjaulada en su nuevo hábitat gris de tres por dos
metros, con cama de cemento y un excusado sin puerta, videado las veinticuatro
horas y padeciendo el inclemente frío toluqueño. Ya está haciendo los arreglos
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pertinentes: sólo necesita que le den cinco minutos con el comandante para un
último ajuste de cuentas.
Observa al empresario caminar hacia ella y no le puede quitar los ojos de
encima. Recuerda la primera vez que lo conoció en este mismo lugar, en el
Starbucks junto al Ángel de la Independencia. Por lo visto a Mauricio le sigue
gustando Reforma y ahora más con sus adornitos septembrinos y sus luces
tricolores. Como en aquella ocasión, usa una camisa blanquísima. De su bolsillo
se asoma la típica Mont Blanc de brillos negros con una estrella en la cima. Milena
detiene la mirada en sus manos grandes y cuidadas, y en los vellos negros de sus
antebrazos. Sólo queda una huella pálida en el lugar donde estuvo su argolla
marital.
— ¿Cómo sigue tu hombro?
— Estoy bien; sólo fue un rasguño. Lo bueno es que traíamos chalecos
antibalas. Nunca nos imaginamos que los secuestradores esa noche
justo estuvieran empedándose con un amigo. Los agarramos durmiendo
la borrachera.
— Deberías poner una agencia de investigaciones privadas —le sugiere el
hombre, vislumbrando las mieles de un negocio redituable—. En este
país, con el primer lugar en secuestros en el mundo, te harías rica. Sólo
con mis conocidos estarías muy ocupada.
— Suena bien, pero sólo acepto casos que me resultan interesantes.
— Podrías elegir en cuáles quieres intervenir directamente. Para los demás
tendrías un equipo formal a tu cargo. Piénsalo, yo te puedo ayudar a
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montar el negocio. Por ahora quiero que me ayudes a rescatar a mi
prima.
— ¿Está desaparecida?
— Si, hace tres días que no sabemos nada.
— ¿Levantaron un acta?
— La familia te pagará muy bien —continuó Mauricio—. Tendrá que ser en
la más absoluta discreción, no queremos dar parte a las autoridades. Yo
voy a ser tu contacto directo. Mándame mails todas las mañanas; ya me
había acostumbrado a recibirlos. Además, así tendremos un pretexto
para seguirnos viendo —recalca el empresario.
— No necesitamos pretextos, mi querido Contratante. ¿Qué sabes de tu
prima? ¿Es casada? ¿Tendrá un amante?
En silencio observan cómo los rayos solares se irradian en el ángel de
metal que corona la columna de la independencia y le otorgan un brillo inusitado a
la grisura citadina.
— Al fin dejó de llover —comentó Milena.
— Sí, nunca llueve para siempre.
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Mismo día y a la misma hora
Terminal dos. Aeropuerto de la Ciudad de México
Yossi Levy busca un avión que lo lleve al norte. Trae una mochila en la espalda.
Del hombro le cuelga una larga cuerda albiceleste y unos ganchos de metal; lleva
lentes oscuros que no alcanzan a disimular su nariz pronunciada. Parece más un
terrorista del medio oriente que un escalador, pero en esta ciudad sobrepoblada,
tan lejana del once de septiembre y de la muerte de Bin Laden, él es uno más de
los cientos de personas anónimas que deambulan por las salas del aeropuerto en
un ir y venir interminable.
De pronto, acapara su atención una mujer. Yossi camina de prisa, se
adelanta y da un rodeo para encontrarla de frente. La dama lleva un hiyab violeta
en la cabeza y un bindi del mismo color entre las cejas. Sus ojos se cruzan por un
instante que le parece eterno.
─ ¿Eres Eloísa, la fotógrafa?
Ella sonríe y lo observa con sus ojos penetrantes. Su mirada hace un
recorrido fugaz por el cuerpo del ex soldado: observa que a través de la camiseta
de ajuste anatómico se puede adivinar el surco que divide en dos mitades
simétricas el abdomen cuadrado. Se detiene unos segundos en sus labios
henchidos de testosterona, rojizos, abultados.
— ¿Eres Yossi, verdad? ¿Vienes con Milena? —le pregunta, buscando con
la mirada a la detective.
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— Se quedó a trabajar; tiene que resolver otro caso. Y tú, ¿qué haces
aquí?
— Me voy lejos.
Ella imagina que comprando un boleto a cualquier parte podrá extinguir las
huellas del encierro. Pero a ratos la violenta una aprensión de alacranes
ambarinos metidos en su almohada. Quiere exorcizar el miedo y respirar un aire
límpido, hasta que de su pasado no quede más que una anécdota lejana.
— ¿A dónde vas? —Pregunta Yossi.
— Aún no lo decido.
En segundos, los extraños se entretejen en historias sin parar. Las
preguntas vuelan en ambas direcciones:
─ ¿Qué estuviste en un campo de refugiados?
─ Yo trabajo en los territorios ocupados.
─ ¿Conoces Afganistán?
─ ¿Has estado en Cisjordania?
─ ¿Qué no estabas trabajando en México?
─ Cancelaron el proyecto.
Se aproximan como si sólo existieran ellos en medio de una estación vacía.
Él se pierde en esos ojos de carbón imantado y en las ojeras azules que hacen
juego con el pañuelo que apenas le cubre el pelo negro. Observa con disimulo sus
pies envueltos en unas sandalias castañas de piel suave que dejan ver las uñas
diminutas enmarcadas con un delgado filo blanco.
El activista sería un paria si ella se marchara.
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Le cuenta que en el norte hay uno de los mejores lugares de escalada, que
desde las alturas se pueden fotografiar atardeceres de color naranja, que la
inmensidad es apacible y solitaria; que su presencia sería como un sorbo de agua
fresca en la mitad de las dunas amarillas. Ella intuye incendios de pájaros en
vuelo, retrocede un segundo; presagia horizontes escarlata, avanza un poco,
regueros de magma le corren por las venas. ¿Es lejos? Nunca he estado allí.
Nunca es tarde, todavía.
Ven, y la toma del brazo. Eloísa Castellanos accede. Abandona el pasado,
se abandona al futuro; sólo quiere llegar a la otra orilla. Sonríe. Él carga su
mochila. La mujer le toma una primera fotografía. El hombre se ampara al vértigo
de sus entrañas como si fuera un amante primerizo. Se aventura a murmurarle al
oído:
— Sabes, las noches son más claras en el desierto.
— Tienes razón. Me iré al Magreb —le dirigió una mirada con sus ojos
brillantes.
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