8 Ensayos.p65 - Pontificia Universidad Javeriana

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SERGIO TRUJILLO GARCÍA
APROXIMACIÓN A LA GÉNESIS
DE “LO PSICOLÓGICO”
SERGIO TRUJILLO GARCÍA*
PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA
RESUMEN
En este ensayo se acude a la ontogénesis de los procesos psicológicos, con el propósito de iluminar la reflexión respecto de la unidad trinitaria bio-psico-social del individuo humano. Para ello se articulan diferentes
perspectivas teóricas, cuyo estudio del desarrollo, en particular del desarrollo temprano, aporta información significativa en relación con el surgimiento de “lo psicológico”, a partir de “lo biológico”, gracias a “lo social”. Se
llega a un punto nodal al reconocer a la emoción como punto de arranque de la interacción y por tanto, como
núcleo de la articulación de lo biológico con lo psicológico y con lo social y como motor de la evolución.
Palabras clave: teorías psicológicas, Epistemología biopsicosocial.
ABSTRACT
This essay considers the idea of the psychological processes’s ontogenesis looking forward to shed some
light upon the reflection on the biopsychosocial unity of the human being. To complete this objetive, different
theories are articulated. All these theories present different perspectives on human development –regarding
early development– characterized by the offerings of relevant information on the origin of “the psychological”,
from “the biological”, with contributions from “the social”. A nodal point is arrived when recognizing emotion
as a starting point of interaction, thus, as a nucleus to the articulation of the biological with the psychological
and the social, as a motor of evolution.
Key words: Psychological theory, biopsychosocial epistemology.
* Sergio Trujillo García, Pontificia Universidad Javeriana, Cra. 7a. No. 45-20, Bogotá, Colombia.
Correo electrónico: [email protected]
Univ. Psychol. Bogotá (Colombia) 1 (1): 92-103, enero-junio de 2002
APROXIMACIÓN A LA GÉNESIS DE “LO PSICOLÓGICO”
Es un lugar común en psicología insuficientemente explorado, que lo psicológico emerge desde lo biológico. Con este ensayo, se busca contribuir a dilucidar
este asunto o, al menos, a compartir algunas inquietudes al respecto.
En forma paradigmática y, por tanto, inadvertida,
los psicólogos siguen siendo en cierta forma dualistas,
pues aún dividen a los seres humanos en dos instancias
separadas: lo fisiológico, por una parte y lo psicológico,
por otra, e implícitamente, aceptan que buena parte de
su labor –es decir, el programa que debe seguir la psicología y los métodos que le son aptos– consiste en encontrar las relaciones entre los eventos fisiológicos y los
psicológicos, por tanto, quieren entender lo que sucede
a nivel neurológico porque piensan que si son capaces
de explicar los hechos a este nivel entonces, automáticamente, explicarán –gracias a las relaciones que encuentren entre las neuronas o entre sus componentes–, lo
que sucede a nivel psicológico.
Dicho en otra forma, reducen el complejo mundo de lo psicológico a lo biológico y pretenden que, al
hacerlo, están entendiendo lo psicológico. Primero separan al ser humano integral en dos entidades y luego
reducen la entidad más compleja a la más simple para
terminar teorizando al respecto.
En su Introducción al pensamiento complejo, Edgar Morin
(1996) advirtió sobre la “inteligencia ciega” del paradigma analítico que comúnmente guía en el trabajo científico y que se caracteriza por la disyunción (separación
de totalidades en elementos simples), el reduccionismo
(pretender explicar lo complejo reduciéndolo a lo elemental), y el abstraccionismo (componer síntesis que
no dan cuenta de las complejidades).
Vale la pena recordar que todo paradigma permite ver en su objeto de estudio ciertos elementos, relaciones y transformaciones, pero oculta otros elementos,
otras relaciones y, por supuesto, otras transformaciones.
Hay que saber moverse entre dos niveles: el de la
explicación (causalidad) y el de la comprensión (hermenéutica y crítica social...) Hay hipercríticos que
infravaloran el explicativo en aras de la comprensión.
Es evidente que la psicología, cuando pretende trabajar con niveles explicativos se encuentra alineada
a las ciencias biológicas, pero cuando pretende trabajar en términos de comprensión, hace discontinuidad con ellas y puede optar por otras estrategias
más adecuadas a ese fin … cualquier problema psicológico, si se quiere tratar a fondo, deberá ser abordado desde múltiples perspectivas (Barrera, 1999, p.
102)
Para hacer justicia a la complejidad del ser humano y a su dignidad, es decir a su humanidad, es
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pertinente revisar la génesis de lo psicológico durante el proceso de desarrollo evolutivo ontogenético,
tratando de comprender al mismo tiempo, tanto la
totalidad integral de la personalidad como la dinámica de los sistemas que la conforman y le influyen.
Hacer esto competentemente supone mucho más que
un ensayo y por tanto, este escrito no pasa de ser un
borrador que debe ser criticado, profundizado y matizado.
Se aprovechará el trabajo que se ha realizado respecto de la génesis de lo psicológico desde diversas perspectivas teóricas, en particular desde el psicoanálisis
freudiano, la escuela londinense de relaciones objetales,
el estructuralismo genético piagetiano, la teoría sociohistórica de Vigotsky, el punto de vista walloniano y el
enfoque socio construccionista de Berger y Luckman,
aclarando nuevamente que esta aproximación no busca
ser exhaustiva sino apenas sugestiva, pues la magnitud
de la obra de los autores citados es inmensa y este tema,
inconmensurable (asistematizable)
Cabe recordar que para Freud los seres humanos
nacemos con Ello, es decir, con la suma total de las
tendencias instintivas que permiten que sobrevivamos
en circunstancias adecuadas, pero llegamos al mundo
sin Yo y sin Super Yo, instancias del aparato psíquico
que se conformarán durante el desarrollo (Brainsky,
1984).
Freud, (1981) en El malestar en la cultura describió:
El lactante no distingue su yo de un mundo exterior,
como fuente de las sensaciones que le llegan, gradualmente lo aprende por influencia de diversos estímulos. Sin duda, ha de causarle la mas honda
impresión el hecho de que algunas de las fuentes de
excitación –que más tarde reconocerá como los órganos de su cuerpo– sean susceptibles de provocarle sensaciones en cualquier momento, mientras que
otras se le sustraen temporalmente –entre éstas, la
que más anhela: el seno materno– logrando solo
atraérselas al expresar su urgencia en el llanto. Con
ello comienza por oponérsele al yo un “objeto” en
forma de algo que se encuentra “afuera” y para cuya
aparición es menester una acción particular. Un segundo estímulo para que el yo se desprenda de la
masa sensorial, esto es, para la aceptación de un
“afuera”, de un mundo exterior, lo dan las frecuentes, múltiples e inevitables sensaciones de dolor y
displacer...así, el hombre aprende a dominar un procedimiento que, mediante la orientación intencionada de los sentidos y la actividad muscular adecuada,
le permite discernir lo interior (perteneciente al yo)
de lo exterior (originado en el mundo) dando así el
primer paso hacia la entronización del principio de
realidad, que habrá de dominar toda la evolución
ulterior. (p. 12)
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Se presencia así, gracias a la agudeza de Sigmund
Freud, el surgimiento de lo psicológico desde lo biológico.
El bebé recién nacido no percibe. La percepción
supone ya cierto nivel de organización que aún no existe
y, de este modo, puede afirmarse que el neonato vive
en una realidad caótica, confusa e indiferenciada. Es
importante en este punto recoger los estudios de Rene
Spitz y sus explicaciones respecto a cómo el bebé pasa
de una organización cenestésica a una organización
diacrítica, es decir, aprende a percibir, mientras que
forma su Yo gracias a que establece una relación amorosa crucial con su madre: en su libro El primer año de
vida del niño, Spitz (1969) relató con excelentes fundamentos clínicos el proceso por medio del cual el niño
construye su propio Yo mientras que construye su relación con el mundo externo.
Según Spitz, el estado inicial de no-diferenciación
significa que el niño no distingue entre Yo y Ello, entre psique y soma, entre interno y externo, entre impulso o afecto y objeto exterior, entre Yo y No-Yo, ni
entre diferentes regiones de su cuerpo. Por tanto, la
indiferenciación es también neuromuscular-fisiológica
en este momento del desarrollo.
Agnes Hellemo (1976) lo propuso de la siguiente
manera: “El hombre nace sin mente” (p. 32).
No es extraño que la Escuela Londinense de Relaciones Objetales haya continuado trabajando en esta
veta tan rica en posibilidades teórico prácticas, siguiendo
con la tradición psicoanalítica, y que John Bowlby, generara la Teoría del Vínculo para explicar el proceso
de nacimiento y formación de lazos afectivos –apegos– entre la madre –o la persona cuidadora– y el niño
y el hondo significado de estos vínculos en el desarrollo infantil y adulto.
Spitz (1969) llegan a afirmar, con justa razón, que
la madre es el Yo externo del niño, es decir, “La organizadora psíquica de tos primeros meses de vida del
niño” (p. 65), hasta cuando el infante construya su propio Yo. René Spitz abordaba el proceso de formación
del Yo en el marco de las relaciones objetales y lograba
tematizar cómo influían las relaciones distorsionadas
madre-hijo en el desarrollo de la personalidad del niño,
contribuyendo a sentar las bases de la psicopatología
infantil psicoanalítica.
Es necesario resaltar, a propósito de lo anterior,
la manera como Spitz enfatizó el papel materno en la
construcción de la personalidad del bebé:
Desde el comienzo de la vida es la madre, la compañera humana del niño, la que media en toda percepción, en toda acción, en toda intuición, en todo
conocimiento. … Sólo una relación recíproca entre
el bebé y su madre puede activar los mecanismos
innatos: intercambios o circuitos de conducta en que
el afecto juega un papel esencial.1
Todo lo anterior sugiere que para que en el niño
se desarrolle el Yo, es necesario que existan ciertas relaciones sociales, relaciones amorosas, de cuidado y
acunamiento, o, en otras palabras, que para que se desarrolle lo psicológico del ser humano a partir de lo
biológico, es necesario que se den ciertas condiciones
sociales.
Por su parte, Piaget (1969) enuncia:
En el punto de partida de la evolución mental no
existe, con seguridad, ninguna diferenciación entre
el yo y el mundo exterior, o sea, las impresiones vividas y percibidas no son relacionadas ni con una consciencia personal sentida como un “yo” ni con objetos
percibidos como exteriores; estas impresiones están
dadas, simplemente, en un bloque indisociado, o
como situadas en un mismo plano, que no es ni interno ni externo, sino que se encuentra a medio camino entre estos dos polos. (p. 27)
Corroborando recientemente las ideas de Piaget,
en los documentos de la “Misión Ciencia, Educación y
Desarrollo”, Carlos Eduardo Vasco, Hernán Escobedo
y Juan Carlos Negret (1996) anotaron: “El ser humano, desde el momento de su nacimiento, debe enfrentarse al caótico universo que lo rodea con un único
‘instrumento’: la acción”. (p. 399)
Se ve como, en el comienzo de la vida, la dimensión biológica de la personalidad en desarrollo se encuentra bastante desorganizada, salvo por los reflejos
que se heredan de la especie humana de la cual hacemos parte.
La posibilidad de actuar del recién nacido se da inicialmente en términos de esos esquemas preprogramados por la evolución que llamamos reflejos. …
En otras palabras, estos esquemas de acción le permiten al ser humano ir encontrando regularidades
en el proceso indiferenciado en que se encuentra sumergido, recortando procesos más específicos y
sistematizando su experiencia, con el fin de construir los objetos. (Vasco, Escobedo, León y Negret,
1996, p. 400).
Henri Wallon (1984) enunció el estado de indiferenciación del bebé así: “El dato inicial es la confusión, la nebulosa indivisa, que a través de acciones
1
A propósito de este tema, Bowlby nos presenta su sugestiva teoría del vínculo y Mary Ainsworth la teoría de la base segura,
reconceptualizando el instinto a través de su complejo concepto
de “sistema comportamental de cuidados”, y Adolfo Perinat nos
introduce en la “intersubjetividad” a partir de la cual emergen
otros procesos.
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sensitivo motrices de origen endóaeno o exógeno termina por conformar un núcleo: el Yo, y un satélite: el
Otro.” (p. 16)
El organismo humano se organiza progresivamente
siguiendo el plan original cifrado en los genes, siempre y
cuando las circunstancias del entorno, particularmente
del entorno socioafectivo, permitan y faciliten la maduración. El desarrollo biológico es apenas una línea en el
complejo proceso evolutivo de las personas. De adentro hacia fuera, hay tendencias del desarrollo en todo
ser humano que se heredan de los antecesores.
Waddington (como se cita en Piaget, 1969) al enunciar
que el desarrollo tiene sus ritmos y sus creodas, habla de
“canalización del desarrollo”, refiriéndose a aquellas direcciones de la evolución ontogenética que son inmodificables por la acción ambiental, debido a que están
predeterminadas genéticamente.
De afuera hacia adentro hay fuerzas en la evolución de la personalidad que son impuestas por el entorno, particularmente por el ambiente sociocultural e
histórico. Por otra parte, en la interacción entre lo interno y lo externo, en las relaciones indisociables entre el organismo y su medio, se encuentran otra fuente
de factores que inciden en el proceso vital. Hay, además, otro vector que incide en el desarrollo de las personas: aquel que resulta del ejercicio de su libertad y de
la dirección que confiere a su existencia gracias a la
voluntad.
En el origen del proceso evolutivo ontogenético
están las estructuras primigenias de nuestros padres:
óvulo y espermatozoide. Sobre la base de estas estructuras fusionadas se construye la personalidad. Retrospectivamente, el origen de los gametos se remonta, ad
infinitum, hasta la génesis de la humanidad (filogénesis).
Recordemos, con Piaget, que toda estructura tiene una
génesis, toda génesis parte de una estructura y desemboca en una estructura y el desarrollo consiste en una
marcha hacia el equilibrio.
Así las cosas, es posible afirmar que la dimensión
biológica del ser humano es la base o sustento sobre el
cual se levanta el edificio de su desarrollo psicológico:
“La equilibración cognoscitiva tiene su base en la organización biológica (Piaget, 1969, p. 26).
Pero sustentación no quiere decir determinación.
No puede negarse la naturaleza integral, unidad y totalidad biopsicosocial del ser humano y por tanto, no
puede taparse el sol con las manos y excluir la posibilidad de la existencia de una realidad diferente de la
biológica y cuyo grado de complejidad es distinto de
lo biológico.
Así como los cimientos de una casa no imponen
taxativamente el tipo de techo que se le ponga, aunque
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supone ciertos límites –por ejemplo, el peso que pueden soportar esos cimientos–, la dimensión biológica
de la gente no es una armadura medieval que restringe
su libre desarrollo, sino más bien una pista desde la
cual despega nuestro espíritu, gracias a la acción conjunta y recíproca –a la interacción– entre la constitución biológica, su dimensión psicológica y su naturaleza
social.
Piaget (1969) lo formuló de la siguiente manera:
Los procesos cognoscitivos se nos manifiestan, entonces, simultáneamente, como la resultante de la
autorregulación orgánica, cuyos mecanismos esenciales reflejan, y como los órganos más diferenciados de esta regulación en el seno de las interacciones
con el exterior, de manera que terminan, con el hombre, por extender estas al universo entero.... así que
los conocimientos no parten, en efecto, ni del sujeto
(conocimiento somático o introspección) ni del objeto (pues la percepción misma trae consigo una parte
considerable de organización), sino de las interacciones inicialmente provocadas por las actividades
espontaneas del organismo y por estímulos externos. A partir de estas interacciones primitivas donde
los factores internos y externos colaboran de manera inseparable (y se confunden subjetivamente), los
conocimientos se orientan en dos direcciones complementarias, aunque se apoyan constantemente en
las acciones y en los esquemas de acción, fuera de
los cuales no hacen ninguna presa, ni sobre lo real ni
sobre el análisis interior. (p. 26)
La relación de sustentación entre lo biológico y
lo psicológico y la autonomía de lo psicológico, son
brillantemente expuestos por Piaget (1969):
Contrariamente, las funciones superiores de la inteligencia y la afectividad tienden hacia un equilibrio
móvil, tanto más estable cuanto más móvil es, de tal
forma que para los espíritus sanos, el final del crecimiento no indica en absoluto el inicio de la decadencia, sino que autoriza un progreso espiritual que
no tiene nada de contradictorio con el equilibrio interno. (p. 79)
Necesariamente, Piaget llegó a formular su concepto de la relación Sujeto-Objeto y el papel de esta
relación en el desarrollo, obviamente, coherente con
su perspectiva de la adaptación o equilibración: asimilación-acomodación.
La inteligencia no comienza ni por el conocimiento
del yo ni de las cosas como tales, sino por el conocimiento de la interacción de ambos y es al orientarse
simultáneamente hacia los dos polos de esa interacción que la inteligencia organiza al mundo al organizarse a sí misma. (1969, p. 7)
De modo pues que el estructuralismo genético
coincide con las ideas psicoanalíticas respecto de la
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dialéctica que permite la formación del Yo simultánea
con la construcción del mundo: “Con la construcción
del objeto, la consciencia del yo empieza a afirmarse
como polo interior de la realidad, opuesto a ese polo
externo u objetivo” (Piaget, 1978, p. 55).
Se sabe entonces que los seres humanos son unidades integrales e indivisibles. Sin embargo como psicólogos nuestra manera de conocer, nuestro paradigma
analítico, no nos permite captar y comprender totalidades y nos lleva, sin que nos demos cuenta en muchas ocasiones, a pretender que por el hecho de
conocer algunos de sus elementos y algunas de sus relaciones, comprendemos y podemos explicar al ser
humano en su totalidad.
Como psicólogos, nuestra complejidad y el hecho de ser al mismo tiempo sujetos y objetos de estudio, dificulta nuestra precisión, sin embargo, hemos
logrado acercarnos a una forma más global e interactiva
de comprendernos. Por ejemplo: “Afectividad e inteligencia son indisociables y constituyen los dos aspectos complementarios de toda conducta humana”
(Piaget, 1979, p. 37).
El ejercicio del análisis, sin embargo, parece inherente a nuestra manera de conocer como psicólogos y
se hacen necesarias perspectivas integradoras para no
perder de vista la armonía del sistema. Veamos como
la filósofa Agnes Heller (1976) se formuló el problema
luego de aceptar que el hombre unificado es un hecho
empírico:
Por mi parte, no sólo acepto, sino que subrayo que
acción, pensamiento y sentimiento caracterizan todas las manifestaciones de la vida humana, que sólo
pueden ser separados funcionalmente; con todo, voy
a poner mayor peso en este aspecto funcional. Pues
no basta con señalar que no existe pensamiento sin
sentimiento, ni sentimiento sin conceptualización, ni
acción sin ambos, sino que también tengo que tomar en cuenta seriamente sus diferencias funcionales si quiero plantear la pregunta ¿qué significa sentir?
Si no abordamos seriamente esa diferencia funcional, entonces la pregunta: “¿qué significa sentir?” sería
sinónima con la pregunta ¿qué significa pensar, qué
significa actuar? O mejor dicho, todas esas preguntas se fundirían en una sola: ¿qué significa “relacionarse”? ¿cuál es el significado de la relación
sujeto-objeto? Y no es esto lo que yo me he preguntado, sino qué significa sentir … Sólo en el caso del
niño recién nacido podemos hablar de relaciones
indiferenciadas (en el niño, sentir, pensar y actuar
son lo mismo.
La diferenciación entre actuar, pensar y sentir se da
con el desarrollo del Ego (especialmente tras la adquisición del lenguaje) ... diremos que los sentimientos no pueden diferenciarse sin conceptualización
(conocimiento). Por lo tanto, el desarrollo del Ego
avanza con la diferenciación, y con la continua reintegración de las funciones. (p. 35)
Este tipo de comprensiones complejas, interactivas
o interrelacionadas, ha conducido en la historia de la
psicología, necesariamente a otras comprensiones igualmente complejas (–por ejemplo, la idea de “inteligencia
emocional” de Gardner y Galleman, citados por Moleto,
Saiz y Esteban, p. 11), que buscan hacer justicia a la
compleja naturaleza humana.
Siguiendo a los psicoanalistas y a Piaget, nos hacemos a la idea de que el desarrollo de la personalidad
es un proceso epigenético, en el cual, a partir de estructuras sencillas primigenias, emergen estructuras
cada vez más complejas y cuyo curso continuo es relativamente predecible dada su naturaleza aparentemente lenta y progresiva, gradual y secuencial. Sin embargo,
el desarrollo no solamente es un proceso epigenético
que brota desde el interior, desde la esencia2 desde la
semilla fecundada, sino también es un proceso dialéctico, discontinuo y conflictivo en el cual inciden fuerzas externas al sujeto –de afuera hacia adentro– entre
las cuales cabe destacar el papel de la historia, de la
sociedad y de Ja cultura en cuyo seno crece el individuo. Tal es el énfasis que formula Vigotsky (1995) y
que también podemos encontrar –guardadas proporciones– en Erik Erikson y en la perspectiva del Ciclo
Vital.
Además, el desarrollo es también una construcción que cada persona realiza “libremente”, es decir,
es un proyecto vital autoconstruido.
Cuando Vigotsky (1995) declara:
La psicología no ha conseguido explicar con claridad y solidez las diferencias entre procesos orgánicos y culturales del desarrollo, entre estas dos
líneas genéticas de distinta esencia y naturaleza y,
por lo tanto, entre las dos principales y diferentes
leyes a las cuales se subordina el desarrollo del niño.
(p. 21)
está proponiendo que, en psicología, debemos respetar las distintas influencias en el desarrollo, por una
parte, de la naturaleza y por otra, de la cultura.
Y logra precisar la naturaleza del desarrollo que
depende de influencias biológicas, de aquel que se da
gracias a la acción de la cultura y de la voluntad, es decir,
el desarrollo de las funciones psíquicas superiores.
La diferencia principal, determinante, entre el desarrollo psíquico y el biológico, es que el desarrollo de
las funciones psíquicas superiores transcurre sin que
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Es evidente la actualidad de la obra de Aristóteles, corroborada
por la genética contemporánea, recordemos potencia y acto.
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se modifique el tipo biológico del hombre… Este es
el rasgo que marca la diferencia general del desarrollo histórico del ser humano. En el hombre .destaca
en primer lugar (adaptativamente) el desarrollo de
sus órganos artificiales –las herramientas– y no el
cambio de sus propios órganos ni la estructura de su
cuerpo. (Vigotsky, 1995, p. 31)
No puede dejar de recordarse el ejemplo que
Vigotsky, con su capacidad pedagógica habitual, enuncia en Pensamiento y Lenguaje: creemos entender el agua
cuando sabemos que su fórmula química es H20. Sin
embargo, con el agua apagamos el fuego, con el hidrógeno lo encendemos y con el oxígeno lo avivamos,
luego por el hecho de conocer los elementos y sus
propiedades no conocemos ni comprendemos la totalidad, ni siquiera después de haber compuesto a
posteriori una síntesis como la fórmula química completa del agua. De esta manera, Vigotsky asume su
postura dialéctica y genética frente al asociacionismo
de su época que pretendía explicar lo complejo a partir de la adición de elementos simples y frente a la
Gestait que en ese momento postulaba que el todo es
más que la suma de las partes, pero sin distinguir las
partes, sus relaciones y sus transformaciones.
Otra razón por la cual es necesario reconocer que
lo psicológico es un nivel de complejidad distinto de
“lo fisiológico” es descrita por Vigotsky (1995) cuando reconoce que muchos cambios psicológicos no
encuentran paralelos fisiológicos:
Durante el proceso de desarrollo histórico, las funciones psicofisiológicas elementales apenas si se
modifican, mientras que las funciones superiores
(pensamiento verbal, memoria lógica, formación de
conceptos, atención voluntaria, etc.) experimentan
profundos cambios desde todos los puntos de vista.
(p. 33)
No se daría el mismo desarrollo humano en nosotros si perteneciéramos a otro tiempo u otra sociedad, ni el ser humano habría alcanzado tantas alturas si
no hubiera construido ese bagaje colectivo de creaciones reales y simbólicas que se llama cultura.3 Cuando
se inicia el proceso de desarrollo personal las personas
se apoyan sobre la evolución que toda la humanidad
ha conseguido durante siglos (Remolina, 2000).
ma sus inclinaciones naturales y funciones, elabora y
crea nuevas formas de comportamiento específicamente culturales. (Vigotski, 1995, p. 34)
El conocimiento que se tiene de los niños ferales
–niños criados por animales– clarifica varias cosas: si el
hombre se pudiera explicar completamente por las leyes biológicas de su organismo, los niños ferales caminarían erguidos, hablarían articuladamente, comerían con
utensilios, etc., guiados por el proceso de maduración
de su información genética, lo cual no ocurre.
Por otra parte, si la explicación de lo humano se
encontrara plenamente en su naturaleza social, al educar a un animal en un entorno humano, rodeado por
enseñanzas y cuidados, éste debería ser capaz de tomar decisiones luego de realizar procesos de pensamiento hipotético deductivo, resolvería dilemas
morales, etc., lo cual tampoco sucede.4
Así las cosas, es irrefutable la interacción entre la
herencia y el ambiente y entre éstas y la libertad, a la
hora de acercarse respetuosamente a la comprensión
del ser humano.
Se ve cómo en los seres humanos, lo psicológico
emerge de lo biológico gracias a “lo social” y conservan una unidad indivisible (individuo) aunque podamos distinguir tres dimensiones constitutivas en
permanente interacción: cada ser humano es una unidad biopsicosocial.
Henri Wallor (1984), consciente de la dificultad
de abordar simultáneamente tanto la totalidad del proceso como la individualidad de los sistemas que la conforman, en el estudio del desarrollo infantil, explícita:
“Las necesidades de la descripción obligan a tratar de
manera diferente algunos de los grandes conjuntos
funcionales, aspecto que no deja de ser artificial, sobre
todo en el punto de partida, cuando las actividades se
encuentran todavía poco diferenciadas” (p. 103).
Sin embargo, más adelante hace notar que, aunque el análisis que se realiza resulte artificial frente a la
integralidad del proceso real, coincide con algunas
manifestaciones patológicas del desarrollo del niño:
Lo que hace más necesaria la descripción y más difícil es el hecho de que el desarrollo del niño, sobre
todo en la primera etapa, tiene una rapidez tal que
sus diversas manifestaciones se superponen de tal
manera que, a menudo por lo demás en una proporción muy variable- un mismo período adquiere un
estilo compuesto. Pero la individualidad de los sistemas así yuxtapuestos puede confirmarse a través de
la patología. Algunas interrupciones del desarrollo
La cultura origina formas especiales de conducta,
modifica la actividad de las funciones psicológicas,
edifica nuevos niveles en el sistema del comportamiento humano en desarrollo. En el proceso del
desarrollo histórico, el hombre social modifica los
modos y procedimientos de su conducta, transfor-
3
Baltes, 1883, véase también Dulcey-Ruiz y Uribe, 2000;
Neugarten, 1999; Thomac.
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4
Valdría la pena documentar apropiadamente algunos casos de
niños ferales muy próximos a nosotros.
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psíquico imponen un tipo correspondiente de comportamiento a todas las reacciones del sujeto. Todas
ellas parecen perseguir sucesivamente el mismo objetivo. De ello resulta, no sólo su uniformidad, sino
también la posibilidad de que puedan alcanzar una
cierta perfección formal, que, habitualmente, es una
mal presagio. Todo virtuosismo parcial en el transcurso del crecimiento debe hacer pensar en una actividad que continúa ejerciéndose indefinidamente
por sí misma, si no se integra en los sistemas consecutivos que deben aparecer si se da una evolución
normal…
La unidad en la diversidad y la diversidad en la
unidad son expresadas por Wallon (1984) así:
De etapa en etapa la psicogénesis del niño muestra,
a través de la complejidad de los factores y de las
funciones, a través de la diversidad y la oposición de
las crisis que la caracterizan, una especie de unidad
solidaria, tanto en el interior de cada una como entre todas ellas. Es antinatural tratar al niño fragmentariamente. En cada edad, constituye un conjunto
original que no se puede disociar. En la sucesión de
sus edades, es un mismo y único ser en curso de
metamorfosis. Hecha de contrastes y conflictos, su
unidad será susceptible de modificarse y ampliarse.
Es precisamente Wallon quien, a propósito del
papel de la emoción en el desarrollo del niño,llama la
atención sobre su importancia como origen de la
psicogénesis. En este sentido, estos son algunos apartes significativos de la obra de Wallon (1987) (Los subrayados son míos).
“La personalidad total del niño y cada uno de los
elementos que la conforman es el resultado de una
permanente interacción entre el niño, con todas sus
posibilidades y el medio, con todos sus componentes, interacción cuyos efectos cada individuo integra
de manera peculiar según su propia historia evolutiva ...la emoción es el punto de arranque de la interacción. La emoción es la soldadura entre el bebé y
su entorno humano ...es lo que lo vincula a ella a
través de los intercambios y , sobre la base de la constitución orgánica ...la psicogénesis se produce al ritmo de los cambios en las formas de relación con el
medio ...la emoción es la mutación de reacciones
puramente fisiológicas en medio de expresión, es lo
que da origen al ser psíquico del bebé ...la emoción
está ligada a las condiciones de existencia del individuo desde su nacimiento, es decir, ligada a las condiciones sociales de existencia, provoca una simbiosis
afectiva entre el niño y su entorno ...La emoción es
la base para la representación y es gracias a la emoción como el niño se convierte de ser biológico en
ser social.
Es evidente que Wallon encontró el “eslabón perdido” entre lo biológico y lo psicológico: la emoción y
también entre lo psicológico y lo social: la emoción.
Aquello que une las tres dimensiones constitutivas del
ser humano dándole unidad y coherencia: la emoción.
Aquello que como personas nos hace sentir únicos e
indivisibles aportando cohesión a nuestra vivencia de
nosotros mismos y del mundo circundante: la emoción.
Sintetizo la perspectiva de Wallon así: si en el punto de arranque de toda relación está la emoción y la
psicogénesis se produce al ritmo de las relaciones, entonces la psicogénesis deviene de la emoción.
Confirmando la importancia de lo social en el
desarrollo ontogenético, Peter Berger y Thomas
Luckman (1993) invitan a pensar en que la realidad es
una construcción social:
El proceso por el cual se llega a ser hombre se produce en una interrelación con un ambiente. Este
enunciado cobra significación si se piensa que dicho
ambiente es tanto natural como humano. O sea, que
el ser humano en proceso de desarrollo se interrelaciona no solo con un ambiente natural determinado,
sino también con un orden cultural y social específico mediatizado para él por los otros significantes a
cuyo cargo se halla. No solo la supervivencia de la
criatura humana depende de ciertos ordenamientos
sociales: también la dirección del desarrollo de su
organismo está socialmente determinada. Desde su
nacimiento el desarrollo de éste, y en realidad gran
parte de su ser en cuanto tal, está sujeto a una continua interferencia socialmente determinada. (p. 68)
Cabe recordar que se puede caer en el reduccionismo no solo en dirección a la fisiología sino también
en dirección a la psicología o a la sociología, es decir,
que puede caerse en el error de querer explicar al ser
humano a partir, únicamente, de una –o dos– de sus
tres dimensiones constitutivas, o a partir de las tres sin
contemplar su unidad, o de su unidad sin diferenciar
sus elementos, relaciones y transformaciones. Sin embargo, no es sencillo tratar de dar cuenta de las convergencias entre estas dimensiones, precisamente en
razón a su complejidad.
Siguiendo el raciocinio de Berger y Luckman se
nota cuán difícil es exponer con palabras algo tan diverso y a la vez sólido, que comparte características
universales y al mismo tiempo es creativo, único e irrepetible, como la naturaleza humana.
Pese a las notorias limitaciones fisiológicas que circunscriben la gama de maneras posibles y diferentes
de llegar a ser hombre dentro de esta doble
interrelación ambiental, el organismo humano manifiesta una enorme plasticidad en su reacción ante
las fuerzas ambientales que operan sobre él, lo que
se advierte particularmente al observar la flexibilidad de la constitución biológica del hombre cuando
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APROXIMACIÓN A LA GÉNESIS DE “LO PSICOLÓGICO”
está sometida a una variedad de determinaciones socioculturales.
Afirmar que las maneras de ser y de llegar a ser hombre son tan numerosas como las culturas del hombre, es un lugar común en la etnología. La humanidad
es variable desde el punto de vista sociocultural ...Si
bien es posible afirmar que el hombre posee una naturaleza, es más significativo decir que el hombre
construye su propia naturaleza o, más sencillamente, que el hombre se produce a sí mismo. (p. 69)
Vigotsky formuló que, filogenéticamente, los procesos psicológicos básicos se hacen procesos psicológicos superiores gracias a la cultura, a la mediación de
las herramientas culturales (órganos externos) tales
como el lenguaje, el trabajo, la ciencia, el arte, las costumbres, los valores, etc. Ontogenéticamente, los procesos psicológicos superiores se construyen sobre los
básicos gracias a la voluntad que se articula en la interacción biopsicocultural.
Ahora bien, el culmen del desarrollo de “lo psicológico” se encuentra en la voluntad, órgano de la
libertad (Remolina, 2000), capacidad de conferir sentido y dirección a la propia existencia, competencia para
decidir y obrar deliberadamente, característica esencial
de todos los procesos psicológicos superiores (Trujillo,
2000)5.
Es la voluntad –y la libertad que resulta de su
ejercicio– la que permite al ser humano asumir el bagaje biológico y el equipamiento cultural y darle dirección singular a lo largo de la realización de su
proyecto vital.
La psicología de la adolescencia asiste al momento más decisivo en la construcción de la voluntad y,
consecuentemente, del proyecto de vida individual. La
adolescencia es el punto más claro de desligue del desarrollo psicológico en relación con el desarrollo biológico que ocurrió hasta allí y ejemplifica cómo las
distintas dimensiones de la personalidad –biológica,
psicológica y social– poseen velocidades e intensidades diferentes, influyéndose recíprocamente en función de esas velocidades e intensidades.
La fenomenología de la adolescencia pone en primer plano la naturaleza a la vez unitaria y trinitaria:
como personas somos una unidad biopsicosocial y
nuestro desarrollo es un proceso integral, relaciona! y
dialéctico cuyo itinerario es, más o menos, predecible
(Trujillo, 2000).
5
Recordemos que Vigotsky, en la Historia de la Génesis de los
Procesos Psicológicos Superiores, argumenta sólidamente respecto de la Voluntad como la característica esencial para considerar a un proceso psicológico como superior. Así por ejemplo,
la atención pasa a ser un proceso superior si es voluntaria, etc.
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Una vez que la voluntad característica de los procesos psicológicos superiores “asume el mando” durante la adolescencia, el desarrollo psicológico despega y se
diferencia del desarrollo biológico de allí en adelante:
La forma final de equilibrio alcanzado por el crecimiento orgánico es más estática que aquella hacia la
cual tiende el desarrollo mental, y primordialmente
más inestable. Una vez finalizada la evolución ascendente se inicia automáticamente. una evolución regresiva (vejez). Ciertas funciones psíquicas que
dependen estrechamente del estado de los órganos,
siguen una curva análoga: visión, percepción. Contrariamente, las funciones superiores de la inteligencia y la tienden hacia un equilibrio móvil, tanto más
estable cuanto más móvil es, de tal forma que , para
los espíritus sanos, el final del crecimiento no indica,
en absoluto, el inicio de la decadencia, sino que autoriza un progreso espiritual que no tiene nada de contradictorio con el equilibrio interno (Piaget, p. 39).
Esta interpretación del desarrollo que deslinda sus
dimensiones durante la adolescencia y la adultez, sirve
para comprender desde otro ángulo los hallazgos sobre las diferencias en el desarrollo de la inteligencia
fluida y la inteligencia cristalizada o entre la inteligencia mecánica y la inteligencia que confirman el “progresivo equilibrarse” “el paso perpetuo de un estado
de menor equilibrio a un estado superior de equilibrio”
y por supuesto, el hecho de que “en el ámbito de la
vida afectiva se ha observado a menudo que el equilibrio de los sentimientos aumenta con la edad. Las relaciones sociales obedecen, finalmente, a una idéntica
ley de estabilización gradual”.
Por tanto, en el desarrollo, la voluntad emerge a
través de las relaciones interpersonales e intrapersonales, y una vez que surge y dentro de sus límites, alcances y posibilidades, asume el control y la dirección, tanto
de la herencia biológica como de las, circunstancias
sociales en que está inmersa. Si esto no sucede así, puede
hablarse de distorsiones o patologías en el desarrollo y
en la personalidad (Wallon, 1984, 1987).
El problema de la conciencia y de su emergencia
puede ser abordad genéticamente con muy buenas
perspectivas. Tal vez Vigotsky lo intuyó y delineó en
primer lugar en su artículo “Problema de método”
cuando sugirió que para estudiar el genotipo de un fenómeno psíquico y no sólo su fenotipo, debe atenderse
al proceso evolutivo de su formación y desarrollo.
Así, la emergencia de las experiencias subjetivas a
partir de procesos neuronales va más allá de aquella
postura de quienes consideran que “…Las funciones
mentales, la conciencia entre ellas, son propiedades
emergentes del sistema nervioso” y pueden ser explicadas a partir de las propiedades del sistema nervioso
(De la Fuente y Álvarez, 1988, p. 68).
100
SERGIO TRUJILLO GARCÍA
La conciencia y en general “lo psicológico” es algo
sobre lo cual no se alcanzará una comprensión compleja y respetuosa si se atiende únicamente a los datos
evidentes a un nivel de resolución molecular y sincrónico. Aunque, claro está, si se logra una perspectiva
integradora biopsicosocial diacrónica, dichos datos
podrían ser adecuadamente reinterpretados.
Sería interesante profundizar en otra oportunidad respecto de la continuidad y las discontinuidades
en el desarrollo ontogenético: la conservación de la
identidad personal pese a las transformaciones y transiciones, es decir, no sólo acercarse a cómo surge lo
psicológico sino también a cómo se conserva.
Como seres humanos, nuestra propia psicogénesis
provee de la dialéctica que nos permite atender simultáneamente la diversidad y la unidad, la parte y el todo,
el proceso y los sistemas, los elementos, las relaciones
y las transformaciones.
Frente a la admirable complejidad humana, es legítimo partir de un genuino sentimiento de asombro y
admiración para comenzar una aproximación respetuosa a su estudio disciplinar.
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