revolución industrial e imperialismo

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Lea detenidamente la Guía presente a continuación, destaque conceptos
relevantes y procesos fundamentales presentes en la misma.
GUÍA DE CONTENIDOS, I° MEDIO 2016: REVOLUCIÓN INDUSTRIAL E IMPERIALISMO.
LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL
Se denomina Revolución Industrial al proceso iniciado en Inglaterra, en la segunda
mitad del siglo XVIII. Esta revolución se caracterizó por el uso de nuevas tecnologías,
fuentes de energía y formad de organización del trabajo que provocaron un significativo
incremento de la producción. Hasta entonces, los bienes eran producidos en talleres, en
poca cantidad y, en algunos casos, para autoconsumo. Con la revolución, la producción se
trasladó a las fábricas, donde se masificó la producción de bienes para ser
comercializados.
Antecedentes de la Revolución Industrial
 La revolución demográfica: Hasta el siglo XVIII, la población europea creció
lentamente debido a enfermedades infecciosas y a las hambrunas. A partir de la segunda
mitad del siglo XVIII, el índice de natalidad se mantuvo alto, pero el de mortalidad
descendió porque disminuyeron las epidemias y aparecieron las primeras vacunas, como
la de la viruela. A consecuencia de ello, la población aumentó a un ritmo rápido,
fenómeno al que conocemos como revolución demográfica y que trajo como
consecuencia el incremento de la demanda alimentaria.
 La expansión agrícola :
- Los cambios económicos se iniciaron en el sector primario: Mejora de las técnicas
agrícolas. Se sustituyó el barbecho por la rotación continua de cultivos, con lo que se pudo
evitar el agotamiento de las tierras; hacia 1750 se popularizó el arado de hierro y se
abandonó el de madera; asimismo, se perfeccionaron los sistemas de riego. Estas mejoras
permitieron ampliar la superficie cultivada e introducir nuevos cultivos como maíz, papa y
remolacha.
- Se reformó la ganadería. Parte de las tierras de cultivo fueron dedicadas a la producción
de pastos para alimentar a los animales. De esta forma, aumentó el número de cabezas de
ganado y se masificó el consumo de carne.
- Cambiaron las estructuras agrarias. Las revoluciones liberales acabaron con las
propiedades señoriales y comunales explotadas de forma colectiva, y la tierra se convirtió
en una propiedad privada.
 Una nueva mentalidad: Todos estos cambios también se relacionan con la difusión
de la ideología del liberalismo económico y el aumento gradual de la alfabetización. El
liberalismo defendía que el motor del crecimiento económico era la iniciativa privada. Las
personas debían ser libres para crear su propia empresa, la pieza clave del nuevo sistema
capitalista, con el objetivo de lograr grandes utilidades. Así, se consolidó una nueva forma
de pensar y de actuar, más abierta a la inversión, la innovación y la búsqueda del beneficio
económico.
Etapas de la Revolución Industrial
La Revolución Industrial se desarrolló en diferentes etapas. Desde mediados del
siglo XVIII se produjo su despegue, con la introducción de innovaciones en la industria
textil: lanzadera volante (1733), que permitió optimizar el tejido, la máquina de hilar
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(1764) y la hiladora hidráulica (wáter frame, 1769). A finales del siglo XVIII se produjo la
primera Revolución Industrial, que utilizó el vapor y el carbón como energía. Desde 1870,
aproximadamente, comenzó la segunda Revolución Industrial, basada en el petróleo y la
electricidad como fuentes de energía. En el siglo XX se desarrolló la tercera Revolución
Industrial, proceso que continúa hasta la actualidad; esta revolución se caracteriza por el
desarrollo y utilización de la energía nuclear, la informática, la robótica, la biotecnología,
las telecomunicaciones y ciencias del espacio.
Consecuencias de la revolución industrial
 Cambios en el sistema económico mundial
En el siglo XVIII, en Gran Bretaña, el economista Adam Smith (1723-1790) desarrolló la
doctrina económica del liberalismo económico o del libre cambio. Para él la única forma
de lograr el crecimiento económico y el enriquecimiento era dejando actuar la “mano
invisible” del mercado sin ningún tipo de intervención del Estado. Es decir, los gobiernos
no debían regular ni influir en la economía.
Hasta el siglo XVIII, en la economía moderna había predominado el capitalismo
comercial, pero con la Revolución Industrial se inició otra fase: el capitalismo industrial,
que puso énfasis en la producción de bienes manufacturados en industrias de propiedad
de una burguesía industrial. Conforme avanzó el siglo XIX, las empresas fueron creciendo
en tamaño, lo que hacía necesario disponer de más capital; por esta razón, algunos
empresarios se asociaron, formando sociedades anónimas.
En esta época nacieron también las bolsas de comercio modernas, en las que se
compraban y vendían acciones de las empresas, y los bancos modernos destinados al
ahorro, al préstamo de dinero con interés. La burguesía industrial advirtió la conveniencia
de diversificar sus inversiones y destinar parte de su capital a la creación de bancos,
entidades financieras y compañías de comercio que distribuían la mercadería que
producían sus fábricas.
A partir de la Revolución Industrial se desarrolló una economía mundial, que
asignaba mayor importancia a las actividades secundarias y terciarias que a las agrícolas.
Las economías nacionales se integraron en este mercado mundial, cuyo centro eran las
naciones industrializadas. Estas naciones industriales compraban materias primas a los
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países de América Latina y a sus colonias de Asia y África y los proveían de bienes
manufacturados. Las ideas del liberalismo económico se difundieron y validaron a nivel
mundial, llegando a convertirse en el sustento de la ideología capitalista.
 Cambios sociales
La preponderancia del dinero en la sociedad industrial hizo que el orden social
estamental perdiera sentido, permitiendo el desarrollo de una sociedad de clases, es
decir, tipo de estructura social definida por la posición económica de los individuos y no
por su origen familias, en esta existe movilidad social.
La Revolución industrial determinó la formación de dos nuevas clases sociales: la
burguesía industrial, los dueños de las fábricas, y el proletariado, los obreros. Mientras la
burguesía acumulaba riquezas y disfrutaba de una vida ostentosa, los obreros soportaban
duras condiciones de vida y trabajo, las cuales se ven representadas en la “cuestión
social”.
Se denomina cuestión social a las precarias condiciones en que vivían y trabajaban los
obreros industriales. Hombre, mujeres y niños enfrentaban extensas jornadas de trabajo,
de 12 a 16 horas diarias, en lugares que carecían de condiciones higiénicas y de seguridad.
A cambio, recibían salarios muy bajos que apenas alcanzaban para sobrevivir y no tenían
protección en caso de accidentes o enfermedades laborales, pues no contaban con leyes
que los protegieran. Además, los obreros industriales no disponían de viviendas con las
condiciones necesarias para descansar del arduo trabajo y su alimentación era
insuficiente. Muchos obreros vivían hacinados en barrios que no contaban con servicios
básicos.
Niños trabajando en
mina de carbón.
Hombres, mujeres y niños
trabajando en fábricas.
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EL IMPERIALISMO COLONIAL
Antecedentes del imperialismo
Durante todo el siglo XIX, Europa experimentó profundos cambios en todos los
ámbitos de la vida humana. En materia demográfica, se produjo un aumento significativo
de su población debido al mejoramiento de la alimentación y de las condiciones sanitarias.
Si en 1870 alcanzaba los 300 millones de habitantes, en 1914 llegó a los 452 millones. En
términos de economía, el proceso de industrialización cambió el modo de producción y la
organización del trabajo, pudiendo ofrecer enormes volúmenes de productos para su
comercialización. Esto hizo necesario la ampliación de los mercados locales, generándose
por ello un comercio internacional a gran escala. El desarrollo del transporte y las
comunicaciones permitió la conexión de Europa con diferentes partes del mundo; la
circulación de bienes y servicios se llevó a cabo en cantidades y velocidades hasta
entonces desconocidas. En política, la formación de Estados Nacionales generaba
profundos sentimientos patrióticos entre sus habitantes y la necesidad de sus
gobernantes de aumentar su poder por sobre los demás países.
Sin embargo, desde el último tercio del siglo XIX, estos cambios tan auspiciosos
mostraron algunos inconvenientes. El crecimiento de la población demandaba más
alimentos y espacios habitables, necesidad que no siempre podía ser satisfecha por los
nuevos Estados. La industria, a su vez, requería de una creciente cantidad de materias
primas, que eran escasas en los pequeños territorios europeos, y además, de un mercado
más amplio para que absorbiera su producción. Sumado a lo anterior, el nacionalismo
exacerbado de algunos países produjo el establecimiento de medidas económicas de
carácter proteccionista, que dificultaban el
intercambio entre las naciones europeas y hacían
surgir la necesidad de obtener las materias
primas en otros lugares del planeta y a menor
costo.
Junto con el auge nacionalista que se vivía
en Europa, las ansias de poder de sus
gobernantes hacían ver en la expansión de sus
dominios un símbolo de prestigio y supremacía,
compitiendo por la hegemonía mundial. Además,
permitía a algunas naciones superar las
humillantes derrotas militares sufridas en guerras
del siglo XIX y sobreponerse frente a sí mismas
como frente a sus pares. En este contexto,
territorios que hasta entonces no presentaban
ningún interés para las naciones europeas, por su
distanciamiento y falta de desarrollo, adquirieron importancia. África y Asia son ejemplo
de ello.
Fue así como las naciones europeas iniciaron un proceso expansivo, que se
conocerá como imperialismo– hacia lugares apartados denominados colonias, que
ofrecían numerosas ventajas para las naciones europeas. Permitían colocar el excedente
de población que se encontraba en Europa y que comenzaba a carecer de hogar y trabajo.
Eran una rica fuente de materias primas para la industria, al mismo tiempo que un gran
mercado para los productos manufacturados europeos. La ocupación de estos apartados
lugares permitió, además, aplacar los conflictos internos que existían entre las potencias
colonizadoras, las que ocuparon sus energías en la expansión imperialista de sus
territorios.
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Características y formas de dominio
El imperialismo decimonónico presentó características diferentes a la expansión
colonizadora del siglo XVI, protagonizada principalmente por España y Portugal. En primer
lugar, el desarrollo científico y técnico alcanzado en Europa, facilitó la expansión y la
comunicación con los nuevos territorios conquistados. Además, las potencias europeas
contaban con suficiente población, transportes, comunicaciones y recursos económicos
provenientes de la industria para llevar a cabo este proceso. El nuevo imperialismo era
favorecido por el menor desarrollo en que se encontraban los habitantes de África y Asia,
quienes no pudieron oponer una resistencia efectiva, pese a los numerosos intentos.
Asimismo, la repartición arbitraria entre las potencias, ligada a sus intereses, va a producir
enfrentamientos entre las propias tribus, facilitando el proceso colonizador.
Existieron diversas formas de dominio: colonias, protectorados y concesiones. Las
colonias eran aquellos lugares sometidos totalmente a la soberanía de la potencia. Los
protectorados mantenían su administración interna, mientras que el país dominante
controlaba la política externa y la explotación de determinadas riquezas. Las concesiones
permitían mantener la independencia de los territorios a cambio de algunas licencias,
tales como la cesión de puertos, la ocupación de lugares estratégicos, entre otras.
La invasión imperialista fue respaldada, en dicha época, por numerosos
argumentos. Entre ellos se encontraba la justificación moral, que respondía a la
vinculación del desarrollo con la noción de civilización, lo que equivalía a afirmar que las
naciones no desarrolladas eran incivilizadas o “bárbaras”. Este argumento ideológico
permitía justificar la expansión imperialista sobre otros territorios, puesto que las colonias
se fundaron precisamente en los lugares considerados culturalmente atrasados,
imponiéndoles su pensamiento y terminando con culturas milenarias.
Asimismo, el imperialismo se fundamentaba en un deber social, que pretendía
alejar la amenaza de guerras civiles en Europa, extendiendo sus dominios hacia otros
continentes que proveerían de todo lo necesario para satisfacer sus necesidades:
territorio, materias primas, demanda para sus productos, etc. Por último, existieron
también fundamentos religiosos para la colonización de territorios fuera de Europa. La
expansión permitió el envío de misiones evangelizadoras, tanto de la Iglesia católica como
de iglesias protestantes. El misionero contribuyó no solo a la enseñanza religiosa, sino que
también a difundir los valores culturales occidentales, dándole soporte a la dominación.
Los grandes imperios coloniales afroasiáticos
Las potencias europeas
presentaban
profundas
diferencias entre ellas.
Inglaterra,
Francia
y
Alemania, por ejemplo,
eran
naciones
consideradas desarrolladas
ya que habían logrado
llevar a cabo el proceso de
industrialización. Mientras
que países como España,
Italia, Portugal, Rusia o
Austria-Hungría,
presentaban
débiles
economías, dependientes
de la agricultura. Este fue
Reparto de
África
durante la
segunda
mitad del
siglo XX
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uno de los motivos por lo que las potencias desarrolladas lograron conquistar mayor
cantidad de territorios que las que no lo eran. Es así como Inglaterra y Francia se
constituyeron como las principales naciones europeas del siglo, disputándose la
supremacía del mundo.
El proceso de colonización llevado a cabo por las potencias occidentales en África y Asia
no estuvo exento de problemas, ya que incluso generó conflictos bélicos entre naciones
europeas. Los numerosos intereses puestos en la región llevaron al canciller alemán Otto
von Bismarck, con el apoyo de Francia, a convocar la Conferencia de Berlín, entre 1884 y
1885, para dirimir las rivalidades entre las potencias coloniales y establecer las bases de la
ocupación en el continente africano. Entre las medidas adoptadas por la Conferencia se
encuentra el establecimiento del derecho que tenía un país que habitaba las costas de un
territorio para ocupar su interior, la determinación del libre tránsito por los ríos africanos,
y la prohibición de la comercialización de esclavos.
A finales del siglo XIX, prácticamente todo el continente africano se encontraba en
poder de alguna potencia europea, excepto Abisinia, la actual Etiopía, y Liberia. La
dominación europea en África no solo fue política y económica, sino además, cultural.
En Asia, el proceso de colonización presentó mayores dificultades para las
potencias europeas, en comparación con el caso africano. Primero, la resistencia fue
mayor, porque el nivel de desarrollo de algunos países también lo era como el caso de
China. A su vez, las milenarias culturas del continente asiático despertaban en los
colonizadores un cierto respeto. De este modo, a diferencia de África, la ocupación en
gran parte de Asia fue política y económica, manteniendo la autonomía cultural.
Reparto de Asia
durante la segunda
mitad del siglo XIX.
Imperio británico
Inglaterra, al igual que el resto de las potencias europeas, pretendía extender su
poder y prestigio a través de la expansión territorial. El gobierno inglés se propuso
dominar el Mediterráneo y asegurarse el paso a la India, una de sus principales colonias.
Esto lo logró tomando posesión de Gibraltar, Malta, Chipre y Egipto. Desde allí avanzaron
hacia el sur de África, con el propósito de crear un gran imperio colonial desde Ciudad del
Cabo, en Sudáfrica, hasta El Cairo, en Egipto. Sin embargo, las posesiones de Alemania en
África oriental mantuvieron separadas a las colonias inglesas.
En Asia, Inglaterra poseía su colonia más valiosa: India. Esta le proveía de
abundantes materias primas y le permitía colocar en ella su excedente de población y sus
mercaderías. Para asegurar esta posesión tan importante, Gran Bretaña extendió su
dominación sobre los territorios vecinos.
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A su vez, para iniciar la conquista de China, Gran Bretaña tomó posesión de la isla
de Hong Kong en 1841. Sin embargo, los chinos opusieron
resistencia por largo tiempo. Esto obligó a los ingleses a buscar
el apoyo de otras potencias europeas, como Francia, Alemania y
Rusia, quienes en conjunto lograron dominar económicamente
a este imperio oriental y obtener suculentos beneficios. De este
modo, China, que había logrado mantener su independencia
política, tuvo que otorgar numerosas concesiones a las
potencias extranjeras, tales como la explotación de riquezas
básicas, la obtención de derechos aduaneros.
Las formas de dominio de Inglaterra se caracterizaron
por permitir a sus colonias una amplia autonomía. Solo la
política exterior quedaba reservada al gobierno inglés. Los
europeos, en muchas ocasiones, mantenían el gobierno local de
las colonias; en otras, establecía un simple protectorado sobre un dominio; y
ocasionalmente, establecían su administración directa.
Imperio francés
Hacia 1870, Francia fue derrotada por los Estados alemanes, liderados por Prusia,
que buscaban disminuir su creciente
influencia en Europa. Esta victoria convirtió a
los prusianos en una gran potencia y humilló
duramente a los franceses. Por ello, esto se
transformó en su principal motivación para
expandir sus territorios fuera del continente,
convirtiéndose luego en el segundo imperio
en importancia y extensión, después de
Inglaterra.
Los franceses dominaron la mayoría
del territorio africano. Sus territorios iban
desde Argelia, por el norte, hasta la Costa de Marfil, en el sur; desde Senegal, por el oeste,
hasta Egipto, al este. A sus colonias en Guinea, en el área occidental del continente, Congo
y Chad, ambas en África central, se sumaban los protectorados de Túnez y Marruecos, en
la costa del Mediterráneo.
Argelia fue el principal destino de emigración de las familias francesas, llegando a
sumar 800 000 europeos hacia 1914. También, la isla de Madagascar se convirtió en el
punto estratégico para este imperio. Intervenida a partir de 1873, fue ocupada lenta y
progresivamente, a través de la fundación de escuelas, construcción de puertos y trazado
de redes ferroviarias, entre otros.
A partir de 1873, Francia inició la exploración de Asia, logrando conquistar
Indochina, al sureste del continente, que para finales del siglo XIX se había convertido en
la perla del imperio colonial francés, lo que permitía obtener importantes ventajas
económicas de China.
En cuanto a las formas de dominio, Francia se caracterizó por establecer un
imperio fuertemente centralizado, donde se anexaba a la colonia y toda su administración
quedaba en manos de los franceses. No obstante, se reconocían los derechos políticos de
los colonos de origen europeo, tal como a cualquier persona que habitaba en la metrópoli.
De esta forma, los territorios dominados fueron asimilando la cultura y la lengua francesa,
rasgos que se encuentran presentes hasta la actualidad en aquellas sociedades.
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