NOTAS CRÍTICAS ∆αίµων. Revista Internacional de Filosofía, nº 52, 2011, 209-212 ISSN: 1130-0507 David Hume: Diálogos con la filosofía contemporánea MARÍA CINTIA CARAM* López Sastre, Gerardo (coord.): David Hume. Nuevas perspectivas sobre su obra. Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha. Cuenca. 2005. 239 págs. El estudio de la historia de la filosofía difiere de otros estudios históricos como por ejemplo el de la física o el de la medicina. En estas disciplinas los casos pretéritos solo indican una evolución hacia maneras más eficaces de plantear la realidad o de resolver un problema de salud. En la filosofía, en cambio, los problemas tienden a repetirse, mientras que las respuestas muchas veces están condicionadas por la época desde la que se responde; como afirma Javier Espinosa: «… al leer las obras de un filósofo, releemos sus ideas a partir de las nuestras para poder volver a escribir las nuestras influidos por las suyas. La Historia de la Filosofía tiene que ser la historia del pasado filosófico relevante para el presente.» (Espinosa: 17). Este es el caso de los ensayos que conforman este libro, donde los autores muestran una firme intención de traspasar la frontera temporal para discutir con David Hume los mismos problemas pero desde una perspectiva actual. Podemos decir que, lejos de ser una exposición de visiones canónicas sobre el pensamiento humeano asistimos al esfuerzo por establecer un diálogo vivo con el filósofo escocés. Como señala Gerardo López Sastre: «Una de las cosas que es posible captar en muchos de los artículos es el grado en que Hume sigue siendo nuestro contemporáneo, es decir, un pensador con el que todavía debate la filosofía actual o con el que es posible comparar muchas tendencias de la misma» (Prólogo: 9). De este modo nos encontramos con un Hume que comparte ideas con Habermas, con Wittgenstein y con Gellner, pero que también se enfrenta a la crítica que se le plantea desde la teoría institucional o intenta responder a las preguntas por su teoría de la identidad personal, o sus ideas sobre el fanatismo y la superstición o su opinión sobre la teoría del contrato. Uno de los temas más importantes de la filosofía humeana es el de la fundamentación de la moral y está tratado de manera brillante en los textos dedicados a este tema. El contexto histórico-intelectual de la modernidad planteó la necesidad de fundamentar los juicios morales en algo distinto de la religión, tarea que se hizo tanto más necesaria cuanto la religión había sido hasta ese momento el único fundamento —aunque no de manera reflexiva— de la moral. Según el análisis de Javier Espinosa el intento más elaborado hasta ahora de encontrar razones, aunque débiles, para los principios morales es el de Habermas. Para este autor la moralidad es condición de la vida social y el punto de vista moral imparcial es inherente a Fecha de recepción: . Fecha de aceptación: * [email protected] . 210 María Cintia Caram la sociabilidad humana. Sin embargo, Hume, de manera más sencilla, ya esboza la misma respuesta del filósofo alemán, como afirma Espinosa: «Hume es quizás uno de los primeros pensadores de la modernidad que ve claro que no tenemos que ser morales porque seamos religiosos, sino porque tener un punto de vista moral o imparcial es condición de posibilidad de la vida social». (Espinosa: 22). Ambas teorías morales rechazan el escepticismo moral, sin caer en dogmatismos, lo que las lleva a sostener que el punto de vista moral es construido en la práctica social a partir de un punto de vista imparcial que se consigue a través del ejercicio de ponerse en el lugar de otros. Esta acción reflexiva es la que posibilita la universalización de la moralidad aunque partamos de una situación de diversidad cultural y moral. Al partir de un punto de vista práctico para fundamentar la moral —la utilidad de determinadas cualidades para la felicidad de la sociedad— Hume se enfrenta al problema de la diversidad cultural y trata de hacerlo evitando el escepticismo cuyo correlato es el relativismo absoluto del todo vale, pero también escapando al sentido común que olvida de las particularidades absolutizando los valores morales. Es por esto que según afirma López Sastre: «… el problema de Hume en el mundo de la moral es doble, por una parte ha de fundamentarla; pero en segundo lugar, ha de hacerlo de tal forma que tome en cuenta esa diversidad cultural con la que el estudio de la Historia o el contacto con otras sociedades nos familiariza.» (López Sastre: 92). La enorme actualidad de esta cuestión está fuera de toda duda y la necesidad de resolver el problema de la diversidad en la teoría moral hace a la riqueza del ensayo de López Sastre en el que se nos va mostrando cómo, paso a paso, Hume fue sorteando los problemas que le presentaban —y que aun presentan a las teorías morales— el aparente triunfo del escepticismo frente a la diversidad de los normas morales y el dogmatismo de los usos corrientes de las categorías de virtud y vicio. Carlos Mellizo también se ubica en la perspectiva de la moral y la diversidad cultural, pero esta vez desde la óptica de la teoría institucional. Según el autor esta teoría expresa la imposibilidad de un individualismo estricto ya que, para explicar los comportamientos humanos apela a las instituciones a las que los individuos pertenecen. Teniendo en cuenta la importancia que el hábito tiene en la teoría humeana para explicar las acciones humanas —desde el conocimiento hasta la conducta moral— Hume se presenta como el antecedente de la teoría institucional. Sin embargo, al intentar encontrar un fundamento universalizable de la moral: «…Hume parece estar aquí desdiciéndose de su gran máxima que entrona a la costumbre como gran directora de conducta.» (Mellizo: 142), apelando a una racionalidad, llamada constructiva en la teoría institucional, cuyo principio rector es la utilidad objetiva y universalizable. En este trabajo, Mellizo se anima a ir «humeanamente» más allá del mismo Hume. Es decir, utiliza el principio del hábito como rector de la conducta para dar una nueva visión sobre las virtudes monacales —análisis que puede ser aplicado a otras instituciones sociales— y sobre la elegancia y el lujo. Igualmente interesante es el trabajo de Carmen Ors, un juego de espejos entre el pensamiento de Ernest Gellner y David Hume, en el que vemos la mirada de uno sobre el otro; señala Ors: «Se podría afirmar que mientras Hume es un ejemplo del sueño o proyecto de una época, dos siglos después la filosofía de Gellner es una contribución al debate sobre las consecuencias de ese proyecto.» (Ors: 151) El tiempo transcurrido da a la mirada gellneriana que se proyecta sobre Hume la objetividad necesaria para entender los éxitos y limitaciones de todo un paradigma. La crítica en este caso se dirige al tipo de racionalidad científica Daímon. Revista Internacional de Filosofía, nº 52, 2011 David Hume: Diálogos con la filosofía contemporánea 211 —comparable con la racionalidad constructiva de la teoría institucional— que dificulta la comprensión de una identidad que se configura de acuerdo a patrones culturales que no siempre responden a principios utilitarios universalmente objetivos. Este tipo de racionalidad se vincula a una tradición de la que Hume es un claro representante, en palabras de Gellner, la tradición Crusoe que analiza en sus paradojas y limitaciones. Al hilo de los límites de la racionalidad ilustrada, es muy aclarador el trabajo de Vicente Sanfélix en el que analiza el contexto filosófico en el que Hume se enfrenta al problema de la identidad personal, ese «laberinto» en el que termina por perderse. El antisustancialismo humeano respecto del yo —definido como un haz de percepciones— no puede responder a la pregunta sobre qué es lo que distingue «mis» percepciones, de las de los demás; dice Sanfélix: «El problema de Hume, pues, es que no consigue dar con las relaciones entre las percepciones que sirvan para singularizar a los diferentes haces de percepciones que son, según él, las personas» (Sanfélix: 208). No podía faltar entre nuevas perspectivas sobre el pensamiento de Hume alguna referencia a su teoría del conocimiento. En este caso tenemos el trabajo de José Antonio Guerrero del Amo y su análisis del papel que juega la razón, en el proceso de inferencia que da lugar a las creencias. El autor intenta refutar las acusaciones de que el naturalismo de Hume desemboca en un irracionalismo, pues como aclara: «la naturalidad de una creencia, el que esté basada en principios naturales, es una condición necesaria para aceptarla, pero no suficiente» (Guerrero del Amo: 40). La razón tiene el papel de distinguir las creencias legítimas de las ficciones de la imaginación. La meta del programa filosófico humeano, como bien sabemos, no es sólo epistemológica; en el fondo subyace una intención de dar con la verdadera filosofía —una filosofía con características de conocimiento científico— que guíe los progresos de la humanidad. Como afirma Susana Maidana: «El análisis de los poderes y capacidades del entendimiento humano con mirada escéptica es uno de los caminos que asegura a los hombres la salida de los muros de la caverna metafísica para entrar en el seguro camino de la ciencia.» (Maidana: 116). En este ensayo la autora, además, nos muestra cómo Hume puede dialogar con Wittgenstein sobre los peligros de la metafísica que busca ir más allá de los límites del conocimiento y sobre cómo el naturalismo hace de contención al escepticismo total y completo. La visión política de Hume la encontramos en tres trabajos, aunque desde diferentes puntos de vista. En el ensayo de John Christian Laursen asistimos a un análisis filosófico y sus implicaciones políticas de los términos ‘fanatismo’ y ‘superstición’ que algunos autores ilustrados utilizaron para referirse a conductas públicas reprochables, usos comparables a los que hoy se hacen de ‘fundamentalismo’ o ‘terrorismo’. Si para Laursen Bayle y Kant paradójicamente terminan por justificar el fanatismo, su tesis acerca de Hume afirma que: «… su postura aparentemente más suave y tolerante encubre lo que realmente es un ataque más virulento y subversivo —y así incluso más fanático— a los fanáticos.» (Laursen: 66). Esto se debe, de acuerdo al autor, a una estrategia de supuesta imparcialidad que le permite a Hume descartar cualquier postura contraria a la de él mismo, ya como superstición, ya como fanatismo. José Luis Tasset intenta en su ensayo poner en justos términos lo que significó el problema religioso en el pensamiento humeano, sobre todo su influencia en la vida social y política de los hombres. La tercera visión de la política de Hume la presenta Jaime de Salas. Este trabajo da cuenta de la negación de Hume de que pudiera haber existido un Daímon. Revista Internacional de Filosofía, nº 52, 2011 212 María Cintia Caram contrato para la formación de una sociedad o un gobierno desde un punto de vista realista e historicista. Sin embargo, siguiendo el principio de Hume de las creencias como centrales para la vida social, otros tipos de contrato, como lo son las promesas y la confianza mutua, son aceptables para una teoría política, tanto en aquella época como en la nuestra. En cada capítulo del libro vemos una invitación a David Hume a explorar perspectivas nuevas acordes a las inquietudes de nuestro tiempo. Evidentemente lo valioso de un trabajo de este tipo es que apuesta por un modo de entender a la filosofía como un diálogo continuo y enriquecedor, y no ya como una acumulación de piezas de museo que deben ser estudiadas con ojos de arqueólogo. Daímon. Revista Internacional de Filosofía, nº 52, 2011