TEXTO 9: L. Kolakowski “En su totalidad la crítica de Hume no equivale sólo a una destrucción dramática de los ideales racionalistas del pensamiento de las Luces, y ello, tratando de conferir a estos ideales una forma acabada. Al arruinar la legitimidad del razonamiento inductivo – ya que ésta era la consecuencia verdadera de la crítica radical de la causalidad- Hume degradaba los valores cognoscitivos de las cualidades sensibles dadas cada vez en un acto singular de percepción. Todas las informaciones que sobrepasan este nivel elemental son, ciertamente indispensables a la vida y es imposible no tenerlas en cuenta, pero su valor consiste sólo en eso: no nos pueden decir verdaderamente cómo es el mundo y aún menos lo que es (……) De este modo, el sentido de todo saber era reducido a un sentido estrictamente pragmático, el saber demostraba comportar un número de indicaciones prácticas, útiles e indispensables en la vida, desprovistas de todo valor cognoscitivo. Debemos recordar esta consecuencia singular, ya que la historia del positivismo está llena de casos semejantes. (…………) El positivismo encontró en la herencia de Hume una interrogación a la que ya no podía escapar y que aceptó como fundamental ¿nuestro deber nos aporta certezas absolutas, y, si es cierto, cuáles son? Ninguno de los positivistas posteriores a Hume recusó, como él, la legitimidad de la inducción, pero todos tuvieron que enfrentarse, e un modo u otro con la interrogación sobre su legitimidad. Ya que los análisis lógicos, tanto como el desarrollo mismo del saber había demostrado que las informaciones sobre el mundo no pueden aspirar a los valores del saber absoluto, quedaba abierta una cuestión: el saber adquirido gracias a la experiencia, aunque no sea absolutamente cierto ¿no merece, sin embargo, ser aceptado por razones que no serían estrictamente prácticas? O, más bien, el acto por el cual reconocemos una cosa en la ciencia y en la vida corriente ¿puede ser reducido a razones enteramente prácticas, desvinculadas del conocimiento? En otras palabras ¿en qué consiste verdaderamente el saber adquirido por inducción? ¿Es un reflejo condicionado socialmente producido que nos constriñe suponiendo un cierto número de experiencias, a conferir una existencia duradera a un estado de cosas dado por que es biológicamente más favorable aceptarlo que rehusarlo o constituye un método que permite establecer de modo legítimo ciertas verdades sobre el mundo, verdades relativas en la medida en que son susceptibles de revisión, pero no en el sentido en que lo que es verdad en un instante podría no serlo en otro? Esta cuestión es decisiva para todas nuestras opiniones relativas al sentido de la ciencia, al sentido de la filosofía, al sentido de todo lo que enunciamos sobre las cosas. (……) No obstante, hace falta añadir que las consecuencias de la filosofía de Hume que pueden parecernos desesperadas, no lo eran en absoluto a los ojos de su autor. Nada más falso que representarse a Hume como un hombre aterrado por la desesperanza frente a los descubrimientos que aniquilar las esperanzas y los ideales de la ciencia. Hume tenía una tenacidad consciente y consecuente; quería en sus razonamientos volver a las raíces del saber, buscaba la verdad “hasta el fin”. No era, sin embargo, un maniático ni era obsesivamente insensible a la vida cotidiana. Era, por excelencia, el hombre de moderación,; no quería imponer sus convicciones y con el fin de evitar enfrentamientos demasiado violentos, sobrepasando su repugnancia, recurría a los compromisos, apreciaba las posturas “medianas- en la vida social y las costumbres. Siendo así que estaba seguro, teóricamente de la invalidez del saber e incluso de su incapacidad orgánica para realizar las esperanzas de los científicos, no infería de ningún modo la vanidad de las investigaciones científicas que, por el contrario, eran para él lo que más valor tenía. Odiaba los fanatismos, las luchas religiosas, las disputas metafísicas.” L. Kolakwski, La Filosofía positivista, Ed. Cátedra, Madrid, 1981, pp.55-58