Gaceta oficial gratuita • Hay Festival Xalapa 2014 • Año 4 • Número 4 • 5 de octubre de 2014 Mi «guerra» personal Sergio González Rodríguez En este texto Sergio González Rodríguez traza de manera paralela la génesis de su más reciente obra, Campo de guerra, ensayo merecedor del Premio Anagrama de Ensayo, al tiempo que pasa revista a la sospecha que ha despertado a lo largo de su trayectoria la publicación de sus distintas obras, quizá motivada en parte por la dificultad de encasillar sus libros en las fronteras rígidas de algún género específico. Sin embargo, para fortuna de sus lectores, ello no lo ha detenido en su perenne indagación y escritura sobre las fronteras e intersticios más incómodos de nuestra realidad, como la escalofriante geopolítica global que detalla con maestría en el mencionado Campo de guerra. E n la primavera de 2014 obtuve el Premio Anagrama de Ensayo con mi libro Campo de guerra. Trabajé en éste entre dos y tres años en su escritura, y antes lo traje en la mente cierto tiempo. Sigmund Freud afirma que el narcisismo de las diferencias es la obsesión por diferenciarse de aquello que resulta más familiar y común. Mi empeño narcisista por diferenciarme de la versión oficial señala el origen de mis libros. En Huesos en el desierto (2002) indagué sobre el trasfondo de los asesinatos de mujeres y la violencia misógina en la frontera de México y eua, y en El hombre sin cabeza (2009) examiné las connotaciones culturales, históricas y políticas de la agresividad de los criminales y sus decapitaciones y ritos sangrientos. Campo de guerra explica la geopolítica que ha producido una guerra contra el tráfico de drogas y otros cambios estratégicos en la sociedad mexicana, que refieren a un modelo de dominio cuyo alcance trasciende México, auspiciado por el gobierno estadounidense. Como puede comprobar quien lea Campo de guerra y atienda la información, datos, documentos y análisis que aporta, el futuro que nos espera aquí y en otras partes del mundo bajo tal modelo de dominio, está lejos de ser algo grato. ¡Gulp! Sergio González Rodríguez © Daniel Mordzinski 2 En Campo de guerra los lectores están frente a una obra que los lleva a pensar y conocer más allá del triunfalismo acostumbrado de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. Hay en mis páginas una crítica a éstas. Para mí, los libros deben ofrecer un valor agregado mayor que la simple amenidad o entretenimiento que se agota en sí mismo. El acto de conocer también puede ser sexy sin necesidad de gracejos, esnobismo o juegos ingeniosos de palabras. Además, me permití incluir varios diagramas que amplían situaciones descritas. He tenido la fortuna de que la primera edición de Campo de guerra se agotara en una semana y lo atribuyo, además del prestigio que otorga el Premio Anagrama de Ensayo, a la tarea conjunta de los editores y su equipo de comunicación que lanzaron el libro en México y en España; y, en cuanto al contenido, a que plantea temas conocidos desde un punto de vista distinto y crítico. Todo esto tiene una génesis. Comencé a escribir ensayos porque yo quería unir lo que en mi cabeza se entremezclaba entonces: rock, vitalidad, lecturas, historias y reflexiones. Mi primer libro fue recibido, excepto por comentarios generosos de algunos amigos, con más reprobación que aprecio: ¿a quién se le ocurre escribir, decían entre líneas algunos, un ensayo que habla de cantinas, bares, pulquerías, prostíbulos? Una casa de citas, dijo otro de ellos. De nada me sirvió alegar mis propósitos de estudiar la historia urbana, las conductas de las élites de creadores de cien años atrás y de las que vinieron después. Incluir en ese libro una serie de fotografías tampoco ayudó demasiado, pues adujeron que las imágenes eran nostalgia cruda. Para los lectores cultos, quedé como una versión renovada de Armando Jiménez, el creador de la Picardía mexicana. Luego se acreditarían en México los ensayos de una disciplina llamada «estudios culturales», pero ese renombre ya no me tocó. Luego publiqué una novela, que incluía un ensayo como parte del tejido narrativo. Volví a ser reprobado por mis críticos: ¿a quién se le ocurre hacer eso?, volvieron a repetir, una novela es una novela, no un ensayo, ¿no te das cuenta? Haces todo lo que no debe hacerse en una novela, afirmó otro. De nada sirvió explicar en una entrevista que escritores como Milan Kundera suelen incorporar en sus novelas extensas páginas de ensayo. Sí, pero tú no eres Kundera, ni Thomas Bernhard. Quedé mal como novelista y como ensayista. Vino un tercer libro mío, en el cual combinaba los relatos con las reflexiones, y en el que quería unir historias distantes entre sí que evocan lo sagrado, el deseo, la técnica, la urbe y su trama secreta en la que habla el pasado que toca a la puerta del futuro. A pesar del reconocimiento de ser finalista Ex aequo del Premio Anagrama de Ensayo 1992, se hizo un extraño silencio en torno de este libro, excepto por un par de reseñas amistosas, roto a su vez por un comentario afectivo de Octavio Paz, que terminó por ganarme más la enemistad de los celosos. Un crítico me dijo en privado: «pienso escribir una reseña para hacer trizas tu libro». Le acoté en broma: «te responderé entonces». El crítico aquel replicó: «Ah, ¿me estás amenazando?». «No», expresé con una sonrisa, y me di la media vuelta. Nunca publicó su texto. Cuando un jurado en México sesionó para evaluar si me daban el premio literario más importante, el jurado me descalificó así: «si ya hicieron a Sergio finalista fuera del país, mejor premiamos a otro». Cuando uno de aquellos jurados me contó eso, lo esgrimía como muestra de su honradez literaria. «Ah, pues muchas gracias», exclamé. Afuera me han premiado, adentro me soslayan, ja. Cuento lo anterior no para quejarme a posteriori, sino para consignar mi desencuentro existencial con el medio literario, que suele considerarme un ensayista más que un novelista, aunque haya publicado diversas novelas de cierto prestigio. A su vez, los periodistas gremiales me reconocen, cuando deben hacerlo forzados por las circunstancias, como un literato que incursiona de pronto en el periodismo. Una vez alguien puso a concursar en un certamen de periodismo un libro mío, pero éste fue descalificado porque se había publicado fuera de México, lo que me dejó como un extranjero de horno de microondas: con una personalidad cambiada al instante y listo para ser devorado por los demonios del desdén. Por su parte, los literatos acostumbran definirme como periodista, que de pronto escribe y firma narrativa con o sin ficción, o publica artículos de temas culturales. Una vez, un escritor me dijo: no puedo confiar en ti porque eres un periodista, y los periodistas son chismosos por naturaleza. Mis libros literarios le tenían sin cuidado, no así mi presunta proclividad al chisme. La mala fama me precede. Ya he contado cómo tiempo atrás una compañera de trabajo me acusó con sus amigas de que «le tiré la onda» una vez que estuvo de visita en mi casa. La escena nunca aconteció pero nadie me creyó, si bien la justicia poética se hizo: meses después la echaron del trabajo por mitómana y otras causas menos honorables. Así, como escritor soy un ente dual: mitad periodista, mitad literato. Estudié filosofía y letras, soy licenciado en periodismo y maestro en derecho. El periodismo tiene una urgencia de cosas actuales que debo respetar, aunque a veces acudo a las necesarias anacronías que fundamentan el criterio de la lectura y la forma de compartirla. Salté a la convivencia colectiva como músico de rock (y antes estuve en el coro de la escuela con los hermanos Maristas: no se rían, allí aprendí que la responsabilidad comienza con los gritos). En las últimas décadas, el gobierno estadounidense logró imponer en el mundo, y en particular en América Latina, un mito favorable a sus intereses: las reformas ultraliberales son, en sí y por sí, benéficas para los Estados-nación y sus habitantes. Asimismo, impuso una plataforma bélica para los países del mundo, acrecentada a partir del 11 de septiembre de 2001, que moldea las sociedades actuales en todos los continentes. Nada de esto es una invención mía: está en documentos del gobierno de eua, que fundamentan mi análisis. eua ha inventado la existencia de armas de destrucción masiva en Irak para justificar la invasión a este país, o bien, y con el pretexto de cazar terroristas, ha implantado el control y la vigilancia integral de las comunicaciones electrónicas en el mundo. Cuestionar la geopolítica estadounidense suele despertar la molestia de los defensores de la versión oficial, que se maquina y publicita como propaganda hasta el exceso. Pero sabotear las ficciones propagandísticas es una obligación del pensamiento crítico, al que busco adscribirme. Si este empeño causa agruras en algunos, lo siento. Mejor, hay que recordar a los clásicos: «Don’t shoot the messenger». • Una vez, un escritor me dijo: no puedo confiar en ti porque eres un periodista, y los periodistas son chismosos por naturaleza. Mis libros literarios le tenían sin cuidado, no así mi presunta proclividad al chisme. Hay Letras en Xalapa • Año 4 • Número 4 • 5 de octubre de 2014 Hay Letras en Xalapa es una publicación gratuita publicada durante el Hay Festival Xalapa, realizada por Editorial Sexto Piso e impresa por el Diario de Xalapa. Editores: Diana Gutiérrez, Diego Rabasa, Eduardo Rabasa, Felipe Rosete Diseño y formación: donDani Sergio González Rodríguez en conversación con Pablo de Llano [60] Domingo 5 • 13:30-14:30 • Casa del Lago (carpa) www.hayfestival.org/xalapa • Hay Festival Xalapa 2014 • Año 4 • Número 4 • 5 de octubre de 2014 Geografías del alma Óscar Guardiola Rivera Óscar Guardiola Rivera © Daniel Mordzinski E rnest Hemingway sentenció alguna vez que la totalidad de la literatura americana podría remontarse hasta la obra de Mark Twain. Pero si acaso es cierto que Huckleberry Finn pueda ser el origen de la literatura americana, más cierto aún es que la literatura moderna en su totalidad proviene de las crónicas escritas por misioneros y aventureros portugueses e hispanos durante el barroco. La geografía del alma moderna descrita en esa literatura, lo fue en español y portugués antes que en cualquier otro idioma. En dicha geografía, lo que podía ser soñado pero jamás realizado en Europa y Oriente puede ahora convertirse en realidad en las Américas. Así por ejemplo, el rabino luso-holandés Menahem ben Israel conjeturó que las diez tribus perdidas de Zion habían sido identificadas entre los habitantes amerindios, lo que invitaba a pensar que la llegada del mesías y el fin de los tiempos estaba cerca. Ben Israel dedicó su escrito —basado en la crónica de un monje dominico español que había viajado desde Honda hasta el Orinoco— a la comunidad judía de Pernambuco. Esperaba unírseles con prontitud. De manera similar, el rival literario de Cervantes, Lope de Vega, solía expresar su deseo de abandonar la península para asentarse en Panamá. De hecho, el aparente fracaso de Don Quijote al final de la seminal novela de Cervantes puede interpretarse en tal sentido: como la cifra del sueño de alcanzar la redención en el trópico. La Mancha habría sido en tal sentido el lugar en el cual el sueño americano tuvo lugar por primera vez. Es por ello que cualquier consideración de la actual luso-hispanización de Norteamérica debe comenzar en el barroco; el siglo que inventó La Mancha al tiempo que leía la esperanza de Israel y la cristiandad en los signos del final de la historia. A fin de cuentas, los misioneros y colonizadores del diecisiete fueron guiados por una imagen de El Dorado que era también un proyecto mesiánico. Otro tanto podría decirse de la América del Norte contemporánea. Así, los rebeldes fundamentalistas del Tea Party, pero también la candidata evangelista a la presidencia del Brasil, Marina Silva, tienen más que ver entre sí y con sus antecesores del siglo del barroco de lo que podría creerse en principio. Ambos encarnan no sólo y no tanto el espíritu de las revoluciones en las Américas, sino más bien el de la conquista y la colonización. Es importante notar que la imagen del mundo inaugurada por Cervantes, Lope de Vega, y los monjes, monjas y rabinos de los siglos dieciséis y diecisiete mediante un uso original del español, el portugués y la tradición sefardí, tiene un motivo singular: el combate entre quienes pretenden fijar la voluntad divina (creativa) en un texto escrito hace tres o cuatro mil años, y quienes prefieren leerla en la contingencia de la historia y los hechos de los pueblos —elegidos o no—. De allí que los protagonistas principales y originarios de la literatura moderna entre las Américas y Europa sean de dos tipos. De una parte, el teólogo o conquistador y aventurero convencido de que su empresa ha sido predestinada y por lo tanto resulta necesaria y justificada, sin importar el mal que cause, como si se tratase de un destino revelado o manifiesto. Más aún, cabe argumentar que el aventurero-emprendedor, 3 convencido de su misión, es el villano de la nueva imagen del mundo inaugurada en la literatura del barroco. Quizá sea cierto que la escritura barroca moderna ha estado marcada desde el comienzo por la rebelión teológica y científica en contra de la iglesia tradicional, como por un espanto, pero su preocupación principal ha sido siempre, antes bien, la locura que implica buscar la redención profetizada en el buen libro en medio del mal radical, el oro y la sangre. ¿Y qué hay de la otra parte? ¿Si no se trata del aventurero-emprendedor, quién es entonces el protagonista más universal de la imagen del mundo inaugurada en el espacio literario abierto por los escritores lusohispanos del barroco entre las Américas y Europa? Mientras fumábamos y tomábamos café para ahuyentar el frío en el teatro Coronet de Londres hace unos meses, mi buen amigo Ramón Chao me contó que estaba escribiendo una novela. Ramón es él mismo un personaje de cuento. En los setenta, trabajó como corresponsal de Radio France International en América Latina. Durante esos años se hizo amigo de algunos de los más importantes representantes de lo que después se conocería en la industria literaria como el «boom» latinoamericano. Fue uno de los defensores más acérrimos de la escritura latinoamericana en Europa, contribuyendo al establecimiento del premio Juan Rulfo en 1984. Juan Carlos Onetti le pidió que escribiera su epitafio, antes de morir en 1994. En aquellos días adquirió también la costumbre de hacerse un tatuaje cada vez que uno de sus amigos publicaba un libro. Hoy, Ramón tiene tatuada en su cuerpo la historia verdadera de la literatura latinoamericana del tardío siglo veinte. Detrás de nosotros, sobre el escenario, la banda liderada por su hijo, el reconocido músico Manu Chao, daba cauce a la prueba de sonido. «¿De qué se trata?», le pregunté. «¿La novela? Pues es la historia de Juan de Betanzos, a quien se conocía como ‘La Lengua’ de Francisco Pizarro», respondió. Durante los siglos dieciséis y diecisiete, a quienes eran capaces de navegar entre las lenguas de los amerindios y los europeos recién llega- 4 dos se les llamaba «lengua». La referencia era tanto al órgano corporal como a la capacidad de comunicar. Al parecer también está presente una connotación erótica. La idea del hablar y escribir como una secuencia de cuerpo, erotismo e inscripción me parece fascinante. Usualmente eran mujeres amerindias y amerindios de «naturaleza doble», homo- o pluri-sexuales, o europeos que se habían pasado del lado de los nativos, quienes fungían como lenguas. Malinche en México, la India Catalina en el Caribe, Pocahontas en el norte. La adición de Juan de Betanzos a esa lista introduce un giro sugerente a esa historia. Pude imaginar a Ramón escribiendo una historia de amor entre Juan de Betanzos y Francisco Pizarro, a la Brokeback Mountain, pero en tiempos de la conquista. Quizás sea también más fiel a la realidad. Al moverse entre su lengua nativa y la de sus invitados foráneos, personajes como Malinche y Betanzos terminaron siendo vistos como si fuesen tan extraños a su propia cultura como a la de los europeos. El nombre que le damos hoy a ese espacio, liminal por excelencia, es «la frontera». En los siglos dieciséis y diecisiete esa línea fronteriza cruzaba el alma. En manos de juristas, misioneros, teólogos, y demás cronistas de las Américas, esa manera de existir, de ser el otro respecto de todo otro, fue interpretada como el problema central de una geografía del alma: la «inconstancia» del alma en la zona tórrida. Aunque dotados de razón suficiente como para adquirir la lengua europea, y con ella sus «fierros normativos» teológicos y metafísicos, a decir de García Márquez, se concibió a los habitantes indígenas de las Américas como carentes de la voluntad necesaria para sostener creencias morales fijas y contener de tal manera sus desmedidos apetitos. Después del siglo dieciséis, sendas comisiones compuestas por juristas, encuestadores y teológos fueron enviadas a las Américas con el fin de establecer si los nativos de la tierra caliente poseían alma, y, de tenerla, cuán fuerte era su espíritu. Para ello se sirvieron de los protocolos inquisitoriales, encuestas e interrogatorios. Al mismo tiempo, los amerindios ponían en práctica sus propias recetas experimentales. Ahogando a sus prisioneros blancos, a veces en agua fría y otras en agua caliente, observaban el decaimiento de los cadáveres con el fin de establecer si los europeos tenían cuerpo; que tuviesen alma no era un punto a discusión. A fin de cuentas, para un tupinambá del Amazonas, lo mismo que para un taíno de America Central y del Caribe, el jaguar, los ancestros, y hasta el mar y los bosques poseen alma. Mientras que los primeros practicaban lo que llamamos hoy las ciencias sociales, eran los segundos quienes se atenían al protocolo experimental de las ciencias naturales. Los primeros produjeron sendos testimonios teológico-morales acerca de la otredad cultural y diversa de los segundos —desde la Historia Verdadera de Hans Staden a las crónicas de Antonio Vieira o Bernal Díaz y los Ensayos de Montaigne cuya traducción por Florio informó la obra de Shakespeare—. Desde aquellas primeras narrativas morales sobre canibalismo y sexualidad exuberante, especialmente entre las mujeres, hasta las imágenes de zombies llegados del otro lado de la civilización para consumir «nuestros» trabajos e impuestos, la geografía del alma creada en el barroco ha sobrevivido hasta nuestros días. «No estoy seguro de poder escribir la novela que tenía en mente», me dijo Ramón la última vez que nos vimos. «No se trata de la redención de Juan de Betanzos en el trópico, como yo creía. Al final ha resultado que estoy escribiendo también acerca de los cruces de mi hijo entre Europa y las Américas. Él también es una lengua». Sin duda. ¿Pero acaso no lo somos todos? • Rithy Panh en conversación con Óscar Guardiola Rivera [59] Domingo 5 • 13:30-14:30 • Teatro del Estado (Sala E. Carballido) Óscar Guardiola Rivera en conversación con Diego Fonseca [67] Domingo 5 • 19:00-20:00 • Teatro del Estado (Sala D. Guillaumin) Hernández Salman Rushdie Alberto Montt www.hayfestival.org/xalapa • Hay Festival Xalapa 2014 • Año 4 • Número 4 • 5 de octubre de 2014 Hugo Hiriart Autorretrato H e resuelto volver a trazar este autorretrato, ya dibujado hace años, con dos propósitos: ponerlo al día enmendando algunas pinceladas, y situarlo al alcance de la indiferencia de las nuevas generaciones. He aquí la lacónica acuarela. Me gustan los trenes y los hoteles breves, ver desarrollarse el paisaje en los viajes por tierra y el arroz con chícharos en las fondas mexicanas. Y el limpio y recién nacido olor del pasto recién cortado, y las grietas del pavimento que yo también evitaba de niño al caminar y el ejemplo de Kant del vuelo de la paloma y los popotes de papel. Y el solo de flauta al comienzo del Teniente Kijé de Prokofiev, que me trae memoria de alegría infantil, y las puertas ocultas en libreros o chimeneas. Me gustan la Diet-Coke, el queso de Cotija, el vuelo de helicóptero del colibrí y los dibujos de las demostraciones geométricas. Y los tonos de verde en las translúcidas hojas de plátano heridas por el sol y la Vida del doctor Johnson que a lo largo de la suya propia fue redactando el entusiasta Boswell, y el rechinido de la madera de las carabelas en el silencio de la noche, sobre todo en las películas de piratas. Me gusta sentir en la punta de los dedos la textura de los cuadros y ya he tenido problemas por eso en galerías y museos. Y las obras de teatro donde aparecen submarinos y la capacidad de exagerar que exhibe la cultura china. Y el sabor de la alcachofa y la trabajosa manera de engullir las hojas y su forma, que recuerda al pangolín, y decir que algo parece alcachofa. Y estimar que en una caja de zapatos se guardan hasta ciento cincuenta metros cuadrados de seda fina. Y me gustan las escenas con lluvia en los grabados en madera de Hokusai e Hiroshigi y el modesto color de las bolsas de pan y el lugar donde se tocan la mandíbula, el cuello y el lóbulo de la oreja, sobre todo en las mujeres. Y me gustan los anteojos que ven a través de las paredes y las manzanas que todo lo curan y que, una vez mordidas, se regeneran y vuelven a ser como antes eran, y los caballos blancos que vuelan y los ríos que hablan y cuentan historias y las islas vivientes, siempre peligrosas, y los genios encerrados en botellas. Me gustaría que hubiera llantas de colores, sin nada de ese municipal y espeso negro humo de las actuales, y osos enanos y que un iceberg flotara inexplicablemente en una alberca olímpica con trampolín de diez metros y que una de las dramáticas y esforzadas figuras de un cuadro de Tintoretto saltara de la tela al suelo cantando un aria de ópera. Me gustan los trompos y los giróscopos y los acueductos y las cucharas de madera, y me gusta pasear por malecones al atardecer, bajar las escaleras y la novela El misterio del cuarto amarillo. Y también me gusta la timidez de los adolescentes, los trapecistas de circo, las ilustraciones donde aparecen pájaros dodo y las peleas de box que gana el que va perdiendo. Y me gusta inventar silogismos, todos los gordos tienen clorofila, y la rosa de los vientos y los imanes y los diccionarios con entradas como: «Andabatas, gladiadores que en la antigua Roma peleaban con los ojos cerrados, celdas sin visera, juego de muchachos casi como el que ahora usan llamado de la gallina ciega». Me gustan las cestas, los quitasoles japoneses, los cántaros con agua fresca y la reticencia apasionada de Fauré, las torres con relojes redondos Hugo Hiriart y los ojillos maliciosos de Charles Laughton, el gran bodoque gesticulante, mi actor predilecto, junto a Louis Jouvet. Me gustan las jaulas pajareras, el color amarillo huevo, la trenza que usaban los chinos, los pericos, que un horrendo pistolero le diga a otro gángster antes de sacar su pistola: Hola muñeco, en un cuento de Chandler. Y la frase del severo y genial Mondrian «las curvas son demasiado emocionales» y los faros en las playas donde no hay nadie y los majestuosos ceniceros de pie, los clips de colores, las tijeras, la pimienta de grano grueso, el acero inoxidable. Me gustan las cartas de baraja, sobre todo las antiguas y me gusta una metáfora donde se use la palabra «escolopendra» y que se aviente arroz en las bodas y cómo se sacuden el agua los perros mojados e imaginar cómo podría ser la Tierra si no fuera redonda. Me gusta tomar complejo B y los caballos de carreras de patas finas y el timbre del violoncello y Arturo de Córdova en papel de loco y la manera de caminar de las palomas, moviendo la cabeza hacia delante y hacia atrás. Me gusta la palabra «pingüino», tanto como el contoneante trozo de realidad que nombra. • Hugo Hiriart en conversación con Luigi Amara [66] Domingo 5 • 18:0019:00 Casa del Lago (carpa) 5 6 Entrevista con Diego Rabasa Luiz Ruffato ¿Quisiera preguntarte por tu relación con la literatura? Anteriormente has dicho que tú la ves como una fuente de trabajo y que la interpretación romántica que la refiere como un ejercicio burgués asociado con la inspiración o el virtuosísimo no te gusta. Yo soy de origen proletario. Mi madre era lavandera y mi padre vendía palomitas. Siempre estuve inscrito en una realidad social particularmente difícil en términos de acceso a la lectura. Yo comencé a trabajar a los seis años de edad. Después fui obrero textil, mecánico, vendedor de libros, tuve oficios muy diversos. La escritura la vivo como un oficio muy próximo a los otros trabajos que tuve. En Brasil era muy difícil pensar que un escritor pretendiera vivir con lo que ganaba por escribir. Se veía como algo que se hacía por virtuosismo y que le daba una aura muy especial al hombre o la mujer que la ejercía. Para mí nunca fue algo especial porque así como la sociedad tiene necesidad de ingenieros, médicos, trabajadores diversos, tiene necesidad también de escritores. A pesar de que tu obra tiene una dimensión política fuerte y clara, la forma parece ser especialmente importante para ti. La prosa está cargada de un lirismo muy hermoso y tiene un ritmo fascinante. ¿Qué hay detrás de esta preocupación por la forma? Siempre me incomodó muchísimo que los pocos escritores que se dedicaron o dedican a describir la vida de las clases bajas en Brasil lo hacen con un lenguaje pobre y retratan una psicología pobre de las personas. Como si los pobres fueran personas distintas al resto de los seres humanos. Así que desde el comienzo me propuse escribir una obra que tuviera como centro de la narración a los pobres pero retratándolos como personas comunes. Personas que no son buenas ni malas, con un lenguaje que intenta aproximar el lenguaje a la expresión muy rica de las clases bajas. Siempre ha sido muy importante no tener una relación paternalista con este universo proletario. Mi obra es de carácter colectivo pero en la que hay un énfasis muy importante en las historias individuales. Un poco en broma yo digo que así como existen las novelas de realismo socialista, yo escribo novelas de realismo capitalista. ¿Por qué te parece más poderoso el retrato que puedes hacer de este mundo desde la ficción que desde el periodismo (tu antiguo oficio)? Siempre me pareció que el periodismo tiene una vigencia temporal. Juega un papel importantísimo pero está limitado a un momento particular. No sólo en términos del tema en turno sino del lenguaje. El periodismo utiliza un lenguaje de denuncia. Y la literatura tiene ese poder de hablar sobre un momento específico, en un lugar y una lengua específicas y te permite hacerlo con un lector de otra lengua que está en otro tiempo y en otro espacio. El periodismo casi nunca tiene ese poder. En un momento de mi carrera como periodista yo me di cuenta de que no estaba satisfecho. Así que migré para la literatura. Aún tengo una columna en El País pero me parece que la literatura tiene una trascendencia especial. Luiz Ruffato © Daniel Mordzinski ¿Cuál fue la dificultad principal con la que te enfrentaste cuando hiciste el tránsito de periodista a novelista? ¿Cómo encontraste este tono, cómo hallaste esta dimensión polifónica que ahora tienes tan clara? Empecé como reportero pero estuve muy poco tiempo ejerciendo ese trabajo porque soy muy tímido y me costaba mucho trabajo hablar con la gente. Con el paso del tiempo fui metiéndome más en el trabajo de la redacción, era mejor para mí psicológicamente (risas). El periodismo en Brasil, a diferencia del mexicano, está muy anclado en los formatos norteamericanos. Tiene estándares muy claros y fijos. Hay un espacio muy pequeño en el que hay que decir todo. Y se tienen que conseguir fórmulas muy precisas para la redacción de los textos. Y comencé a darme cuenta de que como escritor lo que más me interesaba era lo que quedaba fuera de dichos textos, eso se comenzó a convertir en material literario para mí. Siempre fui un lector de poesía. Tengo una pasión muy grande por la poesía. Estoy convencido de que la poesía puede fungir como un mediador muy interesante para que el lector pueda leer realidades pesadas, violentas y fuertes y penetrar al centro de la historia que se está contando. Para quitar esta distancia que se podría establecer al pensar «Esto ocurre lejos de mí y yo estoy aquí donde no hay problemas». La mediación de la poesía pone al lector dentro del texto participando activamente. Por ejemplo, cuando estás viendo una película muy violenta no es inusual que tiendas a desensibilizarte como recurso defensivo. La poesía hace lo contrario, sensibiliza al lector para que éste pueda tener una relación de empatía con lo que se está diciendo. Y esto le imprime una fuerza mucho mayor a un texto. • www.hayfestival.org/xalapa • Hay Festival Xalapa 2014 • Año 4 • Número 4 • 5 de octubre de 2014 Un navío un amor José Luis Rivas L La luz —a todo esto, dichosa— rayaba el mundo con trazo fulgurante de vencejos y nubes Y muchachas con bulla se sucedían: olas de fondo tremolante faldas de vivos colores y blusas estampadas por el playón de diáfana delicia repartida entre los altos médanos donde se oficia el canto que precede las grandes lumbraradas de nocturnas fogatas Contra un fondo de almendros y aullantes pinos parejas emboscándose con rumbo a su amoroso encuentro de humedades (y luego la ternura que apacigua las cráteras donde escanciado el fuego reverbera) Y en el tope del médano en cuclillas atisbar el gran témpano obscuro que cruza silencioso por la arena de las playas como el cubo de un niño gigantesco olvidado en la tarde cuando todo se encoge y se concentra Y la voz sibilante de los montículos sopla al amor: «Hágase el pasmo, floración de este día…» De la mano sentados con los ojos en rapto unánime: Las muchachas sandalias en la mano de puntillas por entre resbalosos peñascos de escollera los pies tantean en principio antes del salto irreprimible de roca en roca los vestidos al vuelo con ráfagas que esparcen un aroma de espliegos las prendas interiores pegadas a los cuerpos transpirando salobres los muslos por delante asomando la espuma de la rizada blonda los pechos estallantes Despareja marea de grupas y caderas el roción de las olas arrojando su irisada atarraya por donde todos descendíamos en escala Risas de fulgurantes dentaduras el sol picando el dilatado bochorno y el aullante pinar de la avenida costera ante la Isla de Lobos La cabaña de otates entre los médanos y la muchacha que aporta en la ribera su proa de encaje y la gaviota tijereteando las espiras de su propio descenso hasta rasar la arena Las palmeras rizándose de brisa como los zumbadores de un papalote que cosquillea nubes cierta tarde sumida al fondo del ancón Los horizontes que tiran de su pecho bajo el escote El deseo sus íntimas marismas La pardela que parte en remolino un navío un amor Y la ráfaga que ondula las pestañas —correo de papel de china que asciende poco a poco por el hilo de vibrante pandorga— multicolor fondo escotado de las islas seda licra jersey en hiladillo sobre piel que aspira a bocanadas inmensidad y regreso uego de que en su última visita a nuestro país el poeta y novelista Forrest Gander hiciera gala de unos movimientos en la pista de baile que dejaron boquiabiertas a todas las damas que tuvieron la fortuna de presenciarlos, el amigo Forrest ha prometido que en esta edición del Hay Festival finalmente desvelará un nuevo paso que él mismo ha denominado «The Forrestwalk» que, asegura, sepultará de una vez y por todas al legendario «Moonwalk» de Michael Jackson. Después de asegurarse por todos los medios legales que ni YouTube ni Google puedan ofrecer un adelanto de este esperado suceso, Forrest tan sólo compartió con la redacción de este suplemento que el paso en cuestión ha sido estudiado por los más renombrados científicos de la Universidad de Brown, pues, afirma, las contorsiones y ritmos que lo componen desafían todas las leyes anatómicas y de la física que hasta el momento pretendíamos conocer. Fuentes anónimas que ya han apreciado «The Forrestwalk» afirman que es tal su atractivo que en cuanto su autor lo revele se producirán de inmediato flashmobs por todo el mundo, intentando sin éxito imitar este baile febril para el que la humanidad no se encuentra preparada. C omo ya lo había adelantado este suplemento, uno de los sucesos más esperados de esta edición del Hay Festival sería el comportamiento de las incontenibles Chicas Hay. Lo que nadie se esperaba fue que una de ellas, de origen regiomontano pero texana por convicción, ha decidido llevar a la práctica el lema de su estado adoptivo, «Don’t Mess with Texas», y se pasea por el hotel sede con dos potentes agujas ocultas en el bolsillo, para picar en el acto a cualquier invitado que decida ponerse extravagante o difícil con las organizadoras, cuestión que evidentemente jamás sucede en el festival, pero aún así la susodicha regiotexana se ha dado gusto encajando sus agujas ante peticiones tan simples como solicitar un vaso con agua, o preguntar a qué hora hay que estar en el lobby del hotel para acudir a algún evento. Sin embargo, para sorpresa de esta Chica Hay, invitados como Óscar Guardiola Rivera, Mariana H, Alberto Montt, Yael Weiss, Luigi Amara y Nubia Macías le encontraron gusto a los agujazos, por lo que se pasan el día entero provocándola con todo tipo de ocurrencias, tan sólo para recibir en sus extremidades la punzada de lo que Amara denominó «el dulce beso del aguijón de acero». 7 hayfestival.org/xalapa @hayfestival_esp #hayXalapa14 Hay Festival Xalapa Compra de boletos: Actividades del domingo 5 de octubre Kirén Miret en conversación con Magali Velasco Daniel Espartaco en conversación con Mariana H [HF8] 10:00-11:00 • Galería de Arte Contemporáneo (patio) [57] 12:30-13:30 • Teatro del Estado (Sala D. Guillaumin) Marçal Aquino en conversación con Élmer Mendoza Juan Carlos Reyna en conversación con Edgar Onofre Fernández Literatura y migración Rithy Panh en conversación con Óscar Guardiola Rivera [54] 11:30-12:30 • Teatro del Estado (Sala E. Carballido) [58] 12:30-13:30 • Casa del Lago (sala) Elvira Navarro y Jorge Alberto Gudiño con César Silva Márquez [62] 17:00-18:00 • Teatro del Estado (Sala D. Guillaumin) Con el apoyo de Acción Cultural Española Marçal Aquino y Ray Loriga en conversación con Fernanda Solórzano [63] 17:00-18:00 • Casa del Lago (sala) Víctor Andresco, Margo Glantz, Myriam Moscona y Luigi Amara en conversación con Roberto Frías [59] 13:30-14:30 • Teatro del Estado (Sala E. Carballido) Con el apoyo del Festival Internacional de Cine y Foro de Derechos Humanos de México Revistas, celebridad, sátira y literatura Hari Kunzru y Adam Thirlwell en conversación con Thomas Bunstead Sergio González Rodríguez en conversación con Pablo de Llano [64] 17:00-18:00 • Ágora de la Ciudad Con el apoyo de la Embajada de Colombia Francisco Hinojosa Ana García Bergua y Luis Arturo Ramos en conversación con Jorge F. Hernández [55] 11:30-12:30 • Casa del Lago (carpa) Con el apoyo de British Council [56] 11:30-12:30 • Ágora de la Ciudad [HF9] 12:00-13:00 • Galería de Arte Contemporáneo (patio) [60] 13:30-14:30 • Casa del Lago (carpa) [61] 13:30-14:30 • Ágora de la Ciudad Felipe Restrepo Pombo, Mario Jursich y Joumana Haddad en conversación con Malcolm Otero Barral «Cher Jean Renoir. Je vous écris…» Concierto de piano y lectura sobre Antoine de Saint-Exupéry [65] 18:00 Teatro del Estado (Sala E. Carballido) Hugo Hiriart en conversación con Luigi Amara La foto del día Daniel Mordzinski © Daniel Mordzinski Llegando al kilómetro 48, el poeta de Xerez Juan Bonilla ha decidido vaciar los bolsillos y tumbarse boca arriba en Xalapa. Tocando la tierra y mirando al cielo de México, el novelista Juan Bonilla, que desnudó las nubes de la utopía, ha echado cuentas y ha decidido hablar. El periodista Juan Bonilla se ha sumado a la XXX y le ha enseñado al mundo las tripas de Juan Bonilla, el hombre. Escuchando sus versos hasta el propio Einstein habría renombrado su Teoría: de la honestidad. Deslumbrante, implacable modo el de Juan Bonilla de cumplir años y arrasar los añicos del pasado. Agrupémonos todos. Víctor Andresco [66] 18:00-19:00 Casa del Lago (carpa) Óscar Guardiola Rivera en conversación con Diego Fonseca [67] 19:00-20:00 • Teatro del Estado (Sala D. Guillaumin) Lejanía, de Pablo Tamez Sierra [68] 19:00-20:10 Ágora de la Ciudad Con el apoyo de Ambulante Concha Buika [69] 21:00-23:00 Teatro del Estado (Sala E. Carballido) Traducción simultanea Evento gratuito Versión original subtitulada Literatura Arte Música Ciencia Cine