La Sabiduría a través de los hijos Cristóbal Gutiérrez La crianza de los hijos requiere de una vida en pareja donde las energías se concentren en aquello que la fortalece y la hace digna, y no se pierdan los ánimos con discusiones sobre teorías o verdades propias. Requiere, además, de una mirada que permita ver lo que no se ve, de distinguir lo adecuado, de comprender que la voluntad es importante pero secundaria a lo involuntario, que es necesario aprender a esperar, a contenerse, a arriesgarse, a confiar en algo más grande y lanzarse a las siempre sorprendentes e inesperadas corrientes de la vida. De todo esto, (pero, claro, sólo en pequeños aperitivos) trata este artículo. Cualquier persona, sea cual sea su cultura, edad o creencia, desea mejorar y para ello se mete en mil y un vericuetos, se hace preguntas “innecesarias”, inventa artilugios que pueden darle muchos problemas o satisfacciones, etc., etc. Así el ser humano ha ideado mil y un métodos y estudios: la filosofía, la meditación, las diferentes religiones, etc., para conocerse a sí mismo, para desarrollarse y crecer como persona. La vida en pareja y la crianza de los hijos, inexplicablemente, no entran dentro de esta categoría de realización personal, es como si por su naturaleza consideráramos que no pueden llegar a la profundidad y serenidad que se conseguiría con una práctica meditativa. Tengo la impresión, sin embargo, que con una mirada más amplia nos descubre todo lo opuesto: la pareja y los hijos es la vía que la vida nos brinda para crecer, morir y renacer, adquirir paciencia, dejar nuestro ego en segundo lugar, entregarnos a algo que no termina en nosotros, saber observar y percibir, etc. etc. En definitiva creo que es el camino natural para adquirir sabiduría. No una sabiduría sólo para elegidos, sino este saber que dignifica y profundiza la mirada mediante lo cotidiano. Lo que sigue, pues, son unas letras para valorar estas labores tan cotidianas e importantes. He aquí lo mejor de todo Del mismo modo que la luz contiene oscuridad también cualquier problema contiene la solución. Para encontrarla es necesario mirar la realidad de otro modo y ver así lo que el problema no nos deja ver pero que existe. A esta mirada amplia la llamo matriz, pues es generadora de “soluciones” para cualquier problema, y no exagero al decirlo, pero antes de continuar por aquí, veamos lo mejor de todo según Haruchika Noguchi: Aun con los mejores tratamientos y la máxima técnica, uno muere. ¿Qué pasaría si no los aplicáramos? Ya se sabe que, tomados en exceso, los mejores alimentos dañan el vientre. De no habernos acostumbrado a elegir el mejor y máximo tratamiento, hubiéramos descubierto, quizás, lo mejor de todo. Se llama “lo adecuado”. Quien se ha interesado por cuidar su salud o la de sus hijos, por conocerse a sí mismo, etc., busca, estudia y quizás acumula mil y una teorías y conocimientos, pero también lo más normal es que ante tal maraña de verdades al final se encuentre perdido y a la vez lleno de indicaciones y recetas sobre lo que tiene o no tiene que hacer. Todas las recetas, de hecho, son verdad, el problema reside en que la vida siempre está en movimiento y lo que ayer fue una solución puede que hoy no sirva, pues aunque el diagnóstico sea el mismo, el momento es diferente y la persona que lo vive, también. Aquí habría que especificar que “lo mejor de todo” es decir “lo adecuado” no siempre es lo que anhelamos, queda pues así relegado a un segundo término nuestras expectativas y anhelos, para la vida nuestros deseos no siempre son los que han de cumplirse. Sin embargo sí es cierto que al seguir “lo adecuado” junto con el dolor y la frustración que acompaña no ver cumplidos nuestros deseos, también sentimos fortaleza y tranquilidad. Aquí llegamos pues a un punto interesante: descubrir lo mejor de todo requiere varias condiciones, una de ellas es apertura. En relación a ésta me viene una hermosa imagen que me dijo hace ya 22 años, Gia Fu Feng un maestro taoísta que conocí en las montañas de Colorado y que al parecer la pronunció Krishnamurti, las recuerdo en inglés que traduciré lo mejor posible: You have to be open. Open like a lonely tree in an empty field. Tienes que estar abierto. Abierto como un árbol solitario en un campo vacío. Lo normal es que cuando creemos fervientemente en algo, estemos un poco ciegos, y acabemos, con toda la buena intención del mundo, pretendiendo encerrar la vida dentro de esta creencia, así por ejemplo si nos interesa el zen, o el Seitai, o tal o cual psicoterapia, religión, maestro, etc., solemos ver el mundo a través de esas “gafas”, pero en estas condiciones lo más probable es que la solución pase delante de nosotros y no la veamos. ¿Cuántos padres y madres o educadores hemos sermoneado a los niños con “verdades” sobre la alimentación, por ejemplo, que, al estar empaquetadas, acaban constriñendo el arco iris de la vida en un solo color, estrechando así la sensibilidad del niño, que termina con la cabeza llena de ideas pero alejado de su verdadera sensibilidad, aquella que, de hecho, le ha cuidado hasta salir al mundo. Así, el niño o niña, confundido entra tanta certeza enlatada, ya no sabe si realmente tiene hambre, de qué, y cuánto desea comer. Igualmente pierde la sensibilidad para percibir que la vida siempre se está moviendo, pero esto Nasrudín lo cuenta mejor que yo, veamos. En cierta ocasión un Rey le preguntó a Nasrudín qué edad tenía. Nasrudín contestó que 40 años. Ante esta respuesta el Rey le reprochó que hacía bastantes años había dicho lo mismo, a lo cual Nasrudín contestó que él era consecuente y siempre mantenía su palabra. Ahora bien de la apertura que estoy hablando no ha de deducirse que falta de criterio, todo lo contrario, significa que es necesario abrirse y exponerse y a la vida para que nos muestre lo mejor de todo “lo adecuado”, y esto quiere decir que es necesario estar alerta a no buscar la solución más cómoda, la que previamente deseo, a la que me cuesta menos o más esfuerzo, la que dice tal experto o maestro, etc. Llegado a este punto podemos nombrar otra condición esencial para descubrir lo adecuado: la humildad. Humildad quiere decir que aceptamos que la vida es más grande que nosotros. Así, no es necesario recibir mil y una frustraciones para comprender que no siempre la mejor solución pasa por lo que nosotros esperamos o nos gustaría. De este modo al aceptar la solución que aparece reconocemos que nuestro anhelo no siempre ha de ser tenido en cuenta y que, en muchas ocasiones, hemos de dejarlo de lado por un deseo más profundo y real. Noguchi nos invita a ello con esta reflexión: No es que vivamos. Se nos deja vivir. Y quien cree en esa vida se mueve como el soplo del viento y vive como el fluir del agua. Sosegado, no aguarda, cavilando y temeroso, lo que le depara el porvenir. Que la vida nos ha engendrado y no nosotros a ella, es tan evidente, que resulta extraño que lo olvidemos con tanta frecuencia. La humildad pues, de la que hablo, no es ninguna concesión, es simplemente reconocer lo evidente y situarnos en el lugar que nos corresponde y por tanto que nos fortalece. Con un ejemplo cotidiano, Hellinger, nos invita a dar un paso más en la dirección de cultivar la percepción de “lo adecuado”. Un niño va al jardín, se maravilla de todo lo que crece, y escucha a un pájaro en los arbustos. En ese momento llega la madre diciendo: ¡Qué bonito! Ahora el niño, en vez de maravillarse y ser todo oídos, tiene que escuchar palabras, y la relación con aquello que es se sustituye por opiniones. La percepción inmediata queda perturbada por los comentarios. Las consecuencias son fatales. La regla es bien simple: Si a uno se le ocurre algo, se mira a la persona y se examina: ¿Es un regalo si se lo digo? ¿Fortalece y nutre o estorba? Conforme a esto puedo actuar. Es decir, no hay ninguna regla fija, sino que cada uno tiene que actuar de manera responsable y de acuerdo a su percepción. ¿Cómo sé si mi intervención fortalece o debilita? ¿A qué he de prestar atención? ¿Cómo incrementar mi capacidad de percepción? Se abre pues aquí otra puerta interesante, dónde, como veis, la rutina, lo mortecino, tiene boca cancha para jugar, más bien es nuestra alma de explorador la que se ve invitada a saborear la vida que nos habita. Nuevamente Noguchi y Hellinger nos sugieren donde prestar atención. En una autopsia jamás se ha encontrado la vida. H. Noguchi El alma es aquello invisible que mantiene cohesionado nuestros órganos. Bert Hellinger Noguchi y Hellinger, hablan de una Vida y un Alma que están vivas, es decir, que sus acciones o movimientos no son aleatorios sino que, conocedora de los verdaderos deseos del ser al que “animan” siempre se dirigen en pos de una solución que permita cumplir con su existencia. De este modo nos descubren que el cuerpo vive no porque tiene órganos, sistema nervioso, vasos sanguíneos o cerebro, sino porque existe algo anterior que ha creado ese cuerpo. De hecho un cadáver tiene lo mismo que un ser vivo, sin embargo hay algo que ha dejado de “animarle”. Así aparece otro dato importante: se trata de percibir, observar, ver, lo que no se ve. Como esto de ver lo que no se ve parece contradictorio, Noguchi nos aporta un dato más: se trata de percibir la forma de lo que no tiene forma. Es decir el alma o vitalidad que nos sostiene (lo que no tiene forma) se hace visible mediante los movimientos involuntarios de nuestro cuerpo: pequeños gestos, contracciones o relajamiento, brillo y calidad de la mirada, etc., etc., que al exponernos a ellos con una actitud abierta y humilde, sin prejuzgar lo que ha de ser, nos muestran qué es “lo adecuado” en ese momento. Bien, hasta aquí unas semillas para cultivar. Desde luego quedan matices y otras observaciones por explorar, pero ya tenemos lo necesario para conseguir frutos. Permitidme, sin embargo, que termine hablando de un ingrediente importantísimo, sin el cual todas estas semillas podrían marchitarse, Hellinger llama a este ingrediente: Valentía. Valentía, dice, para adentrarse en la penumbra y aprender a ver en ella. Parece que la vida muestra sus claves sólo para quien no teme a la sombra pues allí reside la solución, lo cual es comprensible pues si todo fuera luminoso, no existirían, claro está, esto que llamamos problemas. Recuerdo ahora una historia de Nasrudin que viene como anillo al dedo. Se encontraba Nasrudin en plena noche buscando afanosamente algo bajo una farola encendida. En esto un amigo que pasaba por allí se le acercó y le preguntó: - ¿Qué haces Nasrudin? ¿Puedo ayudarte? - Se me ha perdido la llave de mi casa y estoy buscándola. - ¿Y dónde se te ha perdido? - Allí, más allá, dijo Nasrudin señalando un lugar oscuro y alejado de donde estaba. - Entonces ¿por qué la buscas aquí? - Porque aquí hay más luz En fin, por hoy ya hemos llegado a puerto, termino pues estas letras, quedan, como siempre, muchas otras cosas por decir: la plasmación de todo esto en la observación y el cuidado de la enfermedad, el cultivar la capacidad de respuesta involuntaria de nuestro organismo, la influencia del estado familiar en nuestra salud y la de nuestros hijos, etc. En fin quizás haya otra ocasión para seguir indagando. Gracias por vuestro tiempo.