El Búho Revista Electrónica de la Asociación Andaluza de Filosofía. D. L: CA-834/97. - ISSN 1138-3569. Publicado en www.elbuho.aafi.es H. Arendt, Sobre la revolución, (trad. P. Bravo, Alianza Editorial, Madrid, 2004 (1963, 1965), capítulos 4 y 5, págs. 188-295.) José Joaquín Jiménez Sánchez Capitulo 4. Fundación (I): Constitutio libertatis Capítulo 5. Fundación (II): Novus ordo saeclorum “La fuerza con que el pueblo americano se adhirió a su Constitución [...]”. H. Arendt, Sobre la revolución, 2004 (1963, 1965), p. 272. “En todos los gobiernos debe existir algo fundamental. Algo semejante a la Carta Magna, que debe permanecer firme e inalterable”. O. Cromwell, Letters and Speeches cit. en F. A. Hayek, Los fundamentos de la libertad, 1991 (1959), p. 208 n. 55. “[L]as normas de la Constitución que regulan el procedimiento especial para la reforma de la Constitución, son al mismo tiempo normas que establecen una autoridad constituyente distinta de la legislativa. [...] Éstas, a su vez, no pueden establecer las condiciones para su propia reforma”. A. Ross, Sobre el derecho y la justicia, 1997 (1958), pp. 111112. 1. La fundación de la libertad 1.1. Fundación del poder -La palabra constitución significa tanto el acto constituyente-sentido positivo, como fundación del poder-, como la ley constituida –sentido negativo, como limitación del poder-. -Según Th. Paine, “una constitución no es el acto de un gobierno, sino de un pueblo que constituye un gobierno” (p. 194), un pueblo que funda un nuevo gobierno, por lo que tal acto no puede basarse en lo que “siempre había sido esencialmente una negación al poder, es decir, las declaraciones de derechos” (p. 198). En la revolución francesa no ocurrió así, pues en ella la declaración de derechos constituyó no la limitación, sino la fundación del gobierno. “La versión americana proclama, en realidad, la necesidad de gobiernos civilizados para toda la humanidad; la versión francesa, por el contrario, proclama la existencia de derechos con independencia y al margen del cuerpo político y llega a identificar estos pretendidos derechos, es decir, los derechos del hombre qua hombre, con los derechos de los ciudadanos” (p. 200). 1.2. Poder como capacidad El Búho Revista Electrónica de la Asociación Andaluza de Filosofía. D. L: CA-834/97. - ISSN 1138-3569. Publicado en www.elbuho.aafi.es -En América se ocuparon de la constitución del poder para lo que se apoyaron en la obra de Montesquieu, cuyo tema central era “‘la constitución de la libertad política’”(p. 201). Según Arendt, Montesquieu afirmó que “poder y libertad se implicaban mutuamente, que, conceptualmente, la libertad política no reside en la voluntad sino en el poder y que, por consiguiente, la esfera política debe construirse y constituirse de tal modo que poder y libertad se combinen” (p. 202. La libertad política consiste en “poder hacer lo que se debe querer” XI,3, poder ya no es poder, esto es, voluntad, sino capacidad). 1.3. Fundación de la libertad -En la medida en que la Constitución americana no estuvo presidida por la desconfianza ante el poder, su fin no consistió en “limitar el poder, sino crear más poder, a fin de establecer y constituir debidamente un centro de poder completamente nuevo [...] La Constitución americana vino posteriormente a consolidar el poder de la Revolución, y puesto que el propósito de la revolución era la libertad, la tarea consistió en lo que Bracton ha llamado Constitutio Libertatis, la fundación de la libertad” (pp. 208-209). 2. La autoridad, el poder y el derecho 2.1. El absoluto de la autoridad divina -La “encarnación de un absoluto divino en la tierra estuvo representada, en primer lugar, por los vicarios de Cristo, por el Papa y los obispos, a quienes sucedieron reyes que pretendían gobernar en virtud de un derecho divino, hasta que, en su día, la monarquía absoluta fue reemplazada por la soberanía no menos absoluta de la nación” (p. 268). “‘La nación calzó los zapatos del príncipe’, aunque ‘no antes que el propio príncipe hubiese calzado los zapatos pontificios del Papa y de los obispos’”(p. 210). 2.2. La crisis de la autoridad secularizada en el absolutismo -El absolutismo europeo, consecuencia del proceso de secularización, consistió en “la existencia de un soberano absoluto cuya voluntad es fuente, a la vez, del poder y del derecho [...y con él] parecía haber[se] encontrado, dentro de la propia esfera política, un sustitutivo totalmente satisfactorio para la perdida sanción religiosa de la autoridad secular en la persona del rey o, más bien, en la institución de la realeza. Pero esta solución que pronto iba a ser desenmascarada por las revoluciones como una pseudo-solución, solamente sirvió para ocultar durante algunos siglos el defecto fundamental de todos los cuerpos políticos modernos, su profunda inestabilidad, resultado de una falta elemental de autoridad”(p. 216). La falta de fundamento religioso del poder político no pudo sustituirse sólo por una soberanía absoluta, pues de lo que se trataba en el fondo era de constituir una nueva autoridad: “es como si el absolutismo hubiera tratado de resolver este problema de la autoridad sin recurrir al instrumento revolucionario de una nueva fundación; en otras palabras, resolvió el problema dentro del cuadro de referencias existente en el cual la legitimidad del gobierno, en general, y de la autoridad del Derecho y del poder seculares, en particular, siempre habían sido justificadas refiriéndolas a una fuente absoluta que no era de este mundo” (p. 217). El Búho Revista Electrónica de la Asociación Andaluza de Filosofía. D. L: CA-834/97. - ISSN 1138-3569. Publicado en www.elbuho.aafi.es 2.3. La nueva fundación revolucionaria: la voluntad de la nación -Por su parte, “las revoluciones, en cuanto perseguían el establecimiento de una autoridad nueva, sin contar para ello con la ayuda de la costumbre, el precedente o la aureola que confiere el tiempo inmemorial, tuvieron necesariamente que enfrentarse al viejo problema, no del Derecho y del poder per se, sino de la fuente del Derecho que confiriera legalidad a las leyes positivas vigentes y al del origen del poder que diera legitimidad a los poderes existentes” (p. 217). -Tras el absolutismo, las revoluciones trataron de hallar “un principio absoluto de donde derivar autoridad para su Derecho y poder”(p. 218). El hallazgo de ese principio absoluto exigía romper con dos círculos viciosos inherentes a la actividad legislativa del hombre y a todo nuevo origen: “El primero de ellos, la necesidad en que se hallan todas las leyes humanas positivas de una fuente externa que les confiera legalidad y trascienda, como ‘norma superior’ al propio acto legislativo es, desde luego normal y constituyó ya un elemento importante en la configuración de la monarquía absoluta. [En relación con el segundo hay que decir que la] posición asumida por Sieyès respecto a la nación, esto es, ‘que sería ridículo suponer que la nación está limitada por las formalidades o por la constitución a las que la propia nación ha sometido a sus mandatarios’, es igualmente aplicable al príncipe absoluto, el cual, como la nación de Sieyès, tenía que ‘ser el origen de toda legalidad’, el ‘fontanar de la justicia’, por lo que no podía estar sometido a ninguna ley positiva [...Ese poder absoluto se transformó en un poder despótico al desligarse] de un poder superior al suyo [...lo que era consecuencia ineludible del apartamiento del monarca absoluto respecto de la] ley divina o natural a la que había estado sometida hasta la Edad Moderna” (p. 219). -Sieyès solucionó ambos círculos viciosos al establecer la diferencia entre el poder constituyente y poder constituido, y al suponer al “pouvoir constituant, es decir, a la nación, en un perpetuo ‘estado de naturaleza’” (p. 220): “al problema de la legitimidad del nuevo poder, el pouvoir constitué, cuya autoridad no podía estar garantizada por la Asamblea Constituyente, el pouvoir constituant, debido a que el poder de la Asamblea no era constitucional ni podía serlo nunca, ya que era anterior a la propia Constitución; y también al problema de la legalidad de las leyes nuevas que requerían una ‘fuente y dueño supremo’, la ‘norma superior’ de donde derivar su validez. Poder y Derecho dependían de la nación o, más exactamente, de la voluntad de la nación, la cual estaba situada más allá y por encima de todos los gobiernos y todas las leyes” (pp. 220-221). -Ahora bien, la voluntad de una multitud “es cambiante por definición”, por lo que “cualquier estructura que tenga como fundamento dicha multitud está construida sobre arena movediza” (p. 221). 2.4. Origen y principio de la república americana -En el caso americano, esa multitud estaba ya organizada y su poder “se ejercía de acuerdo con las leyes y era limitado por ellas” (p. 226). La solución que Sieyès ofreció a los problemas de la fundación, “el establecimiento de un Derecho nuevo y la fundación de un nuevo cuerpo político, no había dado lugar, ni podía darlo, al establecimiento de una república en el sentido de ‘un imperio de leyes y no El Búho Revista Electrónica de la Asociación Andaluza de Filosofía. D. L: CA-834/97. - ISSN 1138-3569. Publicado en www.elbuho.aafi.es de hombres’ sino que había sustituido a la monarquía, o gobierno de uno, por la democracia, o gobierno de la mayoría” (p. 222). Sin embargo, en la forma republicana de gobierno se gobierna “dentro del esquema y de acuerdo con las regulaciones de una constitución”, a la que se atribuye un carácter secular y objetivo con la intención de impedir que “los procedimientos de las decisiones mayoritarias degenerase en el ‘despotismo electivo’ del gobierno de la mayoría” (p. 223). -En la revolución americana “la acción había conducido a la formación de poder y [...] el poder se conservó gracias a los entonces recién descubiertos instrumentos de las promesas y el pacto” (p. 240). La dificultad más importante con la que se encontraron consistió en que “una vez que la fuente de la autoridad había sido cortada del cuerpo colonial en el Nuevo Mundo [con anterioridad “aceptaron el postulado británico de que los gobiernos coloniales derivaban de las cartas y comisiones británicas”, p. 244], resultó ser el establecimiento y fundación de la autoridad, no del poder” (p. 245). -Locke había afirmado que “’lo que da origen y constituye realmente una sociedad política no es otra cosa que el consentimiento de cierto número de hombres libres que detentan la mayoría para unirse e incorporarse en tal sociedad’, llamando a este acto ‘el origen de todo gobierno legítimo en el mundo’” (p. 231). Es decir, la “fuente y el origen del poder político legítimo reside en el pueblo” (p. 246). Pero esta idea se entendió de manera diferente en Francia y en América. -En la revolución francesa, cuando decían que “todo el poder reside en el pueblo, entendían por poder una fuerza ‘natural’ cuya fuente y origen estaban situadas fuera de la esfera política, una fuerza que había sido liberada en toda su violencia por la revolución y que había barrido [...] todas las instituciones del Ancien Régime [...una fuerza que fue] el resultado de la violencia acumulada de una multitud que se movía al margen de toda obligación y de toda organización política [...aunque tal violencia] nunca daría nacimiento al poder [...pues esa] violencia en su estado prepolítico [era estéril]. Los hombres de la Revolución francesa [...] abrieron la esfera política a esta fuerza natural y prepolítica de la multitud y fueron barridos por ella” (p. 249). -En la revolución americana se liberaron los cuerpos constituidos del período colonial, pues se entendió “por poder el polo opuesto a la violencia natural prepolítica [...puesto que sus hombres entendían que] el poder surgía cuándo y dónde los hombres actuaban de común acuerdo y se coaligaban mediante promesas, pactos y compromisos mutuos” (p. 250), de manera que el poder de un pueblo “que se había coaligado por promesas mutuas y había vivido en cuerpos constituidos mediante el pacto era suficiente para ‘llevar a cabo una revolución’ (sin desatar la violencia infinita de las multitudes), también es cierto que no bastaba para establecer una ‘unión perpetua’, es decir, para fundar una nueva autoridad” (p. 250). “Sin duda, las leyes debían su existencia real al poder del pueblo y a sus representantes en las legislaturas; pero estos hombres no podían representar al mismo tiempo la fuente suprema de la que debían derivarse estas leyes a fin de imponerse y ser válidas para todos, las mayorías y las minorías, las generaciones presentes y las futuras. De ahí que la auténtica tarea de dictar un nuevo Derecho al país, que incorporase ante las generaciones futuras la ‘norma superior’ que confiere validez a todas las leyes hechas por el hombre, llevó a primer plano, en América no menos que en Francia, la necesidad de un absoluto; la sola razón por la cual tal El Búho Revista Electrónica de la Asociación Andaluza de Filosofía. D. L: CA-834/97. - ISSN 1138-3569. Publicado en www.elbuho.aafi.es necesidad no condujo a los hombres de la Revolución americana a cometer los mismos absurdos en que incurrieron los hombres de la Revolución francesa [...] consistió en que los primeros distinguieron [...] entre el origen del poder, que brota desde abajo, del ‘arraigo espontáneo’ del pueblo, y la fuente de la ley, cuyo puesto está ‘arriba’, en alguna región más elevada y trascendente” (p. 251, la necesidad del absoluto la entronca con la ley, con la fuente de la ley, pero no con el origen del poder, que arraiga en la espontaneidad). -En la revolución francesa, la deificación del pueblo fue la consecuencia de “derivar, a la vez, ley y poder de la misma fuente” (p. 251). En la monarquía absoluta el poder secular se modela a imagen del poder divino, cuya voluntad es la ley. Lo mismo sucede con la voluntad general de Rousseau, una “voluntad divina cuyo solo querer basta para producir la ley” (p. 251). El problema se encuentra, según Rousseau, en “‘hallar una forma de gobierno que coloque a la ley por encima de los hombres’” (p. 252), lo que se parece a lo que planteaba Sieyès: “los que se reúnen para constituir un nuevo gobierno actúan inconstitucionalmente, es decir, carecen de autoridad para hacer lo que se han propuesto” (p. 253). Según Robespierre se necesitaba “que alguna Autoridad absoluta pudiese obrar como el manantial de la justicia del que derivasen su legitimidad las leyes del nuevo cuerpo político” (p. 254). “Como el príncipe absoluto, la nación, en términos de Derecho público, no podía errar, porque era el nuevo vicario de Dios en la tierra” (p. 263) -En la revolución americana se invocó, también, la necesidad de un principio divino, la necesidad de un absoluto. Este problema, el de la necesidad de “un absoluto que confiera validez a las leyes positivas humanas fue en parte una herencia del absolutismo, que lo había heredado, a su vez, de aquellos siglos en que no existía ninguna esfera secular en Occidente que no se fundase en último término en la sanción de una Iglesia y en los que, por consiguiente, las leyes seculares fueron concebidas como la expresión mundana de una ley ordenada por Dios [...] en los siglos XVII y XVIII, el Derecho natural ocupó el lugar de la divinidad” (pp. 260-261). En definitiva, era inevitable que perviviera el problema del absoluto, “que era inherente al concepto tradicional de la ley. Si la esencia del Derecho secular era el mandato [Kelsen], se requería, a fin de conferirle validez, una entidad divina, no la naturaleza, sino el Dios de la naturaleza, no la razón, sino una razón inspirada por Dios” (p. 269). El Preámbulo de la Declaración de Independencia “contiene, además del llamamiento al ‘Dios de la naturaleza’, otra frase que se refiere a una fuente trascendente de autoridad para las leyes de un nuevo cuerpo político [...] ‘Afirmamos que estas verdades son evidentes por sí mismas’ [...lo que quiere decir que debido] a que son evidentes por sí mismas, tales verdades son prerracionales –informan a la razón, pero no son producidas por ella” (pp. 264-265). -Ahora bien, en América los colonizadores rompieron con la tradición del estado nacional europeo y produjeron un nuevo origen: los nuevos cuerpos políticos, asentados sobre las promesas mutuas, que ellos habían constituido, La autoridad y estabilidad de un cuerpo político la derivaban de su origen, del acto de fundación elevado sobre las promesas mutuas, es decir, que “la autoridad [se encuentra] implícita en el acto de fundación [...que] es, sin duda, totalmente diferente del absoluto que los hombres de las revoluciones trataban, de modo tan desesperado, de introducir como fuente de validez de sus leyes y como manantial de legitimidad del nuevo gobierno” (p. 273). La autoridad de la república procede del acto de fundación, por lo que resulta “inútil la búsqueda de un absoluto con que El Búho Revista Electrónica de la Asociación Andaluza de Filosofía. D. L: CA-834/97. - ISSN 1138-3569. Publicado en www.elbuho.aafi.es romper el círculo vicioso en el que queda atrapado inevitablemente todo origen, debido a que este ‘absoluto’ reside en el propio acto de dar origen a algo” (p. 280, ¡si Schmitt levantara la cabeza!). Por eso admite que pertenece “a la naturaleza de todo origen llevar aparejada una dosis de total arbitrariedad [...pues] el origen carece [...]de toda base de sustentación [...es decir] el problema del origen se resuelve mediante la introducción de un iniciador cuyos propios comienzos no se ponen en cuestión” (p. 283). El acto del origen (argé) es arbitrario a no ser que conlleve “consigo su propio principio, o, para ser más precisos, que origen y principio [...] no sólo son términos relacionados, sino que son coetáneos. El absoluto del que va a derivar su validez el origen y que debe salvarlo [...] de su inherente arbitrariedad es el principio” (p. 293), “el principio combinado de la promesa mutua y la deliberación en común” (p. 295, ... volvería a bajarla). -La “autoridad [auctoritas, augere] de la Constitución americana reside en su capacidad originaria para ser enmendada y aumentada” (p. 278, Ross). 3. El gobierno constitucional: un gobierno limitado -Hay que distinguir lo que es una rebelión, y la liberación que supone, de lo que es una revolución, que implica la constitución de la libertad. Las revoluciones francesa y americana no fueron simples rebeliones frente a la tiranía, sino auténticas revoluciones que trataron de establecer la libertad: revolución y constitución, la constitución como expresión del espíritu revolucionario. -Ahora bien, hay que recordar que la herencia de la revolución francesa fue la monarquía absoluta, un poder por encima de las leyes, y la de la revolución americana una monarquía limitada, un poder ligado a las leyes. Esto condujo a consecuencias muy diferentes. “[C]uanto más absoluto sea el gobierno más absoluta será la revolución que le reemplaza” (p. 211). Esta es la razón por la que Sieyès puso a la “soberanía de la nación en el lugar dejado vacante por el rey soberano” (p. 211), es decir, “por encima del derecho”, “un poder desligado de las leyes”, pues “la voluntad de la nación tenía que ser [...] el derecho mismo” (p. 211). En la revolución francesa se puso “al pueblo en el lugar del rey” y, en consecuencia, se vio en el pueblo “no sólo, según la antigua teoría romana y los principios de la Revolución americana, la fuente y el asiento de todo poder, sino también el origen de todas las leyes” (p. 212). Es decir, “el poder y el Derecho tenían su origen en la misma fuente” (p.224). Justamente lo contrario era lo que sostenían los revolucionarios americanos, para quienes lo fundamental consistía en instituir un gobierno limitado. De ahí que “nunca se sintieron tentados de hacer derivar derecho y poder de un origen común. Para ellos, el asiento del poder se encontraba en el pueblo, pero la fuente del Derecho iba a ser la Constitución, un documento escrito, una entidad objetiva y duradera que, sin duda, podía concebirse de mil modos distintos e interpretarse de formas muy diversas y que podía cambiarse y reformarse de acuerdo con las circunstancias, pero que, sin embargo, nunca fue concebida como un estado de ánimo, como la voluntad. Ha seguido siendo una entidad tangible y secular de mayor durabilidad que las elecciones o las encuestas de la opinión pública. Incluso, cuando [...] se fundamentó la supremacía de la Constitución ‘exclusivamente sobre el argumento de su enraizamiento en la voluntad popular’, se tuvo conciencia de que, una vez que se producía la decisión, continuaba vinculando al cuerpo político al que daba nacimiento” (p. 213). El Búho Revista Electrónica de la Asociación Andaluza de Filosofía. D. L: CA-834/97. - ISSN 1138-3569. Publicado en www.elbuho.aafi.es -Así se estableció un gobierno constitucional como un “gobierno limitado por el Derecho y la salvaguardia de las libertades civiles mediante garantías constitucionales” (pp. 190-191). Los derechos individuales como libertades civiles de carácter negativo son límites de la acción del gobierno. Esas libertades, incluso el derecho de participación –el derecho al voto-, “no pretenden una participación en el gobierno, sino una salvaguardia contra éste “ (pp. 191-192. No puede olvidarse que para Arendt, la libertad “consiste en la participación en los asuntos públicos o en la admisión en la esfera pública”, p. 41). Se equilibra el poder del gobierno mediante el reconocimiento de los derechos y libertades de los ciudadanos. --La fuerza “es atributo y propiedad de cada hombre en su aislamiento frente a todos los demás hombres, el poder sólo aparece allí donde los hombres se reúnen con el propósito de realizar algo en común [...] Por tanto, los vínculos y las promesas, la reunión y el pacto son los medios por los cuales el poder se conserva” (p. 239). Es decir, “el poder es el único atributo humano que se da en el espacio secular interhumano gracias al cual los hombres se ponen en relación mutua, se combinan en el acto de fundación en virtud de la prestación y cumplimiento de las promesas, las cuales, en la esfera de la política, quizá constituyen la facultad humana superior” (p.240). La idea que preside ese gobierno limitado es la de la desconfianza frente al poder, pues el “hombre es por propia naturaleza ‘indigno de que se le confíe un poder ilimitado’” (pp. 196-197, vid. Hume, Hayek y Rosanvallon). 4. Los límites del poder: frenos y contrafrenos -Montesquieu defendió la separación de poderes, pues sólo “‘el poder contrarresta al poder’” (p. 203, XI,4) y Arendt añade que “el poder, contrariamente a lo que podríamos pensar, no puede ser contrarrestado, al menos de modo efectivo, mediante leyes, ya que el llamado poder que detenta el gobernante en el gobierno constitucional, limitado y legítimo, no es, en realidad, poder, sino violencia, es la fuerza multiplicada del único que ha monopolizado el poder de la mayoría. Las leyes, por otra parte, se ven en peligro constante de ser abolidas por el poder de la mayoría, y debe notarse que, en un conflicto entre la ley y el poder, raras veces la victoria es para la ley. Aun suponiendo que la ley es capaz de contrarrestar al poder –y sobre esta presunción deben descansar todas las formas de gobierno verdaderamente democráticas, si no quieren degenerar en la peor y más arbitraria de las tiranías, las limitaciones impuestas por la ley al poder sólo pueden traer como resultado una disminución de su potencia. La única forma de detener al poder y mantenerlo, no obstante, intacto es mediante el poder, de tal forma que el principio de la separación de poderes no sólo proporciona una garantía contra la monopolización del poder por una parte del gobierno, sino que realmente implanta, en el seno del gobierno, una especie de mecanismo que genera constantemente nuevo poder, sin que, no obstante, sea capaz de expandirse y crecer desmesuradamente en detrimento de los restantes centros o fuentes de poder” (pp. 204-205). El Búho Revista Electrónica de la Asociación Andaluza de Filosofía. D. L: CA-834/97. - ISSN 1138-3569. Publicado en www.elbuho.aafi.es -La autoridad del poder judicial: Hamilton defendió que “‘la majestad de la autoridad nacional debe manifestarse a través de los tribunales de justicia’” (p. 274). La razón se encuentra en que el poder judicial no se asienta en la fuerza sino en la razón, por lo que el Tribunal Supremo constituye “la verdadera sede de la autoridad en la República americana” (p. 275. Ya en el siglo XVIII, Lord Camden sostuvo que “los jueces deben ceñirse a las reglas generales y no a los objetivos particulares de gobierno, o, en otras palabras, que no se puede invocar razones políticas ante los tribunales de justicia”, Hayek, Los fundamentos de la libertad, trad. J. V. Torrente, Unión Editorial, Madrid, 1991 (1959), p.213 ).