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NÚM. 87
Tus pupilas que aletean
como en la magia de un ritmo
bajo tus blondas pestañas
de tornasol fugitivo,
semejan dos mariposas
cuyas alas de zafiro
refulgen sobre una hoguera
que vibra en grácil corimbo;
dos picaflores que rizan
las blondas de un abanico;
dos miosotis que tluctúan
sobre un iris de rocío;
dos astros que, en la diadema
de su esplendor apolíneo,
por su elíptica de sueños
van buscando el infinito.
PEDRO J. NAÓN
Bueno» Aires.
Orla de R. COSTA.
302
•o
303
ARQUEOLOGÍA HUMANA
Ó, SI SE QUIERE, TIPOS Y TIPAZOS.
(Articulo
;
de modas y hasta de modos).
E
STO está perdido. Esto es el gusto estético personal, como quien dice, la forma con que se exterioriza uno
á sí mismo, ó sea el molde en que se embute, ó el sello caracterisco, ó el aire, ó el aspecto, ó como
ustedes gusten, que uno adquiere para sí; algo como marca de fábrica para diferenciarse de todos los demás,
en cuanto respecta á la parte esterna de su individualidad.
Pudiera ser que no me hubieran ustedes comprendido. Pero también podría ocurrir que yo no me entendiera. Conque vaya lo uno por lo otro.
Comencemos por la parte superior de los individuos,
Ya nadie sabe á punto fijo cual ha de ser su indumentaria capilar — y valga la frasecita. — Que es como si
dijéramos que nadie acierta cómo llevar la cabeza, porque se hace difícil elegir modelo entre los muchos y
variadísimos que se le ofrecen por ahí, encantadores algunos de ellos.
i. Vegetal espinoso prehistórico. (Cierto diputado al abandonar el lecho). — 2. Ídolo etrusco. (Don
Melquíades, el prestamista). — 3. El Etna después de eruptar. (Joven escritor de mucho tupé). — 4. Casco
frigio. (Uno que se perece por el arte de los cuernos). — 5. Mefistófeles. (Como este hay muchos). — 6. Bola
de la Edad de piedra. (Y como este...) — 7. Gorro griego, (Para dormir).
Algunas señoras y señoritas, después de consultarlo concienzudamente con el espejo de tres caras, han
adaptado para su estructura de cuello arriba combinaciones extrañas y exóticas en relación con su rostro y
cuero cabelludo y han estado acertadas al modelarse. ¡Qué lindas variaciones! Muchas suelen llevar la cabeza á
pájaros, ó con pájaros, otras á las finas yerbas, otraa con cintas, otras... jcon demonios! Porque cualquiera
da con la clave de aquellas cabecitas...
He aquí algunas de ellas (los modelos que más éxito van alcanzando).
1. Nido de águilas imperiales. — 2. Bosque primitivo. — 3 locado bizantino — 4. Griega de Tórrelodones. — 5. Casco de galo (para cabeza de gala). — 6. Salida de sol. (Imitación de una pintura goda). — 7.
Llamador de puerta pompeyana, (alcarreña acicalada). — 8. Parte de uno de los jardines de Babilonia (Peinado andaluz).
En lo que respecta á los sombreros masculinos hay una
confusión que espanta. Mirando tal variedad de dibujos y
formas pudiera estudiarse un curso completo de Historia. Se
ven de cartón, de paja, de fieltro, de felpa, de seda; imitaciones
de animales rasísimos; altos, bajos; chicos, grandes; duros,
blandos; circulares, cónicos, monumentales, piramidales.
Lo mismo en cuanto al
calzado.
¿Qué artista pictórico
modernista-decadentista se
tiene por tal si no usa sombrero de bollo, y lo arruga
i su capricho, cubriendo á
placer las melenas, y no
fuma en pipa, y no afecta la
forma de algún antecesor?
Calzado de patricio
(Sistema Kneipp).
Pintor holandés antiguo,
del día.
En Barcelona, cuna del modernismo español, hemos tenido ocasión de aplaudir recientemente gabaneisayas y gabanes con escamas y cuanto la fantasfa lograra idear en cuanto afecta á revoques, desde el cuello i
las nalgas ó á ¡os tobillos.
¡Oh, cuánto puede aquí la arqueología humana, y á qué grado de esplendor ha llegado!
A muchos no los conocerla ni la madre que los parió.
Otros no se conocen á sf mismos.
Porque ¿quién duda que si se conocieran destrozarían los moldes en que se han metido?
Hay que caracterizarse. Este es el lema del modernismo imperante.
Asi es que á veces, en cualquier ¿poca del año, parece que estamos en Carnaval, pues vemos desfilar ante
nosotros los seres más extravagantes que en el mundo han sido; personajes de todas las ¿pocas, desde la más
remota antigüedad hasta la fecha; hombres que han contrahecho su físico de manera tal que hay quienes no
lo parecen, pues se semejan á cosas raras. Hay caballeros triangulares, circulares, cuadrilaterales; bigotes que
parodian frutas, y otros, langostinos; pechos ocultos entre plastrones; levitas que ocultan individuos; macltferlands para estudios geométricos, etc., etc.
i. Traje militar galo. (Gabancito de moda), — 2. Caballero egipcio de la presente edad. — 3. La campana
de Toledo ó (Reverso de niño gótico). — 4. Ídolo de la isla de Pascua. (Caballero en traje de baño).
No hay que asustarse. Nuestra forma humana está llamada á desiparecer, como la forma poética. Gomenzó
la reforma por la parte interior, ya que muchas personas usan el estómago artificial, y se sigue por la parte
de fuera.
Al piso que vamos, de manera tal nos contraheremos por gusto, que modistos, sastres y modistas habrán
de crear periódicos no sólo de modas sino de modos, para damas y galanes, en los que estudiemos la manera
de parecer lo que queramos. Y habrá quien pretenda semejar á un habitante de otro planeta, ó, verbi gratia,
á Nabucodonosor, y quien se convierta en co!, ó en mariposa ó en guardacantón, ó en cualquier objeto de
nuestros mayores y aún de nuestros menores.
La cosa es no ser lo que debiéramos ni como debiéramos.
Ya hemos comenzado y principio quieren las cosas. Ya hay personas que no lo semejan y hombres con
corsé y señoras con bigote. Conque todo se andará.
JULIO VÍCTOR TOMEY
Medalla romana de Bruto.
(Uno de los del toreo).
Anverso.
Reverso.
305
DIVORCIADOS
Q
UK demonio!—exclamó Marcos
tirando lejos de sí la pluma y
haciendo trizas las tres cuartillas que
acababa de emborronar;—no escribo
más. Parrafitos cursis y empalagosos
como confitura de feria, abortos de
mi cerebro estúpido, ¡lejosl ¡lejos!
no está el horno para bollos... ¿Me
habré caído sin notarlo en el limbo de los
necios?... ¡Quiál es sólo que estoy preocupado
(mentira me parece) nada mencs que con el
recuerdo de mi mujer. Esta mañana me fijé casualmente en ella y la vi tan ojerosa que me
inspiró lástima, y además, confieso que cierta
inquietud que ha venido á avivar (sospecho)
el mal apagado rescoldo de la llama en que
un tiempo me encendí. Amor voraz que arremolinó mis pasiones, como tormenta de verano, sobre el cielo de mi luna de miel. Fue un
idilio eléctrico en el que todo mi erotismo, á
fuerza de usarse se agotó, dejando en su lugar
el hastío que preceder suele A la calma; calma
y
abismadora en la que acabé por mirar á mi
mujercita con la más glacial indiferencia. Pero
mi temperamento linfático tiene también sus
más y sus menos de arrechuchos y confieso
que éstos me empujan hoy á hablar de nuevo
á mi Elisa con amor. Las dos veces que con
ella me reuní á la mesa, lo he intentado, y en
verdad que su rigidez de estatua me ha dejado frío... No seamos vanos y convengamos
en que no le faltan sus briznas de razón en
estar enojada conmigo y en mantener su dignidad á raya. ¿Quién fue el que primero demostró cansancio? yo.
¿Quién el que del dormitorio conyugal se emancipó, so pretexto
de cierta cómoda higiene? yo. ¿Quién el que resucitando en un periquete
su ya muerta vida de célibe, se arrogó á priori todas las amplias exigencias que á ésta acompañan? yo también. ?Y qué excusa me di á mí mismo para obrar de tan injusto modo? Vamos á ver: alúmbrame memoria...
Ah, sí: mi mujer acabó por hacérseme empalagosa; sus caricias eran siempre las mismas, carecían de vida, de color verdadero: contestaba á mis
fogosas protestas con una emoción preñada de lágrimas, exenta de entusiasmo, monótona... y siempre
igual, como si se hubiese aprendido de memoria la lección »
«Hay más; todas las tardes solíamos reunimos en esta misma sala, nuestro Estudio. Ella, junto a su caballete, pintaba; yo, sobre mi mesa escribía . El día aquel (el de nuestro choque), acababa de dar Eloísa los
últimos toques á un cuadro hermosísimo: figuraba la caída de uDa tarde: el sol reverberaba de soslayo con
destellos taii pródigos como fugaces sobre una senda solitaria, por la que caminaban en actitud meditabunda
á la par que amorosa dos figuras enlazadas... Pero la creación más sublime de ese cuadro era, á mi sentir, una
marisma trazada con perfección suma, en cuya bruñida superficie se reflejaba un lucero sugestionandoá los dos
amantes. En cuanto á rai trabajo de aquella tarde, fue inspirado en el propio cuadro de mi mujer. Escribí un
poema modernista describiendo á joven recién casada que, emancipándose de la férula marital, se fugaba con el
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hombre querido... En medio del camino, acertando á fijarse los prófugos en fangosa marisma de límpida superficie, en la que se miraba, como astro de la conciencia, el lucero de la tarde, se sentían de súbito acosados
por tardíos remordimientos. Mis versos, como inspirados en la artística obra de Eloísa, rebosaban vida, calor,
fluidez extrema: me había favorecido el estro. Regocijado, quise leérselos á mi mujer antes de mandarlos á cualquier revista de por ahí: me escuchó primero con asombro, luego con fuerte rubor .. Al notar s>i creciente
turbación lancé una carcajida y corrí á abrazarla besándola con aturdimiento en los ojos. Mas... ¿Qué espesa
sombra creí descubrir en ellos que me envolvió el alma? ¿Cómo fue que me acordé de aquel hombre, amal- gama de pintor y de poeta, que me había precedido en su corazón yá quien yo sólo por referencias conocía?...
No lo sé: es lo cierto que nos quedamos los dos sombríos, que á la tarde siguiente ella no apareció en el Estudio y que en aquella misma tarde le propuse amigablemente y so pretexto del calor que comenzaba á insinuarse (estábamos á 5 de Junio), mi separación del tálamo. Digna, aceptó ella mi proposición, contestándome
en el mismo tono amistoso en que yo le hablaba. Y hace próximamente un año que así vivimos: un año durante el que mi mujer, al revés que yo, se ha consagrado á la vida más austera, á una reclusión poco menos
que conventual.»
«—¿Qué es de Eloísa?—me preguntaban á porrillo nuestras amistades.»
;
«En casa, como los caracoles, les respondía yo .»
.,
,
«.Lástima! jTan jovenl ¡Tan bonital»
«En verdad que les sobra la razón, mi mujer es un tesoro escondido... que yo abandono... [Qué carambal
voy á reparar mis yerros: voy á su cuarto: es tan buena que me recibirá, estoy seguro, con los brazos
abiertos.»
«Tuyo, tuyo siempre, mi Eloisa, como Abelardo lo fue de la suya, le diré.»
«Y cesará para siempre nuestro divorcio, y nuestra feliciiad sin límites se reclinará confiada en el seno de
la Naturaleza, fecundada por Abril, sonriente por ese joven mes rebosante de luz, saturado del recuerdo ameroso de Venus y Adonis, pletórico de energías...»
Y embriagado casi por tan l'iustos pensamientos, encaminóse Marcos con resolución á las habitaciones de
su esposa.
Entre indeciso y turbado, se aventuró á verla, antes de entrar, por el agujero de la cerradura. Sentada
con negligencia en un elegante mueble estilo Luis VI, hallábase en tal instante Eloisa, embebida en la
contemplación de un retrato.
— [Cespita!—rezongó Marcos,—la imagen de un hombre melenudo, j Ah, ya! el de marras ¡su ex novio! Sin
haberle visto nunca le conozco. El neurótico aquel que murióse atiborrado de morfina. Y aún desde la tumba
osa robármela y con ella la paz y... ¡Vaya un muertol...
Y salió mi hombre de estampía tropezando con todo y dando al salir tan fuerte portazo que el edificio retumbó lóbregamente, y un aullido de ñera acorralada recorrió las escaleras obligando á los asustados vecinos
á asomarse á los patios interiores...
JUSEFA COD1NA UMBERT
: '
Ilustraciones de PAULO B ú a .
307
CALÍGULEZ
S
E llamaba simple, lisa, llana y vulgarmente Pérez; más por Calígulez ha pasado á las crónicas y no seré yo quien á tan conspicuo personaje le despoje de ese pedazo de gloria por un detalle
tan insignificante como es el de restablecer la verdad en los hechos
históricos, cuando otros autores en asuntos, de indudable mayor
importancia, no se han tomado tampoco semejante molestia.
Calígulez había nacido con suerte, y aun cuando él renegaba
de ella sobre todo en los momentos terribles en que un ministro
disponía de su plaza para cualquier aspirante ó yerno, es la verdad
que otros, con menos motivos, podrían quejarse más y con mayor
razón.
Claro que eso de estar tranquilamente comiendo la sopa boba
en un gobierno de Filipinas, preparándolo á bien morir, y encontrarse con que de la noche á la mañana toda aquella bienandanza
se transformaba por arte de encantamiento en una cesantía dictatorial, es cosa que no podía gustar á nuestro Pérez, como no
gustaba á ninguno de los innumerables Pérez que en Filipinas y
demás Antillas han sido.
Pero ¿qué había de hacer el hombre, más que resignarse con lo
que el ministro decretaba y resolvía?
Tentado estuvo de renunciar al pasaje de regreso á la madre
patria y convertirse en igorrote honorario para in sécula s<rculorum Pero, por otro lado, la Carrera de San Gerónimo y el
Café Oriental le tiraban bastante, y después de titubear no
peco comprendió que ya no tenfa nada que hacer por aquellas
ardorosas tierras, donde fue tan lleno de ilusiones como vacíos
iban sus bolsillos; y por fin, entre los yankisdeallá ó los ingleses de la Corte, prefirió optar por éstos, y en cuanto dejó
arreglada la maleta, tomó el primer vapor que á la metrópoli
había de conducirle.
Pero como el mar tiene mucha agua y el cielo muchos temporales y nuestros barcos, por lo regular, no reúnen las mejores
condiciones
para vivir dut_
rante mucho
t i e m p o en
aquélla y resistir briosam e n t e á los
embates de éstos,en más de
una, de dos y
hasta de tres
veces, renegó
el hombre de no haber seguido los impulsos primitivos de
su corazón, quedándose de habitante eterno —eterno ha*ta
la muerte—de aquellos territorios, donde aparte de algún terremoto, las enfermedades propias de la tierra, las insurrecciones de los tagalos y las dominaciones de los americanos, cualquier español podía vivir con relativa tranquilidad.
Pero cuando su arrepentimiento llegó al colmo, fue cuando por circunstancias que no son del caso, lo que no ocurre
en cincuenta años, ocurre en cincuenta minutos, y el barco,
cuyo nombre no recuerdo, empezó á hacer agua, y después
de sembrarse en él la natural alarma, el capitán tuvo que
lanzar la fatídica frase de «¡sálvese quien y>ueda!»
Pérez fue de éstos, merced á un cinturón salvavidas, y
aquel golpe de mar que le tragó los últimos restos del buque,
fue un golpe de fortuna para el náufrago, como más adelante
veremos, aun cuando él no se quisiera convencer de ello
cuando, luchindo con las olas á brazo partido, procuraba
salir airoso de aquello que, con ser tan grande y descubierto,
al infeliz se le antojaba un callejón sin salida.
Nunca mejor que entonces pudo convencerse Pérez de
que Dios aprieta, pero no ahoga; pues al cabo de unas cuantas horas de zozobra y angustia, como yo para mí no deseo,
tuvo el placer de observar que á lo lejos, una piragua tripulada por unos cuantos que parecían hombres y no eran más
que indios, se acercaba velozmente en auxilio suyo. Pérez, á
quien el chaparrón le habla trastornado un tanto los sentidos, vio en cada uno de aquéllos la reproducción perfecta
del ángel de su guarda y á los tales se entregó por completo
en el más poético de los abandonos.
308
$
•*
El náufrago estaba desmayado y, cuando volvió en si, encontróse ya en tierra y rodeado de una porción
de gentecilla ligera de trajes y tonos achocolatados que le contemplaban como un Mesías y le adoraban
como un ídolo; y cuando llegó á convencerse de que estaba en tierra firme; de que no le faltaba ningún
órgano importante de su individuo y con una botella de aguardiente al lado, como tónico y reconstituyente,
empezó á reírse de Robinsón y á sonreírse de todos los héroes que por el estilo constituían los personajes
principales de las novelas que él había devorado, durante la oficina, naturalmente, para amenizar de algún
modo la prosaica tarea de despachar expedientes y consumir madejas de balduque.
Claro que al volver de su desmayo se apresuró á preguntar, como las damitas jóvenes de las obras teatrales del antiguo régimen, en dónde se encontraba. Pero como si no; los individuos aquellos eran tan torpes que no sabían una palabra en castellano. Intentó preguntárselo en francés... y nada. Pero ¿qué le importaba á Pérez aquel nimio detalle? Lo principal era que no sólo había salvado la pelleja adorada, sino que
lo hizo en unas condiciones que nunca pudo soñar; pues de la noche á la mañana se vio acatado como señor
y dueño de toda aquella ralea.
¡Qué más quiso Pérezl ¡Ahí era nada, encontrarse de buenas á primeras cabeza de ratón, después de
s
naber sido durante tanto
tiempo, mísero é insignificante pelo de cola de león!
^ e ' hombre, no bien
'"
húbose repuesto de la sorpresa, empezó á crecerse,
/
-.- . .,,,1 '.¿á_
_
—•->•_- . _.
*
tomando en serio el papel
de reyezuelo y proponiéndose desempeñarlo todo el
tiempo que le permitiesen las circunstancias ó hasta que otra más guapo que él fuera en tal puesto á substituirle con la misma lógica y por la razón misma que él comenzaba á asufructuarle.
Ya es cosa olvidada, de puro sabida, que no hay peor tiranía en la tierra que la que proviene de abajo, y
nuestro Pérez, no queriendo constituir una evidente excepción, tantas y tales demostraciones de violenta
autoridad cometió desde que se creyó encumbrado, que el pueblo, por ese instinto natural que es inseparable
de las grandes masas, le empezó á llamar Calígulez y con Calígulez se quedó y por Calígulez ha pasado á la
historia y á Calígulez tengo el gusto, pues, de presentar al respetable público.
Y para que se vea el refinamiento de absolutismo que se apoderó del antiguo covachuelista, bastará el que
diga que á los pocos días de realizada su portentosa aventura, se le puso en el magín —en aquel magín considerado siempre como hueco, — el dejar á todos los individuos de su Corte sin dormir completamente por lo
menos un par de noches, para que en tal estado de vigilia no tuviesen más remedio que pensar en la soberana
omnipotencia que se les había entrado por las puertas, como llovida del cielo, y alabar sus iniciativas.
P e o Pérez era un Cilígulez de ínfima clase, un Calígulez de la clase de tropa, y no se le ocurrió más que
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anunciar por medio de un ciudadano que por aquellos parajes bacía el papel de nuestros pregoneros, que él,
el gran Cilígulez, había acordado consigo mismo, entregar un millón de francos — que hasta en aquellos remotos países eran más considerados que las pesetas— al subdito que le pareciese más guapo de todos los de
sus dominios, para que éstos no pudieran decir jamás que tenían un soberano que no sabía apreciar los dones
y gracias naturales de los habitantes de aquellos paradisiacos territorios.
Pero, ¡oh decepción! Calígulez supo al día siguiente de querer implantar en sus dominios el estado de insomnio, que el ofrecimiento no había producido ningún resultado y que, quien más quien menos, no obstante
hallarse convencidos en su fuero interno de que sin disputa merecían el premio, se tumbaba á la bartola, durmiendo tranquilamente y murmurando para su taparrabo:
— ¡Bah! Entre tantos como somos ¿cómo voy á ser yo el elegido?
Y como todo el Estado pensó del mismo modo, los maquiavélicos deseos de Calígulez quedaron frustrados,
es decir, lo hubieron quedado, si ¿I, creciéndose ante les fracasos, como algunos toros al castigo, no hubiera
repetido la suerte, aún cuando de modo completamente distinto y más cruel. Al efecto, el pregonero susodicho anunció á tan-tan batiente que el Emperador, lo mismo que quería premiar la belleza, deseaba castigar la
fealdad y que al día siguiente mandaría coitar la cabeza al que la tuviese tan poco en harmonía con las leyes
de la estética, que fuera mejor cercenarla que no el dejarla lucir con vilipendio.
¡Oh, qué excelente ideal Aquella noche nadie pegó los ojos y la población en masa, conjeturando el porvenir y procurando cada cual encontrar en el vecino defectos físicos superiores á los propios, vivió desvelado,
intranquilo, impaciente, con el temor de resultar la victima propiciatoria y el degollado al día siguiente,
muscullando para sus adentros:
—¿S¡ me tocará á mí?
Y miren ustedes, lectoras y lectores, por dónde y y cómo el imbécil
de Calgíulez vino á comprobar algo que pudiera ser axiomático, y es que
en este picaro mundo, cuando de poderosos se trata, tan acostumbrados
estamos á perder, que si nos anuncian un beneficio, nos encogemos de
hombros, y cuando nos presagian un mal, se nos encoge el corazón.
C. OSSORIO Y GALLARDO
Ilustraciones de V. BUIL,
CARTA ORIGINAL
M'
querida CARMEN: Te escribe para darte cuenta de las fiestas
del pueblo, que han estado muy divertidas.
Como siempre, salieron los «diganles y cabezudos-» al compás de
«la marcha de Cádi^», tocada por «la banda de trómpelas» «del regimiento de Ltipión».
A imitación de «te verbena de la Paloma» de Madrid, fue «el
baile de Luis Alonso», al que acudió mucha gente.
También ha habido dos corridas de novillos: una en serio y otra
en broma.
En la primera, el matador echó á mi palco «el capote de paseo»:
por cierto que el muchacho quedó muy bien, porque sabe «¡orear
por lojino». «Los asistentes» á la plaza le aplaudieron mucho.
En la segunda, «los maletas» encargados de despachar los bichos,
estuvieron muy mal.
«El asistente del coronel» se arrojó al ruedo, y á los pocos momentos se vio «en las astas del toro*.
Cuadro de MODESTO
^ . ,
. tJ
,
Fue una fiesta bruta!, digna de «la tribu salvaje» del África.
.
Además, hemos tenido funciones de teatro. La compañía está ya
muy desigual, pues se han ido muchos «artistas para la Habana», entre ellos el «coro de señoras».
La venta de «sandias y melones» ha causado este año «la alegría de la huerta»,
« El barquillero» que vino de la corte por ver si hacía su Agosto, se tuvo que marchar, diciendo:
— :<A Madrid me vuelvo»: decididamente los «niños llorones» de este pueblo no son golosos: ni á
éstos ni á «los ?iiños zangolotinos» les gusta «el género ínfimo-» que vendo.
«El motete» que «el señor cura» compuso para la función de iglesia, muy bonito.
«El chiquillo» de «el tío de Alcalá», que también ha venido este año, está siendo «.el ojito derecho»
de todo el pueblo. Es verdad que «la buena sombra» que tiene merece que se le quiera.
En fin, chica: esto está que ni «la jeria de Sevilla»; todas las mozas hemos sacado lo mejorcito
«del fondo del baúl»; yo he estrenado un vestido que me hizo «la Dolores», con arreglo á «los figurines» últimos.
Sin más noticias que darte, y esperando tu próxima carta, se despide de ti, tu amiga que te quiere,
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:
«DoLOBETES».
Por la copia,
F. SERRANO ANGUITA
HISTORIETA MUDA; por M. NAVARRETE.
3'»
Fot.-Tip.-Lip.
del <Atbn>n Sa'.ón».
CARTELES ARTÍSTICOS
SERIE
2.'
G.
CAMPANOTTO
NÚM.
26
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