asta regia - Hemeroteca Digital

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JEREZ DE LA FRONTERA.
AÑO I.
PRECIOS DE SUSCRICION.
En Jerez, llevado á doBiicilio, por un mea K rs
Trimestre. . . . 14 <
Numero suelto. . . 2 «
ASTA REGIA,
SEMANARIO
NOM.
13.
PRECIOS DE SUSCRICION.
En la proviBoia y en la
Península, un mes 6 rs
Semestre. . .
34 «
Número suelto. , . 3 «
DE CIENCIAS, LETRAS. ARTES É INTERESES LOCALES.
Direcoion y Administración, plaza de Eguilaz, número 17.
BIRE^TORA;
ABRIL 19 DE 1880.
Horas de redacción, de
de la tarde.
¿ 4
f 5 A R 0 t I N > \ DE ^ O T O Y j ^ O R R O .
CROQUIS PARISIENSES.
MICAELA
I.
— Chist!.. eh!... ehl..
Volví la cara y vi á Facundo que salla del
café Riche.
Tenía el rostro encendido, el gabán abierto,
la solapa sobre el hombro y el sombrero echado
hacia atrás.
Su aire era el de un conquistador, embriagado por un triunfo reciente, ó el de un hombre
que acaba de tener una conferencia intima con
Uü par de botellas.
Le desconocí. Hacía tres años que no nos
veíamos,, y aquel no era el Facundo pulcro y
meticuloso que todas las tardes iba de veinticinco alfileres á los Campos Elíseos.
11.
—Me alegro de encontrarte, me dijo apoyán*
<3ose en mi brazo de una manera muy significativa. Como está.s?
—Bien. Y tú?
—Algo mejor.
—Has estado enfermo?
—Del alma. Pero ya empiezo á convalecer.
—Lo siento. Yo te creia en viaje.
—No he abandonado á París.
—¿Y dónde te metes que no te se vé? ¿Da
dónde sales?
—Ahora?... del café Riche...
—Ya lo he visto.
—De tomar el tercero.
—El tercer qué?
—Pues, el tercer ajenjo.
—Desventurado... Te embriagas?
—Qué quieresl... Olvido penas.
—Así dicen todos los que se entregan á ese
degradante vicio; así decían Alfredo de Musset
y Enrique Murger.
—Pues en mi tienes un segundo Alfredo,
menos el talento y la lira. Yo también quiero
suicidarme con ese veneno sublime.
—Di embrutecedor.
—A la larga, quizá. Pero ahora, ¡qué deliciosas visiones me procura! El ajenjol... Tú no
sabes lo que es ese néctar suizo.
—Ni quiero!
—Cuando, mezclado con agua, se vuelve
color de ópalo, sus irizados reflejos se parecen
á los que tenían los ojos de Micaela.
—Qué Micaela?
—Pues, ella, la causa de mis penas.
—De las que estás ahogando?
—Si. El ajenjol... Al primer vaso, Tes el
mundo color de oro; al segundo, color de rosa;
al tercero, color de gloria con serafines alados
y hurís mahometánicas....
—Y al cuarto, empieza el delirium tremens.
Infeliz Facundo ¡en qué estado te encuentro!
—No, todavía no he llegado al cuarto. Pero
todo se andará. Es preciso olvidarla!
Oh mujeres! pensé, bó aquí vuestra obra!
|hé aquí en lo que trasformais á un hombre de
seso!
—Ven hasta la Magdalena, añadió Facundo,
y te contaré la historia de mis dolores.
III.
—Tú no conociste á Micaela? prosiguió.
—No tuve ese disgusto... Hace más de tres
años que no nos vemos.
—Es verdad. ¡He salido tan poco desde el
dia feliz y al mismo tiempo aciago en que entró
por las puertas de mi casal Puede decirse que
en ese año y medio apenas nos hemos separado
un momento.
—Pues debíais estar, el uno [del otro, hasta
la coronilla! Y si te abandonó, la disculpo.
—Ayl sí, me abandonó! pero no anticipemos los hechos.
—No los anticipes, ve por orden, si es que
hay orden en tus ideas.
—La trajo un amigo mió de América...
—Era americana?
—Si, de Colombia, y puedo asegurarte que
del valle de Canea no ha salido una cosa más
linda. Entonces era ignorante como una avutarda, casi no sabia hablar. Y tímida? La menor cosa la asustaba y le hacía dar un chillido.
Me enamoré de ella, Jorge lo conoció y tuvo la
generosidad de endosármela.
—Cómo!... te la endosó?... Pues vaya si serla pájara de cuenta!
—Lo era sin parecerlo.
—Sin parecerlo?..
ASTA REGIA.
—Pues ¿no te digo que era tímida y asustadiza como una gaceía?
—Pobrecitaf Sigue.
Y añadí para mi colelo: ¡qué tragaderas
tienen los hombres!
—Me la llevé á casa, prosiguió íacutido, y
su llegada me ocasionó el primer disgusto. Yo
tenía un cuarto de gargon, ya sabes, en la rué
du Bac...
—Le recuerdo.
—Al verme entrar con Micaela, el portero
asomó la nariz por la Tentanilla y frunció el entrecejo: «Monsieur Facundo, me dijo á la siguiente mañana, 1« traigo á V. el congé. Esta
casa es una casa tranquila, bien habitada, y
el propietario no puede tolerar ciertos... escasos, como el que usted trajo ayer colgado del
brazo. 1
La indirecta no podia ser más del padre Cobos: el esceso que yo había traído colgado del
brazo era Micaela.
Me mudé al boulevard Saint Michel, á un
quinto piso, junto al cielo. Allí cerraron los
ojos: el propietario, hombre tolerante, no era
de esos autócratas que no permiten al infeliz
inquiljno ni perros, ni piano, ni chiquillos, ni
etcétera, etcétera.
IV.
Una Tez instalado, me consagré exclusivamiente i la educación de mí linda americana.
—Era elefante?
—Etegantisimat ¡Tanta un balanceo y una
manera de mover la cabeza!... Y que parwrel
como dicen los franceses.
—Rico plumage, eh? Pobre Jorge!... y pobre
Facundo! Sigue.
—A los seis mesea, con aquella memoria de
privilegio que Dios le habia dado, charlaba como una erudita á la violeta. No puedes imaginarte cuánto le enseñé en ese corto periodo!
—En seis meses?
—Te^digoque era un memorión deshecho!
Alano, ¡qué pico de oro!... Yo me estasiaba
oyéndola, y era la admiración de las pocas personas que yenian á casa. ¿No has oido tü una
polla madrileña, de esas que hablan tres horas
sin escupir, sin dejar meter una coma ni al
lucero del alba?
—Muchas más.
—Pues asi era Micaela.
—Entonces, estabas divertido.
—Sí que lo estaba.
—Sí?... pues hay gustos que merecen palos.
—^No digas eso! Aquello era una delicia.
Y qué voz!
—Dulce?
—Ck)mo la de un canario. Yo me pasaba las
horas muertas escuchándola, embebecido con
sus csriciag. Si hubieras oido con qué gracia
y con qué ternura me decia, siempre que le regalaba alguna friolera: «Facundo, cuánto te
quier)!»
—Zalamera!
—Éralo en alto grado.
—Ya) De modo que su antigua timidez...
—Habia desaparecido. Al año de venir conmigo de nada se espantaba.
—Lo creo.
—Y yo era su encanto, su ídolo, su dios,
todo!
—Pobres hombres! á qué pasiones se entregan!
—Son debilidades humanas, te lo concedo!
Pero si la hubieras conocido, me disculparías.
—Sigue.
—Siempre que entraba yo de la calle, tenía
costumbre de gritar desde la puerta; «Micaela,
un beso!» y venia volando í dármele!
—Pero hombre ¿qué me interesa á mí todo?
esos e<»cabrosos pormenores?
—Nada; pero te los cuento para que comprendas cuánto la adoraba, y cuan horrible fué para
mí su pérdida...
—Me lo figuro.
—Un dia, continuó Facundo dando un ligero traspiés y metiéndole por la cara á un paseante el pomo del bastón que llevaba debajo
del brazo; un dia llegué de la calle y le pedí
desde la puerta el acostumbrado beso.
Nadal
—Micaela! volví á gritar.
Profundo silencio!
—Micaela!... Micaelina!
Como si callara!... Nadie!
Inquieto, voy al comedor, miro la alcoba, escudriño mi gabinete... Nada! el pájaro habia
volado! Comprendes mi desesperación?
—En tu lugar, yo me hubiera dado por muy
contento.
—Porque tú no tienes esas añciones.
—Felizmente. Detesto las habladoras, casi
tanto como los borrachos.
—Me doy por aludido, y te perdono la pulla.
—Te agradezco la generosidad; pero que te
sirva de gobierno. Sigue. Qué hiciste?
—Qué había de hacer?... buscarla. Mandé
un anuncio á los periódicos.
—Tuviste esa desfachatez?
—Y hasta fui h, reclamarla á la Prefectura
de policía.
—Hablas de veras?
—Como te lo digo!
—Pobre Faaundo!... te compadezco!
- P o r qué?
—Porque el aplomo con que lo reüeres rae
prueba una cosa triste.
-Cuál?
—Que has avanzado terriblemente en el camino de la inmoralidad. Tremendo camino! es
un plano inclinado y resbaladizo como una placa de hielo! En poniendo en él la planta, no se
detiene uno hasta el abismo... y ese abismo es
de fango! ¡Y til la has puesto, tú, un hombre de
educación é inteligencia, un hombre que debía
conocer el mundo! Y tú te entregas á la embriaguez para olvidar las penas de una pasión
vergonzosa, y te sumerges... ¿dónde? en otra
pasión más vergonzosa aun! Es increíble!
—Chico, chicol... Vaya un sermón que me
estás predicando! A qué viene eso?
—No es sermón, es decirte la verdad... Tómala como quieras! Bien que es inútil, porque
astas en el momento crítico de las hurís y los
seraflnes alados.
—No, estoy en la fuga de Micaela. Como te
decía, la busqué p o r t ó l a s partes. Ay! todas
mis pesquisas fueron inútiles. Ni mis anuncios
ni mis visitas á la Pref3ctura dieron ningún re-
ASTA REGIA.
sultado. Era evidente que se habia dejado eagatuzar por algún bribón.
—¿Y esa evidencia no te saltó á los ojos
hasta después de tus pesquisas?... Admiro tu
candidez!
—Al principio, cref que era una sola escapada y que volverla...
—Y la habrías admitido?
—Con los brazos abiertos!
—Pues ahora admiro tu... magnanimidad!
—Cuando me convencí de sü pérdida, entré
en un café y tomé un ajenjo. Nunca había probado ese licor. Mis ideas, entonces lúgubres,
se alegraron con sus vapores y... pedí otro.
—Así se empieza.
—Qué cambio de decoración! El papel de
las paredes que al principio era de color de chocolate, adquiere una tinta rosada; los bronceados mecheros se trasforman en arañas Baccarat;
el humo de las pipas, olía á incienso y á violeta;
la dama del comptoir me pareció una reina en
su trono, y hasta dos carabines, de nariz arremangada y pelo color de ladrillo, que habia en
una mesa con dos estudiantes, se trasformaroa
en dos circasianas de perfil griego, envueltas
en cendales de plateada gasa. Entonces llamé
al mozo y pedí...
—Otro ajenjo?
—No, un coche.
—Bien le necesitabas!
—El espectáculo no era menos admirable
allá fuera. Las ruinas de la Abadía de Cluny,
iluminadas por los rayos oblicuos del Sol que
descendía al ocaso, chispeaban como si la lepra
que las cubre fuera un tejido de cristalizaciones; como si tuvieran un diamante en cada hendidura. Las hojas de los árboles del boulevard,
que yo había visto enpolvados y descoloridos
tres horas antes, me parecieron leves placas de
bruñida esmeralda, y en el tenue murmullo que
les arrancaba, el moverlos, el céfiro de la tarde
creí escuchar este dulcísimo nombre: «Micaela.»
Entonces se humedecieroa mis ojos, dos lágrimas resbalaron por mis mejillas y... me dormí en los cojines del carruaje! Qué sueño!...
—No me lo cuentes, porque echo de ver que
tienes el ajenjo algo poético, y, si te dejo, vas á
concluir por zambullirte en la mismísima fuente Castalia.
—Pues te diré en prosa que de copa en copa,
llegué á las tres por dia y, si no á la convalecencia del olvido, porque todavía pienso en la ingrata, puedo asegurarte que tengo ya un pié en
el Leteo y que pronto me echaré á nado en sus
adormecedoras aguas...
VL
Habíamos llegado al boulevard de la Magdalena, junto 6 la estación da ómnibus.
Facundo se detuvo. Miró al cielo, que por
aquel lado limitifean los altos edificios de la calle Real; y al clavar sus turbios ojos en los celajes que tenia de púrpura el sol poniente, murmuró á media voz:
—La hora critica!... La hora del silencio!...
La hora de la soledad!... La hora de los recuerdos!... iQuó infinita melancolía derrama esta
hora en el alma! jQué poderoso mago es el crepü<?culo vespertino! ¡Cómo se agolpan & la imaginación en esta lánguida hora, la cuna en que
recibimos las primeras caricias, el hogar paterno, los paisages de la infancia, el patio del co-
legio, la voz de la campana que tocaba el Ángelus, la siluetade la torre, el nido de golondrinas
en el alero del balcón, nuestra primera levita
nepra, y el vaporoso contorno de la primera
mujer amada!..,
—Lloras?
—Ven á tomar un ajenjo!
—Faenado!
VII.
—Facundo! repitió una voz detrás de nosotros.
—Oyes?... dijo cojiéndomedel brazo convulsivamente.
—Si, oigo que te llaman.
—Facundo! repitió otra vez aquel eco.
—Es su voz!... es su voz!
—La voz de quién?
—De ella!... de Micaela! Pero lia dónde
sale?... Dónde está mfftida7
—Facundo! volvió á decir la voz.
—Ah! ya la veo! ya la veol
Y corrió desatentado hacia la tienda de enfrente.
VIII.
Al cabo de dos minutos volvió radiante de
alegría.
—Mírala! Mira qué hermosa es! Estaba en
casa de ese maldito pajarero.
—Quién?
—Micaela!... mi cotorra de mi alma!
Y me enseñó una jaula que traía colgada
del brazo.
Solté la carcajada y eché á correr...
FEDERICO DE LA,VEGA.
DUDA Y CERTEZA.
No sé que lucha de sentimientos
Hay en mi alma.
Sé que un efecto
Tiene por causa, mas yo no acierto
Si es un olvido,
Si es un recuerdo.
No sé que afanes mi pecho encierra;
No sé que duda
Que me atormenta.
Porque mi mente no me revela
Si es que no ansia,
Si es que desea.
Yo «o sé triste porque padece
Mi alma en el caos
Donde se pierde;
No sé si sufre, ni si está alegre,
Ni si esperanza
Que vive ó muere.
Yo no adivino que es lo que siento:
Si es pena amarga,
Si es dulce afecto.
Pero iDios miol ya lo comprendo.iQué feliz soy!
iMe compadezcol
CAROLINA D I SOTO r CORRO-
ASTA REGIA.
IRISAS Y LAGRIMASI
EL CID EN LA BATALLA DE GOLPEJAR.
DOLORA.
f CONTINUACIÓN. )
Es dolor la risa mia
que ante el mundo se sofoca;
¿qué le importa mi agonía
si es tan solo lo que ansia
gozar de la suerte loca?
Hecha esta advertencia, continuaremos usando de los nombres de Llantada y Golppjar como
lo hace en su historia el Sr. Lafuente, y tampoco
nos empeñaremos en desentrañar de las contradicciones históricas la verdadera relación de estas gaerras de los hijos de Fernando el Magno,
p-jes según unos autores la guerra de Galicia
fué anterior á la de Castilla con León, y posterior seguti otros. Quién dá por enemigo de don
Qarcia de Galicia en este mismo rompimiento á
D.Sancho «le Castilla; quién á D. Alonso de
León, y quién á los desjuntes. El Sr. Lafuente
absuelve de todo cargo en el despojo de D. García á su hermano D. Alonso, achacando esclusivamente la responsabilidad á D. Sancho, y se
nos figura un indicio en contra de oslo la circunstancia que admite el moderno historiador de
que la hueste que D. Alonso acaudilló en Golpejar se componía igualmente, al parecer, de leoneses y gallegos. Cierto que los historiadoras
generales tienen que abrirse paso por entre tanta maleza, que sí se pusieran i compulsarlo detenidamente todo empezarían, como viene á decir
el Padre Mariana, el cuento de nunca acabar: y
estas arbitrariedades históricas nos traen i míentes aquello de que certes Vhistoire n'est pas si
grande dame qu'elle le parait. Precisamente
las dificultades de la guerra de que hablamos
hicieron esclamar al franco Sandoval, á propósito de todo su libro: «Lo que yo escribo no puede
ser mas que una historia de duJas y de concertar
los tiempos, y de conjeturas, que por fuerza ha
de ser corta, seca, dudosa, penosa, y para mí de
grandísimo trabajo, como lo entenderá el que
fuere curioso.» Nosotros, pues que nos estrenamos ahora en estas materias, y que tocamos la
dificultad de escribir sin tener los textos delante,
fiándolo todo á la falaz memoria y á los apuntos
que nunca satisfacen, no nos metemos en grandes
honduras, pues como además, sustancialmente
no tratamos de al, sino del Cid, nos daremos por
contentos si ponemos de manifiesto que no hay
datos fundados para manchar la fama de este caballero coa los cargos de ingrato y aleve.
Siguiendo, pues, esta senda dubitativa respecto á si hubo ó no lo del convenio real para
las batallas, entendemos en primer lugar que no
repugna al carácter de la época esto de resolver
negocios del Estado por duelos colectivos, pues
se asegura que varias veces ocurrió el fiar los
Reyes de E«paña al brazo de un solo campeón el
derecho que tenían al señorío de alguna fortaleza
disputada, y se añade que el Cid sostuvo con éxito feliz algunos de estos desafíos. Además, á la
sazón eran Sancho y Alfonso mozos de pocos
años, dotados de animoso corazón, y tendrían
confianza en la fortuna; pero nos parece que dando asenso á lo del convenio, y también, como
igualmente lo hace el Sr. Lafuente; k que las
batallas fueron dos, es mis natural seguir la
versión del Obispo D. Pelayo, según la cual hubo
convenio primero para Llantada, y otro después
para Golpejar, que no la del Arzobispo D. Rodrigo, autor harto más moderno. Entonces resulta que D. Alfonso fué el primero de los hermanos á dar el fjemplo de no arrancarse la corona con la mala ventura, á pesar de la estipula-
Quiere brotar un gemido
del corazón lacerado
por un mundo fementido,
y refrena su latido
para no ser despreciado.
Risa quiere el torpe mando,
farsa y risa á sus antojos,
y en su lodazal inmundo
se anega el dolor profundo
que pisa senda de abrojos.
¿«Porqué suspira y murmura
el que á nuestro lado se halla?»
dice el mundo en su locura;
«¿Si amengua nuestra ventura,
por qué no sufre y se calla?
Y no acierta á comprender
lo difícil que es estar
al contacto del placer,
procurando contener
los tormentos del pesar.
Lo que lucha el alma herida
combatiendo sus dolores,
cuando, vil y fementida,
la sociedad corrompida
le dice: «stt/re y no llores.»
Que ese llanto, así vertido,
mis alegrías empaña
y jamás ha permitido
que del placer entre el ruido
mezcle la pena su saña.
Satánica carcajada
se escucha entonces que aterra,
y la humanidad menguada
osa insultar despiadada
los martirios de la tierra.
El mundo en su loco anhelo
canta su crimen nefando,
y el que sufre sin consuelo
alza sus ojos al cielo
y le perdona llorando.
Dolores para sufrir,
lágrimas para llorar,
tormentos para morir
y... hastañsas para herir
al que no puede gozar.
ARTURO CAYL-ELA. PELUZZARI.
ASTA REGIA.
cion; y si obn'i así, mal hubiera podido en ninguQ casi» increpar mis tarde al Cid con las palabras que le presta el Sr. Lifuente, pues á ói le
escocerla también la conciencia.
Si las cosas pasaron como dice Sandoval, la
culpa toda (aplicando á la división de trances de
la batalla las reglas críticas del Sr. Lafuente) r e cae también en Alfonso, que propuso el convenio y faltó á él revolviéndose contra el vencedor
después de haber abandonado el campo: y en ese
caso, Sancho desde.aquel momento quedó quito
del compromiso. Únicamente pues, siguiendo á
D. Rodrigo, contra las crónicas poco posteriores
á este, que opinan con el Ovetense respecto al
número de los pactos, tendremos que, según las
citadas reglas da critica del moderno historiador,
la culpabilidad puede recaer por entero sobre los
castellanos.
Tales perjurios, sin embargo, hubieran sido
naturales, maguer vituperables, porque no cae
dentro de la prudencia que dos Reyes peleando
de poder á poder, suelten la corona de otro modo que á pedazos. Sancho murió lastimosamente
pronto, cuando todo indicaba en él un gran R"y,
pues de sus faltas tuvo la culpa el testamento impolilico d) su padre, Alfonso fué también gran
príncipe; pero los laureles que en el resto de su
vi la alcanzó para la cruz nacional, no deben ser
parte á mejorarlo en la historia o n perjuicio da
la fama agena; y si en Sahagun cuando la monjía
y en Toledo cuando la prueba del rezo, faltó á
sus compromisos, también en la guerra con Sancho puede suponérsele tan capaz como sus enemigos de echar en saco roto su palabra.
Mas á nuestro parecer, prescindiendo de lo
que pasara en la primera batalla, de la cual si
resulta algún cargo, solo es para el leonés, tenemos que en la segunda, aun dado por cierto lo
del convenio, la conducta de los dos Reyes y del
Cid, lejos de sor vituperable, es muy di«na de
alabanza. Sabemos por testimonio explícito del
Obispo D. Pedro, confirmado con lo que dicen
otras crónicas antiguas, como el Liber regun y
la Leonesa del Cid, que R ..drigo Díaz era ya entonces alférez real de Sancho el Fuerte, y le tocaba, de consiguiente, no solo la obligación de
pelear bien como soldado, sino la más estrecha
de diri(?ir y animar en todo trance como General, puesto, sin embargo, á las inmediatas órdenes de su Soberano, que era el verdadero responsable de las providencias lomadas con su beneplácito.
(Continuará.)
ENDJGCHA.
Deja el airado ceño,
no mi dolor aumenten
los rayos del enojo
que tu pupila encienden.
No mas la cruda saña
halle en tu pecho albergue,
como entre frescas rosas
empozoñada sierpe.
El odio insano y fiero
dulce piedad se trueque,
que en blando gesto mude
altivas esquiveces.
Mira cuan sin ventura
sombrea el pesar mi frente,
mirame, y tu sonrisa
no ya ingrata me niegues.
Ábreme, cruel, el pecho
si persuadirle quieres,
y en él tu imagen beila
verás que un ara tiene.
Amor allí rendido,
á tu beldad ofrece,
el aromado incienso
de la gentil Citeres.
JíJAN RODRÍGUEZ r PONCE DE LEÓN.
AL DESPUNTAR EL SOL.
Hermosa niña, si al romper el alba
Llega á tu lecho el plácido rumor.
Que forma el canto de inspiradas aves.
Ai saludar á Dios.
Si penetra á través de tus persianas,
Un tenue rayo del ardiente Sol;
Bañando con su luz, tu casto seno,
Tu rostro seductor.
Si llega del jardín hasta tu estancia
De las flores la grata emanación;
Y en éxtasis de gozo, te adormece
Su aroma embriagador.
Y si en la noche silenciosa escuchas
De alegre vate la armoniosa voz;
Y al son de su laúd, por ti inspirado
Te canta su pasión.
No formes ilusiones en tu mente:
Que has de llorar al descubrir tn error;
Ay!... yá no viene á halagar tu vida,
Cual tiempo que pasó.
Ya las aves, las flores y los rayos.
Que lanza Febo en loca profusión.
No tienen para ti dulces caricias
Ni un eco el trovador.
Tan solo llegan á tu blanco lecho,
A recordarte ingrata tu rigor;
El fiel cariño que juraste un dia,
Al despuntar el Sol.
ENRIQUK DE CASTILLA T SANTISO.
Sevilla lo do Abril de 1880.
^STA
EL
OAUTIVERIO
EN LAS
H U E R T A S DE B E N A M A I I O M A
CUADRO DE COSTUMBRES ANDALUZAS
por Femando
de Lavalle.
(CONTINUACIÓN.)
Por oti'a parte las infinitas charcas que se
iban formando y lo fangoso de las calles y caminos, ya constituía una verdadera diflcultad
para el orden y hermosura de la procesión.
Recordabín muchos que un día en que había caido una lluvia copiosa, los que llevaban
el paso dieron tan grandes resbalones qne al
fin rodaron por una cuesta, arrastrando en su
caída al santo coa todos los faroles y ornamentos. De aquel descenso espantoso la rica túnica
del Patrono se hizo mil pedazos y la aureola de
plata quedó terriblemente destruida.
Algaiios aldeanos pensadores nada sacaban
de bueno cuando San Antonio se remojaba,
pues había memoria de que las aguas en la víspera de su dia, eran precursoras de desastres y
peleteras, como disenciones matrimoniales y
otras cosas, que tenían relación con el sistema
nervioso do los habitantes de las Huertas.
Contra todas las previsiones, el día siguiente
& la tormentosa noche amaneció claro y hermoso. Purísimo el aire dejaba pasar los cubiertos
rayos de un sol, como no se vé mas que en esta
tierra <!e Maria Santísima.
A e«o de las cinco de la mañana estaban ya
en ¡)ii; tollos los habitantes de la choza de Carot;i, y lu bni'na Leandra mientras vestía los chicos empezaba á sermonear á Geromo.
El joven estaba ya adornado con un pantalón negro, faja encarnada, chaqueta corta con
sus alamares oscuros y el grande y durísimo
sombrero serrano y esperaba la bendición del
padie 'para salir á la iglesia y confesar y comulgar antes de la ceremonia.
—Ahora, decfa la madre, ve recordando las
faltillas y ppcados y que no te se quede ninguno on el tinti-ro, mira que despups vas á tomar
el Cuerpo de Nuestro Señor y es mala manera
de recibir esa visita llevando el alma sucia y
dP'pues, que no te se olvide, has de dar gracias
á Dios por tu beneficio y pedirle con toda tu
fuerza te mantenga en el estado que vas á toraar'sin mancha alguna y con la honradez de tu
padre, que es bien conocido.
—No tenga V. cui iado, madre, contesta el
mancebo, ya me he estado reza que reza más da
una hora y en cuantito que padre me eche la
b'^ndicion me encampo en la Iglesia y he de hacer cuanto V. quiera y lo que corresponde á un
buen cristiano.
—Ven acá, Gerónimo, dice el buen Carota
con una gravedad digna del caso, arrodíllate y
escucha: pido á Dios y á sus santos te den una
vida larga y feliz, una hacienda pobre pero bastante, muchos hijos que te respeten, mucho cariño de tu compaiicra; pido á Dios también que
te conserve bueno de cu''rpo y de alma, y que
no olvidejamks ni nunca lo que dnbes átu pa(lr«, madre y é tus hermanos, ni á los padres de
Dolores; si así lo haces, hijo mío, y si el Señor
escucha lo que le suplico como lo espero de su
RKGIA.
misericordia, serás muy dichoso y yo moriré
tranquilo.
Al terminarse estas palabras, señó José dejó
caer la bendición paternal sobre el compungido
muchacho.
Momentos después salía Geromo encaminándose á la iglesia, y Leandra á )a choza que
habia da ser el nido de los nuevos esposos.
Allí habia algo que arreglar y poner en orden, y la futura suegra no podia prescindir de
trabajar en favor de todo lo que pudiera ser
agradable para su hijo.
—Pondremos sobre esta mesa, se decía, esta
alcarracita con flores, porque á mi nueva hijita
le gustan mucho. En este cajoncito le meteremos una libra de tortas de polvorón. Esta alacena necesita un buen queso de oveja que se
han de chupar los dedos con él y algunos manojos de chorizos. Y de este modo iba la buena
muger preparando sorpresas á su nuera y exilando el agradecimiento y el amor de Geromo.
—Cuando tropiezen con el queso, añadía,
dirán ellos: )Jesus! ¿quién habrá traído esto? el
ratón Pérez no será, porque ese se lo hubiera
comido; los duendes tampoco, porque esos diablillos solo traen ó llevan la tapadera de la tinaja ó la mano del almirez ¿quién habrá sido?
y se quedarán en bahía materialmente; pero,
no, porque en seguida me lo acbacarán á mí;
es claro, yo soy la que tengo la llave de la casa
hasta que haga la entrega.
Y pensando asi con esa candidez ñe las almas puras y sencillas, Leandra recorría el estrecho recinto, observando lo que faltaba y poniendo en su sitio lo que k su juicio no estaba
bien colocado.
VIH.
A las nueve y media de la mañana de esta
gran dia, estaban á la puerta de la choza del
señor Triburcio todos los amigos de la casa.
Momentos después se abrió una estrecha ventana y apareció la bondadosa cara del sacristán
zapatero, y con voz, que revelaba su alegría esclamó:
—Ea, señores, adentro á tomar el chocolate
que ya son cerca de las diez.
Ante la perspectiva de tal convite, cosa desconocida entre aquellos aldeanos todos los presantes se lanzaron dentro de la choza: en la que,
y sobre una gran mesa, habia una infinidad da
tasas y pocilios de todos los tamaños, formas y
colores, llenos de la sustancia consabida.
Algunas lágrimas rodaron por los rostros de
los asistentes, merced al calor que conservaba
el líquido alimenticio, pero con más ó menos
dificultades, fueron trasladando á su estómago
la negra bebida. Acababan de vaciarse los receptáculos, cuando la hermosa Dolores con su
gran vestido almidonado, de coco, se presentó
radiante de ventura. Un murmullo de admiración corrió en las filas de los convidados, y tomándola el señor Triburcio por la mano, exclamó dirii^iéndose á los presentes:
Aquí tienen ustedes á mi bija Dolores, que es
una grandísima picara que solo quiere abandonar á su padrn que yá está muy viejo, pero como
su padre le ha dado licencia para casarse, él
mismo será quien la lleve i la Iglesia, ya vea
ustedes lo recontenta que está esta criatura, así es
que no quiero decirle mas cosas que la ponga
aburrida.
ASTA REGIA.
—Y hace porfcctamonte, exclama Manuela,
porque ya e<toy yo notando que la niña va á larj^irel pucherit) y seria muy feo que llegara á la
Iglesia con los ojos llorosos pir más que si algo
se nos ha olvidado do los consejes que hamos de
darle, tiempo tenemos mis que sobrado para decirles cuanto se nos ocurra.
—Bueoo fuera, exclami ano de los presentes,
que el seftor Alcalde mirase la h ira en sa muestra, porque me parece que con estas ceremonias
se nos está p sando el tiempo bonitamente.
El sBÍlOr Alcalde aludido buscó en el inmenso
holsillo de su pantalón el enorme reloj de plata,
que con otras machas alhajas hab-'a heredado de
¡•as «"^¡uelos y sacándolo y enseñándolo á los presentes dijo:
—Si la vista no nos engaña creo que han de
ser las diez menos an puna lito de minutos.
Pues vamos desfilando, exclama Triburcio.
Y tras de algunos cumplimientos sobre quién
habla de pasar primero, salen al campo la preciosa muchacha junto al Alcalde, Manuela y su
mirido y dos á dos cuantos componían el acompañamiento.
El sota-sjcristan que acabiba de divisar á la
comitiva desde lo alto de la torre di la Iglesia
emprende en aquel momento el más estrepitoso
repique.
Los vecinos del pueblo al ver aquel desusado
campaneo, imaginan desde luego la causa y salen á la calle para ver el paso y la comitiva.
La Pajarita, con otras envidiosillas del barrio, se disponen á murmurar de los atavíos de la
novia y del mal gusto del novio, entre tanto que
algunas madres de familia hacen varias consideraciones acerca de las buenas prendas de Dolores
y de la afición al trabajo y honradez de Gerónimo, deseando para sus hijos ó hijas un partido
tan provechoso.
En estos momentos llega al pueblo la procesión nup'ial y no fallan algunas aclamaciones
por parle de los mozos y algunos murmullos por
parte de las mujeres.
Al llegar á la puerta de la Iglesia, ya les estaba esperando el señor Carota con Goromo y la señora Leandra y, previos los oportunois saludos,
penetran ambas reuniones en el templo, entrando respectivamente cada una por las dos puertecillas laterales del cancel princinal.
Ya revestido el señor canónigo, principia inmediatamente el acto religioso, siendo lo único
notable durante la conocida ceremonii la profunda emoción de los aldeanos y la firmeza de la joven desposada.
Al pronunciar Dolores el si que habla de
unirla eternamente á el hombre que quería, todos los ojos estaban preñados de lágrimas y todos
los norazonps latían bajo la impresión más dulce.
La buena Leandra se arrojó en los brazos de
Manuela, el grave Carota estrechó tembloroso la
mano del honrado zapatero y hasta el señor Alcalde, descendiendo de su severísimo carácter
dejó correr por las mejillas dos lagrimes como
garbanzos.
Efectuado el matrimonio, tornaron los desposados, la familia v los amigos á la choza de Tribnrcio de donde los dejaremos almorzmdo para
encontrarlos después en la fiesta de San Antonio.
(Continuará.)
CANTARES.
¡Pobre de mi, que en el mundo.
Esperar ya nada puedo;
Pues dicen que la esperanza
Es engaño del deseo!
Me vf entre la mar y el cielo
Dando un adiós á la tierra;
Y creció tanto mi alma
Que se hizo la mar pequeña.
Ven conmigo y rezaremos;
(Pobre de aquel que no reza!
¿Dónde ha de encontrar consue'o
Te vi por la vez primera
Y otras veces te habia visto;
Y fué que en mis dulces sueños
Siempre soñaba contigo.
El dolor que por ti sufro.
Se lo conté á las estrellas,
Y se pusieron mas pálidas:
jSi serán grandes mis penas!
Huyó la luz de tas ojos,
Y abrió la muerte tus labios;
Quise detener tu alma...!
Y abrazé tu cuerpo helado
Como en la conciencia llevas
Las sombras de lus delitos.
Hallarás oscuridad
Aun en los placeres mismos»
¡Triste del alma egoista!
Bastante castigo tiene
Si ha de sufrirse á si misma.
Azulitos son los lagos,
Y azulitos son los cieíos;
Azulitos son tus ojos....
(Es todo lo azul tan bellol
Como los cielos, cubierta
De nubes tengo mi alma;
Y tiene también su lluvia,
Su dulce lluvia.... las lágrimas.
Dicen que cada alma tiene
En el Cielo una estrellita;
Si esto es verdad, |Cieio santo.
Que triste estará la mía!
JOSF. 1. Sl'AftEZ l)K U R U I N A .
Sevilla.
ASTA RKGIA.
VARIEDADES.
Yo tengo preparada una receta siporífera que
se llama «Obsequio á Cervantes.»
F. DE L.
COSAS DE ÜN DOCTOR.
«La carne de vaca casi cruda y el vino de
González enteramenle crudo, bastarían áconsolidar el temperamento poético más débil.» Esto
me dijo ua sabio mélico de la Universidad da el
Senegal, qua llegó á nuestro pueblo, espantado
de la literatura clásica del país de los hombres
tiznados y engrasados. A fuer de jerezano, me
preparé á contradecir sus opiniones, pero es mucha la sai»iduría de los médicos, así sean antípodas y ture necesidad de admitir sus conclusiones
y sus trabajos metafóricos.
El sabio tenia una volubilidad extraordinaria.
De la carne cruda del poeta saltó el espíritu
de la Poesíi. Después
Arde la humanidad, me decía, en el deseo de
conocer si la Literatura es da los sabios Esculapios ó de los h'jos de Apolo, y allí, bajo aquel
.sol candente, los negros dontores, por su afán de
blancura, se im-linaban hácii el melifluo cantor
de la poesía. ¡Error, hijo del egoismol
Voy á probar mi aserto: Cervantes, ese hombre raro, y que aun no lia sido comprendido por
los poíítfis, ya se conoce por los médicos.
VoJ (jué grandes idoas:
Era MiKUtd linfático sanguíneo; sus huesos
estaban en parle formados de fosfato de cal, su
diafragma su agitaba constantemente, y su corazón no desmentía la .'•ístole y diastole ordinarias,
¡Honor á la ciencia!
Ved á D. Quijote. La medicina fué el afán
eterno de su vida. Al atacar á los frailes de San
Bonito, solo intentó curarles de su gordura La
singro que pHrdió el viz;aino le salvó de conijestiones perniriosas. L is cueros de Valdepeñas,
horadados.... ¡Cuántas borracheras y dispepsias
(•vitarían!
Lo vemos serio y grave ante las indigestiones
do las bolas de Camscho el rice, y consejero en
las de Basilio el pobre. Higiénico admirable en
su conversación con los cabreros. Hidrópata en
su inmersión en el Ebro caulaloso. Homeópata
en sus comidas cuotidianas. Alópata en sus amores y verdaderamente grande en sus advertencias
al Gobernador futuro.
Aquí cabe ya el desengaño, amigo mió, Don
Quijote fué módico y Sancho archi-doctor en
medicma.
Mirad al pequeño escudero cuando habla del
reposo, de la quietud, de el alimento, bajo la
consideración más sabia. Cuando, temiendo los
resultados de, la entonces incipiente, cirujía, esclamaba: «entre dos muelas cordales nunca ponfias los pulgares,» dando clara manifestación del
poder mecánico de las mandíbulas y el fái il magullamiento de los músculos. Cuando responde
al celebérrimo facultativo de Tirteafuera. Cuando, en flo, habla de Miranda, de los Duques y de
Moreno, el que permitió las fiestas de aliagas.
Si, joven amigo, los negros no comprenden
ciertas cosas y están muy escamados: un compañero mió dijo que Cervantes era liberal, otro que
era ne>, otro que llegó difícilmente á poela, otro
que casi ca'»! fué literato y los más le llamaron
mntemático, frenólogo, político, legi>ta y hasta
opóg-afo, poro la consideración que mis ha i revalecido es la de médico.
GACETILLAS.
Hemos leido L A CBÓVICA, nuevo
diario qae ha visto la luz púbüca en
nuestra localidad. Sus buenos deseos,
su elegante impresión, y la discreta manera con que está concebido lo recomiendan altamente.
La creación de un periódico como La
Crónica supone que Jerez no desciende,
si no que mas bien va desarrollando
aflcion á la prensa que es el barómetro
de los pueblos.
• •
Una otiestion de dorecho.
Un periódico profesional de los mas
buscados por los jueces municipales
cuenta el siguiente juicio de faltas tan
digno de atención como gracioso:
Un individuo es citado por otro que ha
sido mordido por el perro del primero.
El Juez.—¿Qaé tiene V. que contestar
á lo que el señor expone?
El amo del perro.—Señor, que me absuelva V. S.; el perro á que se refiere el
actor no es raio.
El mordido, [interrumpiendo.)—Yo probaré que el animal es suyo.
El Juez.—Silencio. ¿Dice V. que no es
suyo el perro?
El amo.—Lo fué, señor, hasta las seis
de la mañana del dia en que cometió el
delito de que se le acusa, pero nó después, pues en aquella hora, en vista de
que uo congeniábamos y en uso de mi
derecho lo emancipé en legal forma declarándolo en completa libertad.
¿Qué sentencia debe dar este JuezT
ASTA REGIA.
Semanario de Ciencias, Letras, Artes
é intereses locales.
Se publica en Jerez de 'a Frontera,
cuatro veces al mes y sus precios son:
En Jerez llevado á
domicilio, un mes
Rs. vn. . . . 5
Trimestre. . . .
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Número suelto. . 2
< Fuera de Jerez, un
i mes, Rs- '^n. . . 6
j Semestre. . . . 34
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Cuyos precios para fuera de Jerez, se
remitirán á su directora en sellos de
correo ó letras de fácil cobro, anticipado,
en la redacción y administración, Plaza
deEguilaz. numero 17.
•i
•
Imp.
•
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—
~
—
7.
de E L CONTRIBUYENTE.
Santa Maria, H .
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