Los diccionarios historiográficos en Europa. El caso de la

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[Texto borrador de la contribución al Seminario “De la enseñanza a la ciencia del Derecho”, Universidad
Carlos III de Madrid, 18-19 de septiembre de 2014. Se ruega no citar ni extractar sin autorización]
LOS DICCIONARIOS HISTORIOGRÁFICOS EN EUROPA.
EL CASO DE LA HISTORIOGRAFÍA ESPAÑOLA
Ignacio Peiró Martín
Miquel À. Marín Gelabert
Universidad de Zaragoza
I
DOCE AÑOS DESPUÉS: CUESTIONES METODOLÓGICAS SOBRE LA ELABORACIÓN DEL
DICCIONARIO AKAL DE HISTORIADORES ESPAÑOLES1
El universo historiográfico es siempre más polifacético de lo que las ideas recibidas
y los clichés nos han enseñado. La aparición de los diccionarios bio-bibliográficos de
historiadores se relaciona directamente con momentos de profesionalización o
disciplinarización de la Ciencia Histórica. Resulta inevitable comenzar con esta ideafuerza al comentar la elaboración del Diccionario de historiadores españoles
contemporáneos (1840-1980). El trabajo presentaba una selección de 520 personajes cuyas
«trayectorias
típicas» se recogieron con el objetivo primordial de contribuir al conocimiento
de la historiografía española contemporánea y el propósito de ser un instrumento para la
enseñanza de la historia en sus diferentes niveles. 2 Mucho más, cuando se trataba de la
primera obra de estas características publicada en España. De hecho, aunque durante la
década de los noventa el género de los diccionarios biográficos había experimentado un
cierto auge, impulsado por la realización de numerosos proyectos dedicados a estudiar las
elites políticas locales (Alberto Gil Novales, Joseba Agirreazkuenaga, José Ramón y Mikel
Urquijo o Pedro Carasa)3 los repertorios colectivos de historiadores continuaban sin
1
despertar la atención de los investigadores españoles. 4 En un país donde la historiografía se
seguía entendiendo como un recurso puramente auxiliar (según Benito Sánchez Alonso, la
finalidad de historiografía era la de ordenar «lo más completo y mejor sistematizado que
sea posible»)5 o para encasillar a los autores por siglos y tendencias,6 no es extraño que,
incluso, las biografías de los historiadores se mantuvieran como un género menor, muy
conectadas con las hagiografías y los prólogos afectivos.7
De esta manera, la condición de historiador en España estaba reducida, bien al
conjunto de voces recogidas en las grandes enciclopedias (estatales, y también regionales a
partir de los años setenta) y las más variadas antologías de escritores, filósofos, periodistas,
políticos o naturales de una autonomía; bien a una literatura aislada pero de continua
producción que, preocupada por la recuperación compulsiva y erudita de cualquier figura
de la historia nacional o local, aprovecha para sobrevivir las celebraciones oficiales y los
centenarios.8 Inmersa en una especie de ceremonia de la confusión, lo más grave de la
situación era que hasta hace muy poco la historia de la historiografía ni era apreciada
como un área específica de investigación, ni se consideraban instrumentos necesarios
para su estudio las biografías, los epistolarios o los diccionarios de autores. Carencia
heredada por la comunidad de historiadores surgida en las últimas décadas, este «olvido de
la tradición» y la pervivencia de una imagen visual de la historiografía, construida alrededor
de personas y casi nunca sobre ideas, la entendemos como uno de los efectos de larga
duración de la ruptura provocada por la guerra, y, en última instancia, uno de los
componentes explicativos de la escasa inclinación que nuestros profesores y estudiantes
tienen, todavía hoy, por conocer la historia y los historiadores que les precedieron. 9
Por lo demás se trataba de una situación tanto más dolorosa al compararla, no ya
con otras disciplinas tan próximas a nosotros como pueden ser la historia de la literatura,
del arte o de la ciencia, sino con las elaboraciones de otras latitudes. Contando con el
precedente de las grandes biografías nacionales iniciadas en Alemania y Gran Bretaña en el
último tercio del XIX,10 continuadas con apéndices y nuevas versiones durante el presente
2
siglo, desde la década de los ochenta los estudios prosopográficos adquirieron carta de
naturaleza en las principales historiografías internacionales generalizándose la publicación
de repertorios colectivos de todo tipo. Considerados instrumentos de trabajo
imprescindibles para la historia política, social o local, la historia de la historiografía se vio
beneficiada de esta moda al utilizar los resultados de las encuestas sobre los distintos
grupos sociales en sus investigaciones11 e impulsar la edición particular de diccionarios
generales de historiadores,12 obras de referencia enciclopédica donde las biografías
adquirían el mayor relieve13 y catálogos de autores por especialidades.14 Al redactar el
Diccionario de historiadores españoles nos servimos de todos aquellos trabajos, pero
especialmente del estudio de Christophe Charle consagrado a La Faculté des Lettres de
París, al estimarlo el modelo más apropiados por la claridad en la presentación de la
información y la comodidad para su organización y consulta.
Después de esto, merece la pena decir que, al tratarse de una obra pionera en
España, su esquema general se elaboró sobre la base de nuestras investigaciones, en parte
inéditas y la mayoría publicadas en los últimos años (en este sentido, el Diccionario aunque
constituyó un libro independiente fue pensado formando parte de una serie de obras
concebidas como otras tantas partes de un proyecto, dirigido a estudiar el proceso de
formación histórica de la historiografía española contemporánea). Desde esta perspectiva,
tres cuestiones previas surgieron a modo de advertencia preliminar: Primera, que en el
mapa de la literatura histórica, los autores seleccionados eran, sólo, una pequeña
representación de los historiadores que a lo largo de los siglos XIX y XX ayudaron a
estructurar la historia española como una ciencia con sus ideologías, métodos,
discursos y narrativas. Segunda, que sus itinerarios intelectuales coincidieron con
alguno de los momentos más importantes de la historia de la literatura
historiográfica: el del nacimiento académico y consolidación profesional de la
historiografía liberal; el de su ruptura con la guerra civil ampliada durante los años más
duros de la dictadura franquista; y el de la recuperación profesional realizada desde la
3
década de los sesenta hasta hoy. Y tercera, que la categoría de historiador ha evolucionado
social y culturalmente a lo largo de los últimos ciento cincuenta años.
La condición de historiador: criterios de selección.
La aparición de la profesionalización historiográfica a principios del siglo XX
posibilitó la configuración de la profesión de historiador al permitir que un grupo de
catedráticos de Universidad asumieran, además de la función pedagógica de la historia, la
responsabilidad de su investigación y el control tutorial del conjunto de conocimientos
sobre el pasado.15 En sus aspectos intelectuales, esto supuso la formalización paulatina de
un cuerpo de saberes propio, específico y autónomo en relación con otros dominios
científicos, susceptible de ser renovado y transmitido por los miembros de una comunidad.
Desde el punto de vista socio-institucional el proceso significó la consolidación de un
reducido colectivo de personas que, integradas en las estructuras de una carrera
administrativa y un medio universitario sustentado sobre un sistema de cooptación singular,
dieron la suficiente homogeneidad a la nueva profesión para permitirle diferenciarse
definitivamente del historiador académico, erudito y diletante decimonónico.
Hasta entonces, el universo social de la historia estuvo compuesto por un público
heteróclito de aficionados y escritores. En este espacio heterogéneo, pronto, comenzaron a
destacar los académicos de la Historia y, particularmente, los miembros de la corporación
que pasaban por ser los auténticos historiadores de la época: los individuos del Cuerpo
Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Anticuarios.16 Al respecto, difícilmente puede
negarse que los archiveros formados en la Escuela Superior de Diplomática, tuvieran
fundadas razones para exaltar su trabajo, sentirse los maestros de la historia e identificarse
con una nueva especie de historiador, el erudito profesional, alejado de los escritores
públicos, anticuarios diletantes, bibliógrafos aficionados o «eruditos de campanario» que
poblaban el mercado de la historia. Un sentimiento fomentado, sin duda alguna, por el
rápido encumbramiento de sus personajes más relevantes. Después de todo, académicos y
4
archiveros vivieron en una simbiosis perfecta desde el momento de la creación del centro
de Diplomática en 1856. Para los primeros, los profesores y alumnos de la Escuela fueron
los colaboradores más precisos a quienes se confiaba las labores especializadas de
catalogación y la preparación de los repertorios documentales ordenados por el gobierno o
aprobados en las comisiones y juntas académicas. Para los segundos, la Academia fue la
institución idónea desde la cual pudieron desarrollar y airear sus propuestas de una historia
nacional construida con las fuentes documentales conservadas en los archivos a ellos
confiados. Plataforma institucional para el desarrollo de la erudición profesional, los
archiveros de Madrid y sus compañeros de provincias utilizaron el prestigio de la
corporación para difundir e imponer sus tesis sobre el resto de los historiadores españoles.
Así, de la misma manera que en los orígenes de la profesionalización europea la
participación de los archiveros debemos tenerla en cuenta como un componente
fundamental, en nuestro caso se convertirá en un fenómeno característico y peculiar, tanto
por el dominio técnico y control hegemónico ejercido sobre la historiografía oficial durante
las últimas décadas del siglo XIX como por la larga ejecutoria de actuación del Facultativo
que estuvo nutriendo el mundo de la historiografía profesional hasta, prácticamente, la
década de los cincuenta de nuestro siglo.
Por otro lado, la Real Academia de la Historia sirvió de crisol para la cristalización
de un sistema de relaciones sobre las que se definieron los usos y los hábitos, los símbolos
y la ideología de lo que debía ser el historiador decimonónico. Con una clara conciencia de
que la institución no podía reducirse a ser un gremio de historiadores, el espejo de la
Academia refleja, de modo casi paradigmático, la imagen más fiel de la realidad
historiográfica y social de la España del Ochocientos. En ella, al lado de los representantes
del poder político y económico, ministros y altos funcionarios, abogados y grandes
propietarios, apasionados por el coleccionismo y la bibliofilia, aparecen los aristócratas
amantes de la genealogía y la heráldica. Así mismo, junto a los oficiales superiores del
Ejército, continuadores de la tradición de militares literatos, figuran los eclesiásticos,
5
expertos en las artes de anticuario, el arabismo y las lenguas orientales. Y, por supuesto, se
encontraban los llamados hombres de letras, una mezcla de escritores, periodistas y
publicistas, arqueólogos y buscadores de documentos, creadores diversos y algunos
catedráticos de las Facultades de Derecho y Letras, de Literatura General Española y de
Árabe.17 No deja de ser curioso, sin embargo, que en esta abundante galería de historiadores
no aparezca ningún titular de las cátedras de Historia de España o Historia Universal.18 Un
dato que nos confirma el escaso prestigio de sus catedráticos y nos hace reflexionar sobre la
evolución de unas disciplinas constituidas en asignaturas obligatorias para todos los
ciudadanos19 pero escasamente definidas en sus contornos científicos. Materias escolares a
las cuales, aun reconociéndoles su utilidad educativa y su importancia en la socialización de
las categorías e imágenes históricas acordes con los valores de la época, se les negaba su
identidad cultural y, lógicamente, su representación académica.
De hecho, en el complejo universo decimonónico, donde la enseñanza se
consideraba una necesidad ideológica pero una eventualidad laboral y las cátedras se veían
más como un puesto administrativo que como un espacio profesional, los profesores fueron
meros epígonos del sistema académico, actuando como divulgadores de la cultura histórica
creada por otros. Algo normal si pensamos que, incluso, en el tema de los libros de texto
sólo tardíamente alcanzaron el monopolio de su producción. Dirigidos en un principio a
divulgar el relato del pasado nacional entre el gran público lector y transformados
gradualmente en un producto editorial y un género historiográfico, la redacción de
manuales fue una actividad que, en abierta competencia con los profesores, atrajo la
atención de los más diversos literatos y eruditos de la época, generando un tipo de
escritores públicos para quienes componer compendios fue la ocupación principal, muchas
veces la única, de su producción literaria. Naturalmente, el contacto directo con el mercado
escolar hizo que de una manera progresiva los textos de geografía e historia fueran
controlados por los docentes de Universidad e Instituto, un fenómeno que les llevaría a
erigirse en una modalidad muy especial de historiador, aceptado y reconocido por las
6
jerarquías de la historiografía académica.
Tampoco resulta sorprendente que esto fuera así cuando conocemos cómo, al lado
de excepcionales individualidades, las únicas y más interesantes aportaciones de «escuela»
realizadas desde la Universidad fueron concebidas por los historiadores krausistas y,
siempre, desde la filosofía de la historia. Menos aún, cuando, a partir de 1875, las puertas
de la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid se cerraron para los discípulos de Julián
Sanz del Río y Fernando de Castro, los dos más preclaros maestros del krausismo. De
forma retrospectiva y comparando la evolución de nuestra historiografía universitaria con
lo que estaba sucediendo en Europa, donde los avances de la historia erudita y el auge de
las doctrinas positivistas vinieron a sustituir «a las filosofías de la historia de tipo romántico
e idealista»,20 es fácil reconocer las limitaciones y contradicciones que llevaron al grupo de
profesores krausistas al aislamiento de los círculos de poder de la historiografía académica.
Por así decirlo, la pérdida del control de las cátedras de Historia de la Universidad más
importante de España, la única donde se impartía el período de doctorado, fue un elemento
determinante para que las reflexiones a priori sobre la historia de los krausistas, cuyo
impacto había sido extraordinario en los ambientes universitarios españoles desde mediados
de siglo, vieran reducida su influencia a las Universidades e Institutos de provincias. En
cierto sentido, situado en la periferia de la cultura oficial de la Restauración, el krausismo
historiográfico, con todas sus transformaciones y alternativas, no pudo evitar el rechazo de
los historiadores académicos, cada vez más convencidos de las tesis defendidas por los
representantes de la «escuela metódica». Así, el alejamiento de Madrid de un historiador
krausista tan interesante como fue Manuel Sales y Ferré,21 coincidió con la consolidación
académica de los archiveros que, formados en las métodos y las técnicas de la erudición
histórica, se habían movilizado en favor de la «historia científica» y en contra de las «leyes
históricas» fundamentadas en los sistemas filosóficos de Krause, Hegel o Bossuet.
De todas maneras, dedicados a actividades literarias, eruditas, periodísticas,
políticas u otras de diversa índole, el papel social y cultural del profesorado español
7
adquirió su plena significación fuera de sus lugares de trabajo, particularmente, en el
ámbito de la historiografía regional. Para nuestro interés, recordaremos cómo, la
condición de erudito local ostentada por la mayoría de los docentes, les convirtió en una
pieza fundamental en la consolidación del sistema académico, la comunicación de las
modas historiográficas y la transformación morfológica del amplio y difuso universo de la
erudición local, caracterizado por la “persistencia del viejo orden” representada por los
eclesiásticos y los nobles ilustrados.22 Desde los años cincuenta y hasta el período de la
«rebeldía
de las regiones» que ocupa el largo final de siglo (1880-1918), junto a los
archiveros, estos «funcionarios de la cultura» destinados en las diferentes capitales de la
geografía nacional, aparecen a la cabeza de los actores que participaron activamente en el
desarrollo de la cultura regional y la difusión de la afición por el estudio de las
particularidades históricas de sus localidades entre los propietarios cultivados,
empleados de la Administración y profesionales liberales que formaban el público de
la historia en provincias.23
Sin embargo, lo cierto es que el apogeo de la literatura histórica provincial
coincidió con el inicio de la profesionalización historiográfica. En el camino, la
delimitación fronteriza entre lo que debía ser la historia científica (cada vez más
preocupada por la construcción nacionalista de la Historia de España) y la erudición
localista, resultó decisiva para que se produjera un cambio en el mundo historiográfico. Los
catedráticos universitarios y el grupo de burgueses ilustrados, tan triunfalmente unidos
hasta entonces por su afición y el gusto por el estudio erudito del pasado, empezaron ahora
a separarse. Para mal o para bien, el comienzo de siglo había traído consigo la
profesionalización histórica y con ella, el poder académico y el control de cualquier forma
de hacer historia quedaron en manos de los catedráticos de las Facultades de Letras. En sí
mismo, no fue tanto lo local que se convirtió en un marco de investigación apropiado para
los arqueólogos, los medievalistas o los historiadores de las instituciones (verdaderos
especialistas en las disciplinas pautadoras de la profesionalización), como los historiadores
8
eruditos-locales quienes comenzaron a pagar los costes de la transición. Manteniendo sus
símbolos de prestigio cultural, sus lectores y temáticas (genealogías, heráldicas, historias de
las ciudades o biografías), la historiografía localista de tradición liberal se vio lanzada
hacia la periferia del espacio académico profesional, lugar donde, sin apenas
variaciones, pervive en la actualidad.24 Y es que, de forma parecida a lo sucedido con las
literaturas regionales, donde las coplas o cantares destacaron hasta la exageración lo rústico
y lo convirtieron en emblema de las regiones, la vieja erudición local, terminó por
desvirtuarse al acentuar sus búsquedas del alma singular de sus pueblos y mantener unas
concepciones historiográficas que se consideraban ya obsoletas desde el punto de vista
profesional.
Con todo, no puede afirmarse que la historia local de las primeras décadas del siglo
XX sea simplemente una historia del fracaso de los eruditos regionales frente a los
profesionales. Inseparablemente unida a la lengua vernácula, la historia del territorio,
reivindicada desde la ideología de los llamados nacionalismos periféricos, impulsó la
aparición de un colectivo de historiadores que se autotitulaban «nacionalistas”. Figuras de
la nación donde tenían cabida desde eruditos y escritores procedentes de la más rancia
tradición localista hasta personajes formados en los principios de la nueva
profesionalización, el ejemplo de la historiografía catalanista nos permite apuntar la
importancia de las nuevas identidades colectivas en su desarrollo. En Cataluña, la calidad
de su tradición erudita, entroncada directamente con el auge del movimiento renaixentista,
un marco institucional construido con una dinámica diferente a la centralista y la
particularidad de una cultura burguesa caracterizada por su capacidad de absorber fórmulas
europeas e integrarlas en el estudio de aquellos signos externos que configuraban los
elementos diferenciadores de su regionalismo, favoreció el crecimiento de una corriente
historiográfica nacionalista cada vez más importante. Esta última, canalizada políticamente
por la Lliga Regionalista, alcanzaría su máxima expresión con la creación, el mismo año
que la JAE en Madrid, del Institut d´Estudis Catalans y la celebración en Barcelona del
9
primer Congreso de Historia de la Corona de Aragón.
Completado el «asalto catalanista» a las principales instituciones culturales de la
Barcelona Fin-de-Siglo,25 lo cierto es que, la integración de un grupo de jóvenes
historiadores en Acció Catalana, la formación que «oferia un liberalisme que retenia el
catalanisme de la Lliga, tot donant-li un activisme i una bel·ligerància cultural que el
regionalisme semblava haver perdut pels pactes a Madrid»,26 a partir de 1922, resultó
decisiva para la configuración del historiador nacionalista catalán. De hecho, agrupados
alrededor de un partido dirigido por intelectuales y con la conciencia común de la necesidad
de estudiar científicamente la historia, aquellos historiadores fueron capaces de socializar la
imagen de Cataluña como una realidad histórica y un conjunto nacional.27
Por descontado, con esto de ninguna manera pretendemos afirmar que las fronteras
marcadas por la profesionalización no existieran en el mundo historiográfico catalán. 28 Lo
que intentamos indicar es que las actividades de estos u otros grupos actuaron como
elementos aglutinadores entre los diferentes tipos de historiadores esparcidos por su
territorio, al comprometerse con la investigación de una historia diferencial y al potenciar la
organización de equipos de trabajo, como una manera de superar el individualismo y el
simple particularismo localista. Representando no sólo aspiraciones individuales sino
también colectivas, las síntesis históricas catalanas, permitieron la confluencia de formas de
hacer la historia tan dispares como la del político y publicista Antoni Rovira i Virgili o la
profesional y universitaria representada por Ferran Soldevila. En el contexto de la II
República, la tendencia nacionalizadora de la historiografía catalana se vio fortalecida en
sus niveles superiores con la fundación de la Universidad Autónoma de Barcelona y el
nombramiento de Pere Bosch-Gimpera como Rector de la misma.29
En última instancia, en el mercado historiográfico español dominado por las
ideas, los valores y modas impuestas por el academicismo y la profesionalización,
también hubo sitio para una cultura histórica alternativa, para otras formas de historia y
otros historiadores que, si bien ocuparon en el centralizado universo académico una
10
posición marginal, tuvieron los suficientes puntos de conexión para condicionarse y
reconocerse mutuamente. Con unos grados de polarización e interacción muy diferentes, el
escribir en las fronteras de la cultura oficial fue la única posibilidad, no sólo de aquellos
autores de provincias que se esforzaron en reivindicar, frente al castellanismo oficial,
diferentes acercamientos al pasado de sus regiones; también lo fue para aquellos
intelectuales de finales de siglo, «regeneracionistas de cátedra» cuyos ideales de
modernización política, su republicanismo e intenciones historiográficas innovadoras les
llevaron a censurar el sistema sociocultural de su época y sentar las bases de una
historiografía crítica liberal;30 y, por supuesto, para aquellos otros relacionados con los
sectores democráticos más avanzados y con el movimiento obrero «que escriben lo que
pretendía ser una visión alternativa a la de la cultura académica, y que quieren ofrecer un
panorama que incluya no sólo a los gobernantes, sino al conjunto de los ciudadanos».31
Individualidades dispersas en el panorama de la cultura de la protesta y la disidencia
decimonónica, pioneros de la historia de las «clases trabajadoras» y la crítica hacia la
neutralidad ideológica del historiador predicada por los académicos y los profesionales, el
siglo XX los elevará a la categoría de precursores de los nuevos historiadores de
partido y, por extensión, de toda la historiografía del exilio que, en forma de crónicas
documentales, positivistas y descriptivas, narrará la historia «institucional» del
socialismo, el comunismo, el anarquismo y el movimiento obrero español.
Condenados por liberales, republicanos, separatistas o rojos, los historiadores
nacionales, vencedores de la guerra civil, se encargaron de depurar los siglos de la historia
española y silenciar, lanzándolos al pozo del olvido, los nombres y las aportaciones de sus
predecesores. De forma arbitraria, la condición de historiador se vio privada de su tradición
al ser eliminado su pasado y una parte importante de su presente, desde las tesis de la
exclusión de los «otros» y la exclusividad del conocimiento histórico. Construido sobre la
negación de su propio ser y el rechazo de la memoria, el horizonte autárquico de los
historiadores franquistas se vio reducido a un espacio anacrónico, sin futuro, paralizado en
11
la inmediatez de su realidad y en la irresponsabilidad de un discurso cerrado sobre sí
mismo. En el camino, sólo la posibilidad de retomar las líneas de la literatura
historiográfica, permitió a alguno de ellos asentarse en la profesión al asumir determinadas
referencias del pasado y, a partir de ellas, comprender que se habían equivocado e iniciar la
reconstrucción del sentido de la historia.
La historia de la historiografía es, pues, la de la comprensión de sus textos,
pero también la de la interpretación de sus autores por el lector. Protagonistas que
escriben sus obras como resultado de una historia personal y colectiva, la lectura histórica
de las mismas nos permite entender cómo, detrás de las visiones lineales y las sociologías
de la fama, se encuentra una compleja realidad que nunca es un escenario ideal y, en la
medida que tampoco es objetivo, individual y limitado a unos cuantos nombres señeros,
necesitamos insertar en un marco mucho más amplio que abarque, sin distingos, a todos los
historiadores del momento y, a la vez, tenga en consideración el contexto social y
académico de cada uno de ellos. Desde estos presupuestos, nuestra propuesta pasa por la
elaboración de un catálogo ordenado de historiadores, un instrumento de trabajo que nos
permita mejorar la «lectura» de la escritura de la historia o, dicho de otra manera, nos dé la
posibilidad de reinscribir las obras y los autores en su historia. Y aunque los azares de la
vida en su singularidad y variedad son irreductibles a normas y generalizaciones, la propia
naturaleza del trabajo nos ha llevado a imponer unas valoraciones subjetivas de los autores
y sus obras, a establecer unos criterios de distinción entre los presentes y los ausentes -y
ausente no quiere decir olvidado o inexistente-, y a elaborar una jerarquización de los
«mejores» como medio de aproximación a las fisonomías individuales de unos grupos de
historiadores, cuya aventura intelectual corrió paralela a la de una sociedad y una cultura
repleta de contradicciones y sobresaltos.
En este punto, el horizonte temporal elegido inicialmente para la confección del
Diccionario Akal, se encuadra en los límites marcados por dos fechas que consideramos
claves en el proceso de formación histórica de la historiografía española: 1840 y 1936.
12
(doce años después, estos límites han sido revisados sobrepasando la frontera de la guerra
civil y llegando a nuestros días). El año inicial de la década de los cuarenta del siglo XIX,
porque la suma de los efectos de varias guerras civiles, dos exilios y una encarnizada
persecución de las ideas, significaron una ruptura con la tradición dieciochesca.32 Y porque,
desde entonces, todo un conjunto de procesos de legitimación, vinculados entre sí por el
intento de recuperar la tradición propia y el tiempo perdido, caracterizaron la
institucionalización de la cultura liberal burguesa, condicionaron la aparición de unos
escritores de historia diferentes a los del XVIII y, como hemos visto, determinaron la
consolidación paulatina de los historiadores como una categoría socio-profesional y una
condición intelectual. Por motivos suficientemente justificados a lo largo de la
introducción, habíamos elegido 1936 en tanto fecha que marca la segunda gran ruptura de
nuestra historiografía y el nacimiento de los últimos autores recogidos en las páginas del
Diccionario cuyas trayectorias intelectuales continúan activas. Como se ha comentado más
arriba, en la actualidad trabajamos el período completo de la contemporaneidad.
En cuanto a la elaboración de la nómina de historiadores, nuestro intento de
representar de manera precisa el mapa de autores de la historiografía española nos llevó a
confeccionar una base de datos inicial que contenía algo más de 2000 registros
biobibliográficos. A día de hoy, sumando la investigación de las diversas tesis doctorales
realizadas en el grupo, la base de datos supera los 8000 registros. Esforzándonos por huir
de las «inercias colectivas» generadas por la comunidad historiográfica y preocupados por
limitar su número a los más representativos, sobre esta primera relación empezamos a
trabajar por eliminación.33 De esta manera, decidimos prescindir de los eruditos locales de
segundo orden, de los escritores más famosos incluidos en todas las antologías literarias
cuyo contacto con la historia fue ocasional y de los docentes que no practicaron la
investigación histórica o tuvieron escasa transcendencia en la elaboración de sus contenidos
escolares. Con las excepciones testimoniales de Hugo Obermaier, Hans Juretschke, Ernesto
Schäfer y Carlos Pereyra, también, consideramos conveniente excluir a los hispanistas que
13
merecerían por sí solos un diccionario34 y, en última instancia, a un conjunto de críticos,
periodistas, ensayistas o historiadores de la literatura, del arte, de la filosofía, de la ciencia,
la medicina o del cine que, sin negar la importancia de sus trabajos y por tratarse de un
diccionario general y no de especialistas, sus áreas de investigación aparecen representadas
por quienes situamos como maestros y precursores de cada una de ellas.
El siguiente paso fue el de la selección, realizada en función de nuestros estudios
previos sobre el desarrollo de la historiografía y la transformación continua de la categoría
de historiador en la sociedad española contemporánea. Como se ha podido observar en la
panorámica ofrecida en las páginas de este apartado y en el recorrido esbozado en el
capítulo que abre la introducción del Diccionario, los criterios para seleccionar los
personajes son una combinación de factores institucionales y epistemológicos, de
representación socio-cultural, valoración cualitativa de las obras y contextualización
histórica de sus autores. Por lo demás, sobre el eje temporal de 1900, dos conceptos
(academicismo y profesionalización) y dos instituciones (la Real Academia de la
Historia y la Universidad), nos han permitido mirar hacia atrás y hacia adelante,
establecer clasificaciones internas por aficiones y especialidades, juzgar las posibles
relaciones entre maestros y discípulos, interpretar los diversos «cánones» creados por las
distintas comunidades que se han sucedido y elaborar, en definitiva, un censo de 520
historiadores, lo que supone una cantidad de 5.720 entradas de información.
En sus aspectos sociales, un rápido análisis de la información recogida resulta
orientativa de los parámetros señalados. Así, desglosados por fechas de nacimiento
podemos observar cómo, al lado de 9 autores, hijos del siglo ilustrado pero erigidos por el
XIX en representantes de la emergente oligarquía, satisfecha y cultivada, encontramos 290
nacidos durante el Ochocientos. En su mayoría, se trata de personajes que, bajo el influjo
dominante de una política conservadora, dejaron de ser aquel conjunto de individuos,
algunos nobles y los más «proletariado de levita» (aquellos literatos, únicos representantes,
según Valera, de la clase media que «peleaba por conseguir el reparto y el goce del
14
presupuesto»), de las primeras décadas del moderantismo, para convertirse en los
protagonistas de la actividad historiográfica madrileña y de las provincias. 35 Herederos de
esta tradición, los años de la transición finisecular marcaron el advenimiento de la profesión
de historiador y la aparición de un nuevo espacio historiográfico controlado por el mundo
universitario. Con el límite señalado de 1936, en este universo se dieron a conocer a los
diferentes públicos de los 221 autores registrados.
Así las cosas, dejando al margen el análisis del origen social,36 la muestra refleja el
marco socio-profesional sobre el que se construyó la tradición historiográfica y el sistema
de relaciones que generó una amplia tipología de lo que fue o debía ser el historiador: desde
el aficionado al erudito local pasando por el catedrático universitario profesional o el
historiador militante de partido.37 De todos ellos, si nos centramos en el grupo de los
docentes, parece normal que sea el colectivo mejor representado con 350 individuos, lo
cual supone el 67,30 %. Sin embargo, un dato expresa perfectamente lo señalado sobre la
profesionalización y el escaso prestigio cultural de que gozaron los profesores de las
asignaturas históricas en el XIX: de los 196 catedráticos universitarios de Historia de la
Facultades de Filosofía y Letras, sólo 32 (6,1) tomaron posesión de sus plazas entre 1840 y
1900, el resto 163 (31,34) lo hicieron desde 1901 hasta mediados de la década de los
ochenta.38 Algo similar, pero a la inversa, podríamos decir de los profesores de Instituto, de
los cuales la valoración de sus aportaciones a la configuración de la historia como
asignatura escolar y su práctica erudita, nos ha llevado a elegir un número más alto de los
representantes del XIX (27) que del XX (10). Sobre el resto del profesorado, baste señalar
que, junto a ciertas individualidades que alcanzaron el reconocimiento de la profesión y de
la sociedad española por sus estudios biográficos o sus ensayos históricos desde cátedras
alejadas de la historia, la incorporación de catedráticos de Historia del Derecho, de las
distintas Filologías o del Arte, la realizamos por el valor fundamental de sus trabajos en la
configuración del método y la consolidación de la naturaleza del conocimiento histórico.
En esta enumeración no olvidamos a aquellos otros que, siendo titulares de ciencias
15
sistemáticas como la politología, la economía, la antropología o la sociología, se
interesaron por la dimensión histórica de sus disciplinas, plantearon problemas y ofrecieron
soluciones para el desarrollo general de la historiografía.
Para terminar con este apartado, es preciso decir que creímos conveniente incluir a
los historiadores del exilio que, habiendo nacido y trabajado en España hasta la
guerra civil, participaron de la diáspora republicana por el mundo. De igual modo,
seleccionamos un conjunto de historiadores que se formaron en la profesión o comenzaron
a publicar obras históricas con posterioridad a su alejamiento del país y, por último, los
casos de quienes, en la década de los cincuenta y sesenta, estudiaron y desarrollaron sus
carreras fuera, manteniendo una estrecha vinculación entre sus investigaciones y el
universo historiográfico español.
Las fuentes de información utilizadas.
Se ha dicho que el historiador intelectual es «un consumidor más que un productor
de “métodos”» cuya «especificidad consiste en “qué” aspecto del pasado está tratando de
aclarar, no en que detente la posesión exclusiva de un cuerpo de evidencias o de un
conjunto de técnicas».
39
Si esto fuera cierto, podríamos decir en nuestro caso que,
siendo el objeto de las investigaciones el estudio histórico de la historiografía y su
finalidad última la plena comprensión de sus textos, las fuentes primarias del trabajo
que realizamos son las obras de historia. De hecho, mientras para el resto de los
historiadores los textos que interpretan son sólo los medios necesarios para comprender
algo más que los textos en sí mismos, para el de la historiografía la realización de un
repertorio bibliográfico se convierte en una necesidad primordial cuando se trata de
responder a la pregunta de cómo los historiadores construyen la historia. En este sentido,
nuestra primera actividad fue examinar los catálogos bibliográficos que empezaron a
publicarse desde mediados del siglo XIX, antecedente directo de iniciativas como la
nuestra40 y el conjunto de obras que, siguiendo el modelo establecido por Rafael Ballester y
16
Benito Sánchez Alonso,41 mantienen una concepción de la historiografía relacionada con la
literatura y, más concretamente, con la bibliografía histórica. Recordemos que durante el
primer franquismo, los trabajos del Instituto Nicolás Antonio del CSIC; el Índice Histórico
Español, de CEHI en Barcelona; o algo más tarde, los trabajos del CECEL, nos ofrecen una
cantidad de información que fácilmente nos desbordaría sin un tratamiento electrónico.
Pero el estudio de la historia de la historiografía, es mucho más que una mera
historia intelectual de la literatura pues, junto a la bibliografía, implica la
investigación con fuentes y el conocimiento de los archivos. De hecho, el trabajo de
reconstruir el grupo de historiadores contemporáneos lo vinculamos definitivamente con el
proceso de elaboración científica del género biográfico que supone «como mínimo una
exhaustiva tarea de investigación utilizando fuentes primarias de archivos públicos y
privados, y haciendo uso sólo de manera subsidiaria de las semblanzas recreadas en la
época, a no ser claro está que se trate de obras con una base documental sólida o
testimonios de primera mano, que hayan sido contrastados». Después de recurrir a las
grandes enciclopedias, principales obras de referencia modernas e índices biográficos
colectivos,42 nuestra labor de documentación se centró en el vaciado y rastreo de los
materiales conservados en los archivos y bibliotecas. En este punto, las dificultades que
encontramos fueron mínimas cuando nos dedicamos a interpretar las obras e investigar las
carreras públicas de los historiadores. Las primeras las pudimos consultar con facilidad en
la Biblioteca General Universitaria de Zaragoza y la Nacional de Madrid. Las segundas las
empezamos a completar, primero, con la ayuda de la amplia gama de fuentes oficiales,
sociales y administrativas de cada época (desde escalafones, memorias oficiales e
institucionales hasta las obras de información social y estadística como pueden ser los
almanaques de las ciudades, los anuarios del comercio, los censos de población, las guías
de España o los ¿Quén es quién? más recientes); y, en segundo lugar, con la información
contenida en los expedientes de quienes ejercieron sus carreras en la Administración del
Estado.
17
Por representar el profesorado casi el 70 % de la lista completa de historiadores,
para nosotros han sido básicas las biografías profesionales que se encuentran en las hojas de
servicios de los expedientes personales de los docentes de Universidad, Instituto o la
Escuela Superior de Diplomática, conservados en los archivos históricos universitarios, el
del Ministerio, el de la Biblioteca Nacional y, principalmente, en el Archivo General de la
Administración de Alcalá de Henares en su Sección de Educación y Ciencia. Con una
documentación muy completa, en cada uno de los legajos aparecen las partidas de
bautismo, los certificados de estudios, tomas de posesión, traslados y ceses. Además se
suelen encontrar numerosos oficios donde se comunican todo tipo de incidencias
profesionales, solicitudes de permisos, pensiones para viajes de formación e investigación
y, en muchos casos, las memorias de las asignaturas.43 Informaciones que hemos intentado
completar con los expedientes de oposiciones a las cátedras de Historia de los diferentes
establecimientos docentes. En ellos, junto a la historia oficial de los concursos, los
cuestionarios y los exámenes realizados por los candidatos, los programas presentados
aparecen como fuentes indiciarias del estado de la disciplina en cada época. Repletos de
coincidencias y lugares comunes, aunque también de detalles personales, se podría trazar la
historia del saber histórico atendiendo a las formas, las modas y las variaciones que
presentan. En esta misma línea resulta interesante el examen de los expedientes de los
académicos que se conservan en el Archivo de la Real Academia de la Historia y los
discursos de ingreso de los nuevos numerarios, o los relativos a los miembros del Cuerpo
Facultativo de Archivos, Bibliotecas y Museos, ordenados por Agustín Ruiz Cabriada. 44 En
las partes del elogio introductorio, la necrología que contienen y las primeras páginas de la
contestación leída por el académico que actúa de padrino del recipientario, no sólo
encontramos datos biográficos, sino que resultan textos de primera mano para explicar el
proceso de legitimación individual y colectiva desarrollada en el seno de la Academia
decimonónica y la construcción de una imagen ideal del historiador oficial. Del mismo
modo, la información sobre los militares, funcionarios civiles, diplomáticos y políticos se
18
encuentra en sus expedientes personales custodiados en el Archivo General Militar de
Segovia, el del Congreso de los Diputados, el del Senado, Presidencia del Gobierno o el
Historico Nacional.
Inicialmente en casos contados, utilizamos materiales conservados en sus archivos
particulares. En los últimos doce años, un gran número de legados documentales
pertenecientes a historiadores clave del siglo XX han sido cedidos a instituciones o puestos
a disposición de los investigadores por parte de las familias. Algunos ejemplos, en José
Antonio Maravall, Jaime Vicens Vives, Florentino Pérez Embid, Federico Suárez
Verdeguer, Joan Reglá, José Navarro Latorre, Santiago Montero, etc. Se trata de un
sugerente camino en cuyo transcurso, además de las notas, borradores y manuscritos
inéditos, podemos encontrar dos fuentes de primera calidad: la correspondencia y las obras
de lectura de las bibliotecas personales de los autores. Convertidas las cartas en el más
importante medio de comunicación de los historiadores, cuando menos hasta mediados de
la década de los setenta de nuestro siglo, su consulta y clasificación posee un valor
innegable para la reconstrucción del medio historiográfico.45 En este sentido, la
correspondencia epistolar permite poner al descubierto los orígenes y la naturaleza de las
amistades intelectuales, las circunstancias personales, los argumentos y creencias, es decir,
todo el sistema de «relaciones subterráneas» construido a lo largo de los años por los
diferentes personajes y los elementos constitutivos de su vida intelectual. No en vano, estos
documentos personales fueron la vía privilegiada, mucho más que las revistas, periódicos y
libros, utilizada para comunicar ideas, novedades, métodos y técnicas entre ellos.46 Por su
parte, el estudio de los libros conservados en las bibliotecas abre unas interesantes
posibilidades para la comprensión del acceso a los textos, la jerarquización de los diversos
campos culturales, las estrategias de creación individual, su relación con las colectivas y su
traducción en la producción escrita.47
Todos estos datos nos permitieron comprobar lo recordado por unos autores que, sin
poder resistir la atracción por lo público, construyen sus sociologías de la fama con retazos
19
autobiográficos, recogidos en sus memorias o esparcidos en prólogos de libros, reseñas,
artículos y entrevistas. Así mismo, con ellos hemos intentado depurar las inexactitudes,
errores y equivocaciones que se encuentran en las semblanzas, galerías de personajes, libros
de homenajes y necrologías, escritas, la mayoría de las veces, desde la retórica de la
benevolencia y la admiración, por un círculo cerrado de celosos adeptos, discípulos y
amigos. Por otra parte, salvando las excepciones de unas pocas y muy recientes biografías
de historiadores realizadas con sentido histórico, se trata de una literatura donde, como
explico el profesor Juan José Carreras, «la imparcialidad es entendida no sólo como la
neutralización de todo posible exceso en la crítica, si la hay, sino también como una
sistemática reserva por lo que hace a las cuestiones no estrictamente públicas», de tal
manera que apenas suministra información sobre cuestiones tales como el entorno familiar,
la orientación ideológica o las actividades políticas.
La estructura de las biografías.
Después de realizar la selección de los autores y el análisis detenido de las fuentes,
el estudio de algunos diccionarios de historiadores existentes en el mercado nos decidieron
a utilizar un tipo de formulario bio-bibliográfico muy cercano al modelo utilizado por
Christophe Charle.48 En ellos, las noticias presentadas son de dos tipos: Con un predominio
claro de la información en detrimento de la opinión, el primer grupo incluye datos sociales
y prosopográficos que nos permitirán situar a los autores en el tiempo y el espacio social. El
segundo tipo esta formado por el conjunto de informaciones cualitativas (otras actividades,
opiniones políticas o bibliografía) que nos aproximarán al contexto académico e ideológico
de los historiadores. Por lo que hace a la estructura de las biografías, las variables se han
reunido en los siguientes epígrafes:
Apellidos y nombre (en el caso de títulos de nobleza, van añadidos entre paréntesis),
seguidos por el Lugar y fechas de nacimiento y defunción. Se trata de una información
identificativa que hemos extraído de las fuentes y obras de referencia biográficas y cuya
20
mayor utilidad para un análisis futuro de los datos se refiere a establecer desde los orígenes
geográficos hasta el funcionamiento de las relaciones de paisanaje y la importancia del
reclutamiento provincial como un aspecto en la consolidación de los diferentes modelos de
la historiografía y la categoría de historiador.
Siguen las informaciones sobre el Origen social. Con el objetivo de aproximarnos al
capital social y cultural heredado por los autores, hemos procurado conocer como mínimo
la profesión del padre. Cuando lo permiten las fuentes se ha registrado las informaciones
relativas al entorno familiar, el de sus antepasados más próximos y colaterales, gustos
culturales, ideología política y militancias de sus padres y, en general, las relaciones
familiares.
El epígrafe siguiente lo hemos dedicado a la Formación de los historiadores. En él
damos noticia de la educación familiar, de los estudios secundarios y superiores realizados,
los viajes de formación y el conocimiento de idiomas. También hemos incluido el nombre
de sus maestros, los directores y los títulos de las tesis doctorales. Son datos que nos
ayudarán a conocer el capital cultural adquirido por cada uno de ellos y, en sus aspectos
colectivos, nos permitirán explicar, entre otras cuestiones, la heterogeneidad del historiador
decimonónico frente a la homogeneización característica del historiador profesional, la
calidad de la enseñanza y el prestigio alcanzado por diferentes centros como la Universidad
Central, la Escuela Superior de Diplomática o el Centro de Estudios Históricos, la
importancia de las estancias en el extranjero para la recepción de las modas y las distintas
corrientes historiográficas y los indicios de las futuras trayectorias de historiador de los
diferentes autores.
En la entrada dedicada al Estado civil señalamos su condición de solteros o casados.
En el caso de quienes contrajeron matrimonio anotamos desde el nombre de la esposa hasta
los detalles que nos ayuden a conocer la vida y la historia familiar: lugar de matrimonio,
testigos, número de hijos y profesiones de estos. Con la realidad de un universo casi
exclusivamente masculino, no es sorprendente el escaso interés que para las fuentes más
21
utilizadas tienen las esposas. Tampoco ha de sorprender que, en este mundo, las mujeres
con nombre propio sean muy pocas, cuando menos, hasta los años sesenta del presente
siglo. Con todo, lo cierto es que estas informaciones dan noticia acerca de las diversas
estrategias matrimoniales, de las relaciones de parentesco como factor que favorece las
endogamias y del proceso de afianzamiento social de las familias que han detentado el
poder cultural.
En el registro Carrera se detallan las ocupaciones principales, privadas o públicas,
los cargos académicos y administrativos alcanzados, concretando dentro de lo posible las
instituciones, lugares y fechas de toma de posesión y cese. Todo ello nos proporciona datos
sobre el prestigio de las diversas profesiones, la descripción de los diferentes grupos y la
estructura profesional de los historiadores.
Otras actividades, donde intentamos precisar la condición de historiador y la
originalidad de cada uno de los personajes, la consideramos una de las entradas más
relevantes de las fichas. Después de una definición sucinta, en ella detallamos el arco de
actividades intelectuales desarrolladas (colaboraciones en revistas y periódicos, dirección
de grandes obras y principales artículos) y las relacionadas con empresas de tipo cultural,
periodístico o de divulgación, asociaciones y aficiones. Son informaciones que nos
permitirán estudiar las diversas etapas de la construcción de prestigios personales, así como
los círculos creadores de dominios de opinión.
A continuación el bloque de Honores y distinciones se ocupa de comentar la fortuna
pública y académica de los autores y el tributo de admiración con que fueron reconocidos
por sus contemporáneos. Apuntamos la pertenencia a instituciones científicas y culturales,
haciendo especial hincapié en la Real Academia de la Historia, cargos honoríficos
ocupados, méritos de relieve y, en general, los premios y las medallas nacionales y
extranjeras recibidas.
En Principales obras hemos realizado una valoración cualitativa de los libros más
representativos de cada autor, seleccionando un máximo de veinte, sin citar las obras
22
mencionadas en apartados anteriores (tesis doctorales, trabajos colectivos o discursos).
Nuestra intención ha sido el reflejar la producción escrita de cada historiador, sus intereses
y trayectorias intelectuales. Pero no sólo eso, de igual modo que el anotar las diferentes
ediciones de las obras y traducciones resulta fundamental para conocer la difusión, el éxito
editorial y el historiográfico de cada uno de ellos, pensamos que, mediante el análisis
cuantitativo, temático y cronológico del conjunto de obras recogidas, podemos rastrear la
implantación de tendencias, la aparición de nuevas áreas de investigación y la
consolidación de intereses científicos.
El penúltimo apartado los dedicamos a la Orientación política. Siendo un terreno
especialmente pantanoso, especialmente, con los historiadores del siglo XX, primero hemos
intentado situar ideológicamente a cada uno de los personajes, pasando después a hacer
referencia a la militancia política en que han figurado, concretando sus posiciones en los
partidos, cambios y disidencias conocidas. También se exponen los cargos políticos más
relevantes ocupados, su participación en elecciones, intervenciones parlamentarias o
comisiones a las que han pertenecido.
Finalmente, debemos advertir que, en la medida de lo posible, todas nuestras
informaciones ha sido contrastadas con materiales que se encuentran pormenorizadas en la
entrada de Fuentes que acompaña a cada biografía en particular y en el capítulo específico
donde se detalla la bibliografía general utilizada. En el epígrafe que nos ocupa la
procedencia de los datos los hemos dispuesto siguiendo el siguiente orden: a los recogidos
de relatos autobiográficos y memorias de los autores, les siguen los procedentes de los
diferentes archivos, necrologías, semblanzas de la época, grandes enciclopedias y
cronológicamente los diversos trabajos publicados sobre cada historiador.
COROLARIO
El Diccionario Akal de Historiadores españoles nunca se consideró una obra
cerrada, sino más bien un registro de exploración continua que, como demuestra el
23
proyecto en curso de realización del Diccionario de catedráticos universitarios de Historia,
pervive en la actualidad. El presente seminario es un buen ejemplo de que este tipo de
iniciativas requiere también una proyección interdisciplinar.
1
Este texto es una revisión del que escribí como introducción a Ignacio Peiró Martín y Gonzalo
Pasamar Alzuria, Diccionario Akal de historiadores españoles contemporáneos (1840-1980), Madrid, Akal,
2002, pp. 30-45. Debe entenderse como un primer punto de partida para el debate y el comentario de la
intervención que, junto a M. A. Marín Gelabert, dedicamos a “Los diccionarios historiográficos en Europa: el
caso de la historiografía española”.
2
Sobre las «trayectorias típicas» y su importancia en el análisis de la cultura de un grupo social vid.
Pierre Bourdieu, La distinción. Criterios y bases sociales del gusto. Madrid, Taurus, 1988, pp. 108-111.
3
Después, en la primera década del 2000, aparecieron los grandes proyectos dirigidos por Javier
Fernández Sebastián y Juan Francisco Fuentes, (dirs.), Diccionario político y social del siglo XIX español,
Madrid, Alianza Editorial, 2002, y Diccionario político y social del siglo XX español, Madrid, Alianza
Editorial, 2008; y dirigido por Javier Fernández Sebastián, Diccionario político y social del mundo
iberoamericano. La era de las revoluciones, 1750-1850 [Iberconceptos, 1750-1850], Madrid, Fundación
Carolina, Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales,
2009. Y otros muchos como el de Gustavo Alares López, Diccionario biográfico de los consejeros de la
Institución «Fernando el Católico». Una aproximación a las elites políticas y culturales de la Zaragoza
franquista, Zaragoza, Institución «Fernando el Católico», 2008
4
Desde entonces, vinieron otros como el dirigido por Antoni Simon i Tarrés Diccionari
d´Historiografia Catalana, Barcelona, Enciclopèdia Catalana, 2003, acompañado de su resumen temático
Tendències de la historiografia catalana, València, Universitat de València, 2009; el escrito por Gonzalo M.
Borrás Gualis y Anna Reyes Pacios Lozano, Diccionario de historiadores españoles del arte, Madrid,
Cátedra, 2006; o el coordinado por Margarita Díaz-Andreu, Gloria Mora Rodríguez y Jordi Cortadella, Jordi
(coords.), Diccionario Histórico de la Arqueología en España (siglos XV-XX), Madrid, Marcial Pons, 2009.
Contando con el precedente de algunos trabajos de Manuel J. Peláez como Infrahistorias e Intrahistorias del
Derecho Español del siglo XX: Un paisaje jurídico con treinta figuras, Barcelona, Cátedra de Historia del
Derecho y de las Instituciones (Facultad de Derecho. Universidad de Málaga), 19952; destacan los trabajos de
Manuel Martínez Neira que ha impulsado la creación en red del Diccionario de catedráticos de Derecho.
5
Benito Sánchez Alonso, «El concepto de historiografía española», Hispania, 11 (abril-junio de
1943), p. 184.
6
Siguiendo el modelo establecido por los manuales clásicos europeos de principios de siglo como el
de E. Fueter, Historia e historiadores en el siglo XIX, Buenos Aires, Ed. Nova, 1953, o el de Georges P.
Gooch, Historia e historiadores en el siglo XIX, México, F.C.E., 1977 (1a. edición en inglés 1913).
7
Las cosas han cambiado mucho desde que, a mediados de los noventa, Josep M. Muñoz i Lloret
publicara Jaume Vicens i Vives. Una biografía intel·lectual, Barcelona, Edicions 62, 1997. Este estudio ha
sido ampliamente superado por los trabajos de los últimos cinco años (Marín Gelabert, Soler y Gatell...) Cf.,
por parte de Marín, A través de la muralla. Jaume Vicens Vives y la modernización del discurso histórico,
Barcelona, Editorial Vicens Vives, 2010; el prólogo, «La fatiga de una generación. Jaume Vicens Vives y su
24
Historia crítica de la vida y reinado de Fernando II de Aragón», a J. Vicens Vives, Historia crítica de la vida
y reinado de Fernando II de Aragón, Zaragoza, Cortes de Aragón-Institución «Fernando el Católico», 2006,
págs. XI-CXX; y ser el editor de los textos de Vicens, España contemporánea (1814-1953), Barcelona, El
Acantilado, 2012; La crisis del siglo XX (1919-1945), Barcelona, El Acantilado, 2013. También, Cristina
Gatell y Glòria Soler, Amb el corrent de proa. Les vides polítiques de Jaume Vicens Vives, Barcelona,
Quaderns Crema, 2012. Por lo demás, junto a otros ejemplos mencionados en las siguientes notas, el auge de
las biografías de historiadores encuentra muy desiguales ejemplos en los libros de Xosé M. Núñez Seixas, La
sombra del César. Santiago Montero Díaz. Una biografía entre la nación y la revolución, Granada, Editorial
Comares, 2012; y la de Onésimo Díaz Hernández, Rafael Calvo Serer y el grupo Arbor, València, Universitat
de València, 2008. Finalmente, mencionaré las presentaciones biográficas que acompañan la reedición de
textos clásicos publicados en las colecciones de la pamplonesa Editorial Urgoiti y la zaragozana Institución
Fernando el Católico (desde Modesto Lafuente a Jover, pasando por Hinojosa, Ureña, García Ormaechea,
Obermaier, Pabón, Pérez Bustamante o Schulten). De la primera editorial fue su responsable académico hasta
2012 y, de la segunda, sigo siendo director de la colección Historiadores de Aragón.
8
Se trata de una publicística geográficamente dispersa y de difícil consulta. Repleta de anacronismos y
juicios de valor que, pecando a veces de corazón, sus pecados historiográficos se hacen imperdonables
cuando, bajo el prisma de una militancia nacionalista o ideológico-religiosa, produce la exaltación ideal de
algunos historiadores considerados precursores de algo, inventa tradiciones inexistentes o, en sus casos más
extremos, intenta relativizar el proceso de formación de la historiografía española y la de sus regiones.
9
Me extiendo en las causas de esta situación en las introducciones de mis libros Los Guardianes de la
Historia. La historiografía académica de la Restauración, Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 20062;
e Historiadores en España. Historia de la Historia y memoria de la profesión, Zaragoza, Prensas
Universitarias, 2013.
10
La propuesta de un diccionario histórico presentada por el vizconde del Puerto fue oficialmente
asumida por la Academia de la Historia, llegando a publicar unas «Reglas acordadas por la Academia para un
Diccionario Biográfico Español», Boletín de la Real Academia de la Historia, VI, I (enero 1885), pp. 5-26;
VII, VI (diciembre de 1885), pp. 424-427, que nunca se realizó. Como se sabe, el proyecto fue retomado por
el recientemente fallecido director de la corporación, Gonzalo Anes, al anunciar la preparación de una gran
diccionario biográfico nacional español, véase la entrevista de Enriqueta Antolín, «Gonzalo Anes. Director de
la Real Academia de la Historia», El País (domingo 4 de abril de 1999), p. 33. Entre 2008 y 2014 en que se
terminó la publicación completa de los 50 tomos y 40.000 entradas del Diccionario Biográfico Español de la
RAH se acompañó de un gran debate sobre el revisionismo histórico en la historiografía española. Entre las
más airadas respuestas, baste recordar el volumen colectivo editado por Ángel Viñas, En el combate por la
Historia. La República, la guerra civil, el franquismo, Barcelona, pasado & Presente, 2012.
11
Formando parte de un ambicioso proyecto de investigación consagrado al estudio de las elites
francesas en la época moderna y contemporánea, se generaron los trabajos de Christophe Charle, Dictionaire
biographique des universitaires au XIXe et XXe siècles. 1. La Faculté des Lettres de París (1809-1908), 2. La
Faculté des Lettres de París (1909-1940), Paris, Institut National de Recherche Pédagogique et Éditions du
CNRS, 1986, continuados, en colaboración con E. Telkes, con Les professeurs du Collège de France 19091939. Dictionnaire biographique, Paris, INRP et CNRS, 1988 y Les professeurs de la Faculté des Sciences de
Paris, 1901-1939, Paris, INRP et CNRS, 1989.
12
Para el caso alemán, podemos destacar las obras de Wolfgang J. Weber, Priester der Klio.
Historisch-sozialwissenschatfliche Studien zur Herkunft und Karriere deutscher Historiker und zur
Geschichte der Geschichtswissenschaft 1800-1970, Franfurt am Main, Verlag Peter Lang, 1987; y
Biographisches Lexikon zur Geschichtswissenschaft in Deutschaland, Österreich und der Schweiz. Die
Lehrstuhlinhaber für Geschichte von den Anfängen des Faches bis 1970, 1987, o el más divulgativo y
manejable de Rüdiger vom Bruch und Rainer A. Müller, Historikerlexikon: von der Antike bis zum 20.
25
Jahrhundert, München, Beck, 1991. En el caso de la República Democrática Alemana, cf. Lothar Mertens,
Lexikon der DDR-Historiker. Biographien und Bibliographien zu den Geschichtswissenschaftlern aus der
DDR. München: K.G. Saur, 2006 y Priester der Klio oder Hofchronisten der Partei?: Kollektivbiographische
Analysen zur DDR-Historikerschaft. Göttingen: V&R unipress, 2006.
13
Dos trabajos de estas características publicados en el mundo anglosajón serían el de J. R. Thomas,
Biographical Dictionary of Latin American HIstorians and Historiography. Westport, Conn. Greenwood
Press, 1984; J. Cannon, ed. Blackwell Dictionary of Historians. New York, Blackwell, 1988; Daniel Wolf (ed.
lit.), A Global Encyclopedia of Historical Writing, New York, Garland, 1998, 2 vols., y el de Kelly Boyd (ed.
lit.), Encyclopedia of Historians and Historical Writing, London, Fitzroy Dearborn, 1998, 2 vols. BOIA, L.
Boia, L., ed. Great historians of the Modern Age: an international dictionary. New York, Greenwood Press,
1991; Ch. Amalvi, Dictionnaire biographique des historiens français et francophones. Paris, La Boutique de
l’Histoire, 2004 y Karel Hruza, ed., Österreichische Historiker, 1900-1945.Lebensläufe und Karrieren in
Österreich, Deutschland un der Tschkoslovakei in wissenschaftgeschichtlichen Porträts. Wien, Böhlau, 2008.
14
Como ejemplo de la utilidad de los repertorios de autores para el análisis de la construcción histórica
de una especialidad y su integración en un esquema de investigación “bipolar”, podemos citar el estudio de
Ève Gran-Aymerich, Naissance de l´Archéologie Moderne, 1798-1945, Paris, CNRS Éditions, 1998,
elaborado sobre la base de un Diccionario de arqueólogos, prehistoriadores e historiadores de la Antigüedad,
en curso de publicación por el CNRS de París.
15
La importancia para la profesión docente de «la monopolización de la actividad reflejada en la
formalización y posesión de un cuerpo de saberes», la señala António Nóvoa en Le temps des professeurs.
Analyse socio-historique de la profession enseignante au Portugal (XVIIIe- XXe siècle), Lisboa, Instituto
Nacional de Investigaçao Científica, I, p. 53. El papel del Estado en la creación de la profesión en JeanMichel Chapoulie, Les professeurs de l´enseignemente secondaire. Un métier de classe moyenne, Paris,
Editions de la Maison des Sciences de l´Homme, 1987, p. 182; y Francisco Villacorta Baños, Profesionales y
burócratas. Estado y poder corporativo en la España del siglo XX, 1890-1923, Madrid, Siglo XXI, 1989, pp.
49-53, 69-75 y 77-150.
16
Véase I. Peiró, Los Guardianes de la Historia. La historiografía académica de la Restauración, op.
cit.; e I. Peiró y G. Pasamar, La Escuela Superior de Diplomática. (Los archiveros en la historiografía
española contemporánea), Madrid, ANABAD, 1996.
17
Los saberes impartidos en ambas cátedras eran consideradas como componentes fundamentales de la
cultura humanística representada en la Academia. No en vano, si bien la afición por el Árabe y el
«orientalismo» tenía mucho que ver con el desarrollo de la Filología comparada y su utilidad para la
construcción de la historia nacional, el estudio de la lengua y la historia literaria del castellano se había
convertido, desde los primeros tiempos del liberalismo, en un fenómeno de identidad social y un criterio para
la definición cultural e ideológica de la nación española, véase José-Carlos Mainer, «De historiografía
literaria española: el fundamento liberal», en Homenaje a Manuel Tuñón de Lara. Estudios de Historia de
España, Madrid, Universidad Internacional Menéndez Pelayo, 1981, II, pp. 439-472.
18
Excepción hecha de la testimonial presencia del krausista, Fernando de Castro y Pajares, catedrático
de Historia general de la Universidad Central, elegido académico en virtud de su cargo de capellán real y
prácticamente se le marginó de la Academia tras la lectura de su discurso de ingreso, a lo largo de todo el
siglo XIX, ningún catedrático de historia alcanzó la medalla corporativa. Tanto Emilio Castelar como Manuel
María del Valle y Cárdenas, titulares de las cátedras de Filosofía de la Historia y de Historia Universal,
fueron elegidos en 1881 y en 1895 respectivamente, pero ninguno de ellos llegó a leer su discurso de ingreso.
El primer catedrático universitario de Historia de una Facultad de Filosofía y Letras que ingresó en la
Academia fue Antonio Ballesteros Beretta en 1918.
19
Paloma Cirujano, Teresa Elorriaga y Juan Sisinio Pérez Garzón, Historiografía y nacionalismo
español, 1834-1868, Madrid, CSIC., 1985, pp. 9-10 y 32-33.
26
20
Gonzalo Pasamar, «La invención del método histórico y la historia metódica en el siglo XIX»,
Historia Contemporánea, 11 (1995), p. 27.
21
Sobre la trayectoria intelectual y las aportaciones de Manuel Sales, además del libro de Rafael Jerez
Mir, La introducción de la Sociología en España. Manuel Sales y Ferré: una experiencia truncada, Madrid,
Editorial Ayuso, 1980, véase Diego Nuñez Ruiz, La mentalidad positiva en España: desarrollo y crisis,
Madrid, Tucar Ediciones, 1975, pp. 245-247.
22
De los diferentes trabajos que nos acercan al universo de la historia regional decimonónica citaré a
Juan María Sánchez Prieto, El imaginario vasco. Representación de una conciencia histórica nacional y
política en el escenario europeo, 1833-1876, Barcelona, EIUNSA, 1993, pp. 165-270; José Alberto Vallejo
del Campo, Los montañeses en la Real Academia de la Historia (1856-1936). Una aportación metodológica a
la historia de la historiografía regional de Cantabria, Santander, Asamblea Regional de Cantabria,
Fundación Marcelino Botín, 1993; Manuel Suárez Cortina, Casonas, hidalgos y linajes. La invención de la
tradición cántabra, Santander, Universidad de Cantabria, Límite, 1994; y Ramón Villares Paz, Figuras da
nación, Vigo, Edicións Xerais de Galicia, 1997
23
Véase J.-C. Mainer, «La invención estética de las periferias", en Centro y periferia en la
modernización de la pintura española (1880-1918), Madrid, Ministerio de Cultura, 1993-1994, p. 30; y mi
artículo «La cultura», en Jordi Canal, coord., La apertura al mundo 1880-1930, vol. III de España, Madrid,
Fundación Mapfre-Taurus (col. América Latina en la historia contemporánea), 2014, pp.. Como ejemplo de la
importancia de tres profesores de Instituto en el desarrollo de la cultura de sus ciudades y regiones,
recordaremos los estudios de Eduardo Ortega de la Torre, Vicent Boix. Aproximació biogràfica al
romanticisme valencià, València, Edicions Alfons el Magnànim, 1987, de Albert Ghanime, Joan Cortada:
Catalunya i els catalans al segle XIX, Barcelona, Publicacions de l´Abadia de Montserrat, 1995, y el de
Ricardo Hermida de Blas, Ricardo Macías Picavea a través de su obra, Valladolid, Junta de Castilla y León,
1998.
24
Un primer esquema sobre el desarrollo y la evolución de la historiografía local contemporánea, en
mis artículos «El cultivo de la historia: las primeras historias municipales del Bajo Aragón», en Pedro Rújula
López (coord.), Aceite, carlismo y conservadurismo político. El Bajo Aragón durante el Siglo XIX, Zaragoza,
Taller de Historia, 1995, pp. 145-162; y «El mundo es mi provincia: la mirada local en las historias
municipales del Bajo Aragón en el siglo XX», en Pedro Rújula (coord.), Entre el orden de los propietarios y
los sueños de rebeldía. El Bajo Aragón y el Maestrazgo en el siglo XX, Zaragoza, GEMA, 1997, pp. 164-183.
25
La expresión la utiliza Jordi Casassas al referirse al proceso de catalanización experimentado por el
Ateneo Barcelonés que, iniciado en el curso 1895-1896, culmina en 1901, L´Ateneu Barcelonés. Dels seus
orígens al nostres dies, Barcelona, Edicions de la Magrana, Institut Municipal d´Història, Ayuntament de
Barcelona, 1986, pp. 68-87.
26
Enric Ucelay Da Cal, La Catalunya populista, Barcelona, Ed. La Magrana, 1982, p. 81. La historia
del partido en Montserrat Baras i Gómez, Acció Catalana (1922-1936), Barcelona, Curial, 1984.
27
Sobre la configuración de esta vía nacionalista catalana y las actividades políticas de sus
historiadores, véase Enric Pujol, Ferran Soldevila. Els fonaments de la historiografía catalana
contemporània, Catarroja-Barcelona, Editorial Afers, 1995, pp. 49-76; y de Francesc Vilanova, Ramon
d´Abadal: entre la història i la politica, Lleida, Pagés Editors, 1997, pp. 19-290, y «El lugar historiográfico
de Ramon d´Abadal i de Vinyals en el siglo XX catalán», introducción a Ramon d´Abadal i de Vinyals,
L´Abat Oliba, bisbe de Vic, i la seva època, Pamplona, Urgoiti Editores, 2003, págs. XI-CLXXXIV
28
En esta dirección, véase el estudio de la duplicidad de «recepciones del método» en Cataluña en los
años veinte, a partir del análisis de la formación de Jaime Vicens Vives en Miquel A. Marín Gelabert,
«Esdevenir Vicens», prólogo a Jaume Vicens Vives, Ferran II i la ciutat de Barcelona, Barcelona, Editorial
Vicens Vives, 2010, págs. V-LXXIX.
27
29
Además de la reforma de los planes de estudios, debemos recordar cómo por primera vez se rompió
el monopolio sobre el doctorado ejercido por la Central de Madrid, al adquirir la Autónoma de Barcelona el
poder de impartir cursos, leer tesis y otorgar títulos de doctor. En 1936, junto a la de Carles Riba, la primera
tesis doctoral leída en la Facultad de Filosofía y Letras de dicha Universidad, fue la de Jaume Vicens Vives.
Sobre Bosch-Gimpera, véase la biografía de Francisco Gracia Alonso, Pere Bosch Gimpera. Universidad,
política, exilio, Madrid, Marcial Pons, 2011; y el prólogo de M.À. Marín Gelabert, «Esdevenir Vicens»,
op.cit.
30
Sobre la insistencia de alguno de sus principales representantes, entre los que se destacaron Joaquín
Costa, Rafael Altamira o Rafael García Ormaechea, en lo específico de la revolución española y cómo su
“visión de la historia de España iba unida a una propuesta política que desde fines del siglo XIX planteó la
necesidad de la reforma agraria, como medio principal de sacar a España del atraso en el que se encontraba”,
véase de Pedro Ruiz Torres, «Del Antiguo al nuevo Régimen: carácter de la transformación», en A.M. Bernal
et alii, Antiguo Régimen y liberalismo. Homenaje a Miguel Artola. 1. Visiones generales, Madrid, Alianza
Editorial-Ediciones de la Universidad Autónoma de Madrid, 1994, pp. 169-170; y «Rafael García Ormaechea
y la política de reforma social en el primer tercio del siglo XX», estudio introductorio a la reedición de Rafael
García Ormaechea, Supervivencias feudales en España. Estudio de legislación y jurisprudencia sobre
señoríos, Pamplona, Urgoiti Editores, 2002, págs. IX-LXXVI
31
Josep Fontana, «La historiografía española del siglo XIX: un siglo de renovación entre dos rupturas»,
en Santiago Castillo (coord.), La historia social en España. Actualidad y perspectivas, Madrid, Siglo XXI,
1991, p. 329.
32
Josep Fontana, «La historiografía española del siglo XIX: un siglo de renovación entre dos rupturas»,
o.c., pp. 325-326, y Pedro Ruiz Torres, «Historia filosófica e historia erudita en los siglos XVIII y XIX», en
Francisco M. Gimeno Blay (ed.), Erudición y discurso histórico: las instituciones europeas (s. XVIII-XIX),
València, Departamento de Historia de la Antigüedad de la Cultura Escrita, Universitat de València, 1993, pp.
13-33.
33
Emilio Lledó entiende por «inercias colectivas», el conjunto de simpatías, ideologías, intereses, etc.
generados por una comunidad científica, que permiten que autores y obras sin ningún valor, sean admitidas
como «valiosas» en el jerarquizado sistema de valores creado por el colectivo, El silencio de la escritura,
Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1991, p. 88.
34
Como modelo de investigación véase el espléndido estudio de Antonio Niño, Cultura y diplomacia.
Los hispanistas franceses y España de 1875 a 1931, Madrid, CSIC, 1988.
35
Juan Valera en Modesto Lafuente, Historia General de España desde los tiempos primitivos hasta la
muerte de Fernando VII, por Don ---, continuada desde dicha época hasta nuestros días por Don Juan Valera
de la Real Academia Española, con la colaboración de Don Andrés Borrego y don Antonio Pirala, Barcelona,
Montaner y Simon, editores, 1882, VI, p. 458.
36
Por las dificultades que supone utilizar unas categorías en constante transformación en los casi dos
siglos que abarca el diccionario, sólo a título ilustrativo señalaremos que, sin contar los 158 autores de los
cuales desconocemos su origen social, la muestra nos proporciona los siguientes datos: Nobleza, 35 (7%);
Alta burguesía, 42 (8%); Clases medias, 270 (52%); Clases populares, 15 (3%).
37
Una primera lectura, nos señala las siguientes cifras: 3 abogados; 40 archiveros; 1 arqueólogo; 2
arquitectos; 37 catedráticos de Instituto; 288 catedráticos de Universidad; 5 diplomáticos; 29 eclesiásticos; 3
escritores; 12 funcionarios; 1 ingeniero; 1 juez; 21 militares; 4 músicos; 1 notario; 14 periodistas; 1 pintor; 22
políticos; 25 profesores universitarios no catedráticos; 9 rentistas-propietarios; 1 tipógrafo.
38
Existen 3 catedráticos que no hemos podido localizar su fecha de toma de posesión de sus cátedras.
No es ninguna contradicción con la fecha de nacimiento en 1936, sino el resultado de unas largas trayectorias
y carreras realizadas en otros puestos, el dato de que 10 de los catedráticos seleccionados ingresen en los años
ochenta del presente siglo.
28
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Stefan Collini, «Qué es la Historia intelectual» , Debats, 16 (junio 1986), p. 32.
Entre otros, fueron Dionisio Hidalgo con su Diccionario General de Bibliografía Española, Madrid,
Imprenta de las Escuelas Pías, 1862-1881, 7 vols. (reeditado en New York, Burt Franklin, 1968 y HidesheimNew York, Georg Olms Verlag, 1973), y Manuel Ovilo y Otero con el Manual de Biografía y de bibliografía
de los escritores españoles del siglo XIX, Paris, Librería de Rosa y Bouret, 1859, los iniciadores de un tipo de
literatura cuya mejor representación en el siglo XX sería la magna obra de Antonio Palau y Dulcet, Manual
del librero hispano-americano: bibliografía general española e hispano-americana desde la invención de la
imprenta hasta nuestros tiempos, Barcelona - Oxford, Antonio Palau Dulcet: The Dolphin Book, 1948-1977,
28 vols + 7 índices (completada por su hijo Agustín Palau Claveras con el Indice alfabético de títulos
materias, correcciones y adiciones del Manual del Librero Hispano-americano de Antonio Palau y Dulcet,
Oxford, The Dolphin Book, 1981). Para nosotros ha sido una ayuda inestimable para completar datos y
conocer reediciones la consulta directa de los más diversos catálogos bibliográficos nacionales e
internacionales conectados a Internet. Varios estudios comprehensivos a nivel internacional, en Keith
Thomas, Changing conceptions of National Biography. The Oxford DNB in Historical Perspective.
Cambridge, Cambridge University Press, 2005; y Jean-Luc Chappey, Ordres et déssordres biographiques.
Dictionnaires, listes de noms, réputation des Lumières à Wikipedia. Seyssel, Champ Vallon, 2013.
41
Rafael Ballester, Bibliografía de la Historia de España. Catálogo metódico y cronológico de las
fuentes y obras principales relativas a la historia de españa desde los orígenes hasta nuestros días, GeronaBarcelona, Sociedad General de Publicaciones S.A 1921, y Benito Sánchez Alonso, Fuentes de la Historia
española. Ensayo de Bibliografía sistemática de las monografías impresas que ilustran la historia política
nacional de España, excluídas sus relaciones con América, Madrid, Imp. Clásica Española, 1919 (2a. ed.,
Madrid, Centro de Estudios Históricos, 1927), y su Historia de la Historiografía española. Ensayo de un
examen de conjunto, Madrid, C.S.I.C., Impr. de Sucs. J. Sánchez de Ocaña y Talleres Gráficos ISELAN,
1941-1944, 1950, 3 vols.
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Como primeras obras de referencia para completar nuestro listado de autores, utilizamos las
compilaciones editadas y dirigidas por Víctor Herrero Mediavilla y Lolita Rosa Agudo Nayle, Archivo
Biográfico de España, Portugal e Iberoamérica, München-London-New York-Oxford-Paris, Saur, 1986-1988
y el Indice Biográfico de España, Portugal e Iberoamérica, München (etc.), Saur, 1990, 4 vols. (2a. edición,
editada y dirigida por Víctor Herrero Mediavilla, München-New Providence-London-Paris, 1995).
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Por ley no hemos podido consultar los expedientes que continúan abiertos o los cerrados hace menos
de cincuenta años. En estas ocasiones, hemos utilizado las fechas de licenciatura, grados de doctor o las de
toma de posesión y cambios de cátedra señaladas en las fichas personales que se encuentran ordenadas en los
ficheros de la Sección.
44
Marqués de Siete Iglesias, Real Academia de la Historia. Catálogo de sus individuos. Noticias
sacadas de su Archivo. I. Académicos de número, Publicado en el “Boletín de la Real Academia de la
Historia”, Madrid, Artegraf, 1981; y Agustín Ruiz Cabriada, Bio-Bibliografía del Cuerpo Facultativo de
Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos. 1858-1958. Madrid, Junta Técnica de Archivos, Bibliotecas y
Museos, 1958.
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Salvo las excepciones de los grandes personajes que, generalmente, habían despertado el interés de
los historiadores de la literatura o de los archiveros encargados de la custodia de sus documentos, sólo
recientemente se ha producido un auge en la publicación de epistolarios de historiadores. De ellos,
mencionaremos los trabajos de Jaume Sobrequés i Callicó, Manuel J. Peláez, María Soriano y Francesc
Vilanova, Epistolari de Lluís Nicolau d´Olwer amb Ferran Valls i Taberner i Ramon d´Abadal i de Vinyals:
1905-1933, Barcelona, Promocions Publicacions Universitàries, 1989, Epistolari de Francesc Martorell i
Trabal i Pere Bosch i Gimpera amb Ramon d´Abadal i de Vinyals i amb Ferran Valls i Taberner: 1908-1931,
Barcelona, 1991, y los dos volúmenes publicados por Josep Clara, Pere Cornellà, Francesc Marina y Antoni
Simon, Epistolari de Jaume Vicens, Girona, Cercle d´Estudis Històrics i Socials, 1994 y 1998
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Las cartas como fuente fundamental para el estudio de la posición de un historiador local en Ignacio
Peiró, El mundo erudito de Gabriel Llabrés y Quintana, Palma de Mallorca, Ajuntament de Palma, Servei
d´Arxius i Biblioteques, Biblioteca Gabriel Llabrés, 1992.
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Como ha demostrado Jesús Martínez Martín, cuando por distintas razones se han dispersado, los
inventarios de bienes particulares post-mortem existentes en los Archivos de Protocolos y otros tipos de
escrituras públicas, resultan una fuente básica que proporciona una visión muy aproximada de los libros que
contenían las bibliotecas, Lectura y lectores en el Madrid del siglo XIX, Madrid, CSIC, 1991, pp. 7-13.
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Christophe Charle, Dictionaire biographique des universitaires au XIXe et Xxe siècles, o.c. Los
epígrafes se modificaron teniendo en cuenta las condiciones españolas y las diferentes trayectorias
académicas de nuestros historiadores. La explicación del modelo y las ideas para su aplicación están basadas
en el artículo de Ignacio Peiró, «Historia de la historiografía: fuentes y metodología de trabajo», Metodología
de la Investigación Científica sobre Fuentes Aragonesas (Actas de las X Jornadas), Zaragoza, Instituto de
Ciencias de la Educación, Universidad de Zaragoza, 1996, pp. 21-64 (principalmente las pp. 56-64).
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