EGIPTO. cililar y mejorar la navegación del Nilo, se edificaron

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EGIPTO.
cililar y mejorar la navegación del Nilo, se edificaron
¡emploi, puentes y pórticos, empleándose en estas
construcciones l a s tropas romanas que guarnecian la
provincia, según la severa disciplina introducida por
aquel emperador en el ejército. Pocos años después,
(oda la parte del Norte de África, desde el Nilo hasta
el Atlas, fué escena de una vasta insurrección. Cinco
naciones de moros, casi desconocidos hasta entonces,
salieron de los oasis interiores, ó invadieron aquellas
pacíficas provincias. Un aventurero tomó la púrpura
en Cartago. Diocleciano desembarcó en Egipto y puso
sitio á Alejandría, que era uno de los principales focos de la rebelión. Cortó los canales que llevaban el
agua del Nilo á todos los barrios de aquella inmensa
ciudad, y habiendo fortificado su campamento contra
los ataques de los sitiados, llevó adelante las operaciones con estraordinario vigor. Después de un sitio
de ocho meses, Alejandría, desolada por el hierro y
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vasallos gastasen el tiempo y el dinero en estudiarla
Después de estos sucesos, el mas importante que
hallamos en la historia de Egipto es su conversión al
cristianismo. El vasto comercio de Alejandría, y su
proximidad á Palestina, abrieron fácilmente la entrada á la nueva religión. Los primeros que recibieron la
luz de la fé, fueron los terapeutas ó esenianos, secta
judía, establecida en las orillas del lago Merotis, y
que se habia relajado mucho en la observancia de la
ley de Moisés. En la escuela de Alejandría fué donde
la teología cristiana empezó á tomar una forma regular y científica, y cuando Adriano visitó á Egipto, encontró una iglesia compuesta de hebreos y griegos,
bastante considerable para llamar su atención. Pero
los progresos del cristianismo estuvieron largo tiempo
encerrados en los límites de aquella ciudad, y hasta
el fin del segundo siglo, el único prelado que tuvo la
iglesia de Egipto fué el patriarca de Alejandría. De-
Ruinas del templo de Serapis.— Pág. 190»
por el fuego, imploró la misericordia del vencedor;
pero esperimentó toda la plenitud de su severidad.
Millares de personas perecieron en la entrada de las
tropas sitiadoras, y apenas se salvaron de la muerte ó
del destierro, huyendo al desierto, unos pocos de los
rebeldes. La suerte de Busiris y de Coptas fué todavía
mas terrible: aquellas soberbias ciudades, notable la
primera por su antigüedad, y la segunda por ser el
centro del comercio de la India, fueron enteramente
arrasadas. En verdad, la nación egipcia habia llegado á ser insensible á los beneficios, y solo podia ser
gobernada por el terror. Pero Diocleciano, después de
haber castigado aquella? poblaciones rebeldes, tomó
algunas sabias medidas encaminadas á su reposo y á
su felicidad. Uno de los edictos que promulgó merece ser aplaudido como un acto de humanidad y de
prudencia. Mandó recoger y quemar todos los libros
que trataban del arte de hacer oro y plata, temeroso,
dicen los historiadores, de que los egipcios, dueños
ue tan importante secreto, creasen grandes riquezas
y las empleasen en sacudir el yugo de Roma. Lo mas
probable es que el emperador, persuadido de la futilidad de aquella vana ciencia, quiso evitar que sus
metrio, uno de ellos, consagró tres obispos, y su sucesor Heraclas, aumentó el número hasta veinte. La
masa de la nación, notoria por la inflexibilidad de su
carácter, recibió con frialdad la nueva doctrina, y
aun en los tiempos de Orígenes, raro era el egipcio
que hubiese abandonado el culto de los animales. Bajo
el reinado de Constantino, la mayor parte de la nación
abrazó la religión cristiana. y en tiempo de Yalente
habia crecido tanto el celo religioso, que aquel emperador, noticioso del gran número de monges que h a bia en el pais, disminuyó el número de los conventos
y prohibió la admisión de novicios.
En medio de esta revolución en la creencia nacional , tan arraigadas habían estado en ellas las supersticiones que desde tiempo inmemorial la habian dominado, que todavía muy avanzado el siglo III, existia
en Alejandría el suntuoso templo de Serapis. Esta divinidad , cuyo nombre estuvo tanto tiempo identificado con el de Egipto, no fué una de las que formaron
parte de la teogonia original de aquel pueblo. El primero de los Tolomeos soñó que una voz celestial le
mandó traer del Ponto un numen que adoraban los
habitantes de Sinope. Este numen era Serapis; pero
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VIAGE ILUSTRADO.
su esencia y sus atributos eran tan misteriosos y des- adornos de oro y plata, y las de metales inferiores SP
conocidos , que no se sabia si representaba al astro hicieron pedazos y se arrojaron á la calle. Teófilo esdel dia ó al terrible monarca de las regiones subter- puso á los ojos del público los fraudes y vicios de los
ráneas. Los egipcios, obstinadamente adictos al culto ministros de los ídolos: su destreza en el manejo de la
de sus padres, como lo eran á sus instituciones y á piedra imán: el secreto amaño de introducir actores
sus costumbres, se negaron largo tiempo á dar entra- humanos en las estatuas huecas de los dioses, y el abuda en sus ciudades á la deidad estrangera. Pero los so escandaloso que hacían de los maridos devotos v
condescendientes sacerdotes, seducidos por las dádi- de sus mugeres crédulas ó corrompidas. La estatua covas del monarca, se sometieron sin resistencia al po- losal de Serapis debia ser envuelta en la ruina de su
der del nuevo Ídolo; le fraguaron una genealogía que templo y de su religión. Un gran número de planchas
tomaba su origen en los tiempos del Caos, y el inmor- de diversos metales, ligadas con mucho artificio, comtal advenedizo usurpó el trono y el lecho nupcial de ponían la magestuosa figura del dios, de tales dimenOsiris, marido de Isis y monarca celestial de Egipto. siones, que llenaba todo el frente del templo, desde el
Alejandría cedió al fraude sacerdotal, y se envaneció techo hasta el pavimento. El aspecto de Serapis sentacon el título de la ciudad de Serapis. Aun después de do , y el eetro que tenia en la mano, le daban mucha
haber prohibido Tcodosiobajo las mas severas penas los semejanza con las estatuas de Júpiter. Pero se diferensacrificios á los dioses, fueron tolerados los de Serapis, ciaba en el tocado , que era una especie de canastillo,
y no faltaron malos cristianos que, dominados por un y en el cetro, que se componía de tres serpientes enterror supersticioso , aprobaron esta impía condescen- trelazadas con las cabezas de tres animales diferentes,
dencia, como si temiesen abolir aquellos antiguos ritos, á saber: un perro , un león y un zoro. Creíase geneque hasta entonces habían preservado de las inunda- ralmente que si alguna mano impía osaba tocar aquel
ciones del Nilo, las cosechas de Egipto y la subsisten- , simulacro , los cielos y la tierra volverían inmediatacia de Constantinopla. A la sazón , esto e s , por los mente al caos primitivo. Un soldado intrépido, animaaños de 380, ocupaba la silla patriarcal de Constanti- ; do de ferviente celo y armado de una terrible hacha
; de guerra, aplicó una escala al coloso , en medio del
nopla el impertérrito y celoso Teófilo, colocado por al! silencioso pavor de los espectadores. Su primer golpe
gunos escritores en eí católogo de los varones santos, fué asestado á una de las megillas del dios; la megíy acusado por otros de los mas culpables escesos. Los 11a cayó al suelo, y el trueno no estalló , ni los cielos
honores tributados á Serapis, escitaron su indignación, ni la tierra se movieron. El victorioso soldado repitió
y los insultos que prodigó á una capilla consagrada á sus golpes, el ídolo cayó á pedazos, y sus restos fueBaco, convencieron á los alejandrinos de que medita- ron ignominiosamente arrastrados por las calles de
ba un golpe mas atrevido y mas peligroso. En la tu- Alejandría. El esqueleto se quemó en la plaza pública,
multuosa capital de Egipto, la mas ligera provocación en medio de los gritos de la plebe, y muchas personas
bastaba para inflamar una guerra civil. Los devotos de atribuyeron su conversión á la impotencia de la diviSerapis , muy inferiores en fuerza y número á sus an- nidad que tanto terror les habia inspirado antes.
tagonistas , se sublevaron á instigación del filósofo
Olimpio , quien los escitaba á morir en defensa de su
Todo el Egipto abrazó el cristianismo, y nada condivinidad favorita. Estos fanáticos se fortificaron en el tribuyó tan eficazmente á la conservación de la puretemplo de Serapis, confiados en sus robustas mura- za de la fé en aquella región como el patriarcado del
llas , que mas bien parecían las de una cindadela que ilustre San Atanasio. Educado en la familia de su prelas de un santuario ; rechazaron á los sitiadores con decesor Alejandro , desde los primeros años de su jufrecuentes salidas, y en las crueldades que ejercieron ventud se declaró ardiente defensor de las doctrinas
con los prisioneros cristianos, saciaron su desespera- ortodoxas, contra los errores del arrianismo, que tan
ción. A esfuerzos de un magistrado prudente, se ajus- formidables estragos hacia en toda la estension del imtó una tregua , hasta que llegase la respuesta del em- perio. Largo tiempo ejerció las importantes funciones
perador Teodosio. El rescripto imperial, que se leyó de secretario de aquel prelado , y aun siendo todavía
en una asamblea de los dos partidos, á la cual asis- diácono, los padres del concilio ISÍiceno tuvieron fretieron desarmados , ordenaba la destrucción del ído- cuentes ocasiones de admirar sus virtudes y su saber.
lo. Los cristianos al oirlo, estallaron en vivas y aplau- Por muerte de Alejandro , Atanasio fué llamado á susos , mientras qne los paganos se retiraron mustios cederle ; ocupó aquel eminente puesto por espacio de
y silenciosos, y se ocultaron ó huyeron de la ciu- cuarenta y seis años, y este largo reinado no fué mas
dad , temerosos de la venganza de los vencedores. que una encarnizada lucha contra el arrianismo; cinco
Teófilo procedió á la demolición cjel templo, sin ha- veces fué arrojado del trono pontificio; pasó veinte
llar otra dificultad que la que le oponían el peso y so- años en la fuga ó en destierro, y apenas hubo provinlidez de los materiales : mas estos obstáculos eran tan cia en el imperio que no fuese testigo de sus padeciformidables, que no fué posible destruir los cimientos, y mientos en la causa del fíomoousion, que consideraba
los trabajadores se contentaron con trasformar el edi- como el único placer, el regocijo principal, el impeficio en un montón de ruinas, en cuyo lugar se erigió rioso deber y toda la gloria" de su vida. Siempre, en
una iglesia dedicada álos santos mártires. La bibliote- medio de las borrascas de la persecución, se mantuvo
ca fué saqueada ó destruida, y veinte años después, paciente, indiferente á los riesgos y á las privaciones,
y celoso de su fama. Las grandes prendas de que eslos estantes vacíos escitaban la indignación de los amitaba dotado lo hacian mas digno de gobernar una gran
gos de la ciencia y literatura , qwe no las creen in- monarquía, que los degenerados hijos de Constantino.
compatibles con las verdades y la práctica de la reli- Si no fué tan profundo en su saber como Eusebio de
gión. Las obras de los mas ilustres genios de la anti- Cesárea , ni tan concreto en su estilo como los Gregogüedad , muchas de las cuales han sido irrevocable- rios y los Basilios, su elocuencia impremeditada iníla—
mente perdidas , habrían podido sobrevivir á la des- maba los ánimos , y triunfaba fácilmente de sus contrucción de la idolatría, para instrucción y recreo de tradictores. Siempre ha sido reverenciado en las es
la posteridad. Fundiéronse las imágenes', vasos y
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uelas como uno de los mas eminentes maestros de la sebio de Cesárea , quien dirigió todo el negocio con
teología cristiana. En la guerra incesante que hizo á mas pasión y menos arte que podian esperarse de su
las pasiones y á los estravíos de hombres de todas ge- esperiencia y de su sabiduría. La facción repetía los
rarquías y temples, desde el emperador hasta el mon- dictados de tirano y de homicida , estimulada por
o-'e, adquirió un conocimiento profundo de la humani- el silencio de Atanasio, el cual aguardaba la ocasión
dad y una esquisita prudencia en el manejo de los ne- oportuna de presentar á Arsenio vivo é ileso en medio
gocios. Supo observar con tino los incidentes de la de la asamblea. Pero aunque absuelto de esta incultumultuosa escena en que estaba colocado , y nunca pación, habia otras que no admitían tan clara y perendejó de aprovecharse de aquellos momentos decisivos toria respuesta, y sin embargo, el patriarca probó que
que se pierden para siempre antes de que los discier- en el pueblo en que se le acusaba de haber rolo un
nan los ojos vulgares. El arzobispo de Alejandría sa- cáliz, no habia ni cáliz, ni altar, ni iglesia. Los arbia cuando le era conveniente mandar, y cuando sena ríanos, que habían resuelto la pérdida de su invencipeligroso traspasar los límites de la insinuación; cuan- ble enemigo , quisieron disfrazar su injusticia con la
do podía luchar abiertamente con el poder, y cuando apariencia de las formas judiciales: el sínodo nombró
debia evitar la persecución , y el mismo hombre que una comisión de seis delegados para que indagasen
fulminaba la censura y el anatema contra el cisma y la el hecho en el sitio en que se suponía cometido, medida
rebeldía, se revestía en el seno de su partido del ca- á que se opusieron los prelados egipcios, y que dio
rácter de gefe condescendiente y flexible. Los alejan- lugar á escenas escandalosas de violencia y de perjudrinos se mostraron siempre dispuestos á tomar las ar- rio. Con-estos medios se logró obtener pruebas de
mas en defensa de un pastor tan generoso como edifi- un delito imaginario, y la mayoría del sínodo pronuncante, y en todas sus tribulaciones tuvo el consuelo de ció sentencia de degradación y destierro. El decreto,
que nunca le faltase el apoyo del clero que presidia. redactado en un lenguaje que solo podian dictar la
Mas de cien obispos de Egipto se mostraron constan- malicia y el deseo de venganza , fué comunicado al
temente adictos á su causa. Varias veces visitó todas emperador y á toda la iglesia católica.
las iglesias de su jurisdicción, desde las bocas del Nilo
Pero antes de que los jueces fallasen, el intrépido
hasta los confines de Etiopía , conversando familiarmente con los mas pobres feligreses , y reverenciando varón se habia embarcado con rumbo á Conslantmocon humildad á los santos y ermitaños del desierto. En pla. Temeroso de que el emperador le negase audienlas cortes de los príncipes se hizo respetar por su de- cia , ocultó su llegada á la capital, y espió el momento
corosa firmeza, y en las varias alternativas dé su prós- en que Constantino regresaba á caballo de una de sus
pera y adversa fortuna , jamás perdió la confianza de casas de campo. De repente se le presentó en medio
sus amigos ni el aprecio de sus adversarios. En su ju- del camino, y aunque el primer movimiento del moventud tuvo bastante valor para resistir al gran Cons- narca fué un estallido de indignación, y aunque mantantino, cuando quiso que Arrio fuese restablecido en dó á los guardias que lo apartasen de su vista , no pusu dignidad eclesiástica. El emperador supo respetar do resistir á la vehemente elocuencia de Atanasio.
y pudo perdonar la inflexible resolución del eminente Constantino lo escuchó con benignidad, y mandó que
teólogo, y la facción opuesta, que lo consideraba como los miembros del sínodo justificasen su conducta.
un terrible enemigo , se vio obligada á disfrazar su Ellos, en lugar de disminuir en lo mas pequeño la
odio y á preparar en silencio sus hostilidades. Poco acritud de sus hostilidades, agravaron la acusación,
á poco se esparcieron rumores siniestros que lo pinta- atribuyendo al prelado, objeto de su odio, un crimen
ban como un tirano opresor y soberbio. Se dijo que imperdonable, cual era el de haber querido intercephabia violado el tratado que había ratificado el conci- tar la escuadra que conducía el trigo de Egipto para
lio Niceno con el obispo cismático Melecio. Atanasio la subsistencia de la capital. Persuadido ó no de la
había desaprobado abiertamente aquella paz ignomi- verdad de este hecho, el emperador creyó que aquella
niosa , y de aquí se tomó motivo para acusarlo de ha- provincia no podia gozar de tranquilidad sino por la
ber roto un cáliz en la iglesia de Mareotis , de haber ausencia de un hombre tan popular y que tanto influjo
mandado azotar seis obispos, y de haber asesinado con ejercía en sus habitantes. Decretó, pues, que Atanasio
sus propias manos á otro llamado Arsenio. Estos cargos fijase su residencia en las Galias ; pero no permitió que
que afectaban su honor y su vida , fueron presentados se.le nombrase sucesor. Atanasio pasó diez y ocho
á Constantino, quien sometió su examen al obispo de meses en Tréveris, donde fué acogido con la mas geAntioquía Dalmacio. Convocáronse sucesivamente los nerosa y benévola hospitalidad. La muerte del empesínodos de Cesárea y de Tiro, y los prelados que los rador cambió el aspecto de los negocios públicos, y el
componían recibieron orden de juzgar á Atanasio, an- primado fué restituido á su silla por un decreto del jotes de proceder á consagrar la nueva iglesia de la Re- ven Constantino, en que se declaraba su inocencia en
surrección en Jerusalen. El primado estaba convenci- los términos mas honoríficos.
do de su inocencia, pero sabia que el mismo espíritu
La muerte de aquel príncipe le espuso á una nueimplacable que habia dictado la acusación podia dirigir
va persecución, y el débil Constancio, soberano de
el proceso y pronunciar el fallo. Atanasio declinó prudentemente el tribunal de sus enemigos, y después de Oriente , se declaró sin rebozo partidario de Eusebio.
largas dilaciones, cedió al mandato perentorio de Cons- Noventa obispos de aquella facción se reunieron en
tantino , quien lo amenazaba con un castigo severo si Antioquía bajo el pretesto de consagrar una basílica.
no se presentaba ante el sínodo de Tiro. Antes que Alli redactaron un credo ambiguo, en que se notaba
Atanasio saliese de Alejandría, con un acompaña- cierta tendencia al arrianismo, y veinte y cinco cánomiento de cincuenta obispos y prelados egipcios , se nes que todavía conserva la Iglesia griega. Se decihabia asegurado la amistad de los melecianos , y el dió con alguna apariencia de equidad, que un obispo,
mismo Arsenio , su víctima imaginaria, iba disfra- depuesto por un sínodo, no podia ser restablecido en
zo en su comitiva. El sínodo estaba presidido por Eu- el ejercicio de sus funciones episcopales, sin haber sido antes absuelto por otro sínodo. Este canon se aplicó inmediatamente á la causa de Atanasio; el sínodo
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VIAGE ILUSTRADO.
pronunció, ó mas bien confirmó su degradación; Gregorio fué nombrado su sucesor, y Tilagrio, prefecto de
Egipto, recibió orden de sostener al nuevo primado
con toda la fuerza militar y el poder civil de la provincia. Atanasio conoció que no podia resistir á esta
nueva conspiración, y pasó tres años en el sagrado
recinto del Vaticano. Habiendo adquirido alli un perfecto conocimiento de la lengua latina, pudo entablar
negociaciones con el clero de Occidente; el papa Julio II, prendado de sus virtudes y de su modestia, le
dio toda su confianza, y habiendo apelado Atanasio á
su autoridad contra la injusta persecución de sus enemigos, fué declarado inocente por el voto unánime de
un concilio compuesto de cincuenta obispos italianos,
y presidido por el pontífice romano. Al cabo de tres
años fué llamado á la corte de Milán por el emperador
mático, era reverenciado en otras como santo y apóstol. En este concilio empezaron los síntomas del ci¿
ma, que dividió después las iglesias latina y o- r ¡ e ,, a "
Durante su segundo destierro y su residenciaren
Italia, Atanasio fué admitido á la presencia del emperador, con quien no habló mas que de los negocios de
la Iglesia, de los peligros que corria la verdadera tíde Cristo, y de la necesidad de que el soberano abrazase decididamente su defensa, siguiendo el ejemplo
del augusto fundador de su dinastía. El emperador
declaró su resolución de emplear sus tropas y su tesoro en tan santa causa , y en una carta breve y perentoria que dirigió á su hermano Constancio, emperador
de Oriente, le notificó , que si no restablecía inmediatamente la autoridad de Atanasio, él mismo iria á la
cabeza de un ejército á sentarle en el trono patriarcal
El romano sostuvo en presencia del monarca la inocencia de Atanasio.—Pág. 194.
Constante, quien en medio de una corte licencióla,
frivola y corrompida, no perdía de vista los intereses
de la religión, y se mostraba interesado en la conservación de la pureza del dogma. Sus ministros, después de largas conferencias con Atanasio, y de haber
oído sus descargos y todas las maquinaciones que se
habían puesto en juego para arruinarle, fueron de opinión que se convocase un concilio general, que representase la totalidad de la Iglesia católica. Noventa y
cuatro obispos de Occidente y setenta y seis del Oriento se reunieron en Sardica, ciudad situada en los confines de los dos imperios y en los dominios de Constante. Sus debates degeneraron en altercaciones tumultuosas y hostiles; los asiáticos, creyendo en peligro su seguridad personal, se retiraron á Filipópolis en
Tracia, y los dos sínodos rivales se hicieron una guerra
encarnizada, lanzándose mutuamente excomuniones y
anatemas. Sus decretos fueron publicados y ratificados
en sus respectivas provincias, y Atanasio, que en
unas era designado a la execración pública como cis-
de Alejandría. Constancio cedió á esta amenaza , y se
humilló hasta solicitar una reconciliación con el hombre á quien habia ultrajado. No por esto so apresuró
Atanasio á entrar en el goce de sus derechos: aguardó
á que Constancio ratificase sus promesas, y después de
haber recibido de él tres cartas llenas de las ardientes
protestas de amistad , se puso en marcha, atravesando
las provincias del Asia Menor, Siria y Antioquía, rodeado siempre de los aplausos y de la veneración
de los pueblos, y recibiendo los acatamientos de los
obispos orientales, que no hacian mas que escitar su
desprecio, sin engañar su penetración. En Antioquía
vio al emperador Constancio, que lo abrazó con ternura, y á quien negó resueltamente el establecimiento
de una iglesia arriana en Alejandría. Su entrada en
esta ciudad fué una suntuosa procesión triunfal. Su ausencia y sus persecuciones le habían hecho mas caro a
los alejandrinos. Ejerció con firmeza su autoridad, y
su fama se propagó desde Etiopía hasta las islas Británicas por todo el orbe cristiano.
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Pero el subdito, ante el cual un soberano se humi- para inclinar los ánimos de los prelados á la consumalla y disimula, no debe esperar un perdón sincero y ción de sus designios; ni las lisonjas, ni los regalos,
durable, y la muerte trágica de Constante privó muy ni las amenazas. Los amigos de Atanasio se mostraron
en breve al patriarca de un protector eficaz y genero- inflexibles á todos estos ataques. Con varonil espíritu
so. La guerra civil, que fué la consecuencia de aquel y decisión impertérrita sostuvieron en los debates púcrimen y que afligió al imperio por espacio de tres blicos y en las audiencias privadas eon el emperador
años , proporcionó á la Iglesia un intervalo de reposo. los eternos derechos de la religión y de la justicia.
Los dos beligerantes deseaban conciliarse el favor de Declararon que ni la esperanza del favor, ni el miedo
un prelado que, con el peso de su autoridad personal, del suplicio los induciría á condenar en su ausencia á
podia dirigir la opinión de una provincia fuerte y rica. un hermano inocente y virtuoso. Afirmaron con razón
Recibió varias embajadas del usurpador del Occiden- que los decretos de Tiro estaban tácitamente abolidos
te , y frecuentes cartas de Constancio, en que le daba por los edictos del soberano, por el restablecimiento
el título de padre , asegurándole que habia heredado de Atanasio en su silla, y por el silencio ó retractación
los sentimientos de su hermano. Atanasio se mostró de sus mas acerbos enemigos. Deploraron la dura conneutral en aquella sangrienta lucha, de la cual, ha- dición de Atanasio, el cual, después de haber gozado
biendo salido victorioso el emperador por la derrota de tantos años de su dignidad, de su reputación y de la
Magnencio , solo pensó en sacrificar á su venganza el confianza de su soberano, era llamado de nuevo á rehombre ante el cual habia postrado su orgullo y su futar las mas infundadas y estravagantes acusaciones.
dignidad. No pudo, sin embargo , abandonarse á todo Su lenguaje era enérgico, su conducta honrosa; pero
el ímpetu de su resentimiento, y la cautela con que en esta larga y obstinada contestación, que lijó la
procedió , y la lentitud con que tuvo que llevar ade- I atención de todo el imperio, las facciones eclesiásticas
'Recibieron al prelado fugitivo, como ú lili padre que el cicle les enviaba.
lanle su sistema de hostilidades, prueban la consistencia que había adquirido ya la Iglesia, y el orden que
empezaba á introducirse en la acción gubernativa del
Estado con respecto á los asuntos religiosos. La sentencia pronunciada en el sínodo de Tiro, y suscrita por
gran mayoría de prelados de Oriente, no habia sido legalmente revocada, y como en ella iba envuelta la degradación del acusado, todos sus actos posteriores y
oficiales podían ser considerados por sus enemigos como nulos y aun como criminales. Pero el recuerdo del
firme apoyo que habia encontrado en las iglesias de Occidente, reprimió la vehemencia del emperador, y lo
indujo á suspender la ejecución de la sentencia, hasta
que hubiese obtenido el consentimiento de los obispos
latinos. Dos años se consumieron en estas negociaciones, en cuyo período, la cuestión entre el soberano y el
principe eclesiástico fué debatida', primeramente en el
sínodo de Arles, y después en el concilio de Milán,
compuesto de 300 obispos. Nada omitió Constancio
Viage ilustrado.
estaban dispuestas á sacrificar la verdad y la justicia
al trinnfo de la doctrina que se habia condenado en
Nicea. Los arríanos se vieron todavía obligados á clisimular sus intentos; pero al cabo, la intriga, la corrupción , el influjo del poder y las arterias de la locuacidad griega y del sofisma lograron acallar los derechos de la justicia y la voz de la ortodoxia, y los concilios de Arles y de Milán no se disolvieron hasta haber
condenado y depuesto al patriarca, por un juicio que
sonaba fallado por las dos Iglesias. Los obispos de la
minoria recibieron orden de firmar la sentencia y de
unirse en comunión religiosa con los del partido contrario. A los ausentes se envió una fórmula de consentimiento , y todos los que se negaron á sacrificar su
conciencia, fueron desterrados. Entre los prelados que
capitanearon esta cohorte de proscritos y confesores se
distinguieron Liberio, pontífice romano, y Osio, obispo de Córdoba. La eminente gerarquía de Liberio y el
mérito personal y la larga esperiencia del venerable
TOMO I.
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VIAGE ILUSTRADO.
Osio, lumbrera del concilio Niceno, los colocaba á l a | rumpían el rezo los gritos de la rabia y los gemidos
cabeza de la Iglesia latina, y su ejemplo de sumisión del terror el animaba á los fieles, excitándolos á esó de resistencia debia ser imitado por una multitud de perar en Dios, y cantando uno de los salmos de Daobispos. Pero las repetidas tentativas del emperador vid, en que celebra los triunfos de Israel sobre el im
para seducirlos fueron durante largo tiempo inútiles. pío y altanero tirano de Egipto. Al fin caveron las
El español declaró que estaba pronto á padecer bajo la puertas del templo; descargó una nube de flechas sotiranía de Constancio, pomo babia padecido antes bajo bre la trémula concurrencia ; los soldados con aceros
la de su abuelo Maximiano. El romano sostuvo en pre- desnudos penetraron en el santuario, hiriendo y masencia del monarca la inocencia de Atanasio, y recla- tando indistintamente, y conmoviendo los muros con
mó la libertad de opinar como le dictase su concien- sus gritos y blasfemias. Atanasio permaneció en su
cia. En su destierro á Tracia devolvió una gran suma puesto, á pesar de las plegarias de su clero, que le
de dinero, que se le habia enviado para los gastos del instaba con lágrimas en los ojos á que pusiese en seviage. Liberio y Osio cedieron, sin embargo, á la du- guridad su persona; y no se retiró sino cuándo vio
reza del destierro. El pontífice romano fué restituido á fuera del templo al último de los fieles que habían posu silla, y espió su flaqueza con su profundo arrepen- dido escapar del primer furor do los perseguidores. La
timiento. La persuasión y la violencia arrancaron su oscuridad y el tumulto de aquella horrible escena fafirma al decrépito obispo de Córdoba, cuyas fuerzas vorecieron su retirada, y aunque fué atropellado por
abatían y cuyas facultades elementales debilitaban cien las olas de aquella agitada muchedumbre, y aunque '
años de edad, de trabajos y de padecimientos. La cayó varias veces al suelo, quedando en una do ellas
censura que algunos obispos ortodoxos hicieron de la privado de sentido y sin movimiento, pudo recobrar
conducta de aquel gran hombre, no fué parle á borrar su vigor y frustró la vigilante indagación de los sollos eminentes servicios que habia hecho á la Iglesia y dados, á quienes se babia dado orden de llevar al emá la causa de la sana doctrina.
perador la cabeza de Atanasio. Desde aquel momento,
La persecución y el destierro de los obispos favo- el primado de Egipto desapareció á los ojos de sus enerables á Atanasio, eran los pasos precursores de su migos, y permaneció mas de seis años envuelto en imruina. Veinte y seis meses habia emoleado la corte im- penetrable oscuridad. Los condes, los prefectos, los
perial en maniobras secretas y artes insidiosas para tribunos, ejércitos enteros se emplearon en descubrir
removerlo de Alejandría , y para suprimir las rentas la morada del santo fugitivo. Todas las autoridades
que empleaba en socorrer á los pobres. Cuando el pri- civiles y militares recibían continuamente edictos immado de Alejandría se vio abandonado.y proscripto periales , en que se les mandaba persistir con el mapor la Iglesia latina, Constancio despachó dos comisa- yor celo en aquella investigación. El emperador ofrerios, con orden verbal de intimar y ejecutar la sen- ció copiosas recompensas al que le entregase vivo ó
tencia de su remoción. Como la justicia de este fallo muerto el objeto de su odio, y se fulminaron las peestaba reconocida por todo el partido arriano, el úni- nas mas severas contra toda persona que diese hospico motivo que pudo tener Constancio para no espedir talidad al enemigo público, que tal era el dictado con
un edicto auténtico y firmado, debió ser el temor de que se designaba á aquel varón inocente. Pero los deque no fuese obedecido , quedando asi desairada su siertos de la Tebaida estaban poblados por hombres
autoridad, ó el de provocar una sublevación en una consagrados á Dios, que obedecían á su abad mas que
provincia tan importante, si el pueblo, como era mas al gefe del imperio. Los innumerables discípulos de
que probable, llegaba á tomar la defensa de su padre Antonio y de Pacomio recibieron al prelado fugitito
espiritual. Atanasio se negó á reconocer la autoridad como á un padre que el cielo les enviaba, admiraron
de los comisarios, que no tenian mas credenciales que la abnegación y la paciencia con que se sujetó á su sesu palabra, y las autoridades civiles de Alejandría, vera disciplina, recogían cada palabra que salia de
no pudiendo prestar su apoyo á una misión destituida sus labios como verdaderas efusiones de la sabiduría
de todo carácter de autenticidad, hicieron un tratado inspirada, y creyeron que sus propias oraciones, ayucon los caudillos populares del partido de Atanasio, en nos y penitencias eran menos meritorias á los ojos de
que estipularon que toda medida ulterior y toda hosti- Dios'que el celo que empleaban y los peligros que arlidad quedarían en suspenso hasta que constase de un rostraban en defensa de la causa de la inocencia y de
modo formal é indudable la voluntad del emperador. la verdad. Los monasterios de Egipto estaban situados
Con este artificio los católicos se adormecieron en una en lugares solitarios y remotos, en las cúspides de los
falsa seguridad, mientras las legiones imperiales del montes ó en las islas "del Nilo. El sonido de una tromEgipto Superior y de la Libia avanzaban con órdenes peta era la señal que congregaba en un momento misecretas y a marchas forzadas, á sitiar ó sorprender llares de robustos anacoretas, la mayor parte de los
una ciudad acostumbrada á la sedición ó inflamada cuales se habían endurecido en los trabajos del campor el celo religioso. La situación de Alejandría entre po ó de la guerra. Cuando penetraban las tropas en
la mar y el lago Moreotis, facilitaba la aproximación sus santos asilos, y no habia medios de resistir,
y el desembarco de las tropas, y en efecto , las legio- ofrecian dócilmente él cuello á la espada del opresor,
nes penetraron en el corazón de la ciudad antes de y sabían sostener la reputación que tenian los egipque se tomasen medidas para cerrarlas puertas, ó para cios de no revelar un secreto ni aun en medio de las
ocupar los principales puntos de defensa. En las altas mas crueles torturas. El arzobispo de Alejandría, a
horas de la noche, veinte y tres días después de la cuya seguridad habian consagrado su vida los moncelebración del tratado, Siriano, duque de Egipto, á ges, se confundía en aquella uniforme y bien discija cabeza de S,000 hombres armados, circundó la plinada muchedumbre , y cuando se aproximaba aliglesia de San Theonas, donde se hallaba el arzobispo gún peligro , pasaba de un punto á otro, hasta llegar a
entregado á los ejercicios devotos, con una parte del los formidables desiertos, que la superstición había poelero y del pueblo. Sentado en su trono, aguardaba blado de demonios y monstruos salvages. Durante su
la muerte con calma y dignidad , y mientras inter- permanencia en aquel retiro , que terminó con la
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