Piris, 20 febrero11

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TRIBUNA ABIERTA:
¿El
resurgir de la noviolencia?
Alberto Piris*,
CEIPAZ, 20 de febrero 2011
En un escenario internacional cambiante y complejo como el actual,
en el que ni siquiera los servicios de inteligencia más poderosos y
mejor dotados han sido capaces de prever la eclosión de unos
movimientos populares que los han sorprendido, resulta conveniente
encerrar entre signos de interrogación la constatación de que la
noviolencia parece haber cobrado un nuevo impulso, alcanzando un
éxito inicial que, en principio, se tenía por inconcebible.
Hay que reconocer que las rebeliones populares que han dado al
traste con los regímenes políticos de Túnez y Egipto han sido
típicamente noviolentas. Aunque en ninguno de ambos países se
hayan alcanzado todos los objetivos que los insurrectos se proponían
y aunque hoy aparezca todavía incierta la evolución de la situación en
ambos, es ya un hecho incontrovertible la expulsión de las cabezas
visibles de dos regímenes dictatoriales y corruptos, apoyados y
sostenidos por las principales potencias occidentales hasta que sus
cimientos empezaron a resquebrajarse por efecto de la acción popular
noviolenta.
¿Por qué las revueltas populares, que inicialmente han tenido éxito en
los dos países citados, parecen fracasar en otros? Argelia, Bahrein,
Yemen, Libia… han contemplado algaradas populares de análoga
naturaleza, que han sido violentamente reprimidas por los ejércitos o
las fuerzas de seguridad. ¿Por qué la noviolencia tiene éxito en unos
casos y fracasa en otros?
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No es fácil extraer conclusiones generales, pero sí es posible analizar
algunos de los factores que han concurrido en la rebelión egipcia.
Tanto en Egipto como en Túnez, el ejército se negó a ser utilizado
para reprimir con violencia a su propio pueblo. Ambos dictadores, al
perder el sostén militar sobre el que reposaba su estructura política,
quedaron inermes. Por eso la primera fase de ambas revoluciones
tuvo éxito y los dos se vieron forzados a abandonar el país o dimitir.
Túnez fue el fulminante inicial de la explosión social; Egipto es ahora
la carga explosiva que multiplica su efecto, sin que ahora se pueda
saber cuál será su alcance futuro.
Esto puede obedecer a que en Túnez las fuerzas armadas apenas
inciden en la economía nacional. Pero en Egipto el ejército es una
empresa nacional, participa directamente en muchos sectores críticos
de la economía y ejerce fuerte influencia en la base financiera del
país. El mariscal Tantaui, que preside el Consejo Supremo Militar, es
también el director ejecutivo de uno de los mayores grupos
corporativos de Egipto. La privatización que a mediados de los años
80 exigía el Banco Mundial puso en manos del ejército numerosas
empresas anteriormente estatales. Por otra parte, la Constitución
egipcia hace difícil que el poder legislativo o la sociedad civil ejerzan
un control suficiente sobre sus ejércitos. Éstos, por tanto, influyen de
manera autónoma e importante sobre la economía del país.
Es probable que la clave de la cuestión planteada se halle en que la
noviolencia ejercida por el pueblo egipcio afectó, directa y muy
perjudicialmente, a la economía nacional. Los medios de
comunicación han mostrado en todo el mundo imágenes sobre la
profunda crisis que perjudicó al turismo como consecuencia de la
revuelta; se estima que más de un 15% del flujo egipcio de efectivo se
debe a la actividad turística, la principal fuente de ingresos del país.
La industria también entró en colapso a los pocos días, y hasta los
trabajadores del Canal -la segunda fuente de ingresos por orden de
importancia- se sumaron a la protesta. Aunque la navegación no se
interrumpió, esto hizo saltar las alarmas entre la clase empresarial tan
estrechamente ligada a los ejércitos.
El efecto inmediato de la rebelión equivalía, desde el principio, a una
huelga general indefinida, lo que generó un gran nerviosismo en el
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mundo de los negocios. En éste se llegó a la conclusión de que una
violenta represión, al estilo de la pekinesa plaza de Tianamen, hubiera
agravado aún más la situación y agudizado la grave crisis económica
que ya aquejaba al país, precipitándolo en una catástrofe irreparable.
Los principales empresarios, los inversores extranjeros e incluso
algunos Gobiernos con intereses en Egipto se vieron inclinados a
aceptar que solo la dimisión de Mubarak, exigida por el pueblo, podría
salvar la situación.
Así pues, es legítimo sospechar que la combinación de la acción
popular noviolenta con la peculiar situación del ejército egipcio en el
entramado financiero y económico del país, es la que ha llevado a la
situación actual. De cómo evolucione ésta serán responsables, por un
lado, los dirigentes populares a medida que se organicen y definan
sus intereses, siempre que se mantengan dentro de una estricta
acción noviolenta; por otro lado, las fuerzas armadas, nunca
plenamente fiables pero sabedoras de que una represión violenta
contra un pueblo pacífico y desarmado les traería más perjuicios que
beneficios.
Egipto es hoy, en consecuencia, un laboratorio donde las fórmulas de
la noviolencia están siendo sometidas a una crítica prueba. Prueba
que también habrá de pasar la sinceridad de los países democráticos
más avanzados, en lo que se refiere a respaldar con los hechos esos
principios básicos de los que tanto se alardea y sobre los que se
sustenta nuestra civilización.
*Alberto Piris es General de Artillería en la Reserva
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