El problema es no pensar el conflicto

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El problema
es no pensar
el conflicto
| Adriana Vera |
Suma Cultural
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L
a siguiente es una reflexión que se produce ante el tema
que nos convoca, el conflicto, quizá en las próximas
palabras confluyan diversos temas y categorías en función
de plantear una explicación, por tanto es de advertir que
estos elementos varios pueden no ser detallados y perfilados del
todo tras una reconocida y no menospreciada incapacidad ante
el universo que se despliega con esta categoría tan rica, crítica e
histórica como lo es el conflicto, lo interesante que puede surgir
desde aquí es la posibilidad de cuestionamiento por lo que hizo
falta mencionar, por los vacíos, o por los planteamientos frente
a los cuales no siempre debemos guardar afinidad y podemos y
estamos en todo el derecho de contrariar.
Partiré entonces de un elemento evidente y necesario
desde mi punto de vista como es precisar la palabra conflicto en
nuestro contexto social, la cual inmediatamente y sin duda alguna
asociamos con la guerra interna por la que pasamos, debido a la
cual nos desangramos, nos corroemos por el odio y nos atacamos
unos a otros; el conflicto bien puede tomar la forma de causa
y de efecto en la comprensión de nuestro presente, en el que
“participan” unos pocos y se afecta la mayoría, o en el que participa
la mayoría y “ganan” unos pocos y finalmente suele generalizarse
la creencia de que es la raíz de nuestro ser y deber ser.
Pero bien, es importante delimitar las condiciones naturales
del conflicto, pues aquel es multifacético y multimodal, y no
siempre se reduce a la toma de las armas y el escenario sangriento
de la guerra; definir esta categoría puede ser una tarea inacabada,
sin embargo a una sociedad como la nuestra, le atañe ocuparse
de estos debates y cuestionarse al respecto, ante todo debido a
que nos movemos e interactuamos en medio de turbulencias tan
fuertes desde lo político, económico, social e individual y diversos
intereses subjetivos y colectivos.
Es relevante reconocer que el conflicto no es algo maligno,
que por ejemplo, las relaciones humanas están definidas,
modeladas y determinadas bajo este fenómeno, que toda
sociedad actual que se proclame democrática está construida con
elementos varios que confluyen de alguna forma en el conflicto
debido a la diversidad de la que está compuesta, aunque se ha de
distinguir, claro está, el tipo de conflicto o conflictos que sirven de
matriz o base a la sociedad, dado que todos no poseen la misma
naturaleza, origen, fines, medios, complejidad, permanencia en el
tiempo, actores y capacidad de cambio o mutación.
Llega entonces un punto especial de nuestro caso, si
cuestionamos el nivel de trascendencia en el estamento social
colombiano, permanencia, y manifestaciones de lo que puede
ser un conflicto, llegamos a nuestro principal interrogante, la
capacidad que como sociedad tenemos para llevar a término o
solucionar los conflictos, más cuando en la comprensión de
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nuestra realidad denotamos que aún permanecen intactos y
constantes aquellos planteados desde nuestros orígenes como
república independiente y los vemos reeditados con el pasar del
tiempo.
Desde luego aquí juega un importante papel la distinción
entre conflicto por si solo y el cómo éste puede concluir en
violencia, o, cómo para beneficio del conflicto éste hace uso de
la fuerza física, una diferenciación en tanto el momento en que
es introducida la violencia, y el cómo llegar a ésta trasforma el
panorama y las condiciones mismas de la oposición inherente al
conflicto y sus posibilidades de solución, pues si la deliberación
y los consensos podrían formar parte de las alternativas para
concluir los altercados y el conflicto como figura predominante,
con el uso de la violencia y la exposición e intensificación del
poder las salidas se reducen a la confrontación física impulsada
por la ambición de dominar y vencer al otro.
Entonces la mirada se dirigirá hacia otro punto, otro campo no
menos importante de reconocer, la violencia y ¿hacia dónde está
siendo dirigida, hacia quiénes y bajo qué objetivos?, abriéndose
una multiplicidad de caminos y como colombianos nos compete
interpretar cómo nuestros conflictos van intermediados por el
uso de la fuerza, ya sea desde el ámbito micro de las relaciones
entre individuos al componente social, hasta conflictos macro
entre la institucionalidad y agentes ilegales con intereses privados
situados en el campo de lo político, y casualmente ¿qué dinamiza
y complejiza estos conflictos en particular? el alentado uso de la
fuerza, el ejercicio de la violencia, que se generaliza e incorpora en
cada uno de los componentes sociales, plasmándose por un lado
la masificación de la violencia social en manos de niños, jóvenes,
adultos, hombres, mujeres, y por el otro la violencia política
donde se disputa el ejercicio del poder, distinción que alimenta
a la vez otra subdivisión como lo es la violencia en el entorno
privado (hogar, escuela, trabajo ) y, desde luego, lo público.
Nos encontramos en un escenario en el que las acciones
violentas son evento de todos los días y como la gran mayoría
las vivimos a través de titulares en los medios recargados de
una fuerte historia producto de la guerra a la que no le hemos
definido el rostro, pues está en constante mutación y extensión,
un ambiente conflictivo alimentado de frondosas ganancias y
varios intereses intermedios, pues bien ha señalado Hannah
Arendt “solo la violencia renta” (2006:25) ya sea desde toda una
máquina productiva dedicada a la guerra (políticos, empresarios,
entre otros), o desde los intereses geoestratégicos y de recursos
con los que cuenta el territorio en donde se efectúa la disputa.
La hipótesis sobre la naturalidad y lo obvio que leemos
en nuestro conflicto, se sustenta en la tolerancia manifiesta
ante el ejercicio desmedido de la violencia y el poder, al cual le
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presentamos mínimo repudio facilitando un ambiente para la
continuidad del aletargamiento que es justificado tras el mito
garcíamarquiano de la repetición, una repetición cíclica e infinita
de la violencia en nuestra definición de identidad nacional
(Zambrano;122) e ineludible de nuestra historia.
Aunque, si el fin de la violencia es benévolo o justo, no
debería existir el menor problema, ¿por qué hemos de limitar el
“buen” uso de los medios violentos? La respuesta puede tomar
el matiz de considerar el monopolio para el ejercicio de la
violencia en manos de un actor responsable y capaz de su uso,
el Estado, ante la realidad que cualquiera, con facilidad, puede
hacer uso de la violencia con el riesgo latente de ver emerger
diferentes banderas que proclaman este uso benévolo, y con
un consiguiente planteamiento “preventivo” y perjudicial que
tiende al crecimiento de los instrumentos para la aplicación de la
fuerza en función de la defensa y el “deber de cuidar” un nosotros
definido.
Pero el atribuir solamente al Estado el uso tranquilo de la
fuerza en cualquier disposición, persona o tema que desee o
considere pertinente, siempre y cuando la situación lo amerite,
entregándosele tal responsabilidad sin límites es un escenario de
riesgo, pues desde allí mismo también se debe sujetar, controlar
el uso de la violencia, pues no siempre por legal que ésta sea
debe ser desmedida y efectuada sin distinción alguna, por lo
menos tal concepción encubierta en el desinterés ha obstruido
la posibilidad de clarificar como sociedad en Colombia el porqué,
cuándo y cómo debemos utilizar la fuerza, la violencia, la coerción,
en función de qué fines, la proporcionalidad y relevancia de sus
medios.
Nuestro reto deviene en dejar de pensar en la aplicación de
la fuerza como la grata fuente de soluciones a los conflictos, allí
esta el plano de la resistencia, que no siempre tiene que estar
estigmatizada, el resistir es una categoría democrática que no
tiene que designar en específico una ideología, es tan pertinente
para cualquiera que entre en desacuerdo con un otro, aunque
es ahí donde se genera tensión ante el no saber si una eventual
resistencia puede recaer en la fuerza, lo cual no es una regla general
inevitable, dado que la resistencia puede estar fundada en
el debate y la deliberación y ser la fuente misma de
los escenarios que den fruto al consenso,
primando la razón humana sobre
las pasiones y la condición humana, la comprensión y la empatía
hacia los otros que no piensan igual, pero con los que se puede
dialogar y analizar argumentos en la diversidad.
Aunque luego de la anterior presentación queda la zozobra
de ser ésta una narrativa idealista, que elude y reduce el amplio
potencial de la violencia y su poder avasallador, que difícilmente
es ajeno al humano que es pasional y levemente racional por más
que la modernidad lo intenta sujetar en los hilos del buen juicio;
una interpretación benévola que termina por verse contrariada
por una tormenta de hechos cotidianos donde la palabra cambio
no es reflejo de alcanzar una situación opuesta y totalmente
diferente, sino que es sinónimo de afirmación y avance de una
violencia que muta, definiéndonos como una sociedad de
odio en un mundo pasional que nos ha absorbido desde hace
mucho tiempo, sobreponiendo el egoísmo que ha limitado el
acercamiento al otro.
El porqué de nuestra recurrente violencia, su uso constante
y permanente presencia, puede explicarse sin dudas en la
participación y papel que se le ha asignado al joven y al niño
en la configuración del universo de enfrentamientos y agresión,
trazando la fatalidad de nuestro destino al quebrantar el espíritu
de quienes serán los posteriores reproductores del mundo social
y lo harán con las únicas formas perversas que han conocido
para interactuar y definir su ser, aunque también estos actores
en específico representan nuestra aspiración y oportunidad de
encontrar modalidades significativas con mayor sentido que se
contrapongan al uso de la fuerza con la fortaleza de proponer
y liderar la búsqueda de la reconciliación y la contención de los
conflictos que tradicionalmente suelen terminar sumergidos en
un efecto de bola de nieve, se constituye con el tiempo y el avance
de las generaciones cada vez más un escenario esperanzador y
valido para la vida misma, sugiriendo una respuesta totalmente
opuesta a lo que en una época vivió la humanidad: “Con lo que
nos enfrentamos es con una generación que no esta por ningún
medio segura de poseer un futuro”(Arendt;2006:29)
Referencias:
ARENDT, Hannah. Sobre la violencia. Alianza Editorial. Madrid. 2006.
BENJAMIN, Walter. Para una crítica de la violencia. Escuela de Filosofía Universidad
ARCIS. Edición Electrónica. www.philosophia.cl
ZAMBRANO, Fabio. Identidad Nacional, Cultura y Violencia. En Material de lectura
Sistema Político Colombiano. Universidad Nacional. Bogotá. 2000.
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