001 indice 30 - Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico

Anuncio
32
ARTÍCULOS
PH Boletín30
L
os detectores de metal y el expolio
del Patrimonio Arqueológico.
Algunas propuestas de actuación
en Andalucía
Consideraciones previas
Ignacio Rodríguez
Temiño
Dirección General de
Bienes Culturales
Junta de Andalucía
El expolio, especialmente en el sentido amplio que el
legislador ha dado a este término, como pérdida, destrucción o impedimento para cumplir la función a que
están llamados los bienes culturales (ar t. 4 Ley
16/1985, de 25 de junio, del Patrimonio Histórico Español [en adelante LPHE], corroborado por la Sentencia del Tribunal Constitucional 17/1991), constituye sin
lugar a dudas una de las externalidades más graves y
preocupantes entre las que actúan sobre el patrimonio histórico de carácter arqueológico, hasta el punto
de constituir la lucha contra el mismo un campo de
concurrencia competencial entre todas las administraciones públicas, según razona la citada sentencia en
sus fundamentos jurídicos 3º y 7º.
Sin embargo, a pesar de este reconocimiento, la lucha
contra el expolio arqueológico no se ha materializado
en una política lo suficientemente desarrollada por las
administraciones culturales como para paliar sus estragos. Carencia que afecta no sólo al Estado español,
sino a todo el ámbito europeo. Si bien es notoriamente conocido que esta lacra se ceba especialmente
en los países del entorno mediterráneo, donde han
surgido civilizaciones con gran esplendor en sus manifestaciones artísticas y artesanales.
Las causas de la falta de control en muchas de las
actividades que podrían denominarse expoliadoras
son variadas, pero en general, aunque con notables
variaciones entre países ricos y pobres, se reducen a
la nefasta combinación de una legislación poco adecuada y la carencia de recursos humanos, medios
económicos y técnicos suficientes para llevar a cabo
una labor de salvaguarda eficaz. A esta mezcla debe
añadirse el estado embrionario de las políticas preventivas de difusión y promoción, que podrían encauzar una protección activa apoyada en el aumento
del nivel educativo de la población de muchos de
estos países. Esto incidiría positivamente en la raíz
del problema aunque fuese a medio y largo plazo.
En resumidas cuentas, por múltiples razones el panorama dista mucho de ser halagüeño.
Antes de proseguir, me parece necesario hacer ciertas consideraciones en torno al expolio del patrimonio arqueológico con objeto de centrar el tema de
esta exposición. Posteriormente pasaré al análisis de
la situación actual en la comunidad autónoma de
Andalucía, por ser de donde cuento con mayor cantidad de información.
En primer lugar, es preciso aclarar que, en aras de la
concisión, restrinjo la amplitud antes mencionada
del término expolio a la de realización de remociones de tierra clandestinas, normalmente asociadas al
uso de detectores de metal, en busca de objetos antiguos destinados al coleccionismo par ticular, como
reza el título de esta exposición.
Este tema resulta ser uno de los aspectos de la protección del patrimonio arqueológico menos considerados, a pesar de haberse conver tido en una de
las amenazas más extendidas debido a la popularización del uso de estas máquinas, y a los pingües beneficios que lleva aparejado la venta ilegal de piezas
arqueológicas.
En segundo lugar, y sin ánimo de entrar ahora en
disquisiciones más profundas sobre la naturaleza del
patrimonio arqueológico, definido en el ar tículo 40
LPHE como aquéllos bienes muebles e inmuebles de
carácter histórico susceptibles de ser estudiados con
metodología arqueológica, conviene hacer hincapié
en que se trata de unos bienes especialmente vulnerables al daño y la destrucción, en razón de unas características inherentes a su propia esencia.
Destaca entre estas características la imprevisibilidad
de su aparición. Obviamente, los restos arqueológicos suelen aparecer en conjuntos denominados yacimientos (que normalmente corresponde con antiguas áreas de actividad humana), pero no
exclusivamente en ellos. A lo largo de la historia,
por razones de toda índole, se han ocultado o depositado objetos o estructuras en lugares alejados
de las áreas de hábitat, que actualmente forman
cierto tipo de yacimientos arqueológicos de carácter
PH Boletín30
ARTÍCULOS
33
Lo prohibido por el legislador andaluz es la actividad (esto es, el uso de un detector de
metales), sin que tenga especial significación, a este respecto, la existencia del dolo
específico de buscar restos arqueológicos.
puntual, cuya localización es vir tualmente imposible
de predecir, encontrándose esparcidos por amplias
partes del territorio.
Igualmente importa decir que el monto total de yacimientos arqueológicos es desconocido, pero aunque
no sea posible determinar ahora mismo cuál es su número, sí sabemos que es finito. Los catálogos e inventarios de yacimientos arqueológicos suponen un registro de los conocidos y, en modo alguno, la totalidad
del patrimonio arqueológico existente en una zona.
Unidos a estos argumentos está el de la imposibilidad de restitución del daño producido a los restos
arqueológicos. El carácter de esta irreversibilidad
viene derivado de la necesaria contextualización de
los restos arqueológicos para que pueda permitirse
su estudio. Por ejemplo, la huella dejada por un hogar prehistórico antes de ser excavada contiene un
caudal informativo que, tras removerse de su situación original, se ha perdido, convir tiéndose lo que
antes era una estructura arqueológica en un montón
de cenizas y tierra con escaso o nulo valor arqueológico. Obviamente, esta información no se devuelve esparciendo de nuevo las cenizas por el suelo. Lo
que no se haya registrado en ese momento es imposible de recuperar. Ni siquiera otra estructura similar contendrá la misma documentación; cada entidad arqueológica es única e irrepetible.
Tomando en cuenta estas consideraciones, la legislación sobre patrimonio histórico ha sido especialmente cuidadosa en lo tocante al patrimonio arqueológico. Así, ciñéndome exclusivamente a la LPHE,
el legislador ha establecido una serie de cautelas para asegurar la protección de estos bienes, que van
desde la consideración de su carácter demanial (art.
44 LPHE) hasta la declaración ope legis como bienes de interés cultural, de un determinado elenco
de bienes (cuevas y abrigos con arte rupestre) en el
artículo 40.2 LPHE, pasando por someter a un régimen de previa autorización las actuaciones destinadas a intervenir en él (art. 42.1 LPHE), extremo éste
que ha sido ampliamente desarrollado por la legisla-
ción autonómica, de manera que se restringen las
condiciones de quiénes pueden solicitar este tipo de
autorización con objeto de asegurar la rigurosidad
científica de la actividad. Esta cautela atiende al crucial papel que juega la metodología arqueológica en
la propia definición jurídica de este patrimonio especial, y que, a la postre, será esa rigurosidad científica
una de las garantías de que el resultado final de la
inter vención arqueológica sea el enriquecimiento
del conocimiento histórico.
En tercer lugar, debe indicarse que se desconoce la
magnitud del grado de afección que el expolio ha
perpetrado al patrimonio arqueológico, como ya señalara L. Caballero (1982: 29) hace más de quince
años, sin que desde entonces hasta ahora haya cambiado mucho la situación a este respecto.
La opacidad de estos datos surge obviamente de encontrarnos ante una actividad clandestina, carente de
todo tipo de control y, por tanto, sin medios precisos
para cualquier cuantificación. Sin embargo, habría algunas cifras que sí deberían ser conocidas, aunque
fuese de forma aproximada, por las administraciones
concernidas. Por ejemplo, se ignora, siquiera con una
aproximación fiable, el número de yacimientos, no ya
"peinados" con detectores de metal, sino objeto de
amplios movimientos de tierra con la intención de
exhumar estructuras arqueológicas –especialmente
tumbas– en las que expoliar los ajuares. Normalmente es a través de inspecciones directas, tras una denuncia, a tal o cual yacimiento; de la visita a un mercadillo o una colección particular; o más comúnmente,
con la presentación ante los medios de comunicación
de una colección de objetos arqueológicos requisada
por las autoridades judiciales o policiales, como puede entreverse la dimensión del daño causado por este fenómeno, siempre en la creencia de que con estos casos sólo asoma la punta del iceberg. Pero poco
más que conjeturas se ponen encima de la mesa al
hablar sobre esto.
Sin embargo, algo más podría haberse hecho y debería hacerse, en especial cuando en los últimos
ARTÍCULOS
PH Boletín30
34
tiempos la investigación arqueológica ha conocido
un crecimiento exponencial de las actividades de
prospección directa del territorio, realizadas ahora
de forma sistemática y detenida, y con una estructuración de la información en fichas prediseñadas para
normalizar la recogida de datos. En muchas de esas
fichas no existe la más mínima referencia a si se
aprecian señales de haber sido expoliado el yacimiento, algo fácil de obser var en la mayoría de las
ocasiones (Iniesta Sanmartín, 1996); en otras, como
en las de los inventarios y catálogos al uso en las administraciones, apenas se deja espacio para indicar
que ha sido expoliado, pero sin más precisiones en
cuanto al área afectada o al volumen de los desmontes, despreciándose así una impor tantísima
fuente de conocimiento de primera mano. En fin, de
haberse tomado en cuenta estos extremos con suficiente consideración, ahora tendríamos elementos
de juicio suficientes para su cuantificación, al menos
en las grandes áreas geográficas afectadas por el expolio, algo que sólo conocemos de forma intuitiva o
en muestras posiblemente no suficientemente representativas.
levante transmitirla, o no han encontrado los foros
idóneos para hacerlo; que se ha clamado por leyes represoras de las conductas expoliadoras, pero ha faltado reivindicar de la administración campañas educativas de difusión sobre el papel de la arqueología en la
sociedad, más allá del aprecio por los objetos antiguos, como se ha hecho en otros países y reclama la
normativa internacional.
En otro orden de cosas pero también relacionado
con la cuantificación del fenómeno de la expoliación
de yacimientos arqueológicos, tampoco se tiene
idea aproximada del número de detectoristas en cada comunidad autónoma, aunque se sabe de la existencia de asociaciones locales de aficionados a esta
labor, como la asociación Karmo radicada en Carmona (Sevilla) o Corduba-Al Andalus de Córdoba, y
de federaciones de éstas a escala regional y estatal,
caso de la Asociación Española de Detectoristas Aficionados, que además publica (o al menos lo hacía)
un boletín denominado El Buscador. Nunca –que yo
sepa– se han usado estas vías para poner en conocimiento de los afiliados a las mismas las obligaciones
legales que conlleva tal práctica con respecto a los
bienes integrantes del patrimonio arqueológico, por
cuanto que el código ético del detectorista es claramente insuficiente para estos fines, por cuanto que
reduce éstos a los yacimientos y las zonas arqueológicas declarados bien de interés cultural 1.
Sin ánimo de entrar en otro tipo de consideraciones
de tipo deontológicas, sí requieren ciertos comentarios las alusiones al modo de operar en otros países,
ya que quienes aportan este tipo de paralelos parecen ignorar las diferencias en los sistemas jurídicos
que rigen en unos y otros.
En cuar to lugar, la desproporción entre la magnitud
de la tarea a emprender y la escasez de medios dedicados a ella ha provocado una suer te de tradicional inhibición en las administraciones concernidas, y
entre los exper tos, que suplen la inactividad con el
lamento (lo que L. Caballero denomina en el trabajo
citado "pesimismo generalizado en los ambientes arqueológicos") para, seguidamente, dejar de lado el
problema por considerarlo insoluble, prefiriendo
otros campos más "rentables" en términos de compensación de esfuerzos.
Por su puesto, existen razones suficientes para justificar el papel de Jeremías desempeñado habitualmente
por los arqueólogos. Pero también es cier to que, a
fuerza de orillar el problema, paradójicamente se le ha
dedicado poca atención a pesar de su importancia 2;
que, debido a esta marginación, quienes tienen alguna
experiencia en este campo nunca han considerado re-
La lentitud de respuesta de la administración al expolio y lo menguado de sus resultados a primera
vista, también ha provocado la desesperación entre
quienes tienen conocimiento, de forma más o menos directa, de las piezas traficadas ilegalmente en
los últimos años; desesperación que procuran combatir abogando por otras medidas más posibilistas
para recuperar esas piezas, fundamentalmente la
compra (Fernández Gómez, 1996, por ejemplo). Para mayor abundancia en la justificación de esta postura, se suele hacer referencia a que es la actitud
mantenida por muchos países del nor te de Europa
en relación con los detectores de metal y los hallazgos producidos por ellos.
En el Reino Unido, por ejemplo, la búsqueda de metales antiguos no está prohibida (sólo se precisa el
permiso de la propiedad de los terrenos), aunque
exista una conciencia clara en muchos medios profesionales y sociales sobre el daño que cometen. No
obstante, en Inglaterra al menos, English Heritage
(1991) ha distribuido unas by-laws reguladoras de
esta actividad, estableciendo la conveniencia, ampliamente seguida por las casas comercializadoras de
estos ar tefactos, de incluir un libreto en el que se
recuerda la prohibición de prospectar en yacimientos protegidos a los efectos previstos en la Ancient
Monuments and Archaeological Areas Act de 1979,
lo que refleja el comentado código ético de los detectoristas en el Estado español aunque aquí los
condicionantes jurídicos son absolutamente diferentes, como veremos más adelante. También se recuerda la idoneidad de ofrecer al museo local más
cercano aquellos hallazgos más sobresalientes, cuya
adquisición, en su caso, se efectúa mediante compra.
Para comprender este modo de actuar conviene repasar la legislación sobre patrimonio histórico del
Reino Unido en materia de hallazgos casuales de
bienes arqueológicos. Las reglas generales que rigen
en los casos de hallazgos casuales en terrenos públicos y privados en ese país tienen una excepción impor tante: cuando lo hallado está compuesto por
metales preciosos. En este caso, el hallazgo pasa a la
Corona. Es la conocida como Ley del Treasure trove, de origen medieval pero aún en vigor. Su nacimiento se debía a la necesidad de sufragar gastos
del gobierno, pero la situación hoy día es bastante
PH Boletín30
La adecuación de la Ley del Treasure trove para
otorgar una protección eficaz a los hallazgos arqueológicos está ampliamente contestada. Teniendo presente que el derecho es sólo sobre los elementos
metálicos de oro y plata, su aplicación literal tiende
a dividir el hallazgo entre los objetos realizados en
metales nobles y el resto. Incluso se ha llegado a situaciones límite, como en el conocido caso AttorneyGeneral of the Duchy of Lancaster v. G.E. Overton
(farms) Ltd., de 1980, en el que se realizaron análisis
metalográficos para determinar si el contenido de
las monedas era plata o una aleación en la que este
metal era sólo una pequeña par te, y en razón de
ello no estar sujeto el hallazgo al derecho de posesión de la Corona. Este ejemplo muestra cómo, a
pesar de que la Common Law inglesa tiene muchos
ejemplos de principios y conceptos que permiten
adecuar usos originarios de cier tos derechos para
afrontar las nuevas expectativas generadas por la sociedad moderna, en el caso de el treasure trove, los
jueces no han sabido actualizarla a las exigencias de
una protección de los hallazgos arqueológicos. En
opinión de O'Keefe y Prott, a la vista de la inadecuación de la Ley sobre el Treasure trove, es una pena
que el Reino Unido no haya seguido el ejemplo sueco de abolir la aplicación de esta ley a los restos arqueológicos; o bien, como se ha hecho en Dinamarca, ampliar su contenido para otorgar a los restos
arqueológicos una conveniente cober tura jurídica
(O'Keefe y Prott, 1984). Esta situación es particularmente preocupante por cuanto que el resto de la
legislación sobre patrimonio histórico en el Reino
Unido no ha conseguido crear un régimen jurídico
específico para estas situaciones, al margen de esa
norma. En resumen podría decirse que la fórmula
de actuación en el Reino Unido para el caso de los
hallazgos producidos por la actividad de detectoristas es más producto de una deficiencia legal que de
una estrategia deliberada.
Por no extenderme más en esta divagación, sólo señalaré que para la normativa española, sin embargo,
los bienes arqueológicos son de dominio público, situación a la que se ha llegado en ardua disputa con
el derecho a la propiedad privada consagrado en el
Código civil, que regulaba los supuestos de hallazgo
de tesoros ocultos), proceso que ha corrido de la
mano de una profunda revisión del derecho a la
propiedad privada en aras a redimensionarlo desde
una concepción que par te de su función social (Barrero Rodríguez, 1990 y Alegre Ávila, 1994).
Aunque en la práctica se han simultaneado las actuaciones legales para reprimir conductas expoliadoras
con la compra más o menos subrepticia de hallazgos
impor tantes, cier tamente la lucha contra el expolio
se fortalecería si se siguiesen determinados comportamientos deontológicos entre los profesionales, y si
las instituciones públicas y privadas implicadas siguiesen políticas coherentes con esta problemática, algo
que no siempre sucede.
Por último, habría que hacer mención al importante
esfuerzo normativo en materia de patrimonio histórico realizado a escala internacional, del Estado español y de las autonomías que lo componen. Aunque con algunas ausencias, se ha hecho común en
todas las normas relacionadas con la protección del
patrimonio histórico emanadas por estas instancias
aludir al uso de detectores de metal. Su estudio resulta de interés para este trabajo, pero de momento
sólo haré mención de las normas internacionales,
dejando el resto para más adelante.
Así, en la Directiva 921 (1981), donde el Consejo
de Europa muestra su preocupación por los efectos
devastadores que está teniendo la amplia difusión y
accesibilidad de los aparatos detectores de metal,
señala en su recomendación 14.ii) que se considere
la adopción por parte de los gobiernos, de las medidas necesarias para "instituir un sistema de licencias
o registro de usuarios de detectores de metales".
Igualmente, la Convención de Malta (1992) en su artículo 3.iii) prevé, con el fin de preservar el patrimonio arqueológico y para garantizar el carácter científico de las actividades de investigación arqueológica,
que cada país se comprometa a
"Someter a autorización previa específica en
los casos previstos por la legislación interna de
cada Estado, el empleo de detectores de metales y de otros equipos de detección".
Con independencia de que el tono "más débil del
que a muchos les hubiese gustado ver", adoptado
por esta Convención al tratar la cuestión de los detectores de metal, sea considerado una de las frustraciones más llamativas del documento por amplios
sectores de profesionales (Cleere, 1998: 401), esta
norma, como la anterior, indica explícitamente la
conveniencia de que cada país establezca un tipo de
licencias específicas para el uso de estos aparatos,
como medio para controlar su afección al patrimonio arqueológico.
Volviendo al panorama del Estado español, quizás lo
más llamativo de la eclosión de normas autonómicas
en los dos o tres últimos años sea la falta de relación entre las nuevas obligaciones impuestas a las
administraciones llamadas a ponerlas en práctica y
los medios de que disponen para hacerlo. Se da la
circunstancia de que, en muy pocas ocasiones, la
aparición de una de estas leyes ha tenido como consecuencia la ampliación de los órganos administrativos directamente implicados en velar su cumplimiento. Carencia que habitualmente se encargan de
recordar las recomendaciones internacionales y que,
ARTÍCULOS
distinta, ya que los derechos de la Corona sobre los
hallazgos de tesoros desde los últimos cien años han
sido el medio para proteger piezas de interés para la
comunidad y no una fuente de ingresos para el gobierno. Debe notarse además que si el British Museum desea quedarse con un hallazgo aplicando sobre él el derecho de la Corona, normalmente paga
su valor a quien lo ha encontrado, no ejerciendo sobre él ningún otro derecho.
35
ARTÍCULOS
PH Boletín30
36
en este país, el propio legislador autónomo ha comenzado a poner de manifiesto en los preámbulos
de algunas de estas normas sobre patrimonio cultural, consciente de que sin la necesaria implementación de medios, las leyes carecen de eficacia.
En fin, buena muestra de esta falta de contenidos
concretos para acometer la lucha contra el expolio,
tanto en experiencias como en indagaciones o reflexiones, se refleja en la escasez de trabajos publicados sobre este tema, aunque afor tunadamente están empezando a ser más normales en los últimos
años (Caballero Zoreda, 1982; Benítez de Lugo y
Sánchez-Sierra, 1995; Querol y Martínez, 1996; Fernández Gómez, 1996, entre otros). También caben
destacar el curso dedicado a la protección del patrimonio histórico especialmente dirigido a los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, organizado
por la Consejería de Cultura y Educación de la Región de Murcia en 1994 (Curso..., 1996) y las jornadas celebradas en Ávila, en 1997, producto de la colaboración entre la Junta de Castilla y León y la
Guardia Civil (Jornadas..., 1998), que han dejado sendas publicaciones del máximo interés. No obstante,
suele ser frecuente en muchos trabajos rellenar el
espacio repitiendo una y otra vez las disposiciones
legales vigentes sobre la protección del patrimonio
histórico de carácter arqueológico, sin avanzar ni
una sola propuesta sobre cómo paliar esta plaga o
qué estrategia seguir para controlar determinados
aspectos de la misma.
En resumen, estamos ante un campo de actuación
que, a pesar de no ser rigurosamente nuevo, está
prácticamente intacto incluso en el marco de actuación de las más altas instituciones, como corrobora
el contenido dirigido hacia esta problemática concreta (el expolio de yacimientos arqueológicos) incluida en el "Decálogo para la lucha contra el expolio" elaborado por el Ministerio de Educación y
Cultura, como conclusión de la reunión del Consejo
de Patrimonio Histórico, celebrada en Alcalá de Henares, el 20 de febrero de 1998 3.
En este estado de cosas es utópico pensar que las
administraciones culturales puedan ellas solas cumplir y hacer cumplir la legislación en esta materia.
No obstante, algo se ha hecho y se está haciendo.
En el resto del ar tículo avanzo un conjunto de propuestas, alguna de las cuales se están poniendo en
práctica en Andalucía.
Situación actual en Andalucía
Producto de la poca dedicación dispensada al expolio arqueológico ocasionado por los detectores de
metal, se han consolidado tópicos que enmascaran
una realidad cier tamente más compleja, desconocida y amenazante, en relación con el uso de estos artefactos en Andalucía. Por ello conviene aproximarse a una panorámica de cómo ha cambiado esta
cuestión en esta comunidad autónoma.
Según mi propia experiencia, iniciada a mitad de los
ochenta como arqueólogo municipal en Écija (Sevilla), situada en el corazón de una de las zonas más
activas en cuanto al comercio ilícito de piezas arqueológicas y al detectorismo, los hábitos expoliadores
se han modificado en estos últimos años, de forma
significativa.
La expansión del uso de detectores de metal, introducido en Andalucía por algunos estadounidenses
de las bases de utilización conjunta de Rota (Cádiz)
y Morón de la Frontera (Sevilla), coincidió con la roturación profunda mediante subsoladores de muchos campos de labor hasta entonces dedicados al
cultivo del olivar, lo que facilitó hallazgos monetarios, y metálicos en general, ciertamente espectaculares, así como la entrada en un mercado consolidado, pero aún no satur ado, de numer ar io en
aceptable estado de conser vación. Esto sentó las
bases de un comercio rentable para quienes salían al
campo a buscar monedas provistos de tales aparatos, que fueron rápidamente comercializados por la
casa White's, radicada en Madrid.
Entre esta primera ola de buscadores se hallaban
coleccionistas locales de corte erudito, como V. Durán, autor de un librito sobre la batalla de Munda
basado en los hallazgos realizados por él mismo en
los yacimientos del entorno de Écija (Durán Recio,
1984)4. Sus hipótesis y las evidencias que las sustentaban fueron bien recibidas en el ámbito universitario y, posteriormente, con la indispensable ayuda de
un especialista en la época, reelaboró este trabajo
en un tono más acorde con los usos científicos, depurado de toda la hojarasca erudita presente en la
primera edición (Durán y Ferreiro, 1984).
Estos coleccionistas locales normalmente no solían
vender piezas, salvo en casos de apuro económico
severo. Pero pronto aparecerán junto a ellos aficionados, con niveles socioeconómicos más bajos, que
no buscaban tanto la colección privada propia como
el ánimo de lucro, abier to por las expectativas comerciales del negocio numismático.
Con el tiempo éstos terminarán por desplazar a
aquéllos, que pasaron a ser meros espectadores del
nuevo proceso que se estaba desarrollando. Efectivamente, la afluencia de anticuarios, coleccionistas e
instituciones museísticas nacionales y extranjeros determinó la conversión de algunos de estos aficionados en intermediarios de un comercio ilegal de objetos antiguos que, como al apodado "El barbero de
La Lantejuela" o al también barbero y propietario de
bar denominado El Denario, de Écija (actualmente
cerrado), les supuso un aceptable cambio a mejor
en su nivel de vida. Las noticias de auténticos "pelotazos" animó a muchas personas a lanzarse al campo
en busca de monedas y otros objetos metálicos antiguos. Obviamente, no puedo si quiera sugerir un
número aproximado de cuántos empezaron a esta
aventura; habitualmente se habla de miles de personas, asociándolo al paro agrícola. Bien, aunque sea
indudable la relación entre ambos fenómenos, esas
PH Boletín30
Esta edad de oro duró poco. La puesta en cultivo
de esas tierras trajo aparejada el abono de las mismas con productos nitrogenados y fosfatados, que
atacan el metal eliminando la pátina y corroyendo
la pieza. Amén de ello, el mercado se saturó de
piezas con la consiguiente bajada de los precios. De
hecho, actualmente en los mercadillos callejeros la
inmensa mayoría del numerario se vende al peso,
razón por la cual las monedas no se limpian, ni clasifican y se exponen junto a otros objetos metálicos indeterminados.
Esta caída del mercado monetario ha inducido varios cambios para reajustar la actividad y el negocio
al nuevo escenario. De una parte, ha animado la entrada de imitaciones, provocando incer tidumbre en
compradores poco expertos. Con bastante más repercusiones para nuestro interés, también fue la
causa de la expansión de la actividad de los detectoristas a otras zonas de Andalucía como la vega antequerana, Ronda y las campiñas jiennenses, conformándose así un triángulo, circunscrito más o menos
al valle del Guadalquivir, con inclusión de algunas vegas periféricas y zonas de costa, donde se produce
la inmensa mayoría de esta modalidad de expolio
arqueológico terrestre. Esta expansión de la actividad depredatoria ocasionó, a su vez, una doble reestructuración.
En primer lugar, se produce un nuevo reajuste: ante
el deterioro irreversible de los objeto metálicos que
no sean nobles, el expolio se extiende a objetos antiguos de todo tipo (esculturas de piedra, cerámica,
vasos de vidrio, etcétera), que tienen igualmente cabida en el mundo del coleccionismo anticuarista. Para este menester se usan también los detectores de
metal. La señal sonora emitida por estos aparatos se
apaga cuando pasa sobre una estructura de fábrica,
una diestra batida permite averiguar si la estructura
enterrada se trata de una tumba o un muro de vivienda. Evidentemente para este tipo de trabajos un
aparato medianamente bueno profundiza bastante
más que cuando se trata de localizar una moneda,
cuya masa es infinitamente menor. Una vez encontrada una tumba, en pocas horas, levantan una necrópolis entera, normalmente por la noche a la luz
de los faros de un vehículo.
En segundo lugar, los buscadores pasarán de la actividad en solitario a organizarse en redes. Viajan en
grupos de tres o cuatro personas, a medias en las
ganancias. Cuando encuentran un buen hallazgo trabajan en turno rotativo. Además las máquinas usadas no tienen por qué pertenecerles, es frecuente el
alquiler o la compra a plazos a los intermediarios,
que reciben a cambio la exclusividad en manejar el
producto de la rapiña, descontando el pago del pla-
zo de la compra o del alquiler en especies. Al menos esto se deduce de algunas inter venciones del
SEPRONA en que el propietario de las máquinas intervenidas no estaba entre los buscadores.
Sánchez Arroyo (1998: 143 s.) ha establecido una
división similar a la que planteo aquí, pero no de carácter progresivo en el tiempo, sino como diversas
facetas del modus operandi de los expoliadores, lo
que también responde a la realidad. Es decir, todavía
existen quienes salen al campo de forma individual
para buscar monedas, como mero pasatiempo, pero
indudablemente esta actividad va teniendo carácter
residual con respecto de las redes organizadas. Por
otra parte, hace veinte o veinticinco años no se conocían las redes organizadas, o no estaban dedicadas a esta modalidad de expolio. Por ello me parece
determinante el factor temporal para comprender el
fenómeno.
Podría resumir lo dicho hasta ahora, señalando que
hoy día son menos quienes se dedican a salir al campo en busca de objetos metálicos o de otro tipo, e
incluso ya no lo hacen con la frecuencia casi diaria
de hace veinte o veinticinco años, pero a cambio
quienes lo hacen están mejor organizados y tienen
más movilidad, con lo cual el destrozo que producen es significativamente mayor.
Ya se ha mencionado la carencia de datos fiables
sobre la magnitud del expolio, falta que da lugar a
interpretaciones erróneas de los pocos manejables.
Recientemente, la Dirección General de la Guardia
Civil ha mostrado en diversas ocasiones (por ejemplo, en la reunión del Consejo de Patrimonio Histórico antes mencionada) una estadística sobre las actuaciones del SEPRONA en esta materia, en la que
aparece Andalucía como la comunidad donde se
produce aproximadamente el 70% del expolio dentro del Estado (Sánchez Arroyo, 1998: 142). Bien,
ya se ha visto que Andalucía es un lugar preferente
para la comisión de estos actos ilícitos, pero semejante desproporción es más que cuestionable. Para
empezar la estadística enumera las denuncias realizadas por dicho ser vicio y no todos los expolios
cometidos en los yacimientos; o sea que los datos
expuestos dependen en alto grado de un cúmulo
indefinido de variables humanas, imposibles de precisar y evaluar, como puede ser la mayor sensibilidad hacia esta problemática entre sus miembros. A
este respecto, debe tomarse en cuenta que en fecha tan temprana como 1986, el Gobierno Civil de
Sevilla emitía la circular número 2, de ese año, publicada en el Boletín Oficial de la Provincia, de 5 de
mayo, en la que se adver tía a los cuerpos y fuerzas
de seguridad sobre
"la responsabilidad en que podrán incurrir,
conforme a las normas que expresamente se
citan en la presente Circular [se refiere a la
LPHE], cuantas personas, físicas o jurídicas,
realicen tales actividades [el uso de detectores
de metal en yacimientos arqueológicos] sin la
preceptiva autorización oficial"
ARTÍCULOS
cifras publicadas frecuentemente en los medios de
comunicación, me parecen una exageración. Como
dato puedo señalar que a mitad de los ochenta en
Écija había una docena corta de buscadores clandestinos en activo; me cuesta pensar que algunos años
antes hubiese muchos más.
37
ARTÍCULOS
PH Boletín30
38
y que con posterioridad se han dado cursos a los
miembros de estos cuerpos, especialmente dirigidos al reconocimiento e identificación de material
arqueológico.
se archivaron al entender que faltaba tipificación de
las conductas de los buscadores de restos, por cuanto que si bien la LPHE condena el expolio, no dibuja
nítidamente la conducta infractora.
Por otra parte, como norma, una estadística debería
reflejar las diferencias entre una población de datos
homogéneos y, en este caso, no lo son. Me explico.
No parece coherente comparar comunidades uniprovinciales como Madrid o Murcia con otras pluriprovinciales, caso de Andalucía con una extensión
de casi un tercio de toda la península ibérica, sin
aplicar coeficientes de corrección; o, siguiendo esta
misma línea, poner en el mismo saco zonas donde la
inmensa mayoría del suelo rústico está arado –y por
tanto la actividad del buscador es más factible– con
otras, como Galicia, Asturias o Cantabria con una
cobertura vegetal estable que dificulta el detectorismo. En conclusión, tomando en cuenta los datos
brutos de denuncias del SEPRONA no cabe concluir
la abismal distancia entre el expolio en Andalucía y
el resto de comunidades del Estado español, como
se ha hecho, sin que esta obser vación deba entenderse como negación de que efectivamente esta comunidad autónoma sufre un alto índice de expolio.
Efectivamente, el artículo 4 LPHE habla de adopción
de medidas contra el expolio, que después no tienen reflejo en el ar tículo 76 LPHE, donde se tipifican las conductas infractoras. En esta misma línea, se
interpretaba por par te de los instructores de expedientes sancionadores, que lo dispuesto en los ar tículos 41.1 y 41.2 LPHE estaba destinado a someter
a previa autorización determinadas prácticas: prospecciones y excavaciones (art. 42 LPHE) cuyo objetivo primario es la investigación, como se deduce de
las definiciones que da el legislador de ambas técnicas, consecuentemente lo dispuesto en el ar tículo
76.1.f, en relación al 42.3 LPHE (esto es, la realización de estas actividades sin autorización), no es
aplicable a la conducta de los detectores de metal,
al no ser la investigación su objetivo, y su método
no asimilable técnicamente a la prospección.
En todo caso, la respuesta de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía ante las denuncias de
actividades de los detectoristas, presentadas sobre
todo por el SEPRONA y, en menor medida, por las
policías locales y la policía judicial, también ha variado en el curso del tiempo, pero hasta la fecha se ha
concentrado en la instrucción de expedientes sancionadores a quienes han sido sorprendidos con detectores de metal en yacimientos arqueológicos. En
este proceso ha sido crucial la promulgación de la
Ley 1/1991, de 3 de julio, de Patrimonio Histórico
de Andalucía (LPHA) 5.
Quizás lo más interesante de la experiencia acumulada a lo largo de estos años haya sido el desarrollo
interpretativo dado a los diversos preceptos sobre
los que giran estos expedientes, por cuanto que este debate resulta perfectamente extrapolable a los
nuevos marcos legales surgidos en las demás comunidades autónomas.
La problemática en torno a la instrucción de
expedientes sancionadores por uso de
detectores de metal 6
Inicialmente (esto es, desde la asunción de competencias por la Consejería de Cultura en 1984), la mayor parte de las denuncias fueron acumuladas sin mayor tramitación. Posteriormente, con la entrada en
vigor de la LPHE se procedió a poner en marcha los
expedientes que se habían acumulado. Se estudiaron
y clasificaron las denuncias existentes con objeto de
abrir, si procedía, expedientes sancionadores. Sin embargo, tanto las remitidas con anterioridad a la entrada en vigor de la LPHE, como la mayoría de las que
podían sujetarse al amparo de sus determinaciones,
Igualmente han tenido incidencia negativa en la resolución de expedientes sancionadores administrativos el hecho de que los denunciantes hayan presentado, ante el ór gano judicial cor respondiente ,
denuncia de los hechos, ya que por vía penal el escaso valor de los objetos habitualmente encontrados en posesión de los usuarios de detectores de
metal ha propiciado su sobreseimiento. Resuelto el
caso penal con esa motivación, el expediente administrativo perdía efecto y contundencia. Además de
ello, algunos instructores usaban los mismos argumentos esgrimidos por los jueces para resolver los
expedientes administrativos, sobreseyéndolos. Con
especial frecuencia se aducía el argumento de no estar los terrenos donde se encontraba el imputado
de la acción declarados como zona arqueológica.
Extremo éste que, afor tunadamente, ha ido cambiando con el tiempo para adecuarse más a los preceptos de la legislación sobre patrimonio histórico.
La LPHA en su artículo 113.5 (que considera infracción menos grave "La utilización de aparatos destinados a la detección de restos arqueológicos sin
contar con la autorización de la Administración de
Cultura o sin cumplir los condicionamientos impuestos en la misma") intentaba cubrir la laguna de la tipificación, posibilitando la instrucción de expedientes sancionadores que , además, pasaron a ser
competencia de las distintas delegaciones provinciales de la Consejería de Cultura.
Sin embargo, con ello no parecieron haberse solventado todos los obstáculos legales con que se han
tropezado los instructores para poder probar que
realmente los imputados cometieron la infracción. El
punto clave, siguiendo en cierta medida lo expuesto
sobre la LPHE, ha sido una cuestión de interpretación sobre la tipificación descrita en ese artículo.
Pronto prevaleció una interpretación para la que la
expresión "destinados a" debía identificarse con el do-
PH Boletín30
Para entender el valor de este tipo de pruebas debe
acudirse a la propia jurisprudencia (por ejemplo, la
STC 174/1985). Según esa sentencia, la prueba indiciaria ha de partir de unos hechos plenamente probados y llegarse, a través de un proceso mental razonado y acorde con las reglas del criterio humano,
a considerar probados los hechos constitutivos de
delito o infracción.
Aplicado al supuesto que comentamos, el hecho de
encontrar un individuo en un lugar determinado
provisto de un aparato detector de metales, por sí
mismo, no sería constitutivo de infracción administrativa, sino simplemente un indicio del que pudiera
llegar a concluirse la comisión de la infracción, basado en el nexo causal lógico existente entre el hecho
probado y el que se trata de probar, esto es, entre
encontrarse en un lugar provisto de un detector de
metales y la utilización de estos aparatos con objeto
de encontrar restos arqueológicos sin autorización,
máxime si en el lugar de los hechos existe algún yacimiento arqueológico.
Por tanto, si como resultado de la investigación llevada a cabo en un expediente sancionador, resulta probado el hecho de encontrarse el sujeto en un yacimiento, o en el entorno del mismo, con un aparato
detector de metales, a partir de ese hecho será lícito
concluir que tal aparato estaba siendo utilizado para
la búsqueda de restos arqueológicos, y por tanto será
posible imputar la infracción tipificada en la LPHA,
con independencia de que el yacimiento en cuestión
se encuentre o no inscrito el Catálogo General del
Patrimonio Histórico de Andalucía, o se haya declarado bien de interés cultural, puesto que el precepto
mencionado no realiza distinción al respecto.
Cabe añadir que el Tribunal Superior de Justicia de
Andalucía ha fallado favorablemente a las tesis de la
Consejería de Cultura en los casos de recursos contra las resoluciones sancionadoras interpuestos por
los afectados ante la Sala de lo contencioso administrativo, dando por válidas las deducciones realizadas
por esta vía. Incluso, en una sentencia reciente del
mismo Tribunal (enero del 2000), el magistrado ha
dado un paso más, aunque dentro de esta misma línea argumental, preguntándose sobre el destino finalístico de la posesión de tales aparatos.
"La cuestión central del debate es la finalidad
de la posesión del aparato. Con independencia
de que en lugar más o menos próximo al de la
denuncia existan yacimientos declarados o no,
existe un indicio, a nuestro juicio muy poderoso. La posesión de un aparato detector de
metales (y de restos arqueológicos) no tiene
explicación en sí misma; es decir, nadie lleva
un aparato de este tipo sin razón alguna; siempre, es lo lógico, se lleva para algo. Y ese algo
está constituido por las utilidades que el aparato en cuestión puede dar (...)".
Este razonamiento del magistrado, que le lleva a recabar de la par te actora una justificación verosímil
de la tenencia y, ante su ausencia, a desestimar el recurso interpuesto y confirmar la sanción de la Consejería de Cultura, supone un innegable avance en
comparación con los planteamientos que son habituales tanto entre jueces y magistrados, como entre
los juristas de la propia administración.
Esta teoría sobre la necesidad de demostrar la intencionalidad de buscar objetos arqueológicos, que
contraviene el tenor literal del mencionado ar tículo
de la LPHA por cuanto que la concordancia gramatical de la expresión "destinados a" sólo puede ser
con "aparatos", y no "uso", ha llevado la instrucción
de los expedientes por un camino cier tamente tortuoso y difícil.
La insatisfacción de este sistema provocó que se sometiese a reflexión la cuestión de qué tipifica como
conducta sancionable el artículo 113.5 LPHA.
La tesis mantenida por A. Porras y J. M. Maldonado
es que lo prohibido por el legislador andaluz es la
actividad (esto es, el uso de un detector de metales), sin que tenga especial significación, a este respecto, la existencia del dolo específico de buscar
restos arqueológicos.
Se asimilaría este precepto a otros en los que se
prohibe la utilización de cierto tipo de artefactos sin
entrar a considerar criterios de intencionalidad. Así,
la Ley 4/1989, de 17 de marzo, de Protección de los
Espacios Naturales y de la Fauna y Flora Silvestre,
prohibe y sanciona la utilización de métodos masivos y no selectivos de caza, tales como trampas, cepos, lazos, etcétera, sin que haya en estas infracciones ninguna presunción de culpabilidad, pero ocurre
que el aparato no discrimina si lo capturado (o detectado) integra o no el bien protegido. En nuestro
caso, el detector registra lo mismo un objeto perteneciente al patrimonio arqueológico que otro metálico cualquiera; por tanto, para evitar la merma de
bienes arqueológicos, se somete a previa autorización su uso y se sanciona a quien no cuente con ella
o incumpla los condicionantes de la misma.
Esta interpretación se apoya también en la del ar tículo 112.4 LPHA, que califica de infracción grave "la
realización de actividades arqueológicas sin cumplir
los requisitos previstos en el artículo 52 de esta Ley
ARTÍCULOS
lo de la persona que usa el aparato, para buscar objetos arqueológicos. Se daba por supuesto que estos
aparatos podían tener multitud de aplicaciones, estando sujetas sólo a previa autorización cuando se utilizasen para la detección de restos arqueológicos. De forma que para poder probar que realmente los
imputados cometieron la infracción (esto es, que las
personas sorprendidas con detectores de metal tenían
la pretensión de encontrar restos), debía demostrarse
su intencionalidad. Esta intencionalidad de buscar materiales arqueológicos solamente en contadas ocasiones podía ser objeto de prueba directa. Por esta causa
muchos expedientes se habían sobreseído. Para superar este obstáculo se recurrió a la prueba indiciaria, y
así poder imputar la infracción a los expedientados.
39
ARTÍCULOS
PH Boletín30
40
o sin respetar los condicionantes impuestos en las
autorizaciones administrativas". Por esta vía se sancionaría la realización de actividades arqueológicas
sin autorización.
Prescindiendo de los elementos negativos que no
afectan al núcleo de la cuestión debatida, para que
una actividad sea sancionable ha de calificarse como
arqueológica. Esta calificación no presentará problemas cuando esté hecha siguiendo la metodología
impuesta por esa disciplina; pero es evidente que
con mayor motivo deberá también sancionarse a
quien realiza esas actividades de forma burda, sin
método, con la intención de buscar restos arqueológicos. Es decir, que si quien está prospectando con
un detector de metales lo hace con la intención de
buscar restos arqueológicos, comete la infracción tipificada en el ar tículo 112.4 y no la del 113.5. Esto
significa que si se acepta la tesis sostenida habitualmente, de precisarse una prueba de intencionalidad
(búsqueda de restos arqueológicos) en la aplicación
del ar tículo 113.5, éste resultaría del todo inútil al
estar la conducta ya tipificada en el 112.4.
En definitiva, frente al artículo 112.4 LPHA en que la
finalidad arqueológica se predica de la acción, en el
ar tículo 113.5 LPHA ésta es predicable del aparato,
con lo que la infracción se consuma con la mera
aplicación del detector de metales, con independencia de la intención del autor. Así, el problema planteado por la aplicación del artículo 113.5 LPHA no es
el de si el autor tenía o no la intención de buscar
restos arqueológicos, sino el determinar cuáles sean
esos aparatos destinados a la detección de restos
arqueológicos, cuyo uso queda sujeto a previa autorización administrativa. Para el precepto antes señalado de la legislación medio ambiental, la administración ha solventado las dudas realizando una
enumeración de los mismos en el RD 1095/1989,
de 8 de septiembre. No existe nada similar para la
normativa de protección del patrimonio histórico.
Este sería el colofón que completaría la normativa
andaluza en este sentido.
Estas reflexiones fueron desestimadas porque se
pensó que presentaban determinados problemas en
orden a la seguridad jurídica de la actuación administrativa, concretada en este caso en la cuestión de la
tipicidad de la conducta infractora.
La argumentación contraria a esta interpretación se
sustenta sobre el hecho de que los detectores de
metal no sólo sir ven para anunciar la presencia de
restos arqueológicos, sino que tienen otros muchas
aplicaciones, con lo cual es preciso la concurrencia
del instrumento adecuado y el lugar idóneo, esto es
que se haga en un yacimiento arqueológico, para que
exista –en razón de su competencia– causa para la
intervención de la administración cultural. Desde este
punto de vista, la LPHA sanciona la realización de la
actividad arqueológica y no la mera intencionalidad,
aunque para llegar a la convicción de que se ha consumado la actividad, mediante pruebas indiciarias, no
sea ajena la intencionalidad del autor.
En lo referido a la duplicidad de ar tículos para la
sanción de prospecciones arqueológicas con detectores de metal, se razona que la intención del legislador ha sido sacar de las sanciones consideradas
graves (112.4 LPHA), el empleo de los detectores
de metal, incluyéndolo, por tanto, en el 113.5 LPHA.
En aras de los principios de tipicidad y especificidad,
éste sería el ar tículo de aplicación en estos supuestos y no el más genérico (112.4 LPHA).
No obstante, las reflexiones planteadas por A. Porras y J. M. Maldonado eran sumamente sugestivas y,
por ello, a pesar de poco eco que han tenido en la
práctica, se ha seguido insistiendo en este debate
con la intención de aclarar algunos extremos 7.
Así, parece determinante las posibilidades de un uso
de estos aparatos distinto de la detección de objetos metálicos de carácter arqueológico. A este respecto, me gustaría apuntar unas observaciones.
Con independencia de las ocasionales aplicaciones
en que puedan emplearse estos aparatos, la propaganda hecha por sus fabricantes de detectores de
metal, aunque eviten mencionar términos directamente relacionados con el patrimonio histórico (antigüedades, etcétera) está indudablemente dirigida
hacia esta actividad, disfrazada de
"entretenido hobby de buscar toda clase de
tesoros metálicos con un moderno detector de
metales" (sacado del folleto publicitario de la
marca COMPASS).
Algunos aparatos poseen ingenios especiales para
encontrar alteraciones del terreno de carácter arqueológico, como el modelo TM 808, de la casa
White's, especialmente diseñado para la búsqueda
de objetos metálicos grandes (pucheros llenos de
monedas, balas de cañón, rifles, espadas...), que posee una función especial para
"buscar cuevas, huecos, pozos y túneles; sitios
populares para esconder objetos. Muchos
objetos han sido escondidos en cuevas, o enterrados profundamente para evitar el hallazgo
de su contenido".
En ocasiones la relación con la práctica de excavaciones arqueológicas se plantea claramente, a pesar
de no mencionarlas. Por ejemplo, en el relato de un
exper to detectorista estadounidense que acompaña la propaganda del modelo XLT de la marca
Spectrum,
"Hace poco –cuenta E. Fedory– salimos a buscar reliquias y nos acercamos hasta un pueblo
que había sido abandonado recientemente.
Encontramos una serie de reliquias muy interesantes de finales del siglo XVIII y principios del
XIX. Encontramos monedas de cobre y plata,
cabezas de hacha y utensilios primitivos, municiones de mosquetes y antiguos misiles. Una
excursión divertida con buenos resultados".
PH Boletín30
"A la caza del tesoro. Con este detector de
metales puedes divertirte buscando monedas,
joyas, antigüedades olvidadas,... Todo aquello
escondido bajo la tierra..."
En este mismo orden de cosas, los estatutos de las
sociedades de detectoristas aficionados suelen contener cláusulas directamente relacionadas con la
práctica arqueológica. Así, por ejemplo, la asociación
Karmo, dedicada al fomento de la práctica del detectorismo, tiene entre sus estipulaciones para la admisión de un nuevo socio, el sometimiento del aspirante, por par te de la Junta Directiva, a un somero
examen de "pericia arqueológica", con objeto de
asegurar que el nuevo miembro "no cause destrozos
innecesarios".
No obstante, cier tamente existen aparatos de este
tipo usados por empresas dedicadas al mantenimiento de redes de infraestructuras de saneamiento
y conducción de agua, o bien por el ejército con fines militares. En estos supuestos, se emplean aparatos muy específicos, cuyo uso para estos fines carece
de interés para la administración cultural.
Como consecuencia de este debate y dado que el
expolio arqueológico, lejos de aminorar con el tiempo, ha cambiado sus formas de actuación pero sigue
estando letalmente activo, parece haber cierto consenso en la Consejería de Cultura en aquilatar mejor
el sentido del artículo 113.5 LPHA, mediante el desarrollo de un reglamento que regule las autorizaciones a las que hace mención ese precepto 8.
"El desarrollo de una actividad cultural de tipo
Arqueológico y Numismático, consistente en la
búsqueda y detección, al aire libre, de Metales
y Minerales en superficie, con detector de
metales."
Esto supondría establecer el procedimiento de autorización para el uso de aparatos detectores de metal, cuya venta y utilización –conviene no olvidarlo–
es actualmente enteramente libre, como se concluye de un informe jurídico sobre la licitud de los detectores de metal y su aplicación, encargado por la
Asociación Española de Detectoristas y publicado
en el número 10 (1994) de El Buscador, tras consultar al Ser vicio de Explotación y Seguridad Minera
del Ministerio de Industria y Energía, a la Dirección
General de Seguridad del Estado y a la Jefatura de la
112ª Comandancia de la Guardia Civil de Tres Cantos (Madrid).
"Organizar, explicar, debatir, asesorar y desarrollar la actividad de búsqueda, incluidos
detectores, a sus Asociados."
Las claves de la propuesta de desarrollo mediante
decreto, que actualmente está siendo sometida a
debate, son las siguientes 9:
Podría seguirse extrayendo ejemplos de propagandas de este tipo de aparatos o de los estatutos de
asociaciones de aficionados al detectorismo, pero lo
ya mencionado resulta suficiente para demostrar
que los detectores de metal no son instrumentos
inespecíficos, cuya simplicidad de funcionamiento les
haga útiles para una amplia gama de actividades. Antes bien, se trata de artefactos complejos, cuyo diseño por sus fabricantes responde manifiestamente a
la función de buscar objetos metálicos enterrados
de carácter arqueológico en la inmensa mayoría de
los casos. Y de ello son perfectamente conscientes
los usuarios.
a) Definir el concepto de utilización del aparato como tenencia o porteo del mismo en condiciones
para su uso, esté o no en funcionamiento.
Más explícitos resultan los fines de la Asociación
Corduba-Al Andalus de aficionados a la detección
de metales y minerales, recogidos en sus estatutos.
Figuran entre ellos
Aún cabría hacer una precisión más. La teórica
aplicación de un aparato de estos a una actividad
no relacionada directamente con la detección de
restos arqueológicos carecería de peso como argumento para sostener su polivalencia, de igual
forma que abrir la chapa de una botella de cer veza con un mechero no desvir túa su función específica de producir una llama, para conver tirlo en
un abridor. Los detectores de metal están fabricados para adver tir de la presencia de objetos metálicos enterrados, que tanto por su antigüedad, como por la metodología científica requerida para su
localización, extracción y documentación deben
considerarse como per tenecientes al patrimonio
arqueológico.
b) Establecer un procedimiento de autorización para
quienes deseen usarlo, acreditando que se empleará para una finalidad y en un área en el que
racionalmente no quepa duda alguna para la administración de que no es susceptible de causar
daño al patrimonio arqueológico.
Esta limitación restringe, en la práctica, el uso del
aparato detector a lugares, como la línea de playa,
donde sea remota la aparición de restos arqueológicos, y sí sea posible encontrar objetos metálicos
perdidos contemporáneamente, dando salida a un
empleo de estos artefactos cada vez más habitual.
En caso de autorización, ésta sólo será válida para el
área solicitada y durante el plazo de un mes. El procedimiento establece un tiempo de tres meses para
que el órgano autorizante (la Dirección General de
Bienes Culturales) resuelva, transcurrido el cual sin
recaer resolución expresa, se entenderá desestimada la solicitud.
Por otra par te, en caso de ser estimada la solicitud,
ésta debe por tarse durante la utilización del aparato, a efectos de acreditar la licitud de su uso. Con
ARTÍCULOS
O, como dice como reclamo un anuncio de venta
por correo de detectores de metal,
41
ARTÍCULOS
PH Boletín30
42
ello, se facilitará enormemente la labor de control
del SEPRONA u otros cuerpos de policía, que ejercen, entre otras funciones, esta tutela.
c ) Se eximen de pedir autorización para el uso de
detectores de metales a las empresas dedicadas
a la construcción y mantenimiento de infraestructuras para el abastecimiento de agua y saneamiento, siempre que se empleen para esta finalidad, y a las Fuerzas Armadas para fines militares.
En una disposición final se habilita al director general de Bienes Culturales para incorporar nuevos supuestos de exención de autorización, mediante resolución.
d) La propuesta dispone que el uso autorizado no
exceptúa de los deberes que incumben a los halladores casuales de restos arqueológicos, en el
caso de que éstos se produjeran, debiendo abstenerse de proseguir las tareas de localización
y/o extracción, una vez detectado el primer resto o pieza arqueológica, considerándose en otro
caso la actividad como expoliadora.
En fin, de aceptarse la propuesta en estos términos
o en otros análogos, nos encontraríamos con un instrumento eficaz en la ardua lucha contra este tipo
de expolio, que además solventaría el debate en
torno a la instrucción de expedientes sancionadores
abiertos por esta causa.
Con respecto de la situación en las demás comunidades autónomas, como se verá a continuación, el
escenario dibujado para Andalucía referido a la propuesta de desarrollo reglamentario, supondría avanzar un paso más, por cuanto que en todas ellas aparece implícito un procedimiento de autorización,
que no tiene por qué coincidir con el de las actividades arqueológicas.
Análisis de las disposiciones sobre detectores
de metales en otras comunidades autónomas
La lucha contra el expolio provocado por los detectores de metal no ha sido privativa de Andalucía, en
la mayoría de comunidades autónomas donde se ha
legislado sobre patrimonio histórico, la actividad de
los detectoristas ha estado presente en el ánimo de
los legisladores.
Habitualmente estas disposiciones se han adoptado
en el seno de leyes sobre patrimonio histórico, o
cultural en general, pero también existen regulaciones expresamente dedicadas a esta problemática.
Caso paradigmático de esta última eventualidad es el
Decreto 58/1994, de 11 de marzo, de la Consejería
de Cultura y Turismo, de normas sobre prospecciones arqueológicas, utilización y publicidad de aparatos detectores de metal, de la Junta de Castilla y León. En la exposición de motivos se justifica la
necesidad de esta norma en corregir la pérdida de
yacimientos arqueológicos producto de la rebusca de
materiales arqueológicos por par te de par ticulares,
actividad agravada por el uso de detectores de metal. La estrategia seguida en el citado decreto ha sido
asimilar la búsqueda de metales con detectores a las
prospecciones arqueológicas (artículo 2.b.), actividad
sujeta a la autorización de la Consejería, recordando
la obligatoriedad de dar parte del cualquier hallazgo
a la administración, sin perjuicio de las responsabilidades y sanciones a que diese lugar la práctica de tales actividades sin la debida autorización.
Como se ha señalado en otras ocasiones (Querol y
Mar tínez, 1996: 251), esta norma promete más de
lo que se atreve a disponer. Realmente las prospecciones descritas en su ar tículo 2.b. lo son porque el
Decreto lo dice, pero lo seguirían siendo aunque no
lo dijese. Si se prueba que un sujeto examina un terreno con un detector de metales con la finalidad de
buscar objetos susceptibles de ser estudiados arqueológicamente, tengan éstos valor crematístico o no,
se trataría de un prospección arqueológica aunque
el Decreto no lo mencionase, con lo cual supongo
que para la instrucción de un expediente sancionador sería preciso demostrar que la persona imputada había realizado, estaba realizando, o tenía intención de realizar prospecciones arqueológicas. Esto
será fácil si recogió algún hallazgo, pero de no darse
esta circunstancia la demostración será más compleja, teniendo que recurrir a pruebas indiciarias para
poder deducir la intencionalidad de la acción.
El Decreto 37/1997, de 19 de marzo, sobre prospecciones arqueológicas y utilización de aparatos
detectores de metales en actividades que afecten al
patrimonio histórico de la comunidad autónoma de
Extremadura, es una copia casi literal del de CastillaLeón, con lo cual sería válido el comentario anterior.
No obstante, la cuestión se complica un poco, pues
la reciente Ley 2/1999, de 29 de marzo, de Patrimonio Histórico y Cultural de Extremadura (LPHCE)
hace una distinción que, en principio, parece una reconsideración de lo decretado con anterioridad, pero que, en su actual redacción, considero bien una
redundancia (algo a lo que tiene especial afecto el
legislador extremeño habida cuenta del propio título
de la Ley), o bien permisiva con el expolio, lo que
sería aún peor.
Por un lado el ar tículo 50.a) LPHCE incluye, entre
las modalidades de prospección a efectos de que se
soliciten los correspondientes permisos, "aquellas
técnicas de observación y reconocimiento del subsuelo mediante la aplicación de instrumentos geofísicos y electro magnéticos diseñados a tal efecto".
De otro lado, el artículo 56 LPHCE, específicamente
dedicado a detectores de metal, prohibe la utilización de aparatos "que permitan la detección de objetos metálicos para la búsqueda de restos relacionados con la prehistor ia, la histor ia, el ar te , la
arqueología, la paleontología y los componentes geológicos con ellas relacionados susceptibles de ser
estudiados con metodología arqueológica, sin haber
PH Boletín30
Entiendo que el legislador extremeño ha pretendido
separar aquellas técnicas y aparatos geofísicos aplicables al estudios de las anomalías del subsuelo de origen antrópico, que son usadas por especialistas dentro
de equipos amplios de investigación histórico-arqueológica y que está muy en boga actualmente debido a
su carácter no destructivo, de la utilización de aparatos detectores de metal de carácter recreativo, al alcance de cualquier persona y que habitualmente se
utilizan no para la investigación, sino para la mera localización de objetos metálicos antiguos. De esta forma,
la LPHCE desharía lo dispuesto en el Decreto
37/1997, separando el empleo de los detectores de
metal de la prospecciones arqueológicas.
Pero si esta no era la intención del legislador, no ha
sabido plasmar lo que quería en la redacción del artículo 56 LPHCE. Este artículo incluye un elemento de
intencionalidad en la prohibición, que como ya se ha
dicho no siempre es de fácil constatación. Además,
para colmo, se deja abier ta la posibilidad a que se
empleen estos aparatos para buscar restos arqueológicos con la correspondiente autorización administrativa, fuera del marco de las prospecciones arqueológicas, que ya están reguladas en el precitado ar tículo
50 LPHCE. Osea a que se pueda cometer expolio
con autorización de la administración cultural.
Sería bueno que el prometido desarrollo reglamentario de esta ley aclarase estas dudas. De momento,
la disposición derogatoria no enumera las disposiciones afectadas por ella, con lo cual está sujeto a
interpretación si el Decreto 37/1997 sigue vigente o
no. En mi opinión la filosofía de este decreto y la de
la LPHCE son diferentes, con independencia de que
la redacción del ar tículo 56 LPHCE pueda ser un
auténtico disparate.
La Ley 4/1990, de 30 de mayo, del Patrimonio Histórico de Castilla-La Mancha, en su artículo 17 considera ilícita y sancionable la utilización de cualquier
aparato cuyo funcionamiento esté encaminado a la
obtención de restos arqueológicos, incluyendo este
tipo de búsquedas dentro del concepto de prospecciones y excavaciones. Si bien esta norma no resuelve toda la problemática existente en torno al empleo de los detectores de metal, pero al dibujar la
conducta infractora permite, por lo menos, aplicar
las sanciones previstas en el artículo 76.1.f) LPHE.
La Ley 7/1990, de 3 de julio, de Patrimonio Cultural Vasco presenta el indudable interés de haber dividido pormenorizadamente los tipos de prospecciones incluyendo entre las que no entr añan
movimientos de tierra –y por tanto no están sujetas a la autorización previa de la administración
cultural– las geofísicas (ar t. 45). Por otra par te, en
el ar tículo 46 se declaran ilícitas las actuaciones arqueológicas sin autorización "incluso en aquellos
casos que, no teniendo por fin el estudio del inte-
rés arqueológico y paleontológico, sino cualquier
otro ajeno a estas ciencias, quede afectado el patrimonio arqueológico y se demuestre el conocimiento de la existencia de éste por quien actuó". Afortunadamente el País Vasco cuenta con una
protección natural, en forma de cubier ta vegetal,
que debe dificultar la actividad detectorista, porque
no se lo ha puesto precisamente fácil el legislador a
la administración. Si la diputación foral correspondiente desea imponer una multa a una per sona
sorprendida con un detector, aquí más que en ningún otro sitio deberá demostrarse de forma fehaciente el dolo de querer expoliar por par te de esa
persona. Ignoro cómo se resuelven –o siquiera si
se incoan– este tipo de expedientes, pero no sería
de extrañar que en muchos casos no se concluyan
por falta de medios para probar que quien usaba
un detector era consciente de encontrarse en un
yacimiento arqueológico.
El artículo 93.c) de la Ley 8/1995, de 30 de octubre,
del Patrimonio Cultural de Galicia considera leve,
grave o muy grave, en función del daño ocasionado,
la utilización sin la debida autorización de "sistemas,
técnicas y métodos de detección de bienes integrantes del patrimonio cultural...". Su regulación no
está unida a la de las prospecciones u otro tipo de
actividad arqueológica, por lo que la infracción se
cometería con el mero hecho de usar tales sistemas,
técnicas y métodos, sin necesidad de probar la intencionalidad de quien los usa, ni si son utilizados en
yacimientos arqueológicos, pues el precepto no alude a tal circunstancia.
La Ley 11/1998, de 13 de octubre, de Patrimonio
Cultural de Cantabria quiere apretar tanto la tuerca
que complica enormemente su comprensión. Mientras que el ar tículo 76.3.b) define las prospecciones
arqueológicas y engloba dentro de ellas la aplicación
de técnicas especializadas para la teledetección, el
artículo 78.2 prohibe el uso de detectores de metal
y aparatos similares fuera las actuaciones legalmente
autorizadas, esto es de las descritas en el ar tículo
76. Con ambos artículos resulta claro que aquí también se produciría la infracción con el simple uso no
autorizado, sin entrar en mayores disquisiciones,
pues previamente se han separado las actividades
arqueológicas de la simple búsqueda de objetos arqueológicos con detectores de metal. Coherentemente con esta línea argumental, el ar tículo 132.b)
considera la utilización no autorizada de sistemas,
técnicas y métodos de detección de bienes integrantes del patrimonio cultural cántabro, tanto en el
suelo, como en el subsuelo, en medio terrestre o
acuático, como infracción leve, grave o muy grave,
en razón del daño producido.
Con estos ar tículos quedaría perfectamente completo el cuadro dispositivo en lo tocante a detectores de metal. Pero al legislador cántabro debió parecerle poco y ha añadido otro artículo, presumo que
perfectamente inútil, a no ser que en una corrección
de errores se haya eliminado otro ar tículo. Me explico. El ar tículo 130.j) considera infracción grave la
ARTÍCULOS
obtenido previamente una autorización administrativa
que motivadamente justifique su empleo" (el subrayado es mío).
43
ARTÍCULOS
PH Boletín30
44
utilización de detectores de metal o aparatos de
tecnología similar en actuaciones arqueológicas ilícitas o no expresamente autorizadas por la administración competente. Esta redundancia resulta más
inexplicable si se tiene en cuenta que la realización
de actividades arqueológicas sin autorización ya es
tipificada como infracción grave en la letra i) del
mismo ar tículo. La única explicación plausible que
encuentro a este precepto es que la idea original del
legislador fuese considerar el uso de detectores de
metales y aparatos similares como agravante de una
conducta subsumible en la tipificación de una infracción leve. Esta suposición estaría corroborada por el
ar tículo 129.ñ) de esa ley que, con idéntica redacción a la del citado 130.i), estipula como infracción
leve la realización de actividades arqueológicas ilícitas o las que se hagan contraviniendo los términos
de la autorización. Si mi interpretación fuese correcta sobraría el ar tículo 130.i). Aunque puestos a eliminar artículos de esta norma, considero más oportuno suprimir justamente los otros dos: el 129.ñ) y
el 130.j). En fin, a la ley cántabra le sobran ar tículos
por todos lados.
Tampoco acier ta mucho más la Ley 10/1998, de 9
de julio, de Patrimonio Histórico de la Comunidad
de Madrid (LPHM), una de las más incomprensibles
de todo el Estado. El ar tículo 44 de esta norma
prohibe el uso de detectores de metales y otros instrumentos análogos "en el ámbito de los bienes integrantes del Patrimonio Histórico de la Comunidad
de Madrid, salvo autorización...". Si por tal expresión
se entendiese la definición contenida en el ar tículo
1.3 de esa ley (entre ellos cualquier inmueble del
que sea predicable algún tipo de interés arqueológico, los yacimientos y las zonas arqueológicas estén o
no declarados) podría tener cierta escapatoria la redacción del ar tículo. Pero no es así. El ar tículo
60.3.f) tipifica claramente esta infracción como grave, siempre que el uso no autorizado de estos aparatos sea en "Zonas Arqueológicas o en el ámbito
de inmuebles que hayan sido objeto de declaración
como bien de interés cultural o incluidos en el Inventario". Fuera de esos lugares concretos no resulta preciso tener autorización para usar el detector
de metales.
Imagino que para incoar un expediente sancionador
a una persona sorprendida buscando restos con un
detector en un yacimiento arqueológico no incluido
en el Inventario ni declarado bien de interés cultural,
será necesario probar que estaba desarrollando una
actividad arqueológica no autorizada, con la finalidad
de descubrir restos arqueológicos, pues el ar tículo
41.2 incluye esta posibilidad (la mera búsqueda de
restos arqueológicos) y el artículo 60.5.b) tipifica esa
conducta como grave o muy grave en función del
daño. Pero, en este caso, no acier to a comprender
por qué la conducta descrita en el artículo 44 LPHM
en un yacimiento de singular impor tancia (y se supone que en razón de ello declarado bien de interés
cultural o incluido en el Inventario) es una falta grave y fuera de ese ámbito esa misma conducta pueda
ser muy grave en función del daño ocasionado.
Afortunadamente, los extremos incomprensibles en
los que ha caído la LPHM, se han evitado en la Ley
12/1998 de 21 de diciembre del Patrimonio Histórico de las Islas Baleares. El artículo 25 de esta norma
prohibe la utilización de detectores de metales en
los bienes integrantes del patrimonio histórico de
esta comunidad, con la salvedad de aquellos equipos
de investigación que lo soliciten y obtengan permiso
para ello. Como quiera que el artículo 102.11 considera infracción grave el uso no autorizado de este
tipo de aparatos en los bienes integrantes del patrimonio histórico de las Islas Baleares, ambos se remiten a lo especificado en el ar tículo 1.2, esto es, todos los bienes que revelen un interés cultural, en su
sentido más amplio, para el archipiélago balear. Habida cuenta de que no es preciso que tales bienes
estén declarados de interés cultural o recogidos en
cualquiera de los catálogos e inventarios establecidos en esa norma, es plausible suponer, teniendo
presente las características del patrimonio arqueológico, que dicha autorización sería virtualmente exigible en prácticamente todo el territorio porque resulta muy difícil eliminar a priori la presunción de
existencia de restos arqueológicos en cualquier parte del territorio de esa comunidad, salvo en aquellos
lugares en los que su formación geológica excluya
todo tipo de actividad humana a lo largo de su historia, en cuyo caso carecería de sentido buscar restos arqueológicos con un detector de metales.
Algo similar se deduce del ar tículo 103.c) de la Ley
3/1999, de 3 de marzo, de Patrimonio Cultural Aragonés, que tipifica como infracción grave respecto de
los bienes paleontológicos y arqueológicos, "la utilización clandestina de sistemas, técnicas y métodos de
detección". Al referirse de forma genérica a bienes
arqueológicos, opino que dada la amplitud de ese
concepto queda claro, por las razones ya aducidas,
que la infracción se consumaría con el uso no autorizado de estos aparatos, con independencia de la intencionalidad de quien lo usa o del lugar donde lo
use, pues hay muy pocos lugares donde pueda presumirse que no podrán aparecer restos arqueológicos.
En resumen, prácticamente todas las normas buscan,
siguiendo las directrices internacionales, someter a
licencia previa el uso de aparatos detectores de metal. Pero a par tir de esta premisa, la homogeneidad
desaparece, a pesar de la evidente inspiración de
unas en otras. Dejando aparte los casos en que una
redacción desafortunada o la desconexión entre dos
o más artículos de una misma norma conducen esta
cuestión a situaciones absurdas o, cuando menos, de
compleja interpretación, el resto de las leyes autonómicas podrían dividirse entre las que fundamentan el sometimiento a licencia el uso de estos ar tefactos incluyendo esta actividad entre las
arqueológicas, y aquellas otras que son más proclives a prohibir la utilización de los mismos en la práctica totalidad del territorio de la comunidad, por la
vía de la autorización excepcional.
Entre ambos sistemas, el primero me parece bastante más ineficaz, pues requiere probar la intencionali-
PH Boletín30
Como se ha explicado páginas arriba, resulta necesario sancionar aquellas actividades que sin metodología arqueológica o con una de carácter burdo,
afecten al patrimonio arqueológico, pero para ello
no es necesario incluirlas en el mismo saco que las
científicamente ortodoxas.
La otra estrategia parece más correcta, si bien a estos efectos puede devenir en un obstáculo haber
restringido el ámbito de aplicación del precepto de
solicitar autorización para el uso de estos aparatos a
los bienes incluidos en le patrimonio histórico de la
comunidad o al de los bienes arqueológicos.
Otras actuaciones contra el expolio
arqueológico
El Plan General de Bienes Culturales de la Consejería de Cultura vigente entre 1989 y 1995 (Consejería de Cultura, 1993) no tomaba en consideración,
de forma individualizada, el expolio arqueológico integrando las actuaciones contra el mismo dentro de
la protección del patrimonio histórico, cuya principal
preocupación era organizar e institucionalizar la elaboración de catálogos e inventarios de yacimientos
arqueológicos, así como las declaraciones a efectos
de la LPHE y LPHA. Esta labor devino en una de las
principales actividades desplegadas por la Consejería, como muestran las memorias de gestión de los
arqueólogos provinciales publicadas en los Anuarios
Arqueológicos de Andalucía.
No obstante, a su amparo se desarrollaron todas las
actuaciones sancionadoras descritas anteriormente,
se impartieron en prácticamente todas las provincias
cursos divulgativos y de información a los cuerpos y
fuerzas de seguridad –aunque no con la periodicidad
requerida por la frecuente renovación de la plantilla
de esos cuerpos–, y apareció la LPHA, que presta
especial atención a esta problemática.
El nuevo Plan General de Bienes Culturales 19962000, sí ha considerado conveniente incluir, entre las
líneas de actuación del programa de protección, una
específicamente dirigida a la lucha contra el expolio
de yacimientos arqueológicos. Sus objetivos se cifran
en varios campos, desarrolados mediante proyectos
concretos (Consejería de Cultura, 1997: 126).
Las medidas y actuaciones dirigidas a la coordinación
con las demás instituciones y organismos implicados
en la lucha contra el expolio no requieren mayor explicación, pues se han convertido en una práctica (o
deseo) habitual en la mayoría de las comunidades autónomas. Otro tanto puede decirse de aquéllas destinadas al perfeccionamiento de la capacitación de los
agentes de la policía judicial y del SEPRONA para esta tarea. Sobre la intención de regular la autorización
de los detectores de metal, ya se ha visto por dónde
se mueve el debate jurídico, aunque deba reconocerse que éste no par tió como desarrollo del Plan General, sino desde la experiencia en la instrucción de
expedientes sancionadores. Sí debería, sin embargo,
explicarse la medida dirigida a la protección física de
los yacimientos arqueológicos con antecedentes de
expolio significativo, consistente en el "sembrado de
virutas metálicas", por cuanto que pueda parecer
anecdótico o no sea fácil de comprender 10.
La experiencia demuestra que la protección física estática de los yacimientos, fundamentalmente el vallado, sólo es relativamente eficaz en aquellos donde a
esto se suma la vigilancia activa, algo que sólo es posible en un corto número de yacimientos. En el resto, la protección física destinada a desalentar a los
detectoristas aficionados debe ser más imaginativa.
Así las cosas, contrariamente a lo que parece, la
propuesta reflejada en el Plan General de Bienes
Culturales no está dirigida a dificultar la detección
de metales, ya que normalmente estos aparatos están provistos de discriminadores que evitan ese tipo
de interferencias, sino que su objetivo es impedir el
hallazgo de tumbas. Como ya se dijo anteriormente,
para este menester también se usan los detectores
de metal, siendo así que los nuevos modelos, como
el TM 808, permite profundizar hasta 2'5 m, para
detectar objetos con una capacidad de 15 litros. A
este respecto se ha obser vado que un nuevo tipo
de abono de tipo compost sacado de reciclar basuras urbanas, rico en detritos metálicos, dificulta la
detección no de metales, sino del material constructivo empleado en las estructuras funerarias. Efectivamente, el empleo sistemático del discriminador, a
que obliga la presencia de pequeños fragmentos
metálicos de tamaño y naturaleza diversa, amortigua
el tono base del aparato hasta una frecuencia que
apenas permite el contraste.
Esta práctica ya ha sido aplicada en diversos lugares
de Andalucía. En Galera (Granada), por ejemplo,
profesores de EGB organizaron patrullas de estudiantes que durante los fines de semana esparcían
chapas de botellas, recolectadas en los bares, en los
yacimientos arqueológicos con el propósito de intentar despistar a los detectoristas. También se ha
probado con fragmentos de imanes, que bloquean
las agujas de los aparatos menos sofisticados. Iniciativas similares han tenido lugar en Osuna (Sevilla), sometidas a expolios intensivos, con notable éxito.
ARTÍCULOS
dad de los imputados para poder aplicar una sanción, con su consiguiente dificultad. Por otra par te,
la asociación de la búsqueda clandestina de objetos
de valor crematístico a las actividades arqueológicas
trastoca una línea, establecida en el derecho español
desde la promulgación en 1911 de la Ley de Excavaciones Arqueológicas, de cualificar científicamente
este tipo de intervenciones sobre el patrimonio arqueológico para diferenciarlas precisamente de las
expoliaciones. Separación que ha sido crecientemente más nítida conforme la arqueología ha ganado en rigor metodológico y epistemológico, hasta el
punto de haberse convertido, la propia metodología
arqueológica, en el criterio identificativo de este patrimonio especial.
45
ARTÍCULOS
PH Boletín30
46
El propósito del Plan General era precisamente recoger lo positivo de estas iniciativas y encauzarlas a
través de campañas que involucrasen a la población
escolar para que, además, sirviesen como medio de
sensibilizarlos sobre la pérdida irreparable derivada
de la acción de los expoliadores.
Por razones que no hacen al caso, el Plan General
de Bienes Culturales 1996-2000 ha tenido una tramitación excesivamente larga, con lo cual muy poco
de lo dispuesto en él ha podido activarse. Entre ello
no está esta iniciativa. No obstante, la lucha contra
el expolio es una línea de actuación de la administración que trasciende los periodos de vigencia de
los planes, por lo que siempre se estaría a tiempo
de avanzar por estos caminos, como programas autónomos de los planes donde se alumbraron, sin necesidad de esperar la luz verde de su aprobación
definitiva.
En esta misma situación de falta de impulso para su
materialización, se encuentran determinadas disposiciones recogidas en la legislación sobre patrimonio
histórico, cuya puesta en práctica ayudaría bastante
en la persecución del comercio ilícito. Es el caso de
la obligación de las personas y entidades dedicadas
al comercio de bienes muebles de carácter cultural
(anticuarios, marchantes y casas de subastas, entre
otros), de llevar un libro de registro en el que anotar todas las transacciones de bienes inscritos en el
Catálogo General del Patrimonio Histórico Andaluz
y, en todo caso, superiores a cincuenta años de antigüedad. Este libro de registro habría de seguir un
modelo oficial aprobado por la Consejería de Cultura (ar tículos 46 LPHA y 67 a 71 del Reglamento de
Protección y Fomento del Patrimonio Histórico de
Andalucía de 1995), que aún no se ha publicado.
La difusión del patrimonio arqueológico como
instrumento de prevención
Existe una lógica coincidencia entre quienes se enfrentan a la cuestión del expolio en abogar por medios educativos y de sensibilización social como inver sión más segura, a medio y cor to plazo, para
erradicar en gran medida tanto las propias conductas expoliadoras como la indiferencia social hacia la
sangría del patrimonio arqueológico que conlleva.
La Recomendación 921 del Consejo de Europa dice
en su sexto considerando "Alegrándose del interés
del público en la arqueología, pero deseando fomentar el interés a través de un grado de involucración superior de un público responsable en arqueología y una mejor apreciación de las evidencias que
la investigación arqueológica puede revelar", para
proponer seguidamente entre otras cosas que se
lance una campaña informativa sobre arqueología
coordinada por el Consejo de Europa, dirigida al público en general, a los gobiernos y a los comerciantes de detectores de metales y antigüedades, así como que se apoye la inclusión de una Introducción a
la Arqueología en la educación escolar, como par te
de los estudios de historia, para así fomentar una actitud más responsable hacia los vestigios del pasado.
Por su parte, la Convención de Malta prevé el compromiso de los miembros firmantes de la misma para emprender una acción educativa destinada a desper tar y desar rollar en la opinión pública una
conciencia sobre el valor del patrimonio arqueológico para el conocimiento del pasado, y sobre los peligros que amenazan a este patrimonio, así como para promover el acceso del público a los elementos
principales de su patrimonio arqueológico, sobre todo a los yacimientos arqueológicos, y a apoyar la exposición al público de los bienes arqueológicos seleccionados.
Como han expresado con acierto M. A. Querol y B.
Martínez (1996: 252) "la verdadera lucha contra estas intervenciones clandestinas, en algunas regiones
mucho mayores en número e incidencia que las autorizadas, pasa a la fuerza por una inversión a largo
plazo ante la que las Administraciones competentes
parecen remisas: la modificación de los curricula educativos con la introducción de nociones sobre la
existencia, el verdadero valor, el posible tratamiento
y el significado del patrimonio arqueológico".
No obstante, a pesar de todas estas adver tencias y
recomendaciones, no siempre existe en el ámbito
de la difusión una postura coherente que secunde la
labor de lucha contra el expolio desarrollada por la
propia administración. Es como si lo hecho con una
mano, a veces se deshiciese con la otra.
Muchísimos museos arqueológicos todavía están aferrados a un discurso centrado en las piezas, siguiendo un paradigma científico desfasado, que apenas da
impor tancia al relato histórico contextualizador de
los objetos comunes y artísticos, y a los procesos de
conocimiento y cambio social, prefiriendo llamar la
atención del público sobre piezas insólitas por su rareza o calidad ar tística. Lo peor de este discurso,
que algunos denominan "arqueográfico" (Alcina,
1975), es que retroalimenta el gusto anticuarista por
atesorar bienes poco frecuentes, ya sea en colecciones públicas o privadas (Ruiz, Molinos y Hornos,
1986).
Los efectos de la obsolescencia en la presentación
de las colecciones de muchas instituciones museísticas se dejan rápidamente sentir en los nuevos museos locales que han ido surgiendo en los últimos
años, al seguir los patrones de los provinciales, de
mostrar piezas bellas esperando que éstas por sí
mismas transmitan el mensaje que quienes las han
situado no sabían construir. En los museos locales, la
situación en doblemente negativa: a la sustitución
del relato por el objeto se une, además, que estas
instituciones suelen par tir de colecciones fundacionales constituidas por materiales expoliados por vecinos que, mediante la donación o depósito de todo
lo que no pueden vender, pasan a ser considerados
como benefactores de la cultura local.
PH Boletín30
Por otra par te, las exposiciones temporales, actividad actualmente privilegiada en el campo de la difusión, debería tener una incidencia enorme en este
proceso educativo y de concienciación, habida cuenta del éxito de público que concitan. Desgraciadamente, las dedicadas al patrimonio arqueológico frecuentemente sólo innovan en los recur sos
museográficos (esto es, en la presentación de las
piezas), pero el discurso positivista en torno al objeto sigue siendo igual de rancio que siempre. Serían
muchos los ejemplos que podrían aducirse a este
respecto, pero por su especial énfasis en el expolio
y para ilustrar las dos caras de la moneda, me ceñiré
a dos recientes, que además fueron casi simultáneas
aunque en ciudades distintas (Rodríguez Temiño,
1998).
En Sevilla (1998) se mostraba una exposición titulada Egipto milenario. Vida cotidiana en la época de los
faraones, en la que pretendía, como su nombre indica, dar una visión sobre aspectos menos conocidos
del antiguo Egipto, a través de una colección de objetos artesanales de uso habitual en ese tiempo procedentes de los fondos del Roemer und Pelizaeus
Museum de Hildesheim (Alemania).
A pesar de ser una muestra de formato reducido, la
puesta en escena era realmente exquisita. Un vídeo
recibía a los visitante, vitrinas diseñadas especialmente resaltaban los efectos de luz sobre las piezas,
etcétera. Sin embargo, esta es la típica exposición en
que las piezas arqueológicas son un mero adorno de
un discurso basado fundamentalmente en el conocimiento transmitido por los textos. La arqueología se
retrotrae, contrariamente a lo que sugería el vídeo
inicial, a la época en que se identificaba con la anticuaria, es decir, con el coleccionismo de objetos. La
organización del ejército o el panteón de dioses
egipcios –por poner dos de los temas tratados– se
ilustraban con determinados ar tefactos, pero la información dada de ellos no se deducían de los objetos mostrados; incluso se habían omitido poner de
manifiesto las relaciones entre las distintas facetas
sociales y económicas de esa sociedad, proceso lógico cuando se pretende dar una idea global de cualquier comunidad humana, y argumento imprescindible en la investigación arqueológica.
Supongo que no será baladí, para entender esta
aproximación a la función de la arqueología en el
conocimiento sobre las sociedades antiguas, saber
que la totalidad de las piezas mostradas son producto de expolio, aunque sea del siglo pasado, como
demuestra la ignorancia de los lugares de procedencia de las piezas. Quizás lo más lamentable de este
caso es que, por ningún medio, se hiciese mención
de esta circunstancia, con lo cual la exposición perdía un plus de interés al haber podido entroncar con
una problemática actual, y unir a la información de
los objetos su propio discurso como colección.
Por contra, por Granada y Jaén se exponía la muestra Hace 4000 años..., basada en el proyecto de investigación de dos poblados prehistóricos de ambas
provincias desarrollado por la Universidad de Granada. En ella, la arqueología se expone desde una
perspectiva científica, como una disciplina destinada
a reintegrarnos el conocimiento de nuestro pasado
a través del estudio de la cultura material y la evidencia medio ambiental. Dedicaba, por tanto, especial relevancia a la metodología usada en el registro
arqueológico y su conversión en historia, a la vez
que daba información sobre los modos de vida de
las sociedades analizadas; discursos apoyados con la
documentación gráfica y los objetos materiales que
componen la propia exposición.
Aunque no se aludía explícitamente, se hacía patente la distinción entre registro de la evidencia arqueológica y la posterior elaboración de la memoria colectiva, que es historia e interpretación a par tir de
ella, y depredación de un yacimiento mediante la rebusca de objetos en la que todo este caudal informativo se pierde irremisiblemente.
Resulta necesario que las administraciones culturales
potencien este tipo de exposiciones, e incluso diseñen otras especialmente dedicadas a sensibilizar sobre los efectos producidos por el expolio y el contr abando de bienes cultur ales. La muestr a
denominada Procedencia desconocida, presentada en
Kassel en 1995, precedida de bastante éxito durante
una gira previa por ciudades alemanas y suizas (Graepler, 1995); o Italia con su campaña Stop al vandalismo gráfico, iniciativa dirigida hacia los más jóvenes
para concienciarlos sobre los efectos nocivos de los
grafitos en monumentos, ofrecen un buen ejemplo a
seguir.
Por último, quisiera acabar con una nota optimista.
Actualmente se está consolidando un movimiento de
concienciación internacional, auspiciado por los más
impor tantes museos de los países tradicionalmente
compradores, cuya acta de nacimiento fue la Declaración de Berlín, aprobada en 1988 por iniciativa especial del profesor Heilmeyer, director del Antikenmuseum de Berlín (Pallottino, 1992). En esta declaración
las grandes instituciones museísticas reconocen la
prioridad del valor científico de objetos arqueológicos
y adquieren el compromiso de rechazar cualquier
pieza de la que se desconozca la procedencia, como
contribución en la lucha para frenar esta lacra.
ARTÍCULOS
Caso paradigmático ha sido el Museo de Historia
Local de Écija (Sevilla). En su primer montaje despreciaba años de investigación histórica y arqueológica realizados en esta ciudad, en aras de mostrar un
batiburrillo de objetos procedentes de expolios, pero que a diferencia de los recogidos en las excavaciones urbanas estaban enteros o eran raros, con la
obtusa idea de servir de reclamo a paisanos y turistas (Rodríguez Temiño, 2000). Afor tunadamente, a
raíz de las críticas recibidas las autoridades municipales decidieron cambiar de estrategia y, en lugar de
despilfarrar el presupuesto comprando colecciones
particulares, se encargó a una empresa de arqueólogos profesionales la elaboración de un proyecto museológico nuevo, que parece haber corregido –al
menos en parte– los dislates iniciales.
47
ARTÍCULOS
PH Boletín30
48
Estas declaraciones no se han quedado en píos propósitos y aunque el comercio internacional de objetos expoliados sigue existiendo, a pesar de las normas internacionales que lo persiguen, muchos de los
grandes museos occidentales, se abstienen de comprar piezas cuyo origen es desconocido. En coherencia con la suscripción de esta declaración y en
aplicación de la normativa internacional sobre comercio ilícito de bienes culturales, estos centros sue-
len poner en conocimiento de las autoridades nacionales competentes las ofertas de venta de bienes
extraídos y comercializados por vías clandestinas,
que les hacen.
Obviamente, éstos no pueden ser los únicos recursos, pero su consolidación reforzará las normativas represoras del expolio y el comercio ilícito
de antigüedades.
Bibliografía
ALCINA FRANCH, J. (1975). "La arqueología antropológica en
España: situación y perspectivas", I Reunión de Antropólogos Españoles (Sevilla, 1973), Sevilla: 47-62.
ALEGRE ÁVILA, J. M. (1994). Evolución y régimen jurídico del Patrimonio Histórico, Ministerio de Cultura, Madrid, (2 vols.).
ALONSO IBÁÑEZ, M. R. (1992). El patrimonio histórico. Destino
público y valor cultural, Civitas, Madrid.
BARRERO RODRÍGUEZ, C. (1990). La ordenación jurídica del Patrimonio Histórico, Civitas, Madrid.
GRAEPLER, D. (1995). "Fundort unbekannt! Eine Wanderausstellung über Raubgrabungen", Antike Welt 1995-3: 221-223.
Hace 4000 años... Vida y muerte en dos poblados de la alta Andalucía (1997). Catálogo de la Exposición, Consejería de Cultura de
la Junta de Andalucía, Fundación Caja Granada y Universidad de
Granada, Granada.
INIESTA SANMARTÍN, Á. (1996). "Los daños sobre el patrimonio arqueológico: actividades que los generan y actuación policial
sobre el terreno", en Curso: Protección del patrimonio arqueológico,
dirigido a los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, (Murcia,
1994), Región de Murcia, Murcia: 65-100.
BENÍTEZ DE LUGO ENRICH, L. y A. E. SÁNCHEZ-SIERRA
(1995). "El fur tivismo arqueológico. Consideraciones legales y
científicas sobre los hallazgos arqueológicos", Boletín Informativo,
12, Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico: 38-43.
O'KEEFE, P. J. y L. V. PROTT (1984). Law and the cultural heritage.
Discovery and excavation, vol. I, Professional Books Limited, Oxford.
CABALLERO ZOREDA, L. (1982). "Los detectores de metal",
Revista de Arqueología, 17: 28 y s.
PALLOTTINO, M. (1992). "Beni archeologici in Europa (Tavola
rotonda, intervento conclusivo). Risoluzioni", Eutopia, 1: 113-117.
CLEERE, H. (1998). "Managing the archaeological heritage", Antiquity, 67: 400-402.
Protección del patrimonio histórico. La Guardia Civil y la conservación
de los bienes culturales, (Ávila, 1997) (1998). Junta de Castilla y
León y Guardia Civil, Valladolid.
CONSEJERÍA DE CULTURA, JUNTA DE ANDALUCÍA (1993).
Plan General de Bienes Culturales, Sevilla.
– (1997). Plan General de Bienes Culturales de Andalucía.
1996-2000, Sevilla.
Curso: Protección del patrimonio arqueológico, dirigido a los cuerpos y
fuerzas de seguridad del Estado, (Murcia, 1994) (1996). Región de
Murcia, Murcia.
DURÁN RECIO, V. (1984). La batalla de Munda, Córdoba.
DURÁN RECIO, V. y M. FERREIRO LÓPEZ (1984). "Acerca del
lugar donde se dio la batalla de Munda", Habis, 15: 229-236.
Egipto Milenario. Vida cotidiana en la época de los faraones (1998).
Catálogo de la exposición, Fundación "La Caixa", Barcelona.
ENGLISH HERITAGE (1991). Exploring our Past. Strategies for the
Archaeology of England, English Heritage, Londres.
FERNÁNDEZ GÓMEZ, F. (1996). "De excavaciones clandestinas,
mercado de antigüedades y publicación de 'hallazgos'", en M. A.
Querol y T. Chapa (eds.), Homenaje al Profesor Manuel Fernández-Miranda, Complutum Extra, 6 (II): 283-294.
QUEROL, M. A. y B. MARTÍNEZ DÍAZ (1996). La gestión del Patrimonio Arqueológico en España, Alianza Editorial, Madrid.
RODRÍGUEZ TEMIÑO, I. (1998). "Exposiciones de arqueología y
expolio", El Correo de Andalucía de 24 de febrero.
– 2000. "La gestión del patrimonio arqueológico en Écija", V Congreso de Historia de Écija (Écija, 1998), Ayuntamiento de Écija,
Écija: 189-203.
RUIZ RODRÍGUEZ, A.; M. MOLINOS MOLINOS y F. HORNOS MATA (1986). Arqueología en Jaén (Reflexiones desde un
proyecto arqueológico no inocente), Diputación Provincial de Jaén,
Jaén.
SÁNCHEZ ARROYO, J. A. (1998). "Expolio Arqueológico", Protección del patrimonio histórico. La Guardia Civil y la conservación de
los bienes culturales, (Ávila, 1997), Junta de Castilla y León y Guardia Civil, Valladolid: 137-146.
PH Boletín30
Notas
1. A este respecto debería tenerse presente que el patrimonio
arqueológico, como sostiene M. R. Alonso (1992), aparece
perfectamente identificado e individualizado en la el artículo
40 LPHE, de forma que cualquier reconocimiento oficial, no
necesariamente expresado a través de un procedimiento
administrativo ad hoc, tiene validez para significar la pertenencia de un yacimiento al patrimonio histórico español.
2. En España fue casi nulo el eco que tuvo en medio oficiales y
profesionales la recomendación 921 (1981) de la Asamblea
parlamentaria del Consejo de Europa, relativa a detectores de
metal y arqueología. Posiblemente la única excepción fue L.
Caballero Zoreda, quien dedicó un breve artículo a comentarla (Caballero Zoreda, 1982).
3. "Se estudiarán medidas concretas y específicas para evitar el
expolio en yacimientos arqueológicos tanto terrestres como
subacuáticos", Hispania Nostra, 71/72, abril de 1998, p. 16.
4. Especialmente interesante era un botón de plata con las iniciales A. Varo, general pompeyano muerto en esa batalla, y
que, tras ser comprado por el cabildo ecijano a finales de los
ochenta –al igual que el resto de la colección perteneciente al
Sr. Durán–, se encuentra en paradero desconocido, sin que
nadie sepa dar razón de qué ha pasado con esa pieza.
5. En números absolutos, el monto de expedientes tramitados
en Andalucía supera con creces al de las demás comunidades
autónomas, según comunicación oral de A. Yáñez, quien está
actualmente ultimando un estudio sobre expedientes sancionadores por esta causa en el Estado español entre 1985 y
1995.
6. Estos comentarios han sido mantenidos por A. Porras
Posadas, secretario de la Delegación Provincial de Cultura en
Córdoba, J. M. Maldonado, técnico de la misma Delegación
Provincial y L. Jover Oliver, jefe del Servicio de Asuntos
Jurídicos de la Consejería de Cultura. Agradezco que me
hayan dejado citar las conclusiones de sus informes.
7. Afortunadamente, como muestra la sentencia del Tribunal
Superior de Justicia de Andalucía antes comentada, parece
que la jurisdicción de lo contencioso administrativo en
Andalucía, va llegando a planteamientos muy similares a los
mantenidos por estos autores.
8. Con independencia de que también se estudie la modificación
de la LPHA en éste y otros aspectos.
9. La propuesta ha sido redactada por F. Valverde, secretario de
la Delegación Provincial de Cultura en Cádiz.
10. "Actuar con los colegios en la protección física de yacimientos sembrándolos de virutas metálicas, no discriminadas por
los detectores de metal".
ARTÍCULOS
49
Descargar