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Tecnología portuaria romana
José Manuel de la Peña Olivas
DESCRIPTORES
PATRIMONIO HISTÓRICO
HISTORIA DE LA INGENIERÍA PORTUARIA
Introducción
“La historia de Roma representa el último eslabón de la historia
antigua de los países de la cuenca del Mediterráneo. Desde
tiempos antiquísimos surgieron en las costas del mar Mediterráneo formaciones de clases y fueron echadas las bases de la
civilización antigua…”. [1]. Así comienza su libro el historiador
ruso Kovaliov, y sintetiza lo que supuso para la ingeniería marítima la civilización romana: el compendio del saber y la sofisticación de la tecnología portuaria hasta límites no alcanzados hasta el siglo XVIII con el comienzo de la era industrial.
Cuando la arqueología y la reconstrucción paleogeográfica ponen a la luz estructuras portuarias de la grandiosidad
del puerto antiguo de Faros (Fig. 1), descubierto por M. Gaston Joudet entre los años 1910 y 1915 [3] y datado por DuPlant y Taylor [2] entre el 1900 y 1800 a.C. o por M. Vigueras [3], hacia el 2000 a.C., aunque estas fechas hay que ponerlas como referencias en el tiempo, pues De la Peña ha determinado al menos cuatro fases de desarrollo en él, cabría
preguntarse: si estas primeras civilizaciones mediterráneas,
minoica y egipcia, fueron capaces de realizar tamaña empresa de ingeniería portuaria, con una superficie total de explanación mayor de 500.000 m2 y una longitud de muelles
en torno a cinco kilómetros, ¿qué no serían capaces de hacer
los constructores e ingenieros portuarios romanos dos mil
años después? Pero la técnica y los logros alcanzados en este campo por los romanos son muy difíciles, prácticamente
imposibles, de conocer; solamente pueden intuirse por los pocos restos buscados, encontrados y estudiados, y por la escasa referencia escrita que ha llegado hasta hoy.
Pero, como han puesto de manifiesto algunos eruditos del
tema, a veces resulta imposible interpretar restos arqueológicos si no se tiene un suficiente conocimiento técnico del tema,
y ello suele tener un techo para los profesionales de la arqueología e historia. Además, el único escrito técnico de la
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antigüedad se halla en Vitruvio, y no pasa de ser un compendio general de la construcción, que ha pasado por diversas manos transcriptoras y traductoras y del que se han perdido las figuras que al texto acompañaban.
En este artículo, que la revista “OP, Ingeniería y Territorio”
ha tenido la deferencia de invitarme a escribir, gracias a la
intercesión de mi amigo y compañero –especialmente unidos
por los polibios, estrabones, y vitruvios– Manuel Nóvoa, pretendo aproximar al lector al conocimiento que se poseía en
aquella época de esplendor histórico del imperio romano de
la tecnología portuaria. Y espero que, tras su lectura, aprecie
la grandiosidad que se alcanzó en el desarrollo técnico en
aquella época y deseche mitos que hasta hoy hemos oído hablar minimizando el conocimiento portuario y marítimo que
tenían entonces, y que con el estudio intentamos ir desvelando mi compañero y colaborador Juan Manuel Prada Espada
y yo, ayudados por Carlos Redondo.
Concepto de puerto
y organización portuaria
Para conocer qué concepto tenían los antiguos sobre puerto,
debe leerse con cuidado algunos textos clásicos. El único texto técnico antiguo que se ha conservado pertenece a Vitruvio;
es el famoso tratado titulado Los diez libros de arquitectura. El
capítulo 13º del Libro V, titulado “De los puertos y de las obras
de albañilería bajo el agua”, es el que contiene, muy condensado, parte del conocimiento y de las formas de hacer de los
ingenieros civiles romanos que se dedicaron a las obras marítimas en aquellos tiempos. Este capítulo comienza definiendo
las características primordiales que debe poseer todo puerto:
“No debo pasar en silencio las ventajas de los puertos y
de qué manera es posible hacerlos capaces para que sirvan
de abrigo a las naves durante las tempestades”.
Fig. 1. Puerto antiguo de Faros (estado final en torno al 2000 a.C.),
situado al oeste de la isla y actual puerto de Alejandría (de la Peña, 2000).
“Estos puertos, cuando la Naturaleza o el lugar les presta
condiciones favorables y tienen escollera, cabos o promontorios prolongados, y como consecuencia forman naturalmente
en su interior arcos o recodos, ofrecerán sin duda las mayores ventajas. Bastará entonces construir en torno suyo pórticos, atarazanas, almacenes y estradas para las mercancías,
y desde allí calles hasta los mercados…”.
Así, por tanto, los romanos sabían diferenciar entre fondeadero, lugar más o menos abrigado de la costa donde lanzar el ancla para comerciar durante pocos meses al año o
para protegerse de los temporales, y puerto natural o artificial, espacio de aguas tranquilas para el amarre de los barcos, con la función añadida del intercambio comercial entre
el mar y la tierra.
El desconocimiento de que, en esa y en anteriores épocas,
se tenían muy claros estos conceptos, ha originado ciertas
confusiones al estudiar y traducir escritos clásicos y al interpretar algunos restos arqueológicos. Un ejemplo de ello es la
polémica suscitada en torno a la existencia del puerto romano de Tarragona, de la que algunos autores no dudan, a pesar de que Estrabón (III, 4, 7) afirma textualmente que “… la
primera ciudad es Tarrakon, que, aunque no tiene puerto, está levantada sobre un golfo…” [4]. Cuando Estrabón escribe
que la ciudad no tiene puerto, no niega la posible existencia
de un malecón como abrigo de un fondeadero más o menos
grande; lo que dice de forma implícita es que, a pesar de que
existía un golfo, el lugar no reunía las condiciones necesarias
para ser considerado como puerto, tal y como Vitruvio y los
antiguos entendían ese concepto; así, Polibio (X, 1) escribe:
“… cualquiera que venga de Grecia (…) ha de fondear en el
puerto de Tarento y celebrar aquí los cambios y negociaciones que tenga con todas las ciudades de la costa. Se puede
inferir la situación de esta bella ciudad por la fortuna que hicieron en otro tiempo los crotoniatas, los cuales, no teniendo
más que unos fondeaderos de verano a donde abordaban
poquísimas embarcaciones, consiguieron sin embargo inmensas riquezas, no por otra causa, en el concepto común,
sino por la oportunidad del lugar…”. Si esto es así, los que
hoy sostienen que en la ciudad de Tarragona hubo un puerto
romano no tienen el mismo concepto de puerto que los ingenieros civiles romanos, siendo el de estos últimos análogo al
que mantiene la ingeniería portuaria actual. Si bien pudiera
haberse construido un puerto con posterioridad a que Estrabón escribiera su Geografía, en el siglo I a.C., como así lo
apunta Fernando Ramblau, que ha querido ver algunos res-
tos de pilares en cartografías antiguas de Tarragona: restos
de un dique-muelle de arcadas; pero tal afirmación no se encuentra lo suficientemente bien documentada ni contrastada.
La dominación romana de las costas supuso la dominación de sus puertos y de las rutas comerciales que confluían
en ellos; pero la actividad y tráfico naval se complementó con
un desarrollo importantísimo de las rutas terrestres, creando
Roma una red viaria que ha llegado a utilizarse hasta el siglo
XVIII. Esta red tan tupida de vías terrestres transformó todas las
zonas de influencia de los puertos: anteriormente existían una
multitud de puertos importantes, y con el desarrollo viario romano aumentaron espectacularmente la zona de influencia de
los puertos, quedando en uso solamente un reducido número
de grandes puertos (Ostia, Puteoli, Gadir, Alejandría…) y una
serie de puertos pequeños de escala, locales y cabotaje. Normalmente, estos grandes puertos no eran exclusivamente un
puerto, sino una agrupación de instalaciones portuarias; como así sucedió con el puerto de Gadir, el cual englobaba tanto el propio puerto de Gadir (Cádiz) como Portus Gaditanus,
los astilleros situados en el actual Puerto Real…; o Puteoli, que
englobaba a diversos puertos alrededor del golfo de Nápoles, como el propio puerto de Puteoli, Miseno, Nápoles…
Conocimiento técnico
para el proyecto de obras portuarias
Buscando hasta la más pequeña referencia técnica en autores
clásicos, como Vitruvio, Estrabón, Mela, Herodoto, Polibio,
Quinto C. Rufo, Flavio Josefo, etc., y estudiando la documentación arqueológica disponible, se puede afirmar que los ingenieros romanos dedicados a las obras civiles dominaban la
construcción de cualquier tipo de estructura y los conocimientos técnicos relacionados con ella.
Es de destacar que los que se dedicaban a las obras marítimas y portuarias conocían ampliamente su oficio. Distinguían claramente entre un simple fondeadero y un puerto, natural o artificial, exigiendo al puerto una serie de servicios básicos, tal y como hoy en día se hace (Polibio X-1, Vitruvio V13). Sabían, de acuerdo con el hacer de su tiempo, que la
condición mínima que debía tener una zona de costa para
construir en ella un puerto artificial era la existencia de una
playa apropiada insuficientemente protegida del oleaje (Vitruvio V-13).
Estos ingenieros entendían que la disposición en planta de
un puerto se configuraba con una playa en la que a un lado
de ella o, generalizando el concepto, a ambos, se disponían
el o los diques exteriores que proporcionasen el suficiente espacio de aguas abrigadas a los barcos. Sabían también qué
tipo de obras auxiliares, almacenes (horreas), pórticos, atarazanas y estradas, debía tener todo puerto, natural o artificial (Vitruvio V-13).
Los ingenieros portuarios conocían la necesidad de realizar estudios técnicos para determinar racionalmente el lugar
de la costa más adecuado para ubicar el puerto, y decidir,
entre los diferentes tipos de estructuras marítimas, la que se
debía construir. Estos trabajos previos consistían en estudios
sobre el clima marino de la zona a fin de determinar la disI.T. N.o 56. 2001
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posición en planta del puerto y la de sus obras exteriores, posibilitando así, entre otros condicionantes, el máximo aprovechamiento de los vientos en su bocana (Flavio Josefo I-16) y
el tipo de estructura de defensa que se emplearía en la construcción del dique (Vitruvio V-13).
También hacían estudios geotécnicos sobre la naturaleza
de los fondos, bien mediante sondas (Herodoto II-5), o utilizando urinatores1 para que tomasen muestras del lecho marino. Con ellas podían conocer su calidad y capacidad portante, y en función de ellas, además de fijar el emplazamiento de la obra, elegir el tipo de cimentación. Estos trabajos permitían saber, si la calidad de los fondos era mala, el tipo de
saneamiento a realizar en el lecho marino para encontrar el
firme y determinar así la cantidad de material a dragar hasta alcanzarlo, e incluso, en función del tipo de cimentación,
qué longitud de tablestaca se tendría que hincar en el fondo
para conseguir un recinto estable (Vitruvio III-4 y V-13).
Los ingenieros romanos conocían la importancia de una
buena comunicación terrestre entre el puerto, la ciudad y su
zona de influencia (Vitruvio V-13). Habitualmente los puertos
estaban en las proximidades de las ciudades, pero en aquellos casos en los que estaban aislados de los centros urbanos,
a su alrededor se construía una muralla con el doble objetivo
de servir de control comercial-aduanero y de defensa frente a
agresiones externas (Flavio Josefo I-16).
Estos técnicos dominaron diferentes formas constructivas
para un mismo tipo de estructura en función del material disponible en obra, de las solicitaciones del oleaje y de la capacidad portante de los fondos (Vitruvio V-13). También fueron capaces de definir el mejor proyecto para la construcción de una
determinada estructura, en el que fijaban sus fases en función
de la forma constructiva elegida para la realización del dique.
La ingeniería civil romana, y sobre todo la rama que se
dedicó a las obras en el mar, experimentó un gran avance
respecto a los logros alcanzados en este campo por otras culturas del Mediterráneo cuando descubrió la forma de fabricar morteros y hormigones hidráulicos utilizando tierra de las
regiones de Cumas y de Bayas2 compuesta por polvo puzolánico y conocida en su tiempo como carbúnculo.
Las obras que debía poseer un puerto para considerarlo
como tal eran las mismas que hoy en día se consideran, y que
pueden clasificarse en:
— Obras exteriores u obras de defensa.
— Obras interiores.
— Obras auxiliares.
Y estos tres grupos de obras portuarias son los que se irán
comentando en los apartados siguientes.
Obras exteriores
Las características más importantes y tipos de obras exteriores o de defensa portuarias pueden estudiarse a partir de los
escritos del arquitecto romano. Comienza Vitruvio la exposición del capítulo (V, 13) diciendo, como ya vimos: “No debo
pasar en silencio las ventajas de los puertos y de qué manera es posible hacerlos capaces para que sirvan de abrigo a
las naves durante las tempestades…”.
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“Estos puertos, cuando la Naturaleza o el lugar les presta
condiciones favorables y tienen escollera, cabos o promontorios prolongados, y como consecuencia forman naturalmente
en su interior arcos o recodos, ofrecerán sin duda las mayores ventajas…”. Enumera en estas líneas las características
morfológicas que debía reunir una zona del litoral para ser
utilizada como puerto natural y las formaciones costeras que
debía tener: acantilados, restingas, bajos, cabos, promontorios, islas; cuya función era encalmar las aguas de sus playas,
bahías, radas o rías, a fin de ser utilizadas por los barcos como lugares de amarre e intercambio de mercancías, zonas de
varada y reparación de averías, sitios de avituallamiento y
aguada, etc. “… pero si no hubiera un lugar naturalmente
apropiado para proteger los navíos durante las borrascas,
parece que debe procederse de este modo: si hubiese en
aquel lugar un pico que constituyera un abrigo contra las
tempestades, sino que solo por una parte hubiera una playa
apropiada, entonces es preciso levantar del otro lado, con
ayuda de mampostería, espolones o escolleras que lleguen a
formar un puerto cerrado…”. Tras leer estos párrafos, queda
claro que Vitruvio era consciente de la diferencia entre puerto artificial, protegido por obras de abrigo, y puerto natural,
que no las necesita, lo que indica que ambos tipos de puerto
eran de uso común en su época.
Estas frases explican que para construir un puerto artificial
en una determinada zona de la costa debe haber en ella una
playa parcialmente abrigada por un cabo o cualquier otro
accidente costero. Quizás, el concepto de “playa apropiada”
se puede traducir mejor, en un sentido más amplio, como concavidad litoral, y debemos apuntar también que, para construir un puerto, los ingenieros de la época no consideraban
absolutamente necesaria la existencia de un playazo. Se afirma también que para disponer de un “puerto cerrado” en
una zona litoral habría que construir, según Vitruvio, a un lado de la playa o, generalizando el concepto, en bahías abiertas, a ambos, el o los diques exteriores que cerrasen el paso
a las olas, creando así el área de aguas protegidas de la dársena del puerto.
El arquitecto hace mención a la “mampostería”, a los “espolones” y a las “escolleras” cuando habla de construir un
“puerto cerrado”, para describir con tres palabras los materiales que se empleaban en las estructuras portuarias de atraque y de defensa de uso corriente en su época, y también para que la gente de formación técnica que las leyese entendiera, desde su experiencia, cuál era el tipo de dique que se podía construir empleando cada uno esos elementos:
1. “Mampostería”. Con este material se hacían estructuras
verticales empleando diferentes métodos constructivos.
2. “Espolones”. Se debe traducir aquí “espolón” como el término actual “pilote”. Estas estructuras, formadas por entramados de pilotes clavados mediante maquinaria de hinca, constituían la infraestructura de todo tipo de obras portuarias.
3. “Escolleras”. Realizando vertidos de piedras de diferentes
tamaños se construían estructuras de escollera en talud similares a las actuales.
Estos tres tipos de estructuras portuarias, un dique vertical
de “mampostería”, otro de “escolleras” en talud y un tercero de
arcadas, aparecen representados en el mosaico romano del siglo III d.C. hallado en la Vega Baja de Toledo y que se encuentra en los depósitos del Museo de Santa Cruz de Toledo (Fig. 2).
A lo largo de la historia se han construido diques cuya tipología está reflejada en esta misma clasificación. Del año
2000 a.C. datan los diques verticales y en talud que defendían
el puerto antiguo de Faros3 (Fig. 1). Las estructuras verticales
fueron empleadas posteriormente por los fenicios, los griegos y,
como dice Vitruvio, por los romanos. Una muestra de dique
vertical fenicio se encuentra en el puerto de Akko [5], y como
ejemplos de este tipo de obra de defensa romana están las ruinas del puerto de Emporión (Fig. 3) y los restos sumergidos del
dique vertical del puerto romano de Murgi4 [6].
En los diques verticales romanos la superestructura formada por bloques alcanzaba una profundidad máxima de cuatro o cinco metros, colocándose en pequeñas profundidades
sobre una cama de escollera o directamente sobre el fondo.
Para mayores calados se construía un dique de escollera en
talud sumergido a modo de infraestructura, en el que su cota
de coronación, que servía de cimiento a los bloques de la estructura vertical, se mantenía a esa misma profundidad de
cuatro o cinco metros. Tanto para medianos como para grandes calados, terminada la superestructura, era frecuente adosar un escollerado en el lado hacia el mar para que el dique
disipase el oleaje, de forma casi similar a como lo hace una
estructura de defensa de escollera en talud.
El ejemplo más significativo y estudiado de este tipo de dique se encuentra en el puerto de Cesárea Marítima (Fig. 4).
En sus estructuras portuarias está condensado gran parte del
saber hacer de los ingenieros civiles portuarios de Roma. En
la construcción del dique y el contradique se integraron las técnicas del vertido de escollera de las infraestructuras, con la de
cajones flotantes utilizados como encofrado perdido de las losas de cimentación o destinados a la colocación de los bloques
de las superestructuras, y se dispuso como cuenco amortiguador del oleaje el espacio de 30,5 metros comprendido entre el
escollerado adosado de defensa y las murallas, que, construidas en mitad del dique, funcionaban como su espaldón.
Vitruvio describe diferentes métodos constructivos de los
diques verticales que se empleaban en su tiempo y, de forma
indirecta, indica algo sobre la construcción de las estructuras
en talud. Sin embargo, nada cuenta de las estructuras sobre
“espolones”, que rara vez se emplearon como obras aligeradas de defensa, aunque sí como pantalanes y como cimentación en el mar de muelles, estatuas, torres de defensa y de señalización. En el famoso sestercio de Nerón se aprecia que la
plataforma que sostenía la estatua de Claudio en la entrada
del puerto de Ostia estaba pilotada.
Después de morir Vitruvio se construyeron diques aligerados de arcadas sobre pilas. El ejemplo más célebre y clásico
de este tipo de estructuras está representado en la famosa pintura mural encontrada en Stabia, cerca de Pompeya, que reproduce el puerto de Puteoli (Fig. 5). Este puerto estaba defendido por un dique [7, 8] de 372 metros de largo, sustenta-
Fig. 2. Mosaico del siglo III d.C.,
encontrado en la Vega Baja de Toledo (Foto CEHOPU).
Fig. 3. Dique vertical romano de Emporión, construido en dos fases.
Fig. 4. Sección tipo del puerto de Cesárea Marítima (21 a 9 a.C.)
(de la Peña, Prada & Redondo).
do por 15 pilas de bloques de piedra volcánica de planta rectangular de 16 m2, colocados sobre cimentaciones de hormigón puzolánico. Los arcos de unión entre ellas estaban construidos con ladrillos y bloques de arenisca unidos con mortero
puzolánico. En el fresco aparecen otras estructuras portuarias,
como el pantalán situado al fondo del puerto sobre peines de
tres pilotes y un faro o baliza sobre la estructura de defensa.
Los restos del dique aún se podían ver en el siglo XVIII [9].
De todas las formas constructivas básicas de diques empleadas por los ingenieros romanos, cuya utilización estaba en función de la capacidad portante del terreno, del clima marino y del
tipo de materiales disponibles para realizar la obra, se pueden
enumerar las que se conocen a través de Vitruvio (V-13) [10]:
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conglomerado hidráulico. Transcurrido el tiempo de fraguado
se desencofraba, retirando las tablestacas, y se procedía a un
nuevo avance de la obra repitiendo todos los pasos descritos.
Finalizada en toda su extensión la estructura, se solía coronar el dique con un cabecero realizado mediante muros perimetrales de ladrillo o sillería en los que se colocaban los dispositivos de amarre: doctyliums y argollas. El hueco dejado
entre ellos se rellenaba de “todo uno” y sobre este material
disgregado, compactándolo, se construía una calzada. Otras
veces este remate se hacía con un enlosado colocado sobre el
material de relleno. Su anchura solía ser como mínimo de
unos seis metros. Ejemplos de este tipo de diques se encuentran en los conservados en Emporión (Fig. 3), y especialmente el de Murgi. Con un estudio pormenorizado de este puerto
de Murgi podría saberse la longitud de los tramos de avance
de construcción y la capacidad de vertido por lechada.
B. Dique vertical de bloques de hormigón
Fig. 5. Pintura mural romana que representa el puerto de Puteoli
(actual Puzoli).
A. Dique vertical de hormigón en masa
Las condiciones que Vitruvio enumera para decidir la construcción de este tipo de estructura marítima son las siguientes:
existencia de una playa apropiada, calidad de los fondos
aceptable, posibilidad de utilizar en obra el cemento puzolánico y solicitaciones del oleaje de pequeña entidad.
Se comenzaba construyendo un recinto tablestacado mediante la hinca de tablestacas de madera de roble. Posteriormente se reforzaban las esquinas con piezas en forma de L,
de hierro o bronce, para evitar dañarlas al rigidizar el conjunto mediante unas cadenas que se colocaban alrededor de
su perímetro y se traccionaban por tensores.
Rigidizado el recinto de tablestacas, cuando la capacidad
portante del fondo era óptima, se procedía a sanear sus capas superficiales dragando, al mismo tiempo que se realizaba el perfilado de la cimentación, o bien, mediante esta misma técnica, cuando la calidad de la primera capa del lecho
marino no era del todo aceptable, se alcanzaba el firme próximo, dejando un vaciado de cimentación más profundo. El
dragado del fondo se realizaba con dragas manuales iguales a las que se han utilizado, sin grandes variaciones técnicas, hasta principios del siglo pasado. Posteriormente se procedía a hormigonar bajo el agua, llenando el recinto con el
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Las condiciones que Vitruvio enumera para decidir la construcción de este tipo de estructura marítima son las siguientes:
existencia de una playa apropiada, calidad de los fondos
aceptable, pequeños y medianos calados, posibilidad de utilizar en obra el polvo de Puzol, solicitaciones de fuerte oleaje, o cuando la obra se iba a asentar en mar abierto.
Se arrancaba desde tierra vertiendo un primer tramo de
banqueta de escollera de regularización, siguiendo el talud
natural del terreno si éste no era muy escarpado, o con un
nuevo talud más suave si el natural tenía mucha pendiente. La
banqueta se prolongaba hasta alcanzar una profundidad máxima en su coronación de 2,5 metros, dependiendo esa cota
del tamaño del bloque que se colocaría encima de ella (Fig. 6).
Se continuaba con el vertido de escollera, siempre a esa cota,
hasta que el calado permitía realizar un escalón, ganando así
profundidad para colocar dos bloques sobre ella.
Una vez construida la banqueta de asiento, en su perímetro se hincaba un recinto de tablestacas contrapeadas de pie
y medio de espesor (46 cm), y con una longitud de acuerdo
al número de bloques que se fueran a hormigonar “in situ”.
Las cabezas de las tablestacas alcanzarían un nivel superior
al del mar. El interior del recinto se rellenaba de arena limpia,
Fig. 6. Dique romano de bloques de hormigón
(de la Peña, Prada & Redondo).
de playa o de río, y se enrasaba al nivel de las cabezas de
las tablestacas. Sobre esta plataforma de arena se construían
los encofrados de madera para el hormigonado de los bloques, normalmente cinco por hilada.
El tamaño de los bloques podía alcanzar un máximo de
15 metros de longitud y tres metros de alto y de ancho. Es lógico suponer que la máxima longitud de estos bloques vendría
dada por la experiencia que los ingenieros romanos tendrían
sobre las consecuencias de sobredimensionarlos, pues sabrían
que en función de la dilatación del hormigón que empleaban,
de la esbeltez de la pieza y del propio peso, aparecerían fracturas de tal importancia que darían en ruina la obra.
Una vez fraguados los bloques y desmontado el encofrado, se abrían a ambos lados del recinto de tablestacas unas
zapas, previamente construidas, por las que la arena fluía
hacia el lecho marino bajo la presión del peso de los bloques
y por la socavación producida por el agua del mar, permitiendo que los bloques se asentasen lentamente en su emplazamiento sobre la banqueta de escollera.
En la zona que llevaba dos bloques, profundidades de
hasta cinco metros, una vez situado el primero de ellos sobre
la escollera, se reparaban las zapas del recinto y se volvía a
repetir el método.
A medida que el calado aumentaba, la banqueta se transformaba en un verdadero dique sumergido de escollera en talud, ya que con esta estructura se podían alcanzar elevadas
profundidades. Cuando la obra alcanzaba calados grandes
se abandonaba la forma constructiva anterior y se continuaba
la estructura utilizando otro método. Consistía éste en aumentar la profundidad de la cota de coronación de la banqueta
de regularización hasta los seis o siete metros de profundidad.
Para hormigonar los bloques que constituían la estructura
vertical, se fondeaban cajones de madera sobre el dique sumergido, utilizándolos como encofrado perdido. El ejemplo
más importante de esta forma constructiva para grandes calados se encuentra en el puerto de Cesárea Marítima (Fig. 4).
C. Dique vertical de paredes de sillería
Las condiciones que Vitruvio enumera para decidir la construcción de este tipo de estructura marítima son las siguientes:
existencia de una playa apropiada, calidad de los fondos de
buena a mala, pequeñas a medianas profundidades, sin posibilidad de utilizar cemento puzolánico en obra, solicitaciones de fuerte oleaje, o cuando la obra se iba a asentar en
mar abierto.
La obra partía de tierra creando ataguías de entibaciones
dobles, similares a las empleadas por los ingenieros romanos
en la cimentación de grandes puentes. Las ataguías (Fig. 7)
estaban constituidas por dos entibaciones de cuartones verticales de roble hincados en el lecho marino. En la parte superior de la cara que quedaba expuesta al mar se disponían
dos cuartones horizontales en doble vía para que entre ellos
se alojasen las cadenas que rigidizaban el conjunto. Para que
el recinto una vez desecado aguantara la presión hidrostática, en la parte superior de la cara que quedaba en seco se
colocaba una sola vía de cuartones horizontales para arrios-
Fig. 7. Dique vertical romano de sillería con cimentación micropilotada.
Reconstrucción según Vitruvio (5, 13) (de la Peña, Prada & Redondo).
trarla con contrafuertes. Ambas entibaciones, la exterior y la
interior, se unían superiormente clavando cada cierta distancia cuartones transversales para soportar los esfuerzos horizontales. Entre las dos entibaciones se colocaban sacos de
enea llenos de arcilla que una vez compactados dejaban el
recinto aislado e impermeabilizado.
Construido el recinto se procedía al achique del agua del
interior mediante tornillos de Arquímedes o cocleas, tambores
o ruedas de cangilones, aunque estas máquinas daban un
menor rendimiento de achique, o bien bombas de pistón o de
ctesibio. Desecado el recinto se aseguraban los contrafuertes
en la entibación interior y comenzaban los trabajos de cimentación.
Para buenas capacidades portantes del terreno estos trabajos consistían en la excavación de dos zanjas corridas de
una anchura superior al muro que iban a soportar, normalmente el doble de su grosor. A continuación se rellenaba las
zanjas con mampostería de piedra ligada con mortero de cal
y arena, hasta enrasar con el terreno natural.
Cuando no resultaba factible realizar un saneamiento de los
fondos debido a la presencia de estratos constituidos por terrenos poco cohesivos, se creaba un campo de micropilotes de
maderas resistentes al agua y a las corrosiones, utilizando la
técnica del chamuscado de las puntas para facilitar su penetración en el lecho marino (Fig. 7). Concluida esta fase se procedía a retacar con carbón los huecos existentes entre las cabezas
de los micropilotes, extendiéndose este relleno a los límites de la
ataguía para evitar en lo posible la erosión en el pie del diquemuelle que pudiera producirse al poner la obra en servicio.
Finalizado el cimiento por cualquiera de los métodos descritos, se construían sobre él los muros perimetrales de la estructura utilizando sillería encadenada. Los sillares tenían la
mayor longitud posible para reducir al máximo el número de
juntas y dar así una buena estabilidad a los muros que formaban la parte exterior de la estructura, colocándose en su
parte superior los dispositivos de amarre (doctyliums y argollas). El espacio vacío existente dentro de la misma se rellenaba con “todo uno” apisonado y la obra se remataba en su
parte superior haciendo un camino de rodadura, utilizando
losas, embutiendo piedras, etc.
Estos tres tipos de estructura de defensa portuaria eran
elementos básicos que podían combinarse convenientemente
para construir diques mucho más robustos. Tal es el ejemplo
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cos en la construcción del puerto antiguo de Faros (Fig. 1). El
resultado fue un dique de 61 metros de anchura al que se le
adosó un manto exterior de escollera. La mitad de su ancho,
30,5 metros, se la dejó libre para que funcionase como cuenco amortiguador del oleaje, llamado por los romanos “procimia”. En ese cuenco se dispuso una serie de canaletas hechas
en el hormigón que funcionaban como red de drenaje del
agua de rebase de la ola. En la mitad del dique se dispuso un
muro o espaldón que aislaba el cuenco amortiguador de la
zona de muelles. Este espaldón se reforzó construyendo cada
cierta distancia torres de sujeción del muro.
Fig. 8. Grúa romana de eje horizontal (de la Peña, Prada & Redondo).
Obras interiores y auxiliares
Las obras interiores y auxiliares de que disponían los puertos en
la antigüedad, y en especial en el periodo romano, se pueden
enumerar tal y como las describe Vitruvio (V, 13): “… bastará
entonces construir en torno suyo pórticos, atarazanas, almacenes y estradas para las mercancías, y desde allí calles hasta los
mercados…”. A ellas hay que añadir los sistemas de aguada,
señalización y maquinaria, los distintos sistemas de amarre y,
finalmente, los edificios auxiliares portuarios. La descripción de
todos estos grupos de obras interiores, y obras, maquinaria y
edificios auxiliares se hace a continuación, aunque por el espacio y fin de este propio artículo, se hace de forma resumida.
Pórticos
Los pórticos formaban el recinto donde se establecían las “horreas” (tinglados, almacenes), las oficinas y otras dependencias portuarias. Frecuentemente se construían alrededor de
las zonas de carga y descarga de mercancías. Cuando el
trasdós del dique se utilizaba como muelle, los pórticos se empleaban también como contrafuerte o refuerzo del muro perimetral que servía de espaldón, tal y como sucedía en el puerto de Cesárea Marítima (Fig. 4).
Atarazanas
Fig. 9. Grúa romana de eje vertical.
Según Vitruvio (X, 5) (de la Peña, Prada & Redondo).
ya descrito y que se presenta en la figura 4. Se trata de la sección tipo del dique de defensa del puerto de Cesárea Marítima, mandado construir por Herodes el Grande. Su descripción nos ha llegado por Flavio Josefo (I-16) y sus restos se han
estudiado minuciosamente, especialmente por Raban. La estructura base del dique está formada por dos diques de bloques de hormigón, antes descritos, de seis y 12 metros de ancho aproximadamente, y por un dique vertical de sillería. Tras
construir estos tres diques paralelos, el espacio intermedio se
rellenó de todo uno, utilizando la misma técnica que 2.000
años antes habían utilizado los ingenieros portuarios minoi22
I.T. N.O 56. 2001
Las atarazanas, o arsenales, se construían en la zona más al
interior del puerto, frente a las estradas o varaderos, y su estilo no distaba mucho de las construidas por los griegos, si bien
se adaptaban a las necesidades volumétricas de la construcción
naval romana. En esencia constaban de arcadas o columnatas
alineadas rematadas con cimbras y techos de madera o de fábrica. En astilleros importantes los techados se sustentaban sobre arcos o su peso se descargaba mediante bóvedas. En los
puertos de cierta importancia habría diques secos, al igual que
el existente en el puerto de Motya, según Blackman [7, 8].
Almacenes
Los almacenes se construían en la ciudad y en el puerto, y servían de depósito para las mercancías que esperaban su redistribución por la zona de influencia comercial, o su estiba
en los barcos. Los almacenes dedicados a los productos básicos de alimentación y los militares tenían una importancia especial, normalmente estratégica, y su control lo monopolizaba el Estado [11].
Estradas
Las estradas, o varaderos, rampas de pequeña pendiente por
las que se elevaba el barco a tierra desde el mar, o se botaba hacia el agua desde tierra, se construían colocando dos
vigas de madera, paralelas entre sí y dispuestas transversalmente a la línea de costa sobre travesaños apoyados en la
arena de la playa, o revistiendo la pendiente con losas de
piedra o de mortero hidráulico. La disposición de los varaderos al fondo de la dársena, junto al arranque del dique del
puerto, se repite en otros hallazgos portuarios, como en Murgi [6], Bares o en El Pireo [7]. La pendiente de la rampa variaba, pudiendo alcanzar valores de 1/14 [7, 8].
Sistemas de aguada
El servicio de aguada era esencial en los puertos, y lo debió
de ser desde el comienzo del puerto como estructura comercial y militar. En ciertos puertos, como el antiguo de Ostia, el
agua potable se traía a base de un sistema hidráulico sofisticado, consistente en acueductos [7, 8]. Solía haber un depósito de regulación de agua, como el hallado en Leptis Magna
[7, 11]. En España el sistema de aguada está perfectamente
documentado por los trabajos de Maciñeira [13] del puerto
de Bares, y, como era general en todos los puertos, consistía
en: un punto de captación de agua; una conducción para el
transporte de agua, una tubería formada por piezas de barro cocido, y un punto de salida de agua, regulado por un
depósito. La importancia que se le daba a este servicio portuario se aprecia en que viene reproducido en el mencionado
mosaico de Toledo (Fig. 2), junto al dique vertical, como una
conducción de sección rectangular tapada.
Maquinaria
Para el izado de los barcos a tierra se disponía de la maquinaria auxiliar del varadero, cuya existencia y utilización se menciona en los clásicos: Homero (Iliada II-153), Heródoto (II-154)
y (II-159), Tucídides (III-15). Pero también se emplearon grúas
en estas operaciones, así como en las de estiba y desestiba, Vitruvio (X-5). Para conocer parte de la maquinaria utilizada por
la ingeniería civil romana se debe leer el libro décimo del tratado de Vitruvio, en el que tras describir una serie de grúas, entre las que se encuentran las que se muestran en las figuras 8 y
9, las más comunes en los puertos, indica: “… todos estos tipos
de máquinas que se han descrito hasta ahora sirven no solo para lo que hemos dicho, sino también para cargar y descargar
naves, colocándolas unas derechas y otras echadas sobre soportes de rotación. Igualmente sin aparejos de maderos, sino
disponiéndolas en tierra, siguiendo las mismas reglas y sirviéndose únicamente de cordajes y un sistema de poleas se pueden
sacar las naves del agua…”. Si se examina con detenimiento la
frase en la que se dice que se disponían las grúas “colocándolas unas derechas y otras echadas sobre soportes de rotación”
y se busca entre los registros arqueológicos datos que apoyen
esta afirmación, se encuentra que en los muros perimetrales de
los muelles existieron bloques de hormigón o de piedra en los
que se había tallado un hueco circular, separados entre sí una
cierta distancia, idénticos a los que aparecen en los muelles de
la ribera del Tíber, en Marmorata, que alojarían los ejes de rotación de grúas de eje horizontal como la dibujada en la figura 8. O huecos verticales al pie de los muelles como los identificados por Inman en el puerto fluvial romano de Aquilea, destinados a albergar el eje de una grúa vertical, del tipo que aparece en la figura 9.
Se podría calcular el tamaño y la robustez de las grúas de
eje horizontal indagando entre los restos arqueológicos de
puertos de la época o analizando sus descripciones. Blackmann [7, 8]: “… alrededor del puerto de Trajano se han conservado bloques de piedra dispuestos regularmente en el muro del muelle cada 14-15 m; habría probablemente más de
cien. En la misma Roma había muchos a lo largo de los muelles fluviales; alguno de los cuales con una cabeza de león esculpida en el frente del bloque…”. Con estos datos, las grúas
del puerto de Trajano alcanzarían alturas máximas del orden
de los 25 metros.
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José Manuel de la Peña Olivas
Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos
Centro de Estudios de Puertos y Costas del CEDEX
Ministerio de Fomento
Notas
1. Constituyeron un gremio y eran los buceadores que en los puertos se dedicaban a
rescatar las mercancías que caían al agua durante los trabajos de carga y descarga.
2. En el tratado de Vitruvio, en su libro 2, dedicado a los materiales de construcción, en
el capítulo VI, titulado “Del polvo de Puzol”, se puede leer: “Hay también una clase de
polvo que por su propia naturaleza produce efectos maravillosos. Se halla en la región de Bayas y en los territorios que están en las cercanías del Vesubio. Este polvo,
mezclado con cal y la piedra machacada, no solo consolida toda clase de edificaciones, sino que incluso las obras que se hacen bajo el agua del mar tienen solidez”.
3. Estaba situado en la margen occidental de la antigua isla del mismo nombre, en la
actual Alejandría. Este puerto fue construido en distintas fases, una primera entre
el 2000 y el 1800 a.C., durante el reinado de la XII dinastía, en pleno Imperio Medio, para cubrir las necesidades del comercio entre el pueblo cretense y el egipcio.
Su máximo desarrollo lo alcanzó entre el 1550 y el 1400 a.C. cuando Egipto, bajo
la XVIII dinastía, fue la nación más poderosa del Mediterráneo oriental, llegando a
sus instalaciones las mercancías del Egeo, vía Creta, y las de Anatolia, Hatti, Mitanni y las costas sirio-palestinas, vía Biblos.
4. Situado en la Laja del Palo (Roquetas de Mar, Almería).
Referencias
[1]. Kovaliov, Seguei Ivanovich, Historia de Roma, Madrid, editorial Sarpe, 1985, p. 25.
[2]. Du-Plant, F.M. y Taylor, The design, construction and maintenance of docks,
wharves and piers, Londres, Eyre & Spottiswoode Publishers Ltd, 1949, pp. 1-24.
[3]. Vigueras González, Modesto, La tecnología portuaria del siglo de oro español,
Madrid, Dirección General de Puertos y Costas, 1979, pp. 22-24.
[4]. García Bellido, Antonio, España y los españoles hace dos mil años (según la Geografía de Strábon), Madrid, Espasa Calpe (Colección Austral, A 203), 1993.
[5]. Inman, Douglas L., “Ancient ant modern harbors: a repeating phylogeny”, Proceedings of the 14th I.C.C.E., 1974, Vol. III, pp. 2.049-2.067.
[6]. Peña Olivas, José Manuel de la, y Prada Espada, Juan M., “Murgi: un antiguo
puerto romano en Almería”, Revista de Arqueología, 1995, nº 168, pp. 36-43.
[7]. Blackmann, D.J., “Ancient Harbours in the Mediterranean. Part 1”, The International Journal of Nautical Archaeology and Underwater Exploration, 1982, vol.
11.2, pp.79-104.
[8]. Blackmann, D.J., “Ancient Harbours in the Mediterranean. Part 2”, The International Journal of Nautical Archaeology and Underwater Exploration, 1982, vol.
11.3, pp.185-211.
[9]. Hamilton, William, Les fureurs du Vésuve, Evreux, Kapp Lahure Jombart, 1992.
[10]. Peña Olivas, José Manuel de la, Prada Espada, Juan M., y Redondo Morejón,
Carlos, “Ingeniería marítima romana a comienzos de nuestra era”, Revista de
Obras Públicas, 1996, nº 3.351, pp. 55-73.
[11]. Morin, Étienne, El puerto de Roma en el siglo II de nuestra era. Ostia, Bilbao, Ediciones Mensajero, 1995.
[12]. Bartoccini R., “Il Porto Romano di Leptis Magna”, Bolletino del Centro Studi per
Storia dell’Architettura, Roma, 1958.
[13]. Maciñeira y Pardo de Lama, Federico, Bares. Puerto hispánico de enlace de la
primitiva navegación ocidental, Santiago de Compostela, Consejo Superior de
Investigaciones Científicas - Instituto P. Sarmiento de Estudios Gallegos, 1947
(revisado y publicado por Fermín Bouza-Brey).
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