Prisma Internacional 208

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15 de septiembre de 2015
Nº 208
Política
CONTENIDO
1. ¿G uer r a contr a la inmigr ación? Por Sami Naïr
2. G r andes esper anzas por Ser gio R amír ez
3. Democr acia inacabada por J or ge C astañeda
4. L as for tunas y el poder por R odr igo B or ja
5. L a fr onter a caliente por H éctor A bad F aciolince
6. C r isis bolivar iana por E nr ique A yala
7. L ecciones del 12 de septiembr e por A r iel Dor fman
8. L a G r an M anipulación por G r egor io M or án
9.¿Quién sufr ir á más las consecuencias del cambio climático? por B ill G ates
10. A ndando por M adr id por J or ge E dwar ds
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1. ¿GUERRA CONTRA LA INMIGRACIÓN? POR SAMI NAÏR
La tragedia humana que tiene lugar a las puertas de la UE conjuga de forma espectacular la
profunda imbricación de varios tipos de demanda migratoria; los solicitantes de asilo, huyendo
de la descomposición de sus Estados y de las guerras civiles, se suman a los inmigrantes
económicos, intentando escapar de la miseria o sencillamente deseosos de vivir más
dignamente. Lo novedoso es que los candidatos a la emigración, pertenezcan a la categoría
que sea, quieren abrir a toda costa las fronteras de la fortaleza Europa. Esta ofensiva refleja el
agotamiento del modelo de gestión migratoria puesto en marcha desde 1985.
Con la adopción de los Acuerdos de Schengen (1985-1990) y su prolongación con los
Acuerdos de Dublín (1990-2003), la estrategia comunitaria ha erigido una auténtica barrera de
hierro frente a las migraciones externas: cierre de la inmigración laboral para los no
comunitarios (compensada con una admisión más flexible de la reagrupación familiar para los
inmigrantes instalados legalmente en Europa); reducción drástica de la concesión del estatuto
de refugiado y por tanto del derecho de asilo; gestión cuasi militar del control de fronteras; y
adopción, en 2003, del principio por el cual el solicitante de asilo no puede interponer su
solicitud en el país final de destino sino en el de llegada a Europa.
Si se observa la reacción tanto de los inmigrantes económicos como de los solicitantes de asilo
—es decir, recurso inevitable a la inmigración ilegal, incremento de la reagrupación familiar—
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ante este vasto muro de seguridad, se puede constatar que la presión migratoria, aunque con el
endurecimiento progresivo de las leyes, ha sido mantenida en límites estrechos para la UE.
Pero, en paralelo, poniendo en evidencia el carácter cortoplacista de esas medidas, la demanda
migratoria no ha cesado de aumentar en los últimos 30 años. Se ha creído que se podía
contener, para siempre jamás, un problema estructural de naturaleza demográfica y
geoeconómica únicamente con medidas policiales: ¡esto es lo que hoy explota en plena cara de
la Unión! La ofensiva conjunta de los solicitantes de asilo, trabajadores comunitarios
provenientes de países pobres de la Unión e inmigrantes económicos no comunitarios quiebra
finalmente la muralla del imperio europeo.
Pero más que nunca, y por causa de la crisis, la mayoría de los países europeos clama su
rechazo a la acogida de nuevos inmigrantes; algunos no dudan en desestabilizar la situación de
los extranjeros ya instalados legalmente para recortar aún más los derechos o expulsarlos;
otros limitan la libre circulación de los trabajadores comunitarios, las opiniones públicas se
arman contra la amenaza migratoria, mientras que centenares de miles de desesperados piden
ayuda a los pies de la fortaleza sin vacilar a la hora de poner su propia seguridad en juego,
transformando su búsqueda de una vida mejor en obligación de socorro a personas en peligro.
Desbordado por completo, el sistema Schengen-Dublín se raja poco a poco. Es lo que ha
reconocido, el 16 de agosto, ante la afluencia de refugiados en Alemania, la canciller Merkel.
Así pues, sugiere “revisarlo completamente”. Pero, ¿en qué sentido?
La tendencia desarrollada estos últimos años ha sido la de la renacionalización de las políticas
migratorias, reduciendo a su más simple expresión la capacidad común de gestionar estos
flujos, aunque sepamos que son continentales. ¿No hemos asistido, por cierto, en relación al
asilo, a un lastimoso espectáculo dado recientemente por países de la zona euro —cuyo PIB se
encuentra entre los más altos del mundo— rechazando rotundamente acoger a unos cuantos
millares de siniestrados?
Esta voluntad de renacionalizar la gestión de flujos, de la que Gran Bretaña ha hecho bandera,
es más nefasta que la propia impotencia actual. Y es irrealista, puesto que no tiene en cuenta la
complejidad del fenómeno migratorio. Si las políticas de contención de estos últimos 30 años
saltan hoy es principalmente porque han llevado a la acumulación de una enorme demanda
migratoria insatisfecha sin percatarse que la única manera de limitarla era el aumento
significativo de la ayuda al desarrollo en los países no comunitarios a fin de estabilizar in situ
las poblaciones. Además, este blindaje de la fortaleza europea se sufre como una cruel
relegación a espacios de miseria a millones de personas que viven en las fronteras de la
riqueza, mientras que la libertad de circulación aparece hoy día como un derecho fundamental
en el mundo. Por último, y es la variable agravante, la voluntad de emigrar se ha redoblado por
el crecimiento demográfico, que vuelve prácticamente imposible, especialmente en el África
subsahariana, la absorción de las jóvenes generaciones por el mercado de trabajo.
Ahora bien, ningún Estado europeo puede, por sí solo, afrontar estos desafíos. Solo una
política común, que tenga en cuenta los tropismos históricos y los intereses económicos de
cada Estado concernido, puede aportar soluciones. En caso contrario, la Unión se verá
involucrada en una espiral de militarización caótica de sus fronteras.
Es, por tanto, crucial que las instituciones europeas inicien juntas una reflexión que elabore
una estrategia solidaria de gestión a largo plazo de las migraciones. Podría llegar a ser una
fuente de relegitimación del proyecto europeo. Debería proponer, junto con los permisos de
residencia ya existentes en todos los países de la zona euro, la creación de documentos de
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residencia móviles de los trabajadores, de acuerdo con los países de origen y en función de las
necesidades de los países de acogida. Estos documentos no supondrían, automáticamente, el
derecho a la reagrupación familiar pero podrían responder, en parte, a la demanda migratoria
no satisfecha; desarrollar sobre todo una política europea común de cooperación,
articulándola, si es necesario, con las distintas políticas nacionales, con el fin de aumentar la
parte del presupuesto europeo consagrado a la ayuda al desarrollo para financiar proyectos
empresariales (comerciales e industriales), medioambientales y agrarios; revisar —
necesariamente al alza— el derecho de asilo acordado a los refugiados si quieren evitar más
muertes de inocentes; atacar a las mafias de trata de personas con una fuerza de intervención
asociada con los países afectados y bajo mandato de la ONU; y reforzar el papel de las
asociaciones civiles, de los municipios y de las comunidades en la acogida de los refugiados.
Estas líneas de actuación no son exhaustivas; tienen únicamente por finalidad reformar un
sistema migratorio demasiado rígido, responsable en parte de las tragedias actuales, y
considerar a los inmigrantes no una amenaza de guerra, sino una oportunidad para la Europa
del siglo XXI.
Fuente: El País, 3.9.15 por Sami Naïr, politólogo, filósofo, sociólogo y catedrático francés.
2. GRANDES ESPERANZAS POR SERGIO RAMÍREZ
Todo parece una burda trama de mafiosos de barrio que por torpeza se cuidan poco las
espaldas, como que tienen un teléfono al que pueden llamar los interesados en negociar el
contrabando de mercancías en las aduanas. Pero no se trata de una banda formada por
codiciosos burócratas de segunda, que se meten al bolsillo unos cuantos miles a costas de lo
que debería percibir el erario nacional. Son millones de millones los esquilmados en impuestos
de importación, al punto de descalabrar las finanzas públicas.
La red de delincuentes es de tan alto nivel, que la encabeza nada menos que el presidente de la
República, al que en su argot llaman el número 1, o “el mero mero”, o “el dueño de la finca”;
y la vicepresidenta, la número 2, se ocupa de manejar el día a día del negocio. Ambos perciben
una mitad de las ganancias, y se lo reparten equitativamente. La otra mitad va a dar a los
bolsillos de los funcionarios involucrados. El público conoce ahora a la banda como La Línea,
por la línea de teléfono designada para las transacciones.
Todo ocurre en Guatemala, y el escándalo estalló en abril de este año, cuando se presentaron
las primeras evidencias contra la vicepresidenta Roxana Baldetti. Obligada a renunciar, y
ahora en prisión, está siendo procesada por los delitos de asociación ilícita para delinquir,
defraudación aduanera y cohecho pasivo; y se han reunido pruebas suficientes para enjuiciar
por los mismos cargos al presidente Otto Pérez Molina, quien se acerca al final de su mandato,
y se resiste a dejar el cargo, abandonado por la mayoría de sus ministros después de que la
Corte Suprema ha autorizado unánimemente su enjuiciamiento por el Congreso Nacional.
Desde que se conocieron las acusaciones contra la vicepresidenta, un movimiento ciudadano
comenzó a tomar cuerpo con vigor inusitado, y al revelarse lo que todos sospechaban, que el
presidente de la República era el jefe de la banda, el país, sin excepciones visibles, demanda
su renuncia: la Iglesia católica, las iglesias evangélicas, las organizaciones de empresarios, los
sindicatos, las universidades, los gremios profesionales, los maestros, estudiantes, empleados
públicos, los medios de comunicación.
Una oleada cívica incontenible ha desbordado las calles de la capital y de las principales
poblaciones, miles y miles de ciudadanos indignados ante esta trama obscena de corrupción,
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como no se veía desde que manifestaciones similares salieron a exigir la renuncia del dictador
Jorge Ubico, que terminó yéndose al exilio en julio de 1944. El fin de aquella dictadura abrió
el periodo de la revolución democrática en Guatemala.
Y se probó esa vez que hay en Centroamérica un sistema de vasos comunicantes: las protestas
en las calles sacudieron también El Salvador, donde el dictador Maximiliano Hernández
Martínez resultó derrocado, y las dictaduras de Somoza en Nicaragua y Carías en Honduras
fueron remecidas. Hoy, en Honduras la gente sale también de manera masiva a las calles a
protestar contra la corrupción.
Cuando uno mira el desolado panorama de los países centroamericanos, los acontecimientos
de Guatemala dan motivos de grandes esperanzas: democracias que a duras penas se sostienen
bajo el peso de los viejos vicios del poder, el caudillismo rampante y la corrupción crónica e
impúdica; pandillas juveniles convertidas en verdaderos ejércitos de delincuentes que desafían
al Estado con su propio poder basado en el terror; el narcotráfico con sus garras sucias que
pervierte todo lo que toca; la violencia contra los periodistas que pagan con sus vidas el
derecho de informar a los ciudadanos; el negocio atroz del tráfico de indocumentados, el
sicariato, la impunidad, la justicia como remedo.
Y de pronto, una rebelión cívica, sin un solo hecho de violencia, en un país donde la represión
política ha desembocado a lo largo de su historia en asesinatos, desapariciones y cementerios
clandestinos, convocada a través de las redes sociales por jóvenes que prefieren el anonimato
para no dar pretexto a ningún protagonismo oportunista. Grandes esperanzas, porque una
sociedad sometida por largos años a la inseguridad y al terror, ha terminado perdiendo el
miedo para volver con integridad y valentía por sus fueros democráticos. Una rebelión en las
calles por la decencia. ¿Cómo no tener grandes esperanzas?
¿Y cómo ha sido posible que un gobierno corrupto, que en la voz del arzobispo de Guatemala,
Óscar Julio Vian Morales, “roba a los pobres” con desfachatez, con un presidente que viene de
las filas militares represivas, y llegó a la presidencia bajo el lema de “mano dura”, no haya
sido capaz de someter a jueces y fiscales, como es tan común en estas tierras?
Ayuda a explicarlo que Guatemala es el único país donde existe una Comisión Internacional
Contra la Impunidad (CICIG), creada por un acuerdo suscrito en 2006 entre el Estado y
Naciones Unidas. La comisión, que tiene carácter internacional y es independiente, está
facultada para llevar adelante investigaciones contra funcionarios públicos a través de la
Fiscalía Especial contra la Impunidad (FECI), como lo hizo en 2008 al poner tras las rejas al
ex presidente Alfonso Portillo por actos de corrupción y malversación.
El general Pérez Molina, al negarse a renunciar a la presidencia, se quejó de que “no es
aceptable que en Guatemala se pretenda instalar una estrategia intervencionista que tiene como
objetivo dictarnos qué hacer o dejar de hacer y quebrantar la democracia”. La sociedad civil, al
contrario, respalda plenamente a la comisión como una garantía de que los crímenes ocultos,
como este de La Línea, no quedarán impunes.
Para su mal, son los investigadores de la comisión los que intervinieron los teléfonos de los
implicados, y presentaron a los jueces las transcripciones de las conversaciones mafiosas. En
una de ellas, el propio Pérez Molina da órdenes a un funcionario de aduanas, miembro de la
banda.
El último capítulo de esta historia no ha concluido. La gente seguirá en las calles. Un rótulo en
la puerta de un restaurante cerrado en respaldo de las marchas lo dice mejor: “Preferimos
perder dinero a perder el país”.
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Fuente: La Jornada, 4.9.15 por Sergio Ramírez, escritor nicaragüense
3. DEMOCRACIA INACABADA POR JORGE CASTAÑEDA
Guatemala vive un proceso electoral extraño: escoger un nuevo presidente, mientras que el
saliente renuncia, acusado de corrupción por la calle, el Congreso y el Poder Judicial. Es una
de las paradojas de una miniregión convulsa y a la vez anunciadora de cambios cruciales en
América Latina.
Un recorrido por cuatro países centroamericanos muestra las consecuencias del olvido
internacional y del legado de las guerras del siglo pasado. Sociedades entrañables, desgarradas
por pobreza, violencia y corrupción, impulsadas por la emigración, instaladas en una
democracia inacabada pero resistente: estas son características de Guatemala, El Salvador,
Honduras y Nicaragua.
Centroamérica es una de las regiones más inseguras del mundo. Pandillas desagregadas en
Guatemala, maras organizadas en El Salvador y la combinación de ambas en Honduras
desuelan ciudades y barrios, desangran a sus juventudes y ahuyentan a inversionistas. En
Honduras, las pandillas se han entreverado con el crimen organizado, que se ha dedicado a
traer drogas desde Venezuela a partir de 2005, y a reenviarlas a México y Estados Unidos.
En El Salvador, el narco tiene menor presencia y las bandas armadas encierran otro origen: las
deportaciones de salvadoreños de Los Ángeles hace 15 años. El Gobierno anterior facilitó una
tregua con sus dirigentes que, al principio, permitió disminuir la violencia, pero que ya se
agotaba cuando el Gobierno actual la clausuró. La Barrio 18 y la MS-13 respondieron con
fuego y la violencia alcanzó grados nunca vistos: 677 muertos en junio, 250 en la primera
semana de agosto.
En Guatemala las grandes organizaciones delictivas se encuentran incrustadas en el Estado
desde hace tiempo, y las pandillas son más un vehículo de movilidad social que otra cosa. Las
carreteras y costas de Guatemala encaminadas a México son arterias cruciales de la circulación
de drogas. Los narcos las aprovechan y se las disputan. Los efectos perversos en
Centroamérica de la guerra sangrienta e inútil del expresidente mexicano Felipe Calderón se
multiplican y se resumen en un factor: a pesar de sus debilidades, México es más capaz de
administrar y acotar al crimen organizado que sus socios del Triángulo del Norte. Las
consecuencias de esta tragedia son diferentes en cada país. En los tres casos la mezcla
específica de bandas, narcos y Estado cautivo varía, el resultado no: delincuencia, inseguridad
y violencia.
Ese resultado conduce a su vez a un segundo rasgo regional: el peso de la emigración y las
remesas en las sociedades y economías. De Nicaragua los nacionales parten al sur: a Costa
Rica y a la industria de la construcción de Panamá; las remesas equivalen al 11% del PIB. De
Guatemala huyen a EE UU debido a la inseguridad; los envíos de expatriados alcanzan el 10%
del ingreso nacional. Para Honduras, de donde la gente huye por la violencia, la cifra es del
15%; para El Salvador, de donde se alejan por la postración económica, es del 16%. Como lo
describió Joaquín Villalobos, la región corre el riesgo de convertirse en el equivalente de una
sociedad asistida, viviendo de remesas y del consumo que generan, pero condenada a la
pobreza que aflige a los desterrados del universo de envíos de dólares.
Hace décadas que Washington no ejercía tal influencia en Centroamérica y centra sus
esfuerzos en el narcotráfico y en asuntos que le afectan directamente: la migración, la
violencia, la gobernabilidad y la corrupción. Sus políticas contrainsurgentes en los años
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ochenta y su guerra contra las drogas desde 1971 contribuyeron a las desgracias
centroamericanas; hoy EE UU se ve forzado a rectificar y a atender los problemas que en
buena medida creó. Lo cual nos lleva al acontecimiento más esperanzador de este tiempo en
Centroamérica.
En 2006 Ban Ki Moon y el Gobierno chapín crearon la Comisión Internacional contra la
Impunidad en Guatemala (CICIG). Su propósito consistía en ser un coadyuvante de la fiscalía
y del ministerio público en la investigación y juicio “de los delitos cometidos por integrantes
de los cuerpos ilegales de seguridad... como en general en las acciones que tiendan al
desmantelamiento de estos grupos... (para) fortalecer a las instituciones del sector Justicia para
que puedan continuar enfrentando a estos grupos ilegales en el futuro”. Con el tiempo, la
CICIG se ocupó más de temas de corrupción gubernamental, y se vinculó más a EE UU.
En el primer semestre de 2015, la CICIG ocupó las primeras planas de los diarios
guatemaltecos por sus acciones dirigidas contra miembros del gabinete del expresidente Pérez
Molina, su vicepresidenta y él mismo. Con sus 200 oficiales de seguridad y 200 fiscales, todos
extranjeros, trabajando directamente con el MP; con un nuevo comisionado colombiano
vigoroso; con recursos suficientes y el apoyo de la Embajada norteamericana, la CICIG se ha
convertido en un potente instrumento de lucha contra la corrupción en el país. Como contó un
alto funcionario del Gobierno: “Duele reconocer que somos incapaces de limpiar la casa
nosotros. Pero mejor que lo haga alguien a que no lo haga nadie”. Llegó hasta el final: la
renuncia el 2 de septiembre de Pérez Molina, obligada por las investigaciones de la CICIG, el
desafuero por el Congreso, y las protestas callejeras.
La idea ha hecho su camino. En Tegucigalpa se manifiestan exigiendo la creación de una
CICIH: el equivalente en Honduras. En una visita a la capital hondureña, el emisario
estadounidense Tom Shannon insinuó que la aprobación de los recursos para la llamada
Alianza para la Prosperidad serían más rápidamente desembolsados de surgir una CICIH. En
El Salvador, aunque el Gobierno confronta menores desafíos en materia de corrupción que sus
vecinos, también han surgido demandas a favor de una comisión análoga, que hasta ahora el
régimen rechaza.
La razón es obvia. Los 1.000 millones de dólares que prometió el vicepresidente
norteamericano a los tres países del Triángulo hace casi un año no constituyen una cifra
deslumbrante, pero revisten un valor emblemático. Washington puede condicionarlos a la
perpetuación de la guerra antinarcóticos, o a la disuasión migratoria, o al combate a la
corrupción a través del modelo de la CICIG. Los dos primeros temas serían más de lo mismo;
el tercero, con todo y sus implicaciones de soberanía acotada, representarían un avance para la
región.
Como lo sería la consumación de un viejo sueño: la unión aduanera de los países del
Triángulo, y posiblemente también de Nicaragua y/o Costa Rica. Ninguna de estas economías,
ni siquiera Guatemala, es verdaderamente competitiva —o incluso viable— por sí sola. No es
seguro que lo sean en un esquema de mercado común, como en los años sesenta, sin México.
Y los obstáculos políticos son monumentales. Pero al menos ya empiezan a hablar de eso y a
negociarlo. Es otro rayo de esperanza en una región donde no abundan.
Fuente: El País, 5.9.15 por Jorge Castañeda, mexicano, profesor de Relaciones
Internacionales de la Universidad Nacional Autónoma de México.
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4. LAS FORTUNAS Y EL PODER POR RODRIGO BORJA
En el año 2012, según la revista norteamericana “Forbes”, cinco de los siete gobernantes más
ricos del mundo pertenecían a países árabes: Bashar al-Assad de Siria con un patrimonio mal
habido de 45.000 millones de dólares, el sultán Muda Hassanal Bolkiah de Brunéi con 40 mil
millones —cuya fortuna incluye la demencial colección de cinco mil automóviles de lujo y
una gigantesca mansión con bóvedas de oro y un salón de banquetes para cinco mil
invitados—, el rey Abdullah bin Abdulaziz de Arabia Saudita18 mil millones, el jeque Khalifa
bin Zayed de los Emiratos Árabes 19 mil millones y Mohammed bin Rashid del mismo país
16 mil millones.
Esas fortunas, amparadas por los poderes omnímodos de sus propietarios, se esparcen en
cuentas bancarias secretas de Suiza, el Reino Unido, Dubái, el sureste de Asia y el golfo
Pérsico.
Saddam Hussein —quien gobernó Iraq con mano de hierro por un cuarto de siglo y cometió
toda clase de atrocidades— fue otro de los dictadores ricos del planeta. Su fortuna, calculada
en 6.000 millones de dólares por la revista “Forbes” en 1999, ocupaba un lugar preferente en
el escalafón mundial de los billonarios. La fuente principal de su enriquecimiento fueron los
clandestinos negocios de petróleo, cuyas utilidades no ingresaban al tesoro de Irak sino a las
cuentas secretas del autócrata y las de sus hijos. Sin embargo, gobernantes que se decían de
izquierda —como el ruso, el chino y algunos otros— apoyaron incondicionalmente a este pillo
enriquecido al socaire del poder, al igual que algunos gobernantes norteamericanos lo hicieron
con el corrupto monarca de Arabia Saudita.
Según “Forbes”, Estados Unidos es el país con el mayor número de multimillonarios en el
mundo, seguido de China —donde uno de cada tres de sus 71 multimillonarios es afiliado al
Partido Comunista—, Brasil, Alemania, India, Rusia.
En este proceso de creciente concentración de la riqueza se marca el ascenso de chinos, rusos e
hindúes a la ultraprivilegiada categoría.
Entre los ricos del mundo está el actual gobernante chino. La agencia de noticias financieras
“Bloomberg” reportó en junio del 2012 que Xi Jinping, presidente de China, tenía una fortuna
familiar —tierras, negocios inmobiliarios, telefonía móvil— calculada en 390 millones de
dólares.
Ya sólo falta que el multimillonario Donald Trump venza en las elecciones presidenciales de
la potencia del norte.
En contraste con el mundo de los multimillonarios —según el Foro de Sao Paulo— “mientras
en 1960 el 20% más rico de la población mundial disponía de un ingreso 30 veces mayor que
el del 20% más pobre, hoy esa relación es de 82 a 1. Existen actualmente 358 personas, las
más ricas del mundo, cuyo ingreso anual es superior al ingreso del 45 por ciento de los
habitantes más pobres, o sea 2.600 millones de personas”. Y agrega: “30 millones de personas
mueren por hambre cada año y más de 800 millones están subalimentadas”.
Fuente: El Comercio, 6.9.15 por Rodrigo Borja, abogado, ex Presidente del Ecuador
5. LA FRONTERA CALIENTE POR HÉCTOR ABAD FACIOLINCE
Hasta hace dos semanas el puente sobre el río Táchira entre Cúcuta y San Antonio -la más
importante frontera entre Colombia y Venezuela- hervía de actividad: motos, automóviles,
camiones, buses, bicicletas, carrotanques, contenedores, y sobre todo, miles de personas que
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caminaban de ida y vuelta. En esa zona fronteriza entre los estados del Táchira en Venezuela y
el Norte de Santander en Colombia viven un millón de personas.
A ambos lados se habla la misma lengua con acentos levemente distintos; se ve la televisión
nacional de ambos países, se oyen los dos himnos patrios, hay miles y miles de parejas mixtas,
de niños nacidos aquí o allá y que estudian en colegios a uno u otro lado del río que marca el
confín. Decenas de miles tienen las dos cédulas de ciudadanía (DNI) y para nadie es (era)
vergonzoso ni incómodo ser venezolano, colombiano o colombo venezolano. Para que se
entienda: cultural y lingüísticamente un venezolano y un colombiano se parecen mucho más
que un andaluz y un gallego.
La frontera incluye desiertos, en la Guajira, llanuras, en el Orinoco, y selva amazónica, hacia
el sur. La pequeña ciudad donde hoy se hacinan la mayoría de los expulsados y escapados de
Venezuela, Villa del Rosario, fue la sede del Congreso de 1821, en que los dos países
ensayaron –por solo nueve años- el sueño de Bolívar: una sola república constituida por
Venezuela, Colombia y Panamá, la Gran Colombia. El anhelo bolivariano, pues, viene a dar
en este ataque de xenofobia y persecución por motivos de nacionalidad de parte del gobierno
que se ufana de ser “bolivariano”.
El epicentro de este terremoto humanitario es la región de Cúcuta, donde una vez los dos
países decidieron ser uno. El comercio allí, en el último medio siglo, se ha regido por una
especie de regla natural que podríamos llamar hidráulica: así como los líquidos fluyen hacia
las partes más bajas, así mismo los productos más baratos van hacia donde están más caros.
Cuando el bolívar era una moneda dura y el peso colombiano no valía casi nada, los
venezolanos entraban a Cúcuta a hacer la compra. Se llevaban de todo: alimentos, telas,
muebles, cerámica, zapatos. Había una frase proverbial que usaban los vecinos orientales
después de preguntar un precio: “Ta’ barato…” Y como estaba barato, de cualquier cosa se
llevaban dos docenas, veinte kilos, ocho pares. El comercio florecía en Cúcuta y los venecos
estaban contentos de comprar barato. Ellos eran los ricos, los petroleros, y las gentes más
pobres de Colombia se colaban a Venezuela para hacer los oficios humildes: peones de
construcción, empleadas domésticas, niñeras, obreros no calificados. Desde allí enviaban
divisas a sus familias en Colombia, gracias al bolívar fuerte. ¿Cuántos colombianos se fueron
a vivir al país vecino? Las cifras no son muy exactas pues la mayoría (en buena parte gracias a
Chávez, que buscaba votos entre la base más pobre de la población) obtuvieron la doble
nacionalidad. Alrededor de dos millones.
Muchos colombianos, sin embargo, a pesar de llevar decenios del lado venezolano, no
arreglaron su situación migratoria. Tenían allí su casita, su familia, su empleo más o menos
precario, pero allá vivían, sin papeles. Muchos, los más humildes, llegaron en los años más
duros de la violencia colombiana, huyendo de ella: de la guerrilla o de los paramilitares, del
mal gobierno o los abusos de los narcos. Durante muchos años era menos malo ser pobre en
Venezuela que en Colombia, y “la hermana república”, como se le dice, absorbía bien una
mano de obra barata que necesitaba.
Desde los primeros años del chavismo el flujo de personas hacia Venezuela siguió, aunque
menos intenso: los migrantes paupérrimos seguían el espejismo de una nacionalidad express, a
cambio del voto por el Comandante. Muchos de los que se fueron en esta época eran
simpatizantes políticos del chavismo y de la guerrilla. Después la situación económica de los
vecinos se fue deteriorando. De repente el bolívar valía lo mismo que el peso, y poco a poco el
peso costaba el doble, el triple, siete veces el bolívar, hasta que ya nadie sabe bien cuál es el
precio justo de un bolívar. Le quitaron tres ceros y a pesar de esto los ceros a la derecha
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volvieron a crecer. También el dinero obedece a reglas más o menos hidráulicas: si no te
sientes seguro con tu moneda, la cambias por otra que te ofrezca menos incertidumbre en el
futuro. Si comprar dólares es imposible, consigue al menos pesos, pues al lado colombiano la
inflación es de un dígito, y del lado venezolano está descontrolada y más vale guardar los
ahorros en una moneda que no pierda el 80% de su valor en un año.
Lo que antes era comercio regular, poco a poco se volvió contrabando. De repente pasar arroz,
azúcar, leche o harina (productos normales, que nadie consideraría ilegales), se volvió contra
la ley. Y cuando cualquier cosa, así sea el inocente arroz, se vuelve “ilegal”, alrededor de la
ilegalidad florecen el soborno, la corrupción, las mordidas, las coimas. Colombia cayó en una
absurda trampa venezolana. Para mantener tranquilos a los vecinos que subvencionaban la
canasta básica, resolvió que pasar mercancías normales venezolanas era contrabando. Y así la
corrupción llegó también a la policía y al ejército colombiano: pasar harina se volvió casi tan
grave como pasar cocaína. Una idiotez.
Cuando una economía centralizada (fundada en ilusiones y no en la realidad) subsidia ciertos
productos, se somete a una presión en las fronteras. Si no quiere que los productos se escapen
hacia las partes más bajas, como el agua, tiene que cerrar las fronteras, multiplicar los
controles, dedicar a la represión del comercio ejércitos de vigilantes. Y tras las reglas vienen
las trampas, como con la varicela llegan las llagas. Todo lo que en Venezuela casi se regala
(empezando por la gasolina), se escapa hacia Colombia como agua entre los dedos. ¿Puedes
ponerle diques al agua? Puedes, sí, pero el agua se sigue filtrando a no ser que hagas una
frontera totalitaria, hermética y feroz, como en Corea del Norte. ¿Es esto lo que intenta
Maduro controlando las trochas con soldados y cerrando los puentes con barricadas de
alambre de púas?
Maduro usa a Colombia para explicar su crisis de popularidad y el desastre de la economía
venezolana. Aun suponiendo una cifra enorme (que se escape a mi país el 10% de los
productos subsidiados por Venezuela) esta no es la causa de la falta de bienes de primera
necesidad. Quizá en las fronteras explique en parte el fenómeno, pero no es culpa de Colombia
lo que ocurre en Caracas o en Isla Margarita. Además el contrabando hacia Colombia es un
negocio binacional de corruptos de los dos lados. La gasolina que Venezuela regala (US$ 0,02
por litro, una locura financiera y un crimen ecológico) llega a Colombia porque la Guardia
Nacional y el Ejército Bolivariano (previo pago de sobornos) lo permite. Y porque los
cucuteños iban a llenar el tanque al país vecino, mientras los dejaron. ¿Si uno vive en Gerona
y en Colliure venden la gasolina a € 0,03 el litro, cuántos catalanes no harían el viaje? Hasta el
paseo les sale casi gratis. Igual que los suizos van a comprar verduras y vino en los pueblos
fronterizos de Italia.
Si yo fuera el gobierno colombiano declararía que la circulación de toda mercancía es libre en
la frontera colombiana: arroz, harina, leche, huevos, azúcar, gasolina. Si Venezuela subsidia
esos productos y no quiere que salgan, pues que pongan controles y no dejen sobornar (si
pueden) a sus autoridades aduaneras. Pero ese no puede ser un problema colombiano. Vender
arroz venezolano en Colombia será un delito para el primer país, pero no para el segundo.
El problema colombiano sí está, en cambio, en los productos ilegales, y más concretamente en
uno bien específico, parecido a la harina, pero más caro y más blanco: la cocaína. Esta la
producen mafiosos, guerrilleros y criminales. El negocio es tan bueno que el Estado
colombiano, por mucho que lo intente, no logra controlarlo del todo: también a este lado hay
ejército y policías comprados. Además hay avionetas que despegan con la droga en pistas
hechizas al borde de la frontera, donde nuestra aviación no puede perseguirlas sin violar el
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espacio aéreo vecino. Se les avisa a las autoridades aeronáuticas venezolanas: “allá va un
avioncito”, pero del otro lado lo dejan pasar. ¿Por qué? Bueno, por lo mismo de siempre, por
el billete. Porque también la cocaína, como el agua, fluye hacia donde se dejan comprar por
hacerse los ciegos ante la ilegalidad. La cocaína es un negocio compartido entre autoridades
venezolanas, guerrilleros, paramilitares y narcocriminales colombianos. Aquí se produce, y
allá se le da libre tránsito (con peaje ilegal, pero sustancioso) hacia África y Europa y Asia.
¿Qué haría yo? Declararía también despenalizado este comercio, pues 30 años de guerra
contra las drogas no han servido de nada. Cuando una política no sirve, al menos se prueba
otra, a ver qué pasa.
Hay que mencionar, para no terminar en el dulce sino en la amargura, lo más triste: la gente,
las personas. De repente el discurso bolivariano (siempre tan elocuente en su retórica fácil:
“todos somos hermanos bolivarianos”) ha cambiado de cuño: de la noche a la mañana los
“hermanos colombianos” se volvieron contrabandistas, asesinos, ladrones, paramilitares. Las
cédulas de nacionalidad chavista también se devaluaron, y hoy sus portadores son ciudadanos
de segunda categoría y se exponen al destierro. A veces les rasgan la cédula en la cara. El
señor Maduro empezó a deportarlos por miles sin fórmula de juicio. Como su denostado
Israel, señala y tumba las casas de los supuestos delincuentes, y los empuja a salir, sin dejarlos
usar siquiera los puentes, atravesando ríos y montañas. Otros, con miedo, empiezan a huir
antes de que los deporten sin dejarlos sacar siquiera los corotos. Y en la frontera colombiana
se vive una crisis humanitaria que crece cada día: ya son 12.000 los que han cruzado, y
podrían llegar a decenas de miles, si la locura xenófoba bolivariana no se detiene. El gobierno
colombiano dice que recibe a sus compatriotas con los brazos abiertos. Pero esos brazos
abiertos se necesitan de repente que vengan con agua, comida, techo, escuela, trabajo. Las
palabras bonitas no reemplazan la leche ni el arroz. Se requeriría la solidaridad de toda
América, pero lo más vergonzoso es que Brasil, Argentina, Ecuador y muchos otros gobiernos
“populares” prefieren mirar hipócritamente para otro lado. Mientras tanto la tragedia
económica y moral de chavismo llega a Colombia bajo la forma más triste: expulsados y
refugiados con hambre y miedo. La diferencia con los refugiados de Europa es que aquí es un
regreso y mi país tiene que hacerlo todo para dar la bienvenida a sus ciudadanos. El único
sentido que tiene la nacionalidad es tener un lugar sobre la tierra del que no puedan
expulsarnos.
Fuente: El País, 6.9.15 por Hector Abad Faciolince, periodista y escritor colombiano
6. CRISIS BOLIVARIANA POR ENRIQUE AYALA
En pleno siglo XXI es un escándalo que subsistan o se agraven problemas fronterizos, que los
países vecinos cierren fronteras y se provoquen fugas de refugiados. Esa es, sin embargo, la
lamentable realidad de Venezuela y Colombia en nuestros días.
Las causas del conflicto, desde luego, son complejas. Los hechos no son en blanco y negro
como algunos la quieren ver, cargando las culpas a un solo lado. Los hechos vienen de
antecedentes que se han desarrollado por años y no pueden adjudicarse a una situación
coyuntural. Eso solo complica más las cosas.
En este problema hay cuestiones que son evidentes. Venezuela sufre un inocultable quiebre
económico con un desabastecimiento crónico y el desangre de recursos por su frontera con
Colombia, lo cual demanda que las autoridades tomen medidas para frenarlo. También, es
verdad que en las zonas fronterizas se han creado condiciones para que operen y crezcan
impunemente los paramilitares, con todas las consecuencias que ello trae.
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Pero cerrar la frontera y perseguir colombianos, algunos de los cuales están asentados desde
hace años en Venezuela, forzar a que la gente se desplace a pie cargando sus pocas pertenecías
por una frontera extensa y peligrosa, suspender abruptamente una relación económica y social
que ha existido por siglos, no es una solución. En realidad, viene a constituirse en modo de
agravar el problema.
Ahora, ante la emergencia, más allá de reconocer la realidad y profundidad del conflicto, hay
que buscar una solución duradera para la situación compleja. Para este urgente propósito, las
posturas guerreristas y manipuladoras no ayudan. Más bien profundizan el enfrentamiento.
Usar el problema para desviar a la opinión pública interna venezolana es negativo. Y, peor
aún, no funcionará en el mediano y largo plazos.
De otro lado, tocar tambores de guerra, pedir una respuesta violenta por parte de Colombia no
solo es un error, sino un acto expreso de mala fe y oportunismo. Álvaro Uribe es un
guerrerista confeso que ha hecho una forma de vida el fomentar la violencia entre su propio
pueblo. Sus propuestas no son soluciones, sino mecanismos para agudizar el conflicto.
Por ello, no queda otra alternativa, por difícil que parezca, que se acuda al diálogo para
enfrentar la crisis. Como en otras situaciones de grave tensión internacional, la acción de los
organismos regionales es necesaria. Unasur, por ejemplo, tiene un papel y una responsabilidad
en este momento. Es una lástima que haya sido atacada junto con su Secretario General por
varias figuras colombianas. Con ello, no se buscan arreglos sino que se profundiza el
conflicto.
Más allá de las soluciones unilaterales que promueven el cierre de la frontera, que no puede
durar largo, o la respuesta violenta, que solo creará mayor conflicto, la negociación es la
salida.
Fuente: El Comercio, 11.9.15 por Enrique Ayala, historiador ecuatoriano
7. LECCIONES DEL 12 DE SEPTIEMBRE POR ARIEL DORFMAN
¿Acaso la fecha significativa no es la mañana anterior, acaso durante 42 años no hemos
rememorado el 11 de septiembre, aniversario del golpe militar contra Salvador Allende, acaso
desde el 2001 no se añade otro 11 brutal e inolvidable y lleno de terror, ahora norteamericano?
Si hace falta evocar el miércoles 12 de septiembre de 1973 ahora es porque ese día nos enseña
una lección que todavía no hemos plenamente aprendido. En mi caso particular, fue un día
después de la catástrofe chilena cuando me asomé a sus secuelas más duraderas, comenzando
a darme cuenta de que las víctimas de esa sistemática violencia no iban a ser únicamente los
frágiles cuerpos de nuestros ciudadanos indefensos, sino que también nuestra alma e identidad.
Entendí que hasta el lenguaje mismo con el que nos comunicábamos iba a ser corroído de
forma irremisible y perversa.
Ese miércoles era el cumpleaños de mi mujer Angélica y el único regalo que podía ofrecerle
era la noticia de que no me habían matado durante el golpe. Un regalo difícil de entregarle. El
único teléfono se encontraba en un bungaló a unas cuadras de la casa en la que me encontré,
náufrago, con otros militantes. La Junta había instaurado un toque de queda de 48 horas,
amenazando ejecutar en el acto a quien saliera a la calle, algo que había que tomar en serio.
Los militares habían bombardeado La Moneda y anunciado la muerte del presidente Allende,
y ya estaban persiguiendo a millares de sus seguidores.
Aun así, crucé las peligrosas calles y llamé a mi mujer. Para ofrecerle consuelo, sí, aunque el
consuelo lo necesitaba yo, que me anclara en algo real, una prueba de que no todo había sido
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desmembrado por la contra revolución. Y, sin embargo, la conversación me perturbó. Días
antes hubiéramos compartido libremente nuestros pensamientos, esperanzas, noticias. Ahora,
la intimidación rondaba cada palabra. Sin saber quién podía estar escuchándonos, cada frase
emergía de forma reservada, cauta, oscura, blandiendo alusiones y doble sentidos.
“Dicen que el papá de Amanda está en el hospital”, dijo Angélica, tratando de transmitir que
habían detenido al cantante Víctor Jara. “¿En tratamiento intensivo?”, pregunté, como una
manera de averiguar si estaba muerto. “Los médicos todavía no opinan”, respondió Angélica.
Y así siguió una conversación en la que yo me aferraba a la única verdad definitiva en tanta
circunlocución: su voz y mi voz y nuestro amor y la desesperación innombrable.
Fue una primera lección que el país entero tendría que aprender durante los próximos 17 años
de dictadura. Una lección en perífrasis y oblicuidad, tan prevaleciente en los intercambios
cotidianos que la gente terminó internalizando al censor, entrenando su mente para no pensar
lo que no se atrevían a declarar públicamente. Porque la vida privada es una ilusión cuando un
gobierno sabe todo acerca de nosotros y puede castigarnos salvajemente.
Más tarde, miré desde el exilio cómo mi patria se iba envenenando, una situación agravada por
al abismo cada vez más insalvable entre quienes habíamos huido y teníamos libertad para
hablar y escribir, y aquellos que se habían quedado y estaban sometidos a oídos y ojos
invisibles y al arbitrio de armas excesivamente visibles. En la medida que crecía la represión,
fueron muchos los que se nos juntaron en el extranjero, pagando el precio de probar el límite
de lo permisible. Óscar Castro montó una obra en Santiago en la que un capitán se hunde con
su barco mientras le promete al público un amanecer más auspicioso. La policía secreta no
tuvo problemas en descifrar la referencia a Allende, detuvo, torturó y finalmente expulsó del
país al dramaturgo, haciendo desaparecer a su madre y a su cuñado. Guillermo Núñez, un
insigne pintor chileno, después de salir de la cárcel, montó una exhibición de jaulas en las que
encerró pájaros, poemas y zapatos como los del cuadro de Van Gogh. Se lo volvió a apresar y
a torturar y, posteriormente, se exilió en Francia. Su padecimiento sirvió de advertencia a
quien quisiera tantear los confines de los tímidos códigos de expresión.
Aunque el pueblo de Chile fue capaz de enfrentar este terror ubicuo, encontrando la astucia y
el coraje como para derrotar a la dictadura, el daño a nuestra psiquis y nuestra sintaxis, a
nuestro arte, vocabulario y literatura, todavía perdura hoy en los rincones recónditos de
nuestros corazones, todavía poluciona y tuerce la manera en la que nos dirigimos a los
conciudadanos.
Esta atmósfera tóxica es una de las razones por las que Angélica y yo ya no vivimos en Chile,
a pesar de los muchos esfuerzos por retornar antes y después de la restauración de la
democracia. No podíamos ya reconocer el país donde la duplicidad y el temor sofocaban la
confianza en los demás.
Y, sin embargo, paradójicamente, Estados Unidos, la nación donde terminamos recibiendo
refugio se ha convertido, después de su propio 11 de septiembre, en una tierra donde la
experiencia de Chile se ha vuelto tristemente relevante. No soy tan ingenuo como para ignorar
las muchas instancias en las que el Gobierno norteamericano espió a sus propios ciudadanos y
los persiguió utilizando información extraída de forma ilegal, pero nada en el pretérito se
compara con los poderes de vigilancia y delación de los que disponen hoy las autoridades
estadounidenses. El hecho de que ahora, y no sólo en el país de Obama, la tecnología permite
a extraños escuchar cada conversación, cada pedacito de información, cada intercambio
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íntimo, cada secreto y cada chiste, debería hacernos temblar, anticipar que un escrutinio tan
asfixiante ha de corromper nuestra libertad.
¿Queremos acaso vivir en un país donde no podamos llamar a la persona amada para desearle
un feliz cumpleaños sin el temor de que alguien escuche nuestras palabras y las grabe, un país
donde hombres desconocidos que todo saben de nosotros puedan irrumpir violentamente en
nuestro hogar?
Que no se diga que mi advertencia, la lección que aprendí ese penoso 12 de septiembre, no
tiene asidero en el mundo actual, que nadie diga que ese terror no puede repetirse aquí, cerca,
tan cerca de nosotros, hoy, o mañana.
Fuente: El Mundo, 12.9.15 por Ariel Dorfman, escritor chileno, autor de ‘La Muerte y la
Doncella’ y de la novela ‘Allegro’, de próxima aparición.
8. LA GRAN MANIPULACIÓN POR GREGORIO MORÁN
Salvo el sufrimiento, todo lo demás, o es mentira, o está manipulado. Empezando por el niño,
Aylan Kurdi –tres o cuatro años; información restringida–; sirio de la minoría kurda, echado
sobre la arena como un durmiente. Lo único cierto es que está muerto, lo demás es
espectáculo. La ropita bien colocada, los brazos como para ser retratados, la cabeza abajo,
oculta, porque de estar mirando al cielo la representación hubiera sido políticamente
incorrecta. ¿Ha visto usted alguna vez a un niño ahogado? El mar pisándole el cabello, con las
olas en descenso. Un icono.
La manipulación de este pobre niño sobre el que nadie se pregunta nada, salvo quedarse
anonadado ante la tragedia, es tan descomunal que avergüenza hasta escribirlo. A su lado, de
pie, un soldado turco de espaldas, parece tomar nota de algo. ¿De qué? Se trata del trágico
protagonista de una obra en un solo acto –la muerte accidental de un niño que viajaba con sus
padres en una barca o una lancha neumática–. Los narradores de la trampa no se ponen de
acuerdo. Les puedo asegurar, con más de cuarenta años de oficio sobre mi jeta muy trabajada,
que detrás del turco impasible de bota alta, habrá como tres docenas de personas entre
fotógrafos, cronistas, canallas y autoridades… ¿A qué esperan para retirar al niño? ¿A que
llegue el juez que levante el cadáver? Y si fue así, ¿qué dijo? O esperaron a que el jefe de
policía de Bodrum diera por terminado el espectáculo.
Conviene saber que Bodrum es el lugar más exquisito de la costa turca. El equivalente europeo
a Cannes o Marbella, allí donde tienen asiento las clases dominantes turcas y algunos
extranjeros dentro de toda sospecha, como el exrey de la Fórmula 1, Flavio Briatore. La
exclusividad de la playa y el niño ahogado causan el mismo pasmo que una patera marroquí
desembarcando en Marbella.
¡Les faltó tiempo para detener a los cuatro responsables de la embarcación! Cuatro sicarios de
patera, sirios, por más señas. Pero qué pasó realmente. Porque la barca iba a Kos, isla griega a
cuatro kilómetros de la playa en la que reposa muerto para los medios de comunicación un
niño que nunca sabrá que además de entrar en el Paraíso, ocupa ya un lugar en la historia del
mundo. Un icono histórico de trascendencia aún incalculable.
Porque la verdad es que los sicarios, esos mafiosos de medio pelo, llegaron a Kos, la isla
griega, donde debían dejar la mercancía humana y hasta parece que la rodearon, pero nadie
explica por qué volvieron, y zozobró, y allí murieron no sólo el pequeño Aylan Kurdi, sino su
hermano Galib, apenas mayor que él y del que no se sabe en qué playa dejó sus restos, ni si
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había reporteros y fotógrafos en su entorno. Y su madre, Rihan, 35 años. Pero aquí es donde
entramos en el terreno sumergido de lo inconcebible.
Abdulá Kurdi, el padre, recoge los cadáveres –mujer y dos hijos– y vuelve atrás desde las
playas de Korum y se los lleva a su pueblo, Kobane, en Siria. Cómo lo hizo es para mí un
misterio. Conociendo un poco la zona, las temperaturas no permiten traslados en una
ambulancia sin nevera ¿O se arriesgó a las bravas rodeado de periodistas? Lo cierto es que
enterró a sus muertos en Kobane, casi un barrio de la castigada ciudad siria de Alepo. Hay
hasta una foto, confusa y un tanto equívoca, pero se da como oficial por las grandes agencias
de información y servicios. Korum-Alepo, dos países diferentes –Turquía y Siria– y bastantes
kilómetros para una furgoneta con tres muertos.
¿Alguien se imagina la diáspora española del final de la Guerra Civil? Esa misma que ahora
cita como ejemplo el desvergonzado Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea
y hombre capaz de dejar morirse de hambre a media Grecia, niños incluidos. ¡Que un padre
republicano diera la vuelta para enterrar a sus hijos después de pasar la frontera francesa está
fuera de lugar, de texto y de contexto!
Esto que estamos viviendo no tiene nada que ver con nada, y a mí me gustaría saber dónde
está la Gran Oficina de Manipulación de la historia de este peculiar éxodo retransmitido por
las grandes cadenas, donde se plantea algo inédito en la historia de la emigraciones modernas:
“En nuestro país no hay futuro”. Los pobres, desde hace siglos emigran, porque les quitaron el
presente.
Entremos en política, porque en definitiva es la única que ayuda a explicar las cosas. ¿Por qué
se exige a los emigrantes, huidos, refugiados –los términos deberían analizarse porque dan
muchas pistas– que sean sirios? Los brillantes transmisores de la Gran Manipulación sostienen
que Siria lleva más de cuatro años de guerra civil. ¿Y cuántos lleva Iraq? Yo creo que José
María Aznar debería abrir una sede para refugiados iraquíes y habilitar la FAES para instalar
tiendas de campaña.
Es lo menos que se puede pedir a uno de los principales responsables del crimen de Estado y
el destrozo de ese país que arrasaron.
¿Y qué decir de los libios, tan olvidados? El presunto intelectual y notable negociante
Bernard-Henry Lévy llamó a la guerra santa “laica” para derrocar a Gadafi. Lo consiguió y
barrió todas las pruebas de la colusión entre el dictador libio y la derecha francesa que se
cobró beneficios de aquel Estado inventado, como todos, pero más frágil, y que tras la
liquidación del gran líder se ha convertido en un lugar imposible, como si lo hubieran retirado
del mapa. Bajo el control de las mafias tribales y sin ninguna posibilidad para su gente que no
sea huir del desastre. Estos talentos de Estado estarían obligados, como Aznar, a que el
sufrimiento que provocaron no lo tuvieran que asumir sólo las víctimas, sino sus promotores.
Siria es una obsesión geoestratégica desde hace muchos años. Israel lo sabe muy bien.
Gobernada por una familia y una minoría chií, fue sin duda el país más estable y culto de una
región regida por ricos asesinos amamantados de petróleo. Para liquidar lo que parecía el
único reducto laico, las monarquías del Golfo, animadas y armadas por Estados Unidos, se
lanzaron a cambiar el mapa y convertir los estados árabes en regímenes confesionales; lo que
les debilitaba a todas luces y facilitaba el papel de Israel como jefe mafioso de la zona, único
poseedor del arma letal: las famosas bombas. La operación salió de puta pena y lograron
exactamente lo contrario de lo que se proponían. Irán, país no árabe, sobrevivió con una
dictadura a la que ayudaron intensamente algunas potencias occidentales con el beneplácito de
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la inteligencia más audaz de Europa, ¿quién puede olvidar los textos de Foucault sobre
Jomeini y su revolución?
No hay un solo Estado en la zona, Israel incluido, que no haya utilizado bombas de
fragmentación o gases tóxicos. Todos las tienen y obviamente las usan, achacándoselas
siempre al enemigo. Pero nuestro problema ahora es otro. Se trata de la Gran Manipulación,
según la cual un país como Arabia Saudí, o Qatar, patrocinador de equipos que se jactan de su
sentido democrático para engañar a los descerebrados sociales del fútbol, son al mismo tiempo
quienes alimentan al Estado Islámico, que se dedica a arrasar fanáticamente todo lo que no se
ajusta a sus principios. Nacieron del apoyo táctico de Estados Unidos y Francia,
principalmente. Eso ha devenido en un hecho incontestable: las ansias de una vida normal de
millares de iraquíes, sirios, afganos… Y se exhibe como algo tan prioritario de nuestra derecha
europea, que se puede asegurar que a partir de ahora la impunidad bancaria y financiera, la
ansiedad de recortes a las cada vez más sufridas clases populares, se convertirá en pan de cada
día.
Aseguran que Merkel y Rajoy lloraron de emoción, conmovidos, ante el icono del niño de la
playa de Bodrum. No hay Gran Manipulación sin sentimientos. Tener que callarte ante la
política regresiva de los gobiernos conservadores de Europa o que te acusen de no ser
solidario con la emigración. Y al tiempo tendremos que contemplar, perplejos, como ellos
distribuyen unos fondos a partir de lo que nos están robando a nosotros.
Fuente: La Vanguardia, 12.9.15 por Gregorio Morán, periodista y escritor español
9.¿QUIÉN SUFRIRÁ MÁS LAS CONSECUENCIAS DEL CAMBIO CLIMÁTICO? POR BILL GATES
Hace unos años, Melinda y yo visitamos a un grupo de cultivadores de arroz en Bihar (India),
una de las regiones del país más propensas a padecer inundaciones. Todos ellos eran
extremadamente pobres y dependían del arroz que cultivaban para alimentar y mantener a su
familia. Todos los años, cuando llegaban las lluvias de los monzones, los ríos experimentaban
una crecida y amenazaban con inundar sus explotaciones y arruinar sus cosechas. Aun así,
estaban dispuestos a apostarlo todo a la posibilidad de que su explotación se librara. Era una
apuesta que con frecuencia perdían. Con las cosechas arruinadas, huían a las ciudades en
busca de chapuzas para alimentar a sus familias. Sin embargo, el año siguiente regresaban –
con frecuencia más pobres que cuando se habían marchado– listos para volver a plantar.
Nuestra visita fue un poderoso recordatorio de que los agricultores más pobres del mundo
viven en la cuerda floja y sin redes de seguridad. No tienen acceso a semillas mejoradas,
fertilizantes, sistemas de riego y otras tecnologías beneficiosas, como los agricultores de los
países ricos, y tampoco tienen aseguradas sus cosechas para protegerse contra las pérdidas. Un
solo golpe de mala suerte –una sequía, una inundación o una enfermedad– es suficiente para
hacerlos caer más profundamente en la pobreza y el hambre.
Ahora el cambio climático va a sumar una nueva clase de riesgo a su vida. El aumento de las
temperaturas en los próximos decenios provocará importantes perturbaciones en la agricultura,
en particular en las zonas tropicales. Los cultivos no crecerán por culpa de la escasez de agua
o del exceso de ella. Con un clima más caluroso, las plagas prosperarán y destruirán las
cosechas.
También los agricultores de países más ricos experimentarán cambios, pero cuentan con los
instrumentos y los apoyos para gestionar esos riesgos. Los agricultores más pobres del mundo
acuden al trabajo todos los días y en la mayoría de los casos con las manos vacías. Ésa es la
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razón por la que, de todas las personas que padecerán las consecuencias del cambio climático,
ellos son los que probablemente sufrirán más.
Los agricultores pobres sentirán las duras consecuencias de esos cambios precisamente cuando
el mundo necesitará su ayuda para alimentar a una población en aumento. Se espera que de
aquí a 2050 la demanda mundial de alimentos aumente un 60 por ciento. La disminución de
las cosechas pondría en jaque el sistema mundial de alimentos, aumentaría el hambre y
erosionaría los enormes avances que el mundo ha logrado en el último medio siglo en su lucha
contra la pobreza.
Soy optimista, en el sentido de que, si actuamos ahora, podemos evitar las peores
repercusiones del cambio climático y alimentar al mundo. Hay una necesidad apremiante de
que los gobiernos inviertan en nuevas innovaciones en materia de energía limpia, reduzcan
espectacularmente las emisiones de gases causantes del efecto de invernadero y frenen las
altas temperaturas. Al mismo tiempo, debemos reconocer que ya es demasiado tarde para
detener todos los efectos de unas temperaturas más altas. Aun cuando el mundo descubriera la
semana que viene una fuente de energía limpia y barata, haría falta tiempo para abandonar los
hábitos de utilización de los combustibles fósiles y pasar a un futuro sin carbono. Ésa es la
razón por la que reviste importancia decisiva que el mundo invierta en medidas encaminadas a
ayudar a los más pobres a adaptarse.
Muchos de los instrumentos que necesitarán son totalmente básicos, cosas que necesitan, en
cualquier caso, para producir más alimentos y obtener más ingresos: acceso a la financiación,
semejillas mejores, fertilizantes, capacitación y mercados en los que puedan vender lo que
cultivan.
Otros instrumentos son nuevos y están adaptados a las necesidades impuestas por un clima
cambiante. La Fundación Gates y sus socios han cooperado para crear nuevas variedades de
semillas que crezcan incluso en épocas de sequía o inundaciones. Los cultivadores de arroz
que conocí en Bihar, por ejemplo, están cultivando ahora una nueva variedad de arroz –
apodado arroz “submarinista”– que tolera las inundaciones y puede sobrevivir dos semanas
bajo el agua. Ya están preparados para el caso de que los cambios de las tendencias climáticas
provoquen más inundaciones en su región. Se están creando otras variedades de arroz que
pueden resistir la sequía, el calor, el frío y problemas del suelo, como la contaminación salina.
Todas esas medidas pueden transformar vidas. Es muy común ver a esos agricultores duplicar
o triplicar sus cosechas y sus ingresos cuando tienen acceso a los avances que los agricultores
del mundo rico dan por sentados. Esa nueva prosperidad les permite mejorar su dieta, invertir
en sus explotaciones y enviar a sus hijos a la escuela. Además, gracias a ella su vida no pende
de un hilo, lo que les infunde sensación de seguridad aun cuando tengan una mala cosecha.
También habrá amenazas del cambio climático que no podamos prever. Para estar preparado,
el mundo debe acelerar las investigaciones sobre semillas y apoyos para los pequeños
agricultores. Una de las innovaciones más apasionantes para ayudar a los agricultores es la
tecnología de los satélites. En África, los investigadores están utilizando imágenes por satélite
para confeccionar mapas detallados de los suelos, que pueden informar a los agricultores sobre
las variedades más apropiadas para su tierra.
Aun así, una semilla mejor o una nueva tecnología no pueden transformar la vida de familias
de agricultores hasta que no lleguen a sus manos. Varias organizaciones, incluido un grupo sin
ánimo de lucro llamado One Acre Fund, están buscando formas de lograr que los agricultores
se beneficien de esas soluciones. One Acre Fund coopera estrechamente con más de 200.000
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agricultores africanos, brindándoles acceso a la financiación, los instrumentos y la
capacitación. Se proponen llegar, de aquí a 2020, hasta un millón de agricultores.
En la Carta anual de este año, Melinda y yo apostamos por que África podrá alimentarse en los
quince próximos años. Aun con los riesgos del cambio climático, es una apuesta que
mantengo.
Sí, los agricultores pobres lo tienen difícil. Sus vidas son rompecabezas con muchas piezas
que colocar correctamente: desde plantar las semillas adecuadas y utilizar el fertilizante
correcto hasta obtener capacitación y disponer de un lugar donde vender su cosecha. Si una
sola pieza falla, su vida puede venirse abajo.
Yo sé que el mundo tiene lo que hace falta para contribuir a colocar las piezas en su lugar a fin
de afrontar las amenazas a que están expuestos actualmente y las que afrontarán en el futuro.
Lo más importante es que sé que los agricultores también lo tienen.
Fuente: Project syndicate, 12.9.15 por Bill Gates, Founder and Technology Adviser of the
Microsoft Corporation, is Co-Chair of the Bill & Melinda Gates Foundation
10. ANDANDO POR MADRID POR JORGE EDWARDS
Un amigo madrileño partió hace pocas semanas a ocupar un cargo en Tokio. Antes se había
dado a conocer como poeta fino, más bien ocasional, y las circunstancias actuales lo han
convertido en asiduo cronista. Todas las crónicas que escribe, y las que seguirá escribiendo,
son y serán inevitablemente japonesas. Así tendrán la unidad temática, la novedad, el
exotismo, asegurados, y leerlas, para nosotros, pasará a ser costumbre.
El enfoque japonés me hace pensar en un posible, accesible, probable, enfoque madrileño.
Muchos latinoamericanos han escrito sobre Madrid, pero lo han hecho en épocas en que la
distancia, la incomunicación, la historia misma, añadían alguna forma de extrañeza, de
misterio. Ahora, en tiempos de globalización, para bien y para mal, Madrid es como una
esquina de Bogotá, una calle de la parte sur de la Alameda de Santiago de Chile, los sectores
de Miraflores o de San Isidro en Lima. En los años veinte y treinta, Joaquín Edwards Bello
escribió un conjunto de crónicas madrileñas: Andando por Madrid y otras páginas. En una de
ellas se dedicó a contar chistes literarios del Madrid de esa época. Por ejemplo, chistes sobre
doña Emilia Pardo Bazán. ¿En qué se parece doña Emilia al tranvía número diez?, decía uno
de esos chistes: en que pasa por Lista y no llega a Hermosilla. Había que saber un poco de
geografía madrileña y conocer algo al personaje con su leyenda para entender el chiste. Otra
de las crónicas hablaba de un encumbrado embajador español en el Moscú del siglo XIX, el
duque de Osuna, y de su añoranza de la sopa de ajo. Joaquín salía de su modesta casa de la
calle Santo Domingo, en el viejo Santiago, y le daba un poco de sopa de ajo a una mendiga
criolla. ¡Sopa de pan!, exclamaba la mendiga con un gesto de repulsión: ¡ni en mi casa comen
esto!, y tiraba la sopa, añorada por el duque de Osuna, a un basurero.
Bello, bisnieto de don Andrés Bello, a quien nombraba como «el bisabuelo de piedra», ya que
se lo encontraba en estatua en los más diversos lugares de Chile y América del Sur, escribió
una novela casi exclusivamente madrileña, El chileno en Madrid. Es divertida desde la
primera línea, siempre exótica para sus lejanos lectores de hace casi un siglo, y tiene páginas
verdaderamente interesantes. El narrador vivía en una pensión de tercera clase situada detrás
de la Puerta del Sol, en una calle que se llamaba, si no me equivoco, del Carmen. Conocía a
fondo todos los garitos y las tabernas de juego del sector. Se reunía en un café cercano con
personajes como Ramón Gómez de la Serna, el pintor Zuloaga, Alejandro Sawa, escritor de
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Madrid y de París. Asistió a un desfile en bicicletas, en automóviles de capota abierta y en
carrozas, del Rey Alfonso XIII y de su corte. Las mujeres del pueblo de Madrid, aglomeradas
en una esquina de Sol, exclamaban cosas extraordinarias. «¡Ricuras, les gritaban a los
ministros, a chupar del bote!».
Otro notable cronista de Madrid fue el mexicano Alfonso Reyes, uno de los grandes prosistas
de nuestra lengua en el siglo veinte, algo olvidado ahora en nuestro mundo olvidadizo. Reyes
era capaz de escribir ensayos sobre la época helenística y sobre la biblioteca de Alejandría, a la
que algunos conocían como el «gallinero de las musas». Hace poco leía a un «experto» que
afirmaba que no había ensayos interesantes sobre Goethe en lengua española. Se olvidaba
nada menos que de don Alfonso («El Goethe de mi otoño») y de José Ortega y Gasset
(«Goethe desde dentro»).
Conseguí hace algunos años, en librerías de viejo de Buenos Aires, un ejemplar de crónicas de
don Alonso sobre la cocina de Madrid: maravillosos cocidos, pilpiles formidables, fabadas y
pochas llegadas de más al norte. Si usted añade maíz y calabazas a las pochas de la Rioja y de
Navarra, el resultado son los inolvidables «porotos granados» del Valle Central de Chile.
El que siempre escribió sobre Madrid, en verso y a veces en prosa, y desde la distancia y la
nostalgia, fue Pablo Neruda. En Memorial de Isla Negra, memorias en verso de sus sesenta
años, mejores que las memorias en prosa que siguieron algo más tarde, escribía: «Me gustaba
Madrid por arrabales…», y hablaba en seguida de «calles de cordeleros y toneles / trenzas de
esparto como cabelleras…». Eran recorridos suyos, acompañado por la pintora gallega Maruja
Mallo, por las cercanías de la Plaza Mayor y La Latina. Es decir, el Madrid de Pérez Galdós y
el de Pablo Neruda coinciden en alguna medida, y los de Joaquín Edwards Bello y Alfonso
Reyes no andaban lejos. Son espacios urbanos y espacios literarios, mentales. Ahora hacemos
esfuerzos diplomáticos e institucionales de todo orden, con gran esfuerzo, con notables
despliegues tecnológicos, y me pregunto si conseguimos una comunicación tan eficaz, tan de
fondo, como la de los años 20 y 30 del siglo pasado, un tiempo en que Unamuno, Azorín, José
Ortega y Gasset, Ramón Pérez de Ayala, Pío Baroja, publicaban en La Nación de Buenos
Aires, en El Mercurio de Santiago, en El Comercio de Lima. En esos años anteriores a la
guerra, Neruda preparaba ya el paso de su poesía hermética, emparentada con el surrealismo, a
su poesía social. Trataba de unir, como escribió él, sus «pasos de lobo a los pasos del
hombre». Pero la relectura de hoy demuestra que el intimismo, la memoria involuntaria, la
contemplación de la belleza del mundo, en escenarios mayores y menores, dan mejores
resultados en poesía que las buenas intenciones sociales o políticas.
El poema sobre Madrid termina con una visita a la calle Wellingtonia, donde lo esperaba «bajo
dos ojos con chispas azules / la sonrisa que nunca he vuelto a ver / en el rostro / –plenilunio
rosado– / de Vicente Aleixandre…». Son, precisamente, chispazos, momentos, visiones
fugaces, pero que revelan la existencia de un tejido sólido, mejor armado, en el sentido real de
la cultura y de su transmisión, que los de ahora, tecnología mediante o no tecnología.
Fuente: ABC, 13.9.15 por Jorge Edwards, escritor chileno
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