La casería asturiana en Palacio Valdés

Anuncio
Vicente Rodríguez Hevia
La casería asturiana en Palacio Valdés
La casería asturiana es «el conjunto integrado por la casa con sus dependencias (antoxana, hórreo, cuadra, pajar y otros espacios para almacenar aperos, leña…), el espacio para huerto en torno a la casa, los frutales,
las tierras de labor para el cultivo de cereales, los prados y el derecho a
utilizar los montes comunales. Todos estos elementos no se hallan bajo una
sola linde, formando un coto cerrado, sino desperdigados, especialmente en
lo que se refiere a las fincas. La casería constituye una unidad de residencia, de producción y de consumo, y también de explotación».
Los términos «quinta» y «quintana» designan, en algunas zonas de Asturias, la misma realidad que la casería, especialmente cuando constituye
un conjunto exento de otro núcleo de población más amplio, y están muy
presentes en la toponimia: La Quinta, El Quintanal, Les Quintanes, etc.
En varias parroquias del Conceyu Llaviana, concretamente en las de
la margen derecha del Nalón y en las de Llorío y Entrialgo, por casería se
entiende también el conjunto formado por el corral, la cabaña y el prau
o praos del monte, donde los vaqueros cuidaban el ganado (vaqueriaben,
amayaaben) entre el ocho de mayo y el uno de noviembre. Esta acepción
RODRÍGUEZ MUÑOZ, Javier (2002): «Casería» en Diccionario Histórico de
Asturias, pág. 211. Oviedo. Editorial Prensa Asturiana / La Nueva España.
GONZÁLEZ-QUEVEDO GONZÁLEZ, Roberto (1987): «Agricultura y ganadería» en Enciclopedia Temática de Asturias. Tomo 8.-Etnografía y folklore, pp.
127-190. Gijón. Silverio Cañada Editor.
330
Vicente Rodríguez Hevia
respondería, sin duda, al hecho de ampliar la casería para explotar los
montes comunales. Por su parte, en el antiguo Coto de Villoria, la misma
realidad se conoce con el nombre de mayáu o mayá.
Castros y villae romanas aparte, la mayoría de los asentamientos rurales se realizaron durante la Edad Media, impulsados por los grandes
señores terratenientes y por los monasterios que arrendaban o aforaban
las caserías a los campesinos y cobraban en especie, sobre todo en trigo y
escanda. Los escasos recursos que les quedaban a los campesinos, tras
pagar las rentas, apenas les permitían vivir («en la mesa diaria se expresa
el gran principio y el gran objetivo de la casa tradicional: trabajar para
comer») y habitar una pobre vivienda («choza»), que contrastaba con las
casonas y palacios rurales de las clases privilegiadas. La situación de los
labradores cambió a lo largo del siglo XIX al comprar sus tierras, mejorar
sus casas y construir paneras, aunque algunos siguieron siendo colonos de
la aristocracia y la alta burguesía.
La extensión de la casería, entre 2 y 3,5 hectáreas de media, era la
adecuada para el sostenimiento de una familia y el mantenimiento de tres
o cuatro vacas. De esta manera, la casería se convierte en «una pequeña
empresa doméstica que trataba de ser autosuficiente», aunque, a lo largo
del año, vende algunos productos —xatos, gochos, pites, güevos, manteques,
peres, ablanes, chorizos…— para obtener un dinero con el que pagar contribuciones y rentas, y comprar artículos de primera necesidad que no se
producían en la casa —aceite, azúcar, ropa, herramientas—, y establece
una serie de relaciones con otras casas vecinas regidas por el principio de
la reciprocidad equilibrada (andeches), tales como les sestaferies, veceríes
(files, esfueyes, segaretes), etc., a la vez que participa con el pueblo o la parroquia en les romeríes.
GRAÑA, Armando y LÓPEZ, Juaco (1987): «Las Construcciones populares» en Enciclopedia Temática de Asturias. Tomo 8.-Etnografía y folklore, pp. 73-114. Gijón. Silverio
Cañada Editor.
LÓPEZ ÁLVAREZ, Juaco (2001): «Clarín, los campesinos y el «Folk-Lore
Asturiano»», en Clarín y su tiempo, pp. 57-76. Oviedo.Gráficas Rigel.
GARCÍA MARTÍNEZ, Adolfo (2005): «La casería tradicional asturiana» en
Los asturianos. Raíces culturales y sociales de una identidad, pp. 161-169. Oviedo. Editorial Prensa Asturiana/La Nueva España.
RODRÍGUEZ HEVIA, Vicente (2002): «Del güertu a la casería: espaciu agrariu en
Llaviana», en Cultures nº 11, pp.109-138. Uviéu. ALLA.
La casería asturiana en Palacio Valdés
331
1. La casería de Palacio Valdés
Don Armando pertenecía precisamente a una de esas familias ricas de
clase media con criados, mayordomos y arrendatarios. Su abuelo materno
(don Francisco Rodríguez Valdés), un militar que se retiró joven —como
el capitán don Félix de La aldea perdida—, era un hidalgo que dedicada
su vida al cuidado de sus tierras repartiendo su tiempo entre Avilés y Entrialgo; era el primer contribuyente de la comarca, lo que explica la anécdota de El Picu Palacio, cercano a El Picu la Vara: se cuenta que toma su
nombre de las palabras que solía pronunciar el autor de Entrialgo desde su
altura: «Desde este pico conozco lo que es mío».
El tiempo pasado por el escritor en su Entrialgo natal y sus recuerdos
idealizados van a ser determinantes en las novelas y cuentos ambientados en el Conceyu Llaviana, uno de cuyos ejes básicos es, precisamente,
la «contraposición campo-ciudad»: El señorito Octavio (1881), El idilio de
un enfermo (1883), El potro del señor cura (1884), ¡Solo! (1899), La aldea
perdida (Novela-poema de costumbres campesinas) (1903), La novela de
un novelista (1921) y Sinfonía Pastoral (Novela de costumbres campesinas)
(1931).
La propia casería familiar y su entorno van a servirle de modelo en
las descripciones que hace en sus novelas. La familia de Armando Palacio
Valdés, además de la casona (casa-natal), era dueña de una importante
hacienda: establo, huerta con árboles frutales, la pumará (La Pumará de
los de Ziquiel, hoy casas de Obras Públicas), tierras, praos —entre otros,
El Prau Cerezangos, Tambarriegues, La Teyera y Los Campicios —, ganado, criados, mayordomos y tres elementos básicos en la economía de la
casería asturiana, muy presentes en sus obras: el llagar, el horro / panera
y el molín.
El llagar, situado entre «la pomarada» y «el Campo la Bolera», aún
se conserva con el nombre de «Llagar Palacio Valdés»; de planta rectangular (14,10 x 7,60), conserva el fusu de madera y el sabor, a pesar de las
GÓMEZ-FERRER, Guadalupe (1983): Palacio Valdés y el mundo social de la Restauración. Oviedo. Instituto de Estudios Asturianos.
CAMPAL FERNÁNDEZ, José Luis (2005): «Laviana en Placio Valdés: relación documental de un idilio en letra de oro» en Palacio Valdés. Un clásico
olvidado. 1853-2003, pp. 65-86. Oviedo KRK.
332
Vicente Rodríguez Hevia
modificaciones, de su noble pasado; en La aldea perdida era propiedad del
capitán don Félix y lo llevaba arrendado para la venta de sidra Martinán
el tabernero.
La panera ocupaba el solar del actual aparcamiento del Centro de Interpretación y «El Jardinillo» anejo. Se derribó durante la Guerra Civil
según algunos para dar vista a la Casa Ziquiel («La Casona d’Entralgo»).
Se la conocía como «La Panera de don Armando Palacio Valdés», y también
como «La Panerona» por sus grandes dimensiones. Tenía las puertas talladas y aún quedaban restos de la misma en los años 50 del siglo pasado.
El molín, actual Molín d’Entrialgo (en La Pumará’l Molín-Pedreo), era
un molín de maquila o, mejor dicho, dos como muy bien nos dice el propio
autor en La novela de un novelista: «Sobre el río de Villoria hay un pontón
de madera y se pasa al camino de la Fuente (Fuente doña María) por la
derecha, y al de los Molinos y Cerezangos a la izquierda».
Ya se citan en el Catastro del Marqués de la Ensenada (1752) como
propiedad de dos familias hidalgas de la localidad: «Dn.Thomás fernandez
Solís, Presbítero» (capellán de la capilla de La Segá) y de «Dn.Josph de
Leon» (del solar de los León) respectivamente con el nombre de «el dehabaxo» y «el deArríva»; posteriormente, pertenecieron a la familia de Palacio Valdés como lo demuestra el hecho de que el 24 de diciembre de 1906 se
da de baja en la Matrícula Industrial del Ayuntamiento como «molino harinero» a nombre de «Palacio Valdés, Armando, vecino de Madrid», que lo
tenía arrendado a los correspondientes molineros. Durante bastantes años
fueron propiedad de los hermanos Suárez de Sotrondio y, en la actualidad,
el de abajo está convertido en bodega-merendero y el de arriba, en molino
eléctrico de martillo para un almacén de piensos.
2. La casería en las obras de Palacio Valdés
A lo largo de las obras citadas más arriba, aparecen distintos tipos de
casería, propias de hidalgos o de labradores acomodados y descritas con
mayor o menor detalle; su denominador común es la capacidad de producir
lo suficiente para comer, es decir, para su subsistencia, e incluso disponer
de excedentes para la venta; serían los casos de don Álvaro Estrada de la
Segada, Tomás el molinero, el padre de Toribión de Llorío, el tío Goro de
PALACIO VALDÉS, Armando (1967): La novela de un novelista [en adelante, NN].
Buenos Aires. Editorial Losada. Pág. 22.
La casería asturiana en Palacio Valdés
333
Canzana, Pepón de Canzana, el tío Pacho de La Braña, Martinán el tabernero, don César de las Matas de Arbín, el tío Manuel de Llorío y Juan
Quirós; don Pedro, el conde de Trevia, y el mismo capitán don Félix con sus
colonos y arrendatarios estarían en la parte más alta de la escala.
En cambio, se hacen pocas referencias a los pobres como los colonos
del conde de Trevia en El señorito Octavio, que vivían en «chozas», o a
gente muy pobre, como Pepa la Pura de La aldea perdida y la tía María
Alonso de Sinfonía pastoral que por lo demás serían los más abundantes.
En suma, don Armando nos describe básicamente lo que conoce: la casería
de los campesinos más adinerados, de los «ricos», como él mismo los llama,
que viven desahogadamente entre los que destacaría su propia familia.
Sin duda resulta canónica la descripción de la casería de Juan Quirós
de Sinfonía Pastoral, que «disfrutaba de aquella posesión o casería como
allí se decía, la cual, trabajándola, rendía lo suficiente para comer», gracias a la generosidad de su hermano, el rico indiano Antón Quirós. La
casería se componía de una casa-habitación, establo con pajar, un cobertizo (tendeyón) para el carro y los aperos de labranza, una pomarada que
«cada dos años producía catorce o dieciséis pipas de sidra» que vendía en
manzana, una pequeña huerta, prados («un prado muy pendiente, cercado
de avellanos», «un gran prado llamado de Entrambasriegas» con un «vasto
castañar» y «otro pradito aún llamado de La Fontiquina»), «cuatro días
de bueyes (sesenta áreas aproximadamente)» de tierra de labor en la vega,
ganado (cerdos, gallinas y cuatro vacas con otros tantos terneros), «leche,
manteca y huevos, no sólo para su consumo, sino también para vender» en
La Pola, avellanas que se exportaban para Inglaterra a través de Gijón;
en suma, Juan «vivía como labrador desahogadamente»10. Para resultar
completa, únicamente le falta a la casería la presencia de un hórreo o una
panera.
En situación similar, aunque mucho más boyante, estaría la casería
del capitán don Félix, es decir, la del propio autor: «la casa del capitán, que
aquellos cándidos aldeanos solían llamar palacio», la pomarada, el molino de Llorío, llevado en renta por los abuelos de Flora, el llagar arrendado a Martinán el tabernero, la vega que produce maíz, judías, patatas y
10 PALACIO VALDÉS, Armando (2004): Sinfonía pastoral. Novela de costumbres campesinas [en adelante, SP] Laviana. Excmo. Ayuntamiento de Laviana, pp.
109 y ss.
334
Vicente Rodríguez Hevia
legumbres, los prados —algunos con corral en lo cimero como Cerezangos— rodeados de avellanos que «producen una fruta que nosotros apenas
comemos, pero que vendida a los ingleses hace caer en nuestros bolsillos
todos los años buenos doblones de oro», el ganado, el aprovechamiento de
los pastos comunales («el ganado que tenía pastando en los montes de Raigoso»), etc.11
«Hidalgos» venidos a menos, con casas blasonadas, son don César de
las Matas de Arbín y don Álvaro Estrada. Don César tenía una hacienda
corta: «la posesión de Arbín y pocas más fincas de Villoria, que le rentaban
algunas fanegas de trigo»; formaban la posesión una casa «más antigua
y señorial que la de don Félix, pero también más pobre», una pomarada,
una huerta «rica como ninguna en frutas sazonadas, en legumbres y hortalizas», que él mismo «cuidaba con sus propias helénicas manos», unas
colmenas, y una única criada, Pepa, «que le servía para aderezar la comida,
cuidar y ordeñar su única vaca, llevar el rocín a beber y darle pienso, etcétera»; la sidra la vendía a los taberneros de La Pola y Llangréu; también
vendía los sobrantes de la huerta (AP, 139 y ss.).
Por su parte, don Álvaro Estrada era «un propietario insignificante, de
los que tanto abundan en las provincias del Norte», cuyo «escudo de piedra
que ornaba la fachada de su casa daba a la familia Estrada lugar preeminente en la comarca, pero no redituaba ninguna clase de interés. Las rentas de la casa eran tan exiguas que don Álvaro Estrada y su familia vivían
casi atenidos a los productos de lo que en este país se llama la posesión,
esto es, a los frutos de las tierras que ordinariamente circundan las casas
antiguas. Para explotar sus tierras don Álvaro no tenía más servidumbre
que dos criados y una moza», que alternaba sus tareas culinarias con otras,
como ir por agua al río, lavar, amasar el pan, ir al mercado por los productos imprescindibles e hilar12.
Mención aparte merece el tío Pacho de La Braña, quien gracias a su
esfuerzo y tesón, en treinta años, había pasado de tener una mísera cabaña
a ser el paisano más rico de Villoria. «El tío Pacho se quebraba los riñones
cercando y rompiendo terreno comunal para ponerlo en cultivo, plantando
11 PALACIO VALDÉS, Armando (2003): La aldea perdida. [en adelante, AP] Oviedo.
Nóbel. Passim.
12 PALACIO VALDÉS, Armando (1910): Obras completas. Tomo III. El señorito Octavio. [en adelante, SO] Madrid. Librería de Victoriano Suárez. Pp. 18-19.
La casería asturiana en Palacio Valdés
335
avellanos, construyendo almadreñas; la tía Agustina, su mujer, cuidando
el ganado, hilando, fabricando quesos y mantecas, que llevaba los jueves
a vender a la Pola. […] Poseía más de treinta cabezas de ganado mayor,
casa, huerta, algunos campos extensos, muchos castañares y, sobre todo,
un número tan considerable de emparrados de avellana que le hacía recoger algunos años cuarenta cargas de esta fruta….»; sus esfuerzos y sus
ganancias le permitieron construir dos nuevas casas de piedra para sus
hijos en torno a «una espaciosa corralada» (l’antoxana) y disfrutar de una
abundante y sabrosa comida, una agradable vida familiar y unos colchones
«tan blandos y esponjados como pudieran tenerlos el juez de la Pola o el
capitán de Entralgo» (AP, 20-21).
Finalmente, Tomás el molinero, el padre de Rosa, llevaba la casería
en arriendo como habían hecho su padre y su abuelo: las tierras, el molino
y la casa pertenecían a un marqués residente en Madrid. Los ganados y
lo que maquilaba a sus parroquianos en el molino le permitían vivir «con
bastante desahogo, dada su condición, pero sin economizar un ochavo, y a
veces un tantico apurado»13.
3. La casa
Las casas que describe el escritor de Entrialgo se corresponden, en
gran medida, con las caserías anteriormente descritas y se pueden clasificar como siguen: casas-palacio de hidalgos (el capitán don Félix, el conde
de Trevia, don Álvaro Estrada y don César de las Matas de Arbín), casas
campesinas (el tíu Goro de Canzana, Tomás el molinero de Riofrío, Juan
Quirós de El Condáu) y casas rectorales (de La Segá, Riofrío, El Condáu);
«chozas» aparte, todas ellas pertenecen a hidalgos, campesinos desahogados o al clero.
Se trata de casas con planta baja y piso y con cuatro estancias básicas:
la cocina, la sala, los cuartos y el corredor. En la parte baja está fundamentalmente la cocina, la pieza más importante de la casa, ya que sirve para
calentarse, comer, filar, leer, aprender de los mayores, etc., sentados en tayueles o en escaños en torno al llar y al forno. En el piso de arriba, la sala
sirve de distribuidor hacia los cuartos y es «un espacio interior que mira
13 PALACIO VALDÉS, Armando (2004): El idilio de un enfermo. [en adelante,
IE] Laviana. Excmo. Ayuntamiento de Laviana. Pág. 119.
Vicente Rodríguez Hevia
336
hacia fuera», pues se utilizaba cuando había gente de afuera, como ocurría
en el samartín, les esfueyes, les files, les fiestes, etc. El corredor permite
la prolongación de la sala hacia el exterior, con una orientación favorable
(levante o mediodía), y sirve para secar los productos de la casería —maíz,
ajos, castañas, avellanas, fabes— y como estancia para distintas tareas y
juegos: lavarse, coser, desfacer maíz, esbillar fabes; en ocasiones se cierra y
se convierte en galería denominándose en algunas zonas ‘solanas’.
El corredor es uno de los elementos más llamativos y habituales de la
arquitectura popular asturiana; aparece en el XVII, coincidiendo con la
llegada del maíz, y se generaliza en el XIX y principios del XX14. También
constituye una constante en las descripciones de Palacio Valdés, con frecuencia unido a la presencia de una parra de pámpanos de vid que trepa
por él como en su propia casa solariega de Entrialgo, corredores que aparecen en la descripción del pueblo de Marín en El idilio de un enfermo:
«Era más chico que Riofrío y no llano como éste, sino pendiente; las casas,
pequeñas y desiguales, con toscos corredores de madera, de los cuales pendían largas ristras de mazorcas de maíz que amarilleaban al sol como
preciosos tapices de tisú de oro» (IE, 211).
a.-Las casonas-palacio de hidalgos
La casa del capitán don Félix de La aldea perdida, «que aquellos cándidos aldeanos solían llamar palacio», es la misma que «el palacio, como las
gentes del país lo llamaban, o el vetusto caserón» del conde de Trevia de El
señorito Octavio y, naturalmente15, que la propia del escritor, descrita en
La novela de un novelista. Gran edificio irregular de un solo piso, parecía
como hecho a retazos por sucesivas generaciones con ventanas, puertas y
los dos corredores adornados con sendas parras orientados a la fachada sur
con vistas a Peña Mea; por delante, pasaba el camino de Canzana.
Pero, a pesar de conocerla bien, sólo en El señorito Octavio, de 1881,
nos la ubica perfectamente: «La fachada principal de la casa no miraba
al valle, sino a las altísimas montañas que lo cerraban. Entre la casa y la
14 PAREDES, Astur (2005): «La vivienda y sus construcciones anejas» en Los asturianos. Raíces culturales y sociales de una identidad. pp. 109-144. Oviedo. Editorial Prensa
Asturiana/La Nueva España.
15 TRINIDAD SOLANO, Francisco (2005): «Las «voces» narrativas de La aldea perdida» en Aproximaciones a Palacio Valdés. Pág. 23. Gijón. GRUCOMI.
La casería asturiana en Palacio Valdés
337
falda de éstas, no mediaban de tierra llana más de doscientos pasos, y era
el sitio que ocupaban la huerta y la pomarada. Desde los balcones de la
fachada trasera veíase todo el valle, que no era muy extenso, y también se
divisaba, como a media legua de distancia, un grupo grande de casas, que
era la villa de Vegalora (La Pola)» (SO, 58-59).
En cambio, en las dos últimas obras parece olvidarse, quizás por necesidades del guión, de su verdadera ubicación y entra en algunas contradicciones: «La plaza que se abría delante de este edificio era el sitio más
amplio y desahogado del pueblo. Y, por eso, y por el respeto cariñoso que
su dueño inspiraba, el destinado desde tiempos antiguos para los recreos
del vecindario» (AP, 26) y «Delante de la casa había dos grandes hórreos
[…] Detrás se extendía la pomarada. Un poco más lejos, y encima de ella
se veía la iglesia y la casa rectoral» (NN, 21-22).
Por su parte, la descripción del exterior de la casa de don César de las
Matas de Arbín es bastante detallada: «La casa del señor de las Matas
era de piedra amarillenta y carcomida, cuadrada, de un solo piso; grandes
balcones de hierro forjado, enorme puerta claveteada formando arco; más
antigua y señorial que la de don Félix, pero también más pobre. En una de
sus esquinas tenía el escudo, y en el centro, sobre la puerta de entrada una
hornacina donde en otro tiempo, según los viejos, había estado un guerrero
de piedra. Don César lo había sustituido por otra estatua de piedra […]»
(AP, 139-140).
Más escueto es en la descripción de la casona de don Álvaro Estrada
de la Segada (Entrialgo): de su antigua hidalguía sólo le queda el escudo
de piedra de la fachada con sus leones de piedra de «órbitas inmóviles», y
el recuerdo del «balcón tosco y deteriorado» y de su «vasto y oscuro salón»
donde filaben las mujeres del pueblo sentadas «sobre el pavimento lustroso
de madera de castaño…» (SO, 19-20). Aún podemos contemplar el escudo
de don Álvaro en La Casa la Segá, nombre con el que el novelista denomina
a su pueblo natal en su primera novela; el escudo, de piedra arenisca de
60 cms de ancho y 85 de alto, está incrustado en el piso alto de la fachada
oeste de una casona con buenos sillares de caliza, aunque muy remodelada:
un águila, un sol, un brazo empuñando una lanza/flecha y un león llenan
sus cuarteles, sostenidos por un rostro femenino, flanqueado por dos cabezas de perros de grandes dientes; sobre el escudo, un yelmo empenachado.
La casona, de los Fernández Solís, regidores perpetuos del concejo desde
finales del siglo XVI, tenía una capilla, fundada en 1680 y dedicada a San
Antonio de Padua; su primer capellán fue don Tomás Fernández Solís, her-
Vicente Rodríguez Hevia
338
mano del fundador, don Marcos Fernández Solís, cura de San Nicolás de
Villoria. De la capilla aún quedan fotografías y restos en un edificio de
ladrillo («La Capilla») que sirve de llagar y tená16.
b.- Casas campesinas
La casa del tíu Goro de Canzana de La aldea perdida, conocida como
«casa de Demetria», puede considerarse un prototipo de casa de labrador
acomodado. La cocina «ocupaba toda la planta baja de la casa» y tenía
como elementos más importantes el llar y el forno; en uno de sus ángulos
«habían fabricado con tabiques de tabla un cuartito para el pastor». «La
planta alta de la casa constaba de una salita y cuatro dormitorios, todos
ellos con ventana al campo»; la sala comunicaba con el corredor donde se
hallaba una jofaina para el aseo personal (AP, 55-56). No se nos dan otros
detalles de mobiliario o utillaje de cocina.
Otro tanto se podría decir de la casa de Tomás el molinero de El idilio
de un enfermo. En efecto, «la casa era como la de todos los paisanos, aun
los mejor acomodados, pobre y fea; en el piso bajo estaba la cocina, con pavimento de piedra y escaño de madera ahumada; arriba había una salita
con dos cuartos: en uno dormían Rosa y Ángela; en el otro, su padre; abajo,
en un cuartucho, Rafael y el criado. Estaba aislada, cerca del camino, y
tenía delante una corralada (antoxana); por detrás, miraba a la finca…»
(IE, 119).
Pero la que sin duda destaca, por su excepcionalidad y la profusión de
datos que se nos da sobre ella, es la casa de Juan Quirós, que disponía en
la planta alta de una solana cuadrada flanqueada por dos buenos cuartos
y, en la planta baja, una gran cocina en el centro con pavimento de losas y
un dormitorio a cada lado; un amplio desván permitía almacenar el maíz,
las patatas, avellanas, etc. La cocina disponía de llar con el sardu de cebatu encima, una espetera para la vajilla, una enorme masera «donde se
amasaba el pan de borona y después se guardaba», el forno para cocer el
pan, tayueles, un escaño de madera, herradas para el agua […] «Del techo
de la cocina colgaban tocinos, jamones y chorizos. Todo indicaba que allí
no se comía mal. Aparte del pote de judías y berzas aderezado con lacón,
tocino y longaniza, se decía en el lugar, con señas de respecto, que en casa
16 ÁLVAREZ CAMPAL, Rosa del Carmen (2006): El concejo realengo de Laviana.
Soinua.
La casería asturiana en Palacio Valdés
339
del tío Juan de los Campizos se mataba todos los domingos un pollo o una
gallina» (SP, 112-113).
Estamos hablando, precisamente, de una «casa de corredor central y
cuerpos laterales» propia del sector campesino más acomodado, distribuida
en dos pisos y bajo cubierta, en la que el corredor/solana ocupa el centro de
la fachada principal flanqueado por dos cuerpos laterales; bajo el corredor,
se abre un portal con funciones de recibidor y estancia lo que hace que la
fachada presente tres cuerpos: una parte central y dos martillos laterales17.
Es fácil que en esta descripción el novelista utilizara como modelo una casa
similar a La Casona de los Menéndez situada en el barrio de El Xerrón de
El Condáu.
c. Casas rectorales
La presencia constante del clero en estas obras valdesianas (el cura
de la Segada de El señorito Octavio, Don Fermín, el cura de Riofrío, en el
Idilio de un enfermo, don Prisco de La aldea perdida, don Tiburcio, el cura
de El Condáu en Sinfonía pastoral) nos permite conocer sus vetustas residencias: las casas rectorales.
También aquí Palacio Valdés, siguiendo el modelo de la rectoral de Entrialgo, utiliza un cliché descriptivo ya desde su primera obra. En efecto, la
casa del cura de la Segada «era, como casi todas las rectorales de aldea, pobre de aspecto, rodeada de huertas extensas y feraces, y tenía en la fachada
principal un largo balcón de madera sin pintar, guarnecido todo él por una
parra cuyos pámpanos estaban ya marchitos. La puerta, ennegrecida por
el tiempo, no tenía llamador […]» (SO, 257). Aún hoy podemos contemplar,
junto a la iglesia de Entrialgo, los restos cubiertos de matorral de lo que
fue la casa rectoral. Adosado a su cara norte estaba el establo; al sur, el
amplio corredor de madera sobre la huerta (La Güerta’l Cura) y, por abajo,
El Prau’l Cura que llega hasta la carretera de Villoria.
En El idilio de un enfermo, en la descripción de la casa de don Fermín,
se repite el «corredor de madera» con la parra, la puerta ennegrecida, la
huerta con árboles frutales y aparece como novedad «el vasto alero del tejado, poblado de nidos de golondrinas» (IE, 78-79).
17 PAREDES, Astur (2005): Opus citatum, pp. 132 y ss.
Vicente Rodríguez Hevia
340
Y lo mismo ocurre en Sinfonía pastoral donde se nos describe «una
casa vieja con las paredes sucias y descascarilladas»» con «gran puerta
vieja y sucia», una «salita donde todo era viejo y mezquino» y «un corredor
de rejas que en otro tiempo habían estado pintadas. El suelo, de tablas carcomidas. […] El corredor se abría sobre una huerta no muy grande donde
crecían, apretándose, muchos árboles frutales: ciruelos, cerezos, higueras
y perales» (SP, 127-128).
No aparece, en cambio, en ningún caso la panera, habitual en torno a
las casas rectorales (El Condáu, Llorío, L’Otero), donde los curas guardaban los diezmos que los feligreses pagaban en especies: maíz, escanda, castañes, ni se describen capillas o iglesias aunque sí su entorno y les romeríes
que anualmente se celebran en ellas.
d. «Chozas»
Desde luego, la gran mayoría de la población no vivía como don Félix o
Juan de los Campizos, ni siquiera como los curas que acabamos de mencionar; vivían en lo que el autor llama «chozas».
En efecto, ese es el término que utiliza para referirse a la viviendas
de los que no son héroes o protagonistas de sus novelas, de los colonos o
de los que son muy pobres (Pepa la Pura, María Alonso). «En torno suyo
(del palacio) veíanse quince o veinte chozas, pertenecientes en su mayoría
y habitadas por colonos de la casa de Trevia» (SO, 59).
Sólo en La novela de un novelista nos describe una de estas «chozas»:
«Pronto dimos con la casa del enfermo, que pudiera más bien llamarse
choza. Al traspasar la desvencijada y mugrienta puertecita, se entraba en
su primera y última habitación que para todo servía: cocina, comedor, dormitorio y taller. Allí en un rincón se veía un montón de cenizas y algunos
pucheros arrimados a él; en otro, algunos aperos de labranza y herramientas de madreñero; en otro, el sórdido catre donde se moría el dueño de todo
aquello» (NN, 35). Armandín, «el señorito», acostumbrado a su «palacio»,
quedó impresionado cuando acompañó al señor cura a llevar el viático y vio
dónde y cómo vivía el moribundo tío Lucas de Canzana.
Entre el resto de las «chozas», destacaba la morada de don Indalecio
González (alias el Costalero) de El Condáu, que con el dinero conseguido en
Madrid con una taberna construyó «una casita de poco coste, pero que sin
duda era la mejor del lugar. Hasta tenía retrete inodoro» (SP, 226).
La casería asturiana en Palacio Valdés
341
4. La cuadra y la cabaña
El establo, cuadra o corral suele formar parte indisoluble de la casa del
campesino tradicional asturiano, bien debajo de la vivienda o bien anexo y
comunicado, lo que permitía un máximo aprovechamiento del espacio y los
recursos. Normalmente, se dedica al ganado vacuno, aunque puede tener
otros compartimentos interiores para otro tipo de animales. En la planta
baja está el corral y, en la superior, el pajar o tená con acceso desde el exterior (el postigu).
Pues igualmente en este caso, influido sin duda por su experiencia personal, nos describe don Armando el establo como una edificación exenta,
bien cercano a la vivienda o bien en la parte superior de un prau o en el
monte.
En la casería de Juan Quirós, el establo estaba muy próximo a la casa,
y tenía capacidad para cuatro vacas y otros tantos terneros y el pajar encima. En El señorito Octavio «el establo se hallaba en la parte superior del
prado. Era un edificio construido con poco esmero, compuesto únicamente
de una gran pieza al nivel de tierra para el ganado, y otra encima de ella
para guardar la hierba […] Las diez o doce vacas que había dentro acostadas sobre las hojas de castaño rumiando…» (SO, 115-116). «En lo cimero
del prado» estaba también, y sigue estándolo, el establo en El Prau Cerezangos de La aldea perdida, sin duda un lugar muy conocido por nuestro
novelista. La ubicación en la parte superior de la finca facilita la tarea de
cuchar el prau hacia abajo, por más que la hierba, más ligera, deba subirse
a la tená.
En La aldea perdida aparece también el corral y la cabaña del monte,
concretamente de las proximidades de Peña Mea, donde amayaaba el ganado el tío Goro de Canzana que «poseía en aquellos campos, no lejos de
La Braña, una cabaña con su establo y alrededor un prado cercado. Allí
solía llevar parte de sus vacas en los meses de calor; pacían el prado y las
hierbas pertenecientes a los pastos comunales del concejo de Laviana; retirábalas al llegar el mes de octubre. Generalmente, solía dejar a su cuidado
un criadillo, pero una o dos veces por semana iba él allá en enterarse de lo
que ocurría y llevar provisiones de boca al pastor». AP, 40-41. No describe
don Armando ningún corral ni cabaña del monte, quizás porque no le serían tan familiares.
Vicente Rodríguez Hevia
342
5. Hórreos
Es, sin lugar a duda, el hórreo la obra más perfecta y representativa de
la arquitectura tradicional asturiana y, a la vez, la construcción que mejor
distingue y embellece les caseríes y los pueblos en los que ocupa los mejores
solares como eje básico de ciclo del pan y la boroña.
El hórreo tiene planta cuadrangular, normalmente cuatro pegollos (pilares) y el techo piramidal con cuatro aguas rematadas en punta; la panera,
por el contrario, tiene planta rectangular, seis o más pegollos y el techo a
cuatro aguas con una viga cumbrera cuya longitud es la diferencia entre el
lado más largo y el más corto del rectángulo; la introducción de la panera,
en el s. XVII, responde a la necesidad de secar y almacenar el maíz, el
nuevo producto traído de América.
Son muchas las funciones que tiene el hórreo, tanto en su interior, como
en su exterior y en el solorro. Su aislamiento del suelo y su buena ventilación lo hacen ideal para guardar la erga, la escanda, el maíz, la fariña, les
fabes, patates, mazanes, ablanes, castañes, el samartín, aperos de labranza,
ropa, etc. Pero también sirvió de habitación, cuando la familia tenía pocos
recursos y muchos hijos, cuando una pareja estaba recién casada y sin casa,
o en el caso de personas un poco especiales, como una de las protagonistas
de Entrialgo de La aldea perdida, «la vieja Rosenda, una mujer que vivía
sola en un hórreo y que algunos tenían por bruja» (AP, 35). Era la actual
panera de los de Correos, situada detrás de la casa natal y restaurada hace
unos años.
En su exterior se cuelgan riestres de maíz, de cebollas o ajos a secar en
corredores o en gabitos (percha o gancho de madera), se ponen aperos de
labranza, caxellos (colmenas) para las abejas, palomares, anuncios, etc.
El solorro, un espacio abierto y protegido de la lluvia y el sol, sirve de
cobijo para todos los aperos de labranza: carros, llabiegos, carreñes, etc.
y de taller para el madreñeru, el cesteru, el ajolateru o el aficionado a la
carpintería; se utiliza como era para mayar y rabilar la erga y como lugar
para matar el gochu o cualquier otro animal, pero, además, cumple con
otras funciones que lo convierten en verdadero «foro» o plaza mayor del
pueblo18.
18 RODRÍGUEZ HEVIA, Vicente (2000): «L’horru como «foro» del pueblu», en Lletres
Asturianes, nº 75, pp. 131-140. Uviéu. ALLA.
La casería asturiana en Palacio Valdés
343
Efectivamente, determinados solorros eran lugares de fila, de charla
al anochecer o en los días de lluvias; eran sedes de les xuntes, los conceyos
abiertos (El Solorro la Xunta) que se hacen en los pueblos para decidir
cuestiones comunes: sestaferies, veceríes, venta de bienes comunes, etc.;
eran salones de baile los domingos, los días de fiestas y los días de boda;
eran lugares de juego para los niños e incluso escuelas, como atestigua E.
García Jove (en el Asturias de Bellmunt y Canella): «Era ayer, mediado ya
este gran siglo (XIX) de las grandes auroras de progreso universal, y sólo
contados niños acudían á las escuelas, instaladas casi todas en los pórticos
de las iglesias ó bajo las paneras del vecindario...».
Palacio Valdés apunta alguna de estas funciones en La novela de un
novelista: «Delante de la casa había dos grandes hórreos que servían para
depósito de trigo; porque en aquella época las rentas se pagaban en especie.
Aquellos hórreos eran deleitosos como todo lo demás. Debajo de ellos nos cobijábamos cuando llovía y allí se bailaba, se jugaba y nos podíamos divertir
de todas maneras sin temor de la intemperie» (NN, 21-22). Y en La aldea
perdida dice don Armando: «Debajo de un hórreo próximo al templo sonaban la gaita y el tambor, y allí más de dos docenas de mozos y mozas se
entregaban con furor al baile» (AP, 170); se trataba de La Panera de María
Ricadero de L’Otero, hoy totalmente derruida por el abandono; y también
«otros fabricaban madreñas debajo de un hórreo» (AP, 189). En El idilio de
un enfermo nos narra: «Debajo de los hórreos, descansando sobre tableros
improvisados, había grandes zaques de vino repletos, que no tardarían en
deshincharse» en la fiesta de Marín a la que acuden Rosa y Andrés, tras
su huida. (IE, 211-212).
En suma, don Armando no nos da dato alguno sobre la forma y materiales del edificio más representativo de la arquitectura popular asturiana,
excepción hecha de una nota19 en La novela de un novelista, ni hace distinciones entre hórreo y panera, solamente nos habla de «hórreos» —cuando,
de hecho, en dos casos sabemos que se trata de paneras—, porque los considera elementos inherentes al paisaje que describe, que todo el mundo debe
conocer; en cambio, sí resulta explícito y acertado en la observación de las
numerosas funciones «sociales» del solorro: trabajos, juegos, bailes, etc.
19 «Casetas cuadradas de madera destinadas a granero, sostenidas y aisladas del
suelo por columnas de piedra». La novela de un novelista, pág. 21.
Vicente Rodríguez Hevia
344
6. Molinos
El molín20 es también un edificio singular y resulta imprescindible dentro del ciclo del maíz y de la escanda y, por tanto, de la alimentación en la
casería. El molín suele estar apartado del pueblo, en algunos casos a considerable distancia, lo que lo convierte en un lugar ideal para el cortejo y los
encuentros entre mozos y mozas. Así ocurre con Andrés y Rosa en El idilio
de un enfermo, con Jacinto y Flora, en La aldea perdida, y con Román de
Llorío y Carmela, en Sinfonía pastoral.
Uno de sus elementos más recurrentes es la presa del molino que, además de su función propia, se aprovecha para ir a lavar la ropa y para
pescar truchas, que acudían allí a desovar, con una nasa. Por lo demás, el
ruido del agua contribuye al tópico del locus amoenus: «la acequia que corría por debajo del molino, con su murmullo sordo, y el ruido monótono que
hacían los molares de piedra al rodar en los cajones convidaban a dormir»
(AP, 155).
Aparte de sucintas referencias, aparecen descritos con bastante detalle
dos molinos, ambos de maquila y en manos de arrendatarios: «el Molino»
de Tomás de El idilio de un enfermo, en Riofrío, y el de los abuelos de Flora
de La aldea perdida, a escasa distancia de Llorío. Veamos cómo nos los
describe ambos don Armando.
«El molino estaba adosado a la peña, medio oculto entre el follaje. Tan
sólo se vislumbraba el color rojo del techo. Las paredes, vencidas, resquebrajadas en muchas partes, vestidas todas de musgo, se confundían con el
césped y los árboles. La acequia que le daba movimiento caía partida en
tres, de ocho a diez pies de altura, por unas canales de madera toscamente
labradas, negras por la humedad y apuntando a las aspas, que al girar levantaban remolinos de espuma y tapaban casi por entero las aberturas en
medio punto por donde el agua penetraba. Dentro todo era tosco también
como fuera. Una sola estancia rectangular con piso de madera, manchado
de harina, lleno de agujeros y rendijas, por las cuales se veía a las ruedas
revolver furiosamente con sus brazos de roble el haz de agua. A un lado,
y metidas en sendos cajones bruñidos por el uso, estaban las tres piedras
moledoras que daban vueltas triturando el maíz o el centeno y arrojando
20 RODRÍGUEZ HEVIA, Vicente (2001): «Rabiles y molinos nel conceyu Llaviana» en Asturies, memoria encesa d’un país, nº 12. pp. 62-76. Uviéu. Belenos.
La casería asturiana en Palacio Valdés
345
por intervalos iguales un copo de harina en el cajón. Andrés pasaba dulcemente las horas en aquel recinto. Sentado sobre una medida al lado de
Rosa se placía refiriéndole cuentos y aventuras maravillosas entresacadas
de las muchas novelas que había leído» (IE, 170-171).
«Era sábado. A la noche, luego que hubieron cenado, se puso (Flora) a
limpiar y frotar los utensilios de la cocina mientras su abuela (Blasa) devanaba en el argadillo algunas madejas de hilo y su abuelo (Lalo) arreglaba
una nasa de mimbre para pescar truchas en la presa del molino.
Éste se componía de cuatro estancias separadas por tabiques de varas
de avellano entrelazadas y recubiertas de cal y arena; una mucho más
grande que las otras, donde rodaban las tres muelas dentro de sendos cajones de madera; la cocina de menor tamaño, pero también grande, y dos
pequeños dormitorios» (AP, 150).
El primer caso responde, en cuando a su ubicación y las características
de su edificio, las canales de madera y los roendos de roble, a un molino
arcaico, muy sencillo, propio del valle del Rimontán o el río Les Campes,
de los que aún quedan restos, salvo en un aspecto básico: los tres molares;
tales riachuelos apenas traían agua para mover un único molar.
Pero parece que el «tres» era su número predilecto, pues se repite en
la segunda descripción, unos años más tarde. En este segundo caso, estaríamos ante un molino más amplio y moderno, de tres molares con «sendos
cajones», que molía con el agua del río Nalón, disponía de vivienda para
los molineros y estaba en manos da arrendatarios, como también lo estaba
el del tío Miguel, un viejecito de ochenta años» de Sinfonía pastoral. Es
fácil pensar que el autor se refiriera El Molín de Baxo (en El Prau Molín)
de Llorío, «un molino de tres ruedas» construido por don Pedro Fernández,
cura de la parroquia, a principios del siglo XVIII; el Catastro del Marqués
de la Ensenada (1752) lo describe con dos molares y lo pone en manos de
«la Luminaria de dichaparrochía» refiriéndose sin duda a «la luminaria
perpetua de la Virgen del Rosario y del Santísimo»21.
Una vez más, Palacio Valdés sigue el modelo de los molinos de su propiedad, que son de maquila y dos molares y están cedidos en arriendo. Nada
se dice de los numerosos molinos de veceros, donde se turnaban los colonos
que vivían en «chozas» para moler el grano para el consumo familiar.
21 ÁLVAREZ CAMPAL, Rosa del Carmen (2006): Op.cit., pp. 77 y 78.
Vicente Rodríguez Hevia
346
7. La pumará, el llagar y la sidra
La pumará (pomarada) es, junto con el llagar y la sidra22, un elemento
esencial en la casería valdesiana y en sus obras; en efecto, nos la describe
a menudo, habla de sus cuidados, y de su aprovechamiento tanto para la
producción de manzana como para solaz de sus protagonistas: lugar de
descanso, escarceos, comidas, romeríes, etc.
Situada próxima a la casa, produce cada dos años (vecería) una buena
cantidad de manzana, que el propietario vende en pipas —unas 600 botellas— a los lagareros de la zona o la destina a la elaboración de sidra.
Entre todas, destaca el autor las «bellas» y «frondosas pomaradas» de su
Entrialgo natal.
En efecto, en el capítulo XIV de La aldea perdida, titulado «Trabajos y
días», entre las tareas de la seronda (otoño) se nos describe, de forma detallada, todo el proceso de elaboración de la sidra: «La fabricación de la sidra
era aquí (en Entrialgo) un asunto de capital interés. Primero se recoge la
manzana de los árboles […] ¡Ea!, ya está formado el montón. Se aguarda
unos días a que «siente el fruto», y mientras tanto, bárrese el lagar, se revisa y arregla la prensa, la viga, el huso, friéganse los toneles y barricas,
y se renuevan los arcos que se han perdido. Un grato aroma de manzana
madura se esparce por todo el lugar. Llegado el momento de pisarla, […]
Los mozos, empuñando sendos mazos, machacan el fragante fruto en duernos de madera. Después de machacado se transporta a la prensa, y cuando
hay bastante, se oprime. Mientras dura esta faena no cesan los cánticos y
las bromas» (AP, 190-191).
Cuantas veces se refiere al llagar, lo hace al suyo propio: «El lagar estaba allí próximo; una de sus puertas se abría sobre la pomarada; la otra
sobre el Campo de la Bolera, donde en aquel instante se celebraba parte de
la romería» (AP, 81); descripción coincide con la que aparece en El idilio de
un enfermo: «Era (el lagar de don Pedro, el conde de Trevia) un edificio rústico, que por un lado miraba a la pomarada y por otro a un vasto campo de
regadío, en el cual, por ser el único sitio llano y despejado que había cerca,
celebrábase la romería, con permiso de su propietario» (IE, 216); romería y
llagar aparecen como indisociables en los dos pasajes.
22 RODRÍGUEZ HEVIA, Vicente (2004): «Pumaraes y sidra nel conceyu Llaviana», en
Cultures nº 13, pp.183-196. Uviéu. ALLA.
La casería asturiana en Palacio Valdés
347
Por lo demás, pocos datos más se nos dan sobre el edificio y su contenido, tales como la referencia al tonel en el que se mete Bartolo huyendo de
Firmo de Ribota, y las inscripciones que según el autor aparecían en las
paredes: «Dios bendiga la sidra de este lugar —decía una—. Bebamos esta
sidra mientras nos quede un soplo de vida —decía otra—. ¡Desgraciados
los hombres que no conocen la sidra de Entralgo! —se decía en otra tercera…» (NN, 50).
8. Vida social en la casería
Si bien la casería o quintana tiene como base a una familia que tiende
a ser autosuficiente, sin embargo, a lo largo del año, establece relaciones de
vecindad con otras casas del pueblo presididas por el principio de «reciprocidad equilibrada» (andeches), disfruta del llagar y la bolera y se divierte y
reafirma frente a otros pueblos, parroquias o concejos en les romeríes.
a. La familia
En efecto, la familia es «el grupo social más importante de las comunidades rurales, pues en su seno se desarrollan las actividades económicas
o productivas y las sociales o reproductivas». Predomina en la Asturias
rural tradicional la familia troncal, formada por individuos de tres generaciones, en la que el matrimonio responde a una estrategia entre dos casas
o caserías más que a una decisión libre de los cónyuges, y la mujer juega
un papel fundamental en el ámbito de la reproducción, la alimentación y
la socialización23.
En la obra de Palacio Valdés, la mujer comparte, a lo largo del calendario agrícola, tareas con los hombres aunque unas y otras suelen estar bien
delimitadas. Las mujeres se encargan de la casa (cocinar, hacer la colada,
buscar agua, mazar, amasar el pan y la boroña, arroxar el forno o el llar,
filar, coser y remendar), ir los jueves a La Pola, sallar y arrendar etc. Los
hombres, por su parte, se encargan del ganado (cebar, dar agua, preparar
helecho y árgomas para la cama de las vacas), del cuidado de los prados, la
construcción de aperos y madreñes, cortar leña, pescar, cazar, tomar deci23 GARCÍA MARTÍNEZ, Adolfo (2005): «La casa asturiana: la familia» en Los asturianos. Raíces culturales y sociales de una identidad, pp. 527-544. Oviedo. Editorial Prensa
Asturiana/La Nueva España.
Vicente Rodríguez Hevia
348
siones en las juntas vecinales, hacer tratos en el mercado, jugar a los bolos,
etc. ; unas y otros se distribuyen las tareas en la siembra, la recolección de
la yerba, el maíz, les patates, les castañes, en les esfueyes, la recogida de la
manzana y la elaboración de la sidra…
Con todo, a pesar de presentarnos una sociedad tradicional con papeles
muy delimitados, aunque idealizada, apenas ofrece casos de matrimonios
de conveniencia, tan frecuentes en la época. Mozos y mozas deciden libremente su pareja y los arreglos entre familia, por intereses económicos,
son más bien marginales: Quino, de La aldea perdida, duda entre Telva y
Eladia, en función de sus posesiones y dote; Tomás el molinero de El idilio
de un enfermo está dispuesto a dar a su hija Rosa a su tío, un indiano viejo
y repelente, pero cargado de dinero; y, finalmente, en Sinfonía pastoral
surge una conversación entre Pacho de la Ferrera y Leoncio de la Reguera
de Arriba para casar a Cosme con Conrada concluyendo que debe hablarse
con las mujeres que son las que disponen.
Tampoco se presenta ningún ejemplo de familia troncal: en todos los
casos viven y trabajan en la casería padres e hijos, si exceptuamos el caso
del tío Pacho de la Braña, donde, a pesar de vivir en casas distintas, conviven las tres generaciones y comparten preocupaciones y alegrías. «Después de la cena se reunían todos en casa del padre, y mientras los cuatro
hombres, sentados en tajuelas frente al fuego, departían gravemente sobre
la faena del día siguiente, la madre y la hijas hilando un poco más allá, no
perdía de vista a los niños que correteaban por la vasta cocina. Al cabo se
rezaba el rosario. Cada cual se iba después para su casa, y, tranquilos y
felices…» (AP, 21).
Curiosamente, a pesar del influjo ejercido en el autor por sus abuelos
y el papel fundamental que juegan en la sociedad tradicional, Palacio Valdés no los hace aparecer en las obras de ficción aquí analizadas más que
de forma excepcional, como es el caso de los abuelos de Flora en La aldea
perdida.
b. Andeches
Aunque en una casería como la de Palacio Valdés con criados, mayordomos y arrendatarios no se debía necesitar mucho de la ayuda de otros
vecinos, sin embargo sí aparecen en sus obras algunos casos de relaciones
vecinales, de tareas en andecha, tales como les files, les esfueyes, la sega-
La casería asturiana en Palacio Valdés
349
reta, la mayá de la sidra o el güé de vecinos. No aparecen les sestaferies ni
otras veceres como las de la reciella, el molín, les derrotes o les faceríes.
Les files o filandones 24 son reuniones de mujeres para hilar la lana y
el lino; tienen lugar durante las noches de invierno, un día en cada casa,
normalmente en la cocina —«por ser la pieza más espaciosa y caliente de
la casa»—, y a ellas acuden también los hombres aunque como meros espectadores que animaban el ambiente; el hablar, comentar sucesos, contar
historias, gastar bromas acabó siendo de tal importancia que por fila se entiende también la reunión de gente para hablar o pasar el tiempo sin más.
En Palacio Valdés, se celebran en las casas más importantes, como las
de don Álvaro Estrada, Juan Quirós, don Félix o en la suya propia: «Las
mujerucas hilaban y mi madre hilaba también sirviéndose de una preciosa
rueca con incrustaciones de marfil que le había regalado mi abuelo» (NN,
19) y « […] recibía por las noches buen golpe de labradoras que hilaban su
copo sentadas en el suelo. Se formaba de este modo una tertulia de quince
o veinte personas» (NN, 48). En El señorito Octavio, se nos describe como
sigue: «y durante las interminables noches de invierno hilar, en compañía
de la familia y algunas vecinas, en el vasto y oscuro salón de la casa, algunas varas de lienzo burdo para sábanas […] y fijando la rueca en la cintura
empezaban a hacer rodar los husos, mojando repetidas veces con la lengua
el lino, del cual tiraban por breves intervalos» (SO, 19-20).
Son constantes en las últimas obras las referencias a las esfoyazas
que en el Conceyu Llaviana se conocen como esfueyes o erbueyes. Bastante
completas, aunque con algunas imprecisiones, son las descripciones que
aparecen en La aldea perdida: «Por la noche solía haber esfoyaza, la faena
de descubrir las mazorcas y atarlas en ristras. Cada día acudían los vecinos a casa de uno de ellos para ayudarle; generalmente eran los jóvenes.
Reunidos en una estancia mozos y mozas a la luz de un candil pasaban la
velada alegremente, bromeando, cantando, requebrándose mientras poco
a poco las doradas espigas salían de su envoltura y se enristraban para
adornar después los corredores y los hórreos» (AP, 189-190) y «Reuniéronse
(en casa del capitán don Félix) casi todos los mozos y mozas de Entralgo.
Vinieron también algunos de Canzana. Y en cuanto las doradas mazorcas
comenzaron a descubrirse, dieron comienzo igualmente los cánticos, las
24 CANTERO FERNÁNDEZ, Cristina (2005): «El concejo y la parroquia: marco de
convivencia y ordenanzas» en Los asturianos. Raíces culturales y sociales de una identidad. pp. 491-512. Oviedo. Editorial Prensa Asturiana/La Nueva España.
Vicente Rodríguez Hevia
350
risas, las bromas y los gritos. Ellas tiraban de las hojas y arrancaban las
que sobraban; ellos trenzaban las espigas en largas ristras, que subían
luego al desván» (AP, 194). No todos los hombres son enriestraores, aunque
sí colaboran llevando les riestres al corredor o al hórreo, nunca al desván
que es donde se pueden llevar una vez que el maíz está curao.
Entre líneas, podemos rastrear otras muestras de colaboración entre
vecinos o «reciprocidad equilibrada» («hoy por ti, mañana por mí»), tales
como el mayar la manzana para elaborar la sidra o ayudar en la siega de
los prados grandes (dir de segareta).
Por último, en El idilio de un enfermo, se describe una junta vecinal
para decidir sobre la «vecera del buey», que consiste en comprar un buey
semental a escote y mantenerlo entre todo los vecinos para que así resultara más económico y funcional. Mediante una campana sujeta en una
columna de madera de la plaza de Riofrío, se convoca a los vecinos para
discutir sobre la conveniencia de sustituir al toro de concejo, «que era demasiado corpulento y que había causado graves daños a sus vacas y a las
de otros […] decretóse, de acuerdo general, que fuese vendido en el primer
mercado, y se comprase otro de menor tamaño» (IE, 106).
c.Romeríes o fiestes patronales
Las caserías se agrupan para formar pueblos y éstos, a su vez, conforman parroquias. Unos y otras disfrutan a lo largo del fatigoso ciclo agrícola
de momentos de asueto en les andeches (esfueyes, files, etc.), y de merecidos
descansos, especialmente en les romeríes o fiestes patronales.
Centra, precisamente, don Armando sus descripciones festivas en les
romeríes o fiestes patronales, que son las que mejor conoce por desarrollarse durante los meses de estío coincidiendo con sus estancias en su Entrialgo natal25. Nada se nos dice, en cambio, de las manifestaciones festivas del
resto del ciclo anual: Navidaes, aguilandu, mascaraes d’inviernu (guirrios),
antroxu, foguera de S. Xuan (pino/ramu).
En efecto, son numerosas las referencias y profusas las descripciones
de romeríes en las que participan los protagonistas de las novelas analizadas. Entre ellas, unas se celebran en la iglesia parroquial: El Carmen en
Entrialgo, L’Otero en La Pola, San Roque en Villoria, el Rosario en Llorío,
25 Sobre las estancias estivales del novelista en su tierra natal, véase José Luis Campal, Op. cit., pp. 80 y ss.
La casería asturiana en Palacio Valdés
351
Santa Teresa en Marín (?); otras tienen lugar en capillas: L’Obellayo en
Ribota, Les Campes, etc.
Aunque el mayor número de referencias a romeríes se hacen en La
aldea perdida (El Carmen, L’Otero, L’Obellayo, Llorío, Les Campes), sin
embargo es detallada la descripción de «la romería de su parroquia» (El
Carmen de Entrialgo) de El señorito Octavio, la de «nuestra Señora de la
Peña» (de Les Campes) de El idilio de un enfermo y la de San Roque en
Villoria de Sinfonía pastoral. En sus descripciones, aparte de las experiencias personales26, sin duda debió de tener en cuenta el minucioso estudio
y la defensa que Jovellanos hace de la romería asturiana en una de sus
cartas a Ponz 27.
La romería comienza la víspera con la «lumbrada» o foguera, los bailes
y danzas en su entorno, los ¡ijujús! ¡vivas! y ¡mueras! de los mozos y los inevitables palos entre los jóvenes de distintos pueblos, parroquias y concejos
como refuerzo de la identidad propia frente a los demás.
En el día grande, destacan varias notas en la descripción: el colorido
producido por pañuelos y delantales de las mozas, el bullicio, los gritos, entre los que destaca el sonido agudo de la gaita y el tambor, los cantos, los
puestos de confites y bebidas, los ramos y la xata, la misa acompañada de
gaita28, la puya’l ramu, los bailes y danzas, el chasquido de los garrotes…
Resulta interesante la descripción de la procesión de los ramos y la
xata desde Canzana a la iglesia del Carmen de Entrialgo: «De Canzana
debían salir tres. Eran unos armatostes de palo a modo de jaulas, alrededor de los cuales se colgaba una razonable cantidad de panes, que vendidos
luego servían para el culto de la Virgen. Iban adornados con flores y cintas
de colores. Sólo mozos muy robustos29 y remudándose podían soportarlos
hasta la iglesia […] En torno de cada ramo se agruparon las zagalas cuyas
26 Según la documentación manejada y facilitada por Rosa Álvarez Campal, don Francisco Rodríguez Valdés, abuelo materno de Palacio Valdés, aparece durante muchos años
como el mayordomo de la cofradía del Carmen por lo que don Armando debió conocer de
primera mano la fiesta y disfrutar de ella.
27 JOVELLANOS, Gaspar Melchor de (2003): «Carta sobre las romerías de Asturias»
en Cartas del viaje de Asturias (Cartas a Ponz). Oviedo, KRK.
28 Desde 1640 en adelante, en los libros de la parroquia de Llorío consultados por Rosa
Álvarez Campal, la gaita aparece siempre en la misa mayor.
29 Según la misma autora, era frecuente que los soldados ofrecieran ramos buscando
protección en la Virgen del Carmen.
Vicente Rodríguez Hevia
352
familias lo costearon […] Colocaron la novilla delante, la novilla ofrecida
a la Virgen por el pueblo de Canzana. Era un hermoso animal de pelo rojo
y brillante. Adornaron sus cuernos con papel dorado; ciñeron su cuello con
cintas de diversos colores. Un mozo designado por la suerte la llevaba amarrada por los cuernos. […] Las zagalas agitan sus panderos, cantan a coro,
y sus voces puras bajan en alas de la brisa hasta el valle […]» (AP, 63).
Tras la misa tenía lugar la puya en el pórtico de la iglesia, es decir, «se
subastaban públicamente las ofrendas de pollos, de panes o manteca que
los aldeanos solían hacer a los santos…» (NN, 36).
9. A modo de conclusiones
En suma, la rica casería de la familia de Palacio Valdés (casona, cuadra, panera, molinos, huerta, pomarada, lagar, tierras, prados y ganados)
con sus criados, mayordomo y arrendatarios, junto con las caserías de los
campesinos que llevaban una vida desahogada en su entorno, aporta los
ingredientes básicos a las descripciones relativas a la casería asturiana en
sus novelas y cuentos ambientados en el Conceyu Llaviana. En este sentido, la precisión en las descripciones disminuye a medida que se aleja del
entorno de lo que describe.
Por otra parte, sus estancias estivales en Entrialgo le permiten describir con bastante detalle y acierto —no exento de algunos errores— las
tareas básica de esta estación y el comienzo del otoño, así como las relaciones intervecinales, especialmente las referidas a les romeríes o fiestes
patronales.
Descargar