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Revista Claves de Razón Práctica nº 244
SEMBLANZAS
Lord Byron y
Emilio Castelar:
vidas para leerlas
Emilio Castelar había contraído una
deuda de gratitud con el poeta inglés, muy
traducido en España durante los años
treinta y cuarenta, y quiso rehabilitarlo.
manuel neila
El siglo decimonoveno presenta dos vertientes claramente diferenciadas: la vertiente romántica, que ocupa la primera mitad,
y la vertiente realista, que se identifica con la segunda. Ahora
bien, el hecho de que exista una diferencia notable entre ambas
vertientes, no autoriza para que se considere el realismo como la
antítesis del Romanticismo en todos los casos. Entre el Romanticismo, que parece agotado en los años cuarenta, y el realismo, que
no se consolida hasta los años sesenta, se desarrolló una época
de transición en la que se habían perdido las viejas creencias (la
vida del espíritu en cuanto que fuerza creadora en permanente
desarrollo, la exaltación del sujeto definido como una conciencia
desgraciada, el anhelo irrefrenable de libertad) y no se habían
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encontrado aún las nuevas (la reacción positivista contra el idealismo, el interés por la emancipación humana, el desarrollo de las
ciencias naturales). Incluso hay quien reserva para la literatura de
este periodo intermedio el término de “realismo idealista”.
El realismo surge, pues, por evolución a partir del Romanticismo, de la misma manera que este continúa proyectándose, depurado de excrecencias, sobre aquel, durante la época de transición,
que ocuparía las tres décadas centrales del siglo, marcada por
la incertidumbre y por la duda. En el prólogo de los Souvenirs
d’Égotisme, compuesto en 1832, siendo cónsul en Civitavecchia,
el romántico Stendhal escribe: “El genio poético ha muerto, pero el
genio de la duda ha llegado al mundo”, con lo que anuncia
el desmoronamiento de la subjetividad romántica, al tiempo que
salpimienta sus novelas realistas con no pocos elementos románticos. Varias décadas después, en la conclusión de su Vida de
Lord Byron, escrita en 1868 durante su exilio parisino, el realista
Castelar dice: “Se entra en la verdad por la duda, por la desesperación. El siglo que no duda, es porque no pregunta”, después
de acometer en su primera novela la transformación de la visión
romántica en objeto de parodia realista.
El escritor y político Emilio Castelar fue uno de los hombres
más prestigiosos del siglo XIX español. En mayo de 1912, el
diario Abc realizó una encuesta a fin de establecer quiénes habían sido, a juicio de los consultados, los 10 hombres que más
habían influido en la cultura y la prosperidad de España durante
el siglo decimonoveno. El nombre más destacado fue el de Emilio
Castelar, seguido de Juan Prim, Cánovas del Castillo, Marcelino
Menéndez Pelayo, José Echegaray, Benito Pérez Galdós, Santiago
Ramón y Cajal, Antonio Maura, Práxedes Mateo Sagasta y Jaime Balmes. Pero el personaje político y el personaje literario de
Emilio Castelar no corrieron la misma suerte; mientras que el
primero (el orador, el tribuno, el cuarto presidente de la Primera República) conservó su prestigio a lo largo del siglo XX, el
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segundo (el novelista, el ensayista, el historiador) pronto vio
mermada su nombradía. Si hemos de hacer caso del Duque
de Canalejas, en un libro de texto, excelente a otros efectos,
llegó a constar la siguiente leyenda: “Emilio Castelar… Primer tenor de la República. Este artista de la palabra se reveló
únicamente en la tribuna; no ejerció la menor influencia en
la Literatura”. Por lo que no estaría de más, ahora que hemos
dejado atrás las aguas turbulentas del siglo más violento de
la historia, releer a Emilio Castelar sin prejuicios, por lo que
pudiera conservar de aprovechable.
Un año después de darse a conocer como orador en el Teatro Real de Madrid, el joven tribuno de la democracia publicó
Ernesto. Novela de costumbres, su primera obra narrativa, en 1855,
cuando apenas había sobrepasado la mayoría de edad. Como narrador, Castelar representa lo que el hispanista Russell P. Sebold
denomina “metamorfosis de la visión romántica en objeto de la
parodia realista”; pues en Ernesto se entrecruzan dos relatos románticos, uno largo y otro corto, con dos relatos realistas, uno
amplio y otro breve, que sirven de contrapunto irónico a la visión
romántica del mundo. A esa primera novela siguieron: Alfonso el
Sabio, en 1856, y Leyendas populares, en 1857, que luego pasó
a llamarse La Hermana de la Caridad (1862). El Romanticismo
paródico precursor del realismo decimonónico se desdobla ahora
en el realismo idealista de sus novelas históricas. Pero pronto
abandonaría el género narrativo, pretextando que “no conocía
bastante el corazón humano”. Andando el tiempo, reincidiría en
la práctica del género con Historia de un corazón (1874), Ricardo
(1877) y Fra Filippo Lippi (1877 y 1878), que el crítico e historiador Ángel Valbuena Prat consideraba con razón su novela más
lograda, “en que el gustador de arte de la Italia antigua halla un
pretexto para trazar una figura de problemas religioso-vitales en
el marco de la maravillosa Florencia”.
El gran orador republicano fue, ante todo y sobre todo, una voz
firme, atildada y sonora al servicio de la elevación de sus con-
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ceptos, la brillantez de sus ideas, la fuerza de sus razonamientos
y la universalidad de sus saberes. Así llegó a verlo al menos
Benjamín Jarnés en su estupenda biografía Castelar, hombre del
Sinaí. Y así se lo imaginó Juan Ramón Jiménez que, en Entes y
sombras de mi infancia, escribe: “Yo me imaginaba al personaje
como un loro, un gran loro, o una máquina habladora, charlando
todo el día sin parar, como si ese fuera su oficio”. Pero Emilio
Castelar no era un orador que escribía, sino un escritor que dominaba el arte de la elocuencia; incluso le llegaron a reprochar
que escribiera sus intervenciones antes de pronunciarlas. Sus
discursos políticos y parlamentarios, de los que se publicaron
varias series en vida, no difieren en lo esencial de sus artículos
políticos, ni de sus ensayos literarios. Mención especial merecen sus escritos biográficos –entre los que destacan: Semblanzas
contemporáneas (1871-1872), Vida de Lord Byron (1873), Retratos históricos (1884), Galería histórica de mujeres célebres (18881889)–, así como sus relaciones de viajes –sobre todo, Recuerdos
de Italia (1872), Un viaje a París (1880)– y su ingente epistolario, escasamente difundido, en el que Benjamín Jarnés creyó
descubrir lo mejor de la obra castelarina.
A medida que aumentaba en años y experiencia, Castelar se
despegaba más de la política e incrementaba más y más su interés
por el estudio de la Historia. En 1880 fue nombrado académico
de la Real Academia de la Lengua y, un año después, académico
de la Academia de la Historia y de la Academia de San Fernando.
Apartado de la política militante, planea escribir una monumental
Historia de España, que dejaría inconclusa, y publica Retratos
históricos (1884) e Historia de Europa en el siglo XIX (1895). Durante estos años postreros de su vida, el orador republicano añade
a su recalcitrante españolidad una nota que hoy nos resulta bien
conocida: el europeísmo. Dignas de estudio son, por este concepto, Historia del movimiento republicano en Europa (1874), Cartas
sobre política europea (1876), Europa en el último trienio (1883),
obras menos leídas de lo que merecen. “Su autor fue un verdade-
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ro ciudadano de Europa”, escribe el Duque de Canalejas en su
prólogo a Ernesto, “apasionado de sus cuestiones; se escribió con
Renan, hizo pesar su opinión en cuestiones como la de Alsacia y
Lorena y la de Armenia”. El último artículo que dio a las prensas
fue curiosamente ‘Murmuraciones europeas’, que apareció en la
Ilustración Artística de Barcelona en junio de 1899, al mes de su
fallecimiento en San Pedro del Pinatar (Murcia).
La Vida de Lord Byron forma parte del ambicioso proyecto que
Emilio Castelar realizó durante el sexenio revolucionario (18681874): la publicación de una serie de Semblanzas contemporáneas referidas a los personajes más célebres del mundo en las
letras, las ciencias y las artes. La obra dista mucho de ser una
biografía convencional, repleta de datos y anécdotas, o el libro
de una vida, rebosante de fechas y tribulaciones; antes bien, se
trata de un ensayo biográfico, urdido con habilidades de orador,
o el retrato de un carácter, el de un hombre representativo de su
siglo. Pero, ¿por qué Lord Byron? ¿A qué se debe la elección
del poeta inglés en un momento en el que el Romanticismo empezaba a perder su pujanza originaria en casi todos los países?
Como la mayor parte de los jóvenes europeos formados en la vertiente romántica del siglo XIX, Emilio Castelar había contraído
una deuda de gratitud con el poeta inglés, traducido en España
abundantemente durante los años treinta y cuarenta: “¡Debemos
todos los hijos de este siglo incierto y enfermo tantas emociones a
Byron!”. De modo que, aprovechando las horas muertas del exilio
parisino, se propuso rehabilitar la figura del peregrino de la libertad con “este pobre trabajo consagrado a uno de los genios que
más consuelo nos han procurado en nuestros dolores presentes
con la lectura de sus obras”.
La metodología empleada por Castelar presenta ciertas concomitancias con el positivismo determinista de Hippolyte Taine, uno
de los hombres que más influyó en su tiempo, a cuya Historia de
la literatura inglesa se refiere el ensayista español en la conclu-
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sión del libro. Sabemos que en 1866, al comienzo de su exilio,
el tribuno español se había referido a Taine de manera frívola y
ligera, dejando claro que no participaba del sistema filosófico del
autor francés: “Yo no doy a la fisiología del escritor, al volumen
del hígado, al espesor de su sangre, a la delicadeza de sus nervios
la importancia inmensa que les da este materialista; yo no creo
que el poeta sea en la sociedad, en la naturaleza, en el medio en
que vive, como las figuras en un paisaje de Claudio de Lorena,
un toque añadido al universo”. Y, en efecto, Castelar confiaba en
la voluntad del hombre para regir la propia vida, considerada hegelianamente como torbellino de elementos en lucha permanente, como enfrentamiento de contrarios. Sea como fuere, el orador
republicano incide demasiado en la raza normanda y bretona de
Lord Byron, así como en la influencia del medio natural y social
en que vive, lo que desaconseja descartar el influjo positivista
de Auguste Comte, Hippolyte Taine y Ernest Renan, aunque en
su caso se halla atemperado por un carácter hipersensible y una
irrefrenable propensión al lirismo.
El libro consta de cinco partes, dedicadas a las diferentes fases de la trayectoria vital y espiritual del poeta: la infancia, la
juventud, el periplo mediterráneo, el regreso a Inglaterra y el exilio definitivo, además de una conclusión o recapitulación en que
Castelar reflexiona sobre el sentido de la vida y la obra del poeta
romántico. Está escrito en primera persona desde la perspectiva
de un narrador testigo, implicado en los hechos que relata, lo que
permite al autor introducirse en el relato mediante autorreferencias, evocaciones y digresiones; al tiempo que le permite poner
de manifiesto sus propias ideas sobre historia, arte o literatura. El
personaje encarna una figura, quizá la más estridente, del Romanticismo: un tipo de cínico, gozador, escéptico, apasionado, refinadamente egoísta; sus escándalos, sus orgías, sus andanzas primero
en España, Grecia y Turquía, y después en Suiza, Italia y Grecia,
le hicieron famosísimo en la Europa de su tiempo. La prosa del
libro conserva el ritmo ondulante y poderoso de los discursos po-
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líticos y literarios castelarinos, la rica imaginería con que los revestía; el estilo oratorio empleado sigue siendo un buen ejemplo
de la elocuencia decimonónica, con periodos largos y ondulantes,
con frases esmaltadas de símiles, metáforas y símbolos.
Esta Vida de Lord Byron no es la biografía del hombre George
Gordon, sino la vida del poeta Byron, perseguido por un destino
aciago, en permanente lucha por la libertad y en continuo estado
de zozobra; una “oda en prosa”, en opinión del hispanista Russell
P. Sebold, o una “biografía novelada”, según la profesora García
Tejera. El autor selecciona los momentos que contribuyeron a desarrollar el carácter del poeta, se detiene en las condiciones ambientales que hubieron de darse para que ese carácter desarrollara una obra literaria, para concluir apreciando el genio del
poeta, su exquisita sensibilidad, en cuanto que espíritu creador.
Pues, para Castelar, “el genio es antes que todo una poderosa individualidad interior, con facultades innatas, elevadas por
el estudio y por los choques de la vida a una gran potencia:
el genio es un espíritu creador”, extremo este que le reportó
un reproche algo socarrón de Juan Valera en su momento. El
Lord Byron que nos presenta Castelar es, a fin de cuentas, un
arquetipo o un símbolo: el poeta como ser elegido, portavoz y
representante de su tiempo. O, para decirlo con palabras del
tribuno republicano, “uno de esos hombres-símbolos elegidos
entre otros muchos para personificar y representar un siglo”.
Ese siglo que Castelar localiza en la transición del Antiguo Régimen a los Tiempos Modernos, marcado por la incertidumbre
y por la duda metódica; ese periodo romántico en que Stendhal situaba el “genio poético”, antes de que diera lugar al
“genio de la duda” durante la segunda mitad del ochocientos.
Durante los cuatro años que median entre la escritura del libro
(1868) y su publicación en La Habana (1873), Castelar compuso
unas veinte semblanzas de personajes contemporáneos pertenecientes al mundo de las letras, las ciencias y las artes, entre
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las que cabe destacar las referidas a Eduardo Bismark y Napoleón III, Alejandro Dumas y Víctor Hugo, Rossini y Hertzen. La
Vida de Lord Byron, cuya publicación coincidió con el nombramiento del autor como ministro de Estado, primero, y presidente
de la República, después, ocupa un lugar preferente. La primera
edición apareció en 1873 y se agotó en seguida, de modo que
hubo de reeditarse en varias ocasiones. Según la profesora María
del Carmen García Tejera, ese mismo año fue editada en Madrid
y reeditada en los años finales del siglo. Pronto se tradujo a los
principales idiomas europeos: al inglés, vertida por Mrs. A. Arnold bajo el título de Life of Lord Byron and other sketches (Londres, 1875 y New York, 1876); al italiano, traducida por Cesare
Enrico Aroldi con el título de Vita di Lord Byron (Mantova, 1875
y 1898), y al portugués, en acendrada versión de Fernando Reis
(Porto, 1876 y 1891). Durante el pasado siglo XX volvió a editarse varias veces, tanto en nuestro país (Madrid, 1918), como en
Hispanoamérica (Buenos Aires, 1943 y 1946) e incluso en Italia
(1905 y 1933).
Las reacciones de los críticos y comentaristas, tanto a favor
como en contra, no se hicieron esperar. Y así, las amistosas lisonjas que José Román Leal vierte en el prólogo, bajo el título
de ‘Nada al lector, todo al amigo’, fechado en diciembre de 1872,
hallan de inmediato su contrapartida en el opúsculo de Antonio
Vinajeras: Bosquejo crítico de la ‘Vida de Lord Byron’, de don
Emilio Castelar (Imprenta de R. Anoz, Madrid, 1873; 2ª edición,
1879). Más atinado se muestra Juan Valera en su reseña de la
obra, aparecida en la Revista de España, en noviembre de 1873.
El autor de Las ilusiones del doctor Faustino considera que Castelar se recrea en las extravagancias del personaje, el cual fue,
a su leal saber y entender, un genio no tanto por ellas, sino a
pesar de ellas. “De todos modos”, escribe, “y a pesar de nuestra
divergencia en este negocio de los genios, vuelvo a declarar que
Byron, en mi sentir, ha hallado en Castelar un historiador y panegirista muy adecuado”. Y concluye: “Castelar es poeta en pro-
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sa, como Byron era poeta en verso, si bien Castelar está menos
desesperado, a no ser que ahora lo esté, como lo estamos casi todos los españoles, genios y no genios, sin más lesión en los órganos que aquella con que nos amenazan la inanición y la inopia”.
Desde entonces hasta hoy, no han faltado los estudios sobre
el autor de Vida de Lord Byron, entre las que cabe destacar a
modo de ejemplo: Semblanza de Castelar (1905), de Ginés Alberola; Castelar, hombre del Sinaí (1935), de Benjamín Jarnés,
o Emilio Castelar, precursor de la democracia cristiana (1964),
de Carmen Conde, además de los numerosos artículos que le
dedicara el maestro Azorín a lo largo de su vida. Tampoco han
faltado los estudios sobre Lord Byron y su recepción en España, como los incluidos en Lord Byron en España y otros temas
byronianos (1982), de Esteban Pujals. Recientemente, y además
de los congresos que se dedican al autor, el profesor Santiago
Tena ha publicado “Un comentario a la Vida de Lord Byron, de
Emilio Castelar” y la profesora García Tejera ha preparado una
estupenda edición digital de la Vida de Lord Byron (2010) en la
Biblioteca Virtual de Andalucía.
Comoquiera que sea, la influencia de Emilio Castelar en la cultura española no ha resultado lo intensa, profunda y perdurable
que habría cabido esperar. Sus voluminosas obras históricas carecen, es cierto, del rigor exigible a ese tipo de libros, pues era costumbre del autor hacer caso omiso de las fuentes; sus coqueteos
con el hegelianismo y el krausismo, más que fortalecer su filosofía
de la historia, le sirvieron como materia prima para sus discursos, que fueron los que mayor notoriedad le proporcionaron; su
elocuencia solemne y, en el peor de los casos, tendente a la grandilocuencia, dista mucho del gusto moderno. Lo cual no es óbice
para que algunos de sus libros, en particular aquellos que caen
del costado literario –entre los que destacan: Recuerdos de Italia,
Vida de Lord Byron o La redención del esclavo, por no referirnos
a su copiosa Correspondencia–, conserven el mayor interés. La
reedición de esta Vida de Lord Byron que hoy presentamos a los
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lectores no pretende llenar grandes huecos en las enormes bibliotecas; se propone, eso sí, suscitar el legítimo interés por la vida
y la obra de un par de figuras memorables, dos de esos hombressímbolos, elegidos entre muchos para personificar y representar
su siglo, como el propio Castelar dice de su biografiado.
Manuel Neila es poeta y ensayista. Autor de El camino original y Pensamientos
desmandados.
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