Nunca termina El frío de la noche me recordaba cruelmente que era invierno. La luz era poca, aún con linternas, la oscuridad absorbía nuestros pasos, mientras nos abríamos camino a través de la tupida vegetación. Hacía más de tres horas que la buscábamos; debía estar por aquí, muchos afirmaron que la vieron en las cercanías del sector. “Debía estar por aquí”. Un escalofrío me hizo notar que la firmeza del suelo había cambiado súbitamente. Un destello plateado confirma mi tétrico pensamiento; al retirar el pie algo brilla en el suelo, lo que parece ser un anillo en una mano cubierta de barro y maleza. El amanecer estaba cerca, por lo que esperamos unos minutos la luz de día para poder trabajar mejor. Era linda, sin duda cualquier hombre se habría percatado de su belleza y sería perfecta si no fuera por las ocho puñaladas que desfiguraron su anatomía. Su rostro inmaculado parecía estar en descanso, el dolor que debió haber sentido se desvaneció junto con la noche y los gritos quedaron sepultados, al igual que ella bajo la húmeda tierra. Centro foco hacia la periferia. Orientación de Sur a Norte. De arriba hacia abajo. Mi mente vagaba entre viejos apuntes y valiosas enseñanzas de un pasado casi remoto de mi formación como policía. Trataba de alejarme del cuadro que tenía en frente para ser lo más objetivo posible y describirla tal cual era; pelo largo castaño oscuro, ojos café y almendrados – realmente era hermosa – sin aros ni gargantillas, vestimentas sencillas y zapatos gastados. Portaba un pequeño bolso; un nombre que podía no ser suyo, algo de dinero, un celular de los antiguos. Lo único extra que usaba era el anillo en cuyo interior se alcanzaba a leer “Byron”. Bueno, algo es algo para empezar. Hilando nombres, lugares, datos, y sí, también un poco la intuición, llegamos a una casa no tan cerca del centro ni tan cerca de la periferia, en la esquina de calle Álamos con Pasaje Colmena. Nos recibe una mujer llorando y un poco sorprendida nos comenta que tenía la intención de llamarnos pero no sentía las fuerzas como para intentarlo. Byron había muerto; se había quitado la vida. En pocas palabras la carta suicida explicaba los motivos de la repentina decisión del joven y se adjudicaba el asesinato de “Jessenia” a quien amaba tanto que no podía dejar que sufriera más por las brutales golpizas y los celos enfermizos, que consumían a Byron junto con las drogas y el alcohol. No había ni terminado de asimilar la escena cuando suena en la radio del vehículo Tango 37-52 un aviso de cooperación urgente a la Cipol, todas las unidades cercanas acudir al lugar. Me parece que todavía queda un largo día... y eso que son recién las once. LIZ