CARLOS FUENTES O LA GENEROSIDAD. Por Belisario Betancur

Anuncio
CARLOS FUENTES O LA GENEROSIDAD.
Por Belisario Betancur.
Entre el aeropuerto de Eldorado y el hotel, le conté ayer a Carlos
Fuentes cómo sería este acto de presentación de Los años con Laura: le dije
que R.H. Moreno Duran haría el análisis crítico y yo una semblanza del autor,
aunque confesaba que era una desmesura y una temeridad que un político,
así sea en uso de retiro, se atreva a meterse con un escritor. Carlos me
consoló piadosamente. Me dijo: Fíjate que también los escritores nos
metemos con los políticos. En efecto, la noche anterior estuvo en Ciudad de
México en la presentación por Alfaguara de una obra de Jorge Castañeda
sobre la política mexicana, con
periodistas, poetas, novelistas, críticos,
políticos en actividad. Y mientras avanzábamos, analizó las
nuevas
situaciones de su patria, de donde viene ahora, y las de otros países
latinoamericanos y en especial de Argentina, para donde va.
Es que Carlos vive no al día sino al instante. No sabemos cómo lo
hace, pero vive al instante. En un retrato suyo publicado en Barcelona por el
Círculo de Lectores en la colección Galaxia Gutemberg, escrito y compilado
por el peruano Julio Ortega, García Márquez explica que a pesar de los
numerosos trabajos de Carlos y de su intensa vida pública, lee todos los
textos que le mandan los jóvenes escritores, y tiene tiempo para alentar y
ayudar a sus autores desamparados, como si entendiera muy bien la noción
católica de la Comunión de los Santos, según la cual en cada uno de nuestros
actos por triviales e insignificantes que sean, cada uno de nosotros es
responsable por la humanidad entera. Carlos lo hace por una especie de
espíritu de cuerpo, agrega Gabo, que le determina el vivir pendiente de los
que vienen detrás de él, por quienes libra batallas sin cuento como si fueran
propias.
Pero, y a qué horas hace tantas cosas? Ayer iba a preguntárselo
cuando recordé una luz de respuesta o explicación, que a Carlos le gusta,
en La muerte de Artemio Cruz. En efecto, en la contratapa de la pulcra
edición de la Biblioteca Carlos Fuentes hecha por el Círculo de Lectores de
España, aparecen estas palabras del protagonista: Una vida no basta. Se
necesitan múltiples existencias para integrar una personalidad. A Carlos le ha
bastado una sola existencia para integrar su personalidad de hombre de
hogar, de hombre de la macropolítica y nunca de la micropolítica, de hombre
de estado, de novelista, de cuentista, de dramaturgo, también de ensayista,
de hombre de universidad, de hombre público, de hombre de amistad. Se
contradice con Artemio Cruz? Sí. Entre otras razones porque Artemio Cruz
tiene varias vidas que por supuesto vive en varios tiempos y en varios
espacios. Pero Carlos ha dicho más de una vez que Diana es un poco su
autobiografía y Laura Díaz la de su familia. En ningún caso Artemio Cruz.
Sí, no ha necesitado varias existencias sino una sola vida pero vivida
con intensidad y con asombro; y siempre escrutando el horizonte para no
dejar escapar una sola vivencia: es polemista y de qué combativa manera;
es lector, y con qué vocalización y qué gracia; es expositor académico en
varias lenguas, y
qué precisión en el lenguaje y qué coherencia y
consistencia en el discurso, como lo escuché hace unos años
Universidad
en la
de Colorado, en Boulder, adonde concurriéramos con Juan
Goytisolo. Es, además, experto en metodologías para organizar debates
sobre temas literarios o sociológicos o políticos: caminando por el Campus en
Boulder, le oí explicar cómo la metodología organizativa de un acto
académico debe comenzar con la prudencia de un tono menor, para que la
discusión vaya in crecendo hasta alcanzar la altura máxima, en donde debe
concluir sin regresar nunca al punto
de partida. Alvaro Mutis se queda
perplejo ante semejante energía de invención para decir lo que tiene que
decir, buscando cada vez un nuevo camino. Y si quedan dudas sobre sus
respuestas, siempre originales, hay que oirle en las ruedas de prensa, como
esta mañana, la agilidad, la versatilidad, la velocidad.
Nacido en 1928 en Panamá y siguiendo el destino diplomático de su
padre, vivió en Quito, Montevideo, Río de Janeiro, Washington, Santiago de
Chile y Buenos Aires, para regresar a su país a encontrarse con la identidad
mexicana a los 16 años, ya con la certidumbre de que su patria solo se
descubre a través del puente de las dos orillas, América y Europa. Cursó
estudios universitarios en México, Washington y Ginebra. De ahí su capacidad
expositora en varias lenguas. Se ha paseado con éxito por todos los géneros
narrativos:
La muerte de Artemio Cruz, La región más transparente, Una
familia lejana, Terra nostra, Cambio de piel, La cabeza de la hidra, Zona
Sagrada, Cristóbal Nonato, Diana, Aura y Constancia,
Gringo Viejo y Laura
Díaz, en la novela; El Tuerto es Rey y Orquideas a la luz de la luna, en el
teatro; El Espejo enterrado, El tiempo mexicano y El Nuevo tiempo mexicano,
en el ensayo; Cuentos como Cantar de ciegos. Guiones cinematográficos,
ensayos sociológicos, por hablar solo de algunos títulos.
Estuvo casado en primeras nupcias (en 1969) con la actriz mexicana
Rita Macedo, con quien tuvo a Cecilia, su hija mayor; y en 1972 con Silvia
Lemus, de quien tiene tres hijos: Natasha, Cecilia y Carlos Fuentes Lemus.
Quien, nacido en 1974 en París, a los 5 años ganó el premio Shankar de
dibujo infantil en La India. Y a los 12 años
en Normandía (Francia) se
interesó en la fotografía, por una cámara Leica que le regaló su padre. Con él
publicó el año pasado, también en Alfaguara, el hermoso y delicioso Retratos
en el Tiempo, con fotografías hechas por Carlos Fuentes Lemus entre 1988 y
1992, y breves relatos de su padre sobre cerca de treinta personajes como
Norman Mailer, Gregory Peck, Juan Goytisolo,
Jacqueline Kennedy,
Muhamad Alí, Carlos Saura, García Márquez, Susan Sontag, Roman Polanski,
Robert Mitchum, Audrey Hepburn, Gunter Grass, Salman Rushdie, José Luis
Cuevas, John Kenneth Galbraith. No resisto la tentación de leerles una breve
semblanza, Audrey Hepburn.
Cuando a los veinte años la vi en Roman Haliday, decidí
allí mismo que aunque ella jamás se enterara, Audrey
Hepburn iba a ser siempre mi novia ideal. Cuarenta años
más tarde, mi hijo, sin reconocer mi secreta pasión,
decidió lo mismo: Audrey Hepburn sería la imagen
misma de la novia eterna. Hemos cotejado, mi hijo y yo,
notas sobre actrices que nos gustan, por sensuales, por
inteligentes, por graciosas, porque son o parecen de otra
época, o la resumen; porque su belleza es fatal, icónica,
irrepetible, distante, o porque es cercana, íntima, vivible
todos los días. Pero sólo Audrey Hepburn permanece
siempre en el plano ideal, enamorada sin tiempo,
perfección encarnada, deseo inalcanzable y puro. La
conocimos en el homenaje del Lincoln Center de Nueva
York a Gregory Peck, su galán de Roman Holiday. Carlos
le tomó esa foto de despedida. Con la gracia de un hada,
sin hacerse notar, sin hacer ruido, ella se está yendo... Mi
hijo, todas las noches, pone en su casetera el video de
Roman Holiday y se duerme mirando a Audrey Hepburn.
“Me gusta soñar con algo bello”, me dice. Su argumento
es irrefutable.
Hay una calidad no escrita de Carlos Fuentes: el conversador, el
hombre de tertulia, el dialéctico. Ah! Y el lector, que ahora oiremos. Y hay
otra calidad poco conocida: su generosidad, que ponderaba atrás García
Márquez. Ambos constituyeron hace algunos años la Cátedra Cortázar, con
asignaciones personalides que el gobierno mexicano creó para un grupo de
eméritos. Cátedra encomendada a la Universidad de Guadalajara, en jalisco,
por
la
que
han
pasado
personalidades
notables
del
pensamiento
contemporáneo y con la que se fiunancian años sabáticos a escritores
jóvenes.
A varias situaciones dramáticas ha sobrevivido Carlos Fuentes
con
coraje como sobrevivió en un invierno en Praga con García Márquez y Milan
Kundera, a la pilatuna que éste les hizo al salir de un recio baño de sauna,
cuando ante la ausencia de agua fría los hizo hundirse en el congelado río
Moldava. Kundera había escrito: Cuando era joven escritor en Praga odiaba
la palabra generación que me repelía por su regusto gregario. La primera
vez que tuve la sensación de estar unido a otros fue leyendo más tarde en
Francia Terra Nostra de Carlos Fuentes. Cómo es posible que alguien de otro
continente alejado de mí por su itinerario y su cultura, esté poseído por la
misma obsesión estética de hacer cohabitar distintos tiempos históricos en
una novela, obsesión que hasta entonces había considerado ingenuamente
como solo mía?
Es la universidad de Carlos Fuentes, habitante de un mundo plural por
el que navega aún sin brújula. Al hielo del Moldava sobrevivió Carlos. Espero
que los dioses le permitan sobrevivir a esta semblanza.
Descargar