Conferencia - Asociación escribe-lee

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GREGORIO
MARAÑON
Y
MIGUEL
DE
UNAMUNO:
HISTORIA DE UNA GRAN AMISTAD.
Como todos ustedes saben actualmente los medios audiovisuales
han ganado terreno a la letra impresa, pero yo voy a leer mi
conferencia, pues como afirmaba Marañón:
<<Si la palabra hablada tiene a su favor el interés teatral y la
gracia, tiene la escritura, por su parte, la certeza de que ha nacido
de la meditación, lo cual no siempre ocurre a la oratoria
hablada.>>. Ahora bien, decía un gran filósofo, Julián Marías,
que <<Hay que saber vivir en la tradición, pero a la altura del
tiempo>>,
y
por
ello
también
les
proyectaré
como
acompañamiento de mi discurso algunas diapositivas.
Las raíces vascas de Marañón
En el valle de Santa Cruz de Campezo, donde Navarra linda con
Alava, existe el pueblo de Marañón, que en el siglo XII fue una
plaza de armas de renombre. De esa pequeña villa es originario el
apellido, que tras probar su nobleza en la Orden de Santiago en
los siglos XVI, XVII y XVIII, se extendería por la Península
Ibérica y América. Asimismo, Marañón da nombre a una de las
dos grandes ramas del río Amazonas que nacen al norte del cerro
de Pasto, así como al Estado de la confederación brasileña en su
costa septentrional y también a los arcabuceros que acompañaron
a Lope de Aguirre en la expedición de Eldorado.
En una carta dirigida por Marañón a su hermano Xavier, fechada
en Madrid el 17 de enero de 1951, que iba acompañada de un
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folleto sobre El Retablo Mayor de la Iglesia de Marañón, le decía:
<<Te envío este ejemplar, donde se habla de la iglesia de nuestro
pueblo>>.
En 1921, con 33 años, Marañón adquirió en Toledo un cigarral
cuya construcción data de 1619, que perteneció a Don Jerónimo
de Miranda, canónigo de la Catedral, y que tras su muerte se
convirtió en convento que dio cobijo a la orden napolitana de los
Clérigos Menores de San Francisco Caracciolo. En su biblioteca
toledana conservaba Marañón un grabado de Antonio Marañón,
conocido guerrillero del siglo XIX apodado “El Trapense”, que
luchó contra los franceses en Navarra y Aragón, durante la Guerra
de la Independencia.
Probablemente fueron los Marañones navarros los que emigraron
a Santander, y a su vez los Pérez Marañón, ascendientes
inmediatos de Gregorio Marañón, procedían al parecer de
Liérganes. El padre de Marañón, Don Manuel Marañón y Gómez
Acebo, era de Santander y además de abogado en el Madrid de la
Restauración fue consejero del Banco de España, diputado por
Madrid y miembro de la Real Academia de Jurisprudencia.
El 19 de mayo de 1887, el mismo año en que vino al mundo
Alfonso XIII, el hijo póstumo del malogrado Alfonso XII, nació
en el madrileño barrio de Salamanca Gregorio Marañón. El
alumbramiento fue doble, pero a los 2 meses falleció su hermano
gemelo; después su madre daría a luz dos varones más,
falleciendo en 1890 tras sufrir complicaciones del último parto,
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cuando nuestro personaje tenía 3 años. Al poco tiempo el padre de
Don Gregorio cambió en el Registro Civil su primer apellido, que
como he dicho era Pérez Marañón, por el de Marañón.
Volviendo a sus orígenes, lo que Gregorio Marañón llamaba su
“vasquismo”, lo atribuía más que a sus remotos antepasados
navarros, a los oriundos de Euskadi que había conocido a lo largo
de su vida, y así lo plasmó por escrito:
<<Mi sangre norteña no es propiamente vasca. Las aguas étnicas
de aquella vertiente de Navarra corren hacia Castilla. Pero hay en
mi vida circunstancias de las que remodelan lo nativo, y a la
postre, influyen en la personalidad humana mucho más que la
herencia. Los hombres de mi generación hemos convivido largos
años con vascos eficaces, de esos que al pasar por la vida van
dejando en las cosas y en los hombres una huella difícil de borrar.
Don Juan Madinaveitia fue mi maestro más directo en la clínica.
Y en el aprendizaje de la vida, corriendo por los caminos de
España hubo dos que influyeron hondamente en mí, Don Miguel
de Unamuno y Don Ignacio Zuloaga. Unamuno era vizcaíno; los
otros dos, Madinaveitia y Zuloaga, guipuzcoanos. Pero además,
mi niñez, como la de otros tantos españoles, tiene el capítulo
feérico de los veraneos en San Sebastián. Yo los veo, en el
ensueño lejano, como un ajedrez de colores que eran los vestidos
estivales de las mujeres, y, al fondo, el gris profundo del mar>>.
Aclaro que feéricamente es sinónimo de mágicamente.
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De Madinaveitia, uno de los primeros médicos en España que
cuando un enfermo iba a consultarle le hacía desvestirse de forma
sistemática, en una época en la cual se reconocía a los pacientes
tomándoles el pulso y mirándoles la lengua, diría Marañón:
<<Representaba la tendencia anatomística alemana y la
valoración directa, seca, a veces excesivamente seca, del detalle
clínico. Manejaba con insuperable maestría el arte de la
exploración. Sus diagnósticos eran siempre el vértice lógico de
una pirámide construida a fuerza de síntomas. Y después, sobre el
cadáver, volvía a leer en sentido inverso, con tino admirable, el
libro de la enfermedad. Hasta que el médico no empezó a ser así,
humilde ante el cadáver, la clínica no adquirió el carácter de
seriedad científica que hoy tiene. Don Juan Madinaveitia, con
tenacidad que no se ha apagado aún después de haber sido
jubilado, que no ha cesado mientras materialmente ha podido ir al
Hospital, enseñaba todos los días del año lo que él sabía y lo que
enseñaban los enfermos. Todavía existía en el Hospital el
bochorno de las salas abuhardilladas, mal llamadas salas, porque
no eran más que pasillos con techos tan bajos, que los que eran
altos, como él, tenían que pasar la vida encorvados. En estas salas
recibían asistencia los enfermos, no solamente los comunes, sino
los infecciosos, que por monstruoso que parezca, en lugar de tener
las salas mejores, eran llevados a aquellas buhardillas, donde los
contagios se multiplican y donde cada vez que surgía una
epidemia
ocurrían
verdaderos
cataclismos.
Don
Juan
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Madinaveitia no transigía con esto, y como entonces las
Diputaciones provinciales no eran ni tan comprensivas ni tan
generosas como ahora, emprendió la transformación de las
buhardillas con sus medios particulares…>>. Este gran clínico
fue un propagador de las autopsias en nuestro país.
Un gran amigo vasco de Marañón fue el Neuropsiquiatra Nicolás
Achúcarro, que había nacido en Bilbao en junio de 1880 y moriría
con 37 años de leucemia. Considerado como uno de los discípulos
más destacados de Ramón y Cajal, era hijo de Aniceto Achúcarro
y Mocoroa y de Juana Lund de Ugarte, descendiente ésta última
de noruegos. Cursó sus estudios primarios y secundarios en su
ciudad natal y a los diez años estudió latín con Unamuno en el
Instituto Vizcaíno. Acabó el Bachillerato en 1895, con
sobresaliente, perfeccionando sus estudios en Alemania antes de
ingresar en la Universidad en Madrid. En 1899, descontento por
las deficiencias de la vida académica de la capital de España,
marchó a la ciudad alemana de Marburgo, en compañía de su
hermano, para seguir cursos de Patología, Química y Fisiología.
Pero hubo de regresar a España al año siguiente, obligado por la
tuberculosis que contrajo su hermano, entablando relaciones con
José Ortega y Gasset, Juan Ramón Jiménez y Gregorio Marañón.
Después marchó a París, Italia y Alemania, llegando a trabajar en
el laboratorio del Doctor Alzheimer, descubridor de la célebre
demencia que lleva su nombre. Tras ejercer como director del
Servicio de Anatomía Patológica del Manicomio de Washington,
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regresó a nuestro país, siendo nombrado médico del Hospital
Provincial de Madrid. En 1914 fue nombrado profesor adjunto de
Cajal en su cátedra de Histología de la Universidad de Madrid.
Tras recluirse en un Sanatorio de la sierra madrileña murió en
Neguri, el 31 de abril de 1918. Marañón entabló una gran amistad
con Achúcarro, al ser ambos grandes amantes de la música y de la
cultura. Cuando recibió la noticia de su muerte, muy apenado por
el desgraciado suceso, escribió un artículo que al día siguiente
publicó el diario El Liberal.
Ahora que hemos nombrado a Cajal diré que fue también uno de
los maestros más queridos por Marañón. Le dio clase de
Histología y Anatomía Patológica, en primero y segundo de
Carrera, allá por los años 1903 y 1904, respectivamente, y a él le
dedicaría el libro “Cajal, su tiempo y el nuestro”, así como su
discurso de recepción en la Real Academia de Ciencias Exactas,
Físicas y Naturales. En la biblioteca de su casa madrileña
conservaba una cabeza del sabio aragonés fundida en bronce, obra
de un íntimo amigo de Marañón, el escultor palentino Victorio
Macho, cuyo museo de Toledo es digno de ser visitado.
Y volviendo nuevamente al norte de España nos encontramos por
sus orígenes con otro señero maestro de Marañón en la antigua
Facultad de Medicina de San Carlos de la madrileña calle de
Atocha, que fue pionero a escala mundial de la cirugía vascular, al
practicar con enorme habilidad manual, de la que carecía Don
Gregorio y por eso se maravillaba viéndole operar, las uniones
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llamadas anastómosis entre arteria y vena para combatir la
gangrena. Me estoy refiriendo al profesor Alejandro San Martín,
natural de la villa navarra de Larrainzar, situada en el valle de
Ulzama, estudió Marañón la Patología Quirúrgica, llegando a ser
su ayudante de Anatomía. San Martín era un hombre de enorme
talento y gran cultura. En 1907 una imprenta madrileña publicaría
sus “Lecciones de Patología Quirúrgica”, tomadas en forma de
apuntes en su cátedra por el alumno Gregorio Marañón. El
eminente cirujano fue además ministro de Instrucción Pública y
Bellas Artes durante el reinado de Alfonso XIII, falleciendo
repentinamente el 10 de noviembre de 1908. Dejó escrito en un
testamento ológrafo el deseo de que sus restos mortales fueran
trasladados a la mesa de disección de la clase de Anatomía de la
madrileña Facultad de Medicina de San Carlos, para que su
cadáver sirviera de estudio a los alumnos. Una vez efectuada la
intervención en el Gran Anfiteatro de la Facultad, en presencia de
los profesores y alumnos, se dictaminó que la causa del óbito
había sido una enteritis debida a una insuficiencia cardíaca. El
propio Marañón colaboró en la autopsia del maestro y no
olvidaría nunca la emoción vivida.
Marañón y su relación con la generación del 98
Fue muy fecunda su actividad como autor de prólogos de libros, y
en el titulado “Nuevo viaje de España”, de Víctor de la Serna,
reconoce la labor de los literatos del 98, afirmando:
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<<La gran obra de aquellos pedagogos, que sacaron a los jóvenes
españoles de las casas de huéspedes mugrientas, para enseñarles a
amar el sol de la sierra y las viejas ciudades y la pulcritud de los
cuartos encalados…>>.
Gracias a la influencia de los autores noventayochistas, Marañón
fue espectador privilegiado del paisaje español, mostrando sobre
todo su fervor por Castilla y el País Vasco. En 1934 fue elegido
miembro de la Real Academia Española el médico y escritor
guipuzcoano Pío Baroja, gracias sobre todo a los apoyos de
Azorín y de Marañón. Hasta ese momento Marañón había
mantenido con Baroja una relación muy escasa, pero este último
le pidió a aquél que contestase su Discurso de Ingreso, un año
después. De dicha réplica, he extractado estos párrafos: <<Alguna
vez, al leer juicios de Baroja sobre Galdós, que no he creído
justos, he cerrado un libro suyo con malhumor, que se desvanecía,
por cierto, al instante; porque una de las características de la obra
barojiana es el fenómeno constante, sin duda no buscado ni acaso
apetecido por él, de que mientras perdura la emoción estética de
su lectura, sus asperezas, en cambio, se desvanecen en el ánimo
del lector, sorprendido y, en ocasiones, agraviado, sin huella de
rencor. Los que más queremos a Baroja hemos leído muchas
veces páginas atroces que ha escrito contra cosas de nuestra
máxima respetabilidad. Tal, en mi caso, contra Galdós. Pero es
evidente que los personajes de Galdós, también de los estratos
humildes de la vida, cuya alma, cuyo pergeño físico y cuyo
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ambiente describió con infinito escrúpulo y conocimiento, cuando
hablan no lo hace con una exactitud semejante, sino con notorio
artificio; el artificio, sin duda, del teatro, donde es inevitable el
convencionalismo…>>. También le gustaba contar a Marañón,
con ironía y afecto, que Don Pío decía: <<que le gustaba venir al
Cigarral porque alguna vez se comía bien>>.
Azorín, en varios comentarios a novelas de Baroja, cuando éste
no había logrado aún su consagración popular, se revolvió más de
una vez contra la supuesta rudeza literaria de Baroja, encomiando
la belleza expresiva de sus diálogos, y sobre todo, de sus paisajes
como aquellos de la Busca, de Mala Hierba y Aurora roja,
verdaderos descubrimientos de los suburbios de Madrid y su
campiña desolada…>>.
Fue un afán común de los miembros de la generación del 98 el
estudio detenido del paisaje, en especial el de Castilla, que era, en
palabras de Antonio Machado:
¡La de los altos llanos y yermos y roquedas,
De campos sin arados, regatos ni arboledas,
Decrépitas ciudades, caminos sin mesones,
Y atónitos palurdos, sin danzas ni canciones…!.
En contraposición a la visión del poeta andaluz, está la de Baroja:
<<Tengo dos pequeñas patrias regionales: Vasconia y Castilla.
Tengo además dos balcones para mirar al mundo: uno, de casa, en
el Atlántico; otro, de cerca de casa, en el Mediterráneo. Todas mis
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aspiraciones literarias proceden de Vasconia o de Castilla. Yo no
podría escribir una novela gallega o catalana. Entre vascos y
castellanos es donde me gustaría tener mis lectores…>>.
A su vez, en 1895 advertía Unamuno:
<<España está por descubrir y sólo la descubrirán españoles
europeizados. Se ignora el paisaje, el paisanaje y la vida toda de
nuestro pueblo>>. Tres años después Azorín, movido en palabras
de Laín Entralgo <<por el doloroso prestigio del año del desastre
colonial>>, definirá a su generación como la de 1898. Sin
embargo Baroja no creía que existiese, pues consideraba que:
<<En esa generación fantasma de 1898 yo no advierto la menor
unidad de ideas. Había entre ellos (se refiere a los escritores que
integran el grupo) liberales monárquicos, reaccionarios y
carlistas>>. Mi opinión es que todos estos eminentes intelectuales
comparten rasgos comunes y sienten con gran profundidad la
emoción de España, planteándose el objetivo de redescubrirla.
Marañón, que era un enamorado de Toledo, la ciudad imperial a
la que dedicaría dos de sus textos más bellos, los titulados “Elogio
y nostalgia de Toledo” y “El Greco y Toledo”, declaraba su
gratitud a todos ellos, por haberle aproximado a la contemplación
del paisaje castellano, afirmando:
<<El amor a la llanura castellana lo aprendí de los hombres
beneméritos que en el último tercio del pasado siglo enseñaron a
los españoles, y más tarde al mundo, que hay una belleza
maravillosa en los horizontes sin fin de la gran meseta, bajo el
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cielo de un azul de infinita transparencia y lucidez. Me doy cuenta
de lo que hay de abstracción, de preocupación espiritual, casi de
misticismo, en este culto a la Castilla desolada, al que debemos
tanta obras de arte y tantas horas de emoción>>. Acto seguido,
menciona una bella poesía de Unamuno:
<<¡Tú me levantas, tierra de Castilla,
en la rugosa palma de tu mano
al cielo que te enciende y te supera,
al cielo, tu amo!>>.
Al ser amante de los libros de viajes, de los que atesoraba un
nutrido número en su biblioteca, compartió Marañón con los
hombres del 98 la afición a viajar. En una entrevista publicada en
el Diario “Arriba” en 1954, que le hizo el célebre periodista César
González-Ruano, confesaba:
<<Me parece que viajo poco. Siempre pensé que para la
sabiduría, a la cual he aspirado continuamente, es imprescindible,
necesario, forzoso, viajar mucho. Los griegos que están aún vivos
entre nosotros adquirieron gran parte de su profundidad
viajando…>>.
Por su parte, el escritor Ramón Pérez de Ayala, amigo íntimo de
Marañón, con el cual constituyó junto con Ortega y Gasset, en
1931 la Agrupación al Servicio de la República, diría: <<El
Doctor Goyanes, Marañón y yo, durante varios años, hemos
recorrido en excursiones periódicas buena parte de España, a
través
de
los
más
recatados
o
esquivos
recovecos
y
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anfractuosidades de la Península>>. En ocasiones se sumaba a las
largas travesías Ignacio Zuloaga, habiendo recorrido juntos en
automóvil y a caballo Gredos y Las Hurdes. El pintor vasco, con
el que mantuvo Marañón una amistad muy estrecha, le retrató en
su casa de Zumaia a finales de 1919. Aparece en ese cuadro el
Doctor sentado frente a un paisaje castellano, volviendo su mirada
hacia el espectador, mientras sostiene en las manos un libro, y a la
izquierda hay un pequeño bodegón que hace alusión a su
condición de médico. No iba a ser la única ocasión en que el
afamado artista pintase a Marañón, ya que en 1920 inició una
obra que continuaría hasta 1936, sin llegar a acabarla, titulada
“Mis amigos”. Era un ambicioso proyecto para dar acogida a los
más destacados intelectuales de su época que aparecen en torno
de una mesa sobre la que descansa una pajarita de papel en
alusión a Unamuno, pues era uno de sus pasatiempos favoritos.
Allí aparecían además de Marañón, Ortega y Gasset, Valle-Inclán,
Baroja, Blasco Ibáñez, Azorín, Maeztu, un torero que podría ser
Belmonte, autorretratándose el artista al fondo en una escena que
acontece delante del Apocalipsis de El Greco. La ausencia de
Unamuno puede obedecer a que cuando el pintor inició los
esbozos de la obra aquél se había exiliado, al estar perseguido por
la Dictadura de Primo de Rivera. Marañón fue médico personal de
Zuloaga y le asistió en el momento de su muerte.
Marañón y Unamuno: los orígenes de una gran amistad
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Escribía Marañón en 1954: <<Yo adoro, como los españoles de
mi tiempo, los que aprendimos a leer en los libros de Unamuno,
de Machado, de Azorín, de Baroja, la llanura tensa y desnuda
como la palma de la mano…>>. Quizás se refería a los primeros
textos publicados por Unamuno, como “Paz en la guerra” (1897),
“En torno al casticismo” (1902) o “Vida de Don Quijote y
Sancho” (1905). Pero también es posible que el joven estudiante
de Medicina se hubiera iniciado en la lectura de la prosa
unamuniana con artículos aparecidos en diarios y revistas de la
época. Rememorando sus años universitarios escribía Marañón:
<<Si abríamos el periódico, recogíamos el pensamiento recién
alumbrado de Unamuno>>. Tampoco es descartable que fuese por
medio de Galdós o de Menéndez Pelayo, que se carteaban con el
escritor vasco, el medio por el que Marañón se hizo eco de su
nombre por primera vez. Precisamente Menéndez Pelayo había
presidido el tribunal de oposiciones que le otorgó a Unamuno la
plaza de catedrático de Griego en Salamanca, y conservaba varios
de sus primeros libros en su biblioteca de Santander. De cómo le
marcó la experiencia de sus largos veraneos en la Montaña,
escribió Marañón, refiriéndose a su padre:
<<En Santander tenía un grupo de amigos: Galdós, Menéndez
Pelayo y Pereda. Solían reunirse en casa de Don Benito. Allí
aprendí a ser liberal. Don José María de Pereda era carlista; mi
padre también. Don Marcelino fue al principio carlista, luego dejó
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de serlo. Era un hombre muy católico, muy respetuoso con todas
las creencias, que es a lo que yo llamo liberal…>>.
Por otra parte sabemos que Marañón acudía en ocasiones de joven
al Ateneo de Madrid, una Institución de la que llegaría a ser
presidente, pues lo consideraba <<hervidero de la inteligencia y
de la santa pasión del saber>>. Frecuentaba en concreto la
Biblioteca y no la llamada “Cacharrería”, que era como se
denominaba a uno de los salones del Ateneo por <<el estruendo
cacharreril que se oye desde lejos>>, donde había tertulias que en
ocasiones eran fruto de acaloradas discusiones. Recordaba
Marañón al final de su vida que: <<Yo no solía asistir a ella,
porque para recoger frases o ideas, graciosas o profundas, de
algunos grandes maestros que solían acudir a sus reuniones, como
Unamuno o Valle-Inclán, era preciso soportar las garrulerías de
los peces y pececillos que bullían en torno de los consagrados. Se
perdía allí mucho tiempo y yo salía siempre de las discusiones
con mal humor. Además cuando se decía algo que valiera la pena,
lo sabía todo Madrid a los pocos minutos >>.
Con independencia de la forma en que Marañón se aproximó a
Unamuno, este ejerció en él una gran influencia. La enorme
estima que Marañón le profesaba se plasmó en 1921, cuando
presa del dolor que le causaba el desastre de Annual, le escribió
mientras veraneaba en un pueblecito de Bretaña:
<<Mi querido Don Miguel: Perdone que le ponga estas líneas,
pero, a distancia, es usted lo más alto que se ve de la España
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lejana, como la punta del faro de las islas inglesas que se perciben
en el horizonte desde mi ventana. Me vine aquí para leer y
trabajar tranquilo, y lo que está ocurriendo ahí no me deja
vivir>>. Al igual que de niño le gustaba a Marañón la proximidad
de Galdós, necesitó en su madurez la cercanía de Unamuno, al
que consideraba un padre espiritual y quizás habría podido ocupar
el vacío que había en el espíritu de Marañón cuando le conoció en
persona en la Universidad Salamanca en 1921, donde acudió el
insigne médico a dar una conferencia titulada “Sobre la edad y la
emoción”, pues unos meses antes habían fallecido su padre y
Benito Pérez Galdós, con los que estaba muy unido.
Por su oposición a la Dictadura de Primo de Rivera y sus críticas
furibundas al rey, en artículos, conferencias y actos políticos, una
Real Orden del Ministerio de Instrucción Pública dispuso el cese
de Unamuno como Vicerrector de la Universidad de Salamanca y
Decano de la Facultad de Filosofía y Letras, desterrándosele a
Fuerteventura. Ocurrió el 21 de febrero de 1924 y Marañón
reaccionó con gran indignación frente a estas medidas,
presentando a su vez la dimisión la Junta del Ateneo presidida por
el escritor Armando Palacio Valdés; entonces se convocaron
elecciones que llevaron a la presidencia de la Institución a
Marañón. También fueron expedientados otros catedráticos por
mostrar su solidaridad con Unamuno, interviniendo Marañón en
la redacción de una carta abierta publicada en El Liberal,
solicitando que le fuera levantado su castigo al escritor vasco y
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escribió una carta a Unamuno afirmando <<Hace usted falta aquí,
Don Miguel: lo que más admiramos todos en usted es esa recia
pertinacia en decir lo que debe usted decir…>>. En 1925, el
desacuerdo de Marañón con la política sanitaria causó su cese
como director del Hospital del Rey de Madrid. En 1926 tuvo
lugar
una conspiración cívico-militar conocida como la
Sanjuanada, y aunque Marañón no participó en ella le fue
impuesta una multa de 100.000 pesetas y fue encarcelado un mes.
La influencia de Unamuno en la obra de Marañón
Marañón había leído en 1914 en el periódico El Imparcial, las
crónicas escritas por Unamuno con motivo de una excursión a la
comarca extremeña de Las Hurdes, en compañía de sus amigos
franceses Jacques Chevalier y Maurice Legendre, dando cuenta
del aspecto desolado y de pobreza que allí contempló. Años
después, en un homenaje a Legendre, del que Marañón llegaría a
ser amigo fraternal, reconocería su deuda con Unamuno.
En 1922 Don Juan Alcalá Galiano y Osma, diputado por Hoyos,
en la provincia de Cáceres, habló en el Congreso del abandono de
la región de Las Hurdes. El ministro de la Gobernación reaccionó
reuniendo en su despacho a los doctores Marañón y Goyanes para
encargarles un informe sanitario al respecto. Tras regresar del
viaje Marañón dijo a los periodistas: <<Aquellas gentes, en su
casi totalidad, son enfermos graves; como que la mortalidad
habitual de Las Hurdes supera al noventa por mil>>. Fue tal la
conmoción que causó el informe que el rey Alfonso XIII viajaría
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al poco tiempo a la región en compañía de Marañón, creándose a
su regreso el Real Patronato de las Hurdes para llevar a cabo la
reforma y recuperación de la comarca.
También puso Unamuno a Marañón sobre la pista de uno de sus
biografiados más célebres. En efecto, un día del verano de 1931,
le escribía el médico al filósofo estas líneas desde Francia:
<<Querido don Miguel: estoy escribiendo una cosa sobre Amiel,
al que leí de muchacho, por Vd. Ahora no recuerdo dónde publicó
Vd sobre este pobre hombre, que lo fue, y lo sabemos, a medida
que se publican los restos, hasta ahora escondidos de su Diario.
¿Se acuerda Vd?…>>. Unamuno había publicado en 1923 en el
periódico bonaerense La Nación un breve artículo titulado “Una
vida sin historia: Amiel”, pues fue uno de los primeros lectores de
los “Fragments d´un journal intime”, el Diario del ginebrino
Amiel, publicado al cabo de dos o tres años de la muerte de aquél.
Previamente en 1897 en su propio Diario, hacía el escritor vasco
la siguiente alusión: <<Renan ha cultivado ese religiosismo que
es lo que más aparta a los hombres de la religión. Por algo
repugnada este savant aimable al puro y noble Amiel, alma
religiosa a la que Dios había dado el premio de su anhelante busca
de la verdad>>. Pero Unamuno abandonó pronto esa costumbre,
pues consideraba que: <<Los diarios íntimos son los enemigos de
la verdadera intimidad. La matan. Es el mal de toda sensibilidad
reconcentrada. Para verse uno a sí mismo es mejor el espejo que
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no cerrar los ojos y mirar hacia dentro>>. En esa misma línea se
situaría Marañón tras publicar su Amiel, afirmando:
<<Yo no escribo mi Diario, porque sé que hay almas que se
asfixian en sus propias confesiones metódicas y una de ellas sería
la mía. En mi libro sobre Amiel dejé escrito lo que es la tragedia
de un Diario para los hombres que proponen anclar en la dársena
inmóvil de su alma recóndita. A los veinte años rompí mis
confesiones de adolescencia y de juventud y aquel día me hice a
la mar de la vida fecunda, que es, solamente, la vida que se
entrega cada día a los demás. Para mí, la manía del diario es
también una manifestación del tipo narcisista. Normalmente, un
diario íntimo se escribe en la niñez o en la adolescencia, en la
época del narcisismo fisiológico, cuando el joven, aún aislado del
Universo, cree que él es el centro de éste, y que, por lo tanto, cada
palpitación de su vida primaveral es un hecho trascendente. El
tiempo, al pasar, dispersa esta atmósfera de pueril autoprestigio,
rompe el círculo de espejos en que se desarrolla y refleja la niñez;
y la atención obsesiva hacia nuestro yo es aventada en torno,
hacia los fenómenos ambientales, que sustituyen con su interés
maravilloso y cambiante a la autoatención de las edades primeras.
La acción –típica de la madurez- es incompatible con la excesiva
preocupación de la propia persona. A medida que el mundo nos
interesa más, dejamos de fijarnos en nosotros mismos. Los
hombres que de adultos prosiguen su redacción, o la comienzan
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en esta edad, obedecen a una persistencia anormal del sentido
narcisista…>>.
El célebre médico recaló en la obra de Amiel, al margen de su
curiosidad por el personaje, con la idea de obtener la cura para su
propia timidez. Contraponía en su obra el origen de la timidez por
exceso de virilidad de Amiel, con el perfil literario de Don Juan,
declarando en su artículo titulado “Historia clínica y autopsia del
caballero Casanova”, que tras haber leído detalladamente los 12
tomos de su vida: <<su personalidad es infinitamente interesante
como contribución al conocimiento de un tipo psicológico –el del
seductor, el de Don Juan- y de una época de la Historia –el siglo
XVIII, del desenfreno galante-. Pero como héroe pertenece a una
categoría inferior. No vivió más que para sí. Exaltó, con
indudable talento literario, un mito sexual, fundado en su
concepto irritante la inferioridad de la mujer. Yo, sin quererlo, me
siento contagiado de la antipatía que inspiraba a los sencillos
aldeanos de Bohemia que presenciaron su triste declinar>>.
Reconoce Marañón la preocupación de los hombres del 98 por el
tema de Don Juan. El propio Antonio Machado diría en su
autobiografía poética <<Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín
he sido…>>. Unamuno consideraba que Don Juan era virgen de
espíritu, pues jamás entregaba el alma. Sostenía que en el
seductor, como en todos aquellos en quienes predomina la lujuria
sobre las demás tendencias, es que <<su inteligencia no da para
más>>. Para Unamuno Don Juan Tenorio es un ser “impasible”
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que busca la satisfacción de “la carne estúpida” y relega a un
segundo plano el placer sexual, solo permisible según él cuando
tiene por objeto la fecundidad, exclamando que son ¡Desgraciados
los pueblos en los que florece la lujuria!. En 1908 en el diario La
Nación, de Buenos Aires, publicó Unamuno un artículo titulado
“Sobre Don Juan Tenorio”, que dos años después pasaría a formar
parte del volumen titulado “Mi religión y otros ensayos breves”.
En él afirmaba que: <<Los hombres cuya preocupación es lo que
llaman gozar de la vida rara vez son espíritus independientes y
elevados. La obsesión sexual en un individuo delata, más que una
mayor vitalidad, una menor espiritualidad. Los hombres
mujeriegos son, de ordinario, de una mentalidad muy baja y libres
de inquietudes espirituales. Su inteligencia suele estar en el orden
de la inteligencia del carnero, animal fuertemente sexualizado,
pero de una estupidez notable. Tomad a Don Juan Tenorio, el
fanfarrón de Don Juan Tenorio, y decidme si habéis encontrado
en el mundo de la ficción un personaje más necio y que os suelte
tantas tonterías como él. No hay reunión de hombres inteligentes
y cultos en que se pueda soportar más de diez minutos a Don Juan
Tenorio. Hay que echarlo a puntapiés. Apesta con sus bravatas y
con sus aires de guapo…>>. Por su parte Marañón, al igual que
ahonda en la psicología de Amiel lo hace en la de Don Juan,
haciendo un análisis esclarecedor del célebre mito:
<<Apenas hemos dado los primeros pasos por el mundo, mil
sugestiones, historias y medias palabras nos han informado de que
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ser hombre es fundamentalmente hacer de la mujer carrera de
obstáculos de la propia resistencia física. Los médicos sabemos
bien hasta qué punto este mito ha amargado la juventud de
muchos hombres y le ha hecho arrastrar una vida truncada,
cuando no los ha arrojado desde luego en el laberinto de las
psicopatías>>. Se alineaba Marañón con Unamuno en el
desprecio a la figura de Don Juan. Pero la crítica más acendrada
del galeno en relación con este asunto surge cuando pronunció en
1922 una conferencia dedicada a Louis Pasteur titulada
“Comentarios a una vida ejemplar”, pues denunciaba la ausencia
en España de un ambiente científico adecuado, fruto del trabajo
riguroso, afirmando: <<Hay dos tipos de hombres: el que dedica
su dinamismo diario, exclusivamente o casi exclusivamente, a la
preocupación de la mujer (la función sexual primaria), relegando
a un término secundario esas actividades de la vida del
pensamiento o cualquiera de las otras formas de la lucha por la
vida; y el del hombre de acción- sabio, artista, industrial, etc, cuya
existencia es absorbida en su mayor parte por el combate fuera del
hogar, reduciéndose su actividad sexual primaria tal vez a un
amor monógamo y sin accidentes. El donjuanismo es el enemigo
natural del trabajo. El verdadero Don Juan es un ser inculto,
irreflexivo y libre de preocupaciones; todo lo contrario al hombre
de ciencia verdadero>>. La concordancia de su pensamiento con
el de Unamuno era opuesta a la opinión sobre Don Juan de otro
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gran amigo de Marañón, José Ortega y Gasset, que en un ensayo
sobre el Tenorio sostenía:
<<Es uno de los máximos dones que ha hecho al mundo nuestra
raza, pues nuestro mal afamado compatriota representa uno de los
pocos temas cardinales del arte universal que la Edad Moderna ha
logrado inventar y añadir al sagrado tesoro de la herencia
grecolatina>>. Marañón en realidad no atacaba el mito literario de
don Juan sino <<los mitos donjuanescos que sirven de norte a
tantos adolescentes en sus primeros pasos por el mundo del
sexo>> Quizás fueron las admoniciones de Unamuno, las que
ayudaron al orientaron en sus años mozos.
En 1954 ingresó en la Real Academia Española Don Pedro Laín
Entralgo, siendo el tema de su discurso “La memoria y la
esperanza (San Agustín, San Juan de la Cruz, Antonio Machado,
Miguel de Unamuno)”. En la contestación al mismo, que corrió a
cargo de Marañón, hacía este retrato del filósofo bilbaíno: <<Lo
mejor de Unamuno estaba en él, en su patente y arbitraria
juventud; en el gesto imprevisto que cada trance de la vida le
suscitaba; en su fiera independencia; en el tono seco pero recio de
su amistad. Acaso su gesto, el que animaba su existencia mortal y
el que ha quedado para siempre en las páginas de sus libros, era, a
veces, desmesurado. Pero debajo del gesto estaba su alma egregia,
empeñada en una pelea ejemplar contra los molinos de viento, que
eran sus propias dudas; de cuya lid salía siempre vencedor >>.
La correspondencia entre Marañón y Unamuno
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Los originales de las cartas que Marañón envió a Unamuno están
guardados en el Archivo de la Casa Museo Miguel de Unamuno
de la Universidad de Salamanca, pero las dirigidas por Unamuno
al médico se extraviaron durante la guerra civil, conservándose
sólo una. Así consta en el estudio introductorio del “Epistolario
inédito. Marañón, Ortega, Unamuno” de la edición crítica del
historiador Antonio López Vega, publicado por Espasa en 2008.
La referida misiva, escrita por Unamuno el sábado 28 de enero de
1933, nos permite adentrarnos en la intimidad del insigne
filósofo, por lo que leo un extracto:
<<En este momento, media tarde, acabo su Amiel, mi querido
Marañón y siento no ya el querer, casi el deber, de transmitirle
mis impresiones apuntadas a lápiz según lo leía.
Ante todo no sé si sabrá usted que me casé a mis veintisiete años
con mi mujer –mi costumbre- dos meses mayor que yo, que es la
única que he conocido –me ha bastado- lo que me ha permitido
dedicarme, además [de] a mi familia de hogar, a la de patria, a la
universal y a mi Dios desconocido. Mis relaciones de noviazgo las más epistolares- pues mi mujer se volvió de Bilbao a su
pueblo natal, Guernica, a los 12 años (suyos y míos) duraron…quince. Y acaso de aquella correspondencia, casi
infantil, tomó arranque mi estilo, siempre epistolar, esto es: de
hombre a hombre. A ella, a mi mujer, a su inquebrantable alegría
infantil -hoy a sus 68 y medio sigue tan niña- es a lo que más
debo. Me crié en hogar de viuda, pues mi padre -tío carnal de mi
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madre- se murió teniendo yo seis años. La que me mimaba,
distinguiéndome entre mis hermanos, fue mi abuela materna –
hermana de mi padre- viuda también y con quien vivimos hasta
mis dieciséis años, en que murió. ¡Y cómo recuerdo su muerte!.
Por ella conocí el espíritu de los Larraza –segundo apellido de ella
y de mi padre- especie de ánimo de un quaquerismo católicoliberal. Y hecho este esquema de presentación autobiográfica voy
a mis apuntes…>>.
Animo a los presentes a profundizar en el estudio de la vida y la
obra de Marañón. Como afirma el historiador Juan Pablo Fusi en
el libro “Marañón. Médico, humanista y liberal”, que fue catálogo
de la gran Exposición celebrada en Madrid y Toledo el pasado
año, por el cincuentenario de su muerte, ocurrida el 26 de marzo
de 1960: <<No fue sólo, que lo fue, un médico prestigiosísimo,
una personalidad generosa y extraordinaria, un gran intelectual y
un excelente historiador y escritor. Marañón fue ante todo un
acontecimiento, esto es, algo que le sucedió a la sociedad
española del siglo XX, que se cimentó en su talento profesional y
en su prodigiosa capacidad de trabajo. Publicó un total de 125
libros, unos 1800 artículos y cerca de 250 prólogos…>
Roberto Pelta. Doctor en Medicina. Especialista en Alergología.
Diplomado y Profesor de Terapéutica Homeopática. Miembro de
Número de la Asociación Española de Médicos Escritores y
Artistas.
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Esta conferencia fue pronunciada el 6 de mayo de 2011 en la
Biblioteca de Bidebarrieta de Bilbao, gracias a la gentileza de
mis amigos de la Asociación Escribe Lee, bajo la atenta mirada
de la estatua de Don Miguel de Unamuno.
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