una disputada traducción renacentista de ovidio: la

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UNA DISPUTADA TRADUCCIÓN RENACENTISTA DE OVIDIO:
LA EPÍSTOLA DE DIDO A ENEAS
En la página 215 de la que creo es la más moderna edición de las Varias poesías de don Hernando de
Acuña (1) encontramos la traducción de la Heroida VII de Ovidio, la carta de Dido a Eneas en tercetos
encadenados y que comienza: "Cual suele de Meandro en la ribera...". Dado el notable éxito obtenido por
esta obra en nuestra literatura (2) , no nos deberá extrañar que su transmisión haya creado importantes
problemas. En efecto, a poco que investiguemos nos daremos cuenta de que esta versión es la misma que
encontramos en la edición que W.I. Knapp hizo en 1877 de las poesías de Diego Hurtado de Mendoza (3);
pero si seguimos nuestras pesquisas, veremos que la misma también aparece en la que de Cetina hizo poco
después el señor Hazañas y de la Rúa (4). ¿Tiene una explicación razonable esta triple atribución?
Para responder a esta pregunta hay que replantearse, en primer lugar, el problema de la transmisión de la
poesía durante los siglos de oro. Como ha señalado recientemente Alberto Blecua, su principal vehículo de
difusión hay que buscarlo en los "cartapacios manuscritos", las colecciones de Poesías Varias o Florestas
poéticas (5). La edición tuvo una importancia mucho menor, limitada prácticamente a la publicación
póstuma, a cargo de parientes o amigos del "interesado", normalmente como homenaje público o reivindicación de autorías (casi siempre parcial, por buena o mala fe). Estas copias manuscritas suelen
componerse a partir de fragmentos de múltiples procedencias y autores, de diferentes manos, y reunidos
posteriormente; no suele haber unidad temática ni formal, aunque sí se tiende a agrupar las composiciones
por algún rasgo común (autor, grupo poético, similitud temática o, simplemente y lo que era más normal,
esquema métrico).
La heterogeneidad de estas recopilaciones provoca para el estudioso actual numerosos problemas,
fundamentalmente en cuanto a la atribución de las obras. Es corriente, por ejemplo, que la mayoría de las
composiciones que integran un cartapacio aparezcan sin indicación de autor. Esta anonimia puede ser debida
a múltiples factores: puramente físicos, al haberse perdido el folio en el que se atribuía una sucesión de
(1) Hernando de Acuña: Varias poesías. Ed. de Luis F. Díaz Lados. Madrid: Cátedra, 1982.
(2) Véase al respecto el panorama presentado por Francisca Moya del Baño en las páginas XLVI a LXI de su edición
(Ovidio: Heroidas. Madrid: CSIC., 1986)
(3) W.I Knapp: Obras poéticas de don Diego Hurtado de Mendoza. Colección de libros españoles raros o curiosos, volumen
XI. Madrid: 1987.
(4) J. Hazañas y de la Rúa: Obras de Gutierre de Cetina. Sevilla, 1895.
(5) Cf. Alberto Blecua: Manual de crítica textual. Madrid: Castalia, pp. 202 y ss.
1
obras, señalándose en el resto simplemente "del mismo"; motivados por la censura, composiciones eróticas,
escatológicas, satíricas, o con algún contenido político escabroso resultaba más recomendable mantenerlas
en el anonimato; o más sencillamente, la falta de interés en indagar la autoría de una poesía que se considera
casi un bien de uso público. Junto a estas obras anónimas nos encontramos con la posibilidad contraria: que
una misma, o muy similar, se nos aparezca en varios manuscritos como de autores diversos. Dejando ahora
de lado la posibilidad de que se trate de refundiciones (del mismo o diferente autor) o de plagios, vamos a
fijarnos en el caso que nos interesa: la misma obra con mínimas variantes transcrita como de distintos
autores. Las posibilidades aquí también son múltiples. En ocasiones, una de las atribuciones es descabellada
o conocida como falsa; en otras, hay tal distancia temporal o estilística entre los autores en disputa que
permite definirse claramente por uno de ellos; en otras, rasgos históricos o biográficos nos facilitan el
descarte de algunos. Pero el problema se complica cuando los contendientes son casi rigurosamente
contemporáneos, pertenecen a la misma "escuela poética", y ningún rasgo interno del poema ni extraliterario
nos permite optar claramente por uno o por otro. En este caso, como espero demostrar, nuestro apoyo básico
debe ser la valoración particular de cada atribución y de la suma de ellas en todos los manuscritos que nos
sea posible.
Como en casi todos los estudios sobre literatura española, lo primero que conviene saber es qué dijo
sobre el tema don Marcelino Menéndez Pelayo (porque, desde luego, es casi obvio que algo ha dicho). En
efecto, al menos en dos de sus obras hace referencia a él. En su Bibliografía hispano latina clásica da por
zanjada la cuestión, atribuyendo la obra de Acuña, y así en la Biblioteca de traductores españoles no duda en
considerar cierta esta atribución sin replantearse el tema (6). Pero la cuestión no estaba, ni muchos menos,
zanjada. En los primeros años cuarenta salía a la luz el que hasta ahora es el estudio más detallado sobre don
Diego Hurtado de Mendoza (llevado a cabo por los señores González Palencia y Mele); en él, y al estudiar la
obra del granadino, se recoge nuestra traducción del poema ovidiano; aun cuando se señala su atribución a
los otros dos autores, no hay discusión del problema (7). Más recientemente Begoña López Bueno ha llevado
a cabo el estudio de la obra de Gutierre de Cetina y, tras considerar la cuestión, se inclina por atribuir la
composición a "su" poeta (8).
Como puede verse, cada uno arrima el ascua a su sardina con unos u otros argumentos. En primer lugar,
la atribución a Acuña defendida por Menéndez Pelayo y su editor moderno (entre otros), se basa
fundamentalmente en un dato: la aparición de la obra en la primera edición de sus Varias poesías (Madrid,
1591). Es cierto que en general esta edición es bastante fiable, pero no puede olvidarse que se llevó a cabo
no por él directamente, sino por su viuda, y que se finalizó una década después de la muerte del poeta
pucelano. En este tiempo no sería de extrañar que doña Juana de Zúñiga hubiese errado en la atribución de
algunas composiciones ajenas, que figurasen anónimas entre los papeles de su marido. Como antes
decíamos, el respeto actual por los textos editados no debe cegarnos al valorar los de siglos pasados. Aparte
de este argumento, Menéndez Pelayo basaba su atribución en razones de estilo (siempre peligrosas), tras
descartar la atribución a Mendoza (pues, según él, no figura como tal en ningún manuscrito), se inclina por
rechazar también a Cetina. Sí es cierto que comparada esta Heroida con las restantes traducidas por Cetina
(éstas de atribución segura) "por cualquier lado que se la mire, supera con mucho a las otras dos", como
señalaba acertadamente. Pero el argumento se puede volver contra él, puesto que el saber que Cetina se
ejercitó en la traducción de las otras dos epístolas ovidianas, más parece apoyar su autoría de la tercera que
rechazarla; el que en ésta tuviese más fortuna que en las otras, no deja de ser un débil argumento en contra.
La atribución a Mendoza (rechazada tajantemente por el erudito montañés), no nos parece tan
descabellada. En primer lugar, es cierto que no figura como suya en los dos manuscritos citados por él, pero
sí en otros que veremos más adelante, y ya manejados por Knapp. Tiene en su contra el que no aparezca en
(6) La primera de las referencias corresponde a la Bibliografía hispano latina clásica. Santander: CSIC., 1951, en las pp. 194197 del tomo VII. La segunda a la Biblioteca de traductores españoles. Santander: CSIC., 1952, P. 31 del primer volumen.
Volveremos sobre ello más adelante.
(7) A. González Palencia y E. Mele: Vida y obras de don Diego Hurtado de Mendoza. Madrid: Instituto de Valencia de don
Juan, 1943, vol. III, p. 99
(8) B. López Bueno: Gutierre de Cetina, poeta del Renacimiento español. Sevilla: Publicaciones de la Diputación Provincial,
1978. Cf. pp. 260, 291, y 315. De la misma opinión parece ser doña María Rosa Lida en su Dido y su defensa en la
literatura española. (Buenos Aires: Instituto de Filología, 1942), donde da por segura la autoría de Cetina.
2
la primera edición de su obra (hecha por Fray Juan Díez Hidalgo. Madrid, 1610), y el que Mendoza
escribiese otro texto sobre el tema de Dido, sin duda de mucho menos valor poético. Sé que ambos
argumentos son rechazables por las mismas razones que acabo de alegar contra la atribución a Acuña. La
edición es parcial y llevada a cabo treinta años después de muerto don Diego; y en cuanto a la existencia de
otra composición sobre el mismo tema, independientemente de su calidad poética, ni puede confirmar ni
rechazar la argumentación sobre el autor de nuestra epístola.
Vemos, pues, que la situación no ha podido ser satisfactoriamente aclarada por ninguno de los
investigadores que se han ocupado del tema. Todos ellos, excepto Menéndez Pelayo tal vez, reconocen sus
dudas acerca del asunto, aun cuando se inclinan, con mayor o menor seguridad, por el autor que cada uno
estudia. Veamos cómo una revisión de los manuscritos que en la Biblioteca Nacional de Madrid contienen la
epístola puede (o no) ayudarnos a aclarar el problema.
Se encuentra recogida con diversas atribuciones en los cinco siguientes: ms. 5.566 (ant. Q-21). Se trata
de un voluminoso cartapacio que contiene bastantes impresos. La parte que nos interesa (el final) es un
cancionero de Diego Hurtado de Mendoza y a él se le adjudica. Parece haberse compuesto a principios del
siglo XVII.
Ms. 5.914 (ant. Q-289). Es una copia del siglo XVIII con el título de "Diego Hurtado de Mendoza.
Varias poesías dél que no están inclusas en el tomo impresso que corre suyo." Ms. 4.256 (ant. M-223). Se
trata de un volumen del siglo XVII que recoge en su parte inicial obras de Hurtado de Mendoza en verso y
prosa. Contiene a partir del folio 241 poesías de otros autores, comenzando precisamente, por nuestra
epístola, adjudicándola a Cetina. Por último, los dos en que figura sin atribución: Ms. 2.973 (ant. M-268), las
Flores de varia poesía recopiladas en México en 1577, de él hay copia fiel (Ms. 7.982, V-366) realizada por
Paz y Meliá ante el mal estado del original. Ms. 2.856 (sin signatura antigua). Es un volumen muy
interesante, con toda probabilidad escrito a finales del siglo XVI (pues contiene poemas fechados en 1595) y
ninguno de los conocidos (muchos de Góngora y Juan de Salinas) es posterior a esa fecha; obras, además de
los citados, de Cervantes, Lope, Mendoza y Cetina (bastantes) (9), entre otros.
Todos estos manuscritos eran conocidos de antiguo y han sido utilizados en alguna o en todas las
investigaciones sobre el tema. Sin embargo, hay ahora que añadir una nueva copia (aparecida en nuestra
labor de catalogación cuando ya este artículo estaba prácticamente redactado) que puede aportar nuevos
datos. Se trata del Ms. 2.621 (ant. M-322), un códice bastante temprano (sin duda del siglo XVI, aunque por
ahora nos resulte imposible precisar más) que recoge un cancionero de Juan Fernández de Heredia (creo que
no utilizado por su editor moderno: don Rafael Ferreres) y Diego Hurtado de Mendoza, con poesías de otros
varios autores añadidas por manos diferentes. Es un precioso códice adornado, e incluso miniado, que
contiene, por ejemplo, algunas páginas de pergamino.
Hasta el momento no han aparecido en nuestra primera biblioteca más copias de la epístola (tengo noticia
de por lo menos otras dos fuera de ella, una en el llamado Cancionero de Oxford y otra de la Academia de la
Historia), aunque como se ve, no es ni mucho menos descartable que nos surjan en la labor sistemática de
catalogación. Así pues, podemos ahora abordar el problema desde esta perspectiva.
Un primer punto de referencia en la valoración particular de cada manuscrito es su fecha de composición.
Lamentablemente, los tres más antiguos conservados son, precisamente, los que no atribuyen la epístola. Las
Flores (de 1577), el 2.856 (de c. 1598) y el nuevo 2.621. Sobre todo, el primero de ellos podría habernos
sido de inapreciable utilidad, pues se compuso en vida de Acuña (muerto en torno a 1580) y muy poco
después de la muerte de Mendoza (1575). Además, fue recopilado en México (donde había residido Cetina
sus últimos años) y, según parece, traído a la península inmediatamente después de su elaboración. Así pues,
se trataba por unas u otras razones de un texto próximo a los tres poetas. El 2.621, por su parte, remonta
como ya he dicho, también al siglo XVI, e igualmente, no atribuye la epístola. Sí es cierto que abundan en él
las composiciones de Mendoza, y que una nota al comienzo nos informa que contiene también obras de
Acuña; por el contrario, no se cita por ningún lado a Cetina. Pero revisemos estos datos. En primer lugar,
parece falsa la nota sobre Acuña, puesto que en una primera revisión no ha aparecido ninguna composición
(9) Cf. Rafael Lapesa: “Tres sonetos inéditos de Cetina y una atribución falsa”, Revista de Filología Española, XXIV, (1937),
pp. 380-383.
3
atribuida a él por el manuscrito, ni ninguna que se le reconozca como tal. Por lo que se refiere a Mendoza, sí
es cierto que desde el f. 274v (como también he dicho), el códice recoge un cancionero suyo, pero también lo
es que nuestra epístola figura en los f. 197-204 bastante antes, pues, de la primera obra atribuida al
granadino, y de mano diferente, rellenando, parece, unos folios en blanco. Dejando por tanto éstos, nos
quedan los del XVII y el del XVIII. Este último parece poco fiable por su misma fecha. Así tenemos como
únicas referencias válidas los dos restantes. Globalmente ninguno de ellos puede considerarse más fidedigno
que el otro. Ambos son de la misma época y ambos recogen composiciones de varios autores. Sin embargo,
sí hay una diferencia que me parece significativa. Mientras el ms. 5.566 contiene la epístola entre otros
poemas de Mendoza, sin hacer ninguna otra mención expresa de autoría (por lo que debe, desde luego,
considerarse como atribuida a él), el 4.256 está, precisamente, recopilando obras de don Diego y al llegar al
f. 241 introduce este epígrafe: "Obras de Diferentes Authores. Translación de la epístola de Dido a Eneas de
Gutierre de Cetina." Resulta extraño que un compilador que construye un cancionero de un poeta
(Mendoza), rechace una atribución a "su" autor, a menos que tenga buenas razones para ello. Lo más sencillo
ante la duda, y el modo habitual de operar en los manuscritos, es suprimir autorías o, más aún, dar la
composición como del poeta objeto de la recopilación. Así pues, la lectio difficilior en este caso sería Cetina.
Podemos, pues, desde la perspectiva de los manuscritos, rechazar (mientras no aparezcan nuevos datos) la
atribución a Acuña. Su sola presencia en la edición de 1591 no nos permite sostenerla con verosimilitud. Por
lo que se refiere a Mendoza y Cetina, ya hemos visto que parece más fiable el único manuscrito que la
atribuye a este último que los dos que la adjudican al primero. La acumulación en este caso, como en tantos
otros, debe ser valorada en segundo término tras la fiabilidad de las copias. Por lo que se refiere al testimonio
del ms. 2.621, si bien nos hace dudar la inclusión de la epístola en un volumen con tal abundancia de obras
de Mendoza, la no atribución de nuestro texto, unida a los argumentos que hemos expuesto arriba, no nos
permite rechazar de plano nuestras suposiciones (aunque sí, como digo, plantea una importante sombra de
duda sobre ellas). A estos datos podríamos añadir, por un lado, la ya citada ausencia de la epístola en la
primera edición de Mendoza. Por otro, razones de estilo: el dominio del metro italiano es mayor, sin duda, en
Cetina que en el granadino, siempre más cercano al verso castellano. También se puede alegar de nuevo las
dos traducciones que de las Heroidas I y II (respectivamente Penélope a Ulises, comienza: "Ulises, tu
Penélope te escribe...", y Filis a Demofonte: "Filis de Tracia a Demofon de Atena...") hizo el sevillano.
Todo ello nos inclina, con todas las reservas propias del caso, a aceptar a Gutierre de Cetina como autor de la
traducción de la Heroida VII de Ovidio en tercetos y que comienza "Cual ssuele de Meandro en la ribera..."
Vistas, pues, las dificultades que muchas veces presenta la fijación de atribuciones para los poemas de
los siglos áureos, se comprenderá mejor la importancia de una revisión sistemática de todos los fondos
manuscritos conservados en nuestras bibliotecas y la elaboración de catálogos que hagan accesibles estas
revisiones. Ésta es la tarea que hemos emprendido en nuestra Biblioteca Nacional, con el convencimiento de
que nuestro trabajo será sumamente útil para cuantos, de una u otra forma, se interesan por la época más
brillante de nuestra poesía.
Edito el texto del manuscrito 2.621 por tres razones: por no ser peor a los conocidos, sino por el
contrario, superior en algunos aspectos; por ser con mucha probabilidad el más antiguo de los conservados
(al menos en esta biblioteca), y por último, por haber sido hasta el momento ignorado por cuantos se han
ocupado del tema.
La edición es, siguiendo las normas de la revista, paleográfica y sin anotaciones textuales. Respeto
escrupulosamente el texto aun en sus errores. He reconstruido algunas pérdidas materiales de sentido obvio
(teniendo en cuenta siempre, sin embargo, otros manuscritos de la epístola, aunque sin indicarlo). Doy
cuenta de enmiendas y tachaduras entre corchetes.
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Ms. 2621 (M-322)
[Cancionero de Juan Fernández de Heredia y Diego Hurtado de Mendoza con varias poesías añadidas de
otros autores].
S.XVI. 357 f., 185 X 135 mm. F. 1 y 8 en vitela, iniciales miniadas en f. 1, 8v y 304, orlas en los f. 1 y
209, profusión de adornos. Encuadernación en vitela del siglo XVII.
Letra del siglo XVI. Abundan las composiciones añadidas de manos diferentes.
CARTA DE LA RREYNA DIDO A ENEAS
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Qual ssuele de Meandro en la ribera
el blanco çisne ya cercano a muerte
soltar la dolorosa boz postrera,
ansí te escrivo y no para mouerte,
que ser tú por mis lástimas mouido
ni el çielo lo consiente ni mi suerte.
Mas bien liviana pérdida avrá sido
perder tales palabras quien su fama,
ques tanto destimar, por ti a perdido.
A Dido dexarás, que tanto te ama,
las velas y la fe darás al viento,
sigiendo el crudo Hado que te llama;
del puerto al alto mar saldrás contento
y para Ytalia por incierta vía
en efeto pondrás tu crudo intento.
Pero ya que tu fe y la pasión mía [f. 197v]
no puedan resistir a tu dureza
ni mi justa razón a tu porfía,
mira los edifiçios y el alteza
de la nueva Carthago, que sofreçida
está, si quieres, para tu grandeza.
Huyes tu propia tierra conosçida,
vas a buscara la ajena que en buscarla [corregido: buscalla]
perder puedes gran tienpo y avn la vida,
mas ya quel çielo te consienta hallalla,
a jente peregrina y estranjera
y a señor nuevo, ¿quién querrá entregalla?
Otro amor y otra fe tan verdadera
ofresçerás de nuevo a alguna Dido
que esperes engañar qual la primera.
Dime dó llegarás de aquí partido
que tengas, o edifiques, otra alguna
nueva Cartago qual la avrás perdido; [f. 198]
pues muger que ansí te ame, la fortuna
no te dará, avnque dé quanto deseas,
que Dido es en amarte sola una,
ssigunda nunca esperes que la veas,
porque como dElisa desotra amado
jamás lo podrá ser el crudo Eneas.
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Esto de ti de suerte mes pagado,
que me merezes más que justamente
te huelge de te ver de mi apartado;
pero mi voluntad no lo consiente,
ni me consiente amor más de quexarme
de la fe que me diste falsamente.
A ti, Venus, ynvoco, que anpararme
deves del crudo hijo con tu amo
y me dexas morir sin escucharme.
Dexa mover el arco al nino hermano,
y pierda aquí la sangre su derecho,
contra aquel que, de crudo, es inhumano, [f. 198v]
¿Quándo se ha uisto que en humano pecho,
sino sólo en el tujo, aya cabido
quedar de injusta muerte satisfecho?
Mas yo, cruel, no dudo que nascido
en.las más duras rocas y engendrado
de piedras o de rrobles ayas sido,
o del mar proçeloso y alterado,
o de león o tigre en la aspereza
del alto montes cavcaso criado.
Mira, pues, en el mar la gran braveza
de las ávidas hondas y los vientos,
do no resistirás su fortaleza.
El tienpo, la sazón, los movimientos,
todos an claramente amenazado
a tus determinados pensamientos.
En el viento y las ondas e hallado
rrazón que entranbos muestren ayudarme,
¡y en ti que la conoces me a faltado! [f. 199]
Pues no quiero yo [tachado] en tan poco yo estimarme
que presumir no pueda que perezcas
por el cargo que llevas en dexarme.
Mas dime, ¿podrá ser que me aborezcas
en tanto extremo, que por alejarte
de mí en las ondas a morir te ofrezcas?
El mar se amansará por contentarte,
el tienpo mudará, pues es mudable,
¡ansí tan [tachado] pudieses tú tanbien mudarte!
Mas como sabes que es fortuna instable,
tanbién por ispiriençia sabes çierto
que tanpoco abonança no es durable.
Naves se vieron ya salir del puerto
y en el golfo, seguro a la salida,
hallaron luego el daño descubierto.
Allí se da la pena meresçida
a los que la fe dada no cunplieron,
allí Venus, tu madre, fue nasçida, [f. 199v]
y si es justa, dará a los que la dieron
en los casos de amor, no la cunpliendo,
ygual la pena al mal que merescieron.
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De perder lo perdido estoy temiendo,
pero tu crueldad puede ofenderte,
que yo, que la padezco, no te ofendo.
Que bivas pido, ya que e de perderte,
antes ydo que bivo [corregido en: muerto], y permanezca
la triste cavsa de mi triste muerte.
Fingue aora quel mar se te enbravezca,
con la alteración que ser llegada
la vida al poster punto te parezca,
verás luego ante ti representada
la prometida fe que se deviera
guardar y fue por ti tan mal guardada;
verás la ymajen biva y verdadera
de Dido, tu muger, qual la dexaste,
forçada con mil cavsas a que muera; [f. 200]
verás la triste Dido, que engañaste,
hazer tal sentimjento del engaño
qual tú, queres la cavsa, deseaste;
pues viendo de tus manos mal tamaño,
por ti conoçerás quán bien se enplea
en quien cavsa el angeño [tachada la n] el propio daño.
No quieras a lo menos que se vea
en ti la cruedad tan presurosa,
ya que por fuerza tu partida sea;
sosiega vn poco, y quando de tu esposa
no tengas conpasión, tenerla deves
del niño Escañio, ques más cara cosa.
Si contra el çielo y contra el mar te mueves
y en tierra hazes lo que aquí hiziste,
¿en qué vas confiado, en qué te atreves?
Aora no creo quanto me dixiste,
ni en tus honbros Anquisis fue escapado
del fuego por do quentas que saliste [f. 200v].
Quanto as dicho de Troya fue ynventado,
y no e sido yo sola la burlada
nj en mí primeramente as començado,
que en el troyano incendio la cuytada
madre del niño Julio quedó muerta,
del marido cruel desanparada;
esto de ti lo sé, y es cosa çierta,
y justa cosa, aviéndotelo oydo,
estar en mi peligro más despierta.
Los hados dan el pago meresçido,
que por tierra y por mar tienpo tan largo
en continuos trabajos te an traýdo,
hasta que aquel llegar triste y margo
con tus naves al puerto de Cartago
me dio de tus fatigas todo el cargo.
Que no esperando verme en lo que hago
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y [tachado] en mj rreyno te hize acojimiento,
y yo de lo que hize tengo el pago;
y avn desto, triste, yo no me arrepiento,
si la fama después no divulgara
otra cosa más grave y que más siento [f. 201].
Aquella hora cruel me costó cara,
no lo encarezco para que te mueva,
mas antes yo muriera que llegara,
quando la tenpestad súpita y nueva,
venida para el mal de que agora muero,
fue cavsa de juntarnos en la cueva.
Tristes bozes oý y era el agüero
que en vn sí me anunciava doloroso
la triste muerte que a tu cavsa espero.
Desta puedes holgar y aver rreposo,
que, si con ella cunples tu deseo,
no bivirás gran tienpo deseoso,
que sienpre, o las más vezes, que me veo
en el tenplo do tengo venerada
la sacra sepoltura de Sicheo,
oý una triste voz y desmayada,
y en vn sonjdo bajo y temeroso
me siento de la tunba ser llamada.
Presto le sigiré, ques justa cosa,
y si justo será segille presto,
agora será justa y provechosa [f. 201 v]
No te niego, Sicheo, que manjfiesto
herror contra ti naya cometido,
mas mi sana yltinçión lo haze onesto.
No sólo el crudo Eneas me a movido,
mas Venus diosa, el njno y el agüelo
(en decrépita edad envejezido);
tuve por çierto que les dava el çielo,
de su fortuna en la vía la bonança,
y ansí pude acojellos sin rreçelo,
ansí me aseguré de la mudança
del cruel, que le haze y no se cura
de faltar a su fe y a mj esperança.
Tu venjda juzgué por gran ventura,
en ella confié que consistía
el bivir en mj reyno ya segura.
A Yarbas, mi hermano, a qujen tenja
no pequeño temor, qualqujer dellos
con sola tu presençica les ponja;
de nuevo bolveré ora a temellos,
y encerrada en Cartago a contentarme
con sólo defenderme y no ofendellos; [f. 202]
mas el que pensare de acabarme,
tú se lo cunplirás sin quél lo pida,
que bien claro lo cunples con dexarme.
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Si los dioses ordenan tu partida,
¡quánto mejor a entranbos estuviera
que ovieran estorvado tu venjda!,
que tu trabajo entonzes menos fuera
y la ynfilice y miserable morirá [tachado] Dido,
que por ti morirá, y [tachado] sin ti viviera.
No pienses que es el Simyes conocido
el que vas a buscar, sino el ynçierto
Tibre, tan apartado y ascondido,
al qual, primero que ayas descubierto,
la débil senetud podrá ocuparte,
según se asconde a tu fortuna el puerto.
Que si las armas y el furor de Marte
te encienden y levantan con su gloria,
¿a qué vas a buscalla en otra parte?,
que aquj podrá con inmortal memoria
de famosas hazañas rrenovarse
en padre y hijo la troyana ystoria. [f. 202v]
Enemigos tendrás onde mostrarse
podrá sienpre tu esfuerzo valeroso
y a Escañjo, cuando crezca, señalarse.
Mas tú, cruel troyano, el ser famoso
sólo le pones en mj triste muerte
y en ella es tu descanso y tu rreposo.
Comiença ya de oy más a conoçerte,
y el nombre de piadoso que te llamas
en inhumano y crudo le convierte.
Pues non fuj yo en el hecho nj en las tramas
del malvado Sinon, por cuyo engaño
se abrasó la gran Troya en bivas llamas,
ny la jente que hizo vn mal tamaño
a sido aquj en mj reyno rrecojida
como lo fuiste tú para mj daño,
nj entre tus enemigos fuj naçida,
nj me pesó de ver salva tu armada,
nj me alegré de Troya destruyda.
De serte ynjustamente afiçionada,
desto me culpo y tú podrás culparme,
que en lo demás no puedo ser culpada. [f. 203]
Mira qué cavsas con desanpararme,
que vida y fama y reyno se destruya
y no podrás, avsente, remediarme.
Jamás de tu querer temas que huya,
que si de tu muger no me das nonbre,
tomaré el que me dieres por ser tuya.
Pues mjra cuánto más que a mortal honbre
a vn hijo de vna diosa desconviene
dexar de crueldad fama y rrenonbre.
Ya ves que agora el tienpo te detiene
y en breve espacio que ayas esperado
la bonanza vendrá qual te conviene.
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Deves considerar que avn no an tomado
los que vinjeron en tu conpanja
restavro del trabajo que an pasado;
acuérdate tu armada quál venja,
que avn bien nunca a podido repararse
con tu cuydado y con la ayuda mja.
Esto al menos de ti pueda alcançarse,
quando más concedérmelo quisieras,
que aguardes a que el mar muestre amansarse; [f. 203v]
que este poco término que esperes
mucha parte serás para esforçarme
a no morir al tienpo que partieres;
començaré desde agora acostunbrarme
al estremo dolor de tu partida,
quizá podrá el avsençia acostunbrarme. [corregido en: aprovecharme]
Si esto me niegas da por bien conplida
tu cruda voluntad, yngrata y fiera
con el fin desastrado de mj vida.
¡Oh, si pudieses ver de la manera
que te escrivo esta carta, tan en vano,
qual salida del alma verdadera!
La pluma tiene mj derecha mano
y la sinjestra para el triste officio
tienes [tachada la s] la espada del cruel troyano,
que en pena del ageno maleficio
hará, para cunplir lo que a propuesto,
desta vida ynoçente sacrificio
mjs lágrimas la vañan y tras esto,
pues lo permjte ansí mi desventura,
la bañaré en mj sangre presto, presto.
En el gran mármol de mj sepoltura
no seré Elisa de Sicheo nonbrada,
mas avrá solamente esta escriptura:
"La cavsa desta muerte dio y la espada
el crudo capitán de los troyanos:
la triste Dido, de bivir cansada,
buscó descanso con sus propias manos."
[Tras la epístola, en el mismo f. 204v, figura esta nota autógrafa, firmada y rubricada por don Antonio
de Fonseca:] qual quiera que llamarme a Eneas pío miente, y esto yo lo sustentaré.
Vale
JUAN BAUTISTA CRESPO ARCE
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