Yoga y meditación cristiana: ¿riesgo u oportunidad?

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espiritualidad MSJ
Yoga y meditación cristiana:
¿riesgo u oportunidad?
Juan Pablo Cárcamo Velasco, S.J.
Director del Centro de Espiritualidad Ignaciana
A los cristianos, la intelectualización heredada nos ha dificultado vivir la “experiencia” de la
fe, por lo que no es de extrañar
que hoy muchos busquen remansos de paz en las enseñanzas del antiguo Oriente.
ENERO-FEBRERO 2013
C
on gran preocupación me he encontrado con muchos sacerdotes y religiosas
muy confundidos ante la duda de si el ejercicio del yoga es compatible con el
cristianismo. Una solución fácil para ellos suele ser alejarse o, derechamente, condenar esta práctica, considerándola reñida con la meditación cristiana y en
conflicto con la fe y los mandamientos de la Iglesia católica. Tal opción, sin embargo,
implica olvidar que existe una estrecha relación entre nuestra capacidad de meditar
y nuestro cuerpo.
Afortunadamente, hoy se está volviendo a comprender que este y el alma conforman una unidad, y que no podemos desmembrar al hombre de este “compósito” sin
traicionar nuestra fe más profunda en la creación y la encarnación. Es esta unidad la
que entra en oración, en contacto con su Creador y Señor.
Un inmenso peligro en el cristianismo a lo largo de los siglos ha sido vivir un dualismo infecundo, dejando de lado al cuerpo o —derechamente— considerándolo un
impedimento. Si a esto se suma una exacerbada intelectualización, tenemos como
consecuencia que nuestra oración será eminentemente racional, explicativa y analítica, en detrimento de lo vivencial, afectivo y sensitivo. Esto se hace más patente en
los varones, pues las mujeres tienen conectado más naturalmente su cuerpo a las
emociones y parecieran, por lo tanto, estar dotadas de forma más armónica para la
espiritualidad. Sin embargo, no es así. Todos tenemos la capacidad de integrarnos
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ESPIRITUALIDAD
Prohibir, alejar y asustar, como si
todo el mundo fuera incapaz de
discernimiento, no es un modo cristiano. Se nos llama a dialogar, colaborar y enriquecernos mutuamente.
plenamente en el contacto con nuestro
Señor, dada nuestra condición de creaturas que somos “imagen y semejanza” de
nuestro Creador. Nada de lo que somos
puede quedar fuera del encuentro que se
vivencia en la oración cristiana. Esto involucra cuerpo, mente, alma, espíritu, corazón, afectos, emociones, sentidos, etc.
Búsquedas frenéticas
Muchos hombres y mujeres de hoy
—católicos o no tanto— han encontrado
una fascinante alternativa de integración
cuerpo-mente en algunas filosofías y religiones del Lejano Oriente. La fuerza de
estas y del movimiento que se ha dado en
torno a ellas, no ha dejado indiferentes
a muchas personas que ven que nuestra
propuesta católica de vivencia de la fe
queda en los rezos y en textos, palabras
y análisis. Como dicen algunos: hay demasiada “cabeza” y poco “corazón”. Tenemos que reconocer que esto es verdad.
La intelectualización heredada, recibida, asumida y defendida no nos ha ayudado a la “experiencia” de la fe. En consecuencia, no es de extrañar que hoy muchos se sientan turbados, angustiados y
agobiados, y busquen remansos de paz
e integración interior en las enseñanzas
del antiguo Oriente. El hecho es que ven
la propuesta católica muy distante de sus
búsquedas: paz, tranquilidad, silencio,
misericordia, compasión.
Las filosofías orientales son ciertamente maravillosas, pero no están exentas de riesgos y confusiones, sobre todo
para personas con insuficiente formación
catequética y espiritual, o para quienes
solo han oído prédicas y leído libros.
Peligros concretos
El Magisterio de la Iglesia ha estado atento a este fenómeno creciente de
búsqueda que muchos católicos de recta
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intención realizan en filosofías no tradicionales.
Existe un documento del año 2003
que resulta muy interesante —aunque
es solo provisional— emanado del Consejo Pontificio de la Cultura y del Consejo
Pontificio para el Diálogo Interreligioso.
Se llama “Jesucristo, portador del agua
viva” y busca ser una reflexión cristiana
sobre la “Nueva Era” o New Age, fenómeno complejo que influye en numerosos
aspectos de la cultura contemporánea.
Ese texto —en su carácter provisorio— nos da pistas de posibles peligros
y de los simplistas sincretismos en que se
puede incurrir al unir, sin más, aspectos
de nuestra rica espiritualidad cristiana
con tradiciones o propuestas de vida de
Oriente, no cristianas en sus raíces. Es
peligroso, ciertamente, incorporar estas
filosofías sin realizar un correcto discernimiento o careciendo de una adecuada
formación teológica de nuestra fe. Hay,
por ejemplo, situaciones tan ambiguas
como hablar de “yoga cristiano”.
Creemos que es una falta de delicadeza hacia el yoga, como entidad propia, y
hacia el cristianismo, por lo mismo, mezclar sin más ambas tradiciones. Debemos
respetar lo que los hace tan distintos y ver
por dónde podemos los cristianos recibir
y aprovechar las riquezas milenarias de
las tradiciones del antiguo Oriente.
Es importante enfatizar que la oración
cristiana es una relación con Dios que te
pone en contacto y en movimiento hacia
otros. Se recibe la Gracia para actuar en
el mundo —como María, que la recibe y
se pone en movimiento—, a diferencia
de meditaciones del Oriente que quizás
buscan solo el bienestar físico-espiritual. Pero, por ello mismo, ese bienestar
físico-espiritual puede ser de una gran
ayuda para el orante cristiano como
modo de “entrada y disposición” para el
encuentro con su Señor.
PASOS EN FALSO
Hemos recibido críticas de personas que sienten que es un grave peligro
que enseñemos sobre las tradiciones de
Oriente antiguo a los cristianos y, peor
aún, ayudemos a practicarlas para una
verdadera meditación cristiana.
Nos preocupa, en primer lugar, que la
filosofía milenaria del yoga se asocie sin
más al New Age. No debemos olvidar que
este último es una mezcla de todo, hasta
de ocultismo; sin embargo, el yoga serio
tiene otros principios. Nos inquieta a su
vez, insistimos, que se asuste a la gente diciendo que “el yoga, zen, reiki” son
pecado, están poseídos por el demonio,
como hace no poco tiempo escuchamos
a un sacerdote del Vaticano. El actual es
un tiempo de enriquecernos, aprender y
conocer, no de confundir.
Una respuesta clara
Hombres como Juan XXIII o momentos
históricos como el Concilio Vaticano II,
y otras figuras aún más cercanas, como
Juan Pablo II y Benedicto XVI, consideraron y consideran a todos los hombres
y mujeres como hermanos y hermanas,
comprometidos con búsquedas distintas
de un mismo Dios amor.
Juan Pablo II tuvo ese profético encuentro en Asís en el que rezó por la paz
con todas las religiones monoteístas del
mundo, haciendo eco a lo que dice el Concilio Vaticano II en su decreto Ad gentes
divinitus: “Consideren con atención cómo
pueden ser asumidas en la vida religiosa
cristiana las tradiciones ascéticas y contemplativas, cuyas semillas esparció Dios
algunas veces antes de la predicación del
Evangelio en las antiguas culturas” (nº 18).
Entonces, ¿están en peligro y en falta los cristianos que buscan aprender de
esas antiguas culturas, sabiendo que son
distintas a nuestra fe, pero que son semillas de Dios? Parece que no.
Algunas personas podrán decir “qué
ingenuo, qué poco atento a los peligros
en que se ven tantos cristianos que practican yoga, zen, reiki, etc.”. Como hemos
dicho, el Magisterio nos llama al discernimiento desde una perspectiva abierta
e informada (lo que es responsabilidad
de la familia y la catequesis) que asuma
el Magisterio oficial de la Iglesia católica.
La declaración Nostra aetate, del Concilio
Vaticano II, declara: “Así, pues, exhorta a
sus hijos a que, con prudencia y caridad,
mediante el diálogo y la colaboración con
los seguidores de otras religiones, dando
testimonio de fe y vida cristiana, recoENERO-FEBRERO 2013
nozcan, guarden y promuevan aquellos
bienes espirituales y morales, así como
los valores socio-culturales que se encuentran en ellos” (nº 2). Aquí visualizamos un cambio de paradigma. No dice
“anatema”, como antes se hacía. Prohibir,
alejar y asustar, como si todo el mundo
fuera incapaz de discernimiento, no es un
modo cristiano. Se nos llama a dialogar,
colaborar y enriquecernos mutuamente.
Nuestro actual Papa, el 15 de octubre
de 1989, como cardenal y en su rol de prefecto de la Congregación de la Doctrina
de la Fe, envió una carta oficial, titulada
“Orationis Formas”, dirigida a todos los
obispos “sobre algunos aspectos de la
meditación cristiana”. El texto, en buena medida motivado por las confusiones
que se observaban en algunos católicos,
busca una orientación para formar cristianos adultos, capaces de discernir, por
lo cual actualiza el pensamiento del Concilio sobre la materia. Ante la interrogante
de si es posible integrar filosofías como
el yoga a la oración-meditación cristiana,
formula una serie de aclaraciones. Señala que puede haber confusiones —sobre
todo, en personas con escasa formación
cristiana y una pobre experiencia afectiva
de Dios— y que es fácil creer que “sensaciones físicas y espirituales” son la gracia
y la consolación de Dios. Nos señala que
esto significa que falta una vivencia espiritual cristiana bien discernida.
Pero el cardenal Joseph Ratzinger, además de aclarar, invita y abre la opción de
usar estos aportes del Lejano Oriente,
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Se recibe la Gracia para actuar
en el mundo –como María, que la
recibe y se pone en movimiento–,
a diferencia de meditaciones del
Oriente que quizás buscan solo el
bienestar físico espiritual.
tanto cristiano como no cristiano. Cito:
“Con la actual difusión de los métodos
orientales de meditación en el mundo
cristiano y en las comunidades eclesiales, nos encontramos ante un poderoso
intento, no exento de riesgos y errores, de
mezclar la meditación cristiana con la no
cristiana. Las propuestas en este sentido
son numerosas y más o menos radicales:
sin embargo, algunas utilizan métodos
orientales con el único fin de conseguir
la preparación psicofísica para una contemplación realmente cristiana” (nº 12). Y,
más propositivo aún, dice: “Esto no impide que auténticas prácticas de meditación
provenientes del Oriente cristiano y de las
grandes religiones no cristianas, que ejercen un atractivo sobre el hombre de hoy,
alienado y turbado, puedan constituir un
medio adecuado para ayudar a la persona que hace oración a estar interiormente
distendida delante de Dios, aunque le urjan las solicitaciones exteriores” (nº 28).
Corporalidad y oración
Todo lo que nos ayude a vivir lo que
dice Roger Schutz, fallecido prior de Tai-
zé, es bienvenido. Cito: “No sabría cómo
rezar sin incluir al cuerpo. A veces tengo la sensación de que rezo más con el
cuerpo que con la mente. Una oración
sobre el suelo desnudo: arrodillarse,
postrarse, observar el lugar donde se
celebra la eucaristía, aprovechar el silencio tranquilizador e incluso los ruidos
que llegan desde el pueblo. El cuerpo
está allí, totalmente presente, para escuchar atentamente, para comprender,
para amar. ¡Qué absurdo no querer contar con él!”.
Las últimas siete palabras de la cita
anterior parecen un grito a la dificultad
que viven muchos católicos para orar en
plenitud, para entrar en contacto con
Dios. Muchos viven una oración básicamente vocal (rezos, rosarios, oficio de lecturas, etc.), que está muy bien y son parte
de nuestra más rica tradición, pero si no
se tiene una oración mental profunda y,
sobre todo, una contemplación vital, la
experiencia y vivencia de Dios se empobrece gravemente.
Por ello todos los aportes, tanto del
Oriente cristiano como del no cristiano
que nos ayuden a integrarnos ante nuestro Creador y Señor para tener una verdadera oración, un verdadero encuentro
de personas que dialogan, han de ser
buscados, conocidos y aprovechados
como semillas divinas esparcidas por
Dios desde antes del Evangelio, como
citamos del Concilio Vaticano II... Practicar Yoga no es pecado, como dicen algunos por ahí. MSJ
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