Psicoanálisis: viajes del deseo Lic. Roxana Arasanz A mi amiga

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Psicoanálisis: viajes del deseo
Lic. Roxana Arasanz
A mi amiga Gaby Blachman, por los inolvidables viajes compartidos, y también los
analíticos.
“A veces es como si el viajero resurgiera del agujero negro de su personalidad y se
quedase sorprendido de la dirección en la que le llevan sus pasos, revelándole patrias
del corazón antes desconocidas para él.” Claudio Magris
¿Se cura más y mejor el paciente que es exhaustivamente interpretado? ¿Alcanza a
garantizar el éxito clínico la habilidad interpretativa?
Hay estilos de psicoanálisis que son como viajes; proponen senderos a recorrer. Hay
otros estilos, más cercanos a las psicoterapias, que son trayectos apremiados ya sea
por los imperantes y abreviados tiempos actuales o por la prepotente aspiración a
encontrar triunfales soluciones inmediatas, incluso recurriendo con abusiva frecuencia a
la industria farmacológica. Metafóricamente son distintos emprendimientos e implican
“equipajes” dispares; clínicamente suponen diferentes direcciones de la cura.
“El viaje, dice Yourcenar, es principio de conocimiento. En el hombre, al igual que en las
aves, parece haber una necesidad de emigración, una vital necesidad de sentirse en
otra parte.”¿Es posible pensar el inconsciente freudiano en estos términos? Freud y la
literatura nos enseñan que sí. Por cierto, quien funda el psicoanálisis es un célebre
viajero, Edipo, a cuya caravana se agregan tantos otros que inspiraron y contribuyeron
a ilustrar magistralmente las claves simbólicas de lo humano. Dante, Quijote, Ulises,
Eneas, nos dicen que sus viajes son paisajes, mares, geografías, ruinas, pero también
metamorfosis que se entrecruzan en la exploración del yo, los otros y el mundo
compartiendo una misma ética: la búsqueda del deseo inconsciente. Almas flexibles
que se aventuran a cruzar fronteras hacia un camino sin retorno, como enseña la
mitología, iniciando el recorrido del camino del héroe, cuyo regreso “al hogar”, supone
la previa transformación subjetiva. Sin extravío, sin patria, sin atravesamiento del
mundo y sus monstruos, sin lejanía y sin temores, no se descubre la propia verdad del
deseo inconsciente. “La casa natal, dice Magris, se encuentra al final del viaje.” (1) Se
atraviesa el mundo y se vuelve al hogar, pero nunca a la casa que se dejó, porque el
sentido y significado lo otorga la partida.
Personalmente, tengo una particular debilidad por Don Quijote. ¿Quién podría negar su
incuestionable valor como viajante para la literatura y el psicoanálisis? Su cruzada
consiste en dudar de la realidad percibida y encontrar sentido en los valores que la
trascienden. Alonso Quijano enloquece de nostalgia con la esperanza de recuperar
alguna vez los ideales perdidos. Casi sin querer, como suele suceder con los genios
vanguardistas, anticipa una cuestión de análisis: ¿Sucedió alguna vez esto en realidad
o lo idealizado fue pura imaginería? Tan difundida la analogía analista – paciente,
Quijote – Sancho; Sancho operando por momentos como principio de realidad, por
otros como sostén de la vital ilusión frente a la agobiante realidad; comparación que
invita a pensar que el viaje a ese más allá que es el inconsciente, es posible sólo si
existe un otro y un encuadre que abstengan del placer, más no de la erotización del
compromiso humano y el encuentro, en síntesis, de la transferencia.
Digo, cuando utilizo simbólicamente el concepto de viaje como análisis, cómo piensa y
escucha, en mí entender, un analista. En principio, un viaje supone recorrer un espacio,
un tiempo y un relato manifiesto a la vez que laberintos de épocas, paisajes y
emociones latentes. Bien lo ilustró Exupery cuando escribió: “Se olvida que la vida, aquí
como en cualquier parte, es un lujo y que no existe en ninguna parte tierra tan profunda
como bajo los pasos de los hombres”, (2).
Pensado así, el sentido de la experiencia analítica, reside en permitirse vivir su aventura
en el tiempo, en la historia, que no solo es la historia de lo que ha acontecido, sino de
las potencialidades latentes no concretadas. La historia de los deseos incumplidos que
también contribuye a la historia de quienes somos.
Quien se embarca a bordo del psicoanálisis, requiere tiempo y dinero, como todo
viajante. Además, conviene saber que un proceso no puede apurarse, pues su esencia
va en contra de la aceleración que lo consumiría en sí mismo. Un acontecer no se
exige, se desea. No se induce, se aguarda. Quien acepta estos trayectos, es paciente,
y se sabe extranjero y huésped. Es un sujeto audaz que admite ir más allá de lo
convencional y correr con el riesgo de explorar la geografía de lo inconsciente, el
territorio de las pulsiones y los dominios desérticos de la soledad humana. Como pocos
supo Joseph Conrad en “El corazón de las tinieblas” delinear la naturaleza de la
expedición al interior de lo humano en la narración del torturado Marlow: “Penetramos
más y más espesamente en el corazón de las tinieblas. Allí había verdadera calma. (…)
Éramos vagabundos en medio de una tierra prehistórica, una tierra que tenía el aspecto
de un planeta desconocido. Nos podíamos ver a nosotros mismos como los primeros
hombres tomando posesión de una herencia maldita, sobreviviendo a costa de una
angustia profunda, de un trabajo excesivo”. (3) Sentirse, internarse, sumergirse,
propone Conrad como experimento de reflexión; sin embargo homologar el
psicoanálisis al verdadero y profundo espíritu viajero con destino al inconsciente no
invalida instantes terapéuticos en que el yo quisiera andar el mundo sólo para soportar
y sobrellevar su agobiante existencia. “Recorrer el mundo también significa descansar
de la intensidad doméstica, apaciguarse en placenteras pausas de holganza…”, escribe
Magris (4), y presumo que se abre aquí un fecundo tema a pensar sobre el goce, lo
catártico, el discurso vacío en relación a la dirección de la cura.
Es así como yo entiendo la literatura y el psicoanálisis, como modos del viajar para
acceder al deseo inconsciente. Por eso creo que la interpretación es un elemento
complejo con el cual los analistas nunca nos ponemos de acuerdo. Las dificultades en
la clínica aparecen cuando se pretende llenar de contenidos concretos las inaprensibles
fantasías; cuando se opta por reducir a un puñado de significantes y analogías el
entramado de una compleja historia humana, amparados en discutibles puntos de
fijación. Se sabe, por ejemplo, que un lenguaje no se aprende conociendo la traducción
de sus palabras sino incorporando la cultura del discurso, es decir, la forma de pensar
de esa cultura. “La madre, dice Exupery, no había transmitido solo la vida: ella había
enseñado un lenguaje. Había confiado a sus hijos el caudal tan lentamente acumulado
del curso de los siglos, el patrimonio espiritual que ella misma había recibido en
depósito, ese pequeño lote de tradiciones y conceptos y de mitos que constituye toda la
diferencia que separa a Newton o Shakespeare del bruto de las cavernas”. (5) La
complejidad humana es mucho más sutil e inapresable que las ingenuas
interpretaciones a que dio lugar un errático estilo de psicoanálisis al borde del absurdo
caricaturesco y delirante. El debate solicita repensar las diferencias entre interpretar e
intervenir; entre acto analítico y acto, construcción y deconstrucción. Exagerando, en
términos del viajar, la interpretación sería análoga a partir abastecido de explicativos
mapas y cronometrada información turística, objetos imprescindibles si evitar el extravío
es el objetivo, comprendiéndolo como una viscisitud inesperada por fuera del esquema
programado. Pero si de intervención o propuesta se trata en cambio, se contemplará el
extravío como parte del proceso; ya que “El viaje, como escribe Kavafis en su poema
“Itaca”, halla su sentido solo en sí mismo, en el hecho de ser viaje.” Bien sabe de este
don el arte poético, que en su decir interviene y bordea; construye y deconstruye.
Desde esta perspectiva, si lo que interesa al psicoanálisis es crear la oportunidad de un
acto distinto que otro discurso no ofrecería, hay razones para pensar que significar es
relativo pues las representaciones son relativas, cuando el acento está puesto en algo
más profundo, es decir, en conocer a cerca del goce pulsional. Si un mapa o una
frontera se modifican e incluso las “fronteras” del cuerpo humano podrían cambiar,
mientras todo ello suceda, ¿somos capaces pensar en las fuerzas capaces de alterar
los territorios? Ignoramos la potencia que subyace a un sismo o un tsunami, ignoramos
la causa del apaciguamiento de una tempestad, así mismo el hombre dispone del
enigma de la pulsión, o es quizás la pulsión la que dispone del hombre haciendo de él
un enigma.
Alcanzado este punto, cabe otra pregunta. ¿Entonces a quién se habla en análisis? ¿Al
yo del paciente o al inconsciente del paciente? ¿De qué manera?
En “Iniciación al tratamiento” (1913), Freud se pregunta cuándo debemos empezar a
hacer comunicaciones al analizado. “¿Cuándo es oportuno revelarle el significado
secreto de sus ocurrencias…?”(6) ¿Quién no esperaría que Freud puntualizara un
momento óptimo para interpretar? Sin embargo, su consejo es cuidadoso al
recomendar que, el primer objetivo del tratamiento sea llegar al paciente a través de la
transferencia operativa. Previene además, que el paradojal riesgo de un analista
ejercitado podría ser su maestría, válida razón para ceder a la tentación de transmitir
anticipadamente los deseos inconscientes más perturbadores. “Según me he enterado,
hay analistas que se ufanan de tales diagnósticos instantáneos, pero yo advierto a
todos que no se deben seguir esos ejemplos” (7), aclara. Por demás cauteloso, Freud
desengaña a quienes esperan la remisión temprana de los síntomas a partir de
prematuras interpretaciones. Se interroga entonces, ¿cuál es la función del saber en
nuestra técnica? Más que apelar a la erudición capaz de hacer consciente lo
inconsciente, que sería impotente y reforzaría las resistencias, Freud sugiere “que la
transferencia (magnitud de afecto requerida) a menudo, basta por sí sola para eliminar
el padecer.”(8) Asombra la fe que Freud tiene, más en el poder de vínculo, que en el
poder de la interpretación. Así nos advierte que nadie emprende su viaje interior, su
bajada al Hades, su propia épica, sin un compañero ciertamente familiar. Es que, si
hablamos del viaje al inconsciente, el itinerario implica regresar a los lugares natales,
extraños y familiares a la vez. Más que un conocer, a un reconocer. “El viaje más
fascinador es un regreso, una odisea, y los lugares del recorrido acostumbrado (…)
atravesados durante años y años.”, escribe Magris (9)
Se ha avanzado mucho en los desarrollos y nuevos pensamientos post freudianos. No
por ello, dejemos de escuchar a Freud, que con sabia modestia, sospechó
tempranamente de los excesos interpretativos y confió más en el decir del paciente
como portador del inconsciente y sus fantasmas, que en decir del analista. Confió más
en la intimidad del encuentro humano inaplazable, que en la intrusión conclusiva y
delirante de lo interpretable. “A la doctrina freudiana- escribe Roudinesco- le ha costado
preservarse de esta pasión, ello se debe a que el mecanismo de la interpretación es
inherente a su sistema de pensamiento. Por ello Freud intentó siempre atemperar la
omnipotencia de la interpretación mediante otro procedimiento: la construcción”. (10)
El viaje analítico es el viaje del deseo inconsciente. Allí conviven la potencia de las
pulsiones, los destinos recónditos, la quietud de las resistencias y el triunfo de las
transferencias; la esperanza de una construcción posible. Vale la pena pensarlo como
magistralmente lo describió Exupéry en “Carta a un Rehén”: “Cualquiera que haya
conocido la vida en el Sahara, donde todo es aparentemente, mera soledad y
desamparo, llora aquellos años, a pesar de todo, como los más hermosos que ha
vivido”. (11)
Descriptores
Interpretación – viaje analítico – deseo inconsciente – literatura – dirección de la cura
Psicoanálisis: viajes del deseo
Lic. Roxana Arasanz
Resumen
¿Se cura más y mejor el paciente exhaustivamente interpretado? ¿Garantiza el éxito
clínico la habilidad interpretativa? Creo que la interpretación es un elemento complejo
con el cual los analistas nunca nos ponemos de acuerdo.
Digo, cuando utilizo simbólicamente el concepto de análisis como viaje, cómo piensa y
escucha, en mí entender, un analista. En principio, un viaje supone recorrer un espacio,
un tiempo y un relato manifiesto a la vez que laberintos de épocas, paisajes y
emociones latentes. Entiendo la literatura y el psicoanálisis, como modos del viajar para
acceder al deseo inconsciente. ¿Es posible pensar el inconsciente freudiano en estos
términos? ¿A quién se habla en análisis? ¿Al yo del paciente o al inconsciente del
paciente? ¿De qué manera?
En “Iniciación al tratamiento” (1913), Freud se pregunta cuándo debemos empezar a
hacer comunicaciones al analizado. “¿Cuándo es oportuno revelarle el significado
secreto de sus ocurrencias…?”
El debate solicita repensar las diferencias entre interpretar e intervenir; entre acto
analítico y acto, construcción y deconstrucción. ¿Alcanza la interpretación como técnica
operativa frente al sufrimiento humano?
Bibliografía
1. Claudio Magris, “El infinito viajar”, Ed. Anagrama, Barcelona, 2008, pág 13.
2. Antoine de Saint-Exupéry, “Tierra de Hombres”, Ed. Troquel, Argentina, 1959,
pág. 51.
3. Joseph Conrad, “El corazón de las tinieblas”, Ed. Delbolsillo, Buenos Aires, 2006,
pág.91.
4. Claudio Magris, Ob.Cit., pág. 21.
5. Antoine de Saint-Exupéry, Ob.Cit. pág.154.
6. Sigmund Freud, “Sobre la iniciación al tratamiento” (1913), Ed Amorrortu, Tomo
XII, Bs. As, 1987, pág.140.
7. Sigmund Freud, Ob. Cit, pág. 141.
8. Sigmund Freud, idem, pág. 142.
9. Claudio Magris, Idem, pag. 24
10. Elizabeth Roudinesco, “Diccionario de Psicoanálisis”, Ed. Paidos, Bs. As, 2008,
pág. 547.
11. Antoine de Saint-Exupéry, “Carta a un rehén”, Ed. Goncourt, Argentina, 1983.
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