XXIII domingo del Tiempo Ordinario • AÑO / C • Lc 14, 25-33 ● Primera lectura ● Sb 9, 13-18 ● “¿Quién comprende lo que ● Segunda lectura ● Flm 9b-10.12-17 ● “Recíbelo, no como Dios quiere?”. esclavo, sino como hermano querido”. ● Salmo responsorial ● Sal 89 ● “Señor, Tú has sido nuestro ● Evangelio ● Lc 14, 25-33 ● “El que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío”. refugio de generación en generación”. Lucas 14, 25-33 25 Le seguía mucha gente. Él se volvió y les dijo: 26 «Si uno viene a mí y no deja a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, hermanos y hermanas, y aun su propia vida, no puede ser discípulo mío. 27 El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo. 28 Porque, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero para calcular los gastos y ver si tendrá para terminarla? 29 No sea que, si pone los cimientos y no puede acabar la obra, todos los que se enteren comiencen a burlarse de él, 30 diciendo: Éste comenzó a construir y no ha podido terminar.31 O ¿qué rey, si va a ir a la guerra contra otro, no se sienta antes a considerar si puede enfrentarse con diez mil al que viene contra él con veinte mil? 32 Y si ve que no, cuando todavía está lejos, envía una embajada pidiendo la paz. 33 Así pues, el que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser mi discípulo. Para situar el Evangelio ● Siguiendo a Lucas, entre el Evangelio del pasado domingo y este de hoy, continúa con la imagen de los ágapes y las mesas, con la guapa parábola de los invitados al banquete: Lc 14,15-24. ¡Leámosla! ● Al final del noveno capítulo del Evangelio (9,51), Jesús inicia un viaje a Jerusalén. Aquí, Lucas, ya nos informa de las exigencias que se presentan a los discípulos más próximos. Ahora nos encontramos en pleno camino del discípulo; un camino en el que Jesús no tra- ta de dar normas de comportamiento (14,1-14), sino que nos presenta una actitud de humildad para agradar a Dios. En la parábola anterior (14,15-24) hay una invitación a entrar en el Reino (invitación que resuena en plazas, caminos “hasta que la casa se llene”). La convocatoria para seguir a Jesús es radical y no conoce límites personales. Pero ahora tres exigencias presentan la radicalidad de este seguimiento en dos campos importantes para Lucas: la familia y el dinero. ● La parábola es dicha por Jesús a propósito de la exclamación de uno de los invitados al banquete en el que Él también participa: “¡Feliz quien se siete a mesa en el Reino de Dios!” (Lc 14,15). Esta exclamación parece una aprobación entusiasta de la que Jesús acababa de decir: “en el Reino de Dios los primeros invitados son los pobres, inválidos, cojos y ciegos” (Lc 14,13). De todas maneras, Jesús responde a este comensal entusiasta, no fuera el caso que no lo hubiera entendido adecuadamente. Notas para fijarnos en el Evangelio El centro de este texto está en el último versículo: “quien no renuncie a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío” (33). Vemos que Jesús se dirige a quienes ya son discípulos suyos y quieren continuar siéndolo. Algunos habían emprendido el camino bien pronto (Lc 5,11.28). Y les dice que el auténtico discípulo debe compartir el desprendimiento que es característico de la manera de vivir del Maestro. Y, en cualquier caso, ningún criado no puede servir dos señores (Lc 16,13). Los “bienes” son, ciertamente, los bienes materiales –justamente Jesús acaba de decir que en el Reino quienes no tienen, bienes materiales, son los primeros (Lc 14,12-24)–. Más adelante Lucas concretará más esta cuestión, como lo podemos ver en el caso del hombre rico: “vende todo el que tienes y repártelo entre los pobres, y tendrás un tesoro al cielo”. “Después ven y sígueme” (Lc 18,22), o en el caso de Zaqueo (Lc 19,1-10). Y antes, al empezar el camino en Jerusalén, ya había anunciado las condiciones del seguimiento (Lc 9,23-27.57-62). Pero Jesús también habla de otros bienes, como la familia y la “propia vida” (26). ¿Qué quiere decir, Jesús, con estas condiciones para seguirlo? A menudo leemos las comparaciones desde la clave bueno–malo o positivo–negativo. Si utilizamos esta clave para buscar el significado de los vv. 26-27, nos equivocaremos. Amar “más” a Jesús que “al padre y la madre...” (26) no quiere decir, de ninguna forma, que amar a Jesús sea bueno y positivo, y amar a los miembros de la propia familia sea malo y negativo. Igualmente con respecto a la propia “vida” (26). El mismo Jesús ratifica el mandato de la Ley que propone el amor a Dios de todo corazón es inseparable del amor al prójimo. Y este segundo amor, dice la Ley, tiene la fuerza del amor “a si mismo” (Lc 10,27). La clave, pues, quizás sólo la encontraremos si cambiamos el punto de vista y nos lo miramos desde el otro lado. Es decir, aquello que vivimos en cuanto a los afectos: el amor a la familia, a la pareja, a los amigos..., todas las relaciones humanas, en cuanto que son buenas y nos hacen crecer humanamente, pueden ser todavía mejores si las vivimos amando a Jesús y siguiéndolo en todo. Igualmente con respecto a la propia “vida”: seguir Jesús nos puede llevar a tomar, como Él y con Él, “la cruz” (27). Pero, como Él, pasó por la vida por amor. Se trata de dar la vida por amor. Dar, generosamente, aquello que amamos mucho, aquello que tiene mucho valor, porque da otras vivan. Dicho de otra manera: Seguir a Jesús es un acto de libertad fruto de una decisión presa con libertad. Pero no hay nada, ningún ámbito de la vida –desde las relaciones con cualquier persona hasta los rincones más profundos de la propia intimidad–, que se escape a las consecuencias que tiene el seguimiento de Jesús. De que el seguimiento de Jesús hace cambiar todas las relaciones humanas, tenemos un testigo en la segunda lectura de hoy, Filemón 1,9-17: Onésimo ha pasado, por la fe, de ser esclavo a ser hermano. Esto es un hecho, más allá de la legislación que contemplaba la esclavitud como normal. El seguimiento de Jesús obro caminos al cambio de las estructuras. Las dos parábolas con qué Jesús ilustra estas enseñanzas (28-30 y 31-32) aconsejan de tomar decisiones que no acaben en ningún fracaso. Por esto insisten en la reflexión y el cálculo (28 y 31). ¿Qué es el que debemos calcular, en este caso? La carga que traemos. Seguir Jesús pide todas las fuerzas. No podemos pretender de seguirlo cargados. Él va ligero de equipaje y seguirlo sólo es posible si vamos descargados. Hace falta tener presente, pero, que esto puede ser difícil: Que es difícil, para los quien tienen riquezas, entrar al Reino de Dios! (Lc 18,24). Ahora bien, Dios puede hacerlo posible: Aquello que es imposible a los hombres, es posible a Dios (Lc 18,27). Le habremos de pedir que nos ayude. Jesús va de camino a Jerusalén…. Y tras el llamamiento universal, siguen ahora (“Él se volvió y les dijo”) las condiciones del seguimiento, de ser discípulo: Desprendimiento respecto a la familia e incluso de sí mismo. Jesús (en Lucas) emplea la palabra “odiar”, que no es ir contra el cuarto mandamiento (Lc 18,20). “Odiar”, en el modo oriental de hablar, significa “poner en segundo lugar” algo o alguien, porque ha aparecido otra cosa o persona de más valor. Pero, con todo, Lucas presenta una renuncia más radical que Mateo y Marcos: el “odiar” del v.26 expresa con más fuerza el “quiere más” de Mateo 10,37. A la lista de personas a las que hay que renunciar por Cristo (Mt 19,29) añade “la mujer”, conforme a su radicalismo ascético. La mentalidad semítica no entiende de las medias tintas en las relaciones personales: o se ama o se odia. En este caso, hay que subordinar los afectos más fundamentales: la familia y la propia vida. Posponerlos (“odiarlos”, en semita) implica reorganizar las prioridades, desarrollar una capacidad interna de radicalidad aunque se trate de lo cercano e intimo de la propia vida. Optar… En la vida necesariamente tenemos que optar: no podemos hacer todo ni tener todo; por ello hay que discernir los valores éticos que entran en juego…. Y ser cristiano exige un cierto modo de vivir y de ver las cosas (también como comunidad e iglesia)…. “estilo de vida”… “El Evangelio en medio de la vida” (Domingos y fiestas del ciclo-C) José María Romaguera Colección Emaús Centro de Pastoral Litúrgica Ruego para pedir el don de comprender el Evangelio y poder conocer y estimar a Jesucristo y, así, poder seguirlo mejor Apunto algunos hechos vividos esta semana que ha acabado. Leo el texto. Después contemplo y subrayo. Ahora apunto aquello que descubro de JESÚS y de los otros personajes, la BUENA NOTICIA que escucho...veo. Calculo mis fuerzas: ¿qué relaciones y qué otros ámbitos de mi vida no están, todavía, marcados por el seguimiento de Jesús? ¿Tengo algunos “bienes” que me hacen ir cargado y dificultan el seguimiento? Me pongo medios. Y vuelvo a mirar la vida, los HECHOS vividos, las PERSONAS de mi entorno... desde el Evangelio ¿veo? Entre las personas que conozco, ¿qué testigos tengo de desprendimiento, de renuncia a los “bienes” por seguimiento de Jesús? Doy gracias a Dios. Llamadas que me hace -nos hace- el Padre hoy a través de este Evangelio y compromiso. Plegaria. Diálogo con Jesús dando gracias, pidiendo... Jesucristo enseña a los seres humanos que hay algo en ellos que les sitúa por encima de esta vida de ajetreos, alegrías y temores. Quien llega a entender la enseñanza de Cristo se sentirá como un pájaro que no sabía que tenía alas y ahora, de pronto, se da cuenta de que puede volar, puede ser libre y ya no tiene nada que temer. León Tolstoi ***** El Señor es la Roca, el fundamento donde se asienta mi vida. Con Él a mi lado nada temo. Espero en el Señor, en Él he puesto mi confianza. Sé que su camino no es fácil, que no he de vivir una vida segura y tranquila. La cruz me espera, como a Él. Pero sus Palabras son bálsamo y me reconfortan: “No tengas miedo, pues mi yugo es suave. Nada pondré sobre tus hombros que no puedas llevar”. r” e s y r e c e n e t “Per VER D esde hace varios meses, como consiliario de ACG, estoy insistiendo mucho en la diferencia entre “pertenecer a ACG” y “ser ACG”. Y esta diferencia sirve para cualquier asociación o grupo, tanto eclesial como civil. Porque uno puede “pertenecer” a varios grupos, a los que se adscribe para compartir ideas, aficiones, intereses… y esa pertenencia (aunque sea a un grupo eclesial) suele suponer una faceta más de la propia vida, al lado de otras, una faceta a la que se le dedica un tiempo mayor o menor… Pero “ser” hace referencia a algo más profundo: a la esencia o naturaleza de la persona, a aquello que constituye lo permanente e invariable de la persona, lo más importante o característico. Por tanto, “ser” ACG o cualquier otro grupo o asociación eclesial, ya no supone una faceta más de la propia vida, al lado de las otras: supone todo un modo de existir, y todas las dimensiones de la vida están determinadas y guiadas por ese “ser”. JUZGAR P ero antes que “ser ACG”, o cualquier otro grupo o asociación eclesial, debemos “ser cristianos”, “ser discípulos” de Cristo, como Él mismo nos ha remarcado en el Evangelio. Porque no basta “pertenecer a” la Iglesia, por estar bautizado y participar en la Eucaristía y demás celebraciones: hace falta “ser discípulo”, hace falta que el seguimiento de Cristo forme parte de nuestra identidad, de la esencia de nuestra persona, que sea lo más invariable y característico de nosotros, que toda nuestra vida esté guiada por Él. Y para que entendamos la diferencia entre “pertenecer” y “ser”, el propio Jesús nos ha dado unas indicaciones muy claras: Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Jesús no nos pide que repudiemos a nuestros seres queridos, sino que vivamos nuestra relación con ellos, y con nosotros mismos, desde Él, sin idolatrar los lazos familiares, sin egoísmos, situándolos y situándonos en su justo lugar, para que el centro de nuestra vida y de nuestro amor sea Cristo. También nos dice: Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío. Seguir a Cristo no es un pasatiempo o una afición que cuando nos resulta incómoda podemos abandonar. “Ser” discípulos requiere estar dispuestos a asumir y llevar la cruz, cuando ésta se presente, como Cristo la llevó. Y por último nos ha dicho: el que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío. Si queremos “ser” discípulos, si queremos que el seguimiento de Cristo de verdad forme parte de nuestra esencia y naturaleza, si tenemos claro que “ser discípulos” supone un modo de existir, también debemos estar dispuestos a abandonar otros modos de existir consumistas y materialistas. Como en el caso de la familia, no se trata de menospreciar los bienes materiales, sino, desde Cristo, situarlos en su justo lugar, para utilizarlos como medios que nos ayudan a seguirle, y no como fines. Éstas son algunas de las condiciones para “ser” discípulos, y quizá humanamente no entendamos por qué han de ser así las cosas, pero cuando el Señor nos lo pide, es por nuestro bien, y debemos aceptar esas condiciones no como imposición, sino desde la conciencia de nuestra limitación, como decía la 1ª lectura: ¿Quién comprende lo que Dios quiere? Los pensamientos de los mortales son mezquinos y nuestros razonamientos son falibles. Y desde la conciencia de nuestra limitación nos fiamos de Dios. Pero no es una fe ciega, irracional. “Somos” discípulos porque tenemos fe en Cristo, como dice el Papa Francisco en Lumen fidei (15): La fe cristiana está centrada en Cristo, es confesar que Jesús es el Señor, y Dios lo ha resucitado de entre los muertos (…) La fe cristiana es fe en el Amor pleno, en su poder eficaz, en su capacidad de transformar el mundo e iluminar el tiempo (…) La fe reconoce el amor de Dios manifestado en Jesús como el fundamento sobre el que se asienta la realidad y su destino último. ACTUAR ¿A qué grupos “pertenezco”, cuál es mi grado de implicación? ¿Entiendo la diferencia entre “pertenecer” y “ser”? ¿Puedo decir que “soy” respecto a algún grupo eclesial? ¿Cómo evalúo mi “ser discípulo”, qué es lo que me cuesta más posponer? ¿Es la fe en Cristo el fundamento de mi vida? Cristo nos hace el regalo de poder “ser discípulos” suyos. Agradezcamos y acojamos ese regalo y sigámosle por la fe, aunque tengamos que posponer otras cosas, porque como dice el Papa (19): El que cree (…) es transformado en una creatura nueva, recibe un nuevo ser, un ser filial que se hace hijo en el Hijo (…) El creyente es transformado por el Amor, al que se abre por la fe, y al abrirse a este Amor que se le ofrece, su existencia se dilata más allá de sí mismo (…) El cristiano puede tener los ojos de Jesús, sus sentimientos, su condición filial, porque se le hace partícipe de su Amor, que es el Espíritu.