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Acta Andina
2001; 9 (1-2): 58-62
Ciencia, ambiente y masa crítica: Alberto Hurtado, Carlos
Monge, Marcel Roche y Pedro Weiss, hacedores, actores y
animadores de la ciencia
Guillermo Whittembury 1
1
Investigador Titular Emérito, Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas,
IVIC, Caracas, Venezuela. Correo electrónico: [email protected]
Charla dada por el Dr. Guillermo Whittembury en el Instituto de Investigaciones de la
Altura con motivo del centenario del nacimiento del Dr. Alberto Hurtado
En 1948 ocurrió un evento decisivo en mi vida y en mi carrera científica, cuando cursando
primer año de Medicina, escuché las clases del curso de Bioquímica que para mi suerte nos
dieron el Dr. Humberto Aste y sus colaboradores, a un altísimo nivel, en el Hospital
Arzobispo Loayza. Eso despertó mi admiración por "el Loayza" y por los académicos que
allí trabajaban. Admiración que se reforzó en 1950 con las extraordinarias clases que nos
dieron Don Alberto Hurtado, el Dr. Aste, y otros miembros de la Cátedra de Fisiopatología.
Nos mostraron sobriedad, calidad, sapiencia, erudición y especialización. Era evidente que
en la filosofía de ese grupo no había un sabio total. Era joven estudiante Javier Correa. Ya
me habían fascinado el año anterior, 1949, las clases de Patología de Don Pedro Weíss y
sus colaboradores, donde tampoco había un sabio total. Jóvenes estudiantes eran Javier
Arias Stella y Uriel García.
Luego en 1952 Alberto Cazorla me reclutó para trabajar en el Laboratorio de Carlos Monge
hijo, Choclo para todos, en el piso alto entre los pabellones 3 y 4 del Loayza. Choclo estaba
regresando de Cleveland. El trabajar con los dos, aprender tanto de ellos, no sólo en
ciencia, sino en comportamiento, cultura y modo de ser, cambió mi vida desde entonces.
Ya en el Loayza, conocí mejor al Dr. Hurtado, a los miembros de su grupo, a don Carlos
Monge y sus colaboradores. Admiré las clases magistrales de clínica de Don Carlos, con los
especialistas de su grupo que nos aclaraban pertinentes aspectos de la fisiología y su
relación con la enfermedad del paciente. De nuevo, Don Carlos nos enseñó que cada uno de
sus colaboradores conocía mejor un cierto tema y que él recurría a ellos para ampliar sus
propios conocimientos. No había un sabio total.
También en el Loayza pero ya en 1961, formándose Cayetano Heredia, conversé con Don
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Marcel Roche, gran endocrinólogo venezolano, invitado central al Congreso Internacional
de Endocrinología, sobre la posibilidad de trabajar en Venezuela en el Instituto que él
dirigía. Había conocido al Dr. Roche desde el 59. El Dr. Roche, ya en 1961 había hecho
importantes contribuciones a la ciencia. Sólo un ejemplo: después de extenso trabajo de
campo y con prístinas pruebas experimentales, el Dr. Roche y el Dr. Francisco DeVenanzi
pudieron convencer a las autoridades sanitarias de Venezuela sobre la urgente necesidad de
iodinar la sal de cocina. El resultado, fue la desaparición del bocio endémico en Venezuela
que se debe a ellos.
Salutamus virum de physiologiae cienfla optime meritum, diría nuestro recordado y
admirado Don Honorio Delgado, y dicen desde hace siglos, en universidades como Boloña
(según Leopoldo Chiappo), Oxford o Cambridge sí hubieran recibido en su seno a Hurtado,
a Monge, a Roche, o a Weiss, (en orden alfabético) por sus grandes méritos científicos.
Pero no me voy a referir a sus extraordinarias carreras científicas, ni a sus eminentes
labores educativas. De hecho, en 1957 cuando iba a Boston con beca de la Fundación
Rockefeller, que Choclo había conseguido, Don Alberto me dijo: "Oiga Ud. Whittembury:
aprenda bien su biofísica, pero también interésese y adéntrese en los modelos de educación
médica en Harvard y familiarícese con ellos". Consejo que seguí, particularmente en
relación con Harvard, a Cornell y con menos detalle a otras universidades. Siguiendo la
sugestión de Don Alberto, participé activamente en la enseñanza de la Fisiología en
Harvard entre el 57 y el 60 en que regresé a Lima. En esta charla me referiré, más bien, a su
labor como creadores de un ambiente propicio para desarrollar la ciencia.
Nuestros cuatro "jefes", personas extraordinarias, de superior intelecto y amplia formación,
con capacidad para reconocer, admirar y estimular la inteligencia y la creatividad; con
amplitud de criterio como para perdonar otros pecados, si sus colaboradores con esas
cualidades los tenían. Trataron de formar grupos selectos, sobre los que voy a comentar.
En el Loayza estábamos en contacto constante, diario, pues veíamos sin protocolos, en los
corredores del Hospital, al Dr. Aste, al chiquito Picón, al chuncho Lozano, a César
Reynafarje (porque Baltita ya estaba en Baltimore donde el Dr. Lehninger), a Tulio
Velásquez, al Dr. Merino, al Dr. Rotta, al Dr. Delgado Febres, y entre los más jóvenes a
Lucho Loret de Mola, entre los Pabellones 1 y 2; y al Dr. Cervelli, a Don Ricardo Sáenz, a
Don Hernán Torres, al Dr. Cánepa, a Germán Garrido Klinge, a Manuel y Ramón
Bocanegra, Benjamín Alhalel, Dante Peñaloza, Guillermo Manrique de Lara, y a otros del
grupo del Dr. Monge, como a Julio Gastiaburú, al Dr. Mor¡ Chávez, al Dr. Mauricio San
Martín, entre los Pabellones 3 y 4, sin olvidar a los cirujanos, y al Director del Hospital Dr.
Macchiavello, que invariablemente tomaba en la cafetería, a las 11 en punto de la mañana,
una limonada que él mismo se preparaba con azúcar, limón y un vaso de agua por los que
no había que pagar a la Sra. Maggi la regente de la cafetería.
De un modo u otro, todos colaboraban para lograr la excelencia. Dentro de los silentes
actores externos, Mario Velásquez, el actor, hermano de Tulio dibujaba para el Laboratorio
del Dr. Hurtado y un fantástico soplador de vidrio, que con oriental paciencia nos arreglaba
todo lo que rompíamos. Donde Choclo, el Ingeniero Sánchez nos arreglaba la electrónica.
Digo, todos colaboraban, porque quiero enfatizar que, por ejemplo Dante Peñaloza, en la
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superficie sólo un gran cardiólogo e investigador, influyó con su intuición, visión, empuje y
autoridad para que Don Alberto fortaleciera el Instituto de Biología Andina con un
experimentado y hábil ingeniero mecánico y electrónico como Pepe Whittembury -que
luego ganó el Premio Alberto Hurtado en investigación-, para enfrentar los retos que ya
Dante veía venir, con el progreso técnico de la investigación a mediados de los años 50.
No exagero al decir que, entre la intensidad de la acción en el pequeño Laboratorio de
Choclo y la vastedad de actividades en el de Hurtado y colaboradores, hervía una masa
crítica de investigadores (más maduros -como los he ido mencionando y más jóvenes, como
Churi Torres, Moncloa, Guerra García y Donayre entre otros) para propiciar un ambiente
de investigación como el mejor en las mejores partes del mundo, donde unos eran más
dedicados a la experimentación y otros más a la clínica. Eso se debía a la capacidad
creativa de nuestros jefes.
Lo importante para Hurtado, Monge, Roche y Weiss (en orden alfabético, repito) era
mantener un entorno - vivo para la ciencia y el intelecto-, sabiamente -reitero-, haciendo
caso omiso de nuestros defectos y pecadillos.
Las posibilidades de discusión, no sólo científicas sino generales, eran muchas. Los
estímulos para leer no sólo de ciencia eran grandes. Los jóvenes teníamos acceso a
información concreta sobre universidades nacionales y extranjeras y hospitales y
laboratorios que los mayores conocían: en Harvard, en Jolirís Hopkins, en Cambridge, en
Dinamarca; donde don Achito Guzmán Barrón en Chicago, Carlos Chagas en Rio de
Janeiro, Luiz Carlos Junqueira en Sao Paulo; Houssay y Braun Menéndez en Buenos Aires.
Sobre Fundaciones como Rockefeller, Kellog, Ford y la Fuerza Aérea Americana; sobre
cómo funcionaban; sobre los gringos Sr. Janney en Santiago y Watson en Rio de la
Fundación Rockefeller, etc.
Por conducto de los mayores, los jóvenes recibíamos como visitantes de nuestros tutores a
notables investigadores. Recuerdo a John Merrill, pionero del Riñón Artificial y de los
transplantes renales, al altísimo fisiólogo renal Dr. Lovel Becker, al Dr. Hermann Ralin,
creador de las complicadas telarañas con las que el Dr. Aste nos explicaba el equilibrio
ácido básico; a Carlos Eyzaguirre, que nos fascinó con sus registros con microelectrodos
del potencial eléctrico intracelular sobre los que por primera vez oíamos; el Dr. Dameshek,
gran hematólogo ani¡go del Dr. Merino, que dio sensacionales conferencias y vio enfermos
entre ellos uno de mis sobrinos de 2 años con una anemia hemolítica, al Dr. Albright, el Dr.
Houssay; el genial Paulo Emilio Vanzolini, profesor de Estadística en Sao Paulo, uno de los
mayores herpetólogos del mundo, exitoso compositor de música popular brasileña. Baltita
Reynafarje estaba en Baltimore, pero regresó por un tiempo fascinándonos con las
intimidades de las mitocondrias... en fin... Lo notable era que estas personalidades tenían
tiempo para departir con los más jóvenes, por supuesto gracias a la catálisis de los mayores.
Por ejemplo, desde esa época y hasta su muerte, Hermann Ralin y yo mantuvimos cordial
amistad.
Cruzando la calle detrás del Loayza se llegaba donde Don Pedro Weiss, aunque para mí era
más fácil verlo en su casa en la Calle San Jacinto donde con sapiencia y sentido humano
recibía, aún a alguien tan joven como yo, como a un colega. Aparte de temas de patología,
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recuerdo vivas conversaciones sobre arqueología, los perros chimus, las deformaciones
craneanas de los antiguos mexicanos y peruanos, etc.
Ya en Boston, en 1957 pasé mis primeras navidades en casa del Dr. John Merrill a quien
había conocido aquí en Lima. El Dr. Solomon, mi jefe allá, recibía visitas también de
notables. Allí conocí y recibí importantes consejos del Dr. Ussing, de Copenhage, de
Pappenheimer de Harvard, del biznieto de Darwin, el inglés Richard Keynes -gran amigo
de Choclo-, de Aarón Katchalski de Jerusalén, de los ingleses, futuros ganadores del
Premio Nóbel Alan Hodgkin y Andrew Huxley, de Don Carlos Chagas de Río de Janeiro
(con quien el Dr. Solomon mantuvo un interesantísimo intercambio de ideas sobre los
grandes maestros de la pintura, tema que ambos conocían muy bien) del astrónomo
Profesor Robley Willianis y de muchos otros. Pero quiero enfatizar que eso parece natural
en gringolandia; pero en nuestras tierras, todo depende de la particular personalidad,
inteligencia y deseo de los Jefes de formar mejor a los miembros de sus grupos, que fue la
gran virtud de Hurtado, Monge, Roche y Weiss.
En Boston en plena primavera vi tres veces al Dr. Hurtado, Promoción Harvard 1924, que
asistía regularmente a las reuniones de los ex - alumnos de la Escuela de Medicina. Noté
entonces el respeto y admiración que le tenían sus compañeros.
Pasando a Venezuela, y en esta línea de pensamiento, en el IVIC, conocí, gracias a nuestro
extraordinario Director el Dr. Roche, al tercer Lord Rottischild, gran biólogo, con
extraordinaria habilidad y capacidad matemática. Este multimillonario, semi-dueño de la
Shell Oil Company, tuvo tiempo de conversar sobre detalles del transporte en el túbulo
renal toda una mañana y de darme ideas para trabajos futuros. Recuerdo al Dr. A. S.V.
Burgen Profesor de Farmacología en la Universidad de Cambridge en Inglaterra, experto en
glándulas salivares; al Profesor Morel del College de France, al Dr. Galo Plaza, ex Presidente del Ecuador y Secretario General de la Organización de Estados Americanos, al
Dr. Eugene Garfield, que nos dio una charla sobre sus planes en relación al futuro del
Institute for Scientific Information que dirigía; también al famoso director de cine Sr.
Rossellini, a quien sanamente envidiábamos por ser el afortunado esposo de la hermosa
Ingrid Bergman... El Dr. Roche, sin decirlo, y con gran discreción, como Hurtado, Monge y
Weiss, también nos formaba a través de sus visitantes.
Volviendo al Loayza......, También fue muy importante conocer a las familias de nuestros
jefes. Alberto Cazorla enamoraba persistentemente a la Cazorlita, como le decíamos a
Roma por sus hermosos ojos azules. Enrique Fernández rehusaba casarse. Veíamos a Doña
Lilly de Hurtado, y a Juanita, su hija con frecuencia en el Loayza. Doña Leonor de Aste,
muy de su casa, gran cocinera, preparaba picantísimos pero deliciosos almuerzos.
A parte de mi propio hogar en la calle Huancayo 180, tuve la fortuna de gozar del cálido
hogar de los Monge, donde los miércoles había almuerzo de familia. Al que no faltaba el tío
Juvenal Monge. Allí aprendí a almorzar servido por mayordomo mesonero, guiado por la
Bebe Monge. Después del matrimonio de Olga y Choclo Monge mi hogar se extendió
además de los anteriores al de Carlos Arrieta. Ahora siento que en Salgadopolis, como
llama Pepe Whittembury al grupo de casas de Cruz del Sur sigo teniendo mi segundo
hogar.
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Ya en Venezuela, Dorothy y yo tuvimos la fortuna de reciprocar atenciones y atender en
casa en el IVIC a Don Pedro Weiss y a doña Amelia y al Dr. Aste y a doña Leonor cuando
nos visitaron.
Estas consideraciones remarcan tres aspectos en la actitud de nuestros recordados jefes.
Primero, trabajaban más fuerte que nadie, dando el ejemplo. Choclo Monge recogía en una
camioneta antes de la madrugada a los colaboradores del Dr. Hurtado para poder hacer
experimentos con él, experimentos que debían terminar antes de las 8 ó 9 de la mañana, en
que todos iban a sus clases. Segundo, Hurtado, Monge, Roche y Weiss hacían agradable y
hogareño el sitio de trabajo para que los más jóvenes nos sintiéramos a gusto. Tercero,
supieron crear un ambiente humanístico para que los más jóvenes nos fuéramos formando y
culturizando.
Ese ambiente existía en el Loayza. No sólo eran conversaciones sobre Fisiología de Altura,
o Patología o Adaptación. Era lógico que se leyera mucha Fisiología, como "La sangre
como un sistema fisicoquímico" de L. J. Henderson. Entre paréntesis, L. J. Henderson,
profesor del Dr. Aste, fue creador de la Sociedad de Fellows Jóvenes de Harvard College
alrededor de 19 10. Esta institución todavía da becas por 3 años a los más distinguidos
estudiantes del Colegio de Harvard, dejándolos en libertad para que durante esos 3 años
hagan lo que deseen. Creo que es como el equivalente de la contenta que como mejor
alumno ganó el Dr. Monge cuando terminó sus estudios.
También habían discusiones o sugestiones para que los más jóvenes leyéramos a Anatole
France, a Gracian, a Hemingway, a Cervantes, a Vallejo, o a Arguedas, a quien conocí en
casa de Don Carlos en una de las celebraciones del cumpleaños de Doña Cristina. Muy
musical, tocaba la guitarra a pesar de su linútación manual. Cantaba y recitaba en quechua
y castellano... Repito, todo esto contribuía a nuestra formación. El ejemplo que sigue es
ilustrativo.
Años después, el gran fisiólogo y humanista alemán Dr. Hermann Passow, en algún
Congreso de Biofísica me preguntó: ¿sabes dónde queda Pariacaca? Pude responder que sí,
porque recordé que Arguedas había estudiado las leyendas de Huarochirí y Duccio
Bonavía, Choclo Monge, Pepe Whittembury y Fabiola. Leon Velarde habían localizado el
sitio de las escaleras de Pariacaca.
El Profesor Passow vino a Lima, visitó Huarochirí para completar in situ su conocimiento
de las Leyendas que estudiaba cotejando traducciones de Arguedas, el Padre Acosta y otros
entre Latín, Quechua, Castellano - que domina completamente -, y Alemán.
Quiero terminar recordando una de las muchas anécdotas del Dr. Hurtado, que refleja que
bajo su semblante serio y aparentemente adusto brillaba un espíritu lleno de humor y
bonhomía. En una de mis visitas a Lima, entre el 1978 y el 80, fui al Instituto de
Investigaciones de la Altura de Cayetano Heredia, cuando, habiendo llegado a Biofísica
donde Choclo Monge, pregunté y supimos, que Don Alberto estaba en su Instituto. Lo
encontré de muy buen talante, a pesar de su hemiparesia, conversando con nuestro común
amigo el Dr. Roger Guerra García.
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A mi obvia pregunta: ¿Cómo está Dr. Hurtado?, respondió:
-"Whittembury, qué gusto de verlo, oiga Ud.! Estoy bien, gracias, siguiendo el destino de
mi vida... Oiga Ud..." y aspiró su cigarrillo.
-Sorprendido y preocupado, le dije: "¿Cómo así Dr. Hurtado? Lo veo muy bien".
-A lo que respondió: "Oiga Ud. Whittembury, el destino de mi vida es vivir
rodeado de serranos, Oiga Ud. y diciendo esto, miró con socarrona insistencia a Roger
Guerra,que no sé si recuerda el episodio.
"Spiritus ubi vult spirat.'
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