ética - La fotocopiadora

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ÉTICA
Hay que señalar que aunque en general se basa en la doctrina ética y psicológica de
Sócrates, resumida en la idea de que la virtud es conocimiento, Platón pretende ir
más allá, hacer más completa y compleja la descripción del alma-mente humana.
La visión de Sócrates es demasiado reductiva, y finalmente no permite distinguir
entre diversas formas de excelencia moral (p. E., entre ser valiente, o piadoso,
autocontrolado o prudente), porque todo parece remitir a tener el mismo tipo de
conocimiento. Y así solo los más sabios podrían llegar a ser realmente virtuosos, y
el resto de las personas no.
El gran descubrimiento psicológico de Platón es que el alma no es ni una unidad
meramente indiferenciada ni una simple pluralidad de actividades independientes
e inconexas, sino a la vez un Uno y un Mucho. La mente es una unidad, pero una
unidad en la que podemos distinguir una pluralidad de funciones diferentes, o
como Platón llama, “partes” o “tipos”, que se agrupan en 3 sectores:
—sector calculador, o racional
—sector o parte apetitiva, con la que sentimos demandas apetitivas conectadas con
la satisfacción de nuestras necesidades corporales orgánicas.
—sector o parte emotiva, constituida por las emociones más nobles y superiores,
entre las cuales se reconoce especialmente, las emociones de la correcta
indignación y el desprecio ante lo que es infame.
El platonismo posterior, de carácter más popular, se dio con frecuencia satisfecho
con agrupar la parte segunda y tercera, bajo el nombre de parte irracional del alma,
y oponerla a la parte racional.
Es un hecho cotidiano el conflicto entre estas diversas funciones, p. e. entre el juicio
racional sobre lo que es bueno y el apetito, es decir entre la parte de la mente que
razona y la parte del alma que desea. Luego está también el elemento emotivo,
sobre todo las emociones superiores que pueden ser adjudicadas a la parte de la
razón en su lucha con el apetito.
Esta distinción se ve confirmada p. e. en las diferencias de carácter que separan a
pueblos diversos y a clases sociales. Los griegos sobresalen por su amor a la ciencia;
los bárbaros del norte, por su irreflexiva e impetuosa osadía; y los fenicios y
egipcios, por su habilidad y devoción por el comercio, entendido como organizada
regulación de los apetitos. E igualmente en toda sociedad, hay 3 clases: devotos del
conocimiento, de la destreza y de las mercaderías, es decir, sabios consejeros,
soldados entrenados y clase industrial.
Estas diferencias de carácter racial y de clase surgen de la diferente constitución
mental de los individuos, según que uno u otro de los 3 tipos predomine. Todo esto
va a ser muy importante para la teoría de la educación de Platón, y también para su
clasificación y estimación de las diferentes formas de organización política y social.
En otros diálogos describe de forma análoga esta visión del alma. p. e. en el Fedro
aparecen simbólicamente expresadas mediante la representación del alma como el
auriga (la razón) que ha de dominar un par de caballos, uno de ellos de carácter
más noble (el espíritu) y el otro de un tipo más grosero (el apetito).
Todo esto no se puede trasponer a la psicología moderna. Pues cada parte tiene una
pasión, unos deseos, placeres y dolores propios. Y la voluntad tiene que ser
identificada con la elección inteligente, y se asigna por tanto a la facultad o función
del razonamiento.
También para acabar de ver la visión platónica del alma, habría que señalar que
Platón insiste en su inmortalidad y en su preexistencia, normalmente en
narraciones míticas. Y también en diversos diálogos presenta diversos argumentos
más racionales para defender la inmortalidad del alma.
LA ÉTICA DE PLATÓN
Precisamente la psicología más desarrollada de Platón permite resolver las
dificultades creadas por la identificación socrática de la virtud con la penetración
intelectual, con el conocimiento.
Puesto que en el alma misma conviven un factor no racional con otro racional, la
excelencia moral-ética completa debe consistir en el mantenimiento de la relación
apropiada entre estos dos factores y la realización del desarrollo adecuado para
cada uno de ellos. Y la relación apropiada entre los dos es que el elemento superior
y más valioso debe gobernar y el inferior obedecer. El ideal moral es pues el estado
de ánimo en el cual las pasiones y emociones realizan su proceso de desarrollo
según una suprema ley de vida que ha sido dictada por la perspectiva racional.
Esto quiere decir que Platón se sitúa frente al intelectualismo unilateral de los
Cínicos (que sólo ver virtuosa la vida de la reflexión puramente intelectual, sin
sentimientos gratificantes de ningún tipo) y frente a los Hedonistas (que
sobrevaloran el placer, éste puede ser irracional, vulgar e indigno, y además
nuestros apetitos satisfacerlos no los eliminan, sino que crecen con aquello que los
alimenta, y las gratificaciones van resultando cada vez menos y menos
satisfactorias).
Dos clases de placeres.— Platón distingue entre placeres puros (que son los
del intelecto, o estéticos) que no dependen de un anterior sentimientos doloroso de
deseo y no se entremezclan por tanto con la sensación de un mero alivio del dolor
(el placer de comer depende del hambre que se tenía antes, se mezcla con el dolor
anterior y eso lo potencia) y los placeres impuros o mixtos (la mayor
intensidad proviene del contraste del placer presente con la anterior tensión
dolorosa del apetito insatisfecho). Y Platón prefiere claramente los primeros. En
otras palabras, los placeres han de ser estimados por su calidad más que por su
cantidad.
Dos niveles de excelencia.— A partir de ahí, Platón reconoce un grado superior
y otro inferior de excelencia moral. El inferior es el del ciudadano común, miembro
leal de una comunidad bien gobernada, cuyas emociones y apetitos han sido
disciplinados de acuerdo con las leyes del buen vivir promulgadas por los
gobernadores sabios, que han sido instruidos por la filosofía en la verdadera
naturaleza de la sociedad y del alma humanas, y en los fines racionales de la acción.
El grado superior es la virtud del filosofo genuino, en quien la obediencia a las leyes
del buen vivir está apoyada sobre su perspectiva personal del bien.
El nivel inferior se les exige a todos los ciudadanos del Estado ideal, y se les inculca
a través de una educación moral que discipline las pasiones y emociones y forme el
carácter. El nivel superior es alcanzado solo por aquellos elegidos como resultado
final de una educación intelectual que, luego de dominar la parte irracional del
alma, avanza a través de la esfera total de la ciencia hasta culminar en la dialéctica,
que descubre finalmente el verdadero carácter de bien.
Pero ahora también es posible que los no filósofos sean a su manera virtuosos,
excelentes moralmente, de nivel inferior, pero virtuosos, sin ciencia ni perspectiva
filosófica, pero sí con opiniones correctas que han adquirido con la educación.
Las cuatro virtudes cardinales.— La virtud ha dejado de ser una mera unidad,
como en Sócrates, pues cada factor del alma tiene su propia excelencia específica,
dado que cada uno de ellos ha de cumplir su propia función característica. Aunque
la penetración intelectual sigue conservando su primacía en la vida práctica, como
en Sócrates, pues es la inteligencia racional del filosofo el que ver la verdadera
naturaleza del hombre y el fin real de la vida y prescribe las líneas de desarrollo que
han de seguir las partes subordinadas del alma.
Las formas sobresalientes de virtud, identificadas con la forma excelente de
funcionar cada parte del alma, son:
—sabiduría, cuando la parte con la que razonamos hace bien su papel.
—fortaleza, valentía, la correcta y perfecta condición del espíritu que ha sido
entrenado para sentir temor o vergüenza antes las cosas que un hombre debería
temer o sentirse avergonzado de ellas, pero no de otras.
—templaza, autocontrol, ordenada y disciplinada condición de los apetitos.
Para que la virtud sea completa, tiene que darse una perfecta armonía en la
ejecución de su función por cada una de las diversas partes del alma. El hombre
realiza bien su oficio en el mundo, que es el vivir, solo cuando existe la debida y
adecuada subordinación entre los diferentes elementos de su carácter: cuando la
sabiduría prescribe el fin y el gobierno de la vida; cuando las emociones propias de
una indignación justa, honor, caballerosidad, lealtad son puestas al servicio de la
sabiduría y su ley; y cuando los apetitos han quedado reducidos por el hábito a la
condición de una obediencia voluntaria. Entonces, surge una cuarta virtud:
—la justicia, mantener esta armonía y debida subordinación entre las diversas
funciones del alma. Un hombre será justo cuando cada parte del alma realice su
propia tarea y no usurpe funciones que pertenecen a otra parte, cuando el
desarrollo de cada parte sea controlado por el mantenimiento de la adecuada
subordinación de lo más bajo a lo más alto.
Y lo mismo valdrá para el Estado, o comunidad de ciudadanos, como de la más
humilde política interna del hombre. Porque el Estado es simplemente el hombre
individual escrito en macro-caracteres.
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