Sesión científica del día 27 de mayo de 1932 PRESIDENCIA DEL DR. PI SUÑER Consideraciones médico-sociales sobre la reparación del daño en los accidentes del trabajo. por el Prof. SALVATORE DIEZ, de Romo E n ninguna época, como en la contemporánea la formación del derecho se demuestra tan claro resultado de la tendencia biológica al equilibrio social, porque nunca se observó un progreso compasable a! del Último cincuentenario con respecto a la legislación social. Se puede decir, con Boni, que todavía la intuición del sentido político o la deducción del razonamiento cieiitifico no ha asumido forma precisa en el pensamiento del estudioso, cuando el lqislador la publica como providencia obligada. Se consigue que algunas partes del programa que alcanzan reaiización se conviertan en leyes del Estado por efecto de las presiones del ambiente social que exige inexorablemente que el principio sea acogido en la legislación. Así ocurre con ,el principio jurídico, que pone a cargo de la producción los riesgos a cuyo encuentro va el obrero durante e3 trabajo. Hoy estamos en condiciones de comprender, dice un gran jurista italiano, Carneletti, como el principio jurídico de la responsabilidad del patrono no tenga otra base si no la necesi'dad política de cargar sobre él el riesgo de falta de trabajo, al cual obliga el accidente al obrero; riesgo que el obrero no está en condiciones de soportar por sí. Siendo estos los fundamentos de la legislacióli moderna que tutela a Los trabajadores contra los riesgos del trabajo, examinemos brevemente, analizando el estado de las leyes actuales, cano realizaciones de estos priucipios pueden prhticmente traducirse en nornlas codificadas. Sin embargo, antes de que avance en este examen, permitidme que justifique la intervención del médico en la soliición de cuestiones no extrictamente técnicas y que alguno podría creer por fmuera de su competencia especifica. Yo afirmo que no existe problema social referente a la asistencia, la previsión, la protección de las clases trabajadoras, del cual el médico deba desinteresarse. El, en contacto con los obreros conoce, fuera de toda lucha de clase, sus reales necesidades; aplicando las leyes, exento del doctrinalismo de principios, repara objetivamente los defectos y está por &lo, más que cualquier otro, en situación de proponer los renzedios; no habría otro, y bastaría para justificar su intervención el heaho de un profundo conocimiento .de la psiquis del obrero; y ya veremos cómo el elemento psicológico desempeña un papel muy importante en el funcionamiento de las leyes sociales. De otra parte, es absurdo, considerar al nzódico como un ser desinteresado de la sociedad y constreñirlo a los angostos limites de un laboratorio o de un hospital. El médico reclaina su derecho de ciudadano en el Estado, de ciudadano perteneciente a las clases intelectuales, y en tal cualidad no sólo tiene el derecho sino el deber de aportar su contribución de experiencia al furmularse leyes a cuya aplicación no es extraño; especialmente podrá, en el debate entre intereses opuestos, el del capital y el de la mano de o'bra, llevar su palabra objetiva y serena y, dejad que lo diga, el punto de vista hunzano, para la pacificación entre las partes contrapuestas. Negar esta tarea al médico, seria negar la razón de ser de la Medicina social, sus deberes, su finalidad, de no menw importancia de la que son objeto, en 61 campo de la Medicina preventiva, que la Higiene. Consentidme por tanto, que yo, médico, no os hable solamente de problemas esp~ificameiltemédicos con respecto a las leyes de reparación. sino que haga también una rápida incursión en el campo social propiamente dicho, hablándoos de algunos principios fundamentales para lograr la finalidad de reunir con estas leyes la necesidad de su organización y aplicación. Como parecen prehistóricos y causan estupor los tiempos en los que, cuando asomaron en el horizonte las nuevas exigencias del derecho obrero. se pensó seriamente en desempolvar la Lex Aquilie de daño, para no torw el arca santa del jus clásico. Sin embargo, estudiando bien la historia, se puede advertir que nuestra concepción del riesgo profesional no es una cosa nueva, comprobando fácilmente la verdad del dicho: nihil sub sole rtovi! Concededrne un breve paréritesis, para recordar que en la historia del derecho italiano encontramos una excepción a los principios aquilianos y precisamente en la época de la dominación longobarda en Italia, en plena Exlad Media. E n el edicto del rey Rotari, publicado en el año 61.3, y que constituye la primera ley escrita publicaida por los reyes lmgobardos en sustibución del derccho consuetudinario, existen algunos capítulos que se refieren a la i1x3emnización 'del daño por accidente durante la restauración y la construcción de casas, independientement,e de toda culpa et laevicsima, según la ley aquiiia. Competen estos artículos a los famosos maestros comacini, custodios y propagadores en todo el mundo de la ciencia constructiva romana. De ellos os leeré el cap. 144 del cual resulta claramente el principio de la responsabilidad del patrono: "Si magister comacinus curn collegantes suos cuius curnque domum restaurandarn ve1 fabricandam super se, placitud finito de mercede, susceperet et contingerit aliquum per ipsam domum, aut materia111 elapsum, aut lapidem mori, no requirat a domino ouius domum iuerit; nisi magister c o ~ ~ ~ a c i nciim u s consorkbus suis ipsum homici,diunl aut damnum componat; quia postquam in fabula firma de mercedis pro suo lucro suscepit, non immerito dan1110 sustineat !". E n la sociedad moderna el sistema de reparación del daño del trabajo basado, no sohre la responsabilidad del patrono derivada de su culpa sub.. jetiva, sino sobre una responsabilidad que surge juris et d~ jure del hecho de que un daño nace por causa del trabajo ,(principio de la culpa objetiva) responde de tal manera a criterios de justicia y de equidad sociales que fué rápidamente aceptado por casi todos los estados del mundo. La que en 1884 parece una concesión puramente política lzcaha por el clarivi,dente príncipe de Bismark a las clases trabajadoras,. que ya entonces despertándose y organizindose comenzaban a hablar de sus derechos, se convierte, al desarrollarse la conciencia social, en el reconocimiento de un deber de la sociedad, del cual ya ninguno osa discutir la justicia. E n el mundo civilizado actua!mente sólo en cinco estados del Sur y en un territorio (las Filipinas) de 1% civilizadisima Norteamérica (la también llamada faja negra .del Sur, por los principios de ~zegriswzoque todavía se siguen con respecto a los obreros) no existen leyes de reparación. A la obligación d e resarcir al operario contra los riesgos del trabajo, Ins propietarios y coi~tratistaspueden atender en diversa forma según las varias legislaciones. Algunas prescriben la obligación de asegurarse en Institutos a propósito, otras dejan al patrón en libertad de proveer a la reparaciírn, directamente o por medio del seguro, el cual es, por lo tanto, facultativo. Cnnseytidme que me declare favorable al principio del seguro obligatorio y que haga mía la frase de lor'd Dilke en la Cámara de los Comunes, en abril de r p g : "El seguro wbligatorio es la clave maestra del problema asegurador". Este sistema, seguido en Italia y en los países gei-mánicos, da las ma-vores garantías para lograr los fines sociales que con las leyes so'bre accidentes se persiguen y alcanza mejor el intento de pacifitación entre las varias clases sociales en cuanto a la reparación del perjuicio derivado del trabajo, que es una de las metas a las ciiales, eliiliinaiudo la demostración de la c u l p subjetiva del que da el trabajo, se tendía. E n los países latinos, exceptuada Iialia; pero comprendida Esparia, prevalece la tendencia de dejar a los patronos plena libertad de proveer, o no, a asegurar a sus dependientes. Me extendería demasiado si dcbiera enumerar toda's las ventajas de un sistema sobre el otro, ventajas que benefician a ambas partes: al patrono porque IIQ está continuamente molesto en el ejercicio de una empresa o de una industria, con la preocupación económica creada por el azar de los accidentes. Si, por ejemplo, una desgracia que cause u11 número considerable de victimas entre los ohreros puede ser 'financieramente soportada por un gran industrial o por una sociedad provista de grandes capitales, puede constiiiiir la ruina completa <le iiira pequefia. hacie~idav su quiebra. E! Estado, al proveer a la tutela de los okeros, no 11iiede cansar la ruina de la industria; el riesgo del accidente delle ser para el patrono. imprevisto e incierto en su realización, pero previsto y cierto en el pasivo [le su balance, lo que no puede obtenerse más que mediante la inscripción en él, del importe, matemáticamente calculado, del premio del seguro. El sistema de seguro ideal es, a mi parecer, el adoptado en Italia para los accidentes en la agricultura, pues la ley no causa al propietario la menor molestia y le evita toda responsabilidad; el seguro, mediante el pago de un sobreimpuesto sobre la tasa de los terrenos, se extiende de jure sobre t d o s los accidentes que puedan ocurrir a los obreros agrícolas durante el desempeño de sus trabajos de agricultura en aquel terreno. E s Fácil intuir que es éste también el sistema nzejor para hacer totalitaria la reparación del daño, para todos los trabajadores, sin distinción de riesgo, según me propongo demostrar enseguida. L a ventaja para el obrero está constituída por la garantía absoliita en todos los casos de ver reparado su perjuicio. Oigo cómo inmediatamente alguien me recuerda que esta seguridad puede ser obtenida mediante especiales medidas que todas o casi todas las legislaciones, la española en primera línea, contienen. Las medidas precautorias fueron semejantes; la primera, la más sencilla consiste en atribuir a la indemnización el carácter de crédito privilegiado sobre los bienes del deudor. Esta providencia, sin embargo, es en muchos casos inadecuada. dada la posible insolvencia del patrono, o cuando se trata de pequeños 'capitales y por cualquier grave riesgo un número considerable de accidentes, y por lo tanto de indemliizaciones, venga a gravitar contemporáneamente sobre él. Se buscaron, por esto, sistemas que ofrecieran garantías mayores y fueran instituídos los también llamados fondos esppeciales de garantía, los cuales aseguran en cierto modo al obrero la indemnización contra toda insolvencia patronal, nutridos por primas abonadas total o parcialmente por adelantado, por el patrono. ¿Pero' no es más lógico entonces, más sencillo, menos aleatorio para todos, pagar el premio de seguro? No debeinos olvidar que las leyes sde reparaciones y de garantía del riesgo profesional son leyes de pacikación social, finalidad que, así como no se alcanzaba cuando, según el derecho romano, todo opera~iolesionado a causa del trabajo debía promover litis a su patrón para ver proclamada su responsabilidad civil, tampoco se logra cuando en la aplicación de la ley de reparación obligatoria del riesgo profesional, se ponen frente a frente, como partes contrarias, patrón y obrero, los cuales se encarnizan en la tutela de sus propios intereses, creando insanables disidencia que, sea como sea resuelta la controversia por el magistrado, dejan rastros de odio no limitados a los individuos, sino extendidos a las clases de las que, en la produc. ción, ellos forman parte. Por la paz social, por la armonía que en el interés supremo del Estado, debe existir entre capital y trabajo, es opoMuno evitar estos debates, lo que se consigue creando una relación directa, para toda liquidación por accidente del trabajo, entre Instituto aseguridor y obrero. El patrono, una vez ha pagado la prima, se convierte en un bercero extraño a Sa contienda (excepto en los casos en que el accidente sea derivado de una culpa suya castigada según el Código penal) y puede también, si quiere, tutelar los derechos de su obrero contra eventuales voracidades de los institutos aseguradores. Obligatoriedad de aseguramiento, no facultad, me parece el sistema preferible. La obligación existe en la mayoría de los Estados; tienen leyes que hacen facultativo el seguro. con fondos especiales de ~arantía,Es!laña, Argentina, Bélgica, Bolivia, Francia y sin estos fondos &rica del Sur, Australia meridional y occidental, Brasil, algunos estados del Canadá Ecuador, Grecia, Japón, Inglaterra, India, Irlanda, Lituania, Nueva Zelanda, Panamá, Perú, Salvador, Terranowa, Uruguay. A propósito de los paises ingleses, y de influencia británica que véis incluidos e11 esta lista, es necesario que recuerde que en estos Estados existe la máxima libertad de elección en toda la organización proteccionista del obrero, conforme a la naturaleza individualista de la raza anglo-sajona, sin que tampoco existan fondos de garantía. Establecido el principio del seguro obligatorio, existen varios sistemas, a los que aludiré brevemente, para ponerlo en prictica. En Alemania y en los paises que han seguido su ejemplo, como Austria, Estonia, Rumánia, Checoesloaqiiia, Yugoeslavia, el principio tiidescamente rigi,do y absoltrto <le que el seguro deben llevarlo a cabo asociacioi~esconstituidas por jefes de empresa o capitalistas, o por institutos estatales, con10 en Australia, (Qiieensland), Blilgaria, algunos estados del Canadá, Suiza y Noruega. Existe absoluta libertad de elección del Instituto asegurador en Victoria (Australia), en Chile, Cuba, Dinamarca, Fiiilandia, Holanda, Portugal y Suecia. Nosotros, italianos, qUe tenemos la fama, no sé si merecida, de encontrar el sano equilibrio entre opuestas tendencias, en el punto medio, hemos rceptado el principio de la libertad de elección. pero templándolo oportunamente con la creación del Instituto de derecho público, la Caja Nacionai de Seguros contra los accideiites y con la facultad otorgada al zobierno de crear obligatoriamente Sindicatos d'e seguros rnútuos cuarwio esto se creyera necesario para el buen funcionamiento de la ley: existen, por ejemplo, los sindicatos obligatorios para los seguros de la getite de mar y el de los mineros de azufre de Sicilia. Lo que nuestra ley, después de la experiencia del pasado no admite, es el funcionamiento de las sociedades anónimas, aunque fuese bajo el control del Estado. Recuérdese que estas sociedades, con fines puramente comerciales, no eran las más aptas para garantizar la recta y ecuánime aplicación de una ley de protección social y que de todas maneras constituían un superfluo organismo intermediario, de carácter especulativo, entre patronos y obreros y cuyas ganancias no iban ciertamente en proveolio ni de la producció? ni de los trabajadores. Fueron eliminadas tairabién las cajas privadas de segiiros de indwtrias especiales o de consoscio de iiidustrias, porque presentaban los mismos inconvenientes que hemos visto existían cuando es el patrono el que directamente indemniza al obrero; poniendo en contacto demasiado directo a los patronos deudores de la indemnización con los lesionados acreedores, se creaba una fuente permanente de discusiones, lo que con la ley de pacificación se halbía querido evitar. Son permitidos los Sindicatos mútuos de trabajo con obligación solidaria entre ellos, sepún está previsto también en nuestra ley. Otro punto importantisimo en una ley de reparación del daño por accidente es el que se refiere a su campo de aplicación. Aludo a ello sólo para expresar un voto: que las condiciones económicas de la industria y de la agricultura permitan a vuestro pais alcanzar la que para nosotros. médicos y para todos los sociólogos es la meta ideal, el seguro contra los daños profesionales de todas las categorías de trabajadores, cualquiera que sea el tralxjo desempeñado. Comprenderéis fácilmente que es deseable que el resarciiriiento no es& reservado a algunas categorias de obreros y que otras se hallen excluidas. Todas las víctimas del trabajo debieran tener su justa indemnización. Nosotros en Italia estamos actualmente en vuestras mismas condiciones, pero por poco tiempo, por,que en el proyecto de ley en estudio y que precisamente en estos dais, y tal vez inieiltras os lial~lo,se discute en el seno del Consejo Nacional de las Corporaciones, el Gobierno se propone extender a todos los obreros de la industria [que entre nosotros comprenduna gran masa de operarios, hasta ahora excluídos del Seguro, quiero decir artesanos y trabajadores a domicilio) una reparación que surja juris et de juve del hecho de que el trabajo haya creado u11 perjuicio al obrero, como existe ya para los accidentes agrícolas. Se viene a realizar así una de las solemnes promesas hechas al pueblo obrero italiano con la Corta del Lavoro, la que en la declaración XXVII dice así: "El Estado Fascista se propone: 1." E l pprer,feccionamiento del seguro-accidente. 2." El mejoramiento y extensión del seguro-maternidad. 3.' 331 seguro de las enfermedades profesionales y de la tuberculosis coino iniciación del seguro general contra todas las enfermedades. 4.' El perfeccionanliento del seguro contra la desocupación involuntaria. 5.' La adopción de formas especiales de seguro dota1 para los obreros jóvenes. Todos estos postulados, en breve tiempo, han entrado ahora en el campo de las realizaciones. Permitidme, ilustres oyentes, que vuelva reconocido el pensamiento, como ciudadano italiano que ama intensamente a su Patria, como médico social que ve realizarse todos sus ideales respecto a la salud del pueblo que trabaja, hacia el ilustre estadista que es jefe del Gobierno <le mi país, hacia el hombre que, salido del pueblo. va bacia el pueblo, ama más que ninguno al pueblo y ha ordenado que hacia el pueblo trabajador vayan los afectos de todos los buenos ciudadanos. Otra cuestión que los legisladores de mi país se aprestan a resolver es la referente al modo cómo debe repararse el daño: si, señalando al obrero una renta vitalicia proporcional a su grado de invaldez o bien continuar indemnizado como se hace ahora, a forfait. Como en todas las cosas liumanas, también en el sistema admitido por la ley italiana, como en la vuestra, hay su lado bueno y su lado malo. Y lo malo es de una evidencia demasiado tangible con la mano. Yo opino que con gran probabilidad, a empujar en la pendiente y a persistir en el bajo fondo de la indemnización global han contribuido consideraciones de simplicismo burocrático; el pago de las rentas vitalicias, en cambio, implica una diversa armadura económico-financiera del sistema asegurador y un cálculo del gravamen basado sobre complicadas fórmulas y estudios actuariales y üna complicada organización del seguro que no admite el funcionamiento de institutos o entidades que no sean vitales. E s obvio que resulta incompatible con el sistema de renta la facultad concedida al patrono de no contratar el seguro de sus propios dependientes y de proveer directamente a la reparación del daño. E n esta especie de adaptación conciliadora a toda costa, entre iQea3 abstractas y urgencias concretas, quien sufre desventaja son las ideas, las cuales terminan por ser sacrificadas a los expedientes. Excelente es la idea d e que el obrero que queda inútil o casi inútil para el trabajo en vez de ver que se le consigna una pensión meuquiira que lo compensa mal del perjuicio sufrido, perciba un capital que pueda invertir en una adn~inistración cualquiera, la cual le asegure un rédito mayor. Pero en la práctica, ;qué snerte correrán las sumas percibidas corno cantidad global por indemnización? A parte los gastos absorbentes de las prácticas adii1inistr2tivas o de contencioso, las urgencias, que siempre llaman a la puerta del pobre, las iniprevisiones y las irreflexiones se apresuran a dar fin al pequeño peculio; con lo que aquella neutralización que la previsión social quería efectuar sobre un quid de capacidad de tral~ajopermanentsixiente perdida, viene a faitar. y el daño queda al desrtil~ierto. Si en teoría debiese admitirse, por hipbtesis, que el operario haría del capital perc'bido el uso más parsimonioso posible y lo iixvertiría en la forma que produjera más renta, improvisándose experto Ixoiirbre de negocios, es cierto que esta renta, dada la tenuidad del capital, seria siempre muy mezquina, sino francamente irrisoria y no poclria compensarlo nunca del salario perdibdo o notablemente reducido. La lógica de las cosas lleva a deber reconocer, además, que el sistema del capital invertido, para obtener una renta lija es inconseo~iente, porque razones biológicas concretas llevan a demostrar que, mientras aquella renta es del todo insuficiente en los primeros tiei~yos,cuando, o existe todavía una absolnta incapacidad para el trabajo o el individuo deberá readaptarse a1 oficio de antes, rccibieiido entretanto un salario reducido, o deberá aprender u n nuevo oficio, puede en el porvenir resultar supirflua o excisiva. E l inválido necesita, en cambio, indemnizaciones altas al principio, e indeinriizacioires poco a poco decrecientes, según que la adaptación funcional y para el trabajo haga evidentes :os progresos realizado's, hasta SLI consoli,dación cuando se haya alcanzado iiz estado definitivo de rendimiento. Además de estas razones, hay otras de naturaleza puramente médica que condenan el sistema de indemnización por capital: la imposibilidad de poder decidir a tambor batiente, al cabo de un a50 en vuestra ley, a! cabo de tres meses en la nuestra, sobre la existencia de una invalidez perma~ieiite,juicio que, cuando se trata de graves lesiones susceptibles de uiteriores modificaciones, no es posible pronunciar; el inconveniente es tanto más grande en los países en los qttr no existen, como en vuestra ley, mas que tres grandes categorías de invalidez indemnizable (la permanente y absoluta para todo trabajo, la total y permanente para la propia profesión, pero que no impide a l obrero dedicarse a otro género de trabajo y la parcial permanente) sino una gama de invalideces perman'entes parciales, resarcib l e ~desde un 5 al 95 por ciento, como en nuestra legislación. Los defensores de la indemnizacióii capital aducen un argumento en su favor: la máxima buena voluntad que poiidria el obrero, una vez percibida la suma señalada, o para conquistar la priiriitiva capacidad de trabajo o para dese~npeñarun oficio suficienteiiieilte remunerador, 'mediante la reeducación. Alguno podría seiitirse irónico enu~iciandola paradoja que en vuestro país es posible el funcionamieiito de los institutos de reeducación, que vuestra ley, única en el mundo, ha creado, y su óptimo rendimiento ... gracias al sistema de reparar el daño a fovfait, coi^ pequeño capital, e imposibilidad de rescate en caso de mejoría en las coildiciones del obrero. Que la voluntad de reeducarse sea el mejor medio para conseguir la reeducación, no hay quien pueda dudarlo, según diré después a propósito de curaciones y readaptación.; pero que sea buen procedimiento, para evitar un inconveniente, caer en otro niucl~oinás serio, no hay quien pueda sostenerlo. Como médico diré tanzbién que la comedia de la invalidez sólo se puede represeiitar durante poco tiempo. Pero ;quién qutréis que se condene a la cautividad de una invalidez por .el magno gusto de andar, durante toda su vida, con un brazo al cu@lloo con una muleta a la caja aseguradora para recoger aquella pequeña suma que ie obliga .a perrtiaiiecer ocioso todo el día? Excepto especiales tipos degenerados-¡ fcente a ellos ningún sistema es bueno!*~ fatal, como dice Boni, que forzosamente el obrero tienda a la expansión de su fuerza, aunque no pase más que por aquella akegria de vivir y de sentirse sano y en la piella posesión del propio potencial energético que es incoercible y que brota irresistiblemente de las fuerzas primas implícitas en la vida. Verelnos así realizarse iiistintivamente las compeiisacioiies de orden psicológico que levanta11 de nuevo el tono de las energías morales y aquellas de orden fisiológico que templan los mecanismos y los diilamismos funcionales. Así ha ocurrido con los inválidos de guerra. Aludiré solamente, si11 extenderme por,que el tiempo apremia, a la nccesidad de los juicios de revisión, existentes en casi todas las legislaciones. Si esto instituído, limitado a un período d e tiempo más o rilenos largo (en Italia a dos años), es un óptimo correctivo de los iiiconvenientes a que conduce el juicio definitivo de los resultados de un accidente con el sistema de indemnización por capital, permitiendo que se tengan en cuenta las modificaciones in lzteitrs o irr p~iusel1 las condiciones de inválido, es un complemento necesario de la indemnizacióii por renta vitalicia porque se armoniza con este sistema. E s fácil para un médico llegar, sobre este punto, a la conclusióii de que la iiidemnización en forma de renta revisible por períodos es el sistema que mejor respolide a las finalidades sociales a que tienden estas leyes reparatrices: integrar con la indemnización la pérdida de la catpa~i~dad de ganancia que deriva de la invalidez, proporcionalmente a ésta y mientras ésta dure. Quod est in votis! Otra cuestión d e actualidad es la referente a la coiistitución de la Magistratura para la resolución de las controversias que se derivan de la aplicación de las leyes sociales. El campo está dividido entre la magistratura ordinaria y la especial, entendiendo por especial aquella en la que el médico se sienta como juez. En el caso de otras magistraturas especiales donde el médico está ausente, como en vuestro Tribunal Iod~ustrial,es ciertamente preferible la togada. La VI1 Conferencia Internacional del Trabajo se ha pronunciado faesoeciales. Yo me confieso vorablemente Dor la institución de maeistraturas " un caluroso defensor de estas, por el experimento hecho en Italia con las comisiones arbitrales para los accidentes en agricultura, para la invalidez y ancianidad donde más del 50 por ciento de tos litigios versan sobre materia t . n i c a y el iínico que puede juzgar entre opuestas y contrastantes opiniones tknicas es el t4cnico. Mi experiencia como miembro de la Comisión arbitral, que funciona como tribunal supremo en Italia. ha inducido a opinar que, frente a jueces médicos, son imposiMes ciertas osadías y ciertas acrobacias en materia científica a las cuales no es infrecuente asistir cuando la magi,stratura está compuesta por incompetentes eii semejantes cuestiones. Sólo con estas comisiones es posible, además, constituir aquella jurisprudencia médico-legal que puede servir de norma y de directiva entre las partes litigantes, eliminando .así un gran número de pleitos. De otro tema consentidme que os hable, egregios oyentes, aunque fugazmente, del tratamiento y de la reeducación de los inválidos del trabajo. E n este punto vuestra legislación es de !as más adelantadas porque vosotros conced6is la cura y las medicinas a la víctima del trabajo, todo a cargo .del patrón, que designa su médico. El mismo principio, maduro de años en nuestra conciencia, será introd~ci3doen Italia en la próxima reforma, reparando una gran laguna (a fa que en parte, sin embargo, suple la libertad de los institzltos aseguraidores y de los industriales) porque obligación principal de estas leyes sociales no es solamente la de procurar que el obrero sea resarcido del salario perdido a causa del accidente, sino proveer a la restauración de su salud, a la reintegración de su capacidad de trabajo, porque el Estado se enriquece con el trabajo de sus ci,udadanos, porque el trabajo, más que las pensianes vitaes el manantial de bienestar para las masas populares. licias de i~zlali~dez, Aceptado el principio, surgen dos cuestiones. ¿ A quién debe ser confiada la cura? Se debe obligar al obrero a acep tar aquellas curas, comprendidas las quirúrgicas, que tiendan a lograr la ..disminución de la incapacidad o a hacerla 'desaparecer del todo? Vuestra legislación cdla sobre la segunda cuestión, confía al médico designado por el patrono la primera obligacih. En Italia, donde como es sabido, se pone en práctica el Estado corporativo. la asistencia social es hoy consilderada parte integrante de la función social y política del Estado, cuya actividad abraza una compleja y multiforme obra, dirigida a la renovación de la valoración, a potenciar las ener:gias físicas, la productividad económica y las fuerzas morales y espirituales de la nación. Esta actividad prevé que la asistencia de los trabajadoreq sea legal o sanitaria, debe ser considerada no sólo un deber, sino un derecho de las asociaciones sindicales. La tendencia de los sindicatos obreros es trasferir la asistencia medica a un orgdnlsmo que ya exiate y funciona óptimamente para la asistencia jurídica en los litigios del trabajo: el Patronato de asistencia nacional. Cierto es que así conio la tarea del médico tratante implica la emisión de juicios acerca de la curación de la invali,dez temporal. la gravedad de las secuelas y los actos terapéuticos a ejecutar, necesita tainbién la máxima imparcialidad, la ausencia de toda, aunque sea irivo'untaria, deforinación profesional, la absoluta independencia, moral y niaterial, respecto de las partes intieresadas en la aplicación de las leyes. La otra cuestión referente a la obligación por parte de2 obrero de someterse a las curas juzgadas necesarias para la recuperación total o parcial de su capacidad de trabajo se greserite y todavía con mayor gravedad con referencia a 10s inváli'dos de guerra. El problema es tal, que merece ser tomado en consi,deración por los Icgisladores y por los cultivadores de la medicina social. En el silencio de las leyes actuales, los intérpretes h m juzgado unánimemente qwe el Instituto asegura&, hasta cuando opine que un acto terapéutico, incluso cruento y exento de cualquier peligro, como la kinesiterapia, pueda modificar favorablemente ias consecuencias del accidente, no puede ohligar al obrero a someterse a él, ni tiene derecho a descontar de. la indemnización el qwwztunz de invdldez que se cree susmptible de reparación mediante la cura aconsejada. Se ha dicho que la ley no sacriiica al interés particular y patrimonial del seguro el de ordon stipe~iorde disponer del prwio cuerpo, de la elección de los medios curativos. '4náiiogo razonamiento se ha hecho a propósito del derecho de los familiames a rechazar la autopsia para investigar la causa de la muerte de la presuiita víctima del trabajo. Yo creo que el problema debe ser considerado desde un punto de vista más amplio, el socid. Si no p u d e desconocerse el j~bs ~zatu~alirde todo individuo a aceptar o no procedimientos terapéuticos, por ejemplo actos operatorios, derecho que no es discutido tampoco fuera del campo del seguro (tanto es verdad que ninguna cura cruenta puede ser practicada contra. la voluntad del paciente o sin la autorización de quien le tutela), no puede desconocerse del mismo modo el dere~liosocial de pretender que el obrero. coopere con toda su buena voluntad a recuperar su capacidad de trabajo, disminuíada por un acci,dente. %a, pues, libre el obrero de aceptar o reahazar los trataii~ientosque se hayan aconsejado; pero no se hagan gravar sobre la economía nacional in~apac~dades de trabajo que pueden ser corregidas y que sólo la voluntad del operario hace persistir. E n estos casos puede decirse que el trabajo ha sido la causa que h a originado la invalidez; pero la conducta del lesionado es la causa de su prolongación. E l ejercicio del jzts naturdis no puede resolverse en un perjuicio social y hacer responsable a la industria de consecuencias que si el trabajo las ha. producido, la ciencia médica puede hacer desaparecer o enmendar. La libertad del obrero de dispo~ier de la propia persona, no puede llevarse hasta el punto de consentirle impunemente que con su conducta, o transgrediendo cualquier norma curativa o siguiendo consejos perjudiriaies, h ~ a gravar sobre el accidente in~ali~deces que, con su racional tratamiento terapéutico, se hubieran evitado. Una ley de asistencia social no puede wncebirse.~ sólo como una fuente de derecho para el obrero; el derecho a indemnización no va separado del deber de contfibuir con todo su buen deseo, no sólo a~ "evitar que ocurra el accidente, sino que, cuando éste se produzca, a evitar que se instauren y queden secuelas invalidantes. Como dice bien nuestro traumatólogo Della Vedova, el trabajador aporta a la sociedad la propia integridad. física; no debe serle consentido que desprecie su recuperación por la ilusión de ser indemnizado. El rescate para el trabajo de todos los minorados por accidente no está limitado solamente a las curas médicas y quirúrgicas, sino que puede ser obtenido prcpiamente mediante la reeducaoión profesional y la readaptación funcional. Como ya he dicho, vosotros habéis sido los primeros en crear por ley estos institutos; en Italia sólo en época reciente, por R. Decreto de 19 de julio de 19-9 ha sido creado el Instituto Nacional para la asistencia a los grandes inváildos del trabajo. Como indica su denominación, este organismo, que ya funciona plenamente, limita su actividad a los casos de mayor necesidad entre los mutilados, los que son víctimas de graves pérdidas anatómicas o funcionales, que les hacen, no sólo incapaces de dedicarse a trzbajos remuneradores, sino necesitados de continua asistencia y .tratamiento y de aparatos protésicos; todo esto provee el instituto! que tiene su sede en Milán, sin descuidar, hasta donde es posible, la reeducación E h mi breve visita he podido admirar vuesrro Instituto, óptimamente orga~nizadoy mejor dirigi~do.Permitidme que atestigüe con convicoión su importancia médico-social, porque figuré entre los mis calurosos propugnadores de ellos cuando la gran guerra nos dejó la herencia de más de un millón de solidados inválidos, y fui uoo de los fundadores, en Roma, de un instituto semejante, can resultados tan tangibles que puede dscirse que hoy n o existe en mi país el fenámeno de las i~nváldosque imprecan a la patria como ingrata y descuidada. Tales mutilados han obtenido una colocacián, deupués de reerlucados, en los cargos y establecimientos oficiales o en la industria privada, favorecidos por una próvida ley que obliga a las administraciones, a las empresas pú,blicas y privadas, a contratar un tanto por ciento de ellos en el trabajo. Con la reeducación no puede decirce amtado el deber de asistencia de los inválidos del trabajo: es preciso crear organismos que provean a revalorizar estos individuos de rendimiento inferior en el mercado del trabajo. Para alcanzar este fin deben colaborar patronos y obreros, legisladores y médicos. Una ley como la que existe en Italia para los minorados de guerra, deben facilitar, e imponer cuando convenga, la colocación de los parcialmente recuperados. Las oficinas de colocacióu debieran tener una sección para los también llamados valores lwborativos inferiores; debieran .disponer, sobre cada uno de los minoraidos, de informciones médicas referentes a su capacidad profesional, noticias técnicas sobre su grado &e capa&dad y ser autorizados para hacer aceptar a los contratistas un cángmo n h e m de ellos, cuanido exista la posibilidad de m prwechosa utilización. Os he hablado, pacientes auditores, de curas, de r e d a c i ó n proiesional y de su obligatoriedad. ,Laobligación jurídica, sin embargo, a ningún resultado útil conduciría sin la voluntad de lograr el resultado apetecido por zarte del mutilado o del lisiado. cSi todo trabajo, aún en los sujetos normalmente válidos, exige para triunfar la intervención de la voluntad, ésta será tanto más necesaria cuando exija paciencia, tenacidad, perseverancia, y alguna vez, hasta dolor físico en las primeras tentativas. Probar a reali- zar acciones consideradas dificiles .y ponerse en actitud de realizarlas significa haber cuinplido la parte más dificil de la tarea. Las prirrieras tentativas podrán llevar, con su fracaso, descorazoiiamiento y desilusión; conviene que el sujeto supere estos tristes momentos de desconsuelo y que de los fracasos obtenga lecciones para corregir errores. En esta crisis de desconfianza tienen iiecesidad de ser animados y sostenidos, si la voluntad vacila después de las primeras tentativas desafortunadas. La repeticián metiudica de los n~ismos actos del trabajo, logra poco a poco vencer la dificultad; la adaptación produce ya sus frutos; el esfuerzo es cada vez menos intenso y los resultados del trabajo más tangibles y remuneradores. A medida que el obrero ve que sus esfuerzos y tentativas son coronadas por el éxito, surge la confianza en sí mismo y la fe en la victoria. El rescabe de los invhlidos, por tanto, recjuiriendo la m& xima cooperación del sujeto, hace necesaria una obra preventiva de propaganda y de persuasión, no sólo con referencia al lesionado, sino también a su ambiente familiar. Grandísima es la importancia del papel del médico para alcanzar este fin. Es necesario que la asistencia al accidentado no quede circunscrita únicamente a cumplir las indicaciones somáticas terapéiiticas, sino que cultive, a través de la voluntad del paciente, las posibilidades funcionales a medida que las fases evolutivas de las lesiones lo consientan y el análisis objetivo de las disponibilidades de cada caso, guiando la voluntad del minorado, animándole a afrontar y a superar las dificultades que por sí sólo no podría vencer. El médico debe incitar al lesionado a reunir todos sus recursos fisioiógicos, dirigiéndolos a una función más válida o más adaptada a las necesidades del nuevo estado. E s opinión corriente que la legislación social puesta en práctica en esta cincwntena en el mundo. ha demostrado, dónde más, dónde menos, la no madurez de las clases trabajadoras a vivir en r&gimen de previsión social colectiva. El llamado sentido social, o bien la conciencia social es, desgraciadamente, en la vida práctica, un pálido reflejo de forma o de mero designio cultural; no es luz viva que oriente la conducta. La amarga frase de Tolstoi: "Los hombres no tienen más que la cnnciencia del Código penal" no es tan pesimista hipérbole como puede parecer a primera vista. La legislación social presupone una progresiva elevación de la conuencia cívica sensibilizada hasta la delicadeza extrema, porque ella es expresión de homenaje concreto y de respeto realizador a los intereses éticos superiora y generales. La legislación social no tiende tanto a regular relaciones jurídicas de convivencia, como a codificar un espíritu de solidaridad, y no se concibe sin que exista en el obrero, elevadísímo, e1 sentido de responsabilidad y dignidad personal. Al médico, de manera especial, le reservan las leyes sociales esta tarea moralizadora. De &ta misiCEn que la oivilizaeión nos ha con.fiaido, eternos orgullosos, colegas que me habéis escuahado con tanta paciencia y benevolencia; de la coniianza que la sociedad !ha puesto en nosotros, hagámonos dignos, cumpliendo el mandato con justicia, con humanidad, con impar. . cialidad ! . .- , .,..