Ruth Ellis, la última mujer que fue a la horca en Inglaterra

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Dia: 13/07/2000 - Hora: 01:01
50 . POLICIA . CLARIN . Jueves 13 de julio de 2000
MEMORIA
PENA DE MUERTE
UNA HISTORIA DE INFIDELIDADES
Ruth Ellis, la última mujer que
fue a la horca en Inglaterra
Mató a su amante, que la engañaba. Su condena, en 1955, provocó una dura polémica sobre la pena de muerte
Por
RICARDO V.
CANALETTI
De la Redacción
de Clarín
Ruth Ellis pidió una botella de brandy y
su deseo fue concedido. Saboreó cada
trago y al rato se sintió animada. Imaginó que estaba en su night club envuelta por la música y la semipenumbra. Cuando dejó el vaso en la mesita al
lado de la cucheta, advirtió que el borde
que se había llevado a los labios no estaba manchado con rouge como era habitual, y entonces volvió de golpe a la
realidad. Miró las paredes grises de su
celda, en la prisión de mujeres de Holloway. Tenía 28 años, había sido condenada por asesinar a su amante y en
24 horas más sería colgada del cuello
hasta morir.
Era el 12 de julio de 1955. Albert Pierrepoint entró al anochecer a Holloway
para cumplir con su trabajo según los
viejos ritos. Estaba impecablemente
vestido con un traje gris oscuro y chaleco. Flaco y alto, de pelo corto y blanco,
con infinita cortesía pidió a los guardias conocer a “su cliente”.
Lo llevaron hasta una celda contigua
a la de Ruth. Allí estaba la horca y en
una de las paredes una puerta de metal
con una mirilla que abrieron muy despacio. Pierrepoint, el verdugo más famoso de Inglaterra, observó detenidamente a la condenada, anotó su peso y
su altura y los combinó mentalmente
con otros factores esenciales para su tarea: el grosor y la longitud de la soga.
Ella no se dio cuenta de que la observaban. La mujer, que se convertiría en
la última en ir a la horca en Inglaterra,
sollozaba repetidas veces: “No quiero
morir... quiero ver a mis hijos...” Albert
Pierrepoint cerró la mirilla con sus
huesudas manos.
Ruth era hija de una refugiada belga
y de un músico inglés de apellido Neilson que prefería pasar la mayor parte
del tiempo tocando el chelo en cruceros
transatlánticos antes que con su familia
en tierra firme.
Ya adolescente, Ruth se platinó el cabello y empezó a frecuentar clubes nocturnos. Le gustaban las polleras ajustadas, los tranquilizantes y el brandy. Primero fue camarera; luego modelo, después desnudista en boliches de mala
muerte, más tarde alternadora, prostituta de ocasión con hombres de la alta
sociedad y, finalmente, encargada de
un local nocturno.
Tuvo un varón de una de sus parejas
juveniles y otro más de su matrimonio
con un dentista alcohólico llamado
George Ellis, una unión que se disolvió
rápidamente.
Esta era su vida hasta que en The little club, en el corazón de Londres, conoció a David Blakely, un joven de 25
PROTAGONISTAS. Ruth Ellis con David Blakely. Ella tenía 28 años y él, 25.
Pierrepoint, una familia de verdugos
Albert Pierrepoint perteneció a una familia de verdugos cuyo primer exponente fue “Old” (Viejo) Harry, un ex carnicero que se retiró en
1916 con 99 víctimas,
incluido el último doble
ahorcamiento femenino. Lo reemplazó su hijo Tom, que comía caramelos en las ejecuciones. En 1948 lo sucedió su hijo Albert,
años que no tenía otra ocupación más que
despilfarrar las 7.000 libras esterlinas que
había recibido de herencia paterna. Le
gustaban las carreras de autos pero su último vehículo había quedado en la línea de
partida el día de su debut.
La relación con Ruth fue tormentosa.
Vivían en un departamento alquilado; él la
engañaba y ella le hacía pagar el alquiler a
uno de sus clientes ricos. Blakely a veces
le pegaba, a veces le proponía matrimonio,
a veces se emborrachaba con ella y a veces
estaba semanas sin aparecer.
El Viernes Santo de 1955 habían queda-
quien ahorcó a Ruth Ellis en 1955.
Diez años después la pena capital fue
abolida en Inglaterra. Albert trabajó en
otros países. Después
de ahorcar a 530 hombres y 20 mujeres en
30 años, reflexionó:
“En mi opinión, la pena
máxima sólo funciona
a modo de venganza”.
Murió en 1992, a los
87 años.
do en encontrarse a las 19.30 en un boliche. David iba hacia la cita cuando se encontró a unos amigos, Carole y Anthony
Findlater. Como lo vieron deprimido, le
propusieron ir a otro local a tomar unos
tragos y a olvidarse por un momento de
sus problemas con Ruth. El aceptó.
Ruth, en cambio, llegó puntual a la cita
y esperó en vano. Pero no sólo esperó ese
día sino el siguiente y el siguiente. Se enteró de que David había salido con los Findlater y se convenció que la engañaba con
Carole. Y más todavía: creyó que la engañaba con el matrimonio Findlater.
Pasadas las 21 del domingo de Pascua
de 1955, Ruth Ellis fue al club Magdala,
donde estaba David. En su cartera llevaba
un revólver calibre 38. Blakely recibió el
primer tiro a menos de 8 centímetros de
distancia. Tambaleante, salió a la calle y
allí Ruth le disparó cinco veces más.
Se quedó parada en ese lugar. “Llamen
a la policía”, les dijo a los curiosos que se
reunieron allí. No intentó defenderse en
ningún momento. “Soy culpable”, reconoció siempre. Un jurado tardó 14 minutos
en dar el veredicto: muerte en la horca.
En todo el país hubo un fuerte rechazo
a esta decisión porque se consideraba que
la muerte era un castigo exagerado para
un crimen pasional. Raymond Chandler,
el famoso escritor de novelas policiales escribió en el Evening Standard: “Su crimen
fue fruto de la provocación. En ningún
otro país del mundo se colgaría a esta mujer”. Abogados, parlamentarios, hombres
del común y de la cultura participaron de
campañas a favor de un indulto. En una
de ellas se reunieron 50.000 firmas. Pero
el perdón jamás llegó.
El 13 de julio de 1955, al toque de diana
en la cárcel de Holloway, a las 6.30, nadie
despertó a Ruth. Era la tradición dejar dormir al condenado el día de su ejecución.
Poco antes de las 9, la hora señalada, Ruth
desayunó con más brandy.
Una multitud ya se concentraba en la
puerta de la penitenciaría para protestar.
Un violinista callejero ejecutó varias veces
el Ven cerca de mí, de Bach.
Pierrepoint entró a la celda con su ayudante. Ruth, de acuerdo a la tradición, estaba sentada de espaldas a él. El verdugo le
ordenó suavemente que se incorporara y
le ató las manos a la espalda. Dos guardias
la llevaron a la celda contigua, la de la horca. Ruth Ellis, repleta de brandy, caminó
despacio. La dejaron sobre la trampa, en
un lugar exacto señalado con tiza blanca.
Entonces le ataron los tobillos con una correa y Pierrepoint le colocó una capucha
blanca. Enseguida acomodó el nudo de la
soga de cáñamo debajo de la mandíbula
de Ruth, del lado izquierdo. Vio que estaba todo dispuesto y tomó la palanca que
accionaba la trampa. El abrumador silencio fue roto por el piso de la trampa al
abrirse y por el sonido seco del cuello de
Ruth al quebrarse.
El médico comprobó la muerte. El cuerpo quedó colgado cerca de una hora más,
como también era costumbre, aunque nadie explicó nunca esta última indignidad.
Se izó una bandera negra y se oyó el
tañir de una campana. Un guardia colocó
en la entrada un cartel que decía que la
sentencia se había cumplido según las reglas y con humanidad. Los manifestantes
se dispersaron en orden y en silencio.
Pierrepoint fue con su ayudante a una
oficina a cobrar su trabajo. Al rato, un
furgón salía de Holloway. Llevaba el
cadáver de Ruth hacia el cementerio. El
portón no se había cerrado aun cuando
apareció el verdugo. Saludó con la mano a
uno de los guardias, se despidió de su ayudante y se fue a su casa, caminando.
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