SEVILLA: mprenta de Ü. José Maria Atien-zo, calle de las Sierpes, número 5 . • 1851. CAPITULO PRIMERO. En e! fondo de una pequeña bahia, b a ñ a da por et Océano, y en la costa S u r d s Finislerre, se descubre e! pueblecillo de F . . . que antes de ser invadido por ios artista» se hallaba ocupado por m u j e r e s lindísima adornadas d e caprichosos y encantadores t r a j e s . Desgraciadamente s e dejaron ver ios artistas, é inmediatamente supieron las j ó venes de F . que poseían un tipo delicioso q u e las hacia un interesantes, y hé aquí la razón por la que empezaron á llevar con eierto desaliño su t r a j e especial, y á no h a llarse satisfechas con las tocas que hasta entonces habían usado sus m a d r e s . E n el año de 1 7 9 5 era un fenómeno digno de notarse el feliz sosiego de que gozaba esle puebleciMo, tranquilamente s i t u a do entre el Océano y la revolución. Hasta esla época la ¡surrección bretona había s a cado pocos partidarios de esta estreina de ia península. La república tenia allí e s casas simpatías, sobre todo desde que h a bía convertido en departamento el obispado. Los pescadores de F . . . , en particular, no supieron con indiferencia esta j u g a r r e t a ^ un poder enredador, que era el dict a d o cou que distinguía su rector al c o rnil! de salud pública; pero éste poder verdaderamente embrollo»» habiendo limitado sus relaciones directas con los pescadores á una niñada, consiguió, casi sin saberlo, que estos no se unieran, como teuia p e n sado, á los mozos de Coquereau de BoisH e r d y : respetábanse sus barcas, sus m u jeres y S Í J S c a s a s , y hasta el anciano rector á pesar do s u imprudente l e n g u a j e , lo h a bía sido i g u a l a n t e , no s e s a b e bien si por ignorancia ó cíe b u e n grado; e n una palabra, aquellas s e n c i l l a s g e n t e s viendo que la república los olvidaba, habían [acabado lambieo por olvidarla á m vez. Tales eran las disposiciones sensatas 9 y generosas de los habitantes de F . . . para eon la conversion nacional, cuando al r a yar el dia 12 de junio de 1 7 9 5 se vió turbada-esta armonia, f r u t o de una tolerancia músua. por ei ruido de los c u l a tazos que haciau retemblar las puertas mas notables del lugar. Despertados los habitantes con el mayor sobresalto, descubrieron con turbación en ¡a plaza d e la iglesia los uniformes azule* y los plumajes r o jos de los granaderos de la república. Un destacamento de cincuenta hombres próximamente, precedido de dos oficiales á c a ballo, acababa de invadir el pueblecillo, violando así los derechos de neutralidad q u e el hecho parecía haber concedido á ese pequeño rincón del mundo, libre hasta entonces de toda huella revolucionaria. Sin embargo, el pánico causudo eo el l u gar por tan brutal agresión fue cediendo poco á poco en vista de las seguridades dad a s por los oficiales y del buen c o m p o r - 1 amiento de los soldados. P r o n t o no quedó otro cOidado a los habitantes que el de adivinar el objeto de la espedicion. A p e sar d e la debilidad del destacamento el grado superior J e uno de los oficiales, que llevaba c h a r r e t e r a s de comandante, parecia indicar que no carecía de importancia e s te paseo militar. Detras de la pequeña columna republicana, veíanse muchos caballos de silla conducidos por un lugareño bretón vestido rigorosamente de antiguo traje nacional, complemento de una apariencia, sin duda amistosa, pero que no dejaba d e envolver eon nuevo misterio un suceso, su» ficieo teniente inexplicable de s u y o . En el mismo instante en que los b r a vos pescadores d e F . . . se perdían en m u l titud de conjeturas, se vieron sorprendido» por otro espectáculo igualmente inusitado: una fragata, inglesa al parecer acababa de dejarse ver al S u r de esta bahía, maniobrando con la intención evidente d - acercarse á la costa cuanto permite la prudencia á ua buque de estas dimensiones. Ei segundo s u ceso tuvo la vciti'ua de proporcionar á los -9— indígenas la esplicacion natural del primero; desde aquel momento se vió ya claramente que el objeto de la fragata no era otro que el de desembarcar en la costa sus cuerpos de invasion, c u j a operacion estaban encargados de impedir los soldados que habían llegado por la m a ñ a n a . Pero bastaba una simplecomparaciou mental entre las fuerzas, del destacamento y las que en sus anchos costados podia contener la fragata, para prever desde luego el resultado inevitable del choque. Este ingenioso descubrimiento puso tin á la zozobra pública; pero, sí se ha de hacer justicia á la poblacion de la costa bretona, debemos decir que no fué recibido en el pueblo sin cierta satisfacción m e z c l a da d e disgusto, porque no eran mejor vistos los colores de la vieja Inglaterra que los de la república francesa. Por una notable singularidad, la idea que la aparición de la fragata había hecho nacer en el espirítu de los pescadores, era p r e c i samente la que se había e?parcido entre los soldados dispersos por la playa. Hijos ros, pero entusiasta?, de aquella r e p r ' - 1 0 cuyo heroísmo era el alimento cotidiano y necesario, criados entre el clamor de f a bulosas hazañas, y llenos de ese orgullo patriótico que engendra los grandes recuerdos y que provoca los actos heroicos, estos bravos no veian en su mayor número nada de chocante en el combate prodigiosamente desigual que creia cercano. Esta c u e s tión se agitaba, sin embargo; con calor en un grupo formado de cinco ó seis jóvenes granaderos, cuya inesperiencia había creído deber aconsejarse de un sargento de bigotes canos, en presencia de esta crisis inminente. Este personaje, llamado Broidoux, en ves de responder inmediatamente á las interpelaciones d e sus i n f e r i o r e s , creyó muy oportuno resplandecer previamente su dignidad a s í que, sacó d e s u sombrero un pañuelo de cuadros, le e s t e r i dió con precaución en la arena, y acabó poi* sentarse con cierta majestad burlona sobre este m o d e s t o t a p i z . S a c a n d o entonces tabaco e n p e q u e ñ a s j r o p o r c i o n e s de de una bolsa de c u e r o , cuyo nombre no me acuerdo, empezó á r e l l e n a r u n a p i p a d e b a r - — l i to do pequeño tubo, con la circunspección rrelódica de un hombre que conoce el p r e cio de las cosas. Después de haber p a s a do el dedo pulgar por el agujero del tubo, con el objeto de igualar la superficie del precioso vejelal, sacó Broidoux un e s labón, y le hizo chocar varias veces con una piedra de chispa, todo con la mayor ceremonia. En fin, cuando vio la pipa e n cendida y sujeta con los labios, se t e n dió en la arena tan largo como e r a el grave sárjenlo, interpuso entre su nuca y el húmedo suelo sus dos manos cruzadas, y arrojando al aire grandes bocanadas de humo. — A h o r a , dijo, ¿qué es lo que tienes el honor de preguntarme, Colibrí? — N o era yo, mi sargento, respondió el jóven torpe y mofletudo á guien Broidoux designaba con el apodo amistoso de C o librí; son mis c a m a r a d a s los que dicen que ese gran demonio de buque va á d e s e m barcar un hato de picaros ahí enfrente, y que nosotros estamos aqui para impedirlo. ¿Lo creeis asi, mi sárjenlo? —12— —A esta pregunta, dijo Broidoux, quizá podrían dar los sabios cincuenta respuest a s . En cuanto á mi, Cotibri, no se me ocurren mas que dos, á s a b e r , p r i m e r o , que lo creo; segundo, que lo espero. Al oir estas palabras, que tomaban en la boca que las vertía una autoridad p r o fética, los jóvenes granaderos se miraron furtivamente, comunicándose m ú t u a m e n t e sus secretas impresiones con un movimiento de cabeza acompañado d e una mueca particular del labio inferior. — M i sargento, replicó tímidamente C o librí: ¿habíais n a \ e g a d o antes de hacer la guerra en América? — N a t u r a l m e n t e , muchacho, el c a m i n ó l e tierra DO se había descubierto todavía c u a n do pasé ai Nuevo-Mundo, y la atravesía á nada ofrecía entonces, como a h o r a , algunas dificultades. — Pues b i e n , m i sargent o; siendo asi, debéis saber c u á n t o s h o m b r e s puede c o n ducir un buque d e la fuerza d e l que t e nemos á la vista. -13— — E n un buque de este norte, replicó flemáticámenle Broidoux, ne solido ver basta mil quinientos valientes con su equip o , sin que por eso estuviesen sus codos menos holgados que los de un ciego en una plaza pública. —Siendo asi, dijo Colibrí, antes quien esta manifestación abria una perspectiva na da graciosa, ¿creeis que la fragata puede desembarcar mil hombres? —Sin mas dificultad que la que yo tengo al escupir. ¿Y bien? — Q u e nosotros no somos mas que c i n cuenta, observó Colibrí con reserva. — Y qué, dijo Broidoux. — Q u é serán veiute contra uno, mi s á r jente. —Quieres tener la bondad de decirme, prosiguió el veterano, cuál es el nombre de aquel pingajo de varios colores que está colgado en la punta del mástil y que e m p i e za a llamarse la atención de un modo d e s a gradable? — E s el pabellón inglés, dijo Colibrí. — M u y bien. ¿Y s e r á s bastante amable —14— para t r a e r á mi memoria el nombre, ei apellido y las cualidades de esta alhaja? preguntó el sargento señalando con la m a no un guión -tricolor que el viento,agitaba por encima de un pabellón de fusiles. — E s la bandera de la república, . — U n a é mili vis i ble, ciudadano Colibrí. P e r o , ¡oye! como en los tiempos que c o r ren está u n o : espuesto u los mas d e s a g r a dables encuentros,, si alguna vez te hallases de manos á boca con u« ejército de p r u s i a nos, de ingleses,, ó de federalistas de c u a l quiera clase, leu cuidado de - a u r . n o h a rapo como aquel á la coleta del general enemigo, y le ver.is súbitamente apretar los talones con todo su e j ú c i l o , oí mas ni menos que un jóveu mimado á quien el co. cillero de su ma.uá engancha uwa rodilla en la espalda. — P e r o , mi satgeMo, replicó Colibrí: si hemos venido á b timos, para q t 4 sirven los caballos de sillas q u e esc lugareño ; de largas g r u í a s conducía d- l a brida delijas de nosotros? - — E s o s c a b a l l o s , d i j o el-,sargento, d e s - pues d e un minuto d e reílexirm, eslan destinados para los prisioneros de nota, ségun todas las apariencias. — M i r a d ! gritó de repente Colibrí, la f r a gata no anda 3 a. El sarjen}© Broidoux, abandonando su negligente posicion, se incorporó nn poco apoyándose en el codo, . puso su mano en forma de pantalla encima de sus ojos, y consideró un momento la fogata cou a t e n ción: — E s t á n al pairo, prosiguió, y, si no me engaño, echan los hotes ai m a r . De aquí á una hora, muchachos, cambiaremos los tacos. Broidoux sacudió las cenizas de su p i p a , volviéndola hácia abajo, y llenándola*- segunda vez con la misma precaución que la primera, añadió: — U n a cosa que no te d e s a g r a d a r á , C o librí, e s q u e estamos fuera del a l c a n ce d e sus cañones. Si esta c o s t a , en vez de estar sembrada de arrecifes en una legua á la redonda, estuviese como algunas otras que he visto, e n l a s q u e u n —16 — navio de altó bordo se pasca tranquilamente como una dama en su salon, is fragata hubiera anclado á nuestra izquierd a , mientras que Jas tropas de desembarco nos hahriau atacado por la d e r e cha. A ser asi, habríamos sido á la vez fusilados de frente y vendimiados de c o s tado, lo que nos hubiera colocado en una situación verdaderamente crítica. Apenas acabó de pronunciar estas p a labras el s a r j e n ^ , cu .nido la fragata e c h é un bote al m a r . Ksta circunstancia eseitó un interés nuevo entre los pescadores y los soldados. Miradas burlonas ó perplej a s se dirijian, ya hácia el mar, y a hacia el jefe de las tropas republicanas, que, colocado sobre una r o c a , examinaba c o n UB anteojo de campana los movimientos d e l buque inglés. Este personaje, que no r e presentaba arriba d e veinte y cinco años, llevaba el recargado uniforme d e c o m a n dante de la república, con tnv> elegancia poco común, atendidas las c o l u m b r e s militares de aquella é p o c a . El g é n e r o de b e lleza impreso en su fisonomía; l a p e r f e c t a # - 17— delicadeza de todas sus faceienes, en que los ojos de las nobles vejanconas buscan los signos de r a z a , habrían desde luego asegurado al joven oficial una acogida fraternal en los salones de Verona. La nobleza de su frente y ía pensativa dulzura de sus ojos, contrastando visiblemente con la dureza de las líneas de la boca, le h a brían proporcionado una atención l i sonjera en toda reunion d e mujeres, sin acepción de partido. A algunos pasos d e tras de él se veia un joven de diez y nueve años escasos, de rubios cabellos y de sonrosadas megilias, vestido de ligero u n i f o r me de ayudante de c a m p a ; este a d o l e s cente figuraba, en calidad de teniente en el estallo mayor del general ííoche, y hacia algunos días que dividía con el joven jefe de batallón el mando de la columna e s pedicionaria. —Comandante Hervé, g r i t ó de reponte el mas joven de los dos oficiales, al notar q u e las olas iüfadian la roca que servia de observatorio á s u s u p e r i o r : o s advierto B E L L A H . — T . I, 2 —18— que ia marea sube, os llega ya el agua á media pierna. Volviose el comandante I l e r v é con s e m blante dislraido; miró al joven a y u d a n t e con ese aire vago del hombre que duda si ha sido llamado, y despues volvió á sus observaciones con el anteojo. El joven a y u d a n t e soltó una c a r c a j a d a . — O s digo, comandante, continuó h a ciendo un tornavoz de sus dos manos, que la marea va subiendo, y que os vais á a h o gar, entendeis? El comandante se sobresaltó como un hombre que despierta, paseó á su alrededor atónitas m i r a d a s , y notando q u e sus botas estaban sumergidas hasta l o s tobillos, se lanzó de un salto sobre lo pía y a , m u r m u r a u d o una imprecación, c u y o c a r á c t e r , contenido y discreto, aounciaba costumbres distinguidas, porque un h o m bre b i e n criado difiere de u n galopín hasta en las g r o s e r í a s en q u e pueden a r r a s t r a r l e las sorpresas d e la pasión. D e s p u é s , m e tiendo unos tra^ o t r o s los t u b o s d e s u anteojo comenzo á p a s a r s e en la arena r á - —19— pillamente, sin otro objeto que el de calmar una gran agitación de espíritu. Los soldados, inquietos, no perdían un solo movimiento de su jefe. —Seguro estoy, se atrevió á decir C o librí, hablando b a ñ a n t e alto para ser oído de Broidoux, aunque sin dirigirse á él d i rectamente: seguro estoy que el c o m a n dante siente no haber traído todo el b a tallón. Como continuase fumando Broidoux con una dulzura oriental, Colibrí osó añadir. —Necesario es que el general haya sido mal informado relativamente á las fuerzas del enemigo; de otro modo, él mismo h u biera venido con dos ó tres b a t e r i a s . . . — P o r qué no con toda la division, el estado mayor y la músiea? esclamó el s á r jenlo Broidoux con voz atronadora. ¿No faltaba mas si no que hasta la misma r e p ú blica se hubiera puesto en marcha con t o dos sus descamisadas de Fraucia y de N a varra para conservar la frescura del c u tís del ciudadano Colibrí? ¿El general, d i ces tú, gorrion desp'umodo? ¿Tratas dé divertirte glosando las ideas y p r o y e c t o s del generalí ¿Asistes tú á su cons-j»? Mucho lo dudo, y la razón de dudar es que veo que ignoras completamente la tcoria d e l efecto moral; asi es, Golihri, que no aciert a s á meter en t u obtusa cabeza que es una calaverada deliciosa, de magnifico e f e c to moral, eso de oponer cincuenta g r a n a deros á un millar de hombres... Q u e nosotros debemos ser hecho pedazos, es cosa que tampoco se me oculta; p e r o no por eso será menor el efecto moral, y los c u e ro igos conocerá» el caso que hacemos de ellos. Y ahora que tu \alor se deja ver lleno de moderaníismo. debo prev. nirte que si por c a s u a l i d a d sintieses, c u a n d o l a s cerezas te lleguen p o r delante, algunos culatazos por d e t r á s , n o s e a s tan m e n t e c a t o que te d e j e s sobrecoger por una frivola sorpresa, en ateueioñ á q u e yo c o n o z c o p e r sonalmente á q u i e n fe los receta. Antes quo el sai jonto Broidoux hubiere podido averiguar el electo moral (le su discurso en el • emblantc de *n subordinado, llamó su aí'"x. : on hácia el mar una - 21 — esclamacion partida del grupo que le r o deaba, y observó entonces e o n admiración que solo se había destacado un bote de la íragala, el cual ?e dirigía á fuerza de r e mos hasta la playa, mientras que el buque ?e a l e j a b a bordeando á dos iegoas de la costa. — Nos envían un parlamentario, prosiguió el sárjenlo; eslo es lo que se llama una conducta prudente, por no decir otra cosa. {Saces el favor de decidme, Colibrí, tú que tienes rjos de águila disecada, que es lo que descubres en esa lanchilla? —Salvo el respeto que os debo, mi s á r jenlo, yo creo descubir una media docena de hombres con enaguas. —Entonces, dijo Broidoux, son e s c o c e sas, No conozco ¿ nadie mas que estos qtje lleven enaguas entre todos los ejéreitos del mundo civilizado. —Mi sárjenlo, esclsmó Colibrí; ¿llevan también papalina los escoceses? — Papalinas? dijo Broidoux: no lo creo, l.o que tú querrás decir son turbantes. •—Por lo menos hay una papalina, mí sargento. Serán quizás escocesas. —Todo, es posible, prosiguió el saijento, volviéndose á lumbar con la mayor filosofía; pero si las mujeres toman c a r t a s en el asunto, buenas nochos. Durante este diálogo, el comandante H e r v é sentado en la quilla de una b a r c a , t r a zaba figuras cabalísticas e n la a r e n a con la vaina de su s a b l e , mieulras que sus d e s truidos ojos parecían leer palabras invisibles en el confuso mundo d e los r e c u e r d o s y de las esperanzas. U n a m a n o q u e l e t o c ó ligeramente en el h o m b r o le arrancó s ú b i tamente de s u s m e d i t a c i o n e s , al m i s m o tiempo que una v o z c i a r a y casi i n f a n t i l l e decía por desras: — H e aquí un momento feliz para v o s , Pelven. — F e l i z , Francisco! r e s p o n d i ó el j o v e n sonriendo eo» aire pensativo; n o l o s é t o davía. tín v i v i d o ya l o bastante p a r a s a ber que no s e paede calificar n o m o m e n t o de feliz ó d e s g r a c i a d o hasta q u e isa t r a s currido. —Cómo? prosiguré^Fratjcisco observando —23— con cariño la mirada melancólica de su amigo, ¿no trae á vuestros brazos esa b a r ca una hermana querida? No es este el instante por el cual suspiráis hace dos años? —¿Y se acaso, dijo Pel ven, si e n c o n traré la hermana de que me acuerdo y que espero? /Ha vivido tanto tiempo al lado de mis enemigos! H a b r á aprendido quizás á odiar en todo cuanto la rodea el uniforme que llevo. — N o , no puede ser! esclamó el joven ayudante con una vivacidad que cubrió su frente de un rubor súbito. Basta sa ber lo que me habéis dicho de ella, Hervé; lo que revelan las c a r t a s que habéis tenido la bondad de enseñarme, para convencerse de que tal sospecha es imposible, indigna. — Y por otra parte, continuó Hervé sonriendo al ver el entusiasmo caballeresco del jóven, mi hermana n® viene sola. Está acompañada siempre d e personas que e s toy seguro que no m e aman, y ya p o déis comprender, Francisco, que es muy —24— doloroso ver frialdad y hasla animadversion eD rostros antes tan cariñosos y amigos. —¿Me seria lícito, sin faStar á la discreción, comandante Hervc, solicitar una e n u meración de la tripulación femenina de la barca? — E n un tiempo en que la política es una perla de las mas r a r a s , Francisco, me es imposible dejar de satisfacer una curiosidad que se espresa con tan notable delicadeza. Nada o s diré de Andrea Pelven, mi hermana, de quien tantas veces sin duda os habré hablado. Francisco se sonrojó nuevamente. — P e r o , continuó el comandante, vos h a béis sido el primero en escusar esta d e bilidad de hermano. A d e m a s de e l l a , l a b a r c a , que dista aun media l u e g a de n o s otros, t i e n e l a honra de conducir á la S r a . Eleonora de K e r g a n t , .en otro tiempo canonesa; e r a hermana del marqués de K e r gant, mi tutor, y en la actualidad es la enemiga mas e n c a r n i z a d a que t e n g o e n todos los dominios de l a r e p ú b l i c a f r a n c e s a , y la amiga*mas t i e r n a q u e l a etiqueta, S gran conocimiento del mundo y los c o s méiicos lian conservado en esta era de abominación. Delias de dicha señora y á una r e s petuosa distancia, descubriréis una joven bretona, que prometía ser una de las criaturas mas bellas que hayan entusiasmado la mirada del hombre. Se llama Adela, y es hija del ciudadano K a d , ese robusto guia bretón que ha conducido los caballos y que distinguiréis recostado sobre el m á s til. Os ruego que observéis que ese hombre. con sus cabellos caídos, su gran sombrero, sus anchos calzones y su traje á lo Luis X I V , es sin embargo en su g é nero un tipo de estremada belleza, que puede daros una idea de la que c a r a c t e riza á su hija. Adela ha sido criada en el castillo, ocupa una condicion mista, y no es ni señorita ni sirvienta. Tiene las manos blancas y sabe ortografía. Por ú l timo, á nna distancia respetuosa todavía notareis una doncella inglesa ó escocesa, ó no sé de dónde» una miss M a c - G r e g o r , que cuenta gefes de clan entre sus a n - —26— tepasados, y que repetidas desgracias han redacido al estado en qué se encuentra. Como la ha recibido recientemente la ca~ nonesa á su servicio, no la he visto nunca; sin embargo, si quereis que os haga su retrato, héle aqui; es uua torpe y alta mujer, muy colorada, que loma tabaco á escondidas. Estáis satisfecho, Francisco? —Todavia no, mi comandante, porque, si no me engaño yo veo cinco mujeres en el bote, y no me habéis hablado mas que de c u a t r o . — E s cierto, replicó Her vé de Pelven, y continuó cois una turbación que no pasó desapercibida para su amigo: s e h a l l a allí ademas, ¿ á l o m e n o s debe d e h a l l a r s e , pues no distingo nada desde aqui, la s e ñorita Bellah d e Kcrgant, hija del marqués y sobrina de la canonesa. El nombre de Beliah es tradicional en la familia, d e s de tos Couan y tos Alain. — Y es eso lodo? preguutó Francisco, Si á esa relación no añadís un elogio ni «n epigrama acerca de esa jóven, me veré obligado á figurarme que es, ó c o n t r a h e - — 27 — cha, ó sumamente perfecta, ya que por lo visto vuestro pincel, ó no se digna, ó no se atreve á hacer su pintura. —Siempre fué cosa delicada, d<jo Hervé, el hablar de nueslros enemigos, y yo tengo el disgusto de contar a la señorita de K e r gant en el número de los mas ardientes adversarios de la causa que defiendo. Es amiga de mi hermana, y, con respecto á mí. ha manifestado también d u r a n t e m u chos años los mismos sentimientos que pueden abrigarse por un hermano; pero ahora yo no soy para ella otra cosa que un miserable, manchado con la sangre de su rey y con el polvo de las ruinas de su patria.... Como cosa de un minuto de silencio sucedió á estas palabras, pronunciadas por el joven comandante con una voz alterada y vibrante, y despues prosiguió: — Y a la vereis, Francisco; ya la vereis, y entonces podréis decirme si j a m á s p i n tor alguno supo hacer reflejar sobre un rostro mas divino la pureza de una v i r gen y los sufrimientos de un mártir. — 28— Otra vez volvió á hacer pausa Ilervé, con el objeto d e ocultar la turbación de su semblante, volviendo la cabeza, y a ñ a dió: — Sr. Francisco, es una lucha á veces bien terrible la que se traba entre las creencias y los deberes, haciendo despuntar la edad de hombre «n abierta c o n t r a p o sición con les mas dulces sentimientos de la infancia. El joven comandante se levantó al t e r minar tas anteriores palabras, y anduvo precipitadamente algunos pasos hasta la playa, en tanto que el teniente p e r m a necía en el sitio en que acababa de oír aquella semi-coníidencia, humedecidos en lágrimas los ojos y la frente empañada con una nube de melancolía, que sentaba m u y bien con la habitual animación de su fisonomía. Aprovecharemos ahora el corto i n t é n a i o que separa todavía el bote inglés de la costa para completar tan brevemente como nos sea dable ursa esposicion d e hechos indispensables por desgracia siempre que se - 2 0 - haccD relaciones, por muy humildes que sean. Hervé f su hermana, huérfanos desde sus mas tiernos años, habían sido encomendados á la tutela del marqués de K e r gant, antiguo amigo de su padre, el c o n de de Pelven. El marques había cumplido con una piadosa caballerosidad el empeño contraído á la cabecera del lecho del m o ribundo. Los dos pobres niños hablan h a llado bajo el albergue del leal caballero una a c o g i d a de hermanos por parte de B e Nal), hija única de aquel, compartiendo con ella los beneficios de una educación impregnada de u n a solicitud s e v e r a . Al cumplir Hervé los diez y s i e t e años, fué enviado á un colegio de P a r í s , del cual no salió iino p a r a entrar en la escuela militar de Brienuc. A lines de verano, el joven iba á p a s a r a l g u n a s semanas á la morada de los Kergant; pero aunque c o n tinuaba observando s i e m p r e i g u a l a g r a d e cimiento r e s p e t u o s o h á c i a s u t u t o r y la misma ternura h á c i a s u s d o s encantadoras h e r m a n a s , q u e a e o g i i m c o n s t i n i t e m e i i t e —30— su llegada coo lágrimas de cariño, iba sintiendo de año en año apoderarse de su mente ideas nuevas, que parecían querer sustituir á las que habia alimentado su cerebro en la infancia. El día en que el marques tuvo noticia del resultado fatal del viaje del rey Luis X V I á Varennes previendo el desesperado esfuerzo por qué habia de atestiguar la nobleza bretona su adhesion a sus ideas religioaas, que se veian atacadas, llamó á toda prisa á su pupilo: Hervé o b e deció, y acudió á K e r g a n t . Allí vivió por espacio de algunos meses, entregado á crueles martirios de espíritu, fluctuando entre l o s poderosos recuerdos de su corazon y l a s p r o f u n d a s convíccio» ues de su inteligencia. Al cabo, un d i a s e resolvió, y emprendió en secreto s u m a r cha á Paris. Poco tiempo despues el m a r ques de Kergant s a b i a por medio d e u n a respetuosa c a r t a , que el hijo del c o n d e de P e l v e n servia en clase d e v o l u n t a r i o eu las t r o p a s d e la república. D e s d e entonces, á pesar d e q u e la s e ñ o r i t a d e Pelven echó de ver e n i a c o n d u c t a de s u t u t o r para —31 — con ella un esceso de alecciones y cuidados, no tuvo valor para volver á pronunciar el nombre de su hermano, prefiriendo c o n siderarle olvidado á verle ultratajado. Los demás individuos de la casa observaban e s irictametle igual silencio, prestando todos asi un tributo de reprobación hácia el p a r tido que había abrazado Hervé, aunque en su interior cada uno, según su c a r á c t e r , mirase el hecho con mas ó con menos i n dulgencia. El marques reputaba al hijo de su antiguo amigo como un renegado y un infame, que siendo á un tiempo traidor á su Dios y á su r e y , no merecía perdón en este mundo ni en el otro. La S r a . de K e r gant, la canonesa, veía aparecer á cada p a so ai antiguo pupilo de su hermano en el campo estrecho y fantástico de sus p r e cauciones, bajo las formas mas eslrañas; ya se le figuraba blandiendo una pica r e m a t a d a por una cabeza ensangrentada ya revestido de una estraordinaria c a r m a ñola, bailando sin orden ni concierto el baile llamado Saldrá, debajo de cadáveres humanos colgados eo lugar de faroles; ya —32— corriendo las calles en la ridicula facha que ella creia que debían de llevar los descamisados, tomando en su sentido literal esta denominación política. Por lo que hace á la joven Bellah, ccsistia enmedio de los revolucionarios un hombre nacido con las mas nobles cualidades, pero que luego se habia eslraviado hasta el punto de incurrir en el crimen y dejarse llevar de un delirio incalificable, y ella miraba con tal horror semejante d e serción de sus altares domésticos, que j a más la altiva criatura osó, ni aun siquiera se le pasó por las mientes, el mezclar el nombre del traidor á ios religiosos m o r m u llos de sus plegarias. ¿Quién sabe si acaso esperaría allá en el fondo de su alma que Dios se dignase leer en sus llorosos o j o s el nombre proscripto en s u s oraciones? C o m o q u i e r a que f u e s e , l a s e ñ o r i t a d e K e r g a n t t e n i a un s e n c i l l a c o s t u m b r e , q u e se o b s e r v a e n algunas m u j e r e s d e m a s i a d o honestas pora pensar en hacer resallar s o s gracias, ni a u n c o n l o s m a - : i n o c e n t e s artificios de ta c o ; ; ' i e ! e r í n , p e r o h « u í i c i e n t e —33— m u j e r e s para poseer él instinto d e s u b e l l e z a . J a m á s sus ojos se habían permitido UDO de esos resplandores imprevistos, de esos ataques furtivos, de e s o s deslumbramientos mágicos que multiplican el brillo de las miradas maestras femeninas. B e l l a h n o tenia m a s que un d a r d o en s u aljaba, pero valia par muchos: ioda su coquetería se encerraba en una dulcísima mirada que solía dirijir á los cielos. Ahora bien; no es eslraño que semejante mística mirada, cuando intervenía en las oraciones de la j o ven realista, reemplazase elocuentemente el nombre que los labios pronunciar no q u e rían. Hervé de Pelven llegaba con su fusil al hotqbro á unirse con el ejército del Mosela, cuando el general Hoche se encargaba de su mando en jefe. El comportamiento de Hervé en un combate de avanzadas le valió casi inmediatamente despucs de su llegada el grado de teniente. Algún tiempo después, en el ataque de las lineas de Wissemburgo, se replegaba su batallón en desórBELLAH.—T. I. 3 den ante la artillería formidable de un r e ducto austríaco, y él se precipitó solo sobre las faginas con una bandera tricolor en la mano, y se mautuvo á pie firme durante un minuto al alcance del fuego enemigo, por un portento de arrojo y de fortuna. Los republicanos, atraídos y electrizados con su ejemplo, le hallaron moribundo entre los cadáveres enemigos. El general en jefe, testigo de este hecho d e a r m a s , quiso que el bizarro joven conservase el mando del b a tallón que acababa de salvar y cubrir d e gloria; pero no bien habia salido Hervé del lecho d e dolor en que le habían sumergido sus heridas, cuando el general Hoche, guiado antes por la fortuna, que tan pronto se le mostraba propicia como adversa, pasó desde su campo de victoria á las prisiones del Comité de salud pública. Hervé perdía con esto aun mas que un protector: las t i e r nas atenciones y prevenciones que con él habia guardado el general, tanto mas a p r e ciables, cuanto mayor era la diferencia d e edades y graduaciones q u e existia entre ellos, le daban y a derecho p a r a llorar un —35— amigo en la persona del jefe que había sido arrancado de su lado. Hácia esta época fue cuando supo P e l ven, por carta fechada en Londres, que su hermana Andrea, la señorita de Bellah de Kergant y la canonesa habian emigrado á Inglaterra, en virtud de una orden nacida ds la tierna solicitud del marqués; en c u a n to á este, la carta de Andrea guardaba un profundo silencio. Hervé encontró la penosa esplicacion de esta reserva cuando vió figurar poco tiempo despues el nombre de Kergant entre los nombres de los j e fes realistas que hicieron en el Oeste tan terrible diversion á nuestros valientes de la frontera. A contar desde este dia, el joven oficial recibió repelidas c a r t a s de su hermana, y el misterio de esta c o r r e s pondencia, que no podía mantenerse sino por vías ocultas, disminuyó la confianza que el patricio convertido se había g r a n jeado desde luego en el ejército republicano. A pesar de las altas dotes militares que continuó descubriendo, la ligera sospecha que sobre él pesaba fue causa d e - S G que continuase con la sola graduación á que le habiau elevado su primeros hechos de a r m a s , graduación que en esta época de rápidas fortunas y de ruidosas caídas podia aparecer subalterna á tos ojos de un joven de mérito y de valor. El tedio producido por esta dudosa s i tuación acabó de entristecer el carácter de Hervé, que se habia sentido invadido, desde l a r g o tiempo airas, por una profunda m e lancolía. La fiebre entusiasta que habia servido para inspirar y sostener su generosa resolución, se habia amortiguado no bien consumó el sacrificio; porque la naturaleza, permitiendo á la O b r a del alma h u m a n a r e cibir una tension capaz de producir los agudos tonos del entusiasmo, ha limitado la posible duración de este esfuerzo, q u e a c a b a ría por minar la existencia si se prolongara* demasiado. No quedaba, que el tranquilo elevada y firme, para que" no s e siado poco para pues, á Hervé otra cosa apoyo d e una convicción y e s t o e r a lo necesario a r r e p i n t i e s e ; pero demahacerle feliz. El destino lia concedido á un limitado número de almas el don de encontrar una felicidad que íes satisface en el ardiente alimento de ias ideas, de ia razón y de los h e c h o s . Casi todas tienen necesidad <ie una e s p e cie d e superfluidad delicada: que forma p a r a ellas una parte de i o neei-sario. D e masiado débiles quizás, han menester de vez en c u a n d o buscar un refugio y s a c a r n u e vas fuerzas en las distracciones de una n a turaleza menos severa; d o t a d a s quizás igualm e n t e d e una organización m a s esquisita, unen á sus visibles aspiraciones p r o p e n siones mas tiernas, que necesitan ser s a t i s fechas á su vez. H e r v é n o h a b i a conocido todo el valor d e su sacrificio hasta d e s p u e s de haberlo c o n s u m a d o . Solamente entonees fué c u a n do s e le aparecieron s u s sentimientos, d e sembarazados del tumulto de sus i r r e s o l u ciones, en toda s u leal s i n c e r i d a d . A la implacable fidelidad de s u memoria debió el no p o d e r desechar la impresión m a s q u e iraternal que los hechizos de la señorita d e K e r g a n i habian producido en s u alma» -38— y que Se perseguía como un recuerdo v e n gador. Aun cuando Hervé hubiese c o n o cido tan mal el carácter de Bellah, que le fuese lícito abrigar algunas dudas sobre la manera con que ella debía interpretar su conducta, las cartas de Andrea le h u b i e r a n ilustrado lo suficiente acerca de este p u n t o . N o solo no añadía jamás la s e ñ o rita de Kergant en las cartas de su amiga una sola palabra de política para el hombre que habia sido su hermano d u r a n t e tanto tiempo, sino que, por el contrario, se veia harto claro que hasta la misma Andrea se encontraba ligada por inflexibles prohibiciones. Esto es lo que Hervé estaba autorizado á creer, e n vista d é esta invariable posdata: « B o l l á i s continúa bien.» Una sola veg osó A n d r e a e s tender los límites de este cruel boletín, y á continuación de la fórmula habitual de «Bellah continúa bien,» l e y ó Hervé admí r a d o e s t a s p a l a b r a s : « E s t a n bella c o m o buena.» N o s e a c e r t a r í a á deoir p o r q u é este pequeño suplemento, m u y natural cu lina m u j e r , i r r i t ó á H e r v é h a s t a el p u n t o -39— de comenzar á juzgar efecto del odio el violento sentimiento que el r e c u e r d o de ia señorita de Kergant escitaba en su c o r a zon. El 9 de therraidor volvió á su pais el general Hoche. E n c a r g a d o poco d e s p u e t del mando de las costas de B r e s t , reclu* tó sus fuerzas de muchos cuerpos d e s t a c a dos del ejército del Norte. La 6 0 . a media brigada, en la que servia Pelven, fue la primera que H o c b e pensó en r e c l a m a r , y y Hervé entró en c a m p a ñ a en su tierra natal. Allí encontró al joven q u e conocemos con el n o m b r e de F r a n c i s c o , d i s t i n guido muy particularmente por p a r t e del general. Según los misteriosos chismes que circulaban en e\ estado m a y o r , el general republicano había conocido eu la cárcel á la - m a d r e , todavía muy joven, d e este n i ño, y le habia recomendado eficazmente á su hija cuando f u é llamada á compareeer ante el terrible tribunal, del que no se v o l vía n u n c a . Y a fuese respetuosa piedad en avor d e los votos de una m a d r e próxima á morir, y a r e c u e r d o de otro sentimiento mas dulce, lo cierto es que el genéral m a nifestaba hacia este joven una afección muy tierna. En cierto «lia de invierno d?l año de t 7 9 4 , el general Hoche, q u e solo podia d i s poner de su cuartel y de tres batallones, fue atacado súbitamente en las márgenes del Vilaines por los blancos del Stoffet. Desde la cumbre de un e c r r o , en que se habia s i tuado durante el combate, vió de repente caer prisionero, por cinco ó seis p a r t i d a rios, á su joven ayudante y casi al mismo tiempo observó que un oficial republicano, lanzándose con las bridas en la boca en medio del grupo enemigo que a r r e b a taba al bizarro niño, le cogió por el cuello de su uniforme, y se presentaba con este trofeo vivo al pie de la eminencia, d e s d e la que todo el estado mayor aplaudió e n tusiasmado. Esta hazaña cabelleresca a c a bó de fortificar el interés amistoso d e q u e Hoche le habia dado tantas pruebas de un sentimiento de viva gratitud. En c u a n t o á Franeisco, se habia sentido desde luego dominado por una afección ardiente y a p a s i o - -41— natía hácia su libertador. Algunas semanas despues se firmó la primers pacificación de la Vendée y de la B r e taña. Hervé recibió una carta de su h e r mana, en la que le rogaba solicitase p a r a ella y para sus compañeras de emigración el permiso de entrar en F r a n c i a ; d e s e a ba ademas que una eseolla de soldados r e publicanos las protegiese hasta Kergant contra los chilanes enemigos de la pacificación, que quizás tratarían de vengar en ellas la p a r t e q u e al marques correspondía en e s te feliz resultado. A pesar de la poca confianza que tenia Heche en esa paz a p a r e n t e é incompleta aunca pudo imaginarse que la presencia de dos ó tres m u j e r e s pudiese aumentar los peligros que la B r e t a ñ a p r e p a r a b a á la república. El 9 de thermidor acababa de verse sosfituidó el régimen del terror por o t r o sistema mas clemente. El m a r q u é s de K e r gant s e contaba también entre el n ú m e r o de jefes realistas anmistiados. Hoche no vaciló un instante en hacer esta inocente concesion á un hombre á quien tanto d e - -42bia, y cuyo c a r á c t e r le inspiraba una c o n fianza sin límites. El lector conocerá ahora el motivo que conducía á la costa de F . . . al destacamento de granaderos republicanos que dejamos abandonado hace tanto tiempo. El bote inglés tocaba ya á la costa y e n t r a ba impulsado por ia m a r e a alia, en una pequeña ensenada formada por un grupo de rocas á flor de agua cerca de la play a . Hervé y Francisco se aproximaron á las rocas para ayudar al desembarco m i e n t r a s que los soldados se formaban con c u riosidad á algunos pasos detrás de ellos. Solo el sargento Broidoux permanecía algo lejos, tumbado en tierra, siguiendo con la vista á las paviotas, y protestando con su postura desdeñosa coulra la ceremoniosa escena, que parecía querer d a r un m e n t í s á la ciencia proíética. Cuando el b o te estuvo á algunos pasos de los arrecifes, le detuvieron bruscamente l o s remeros, a l mismo t i e m p o q u e el joven g u a r d i a marina que mandaba l a e m b a r c a c i ó n s a l t a b a sobre el primer b a ñ o , y s a l u d a n d o con la m a ~ —43— yol* política, dijo mientras Hervé llevaba la mano ai sombrero: «—Señor oficial, si sois quien supongo, no llevareis á mal que os pida los d o c u mentos que lo acrediten antes de entregar en vuestras manos el precioso depósito que me esté confiado. —Caballero, interrumpió i n m e d i a t a m e n te una voz de m u j e r : yo misma os a s e g u ro que es mi h e r m a n o . Hervé hizo con la mano una señal amistosa á la joven que acababa de hablar, y sacando un papel de su bolsillo, le clavó en la punta del sable, y le presentó al g u a r dia marina. E s t e leyó entonces la c o m i sión, que estaba concebida en estos t é r minos: «En virtud de los poderes con que estoy revestido por la convención nacional, autorizo para e n t r a r á morar con .toda libertad eu el territorio de la república á las ciudadanas Eleonora K e r g a n t , hija m a y o r del ciudadano K e r g a n t ; á su h e r m a n a la e x - c a n o n e s a : á Bellah K e r g a n t y A n drea Pelven, sus hijas menores, a c o m p a ñadas de los ciudadanos K a d , Alix y M a c - —44— Gregor, sus criados oficiosos. Firmado, Hoche.» Despues de concluida esta lectura, durante la cual madama Eleonora de K e r gant creyó de su deber alzar los hombros repetidas veces, el guardia marina la e n t r e gó el papel, y el bote se aproximó á las rocas. Previniendo el politico aceleramiento de Hervé, saltó la canonesa sobre la playa, haciendo una cortesia á la Pompadour, y vo|vicudo¿e apresuradamente, ofreció s u c e sivamente 1a mano á cada una de sus compañeras-de destierro. Mas ya fuese efecto de la casualidad, j a de una crueldad premeditada por parte de la S r a . de Kergant, la última que desembarcó fue Andrea. —'¡Hermano querido! esclamó arrojándose á los brazos de Hervé, y e n j u g á n dose con s u s rubios cabellos las lágrimas que inundaban su encendido r u s t r o . Henos aqui por último, ¡Dios mió! Hénos aquí por primera vez á tu lado de^pues d e t a n to tiempo... Pero es cosa bien singular, Bellah. ¡Creía encontrarle c n ios cabellos blancos! — jGómo, niña querida! dijo sonriendo —45— Hervé: ¿no fe haces cargo de que solamente hace dos años que no nos hemos visto? —¡Solamente! prosiguió la jóven. ¡Pero me parece que es bastante tiempo dos años! —Demasiado ciertamente; pero no el suficiente para hacer á uti hombre d e c r é pito. — E n fin, tanto mejor, dijo Andrea h a ciendo un gracioso mohín: despues se echó á reír, salló una vez mas al cuello de su hermano, y se apoyó en su brazo para subir la playa hasta el puebiceiíio. La c a nonesa, por su parte, habia cogido con precipitación el b r a z o - d e - B e l l a h , como para frustrar lodíi tentativa .política que el oficial republicano hubiese t«mdo el temerario pensamiento (fe concebir, A algunos pasos de allí, el guia bretón estaba sentado en el costado d e una barca, teniendo entre las suyas una mano d e su hija y hablándola gravemente en el antiguo dialecto d e sus abuelos. La hermosura en cierto modo judaica de Adela a d q u i r í a u n —46— atractivo nías con ia elegancia de su Iraje especial. ].a majestuosa regularidad de su rostro, animado con dos bellos ojos negros, que destacaba deliciosamente bajo una coíia bretona, cuyas blancas alas levantadas iban a unirse en la parte superior d« la cabeza. Nada se notaba en su aire ni en sus maneras de ese embarazo que revela t o r peza en los movimientos de las mujeres de condicion inferior. Hervé no pudo dejar de notar con c u á n ta prodigalidad se habían realizado en la mas humilde de sus compañeras de infancia todas las gracias que en otro tiempo prometía su naciente belleza; pero ahora no bastaba para sostener la comparación con la de Bellah, que aunque ofrecía con corta diferencia el mismo tipo, estaba sin e m bargo endulzado con una cultura de i n t e ligencia mas delicada; era la misma d i g nidad coa un colorido menos enérgico, y «na distinción de formas mas esquisíla. Bellah parecía ser el segundo ejemplar de una obra diversa, cuyos d e t a l l e s estuviesen ejecutados con m a y o r esmero q u e e n el p r i - —47— mero, ganando de esla m a n e r a en perfección l o q u e p o d i a haber perdido en fuerza primitiva. Mientras que el comandante Hervé s u bía la playa oyendo con trasporte la voz de su querida hermana, dulce eco del tiempo que pasó, el jóven ayudante se alejaba á pasos lentos, con el corazon oprimido por por esa tristeza que nos inspira una fiesta de familia, en la que no tenemos derecho de tomar p a r t e . CAPÍTULO H. A ia voz de su comandante t o m a r o n ios soldados las armas y ocuparon sus p u e s t o s . Las mujeres montaron los caballos preparados para ellas, y se situaron en el centro d e l destacamento, que salió del puebleciilo, precedido por el guardabosque K a d . A fin d e dar el menos pasto posible á las c o o j o i u r a s , según las órdenes del general d e b í a Hervé evitar el tránsito por lugares habitados; de modo que la pequeña c a r a v a na, dirigida por el guia, se encontró b i e n pronto camiuando por senderos apenas t r a n sitados r o d e a d o s de páramos pantanosos y de áridos matorrales. Hervé d e j a n d o c o n p e s a r á su hermana, á q u i e n la canouesa a c a baba de dirigir a n a pregunta i m p e r a t i v a , —49— se acercó con su caballo al del jóven a y a daode, que marchaba al frente de todos: —¡Qué tal, Francisco! le dijo ¿Obraba yo ligeramente cuando me atrevia á pensar mal de esta entrevista? —Cierto que sí, comandante; á menos que DO pesen igualmente en la balanza de vuestro corazon los gruñidos de una vieja que la espansiva ternura de un ángel que el cielo os dio por hermana. — N a d a de eso; mas ya que habéis visto con vuestros propios ojos á la señorita de Kergant, decidme con franqueza la opinion que os habéis formado de ella. —Me parece de c a r á c t e r muy amable, comandante Hervé. —¿Muy amable» decís? En verdad que sois muy moderado en vuestros juicios. ¿Acaso os ha parecido muy amable la acogida que la hé merecido* —•Ni agradable, ni desagradable, porque no os ba hecho ninguna; pero en cambio, Pelven, vuestra encantadora hermana . . —Mi encantadora hermana no tiene n e e e Beulah.—TOMO I. 4 —50— si dad de que nadie salga é su defensa, cuando ninguno que 50 sepa, se ha atrevido á ofenderla en lo mas mínimo, i n t e r rumpió Hervé algo incomodado. Nada respondió á esto Francisco, á quien H e r v é con cierta rspresion de sorpresa m e z clada de pesar, que templó súbitamente el entusiasmo del joven: — M a s en que d i a b l o s consiste, prosignió riendo, qoe me hables de Andrea, cnando me refiero á Bellah? Decidme, querido F r a n cisco: ¿no os parece imponente en cierto modo la belleza de la señorita de K e r gant? , — E s a es la palabra que la corresponde, contestó el a y u d a n t e . Hace un momento l a recogí el látigo que se la habia caido, y al darme las gracias m e dirigió una mirada lau estraíia, que me estremecí de pies á cabeza. Quise responder con alguna frase delicada; p e r o no me fue posible hacer otra c o s a q u e soltar una especie de gruñido s o r d o . O s confieso q u e la gpardo aignn rencor. Posee un género de belleza e s t r a o r d i n a n o , si se quiere, pero que admira mas que inte —51— resa. ¡Qué diferencia, mi querido Pelven> entre ella y ! . . — Y la canonesa, dijo con viveza H e r v é , seguramente la diferencia es notable; n a d a se os escapa. Sumamente entretenidos con su c o n v e r sación, se habian adelantado algún t a n t o nuestros jóvenes del resto de la escolla, la que en este momeulo subía penosamente la escarpada pendiente de una colina. El p a i saje que se descubría estaba formada por una cadena de desnudas cimas, entre las cuales se veian serpentear una multitud de arroyuelos, que se precipitaban luego por medio de las rocas. La línea de los uniformes que ondulaban constantemente s i guiendo los recodos del sendero; el a g r a ciado aspecto de la cabalgata femenina; los flotantes velos; las blancas plumas que el viento agitaba sabré los elegantes sombreros de las amazonas; la vida, en fin, el m o v i miento y los entreverados colores, ofrecian en tan agreste paraje una escena de tan p i n toresco ínteres, que no dejó de herir la i m a ginación de los jóvenes oficiales. —52— —Decid, Pelven, esclamó"Franeisctf; ¿no os croéis en este momento un hechicero conduciendo prisioneras á una porciou de princesas, juntamente con la reina viuda? —Mus fácilmente me creería un hechizado, replicó Hervé. Ademas debo deciros, Francisco, que no me agrada este desierto pais, y que no me merece mucha confiania udestro guia; es muy buen hombre á s u manera, pero tan realista como el mismo tigre real. No lo perdáis de vista un momento. Y si no, ¿qué es lo que está haciendo ahora allá abajo? El gnarda-bosque marchaba entonces por el borde de uua roca cortada á pico hacia la derecha, y se paraba de vez en cuando para arrojar con el pie fragmentos de roca al abismo invisible del valle. — N a d a , á lo que parece, dijo Francisco: el ciudadano K a d se divierte del modo mas inocente. — E s a misma inocencia aparente es la que mas me hace sospechar, dijo Hervé. Un hombre de fisonomía y carácter tan graves no se entrega sin objeto á esas —'53— pueriles distracciones. Observad; ahora e s cucha; acaba de inclinar la cabeza hácia el lado del precipicio. — ¿ Y que? Escuchará el ruido p r o d u cido por las piedras al chocar de roca en roea, Eso cuando mas querrá decir que este digno salvaje tiene muy desarrollado el órgano d e los placeres sencillos... ¡Silencio! interrumpió Hervé, tocando e l brazo del jóven teniente. ¿No habéis oido? ^ - ¡ O i d o ! ¿El qué? — Q u e han silbado. Ademas he visto al guia cambiar una mirada con la canonesa. —Electivamente he oido algo parecido á un silbido, ó al soplo del viento al a t r a vesar los matorrales. Lo que sí he p e r dido ha sido la mirada entre el salvaje y la canonesa, y , á decir v e r d a d , lo siento, pero con todo, comandante, m e p a r e c e n infundados vuestros recelos. ¿No estamos sutícié «temen te protegidos con la presencia de vuestra hermana? Podréis acaso s u p o ner que haya tomado p a r t e en un complot en el que s u hermano seria la primera víctima? —54— — E s que podría m a y bien DO saber Dada. — P o r otra parte, cuanto m a s miro la empolvada cabeza de la canonesa, cada • e z la eacuentro mayores analogías con la muestra de un peluquero, sobre la que h u biera nevado; pero no soy capaz de creer que pueda brotar de ella una sola idea s a n guinaria. —Teniente, esa vieja es demasiado a s t u t a , sea cual fuere su cabeza; y estoy seguro d e que habrá politiqueado mucho en I n glaterra. Quizá, ahí donde la veis, se h a b r á entendido directamente con P e t t . — ¡ P o b r e Pettl Le compadezco, dijo F r a n cisco. — S e a en buen hora; pero supongamos que entre las ideas que hayan podido f o r m a r s e bajo el cráneo de la canonesa, se el b a ocurrido la siguiente: P a r a hacer pesar sobre el comantaote Hervé una sospecha de complicidad, que le comprometa sin remedio á los ojos de la república, y ponerle en el caso de abrazar la causa realista, n a da mas natural q u e conducir s i escolta á - 5 5 una emboscada, dejándole libre á é l . ¿Qué os parece? ;Hui! Qué especioso es eso, dijo Francisco. ¿No os hacéis cargo que para a b r i g a r ese pensamiento seria necesario que no c o nociesen al comandante Hervé? — Y quién os dice que la pasión no les ciegue hasta el puuto de inferirme ese a g r a vio? Pero n o . . . teneis r a z ó n . . . son ideas locas. Quería solamente r e c o r d a r o s que, como estamos en pais enemigo, es p r e c i so ir muy alerta. Descansad acerca de ese punto, c o m a n te; yo vigilaré al guia, á la reina viuda, y hasta á . . . —Mi encantadora h e r m a n a , ¿no es eso? preguntó eon dulzura Hervé. — Q u é decís, S r . dé Pelven? ¿Había de sospechar de la inocencia misma? Y o me referia é esa bella flor salvaje; á la hija del guardabosque. L a llegada de Andrea dió fin á la c o n versation de ios dos jóvenes. E r a n las doce del día, y la caravana seguía entonces las revueltas de un sendero, á cuyos lados se —56— descubrían inmensas llanuras de un aspecto trisle, cuyos límites se perdían en el horizonte; algunas retamas de la altura de un hombre prestaban únicamente alguna a p a riencia de cultivo á [este desierto bretón; de vez en cuando se descubrían en el s u e lo pedazos de granito cubiertos de verde musgo. Veíanse ademas cinco ó seis chozas en el centro de aquella dilatada meseta; pero aquellas señales de la presencia del hombre po servían para d a r confianza al viajero, SUJO ijue, por el contrario, tenían impreso cierto Carácter miserable y sombrío que aumentaba con un nuevo s e n t í miendo de inquietud el tedio de la soledad. L a caravana se detuvo media hora e n e s te triste oasis. Delante de la puerta de la cabana mas próxima al camiuo estaba sentado en u n banquillo un muchacho andrajoso, de mirar triste y facciones marchitas que s a caba alternativamente c a d a «na d e sus m a nos al s o l c o n u n a e s p e c i e d e satisfacción estúpida. « E s m i p o b r e hijo, á q u i e n D i o s s e ha servido p o n e r e n este e s t a d o , * d i - -57— jo una vieja que salia de la cabana, viendo que Hervé se aproximaba con aire de ínteres. Hervé puso una moneda de plata en la mano de la desgraciada madre, y se alejó de este aflictivo espectáculo; pero volviéndose bruscamente algunos m o m e n tos despues, se quedó admirado al observarla animada conversación que el niño enfermo sostenía con el guardabosque, estendiendo los brazos hácia el norte y hablando coi) estremada volubilidad. Apenas notóque las miradas de Hervé se f i j a b a n en éi volvió á caer de repente en su estúpida actitud. —jQué lástima! ¿No es verdad, señor? dijo Kad al p a s a t al lado del joven comandante. Este no respondió nada; pero desconfiando de un idiota tan inteligente, procuró que no pudiese hablar otra vez con el guia. Volvieran á pornerse en m a r c h a , y las horas trascurrieron sin que ningún nuevo accidente viniese á confirmar las sospechas del Pel ven. El sol tocaba ya á sá término, y Francisco, dominado por el encanto p a r ticular de este instante del dia, se e n t r e - —58— gaba con espansivo contento á la fácil p o e sía de su e d a d . Entreteníase en componer mientras andaban, una especie de balada de estilo caballeresco, en la que cada uno d e los personajes de la espedicion desem peñaba su papel. Hervé no podía dejar d e sonreír oyendo la épica composiciou de su joven amigo, en la que se descubría un c a r á c t e r heroico y burlesco á la vez. Parándose de repente al nombrar á la descendiente de los M a c - G r e g o r , que e r a el apodo con que distinguía á la doncella e s cocesa, dijo; —¿Sabéis que m e parece la criada m a s discreta y la eseocesa m a s púdica d e e u a o t a s pueden existir? Tengo, sin embargo, el sentimiento de deciros, comandante, que no he acertado á encontrar ninguna semejanza e n t r e ella y la monstruosa caricatura que hicisteis cuando os pedí su retrato. Ya os dije entonces, Francisco, que, no la habia visto, y ahora añado que *i c o n tinua viajando con la m i s m a castidad, no la veré nunc?;. — P u e s yo n e s i d o mas feliz, dijo F r a n - -59— cisco. Una traición de Febo me iia permi tido entrever un óvalo gracioso y dos s a r tas de perlas. En cuanto á la elegancia del talle y á la delicadeza de las manos, n a da os diré, en atención á que podéis juzgar tan bien como yo. — M e parece, gentil caballero, dijo riendo Hervé, que esto concierne á nuestros e s cuderos. El sargento Broidoux, que podia pasar por el escudero principal de la aventura, venia en este momento á justificar las pa • labras de su comandante, entreteniendo el tedio de la marcha con la esplicacion sesuda y magistral de la cuestión principiada por sus superiores. —Existen, decia Broidoux, que se habia propuesto hablar, según costumbre, de t o das las materias, mujeres de todas especies. Las hay que llaman la atención por su* carnes, al paso que alguoas están l u cidas como un sable de caballería. U n a s son morenas otras son blancas. Véase algunas tienen pudor; asi coino hay m u c h a s —60— no le tienen, y debo añadir para tu i n s t r u c t cioo, Colibri, que aquellas que al parecer tienen m a s , son precisamente las que tiene menos. —¿Cómo es esto, sárjenlo? dijo Colibrí, á quien habia sorprendido esta profunda revelación. — C ó m o ! N a d a mas fácil que justificarlo: dime, Colibrí, ¿qué creerías sí te encontrases de repente uua mujer desnuda en un bosque? É s t a imagen hipotética sacó los colores al rostro del púdico Colibrí. — C u e r n o , sarjento! respondió moviendo el cuerpo con cierto recato: c r e e r í a . . . ¿con que habéis dicho una mujer desnuda en un bosque? — S i . en un bosque; di, ¿qué opinion te formarías de ella? — S á r j e n l o , se me figura que la opinion que formase uo sería la mas decente. — S e a enhorabuena, contestó Broidoux. Pues-, bien o. mismo que a h o r a le habla h a visto en los b o s q u e s del Canadá. m a s d e —61— c u a t r o t e c e s , algunas c i u d a d a n a s tan v e s tidas como mi nariz, y puedo a s e g u r a r t e , Colibrí, que eslas c r i a t u r a s e s t a b a n m e j o r defendidas con su inocencia que un r e d u c t o d e ciento veinte cañones de grueso c a l i b r e . Lo que te prueba, joven simpático, e! p o c o caso que se debe hacer del m a y o r ó menor número ¿ e varas de telas y d e los d e n g u e s cuando llega el caso de examinar c o n c i e n zudamente un objeto. Y viniendo a h o r a á ocuparnos de la jóven escocesa que nos acompaña, debo decirle que todos s u s t a pujos y monadas m e hacen el mismo e f e c to moral que u n a ciruela v e r d e , y q u e si no debiese fidelidad eterna á cierta p a i s a ' nita, cuyo n o m b r e r e s p e t a b l e e s t á escrito en mi brazo izquierdo, hubiera ofrecido y a mi corazon y mi m a n o , no i m p o r t a c u á l , á la citada c i u d a d a n a . —¿Según eso c r e e i s , s á r j e n l o , dijo Colir bri, q u e á pesar d e s u velo y d e sus a d o r nos no se ofendería d e u n a p r o p o s i t i o n h e cha con decencia y polítiea ? — P u e d e s asegurarte por tí mismo, C o librí. —62 - —¿Pero no veis en eso ningún peligro, mi sárjenlo? — E n realidad no veo mas que dos, respondió Broidoux, á saber: primo, que tu princesa te cruce la cara de un latigazo; secundo, que el comandante te quite el p o l vo d e las costillas con su sable; pero no deben detenerte esas peqtieñeses. Tal como me ves yo seria un quídam si no hubiese empezado, en amor como en guerra, por recibir felpas acompañadas d e circunstancias cayo detalle te haria estremecer. S o lo te citaré una recibida eu 8 5 ; la m u chacha á quien hacia el amor, era tan n e gra como el diablo; se llamaba Luisa, y no tenia mas defecto que el de pertenecer á una familia de principes... Al dar principio á este episodio intimo, fue súbitamente interrumpido Broidoux por las esclamaciones que partian sin interrupción de todos los puntos de la columna. La noche se habia echado ya encima, y estaba sumamente clara. La car abana e m p e zaba á bajar en aquel m o m e n t o la falda de una moutaña. El f o o d o del e s t r e c h o valle # —63 — que estaba deba/o desaparecía del todo: la mitad en la oscuridad y el resto bajo el trasparente velo de los blancos vapores que se desprendían de los pantanos. A la distancia d e . u n a media legua, se divisaba, saliendo del seno de la niebla, la cumbre de una colina ligeramente dibujada en el horizonte, y en ella la negra é iuforme m a sa de un castillo feudal destruido, que d e s tacaba perfectamente en el azul del eielo. En un murallon aislado se descubrían dos veotanas iguales, iluminadas con una e s p e cie de claridad fantástica por los pálidos resplandores de la luna, cuyo disco era invisible. Hervé y Francisco fueron los primeros que hicieron alto ante esta éstraña aparición. Las mujeres, obedeciendo á un vago sentimiento de terror, habían estrechado la distancia que las separaba, y acercándose á ios dos oficiales: — ¿ N o es cierto, señorita, que este es un paisaje digno de nuestro pais? dijo Hervé volviéndose báeia la escocesa, que se h a bía levantado por fin el velo. La jóven se inclinó sin responder. —64 — —Querido hermano, preguntó Andrea: ¿vamos á pasar la noche en aquellas e s p a n tosas ruinas? — H a r t o bien sabes, amada A n d r e a , que para nada he intervenido en itinerario q u e seguimos, dijo Hervé; si te desagrada el sitio en que vamos á pasar la noche, puedes dirigirte al honrado K a d . Me voy á morir de miedo allí dentro, prosiguió A n d r e a . — E s p e r o , dijo la canonesa, con el tono agresivo y solemne que distinguía su lenguaje, que la señorita de Pelven se r e c o n ciliará inmediatamente con ese castillo, c u a n d o sepa que fue construido por s u s valient e s antepasados, y que es acaso el mas an tiguo patrimanio de su familia. — M u c h a s gracias! ISo me fa 5 taba mas que esto! Vaya una razón para tranquilizarme! esclamó Andrea. ¿Construidos p o r mis valientes antepasados habéis dicho, se ñora? Pues bien; a u n es mayor mi m i e d o . E s t o cuando mas querrá d e c i r q u e la d e s cendiente de aquellos señores eb una mujer muy cobarde. D i o s m i ó ! Y y o que tengo - 6 5 todos sus retratos en la cabeza! Puedo a s e gurar desde ahora que voy á estar t i e n d o pasar en procesion durante toda la noche desde Oliverio el de ios pies grandes, hasta Godo f r e d o el de la barba torcida. — Y aunque asi sea, ¿qué teneis que t e mer? interrumpió ana voz, cuyo timbre, singularmente dulce y grave á la vez, precipitó de repente ios latidos del corazon de Hervé. Sois su descendiente leal; habéis conservado ilesos el honor de su nombre y la fidelidad d e s ú s creencias... No sois vos quien debe temblar ante los que supieron vivir y morir por su Dios y p o r su r e y . El jóven comandante republicano sintió al oir estas palabras que toda la sangre se le agolpaba en la cabeza. — S I se leyese la historia de mi familia, dijo con acento conmovido, quizás se e n contrarían algunos entre aquellos á que se refiere la señorita de Kergant que m u r i e ron peleando contra su rey e n defensa de su patria; y es digno de notarse ademas que la patria de un bretón en aquellos BfiLi.AH.—T. !. 5 — 66— tiempos e r a la Bretaña y en el dia lo es la F r a n c i a . Al concluir d e verter estas palabras, se lanzó Hervé á caballo por el escabroso s e n dero que bajaba serpenteando por la falda d e la eolina. Francisco se acercó á su a m i go despues de haber d a d o orden al d e s t a camento para proseguir la m a r c h a . — R a z ó n teníais, comandante, dijo: no es una mujer vulgar; su voz tiene no sé qué armonía penetrante que sorprende. Lo que mas me admira es que hayais podido contestarla: De mí sé decir que en vuestro lugar hubiera apelado á la f u g a . — M e aborrece, m u r m u r ó H e r v é : me aborrece, y lo que es aun peor, m e d e s precia. — Q u e no os amo, es cosa que p u e d e s u ponerse sin esfuerzo, aunque no es t a m poco imposible lo contrario; p e r o . . . o b servad al guía, mi comandante: ¿qué e s l o que le p a s a ? E s t á haciendo cruces con l o s brazos. —Será a l g u n a s u p e r s t i c i ó n b r e t o n a , dijo Hervé. —67 — Aproximándose entonces al guia, creyó oirle rezar en voz baja, y le vió, por ú l timo, llevar con fervor á sus labios las m e dallas de un enorme rosario. Admirado d e este súbito arranque de devotion, tocó l i geramente con la mano la espalda del guia, que no fue dueño de dominar un e s t r e m e cimiento. —Disimulad, amigo mió. dijo Pelven: pero este camino es infernal, y tenemos necesidad de todo vuestro celo. Habéis e s cogido mal el momento para entregaros á esos éxtasis religiosos. —No es en verdad al descendiente d e los que allí reposan, respondió gravemente el bretón eslendiendo el brazo en dirección del castillo arruinado, á quien corresponde decir que no está bien rezar cuando se baja al valle de los Fantasmas. —Demasiado bien sabéis, K a d , que no he vivido jamás en esta comarca: así es que á nadie debe estrañar que ignore c o m pletamente los misterios de este valle, cuyo nombre oigo ahora por la vez primera. — Mala señal es que el ave huya del —68— matorral eo q<ie sus padres fabricaron su nido, dijo el guarda-bosque con cierto é n f a s i s solemne. — K a d , en otro tiempo fuimos amigos; per©; no me pongáis en el caso de que lo eche en olvido, contestó Hervé. Lo que yo os preguntaba era si ofrecía este valle algún peligro particular, por el qye juzgáseis oportuno conjurarle. — E s t e valle es de mucho tránsito, dijo K a d bajando la voz y acercando el rosario á su boca. — P o r qué no tomáis otro camino? Ya coDocereis que solo vos sois la causa de vuestros ridículos temores. —No esperimento ningún temor, r e s pondió el b r e t ó n . . . He atravesado solo d u r a n t e la noche muchos valles tan transitados como este, y jamás he abrigado m í e do. Sin duda habrá sido porque estaba mi conciencia entre ellos y yo. Delante de aquel cuya conciencia está tranquila, no se levantan visiones. Dejadme pues, rezar. S r . Hervé, que no es por mí por quien 3?ezo. —69 — — Y si eso es así, ¿por qué criminal r e záis, maese Kad? Esta pregunta iba dirigida con cierto tono de cólera y de amenaza, que el gura debió desdeñar, porque respondió i n m e d i a tamente sin ninguna turbación, aunque c o a un ligero matiz de tristeza: Rogaba, señor, por los que han s a bido olvidar las oraciones que rezaron en sil infancia, aprendiendo por el contrario á amenazar á aquellos que les mecieron siendo niños sobre sus rodillas. Este llamamiento hecho á recuerdos m u y queridos por una voz en otro tiempo a m i ga, ablandó hasta el enternecimiento la a l tiva fiereza de Hervé. P o r un singular c a pricho de su alma, estiló mas su s e n sibilidad la sencilla reprobación de ¡este campesino, cuya inteligente y áspera p r o bidad le era conocida, que el anatema vertido por los labios de Bellah. Asi que, no f u e dueño de resistir al deseo de c o m batir las prevenciones en nombre de l a s cuales le había condenado aquel bombre «orado. —70 — —Razón teneis, buen K a d , dijo Hervé: triste época por cierto es la que alcanzamos, en la que son enemigos los hijos de una misma patria y un hogar mismo, pero ¿quién tiene la culpa de ello?... Vos que teneis nobles sentimientos y me conocéis, ¿podéis creer que habria renunciado á todas mis afecciones á no verme impulsado por u n nuevo deber que el mismo Dios m e ha impuesto? — N o . hay nuevos deberes que valgan, replicó K a d con un tono sentencioso: lo q u e mi p a d r e tuvo por justo, debo yo s e guirlo teniendo del mismo modo; la v e r d a d no cambia nunca. — Y sin embargo, añadió Hervé, y o os h e oido contar varias veces que en los tiempos antiguos entraban las gentes de vuestro pais ante las piedras lo mismo que si fuesen paganos. — S i , s e ñ o r ; es cierto. — P u e s b i e n ; eso se esplica fácilmente considerando que entonces aquella e r a la v e r d a d para ellos; y ESÍ sucedió que, despaes que se conoció la r e l i g i o n del crucificado, fueron apellidados infieles y apóstatas los primeros que abjuraron del rulto de los f a l sos dioses, y se consagraron á la ley n u e va. Entonces se les dió también á ellos ese dictado que vos ahora me dais, y se les d i jo, como vos ahora me decis, que la v e r dad no cambia nunca; pero, sin embargo, preciso era reconocer que habia cambiado. —Yal dijo el bretón: eso consistía en que la ley del Evagenlio era buena, y no mandaba á los hombres que despojasen d e sus bienes y diesen la muerte á sus h e r m a nos. — P e r o les mandaba, replicó Hervé con gran calor, que se tratasen unos á otros lo mismo que hijos de un mismo p a d r e y criaturas formadas del mismo b a r r o , y como luego han sobrevenido hombres o r gullosos que han olvidado esa ley de que habíais, y juzgando que pertenecen á una ciase de seres superiores al de sus h e r manos, ios han vilipendiado y esclavizado, se ha hecho preciso que los hombres d e buena fe S3 pongan de p a r t e de la j u s ticia y de la verdad, en cuyo nombre —72— combalen á los que quieren alentar contra ellas. —'Sí, ya os c o m p r e n d o , dijo el g u a r d a bosque, que habia escuchado con religiosa atención la? palabras de Hervé: esos h o m bres que decis, son sin d u d a los que n o s otros llamamos los señores, los nobles; pero « o sé cómo habíais asi, pues todos vuestros ascendientes b a n pertenecido á la ndbleza, y no creo qne p o r eso vayais á decir que han sido criminales. —¿Mis padres; amigo mío, creyeron o b r a r bien como obraron;.pero Dios se ha dignad o despues iluminar los espíritus de l o s que les hemos sucedido, y yo no hubiera procedido como es de l e y sL hubiera p e r manecido apegado á l a s costumbres de mis antecesores, solo por satisfacer wis m i r a s ambiciosas, ««ando por otra p a r t e mi conciencia me ponia en claro la iniquidad que encerraban dichas «oslumbres. Ellos cumplieron con su debet haciendo lo que hicieron, y y o haciendo l o q u e hago cumplo con el ir«.o* — H é ahí, dijo K a d , unas ideas que á —13— mí no se me hubieran ocurrido seguramente. Despues quedó un momento abismado en meditaciones, y prosiguió:—Yo no he tenido ningunos estudios, como vos sabéis bien, S r . Hervé; tanto, que apenas sé escribir mi nombre; pero me gusta m e ditar á veces sobre lo que oigo decir, e s cepto sobre los asuntos religiosos, en los cuales nunca me mezclo. Pues bien; yo he oido contar que los que son de vuestras mismas opiniones no quieren que haya grandes y pequeños, ricos y pobres, sino que todos seatnos iguales; y acerca de eso, permitid que os diga que me parece que deseáis una cosa imposible, pues el mismo Dios ha marcado diferencias entre los h o m bres, haciendo i los unos fuertes y á ios otros débiles; á los unos con talento y á los otros sin él. á los unos laboriosos y á los otros haraganes, y aunque destruyáis á todas las criaturas nacidas y por naoer, no por eso lograreis enmendar la obra del Señor. — Podéis decir ademas, amigo K a d , que seriamos irnos miserables m m W M m sí —74— abrigásemos el empeño que habéis indicado; pero tan lejos estamos de intentar cambiar lo que Dios ha creado, que 1ra. tamos arreglar nuestra justicia á la de los hombres. — M a s , ¿acaso dice la religion que Dios maldice ya á los hombres en e! vientre de sus madres? Nada menos que eso; el Señor manda á ios hombres al mundo con el libre albedrío de poder optar entre el bien y el mal, y aguarda al fin de la existencia d e cada uno para juzgarle con arreglo á sus obras. Pues bien; nué&tra república quiere de la misma suerte, que ningún hombre se vea sumido en la desesperación por el solo hecho de su nacimiento, sino que todos puedan ejercer libremente las facultades de que son deudores al Altísimo, á fin de que puedan ellos mismos y nadie mas ser responsables de su felicidad ó infortunios. Nuestra república quiere que todos sus hijos tengan igual derecho á s e r virla y honrarla, pues uno de e s o s dogmas fundamentales e n s e ñ a que el t r a b a j o debe redundar en beneficio del que le practica y sufre sus molestias. —Efectivamente, dijo el bretón, con aire meditabundo; todo eso parece muy bueno á primera vista, y yo nunca habia caido en ello. Os doy mil gracias, S r . H e r v é , por haberme ilustrado con una relación lan agradable é interesante. Válgame Dios, y yo que os he conocido tan niño! Me acuerdo que yo fui quien os enseñé á disparar el primer tiro en vuestra vida: ¡ g a llardo mozo érais entonces, por vida roia! Pero, en fin, nada s e ha perdido; ya veo que habéis consultado á razones de grande importancia para separaros de nuestra c o m pañía, y os digo de todas veras que esa idea me consuela en el alma. N o bien concluyó de hablar esto K a d , anduvo algunos pasos sin despegar s u s lábios, y con la cabeza inclinada hacia el suelo, y despues volvió á decir con tono su melancólico: — Y a se ve, yo soy ya tan viejo!... Si contase algunos años menos, trataría de poner en prensa mi entendimiento para s a car algunas reflexiones d e lo que acabo de —76escucharos, «porque conozco que encierra ideas muy elevadas; pero jqué diablo! á mi e d a d , si quisiese estraer de mi cabeza los recuerdos d e tantas cosas y gentes que guardo en ella confundidos, y procurase reemplazarlos con otros, creo que emprenderla una tarea que seria capaz d e concluir con mi vida. Conque asi, no volvamos á hablar de ese asunto si lo teneis á bien, S r . Hervé. — T r a e d acá esa mano, K a d , dijo Hervé. I)ió con la suya nn apretón cordial á la del anciano guarda-bosque, que la e s tendió hacia él solicito y rebosando de gozo, y luego, volviendo la cabeza y r e tarando en el jóven ayudante, que se h a añadió: — Q u é me decias, Kad, d e ese valle d e las f a n t a s m a s , como vos le liamais? Volved á repetírmelo, pues no os h e prestado atención cuando hablabais. —Decía,'señor, que se haln muy concorrido. . — Y qué querela dar á entender e o o eso? e s e ! a « * é fra®eiseo. Ílaba á su lado, —Con eso quiere dar á entender, dijo Hervé, que el viejo Guillermo, por otro nombre llamado el Diablo, celebra sus c o n ventículos en ese valle, y que no tardareis mucho en ver columpiarse en ios aires, al resplandor de la luna, á una legion d e fantasmas y duendes. —Bravo, repuso Francisco riendo; ya hemos encontrado diversion... Sus p a l a bras fueron interrumpidas por un grito .inesperado que lanzó el g u a r d a - b o s q u e . La pequeña caravana había bajado ya casi t o d a la cuesta, y continuaba deslizándose lentamente por un sendero t o r t u o so* y escarpado» que degeneraba en una verdadera escalera de r o c a s . Las moje?r e s , y aun los mismos soldados, iban todos tan alarmados con las dificultades*que presentaba el terreno, á pesar de q u e montaban caballos que tenian costumbre d e a n d a r por otros semejantes, que observaban un profundo s i l e u c i o / y tuvieron p o r lo tanto ocasion de oir y comentar la e s c l a m a cion del g u a r d a - b o s q u e . f i a d permaneció inmóvil, formando tina —78— especie de tornavoz con una de sus manos, que tenia arrimada á la oreja para recoj e r el sonido, y colocado en la actitud de un hombre que espera con gran ansiedad y zozobra algún suceso m u y grave. — O i s algo? dijo Hervé en voz m u y baja. — N o , respondió K a d : me había e n g a ñ a d o , y doy gracias de que así haya s u cedido, porque, á pesar de que con eso hubiera visto una cosa sorprendente y de esas que solo se ven una sola vez en la v i d a . . . El guia cortó su conversación de repente, y luego, sobrecogido de un t e m blor que le agitaba de pies a cabeza como si fuese un azogado, esclamó: — A y , no, no me engañaba, son ellas! No las oís, señor? Ya llegan! Pelven y los que le seguían prestaron oído atento y oyeron con bástante claridad uo r u i d o como si fuese producido por golpes sordos y que eran dados por intervalos, á la manera de los que pudieran resultar d e golpear con vn martillo sobre algún objeto de madera. De cuando en c u a u d o Ü e - jaba de oírse ei ruido, y despues volvía á escucharse cotí nueva iulensidad, r e p r o d u ciéndose ademas á un mismo tiempo por varios puntos del valle. — Q u é demonio de ruido es ese? dijo Francisco; cualquiera diria que era el que hacen las lavanderas cuando apalean la ropa. • — S í , m u r m u r ó el g u a r d a - b o s q u e con un tono grave y melancólico; no es mala ropa la que golpean: ropa de muertos. Luego que hubo pronunciado estas p a labras, alzó los ojos al cielo, y comenzó ¿ orar á media voz. Hervé se hallaba en brasas: conociá que era preciso poner término á una escena que amenazaba comunicar el miedo á las m u j e r e s que le acompañaban, y quizás á alguno de s u s soldados; pero no tenia corazon para emplear ningún medio violento que puaiese servir de mordaza al hombre con.quien a c a baba de reanudar tan fuertemente una amist a d comenzada desde tantos años á aquella p a r t e . Batallando estaba con pensar cuál seria la idea que pudiese sacarle del apuro, cuando de repente se sintió asido con d u l zura del brazo. — H e r m a n o mió, murmuró la cariñosa voz de Andrea: n o me riñáis si o s digo que siento unos temblores de miedo, terribles,.. Ese ruido que se oye es producido por algunas lavanderas que trabajan de noche, no es cierto?... Decidme que sí, porque si no» m e muero de susto. — V a m o s , tonta, dijo H e r v é sonriendo; y despue», acerándose al oido del g u a r d a bosque:—Andad, l a d , le dijo» y no o s d e tengais hablando necedades, que vais á asustar á mi h e r m a n a , Kad miró ijn momento á H e r v é con aire indeciso; exhaló un hondo suspiro, y voU vio á emprender su camino, revolviendo entre sus dedos u n rosario. Hervé entonces se volvió hacia s u s s o l d a d o s , y les dijo en tooo festivo: —Muchachos, dicen que hay allá ahajo algunas ek-lavauderas; pero vosotros no debeis ignorar que no admit e>a profesion la república: conque asi, ¡adelante! — Mi comándame, g r i t ó Broidoux: Cois- —81 — hri ya va ii dar trabajo á las lavanderas con media docena de medias de seda q u e lleva para que le laven. Tranquilizado acerca del estado de valor en que se hallaba su jente por las risas que siguieron á la chistosa ocurrencia del s á r jenlo, el comandante Hervé volvió á colocarse tranquilo al lado de F r a n c i s c o . A medida que iban bajando la cuesta, los estraños sonidos que saliaa del valle s o l i tario se hacia» mas perceptibles, imitando cada vez mas el ruido que forma el s a cudimiento de una paleta sobre la ropa mojada, y otras veces el que produce el choque de la madera contra la piedra. —¿Me queréis decir, comandante, dijo Francisco, qué especie de animal, es sobre poco ¡ñas ó menos, una lavandera en t e r m i 1 no de quiromancia? —L:ÜS lavanderas, tenientes, son mujeres infernales, que no bien dan las doce de la noche comienzan á hacer lejia. Cuéntase a d e mas que ruegan á los caminantes que les ayuden á torcerla ropa, y q u e e o e a s o de que BELLAH-—T. I. 6 —82— asi te hagan, no hay mejor medio para lib r a r s e de ellas que loreer uno por otro c a mino que por donde ellas se hallen: s i s e tuerce al r e \ e s , es uno perdido. —-Muchas gracias por la noticia, comandante, dijo Francisco. Ahora \ o deseara saber á qué causa atribuís allá en vuestros adentros la música ingrata que hace un rato está molestando nuestros oídos; porque ya va disipándose la niebla, y la luna iluminando el valle, y yo no distingo desde aqui ningún indicio de morada de almas vivientes. — E n efecto; pero nos falla todavía que a n d a r on rincón del valle, que tío podemos percibir desde donde estamos, por i m p e d i r lo esa r o c a que vamos faldeando, y d e allí será sin duda de donde provendrá el r u i d o al cual no hay que buscar cosas m a r a v i llosas, pues hay bastante para producirle con que algún pastorcillo se esté e n t r e t e niendo e n golpear con su cayado sobre las piedras del camino. —No me satisface del todo ta esplicacion que dais del suceso, m comandante, á no ser que quetuis decir que sou una d o - —83— cena de pasíoroillos los que están dando los golpes. . — S e r á acaso alguna cascada. — j Q u i á t ¿Qué semejanza tiene e s o coa el ruido de una cascada? Y h a y por aquí un olor que trasciende á a z u f r e ; ¿no lo a d vertís, Pelven? —¡Mal haya las orejas que de tan poco nos sirven de noche! dijo Hervé. ¡Por vida mía que ya me van dando que pensar esos golpes! ¿Creeis vos en apariciones, F r a n cisco? —Casi casi, voy creyendo, mi comandante. Confieso que es vergonzoso; pero me b a ilo alterado de veras. •—¡Chito! A lo menos hablad bajo, no sea que nos oigan, ¡Toma, loma; ya caigol ¿Sabéis lo que es el ruido? Pues es nada mas ni menos que el eco producido por los golpes délas herraduras de nuestros caballos. Y yo tan torpe que no había caido en ello! —¡Malditas lavanderas ó diablos esclamó d e repente Francisco; por fin hemos dados con vosotras! Mirad, Hérvé; ¿no veis allí á —84— esos demonios de mugeres? Los dos oficíalos acababan de llegar en este momento al-otro lado de la roc<i, que basta enloncesles habia impedido que viesen lina parte del valle. Hervé dirigió la vista hacia el punto que Francisco le designaba con el dedo, y vio con asombro á a l gunos pasos de ellos una cáfila de m u j e res vestidas dé blanco, arrodilladas unas delante de unos charcos de agua y o t r a s tendiendo ropa recien lavada sobre unos m a torrales. Algunos murmullos sordos y ahogados dieron á entender á Hervé que los soldados y mujeres de su acompañamiento acababan de percibir á un tiempo aquel est r a ñ o espectáculo. — E a , Colibrí dijo Broidoux: ¡ahora es la tuya! Desempaqueta tus medias de seda. — H e r v é , esclamó Andrea, enlazando con sus brazos el cuerpo de su hermano. ¡Por Dios, dime, qué es esto que pasa! — S o n a l g u n o s chuanes, q u e r i d a mía: no temas. Ya tenia yo noticia de que habia do encontrarlos en este sitio. No bien hubo acabado de decir Hervé - 8 5 — esta piadosa mentira, inventada con el o b jeto de sustituir en el ánimo de su h e r m a na las terribles incertidumbres de que e s t a ba siendo víctima con la emocion franca de un peligro conocido, echó de ver Hervé que la canonesa había verificado un movimiento brusco de sorpresa, y tenia fijos sobre él sus ojos penetrantes. La mirada de la canonesa hizo nacer en su corazon t o d a s las sospechas que por un momento había echado en olvido, é inclinándose hácia F r a n cisco, le dijo con gran viveza: — ¿Habéis observado? La canonesa p a r e ce que no demuestra la menor inquietud: temo que me tienda algún lazo infernal. — ¡Tanto mejor! respondió el jóven, respirando con audacia. ¿Queréis que c a r g u e mos, mi comandante? Volviendo en-esto los dos jóvenes la c a beza con curiosidad hácia el valle, observaron que las lavanderas continuaban t r a b a jando, sin curarse en nada á lo menos en apariencia, de la aparición del d e s t a c a m e n to republicano. Los soldados se mostraban inquietos y desasosegados. —86— — E s t o ya va haciéndose en estremo p e sado, murmuró, Hervé. Muchachos, p r o s i guió en alta voz: hagámosles que doblen su ropa. Cargad las a r m a s . Vosotras, s e ñ o r a s , y vos también; K a d , permaneced d e t r a s d e esta roca: yo os ío ruego. Comenzóse á oir el ruido de las baquet a s de hierro en los fusiles, y en seguida los dos oficiales formaron su tropa en p e lotón, y comenzaron á avanzar por el t e r reno cenagoso del valle. A medida que se iban acercando á las nocturnas operarías, ya fuese resultado de ia ilusión producida por el resplandor incierto de "la luna, ó ya de la disposición particular de su espíritu, los soldados creiau ver poco á poco agrandarse la estatura y las. formas de aquellos seres desconocidos hasta el p u n t o de llegar á aparecer con unas proporciones c o m p l e t a s e i s sobrenaturales. Y a no s e hallaban unos de o í r o s s e p a r a rados mas q u e por unos .cuarenta pasos, cuándo de r e p e n t e la legi¡-r¡ fantástica d e jó su trabajo y formó en c o r r o , dejando oir en torno suyo un zumbido semejante —87— al producido por un enjambre de abejas al lado de una colmena. Hervé d¡ó orden de hacerle alio. — ¡ E h l gritó: ¿quién anda ahí bajo? ¿Quién vive? Y despues de un momento de silencio, esclamó de nuevo: — Q u i e n quiera que seáis, os advierto que yo no q u i e r a esponer ni un solo hombre de mi g e n t e e n uu encuentro tan necio, y / v o y á h a c e r o s f u e g o si no os rendís. Muchachos, p r e p a r a d l a s armas. - - ¡Agua va! m u r m u r ó Broidoux. Las lavanderas continuaban i m p e r t é r r i tas su giro y su rumor misterioso. —¡Apunten! ¡fuego! dijo H e r v é . No b i e n s e hubo disipado el humo p r o ducido p o r la descarga y pudieron percibir los soldados el efecto que había c a u s a d o , estalló una gran hilaridad entre las lilas al v e r que todus las actrices del baile fantástico se hallaban tendidas en el suelo, tan largas como eran. —Así aprenderán, dijo Broidoux, á DO volver á bailar danzas deshonestas á la luz de la luna. Sin embargo, desconfiado de una victoria tan completa, volvió á mandar cargar las a r m a s , y dió orden á ios granaderos para que se mantuviesen en orden de b a talla, despues de lo cual volvió á ponerse en marcha la partida, precedida por los dos jóvenes oficiales. Apenas habian a n d a do unes diez pasos, cuando las blancas fig u r a s , que yacía» unas sobre otras en el suelo volvieron á incorporarse de repente todas á una vez, y apretaron á correr s a l lando y brincando,, como si tal cosa. —¡Seguidme, F r a n c i s c o , al galope! g r i tó Hervé: y vosotros, muchachos, cada uno por su lado, seguidlas á todo escape. Al decir esto hincó fuertemente !as espuelas á su caballo, y se precipitó, en union del jóven teniente, en seguimiento de las f u g i tivas. Por desgracia suya el terreno del valle eslaba todo cenagoso, y los caballos se atollaban en los barraucos. de que huian con gran acierto his fantasmas biancas, ora fuese por instinto, ora por tener conocí- —89 — dos aquellos lugares. Los granaderos t a m bién se habían precipitado en desorden en seguimiento de sus jefes, y las corridas q u e daban, interrumpidas á cada momento por un concierto de gritos, voces que daban para llamarse unos á otros, imprecaciones y c a r c a j a d a s , anadian otra escena infernal á la otra de que acababa de ser teatro el valle. L a comparsa de lavanderas, no bien h u bo llegado, ya corriendo, ya bailando, al estremo del valle, empezó á trepar por el ribazo en cuya cima descollaban las m a g n í ficas ruinas feudales. Hervé y Francisco redoblaron sus esfuerzos, y tuvieron por fin la satisfacción de observar que las p i s a d a s de sus caballos sonaban ya mas en seco. Pelven llevaba alguna delantera á su amigo. —¡Comandante! gritó Francisco: esper a d m e . Y viendo que Hervé no le hacia c a so, volvió á decir:—¡Mirad que vais á caer en manos de algunos chuanes que habrá en la cima de esa montaña! —¡Aunque haya cien mil, yo he de m a - — 9 0 — tap por lo menos uno! dijo Hervé, que se hallaba ya ciego de cólera. E n esle in-tante el joven comandante lieá la cumbre de la cuesta, v al d e s c u brir á las lavanderas como á distancia de «n tiro de fusil, exbaló un grito dé t r i u n fo, porque una vtz ya llegados á mi t e r reno llano y firme, la refriega prometía ser muy favorable á la gente de a caballo. Lás fugitivas, viéndose tan de cerca seguid a s , dieron una rápida vuelta hacia la d e r e cha, y comenzaron á Correr con todas sus fuerzas hacia la parts 1 de las ruinas; pero Francisco, que habia previsto esta maniobra y habia ganado terreno en la misma dirección apareció de repente á unos d o s cientos pasos de Pelven, dispuesto á cortar el paso :i las lavanderas, que se hallaban e n c e r r a d a s entre los dos oficiales. Hervé las MÓ guarecerse detras de un l i e n z o de muralla aislado que sobresalía entre los escombros de una potsrna estertor; pero con gran s o r p r e s a suya, aunque dicho lienzo- se h a l l a b a separado mi g r a n trecho d e ! palacio, perdió completamente de vista a —Ollas fugitivas. Francisco esperimentó él mismo asombro que su compañero al observar que habiati perdido la huella de la gente á quien iban persiguiendo. Algunos inflantes despues dieron los dos con sus cuerpos en tierra al pretender ir saltando con sus caballos por éocima de los escombros. Despues que h u bieron recorrido, cayendo y levantando, aquellos lugares, ya no les cupo duda alguna de que habían desaparecido allí las lavanderas. Entonces, no contentos aun con sus pesquisas, se apearon de sus caballos, y empezaron á revolver por aquí y por allá los escombros, dando golpes sobre ellos con sus sables,* pero, ya fuese que la oscuridad de la noche, que se h a bía aumentado estraordinariamente, hiciese infructuosas sus pesquisas, ó ya que interviniese en la desaparición de las l a vanderas algún acontecimiento s o b r e n a tural, el caso es que nada descubrieron que pudiera, según el orden natural de las cosas, suministrarles una explicación satisfactoria de tan desagradable sucoso. CAPITULO III. — H é aquí, dijo H e r v é , volviendo á montar á caballo, una comedia que durante mucho tiempo estará con el pesar de no haberla podido convertir en tragedia. — N o tengáis cuidado, mi comandante, que en cuanto llegue nuestra gente, hemos de ahondar J a tierra por si descubrimos algo, hasta que divisemos sus mas profund a s entrañas. — N o espereis tal cosa: lo primero, p o r que carecemos de los instrumentos n e c e sarios al efecto, y lo segundo, porque no m e hallo >o en ánimo de h a c e r perder la vida á ninguno de mis granaderos, ni de oponernos á algún o t r o contratiempo si, co- —93 — mo yo So supongo, esas gentes 6 quien p e r seguimos tienen varias salidas y entradas por debajo de tierra, con cuya circunstancia podríamos salir muy mal parados de nuestra empresa. Lo único que sí conviene hacer es observar durante esta noche la mas estricta vigilancia, con el objeto de tener encerrada en su jaula á la f a n t a s m a goría basta m a ñ a n a . — Sea, comandante! Pero advertid que la eanouesa va á reírse de todas estas p a p a r ruchas. —Buen provecho le haga! Nosotros nos reiremos también cuando nos llegue nuestro turno. Silenciot Y a oigo llegar á nuestra gente. En efecto, llegábanlos soldados, jadeando y cubiertos de lodo. Lanzaron algunos gritos de alegría al ver á sus jefes, y fueron á colocarse al lado de ellos, espresando en sus semblantes la curiosidad que tenían de s a ber lo que pudiera haberles acontecido. Hervé les contó, echando una mentira sobre su conciencia, cómo los cliuanes h a bían tenido tiempo de bajar por el lado —94— opuesto d e j a colina antes de que él pudiese llegar á su cumbre, y basta les indicó á lo lejos unbosquecillo, en cuyo seno, dijo, que se* habían internado, juzgando, por lo tanto, inútil perseguirlos. Ya comenzaba á no saber Salir detantos enredos é invenciones, cuando vino á sacarle del aprieto la llegada de las mujeres de su acompañamiento y el guía. Andrea echó pie á tierra y se abrazó toda trémula al euello de su hermano, que la reprodujo en breves palabras la misma fábula con que acababa de embaucar á los granaderos. En seguida apostó un c e n tinela al píe de la muralla, so pretesto de vigilar desde allí el bosquecillo de que h a bía hablado en su narración inventada, y tomando del brazo á su hermana, se encaminó al castillo, seguido de toda su gente. — H e r m a n a mía, dijo Hervé, aprovechándose de un momento en que la canonesa se hallaba distraída: ¿sientes todavía en tu p e cho algún interés por mi? —Algún interés? Hervé, p o r Dios: ¿quieres que exista solamente interés entre dos —95— huérfanos como nosotros? Por qué no dices cariño? Si, cariño; el mas tierno y a c e n drado. —Gracias te doy,, querida Andrea: has logrado desterrar de mi mente, una idea que me. atormentaba » *°das horas. — Y cuál era? —La de que acaso mi misma hermana era cómplice de alguna emboscada p r e p a rada contra mi honor, como hombre y c o mo soldado. — T u honor, Hervé? Esa es una palabra sobre la cual temo que no hemos d e entendernos. —Voy á esplicárlela yo conforme la e n tiendo, repuso con gravedad Hervé. Mi honor se halla cifrado en .defender hasta la muerte los colores de esta escarapela, y por lo tanto cualquier proyecto urdido para h a cerme faltar á este deber se convertiría en pesar y luto de los que en contra mia le hubieren concebido. —Válgame Dios, hermano miol dijo A n drea. ¿Qué sospecha puedes abrigar en c o n tra mia? —96— — D e tí en particular, ninguna; pero la escena que acaba de tener lugar no juzgo yo que sea tan inesplicable para todas esas señoras como para tí; y mucho me temo que sea el preludio de otras bromas menos inocentes. Por eso es por l o q u e te digo, para que tu puedas repetirlo á los demás, que soy incapaz de preferir la vida al honor de morir en compañía de mis soldados. Al escuchar estas palabras, que r e v e laban la naturaleza de las aprensiones del carácter de Hervé, se escapó un suspiro á la jóven Andrea. —Gracias á Dios, esclamó despues, ni tú ni lol que le acompañan corréis mas peligros que los que corremos nosotras mism a s en este viaje. Y luego, aproximando sus labios á una de las mejillas de su h e r m a n o : — Y a sabéis, añadió, señor c o m a n dante, que somos dos por lo menos aquí S defendernos, y que no venderíamos á muy bajo precio nuestras vidas. Al concluir de decir estas palabras, que adormecieron como si hubiese n d o opio los dolores espirituales del desconfiado Hervé, —97— se reiiró la señorita de Pelven, saltando de escalón en escalón, como una avecilla por el vestíbulo de la mansion abandonada. El edificio vasto é irregular que las gentes del pais llamaban el castillo de las f a n t a s mas, tenia grabado el sello de las diferentes edades que habían pasado por él desde su fundación. La mole principal de las r u i nas, la elevada t o r r e e n pie todavía y los restos de la mansion, que se hallaban en forma de almenas, le daban cierto aspecto de fortaleza del siglo X I I . Las construcciones de la parte mas baja del edificio ofrecían en la disposición particular de sus sillares indicios de una época de arquitectura mas remota qué la citada, al paso que la parte del edificio que formaba el ala opuesta á la torre, rematada en punta, pareeia que daba á entender que habia sido fabricada °n tiempo de los individuos de la casa de Valois. Dicha parte del castillo se hallaba todavía adornada de sus correspondientes ventanas y balcones en buen uso, con sus barandillas de hierro. BELLAH.—TOMO I. 7 —98 — En este pabellón f u e en donde la señoñorita d e Pel ven se reunióá Bellah y la c a nonesa. Guiadas por el g u a r d a - b o s q u e , r e corrieron las habitaciones ruinosas que constituían el primer piso del castillo. De prisa y corriendo comenzaron á hacerse los i n dispensables preparativo? para pasar la noche en dos d e las habitaciones, que f u e ron las que presentaron mayor apariencia de un seguro abrigo. Eu seguida K a d s i r vió á las mujeres algunas provisiones que había logrado reunir en el último puebleciHo por donde pasaron. La cena fue de c o r ta duración y silenciosa. Andrea y Bellah se retiraron primero q u e nadie al r u a r l o q a e les habia sido destinado. La canonesa compartió su habitación con Adela, y la escocesa tomó posesion de un pequeño oratorio practicado en una torrecilla. En c u a n to á Ja demás gente, ya se habia encargado de ella K a d , que era el comisionado de cuidar del itinerario de la espedicien, y habia preparado algunos lechos puramente de batalla. No bien se hallaron solas Andrea y Be- Hall en su espacioso cuarto, alumbrado p o r rna pequeña lámpara, se arrodillaron por un mismo instintivo movimiento, y {comenzaron á rezar en voz baja. Andrea fue la-primera que se incorporó, y acercándose á una ventana, pareció que contemplaba con Í n teres las escenas que estaban teniendo lugar en el recinto del antiguo castillo. «Los soldados habían encendido por una y otra parte hogueras, cuyo fantástico resplandor se r e flejaba por intérvalos en las ventanas ojivas y arcos de bóveda mutilados del c a s tillo: cada uno procuraba acomodarse lo mejor que le fuera dable para pasar la noche. El comandante Hervé estaba p a s e á n dose solo sobre la yerba que cubría el suelo de la parte delantera dé la fachada principal del castillo, ocupado sin duda en dar en su cerebro m i l vueltas y sentidos á las palabras que hacia poco le había dirigido su h e r m a n a . De repente suspendió sus paseos y alzó los ojos hacia la ventana, desde donde le estaba observando Andrea. La joven se hizo atrás al observar dicho movimiento de ojos de su hermano, y comenzó á dar paseos, s u m a - „/¡00— mente agitada, por la estancia, estrujando de cólera sa pañuelo entre las manos. B e llah acababa de abandonar su piadosa a o t i t u d , y reparando en lo encendido que se hallaba el semblante de Andrea, la p r e g u n tó con ansiedad: — Q u é tienes, hermana mia? A n d r e a , en lugar de responder á la a n terior pregunta, no hizo otra cosa que r e chazar la mano de Bellah, que intentó coger la suya, y seguir sus paseos a toda prisa, dando tormento entre sus dedos á su pañue'o. , —Pero qué es eso? volvió á decir B e l l a h : estás enfadada conmigo? — O y e ! dijo Andrea parándose -bruscamente en presencia d e Bellah: esto no puede d u r a r así por mas tiempo. No tienes que pensar en hacerme dormir esta noche, ni las siauientes, ni nunca jamás en mi vida. — A c a s o tendrías miedo? Pero dime, p i chona: ¿ o o v e s que yo estoy contigo?.. Crees tú que tus nobles abuelos han de s a lir de su tumba n a d a mas que p a r a esperimentar el placer d e darnos uu s u s t o ? . . . . —101 — Ademas, tenemos luz en el cuarto, y ya sabes que los espíritus no . . —Eli! quita allá/ replicó Andrea: ¿que ute importan á mí mis abuelos? Lo que yo hubiera deseado e s no haber tenido n i n guno. ' „ . Al oir esta súbita respuesta, la señorita de Kercant alzó á los cielos sus pupilas suplicantes, con el encantador movimiento que le era habitual, y dijo: — Pues entonces, ¿qué es lo que teneis, señorita, que así os impide dormir y d e j a r me á mi hacerlo también esta noche? No sé! contestó Andrea. L a señorita de Kergant exhaló un s u s p i r o , hizo un gesto apenas perceptiblede c o m panion y dijo con gran-dulzura: - P u e s j o lo sé menos que t u , querida. — V u e s t r a lia es una tirana/ esclamó A n drea. . — H e r m a n a mia, por Dios! — Y vos otra! — S e a , tengamos paciencia! "dijo con gran c a b r a la s e ñ o r i t a d e K e r g a n t , encaminando segunda vez al cielo una mirada digna de —102— ella. Andrea entonces acabó de exasperarse. —¡Ni siquiera se os ha pasado por la c a beza, esclamó, la idea de invitar á mi hermano á que viniese á cenar con su hermana, y habéis tenido valor para dejarle á la p u e r ta como si fuera un perro! Pobre hermano mió, como te estamos engañando! Yaya que teneis vos un modo lindo de tratarle! Mira, Bellah! tu lia ya comprendo que lo h a g a ; pero tú, tú que no ignoras cuánto Hervé t e . . . La voluntariosa niña pareció mostrarse vacilante en acabar de pronunciar una frase, cuya esplosion pareció al mismo tiempo h a llarse dispuesta á conjurar su hermana m a y o r , que la dirigió una mirada impregoada de altivez y dulzura. — Y o no he echado en olvido nunca, dijo Bellah, que el comandante Hervé es el h e r mano de mi mayor amiga; y por lo mismo que no lo lie olvidado ni lo olvidaré n u n c a , es por lo que hago violencia á mis naturales sentimientos, hasta el punto do t r a t a r con miramiento, yo, noble y cristiana, á —103 — un apóstata, á un caballero que ba mancillado su nombre. —Corriente, dijo Andrea; pues ahora yo os aseguro tan de cierto como lo es el que vos acabais de hacerme echar en olvido diez años de cariño, que el apóstata y el mal caballero va á saber ahora mismo los planes que vos estáis urdiendo en contra s u y a . Asi sabrá también que el n o e s aquí el único t r a i d o r . Dejadme p a s a r , os digo! — ¡ A n d r e a , dijo i a señorita de K e r g a n t ; no haréis tal cosal — S i señora, que lo haré, replicó A u d r e a , que pretendía dar á entender mayor firmeza de carácter apretando fuertemente s u s l a bios, Habéis pretendido hacerme sonrojar d e mi hermano: pues bien; yo haré q u e vos tengáis que sonrojaros en su presencia. Bellah se asió aterrada y suplicante del vestido de Andrea, y cayó casi de rodillas delante de ella. — ¡ P o r lo que estiméis como mas sagrado, dijo; por la salvación de tu alma, A n d r e a , le ruego que no vayas! — N o , no; quiero ir! Yos os habéis m e s - —104— irado desapiadada; ahora me toca á mi ser* lo, y !o seré, respondió Andrea dando con U delicada planta de su pie un golpe en et suelo, casi ya f u e r a de sí y sin sentido. Dejadme, dejadme, os repito. Al mismo tiempo se abalanzó hacia la p u e r t a . Bellah se alzó de la postura en q u e se habia colocado, y permaneció en una inmovilidad completa. S u s facciones se habían revestido de la palidez del mármol de nna estátua sepulcral ; pero á través de sus m i r a d a s , y por el sobrealiento c o m p r i mido que resonaba sordamente en su c u e r p o , se dejaba ver claramente su alma de ruego y la cólera que abrigaba en su pecho. D e r e p e n t e , levantando con un ademan v e r d a d e r a m e n t e regio él dedo índice de su mano d e r e c h a , y en tono reposado y solemne, dijo: — A n d r e a de Pelven: ¿es esta la hospitalidad que ofreceis bajo el techo donde v i vieron nuestros mayores? Este lugar será en adelante maldito por culpa vuestra; pero supuesto que el asunto de que se t r a t a es de tanta importancia, supuesto que es p r e - — 1 0 5 - ciso que asi suceda, retiraos. Yo os evitaré ia vergüenza de una delación, y ya vereis como no m e inmuto atrayendo el martirio sobre mi frente. Henchida de entusiasmo, y con los labios trémulos, se dirigió Bellah hácia la puerta, junto á la cual estaba colocada A n drea, atónita y temblorosa. No bien la hubo tocado Bellah para separarla y abrirse ella paso, la pobre niña quedó sin aliento; c u brióse su agraciado r o s t r o de una palidez mortal; sus ojos se cerraron lánguidamente, y cayó desmayada en el suelo. Bellah, d e jándose caer también de rodillas, recibió en sus brazos la cabeza de su amiga, y cubrió de besos la frente de tan delicada criatura. —Cielos! dijo. Q u é es lo que yo he h e c h o ! . . . Andrea! Hermana d e mi corazon! Dios mió, haced que vuelva de su desmayo! Querida mia, A n d r e a . . . soy y o ; no ha sido nada! Por qué te has asustado? Creías acaso que yo podría enfadarme nunca contigo s e riamente? Vamos, habíame, bien mío; pídeme lo que quieras. —•106— Andrea, vuelta en si con un diluvio tal de caricias y tiernas atenciones, abrió los ojos, sonrió como á veces los niños cuando despiertan de su sueño, y apoyando un dedo contra su mejilla: —Confiésame, dijo, que le amas. — S i n d u d a , dijo Bellah, delira toda via A n d r e a ; niña, ¿te sientes mejor? — U n poco mejor si le amas, y mucho peor si DO le amas, replicó A n d r e a . — D i o s mió! Dios mió! — S i le amas, tu Dios será el suyo y suya tu ley, dijo, A n d r e a . Y luego levantándose de repente y echándose al cuello de Bellah, Continuó: — M i r a : yo no exijo de ti que le asomes á la ventana y grites:—«¡Comandante, yo ©s adoro!» Pero es muy justo que le p r o porciones alguna alegría después de tantas desgracias como sobre él han c a i d o . . . Sí, preciso es proporcionarle alguna alegría. Veamos, ¿cual podría ser esta? — L o que es yo por mí parle no caigo... — A h ! yo sí, prosiguió la joven arrancando la pluma blanca del sombrero de Bellah: ¿qué triunfo mayor, hermosa mis, que el de hacer llevar los colores de la casa real á un oficia! republicano? E s t e hábil compromiso no agradó á la s e ñorita de Kergant. Así fue que se lanzó hácia su hermana adoptiva con ánimo de a p o derarse do la pluma de que pensaba usar t a n traidoramente; pero A n d r e a , mas ligera generalmente en sus movimientos que su amiga, habia ya entreabierto la ventana, por manera que Bellah no llegó á tiempo sino para d a r con su presencia una significación mas preciosa á la leve prenda que caia revoloteando sobre la cabeza del c o mandante H e r v é . Andrea soltó la c a r c a j a d a , y la señorita de K e r g a n t se retiró precipitadamente de la ventana, levantando los hombros con aire de despecho y de dignidad. Hubiera podido creerse, sin embargo, que el encantador proyectil t j u e yacia á los pies del comandante estaba dotado de la facultad de h e c h i c e r í a , pues no bien sintió el jóven su casi imperceptible c h o que, parecía haber echado raices en el sitio —108— en que aquel acontecimiento le detuvo. Conocía que debían de estar observándolo desde la ventana, y permanecía víctima de una verdadera angustia, con los ojos fijos en la misteriosa pluma, sin osar cogerla, ni tam poco dejarla. Si se apoderaba de ella con trasporte ¿qué ridículo n o pesaría sobre él fci hubiese caído por casualidad ó fuese r e sultado de alguna travesura de Andrea? Si, por el contrario, se alejaba fingiendo indiferencia, ¿no podía resentirse aquella de quien esperaba en el fondo de su alma q u e procediese este discreto meusaje? Colocado entre dos estremos opuestos, se decidió p o f t f t n término medio. Cogió, pues, la ligera pluma con la punta d e los dedos, no con la amorosa precipitación de un amant e , sino con la indiferencia de un hombre que encuentra alguna cosa que despierta m curiosidad. Prosiguió su camino e x a m i nando el hallazgo con perezosa n a t u r a l i d a d , ni mas ni menos que si hubiese dicho en su interior:—* ¡Calla. c< una pluma de avestruz!... ¿He dónde diablos habrá caido? ¿Quién podía esperar encontrarse una plu* —109— ma de avestruz en esta parte del mundo?» M a s apenas se vió libre de toda mirada c u riosa, por haber doblado la esquina, c a m bió repentinamente de resolución, y besó una y mil veces la pluma. Momentos d e s pues, riéndose de su debilidad,"separó las presillas de su uniforme, dobló en cuatro partes el precioso mensaje, y le hizo pasar inmediatamente al estado de reliquia. Despues de haber escondido su tesoro con la misma espresion de rostro que se oculta una mala acción, nolando el c o m a n dante Hervé el reposo y el silencio que p a recían reinar, tanto en la morada de las jóvenes como en las otras parle&de las ruinas, se dirijió hácia el vestíbulo de aqueüa mansion señorial, que era donde Francisco habia buscado un abrigo contra el relente de la noche. Subía el jóven comandante las ¿radas que formaban el umbral del vestiímlo, cuando el último movimiento nacido ;!e la prudencia, le hizo volver la vista hada el murallon aislado, en cuyo píe habia erminado tie una manera tan enigmática a caza de las lavauderas. —HO— Hervé babia escogido por sí mismo el soldado que había de reemplazar al primer centinela en este importante puesto, y que era un joven granadero, cuyo valor é inteligencia l e e r á n particularmente -conocidos. Por mas (fue hizo no pudo divisarle; pero por encima de los escombros colocados en el sitio en que le buscaban sus ojos, vio una tela blanca, que parecía ser agitada con ánimo de llamar su- atención. Hervé se a p r e s u r é á bajar las gradas, y se dirigió hácia l a poterna rápidamente, aunque con cautela. Cuando no l e separaba ya d e ella mas que la distancia de unos diez pasos, pudo distinguir al centinela que, habiéndole reconocido á su v e z , q u i t a b a el pañuelo que babia colocado en l a punta d e la bayoneta, y se limitaba á h a c e r l e algunas señas con l a m a n o , como p a r a e s citarle á redoblar la actividad y el m i s t e r i o . Dos segundos despues estaba Hervé cerca del muro y al lado del soldado. ; — V a m o s , R o b e r t o ; d i m e q u é h a y d e nuevo» dijo en voz b a j a , despues d e haberse -convencido de que e s t a b a n c o m p l e t a m e n t e solos. —Ill— — ¿ Q u é h a y , decís, comandante? r e s p o n dió el soldado, articulando apenas sus palab r a s con cierto espanto mezclado de alegría. Hay que, sola depende de nosotros el coger á la urraca en el nido, y -al rey en su trono,"-y Á-los cortesanos cu SU c u e v a . Se t r a t ó t e nada menos que d e t r a g a r o s , a u n que hubieseis sido tan corpulento como una catedral y tan largo c o m o d e aquí á China. Se os hace traición. . —¿Traición? ¡cómo ! jPor quiénl {Habla pronto, habla! esclamó H e r v é . — ¡Mas bajo, c o m a n d a n t e ; m a s bajo! H é aquí la historia. P a s e á b a m e tranquilamente con los ojos fijos, según vuestras órdenes, en el bosque d e Pinabetes; pero ¡cuerno! no es allí donde está el e n r e d o . He r e p e n t e , ¿qué fue lo que oi p o r d e t r a s y por encima d e mí? No podía a d i v i n a r l o . . . era un g r a n r u i d o d e voces p a r e c i d o al que forma la vocinglería d e los abogados. Mas yo que deseo naturalmente instruirme, me volví d e u n l a d o j m e volví del o t r o , y ; por último lié aquí que meto las n a r i ces en el q u i d de la dificultad, y . . . —112— Calló de repente eL soldado» y p e r m a n e ció c o n la bo?a entreabierta, sobrecogido de t e r r o r . Un instante despaes le vió d a r H e r v é un salto bácia a i r a s , y e a e r pesada^ m e n t e en t i e r r a . En el mismo instante sintió cerca de su oido la esplosion de una arma de fuego, y esperimeatando en la cabeza una ruda conmocion, cayó á su vez privado de sentido á algunos pasos del granadero. Entonces u n Hombre de talla a l l é t i c a , el mismo que habia cometido este d o b l e atentado con tan cruel acierto, abandonó el pie del muro de donde parecía haber salido, y dirigió hacia el castillo una mirada investigadora. Durante este tiempo o t r o individuo, de apariencia mas delicada, s e inclinó sobre el inanimado cuerpo d e l c o m a n d a n t e , y le reconoció la cabeza cotí interés. — N o está herido, á lo que creo, dijo una voz de dulcísimo timbre. —La denotación ha s o b r e s a l t a d o h s u s compañeros, dijo el otro, y van á p r e c i p i t a r s e bácia aqui. E s t o n o s indiea.^ne., d e b e m o s —113— ir á o t r a p a r t e . Ai acabar d e pronunciar e s t a s palabras, se introdujo seguido d e s u compañero en una g r a n a b e r t u r a practicada al pie del murallon, que se cerró inmediatamente, sin dejar señal alguna d e su p r e sencia en aquel sitio. BELLAH.—TOMO I. MMWfimrn .ii <.\IJIIVLO I\. No bien se dejó oir ia detonation, cuando iodos los soldados, precedidos por F r a n c i s co, se lanzaron en desorden bácia el l u g a r de donde parecía haber partido la s e ñ a l de alarma, El joven t e n i e n t e arrojó un d o l o roso gemido al ver tendido sobte l a s IUI ñ a s el inanimado cuerpo de su ami^o, p e r o su desesperación se calmó c u a n d o p u do observar á la lo/, de una ntcrchaqm no tenia. Ilervé ninguna señ herida. — L a mano q u e lia s a c u d i ó , trompé (jijo gravemente Bi 'dnuv lo\antau>k' el s o m - - H o — b r e r ó del comandante. que lema todas fas señales de una terrible presión; el puño, digo, que ha confeccionado esta tortilla, no está pagado ciertamente al brazo de una señorita. — Preciso es todavía dar gracias á ese miserable, quien quiera que sea, respondió Francisco, porque al menos no ha querido verter sangre. — Yo soy, por el contrario, de opinion, mi teniente, que ha vertido mas de un c á n taro. Yo no s^bia qué era lo que corria por debajo de mis pies; p e r o . . . — (Cielos! esclamó Francisco cayendo de rodillas junto al cuerpo de Hervé; preciso es que yo haya mirado mal; ¡eso anuncia una horrible herida! — H o r r i b l e , en efecto, dijo Broidoux con un tono serio y triste, que no era habitual en él; pero no le buscáis donde está, mi ^teniente. Hé aquí el herido, ó, mejor dicho, el muerto, porque me parece que este pobre muchacho no volverá á manejar su a r m a . . . Ya ha hecho su última guardia. Diciendo estas palabras, el sargento, con —11G— a l u d a d e l e ? ^ n l d u d ^ , p»-ówírtója ; levaifirfr ef Cuerpo de Roberto, á q u í o n un montar» de escombras habia impedido eticootrar hasta entonces. • — ¿Muerto? ¿F.síais bien sciruro cteffUe es cadáver, Broidoux? ¿No >crá posible-hacer nada? ' \ — Nada, como no sea rezar una -oración por el descanso de su alma, eiudmlsmo teniente. La bala, como aristócrata; lia e s cogido el mejor sitio; se ha a l i n d o en el cora 7-n. Es una l ^ t m n , eo»»t n i o doux, dni^iéndose á los soldados que le rodeaban, el ver que una avellana de p l u mo dirigida por un picaro c o b a r d e entre tan fácilmente en el pecho de nn joven bizarro. ¡Dana con gusto mi ojo izquierdo p o r tenet delante, aunque «o lu"ra ma« q" durauH dos minutos, al hi >bnn qfte ha p.1' to su ill',i m l dedo en el ¿ a t i b o ' . . . . ínutd es decir, «• ni ládanos, que no • s < oca do dejar tend> ln >»'! i m.e^t.o ca r m < como si f u e i a una nol >mr v e j >. Te» i» lecho de ,-e¡s pies de 1 «i< CTMO hu'i' 1 nacido duque v par durante el antiguo r a i m e n . . , \ 0 ( í ai uiabiü Yo q u c n a n u c h o a e ^ u h* , í ii pu j e t o s < U i l a l i e n t e . V e r d a d ** t|,h el u<ii de general vi ¡ . i f , (I'd), \ ) uusii» dirededor d é l a a n u r i a | \> cnlieme de la huea enemiga, ¡>i \ un ¡ ( u t e n u b ' al lado. ¿Podía darse UÍS compañero de conduela mas irreprensible?... diablos! Ciudadanos, bien p u e de caer una lágrima sobre un bigoie cano si» deshonrarle, cuando se t r a t a dé d a r el último adiós á un amigo.-. ¡ C i u d a d a nos! j lié aquí chamuscado al pobre Roberto! Asi concluyó, pasándose una de sus m a n gas p<>r los ojos: el poco académico Broidoux. La solemnidad de la hora y del sitio; la pii'sem ia del cadáver, á c u y a s facciones parecía prestar una vida fantástica el vacilante reflejo de las antorchas, y el respetado c a r á c t e r del o r a d o r , contribuían á secundar poderos ámente el efecto moral de su fúnebre improvisación; los granaderos, que c o m ponían e l . seneijlo, auditorio de Broidoux, se ¡miraron moviendo la cabeza con aire satisfecho,- como* diciendo que no podía desear —118— un panegirista m a s discreto que su viejo sargento. D u r a n t e e s t e tiempo, habia c o n s e g u i d o F r a n c i s c o ¡restituir al sentimiento de la vida á su jóvan amigo; pero la debilidad d e H ' r v é no le permitía todavía r e s p o n d e r á las r e p e t i d a s p r e g u n t a s del teniente. Algunos s o l d a d o s , b a j o l a dirección de B r o i d o u x , so o c u p a r o n en abrir u n a fosa con sus sables, d o n d e fueron s e p u l t a d o s los restos de su d e s g r a c i a d o e a m a r a d a . O t r o s ; formando cou s u s fusiles una especie de camilla, se disput a r o n él honor de t r a s p o r t a r al c o m a n d a n t e h a s t a eí castillo. H a b i á n a n d a d o ya las d o s t e r c e r a s p a r t e s d e l c a m i a o , c u a n d o el e s t a m p i d o cercano 'de otra-nueva detonación les detuvo s ú b i t a m e n t e . " H e r v é hixo tin m o vimiento para l e V a n t a r s e r p c r o cayó de rep e n t e q u e b r a n t a d o por este inútil esfuerzo. F r a n c i s c o , d e j a n d o á su lado d o s g r a n a d e r o s , s e precipitó con el resto ¡le fuerza en dirección de ia torre del cantillo, d e t r a s d e la cual habia sonado et tirA. El-centinela, coí-eado en este l a d o de las r u i n a s , f u e encontrado en su p u e s t o e r - r - —119 — gando J e nuevo el fusil. Interrogado por Francisco sobre los motivos que le habiau movido á dar este alerta, respondió que h a biendo visto salir d e repente del p i e d e la escarpa, sobre la que estaba situada la t o r r e , una precesión de fantasmas blancas y negras, les habia dado el ¡quién vive! y como no hubiese recibido respuesta, hizo f u e go. El soldado añadió, coo una ligera alteración en la voz, que habian desaparecido de repente, como si se las hubiese t r a g a d o la tierra. Una espesa niebla q u e se levantaba de un pequeño riachuelo que corria al pie de la torre esplicaba naturalmente á F r a n cisco la nueva desaparición de s u impalpable enemigo. Sin embargo, no fue dueño de dominar un movimiento d e amargo d e s p e cho, y recomendando al centinela que t u viera la mas activa vigilancia, corrió "á i n corporarse con Pelven, que, repuesto enteramente de su aturdimiento, venia por sí mismo á su encuentro. — N o puedo d u d a r , dijo Hervé cuando se halló á solas c o a su amigo, que ignora mi hermana todo cuanto sucede, porque ella —120 — misma m e aseguraba esta t a r d e que, e o s u concepto, no corríamos ningún peligro, y yo la creo incapaz de mentir. La suposición q u e en mi entender tiene mas visos de verdad e s que hemos t u r b a d o el retiro de alguna banda de cbuanes. Desgraciadamente no p o d e mos peusar en perseguirlos, ii c a u s a de esta niebla. — ¿ N o os ha dejado entrever Roberto alguna especie de complicidad entro nuestras viajeras y los ahogados del subterráneo? — A s i lo creyó el pobre muchacho, p r o siguió Hervé, y el miramiento algún tanto bruta! que ha usado conmigo bastariame á persuadirme de ello. No hay d u d a de que la canonesa es su cómplice; pero tampoco la hay de que mi hermana lo ignora. — A h ! no vacilaría en jurarlo* dijo F r a o ? cisco. — E s inútil, contestó Hervé; pero observo que mi cabeza me duele mas de lo que q u i siera. Tengo gran necesidad de descanso, y me voy á echar. P r o c u r a d dormir t a m bién. •••; Los dos jóvenes se separaron, despues 4e haber convenido en ocultar á las m u j e res, y sobre todo i A n d r e a , los sucesos ocurridos durante la noche, á fin do evitar, á las unas la inquietud, y la satisfacción de un triunfo secreto á las o t r a s . Gomo se retirase Francisco despaes de haberse separado del com and a ule por d e lante de la fachada principal, no pudo dejar d e n o t a r l a tranquilidad absoluta que seguía remando en esta par te privilegiada del c a s t i llo. Que les tiros y el alboroto q u e les siguió no hubiesen conseguido t u r b a r el reposo de las dos jóvenes,, podia muy bien esplicarse por la profundidad de su sueño, que es uno dé los privilegios de esta e d a d ; ¿pero podian acaso invocar esta dulce escusa l a canonesa y el g u a r d a - bosque en justificación de su sordera?;, ; Su equívoca sensibilidad, aumentando las sospechas del jóven teniente, le inspiró una idea vengativa, d e la q u e s e apoderó coa infantil alegría,; Cogio, pues, U»A piedra, y asegurándose previamente de que nadie le veía, tomó la postura de David delante de Goliat,, lanzó con tuerza el proyectil á la —122— ventana d e la canonesa, y corrió á o c u l t a r se detras de tin paredón, soltando, aunque muy bajo, una de esas carcajadas, que son mas familiares á los estudiantes que á ios emperadores. Al ruido producido por ios c r i s tales rotos, que anunciabael feliz éxito de,Ja calaveradade Francisco,levantaron la cabeza con inquietud algunos/soldados que e s taban echados entre las ruinas; pero h a biéndose sucedido un profundo silencio, acabaron por creer que habían sido juguete de una de las mil burlas que inventan ios espíritus infernales de la noche para hacer rabiar á los pobres mortales, y volvieron á dormirse inmediatamente. En el mismo instante observó Francisco que se acercaba una sombra con precaución á la destrozada vidriera, y creyó reconocer en ella el poco artístico perfil de aquella á quien p r i n c i palmente se habia propuesto incomodar. Viendo q u e l a sombra de la canonesa acercaba algo p a r e c i d o á una nariz u n o cíe los vidrios intactos, s e bajó Francisco y c o g i ó otra p i e d r a . En esta e d a d no h a y p i e d a d , Pero ya fuese que la p i e d r a hubiese leí m i n a d o - 1 2 3 - sus investigaciones; ya q s e hubiese sido gwiadw por uno de esos saludables p r e s e n t í * mieatos'que el cielo, e n su injusta m i s e r i cordia,' envía- lo mismo á las viejas que á l a s ^ d e m a s c r i a t u r a s , s e retiró i n m e d i a t a mente, y el negocio n o tuvo o t r a s c o n s e cuencias. T r e s horas d e s p u e s de la conclusion i n o cente de e s t e episodio estaban los s o l d a d o s de pie, estirando al sol s u s entorpecidos brazos. El guarda-bosque K a d o c u p á b a s e en ensillar los caballos con su gravedad h a bitual, mientras que H e r v é y F r a n c i s c o , algo s e p a r a d o s , parecian empeñados en uña discusión muy viva. El s a r g e n t o B r o i d o u x s e quitó la pipa de la hoco, acercóse c o n modestia ó los dos olieiales; y s a l u d a n d o militarmente:' — S a l u d y f r a t e r n i d a d , c i u d a d a n o s , dijo. Heos aquí fresco y r o s a d o c o m o una manzana, mi c o m a n d a n t e . Observo con placer que aquel p u ñ e t a z o m o n s t r u o no os ha p r o d u c i d o m a y o r efecto moral que el que os hubiera c a u s a d o una caricia h e cha por u a a linda m u c h a c h a . . . Pero ¿ h a - — 1 2 4 — beis determinado que levantemos el campo sin tener el gu*to de ver cómo está a d o r nado el elegante tocador de esas señoras las anderas? — E s o es precisamente lo que 30 decía al teniente, contestó H e r v é . Aunque" b a j a n a tivos muy fundados para creer que; R© lien marchado ya esos-bribones, siempre es oportuno que examinemos su albergue. — S e a enhorabuena, prosiguió Frauci&co. ¿Quién os dice lo contrario? Lo que vo d e seo únicamente es q u e os acompañemos t o dos, porque, no es justo que corráis solo el albur de c a e r en una celada. —¿V dónde diablos \ets.una celada? r e s pondió Hervé. ¿No os he enseñado ya al p i e de la torre ía puerta por donde salieron, y que han dejado abierta de par en par? S i e s 10 es una celada, no c a b e z u d a que es ingeniosa. E n c e n d e d una antorcha, BroidouxLPor ú l tima vez d i g o q u e «o quiero que ninguno de nuestros hombres comprometa. ¡¡ao golo de sus cabellos e n es le negocio. B a c a n t e es; mejor: dicho, demasiado e s q«e t e n g a q u o echarme en c a r a la m u e r t e de i i o k T t o . —I £5— que volvia con n n a a n t o r c h a encendida en h m v m y otras dos debajo del brazo; p e r mitidme, repito, que os ponga do acuerdo. Vamos los tres: -jqné- diablos! Si bay n m j e res, soto tendrán motivo de regocijarse con esta determinación. Hervé, á pesar de su deseo por visitar solo el sospechoso subterráneo, consintió en el arreglo por no manifestar desconfianza con-nuevas repulsas hácia su leal- sargento. Habiendo los tros costeado la torre, empozaron á hsvpr penosamente el suelo inclinado v desigual del «uUterránen, a b a r r á n dose á los a c h a p a r r a d a arbustos que c r e cían por enUe las hendiduras de la roca. Momentos d e q u e s encontraron á algunos pies encima del fondo de una quebrada, y delante de una pequeña puerta que el comandaute Hervé liabia descubierto desde arriba, la que estaba colocada de tal modo, que no podía ser descubierta fácilmente por el lado de la llanura. Esta p u e r t a , p e r f e c tamente incrustada en la roca, cerraba la entrada de una caverna estrecha y oscura. Hervé peiíefcróf encorvándose con su antorcha e» l a m i n o , seguidos de sus dos cornpañeros." Duspues de liaher dado algunos pasos, les condujo este pasillo á una'vasta sala abovedada, cuyos arcos, perfectamente conservados, le prestaban un carácter d sombría elegancia arquitectónica. Algunas teas humeaban todavía en su húmedo p a v i mento, y esta era la única señal por la que se hubiera podido averiguar la reciente e s tancia de seres vivos en aquel sitio. La cueva principal comunicaba por medio de c i m bradas puertas con otras habitaciones mas pequeñas, en las que los dos jóvenes y el sargento continuaron su pesquisas. Hervé recorrió aquella parte del subterráneo m e debía corresponder á el ala del castillo ocupada durante la noche por la canonesa. En el ángulo de u n - reducido cuarto iluminó repentina mente la roja luz de su antorcha ios peldaños de una escalera de caracol, que s e internaba en la bóveda. Subióla velozmente Hervé,-pero noté que e s t a b a rola hácia la altura de la bóveda, por haber sido arrancados cinco ó seis peldaños, que y a - —i-27— cían en su parte .inferior, dejando un espacio imposible, di. atravesar, ü u s p u e s d e un chamen minucioso de estos fragmentos* quedó CGiiseucido Hervc de qne habiau.sido separados d u r a n t e l a noche, y : sos sospechas contra la astuta canonesa se corroboraron CUÜ este descubrimiento. Un escrupuloso registro hecho en la babiiaciot. de la anciana señora no hubiera dejado de aclarar las congeuira» del joven comandante; pero era tal su educación,, que desvió con r e p u g n a n cia lejos de sí, como contrario á las exigencias de su-espíritu, el pensamiento de violar la alcoba de una mujer, aunque tuviera cien años. lucorporóse Hervé^en una cueva distante con el joven teniente, en el instante mismo eu que acababa este de poner su mano sobre un cerrojo enorme,que cerraba una especie de trampa ó de puerta ancha y baja, practicada en el muro, y á la que se llegaba por una rampa de tierna de rápida pendiente. Uniendo sus esfuerzos ambo» jóvenes, consiguieron levantar la gran barra que s e r via de cerrojo, é inmediatamente bajó la puerta á manera de puente levadizo, dejando entrar á torrentes de luz del dia. La casualidad les habia conducido á la abertura misteriosa que tan á tiempo tragó á las la vanderas, y que dió paso al asesino de Roberto. Ésta puerta estaba formada de g r u e s o s tableros d e roble, forrados et, hierro por la p a r t e interior y revestido por ta estertor de una ligera' c a p a de mampostert», que acababa perfectamente en el resto de la muralla. Aprovecháronse ambos jóvenes de esta abertura p a r a salir; pero apenas pusieron sus pies en ¡a tierra firme, se,oyeron grandes gritos que salían del subterráneo, y ya se disponían á precipitarse dentro nuevamente, cuando apareció triunfalmente Broidoux, trayendo cogido por la oreja á un cautivo de h e s p e ria especie. - . .. A los gritos del sargento corrieron hácia el pie de las murallas los g r a n a d e r o s , el guarda-bosque y el brillante grupo d e las emigradas. El prisionero, que se hallaba en el c e n tro del curioso circulo que le rodea b v se ••"-J! 29*—• se ocupaba tan solo e« frotarse tranquilamente los ojos, para disipar el deslumbramiento que la luz súbita del sol le i»ubia causado. Era un niño de unos diez años, eon Ojos azules y agraciada fisonomía; sus negros cabellos, cortados en c u a d r o sobre su frente, flotaban por detrás sobre sus hombros y espalda; llevaba, por último, un largo chaleco de lana oscura y.anchos calzones, Al primer golpe de vista r e conoció Hervé al niño, y lanzó e n s e guida á Kad una mirid» mezcladade reconveneion y de; lástima, á l a q u e contestó el guia con un- gesto de dolor casi imperceptible. Al mismo tiempo las m u jeres cambiaba» á hurtadillas miradas de timida confusion-. — H a b é i s de saber, comandante, dijo Broidoux, que este producto d e . l a v a n dera dormía ahí como una marmota sobre un > monion de ; p a j a . Su mamé le habrá dejado olvidado en la gazapina. Yo le he dirigido, tauto con el gesto como d e otra manera, algunas preguntas de política;'.pero T BELLA»—T. 1. 9 —130— este monigote parece completa men te est r a no á ios usi s del buen tono, porque ha permanecido mudo como tu» besugo. Mientras hablaba ei sargento, habia p a seado á s u alrededor el niño una m i r a d a atónita, y cruzando despues los brazos por la espalda, dijo con una ingenuidad que, á la verdad, n o dejaba nada que d e s e a r : — Oh! Qué caballeros tan guapos, y qué jóvenes t a n lindas! Buenos días, señores. Abl Q u é es lo que venís á hacer en este pais? — Y qué e s lo que tú hacías ahí, galopín? esclamó. A que todavía nos vas á interrogar á nosotros? Todas las d u d a s que podía conservar Hervé todavía sobre la doblez con que se procedía con él se hubieran desvanecido casi del todo delante de las conocidas f a c ciones del «iño cautivo; pero conmovido el jóven oficial á la vista de la angustia que se leia en les pálidos y contraidos labios de K a d , vacilaba en aprovechas se con r i gor d e su ventajosa posicion, —Amiguito, cijo al niño: tienes uu aire —131 — deraasiaao despierto para; representar bien el pjipeJ de toulo. i Preciso es-que digas ¡la verdad, ó de lo contrario, ni aun tu e d a d será bastante para librarte de un castigo Severo. Tú lias pasado la noche en compañía de algunas gentes que tenemos m a s de un? motivo para suponerlos enemigos. — Y a lo creo! murmuró Broidoux: a u n que no fuera mas que por aquel brutal p u ñetazo... —Silencio, sargento, esclamó H e r v é . Vamos, di, niño: ¿quién le ha conducido aqui? — H a n sido las fantasmas, dijo: las f a n tasmas del valle. — Las fantasmas! interrumpió Broidoux; yo le daré fantasmas. Y fue alguna de ellas ía que movió el gatillo? —Silencio, repito por la última vez, ciudadano sargento, dijo bruscamente Hervé. E s t e asunto no os concierne; no perdamos tiempo en interrogarle: registradle únicamente. Este niño pertenece á la ley que ha sabido segar cabezas mas jóvenes, si bien me duele recordarlo; pero en e?to de- —132— bieron pensar antes las gentes sin c o r a zon que no han d u d a d o en sacrificar á esa infeliz c r i a t u r a . — S i , .si!''dijo el muchacho riendo; siga la zambra! La hada me salvará también. Aquí para entre nosotros, os diré que es mi mujer. — Y lié aquí su regalo de boda probablemente, dijo llroidpux sacando del bolsillo del jóven prisionero un peón con su c u e r d a . Mejor hubieras hecho en e n t r e l e n e r l e con este juego, que,-aunque n o e s ninguna diversion de potentado, es, sin embargo, un r e c r e a honesto y democrático. Cuando y o tenia la edad de este lirón, me pasaba los domingos y resto de la semaua j u gando con un wviadano de este calibre en el atrio de la iglesia. Esto era causa do que estuviese diciendo siempre el cura q u e yo acabaría por donde habia empezado; es decir, por* la cuerda: tocio porque un dia le clavé el peon en uno de s m zapatos de hebillas, ocurrencia que hi'M reir mucho a mi padre, qu • era zapatero eu aquel barrio. —133— Mientras pronunciaba las anteriores p a labras habia el viejo sargento liado m a ~ gistralmenle la cuerda alrededor del peon, hecho lo cual le despidió contra el sueJo, observó un momento sus rapidas e v o l u cione? con paternal sonrisa, se bajo de r e pente, le couió sesun sus propias expresiones, en i a palma de la mano, y continuo ap.audiendo con una dulce hilaridad las r o t a c i o nes infinitas del ciudadano. Mientras tanto habían montado a caballo las m u j e r e s y habiéndose acercado K a d al comandante Hervé para tenerle el e s tribo, se inclinó este hasta el oído del b r e tón, y le dijo á media voz: Ya estáis severamente castigado por haberme ensañado, K a d . y yo lo estoy también por haber confiado e n vuestra b u e 118 Estremecióse el anciano guarda-bosque, y respondió con los ojos lijos en t i e r r a : - S i , señor: la prueba ha sido d u r a ; pudiera hab'M'lo sido mas si hubiéseis querido; lo sé muy bieri; pero os h a b é i s c o m p a d e cido de uu n i ñ o . . . Pensáis llevárosle? —-tft** — E l n i f l r es^ múy débil, s e ñ o r . . . Y o g ^ p rfif¥Snd0!ej |)orqWe ; s!i ; difunta madre? y á ^ M ó s érr u h o ^ . Dicen 1 • q u ' e - í A f e n e ¡ m ¥ ' f ) a r é é e / ^ é r o ésa criatura es el vivo r e t r a t ó m a d r e . E s demasiado déhih se* ñor, y si esto ha de acabar por una cárcel ó por... El guard a-bosque calló llevándose la mano á la garganta, como si estuviese s o f o cado por la violencia de su emocion. — M a r s c K a d , contestó Hervé: d e m a siadas concesiones he hecho ya á antiguos sentimientos, de que por vuestra jparte p a recéis hacer muy poco caso. Podéis y q u e réis hacer, delante de estos hombres, una confesión franca y esplicita de todo cuanto pasa y se medita? De spues de haber mirado el bretón á su alrededor con aire de d o l o r o s a indecision, levantó una mano hácia el cielo y dijo con tono firme; — C ú m p l a s e l a v o l u n t a d de T>ms! — S o l d a d o s , á f o r m a r . . . ¡marchen! gritó Hervé. —Comandante, dijo Broidoux llevando — 135 — cogido por el cuello al hijo del g u a r d a bosque: ¿pues no .quería este titi m o v e r l a s piernas para ir á reunirse con s a esposa? —Le pongo bajo vuestra custodia, sargento; desde ahora me sois responsable de él. — E n ese caso, acércate, pichón, p r o siguió Broidoux cogiendo una larga y fuerte coi-rea que habia servido para sujetar los paquetes. Pasó uno de los cstrcmos de esta alrededor de su cintura, ató fuertemente con el otro el cuerpo del joven cautivo, y en esta forma se incorporó con el destacamento que bajaba la colina de las ruinas, e n m e dio de los últimos vapores de la mañana. CAPITULO \. ¿No parece mucho mas ligero el pesado fardo de Ta vida cuando se pone uno en m a r c h a , á pie ó á caballo, con el p e c h o Heno de un aire fresco como el r o c í o , bajo un cielo sereno y p u r o , y á los r a yos d e l sol naciente, p o r medio de Hondos v a l l e s y á i a vista de mágicos y a z u lados h o r i z o n t e s ? E n ' e s t e instante de rejuvenecimiento y de bienestar, en que gozamos de toda la poderosa vivacidad de Sos órganos vigorizados por el reposo, csperimentamos cierta luminosa revelación del valor de la e x í s leneia; nos admiramos de no haberlo conocido has la" entonces, coiitem) 1 indo el marco encantador en que Dios la ha colocado, y nos alegramos de haber nncido. Pero encontramos un hombre que nos habla del curso de la renta ó de las alecciones, y el encanto desaparece: el magnifico efecto de la creación divina queda destruido. La serenidad d e - e s t a s deliciosas sensaciones se veía pintada en el rostro de nuestros viajeros. Hervé y el guarda-bosque eran los únicos en cuya frente estaba impreso el recelo. Hervé marchaba á algunos pasos delante," tratando de poner un poco d e orden en su conmovida conciencia y en su atormentado espíritu. Despues de lo que habia pasado, podia abrigar alguna d u ll a acerca de la naturaleza de la perfidia de que era él juguete, pero no sobre la perfidia misma. Sus derechos y hasta sus mismos deberes te ordenaban imperiosamente que retirasen su protección á p e r sonas que abusaban tan á las claras de su buena fe; cada paso que daba le hacia — 1 3 8 — cómplice de una traición nueva, pero cierta. P o r ©Ira parte, interrogar con la severidad d e un juez ó de un enemigo á aquellas muj e r e s con quienes le ligaban recuerdos t a n queridos, era empresa superior á su f u e r zas; era, por otra parle, enterar á los soldados de una alevosía que habia causado la muerte á uno de sus c a m a r a d a s ; e r a , en fin, entregar sin remedio á las e m i g r a d a s á las terribles consecuencias de unas leyes escritas con sangre. La misma Andrea podía encontrarse envuelta sin saberlo en aquellos peligros; y esto hubiera equivalido á vender á unas débiles m u j e r e s , á t e n d e r "su propia sangre: y á pesar d é l a severidad de sus principios, no estaba do* t a d o H e r v é del suficiente estoicismo para cargar so conciencia con uno de esos actos que las pasajeras exageraciones del frenesí político pueden considerar heroicas, p e r o á los que anatematizan y declaran infames las leyes eternas g r a b a d a s en el e o razon del hombre. P a r a no dejarse dominar por semejante ansiedad, tomó Hervé el partido de conti • «—139 — naar hssta Kergant, confiando en que ei cielo le proporcionar i a ocasion de r e p a r a r este momentáneo olvido de un deber absoluto, y prometiendo ponerse, apenas l l e gase á disposición del general, confesándole francamente sus fallas. Mas desahogado entonces su espíritu, dirigió Hej*vé sus pensamientos hacía un objeto mas ligero, pero quizás menos delicado; á saber: hácia la pluma blanca que cayó de la ventana de la señorita de K e r gant, y cuyo verdadero sentido era difícil de adivioar. ¿Era ciertamente de Bellah? Una rápida mirada bastó á asegurarle de que sobre el elegante sombrero de la jóven no existia ya la pluma que ante» llevaba. Esta particularidad parecía d e c i siva; pero casi al mismo tiempo observó, no sin algún enojo, que también habia p e r dido su flotante adorno el sombrero de A n d r e a , y esto era suficiente para sembrar la d u d a . Mas esta que estaba en acecho desde el momento en que se pusieron en m a r c h a , no dejó escapar la doble mirada de su hermano sin notarla. Asi fue (pie dió — 1 4 0 — inmediatamente un latigazo á su caballo, que avanzó basta colocarse ai lado del de Hervéí — H a c e una mañana, deliciosa hermano querido, Hijo. P e r o , ¿sabes que tienes un sombrero singular? A la palabra sombrero, Hervé, que empezaba ya á desconfiar algo de su hermana, sintió aumentarse su turbación, y se puso á s i l b a r , refrenando el caballo, como un pretesto para no r e s ponder; pero Andrea no era mujer que se desanimara por tan poca cosa. — Q u e r i d o comandante, tienes mi sombrero s i n g u l a r . . . un singular sombrero... — ¿ Y por qué es singular? dijo por ú l timo Hervé, viendo- que no podía dejar de c o n t e s t a r . — P o r qué? P o r q u e me parece d e m a siado b a j o . . . Dime, ¿por qué no le pones una ploma? E s t a e r a , de todas las p a l a b r a s de la lengua, la que mejor se prestaba para i m portunar á H e r v é . —141 — —Una pluma! prosiguió maquinalmente y á media voz. —Pues!... eso es, dijo Andrea j u g u e teando en su silla. — H a s dormido bien esta noche? preguntó Hervé, — Si, si, perfectamente, aunque he t e nido una pluma, es decir, un sueño de todos los colores, ó como si dijéramos, con penacho. — Y á propósito de plumas, ¿qué has hecho de la tuya? —Cómo? Es cierto que no la llevo?..., Ah! sí, ah«ra recuerdo que el viento me la llevo ayer noche. — P u e s me parece que el viento no ha tenido mas consideración con tu amiga? — J á l j á ! esclámó riendo la joven: ya dimos en el quid de la dilicultad! No, el viento solo se ha llevado una; ¿pero cual? Esto es precisamente, ciudadano, lo que yo he .prometido ocultarte, porque si te ío dijera», serias demasiado feliz, y hé aqui la razón por qué no te lo digo. Cuando aeabó de pronunciar estas p a l a bras, volvió su caballo Andrea, y se dirigió, al galope hácia donde estaban sus compañeras. Mientras que el comandante I k r v é olvidaba, absorto en contemplaciones mas dulces, los pesares inherentes á su e q u í voca situación, estudiaba Francisco al soslayo. con mal disimulado placer, las facciones y maneras de la encantadora h e r mana de su amigo. El jóven ayudante p a recía encontrar en este estudio tan p a r t i cular ínteres, y se entregaba á él con tanta asiduidad, que no podia dejar de s e r notado f o r la señoril a d e Pel ven, aun c u a n do no hubiese estado dotada de gran f a cilidad d e percepción. Raro es que una mujer«epa atraerse las miradas de un hombre de educación esmerada, cuando DO ha hecho nada por su parte para conseguirlo; pero aun l o e s mas que sepa producir él amor en el h o m b r e que la juzga d i g n a de aquella atención. ¥ casi se puede añadir que si el observador forma, por razones políticas ó sociales, entre los enemigos d e su — 143— amada, esta circunstancia sirve solo para d a r sabor mas picante á la adoration. La airosa apostura de Francisco, su carácter turbulento y la coquetería de adolescente que 1« enseñaba á retorcer su naciente b i gote y á llevar inclinado el sombrero sobre su rizada melena, le daban una verdadera fisonomía de paje, sencida, imprudente y graciosa á la vez. Por otra p a r l e , la s e ñorita de Pelven no tenia razón alguna para incomodarse por lo que p a s a b a . Solamente que, imitando á las demás jóvenes que c o nocen son objeto de una especial curiosid a d , tan pronto se la veia mas grave y silenciosa que de costumbre, como a p a r e cía dominada de una locuacidad alegre y juguetona, que comunicaba á su lenguaje y é sus m a n e r a s una actividad prodigiosa. Francisco, que se creia ya enamorado hacia muchos siglos, pensó que podía p a sar por tonto si no se declaraba inmediatamente de una manera significativa. Asi que, metió las espuelas á su cabaJIo, pasó una y otra vez por delante de Hervé, como para adiestrar al fogoso alazan que mon- taba desapareció durante algunos instantes d e t r á s d<» un iroote virgen, y volvio á g a lope, ocultando con precaución un ramo de violetas, de junquillos y d e florectUas - de brezo, acerca de Us cuales babia oído h a blar moiceutos antes con entusiasmo. Por dicha, A n d r e a precedía á la canonesa á la di&tancia de algunos pasos, y parándose Francisco delaule de ella, dijo p r e s e n t á n dola el ramo: — S e ñ o r i t a , tengo el honor d e entregaros esto d e p a r l e de vuestro hermano. L a mentira era de proporciones colosales. Sí hubiese tenido tiempo Andrea de r e p o n e r l e y de reflexionar, el j ó v e n e s taba perdido; p e r o la ignorancia d e l peligro y la: temeridad que ella c o n c e d e á los enamorados de la edad de Fra^-i-u-o, le aseguraron el pmilegio muchas \<»ees inapreciable de la sorpresa. Andrea to;r,o las flores, sin saber lo que hacia, ) s>e inclinó d a n d o las gracias c o r ; balbuceante* Cualquiera r mocera quu ..e tejante e s c e n a no e i a de '-piella^ que la i-dnonesa —145— podia contemplar con indiferencia; por lo ue hizo tomar á su caballo un trote c o r t o , eaaodo el aire d e uua n u b e de polvo p e r fumado; de suerte que se la hubiera podido ségttir por la huella que dejaba, como á las diosas de la antigüedad: y fijando sus irritados ojos en el conmovido rostro de Andrea, dijo: — Q u é ha sido eso? ¿Qué era lo que os cootaba e s e trovador patriota? — M e suplicaba, señora, continuó A n drea, que os ofreciese este ramillete, en atención á no atreverse á hacerlo por sí mismo, á causa del respeto que le inspira vuestra fisonomía, en su concepto muy a l t i v a . . . estraordinariamente altiva. Durante estas palabras habia pasado el ramo de la delicada y aristocrática mano de Audrea á la arrugada <ie la canonesa. Francisco hundió sus espuelas en los hijares de su caballo, que se encabritó, tiró coces, y estuvo á puuto de sacarle de la silla. — j E h , caballero; joven! dijo la anciana; ¿cómo se llama á estas gentes? ¿Amiguto mió? ¿Teniente? f BELLAH.—TOMO I. 10 —140— -"•Ciudadano, seáora, dijo A n d r e a . —{Señor ciudadano! esclarnó la canonesa. Pero viendo de mas cerca las agraciadas facciones de jóven oficial, continuó. ¿Dónde habéis aprendido á ser tan respetuoso c o a las señoras? — A l lado de mi madre, respondió s e c a mente Francisco. —Está muy bien dicho, contestóla c a nonesa y ahora conservaré vuestro ramo. Pero tengo el sentimiento de anuncia.os f u e seguís una senda muy triste. —{Tristel Nada de eso, señora, dijo el jóven ayudante sonriendo, puesto que he tenido el "honor de encontraros en elía. —Hé ahí otra singularidad, respondió la canonesa. ¿Y cómo es que un hombre bien nacido, como pareceis vos, está al servicio de esos hombres descorteses y feroces, de esos seres rústicos y sanguinarios?... — ¿ D e la convención nacional? anadió Francisco. Señora, á m i me g » > i a l a guerra estraordin a ríame ute , y como es natural, prefiero pelear er> defensa de mi p a i s que en las filas de los batallones enemigos. —147 — jfó$ráHfti1o! exclamó la canonesa: os h a n estfaviado con huecas y pomposas p a labras, c o j o venl¡ulero sentido no podéis comprender; ¿pero cómo es q u e vuestra madre, de quien hablabais hace un m o mento?... — E s verdad que he hablado de ella; pero, señora, os suplico que no hablemos mas, dijo precipitadamente Francisco. En el mismo instante, sus párpados, s o m b r e a dos d e largas pestañas como los de una mujer, se cerraron con precipitación p á r a detener dos lágrimas que rodaban ya por sus mejillas. Un corto silencio siguió á esta espresion involuntaria de un dolor misterioso. Tomando Andrea la palabra de improviso con una aparente indiferencia que d e s m e n tían sus húmedos ojos: —'Tia, dijo: á qué huelen esos junquillos? Y-'diciendo-estas palabras, arrancaba de e n t r e las manos de la canonesa dos ó tres flores, que guardó cuidadosamente despues de haber a s p i r a d i r s u olor. Francisco c o r respondió á esta delicada oerchvi con una -,148— mirada, -cuya tierna espresion cubrió de carmín el rostro encantador de la que le había proporcionado tan dulce consuelo. E f t este momento un accidente del terreno obligó a! jóven oficial á separarse de las dos mujeres, y Andrea estuvo muy lejos de i n comodarse por ello. El paso que atravesaba el destacamento había cambiado poco á poco de aspecto. Y a no entristecía la vista la escabrosa desnudez de las montañas; el horizonte se limitaba; los caminos se regularizaban e n t r e setos vivos, levantados como trincher a s naturales y sostenidos de trecho en t r e cho por arboles corpulentos c a r g a d o r d e b o j <s; estos setos s e r v í a n de v a l l a d o á campos ó praderas p l a n t a d o » de m a n z a nos de blancas y encarnadas flores. Al ruido producido por los t a b dios avanzd m g r a n d e s hn \ i s con li c i b t z i b i j a a ii * ves d e i o s t i l l a r e s , m u n d o a b w \ i a j m con aire m i ' <o' * INM un<> •> otro lado aparecían c u ' u ' *> ü t b c l e * e» bija-., revestidas d e ut » c u b i e r t a tu- 'iqucu y de musgo. A c e r c á n d o s e y renfuu ¡ ^nd.»^ á,- cierta distancia* los robles de los setos y manzanos de los campos, parecían c u brir toda la - campiña como una espesa selva, en medio de la cual la delicada aguja de los campanarios indicaba de vez en cuando la plaza de un lugar. Pero los sentimientos de psz y de f e licidad que despertaba este p a s a j e c a m pestre cedían ante recuerdos recientes y dolorosos impresos á cada paso en ruinas, edificios incendiados ó largos cerros llenos de túmulos. La naturaleza pedprosa de este privigilegiado suelo se esforzaba en vano, como movida por un maternal pudor, en cubrir de flores y de dulces imágenes las huellas de los crímenes y de las desgracias de los hombres: los campos permanecían sin cultivo, porque aquellos que debían cultivarlos abonaban con sus despojos los inútiles surcos. De vez en cuando oian los viajeros un hondo sollozo, ó el sordo murmullo de una voz que salía de detras de un zarzal, y poco despues veían algunas mugeres y niños arrodillados llorando y orando, verdaderas efigies v i - - 1 5 0 vas sobre tumbas ignoradas.. Los¡ troncos (je árboles rotos, las r a m a s destrozadas," los siniestros boquetes de tes setos, las señales todavía frescas d e tos miembros del moribundo en las postrera» agonías, y el entraño color del barro d e las zanjas, denunciaban de trecho e s t r e cho el teatro de uno de ^sos combates en que la gloria del vencedor, sea el que fuese, desaparecía ante el crimen del f r a tricida. — P r e c i s o es confesar, comandante, que Ja guerra civil es una cosa horrible, dijo de repente F r a n c i s c o , rompiendo el s i l e n cio, bajo el cual había disimulado hasta entonces, como todos l o s demás, los I r i s tes pensamientos que asaltaban la i m a ginación á la vista de a q u e l l o s espantosos vestigios. —Mejor haríais en decir civil ó e s t r a ñ a . ¿Creeis que haya d e s g r a n a m aquella q u e no lo sea también en esta? E h u d men, si lo hay, ¿concluye acaso en el poste que señala las fronteras? ¿Greeis que los —151— dolores y las maldiciones sean menos a n f t r gos /ó menos legítimos porque se; expresan ya en una lengua ya en otra? El espíritu humano necesita siglos para-general,zar-la idea mas sencilla; únicamente le es dado descubrir las verdades poco á poco, y solo descubre en un principio aquellos detalles que de mas cerca ie interesan. S e llama absurda y bárbara preocupación al duelo entre hombre y hombre, y no s e . v a c i l a e n considerar como razonable y justo el duelo entre pueblo y pueblo, que no es mas que la aplicación del mismo principio eh m a yor escala. ¿A qué llamamos guerra civil nosotros, ¡os hijos de esa filosofía cristiana, según la cual la humanidad no es otra cosa que una gra» familia? Si la tierra es, pues* una patria, de la que somos ciudadanos los hombres, toda gueria tiene quo set civil, toda guerra tiene que ser uua r i d i cula y bárbara eslrasagaiteia. — V sois militar sin embargo? dijo F r a n cisco mirando á Hervé con alguna s o r presa. — E l momento en que s e a b r e p i s o una - l o a verdad, es el mismo d e su aplicación, r e s pondió el joven comandante. Ks lícito pensar de distinta manera que los demás; pero es preciso obrar como ellos. — P e r o al menos, Hervé, ya ha c o n cluido esta horrible guerra. — S i , por algunos días, por algunas h o r a s quizás, respondió melancólicamente Hervé. No e s t a r á de mas que digamos aqui en qué motivos se fundaba esta opinion del j o ven comandante, que era la misma que abrigaban los jefes de ambos partidos, y que los sucesos vinieron á justificar muy pronto. Los tratados de La F a i n a y e , de Mabilaye y de S a i n t - F l o r e n t , firmados sucesivamente por Charetli, Cormatin y Stoflet» es cierto que parecian haber comprendido e n la p a cificación todos los países insurgentes: á s a b e r ; el Aojou, la Bretaña y la Alta Y e n dée; pero los representantes y generales republicanos conocían demasiada bien las intrigas perseverantes de los agentes realistas de Paris y de Londres para tener otro objeto al proponer este armisticio que —153— el d e aumeniar las divisiones en las filas de losreheldes, y separar de la guerra é los eampesinos por medio de! gusto que poco á poco fueran tomando á sus tranquilos t r a bajos. Por otra p a r t e , la misma exageración que se echaba de ver en las ventajosas condiciones concedidas á los realistas en las cláusulas públicas 6 secretrs de estos t r a t a d o s , hubieran bastado para desconfiar d é l o s j e fes de este partido, aun cuando hubiesen procedido con una sinceridad que no p e r miten suponerles Ins documentos menos ocultos de la historia. La amnistía pudo sin d u d a ser propuesta y aceptada con buena fe reciproca; pero no se puede decir lo mismo de aquellos artículos que, organizando el cuerpo d e guardias territoriales, compuesto de los vendeanos y chuanes m a s a g u e r r i dos, á las órdenes d e los jefes realistas, tendían á introducir u n , estado dentro d e otro estado, y un foeo permaoente dé r e belión en el seno d e la república. No s u cedía lo mismo con las o t r a s concesiones secretas ¿ i n a u d i t a s , entre las cuales se c o n - tafea ei empeño formal contraído por parte d e los republicanos, p o r el q u e se obligaban á e n t r e g a r al jóveo Luis X V I I á los j e f e s a r m a d o s en su -nombre, -y c o y a a u tenticidad no se ha a c r e d i t a d o todavía sino por medio de UH testimonio imperial. N o s e concebiría la credulidad d e los jefes vendeanos en vista de e s t a s inverosimilitud e s políticas, si no se supiese ya q u e , fingiendo t o m a r l a s al pie d e la letra, probaban p o r otra parte coa sus s e c r e t o s manejos que les daban su verdadero valor. E s t a paz, por ultimo, no-era otra c o s a , al menos en concepto de los que la habían concluidlo, q u e una suspension d« a r m a s que c r e y e r o n conveniente á >us m i r a s a m b o s p a r t i d o s . Sin e m b a r c o , - l í c i t o e s creer que algunas j e f e s modistas pudieron juzgar s e r i a s y obligatorias s u s ovas increíbles o b l i gaciones de estos t r a t a d o s v e r d a d e r a m e n t e Preciso era r e c o r d a r e ^ episodio histórico p a r a IDC.ntar la c R > ¡¡MU» d é l o q«e< Sigue; pe o no «í» v a j a c r e e r , en vista d e semejante digresión, q u e esta n o - —155— vela, tiene la menor. pretension e¡n este s e n tido:. ese seria nn tliuio que no puede llevaf de¡ niugu» «iodo y que nos empeñarían» «Ra obra-cón-rousho superior- á - n u e s » tros conocimientos y á nuestras fuerzas. Una fiecion, sea de <U naturaleza que quiera, no debe chocar d e v n n a manera inconveniente con la verdad d e su época, ni con las costumbres e u j o colorido trata de r e producir; pero su misma frivolidad c r e e mos (pie nos dispensara de mayores e s crúpulos. La caravana hizo alto en una aldea d u rante una hora para comer y d e s c a n s a r , y luego continuó su marcha basta la n o che, sin otro incidente- que el encuentro de algunos cantones republicanos, con los cuales cambió las palabras prescritas- en la ordenanza. Empezaba el crepúsculo á dibujar mas claramente en--el--cielo ios c o n tornos de ios objetos que se descubrían en el horizonte, cuando el tímido Colibrí dirig'ó la siguiente pregunta al circunspecto Broidoux: —¿Estoy equivocado, mi sargento, c u a n - —156— do me fígaro que la América e s un pals eu que los hombres son monos? El sargento levantó los hombres, con brusco movimiento, que hizo estremecer de rechazo al pequeño cautivo de largos cabellos que llevaba á remolque. — A n d a , bigardo! dijo B r o i d o u x . — T e diré, Colibrí, desde luego, y como por via de preámbulo, que este diminuto f e d e r a lista empieza á romperme el espinazo. En cuanto é la idea que te has formado de América y sus habitantes, á quienes crees monos* te haría pasar por asno en c u a l quiera i j p c i e d á d . . . — A n d a r á s alguna vez, bribón! Tira otra vez de la cuerda, y te aseguro que conocerás la configuración de mi p i e . . . — No existen monos, C o ! i ! n ; e s a es una bestia inventada por los c ^ a s y los tiranos para humillar al hombu> l i b r e . L a América, Colibrí...—Tiras todavía de la cuerda, g a l o p í n ! . . . — L a A m c K v , pieeoz discípulo, es como le d i g o . . . — A r r i c e ! Pequeño Coburgo...—Ahoiv podremos h a blar con comod lad, v . . . — M u y bien! No pesas mas que una p l u m a . — Con comodi- —157— dad y desahogo,mí amigo C o l i b r í . . . — V e i n te mif solideos! Dónde está el h i j o d e l c h u a n ! Voto al diablo! Ha corlado la cuerda! D e tenedle, detenedle!... Va hacia la derecha! Ku electo, el uiño acababa de aprovechar las primeras sombras de la noche p a r a r e a lizar una evasion, cuyos medios ideó c u a n do estuvieron detenidos para comer, y se alejaba á todo correr por una heredad l a brada que un estrecho foso separaba del catnitia. Broidoux saltó aquel, y se p r e c i pitó en seguimiento del fugitivo, seguido de los soldados, q u e d a b a n grandes gritos; pero no se hallaba todavía á la mitad de la h e redad, cuando ya habia escalado el niño el seto que la cerraba por el lado opuesto, y que estaba contigua á uu espeso bosque. Volvióse cuando se vió dueño de esta posición, é hizo una señal con la mano como si deseara hablar. Unos diez fusiles apuntaron en la dirección del chico. — Q u é es esto? esclamó Broidoux j a d e a n do; ¡al primero que haga fuego le aplasto! Hay entre nosotros algún matador de niños? Habla, a l h a j a . —158—-—Tened cuidado s de-que - m se os pierda mi peon, eselamó el cautivo escapado. Después se internó en el bosque, y d e s a p a reció. — V a m o s , dijo Broidoux volviendo bácia el camino seguido d e sus c a m a r a d a s . que podian apenas contener la risa; no tengáis empacho, pichones. ¿Se atreverá alguno de vosotros á venir á hacerme cosquillas en la punta de la nariz?.*. T u peon, Unto? añadió el viejo sargento entre dientes. Que yo viva lo bastante para encontrarte con barbas, y si no te hago tragar tu peon con la c u e r d a , y las barbas, y ¿ . . —jMtiy bien, sargento! esclamó Hervé; que con trabajo disimulaba la s a ti .-facción que le habia c a u s a d o el resultado de la aventura: ¿os habéis pasado a los r e a listas? —Ciudadano comandante, respondió B r o i d u s algo amostazado; si queréis dar á entender que estaría m u y puesto en razou fusilar á uu tonto, que roe alejen cinco balas eu la cabeza, y todo queda concluido. Pero yo no veo razón. —159— —jNi.yo tampoco, buen Broidoux* dijo Hervé. S é Jo .que valéis delante de un hornbre,,.Dejemos las m u j e r e s y los niños á esos carceleros y verdugos que deshonran á la fccmpleiarnonte rehabilitado el viejo1 s a r gento á los ojos de sus inferiores con las palabras de su jóven comandante, desató la inútil correa que ceñia su cintura, y la hizo servir para convencer á los soldados mas risueños que no habia olvidado s u indiscreta alegría. Fue interrumpido en esta inocente distracción por el g u a r d a - b o s q u e Kad, que tendiéndole cordialmente la mano le dijo: —Quizás no pensamos lo mismo e n muchas cosas, c a m a r a d a ; pero todo cuanto yo poseo estará siempre á disposición del hombre que reserva piedad en su corazon para las criaturas. El sargento quedó m a s sorprendido q u e enfadado con este preámbulo, y recogiéndose un poco en sí mismo, estrechó coa tal fuerza la mano que se le p r e s e n t a b a , que poco faltó para obligar á dar un grito d e —160— dolor al bretón. — T o d o s los valientes, dijo gravemente, tienen las mismas ideas sobre ciertos puntos. Volvieron á continuar su marcha, y de allí á un momento no se volvió á oir otro ruido en la columna que el producido por l a s pisadas, a causa de la doble influencia ejercida en la organización de todos por la fatiga y por la noche. Notando mas de una vez Hervé que Andrea se tambaleaba en su silla, como si no pudiese resistir á la fuerza del sueño, se colocó á su lado, y la sostuvo con tierna solicitud. La hermosa Joven, viéndose objeto de tas-, c a riñosa protección, se abandonó con sencilla confianza á un adormecimiento que a u m e n taba en vez de interrumpir el sosegado paso d e su caballo, y no se d e s p e n ó sino c u a n llegaron á su oido los sonidos distintos, aunque lejanos todavía, de una pequeña campana que daba las once. Andrea las oyó con ateucion, y arrojando de r e p e n t e un g r i t o d e alegria: —¡VamoSj Bellah! dijo: ¡ahí e s t á K e r - gant! Es ia campana de la oapilta. Hermano querida, deseo llegar antes que * nadie; ¿me lo permite*? Y sin aguardar r e s p u e i t á , ta graciosa niña se lanzó ai galope por tina larga y sombria avenida, á cuyo fio se veiao brillar entré los árboles luces p a r e c í - aspecto austero y fcjfci claitíslrai Préséritaba la forma d e on ttfángtflo equilátero, cuytfs lados estaban cerrados por unos altos t o r reóftcillos rértíatados éh agudas flechas. Sus cimientos Se hundían én los fosos llenos de agtis; pero tfn puente pemanente feemplaíaba al l e v a d i i ó , y Cóftducia á í á páertá principal. La édpilfá, cuya campana Éé S c # á b á dé óir; Se étevábá hácia la dérécha del Cotillo sobré m ntttate$ftttf¿ é t i f ó i Iadós; estaban tapf¿adós de céSpéi. Mticboá otros edificios qtfe servían de cortijos y cuadráis éoritrrbiíian con la capilla á formár un éspacío c u a d r a d o délante del castillo, que hacia veces dé patio. En medio BBUATÍ.-ÍT. I. d e él, algunos criados con hachas encendí d*s escuchaba» con respeto las órdenes <¡«e |e§ dáfe» «fi hombre cuya edad había encanecido cabellos, sin consegn.ir e n cwry^r sn aventajada tallq, ni aflojar I05 alósenlos d e su enérgico y severo rostro. El marques de Kergant estaba completamente vestido d e pegro, y tenia atado un crespón al brazo y otro símbolo semejante de duelo en el puno del ouclíjilo do caz? que pendía de su costado. Andrea y Bellah bajaron al mismo tiempo del caballo, y el p a r q u e s las estrechó á ¡a vez contra su p e cho. La^ canonesa llegó en seguida, y se arrojó en sus brazos, diciéndole despues algunas palabras al oido. El anciano se adelantó acto continuo hacia la doncella escocesa, y la designó el castillo con la mano, inclinándose con una política c e r e moniosa. La hija de los Mac-^Gregor cogió el brazo de la canonesa, y se dirigió con ella bácia la entrada del castillo. •^-Seguidlas, hijas mi as, dijo el marques; debeis estar murrias de. fatiga. — Disimulad, padre mió, esclamó Andrea em —163— teto' s a p e a n t e , hay aquí alguno... ^ M a r c f r a , hija mía, prosiguió el m a r ques. Ya está dispuesta la habitación d e tu herrnano. Andrea llevó aceleradaméftt« á sus labios la mano de su padre adoptivo, la humedeció con sus fágrim&s, y se retiró con su amiga. Mr. de Kergant siguió á s u s hijas hasta el puente que habia echado sobre eí foso. Al llegar al» se paró, colocó sus gentes á la espalda, y esperó. En este instant! entraba en el patio del castillo eí destacamento republicano. í l e r v é echó pie á tierra, y se adelantó hácia el marques, víctima de una emocion que a p e nas podía dominar. Francisco y los Soldados te ségúian á una distancia coFt^. Guando llegó á la puerta ge descubrió, y áaludó p r o fundamente al adciano. —Caballero, dijo el marques devolviéndole el saludo*, os doy las graeias. •—Desearía, señor, replicó Hervé, que me fuesen d a d a s de tan buena voluntad como yo procuro merecerlas. —i 64— —Estad seguro, ciudadano comandante, pues este, y rúo otro, es vuestro titulo, contestó el marques, que yo no soy de aquellos cuyos labios dicen una cosa cuando su corazon íes dicta otra. * Permitidme qqe Ofrezca bo^pítali^d, por esta noche, al hijo del conde de Pelven. Hervé se sorprendió ypfendió del acento apiqrgo y altanero con que fueron pronunciadas estas palabras. —Señqr, dijo: tengo que pediros el mismo favor para mi teniente y mis s sotldado?, —Y estos señores sabrán concederse k si mismos el permiso, aunque yo se lo niegue, ¿no es verdad? w-Po? p^edád, s$ior*.. •—Eso es justamente lo5 qvie yo desearía ver, continuó el margues levantando la voz. He hecho el juramento de no consentir jamás t p e penetre bajo mi techos, mientras yo viva, ningufto de los asesinos de vuestra pretendida república, y harto es q u e q u e Erante mi juramento en j k m hijo del conde Pelven. A l oir este provocativo en (as filas de los s o n a d e r o s , un W l f * mullo de cólera, Hefvé cío can k mano,, y volviéndose I Í M M I marques; —Me seria lícito preguntaros, djjo, si hicisteis ese juramento el mismo 4ÍJ»; eft que firmasteis m Itatado con nuestjro^ repre^ sentantes, y en que aceptasteis l a a n ^ - ? tía de nuestra pretendida p^PM^ica? —Not esclamo <Jon energía Mr. d a ^ e f t gqnt; le hice el din e» qW teñísteis vu$s-, tras banderas con la sangre, de vuestro rey* y le he renovado ayer mismo,, que íq<? M día en que supe el caso que se debe hacer de vuestra palabra, cuando no habéis vacilado en asesinar c o b a r i e f f i ^ m prisión al hijo mactijr, ya np, 1 tados, ya no hay paz. sta. iinlrad, nada; pero no pidáis mas, —No creo que seáis capaz de pensar pitaUdadV'dijo^Hervé con p n ¿isn.WJ* jetitíf-1 «tí tierrá nódhe úb s ó f c f ó . vaguearemos junios Los flejíllas del Püesto que me hallo cómo' debe pasar la va lieu les; v¡con una y siguieron á so jóven del caáíillo á preeipi- í: no estaría tati altivo Si no tiíviese en sus c u e vas algunas dpcéiías d e chua»es ; . Pero es decid una p a l e r a , y veremos quién duerme fuera. í ^-Nó» respondió Hervé; todavía osarían dfeéír'qtré violamos los tratados. No estoy pbr ótfa partié ftjcómódádo por la recepción; á N i m i f á r i ó , «fia-BW evita... ¿Pero quién es ese que nos sigue? Ah! Sois vos, Kad? Haced me un favor, amigo; leued cuidado déf bttósWbsícabaWós. Creó que esos pobres animales no estarán comprendidos en el juramentó. v — L ó HWI e o ^ b de&cai^ señor. ¿No se —167— —Estos valientes muchachos tienen el estómago vacio, mi buen K a d . Id al l u g a r , y traedles algo para cenar. N o s encontrareis en la montaña de las P i e d r a s . T o mad mi bolsa. —Pero, S r . H e r v é . . . —Tomad mi bolsa os digo, y por v u e s tro bien pagadlo todo, aun cuando d e b i é seis poner el dinero en la mano de ese a n «iaoo. FIN B E L TOMO P R I M E R O . fe m m ' t í a w l m h f t m ¿-tw^in? >. , « 1 » ! te 14 Ao-'á «suil mi• .<>, ¿utj i ^ « i f o t f ^ l i b fctiMft'. bi ' i' , -- - . . ?»'".<«ni iif¡ j J . - V i » ? -MB X tftgifc « M íOI i.." •< • fiíi|ffi?f.'> o n e jjthl f>íi,'< i «-un as» oh fesm. *! m m>mlb h B E I i l L d í L H . NOVELA F O B M . OCTAVEO TOMO F E U M E T , N. SEVILLA: Imprenta de D . José Maria Atieoza, calle d é l a s Sierpes,número 5 . 1851. CAPITULO VI. Guiados p o r los recuerdos todavía vivos de su infancia, entró el eomandante H e r v é seguido de su tropa en un dédalo de s e n deros que les condujo* despues de algunos minutos de marcha, al pie de una colina escarpada y desierta. A p a r t e de las c o pas de algunas aulagas, la única vegetación que Jírotaba en el ingrato suelo d e aquella montaña era una yerba fina y r e s - baladiza como el musgo que la cubría desde la base hasta la cúspide, y sobre la que apenas tenia el pie donde fijarse. Ademas no se veía ninguna roca, ni aun el mas pequeño guijarro que justificar p u diera el nombre de montaña de las P i e d r a s que le habia dado Hervé. Los s o l dados se detuvieron, dudando en subir tau árida pendiente, tristemente barrida por el viento de la noche, y que p a r e cía, entre todos los sitios del mundo, el menos apropósito para darles abrigo. — T e n e d paciencia, amigos mios, dijo el joven; os preparo una sorpresa al llegar arriba. Los soldados subieron entonces r e s u e l tamente por el primer camino que se o f r e ció á su vista. Hervé les seguía, cuando los ecos de una voz que le llamaba por s u nombre le detuvieron d e repente. — E s vuestra hermana» dijo Francisco. — S í j sí: esto debía s u c e d e r , m u r m u r ó H e r v é . Dirigidles, amigo mió; yo me i n corporaré pronto con vosotros. Él joven teniente se alejó, y eo el ins- (ante . mismo caia Andrea desvanecida y sin aliento en los brazos de su hermano. —Vamos, niña; vamos, dijo Hervé: ya dehiamos esperarnos lo que sucede. No llores, ángel mió; t e lo suplico. Andrea levantó la. cabeza para respond e r ; pero otra nueva esplosion de dolor la volvió á echar sofocada y palpitante en el pecho de su hermano. —Bohre niñal Vamos, ten algún valor, mormuró Hervé. Despues, dirigiéndose al cielo con el rostro cofitraido por w movimiento s ú bito de desesperación, mientras que A n drea seguía sollozando, como si su c o r a zon estuviese próximo é estallar sobre el de su henr.ano: - D i o s mió! dijo: (llora per la paz! E s cuchadla, Señor! Acabad para siempre con nuestras discordias, Dios de bondad! - L l é v a m e , llévame lejos de aqu¡! E s clamó A n d r e a . Hervé ta hizo sentar á su lado» y e s t r e chándola una mano, dijo: 4 —(Llevarle lejos d e aquí, alma mía! ¿Y —8á donde? A un c a m p a m e n t o ! . . ^ ¡A una cárcel! » » — Y qué importa eso, hermano mió? Yo no puedo permanecer por mas tiempo bajo un techo del cual te han arrojado ignominiosamente. „, — T e engañas; me han t r a t a d o como lo que soy, como enemigo. Natural es que el rumor verdadero ó falso de la m u e r te 4lel joven pretendiente haya exasperado a M r . de Kergant hasta el punto de.hacetle olvidar Inda -dignidad.. — C o n q u e ®ó quieres llevarme contigo, H e r v é , dijo Andrea con «na voz tierna, co? mo una caricia. —Mientras no tenga un asilo honroso y seguro que ofrecerte, ángel mió,- debo dejarle en aquel que nuestro p a d r e e s cogió.. Cuando acabó de pronunciar estas p a l a b r a s , se levantó. — E s necesario que nos separemos, a ñ a dió; »m «quiero que puedan ni aun s o s p e char mis soldados que tengo el pensamiento de abandonarlos. —9— —Separarnos! repitió A n d r e a . . . ¿No nos hemos vuelto á ver sino para separarnos tan pronto y de esta m a n e r a ? . . . — T e prometo no partir sin volverte á ver. A n d r e a le hizo repetir esta promesa, y despues d e haberla estrechado contra su corazon, se volvió bruscamente, y empez ó á subir la montaña con precipitación. La pendiente de esta era demasiado r á pida, y la yerba que la cubría demasiado resbaladiza para que» fuese prudente e s calarla en línea recta; pero en las e x cursiones de su infancia Hervé habia a c o s tumbrado valerse, para llegar á la cumbre, de uu estrecho sendero, cuyas revueltas corrían en estrechas gargantas de una á otra loma. P e r o los obstáculos y peligros que detienen al paseante que se halla á sangre fria son ignorados ó despreciados por aquel á quien agitan violentos sentimientos ó fuertes preocupaciones de e s píritu, y hasta le ofrecen la Ventaja; d e proporcionarle una punzante distracción, que despertando en él la inquietud de los —10— instintos naturales, produce en el alma una ilusión momentánea de reposo, por medio de la producción de un tormento de distinta naturaleza del que le agitaba. Hervé, pues, victima de la horrible t o r t u r a que le despedazaba encorazo», se habia lanzado con una especie dé frenesí por la par» te ma& escabrosa y empinada de la colina. Al llegar á la mitad de su altura, fal« tárenle ya las-fuerzas, y cayó de rodillas;, pero no por eso dejó de seguir subiendo, aunque ya casi ".arrastrándose por tierra, y teniéndose que asir á cada paso, para no despeñarse, d e algunos arbustos e s p i nosos con que se ensangrentaba las manos. Francisco, q u e se hallaba al otro lado de la cima de la m o n t a ñ a , al oir el ruido que producía Hervé al subir y su respiración fatigosa, se imaginó que le venían p e r s i guiendo, y esclamó: — A n i m o , amigo; y a estáis casi a r r i b a ! . . . Q u é es eso, volvemos á tener lavanderas? Q u é pasa? Decidlo pronto! — N o , no hay n a d a , contestó Hervé; nada, sino que creo que voy á volverme —11— loco: y cayó sin fuerzas y vertiendo c r e c i das golas de sudor á los pies del teniente. Ls cúspide de la montaña formaba una gran llanura, cuyos estreñios caían casi perpendicularmente formando áridas y h o r ribles pendientes; su aspecto singularmente salvaje no reconocía otros límites que un cielo tempestuoso, en que el resplandor intermitente de la luna desgarraba las n u r bes en caprichosos girones. Hácia el centro de la llanura se percibía desde lejos á la manera de un confuso caos de moles d e piedra; pero luego, aproximándose mas, se echaba d e ver que habia presidido cierto orden misterioso en aquel amontonamiento de pedruscos* los cuales eran de infinitas formas y dimensiones. Los unos se elevaban aislados como si fuesen obeliscos colosales, ó se hallaban alineados simétricamente en dilatadas hileras cual otros tantos fantasmas, petrificados sus mantos grises; los otros estaban sobrepuestos entre si, imitando toscamente una mesa larga y estrecha, asentada sobre un pie único; otra parte de ellos, nada pequeña por cierto, —12— reposaba, horizontal men te sobre dos e n o r mes pilares, por ese principio elemental de arquitectura que ponen ios niños en práctica c p u d o t r a t a n de fabricar un c a s tillo de naipes. En- fin, bajo la influencia del mismo principio, se habían combinado series d e montañas mazizas, bajeles f a n tásticos y galerías bajas y cubiertas c e r r a d a s por una de sus estremidades. Allí era d o n d e pareeia haber suspendido su trabajo el artista desconocido, como si no hubiera - podida idear nuevas concepciones su ingenio después de haber combinado tan variadas estructuras de monumentos. Los soldados se habian agrupado con curiosidad ai rededor de las ruinas; ninguna escavaeion en el suelo indicaba el logar d t d o n d e hubiesen sido sacados m a t e r i a les t a » gigantescos. Precisamente debian haber sido trasportados sobre la cima desde el fondo de los valles. Por qué medios y con qué objeto? E s t a s eran las preguntas en cuya contestación se estrellaban la s a gacidad y esperiencia del mismo Broidoux. Sin embargo, uno de los axiomas favoritos —13— del sargento era que un jefe militar no debe nunca ponerse en eí caso de ser tratado de ignorante por sus subalternos, Asi, pues, no tuvo obstáculo alguno eb afirmar á Colibrí que en tiempos muy remo* tos eí hijo de u n j i g a n l e aristócrata se habia entretenido en colocar aquellos p e d r u s cos los unos sobre los otros, en lugar de ir tranquilamente á la escuela como e r a su deber: porque, añadió el sargento, debe uno obedecer á su padre, aun cuando sea liotentote; los mismos hijos de Pitt y C o bourg deben obediencia á estos por muy estraño que parezca. Estas lecciones de moral fueron i n t e r rumpidas por la llegada de K a d , que a p a reció precedido de un pequeño caballo c a r gado de víveres y leña seca, al que los s o l dados hicieron ios honores al momento. El viejo guarda-bosque ofreció su ayuda para encender el fuego, cambió un a p r e tón d e manos con el sargento, y se alejó, prometiendo á Hervé y A Francisco traerles tas monturas al pie de la montaña al a m a necer del día siguiente. — 14— Despues dé cenar los granaderos, e s c o gieron sus lechos al abrigo de aquellas galerías druidicas, y lodos se durmieron en p a z . El mismo Francisco se entregó d u l cemente al sueño á la entrada de una de dichas galerías, en tanto que Hervé contaba que habia visto en otro tiempo á a l gunos ancianos o r a r al pie de aquellas r e liquias del culto de sus antepasados. El jóveu comandante sonrió de repente, al ver que se habia quedado sin auditorio; a r regló con un cuidado paternal los pliegues de la capa que Francisco habia dejado abierta al sorprenderle el suefio, y se alejó, dedicando un suspiro al recuerdo de aquella edad venturosa en que arrullan nuestro s u e ño mil encantadoras ilusiones. Despues de haber dado algunos pasos alrededor del recinto, en otro tiempo s a grado, Hervé tomó asiento sobre una de las piedras que se elevaban por uno y o t r o l a d o . Esté lugar era considerado todavía en cierto modo como sagrado por los h a bitantes del pais; tan pronto les hacia a l e jarse de él el temor, como si fuese un sitio —15— de maldición, como les hacia prosternarse el respeto, murmurando algunas plegarias del Evangelio al pie de aquellos implacables altares. Aquel sentimiento de supersticiosa curiosidad que ejerce tanto poder en la infancia, y del que no se ve casi uunca enteramente libre el hombre durante todo el curso d e su vida, habia grabado todo el recuerdo de este tugar en la mente de H e r vé, al lado de los mas interesantes de sus primeros años. Muy niño aun, é imbuido su espirito en las leyendas recitadas al lado del hogar, se habia dirigido varias veces á las montañas de las Piedras, g u i a do por esa especie de atraccíoti magnética que nos comunica el mismo miedo, haciéndonos, por un capricho singular de la n a turaleza, que cuanto mayor sea este ú l timo, mayor sea la fuerza interior que nos impela hácia el lugar del peligro. A c o r d á base de haberse internado una tarde por debajo de las sombrías bóvedas de una galería cubierta,- que sin duda debia de existir en aquel p a r a j e , y que habiéndole sorprendido la noche sin que pudiese dar —ifi— coa la saUdüj y «o pudiendo p o r ío tanto regresar al castillo, í-alieron las gentes de este por todas partes en su busca, y le encontraron por, fia desmayado enmedio de la galería. 4 Bellah. euyo carácter meditabundo, «traída bácia todo lo que presentase un aspect o romancesco, habia acompañado m u c h a s veces en otros tiempos á l í e M é en s«s espediciones á la montaña» cuando % g a h n la noche, cubriendo con "su oscuro manto aquella m u d a ciudad de piedras, la pobre nina, sobresaltada, s e colocaba enteramente bajo la protección y amparo de su hermano adoptivo, d e m á s edad y,esperieneia que ella» y esc secreto eneanto qué comunicaba tanto la protección prestada como la recibida, habia sido para at»í»s c o m o el p r é s e n Umiento de un afecto mas tiernó para e n adelante, y como el primer eslabón de una cadena qt|e habia de ligarlos en su dia mas estrechamente y con vínculos m a s d u l c e s . Aflí, pues, e r a domie gustaban d e evocar sus vírgenes imaginaciones las i r a - —47 — (liciones entretenidas ó terribles de su pais n a t a l , ya figurándose ver danzar sobre el m u s g o d e aquellas cavernas á los espect r o s n o c t u r n o s , ya los siniestros altares d e l o s i m p í o s ritos. Allí era también, por fin, d o n d e l o s d o s temerarios niños habían c o m p a r t i d o l a s primeras palpitaciones p r o d u c i d a s p o r el peligro, las primeras alegrías y las p r i m e r a s ilusiones. Semejantes recuerd o s se agolpaban ahora en la mente-de H e r v é , estenuado de fatiga y desvelado c o m p l e t a m e n t e ; se habia recostado nada m a s s o b r e unos de los planos de piedra, y se hallaba en la actitud de una cstátua d e mármol reclinada sobre un sepulcro, d i r i g i e n d o una mirada retrospectiva hácia los 8B0S d e su infancia. De repente se estremeció: por enmedio de todas aquellas motes descubrió una jígantesca foima d e mujer, que, saltando de piedra en piedra, sin producir ruido, parecía encaminar hácia él sus pasos. Incorporóse Hervé bruscamente, y llevó s u mano á la frente, con la emocion BELLAH—T. II. 2 —18— viólenla de un hombre que desconfía de su razón; pero la blanca aparición se hallaba ya en esle momento á su lado, y reconoció á Bellab en ella. « —¿Vos aquí á estas horas, hermana mía? esclamó, apoderándose de la mano de la jóven. — L a señorila de Kergant retiró su mano. ¿Puede, dijo, el comandante Hervé c o n cederme algunos minutos de audiencia? Hervé, vuelto en sí de su sorpresa, se inclinó respetuosamente y se quitó el s o m brero, y luego, observando que las miradas inquietas de Bellah procuraban inquirir, al través de las tinieblas, si habia alguien que pudiese oírles, esclamó: — L a señorita de Kergant puede hablar sin ningún temor; mi geute se halla reposando allá abajo al abrigo del í'uego. i La jóven, despues de pasado un momento : de silencio, dijo: = C a b a i l e r o , ya sabréis que vuestro g o bierno ha quebrantado por medio de un nuevo crimen los tratados que á él nos uniao. —Í9— —Ninguna noticia tenia de ello, contestó Hervé. — Pues bien; por eso vengo yo á decíroslo, repuso la señorita de Kergant. Ilervé la dirigió un saludo respetuoso. —Caballero, prosiguió ella: ¿ teneis tan falsa noeion del honor, que os juzgáis obligado para con un gobierno que de tal modo viola sus juramentos? ¿Os hallais resuelto á cargar con la responsabilidad de todos los odiosos actos de que tenga á bien haceros cómplice? — L a señorita de Kergant, respondió Hervé, se dignará permitirme que rechace la idea de la complicidad en que me ha supuesto envuelto. Yo solamente respondo de mí; pero lo hago con la cara descubierta. Yo no me sacrifico en obsequio de h o m bres, sino en obsequio de ideas. Deploro como el primero los estravíos á que p u e dan arrastrar, y quisiera castigarlos. Compadezco á los mártires que se inmolan en sus aras, y desearía salvarlos; pero aun de entre el polvo de las ruinas y d e entre la sangre de los cadáveres, los p r i n - —20 — cipios porque yo combato surgen puros, siu mancha y dignos de la adhesion que les profeso. Os confieso que se me resiste el usar de este lenguaje con una señora; pero no puedo pasar por otro punto. En cuanto á eso nuevo crimen de que me habéis hablado, permitidme que antes de formar acerca de él mi opinion a g u a r d e á oirle referir por otra persona, que, con vuestro perdón sea dicho, pueda juzgarse coo algunas mas condiciones de i m p a r c i a l i dad que vos en la materia. t —¿Dudáis de mi palabra, caballero? dijo Bellah con el acento del m a s amargo desden. — ¡ S í , dudq de vuestra palabra, esclamó Hervé en un arranque súbito de cólera, que rayaba en violento: dudo de vuestra voz, dudo de esos labios helados, y hasta d u d o de las. estrañas espresiones que se atreven á verter! ¿Quién sois vos? ¿Qué me quereis? ¿Qué venís á hacer aquí? ¿Quién os envía? ¡No habéis vacilado en escoger este sitio para abrumarme con el peso de vuestra indignación! ¡Ah! ¡Pardiez, que es —21 — un rigor inaudito! ¡Es una crueldad que no acierta á comprender la imaginación del hombre! ¡Retiraus, señora; retiraos! La energía de este desesperado trasporte acabó con la resolución que hasta entonces habia sostenido á Bellah, y respondió con acento débil y sumiso, como el de un niño; —¡Dios mió. . . D i o s m í o ! . . . Hervé, me retiro, puesto que asi lo deseáis. Pero en vez de alejarse, se apoyó sobre el altar de piedra, y colocó sus manos sobre el corazon para comprimir sus latidos. —Bellah, prosiguió Hervé con dulzura: perdonadme; pero habéis tlenado la medida de nñs sufrimientos. Os suplico que os retiréis. —Compadeceos de un hombre cuyo d e s garrado corazon no puede contener un d o lor mas. Vuestra misión está cumplida; ¡ adiós f — ¡Ah! ¡Todavía no, Hervé' ¿Quereisque nos separemos asi? Si he escogido este sitio eon preferencia á cualquier otro, ha sido — 22 — porque en él, al menos, esperaba estar secundada por vuestros recuerdos. Aunque ignoro lo que ban sido para vos los dos años interminables que hemos estado s e parados.. — H a n sido tales, dijo con pasión Hervé, que los cambiaría con todos los que les han de seguir, por una sola hora de aquel tiempo tan dulce que pasó. ¡Ah! ¡Quiera e! cielo que así sea! Ese tiempo que tanto echáis de menos, aun p u e de volver, Hervé. De vos solo pende entrar en esta famiüi que tanto es mia como v u e s t r a , y encontrar un padre cariñoso y u n a s hermanas qne os adoren. ¿No es v e r d a d , hermano mió? En vuestra mano está; p e r o , ¿querréis? —rSí; pero aguardo solamente que esto sea posible algún dia, dijo el joven comandante moviendo tristemente la cabeza. — E s e dia ha llegado ya, prosiguió con celeridad Bellah. Escuchadme, Hervé. La guerra va á encenderse de un momento á otro; quizás podría deciros las razones poderosas que me asisten para asegurar - 2 3 — que triunfará nuestra c a u s a . . . Mas esto os importa poco, l o s é . . . Sin embargo, no e e h e i s en olvido que esta causa es la de vuestros padres, es la de los desgraciados, es la causa d e Dios. Muy bien habéis podido equivocaros, Hervé; pero esto es ya imposible ahora. Demasiado lo sabéis... ¡Ah! ¡ C ó m o o s amaremos, I l e r v é / . . . Este es nuestro sueño eterno. Mi padre ha concebido proyectos ambiciosos por vos y para vos. Desea que se haga á vuestro talento y valor la justicia que tienen derecho á exigir, y se hará, no lo dudéis. Si necesitáis pruebas, Hervé, aquí las teneis. . . ' Al pronunciar estas palabras, sacó de su seno un pliego cerrado, q u e puso en manos del jóven republicano; pero a r r o jándole este con desden á sus pies; —La justicia que yo merecía sí tal hiciera, dijo, seria el desprecio de mis a m i gos, el de mis enemigos, y hasta el vuestro, Bellah. — E l mió! No... nunca.», os engañais. /Cómo habia yo de despreciar al hombre —24— que supo r e p a r a r Doblemente sus yerros! —Repito que vos la primera, Bellah, y haríais bien. Os suplico que no hablemos mas de esto. —Dios mió!... ¿Y si os dijese, Hervé, que no podéis volver á las filas de los republicanos sin esponeros á perder la vida? — E s e es un albur que se corre todos los dias en la milicia. Cada instante que pasa me hace mas y mas resignado. - S í , prosiguió la jóven co» un tono de convicción incomprensible. Vos estáis dispuesto siempre a morir como muere un soldado... Pero si os esperase en su lugar la ignominiosa m u e r t e del traidor, el c a dalso, ¿qué diríais? —¿El cadalso? repitió Hervé; es imposible. —Sereis acusado, sí, lo sereis. Ah! en nombre del cielo, dad crédito á mis p a l a bras. — A c u s a d o ! Y de qué? Decidlo. — A y ! Aun cuando se tratase de la ?ida de mi padre, como se trata de la vuestra, no podría hacerlo. — B i e n ; lo s a b r é ' d e boca de-mis jueces— H e p vé.' Vuestro corazon se ha e n d u recido entre esos hombres sanguinarios..... Sacrificáis vuestra vida sin pensar que n o os pertenece á vos solo. La infeliz A n d r e a . . . — S i llegase á morir, dijo Hervé volviendo la cabeza, ya sé el corazon que dejaré al lado del suyo. Bellah cogió bruscamente el brazo d e su joven amante, y clavando en él sus ojos anegados en lágrimas: — Y qué será de mí? dijo. El alterado rostro de Bellah y su acento apagado y confuso dieron á sus palabras tal espresion, que Hervé se sintió c o n movido, como si sus labios se hubiesen r o zado con los de su amada. Estrechó e n t r e sus temblorosas manos la que Bellah le abandonaba, y mirando con apasionado trasporte á la jóven, que permanecía algo inclinada, con los párpados entornados y palpitante el seno: —Bellah, dijo: os amo con frenesí. N o —26 — ha habido un instante en estos dos años en que vuestra encantadora imagen se haya separado un instante de mi corazon. Todo lo demás era indifereute para mí; pero eslé ó no alucinado, yo no veo honor l'uera del deber que me he impuesto, y no sabré vivir deshonrado... ni aun c e r ca de vos... ¡Ah! ¡Qué es lo que digo! Sobre todo, á vuestro lado. Cuando acabó de pronunciar estas palabras, la señorita de Kergant inclinó postrada ta cabeza sobre su pecho. —Dios mió! murmuro: ¿qué le puedo decir ya? Nada! Hervé, continuó con voz desgarradora: conozco que vuestra d e t e r minación es irrevocable; ¡es una despedida suprema, cierna, la que hacéis en este momento! Ya no nos volveremos á ver nunca, ¿habéis entendido?... N u n c a ! . . . Todo ha concluido entre nosotros!... P e r dóneme Dios por haberos hablado en mí nombre, por haber mezclado el interés de un miserable corazon de m u j e r . . . Creí hacer bien... Desgraciada! Nada me h u biese costado mas en este mundo, y sin —27— embargo, ¿qué he conseguido?... Una h u millación... —¡Bellah! Desgarráis mi c o r a z o n . . . . Adiós! — Adiós! esclamó la joven, que parecía invocar en su ayuda todo su valor. ¡Adiós, hombre sin recuerdos, sin alma y sin piedad! Mi deber será implacable como el vuestro... Adiós!... Y se alejó precipitadamente, pero con paso tan veloz, que su marcha como su venida, parecía la fantástica aparición de un sueño. Cuando hubo desaparecido por uno de los senderos que estaban abiertos ó los costados de aquella montaña, se aproximó Pelven con precipitación al borde de la meseta, con el objeto de recoger los últimos murmullos de una felicidad que se le escapaba para siempre... Apenas llegó, creyó oir que la voz de un hombre se mezclaba con la <|p Bellah. La idea de que la tentativa de la señorita de K e r gant había tenido un confidente, y d e q u e presidió en su resolución una especie de —28— arreglo diplomático, se representó de i m proviso en la imaginación de Petveu l>ajo los colores mas vivos é irritantes. Tomando un sendero rr\as recto, bajó algunos pasos con precaución, y pudo descubrir al lado de Bellah un hombre de elegante continente, de maneras distinguidas y aire de buen tono. La señorita de Kergant parecía interrumpir de vez en cuando, con breves objeciones, el animado discurso de su compañero, que tan pronto levantaba la voz produciendo las modulaciones mas sonoras, como tomaba el tono de l a m a s í n tima confianza. Cuando llegaron al pie de la montaña, pudo continuar siguiéndoles Hervé á alguna distancia sin ser visto, merced al gran conocimiento que del pais tenia. Procuraba encontrar alguna r e l a ción entre la agraciada apostura del d e s conocido y estraño timbre de su voz, con tal cual recuerdo de tu pasada vida, que d i s i pase al menos una p a ^ e de sus dudas, y entrégase á su odio un hombre en n o m bre de sus ansias; pero todo era en vano. Cuando estuvieron á doscientos pasos del —29— castillo se paró bruscamente el desconocido, y pronunció algunas palabras vehementes apoderándose con viveza de un brazo de la señorita de Kergant. Dejando escapar H e r vé una sorda esclamacion de rabia, saltó el vallado que le ocultaba, y se dirigía ya precipitadamente hacia el sitio en que tenia l u gar esta eseena^sospechosa, cuando se quedó inmóvil y absorto en vista de n n inesperado suceso.' La señorita de K e r g a n t , que habia desasido su brazo, cogió á su vez la mano del atrevido caballero, y acercó sus labios á ella doblando la rodilla, despues dé lo cual sedirijió con celeridad al castillo, seguida lentamente de aquel que habia sido objeto dé favor tan estraordinario. . Hervé, dejando á un lado todo misterio y dominado por uua irresistible cólera se adelantó rápidamente, y dijo con reprimido aunque claro aeento : —¡Caballero, tened la b o n d a d de oir una palabra! Volviéndose el desconocido, contestó: —¿Quiéu es? ¿Quién me Mama? « - Y o os suplico que me oigáis dos —30— segundos, dijo el comandante apresurando el paso. —¡Calla! Es ese demonio de oficial, murmuró el desconocido. Despues levantó los hombros, y aceleró su marcha de tal suerte, que no podiendo seguirle Hervó dentro del recinto del castillo, seVió obligado á renunciar á una explicación satisfactoria. — N o , se decia á sí mismd el oficial al volver á la montaña: jamás la» caprichosas fantasías de una noche de insomnio han presentado ante mis ojos tan crueles visiones! La altiva, la casta Bellah de rodillas delante de un hombre recibiendo... ¡que dígol prodigando sus caricias... ¡y esto cuando todavía palpitaba en su perjura boca la declaración hecha á olro¡ ¡Bellah enjugando con impura mano las lágrimas que le arrancó la mentira! jAh!.-...' Al m e nos, ahora estoy tranquilo... Y sus manos convulsas, sacando de su pecho la pluma blanca, recuerdo de un instante mas feliz, la destrozaba con f u r o r , arrojando al suelo sus pedazos. - 3 1 — Despues de esta ejecución en efigie, acercóse el comandante Hervé al fuego medio apagado del vivac, y se echó á algunos pasos de Francisco. La poslracion consiguiente á este dia de fatigas y cuidados acabó por vencer la agitación de su espíritu, y fue preciso que al rayar el dia le a r rancase de su profundo sueño la mano del puntual Broidoux. Pocos instantes despues llegaba sin aliento Andrea á la cúspide de la montaña: recorrió la meseta con una mirada, y viéndola desierta, soltó un grito desgarrador, y cayó en tierra, anegada en lágrimas. CAPITULO VIL El principal cuerpo del ejército republicano estaba por aquella época acantonado en Vitré, límite de los departamentos del Ille-y-Vilaitie y de Mayenne. El general en jefe ocupaba un edificio de modesta apariencia, situado entre Rennes y Vitré, que tenia algo de mansion señorial y de casa d e - r e c r e o , sin ser ninguna de ambas cosas, y que á decir verdad no poseía otros títulos al honor de albergar semejante huésped, que su situación agreste y retirada. Rogamos al lector que tenga la bondad de — 3 3 — trasladarse con nosotros al patio de esta residencia, previniéndole únicamente que han trascurrido cuatro dias entre las últimas escenas que hemos descrito y las que van á seguirlas. E r a la una de la tarde, y muchos soldados, vestidos dediferentes uniformes, j u g a ban ó hablaban con cierta libertad mezclada de respeto, que denunciaba la presencia del jefe superior en un terreno c e r c a d o de muros que se estendia delante del cuerpo principal del edificio; los mas activos se ocupaban en bruñir sus a r m a s ó los bocados de los caballos al sol; los mas haraganes, acostados perezosamente en posturas v a r i a das y hasta opuestas, parecian entregados, ya en seguir á las nubes en sus movibles combinaciones, ya en hacer p r o f u n d o s estudios botánicos. Dos granaderos de bigote canoso, que formaban parte de este cuadro caprichoso y característico, habían colocado una larga viga en equilibrio sobre el tronco de un árbol roto, y se columpiaban con gravedad tan silenciosa como si hubiese BELLAH.—T. II. 3 - S i pendido de este negocio la salvación de su alma. Dirigióse hácia este grupo un jóven oficial, que atravesaba el patio en aquel momento con algunos papeles en la mano y una pluma entre los dientes, y dijo: — ¡Mayencaisl ¿No ha llegado todavía el comandante P e l m i ? —Todavía no, respondió Mayencais, que llegaba entonces al puulo mas elevado de su ascension. — ¿Y no hay ninguna noticia de él? — N i n g u n a , dijo M a j e n c a i s descendiendo majestuosamente ai abismo. — P r o c u r a no caerte, tuno, prosiguió el jóven oficial, algo ofendido del laconismo de su interlocutor, empujando con el pie el vacilante teatro de los juegos de Mayencais. Cediendo la viga á esta fuerza impulsiva, giró al principio sobre sí misma, y acabó por caer con sus adherentes e n medio de los mayores aplausos de los e s p e c tadores. Mientras que lo? viejos justadores p o nían su mayor cuidado en volver á po- —35 — mer la viga en equilibrio con imperturbable gravedad, el centinela apostado e s t e r i o r mente al lado de una cimbrada puerta que daba al campo soltó un ¡quién vive! al que respondió una voz con tono á s pero y breve; aquel presentó las armas, y un instante despues entraban ruidosamente en el patio cinco hombres á caballo con los uniformes en desorden y llenos de manchas de espuma. Cuatro venían v e s tidos de húsares de la república, y el quinto, qua fue el que entró primero y que parecía no pertenecer al ejército, no traía otros signos distintivos que un ceñidor y un plumaje tricolores. El r e p e n tino silencio que sucedió en el patio *al ruido de una diversion militar, y la e s pecie de timidez con que se pronunciaba por todas partes el nombre del recien venido, daban á conocer inmediatamente que era para casi todos un antiguo c o nocido á quien volvían á ver con mas respeto que placer. El que acababa de recibir el equívoco homenaje de esta acogida, la justificaba suficientemente. — 5 6 — fueran los que quisiesen sus derechos, por la ascética severidad d e su rostro y la espresion de su m i r a d a , dotada de una fijeza singular y en cierto modo implacable. Dejando las riendas de su caballo en m a nos de un soldado, atravesó rápidamente el espacio que le separaba de la entrada del edificio, subió una escalera interior, y llegó inmediatamente á una antesala, en la que habia dos centinelas, y s e p a rando con la mano, en medio de la m a yor distracción, á uno de los soldados que al mismo tiempo que le hacia el saludo militar parecía dudar dejarle lib r e el paso, abrió una gran puerta, p e netró en la pieza contigua, y dejó c o noce! que habia eucontrado lo que b u s caba con tanta precipitación como escasa ceremonia. El salon en que habia tenido logar esta descortés invasion estaba ocupado por dos pesornas. Una de ellas, que era una jóven rubia, esbelta y delicada c o mo un niño, abandonó bruscamente el canapé en que estaba sentada, ó mejor —37 — dicho, recostada á la t u r c a , apenas oyó el ruido producido por la puerta; mas viendo el rostro austero del que se p r e sentaba, arrojó un grito, dió dos ó tres pasos, y desapareció detras de una m a n p a r a . Esta rápida huida dejaba á solas ai indiscreto que acababa de entrar con on hombre de talla elegante y a v e n t a j a d a , y en cuyas facciones se veia una varonil hermosura unida á la frescura y gracia de la juventud. Este personaje vestia uniforme militar, adornado en el cuello y en algunas otras partes de un bordado de oro representando hojas de encina; delante de él, y á algunos pasos del canapé de que ya se ha hablado, se veian colocados sobre una mesa un sable y una banda tricolor. Viendo el individuo d e fisonomía tan poco simpática, p a r a quien sin duda estaban de mas las ceremonias, la turbación que habia producido su l l e gada, se paró de repente frunciendo las cejas y avanzando el labio inferior con desdeñosa sonrisa. Un ligero carmio c o loreó las megillas de aquel á quien s e d i - - 3 8 - rigia esta m u d a reconvención al hacer un saludo algo embarazoso; pero volviéndose á sentar con altanera negligencia: —Ciudadano representante, «lijo con s e quedad: creo que me tratas con una c o n fianza limitada. —Ciudadano general, has de saber que he adquirido la mal lita costumbre de echar en olvido las reglas de la etiqueta para con los demás, p o r la sencilla razón de que jamás he exigido que se guarden c o n migo. Sin embargo, hasta me escusaré, si lo crees necesario, porque no me p a rece bien invocar, por tan poca cosa, los derechos ¡¡imitados que nos concede el p o der de la convención y el interés de la república. — T u s derechos! La república! esclamó inmpetuosamente el jóven general. Solo existe una república en el mundo, y es la república coi» careta, que se llama V e necia, capaz de haber concedido derechos semejantes á los que te arrogas. Debo r e cordarte, ciudadano representante, que hay un punto en que la vigilancia m a s legitima -39deja de serlo para cambiar de nombre. —Y ha llegado á él? dijo el representante con voz lenta y sorda; explícate, ciudadano; si solo ha sido tu objeto inferirme una ofensa personal, debo hacerte p r e sente que no soy de aquellos á quienes hieren de manera que les h.»een olvidar sus deberes como hombres públicos; pero si es tu intención señalar límites al poder de la convención, ddo desde luego, si es á ella á quien se dirigen el insulto y la amenaza, dito también, porque haría muy al caso que yo lo supiera antes de añadir una palabra mas. La alteración que se veia en el rostro del general y el ligero temblor que agitó sus labios, indicaron bien á las claras que no sin esfuerzo sufría el peso con que abrumaba su cabeza cubierta de laureles la pesada mano del convencional. L e v a n tóse por último, y dijo con forzada sonrisa: —Confieso que desearía ser amo en mi casa, como lo es el mas miserable; pero si uu arranque involuntario, digno en v e r - dad de escusa, me ha hecho olvidar por un iustaute el respeto que debo á la convención y á aquellos que representan su poderosa soberanía, lo siento en el alma. Según parece, ha sido largo el viaje que has hecho, ciudadauo; ¿me traes algunas órdenes? — O r d e n e s no; pero sí noticias. — Y de qué naturaleza son? —No vacilaría en decir que son buenas, si las mirase bajo el punto de vista estrecho y mezquino del orgullo; porque bastan á confirmar mi prevision y á j u s tificar lodos mis consejos, tantas veces desoídos. Tú tienes gran talento, c i u d a dano general; pero eres demasiado joven. Las épocas revolucionarias no se parecen en nada á las d e las ilusiones caballer e s c a s . No son Fas mujeres quienes lejeu las coronas cívicas. Posees u n alma grande, lo repito; pero eres demasiado accesible á las lisoujas de una engañosa popularidad. Todos los obreros del gran e d i ficio revolucionario deben resignarse á ver maki^cidos sus nombres, con tal que no —41— sea buena su obra. T ú no has querido h a cerme caso; has»preferido pactar donde e r a necesario combatir, y c u r a r donde era preciso herir: entonces te dije con todas tus p a labras de conciliación, tus concesiones y tus sentimientos de piedad, no eran mas que o t r a s tantas semillas de ingratitud y de traición: hoy puedo ya anunciarte que e s t a s hau dado su fruto. —Supongo que quereis darme á entender, respondió el joven general, que habia estado luchando con su impaciencia m i e n t r a s hablaba ti sombrío republicauo, que ha roto el enemigo los tratados que a s e guraban la pacificación. —Abierta y audazmente. — Y es á mí á quien se acusa, ciudadano representante? ¿Se quiere hacer p e s a r la responsabilidad sobre el sistema m o d e r a d o y humanitario que he juzgado conveniente establecer en esta desgraciada guerra? Pero ¿he sido seeundado? ¿He sido acaso ni atm obedecido? ¿He sido yo quien mandó asesinar, ron desprecio de los t r a - —42 — lados, é los ex-condes de Geslin y de T r i s tan? ¿Hd sido yo quien hice «pasear por campos y ciudades la cabeza d e B o i s b a r d y p a r a ensoñar al enemigo cuáles habían de ser los efectos que se seguirían á mis palabras de paz? Eslos crímenes, á pesar de mis repetidas instancias, están todavía impunes. P u e s bien, los bandidos, como nosotros los llamamos, dan pruebas de que tienen sangre en las venas! ¿Conque dices que los c h u a nes han roto las hostilidades? — E l país entero arde en guerra desde el Bajo-Mame hasta el fondo de la B r e taña. Pluvígner ha caído en poder de esos bandidos. Ademas han sorprendido y h e cho prisionera una de nuestras corbetas en tas aguas de Vannes. Duhesme ha sido balido junto á Piel an y Humbert en C a mors. Hemos perdido los almacenes de P o n l - d e - B u i s , y han sido, por último, tomados y destruidos nuestros acantonamientos de Morbihan. — ¿ E s eso todo? dijo el general, que afectaba escuchar la relación de todos es tos desastres con tanta indiferencia como - 4 3 complacencia mostraba el representante en enumerarlos. —No, todavía bay mas: un Borboa esta á la cabeza de los rebeldes. - Q u é es lo que diees? Es imposible! esclamó el jefe republicano perdiendo de repente el aire de indiferencia con que h a bia ocultado hasta entonces su orgullo herido, ¡üso seria terrible!... añadió en voz baja. — E s demasiado cierto. Duhesme y Humbert le han visto, y el primero le ha hablado durante el combate. E s , según dicen, el ex-eonde de Artois, hermano de Capeto. — E l conde de Artois! Imposible! dijo una vez mas el general, cuyos animados movimientos revelaban «na profunda a g i tación de espíritu. Un momento antes de e n t r a r tú me notificaron 1a llegada de su ayudante de a t r o p o , e l e x - m a r q u e s d e R i viere, al cuartel general de Charette; pero nc me dijeron nada del principe, lo que prueba que no ha abandonado el suelo inglés... Y por dónde quieres que haya entrado? Có- mo? En qué instante fatal ha podido desernb a j c a r en Bretaña? — E s e es precisameete el panto sobre el que deseo oir tu opinion, ciudadano g e n e ral. La activa vigilancia ejercida en toda la costa da á la aparición del ex-príncipe un carácter tan grave, que no es posible esplicarla sin dar cabida á sensibles c o n geturas. Hasta se ha llegado á pronunciar la palabra traición. Saliendo el general de su actitud pensativa, se irguió de repente, y clavando una ardiente mirada en la fria y dura del convencional, repitió con voz conmovida: —¿Conque se ha llegado á p r o n u n ciar la palabra traición? ¿Y contra quién? — I n t e r p r e t a s mal mis palabras, c i u dadano general. No es de ti de quien se sospecha. —Y por qué no? replicó con a m a r g u r a . : ¿No debia esperar eso desde el m o mento en que quise hacer mas digna del siglo y de una nación civilizada esta guerra cruel? E r a necesario combatir... c o r t a r . . . destruir¿ .. añadió dando algunos pasos pee- —45— cipitados por la habitación. E s on ejército ó una ciudad lo que tengo delante? No; es todo un pueblo. ¡Arrojadle en el O c é a no, si podéis, y pasad el arado por la mitad de la Francia! Yo no me considero cou fuerias para ejecutar esa atroz locura. Si esto se llama traición, sea en buen hora. Que se sospeche de mí, que se me denuncie; poco me importa. Ya estoy cansado de esta guerra de salvajes, en la que quizás perezca ignominiosamente al pie de un matorral, como un jefe de bandidos. ;Que se me arranque esta espada, lo quiero, lo pido! P e r o que al menos se me deje en libertad de ganar uno por uno todos los grados de la milicia en campos de batalla en que no se asesine á los heridos y en que no se mutile á los muertos. —Veo que pierdes la calma, ciudadano general; y sin embargo, quizás la necesites para oir lo q u e me queda que decirte. Ya manifesté antes, y repito ahora, que nadio sospecha de tí; esto e s esacto; pero sí se vitupera que seas tan fácil en d e positar tu confianza y en conceder t u amis- —46— tad á algunos sospechosos que abusan vi- llanamente de ella. Me refiero á uno de tus oficiales, á aquel á quien.honras con tu intimidad, al es-conde de Pel ven. —Ciudadano representante, el comandante Pelven ha hecho por su patria mas sacrificios que tú y que j o . Dejándole por espacio de dos años en la humilde g r a d u a ción que tiene, se ha cometido una injusticia irritante que yo no tardaré en reparar. — Date prisa si no quieres que alguno se anticipe, perqué si el Borbon no es un ingrato, debe recompensar con largueza .al patriota puro y sin mancha que no solo ha ido á proteger su desembarco, sino que le ha escoltado hasta dejarle en medio de su ejército de bandidos, —¿Tienes pruebas d e lo que dices; ciudadano? — H é aquí lo que me escribe uno de nuestros agentes de Inglaterra, dijo el convencional sacando una carta de su c a r t e r a ; por tí mismo juzgarás si estos indicios referentes á los hechos que ya conoces constituyen 6 no pruebas bastantes. — 4 7 — Desgraciadamente no llegó esta carta hasta dos días despues del seceso que estaba destinada á evitar. Escucha. «La fragata inglesa Lm¡aUi debe desembarcar en I n glaterra á un Borbon, que no se sabe de positivo si será el duque de Enghien, hijo de Conde, ó el conde de Artois, aunque según todas las probabilidades debe ser el último. Viaja disfrazado de mujer, en clase de criada de la hermana é hija del e x - m a r ques de Kergant, que han obtenido permiso para vivir en el citado pais, por m e diación del ex-conde de Pelven, oficial republicano que goza de gran favor con el general en jefe. Dase por segura la connivencia de Pelven para proteger el d e s embarco que deberá efectuarse por la costa Sur del Finisterra, en uno de los dias de la próxima década. Todo el Oeste, inclusa la INormandía, solo espera la llegada de este jefe, tantas veces prometida, para levantarse en masa.» Mientras duró esta lectura habia p e r manecido inmóvil el general, leyéndose el estupor en sus desencajadas facciones. —48 — — V a m o s , ¿crees ahora en la verdad de io que te decía? añadió el representante mostrándole la e a r t a : ei jóven jefe ia r e corrió con la vista, soltó un gemido, se dejó caer en el canapé, y permaneció dur a n t e algún tiempo con ia cabeza entre las manos, sumergido en dolorosos p e n s a mientos. El único testigo de este dolor mudo era de un carácter tal, que no se podia esperar que abrigase simpatías en fevor d e cualquier debilidad humana, por uohle y generosa que fuese la causa que la o r i ginase; y esto es tan cierto, que hasta se descubría el secreto placer del triunfo en la irónica mirada con que contemplaba el desaliento del jóven general republicano. — L o que mas te sorprenderá, prosiguió, es la imprudente audacia de que hace alarde tu ex-amigo. E n vez de p e r m a n e cer, según dicta la prudencia, al lado de aquel á quien ha servido con tanta lealtad, rae han asegurado que vuelve á p o nerse á tus órdenes, coa el fin, sin duda, —49 — de continuar con el espionaje on proyecto inaugurado con la traición. —jPelven convertido en espial m u r m u ró el general, como si la union de estas palabras ofreciese á su espíritu un enigma indescifrable. —Preciso es antes de todo castigar el crimen, murmuró el convencional. El general tardó algunos instantes en contestar, y levantando por fin la cabeza como si saliese de una meditación profunda, dijo: — E s t á bien, ciudadano representante; se castigará. — A g u a r d o tan solo el regreso de P e l ven, porque no dudo que me d a r á s la escolta suficiente para conducirle á Reones, donde le interrogaré en presencia de mis colegas. Escusado me parece d e cir que será juzgado revolucionariamente. — Y a te he dicho que el crimen será castigado; creo que me comprenderás. — N o por cierto, respondió el representante con aire d e sorpresa. ¿Acaso debo BELLAH.—T. II. 4 comprender que te niegas á entregar a ese gran criminal de la vindicta nacional? — ¡ L a nación me ha revestido de poder suficiente para servirla y vengarla! No tengo, pues, necesidad de la ayuda de nadie. Hablaba el general con un acento ton reflexivo y una decision tan tranquila, que consiguió alterar el aplomo del convencional. —General, esclamó con violencia: d e masiado te he sufrido, mucho mas de lo que podia esperarse de mi carácter y de mis deberes; pero ha llegado á un punto tal, en que es imposible aguantar m a s . ¿Olvidas quién soy? Olvidas que si abro esa ventana y pronuncio dos palabras tus mismos soldados te arraocarán las c h a r r e leras? —Haz una vez zarse en dencia. —Eso sentante, la prueba, dijo el general, que tomada su resolución parecía gos u reciente y peligrosa i n d e p e n es ya locura! murmuro el r e p r e viendo naturalmente un acto d e s - nudo de toda razón en aquel desafío hecho á su terrible poder. — Nada de eso, contestó el general con el mismo tono de estraordínaria calma: es solamente una prueba que trato de h a cer. Uno de nosotros, ciudadano, goza en el país de la confianza mas ilimitada. Falta, pues, saber cual, y pues se p r e senta oeasion de salir de dudas, nada mas puesto en razón que darnos prisa á aprovecharla. Dices que vuelve á encenderse de nuevo esta guerra horrible, aterradora, y á eso respondo que no seré yo quien trate de acabarla si no se me quita la pesada cadena que me abruma, si se quiere que continúe con mis movimientos embarazados por una ultrajante inquisición, con mis l e a les intenciones mal interpretadas por el suspicaz fanatismo, y con mis planes contraidos por la mas atrevida ignorancia. — ¿ L o crees asi? Pues bien; caiga la desgracia sobre ti, ó mejor dicho, "caiga sobre la república. — S o b r e la república! Ah! no, que es mi madre, respondió el joven caudillo, cuya frente altanera se iluminó con el brillo del entusi&smo: le debo cuanto soy, y la amo con frenesí, como lo be probado y a , y e s toy dispuesto á probarlo siempre si n e c e sario fuese; pero mi república no es la vuest r a . L a imágen que tengo grabada en mi corazon no es la que vosotros habéis sen* tad© sobre el cadalso. Y o solo querría, aunque fuera á costa de mi vida, a r r a n ^ car del libro de ia historia esa página de luto y de desolación, esa página de sangre que vosotros habéis añadido COD este sagrado titulo. L a s generaciones f u t u r a s no podrán perdonaros jamás el h a ber convertido en horrible á los ojos del m u n d o el nombre de república, última e s presión de sus esperanzas. Ellas os a c u s a r á n por haber legado con vuestros f u rores un eterno pretesto á los eobardes, una escusa eterna á los tiranos. Déjame a c a b a r . Así, ya ves que n a d a nuevo p u e des decirme: harto biea conozco los a r gumentos de q u e os valéis para legitimar vuestros espantosos vértigos. No pretendo por ¡o tanto debatir este punto contigo. Pregunta únicamente á mis soldados, si, pregúntales si tienen necesidad pará v e n cer de oir ese rumor siniestro que p r o ducen vuestras hazañas en toda la F r a n cia. En cuanto á nuestros enemigos del interior, antes que vuestras crueldades h u biesen centuplicado su número, hubiera bastado la fama de nuestras victorias p a r a obligarles á pedir piedad. La inhumanidad no es la fuerza, el odio no es la j u s ticia, la república no es el terror. Y o no he vacilado en decir en voz alta mis principios, lo mismo cuando me vi a h e r rojado en los hediondos calabozos heohcs por tus poderosos amigos, que cuando me amagaba su impia hacha, y si solo me han perdonado para sufrir la férula del mas despreciable de ellos, y a puedeu p r e p a r a r l o s primeros y afilar la segunda. ¡Parte sin demora; denúnciame! E l comité uos juzgará á ambos; pero antes d e h a cerlo, créeme, ciudadano, no te espougas á una prueba imprudente; ya debes conocer que se ha agotado mi paciencia, y que jamás sabré consentir impunemente que -54— nadie provoque mi ejército á ¡a indisciplina. Adiós. —Mientras d u r ó esta impetuosa espiosion de una ira, mal y penosamente contenida en el fogoso pecho del joven general en jefe, el rostro del convencional se habia cubierto alternativamente, ya de un earmiu subido, ya de una palidez lívida; sus trémulos labios parecieron negarse imis de una vez á espresar la horrible cólera que agitaba sus miembros. Solo pudo responder con una sorda eselamacion á la amenazadora despedida de su rival, y dejó bruscamente la habitación, haciendo antes un movimiento con la mano, que espresó toda la estension de un resentimiento implacable. Pero ya habia pasado aqrtel tiempo en que la mas ligera demostración de una mano semejante bastaba para hacer rodar la laureada cabeza de un guérrero, ó para segar el torneado cuello de u n a virgen llena de encantos, pesando mas en la balanza del comité de salud pública el talento y servicios del vencedor de Wisemburgo que el feroz puritanismo y bárbaras virtudes de a q u e l resto del tliermidor. M a s d e una vez, aun antes de este p e r i o d o d e la época revolucionaria, habían sido t e a t r o de escenas análogas las tiendas de t o s generales republicanos; pero entre lus oficiales de su estado mayor era donde los jefes militares daban mas comunmente libre curso á los sentimientos de amargo desaliento que la suspicaz presencia de los representantes engendraba en el fondo de su corazón» Las causas éparentcs de esta» quejas y de estas discordias, fatales s i e m pre y tal cual vez mortales, solían s e r . ya el compromiso en que se colocaban la unidad y dignidad del mando por la i g n o rancia y el fanatismo, ya las trabas que se ponían á un plan de campaña, ó á la inspiración del campo de batalla por h o m bres estraños al arte de la guerra; pero nunca aparecían los motivos mas poderosos, aunque ocultos, que eran ios celos consiguientes á un poder dividido, el orgullo siempre esclusiyihta de los militares, y los efectos sin número de las pasiones mezquinas que encuentran cabida aun en las almas herói- —56 — c a s . La historia ha perpetuado algunos actos de ignorancia y presunción de los funcionarios civiles, contra los cuales s e opusieron enérgicamente los generales r e publicanos; pero p a r a ser justa no debia haber e c l a d o en olvido tampoeo que hubo mas de uno entre aquellos abogados y legisladores á caballo, que presentó valerosamente su pecho á las balas y que cargó al enemigo al frente de nuestros veteranos. La mayor parte de los representantes en comision, ya en las fronteras, ya en el Oeste, conociendo q u e no se hallaban sostenidos con igual vigor por el poder central despues de la reacción temidorian a , se habian plegado á las circunstancias, consintiendo en aflojar por sí mismo los débiles lazos de su, soberanía. Algunos tan solo, bien fuese por falta de s a g a cidad, bien por una calculada resistencia al nuevo orden de cosas, continuaron obstinadamente queriendo hacer uso sus facultades procousulares. Entre estos ú l timos aparecía en primer término el pprsonaje que hemos visto figurar en el — 5 7 — anterior episodio, que solo debió e! ser respetado por las m e d i d a s de eliminación que siguieron al triunfo del partido m o derado, á su acreditado valor, y á su intachable moralidad p r i v a d a ; pero sus r e laciones con el jóven general en jefe, a g r i a das mas y mas por las imperiosas t r a diciones, por las despiadadas p r e o c u p a ciones, y hasta por las virtudes del s e c tario, acabaron, como era de e s p e r a r , por convertirse en odio. Ya hemos visto en qué ocasion y con qué rompimiento decisivo creyó, e n l i n , el jóven general haber p a gado todas sus cuentas atrasadas á su t e r rible adversario. CAPÍTULO VII!. Debemos justificamos por haber colocado en un cuadro ligero y frivolo una de las figuras mas brillantes, y quizás la , mas pura de todas aquellas cuya fisonomía moral han couservado nuestros a n a les revolucionarios. Lázaro Hoche, entonces general en jefe de las costas de Brest, y que muy pronto debía tener bajo su mando todas las f u e r zas de la república en Bretaña y la Vendee, no habia cumplido aun veinte y siete años. La frivolidad de la juventud d e s - — 59 — aparecía eh é! ante la madurez del genio. Su elevada estatura, la singular belleza de sus facciones y su aire abierto, m a r cial y modesto á la vez, revelaban la f u e r za, la inteligencia y la rectitud. Inspiraba respeto y provocaba confianza. No habia gloria ni fortuna que no tuviese asiento en aquella despejada frente formada para mandar y para seducir. Como el antiguo embajador romano, el jóven héroe de la moderna república llevaba impresas en su mirada la amenaza de la guerra y la clemencia del triunfo. E r a el único capaz de reconquistar á la nación francesa, con las r a r a s y eminentes cualidades de uu carácter flexible y vigoroso, aquellas v a lientes y desgranadas provincias, s e p a r a d a s por abismos de sangre de la m a d r e común; era el único capaz de oponer con éxito la poderosa y desinteresada personalidad de u n Washington á aquel d e s bordamiento de pasiones anárquicas y de ji gante se as ambiciones q u e acabó por a n o nadar miestra primera república. Pero al menos se le h i concedido la honra de una —60— rivalidad postuma con aquel que supo d e volver gloria en cambio de libertad. M a s plugo al destino señalar estrechos limites á esta existencia privilegiada. El ilustre republicano escribia su nombre en la historia con rasgos imperecederos, como si hubiese dirigido su rr.auo un triste p r e sentimiento. En aquel rostro allanero podia leerse por intervalos, á través de su a g r a c i a d a sonrisa, ese matiz de melancolía que presta despues de tantos siglos una gracia tierna y simpática al recuerdo de Germaneco y que no poseía César. E s uno de los defectos del novelista, cuando no uno de sus crímenes, querer reducir* los jiganles de la historia á las pueriles proporciones del c u a d r o que pinta. P u e d e , es verdad, invocar como escusa el interés particular con que se ve s i e m pre descender de sus pedestales á estos semi-dioses para confundirse con el oscuro resto de la humanidad; pero ni por eso pierden las personas formales el derecho de compararle á un uiño que pretendiese utilizar para sus juegos las formidables —61 — máquinas de ia g u e r r a y de la i n d u s t r i a . Sea como fuere, convencidos nosotros d e que una falta confesada está por este solo hecho perdonada á medias, volvemos á coger en un tono mas ligero el hilo de n u e s t r a narración. Libre el general de la presencia del convencional, permaneció en el mismo sitie durante algunos instantes, con la cabeza inclinada y aire pensativo. M a s haciendo de repente ese movimiento especial del hombre que se abaudona resueltamente á t o d a s las consecuencias de un hecho i r reparable, y que pasa k otro orden de ideas se levantó y fué á asomarse á u n a ventana que daba al palio, retiróse d e allí al momento como si no hubiese visto lo que buscaba, y empezó á pasearse con impaciencia por la habitación, deteniéndose d e vez en c u a n d o j u n t o á la ventuna ó delante de una péndola que se descubria encima de una consola. Breves palabras, que daban á conocer cuáles eran los pensamientos que agitaban su espirito, se escapaban por intérvalos de su boca en —62 — el estado de completa distracción en que se encontraba. — Q u é decepción! decia en voz apenas inteligible. Así son todos los hombres/rí^on; eion dura é inesperada... He sido m juw g u e l e . . . Sí, esta es la p a l a b r a . . . Su j u g u e t e ! . . . Y por tanto tiempo... Qué de desgracias va á ocasional ! Qué de s a n g r e ! . . . Insulto á m í . . . Crimen público T o d o . . . Miserable!... El ruido producido por una mano que daba algunos golpes en la puerta con la mayor suavidad interrumpió las esclamaciones del general. No bien g r i t ó ; — « A d e lante!» se abrió la puerta y apareció ante el jóven Hoche la delicada y distinguida iigura del jóven comandante Hervé de Pel t e n . El general se aproximó con lentitud h a cia el que una hora antes llamaba s u a m i go, y le estuvo considerando durante a l gún tiempo con singular curiosidad, como si tratase de descubrir en aquellas f a c ciones, para él tan conocidas, algún signo secreto, alguua marca deforme, no —63 — notada hasta entonces. Terminando de r e pente su examen con un espresivo movimiento d e hombros, se apoyó en el á n gulo de la mesa en que estaba colocado su sable, y sin dejar de e s t u d i a r c o n . la vista el rostro de Pelven* — ¿ D o n d e está Francisco? dijo. Esta pregunta no fue bastante á s a c a r á Pelven del mudo pasmo en que le habia sumergido la inexplicable acogida del g e neral en jefe. — O s pregunto que dónde está Francisco, repitió aqtrel levantando la voz. Qué habéis hecho de él? — M i general, dijo el jóven c o m a n d a n t e : Francisco está en el patio. Hemos llegado juntos. — D e c i d m e , caballero Pelven, ¿no es verdad que habéis visto satisfechos v u e s tros deseos? — S i , mi general, respondió secamente Her^é, cuyo orgullo se sintió herido en vista de un lenguaje y maneras tan diferentes de la cordial familiaridad á que e s taba acostumbrado. -64— — E s o m e colma de alegría lauto corno á vos, caballero. —Tengo el sentimiento de n o comprenderos, mi general. — Y qué me decís de los ehuanes? — T o d o cuanto he visto, ciudadano general, d e amenazador y anuncia un próximo levantamiento. Hasta hemos creído oír algún fuego de cañón ayer y esta mismá noche. — P r e c i s o es confesar que habéis h e cho una peligrosa campaña, que será recompensada cual se merece, o no hay justicia en la tierra; pero antes de todo es justo que os felicite por el maravilloso tálenlo de q u e hacéis gala en el papel que habéis leuido el acierto de escoger, caballero P e l ven; j a m á s , lo confieso, ha existido m á s c a r a de infamia que se parezca mas al rostro de un hombre honrado. El rubor encendió las mejillas del jóven comandante; pero fue la única señal de emocion que su dominio sobre si mismo no consiguió disimular. — H a s t a ahora no habia conocido* dijo, -H5— que me encuentro en ci banquillo de los acusados; se roe bahía predielio, pero yo creía poder esperar del general Uoche que la esplic ación precediese al ultraje. Aunque es cierto que la hipocresía d e s enmascarada e n c u e n d a á veces bajo la inspiración del peligro actitudes y acentos de una lamentable v e r d a d , el continente de Hervé y k firmeza de su v o z alteraron visiblemente el convencimiento del g e neral; pero antes de poder contestar, llamó su atención el ruido p r o d u c i d o p o r a l g u n o s caballos y multitud de v o c e s q u e se .sintió en el patio. Pocos momentos después entró Francisco pricipitadamente en 1« h a b i t a c i ó n con un paquete de c a r t a s en l a m a n o . — P e r d o n a d , mi general, dijo.- tema necesidad de entrenaros estos despachos que han traído dos dragones de las divisiones de Humbert y Duhesmo. P a r e c e q u e , se bate el cobre por alú f u e r a . El general, que habia dado un golpecito amistoso en el hombro del jóven teniente, abrió los despachos aceleradamente, y dio BELLAH.—T. II. 5 —66— principio á una lectura interrumpida con enérgicas esclamaciones: arrojando d e s pues al suelo las carias con la mayor violencia, y dirigiéndose á Francisco con tono que indicaba un furor difícilmente contenido: — E n un instante vais á d a r un gran paso, le dijo, en la espericncia de la vida. Aquí teneis al señor de Pelven, nuestro común amigo; miradle bien, y no lecheis nunca en olvido que bajo esta fisonomía, tan leal como la que mas, se oculta el alma de un espía y de un traidor. — O s ban engañado, mi general, dijo fríamente Hervé, mientras que de los labios del jóven teniente partía un grito "de sorpresa é incredulidad. — Y o también be dudado, basta que la verdad ha herido mis ojo«, ptosiguio Hervé; pero es verdaderamente un d e s cuido imperdonable, S r . de Pelven, «fejar olvidados documentos como este, c u a n do os consta que también nosotros t e n e mos espías. Al mismo tiempo presentaba á los dos oficiales un papel arrugado y lieoo de lodo, en el q u e estaban escritas estas palabras: «Salvo-conducto á f a vor del conde Hervé de Pelven, mariscal de campo del ejército católico y r e a l i s t a . — Firmado, Charette.» Hervé miró al jóven teniente, y p r o n u n ció casi imperceptiblemente el nombre de Bellah. — E s t e salvo-conducto h a sido hallado por u n o . d e nuestros agentes secretos en la montaña de Kergant, donde habéis p a sado una noche. Ya no se necesitan mas pruebas-, esta basta. Ahora solo me queda que deciros, caballero, que aleguéis lo que creáis oportuno en vuestra defensa, p o r que os advierto que vuestra vida está en p e l e r o . E n t r e g a d vuestras a r m a s . Hervé separó los broches de s u sable, y entregó este a Francisco, quien le cogió con trémula mano. —Mi general, dijo entonces el jóven comandante: juro p o r D i o s y por mi h o nor que no soy culpable.-' Sucumbo a c u sado por apariencia.- á las que LO pu°d<> oponer mas que u i p a l a b r a . - —68 — conduelo es auténtico, pero jamás l? lie aceptado. Y hasta puedo decir, siu fallar á la verdad, que esos hombres, «pie se suponen amigos, atentaron contra tui vida aun no hace cinco dias. , , — ¿ Y os han herido? preguntó el general con significativa solicitud. ¿Podéis enseñarme la señal de una herida?. —Desgraciadamente no. — M i general, yo estaba alli j lo h e v i s to, esclamó Francisco, si no le han h e rido, le han causado por lo menos u n a contusion horrible. — S i , con la vista, á lo que parece, dijo el general, que habia vuelto á lomar su amenazadora calma. Basta, Erancisco. P e r o vos no sois tan niño, Sr. . d a Pelven, que podáis ignorar cuál debe ser el result a d o posible de este asunto. ¿Deseáis que todo se termine entre nosotros, ó preferí? que peuna el consejos de guerra? ^ Y o no quiero otro juez que NOS, mi general. —Veo que procedeis con talento, porque fliíicilmeole podríais encontrar otro tan —69-— prevenido en vuestro "favor. Me habéis e n gañado cruel y hasta villanamente, P e l v e n . Quizá puede existir alguna grandeza - de a t o a en el papel que representáis; pero es de una especie tai, que jamás envidiaré. A decir verdad, caballero, continuó con una inflexion de voz dulce y casi tierna, jamás pude suponer que uuestras relaciones, basadas en la mutua estimación y en la amistad, provocasen una escena como !:i presente; así que, no sin dolor p r o f u n d o . . . El general, distraído por los sollozos que el pobre F r a n c i s c o no acertaba á ahogar, enmudeció repentinamente. Abrió en seguida la p u e r t a , y llamando á uno de los soldados que estaban de vigilantes en la;antesaln: * — El ciudadano Pelven, le dijo, es tu prisionero. Cuenta que me respondes de él, teniente Francisco, a g u a r d a d m e allí f u e r a . El jóven ayudante dirigió ai general una suplicante mirada, que solo t u r o por r e s puesta otra demostración imperiosa, y ,se lanzó en íá pieza iumediata con desesperada p r e cipitación. -V ;í t e g r . de Pelven, prosiguió entonces el genera!: queríase conduciros á un calabozo, y de allí adonde no se os ocultará". Y o he creído, sio embargo, á pesar de iodo, que preferiríais la muerte del sóldadó.' — G r a c i a s , mi general, dijo Hervé. —Teceis un cuarto de hora para prepararos. Apenas acabó de pronunciar estas palab r a s , se volvió bruscamente, y cerrando la puerta tras sí, se reunió en la antesala coa Francisco. Entonces llamó á un viejo sargento que se hallaba á poca distancia cou la mano respetuosamente levantada á la altura de la gorra de cuartel, y le dijo: —Toma quince granaderos; hazles cargar las armas; condúcelos á la esplanada que hay á la izquierda de este edificio, y espera ai hombre que, y o te envíe. Cogiendo despues por el brazo á su jóven ayudante, que estaba en uquel momento anegado en lágrimas, le hizo e n trar en un cuarto situado al olio lado de la escalera. No habrá dejado de notar c o n . s o r p r e s a el lector que cutre el juez y el acusado DO había tenido lugar la esplieacion en justicia necesaria para d a r á couocer á aquel la naturaleza y cstension del crimen imputado; pero debe tenerse presente que por una parte el general c r e í a , e s c u sado averiguar mas acerca de este punto, y por otra° habia visto Pelven con entera claridad en lo que le sucedía la c o n s e c u e n cia lógica d e las maquinaciones p u e s t a s en juego para atraerle á la causa realista, haciéndole sospechoso á los ojos de su partido. E^to era mas que suficiente para motivar una sentencia capital en los tiempos que alcanzaba Pelven. Asi se reaiizahau de una vez la predicción hecha por la s e ñorita de K e r g a n t en la m o n t a ñ a de las Piedras y los vagos temores que el r e c u e r d o de su desgraciada espedicion habia p r o ducido en su espíritu. Sin embargo, al verse solo H e r v é b a j o la custodia de un solo centinela, procuré d o minar el instinto de propia conservación y el caos de ideas y de sentimientos que subleva en todo ser humano la perspec- —Sativa de una muerta próxima y spjrnra. Sus ojos se clavaron á su pesar en la aguja de la péndola, y le pareció ver deslizarse juntó á él una vision semejante á la de la Biblia, envuelta en un vapor b l a n q u e cino. El desgraciado jóven retrocedió al* gunos pasos, pasáudose la mano jKir al frente con horrible desvarío; pero parándose de repente, respiró con desgarradora satisfacción al verse vencedor en la l u cha suprema que acababa de sostener. Sentóse junto á la mesa, y trazó con t r é mula mano algunas líneas, dirigidas á su hermana. Permanecía sumergido hacia diez minutos en la cruel amargura de este ú l timo y tierno desahogo, cuando un;ligero ruido le hizo volver la cabeza del lado de la puerta. Sus miradas enconlrarou las de Hoche. — P e r d o n a d , caballero, si turbo v u e s tros últimos momentos, dijo el generalioon la vista fija en H e r v é ; pero e n el pünto á que han llegado las c o s a s , debe; Seros indiferente decirme lo que ,yo deseo s a b e r con ansia, y es el verdadero nombré 4 e l ü m i f a w que /desemhMftSdO r c o n v v u e s r se desi5 A i ©irí egta detallada.; etíbrió en fah ojos^ generalmente penetran? {esi ; ie¡ Hervé; una espresiou tal dé comprensión, y se pintó eo sus e n t r e a biertos labios una torpeza tan sincera, que <4 general no fué dueño d e dominar una débil; sonrisa. Estaba persuadido de que era m u j e r , mi general. ¡No hubiera vacilado eu r # f ponder con mi c a b e z a ! . . . > — M u e r a n ios jacobinos y los delatores! esclamó Francisco, entrando precipitadamente en la sala. — I d o s vos1, dijo H o c h e , con una impaciencia á la que no juzgó preciso obedecer su jóven a y u d a n t e . — ¿ A lo que parece* S r . de Pelven, c o n tinuó el general, no m e creíais tan bien enterado? — E s t á tan inocente como un niño, mi general! prosiguió Francisco, con exaltación creciente. .¿«-Verdad es, mi general, balbuceo H e r - —74— •vé: n á d a s e l o d e q u e me d3eís,y no os comprendo. Otra nueva sonrisa mas franca y marcada vino á llenar de gracia las hermosas facciones del general en jefe. —Viva la república! gritó Francisco s a l tando al cuello de Hervé en un rapto de cariñoso entusiasmo. — Y a veis, comandante, dijo Hoche, que Francisco os vuelve su estimación. Disimulad si yo no lo hago tan pronto. A mis ojos sereis siempre culpable de una eseesiva imprudencia cuando menos. Lo cierto es que, gracias á vos, tenemos un Borbon en campaña. Inútil es que trate de e n u m e r a ros las infinitas desgracias que semejante complicación traerá consigo; pero cómo ¡re ha de ser dado concebir que los sospechosos incidentes de ese viaje no hayan despertado mas seriamente nuestra descon fianza? El mas ligero rayo de luz que ilumine un punto de la trama de que hayamos podido ser juguetes, hasta muchas veces para hacernos descubrir todos sus hilos. —75 — Asi fué cómo la memoria de Hervé renovó instantáneamente, formando un solo cuerpo de delito» todas las circunstancias equivócasele su marcha; á saber: la e s p e rnada reserva de la escocesa, las e s c e nas del castillo de las fantasmas, el e s traiío lenguaje y r a r a resistencia de B e llah en la montana de las P i e d r a s , y el carácter misterioso, en fin, del individuo que hahia seguido á la señorita de K e r gant en su escúrsion nocturna. E s t e último recuerdo penetró mas profundamente que todos los demás en el lacerado corazon del jóven. — M i general, dijo: he sido engañado indignamente. Mi hermana e s demasiado jóven, y ha creido que se trataba de uua broma inocente tan solo. En cuanto á los ©tros.... el comandante. Pelven acabó su pensamiento con un movimiento d e c a b e za, que revelaba el m a s amargo r e s e n t i miento. El general se acercó á la ventana, y permaneció d u r a n t e algunos instantes con tos. ojos fijos en el cielo y fruncidas las —76 — cejas, como si fuese presa de una dolorosa irresolution, y volviéudose de r e pente.' —Supongo, esclamó, que no os e»traüará que os pregunte, puesto que pesa sobre mí solo la responsabilidad, cuál es el uso que pensáis hacer de la libertad que os devuelvo. Ya conoceréis que no me e s dado utilizar vuestros servicios, al menos por ahora. Vamos, decidme, ¿qué haréis? — I r é sin vacilar al cuartel general del principe, ya que se encuentra allí. — ¿Estáis loco? —Volveré á tomar mi nombre y mi título, continuó el jóven con energía, puesto que n e cesito usar del privilegio que me concedeu, para poder decir al héroe de esta farsa representada á mis espensas: «Señor ó monseñor, esto es lo de menos; aquí teneis un hidalgo como vos, que viene á pediros cuenta del peligro en que habéis puesto, con un fin desleal, lo que mas estima en el mundo: su honor. — ¡ Y su acendrada pasión! añadió el general riendo y levaataudo el brazo con —77 — s M é d a é t o r a gracia. A fe mis, H e r w , qué eá\ lüCWa me agraáai Bieo i sabéis que oo be nacido noble; pero me atrevo if asegurar que hubiera llegado á serlo en aquellos tiempos en que no s e necesitaba nías para conseguirlo que ser a m a n t e de las aventuras y tener algún valor p e r s o nal. Sin embargo, este proyecto m« pa*rece muy distante de haber sido dictado por la razón y por la prudencia, y solo puedo decir en su apoyo que yo baria lo mismo en vuestro lugar. Por lo demás ya sabéis que si os sucediese alguna desgracia, dejáis aquí compañeros que irán á los alcance'; del follon mal nidria para r e s c a taros d-d cautiverio ó vengaros. ¿No es v e r d a d , Francisco? — Y o partiré con él, dijo Francisco, p a r a ver las damas de la corte. — C r e o poder asegurar qua n^ tendréis dificultad en aguardarme, caballero. P e l ven, volved á ceñiros vuestro sable. Por lo que hace a! uniforme, o* aconsejaría que os le quitáseis. También es p r e n s o que vayáis autorizado cen este malhadado —78— salvo-condueío. i ) e otra m a n e r a , os f u e r a imposible entrar en casa de esos señores, tjue están en pie de guerra en toda ia c o m a r c a . Aguardad todavía un momento, continuó el general, escribiendo dos lineas eu un pedazo de papel. Ocultad esto en el fomo del t r a j e que lleveis, y así podréis transitar libremente y con seguridad por todas aquellas partes en que impere la república. —Mi general, tanta bondad m<?confunde. —Bien quisiera haceros olvidar el terrible c u a r t o d e hora que acaba de pasar, P e l ven. Que el cielo os proteja en vuestro p r o yecto. Creo que no me conservareis rencor. Hervé estrechó entre sus manos con visible emocion la que el general le presentaba. —Adiós, mi general, dijo: marcho á comprar el derecho de volver á veros y de continuar prestándoos mis servicios. — N o , á mi no, Pelven, sino á la grande, generosa y fuerte república francesa. —Eso quise decir, dijo Pelven; y haciendo una afectuosa cortesía, salió acompañado d e Francisco. pocos momentos después los caballos de Pelven y del teniente conducían al galope á sus gentes en dirección á Rennes. N o bien anduvieron dos leguas, se vió obligado H e r vé á tomar un camino apartado, con el fin do evitar el tránsito por la ciudad, que ofret d a para él mil peligros. Allí s e separaron nuestros dos jóvenes amigos, dos horas a n tes de ponerse el sol, volviéndo el uno al cuartel general, y disponiéndose el otro á correr los azares á que le impedían, c o n tra todos los cousejos de la Providencia, los fogosos sentimientos del hombre u l t r a jado y del amante celoso. CAPITULO IX A la misma hora próximamente del s i guiente dia marchaba el comandante P e l ven vestido de militar por el camino que de Plélan conduce á Ploermel, y se esforzaba hostigando los bijares de su c a ballo en llegar ¿ e s t e último pueblo antes que estallase la tempestad que hacia a l gún tiempo encapotaba el cielo. Un n u barrón pardo y sombrío, entendiéndose por todo el horizonte, descendía poco á poco hasta envolver la parte superior de la copa de los jigantescos árboles de follaje inmóvil —8f — que por ano y o t r o lado se descubrían. I)e tiempo en tiempo la arena del camino se e s maltaba de anchas gotas de agoá. En toda la campiña reinaba ese inquieto silencio, esa solemne calma en que la naturaleza entera parece recogerse á la aproximación del peligro. De repente d e s g a r r ó el r e l á m pago la superficie de la nube, y una h o r rible de to nación repetida por el eco hizo temblar la tierra, cayendo al mismo tiempo del cielo torrentes de agua y granizo, que ocultaron caVi c o m p í t a m e l e la luz del dia. El caballo del infeliz viajero, d e s vanecido con los relámpagos y cegado con la lluvia, dió un bote de costado, se paró de repente, y luego salió disparado como una flecha a r r a s t r a d o por una furia impetuosa que su dueño no pudo d o m i n a r . Pelven habia concluido por a b a n d o n a r s e sin resistencia, y no sin una especie de sensaciofi agradable, á aquella veloz c a r icra por entre los elementos d e s e n c a d e nados, c u a n d o en un recodo del camino estuvo á punto de ser d e r r i b a d o por el BBLI.au.—T. II. 6 -—82 — choque contra unos veinte hombres;;á;£iC ibuilo que venían de frente* y que p a saron á su lado con la velocidad d e l í f a y o . l í e r v é no tuvo tiempo mas que, para-m*conocer en ellos á otros tantos dragones de la república, y para preguntarles en breves palabras cual era el- motivo q u e les obligaba á ir tan de prisa; pero Ja rapidez de su marcha y el ruido f o r m i dable de la tempestad le impidieron oir la respuesta. Solo \ió que se había vuelto uno de los soldados, y que le hizo una señal con l a mano como para indicarle q u e no avanzase m a s . Una media legua m a s adelante descubrió Pelven otro nuevo grupo de hombres á caballo que corrían hácia él con igual velocidad, y e« el mismo d e s o r d e n . El jóven comandante, que habla conseguido sujetar su caballo, se situó de costado en el camino, é hizo^seña á los fugitivos, porque s e g u n d a s t r a zas eran ellos los perseguidos, para que s e detuviesen. Aquel torrente de hombres y caballos ni aun pensaron e n hachan oou^ra ía débil resistencia que se les ponj#ií>por --•83— (leíanle, sino que, dividiéndose h u m i l d e me;.te en dos secciones al llegar a d o n d e se encontraba Hervé, s e volvieron á reunir mas adelante, dejándole dueño absoluto d e su posicron. — O b a r d e s ! gritó el j ' v e n indignado: -y?lanzando su caballo en la dirección del - d e s t a c a m e n t o , cogió á un dragon por el cintorotf, y le dijo con una cólera que la espantada c a r a del cautivo cambió d e repente en grandes deseos de soltar la c a r — A d o n d e vas tan de prisa, bellaco? — A'-Piolan, señor oficial, que es d o n d e está el primer canton republicano. — A c a s o os persiguen? — N o sé n a d a , señor oficial, necias/ en Floermel que los c h u a n e s estaban c e r c a . Y o no lo creo; pero he seguido : á mis c a ntaradas. — Y de dónde diablos venís? —Por troceemos á la division de H u m bert, que di'be estar ahora en Q u t m p e r ; pero «os hemos estraviado despues de la derroH. —84— —¡Cómo! ¡De que derrota, c o b a r d e ! . a ^ i —Ahí es oada lo d é ojo, señor oüoiai. Os acoiiacjo que uo pa s eis d e P l o e n n e l . si es que paseais por recreo. M a s adelante r e parten leña que es nn gusto. — ¿ Y quien manda á los chuaoes? — U n ciudadano que no debe temer que se le despegue la mano, según los golpes que d a . Y sin embargo es muy guapo. > ^ - ¿ P e r o quién es ese animal! — E s uno qne ha sido rey ó principe, ó cosa qoe lo valga, y á quien quieren mucho. Dicen que ha sido un oficial nuestro quien le ha ayudado á desembarcar. ¡Dadle es presiones si le veis! — Y dime: ¿dónde hemos sido batidos? dijo Hervé con viveza. T ' E n P I u v e g n e r r y m a s arriba en Oamors; p e r o sin deshonrar la bandera, eso sí; ya se vé, les llegaban reelutas de t o d a s p a r t e s . . , . E a Camors, d o n d e hay una hüera desarbólesenos hizo desmontar el general p a w hacer fuego á pie; nos mantuvimos firmes d e árbol en árbol doce hora?,... V eso que estaba allí su p r í n c i p e : yo le vi may bien..vi¡ «J«EH!, getraraWa^dijo* Jal ciudadano Hftmbm,>ttes'de d e t r á s de; íia árbol donde oóniia tranquilamente un bocado con los d e i o s «lanchados d e pólvora^ a g u a r d a n d o que empezara otra vez la danza. « ; E h , g e neral!» dijo, viendo que s e había c o n v e n i do en p a r a r el fuego por media hora, p a r a hacer una visita á la c a n t i n a . . . — P e r o hombre, ¿qué le dijo? preguntó Hervé, sacudiendo el agua q u e había caido sobre s u capote. — « / E h , general! dijo: por vida mía os aseguro que teneis ahí los mas valientes granaderos, dragones f d e m á s gente que he visto.» •—«Gracias, caballero á quien no conozco, respondió el ciudadano H u m b a r t ; t a m bién tencis vos chicos muy bien cuidados y robustotes, y no sois vos el mas flojo.» — P r e c i s o es convenir en que dieron los p r é e b a s d e caballerosidad, dijo g r a v e mente H e r v é ; y ¿dónde está el ejército d e I OS' «asiles en; es te mo n \ c n 1 o ? --«*»í%ie?dóade está? T o d o se lo ha H e vadoiel d i a b l o , contestó el dragon. I n f a n t e - r i a , caballería, cañones y municiones, tocio lia d e s a p a r e c i d o en uu abrir y c e r r a r d e ojos. Nadie s a b e lo q u e ha sido d e ellos. E l pais est» tranquilo como u n a balsa d e aceite, t a n t o , q u e no se vé á nadie. ¿ P o r o vos n o venís con nosotros? — Y o no v o y , dijo H e r v é ; a n d a t ú á s e c a r tu r o p a . El dragon s a l u d ó militarmente con unn m a n o , y ' c o g i e n d o con la otra un objeto q u e le daba Pelven b a j o la f o r m a d e u n a m o n e d a d e plata, metió espuelas al caballo, y salió á e s c a p e . Media hora d e s p u e s se a p e a b a el jóven comando*»^ junto á u n a v e u t a , situada á u n lado del caminn, á un tiro de fusil poco m a s ó menos d« P l o e r m e l , c u y a m o d e s t a f a c h a d a estaba embellecida con -1 r a m o t r a dicional. E ü l r e g a n d o su caballo á un m u c h a c h o que calzaba el incómodo zueco y que le m i r a b a con aire d e recelosa timidez, e n t r ó Pelven en la cocina de la v e n t a , e n la q u e t r e s campesinos, sentados a l r e d e d o r d e u n a vasta chimenea, sostenían u n a animada mmrs&éov en voz -baja; ft o* bien se- dejó —87—»• v&i cesaron de hablar, se levantaron como en señal d e respeto, y acercándose á la puerta por a n a serie de sabias y bien c o m binadas evoluciones, desaparecieron uno t r a s otroy no sin haber echado antes una mirada rencorosa sobre el oficial republicano,? que en aquel momento* dirigía algunas preguntas indiferentes á la ventera. Esta muger, de unos cincuenta a ñ o s , que gozaba de una corpulencia poco común y de un color parecido al de la remolacha, no había mirado en un principio con mejores ojos al distinguido huésped q u e el cielo y la tempestad la enviaban; pero parando mientes en el agraciado rostro del jóven y la política con que s e espresaba, fué c a m biando poco a poco la espresion d e su c i r cunspecta fisonomía desde el gesto m a s avinagrado hasta la sonrisa mas lisonjera, y acabó por responder que baria cuanto e s tuviera de su parle para que el noble c a ballero*. quiso decir e l . d i g n o ciudadano, no sintéesdibaber entrado en su c a s a . Mientras aquella muger le preparaba a l •->m ée cenar» •'sentóse tíervé, eu « a o d e los ba&fitts^é^í'f^iífti a b i a f e M o lac«tónwhe®|t) y í¡ MeíéBdo fJ ééltio ; quq secaba ' s u s f - b o t a s ' ! ^ . capote en el fuego producido pot un gran mfíttójo d e aulagas, proeupó infonnarsetJiMl'i medios indirectos d e lodo cuanto se déeia en el país; pero babia ecbado la cuenta singla' huéspeda, porque la discreta matrona; l e contestó qufi no se decia nada que valiese la pena de s e r repelido; que al buen callar llaman Sancho, y que en boca cerrada no entran moscas. Bien pronto conoció Hervé que no eran la reserva y el amor al silencio las dotes que mas sobresalían en su interlocutora; pero se guardó muy bien de hacer o b s e r vación alguna acerca d e este punto, como se p u e d e suponer, y solo contestó suplicándola que no viese en él mas que un viajero, incapaz de procurar sorprender sus s e c r e tos, y q u e solo deseaba saber si era ó no cierto (pie estaba cerca de Ploermei el ejército realista. A dar crédito á la ventera, no existía nada que justificase esta noticia, d e d o n d e dedujo el jóven comandante que ios s ó i d a - dpftrfrgttivos que habia. encontrado pe.^o anrte&huian de su propia sombra, cosa íjue uocteestpaoo de modo alguno, en atención á áaiter visto huir m a s de una vez á los m e jores: sold ados en presencia de ebtos i n f u n dados ¿ inexplicables pánicos. Mientras cenaba l i m é , trató de r e a n u dar la conversación con la discreta ventor a , empezando por bacer los mayores elor gios de su mérito culinario, y del a¿eo de! servicio. Despues de este preámbulo, creyó que ya estaría suficientemente p r e p a r a d a para pedirle detalles mas esplícilos sobre el estado del pais y sobre los riesgos que podia ofrecer el atravesarle. L a ventera le contestó que á Dios gracias nunca s e la Ital i a ocurrido euveneuar a n a d i e , y q u e s i e i noble caballero pernoctaba en su parador, tendría ocasiou de obsei var que las s á b a nas estaban tan limpias como el mantel y el resto 4el servicio, en lo que no mintió, s e gún pudo Hervé noiar luego por£.<ta$gracia suy m ¿ U ; b u e n a mujer a ñ ad ió *fves-e n lo qu e batíiacttelatíiou a l estado d e l p a i s q u e s q e s - —SOba cu disposición ée decir•• n a d a r e » » ? Ctrl®* zavpor ta seeclllatraaon de qtie no había em t a d o e a éi 'bacía diez años, aunque fácÜfi mente podían haber sucedido en ese tiempo algunas cosas de que ella no tenia la menor noticia. Por lo demás, dijo que era m u y dueño de continuar su viaje si gustaba, é pesar d e que nunca se atrevería á a c o n s e jarle que lo hiciese. Hervé se vio obligado á darse p o r satisfecho coa estas razones: por l o q u e se l e vantó de la mesa, y viendo que halda cerrado completamente la noche, dijo á la v e n tera que iba á dar una pequeña vuelta por el pueblo y que mientras le dispusiesen su cuarto. Una hora despues r e e r e s ó , llevando d e b a jo del brazo un abultado paquete: pagó la cuenta, anunciando de paso que partiría á la m a d r u g a d a , y se retiró á su cuarto, c u y a s comodidades encareció la ventera, a u n que dejándole, como se puede suponer, el derecho de formar otra opinion. ; Al dia siguiente, en tanto que el risueño sol de una mañana de junio >'ppeducé&?®i}ry -o*— mil cambiantes sobre el ligero rocío de tes-* hojas, • último resto de la tempestad de la noche anterior, un viagero solitario marchaba al trote corto de su caballo por el camino abierto al Oeste de Ploermel.*Era un hMibre en la primavera de su vida; El a n * cha ala de su sombrero encubría parte d e sus distinguidas facciones, que formaban un constraste muy notable con su traje, c o m puesto de una ordinaria tela de lana, una camisa de lienza grueso y unos toscos botines de cuero. Ademas llevaba en su mano derecha, á guisa d e látigo, un palo, del cual pendía u n a c o r r e a . Eo s u m a , todo su esterior, á escepcion de algunas particularidades que solo podian estar al alcance de un observador receloso, esa el de un chalan que volvía de algún mercado. A la salida de Ploermel tropezó con a l gunas aldeanas que se dirigían á vender leche al pueblo, y que despues de haberle saludado con c a m p e s i n a urbanidad volviej r á m ^ e & b r a a r t ó c i a a t r a s impulsadas por un ? s « i i r i a s ® r a b r o ; mas despues que hubo atravesado una montaña, célebre en l o s íasios heroicos de aquel pais, no %olvkó« encontrar ningún ser viviente, y las poMi cas habitaciones que descubrió á ambos! lados del camiuo estaban c e r r a d a s y si*l e u c i n e s , como si las hubiese dejado den s i e n a s -alguua- peste. Eu tan estrada --«OMC ledad-, y en medio de una naturaleza quer mostraha. por todas partes el sello de k ra a» o del hombre, esperirnentaba sin e m bargo el viajero una impresión triste y solemne, semejante á la que se siente c u a n d o se recorre uu cementerio. Este sentimiento que en él se notaba iba sin duda m e z clado de algún temor, pues d e cuando en cuaudo el jóven se incorporaba sobre ios estribos para dirigir una inquieta m i r a d a por encima d é l a s aulagas que matizaban ios bordes de las zanjas. Ssn embargo, 4 pesor de que una ó dos veces creyó ver, deslizarse algunas turmas humanas por e n tre los lejanos matorrales, se convención por último que todo había sido resultado d e las creaciones de espíritu, $| Sa sorpresa creció, y sintió hetalaj^st,: sangt e OR sus v e n a s cuando al p e n e t r a r en ana pequeña aldea situada á orillas de un rio./ la halló completamente desierta. Las casas estaban intactas, pero no se veia salir humo p e r encima de los t e j a dos, m se descubría ningún semblante h u mano en las ventanas, ni s e percibía el mas ligero rumor en el interior de las h a b i taciones. El viajero no oia mas ruido que el producido por las h e r r a d u r a s de sil c a ballo al chocar con el desigual piso de las calles. P r e g u n t á b a s e á sí mismo dónde estaba el anciano, el niño, el enfermo, y consideraba, estremeciéndose, la terrible energía d e convicciones ó de sentimientos que pudieron aconsejar y obtener un s a crificio tan general y costoso. S u s ojos interrogaban con dolorosa curiosidad á los desolados hogares, á los silenciosos talleres, á la vacía cuna del niño, colocada al lado de la poltrona de la abuela d e t r a s de la abandonada rueca.- tiernos símbolos del bien destruido; significativos emblemas de la aniquilada felicidad doméstica. C r e í a se el juguete de una horrible pesadilla, —94 — 6 s e i í a i a g i n a b a a t r a v e s a r p o r u ñ a de «ta* ciudades sepultadas de repente, y c u y o árdaria^dfi: cenizas a c a b a r a de ser levantado;, despues d e muchos siglos, : El caminante se apresuró á abandonar aquel pueblo huérfano, atravesando el puente en u n o de cuyos lados se veia r <a cruz de piedra, último signo de esperanza, que mitiga el dolor producido por las ruinas, y no se atrevió i¡ echar pie á tierra hasta que hubo perdido de vista las antiguas torres de un castillo, cuyo aspecto pintoresco hubiera llamado su atención en mejores tiempos. Soltando las bridas de su caballo, le dejó pacer en libertad por el césped húmedo y fresco que tapizaba los lados del camino hajo un grupo de cortados robles, y sentándose despues junto á un manso arroyuelo q u e serpenteaba en el limite del bosquecillo, sacó el joven chalan de s u s alforjas algunas pro\i*io«kS y dió principio a una verdadera comida de e s c o lar, q u e interrumpía de vez en cuando para prestar atento oído á los confusos rumores d e la soledad. Media hora de*})».--. - r e volvió a montar á caballo,; idirigiendo alternativamente sus mirada»-h^eia l o s a d o s caminos q u e se cruzaban, y permaneciendo algunos instantes como incierto de la d i r e c ción que habia de tomar, se dirigió a t fin por el que conducía al S u r . A n d a d a s dos leguas descubrió el v i a jero bácia su derecha las ruinas de una aldea incendiada, y notando una manga de humo que se levantaba de un campo vecino, se dirigió á él, á pesar de la tenaz resistencia del caballo, y separando con su palo las r a m a s de un seto de a r b u s t o s cargado d e flores, vió sobre un monton de paja medio q u e m a d a un repugnante hacinamiento de cadáveres de hombres y caballos, Este espectáculo le a r r a n c ó una exclamación de horror y d e disgusto, y s e alejó precipitadamente de un sitio tan funesto. Mientras tanto, transcurrían las horas, y el m i ¡que e s t a b a ya á la mitad d e s u c a r r e r a , producía un calor abrumador. Al separarse de los odiosos vestigios qu< d^tt&ciftban U proximidad del iiombre. balita marchado el viajero coa mayor Caución, deteniéndose de vez en cuando, para escuchar; pero el silencio que le c e r caba alrededor no era turbado sino por el vago zumbido de las plantas y de los i n sectos que se descubrían en las áridas m o n t a ñ a s vecinas, ó por el triste canto de las, r a n a s que salían de los pantanos. Acostumbrándose por grados á la fantástica singularidad de un prolongado aislamiento en el seno de una comarca civilizada, cesó de pensar en ello,y cay ó poco á poco en una profunda meditación. INo bien ae,sbó de subir una larga é indinada pendiente, le saco bruscamente de su distracción un ruido parecido al crugido de una r a m a al r o m perse, y dirigió su vista á un grupo d e eievadas h a y a s que domiuaba la altura y que acababa de atravesar hacia un momento; y como no viese nada de sospechoso bajo aquellos árboles, ni en la masa verde y compacta que formaban sus unidas copas, prosiguió tranquilamente su m a r c h a . Pero volviendo la cabeza casi involuntariamente no bien anduvo diez pasos, descubrió un —97— espeelóculo que le sorprendí i e s l r a o r d i n n riamente. Consistía este en el r o s t r o d e na h o m b r e a s o m a n d o por e n t r e el foil ají» con u n ojo c e r r a d o y el o t r o i m p o n e n t e pot* u n brillo feroz, y un poco m a s a r riba el canon d e u n fusil a p o y a d o e n t r e dos r a m a s q u e le a p u u t a b a con a t e r r a d o r a precision. — H o l a , m u c h a c h o s ! esclamó el v i a j e r o ; ¿se a c o s t u m b r a fusilar p o r aquí á los v e n dea nos? — &h! eso es otra cosa, dijo el h o m b r e del H a y a , levantando un poco su fusil y volviendo á abrir á medias el ojo q u e tenia cerrado;, ¿teneis la b o n d a d d e d e c i r m e qué h o r a es? P o r sencilla que f u e r a esta p r e g u n t a , no dejó d e a l a r m a r alguo tanto al a v e n turero chalan, porque creyó comprender q u e se le exigía una c o n t r a s e ñ a q u e i g n o r a b a , y e s t a sospecha se convirtió e n dolorosa c e r t i d u m b r e , c u a n d o viú r í ' i r a r x v d e nuevo el ojo del i n t e r p e l a n t e , y volver á t o m a r el fusil su posicion h o r i z o n t a l , 13EU.AU - T . ll 7 —98— — V a s é cometer nn atestado d e «¡n* tendrás que arrepentirle en <sía y en Ja otra vida, dijo entonces con esa frió intrepidez q u e la proximidad del peligro presta é las almas generosas. I Vengo del Anjou: ¿cómo quieres que tenga vuestro pas ? Vamos! prosiguió con tono d e autoridad; baja y te enseñaré otro que vale tanto como el luyo. No bien acabó de pronunciar estas 'palabras, sacó del bolsillo de su chupa un pedazo de papel que agité con ademan imperioso. El misterioso habitante do la Haya obedeció á essta invitación eon una diligencia refrenada por la cautela. S e p a r ó las verdes ramas que le cubrían, y mostrando al viajero el t r a j e de guerra de t i n c a n pesiijo bretón, se deslizó por el árbol, y cogiendo d e nuevo su fusil, que para bajar se habia echado á la espalda, se acercó al viajero»-'7 tom6 á t u p distancia respetable el papel que aquel le presentaba, leyendo con atención y no á n Jalgéai«di¿ íicultad las dos iíueas que estaban en él -—99 — i m a d a s . La espresion de salvaje d e s c o n fianza que se habia descubierto hasta enton* ees en su rostro se cambió de r e p e n t e en alegre sonrisa, y guiñando el ojo con aire de inteligencia al devolver el papel a ¡ c h a l a n , se quitó su s o m b r e r o , y dijo hincando una rodilla en t i e r r a : — ¿ C o n t i n ú a sin novedad m i a m o M r . Charette? ^ - A pedir de boca, buen mozo. P e r o dime, ¿uo es verdad que me t o m a b a s por en espía de los azules? — C i e r t o que sí. — ¿ Y qué hacías en ese árbol? El campesino movió la c a b e z a ; una s o n risa de astucia dilató s u boca de oreja á o r e ja* ^ r e s p o n d i ó en voz b a j a : * n ¿ Q u é ; qué hacia? Atisbas- su venida. - r P e r o si están m u y lejos t o d a v í a ; ¡como q u e J p s dejé ante., de ayer en Vitré! — L o sabia mi a m o : m a s ahora se a c e r can, báciá; aquí. Los habitantes de esos p u e blos, dijo el campesino estendiendo la m a n o hácia e l Norte, lo supieron a y e r , v han aban douadtssus hogares durante la noche, P e r o , " —100—»• con perdón sea dicho, ¿dónde va el noble caballero? ¿A Varmes? — N o , á l ' l u v i g n e r ; espero encontrar allí los gefes, á quienes llevo una órden del g e neral, — ¿ Y qué gefes son? — ¡ V a y a una pregunta! -.Quién ha de s e r sinó él! respondió el chalan, dand> un c a r i ñoso golpecito en el hombro del c i m a s . —¿Fleur-de-Lys? — ¡ Q u é duda tiene! — P u e s , ¡vive Dios' que vais derecho. ¡Si le volvéis la espalda! — P u e s qué, ¿está en Kergant? prosiguió el viajero retirando su mano con prontitud. — ¡ V a y a ! Sí, señor. Allí está él y Mr. Jorge y lodos los demás señores. — E n t o n c e s es necesario que m e dirija en opuesta dirección. Pero me habían dicho que habíais ocupado á Pluvigner... — E s cierto; pero se ha preferido otro partido mejor, prosiguió el campesino m o viendo ia cabeza con aire de supo&icion. Ya os contarán todo eso allá a b a j o . —¿Estáis contentos con t l e u r - d e - L y s - -—101 — — ¡ V i r g e n S a n t a ! ¡Que sí estamos c o n tentos!... dijo el Breton, quitándose el s o m Umro?en a n t r a n s p o r t e de sencillo entusiasm a í |Si e s un ángel! En fia; ya le veréis, mi a m o : se parece* mucho al S a o Jorge q u e está colocado en el altar m a y o r de n u e s t r a p a r r o q u i a . jY qué valiente es! ¡Ya, ya! Lo mismo coje con las manos las balas que le dirigen los azules, que si fueran llores de un seto. Tiene un caballazo negro, qué come pólvora en lugar de avena. Cuando los azules ven al blanco sobre el negro, como ellos dicen, gritan como unos desesperados: «Ahí viene el diablo!» y no paran d e c o r r e r en dos h o r a s . Sin ir mas lejos, ayer pasaron por aquí unos cincuenta, y ya muerden la tierra siete ú ocho á una legua de aquí; en el p r a d o de María Breeh, a ñ a d i ó el campesino con siniestra sonrisa. ¿Habéis olido al pasar el ingenioso asado que con ellos hicimos luego? Esta pregunta hizo estremecer al viajero; un relámpago de ira brilló en sus ojos, y s u s dedos a p r e t a r o n una d e las estremidades de! palo, listas sospechosas señales no pasaron desapercibidas para el chuan, que r e t r o c e - -—102 — die tifo dos pasos clavó una m i r a d a recetas a s 1;íií e l 1 ! Postro del viajero. ' ^ á l c a t o lo que m e dices, prosiguió i m W diatameote aquel, porque buitrera d e s e a d o e s t a r aquí para decir unas c h a n t a s cosas á e s o s pillos. T ú no puedes suponer c u á n grattde hubiera sido mi placer, si hubiera podido esgrimir mi sable en favor d e la b u e na c a u s a . — ¡ A h ! mi amo, ño tendreis que a g u a r ^ d a r mucho ese placer en el punto á que vais prosiguió riendo el campesino. — T a l creo, y también confio en que nos volveremos á ver. Adiós: me marcho, p o r q u e no me será posible hacer andar muy de prisa á mi fatigado caballo, y sentiría llegar tarde á Kergant. —^Demonio! Por mucho que avancéis, nunca podréis llegar sino de noche, a u n q u e loméis por a^gun atajo. P a s a d o el prado d e Alaria B r e c h , encontrareis un camino háeia la izquierda, que os conducirá directamente a! punto que os dirigís. —Gracias, c a m a r a d a . P r o c u r a r é no*otafc darme de tu fisonomía. —103— dijo el chuan a r r a n c a n d o u o a r a m i t a de h a y a ; colocad esto eo vuestro i, porque hay por esos caminos m u s m^s fusiles que no se ven. El chalan atendió tan prudente r e c o mendación, volvió ¡i d a r gracias á su peligroso amigo, y comenzó á bajar la m o n t a n a en c u y a cima h*hia tenido este peligroso e n cuentro,, que felizmente no fué seguido de las consecuencias terribles que prometía. E n un ángulo del prado, que servia de t u m ba á los infelices d r a g o n e s , encontró e f e c t i vamente uo camino estrecho, p r o f u n d a m e n te encajonado entre dos z a n j a s , y tan a p r o pósito para uua e m b o s c a d a , que hubiera d u d a d o m a r c h a r por él si la r a m a de haya n o le hubiese parecido una salvaguardia s u í i ciente.eonlra una s o r p r e s a d e aquella n a t u r a l e z a . El resto de su viaje no ofreció ningún incidente p a r t i c u l a r ; atravesó dos ó t r e s pueblecitos a r r u i n a d o s y desiertos; oyó m a s do una vez eu las breñas que li?njlabaa el camino por ambos l a d o s ruidos y m u r no d e j a r o n de causarle alguna -Uétótfe él¿ s a m b r é r » ; p o n ú l t i m o ^ ictéw> ^ a o f i ^ d e dirigir; jwir dos o tres j Vee¿s;s®lüdos amistosos á algunos iabtadoi-es «¡que parecían ocupados en labores agrícolas^ con una asiduidad á la que uo correspondía de modo alguno el estado-de la tierra que l a braban; pero, a p a r t e de las dificultades consiguientes á un camino abierto apenas, ningún obstáculo entorpeció su m a r c h a . Sin embargo, empezaban ya las tinieblas á s u ceder a! crepúsculo, c u a n d o entró el viajer o en la larga avenida de árboles secutares que conducía á Ja entrada del castillo de Kergant. N o bien llegó á la mitad, echó pié á t i e r ra, y ató su caballo á uno de los palos de una estacada, cuya entrada daba a u n a p r a d e r a . E n t r a n d o sin v a c i l a r e n ella, l a ' a t r a vesó en una dirección diagonal, y despues d e haber saltado una zanja, cuyo lado- mas parecía conocer perfectamente, se r é n u f l vasto la ' Mtíohas de las ventanas »; pero bien pronto continuó s u marcha* teniendo cuidado de evitar la zona luminosa, y a c o r t a n d o el paso, d e s c u b r í a l e en aquella la incertidumbre de un paseo siu objeto. Cualquiera hubiera dicho que s u s m i r a d a s atravesaban la oscuridad y d e s c u brían á cada paso objetos, de los que no se separaba sino con dolor; ya se a c e r c a b a á un árbol, ya á un banco; ora al pedestal de una estátua, ora al zócalo d e un jarrón j i gantesco; todo producía en él una v e n e r a ción religiosa; todo So locaba con ansia, y solo retiraba la mano p a r a llevarla á s u s ojos. Diriase que cada cosa e r a p a r a él un recuerdo, y c a d a r e c u e r d o un amigo. Una inclinada pendiente le condujo á un -laberinto compuesto d e setos d e hojaranzos , y situado en una p a r t e del jardín llamada el bosket* en que la n a t u r a l e z a habia, sido í&feandonada casi á sí misma. Sin embargo t i e n t f e c h ó en trecho los claros abiertos entre idaiúsctiraífflasa d e pinabetes dejaban pene* —106— t f a r liasu la alfombra de y e r b i quo c u u r u el suelo la incierta luz de una noche e s t r e llada. liste apartado sitio e-taba embellecid o por c) murmullo de una cascada, c u y a s aguas, despues de haber recorrido graarparte del jardín, iban á perderse en tas c r e cidas y e r b a s d e un pantano que limitaba el bosque. Hacia algunos instantes que d j ó Ten seguía u n o d e los senderos que s e r p e n teaban bajo aquellas bóvedas de follaje, y que acababa de atravesar un puentecillo echado sobre el arroyuelo, c u a n d o hirió su oido el ruido producido por una c o n v e r s a ción, con tal claridad que aquellos que ha» biaban deberian estar cuando m a s á diez pasos del paseante. Se paró de repente, y encorvándose cuanto le fué dable, pudo d e s cubrir sentada en un banco d e c é s p e d , al que se llegaba por el sendero la elegante , figura d e una muger envuelta ea un c a p u chón. A su lado, y apoyado contra a n ? á r r bol, veíase además un hombre d e corta e s t a t u r a , que se inclinaba algún tatúo ¡-¡hitó*; f alelante-para- h a b l a r . — E s o es una siurazoo, y una ingratitud, dteia-fct desconocido con acento de c a r i ñ o s a d n l a i f a : s t ó f f t o Meo sabéis c u s o o c u p a d a ^ desqu¿ l a n e r a está mi vida; tengo grandes* terriMes deberes que cumplir; si tes desoía* dase seríais la primera á echármelo en c a r a , ó tóete cambiado m u c h o . . . ¿Y c ó m ó q n e * r á s que no m e distraiga con semejantes c o sas en la cabeza? - ^ S í , p e r o no hay necesidad d e engañar* m e , ¿no e s verdad? contestó la jóven con voz ah igada por la emocion ó por la prudencia. Vos no sabéis ni podéis saber nunca lo q u e padezco cuando semejante pensamiento asalta mi imaginación, lo que siento c u a n d o turba completamente mi e s p í r i t u . . . — E s a e s a n a debilidad pueril é inmotiva • d a , prosiguió el desconocido. Ya no o s r e conozco; ¡vos, que antes poseíais un c o r a zon intrépido, un alma tan bien templada, os dejáis abatir ahora por unos presentimientos! - » ; A h ! ¡Ya me c o n o c e r í a i s si no me engañáseis, F l e u r - d e - L y s ! — M u y bien. E s a es la razón por qué os a i f t o c o » tanta t e r n u r a , altiva niña. Kstas palabras y el tono con-que* tecéat pronunciadas debieron resiiluir alguitálíoon» fianza á la joven, pues que abanüoóé «iraé mano á aquel á quien habia llamado Fleurde-Lys, y comenzó á hablarle con apasionan 4a vivacidad; p e r o en un tono tan b a j ó l e solo él podia oiría. Mas notando un iigeró movimiento en unas ramas vecinas se levantó bruscamente, y cogiendo el brazo de su compañero, murmuró con aterrado acento: — ¡Mi padre! Casi en el mismo instante un ruido singular hirió su atento oido: asemejábase al golpe seeo que producen los muelles de un a r ma d e fuego. La jóven no pudo dominar un nuevo movimiento de terror, y conteniendo la respiración, levantó sus manos unidas hasta la altura de su rostro. Pasados algunos instantes en esta cruel ansiedad, dijo F l e u r - d e - L y s : —Venid, querida niña; eso no es nada. La noche y los bosques están llenos de esos r u i dos inesplicables; y diciendo esto, seguia con la jóven los recodos del sendero. Apenas hubieron atravesado el puenteciHo del a r r o - yaelo» el p e r s o o a j e estraño q u e asistió por casualidad á esta misteriosa escena, a b a n donó ú abrigo que le proporcionó el tronco de un árbol, y b a j a n d o el rastrillo d e una pistola que tenia en 1a m a n o : —jTSo era mi h e r m a n a ! dijo. \Es ella! Preciso es a g u a r d a r . CAPITULO X. Aquella misma noche, el comedor del c a s tillo de K e r g a n t , vasta pieza cubierta hasta el techo de encina tallada, veia reunidos,unos veinte convidados alrededor d e una mesa cubierta de una cena opípara y suntuosa. L a señorita A n d r e a d e Pelven ocupaba con mas gracia que majestad la derecha del m a r ques de Kergant, mientras que la eanonesa ocupaba la izquierda, con mas majestad quo gracia* Bellah d e K e r g a n t , severa y r i s u e ña á la vez como una reina jóven, estaba sentada en el centro, frente del m a r q u é s . iüd ai circulo d e los convidados, y d a n d o sollo voce las órdenes oportunas á los c r i a dos con librea color punzó que tenia á so espalda. Tanto los criados como s u s libreas p a r e cerán quizás eslraños, cuando no ridículos, en medio de los horrores de una guerra c i vil asoladora; pero la canonesa Eleonora e r a de opinion de que cada cual debe mantenerse en s u puesto; y por eso habia echado m a s de una vez en cara á la reina el olvido de la etiqueta, principal causa según su modo de ver, de la revolución francesa. La fortaleza de que hucian gala los senadores romanos cuan d a esperaban tranquilos á sus enemigos sentados en sos sillas de martil, era para d í a »B objeto de entusiasmo, y la librea c o lor punzó le sus c r i a d o s , obstinadamente conservada á espensas d e su bolsillo partí— coi»*,' le p r e c i a que debía constituir una eafupié5;de ; ®otitiwacion honrosa de aquel beüísiino rasgo de los antiguos. Aun c u a n do conoció M r , de K e r g a n t todo lo q u e p o dia tener d e pueril esta parodia, se p r e s t a n «v - - _ «^/ - • t el m í o del servicio la misma ostentación f grandeza; y la mesa iluminada con y cubierta d e plata y de poreelaestaba servida con esa efcesiM„ va abundancia que era entonces, como a h o r a , peculiar á aquella provincia. Si el marques y su hermana creian haber conseguido engañar sus recuerdos y endulzar sus penas con aquel fausto, tomado de m e jores tiempos, su ilusión desaparecía ante ia materialidad del banquete; los actores no correspondían á la escena; mas de uno v e s tía la grosera chupa de campesino, y sus manos, endurecidas con el arado, m a n e j a ban la vajilla de plata, en la que se veian e s euipidas las armas de la casa. Eí marques, eon razón, no vacilaba en llamar teéro«s á aquellos rústicos huéspedes, que pocos años antes no le mereriati ni aun el concepto d e hombres; pero habia visto despues correr su sangre, y halládola igual á la suya. Asi se veía que tenía asiento en su bogar d w n é s - ÍKÍO «a rnsma revolución que combatía en el e|r»p»«oo- t o d . s sus fuerzas, y á l a q u e «fiH;*ímfi;>b!« y dignamente n i sii mesa; p e r i era porque había conseguido hacer p r e valece!1'el mayor de sus beneficios, la «nica igualdad soci.d que no es una quimera d e fantásticos visionarios ó un sueño innoble de la envidia, la qne consiste en dar c a b i da en el mismo banquete de honor á todas las virtudes, á todos los talentos y á toda clase de mérito*. La cutía plebeya de Alix, la hija del jraarda-bosqne, que se descubría en uno d e los estreñios de la mesa, anadia un deta-' He mas, tan gracioso como encantador, á todos aquellos contrastes. Mr. de K e r g a n t , que poseí.i un al.na generosa cuando no le estraviaha 1» pasión, fuiso recompensar con esta distindoí! los inolvidables servicios d e que bahía' hecho alarde con sus campaneros d e destierro. La quisquillosa canonesa n o acertaba ó disimular todo lo que de Calía t e nte-par* las p u r a s tradiciones o! ir« as laquellfcftslrtfta confusion de trajes V di eos u m B«&AB.*~T. IÍ. * 8 —I l i bres; sentía estraordinarjamente que s e m e jante discordancia d e s t r í p e s e el electo dé Jas libreas; pero se consolaba cu parte d a n do á este disgusto un colorido.-religión: comparaba aquella reunion con l a s comida!» de los primeros cristianos. . Una rara casualidad nos proporcionó b a ce alguuos años el placer de couocer á uno de los pocos cbuanes que viven todavía, y que lomó parte activa, tanto en las intrigas como en las guerras de la Bretaña realista, mas bien, á nuestro entender, por esa inclinación á las aventuras que arrasta á la j u ventud, que por v e r d a d e r a convicción; p e ro se bahía aficionado tan extraordinariamente á aquel género d e vida, que le veíamos m u y dispuesto á continuarla, si no se le h u biese antojado morirse hace poco- Aquel buen viejo, que había muerto en otro tiempo muchos hombres, nos admiró m a s de una vez refiriéndonos el buen apetito coa que se sentaba á la mesa y la tranquilidad con que seguía su método detvida.^n medio de Jos incesantes y mortales peligros d e un a guerra civil encarnizada. Cuando el - i t s — decía, nos amenaza sin descanso, ft*e l a misma suerte qtie una querida fastidiosa*, concluye por sernos indiferente, Afiadia que, en su concepto, Damocles era m a s meticuloso que una gallina, cuando no hauia podido acostumbrarse á una cosa de t a n poco momento como era tener una e s p u l a «tupendida constantemente sobre s u cabeza. Acertaba á comprender que fuese esto mi si es no es incómodo el primer dia; p e ro q u e colocado él en semejante posicion, no hubiera perdido por eso un solo bocado desde el segundo. Aun iba mas lejos; s e n líase capaz de sostener la tesis mas ligera, cuando no la mas galante, aun estando amagado de un peligro d u r a d e r o . C i t á b a m o s en apoyo de su opiuion verdaderos r a s gos d e s a n g r e fría, que sentimos ciertamente no poder intercalar en esta historia; f ero la corte?:mia, algo pagada de sí misma, del antiguo guerreri lo, n o s p e i m k e pnr lo menos itar y conocer al lector el género de ccnversaetoti que podía llenar ios cortos iní ^ r f c f h s de aquel dramp sangriento y ame- —116 — rizar las comidas de los chuanes a ocho l e g u a s de Quiheroo, y en el espacio que s u cedió entre dos combates, eu los que no se daba c u a r t e l . — S a b e d , mi querido anfitrión, que esta es ana; verdadera cena de boda, y} no así Cérno quiera» sino* de hoda reai, deeia r i e n do un Jóven que ocupaba el puesto de honor d e al lado de la señorita de Kergant, y c u y a s palabras eran escuchadas con e s l r a o r dinario respeto. Sospecho que debéis h a ber concedido uu refugio en vuestro casti lio á todos los cocineros ilustres que la r e volución ha d e s p e d i d o , y esta cena me p a r e c e el resultado del reconocimiento c o lectivo de esos señores. D e cualquier m o do, este banquete vale tanto, en mi c o n cepto, como «n largo poema, aunque, en materia de poemas, los ma¿ cortos siempre me han parecido ios mejores... ¡Dios mió, qué es lo que he dicho; Id señorita de K e r gant ha arrugado el ceño! Si tendré la desgracia de profesar aiquna heregia acerca d e este pauto? — P e r iu menor, ¡>cuor duque, habéis emitido u n a opinion puteramente contraria á fa de !a señorita de Kergant, dijo un c l é rigo -jóv>en, de mirada astuta y rostro d e l i cado, que estaba sentado al lado d é l a c a nonesa. — M i bija, señor duque, añadió el m a r qués de Kergant, tiene el capricho de a m a r la poesía con pasión. —Mny bien; pero yo no he hablado mal de la poesia, sino solo de los poemas, c o n testó aquel á quien todos llamaban d u q u e . -—¿Y qué entendeis vos por poema? p r e guntíó : Bellah sonriendo. - ¿ P o r poema entiendo, s e ñ o r i t a . . . . La Enriade, por ejemplo, que no he leído ja- mas; pero que no por eso es menos s o p o rífera. — A d e m a * de eso, el autor e r a un pillo, observó la canonesa. Yo tampoco he leído su ffenria/ie, pero me han dicho que t r a t a indignamente en ella á Juana de A r e . -<-Vos me lo hacéis s a b e r , señora, p r o siguió el jóven d u q u e , y ahora tengo esta nueva queja contra esa epoyeya. Ett c u a n I t f p ' o e b i a r m e c a b e la honra d e dividir con la señorita d e Kergant la apasionada afición que hácia ella manifiesta; pero aun • que tal es mr modo de p e a l a r , estoy muy lejos de honrar con aque! título á m u c h a s de esas producciones, á que sus autor e s no han vacilado en bautizar de esa m a n e r a . No creo que se pueda llamar á uuo poeta porque evite llamar á c o d a c o s a p o r s u nombre y porque m i d a b i s s i l a b a s con mayor ó menor habilidad, con arreglo á un ritmo convenido. La n a t u r a l i d a d , la sencillez y la espontaneidad, q u e s o u los c a r a c teres de la poesía, según yo lo comprendo, solo son patrimonio de l a s primeras edades de los pueblos y de l o s años floridos del hombre. Las ideas, los sentimientos y los sueños de un adolescente son verdadera poesía; el jóven que ama es todavía poeta; p e r o si se quiere evitar la afectación y el ridículo, preciso es renunciar, p a s a d a 4a mitad de la vida, á esas formas llenas de entusiasmo y de sensibilidad, porque nunca cooseguirtau s e r tiernas y sinceras. S i reis encontrar tesoros de verdadera poewW¡ señorita, acudid á vuestras a n t i g u a s b a l á $ á t —149— tee«t8ií;.¡AH-Veo q u e , s o n r e í » con org$» I k h w . ' E s o , prueba ijue be conseguido mi p o r á o o f . v ¿no. es cierto? Quizás, señores, o f e n d e r é c o n m i s palabras á a l p n bardo desconocido, y, á decir "verdad, lo sentiría; p e r o e s t o n o seria bastante á hacerme, d e s e c h a r la o p i n i o n de que solo es poética la c i v i l i z a c i ó n q u e e m p i e z a , porque, á s e m e j a n z a d e l n i ñ o , H o r a , rie y canta antes de h a b l a r . . . U n p u e b l o antiguo no es poeta s i n o c o n a r t i f i c i o . . . . Se podria comparar m u y b i e n á u n v i e j o pulsando una lira.... U n * arte p o é t i c o signilica en las naciones q u e l i a c o u e l u i d o l a e r a de la poesia... Así q u e , d e s p u é s de Buileau, y aun podria dec i r a n t e s q u e é i , no - conozco en Francia niflgauo q u e m e r e z c a el nombre d e p o e t a . . . ¿sonreis, caballero? Aquel á quien dirigía el-jóven duque, la palabra, era un hombre como de unos c i n cuenta aáos, de aventajada estatura, do rostro aeco-y: amarillo, y de cabeza empolvada con estudio. Estaba sentado al lado de A « f e $ , < á 4 a q¡ue debía contar con el aire Bias s é f i o del inundo las cosas mas g r a d o - sas, si se Habia de juzgar por las c a r c a j a d a s repetidas de aquella. —Vuestra teoria, señor duque, dijo oon gravedad, m e hiere, lo confieso, e n inisiinss caras afecciones. Según ella, debe negarse el titulo de poeta, á un amigo- mió, é quien, según creo, cortaba la pluma el mismo Apolo. El supo ademas intercalar, en la j o e s i a uu elemento que no figura en ella g e neralmente, lo que en mi juicio es una v e r dadera gracia; quiero decir, la utilidad. — ¿ Y cuál e r a el nombre de ese génio sublime? preguntó el duque. — S u nombre, señor duque, debe estar escrito en el Parnaso, como lo está en mi corazon; pero confieso con pesar que sus contemporáneos no han tenido nunca c u r i o sidad de.rasgar el anónimo con q u e procuraba cubrir su musa. — E n ese caso veamos sus versos. El cahaillero estuvo meditando un rato, pagándose la mauo por la frente, despues dijo: « —Felizmente recuerdo algunos. Aquel gr^udf. hombre, señores, no solo era^atftigo —121— rato, sino que lo era también d é l a h u m a n i d a d . Gustaba de darle saludables consejos, encantándola y hasta enloqueciéndola. l i é aquí unos. -Ai que la fiebre lenta ó la tisis a b u r r a , lome lechede cabras, de camella ó de burra. Los convidados no oyeron este admirable rasgo de ingenio sin d'ar las mas sonoras c a r c a j a d a s ; Andrea, sobre todo, aplaudía entusiasmada con la vivaz alegría de un niño. —Caballero, os suplico que reciteis algún otro, esclamó. — G d f r m u c h o gusto, señorita, prosiguió el imperturbable caballero; mi amigo fué el q u e compuso al palo, considerado como alimento;; la siguiente sublime c u a r t e t a : Ün animal estúpido es el pato que vive entre humedades de contino, >sin saciar nunca el gusto y el olfato: vivo, agua quiere, muerto quiere vino. - S o l o á él era dado, señores, descubrir u! - 1 2 2 rnuiiilo cierto número de verdades sinceras, del gusto de ia presente: Lavarse bien las manos es virtud que contribuye mucho á la salud. Cuando hubo disminuido algún tanto el efecto de la expansiva admiración que no podian dejar de producir semejantes obras maestras, dijo el marqués de Kergant: —Disparates son esos de grueso calibre, señores; pero si he de decir la v e r d a d , confieso que los prefiero todavía a esos m a d r i gales, improvisaciones y simplezas p a s t o r i les de que nos vemos inundados iKfce m u cho tiempo por una nube de ingenios de quince ó veinte años, que creen haber conquistado una reputación europea. — P e r f e c t a m e n t e , querido hermano, con^ testó la canonesa; convengo en que los p o e tastros á que te refieres merecen una d o c e na de azotes, mas que meno«. Pero no siempre has profesado hácia sus p r o d u c ciones el desden que ahora manifiestas. Siento no acordarme de uuos versos que —123— ea^afioode gracia d e - : 1 7 7 5 - c o m p u s o cierto marqués, cuyo nombre no d i r é . . . ¡Ah* estos son! añadió la canonesa, dando á su rostro cierta espresion picaresca: A una dama que tenia un perro sobre sus rodillas, — ¡Pero, por Dios! mira q u e . . . dijo con viveza el m a r q u é s . — N o be nombrado h nadie, prosiguió la canonesa: Hoy, desdeñosa beldad, ¡oh, que estraña disonancia! vesnoí la fidelidad en haldas d é l a inconstancia. —¡Ali," señor! dijo B e l l a h , dirigiendo á su p a i r e una mirada encantadora, impregnada de tierna reconvención y de p u d o r tihai. — ; Y por qué os ruborizáis, marqués? K s n es lindísimo, dijo el distinguido y a r i s tocrático jóven, que parecía ser el rey d e la fiesta. —-Oid estos otros, señor duque: -lái— A una jóven. Antique acuséis al amor, este se burla en secreto, porque aumentais su prestigio dándote insultos por premio. Cuanto mas queráis negarle, mas en el amor creemos, pues diciendo que no existe vos lo engendráis en mil pechos. —También son bastante bellos, dijo eí duque. — E s t o y á m a t a r con los poetas, dijo el marqués de Kergant. — ¡ P o r Dios, querido anfitrión! Cuando se ha compuesto una cuarteta á una dama que tenia un perro s o b r e sus rodilla?, no está bien q u e . . . - Perdonad que os interrumpa, duque, contestó riendo el anciano marqués: es p r e ciso saber antes la historia d e esa c u a r t e ta; cierto es que yo fui quien la hic,e. — ¡ A h , ja, ja! ¡Al fin confesad! • — Pero fué el resultado de un desafio; empeñé mi palabra, y era, peeesario h a c e r l a . . . . ó mot i r . ' — ¡ P a r d i e z , q u e e o aquel tiempo deberíais tener poco amor á la vida! Preparábase el marqués á responder en el mismo tono ligero y casi.impriidente, c u a n do vió levantarse de repente á su bija, p á lida y absorta, con la vista fija en el á n g u lo del salon, donde estaba situada la puerta de e n t r a d a . P a r t e de los convidados habían dirigido también sus miradas en la misma dirección con aire de sorpresa y casi de inquietud. El marques volvió la cabeza, y se,levantó precipitadamente, no bien d e s cubrió en la puerta á H e r v é , vestido de c o mandante republicano* con la cabeza d e s cubierta y sin. e s p a d a . A n d r e a soltó un grito. . — S e ñ o r marqués, dijo id p u n t o Pelven, cuya agraciada y grave fisonomía aparecía algún tanto alterada con la fatiga y la e m o ción, vengo á pediros hospitalidad. Por motivos que,quizás no os sea difícil adivinar, ya no hay para mi seguridad cu las Illas republicanas. Advertido á tiempo -de la muerte q u e me esperaba, lie creído que h a bría m a s - l o c u r a que valor en arrostrarla y puesto que uosoy mas q u n un proscripto, vengo a confundirme con mis compañeros de infortunio, s i he contado demasiado ligeramente con vuestra antigua amistad* me iré á a r r o s t r a r en otra parle una vida d e s graciada, primero que volver á esgrimir mi espada en defensa de esa causa ingrata y desagradecida por la que no vacilé en s a crificarlo todo. Los convidados escucharon en medio de un silencio triste y solemne las palabras del jóven oficial; todas las miradas estaban fijas en el marqués, cuyo rostro habia perdido la pasagera espresion de festiva b o n J a d , para volver á tomar el carácter de noble severidad que le era habitual: — C a b a l l e r o . . . . dijo dando un paso hácia su inesperado huésped. •Pero en vez de seguir la f r a s e altanera que aquel principio anunciaba, cogió de r e pente al jóven por la mano y atrayéndole le hácia-si: -127u —«Hervé, esclamó con voz .enternecida, ¡jíijo mió! ¿ Q u é podría negarle j o ? ateetuosa acogida, que Hervé no pudo imaginarse nunca, le turbó e s l r a o r d i n a n a m e n t e . Al recibir el cariñoso abrazo del anciano, sintió circular por sus venas un írio glacial. El recuerdo del papel doble que íepre^cíitaha por la primera vez en su vida, le pesaba c*mo un remordimiento, y mientras balbuceaba algunas palabras de r e c o nocimiento y gratitud, un matiz sonrosado linó sus tosíaílas mcgillas; pero habiendo tropezado su vista con 1a ardiente mirada del personage que tenia a su d e r e c h a , U señorita de Kergant, recobró instantáneamente; su firmeza de resolución. Kl marqués que se habia vuelto entretanto bácia sus convidados, les d»jo: — S e ñ o r e s , me cabe la honra de p r e s e n taros al hijo del conde d e Pelven, que fué arra>trado á las ideas revolucionarias por i s e entusiasmo propio de la juventud, que también consiguió estraviar a nuestros n o m bres mas ilustres en la engañosa auri.ra ¡.de esta era de luto. Yo no dado que hará m u - eiio t i e m p e ^ f . r i ^ i e f i ^ ^ i r a ^ s í u s í k á b ü e & í acawm de romp< r uuascadenas que solo ^ u ^ do forjar un pundonor t x a g e r a d o . O» suplico^ pues, pues,, que le adiuitais en vuestro seno. c<iu la distinción que isetie- derecho á exigir un joven que une al gran cariño que 1« pro-i feso un valor á loda prueba. Los convidados respondieron con e n l u - , siastas aclamaciones, acompañadas del que de los vasos: uno ¡solo de entre ellos, aquel que, á: pesar.de su juventud, parecía ser el primero, se contentó con iucliaar la cabeza con política gravedad. Hervé accediendo á Id imitación que el marqués le habia lucho, se colocó ai lado de Andrea, q u e festejaba su venida con m:! escesos de alegría, hasta el. punto de verter lágrimas de gozo. La señorita de Kergant,. mas reservada, ó quizás mas pensadora, no concedió al compañero de su infancia otro favor que una sonrisa fúnebre y glacial, dirigiéndole algunas vaga* miradas, en quo se manifestaban la inquietud > la d u d a . Poco á poco iba suctdieudo un echara- —129— silencio á tft tumultuosa agitación producida por la llegada del jéven refttifc irano, El jóven duque, que estaba sentado a! lado de la señorita d e Kergant, f u é á étiie© que conservó su aire de orgnllosa superioridad, } con una solicitud d e muy buena -oeiedad, trató de r e a n i m a r - l a conversación, helada en los labios de los concurrentes por la p r e sencia de un individuo vestido cotí un u n i forme tan aboriecido de todos. El timbre de sn voz, de una melodiosa sonoridad, h i rió notablemente á Hervé, despertando en su mente un apagado recuerdo. N o ' c a b í a d u d a alguna al jóven comandante de que se hallaba en presencia del gefe misterioso < n coya basca habia ido al castillo, de aquel hombre á un tiempo enemigo político y ri val sayo, de aquel héroe realista que en tan corto número d e dias habia sabido elevar á tonta altura la fama de sus hechos de a r ma*. Estudiábale, pues, eou la mayor c u riosidad. E r a un hombre d e baja e s t a ' j r a , aunque de gracioso y varonil talante; r e p r e s e n t a b a BEU.AH T. II. <Í de veinticinco á treinta afáos; cabello* 4 e wtj color negro pronunciado a d o r n a b a n su fíen** té espaciosa: su boca estaba dibujada* q n i z l con demasiada perfección p a r a su sexo; p e ro U altivez de su f r e n t e , la severidad del perfil de su nariz aguileña, y solire l o d o la casi irresistible impresión d e s u m i r a d a , T C * ¿(filaban notablemente sobre los pocos r a s gos d e femenil belleza e s p a r c i d o s por su semblante. Pelven creyó distinguir en la fisonomía del desconocido algunos d e los c a r a c t e r e s distintivos de una familia ilustro; pero d e resultas d e la educación aristocrática que habia recibido, tenia senas m u y e x a c t a s d e los individuos de la c a s a d e B o r b o n p a r t * q u e déjase de reconocer a! punto que n o convenían al jóven gefe r^ue tenia á su vista n i n guno de los nombres que se le atribuían públicamente. Quien quiera que f u e s e , sin e m bargo, tenia u n a s afecciones y una a p o s t u r a v e r d a d e r a m e n t e régias. S u conversación, que era e s c u c h a d a con notable atención poi4 los convidado», estaba llena d é gtarfá 5 , • W á ^ l,ili.!.'d y fuerza d e p e r # a s i o f f ¿ H * M —131— siqo %ue Je estaba reservado todo el poder d ¿ l a ¿seducción para alcanzar do qun a la victoria* 'o mi>uio sobre los s> Idudps q u e sobre las mugieres. T a n t a s cualidades favorables amontonadas sobre un solo bombre, hacian desconfiar de él y qus su amistad pareciese peligrosa. , Ilervé, pues, se estremeció cuando s e a>ó*llamar por aquel que era el objeto d e toda su atención, y á quien designaremos e a adelante con el nombre de F l e u r - d e - L y s . — S e ñ o r de Pelven, dijo este personaje: ¿me,4ais permiso para que beba á la salud del feliz-acontecimiento que nos lia proporcionado la dicha de teneros en nuestra c o m pañi a? —Caballero, contestó H e r v é , esforzándose por mostrar una sonrisa e n sus labios; ó m u c h o me engaño, ó e s ¿ vos quien debe t r i b u i r é gracias, si es que el caso las m e rece,, — S e ñ o r c o n d e , replicó afectuosamente F Í £ u r - d e - L ) s ; 6 yo me hallo también en un ert'ftf, mi, cierto t e n # vuestros serví- -132cios s r o j w é w é o t i e i a v u e s t r a . m a*. ^ - Q s « p á e s o * dijo H e r v é e m m t o n f r l e ^ tivo, que uo os perdonaré lan íaeilmfote cierta mal a p a s a d a q u e me habéis jugado. Dios gracias, no pesa sobre mi e w + ciencia. Hé aqui el culpable, querido c o n d e , añadió el jóven, mostrando á Hervé u n c a m pésino de c o n s t i t u c i ó n hercúlea. Yo espero q u e perdonareis á Jo¡»ge la primera vet que tenga ocasion de entrar en fuego. — P e r d o n a d m e , señor coude, dijo Jorge sin poder refrenar la risa; p e r o se t r a t a b a de salvarnos todos, y a d e m a s , una puñada á nadie deshonra. — Y o no digo que m e haya d e s h o n r a do, r e p u s o Hervé; pero sí q u e m e ha l a s timado. ¿Supongo, señor Jorge, que vos seríais u n a d e aquellas señoras que se e n tretenían e n jabonar ropa aquella noche de feliz memoria en el valle de las fantasmas? ¿Podría yo sin temor de parcceros i n d i s c r e to preguntaros el objeto d e aquella inocente broma. — N o me habléis de eso, dijo H e u r - d e L y s : estos bretones tienen uu arrojo que r a - ya en lot-ura, y creyeron ^ s w f o í a r ® e eon que os aseguré 4levé may,«rmü. — ¿V no podría saber, setVr Jorge, ea virtud de qué arre mágico pudisteis sufrir impunemente el fuego que os hicimos? — O s lo diré, cahal'ero, respondió Jorge: mi gente tiene una admirable sangre fría* los tengo acostumbrados á precipitarse sobre la artillería enemiga y tenderse en el suelo de c u a n d o en cuándo, pura que p a s e p o r e n c i m a de ellos la metralla...» ya h a béis visto con qué precision ejecutan está maniobra. La señorita de Kergant se levantó d e la mesa no bien hubo acabado de hablar el buen J o r g e ; cogió la mano que le ofrecía Kleur-de L j s , y todos los convidados p a s a ron á un salon vecino adornado con r e t r a tos de familia. Al contemplar H e r v é los graves semblant e s d e aquellos antepasados testigos venerables de los felices años de su infancia, no p u do menos ctejéntrar en comparaciones acerca dola Mefifiurade aquellos tiempos y los pesares —134— y sobresaltos que le asaltaban ert ta a c t u a lidad. E n tanto que los demás individuos lite lá sociedad, dispersados en varioS jrrüpo* por el salon, Se entregaban á e«as conversaciones espaiwvas, á las que predispon? siempre una opulenta comida, se retiró é l a l alféizar de una ventana. N o biéri se h i p a coleteado alli, cuando se le acercó Beflah con aire de distracción y alegría, dirigiendo á sil vez algunas palabras á las person a s qué encontraba al paso. De repente, cambiando de tono y de espresion llégó al lado de Hervé, y le dijo con celeridad y en voz baja: —HerféV ¿qué habéis venido á hacer aqui? —Dios es testigo, respondió el jóven, d e que hubiera preferido el géuero de m u e r t e m a s ignominioso ó poner los pies en este recinto, si hubiera podido sospechar lo que en él debia ver y oir. — H a b l á i s demasiado enigmáticamente, señor de Pelven, dijo Bellah con aquella sosegada altivez qtre constituía uno de sus m a y o r e s encantos. - 1 3 5 - —Bellah, es clamó Hervé; hace una hora m hallaba yo e a el bosque de abetos. —¿Ei» el bosque de abetos? repitió t a señorita de K e r g a n t , r -spondíeiido con Una mirada de virginal pureza a la ojeada a c u sadora que H e r v é la habia dirigido at p r o nunciar sus últimas palabras. , L a voz de su p a d r e que la llamaba, puso térmíim á la conversación. La jóven dirigió una mirada al cielo, alzó ligeramente los. hombros, y s e alejé con semblante pensativo. 1 Cuando algunas personas se admiran de la facilidad con que hasta los hombres de m a s talento se dejan e n g a ñ a r por las m u jeres á quienes aman, no tienen en c u e n t a la propensión natural que existe en n u e s t r o c o r a w r o á abrigar esperanzas. L a p e r s p e c tiva que s e ofrece á los ojos d e un d e s graciado se halla llena de ilusiones; él mismo es el primer cómplice de los engaños en que se ve envuelto, sucediendo muy á menudo que los hombres somos los p r i meros que presentamos á las mujeres el velo con que nos ciegan. — m — nS#lamwíttei«08 pal a br í^ I m ii garo¡ sge sí^; de sorpresa* v Jahia^íbastad® bpat« ús% e®*set<íaiin® d e i f f i r « é tototestimoniss que unos momentos «a** t e s consideraba como irrecusables. Trina k s i memoria la inocencia y altivez d e s o hermana adoptiva; creia w v todavía ia pura luz de sus o j o s echaha en olvido el refinamiento de hipocresía que suele c e ñir á veces una frente perversa con la falaz aureola de la virtud, y se reconvenía por haber ultrajado con vagas sospechas á una criatura merecedora d e tanto respeto. Y sin embargo, la esc-'na del bosque de a b e tos era un hecho consimi «do. Y a volvía á sumir á lit i sé o t e i c e u e i d o en nuevos t o r m e n t o s ) ansicdade*, cuando una mujer agitó al. pa«ar la cortina, d e ltas. de la que se hallaba medio oculto; aizó la cabeza que tenia iu-linada bácia el suelo, y reconoció el semblante pálido 1 y enérgico de A ü x . Por muy inverosímil que pudiese, ser; la idea que hizo surgir en su mente la a p a rición repentina de dicha mujer, no dejó ^ r e s t r d e a e o g e r l a c o m o u n í r e f u m o para swtmn sttsidttítas f e s p e W z a i í Entonces, p a r a n d o su atención e n un g r u po en que reinaba una gran animaeioü'y en qt»eáé lurikbaa Bellah y F l e u r ^ d e H L y i f f u d o convencerse d e que el jóven héroe realista, si n o tenia .todavía- lo& títulos p a r a s u a b o r recimiento que él habia supuestos hacia p e r l o - m e n o s todo cuanto estaba de su parte por obtenerlos. Observábase que la presencia d e Bellah le hacia aparecer m a s erguido y que se esforzaba por a g r a d a r l a , haciendo con este fin alarde en presencia de- ella de lodos sus recursos físicos y morales. Bellah aparecía hallarse bajo el influjo d e las palabras de F i e u r - d e - L y s , y Hervé hasta llegó á creer que advertía en los ojos de la jóven una especie de admiración apasionada, que despertó en su^alma s u s mal amortiguados celos. A c o r dóse con e s t e motivo del verdadero objeto de su viaje á K e r g a n t , y ?e echó á sí mismo en cara el no haber abandonado el papel prestado que estaba desempeñando, y el estar conservando la máscara con q u e se encubría durante m a s tiempo d e l o . q u r . era necesario. Aproveehati-lo un momento, en que se hallaba callado su temible rival, acercóse á él, y le dijo: —¿Temlreis á bien, caballero, escucharme palabra, antes de que me Sigue para siempre á la causa de que vos sois tan digno representante? Ciertamente» yo no me hallo en situación de p >der señalar precio 4 mis servicios; pero tanto p a r a s a tisfacción vuestra como mia, y d»ré mas, para mi honor, conviene que se defina claramente el carácter que estoy llamado á.-representar aquí. Creo no equivócame,- caballero, suponiendo que vos os hailais r e vestido d e las facultades suficientes para diciar un falio absoluto respecto á mi p e r sona. ; Mientras pronunciaba Hervé las anteriores palabras, la investigadora mirada ,d»d jó^en realista no cesó de estudiar aienlainepjte su rostro, contestando en seguida con pint guiar sonrisa.* —Estoy completamente á vuestras denes, caballero Pelven: en lo qqe hattfis pedido no h-iheft hecho cesa qtfé' prevenir mis deseo*... La n o d w e s t á h e r m o s a . . . ¿quereis que v . j a r n o s á d a r tin paseo por el j a r d í n ? . . . AHÍ podremos h a blar sin que na<ii¿ IM>S escuche. Hervé hizo una inclinación respetuosa en señal de asentimiento. Pero «hora que uw a c u e r d o . . . repuso F l e u r - d e - L y s , querido m a r q u e s , no parece sino que t r a í a m o s al caballero Pelven como á üít prisionero. Observo que no tiene c e ñid» la espada, y para un militar valiente, c o ñ w lo e s él, es ese un terrible c a s tigo inmerecido como el que mas; yo os rífelo, m a r q u e s , que traléis de e n m e n d a r í a falla en que hemos incuriido involuntariamente. —'Tenéis sobrada razón, señor d u q u e , dijo el m a r q n - s ' vos ni» hacéis acordar de que e* llevado el momento de restituir á Hervé parte de la herencia que hasta ahora se le habia m-jcario. Diciendo y haciendo, el marqués se lie— gó A una-coa«ote. y sacó de ella una l u jos* espada, que puso en manos de Hervé. 140-— os pertenece; es la V p a d a d e v u e s t r o drev y aun no o s la hs»bia entregado,: porque no queria qi.e la blandiesen manos qua no fuesen, como las d e vuestro ilustre asi» ©endiente, enteramente fieles á nuestras s a gradas instituciones. La pongo en vuesito poder, en la confianza de que nunca ia esgrimiréis en contra de nuestra sagrada cruz ni de nuestras sagradas tlores d e lis* <•••••• Al oir estas palabras, volvió é. asomar la sonrisa en los labios del jóven dttque, — Y o respondo, en nombre del caballero d e Pelven, dijo, que l a c o n f i a n z a J j u e en él habéis depositado es muy merecida.. y que difícilmente pndia; llegar; mas á tiem* po, añadió en voz baja volviéodose d e e s paldas y ^ m i n á n d o s e :hácia¡ila paertas; Pelven se ciñó ia espñd&rdando gracias al marques de Kergant con^cée&Biftoaie estudiada reserva que habia emplead&desde su llegada en todos sus actos. y que este atribula a la natural* turiíaeíoi-fHo ducida en aquel por haberse: vista; ofeti*gado á ir allí casi á la fuerzflV^EiiMiegw- dansaltó- del' salon, siguiendo los pasos de ntravesaron en seguida m vestíbulo decorado con a m i g ú a s « r m a d u r a s , pasaron u n o de los puentes « c h a d a s -sobre los fosos, y s e hallaron á los pocos momentos después en el jardia del castillo. Por un simultáneo y secreto i m pulso continuaron andando rápidamente, cómo s r no hsíliosen un lugar bastante s o litario para tener la esp ieaeion que p r e p a r a b a n , y c u y a s consecuencias sabíao a r a bos m u y bien cuáles hahian de s e r . Llegaban ya muy cerca del bosque de abetos', cuando sonó á sus espaldas un r u m o r de pasos precipitados. P a r á r o n s e y se hallaron con la señorita d e K e r g a n t , que con fatigosa respiración dijo: — S e ñ o r d e Hervé, tengo que hablaros necesaria me nte. H®?véno f u e dueño de contener u n a d e mostración de violento despecho^ y replicó: — S e ñ o r i t a , os ruego que me d i s i m u l e ^ pero habéis sido testigo del obserpiio que he pedido al s e ñ o r . . . al señor d u - y-> teqdria depechm para: aettsartpe.i COrtós f ililíieSC..i íf oT»q — E i señor duque, interrumpió Bellah coa i%rm ,viveza, < es en e & w w - i t f a o i t t y me cederá la vez para hablaros, ¿si, j f t se> lo a p l i c o . -i S e g u r a m e n t e , dijo F U w - d e - L j s eon un tono de reprimido despecho q y e n o 4 o e r a familiar, ta señorita Kergant sabe que siempre puede disponer de mi coma g u s t e ; , pero el caballero Pelven me inferirá un agracio si llegase á pensar que solamente á él le molesta esta tardanza. El jóven d u q u e hizo una reverencia, y se p e r d i ó de vista, internándose t u l a e s pesura del busque. , :, La señorita de K c r p j U anduvo a c e l e radamente algunos pasos en torno s u y o , para cerciorarse de que nadie sino l i t r v á p o d r k ; eisia, , y dyo á este cogiéndole con s u a p t f a d ; p o s un brazo: ^-mllervé», eso no p u e d e llevarse á cabo, i»; s e r v a r a . — ¿ Q u é decis? repuso o&cnga- liaise * duda; ae«-iva de n.i* dpsígni*? engiiuo, tii el tampoco; p*ro ese lance no puede v e r i f i c a r a ; s i i n «Ittbi» yo Iré enterar de todo á mi p a I k i vé, no m e afhjais mas, os lo s u plico encarecidamente. ¡ ¡ ; — O s faligai* en vano. Si vos quisieseis, como decís, evitar este iauee, HO necesitaríais mas para ello qae pronunciar una sola palabra: si os negáis a pi-onunvciarlii, no os quedará ya mas q u e hacer que llevarme a morir por vuestras p r o pias m*nos; nadie mejor que vos conoce el carácter de \ u e s t r o pa<lr<>. Bellah, ¿quién era la mujer que se t> tillaba hace una hora en e s t a s inmediaciones, cogida del brazo de ese jóven? la señorita de Kengant sintió Asquear sus tapizas, y fue á apoyarse en el p e destal de una estatua, permaneciendo iíWi algunos instantes con la cabeza inclinada, sin respouder ni una p a l a b r a . ' S u r e s p i ración era dilicil y dolorosa; per último, e s c l a m ó c o n voz ahogada y sm'tAmt* li- n§ftP%R4 stíétO:-'-' . — E s » m u j e r . . . era yo. — ¡ V o s , vos! ¡Justos cielos! griió Herve retrocediendo dos pasos, virtima de «a terrible espanto. Conque es decir, anadié después d e u»a breve p a u s a . . . p a r p e « f ? eesitu oir también esa contestación de «Metros labios... ¡Conque es decir que e s v u e s tro amante! Bellab, colocada en una poslcioo angustiosísima, ocultó su cabeza entre sus m a nos, y con voz casi imperceptible, dijo. - Mi a m a n t e . . . sí. — ;Pues bien! ¡Adiós! dijo H e r v é . — ¡ A dónde vais! esclamó f u e r a de si la señorita de Kergant cogiendo á H e r v é de una mano; ¿qué vais á hacer? ¿Cuáles son vuestros designios?... ¿Qué le diré y o i u f g o á mi padre cuando me pregunte?.. — P o d é i s decirle que he venido aquí en clase de espia, descargando sobre mi los mas horribles dicterios; qué me importa á mi nada de este mundo? ¡Adiós, adiós para siempre! Al acabar Hervé de decir estas palabras, rechazó cou dulzura la mauo de Bellah, —145— y se alejó á loda prisa, én lanío que la infortunada ni ña caia desolada de rodillas delante del pedestal, descompuesto el ca« helio y sollozando amargamente, viv.i i m a gen de una pecadora arrepentida al pie de un ara antiuua. BELLAH.—T. II. 10 CAPITULO XI. Pelven, despues de haber atravesado e foso que separaba el jardín de la vecina pradera, se internó en la sombría avenida donde se hallaba a t a d o su caballo. E l pobre animal, de quien nadie se habia acordado por reclamar la atención de todos acontecimientos de mayor importancia, s o l tó un ligero relinchó al descubrir á su amo, y alargó su fatigada cabeza para implor a r de él una caricia. N o habrá quizás un solo hombre en c u ya v i d a no pueda contarse uua d e e s a s —147— horas m a r c a d a s por la traición y ia i n gratitud» en que el menor testimonio d e afecto, aunque proceda del ser mas h u milde, no le conmueva hondamente, y no le descubra mas clara y distinta la idea del abandono de que se halla siendo v i c tima. Cuando nuestro corazon se e n c u e n tra rebosando sufrimientos, la menor cosa basta para desbordarla. H e r v é , m u r murando algunas palabras confusas, a c a rició con la mano á su antiguo compañero de glorias y fatigas, y despues se sentó en el suelo, anegados sus ojos en l a grimas. Despues de algunos minutos c o n s a g r a dos a amargas meditaciones, levantóse, é irguió !a cabeza como para hacer frente al destino. El temor cierto de un mal tiene puf lo menos la ventaja de que quila todo motivo á la terrible d u d a , que es el martirio mayor del alma. En cualquiera parte q u e fijase Hervé su imaginación, no descubria oirá cosa que males, o b s t á los y hasta una especie de imposibilidad de continuar existiendo. — 1 4 8 - Vfia desvanecerse ante su vista los duVees ensueños de su porvenir, lo mismo que; los de su pasado: el recuerdo de los s e r vir i \s prestados, de la conquistada gloria* todos los varoniles consuelos, en fio, que el hombre puede invocar en auxilio d e su debilidad ó de su desgracia, le estaban negados en aquellos momentos. Contra todos sus proyectos, no habia sacado otra cosa de su loca empresa que la conservación de una vida ya inútil para él, desde el momento en que se vió deshonrado v d e s deñado de la que amaba. Aislado, enmedio de un pais enemigo, ai aun podía a b r i g a r al menos la esperanza de conquistar po» medio de u»a acción distinguida ta estima de los suyos. ¿A d i n d e hahia d e dirigir sus pasos, sospechoso y traidor de a m b o s partidos? ¿Bajo qué techo podría ^considerar segura su cabeza, entregada » a execración de ¡os dos campos enemigos? Engolfado en tan confusas reOeesio^es,; habia llegado al punto mas l e j a n o / d e la avenida que conducía al castillo, , t xiw#da« hirió su oído el acompasado rumor, de p a - —iiOsos de fuerza a r m a d a , y antes de que Imbiera pódido entrar en mas averiguaciones, se halló rodeado de bayonetas, y sintió sobre su pecho el contacto de la punta de un sable. — R í n d e t e , dijo una voz dura é imperiosa. — ¡Francisco! esclamé Pelven. — ¡ H e r v é ! Contestó el teniente retirando su sable y estrechando ia mano de su amigo: jHervé! ¡Loado sea Dios! ¿Quién habia de creer que anduviéseis vivo por estos sitios? —¡Francisco! volvió á decir Hervé con el tono d é l a mayor sorpresa. ¿Qué significa esto? ¿ D i dónde venís? ¿Cómo habéis p o d i d o ? . . . ¿Qué gente es acompaña? — ¡ S o m o s nosotros! esclamó una voz r o n c a ; los intrépidos Colibrí y y o , que v e nimos en busca de nuestro comandante ó de la muerte, a r r a s t r a d o s por el efecto moral. ' —¡Ah buen Broidoux! replicó Hervé: tu no serás de los que crean que yo b a ya tratado de seros traidor. ¿No es "cierto? —150— — ¡ B a h ! Mi com and an le, ¿ereeis q u e u e hemos olido todos la trama? Y el p t f m e r o ha sido Colibrí, que tiene unas a s o m brosas narices para su e d a d . — P e r o esplicadme en nombre de los cielos, Francisco, eselamó H e r v é : ¿cómo h a béis podido caminar en mi seguimiento y llegar hasta este l u g a r ? . . . ¿Dónde habéis dejado al ejército? ¿Donde está el general? Un poco mas distante de lo que yo querría, c o m a n d a n t e . . . P e r o ante todo d e cidme que tal lleváis vuestra aventura. ¿ H a béis logrado penetrar en el castillo? — S í , he entrado, y he hallado allí á todos los que buscaba. Por lo demás, no m e preguntéis acerca de mis planes, pues todos han venido en un momento á t i e r r a . Ahora á vos es á quien toca p o nerme á mí ai corriente de lo ocurrido, porque no sé todavía si os ha traído aquí u n motivo funesto ó venturoso. Francisco, llevando entonces aparte al comandante, le contó que en la misma n o e b e que sucedió al dia de su m a r c h a , h a bía abandonado sus cuarteles el ejército — 1 5 1 — republicano; que el cuerpo principal de el se hallaba ya en Ploermel; que tres b a tallones, entre los que se hallaba el de Hervé, habían practicado un reconocimieato basta la pequeña aldea desierta por d o n de habia pasado Pelven por la mañana; que corrían voces de que las fuerzas de los blancos se habían reconcentrado un p o co mas hácia el N o r t e , en Pontives; que el general, inquieto por l a suerte de H e r vé, habia encargado á Francisco que hiciese por salvarle todo cuanto estuviese i su alcance, y que él, viéndose á tres leg u a s escasas de Kergant, habia resuelto avanzar hasta allí por medio de una marcha á favor de la oscuridad de las n o che, haciéndose acompañar de u n o s s e s e n ta hombres, entre los cuáles habían ido admitidos, por pedirlo ellos mismos, todos ios que habían formado parte de la escolta de los emigrados. F r a n c i s c o pregunté en seguida á su comandante si se hallaba g u a r necido el castillo p o r m u c h a s fuerzas, y si podriau dirigirse sobre él sin riesgo d e ser euvueltos. H e r v é contestó que no h a - — 1 5 2 — bia observado v e s t i g u alguno d e g u a r n i eion ni de«ii'O; ni en los airededores del; ; castillo, en el cual nadie tenia la menor noticia dé la aproximación del ejército r e * publicano, como que babian cenado en él con la i m n o r tianquilidad unos cuantos, oficiales realistas. Añadió algunos detalles acerca de la persona de F l e u r - d e - L y s , ; quien no era en su concepto la persona que creia el general en jefe, y concluyó esciamando: — Y ahora, ¿cuáles son vuestros planes? — C o m a n d a n t e , si lo que decís e s c i e r ^ to, bien merece la pena de que avancem o s á sorprender á usos rebeldes e n su guarida. La captura de Fieur-de-Lys e q u i valdría á una victoria. — E s o es imposible, interrumpió H e r v é con viveza. —¿Imposible? ¿Por qué? N a d a es, por el contrario, mas sencillo, según las n o ticias que acabais de d a r m e ; y s e r i a r e n ; mi concepto, faltar á lodos nuestros d e beres el no aprovechar una ocasion tan propicia* — 153— —¿Pretendeis, acaso, enseñarme mi obligación, caballero? esclamó Pelven. —¡Hervé! dijo el jóven teniente con el tono de la mas penosa sorpresa. ---{Ah, es exacto; obró malí Si, muy mal, esclamó Hervé, cuya agitación e r a escesiva: mi deber es evidente, incontestable... pero ¿cómo quereis que yo c o o p e re á esa violencia, sangrienta quizás? ¿Y contra quiéu? ¡.Contra el amigo de mi p a dre, contra mi antiguo protector! ¿Y pretendéis que, ahogando mis recuerdos, ponga yo mi impia mano sobre ese anciano? ¿Ignoráis que tendría que realizarlo en su propia casa, en aquel'a misma mansion en que por tanto tiempo-he sido considerado como hijo? ¿Ah, de ningún modo; es imposible! ¿Había yo de a r r e s t a r también á esas m u jeres, y de entregar a ese hombre, quien quiera que sea? No, Francisco; os lo r e pito: todo eso es odioso, repugnante, y aunque * peligrara mi cabeza, nunca lo bar i a , ' n i c o n s i u t i r í a que nadie lo hiciera. — E s p e r o , mi comandante, haceros ver eon meaos repugnancia la necesidad en que los eficontramos. El general ha previsto el caso de que pudiera p r e s e n t a r s e si se encontraba en K e r g a n t , y MIS instruccion e s bastan á disipar vuestros escrúpulos. Me o r d e n ó muy particularmente que no arrestase á ninguna mujer, y manifestó a d e m a s que dejaria en libertad de t r a s l a darse á Inglaterra al marques de K e r g a n t , en atención á no estar su nombre a b i e r t a m e n t e comprometido en los actos h o s t i les que destruyeron los t r a t a d o s . Ya veis que aprovechándonos de la inestimable ventaja que la fortuna nos proporciona, lejos de p e r j u d i c a r al m a r q u e s , le impediremos consumar su r u i n a . H a r t o bien sabéis que esta g u e r r a desesperada concluirá con él y todos los suyos. Hervé hizo un movimiento afirmativo, —¿Decís que ese F l e u r - d c - L ) s no c* un Borbou? Prosiguió F r a n c i s c o , — E s t o y convencido de ello. — E n esc caso, será comprendido, sea quien fuere, en la categoría d e los d e m a s prisioneros que podamos h a c e r . El general se obliga á tratarlos con las mis- — 1 5 5 — mas consideraciones qué si se hubiesen e n tregado voluntariamente, y solo p e r m a n e cerán en clase de detenidos hasta que con» c l i y a la guerra. - E s t o y en la obligación de creeros. Francisco, dijo Hervé; y siendo así, no puedo menos de desear el mejor éxito i vuestros designios en interés de los que tanto he amado. Marchad, pues, y haced lo qué os previenen; pues en la situación en que me encuentro no me asistirá d e recho alguno á mandar vuestros soldados, aun cuando lo quisiera. Llenad vuestro débér. os digo; por lo que hace á mí, c u m pla ó no con el mió, nunca os seguiré. Aunque esta resolución contrariaba e v i dentemente á Francisco, temió que se p u diera creer dictada por una segunda i n tención indigna de él cualquiera nueva o b jeción, y sin añadir una palabra mas, dió la orden de formar á sus soldados; pero Hervé cambió súbitamente de modo de pensar; sé le figuró que absteniéndose d e t o mar párte en el drama que se preparaba obedecía á u n sentimiento de debilidad m a s —156— bien que á las exigencias del honor, Su presencia, por oír a parle, podia servir; al menos para templar los efectos! de una catástrofe d e todo punto inevitable; su edad y su graduación inspiraban una confianza que podría ser r e h u s a d a al jóven t e j i e n t e ; tal vez dependía de él impedir que escenas de sangre sembraran el luto y la d e s o laciou en aquella morada casi paternal, que era á la vez el a*ilo de su hermana. C o municando á Francisco estas reflexiones, manifestó Ilervé que él le acompañaría, pero dejándole siempre el m a n d o y d i rección de la empresa, y límitáudose tan solo por su parte á presenciar cuanto se hiciera. Acto continuo se puso en marcha el destacamento. -Apenas llegó á la estacada lateral que marcaba la mitad de la larga avenida, dió Francisco la voz de alto, .y como sabia de memoria el plano de K e r gant, gracias á las confidencias amistosas de Pelven, ordenó á Broidoux que a t r a vesase la pradera, escalase el jardín por la houda zanja que le separaba de aque- —157— lia, jr-oiHJpase la entrada del castillo coo v é ule ' g e a «a d er o s. Rodeado de agua por todas portes el antiguo edificio, no tenia otras comunicaciones con el esterior que los dos puentes fijos que reemplazaban á los levadizos, y de los que uno daba acceso al jardín y el otro al patío. De consiguiente, no quedaba desde aquel momento m e dio alguno de evasion al marques y á sus huéspedes. Mientras pasaba esto, habia quitado Pelven la silla y bridas á su c a ballo, dejándole suelto en la p r a d e r a . Reducido á unos cincuenta hombres el destacamento republicano, continuó m a r chando en dirección del castillo con las mayores precauciones. El ruido producido por los pasos era sumamente sordo, d e jándose oír de vez e n - c u a n d o el nombre de F l e u r - d e Lys, pronunciado eu voz m u y Ifcja en las tilas d e los granaderos. D u rante > el resto del camino no cambiaron los dos oficiales una sola p a ' a b r a entre sí, tales y t a n ^ g r a n d e s eran su emocíon y tristeza. No hay sduda; los deberes del soldado tienen necesidad de la agitación del peligro. — 1 5 8 — Hervé, sobre lodo, notaba eon cierta .es-r p e d e - de pasmo q u e aun quedaban n u e v a s penas á su destrozado corazon., lanaáststí habían presentado á su imaginación, b a j o un aspecto tan lúgubre los horrores consecuentes á las g u e r r a s civiles y sus d o lorosos consecuencias; en vano invocaba en ayuda de su desfallecida energía una c o n ciencia y lealtad sin tacha; en vano llamaba á la razón en oposicion á sus s u blevados instintos, pues cuando divisó las torrecillas d e la antigua mansion feudal, cuando puso el pie en el recinto del p a lio, no fue d u e ñ o de ahogar un gemido, y cogiendo convulsivamente el brazo de su amigo: — F r a n c i s c o , dijo con voz sorda: ¿puede d a r s e un momento m a s terrible? El jóven teniente le estrechó la mano sin responder, é hizo acelerar el paso é su tropa. Tan grande era la seguridad en q u e se creian los habitantes del castillo, que e l destacamento republicano llegó á l a e n t r a d a del puente sin haber sido visto a t -159oa die. La puerta estaba abierta; unos diez escalones interiores eondueiau alo vestíbulo. Francisco, dejando la mitad de su f u e r za en el patio, subió corriendo ia e s c a lera, seguido de Pelven y del resto de los granaderos. Dos ó tres eriados que se hallaban en el vestíbulo, aterrados con esta súbita i n vasion, no hicieron la m a s ligera r e s i s t e n cia. Convencido Francisco de que B r o i doux ocupaba el puesto que se le habia señalado, prohibió espresamente cualquier género de violencia si bien no se habia d e permitir salir á nadie; y uua vez lom a d a s sus disposiciones, entró sin d e t e nerse, seguido de algunos soldados, en las piezas que precedían al salon, c u y a s iluminadas ventanas habia visto desde f u e r a . El jóven teniente, movido por un generoso escrúpulo que no hay necesidad de e s pliear, lomaba las medidas oportunas sin dirigir una sola pregunta á Hervé, quien le seguía por todas p a r t e s como si f u e r a su sombra. En el gran salon en que h a bía tenido lugar la cena encontraron al —160— guarda-bosque K i d , que quedó como p e trificado á la vista de las bayonetas. FIN DEL TOMO II. B E L L A H . NOVELA POR M. OCTAVIO r E l I U E T . TOMO I I I . SEVILLA: Imprenta de D . José Maria Atieoza, calle de las Sierpes, número 5 . , 1851. - • ' ; ... • « CAPITULO X I . (Conclusion.) — K a d , dijo Hervé, rompiendo con vot ahogada el sombrío silencio que habia g u a r dado hasla entonces: nada de ruido, toda resistencia es inútil. El castillo está cercado por todas p a r t e s . — ¡ E s posible, S r . Hervé! murmuró K a d ; ¿sois vos quien?... —¡Silencio! Unios á mí para prevenir cualquiera desgracia. A nadie se hará mal ninguno. ¿Quiénes están ahí? —fil l e r vé indicaba el salon eontiguo. — L a s señoras, las infelices s e ñ o r a s . . . y el señor m a r q u e s . . . . — ¿ Y los demás? — H a n p a r t i d o . . . eseepto el S r . Jorge y . . . pero S r . Hervé, ¿es posible? — ¿ Y dónde está F l e u r - d e - L y s ? dijo Hervé. El guarda-bosque retorció sus manos con desesperación. — S i el teniente lo permite, prosiguió Hervé, Kad nos precederá para prevenir á Jas infelices m u j e r e s . — E n t r a d , K a d , respondió Francisco. Dudaba aquel en obedecer, cuando una espresiva seña d e Hervé concluyó con s u s vacilaciones. Abrió la puerta del salon, se detuvo en el umbral, paseaudo s u s atónitas miradas por todo el círculo q u e formaban las atemorizadas m u j e r e s , sin acertar á pronunciar una palabra, y con la voz del juez que pronuncia una sentencia d e m u e r t e , dijo: — ¡ L o s azules s é bao apoderado del sasüllo! í j n débil grito d e t e r r o r , que hirió las fibras m a s delicadas del corazon d e H e r v é , siguió á aquellas p a l a b r a s : era la desconsoladora voz d e A n d r e a . L a s d e m á s m u j e r e s ahogaron el e s p a n t o que habia hecho p a lidecer su semblante. F l e u r - d e - L y s y J o r g e , que eran en efecto los únicos c o n v i d a d o s que estaban presentes, i n t r o d u j e r o n con precipitación la mano en su pecho; el m a r ques de K e r g a n t se precipitó hácia la p u e r ta ' con el sable que un momento a n t e s se veia sobre la chimenea; pero ya e s t a b a interceptada aquella por un pelotou d e soldados, y habían e n t r a d o en el salon ios d o s oficiales con el sable envainado y la cabeza descubierta. S e ñ o r e s , dijo Francisco*, están t o m a d a s todas las salidas del castillo. D a o s , p u e s , á prisión. A esta manifestación siguió un m o m e n t o de silencio. Al ver A n d r e a á su h e r m a n o habia estendido los brazos con d e s g a r r a d o r a espresion; su descolorido r o s t r o se i n clinó sobre el pecho, y aquella inocente víctima c a y ó dulcemente como la flor c u y o tallo quiebra el soplo del aquilón. P r e c i p i t ó se Hervé hácia ella para sostenerla; pero Bellah, que habia adivinado su pensamiento, se apresuró á colocar en un sillón con ayuda d e Alix el cuerpo inanimado de su hermana adoptiva, acercándola en s e guida á una ventana, para que la res-^ litoyera al sentimiento de la vida la brisa de la noche. Entonces, volviéndose Pelven hácia el marques, le dijo. — S e ñ o r , esta desgracia no es obra mia: no roe ha sido dado ni preverla ni impedirla. Espero, por lo tanto, que s a bréis hacerme justicia dando su verdadero valor al sentimiento que me ha impulsado á arrostrar tan dolorosas pruebas. Solo deseo deciros que no poseo otro poder ni mas derecho que los que asisten siempre al que suplica. Por tanto os ruego, señor, q u e no agravéis con una resistencia de todo punto iuútil la posicion en que os veis. Descansad en la palabra d e este jóven oficial que goza de toda la confianza dtd general eu jefe. —9 — —Ya que me respondéis de su palabra, decidme, caballero: ¿quién saldrá r e s p o n sable de la vuestra? dijo el marques. -—Hablad, Francisco, continuó Hervé, y respetad sobre todo á ios que no pueden responder á un ultraje. — P e l v e n se retiró entonces algún tanto, y quedó inmóvil recostado en 1a pared, romo resuelto á no tomar parte alguna en lo que pasase. — S e ñ o r e s , dijo á su vez Francisco, despues de haber hecho una seña á los soldados para que saliesen del salon: no tengo dificultad en decir que hubiera d u dado en encargarme de esta misión, si la generosidad del general en jefe no la hubiese hecho menos penosa. H é aqui las condiciones q u e estoy encargado de ofreceros. El jóven teniente comunicó entonces á los jefes realistas, que no lo oyeron sin alguna sorpresa, las consideraciones q u e le habiau sillo prescritas para con las s e ñoras, y el miramiento con que Hoche d e seaba tratar á sus prisioneros. -to— — D e b o preveniros, sin embargo, señor e s , añadió Francisco, que nuestro general carece d e los poderes necesarios para disponer á su antojo de un miembro d e la familia real caida: si esta escepcion amenaza ó no á alguno de los que estáis presentes, solo vosotros lo sabréis. Cuaad'o observó el marques que F r a n c i s co habia concluido d e hablar, comenzó en voz baja una corta conferencia con sus huéspedes. Dirigiéndose en seguida Fleurd e - L y s al oficial republicano, dijo: —Ningún rasgo magnánimo de vuestro general puede ni debe sorprendernos de raodo alguno. H a r t o bien sabemos que no existe mejor ni mas segura garantía que su palabra. M a s , por desgracia, tampoco se nos oculta que existe « a poder mas alto, capaz de hacerle abrir las manos, aun cuando estén ligadas por su palabra, y de arrancarle sus cautivos. Este es un albur que, tanto estos señores como yo, estamos muy distantes d e desear c o r r e r . ¡Aquí, K a d ! Él g u a r d a - b o s q u e , obedeciendo á esta -11órdea, fue á colocarse al lado de s u amo. —¿Deberé p e n s a r , caballero, dijo F r a n cisco, que abrigais el insensato p e n s a miento?... — ¿ D e defendernos? Sí por cierto. La lucha es desigual: ya lo sabemos; p e r o tampoco han hecho nunca grandes prodigios los soldados privados de sus jefes. Apenas acabó de pronunciar e s t a s p a l a bras, colocó pausadameute F l e u r - d e - L y s su espada desnuda sobre el brazo izquierdo, y sacando una pistola de su pecho, la amartilló con la mayor sangre f r i a . S u s [tres compañeros le imitaron inmediatamente. A la vista de esta demostración a m e n a z a d o r a , Bellah y la bija del g u a r d a bosque cayeron de rodillas al lado del sillón en que yacía la desmayada A n d r e a . Francisco dió uu paso a t r a s , y preparó una de las pistolas que llevaba en el cinto: algunos pliegues de sombría inquietud a r r u garon su frente, y dirigió á H e r v é una mirada furtiva; pero;este permanecía a p o y a do en la pared con los brazos c r u i a d o » —12— sobre el pecho, y en una actitud tranquila é indiferente. A todo esto, los granaderos que estaban en la sala contigua, a t r a i d o s p o r el ruido de las a r m a s , se agolparon de nuevo a la puerta. — E n t r a d en fila, mi teniente, que nos impedis tirar, gritó uno de los soldados. — ¡ S e ñ o r e s , prosiguió Francisco: os r u e go por última vez que miréis lo que vais á h a c e r , si es que conserváis algún sentimiento de humanidad, algún resto de piedad para esas infelices m u j e r e s ! . . . — ¡Jorge! esclamó F l e u r - d e L y s con voz terrible: ¡responded vos al señor! Y colocándose despues cou brusco ade^ man delante de Hervé: — ¡Comandante Pelven, defendeos! Hervé inclinó pausadamente la cabeza sobre su pecho, y no se movió. F l e u r d e - L y s se separó algunos pasos, y pintándose en sus labios una estraña sonrisa que dejó ver dos filas de dientes blancos y bien cuidados, y que dió á su fisonomía una «¿presión feroz, levantó su pistola —13— con decision á la altura del pecho de Pelven; pero de repente cayó s u brazo como herido de singular inercia, r o d a n do el a r m a por e! suelo Un r u i d o i n c o m prensible en esta hora de angustias, una histérica carcajada prolongada y horrible habia suspendido todas las amenazas y s o brecogido lodos los corazones. — ¡ E s mi hermana! dijo con terror el m a i q u e s de K e r g a n t en medio del p r o f u n do silencin que habia reemplazado al tumulto producido por los preparativos del combate. Todas las miradas se dirigieron con ansiedad en la dirección que indicaba la trémula mano del anciano, y descubrieron i la canonesa de pie en el alféizar de una ventana, mirando con fijeza hácia afuera, y sin dejar su d e s g a r r a d o r a risa sino p a r a soltar algunos sollozos que partían el corazon. De repente se volvió hácia los que estaban en la sala, y d a n d o a l gunos vacilantes pasos por delante de so hermano: — ¿ P o r qué no os reís? dijo. 5Vaya que seis raro! ¿No haheis visto nunca una función de boda? Apenas lleguen los músicos bailaremos... ya no deben t a r d a r . . . porque el novio acaba de p a r t i r ; quizás n o estará todavía muy lejos... ¡qué jóven e s ! . . . ¿Estos señores serán convidados sin d u d a ? . . . Algunos parientes tal vez... ¡eh!... los nuestros están m u y l e j o s . . . eomo que se hallan en B r e t a ñ a . . . Yo se lo diré al r e y . . . J u a n , acerca s i l l a s . . . Señores, hubiera sentido ofenderos... ¡Qué noche tau h e r m o s a ! . . . Me parece que para bailar estaríamos mejor f u e r a . . . y ademas aquí falta a i r e . . . s i . . . a i r e . . . d a d m e aire, que me ahogo... La voz de la anciana señora se estingaió en un estertor horrible; inclinó su cabeza sobre la e s p a l d a ; arrojó un grito agudo, y cayó agitada de espantosas convulsiones en los brazos de su h e r mano. Heridos de terror á la vista de t a n cruel escena, seguian todos sus detalles con mirar compasivo, republicanos y realistas, e c h a u do en olvido su odio y sus peligros. —15— Veíanse las señales de la irresolución y del abatimiento hasta en el enérgico rostro de Jorge. F l e u r - d e - L y s cambió algunas palabras con el rudo y fanático partidario en tono breve y c o r t a d o , y alzando despues los hombros con aire de resignación, se acercó á Francisco, y le dijo: -—lié aquí mis a r m a s , caballero. Basta de aflicción para una noche. Estamos dispuestos á seguiros. Estoy cierto de que mi amigo Kergant no se opondrá á esta d e terminación. El marques hizo un signo de a p r o b a ción, volviendo algún tanto la cabeza. Francisco manifestó en seguida con la m a y o r política cuán g r a n d e era su dolor al ver la desgracia d e familia que i n voluntariamente originaba y que mal de su g r a d o se veia obligado á aumentar separando ai S r . Kergant del lugar á que fe llamaba s u cariño d e hermano, si no quería echar en olvido sus propios deberes dilatando la p a r t i d a . Dijo además é F l é u r d e - L y s que solo Jorge y el m a r q u e s se verían obligados á acompañarle, y que los —16 — demás habitantes de! castillo podrian p e r manecer en él, si bien quedarían prisioneros durante algunas horas, por ser p r e ciso romper los puentes despues de la salida del destacamento, con el fin de evitar que se estendiese la alarma por el pais. Acto continuo ordenó el jóven t e niente á sus soldados que rompiesen el puente del jardin. Mientras duraban estas espiraciones, habia vuelto la canonesa a! sentimiento de la vida; pero sus estravagantes é incoherentes respuestas á las inquietas preguntas de su hermano, daban bien claro á conocer que seguía el desorden men tal. Sin embargo, la misma tranquilidad de su demencia hacia esperar que no seria de larga duración. En otro lado del salon veíase á Andrea d a n d o libre curso á su silencioso dolor, suspendida del cuello de su hermano y con la cabeza reclinada en su pecho. Notando el m a r q u e s de Kergant que Fleur-de-Lys y Jorge estaban ya en la sala eoatigua, s e volvió precipitadamente hácia —17— Francisco, y le dijo con sentido acento: — ¿ M e permitirán v e r á mi familia, caballero? — ¿ P o r qué no? — S i e n d o así, prosiguió el marques, es inútil que me despida; y salió precipitadamente del salon. Pelven, sin pronunciar una sola palabra, levantó á A n d r e a en sus brazos, y la dejó reclinada en un canapé, c e r c a del cual estaba Bellah. E n seguida fijó su vista en la señorita de K e r g a n t , y J a señaló con el dedo el inanimado cuerpo d e su querida h e r m a n a . Un momento despues se hollaba al lado de Francisco, que habia reunid,® toda su fuerza en el vestíbulo. No queriendo K a d abandonar á su amo siguió al destacamento, incorporándose con los tres prisioneros. Mientras los sold a d o s arrojaban al foso las tablas de que estaba formado el puente, exigió Francisco á F l e u r - d e - L y s que le diese palabra de que 'no intentaría huir. Mas este le respondió riendo que se la daba de hacer, por BELLAH.—T. III. 2 —18— el contrario, todo cuanto estuviese de su p a r t e por conseguirlo. — S e a como queráis, caballero, prosiguió Francisco; pero á nadie mas que á vos debeis echar la culpa de la cruel vigilancia que pienso ejercer desde ahora. Los granaderos estrecharon las distanc i a s á la voz de su jefe, quien por un esceso de precaución colocó cada uno de los prisioneros bajo la inmediata i n s pección de un soldado, que habia recibido de antemano las órdenes mas rigorosas. Tomadas estas disposiciones, se o j ó la voz de m a r c h a , y entró el destacamento en la avenida. No poco satisfecho el teniente F r a n c i s co del feliz éxito de su espedieion, y e c h a n d o al olvido, con esa indiferencia peculiar de los pocos años, las inquietudes que le habia causado, rompía la marcha con aire alegre, respirando con placer el fresco ambiento de la noche, y s a c u diendo con su sable los matorrales c e r canos. Hervé, envuelto en su capote, m a r c h a b a á su lado meditabundo y triste. —19— Pasada una media hora, llegaron á las márgenes d e un rio, que corría del Oeste al E s t e , por la izquierda del camino que seguía el d e s t a c a m e n t o . — S i no me engaño, mi c o m a n d a n t e , dijo Francisco rompiendoun silencio enojoso, este es el mismo rio que atraviesa el p u e blo en que están acantonados nuestros batallones de vanguardia, ¿Uebeis conocer este país á palmos? Hervé le respondió que no s e e n g a ñ a b a ; que el camino que costeaba el rio les conduciría directamente el pueblecillo en que él mismo habia estado aquella m a ñ a na, y que, en efecto, tenia presentes en su imaginación los menores detalles de aquella comarca. — ¿ M e p a r e c e que ya es tiempo de que os encarguéis del mando? dijo F r a n cisco. — N o por c i e r t o , mi querido Francisco, y hacéis mal en desear relevaros de él, siendo así que os habéis conducido cual ninguno. Os aseguro que habéis desempeñado esta comision de ia manera mas no- ble y honrosa. — ¡ A h í mi comandante: ahí está la duda, yo creo que quizás debo mucho á la c a s u a l i d a d . . . P e r o , á Dios gracias, todo ha concluido ya del modo mas feliz. — M u c h o m e alegraría, dijo Pelven. — ¡ Q u é quereis decir! ¿Habéis notado algo que infunda sospecha? —Decidme, Francisco: ¿qué opináis acerca de la locura repentina d e la a n ciana? — ¡Según eso, creeis que f u e r a fingida! esclamó Francisco. —¡Quién sabe! quizás fuera mitad ver-? daderá y mitad fingida: las mujeres p o seen el don particular de imitarlo todo; pero hasta que hayamos llegado a! punto á que nos dirigimos, temeré siempre que aquella enageiiacion haya servido de p r e texto, para dar algún misterioso aviso. Hervé calló de repente, porque habia visto pasar por las hojas d e los árboles que sombreaban ambos lados del camino un resplandor débil y fugitivo. — ¿ Q u é ha sido eso? dijo Francisco, —21— acercándose á los soldados. — N a d a de particular, mi teniente, r e s pondió Broidoux: que los prisioneros e n cienden sus pipas. Francisco observó, en efecto, que aquella interrupción no había tenido una causa mas seria. Jorge y K a d , colocados en el centro de la escolla, se permitían la ino~ cente distracción de f u m a r . Rodeados de una oscuridad completa, los dos candentes cubos de las pipas: derramaban sobre el grupo de cautivos un resplandor i n termitente. El jóven teniente se incorporó con P e l ven. El inclinado camino que la pequeña columna subia penosamente hacia algunos minutos se dirigía d e repente por el pie de un anfiteatro de montañas c a r gadas de árboles y de retama, teniendo á la izquierda precipicios espantosos que iban á concluir en. las orillas del rió. — A h o r a siento, dijo Francisco dirigiendo á su alrededor una mirada inquieta, no haber tomado, como á la venida, el c a mino de la otra ribera, aun cuando sea —22— algo mas largo. E s l e desfiladero es el sitio mas apropósito para una guarida de ladrones, y esa montaña de la derecha es tan sombría como el mismo infierno. Ademas, no sé si será el ruido del río ó el soplo del viento, ó que los oidos me zumban; ¿pero no percibís como yo algún rumor sordo?... —Prohibid á los prisioneros que f u men, dijo precipitadamente H e r v é . Volvióse Francisco para comunicar la orden, mas antes de haber podido dar un solo paso, una triple detonación i l u minó con súbito resplandor las montañas y el camino. T r e s de los hombres que custodiaban de mas cerca á los cautivos yacían en tierra: Jorge derribó al cuarto de ún terrible puñetazo, y se precipitó con la cabeza baja como un t o r o furioso hácia la montaña mas próxima, rompiendo la fila de los granaderos y abriendo paso á sus compañeros, que desaparecieron t r a s de él en la oscuridad. Siguió á este suceso un grao ruido de gritos, y de repente volvió á quedar todo en el mayor — 23— silencio. Los republicanos dispararon a l g u nos tiros é que no dieron ningún r e s u l tado. El teatro de este ataque imprevisto habia sido escogido con extraordinario acierto. Era el punto mas elevado del desfiladero; delante, y á alguna distancia, el camino aparecía "cerrado por una masa negra y movible que bajaba por la ladera como un torrente, al mismo tiempo el sordo murmullo que salía de las montañas a n u n ciaba que estaban ocupadas por fuerzas considerables. Los republicanos, pues, se veían p e r d i dos si daban un paso a i r a s , amenazados como estaban por aquella doble línea e n e miga. El primer persamiento de Ilervé fue cargar á las fuerzas que cerraban el camino, abriéndose paso á la bayoneta; pero calculó que antes de llegar á ellas habría perdido las dos terceras partes de su fuerza bajo el fuego mortífero de las montañas. Por el lado opueslo á los bosques ensanchaba el camino formando un semi- —»24— circulo sobre una especie de e s c a r p a d o promontorio, cuyas vertientes cortadas á pico iban á hundirse en el rio á unos treinta pies de profundidad. Sobre este c a b o , un grupo de árboles y de espinosos m a torrales aumentaban con ta suya las s o m b r a s de la noche. Al abrigo de aquellas impenetrables tinieblas fué donde se refugiaron desordenadamente los granaderos en el primer momento de la sorpresa. De espaldas al abismo, y apiñados en tan p e queño espacio, aguardaban en silencio el resultado de ¡a angustiosa situación en que les habia colocado un enemigo invisible. —'Teniente Francisco, d i j o I l c r v é , suficieuterneute alto para ser oido de los soldados: me vuelvo á encargar d e P r n a n d o . — ¡Bravo! murmuró Broidoux. Me a l e gro infinito. No trato de ofender al t e niente; nada de eso, porque al fin y al cabo es un muchacho valiente; pero aquí se necesita un hombre muy bieu t e m plado. Hervé ordenó á sus soldados que se colocaran en tres filas, dando frente á la — 2 5 — montaña ocupada por los chuanes, y despues, inclinándose sobre el borde de la sima en cuyo fondo rugia el rio, e x a minó cou estraordiñaría atención la inclinada pendiente del despeñadero. — N o nos queda otro recurso que morir ahogados ó fusilados, fcno es verdad? p r e guntó Francisco. —¡Silencio! E s c u c h a d , dijo Hervé. La vibrante voz de F l e u r - d e - L y s a c a b a ba de cruzar los aires. — C o m a n d a n t e Pelven, dijo: me ois, ¿no es cierto? — S i , respondió Hervé presentándose al descubierto en el camino, delante del frente de su pelotón. — E s t á i s envueltos por t o d a s p a r t e s , prosiguió F l e u r - d e Lys. Con las f u e r z a s de que dispongo puedo acabar con todos vosotros sin que corra una gota de sangre de los mios. Lo sentirla ciertamente, pero no vacilaré en hacerlo si me obligáis. Nos es demasiado conocido vuestro valor' y adhesion al} deber; pero este se convierte e a temeridad ó quizás en locura en sitúa —26 — eioues como esta. Rendios, pues. — E n la poaicion particular en que me encuentro, nada es mas natural que c o n sultar el parecer de mi teniente antes de daros una contestación; ¿creo que no tendréis dificultad en coucederme algunos instantes? —Como queráis, caballero. No tenemos prisa, dijo F l e u r - d e - L y s . Hervé se acercó al teniente, y conduciéndole apresuradamente al borde del p r e cipicio: — Escuchadme con atención, dijo en m e dio del religioso silencio de los soldados: preciso es dar á esa gente otra broma en cambio de la famosa de las lavanderas; se trata únicamente de hacer para salvar nuestro honor y nuestra vida lo que yo he hecho muchas* veces en este mismo sitio cuando era muchacho. Gracias a l a noche y á esos árboles, no puede descubrir el enemigo ninguno de nuestros movimientos. ¿Veis este ángulo entrante que forman tas rocas? P u e s bien: hasta los dos tercios de profundidad n o e s otra cosa que una escalera bastante deteriorada, llena de raices por ambos lados: cuando llegeis al fin, encontrareis una trarrpa perpendicular, lisa como una tabla: dejaos resbalar por ella o s a d a mente y caereis en una e s t r e c h a ' ribera de arena que hay al pie de la falda; e n t r a d en el rio por frente de la roca vertical, y a t r a vesad el vado; el agua ilegai á á la mitad de la pierna, ó cuando mas á la cintura si el rio está crecido. Que cada utio ocupe su puesto hasta que llegue su vez. El sargento cuidará de que ninguno empiece á bajar hasta que el que le preceda se haya p e r dido de vista. Por lo que hace á mí, procuraré parlamentar lodo lo mas que p u e da para ganar tiempo. V a m o s , hijos mios; mucha sangre fria. El teniente va á e n s e ñaros el camino. Agarraos bien á las raices, Francisco. Este quiso hacer algunas observaciones; Hervé le contestó que solo le cumplía obedecer. Un momento despues habia desaparecido el jóven en la vertiente del precipicio. Siguióle inmediatamente un soldado. Tan estraña operaeioa y la perspectiva —28— de una salvación próxima, hicieron r e n a cer la alegría entre los granaderos. Broidoux, arrodillado en el borde de la roca, acompañaba cada partida con una d e s p e dida b u r l e s c a . — ¡Buen viaje!. . ¡Muchas cosas á la familia, alhaja!... ¡No me eches en olvido, buena pieza!. . {No te entretengas en el camino!... ¡Cuidado con las narices, ciud a d a n o ! . . . ¡Que te caes hombre! No has nacido tú para volatinero... Escríbeme en llegando, Colibrí. . Aunque la explicación y el principio de ejecución de este plan singular habian ocupado pocos instantes, temió Hervé p r o vocar la desconfianza con una detección mas larga, y encargando á Broidoux que le avisase cuando solo quedase 1a primera fila en ia esplanada, volvió á situarse en medio del camino. —Caballero, dijo alzando la voz: he aquí lo que me es dado proponeros; yo me entregaré á discreción, y mi teniente y soldados podrán marchar á incorporarse eoo el ejército sin ser molestados. —29— —¿Oscbanceais, comandante? dijoFIeupd e - L y s . Cuando el todo está en nuestro poder, no podemos contentarnos con una parle, por importante, por preciosa que pueda ser. —Mil gracias por la lisonja, caballero, dijo Hervé, que solo trataba de prolongar las ceremonias el mayor tiempo posible; pero debo preveniros que si os mostráis muy exigente, no conseguiréis de nosotros lo que deseáis. N u n c a es prudente r e d u cir un enemigo á la desesperación, por d é bil que s e a . — O s repilo, caballero, q u e , según p a rece, solo traíais de chancearos, contestó F r e u r - d e - L y s con tono seco y amenazador. No teneis mas que decir? — Y qué condiciones nos concedereis si nos rendimos? — S e os perdonará la vida, siempre que juréis servir á las órdenes del r e y . — M a s propio era que hubiera ákho mi rey, m u r m u r ó Broidoux, que acababa de tocar el brazo de H e r v é . — M i comandante, añadió: no queda ya mas que la primera — 30— fila de ios granaderos. — Q u e se dispongan á contestar al fuego del enemigo, dijo H e r v é . Y retirándose algunos pasos: —Caballero F l e u r - d e - L y s , prosiguió. - lo que proponéis es nuestra deshonra, y rehusamos aceptarlo. — E a , muchachos! gritó de repenteFieurd e - L y s cou voz a t r o n a d a . . . ¡Apunten!... ¡fuego! Toda la montaña se iluminó con una linea de luz, seguida de una formidable explosion, que repiüó el eco en el valle. El instantáneo resplandor de la descarga descubrió á los chuanes por la primera fila de los republicanos con el arma al brazo, lo que impidió que pudieran s o s pechar la desaparición de los otros. Pelven habia previsto aquel caso terrible; peí o contando con la mala puntería de unos disparos hechos en la oscuridad y con la dispersion de los soldados d e trás de los árboles, habia preferido correr tan grave riesgo, antes que dejar a d i v i nar demasiado pronto al enemigo el secreto tío la evasion. Solamente habían caido tre$ hombres. — F u e g o , hijos mios, y salvaos! dijo Hervé. Contestó el pelolon republicano, y se precipitó en seguida hácia la vertiente del despeñadero cou una ligereza fácil d e concebir. Broidoux seguia empeñado en no abandonar al comandante; pero recibió la orden superior de seguir á sus c a m a r a das, y nc le quedó otro recurso que obedecer. Hervé, que habia quedado solo en m e dio de una nube de humo, que aumentaba las tinieblas, se volvió hácia la montaña, y levantando la voz: — S e ñ o r e s , dijo: mi teoienle y yo nos rendiremos sin condicion alguna. — G r i t a d ¡viva el rey! respondió F l e u r de-Lys; si, gritad, os lo suplico, porque bien merece ser respetado un hombre tan valiente. H e r v é dirigió una rápida ojeada hácia atrás, y creyendo descubrir dos ó tres s o m bras en el borde de las rocas, se presentó —32— de nuevo frente al enemigo con una i n t r e pidez admirable, procurando entretenerle todavía mas. — P a r a s a l v a r á mis granaderos, d i j o . . . , — G r i t a d ¡viva el r e y ! . . . ¡No... Pues bien... ¡Fuego! repitió F l e u r - d e - L y s ; y se oyó otra nueva detonación. Pelven habia Oído silbar á su alrededor aquel huracan siniestro; pero las balas supieron respetar un pecho tan esforzado y generoso. El resplandor de la descarga iluminó la ya vacia esplanada. — Q u é es lo que veo!- esclamó furioso F l e u r - d e - L y s . Voto al diablo! Se nos han escapado! — S i , se han salvado! Viva la república! gritó Pelven agitando su espada en la e c saltacion del triunfo y del peligro, y l a n zándose en la pendiente del abismo que habia tragado ya á todos sus compañeros. Antes que hubiera podido llegar al pie de las rocas, sonaron unas cuántos tiros por encima de su cabeza, y pasaron rozando con su cuerpo algunos pedazos de piedra: pero llegó si lesion alguna á la arenosa —33— margen del río. Algunos instantes d e s p u e s una aclamación alegre y r u i d o s a , que partía d e la ribera d e Sa opuesta orilla, anunció á los clmanes, que coronaban e n tonces la cima del despeñadero, q u e el c o m a n d a n t e H e r v é estaba en s e g u r i d a d en medio d e los s u y o s . Antes que hubiese puesto] Pelven el pie en la orilla se echó á su cuello F r a n c i s c o , a b r a z á n d o s e ambos jóvenes con efusión. Convencidos estos, pasado un momento, de q u e atemorizados los blancos con l a s dificultades que ofrecía el descenso, r e n u n ciaban á perseguirlos, dieron la voz de m a r c h a , y el d e s t a c a m e n t o se alejó p r e cipitadamente á t r a v é s d e la c a m p i ñ a . BELLA»—T. III. 3 CAPIRN.o i, . • . XÍS. . - - La guerra civil del Oeste habia ¡desbar a t a d o los planes militares mas hábiles y mejor combinados: por p a r t e de tos r e a listas estaba dirigida por capitanes i m provisados, que aplicaban cada dia una táctica distinta y desconocida, a c o m o d a da á las circunstancias locales, á los a c cidentes del pais, á las costumbres y hasta al c a r á c t e r peculiar de sus s o l d a dos, supliendo la esperiencia con el genio, y el método eon la audacia. El ejército republicano, d e s p u e s de haber hecho las —35— marchas forzadas que le condujeron á Pleermel, -permanecía inactivo é inquieto» amenazando un desierto mas bien que una eomarea habitada. Los reconocimientos operados eti los alrededores no habían tenido ningún resultado. Dos 6 tres batallones expedicionarios habían recorrido el pais por la parlé de las costas y le habían encontrado abandonado ó tranquilo. Ningún acontecimiento habia venido á justificar el temor que corría por aquella época de que iba á desembarcar de uu momento á otro un cuerpo realista, bajo la protección del cañón inglés. El n ú m e ro, los movimientos y hasta la posicioo misma de Jas fuerzas insurgentes eran objeto de vagas y contradictorias noticias, que sumergían al general en jefe en una angustiosa perplejidad. Los grandes talensos -militares solo con repugnancia toman parte , en el teatro desconcido de las guerras indisciplinadas, asi como los m a e s tros do armas sienten c r u z a r el hierro con m principiante r e s u e U ^ u y o ; - a r d e r i m p e iuosoirustralodaslas«^kiuaeioüesdelarie. Desde el golpe súbito y atrevido dad» por los insurgentes bretones con indomable bravura, como para festejar la llegada de su nuevo jefe, y para darle ocasion d e | ganar su bastón de mando, no se h a bían vuelto á presentar en campaña hasta el momento en que les hemos visto a c u dir en socorro de F l e u r - d e - L y s . La brigada republicana destacada en su p e r secución solo habia encontrado unos veinte aldeanos diseminados en los campos ó recostados en las puertas de sus m i s e r a bles cabanas, y aquellas buenas gentes r e velaron en confianza á los soldados que h a biao creido oir un fuego vivo y sostenido hacia ia una de la m a d r u g a d a , por lo que les aconsejaban que marchasen-con c a u tela. Gran trabajo costó á los oficiales impedir que maltratase ta tropa á aquellos chuanes. Avanzó ta columna otras dos leg u a s mas allá del castillo de Kergant, que estaba desierto, y algunos e s p i r a dores que se habían adelantado hasta Pontivy regresaron manifestando que no se habían dejado .ver ios blancos. La brígada volvió á Ploermel despues de esta corrpria inútil. t'olre los infinitos y encontrados r u mores que circulaban en esta ciudad, solo uno babia merecido ser acogido por el g e neral con algunos menos visos de incredulidad, y era el que suponía refugio del ejército realista á la vasta selva de la Nuuée, que se esiiende por la frontera del Morbihan, á cinco leguas de Ploermel y en dirección del Noroeste. Semejantes puntos babian protegido m a s de una vez en el curso de las anteriores campañas á los destrozados restos de las tropas v e n d e a nas y bretonas; pero no era fácil creer que un ejército victorioso, dueño de toda la comarca, hubiese ocupado un bosque, conservando asi de todas sus conquistas ia posicion mas indiferente, cuando no la mas peligrosa. Sin embargo, despues del r e greso de las espediciones que habían r e corrido sin fruto el centro del pais y las costas vecinas, cediendo el general á la voz pública, por inverosímil que p a r e ciera á primera vista, marchó á recono- -38— cer por si mismo, ai frente 4 e un d e s t a camento considerable, las cercanías de la selva sospechosa. Gonlra toda esperanza, lo que consiguió ver no le dejó duda a l guna aeerca de ia proximidad del e n e migo; todos los caminos que se dirigían á la Nouée denunciaban el tránsito reciente de una multitud; las r u e d a s de los carros y las h e r r a d u r a s de los caballos habían destrozado las tierras sembradas próximas á la salva, y dejando hondas señales en el camino. El suelo estaba sembrado de trozos de vestido, de muebles rolos y de c a r r e t a s hechas pedazos» Altamente sorprendido el general, se detuvo en una altura, y fijó su pensativa mirada en la masa s o m bría que formaba el bosque, hacía el que convergían todos los indicios reveladores; y bien fuese creación de su espíritu, bien realidad, creyó oir un murmullo lejano, semejante al zumbido de una inmensa colmena. Dos compañías recibieron la orden de avanzar costeando el bosque, y fueron r e chazadas por un fuego vivísimo. Y a no -39cabia, pues, duda de quQ el enemigo estaba alii, y . de que no procuraba recatar SB presencia» con tal que permaneciesen ocultos suj» designios, Dejaba i a trampa abierta y visible, pero disimulaba los r e sortes de que habia de usar para c e r r a r l a . No rehusaba eí combate; pero deseaba s o s tenerlo á la hora, del modo y en el t e r reno que le convenía. El joven jefe se apresuró á volver a su cuartel general; la certidumbre que a c a baba de adquirir acerca del punto que ocupaba el enemigo no sirvió sino para aumentar su ansiedad; no acertaba á comprender el fiu de aquelia maniobra i n a u d t a : los datos é ( indicio^ que le habiaw sido dirigidos del interior y de la costa piar los representantes e» comision,, no servían para dar ninguna luz, por ser demar siado confusos, y á veces contradictorios» Los espías, siempre escasos, e n B r e t a ñ a , y mas desde que la suerte de las arma? parecía inclinarse en favor de los realistas, le servían tan t mal como, aquellos. Algunos, aunque pocos, qua , osaron, penetrar —40— en la selva misteriosa, no volvieron á aparecer j a m á s . El general no podía someterse h las condiciones del combate que le presentaba" su enemigo. Vacilaba, como era natural, ante la cosa mas temible para el hombre: lo desconocido. Cuatro días trascurrieron en esta indecision: el ejército republicano ocupaba un espacio de tres leguas; á s a ber: desde Ploermel hasta el puebieciilo que protegía el paso de! rio d e que l a u tas veces hemos hablado. Otro nuevo detalle topográfico es absolutamente indispensable para la completa inteligencia de los sucesos que se van á seguir, pues que importa mucho fijar las ideas del lector sobre la posicion relativa de los tres p u n tos entre los que debe dividirse el í n t e res, si es que Ínteres esiste, en los hechos que constituyen el desenlace de esta n a r r a ción. RogámoMe, pues, que retenga en su memoria que Ploermel al Este y Kergant al Ueste, están situados en dos lados de un plano casi triangular, cuyo vértice es la selva de Nouée. —41— El hacha de los leñadores no habia abierto todavía en la parte meridional del bosque el ancho espacio que disminuye en el dia su estension, violando su majestad. Su linde se prolongaba por terrenos ahora desnudos, eu los que el estruendo industrial ha s u c e dido ol silencio de la soledad. Hácia este punto de la selva se e n c a m i naban en la tarde del 2 2 de junio dos individuos del aspecto mas miserable. El uno de ellos era un mendigo, cuya edad y a c h a ques hacian su paso lardo: iba sostenido y guiado por una jóven, cuya estatura hubiera parecido eslraordinaria en una mujer, si la fatiga y quizás la miseria no hubiesen encorvado so cuerpo prematuramente. Aquella infeliz habia cubierto so raido corpino con los pedazos de una toca que rodeaban un semblante repugnante por su espresion torpe y solapada á la vez. El anciano, e n vuelto en sus harapos, presentaba á la vista el tipo sórdido y pintoresco del mendigo clásico, raza que se va perdiendo como tantas otras. La superposición de pingajos sin nombre y sin color conocidos, sabiamente colocados sobre el cuerpo de aquel hijo de la earidad, traía involuntariamente á la imaginación el recuei'dn de los. personajes de la corte de los Milagros. ; I J n a de sus piernas parecía haber p e r d i do el juego de la rodilla, é iba apoyada en una armazón de madera con aros de hierro.; Para colmo de males, el buen hombre era ciego. . , £1 so!, próximo á su ocaso, matizaba de anchas fajas doradas ios espacios compren didos entre negras y amontonadas nubes, y las sombras d é l a s encinas seculares empeza ban á - d i l a t a r s e dé un modo jigantesco en los ciaros qye las separalian, cuando aque líos dos desgraciados llegaron á la entrada de u n sendero que desaparecía á travos del bosque. A pesar de la proximidad d e una vegetación abundante y poderosa, y de la hora avanzada del dia, et.calor era abrumador y sofocante; no movia la* hojas Ja m a s ligera brisa; d e vez en cuando se percibían en la atmósfera ruidos sordos y prolongados, y las b a n d a d a s de cuervos volaban d e árbol en árbol arrojando graznidos lastimeros —Alié --en-, ;mls Shueaífs;i litado»aprendi aleo de marina, ;dijo#l anciana» los harapos,, y puede afsepjiarse q u e t e n d r é mos un buen chubasco esta noche. IA muchacha, qpq parecía ser Ja p e r s o n a menos atu i b l e d e s u s e x s o , sus ojos, fijasen, pesura con,aire de -letWW. viejp tirando con fuerza del vestido ñera, la-obligó á - g o n t a r s ^ á su l a d o epg.&a cerro alfombrado da rapsgp, y¡íla¡ habió en voz baja d u r a n t e algunos mipnt¿$,; purer cien;lo reñirla u n a s vem n co!V..pe|?eri$ail, y dirigirla otras-lo* consejos mas dufoesyiparf l e r n a k s . Cmcluidt* : es^a confereusift, W . vantó con desembarazo .aquel buen-hombrei y entró cojeando en la espesura apoyado en el brazo de su c o m p a ñ e r a . No habían andado todavía cien pasos, canudo cayendo tres hombres de los árboles vecinos, ©orno si fueran (rotos m a d u r o s , les cerraron el pa^o: en el mismo instante otros diez a r m a d o s de fusiles, que salieron de los matorrales les cercaron por todas partes» Dábaoles á conocer como otros t a u t o á i n s u r - gentes bretones su larga cabellera y su s a yo de piel de c a b r a . —¿Quiénes sois? ¿A donde vais? dijo el que parecía geíe. — D i m e , hija, dijo el ciego: ¿no hay por aquí ningún azul? — N o , p a d r e , respondió ia desarrollada muchacha con voz temblona y gangosa: todos son de los buenos. Podéis hablar sin temor, ¿no es verdad, señores? — Q u e hable, ya le escuchamos, prosiguió el c h u a n . —Chica, mira no sea que te engañes, d i jo el mendigo: los servidores de Dios y del rey no acostumbran á t r a t a r con tanta d u reza á los pobres. — B u e n hombre, los tiempos que corren son bastante malos, y el diablo no descansa — Si, hijo mió, y la desconfianza es la fruta de la época. Déjame tocar tu traje, porque hace mucho tiempo que mis ojos han perdido la luz. El anciano paseó su mano por el pecho del chuan. —"¡Hola! El ccrazon y la cruz, prosiguió; — 4 5 — muy bien... ¡Viva el rey.' ¿Dónde está F l e u r - d e - L y s , á quien Sao Ivo y todos los santos conservan? Decidme, ¿dónde está? Tengo que hablarle. — F l e u r - d e - L y s no está tan de sobra que pueda perder el tiempo contigo, buen viejo. — Y o le respondo de q i e no lo p e r d e r á . Condúceme adonde se halle; he a n d a d o d e masiado con mi pobre hija, á la que hace tiritar todavia la calentura, y desearía d e s c a n sar; pero antes que todo es el servicio del r e y . ¿Sabéis que pronto le veremos en su augusto trono? ;Ah! ¡Qué dia tan grande! Si entonces me entierran, prometo no hacer ia menor resistencia... — C h a r l á i s demasiado, padre^ dijo con tono impaciente la compañera del viejo f a nático: ya sábete que nos han dicho que urgia«... — ¡ A h ! E s c i e r t o , . , tienes r a z ó n . ¿Dónde está F l e u r - d e - L y s ? Tengo que entregarle una cosa que ha pasado por debajo d e las narices de los azules. El anciano se echó á reír, y hundiendo — 4 6 — s u mano por uho de sus infinitos girones, sacó un paquete é e c a r t a s ¡sellado con e s tudio. E i s ó b r e leiiia insprrso en uno d e s ú s ángulos ti n siguo partu'uíar en fe rus a de cruz-HoraleJisada. W r g e f ó d e la partida de los c h u a n e s no düdó \ a oías, y diciendo a los aventureros que le siguieran, se internó en loséfsfiladcsog>íleU)osque< 'Nd bien antíixVíieron algun tanto, cuando se vieron -dqteit id o® por; una trine bera f o r mada- de?ártoíes,- d e t r á s de h cual a c a m p a ban «nos; eien hombres. • P a s s i o n adelante despues de haber d a d o ¡el guia el santo y s e u a c o n v e n i d t s , y á corta distancia s e e n conlraron con otra: i l bosque entero p a r e cía cortado en fodüS direcciones por f o r t i íieacro&es d e g^uel género, de las q u e algunas e s t a b a n rodeadas d e fosos. En cada un» de los espacios abiertos por las tablas, m a q u e a i a un c u e r p o numeroso de i n s u r gentes. Los mas de ellos rio teuian otro uniforme de guerra que la chupa que u s a ban los campesinos bretones, llevando a d e mas unos orillos de jerga en forma de han d e p a r a echarse ,el fusil; á la- espalda. Casi —•47— todos estaban calzados de toscos zuecos llenos de p a j a . Las m u j e r e s y los niños, mezclados con la tropa, lo arreglaban todo en los vivaques, agitándose alrededor d e bis hogueras que chisporroteaban en el suelo. L a selva ofrecía el aspecto de un a d u a r de salvajes; aquí se veían pastores a r m a d o s echados en la yerba en medio de numerosos rebaños de cabras y carneros.* allí se oia el mugido de los bueyes ocultos d e t r a s d e un espeso matorral; el confuso ruido producido por las voces, l a s armas y los p a s o s , e l e v á n d o se por c i m a de l a s f r o n d o s a s copas de los árboles-, tan pronto adquiría los a g a d o s tonos del c l a m o r , cornos disminuía hasta el p u n t o de; convertirle en tin zumbido monótono. Dejando á uu lado ia 'distinta vegetación y los t r a j e s diferentes, se hubiera podido tomar muy bien aquel bosque por u a o a s i s del desierto, ocupado por tribus n ó mades y guerreras. , . : Despues d e media-hora de m a r c h a , e la que tuvieron que vencer repelidos o b s t á culos, anunció el guia al anciano mendigo — 4 8 — que llegaban al fin de tan penosa travesía, y separa adose al mismo tiempo de Ja espesura por no ser prudente, según manifestó, s e guirla por mas tiempo, penetró con su c o mitiva en una calle de árboles de seis á s i e te pies de ancha, en la que el entrelazado ramaje formaba una especie de techo. Bajo esta bóveda continua, apenas penetraba la débil luz del crepúsculo, y el gran silencio que reinaba á su alrededor hacia mas y mas estraña la impresión producida por aquellas súbitas tinieblas. El ciego sintió temblar entre las s u y a s la mano de su compañera. —¡Hola! ¿Qué es eso? dijo en voz baja mientras les precedía el guia á alguua distancia. ¿Cuál es el efecto moral que esperimentas en este momento? —Mi sargento, respondió ia jóven en el mismo tono: me voy poniendo bastante desazonado. — ¡ P u e s ! ¡La mia! ¡El efecto moral! p r o siguió el anciano; vamos, no seas gallina, muchacho. Recuerda que este bosqueeillo será para nosotros el templo de la gloria. - 4 9 — N o será mala gloria, me p a r e c e . — Y hasta de la ínnioriaüJ:ni, ¡nolvida* ble amigo: y si no, di; ¿có.uo quieres que figure tu no<nbre en la historia? Con letras de oro ó simplemente con bastardilla? — Poco me importa que l i b r a r a con b a s tardilla, si pudiera plantarme de u n brinco á diez legua*; de a q u i . — ¡ Q u e dices, insensato! ¡Con b a s t a r d i lla! ¿No te haces cargo a d e m a s de que cuaudo está uno en disposición de legar su nombre á la posteridad no es cosa de d a r semejantes brincos?... ^Cuerno! ¿Qué m á quina es esta? jKs un cañón! ¡M.ldecido bosque! Jamás he visto semejaute vejetacion en.... El buen hombre se engulló el resto de su frase. El guia se habia p a r a d o de repente p a r a interrogar con voz discreta á dos centinelas apostados en la esiremidud de aquella e s Iraña avenida; la última luz del crepúsculo permitía distinguir, en un ancho espacio circular, una multitud d e sendas y de choB E I L A I I , — T . III. 4 — 5 0 — zas bajas colocadas simétricamente: alguna» de estas últimas parecían de construcción m a s sólida y menos reciente que las o t r a s : sin duda era alguno de aquellos refugios céiebresMjue los chuanes se procuraron d e s de el principio de la insurrección. Muchos caminos cubiertos, semejantes al que a c a baban de seguir los aventureros, daban ac-^ ceso á un descampado, rodeado por todas partes de espesura, á la que cercaba á su vez uua línea de fosos y trincheras, liste campo era en el bosque lo que la torre del homenage en las fortalezas de la edad m e dia; veíanse reunidos en él todos los elementos necesarios para hacer una resistencia desesperada y sostener un combate á m u e r t e . Et orden y la compostura que g u a r d a ban lodos alli anunciaban la presencia de los gi-fes mas importantes y la disciplina p e e d i a r á la tropa escocida. En e f e c t o , los soldados q u e s e d e s c u b r í a n tendidos sobre el césped ó h a b l a u d o en voz b a j a á las p u d r í a s de l a s c a b a ñ a s , llevaban en su mayor parte t r a j e v e r d e v c h a l e c o e n c a r n a do, q u e era el u u ü b n n e d e ¡os cazadores —51 — realistas, cuerpo lemiíile, que organizado á la sombra de ios t r a t a d o s , habia e n c e r r a d o en sus cuadros á lodos los héroes de las antiguas g u e r r a s . Despues de haber entrado en el recinto el guia y sus dos compañeros, y mientras atravesaban el campamento, habían e n c e n dido los chuanes algunas luces en las c a b a nas, que despedían sus trémulos reflejos sobre la multitud diseminada en el d e s c a m p a do; de vez en cuando salían á medias de la oscuridad algunos rostros osados y feroces para volver á sepultarse en ella de nuevo, cual si fueran otr¡>s lantas visiones. El guia se paró en el centro del campamento, delante de una de las cabañas del antiguo refugio, en la que habia una guardia numerosa. E n tró soío sin detenerse, y algunos instantes despues volvió en busca del ciego y su c o m pañera, para conducirlos á la presencia de Flenr-de-Lys. El jóven gefe. de pié, junto á una m e s a , dirigía la palabra á Jorge; otros dos h o m bres con trajes de sacerdote escribían en un esquinazo de aquella: algunos oficiales e s - — 5 2 — iabaa diseminados en pequeños grupos eo el espacio que separaba la mesa de la p u e r t a . A la entrada del mendigo cesaron todas las conversaciones: su hija le condujo á c o r la distancia del ge fe, y se retiró algún tamo haciendo ridiculas cortesías. El pobre hombre, con el paquete de cartas en la m a do, la cabeza baja y el cuerpo inclinado, aguardó á que le dirigieran la p a l a b r a . F i e u r - d e Lys acercó una lámpara u\ misterioso mensagero, y despues que le hubo e s tudiado minuciosamente de pies á cabeza con su vista penetrante; — ¿ D e dónde vienes, dijo, y quiéa le cavia? —¿Sois vos, F l e u r - d e - L y s ? — Y o soy. — ¡ Q u é desgracia tan grande es estar privado de la vista! prosiguió el pobre h o m bre moviendo la cabeza. ¿Qué mejor e s p e c táculo para un antiguo soldado que el ver vuestro rostro F l e u r - d e - L y s ? — ¿ H a s servido tú, buen viejo? — Como que fue en Fonlenoy donde me rompieron esta pierna, mi general. Allá e s - —53— (aha también el rey Luis X V , á quien por ia noche hicimos una cama con banderas i n glesas, y recuerdo que dijo «que un rey de Francia sojo podia servirse de aquellas p a r a apoyar encima sus pies.» Disimuladme si os ofendo: pero la verdad es que en un campo de batalla, para que v a j an las cosas bien, es preciso que esten los ingleses de Irenle y no al lado. Af enas oyeron los que estaban p r e s e n tes la anécdota real evocada por el anciano, se descubrieron é inclinaron sin separar la vista de F l e u r - d e - L \ s . Una viva emocíon coloreó la-s megillas del jóven gefe. — V e d , señores, el inesperado refuerzo que m e llega. La sangre de los vencidos en Crecy y Azincour circula lodavia por las venas francesas; pero ¿de dónde vienes tú, mi bravo veterano? — D e Normandía, mi general. M r . d e F r o t l e me ha hecho conducir en coche has* ta Fougéres, viéndome «'papúes precisado á atravesar la linea enemiga para teuer la honra de entregaros este paquete. —54— — ¡ A h ! ¿Con que eres normando? dijo F l e u r - d e - L i s . ¿Y de dónde? —De las cercanías de Coutances, mi g e neral. — ¡ H o l a ! ¿De Coutances? E n seguida F l e u r - d e - L y s le dirigió a l gunas preguntas en normando acerca de la muchacha que te acompañaba, las que s a tisfizo el ciego en el mismo dialecto. — S e ñ o r e s , he aquí un puro normando, dijo riendo F l e u r - d e - L y s : y en seguida abrió el paquete. Despues que hubo leído las cartas que contenia, volvió á cojer el sobre que habia tirado al suelo en un principio, examinó con la mayor atención el destrozado sello, y fijó en el ciego durante algunos momentos su ardiente é inquieta mirada. Pero el rostro tranquilo y venerable de aquel pobre h o m bre consiguió disipar los recelos que habían arrugado el entrecejo del jóven geíe; s e n t ó se en seguida al lado de 1a mesa, y dijo: — B u e n viejo, tienes necesi ¡ad de ponerte otra vez en camino esta misma noche. Y a sé que es demasiada fatiga para tus años; pero sabré recompensarte con l a r g u e za. En la venta del Manzano Florido, s i tuada á media milla de Plélan, encontrarás un agente de Mr. de Frotte, que se e n c a r gará de andar el resto del camino. Si amas al rey como dices, debes consentir que te hagan pedazos antes que entregar el d e s p a cho que voy á confiarle. Apenas acabó de pronunciar estas p a labras F l e u r - d e Lys, escribió a p r e s u r a d a mente algunas lineas, y cerrando el pliego, estendió el brazo en la dirección de aquel buen hombre, como para entregársele. Mas este, sin esperar que nadie se lo advirtiera, levantó su mano para cojerle. — ; A h ! ¡Con que ves! esclamó F l e u r - d e Lys retirando el pliego. ¡Traición! ¡ G u a r dias! Prended á ese espia y á su hija. A las voces de F l e u r - d e - L y s se precipitaron unos diez soldados dentro de la c a bana; pero ya se habían a p o d e r a d o de a m bos los oficiales, despues de una resistencia abreviad» por el brazo terrible de Jorge. La pierna de palo del mendigo, su canosa barba y los rojos cabellos de su hija cayeron - 5 6 - a i suelo e u l o s esfuerzos de la lucha. — ( Cu:>l es lu nombre, cama ruda? dijo F l e u r - d e Lys dirigiéndose al que tenia mas edad. — Broidoux, sargento de granaderos del batallón de los temerarios. — Creo que conocerás las leyes de la g u e r r a , y de c o n f u i e n t e la suerte que te aguarda. ¿Tienes algo que alegar en tu f a vor? — En el mió no; pero sí en el de este p o bre muchacho. Yo le he hecho lomar parte casi á la fuerza en esta espeiiieion, y os prometo que si le perdonáis la vida, nada será mas fácil para mi que eso que llaman morir. —lmpo>ib!e, Sin embargo, aun podemos entendernos. ¿Quieres servir á las órdenes del rey? — ¿ P o r qué no á las del Papa? dijo B r o i doux con gravedad. — Y t ú , j o v e n ? dijo F l e u r - d e - L y s a c e r cándose al otro prisionero. A esta pregunta sucedió un largo silencio, durante el cual el rosiro de Broidoux fué contrayéndose poco á poco hasta tomar —57 _ la expresión de la mas indecible angustia. — S e ñ o r , dijo con voz débil el jóven prisionero, el sargento es mi superior, y ha hablado por los d o s . Al oir estas palabras, se pintó la t e r n u r a e n e ! semblante del sargento; sus ojos se movieron en sus órbitas, y una lágrima, por demás honrosa, rodó por sus megillas. —Lo siento, prosiguió F l e u r - d e L y s , p o r que siempre he querido ó los valientes. Mas haceos cargo de que yo no os he propuesto hacer traición á vuestra p a t r i a . Al c o n t r a rio, nosotros la servimos como vosotros, dije mal, mejor auu. Os concedo una hora para que peuseis en esto. Benedícite, a ñ a dió volviéndose hácia uno de los c a z a d o r e s , llévalos á la cabaña vacia que está en un e s tremo del campamento; átalos bien, y ejerce sobre ellos la mayor vigilancia. Si de aqui á una hora no h»u variado de modo de pensar, mándales p a s a r por las a r m a s sin demora. Es inútil que t r a t e s de recibir mis órdenes acerca de este punto, porque ya no estaré a q u i . Beuedícite, anciano chuan de semblante - 5 8 ceñudo, coolcó á los prisioneros en medio de una escolta de cazadores, y saiió eou «líos de la choza. Esparcióse por el campamento inmediatamente la noticia del atrevido golpe intentado por los dos espías r e p u blicanos, y los soldados se colocaron en el camino que llevaban, con una curiosidad m a s bien respetuosa que insultante, porque un rasgo tal de audacia 110 podía menos de a g r a d a r á aquellos intrépidos aventureros, p a r a quienes la ciencia de la guerra estaba reasumida en estas dos palabras: valor y astucia. E n t r a r o n los cautivos en una cabana algo s e p a r a d a de las o t r a s , levantada en la extremidad del campamento, y á cuya espalda s e veia una encina gigantesca. Aquella rústica habitación no tenia vent a n a alguna, renovándose el aire por las a b e r t u r a s que dejaban las mal unidas tablas de una tosca y grosera puerta. Bencdicite y los demás cazadores ataron fuertemente los brazos y las piernas d é l o s republicanos, y les dejaron echados de e s p a l d a s e n el centro de la c a b a n a . Aquel —59 _ volvió He allí a algunos minutos y c o l o c a n do ima lamparilla eucendida en uno de los rincones, dijo: — l i é aqui vuestro reloj; c u a n d o veáis esta luz próxima á a p a g a r s e , s e r á señal de que pasó la hora. El chuan salió apenas hizo semejante a d vertencia: —Henos aqui metidos en una aventura, dijo Broidoux despues de haber meditado un rato, que, á decir v e r d a d , no es de las mas agradables. Esos canallas han sepultado las cuerdas en mis delicadas c a r n e s . Yo no he querido quejarme recordando mi dignidad de ciudadano; pero sentiría que no le h u biesen tratado con mas consideración, pobre Colibrí. — M e han tratado con la misma, dijo Colibrí; pero ¿qué debemos hacer ahora? —Comprendo lo que quieres decir, prosiguió broidoux con voz alterada. ¿Si me h a bré acatarrado ahora? Colibrí, no vayas á hacer el disparate de creer que es cosa d i vertida para un sargento convertirse en gorrion para que se diviertan esos —60— señores Todo al c o n t r a r i o . , . . . E s p e rimcnto un efecto moral bastante diabólico, y no por mi, sino por t i . . . El demonio m e lleva cuando recuerdo que be sido yo quien te ha t r a i d o á esta c a v e r n a . . . . Eso s i . . . . crei hacerte un bien, Colibrí. Habiéndote profesado siempre una amistad inalterable, juzgué oportuno desbastar te de un solo golpe, colocándote una á altura envidiable en el concepto de tus superiores y en la e s t i m a ción de t u s c a m a r a d a s . . . . E r a una idea g r a n d e . . . . ¡Voto á quince mil solideos!... Una idea excelente, una idea de amigo y de p a d r e . . . y sin embargo, ahora no me purece tan b u e n a . . . Pero es preciso que me digas Colibrí... si, es absolutamente preciso... si me perdonas ó nó. — O s perdono de todo mi corazon, s a r gento, respondió Colibrí; ya sé que p r o c u rabais mi bien, aun cuando no lo huyáis conseguido. — E r e s un valiente, dijo Broidoux, y se enronqueció del todo. Despues de algunos instantes de silencio, continuó cou voz mas segura. - 6 1 —rSí, eres un valiente, Colibrí, y desde que has enviado á pasear al ex-príncípe y á sus partidarios, puedes lisonjearle de haber adquirido toda mi estimación, si bien no creo que te sirva mucho en lo sucesivo. —¿Conque es decir, mi sargento, que ya no hay esperanza? — ¡ H o m b r e ! . . . . te d i r é . . . . lo que es e s peranza, sí, porque, seguo dicen Jos sabios, existe hasta que muerde uno la t i e r r a . . . . No es esto decir que nuestra posicion sea de los mas brillantes....Cierto es que el enemigo ha adquirido sobre nosotros uña ventaja bastante considerable... y quizás algo mas que b a s t a n t e . . . . y, te digo esto, porque me repugnaría engañarle en un m o mento en que cada uno es dueño de hacer las reflexiones mas a d e c u a d a s á su t e m p e ramento. Un nuevo silencio sucedió á la declaración embozada, aunque suficientemente clara, sin embargo, del viejo sargento. Un relámpago, penetrando de repente por las hendiduras d é l a puerta, hizo p a l i d e c e r í a débil luz de la habitaciou. Pocos momentos —62— despues se dejó sentir un estampido largo y solemne, que anunció á los pr isioneros que la tempestad, que habían visto formarse d u rante la t a r d e , estaba próxima á estallar sobre el bosque. — M a s de una vez ha pasado de pié noches semejantes, cuando estaba en el bosque con mi padre, prosiguió Colibrí. Mientras d u r a ba la tormenta no cesaba este de d a r grandes zancadas por la habitación, y mi pobre madre rezaba sus oraciones ed un rincón del hogar, cosa que tranquilizaba á aquel. — No lo dudo, honrado Colibri, dijo Brouidoux; ¿y cuáles eran las oraciones que rezaba tu buena madre? — E r a n plegarias á Dios, mi querido s a r gento. — L a s sabes de memoria? — C r e o que sí. — P u e s d ü a s . . . ¿Sabes lo que digo, Colibrí?... Que sí la república ha hecho algo malo, ha sido arrostrar la cólera d e ese que está metiendo tanto ruido allá a r r i b a . . . porque hay momentos en que los derechos del hombre y los del c i u - -63— dadano soil un consuelo bastante triste para el sima de una c r i a t u r a . . . Por lo que á 4DÍ bace, Colibrí, si no be hecho nunca mal á una mujer ni á un niño» ni siqu-era á un perro, no ha sido t a n t o por virtud como por no disgustar al ciudadano en cuestión... E é ahí ia razón por qué le digo que si tienes algún p e d a zo de oracion en la cabeza y deseas desembucharlo, lo desembuches inmediatamente. — Lo haré con gusUfr dijo Colibrí. — Y ademas, prosiguió Broidoux, si quieres dar una prueba categórica de que ao guardas rencor á tu sargento, reza alto, porque sobre ese punto le considero como mí superior. Colibrí cerró los ojos, como si p r o c u r a ra recogerse en sí mismo. —Mi sargento, prosiguió despues de una breve pausa: esto es lo que decía mi buena m a d r e . . . Colibrí calló de repente, porque la puerta habia rechinado al girar sobre sus enmohecidos goznes. La peuosa posicioo en que se e n c o n l r a - —64 _ ban los prisioneros les impidió ver al que venia á interrumpirles eu aquellos i sí au tes supremos. —Todavía no se lia apagado Ta luz, dijo Broidoux; eso es hacer trampas. — M a s bajo, sargento, dijo una voz v a ronil, aunque contenida. — Y o conozco esta voz, murmuró el s a r gento: ¿quiéu eres tú? —Kad. —¡Ah! el padre de! ciudadano del peon; ¿vienes á salvamos? — M a s bajo os digo; la puerta está abierta de par en p a r , y el centinela no hace mas que pasar y repasar por delante. En efecto, un momento despues se p a r a ba aquel en el umbral. — i . o s prisioneros, dijo K a d , me p i den que les ayude á variar de p o sición. — N o hay inconveniente, dijo el soldado; y continuó su marcha. K a d hincó una rodilla en t i e r r a , é inclinándose hácia los cautivos, sacó de su — 6 5 — manga un cuchillo, cuya luciente hoja brilló al reflejó de la luz. En dos golpes cortó los cordeles que sujetaban las m a nos y los p i n s del sargento. — S i estimáis en algo la vida, no os mováis, dijo. Dirigiéndose en seguida á Colibrí, le libró de sus ligaduras con la misma d e s treza y celeridad. Terminada esta o p e r a ción se incorporó el g u a r d a - b o s q u e , y permaneció de pie al lado de los vigilant e s prisioneros. De allí á un instante e m pezó á hablar, ya con grave lentitud, ya eon apresuramiento, modificando el tono de s u voz y el sentido de sus palabras, s e g ú n que se acercaba ó a l e j a h a , el r u i d o de los pasos del centinelas. —Solo os queda media hora escasa para decidiros; ei r e y , que es un señor tan •bondadoso c o m o . . . Seria locura pensar salir del campamento atravesado tres cordones de centinelas: si por casualidad lo .consiguierais, caereis irremisiblemente en p o d e r de las avanzadas... Servireis a l i a d o BELLAH T. III. 5 —66 — de los mejores -camaradas... Hé aquí ef único medio de salvación que se os presenta d e n t r o de diez minutos, cuando la tempestad descargue con mayor fuerza, y el estampido de 4os truenos retumbe en el bosque, os levantareis apresuradamente; vuestros miembros estarán entonces d e s entumecidos... Sí, F l e u r - d e - L y s promete haceros oficiales... Oculto entre esta paja, os dejo mi cuchillo: servios de él p a r a romper el techo de la cabana por junto al tronco de la encina que está detras; subid en seguida al tejado por la abertura p r a c t i c a d a . . . La causa del rey es la c a u sa d é Dios, y t r i u n f a r á . . . Las r a m a s de la encina se estienden hasta las malezas del monte vecino, que está lleno de lazos, y pereceríais sin r e m e d i o . . . Nada es m a s lionroso que la confesion de un e s t r a v i o . . . P e r o la rama mas baja y mas gruesa se entrelaza con el ramaje que cubre la calle d e árboles mas próxima; m a r c h a d s o bre aquella e n l o d a su longitud, y seguid de rodillas por encima de la bóveda vegetal hasta que c o u e í u j a . . . Me duele en —67— el alma que tengan un fin tan desastroso dos jóvenes b i z a r r o s . . . Cuando hayais llegado allí, bajad y encontrareis al m u chacho á quien uno de vosotros salvó la vida impidiendo una d e s c a r g a . . . ¡Adiós para siempre, puesto que asi lo q u e reisi... — ¿ Q u é han decidido? preguntó el centinela, que se acababa de p a r a r en la puerta de la cabana. —Morir, respondió K a d . Dejémosles solos. — N a d a de eso, prrsiguió el soldado. Ea lluvia cae con mas f u e r z a que n u n c a , y he determinado guarecerme aquí d e n t r o , "hasta que pase la hora. — C o m o quieras,,dijo K a d : pero si tal haces no podrás hablar libremente con uno de tus mejores amigos. El soldado cedió á esta razón con a l gún mal h u m o r , y salió acompañado del g u a r d a - b o s q u e . Apenas cerraron l?s puertas tras sí, Broidoux soltó un hondo suspiro, cuvo eco formó oíro de C o librí. —68— — H e aquí un socorro inesperado, dijo el viejo sargento. — N o hay duda que lo e s , respondió el g r a n a d e r o . — H a y una máxima muy antigua, a m i go Colibrí, que dice: obra bien y acertarás. ¿Quién hubiera podido creer que el granuja del peon había de ser mí s a l v a d o r algún dia? No daré l u g i r á que nadie me aconseje en lo sucesivo, ni aun t ú mismo, Colibrí, en quien reconozo un talento precoz. — P e r o , mi sargento: ¿habéis compren dido uua sola palabra del ciudadano chuan? — L o he comprendido todo de cabo á rabo, y voy á emplear en esplicártelo los molestos minutos que el entorpecimiento de nuestras agraciadas formas nos obliga á p a s a r todavía en esta h u r o n e r a . Mientras el viejo sargento detallaba á s u subalterno con calma y lucidez el plan d e evasion confiado á su audacia y s a n gre f r í a , el resplandor de los relámpagos se sucedía mas repetido y desvanecedor, —69— y la tempestad se desataba con mayor furia. Bien pronto el r u m o r sordo y lejano de la tormenta se cambió en un concierto salvaje de ensordecedores estampidos y de silbidos agudos, con los que se m e z claba el ruido de la Hovia. La puerta de la cabana rechinaba encorvándose al impulso de los golpes de aire, y el agua e n traba por sus j u n t u r a s , formando a r r o yüelos en el piso. De repente hendió el espacio el r uido del trueno, mas violento y terrible que los otros, y la enorme e n cina, cuyo tronco estaba empotrado en una de las paredes de la c a b a n a , se agitó hasta sus mas profundas raices al embate del h u r a c a n . — H é aquí el momento oportuno, dijo Broidoux levantándose con resolución. Cogió inmediatamente el cuchillo del g u a r d a - b o s q u e ; se puso sobre la punta de los píes, y hundiendo la hoja en el techo de la cabana, abrió un agujero junto al tronco del árbol. Subiéndose despues sobre los hombros de Colibrí, á quien las — 7 0 — angustias del momento prestaban una f u e r za convulsiva, rasgó la abertura con las manos. On golpe de airü, que en aquel instante penetró en la c a b a n a , apagó de r e pente la luz. — N o te desanimes, hijo mió, dijo B r o i doux 1 , que yo no te abandonaré. Al mismo tiempo clavó sus manos en l o s bordes del agujero, y haciendo los may o r e s esfuerzos, consiguió ponerse de pie Sobre la c a b a n a . Llegado que hubo allí, rodeó con un brazo la enema, y con el otro a y u d ó á subir á su leal ; compañero. : — E s t e es un árbol; pero yo no veo la r a m a , dijo Broidoux en voz b a j a . ¿La ves tu? Colibrí no respondió n a d a . Desvanecidos ambos en las tinieblas y trémulos de ansiedad, tocaban en vano cotí sus inaé o s convulsas l a nudosa corteza del árbol. — ; V o t o á veinte mil sotanas! prosiguió él sargento; no b*y semejante r a m a , y la falta de luz en la cabana nos va á perder. Mientras hablaba, rasgó un relámpago las sombrías profundidades de! cielo, y enseñó á los fugitivos la deseada rama, que naciendo nos ó tres pies mas abajo, se estendia horizon talmente en el espacio, — Sígneme, dijo Broidoux: agárrate bien A mis pingajos, y recorramos á horcajadas la rama hasta que encontremos el fin. £1 sargento y Colibrí, que se habían a g a r r a d o á él con fuerza, se montaron" en la rama colosal, que según les habia prevenido el guarda-bosque, debía servirles de pueule para llegar á la bóveda vegetal de la próxima calle de árboles. La rama cedió algún lauto bajo aquel peso, pero, sostenida en su estremo mas débil por el ramaje, se quedó lija, • Llegaba apenas á la miíad de su viajata aérea, cuando resonó á sus espaldas el grito d e ¡á tos armasi —¡Firme, muchacho! ¡Mucha serenidad! dijo Broidoux eo voz baja. Algunos segundos despues habían llega- —72 _ do ya los dos fugitivos al eslraño camino suspendido como un pabellón encima de la atenida del campamento. A r r a s t r á banse de rodillas por él, cuando un c o n fuso ruido de voces y pasos precipitados, que parecia dirigirse bácia donde estaban, les dejó inmóviles y mudos. Un momento despues pasaron por debajo de ellos m u chos hombres armados, agitando a n t o r chas en sus manos. Asi que perdieron de vista el resplandor que aquellas luces producían, siguieron arrastrándose con s i lencioso apresuramiento. De repente soltaron un gemido los labios d e Colibrí. — ¿ Q u é te sucede? preguntó el sargento volviéndose. — Q u e he metido un pie e n t r ó l a s r a m a s y no puedo sacarlo. — jPues estamos frescos! Buena ocasion es esta para c h i s t e s . . . ¡Vamos, hombre! Tira con fuerza. —Imposible, mi s a r g e n t o . . . no p u e d o s e g u i r o s . . . .pero- salvaos vos, porque no ! quiero ser c a u s a . . , — N o insultes á tu s u p e r i o r . ; . Ahora —73— voy á y u d a r t e . . . aguarda un poco. — T o d o se ha perdido, mi sargento, prosiguió Colibrí arrimando sus labios al oido de Broidoux y hablando con voz c a si imperceptible. ¡Siento que m e tiran de la pierna! Broidoux apretó con violencia la mano de su compañero, sin responder una sola palabra. Esta cruel situación, que d u r ó un minuto eterno, acabó con las siguientes palabras pronuucíadas con cautela desde abajo por una voz dulce y delicada: —¿Sois vos, señor sargento? — ¡Calla! E s e ! dueño del peon, e s c i a mó Broidoux respirando con satisfacción, Si, somos nosoiros... ¿Están todos buenos en tu c a s a ? . . . A g u a r d a un instante, y llegaremos á tu lado. Mientras hablaba habia conseguido el viejo sargento desenredar la pierna de Colibrí, y saltando encima de un m a t o r ral corrió hácia el camino, y estrechó entre t u s brazos al hijo del g u a r d a bosque. Guiando el niño á los fugisivos por medio d e un espeso laberinto de m a l e zas* les condujo sin ningún accidente h a s t a la salida del bosque. Broidoux no q u i so;, separarse, de él sin abrazarle otra vez m a s y sin prometerle q|ie le devolvería su peon en la primera ocasion que, se CAPITULO X I I . En eí momento en que l o s d o s cautivos republicanos verificaban su fuga con el buen éxito que generalmente acompaña á las e m p r e s a s llevadas á cabo c o n valor, un jóven oficial del ejército católico y realista atravesaba solo ta selva, dirigiéndose bácia el costado occidental. Caminaba con paso rápido», sufriendo los torrentes de agaa q u e haeiaa inclinar las eopas de ios árboles, indiferente al estrépito de la tormenta, y sacudiendo de vez en c u a n do con aire distraído su c a p a , doblemente pesada que de ordinario á causa de 1a -76— lluvia. Los centinelas, por delante de los cuales iba pasando, se preparaban á h a cerle el saludo militar,' al oir ciertas palabras que en voz baja le dirigía. R e c o nocido á la claridad incierta del fuego de un vivac al atravesar por delante de una avanzada considerable, fue ai punto rodeado por una multitud respetuosa, que mezcló sus entusiastas aclamaciones á ios mil ruidos del huracan. Las mujeres y los niños, salieron a p r e s u r a d a m e n t e de sus miserables albergues, repitiendo con sencilla admiración el nombre de F l e u r de-Lys; de todas p a r t e s acudían; lodo el mundo se agrupaba alrededor del jóven jefe; algunos se esforzaban en locar sus manos á sus vestidos; su presencia parecía ^espertar la ¡dea de un ser supeiior ai hombre. Semejantes ovaciones detuvieron mas d e una vez al general realista eu las diversas encrucijadas de la selva. Debemos despojar a q u í . de ur.a parle del misterio en que hemos envuelto a este jóven, rodeado de una popularidad que casi rayaba eu a d o r a t i o n . Este persona- — 77— je se habia dejado ver por vez primera eu la Vendée, hácia el fin de las g r a n d e s guerras. Entonces no llevaba el nombre bajo el cual se le designa en esta relaciou. Habiéndole lanzado el curso de Sos acontecimientos al B a j o - M a i n e , y mas tarde al Norte de la Bretaña, reunió allí los e l e mentos dispersos de la chuaneria. Él fue el primero que hizo salir á los realistas de sus posiciones p u r a m e n t e d e fensivas, p a r a conducirlos á los campos de batalla: una suerte asombrosa a c o m p a ñaba á sus a r m a s , puesto que no se citaba un encuentro en que no le hubiese sonreído. Largo tiempo hacia que m a r c h a ba á la cabeza de los insurgentes bretones, que hablan conocido desde luego la influencia de su renombre singular. No s o lamente se celebraban sus prendas militares y su actividad fogosa, moderada por una sangre fría inalterable y la rara mezcla de temeridad y cálculo que dirigía todos sus movimientos, sino que poseía ademas algo de misterioso, esparcido por su persona y su destino, que acababa d e encantar á aquellas imaginaciones sencillas y ardientes. Su belleza, su lenguaje e s c o gido, su liberalidad, que no le dejaba f r e cuentemente otra propiedad que su c a b a llo d e batalla; todos los dones de gracia y poder que ilustraban su juventud, eran otros tantos rasgos brillantes de que la superstición y el amor á lo maravilloso habian creado un ser sobrehumano. Mostraba un valor admirable cuando, cargando al enemigo con el sable envainado, e n tonaba con gentil alegría en medio del f u e go himnos de guerra compuestos por él mismo. Los soldados te creían invulnerable. Los demás jefes y la nobleza, menos sensibles á semejantes fascinaciones, no d e j a b a n sin embargo de a c a t a r el tacto e s pecial de que el célebre caudillo daba m u e s t r a s repelidas en el género de guerra que tenia que sostener; pero, sobre todo, a lo que mas veneración prestaban era al prestigio de una semejanza ilustre impresa en su altivo rostro. Esta semejanza no e r a engañosa; d e t r a s del misterio que envolvía —79— el origen de aquella existencia estraordinaria, se ocultaban la vergüenza de una m u jer y ol crimen de un r e y . Los nobles del Oeste habían en cierto modo legitimado con sus atenciones los títulos de este jóven ai respeto particular de los insurgentes realistas. Sin embargo del tacto que mostraba el jóven jefe para sacar partido de todas las circunstancias que pudiesen aumentar su imperio, sus medidas dominadoras y su individualidad cada vez mas absorbente, no tardaron en inquietar á aquellos mismos que habían contribuido á f u n d a r el culto de que era objeto. La fama de 3MS victorias y el r u m o r de s u popularidad llegaron á oídos de los príncipes emigrados, y empezó á desagradarles un servidor tan poderoso. El conde de P u i s a ye le escribió desde Inglaterra una c a r t a de felicitación, en que le daba á conocer su dependencia. A este punto habían llegado las cosas, cuando se abrieron las negociaciones para la paz con la repúblic a . El dichoso aventurero rehusó tomar -80parle en ella; pero las intrigas que se agitaban en torno suyo desde hacia algún tiempo le dejaron de repente aislado y sin medios de prolongar su resistencia. P e r seguido por los azules, se vio obligado á abandonar la tierra de Bretaña, refugiándose en una barca de pescadores que estaba en una playa desierta á corta distancia de Saiut-Briene, una pequeña p a r tida de chuanes protegía sil embarque. Antes de abandonar la orill-j hizo p e d a zos una flor de lis de oro que adornaba la parte superior de su espada, y la e n tregó á sus fieles amigos. Esta reliquia llegó, a ser en las leyendas populares el nombre del héroe fugitivo. En mas da una parroquia, deseosos los sarcerdoles de contemporizar con un entusiasmo e x a l tado por el encanto de los recuerdos, h u bieron de añadir á los votos por el rey una oración distinta en obsequio de Fleurd«}-Lys. Una vez libres de los celos que producía su presencia le echaron d e m e nos sus enemigos secretos. Al entrar en acción se hallaban los antiguos tercios — S i de la chuanería promos al combale, per© sin aliento y desorganizados, como en los primeros tiempos de la sublevación. Cuando el jóven jefe se bailaba en I n g l a t e r r a , los emigrados le obsequiaron coa mil festejo*. Uno de los principes d e s t e r rados, que se hallaba también entre ellos, le dispensó una acogida muy favorable, dando á entender con tal proceder q u e esperaba todavía de él grandes servicios. F l e u r - d e - L y s , según se dice, fue agraciado también por aquella época "cou un título que traía á la memoria el teatro de sus p r i meros hechos de a r m a s , y que estaba lomado de los recuerdos de p a r l e de la familia de Luis X I V . Ninguna explicación acompañó, sin embargo, á esta alusión in directa y aduladora á ios equívocos d e r e chos del jóven d u q u e . Algunas semanas mas tarde el gabinete inglés se decidía á lanzar en Bretaña una division de emigrados. Uno de los p r í n c i pes, tío del jóven rey cautivo en el T e m ple, debía m a n d a r el c u e r p o do d e s e m b a r BKLLAB,—T. III. TÍ —8*2— co. Sabido es con qué instancias habia sido solicitada siempre la presencia de este personaje por los jefes vendeanos. Nadie ignora tampoco con qué d e s a liento y amargura, muchas veces hasta poco mesurados en su espresioh, los mas famosos defensores de la causa realista soportaron la eterna decepción de su esper a n z a mas legitima. La espedicion se hallaba pronta: t r a t á base de volver á poner en movimiento e» toda la Bretaña las masas insurgentes, á fio de alejar del puis las fuerzas republic a n a s y asegurar el desembarco de la e s cuadrilla. F l e u r - d e - L y s pareció el mejor dispuesto para esta empresa, y la aceptó. S u nombre, rodeado de mayor prestigio con la ausencia, fue causa de que se d e s poblasen en dos dias todas las cabanas, y bé aqni como formó un gran ejército. L a especie de investidura ofici»! que a c a baba d e recibir le prestaba á los ojos de los otros jefes un nuevo c a r á c t e r de s u p e rioridad que nadie quiso disputarle. E n una c o n a campaña cumplió, conforme hemdS — 8 3 — visto, ia misión de que se habia e n c a r g a do; pero la escuadra inglesa no se presentó el dia lijado, y se comunicaron á Fleur-deLys nuevas instrucciones, á las cuales obedeció, modificando sus primeros planes. Entonces fue cuando abandonó las c o s tas. Sin embargo, la tardanza de la e s c u a d r a , que no dejaba de tener cierto viso de traición, habia causado una sensación profunda en el alma impetuosa del jóven general, que se veia á medias sacrificado en premio de su adhesion. Su odio d e clarado a los ingleses se hizo mas violento, confesando ya en voz mas alta su oposicíon á toda medida en que pudiese tener p a r t e la maquiavélica política d e aquella nación. Algunas palabras indiscretas que en s u resentimiento habia vertido, despertaron la desconfianza en torno suyo. Una p a r t e de los jefes permaneció sinceramente adicta á su persona; pero otra sobrellevaba con gran disgusto su y u g o : inqtyetábales ía v e neración que íe p r e s t a b a una provincia e n - —Sil e r a , veneración q u e , á decir verdad, casi rayaba en idolatría; observaban con d e s agrado en sus palabras el tono f a t a lista y decisivo, que inspira comunmente á los favoritos de la fortuna la s e g u r i J r d del triunfo, y que oculta la mayor parte de las veces pensamientos ambiciosos. Bien pronto tendremos oca^ion de ver si eran ó no fundados los celos y envidia de los rivales de F l e u r - d e - L y s . Al llegar este a u n costado del bosque, encontró acampado un fuerte destacamento de caballería, único cuerpo de la indieada arma que contaba el ejército realista; pero que. sin embargo, se bailaba todavía en muy buen estado de equipo. La mayor parte de los gineles, del mismo modo que un gran n ú mero de voluntarios de la selva, tenían p o r calzado unos zuecos, encima de los q u e ajustaban unas campanas de cuero, á manera de bolas. F l e u r - d e - L y s cogió u n caballo, y se dirigió á lodo escape bácia el castillo de Kergant. El bosque de la Nouée habia servido d e asilo al marques y á los suyos d u - — 8 5 - rante el dia que siguió al de la sorpresa del castillo por el destacamento de F r a n cisco. Entonees fue cuando se tuvo la noticia de que los republicanos habían o c u pado á Kergant y le habían abandonado al punto, retirándose hácia el cuartel g e neral. El marqués, queriendo evitar en lo posible á su familia las molestias i n h e r e n tes á una vida de proscripción, se habia determinado por último á volver á entrar en su castillo, encargándose F l e u r - d e - L y s de mantener por medio de sus espías u n a vigilancia que pudiese prevenir cualquiera nueva sorpresa que se intentase llevar á cabo. Por otra parte, el objeto de los p l a nes secretos de los chitanes consistía e a prolongar ya por muy poco tiempo una situación tan precaria. Habíanse vuelto á adoptar en el castillo todas las costumbres de la vida de f a milia, procurando de este modo formarse la ilusión de que se disfrutaba en él ía misma seguridad que en mejores días; pero semejante Ücticia calma no engañaba á nadie; en las palabras, y mas bien aun —86— ep el silencio de todos, se traslucía el terror de que se hallaban poseídos. Bellah habia caido en un estado de p o s t r a ción alarmante; la misma Andrea no s o n reía j a sino entre sueños. E n la noche & que nos ha conducido el relato de esta histor ia, todos los m i e m bros de la familia se habiau separado á c o sa de las diez. Bellah, retirada en su aposento, p e r m a necía en pie huela algunos minutos con una mano coloeada en el respaldo de un sillón, incliuada la cabeza y fija la vista en el espacio, parecía hallarse escuchando con melancólico ínteres los clamores de la tempestad que sonaba» por defuera y los tristes eens repelidos en los corredor e s del castillo. Las bellas facciones de la jóven se hallaban en un estado de a l teración notable; pero su misma palidez y el surco semicircular que se dibujaba debajo de sus ojos no ser vían sino para d o larla del único encanto de su sexo que quizás, la fallaba; la debilidad. ..Abaudonuudo, por fin, su actitud c o n - —87— lercplativa, fue á sentarse delante de tina pequeña mesa que servia de ba«e á una elegante biblioteca tic ébano esculpido, y sacó de esta un abultado libro forrado de terciopelo y cerrado con un broche en forma de cruz, que rechazó con dulzura antes de abrirle; en seguida, agitando la cabeza con la dolorosa espresion de aquel que no puede resistir á un deseo que en su interior contiena, arrancó una hoja de un álbum y comenzó á escribir con febril rapidez lo siguiente: «Hervé, hermano mío; ya no espero volver á veros mas. Vuestro injusto desprecio será la causa de mi m u e r t e . A p e n a s me conoceríais ya si m e vieseis, amigo «lio. Los que me rodean creen que es efecto de la fatiga, de la emocion: j o les dejo en su e r r o r , pero en tanto desfallezco. MÍ corazon se halla herido; tan pronto late tan aceleradamente que no me permite r e s r pirar, como se para y se me figura que es llegada mi última hora. Me hallo d e s o lada; mi espíritu se encuentra en completo desórden. La tempestad horrible de esta —88 — noche ha trastornado mis sentidos. Pa~ réceme que cada torbellino pasa sobre mí como sobre un frágil arbusto, y cada r á faga se lleva en pos de sí parte d e la vida qae me resta. Si m e engañase, si hubiese de continuar viviendo, j a m a s l e e ríais estas líneas. «Hervé, he consagrado toda mi vida al cumplimiento de mi deber, y en su o b sequio he sacrificado mi existencia: pero pido que á lo menos mi tumba me p e r tenezca, y que se conserve pura á los ojos de todos, y m a j o r n e n t e á los vuestros. Cuando ya no exista, nadie puede oponerse á que lloréis por mi, y este es el único pensamiento que me sonríe a g r a d a blemente en el triste estado á que me veo reducida. Sin duda no debe ser deshonrosa la debilidad que me arrastra á escribiros, cuando no se alzan contra este acto en mi conciencia mas que leves reconvenciones, y por lo tanto reconozco que es mi pobre c o n ciencia de otro tiempo ¿Os acordais, Hervé? Mi conciencia de sensitiva, y de sensitiva enferma, según vos decíais —89 _ ¿Qué se hizo de aquel tiempo, Dios mió? »Cuando mis propios iahios os confesaban io que causaba mi vergüenza, debisteis prestarme crédito sin d u d a . . . P e r o qué, ¡tan pronto, tan fáeihneate, H e r v é bajo el techo de esta morada, durante tanto tiempo común á entrambos; en donde mi alma se habia desenvuelto pliegue á pliegue á vuestros ojos, hasta una palabra para borrar de vuestra mente tantos recuerdos! ¡Ah! me parece que, aun en el dia de la eterna justicia y de la inexorable v e r d a d , si escuchase de vuestros labios una e?presion baja é infame, aguardaría para c r e e r la á que el mismo D o s la repitiese... ¡Y vos habéis dudado! ¡Una palabra, una calumnia tendrá tan fácil acceso en vuestro corazon que os haga olvidar toda una existencia de honroso comportamiento!... Por que yo os he mentido, s í , puesto que es preciso decíroslo; pero tío tengo que arrepentirme de esa mentira, Hervé; porque las fallas que nos hace cometer el deber las eleva al nivel de virtudes. ¡Ay! ¿Por qué al mismo tiempo que nos impoue - 9 0 - tma obligación no nos dará lá suficiente fuerza p i r a llenarla? » Es preciso queos esplique lodo, pues parece que ya no comprendéis mi carácter. Yo he seguido fiel, apasionadamente fiel, á los sentimientos é ideas que sirvieron de pasto á nuestra infancia. Greo en el r e y , como creo en Dios. Esta doble fe es el úuico sosten de mi conciencia: fuera de ella no veo otra cosa que tinieblas é inquietudes, entre las cuales me seria imposible vivir. Sin embargo no comprendo la indiferencia, y bendigo al cielo porque ha conservado ilesas mis creencias. Si, en el estado en que me hallo no habria tormentos comparables á los que mi alma hubiera experimentado si un solo instante se hubiese visto asaltada por la duda. Una fe Viva cual la que siento, Hervé, respecto al tiempo pasudo, trae consigo deberes superiores á las fuerzas de una m u j e r . ¡Cuántas vece* he envidiado á nuestra Andrea querida! La bondad de Dios le ha prescrito deberes a! nivel de su fuerza de espíritu... Os ama, es dichona, y se —91— entrega tranquila y reposada al sueño. ¡Ay! Acaso no habia j o nacido también para disfrutar la halagüeña paz de la f a milia. y las fáciles exigencias del hogar doméstico? Dios no lo ha querido así: jloados sean los misterios que envuelven sus altos juicios! »De mí dependía i n p e d i r la desgracia que presentía entre vos y ese jóven. Yo debí impedirla á toda costa. No hay e c sislencia que deba ser mas preciosa para todos los que aman bien á su rey que la de ese hombre. ¡El r e y ! ¡Hervé, este es un nombre que no tiene ya la misma s i g nificación cu vuestros oídos que en los nuestros, y apenas comprendéis que pueda servir de esplk&eion de cualquier s a c r i ficio. Vos miráis con desden nuestras preocupa! iones, nuestra idolatría; es d e cir, el culto de los mas bellos recuerdos de nuestras patria y nuestras familias, la fidelidad á los altares y tumbas de nuestros padres, iodo cuanto encierran de mas ilustre y glorioso los tiempos pasados, todo lo que habia de virtud á uu alma cris- —92— liana, de gloria á un alma francesa, todo cuanto encierra para nosotros ese círculo misterioso y sagrado, llamado la corona real. Decís que comienza un mundo nuevo, en que todas estas cosas tienen solo la importancia de unas sombras: si ese mundo comienza en efecto, yo i;o me hallo n a cida para él; debo morir, como la virgen pagana, en el suelo del templo en que h e dirigido mis preces / , o r al cielo última vez. »Me hallaba tan distante de ser c u l pable, que no pude comprender en un principio qué era lo que me preguntabais... E s muy estraño que me hayais creído tan fácilmente. Q u e n a salvar la vida de aquel jóven; estaba obligada á hacerlo así; pero tampoco es mi ánimo al justificarme que vayais á concebir sospechas de otra p e r sona. Alix, á quien conocéis, me hizo una confianza voluntaria, que me dió á e n tender el error en que habíais incurrido. Vino á rogarme que intercediese con su padre para que consintiese en su c a s a miento con uno de nuestros jóvenes oficiales, el hijo del guarda de Mr. de MOD- —93 _ ryon; y de paso m e confeso que ie h a bía encootrado en e! bosque de abetos aquella aciaga noche, y que estaba llena de sobresalto temiendo que les s o r p r e n diese su p a d r e . El sugeto á quien ella ama tiene un nombre de guerra que ha contribuido mas á vuestro engaño: llámase F l e u r - d e Gcnet. »No creo que tenga m a s que deciros, y ya me siento mas tranquila... Amigo mió, si llegáis á leer esto, será señal de que yo he cesado de existir. Esta e s p e ranza disipa todos mis escrúpulos. Si cuido tanto de que mi memoria os sea grata, consiste en que lo merezco; estad seguro de ello... H e luchado mucho por causa v u e s t r a . . . Dios nos ha hecho dueño» de nuestras acciones y palabras, pero no de los latidos de nuestro corazon... ¿Habéis podido en efecto juzgarme culpable? Yo habia pensado continuar siéndoos e s t r a ñ a , p u e s j a m á s ni la pasión ni el s u frimiento, y d e ello hoy os doy una prueba, hubieran obtenido de mí una resolucioo contraria á las leyes de mi c o n - ciencia. Desde nuestra entrevista en la montaña de las P i e d r a s hacíais bien en pensar que yo no era ni podía ser m a s p a r a vos que un recuerdo: pero nunca debisteis abrigar la idea de que pudiese consagrar á otro hombre las inclinaciones de mi alma, profanando el recuerdo que existe en el fondo de mi corazon.» Al acabar de escribir Bellah estas p a labras, alzó hácia el cielo sus párpados humedecidos por el llanto, para ponerle por testigo de sus palabras, y d e s c u b r i e n do á F l e u r - d e - L y s que penetraba en aquel instante por la puerta del aposento, se levantó de su.asiento sobresaltada. El jóven se habia parado en el dintel, con la cabeza baja en actitud respetuosa. — S e ñ o r duque, le dijo ella con g r a vedad, un sí es no es altanera: mi p a d r e está todavía en el salon, según creo. — P e r d o n a d , dijo F l e u r - d e - L y s : es á vos solamente á quien desearía hablar. Ya os podéis figurar que sin «n motivo muy grave no me hubiera atrevido á molestaros. Me hallo en vísperas de lomar una resoSu- —95 _ don suprema, y es preciso que os e o n sulte sobre e!la sin tardanza. ! La señorita de Kergant- interrogó con una inquieta mirada el semblante de F i e u r d e - L y s , en el cual i¡o pudo leer otra cosa que ta vaga espresiun de una perplejidad viólenla. — ¿ Q u é se os ofrece? preguntó en s e g u i da, dejándose caer en un sillón' con el mayor desaliento. , F l e u r - d e - L y s reccgió un memento s o s ideas, y acercándose á la joven, «que se bailaba dispuesta á escucharle con gran atención, la dijo: — Y o s sabéis dispensarme justicia; vos á lo menos estoy seguro que conocéis que me he consagrado fielmente al peligroso deber que se me ha impuesto. — Sé, interrumpió Bellah, que habéis hecho honor á vuestra estirpe, señor duque. — Sin embargo, replicó el jóven; la p a ciencia y abnegación de un hombre tamliien reconocen límites. ¡Ay d é l o s que echaren esto en olvido y# fuesen causa de que v a ci'ase la fe de los" subditos leales! —96— —¿A qué vienen esas estrañas pala» fcras, duque? ¿Qué meditáis? ¡Dios mió! — S i todavía no he aprendido á ser t r a i dor, Bellah, no será, por cierto, por falta de leccioues r e c i b i d a s . . . , . Vos os hallais enterada, á lo menos en parte, de lo que h a ocurrido- pero no quiero que nada quede oculto á vuestros ojos. Yo habia recibido encargo de dispersar ó destruir todo cuanto pudiese servir de obstáculo al desembarco prometido tanto tiempo hacia; algunos dias despues ya habia cumplido con mi misión fielmente; la ribera, todo el pais s e hallaba libre; éramos dueños de 1a costa, y toodiamos ia mano á nuestros amigos a l i a dos, pero no vinieron, y nos dejaron cara á cara con uno de los mas terribles e j é r c i t o s . . . con el mejor general de la r e p ú blica... — P e r o ya se os habia advertido; p u e s , scguu creo, recibisteis nuevas órdenes. — S í por cierto; tres dias despues. No e s posible que os pinte las angustias que pasé durante aquellas eternas horas de incertidumbre y abandono; mis angustias '—37— no eran por mi seguramente, sino por t a n t o s valientes qu<\ confiando en mi palabra, se habían dejado conducir á una carnicería sin f r u t o . . . Por fin llegaron las órdenes; la escuadra se habí:* retardado, por r a z o nes de que no se hacia mérito. Se exigía todavía una semana de término; era p r e c i so, durante este tiempo, entretener al enemigo o batirle... }Yos sabéis qué enemigo tan temible e r a el nuestro y los grandes r e c u r s o s con que c o n t a b a ! . . . Ya se ve, no hay cosa mas fácil que comunicar órdenes. El comprender el sentido de las que se nos habían trasmitido tampoco era un a s u n t o muy difícil. Cualquiera que pudiese ser el resultado, se habia t r a t a d o de quitar de en medio un enemigo ó un servidor attn mas odioso... y yo obedecí, Bellah. —Dios y vuestro honor a*i lo exigían, dijo la jóven con dignidad. — E s o es en lo que yo no estoy e n t e r a m e n t e de acuerdo con vos, replicó Fleur-; d e - L y s . Yo dudo que la felidosi ni el honor pudiesen exigir el sacrificio de loa BELLAH T. 111. 7 —8 _ generosos corazones de mis soldados en aras de una causa egoísta, y sin embargo, obedecí. Se me mandaba morir, v me prepar é á ello. Me iuterné en la selva, y me p r e p a r é para un combate desesperado. N o e r a dudoso que allí habíamos de hallar todos nuestra sepultura si el enemigo se decidía á atacarnos; pero él tampoco p o dría librar muy bien de la refriega. Pero el ataque no tuvo lugar, y he aquí lo que sucede: la escuadrilla inglesa debe a r r i b a r pasado mañana á la península de Quiberon. Si los republicanos tienen noticia de esto, van á precipitarse hácia la costa, y yo puedo seguirlos y trabar el combate; pero si continúan engañados, conforme yo creo, puedo flanquearles d u r a n t e la próxim a noche, y llegar antes que ellos por medio de una marcha forzada al punto de desembarco. — i , a cuestión es d e alta inportancia, en efecto, dijo Bellah con voz conmovida: ¿por qué no vais inmediatamente á instruir de todo á mi padre? Una ligera sombra de turbación oscu- — 9 9 — recio la brillante mirada de F l e u r - d e - L y s . — N o sé, contestó con acento singular; no sé si en lugar de seguir cualquiera de los dos partidos, seria mas conveniente que esta misma noche abandonase el bosque y emprendiese la retirada hácia el Norte con todos mis chuanes. No se ocultaba á la señorita de K e r g a n t que semejante maniobra, destruía de un solo golpe las mas preciosas esperanzas de los realistas; pues que quitaba lodo apoyo en el país á ta espedicion de los emigrados, abandonándolos en manos del ejército republicano. Ua rayo de luz iluminó de repente su mente, haciéndola e s tremecer la idea que d e s p e r l ó en ella. — P e r d o n a d , señor duque, dijo: os estoy prestando toda mi atención, pero me hallo tan desazonada, que no m e ha sido p o sible entender lo que habéis dicho. — E n t o n c e s me habéis comprendido. Bellah se levantó precipitadamente de su asiento, mirando al jóven con un aire de profundo estupor. —¡Como! esclamó: no es posible, ¡Vos —100 _ ¿raidorl ;Vos entregar á vuestros hermanos d e a r m a s , entregar al p r í n c i p e ! . . . á un hijo de F r a n c i a ! . . . ¡Al hermano del rey! — ¡ E l príncipe! dijo F i e u r - d e - L y s , c o n t r a y e n d o su boca con una sonrisa de a m a r go desden: ¡el principe no viene! — E s Falso, interrumpió la señorita de K e r g a n t : ¿quien se atreve á asegurarlo? s ¿Quién es capaz de sostener que u o ' B o r jbon faltará á su palabra y desertará de sus banderas? —El mismo, repuso el jóven colocando sobre la mesa una carta abierta, en que solo habia trazado un renglón. Bellah clavó en ella los ojos, y un rubor súbito enrojeció su rostro. Si el personaje caballeresco coya conducta en la época d e que hablamos comprometió á tantos subditos leales no hubiese sido tratado cual es debido por ia historia, no hubiera habido cosa que mas le hubiera lastimado que tal muestra da vergüenza impresa en la frente de una jóveu. — L a Inglaterra le habrá obligado á ello, replicó. —101 _ — -Obligar! Cuando se lleva un nombre como el suyo, si la Inglaterra le hubiera negado sus bajeles, ¿no habia allí ni u n a miserable lancha de pescador para salvar el honor de César? En fin, ya veis que no viene. En cuanto á los otros, tengo' medios de prevenirles á tiempo, y no r e a l i zarán su desembarco. N o hago, p u e s , t r a i ción a nadie mas que á la Inglaterra, y de hacérselo á esta me vanaglorio. — P e r o , añadió Bellah con energía e n tusiasta: ¿qué importa un hombre? ¿Qué importa una falta, que sin duda será e s cusahle? ¿La corona ha perdido acaso por eso nada en su pureza? ¿Es acaso a h o r a su causa menos sagrada que antes? ¿ P e n sáis vos abandonarla? ¿Y cuáles son v u e s tros provectos? ¿Por quién vais á combatir? ¿Qué vínculo unirá á vuestros soldados? N o sereis seguido ni por uno solo de nuestros valientes bretones. —Todos me seguirán; dijo el jóven con e n t e r e z a . ¿Pensáis que el único interés que ha hecho que empuñen las a r m a s ha sido el del rey, de ese rey aliado de los —102 — ingleses, de ios sajones, de sus antiguos enemigos, como elfos dicen, de ese rey siempre ausente, tan pródigo de s u s a n g r e como avaro de la suya propia? No, B e l l a h . . . Yo sé que habrán de a g r a d e c e r m e que les libre de una alianza e x e c r a b l e . . . Me seguirán lodos en nombre de su religion, de su libertad, d e su patria, que se ven a t a c a d a s . . . Hé aquí la causa ó que ellos sirven, la causa á la cual es fcello y santo consagrarse, la causa v e r d a deramente francesa; las palabras nada significan... Teneis un alma muy elevad a , B e l l a h , para que dejeis de com» prenderme. — L o que yo he llegado á comprender, dijo la señorita de Kergant fijando su mirada severa sobre el jóven, es que p r e tendeis también servir á la revolucíoa á vuestro m o d o . . . ya que no en provecho vuestro... Sois poderosos, F l e u r - d e - L y s . . . vuestra suerte, vuestra influencia son tales, que yo he pensado constantemente que érais un elegidode Dios... Pero guardaos bien de haceros acreedor á que os retire su g r a c i a . — 1 0 3 — —¡Dios! esclamó el jóven; ¿acaso no me habrá reservado olro deslino que el de servir eternamente á ingratos? — P e r o si vuestra fatal influencia consigue hacer partícipes de vuestra falta, de vuestro crimen á espíritus lan sencillos como los de vuestros soldados, ¿esperáis e n gañar del mismo modo á vuestra fiel nobleza? — P a r t e de ella j a sé que me a b a n d o nará cediendo á sus mezquinas p r e o c u p a ciones; ios d e m á s sé, estoy bien seguro, que pelearán con tanto ardor eu nombre de la Francia, como en nombre de un rey que les ha enseñado á o l v i d a r . . . — No creáis, Bellah, que soy yo el único que ha quebranlado la fe de su p a l a b r a . . . os enseñaré pruebas de ello si las deseáis... uo he aventurado un designio como el que abrigo sin alguna esperanza de éxito: podéis creerme. — ¿ P e r o de qué designio habíais, de qué éxito? ¡En nombre del cielo, decídmeiol Porque eu verdad me habíais de cosas que no alcanzan á comprender mi razou ni mi pensamiento. — 104 — , — B e l l a h , soy llamado á otro teatro de honor y de p e l i g n s . . . se invoca el crédito de mi nombre, el apoyo de uuestras g e n tes para resucitar las grandes guerras «widcanas... Alguna* otras provincias estáu también p r o n t a s . . . el federalismo se reanima en toda la F r a n c i a , y nos tiende !a m a n o . . . E s c e p t o el rey, todos los enemigos de la república están en favor nuestro... Auu p u e d e v o h e r el tiempo en que nuestra insurrección contaba con una capital, y hubiera bastado una sola victoria para abrirnos el camino de P a r i s , y sofocar de uo solo golpe la república; que entonces era por cierto mas fuerte que lo es a h o r a . . . La patria no tiene, como los r e y e s , celos de sus servidores... y se mostrará reconocida á sus libertadores... Se nos presenta una nueva empresa que no puede menos de acometer toda alma n o b l e . . . Y a que se nos obliga a correr aventuras, corramos estas, que á lo meaos son g r a n des y dignas de hombres de arrojo. L a señorita de Kergant habia escuchado con uua especie de terror las anteriores e —105 _ palabras, nacidas de un alma sublevada contra la injusticia y exaltada por i a ambición. — A h o r a lo comprendo todo, dijo: el orgullo os es Ira vía, F l e u r - d e - L y s . . . vais á perderos, pero también vais a perdernos á todos al mismo tiempo, hundiendo p a r a siempre nuestra c a u s a , lo cual es h o r r i ble... Y ) o que lo veo, ¡Dios mirl añadió juntando sus manos con desesperación, no puedo impedirlo. — V o s lo podéis todo, dijo F l e u r - d e l - j s rápidamente y en voz baja, t o c a n d o con suavidad con su m;'Uo el brazo de la jóven, que le miró sin darle c o n t e s t a r eion alguna. — S i , volvió él á decir: no habría s a c r i ficio que j o po me impusiese gustoso; no habria p e s a r ni afrenta que yo no bendij e r a si consintieseis en ser mi e s p o s a . — / E s p o s a vuestra! esclamó Bellah, h a ciéndose a t r a s bruscamente,, como si se hubiese abierto ante sus {¡lanías un abismo insondable. — D e s d e que os he conocido, Bellah, —106 _ ninguna gloria, ningún triunfo me ha sido precioso sino en lo que servia para a c e r c a r m e á vos. Vuestro ;«mor me hubiera bastado; pero le habéis rehusado, y me he sentido acometido de un horrible vértigo. P a r a poder olvidaros ahora no hay medio: es preciso, ó que llegue á ser un grande hombre, 6 un gran criminal. Las pasiones que devoran mi corazon son terribles, vos no podéis comprenderlas, ni perdonarlas. La señorita de Kergant habia apoyado contra su pecho ambas manos cruzadas, como si su corazon estuviese próximo á estallar: entreabrió sos pálidos labios, y dijo con voz exánime: — ¡ E l rey! B e repente un sentimiento estraordinario de sufrimiento y de triunfo se reflejó en su semblante. Acercóse á F l e u r - d e - L y s ; estendió hácia él la mano, y le dijo con una sonrisa impregnada de sobrehumana dulzura: — Si esta débil mano puede ejercer tanto peso en la balanza de los mas altos d e s tines, la dejo caer en ella con orgullo. El jóven jefe quedó confuso y sin saber —107 _ qué partido adoptar, en vista d e una r e s puesta tan pronta y de uua victoria tan f á cilmente conseguida. — ¡ E s posible! balbuceó. ¿Me habré e n gañado?... ¿No amábais á otro?... ¿Sereis capaz de a m a r m e ? . . . ¡ P e r o n o , vos no h a béis consultado mas que la voz de vuestro deber, y váis á sacrificaros! —¿Advertís en mí las señales del s a c r i ficio? repuso Bellah, con la misma tranquila caima. No, no lo creáis. Mi alma no e s susceptible de abrigar esos violentos sentimientos que experimentan o t r a s ; pero creo que os bastará que os entregue mi mano v o luntariamente. El tiempo se encargará de hacer lo demás. —¿Debo creeros, Bellah? Tan inesperada felicidad... ¡Ah! ¡No sabéis el peso de que aligeráis á mi alma! ¿Cómo podré p a g a ros nunca? —Sirviendo al rey, Fleur-de-Lys. — ¡ O h , sí, le serviré; moriré en su defensa,- y moriré en estremo gustoso, si soy ya esposo vuestro! Bid lab, no quisiera molestaros por mas tiempo... pero os ruego - 1 0 8 que perdonéis; ya que decís que es s i n cera vuestra promesa, no os ofendáis si dejo entrever una s o s p e c h a . . . ¿No habéis contado con que va á sobrevenir una g u e r r a sangrienta?... —Disponed de mi mano, consultándolo antes con mi p a d r e . — P u e s qué, decidme; ¿si vuestro padre 110 se opone, consentiríais en que el mismo sacerdote que ha de bendecir en ia noche d e mañana nuestras armas antes de, la partida ó del combate quizás, bendijese n u e s t r a union? — B r e v e es el plazo, d i j o B e l l a h , cuya voz se¡ iba debilitando p o r i n s t a n t e s ; p e r o , en fin, consultadlo eon mi p a d r e . Y o a p r o baré lodo cuanto hagais. Id, F l e u r - d e - L y s . Cuando vinisteis me hallaba a l g o i n d i s p u e s ta. y ¡con las emociones q u e he esperimeulado d e s p u e s . . . El jóven hincó la rodilla en tierra, cogió la mano de la señorira de Üfergant, ¿ imprimió en ella sus labios, y haciendo en seguida un saludo respetuoso, salió del espanto. — 109— Al llegar F l a i r - d e Lys al fin d e l a t a r ga galería que se cstendía por aquella p a r t e del castillo, volvió la cabeza de r e p e n t e , creyendo oir deiras de sí ruido de p a s o s . No pudo, sin embargo, por mas que hizo, percibir distintamente rumor alguno. Y c r e yendo que su ilusión había nacido del eco producido par sus mismas pisadas, comenzó á bajar la escalera que conducía al vestíbulo del castillo. Pero no le habia sido infiel su seguía. Una muger, u n a sombra irritada y vengativa se deslizó por entre los tinieblas, y bajó la escalera en su seguimiento. Mientras él se dirigía al salon en que se hallaba el m a r q u e s , ' l a sombra atravesó el palio y se perdió en la oscur i d a d de la avenida. Pocos instantes habían t r a s c u r r i d o , cuando un penetrante y prolongado grito que pareció salir de la habitación de Bellah despertó toda azorada á Andrea, que d o r mía pared por medio, y se levantó á toda prisa, volando á la habitación inmediata. Bellah, fria como la m u e r t e , yacía t e n dida en el suelo. El aposento se llenó en — 110— un momento con toda la gente del c a s tillo. en tanto que el marques de K e r g a n t ayudado pnr ia canonesa, trataba de volver á su bija al sentimiento de la vida. Andrea descubrió sobre la mesa la c a r la interrumpida por la llegada de F l e u r d e - L y s . Recorrió aceleradamente con la vista algunos de sus renglones, y cogiéndola en seguida, ta escondió en su seno. En la misma noche una mujer jóven, montada en un caballo bañado en sudor, se presentaba á las avauzadas republicanas, y solicitaba ser conducida á la p r e sencia del general en g e í e . Desde el dia anterior el estado mayor se habia t r a s ladado á la pequeña ciudad que rodeaba el rio, á tres leguas de K e r g a n t . El general, á las primeras palabras que le d i rigió la jóven, hizo llamar al comandante Pelven. Despues de una conferencia de media hora, la misteriosa amazona áe volvió por el camino que habia iraido. Los primeros albores del dia a p a r e cían en el horizonte, y aun se hallaba Pelven encerrado con el general en jefe, —ill— e r a n d o se ie anunció la llegada del a l deano casi idiota que habia mas d e una vez servido de intermediario entre el j ó ven comandante y su h e r m a n a . El aldeano entregó á Hervé un pliego c e r r a d o co& gran cuidado. Contenia dos lineas escritas por Andrea y la c a r i a no concluida de Bellah. CAPITULO XIV. El marques de Kergant era uno de hombres dignos de respeto, cuya vida se mueve solo por el sencillo resorte de los sentimientos naturales. Su sano c o r a zon no habia sabido nunca lo que era el choque ardiente y destructor de las pasiones. El mundo llama á estos seres c o r a z o n e s positivos. E n su conciencia no había la mas l i gera sombra; la presuntiva rectitud y la moral eterna mantenían en ella una luz viva que no habia sido bastante á hacer vacilar el soplo envenenado de la sociedad. e s o s — 1 1 3 — El mundo en su desvarío apellida espíritus apocados á ios que tal alma p o seen. En ellos la vida privada es intachable, y la pública, que tanto varia en los d e m a s , mayormente en esas épocas de crisis que tan bruscamente cambian las sórdidas miras del interés humatio, podrá estar sujeta al e r r o r , pero nunca á la vergüenza. S e les desdeña en apariencia, pero se busca su trato, porque es seguro, porque aleja la desconfianza y odia la hipocresía. E n su presencia es «lado quitarse por un momento la m á s c a r a social y r e s p i r a r un instante. Se podria decir muy bien q o t esos caracteres se I r a s p a r e n u m . N u n c a serán capaces de engañar á nadie; pero cualquiera les engaña fácilmente. F l e u r d e - L y s ; rodeando (a confianza que le m e r e cía con los ar'ificios del ingenio, consiguj'6 sin esfuerzo hacerse perdonar por *•! leal anciano de todo cuanto aquella tenia d e atrevido. El marques adoraba en su BKLLAM T . 111. bija; pero 8 —114— e s t r a d o , como estarlo puede un niño, á las afecciones s e r í e l a s del corazon y á los complicados enigmas de una pasión cont r a r i a d a , no había sospechado jarnos que la silenciosa indiferencia con que Bellah reprobaba la conducta de su Ixrmano adoptivo ocultase borrascosos y dulces r e c u e r d o s . O t r a s circunstancias acabaron de engañarle acerca de este punto. Su paternal solicitud se habia conmovido desde luego, al descubrir en las c a r t a s que su hija le escribía de Inglaterra, la espresion de on entusiasmo novelesco hácia el jefe de la chuanería bretona, cuyo apasionado sentimiento vió brillar despues con estraña franqueza en los ojos de Bellah, tantas c u a n t a s veces la encontró a! lado de aquel. El que era el objeto de tan sencillas d e mostraciones, interpretando mejor el v e r d a d e r o carácter del encanto que p r o d u cía en el espíritu de la entusiasta r e a lista, se llenaba de inquietud en vez de felicitarse por ello. Sabia h a r t o bien que ía dulce preferencia de una mujer a p a rece siempre rodeada d e un misterio en- — 1 1 5 - cantador, y que la virgen cuyo c o r a s e * eslá herido pone mayor cuidado en ocultarlo; mas estas diferencias pasaban d e s apercibidas para la inteligencia menos flecsible del marques de K e r g a n t , quien e s taba convencido de que Bellah no e n c o n traba fuerzas en su alma para resistir á las seducciones reuuidas d e la belleza, del valor y del triunfo. En su profunda ternura hácia su única hija, habia procurado el m a r q u e s f a m i l i a rizar su espíritu con la idea de una alianza en que creía ver la felicidad de A n d r e a , consiguiéndolo por fin sin grandes e s f u e r zos. H a s t a él mismo sentía el influjo del ascendiente que sobre todos ejercía el j ó ven jefe, por lo que bahía salido siempre en su defensa contra los cargos y s o s pechas que contra él formulaban sus r i vales. En fuerza de cubrirle con el p a trocinio de su lealtad, había llegado casi sin advertirlo, por la insensible pendiente de un inocente orgullo, á concederle un lugar casi filial en su corazon. El recuerdo de un origen desgraciado desaparecía s a 116 cierto modo á sus ojos ante e! brillo de sus relevantes servicios, anle las s e ñ a l a d a s muestras de uu reconocimiento a u gusto. Si era un sacrificio, en concepto del viejo aristócrata, sepultar en aquella gloria de un dia el nombre de su antigua y noble f a m i i a , también encontraba un resarcimiento en el placer que le proporcionaba su propia abnegación. Veia a d e m a s en esto una nueva prueba de adhesion inalterable hecha en favor de una c a u sa s a g r a d a , un lazo pcderoso que debia servir para acabar con las funestas d e s confianzas que habian nacido en mal hora y para acercar mas y mas la dividida n o bleza alrededor del héroe popular. Tales eran los secretos pensamientos del marques de K e r g a n t . N a d a mas nat u r a l , pues, que acogiese con benevolencia, y casi con alegría, la manifestación q u e le hizo F l e u r - d e - L y s de que Bellah accedía al enlace. De este modo veía d e s vanecidas sus d u d a s ; de este modo encontraba una esplicacion d e ios pesares que de algún tiempo airas aquejaban á su hija, —117— y ia indicación del oportuno remedio. L a crisis nerviosa que se habia apoderado s ú bitamente de Bellah solo sirvió para a f i r marle en sus proyectos y destruir sus ú l timos escrúpulos. Habiéndose quedado solo algunas veces al lado de la enferma, creyó confesion del pudor lo que no era mas q u e el silencio del desaliento, y tierna m a n i festación de un amor feliz lo que solo e r a el amargo llanto que sus crueles consuelos arrancan de los ojos de su hija. En la misma noche se ocupó el m a r ques de los medios oportuuos para d e s truir los obstáculos que podia presentar la iglesia á la celebración de un enlace tan próximo, obteniendo la licencia inmediatamente. E n t r e los muchos sacerdotes proscriptos que habían buscado un asilo en meiiio del ejército victorioso de Fleurde Lys, habia utio que ocupaba un puesto elevado en la iglesia. Este fue quien- s e encargó de celebrar una misa solemne en la capi la del castillo por el feliz éxito d e la éspedieion y de bendecir la union del jóven general j de la seuorita d e K e r - —118 — gant en el momento de ponerse en marcha el ejército realista. Bellah supo por la mañana lo que se habia dispuesto en el instante mismo en que salia del entorpecimiento profundo que habia sucedido á las violentas agitaciones de ta noche, y levantándose inmediatumente, dirigió sus preces al cielo, y bajó en s e guida al parque, en el que vagó absorta d u r a n t e largo r a t o . No acertaba á darse ¿ si misma cuenta d e la c a u s a por que s e sentía con mas fuerzas que la víspera, si bien s u s ideas eran todavía confusas y tumultuosas; pero cuando se acordó de s u empezada c a r t a , una viva inquietud la impulsó á volver inmediatamente al castillo. Ya sabe el lector cómo habia desaparecido aquella. Bellah, llamando al punto á Andrea, la preguntó si la habia visto: mas esta la afirmó con tal sequedad que ignoraba d e qué c a r t a hablaba, que Bellah no osó preguntarle mas. La señorita de Pelven supo como los demás habitantes del castillo el himeneo que se preparaba, y estaba persuadida, despues de lo que habia leído, { i ! I —119 — de que Bellah accedía mal de su grado á alguna nueva exigencia de un deber austero. A decir v e r d a d , solo sentía respeto y piedad hácia su amiga: pero dejar e n t r e ver estos sentimientos equivalía á confesar su inocente perfidia* y hé aquí la razón por qué couservó d u r a n t e todo el dia, á despecho de su corazon, el acento y s e v e ridad de rostro que correspondían á una hermana ofendida. El abismo del dolor no tiene fondo para las almas sensibles. Si e?>ius no están completamente sumergidas en él, pueden aun bajar mas, y encouirur nuevos m a n a n tiales de a m a r g u r a , No es cierto que seao para ellas el término dtl sufrimiento las situaciones estremas; mientras existen p u e den padecer mas y m a s , por l a c e r a d a s que parezcan. Bellah se encontró en este caso, cuando á todas s u s angustias vino á unirse la idea d e s g a r r a d o r a de que un desconocido, un criado tal vez podia muy bien haber violado los c a s t o s desahogos d e su corazon, su primera y última carta de a m o r , el testamento d e su corazon, la — 120— flor de su tumba. Si por casualidad aiguo sugeto de mas elevada alcurnia se habia hecho dueño de ella, temió, una vez d e s c u bierto su secreto, no poder consumar su sacrificio, considerándose por lo tanto cómplice de las desgracias irreparables que traería en pos de si la desesperación de que iba á ser objeto su esposo. Durante las primeras horas del dia fue victima de tan cruel ansiedad; mas viendo, por último, que nada venia á confirmarla, creyó, ó que la carta se habta perdido en el desorden que siguió á su desmayo, ó quela c a n o nesa la habia encontrado, juzgando o p o r t u no guardar el secreto. F í e u r - d e - L y s estuvo por la mañana en el castillo durante algunos instantes, r e gresando luego al campamento del bosque, én donde los preparativos para la marcha del ejército le detuvieron hasta la noche. El marques de-Kergant, que debía m a r c h a r también en la espedicion, había decidida dejar en la c a s a de sus mayores á sus hijas y hermana, bajo la vigilancia y custod i a de K a d . En euulquier otra circunstancia —121 — Sf hubiera difícilmente resignado el fíe! guarda-bosque á ocupar un puesto que le separaba de su asno y que le alejaba del peligro; poro en esta oeasioo todos los escrúpulos desaparecían ante la inquietud que le causaba la alterada salud de s u hija. En efecto, hacia algún tiempo q u e Alix habia perdido el brillo de ta juventud y la altiva energía que imprimían en s u rostro un sello tan notable; tierna y delicada flor, parecía haberse a g i t a d o , á s e m e janza de Bellah, bajo el influjo de un aire emponzoñado. En la mañana del dia á que nos referimos se habia sentido demasiado débil para dejar el lecho, y bellah se dirigió á su habitación. A pesar de la distancia que la diferencia de condicion habia señalado entre ambas, los inocentes juegos de sus primeros años, las pruebas consiguientes á una época d e sastrosa, y el destierro y peligro que habían padecido y corrido j u n t a s , habian sido otros tantos motivos que unieron m i s y mas los vínculos de u n e s t r e c h o é inalterable afecto. Este sentimiento se habia exaltado en el —122— alma ardiente de Bellah bajo la influencia d e la sencilla admiración qne producía en ella la poética belleza de Alix; creia ver e a esta á una de las reinas fabulosas d e l a s leyendas bretonas. A r r a s t r a d a por sus generosos sentimientos, habia puesto siempre una inquieta delicadeza en aliviar el c a rácter grave, y quizás algo d u r o , de la hermosa Alix; de las apariencias de la servidumbre; y esta, que poseia un corazon mas ardiente, porque era mas reservado, envanecida con el reconocimiento y avasallada por él imperio de una inteligencia superior, habia sentido aumentarse hasta el fanatismo su hereditaria adhesion hácia la noble compañera de su infancia. Al ver e n t r a r á su señora, incorporóse Alix algún tanto, y una dolorosa sonrisa vagó un instante por su rostro, cuya blaucura mate estaba s u r c a d a de m a n c h a s azuladas. —{Cielos! dijo Bellah estrechando una mano de aquella desgraciada: ;tú padeces mucho! — S I , señorita; mucho, coatestó Alix. — 123— —¡Quizás sea yo la c a u s a ! . . . P e r d ó n a m e . . . pero padezco tauto á mi vez, q u e t o d a v h no he hablado é tu p a d r e en favor de tu amante . . . Ademas, tú misma m e dijiste que aguardase algunos d i a s . . . mas ya es tiempo de hablarle y de obtener que no parta F l e u r - d e - G e n e t , si es acaso este pensamiento motivo de tu dolor. — N o , no, os l o a g r a d e z c o , esclamó con viveza la hija del guarda-bosque; mi p a d r e j a m á s le perdonaría el haber permanecido a q u í . . . P o r otra parle, no es la que creeis la causa de mis m a l e s . . . ¿Conque es cierto que os casais? — E s t a misma noche. — ¿ Y amais á vuestro esposo futuro? prosiguió Alix despues de un momento de silencio. —Sí. Los r a s g a d o s ojos de Alix, abiertos m a s y ma» por la fiebre, centellearon con UII fuego sombrío, que fue endulzándose poco á poco al lijarse en la tierna mirada d e Bellah. De repente atrajo hácia si á e s t a , estrechándola con violencia coutra su - 1 2 4 «eno'medio desmido, y enlazando despues sus torneados brazos alrededor del cuello de Bellah, prorumpió en amargos sollozos. Este tierno trasporte, nacido de la simpatia propia de la juventud y del dolor, arrancó lágrimas á su noble señora. Reclinada en el borde del lecho, permaneció largo tiempo sin hablar, mientras se confundia su llanto con el de la hermosa Alix', que mas cuidadosa del dolor ageno que del suyo propio, enjugaba con los sueltos bucles d e sus largos cabellos las húmedas megillas de su querida rival. La presencia de Kad interrumpió aquella m u d a conversación de dos penas agudas, que fen los mutuos consuelos que se prodigaban llegaban hasta olvidarse de si misma. Bellah estrechó una vez mas la mano de Alix, y dirigió al salir del cuarto algunas palabras lleoas de bondad al g u a r d a bosque. El marques de Kergant, cumpliendo cop sus deberes 'militares, habia p a s a d o toda la t a r d e en conferencia con los demás j»des, y solo cuando empezaban á esteuderse f —125— ior ia campiña las primeras [sombras de a noche le fue dado volver al castillo. V lia se pialada en su rostro la mas viva satisfacción. No era mucho que asi sucedier a ; acababa de saber que todo favorecía el plan de F l e u r - d e - L v s . Los espías, que mantenían una especie de telegrafía continua entre el bosque y las líneas republicanas, habiau visto encender hogueras en los vivaques enemigos. El ejército de los azules conservaba, p u e s , su actitud defensiva, y, entregándose con confianza a! descauso, dejaba el campo libre á la maniobra proyectada para la n o c h e . Las fuerzas realistas debian salir del bosque por el costado occidental, desfilar p e r el flanco derecho del enemigo, apoderarso de Locminé, y bajando* desde allí á la costa, incorporarse con los regimientos de emigrados que defcia desembarcar en el siguiente dia la flotilla inglesa. Semejante operacion estratégica combinada con los movimientos de los generales vendeanos, parecía de un éxito iumediato y decisivo p a r a la causa del rey en todo el Oeste —126— de fa Francia. Tales eran al menos l^s esperanzas del marques. Arrimado de espaldas á la balaustrada de un salon abierto, el viejo aristócrata h a blaba con entusiasmo del porvenir ma« feliz que entreveía, y era escuchado en silencio por toda la familia y algunos amigos que estaban reunidos en el salon. Bellah, cruzada de brazos al lado de su padre, y con la vista lija en el cielo estrellado, inclinó á un lado su encantadora c a b e za, y colocando su mano sobre el brazo del marques: —Oid, dijo. Todos se acercaron con precipitación, y e s c u c h a r o j atentamente. Percibíase en la campiña, en medio del silencio de la noche, un ruido acompasado é imponente, parecido al que produce de lejos ia mar embravecida al estrechar sus olas en la playa. Era el ejército de los chuanes, que se acercaba con paso rápido. Momentos despues entraba F l e u r - d e - L y s eu el patio á todo escape, montado eu un brioso — 1 2 7 — cahailo y seguido de uo reducido estado mayor. feu las cercanías de Kergant se dividieron en dos columnas las fuerzas realistas, y conliuuaron m a r c h a n d o en lineas paralelas y bastante próximas; así que, mientras una division seguía el camino que rodeaba el parque y las p r a d e r a s , desfiló la otra por delante del castillo. El prestigio de F l e u r - d e - L y s consiguió regularizar aquella marcha pe ligrosa y vencer en tan suprema oeasion las costumbres contrarias á la disciplina que distingue siempre á las tropas irregulares. Mugeres, niños y ancianos, todos, en fin, los que no podían combatir, quedaron en el bosque ó se dispersaron eo las aldeas vecinas. Una masa sombría y compacta estuvo desfilando d u r a n t e dos horas por el patio y la avenida del castillo, sin otro desorden ni ruido que ese tumulto inseparable de los movimientos de una gran m u c h e d u m b r e . Solo de vez en cuando retemblaban los vidrios en sus marees de plomo, y era cuando las macizas r u e d a s de lus pesados carros de guerra llenos de —1"28— s r c o n e s giraban sordamente por el suelo del palio. Cuando los chuanes .reconocían el perfil de F l e u r - d e - L y s en el cuadro luminoso de cualquiera de las ventanas del castillo, levantaban sus armas y agit a b a n sus sombreros en el aire. Aquellas aclamaciones silenciosas tenían u s c a r á c t e r singular y estraordinario. El jóven general debía incorporarse con la cabeza de las columnas inmediatamente despues de la celebración de su casamiento, sin otra escolta que algunos oficiales,adictos á su persona. Las once de la noche eran cuando la señorita de Kergant, que desde la llegada del jóven jefe habia desaparecido del salon, entró en él apoyada eu el brazo de su padjre. Apareció vestida de blanco, con un gusto sencillo y severo, que no estaba exento á la verdad de esa coquetería que las m u j e r e s usan á su pesar hasta para subir al patíbulo. Acto continuo pasaron todos al gran salon contiguo, en el que el marques quiso reunir por última vez en su mesa á toda la — 129 — familia y huéspedes. La cena fue triste. Ni los adornos de las mujeres, j*i el brillo de las luces, ni el aparato d e fiesta con que la anciana canonesa se esforzó en r o dear aquel banquete de boda, nada, en fin, fue bastante á dominar la impresión p r o d u cida por un peligro solemne y por una separación próxima. Andrea, m u d a y pensativa, sentíase agitada de vez en cuando de couvulsivos calofríos. Bellah*conservaba la apariencia de su dignidad habitual; pero su estremada palidez, su mirada incierta y el pliegue constante que destruía el arco regular d e s ú s cejas, denunciaban la Jucha que sostenía su alma. F l e u r - d e - L y s era el único que parecía estar exento de los temores de los demás, y se entregaba alegre y satisfecho á la fiesta, al amor y á su triunfo. Su frente radiante y sus animadas pala bras disipaban poco á poco el general recelo, despertabau la esperanza y prometían la victoria á los espíritus abatidos. Una vez, sin embargo, se descubrió en las hermosas B e l l a o . — I . II!. 9 — 130 — acciones del jó ven jefe un ligero matiz de sobresalto, y la frase que comenzaba con resolución quedó sin concluir en sus iabios. La puerta acababa* de abrirse; y Alix, que f u e quien entró, se acercaba en aquel momento á la mesa lentamente y sin ruido. El marques de Kergant corrió bácia ella, y la reprendió con bondad su imprudencia. Alix respondió con voz apenas inteligible *que se encontraba mejor, y que ya que tenia las fuerzas suficientes, no habia querido dejar de asistir a! casamiento de su jóven señora. El marques, enternecido con esta muestra de adhesion, DO se frtrevíó á insistir, y 1a hija del guarda-bosque se colocó al lado de Andrea; mas el alterado rostro de la jóven, su sombrío traje, su vacilante paso y su imprevista aparición habia, cual un funesto presagio, comprimido todos los corazones y cerrado todos los labios. Hasta el mismo Fleur-de-Lys fue víctima del general sobresalto, pues si bien quiso continuar hablando, descubríanse en su lenguaje tales estravasaneias y tan —131— monstruosas contradicciones, que, observando que era mirado con estrañeza por todos, se sonrojó ligeramente y enmudeció. Desde aquel instante cesaron todas las conversaciones. Finalizaba el banquete en medio de un silencio glacial, cuando los monótonos sonidos de la campana de la capilla, que daba las doce, auunciaron que el sacerdote esperaba junto ai altar á los que iban á unirse por toda la vida. La capilla de Kergant, en la que s e habia observado el mas sencillo estilo g ó tico, estaba situada á la izquierda del castillo, sobre ua montecillo pequeño que se elevaba algunos pies del nivel del patio, y que servia de base al edificio que en el descansaba. Su forma era casi circular: por el lado que miraba á la campiña t e r m i naba eo unas murallas de rocas e s c a r p a d a s , que, hundiéndose en un despeñadero, p a recían ser una jigantesca continuación de ios muros de la capilla; por el costado <pie daba al palio se inclinaba hasta confundirse con el suelo, formando ligeras cimas cubiertas de musgo, sobre las que — 132— se veían algunos restos de antiguas c o n s trucciones. Una escalera de diez peldaños cuando mas conducía á un terreno cubierto de yerba fina y menuda, que, estendiéndose por delante del pórtico dt; la capilla, asemejaba un fragmento de c e menterio de aldea. E n t r e el montecilío y ios fosos del castillo existia un espacio libre y desembarazado que comunicaba con la campiña, y por el que habían pasado hacia poco las t r o p a s realistas. Descubríase ademas una alquería á la izquierda de la capilla. Los costados del patio estaban cerrados por c u a d r a s y e d i f i c i o rústicos. El movimiento y tumulto consiguientes al desfile habían cesado ya del todo. Solo quedaron como guardia de honor del general unos trescientos hombres. La mitad de esta fuerza estaba destacada en pequeñas avan zadas á lo largo de la avenida; la otra mitad rodeaba en forma de semicírculo ta escalera que conducía á la capilla. La suave y templada claridad de un cielo estrellado permitía distinguir el uniforme de los caza- -133ciores del rey. Apenas descubrieron el silencioso cortejo que acababa de salir por la puerta de! castillo, abrieron sus filas y saludaron militarmente. Cuando el tañido de la campana anunció poco despues el principio de la sagrada ceremonia, descubriéronse los soldados, y ue arrodillaron con las manos cruzadas sobre el pecho al lado de sus fusiles, q u e un m o m e n to antes habian dejado echados en el suelo. Los pocos cirios que iluminaban con incierto resplandor del interior de la capilla dejaban en la oscuridad á una parte de los asistentes: delante de la pequeña b a l a u s trada que rodeaba los escalones del altar veíanse prosternados á Bellah y F l e u r d e - L y s con piadoso recogimiento, y mas arriba el anciano obispo, que esteudia la mano sobre cabezas. El marques de K e r g a n t y su hermana la eauouesa estaban de hinojos sobre una gran losa, en la que se veía esculpido un escudo de a r m a s , distante algunos pasos de Bellah. Andrea estrujaba i ü t r e sus manos el velo nupcial; una espre- — 1 3 4 — sion estraordinaria de impaciencia y de cólera habia alejado d e su semblante el tipo de gracia infantil que la era habitual. Algo mas lejos descubríase de pie á Alix, con la vista fija y las facciones desencajadas, apoyada en el brazo de K a d ; se hubiera dicho que escuchaba con atención algún ruido desconocido. Unos cuantos oficiales realistas, y los criados del marqués llenaban la oscura y reducida nave. El momento de una union eterna se a c e r caba: el sacerdote habia hecho ya tas p r e guntas sacramentales. Bellah levantó su frente, mas pálida aun que su velo vírgioal, y dirigiendo al cielo la última mirada de agradecimiento, estendió su trémula mano en dirección del anillo que iba á encadenarla por toda la vida; mas el jóven general se levantó de repente dejando caer la sortija simbólica sobre los escaloaes del a l t a r . Su nombre acababa de ser pronunciado por una voz triste y doliente. Igual espresiou de espanto é inquietud se piuló súbitamente en todos los semblantes. Despues de un breve silencio, la misma voz lejana y lastimera —135— repitió e l n o n b r e de Fleur-de-Lys: QQ momento despues se oyó el galope de un caballo. Lanzándose el jóven jefe fuera de la capilla, seguido de todos los asistentes, atravesó precipitadamente el espacio que separaba el pórtico de ia escalera del mentecilio. Un caballo bañado en sudor jadeaba al pie de esta: los soldados ayudaban á bajar al que le montaba, que apenas podia sostenerse. Su rostro y pecho estaban c u biertos completamente de sangre. No bien le dijeron que era F l e u r - d e Lys el que tenia delante, le miró un instante con aterradora fijeza; pronunciando la palabra: \traición!... cayó muerto á los pies del general. Un estruendo sordo y lejano vino á confirmar la última palabra de aquel d e s g r a ciado. F i e u r - d e - L y s levantó el brazo para imponí1!' silencio, y algunos soldados, h i n cándose de rodillas, aplicaron el oido eu tierra. El mismo ruido, semejante al eco de un huracan subterráneo, se dejó oir sin intermisión. — ¡Se oye fuego de canon! dijo F l e u r de L y s . . . el ejército ha sido a t a c a d o . . . —136— ¡Vengan nuestros caballos'.;.. Mientras esta orden era cjeoutada eon prontitud, inclinado el sacerdote sobre el inanimado cuerpo del que habia dado la señal de alarma, procuraba en vano restituirle á la vida. Sumergidos los soldados en un sombrío estupor, rodeaban en silencio aquel doloroso grupo. Los habitantes del castillo se precipitaban en desorden por la escalera que conducía á la capilla, y las desoladas m u j e r e s soltaban gritos lastimeros. A cada nueva detonación que traía la brisa de la noche observábase en la multitud un estremecimento general. —¡Hijos míos! dijo F l e u r - d e - L y s con voz enérgica. Se oye el canon de los azules; pero también el n u e s t r o . . . ¡Nuestros hermanos pelean v nos llaman á su lado! En menos de media hora estaremos con ellos... ¡En n o m b r e de Dios V del rey, marchemos! Les caminos están libres; seguidme... Un rumor que parecía partir de lodos los puntos de la larga avenida interrumpió á Fleur-de-Lys: gritos de \á las arman! ¡los azules! fueron repetidos por los sorpren - antas centinelas,- y un momento despues »e oyó el estruendo d e una descarga hecha a p o c a distancia. El jóven general, que habia puesto \ a el pie en el estribo, te retiró inmediatamente, y echando mano á la espada: — ¡ A mi, valientes! esc!amó, y se p r e c i pitó corriendo en la avenida. Todos los que podian manejar un arma se lanzaron t r a s él. El único hombre que permaneció en el vasto recinto que c o m p r e n día el patio fue el sacerdote. — A nosotros, hijas mías, solo nos toca rogar á Dios, dijo dirigiéndose ¡i la capilla c o n vacilante p a s o . La señorita de K e r g a n t y Alix siguieron al anciano hasta el pie del altar, y* se p r o s ternaron a s u , laclo; las demás mujeres, incapaces de recoger su imaginación en tan críticos momentos, permanecieron en el pórtico y sus cercanías, cambiando entre sí palabras que revelaban el t e r r o r de que se hallaban poseídas. Algunas ventanas del cast i do que habían quedado abiertas dejaban ver las habitaciones iluminadas con p r o f u - — 138— «ion. En el patio, alumbrado apenas eon el reflejo de tas ventanas y la tibia luz de la coche, los abandonados caballos galopaban en todas direcciones relinchando al olor de la pólvora. Cada vez se percibían mas intensas y distintas las mortíferas descargas, m e z c l a d a s de ayes confusos y de dolorosos gemídos. El lejano estruendo del cañón que se percibía por h i é r v a l o s irregulares dominaba los ruidos mas c e r c a n o s . . . De repente disminuyó el fuego, y algunas esplosiones aisladas indicaron que el combale se habia interrumpido: mas poco despues se oyó el ruido producido por una carrera p r e c i p i t a d a , y se vió entrar por la gran avenida una partida de chuanes en completo d e s o r d e n . . . Gritos agudos y desgarradores p a r tieron del grupo que formaban las mujeres, con las cuales se incorporó Bellah. Una nueva descarga, cuyo resplandor brilló á través del follaje, y que hizo retemblar los vidrios de la capilla, indicó que el enemigo eitaba encima. La tropa de F l e u r - d e - L y s . reducida ya — 1 3 9 — á una m i t a d , contestó al fuego, y se diseminó por el palio para volver á c a r g a r sus a r m a s . Descubriendo Bellah en medio de ellos ia figura elevada y los blancos cabellos de su padre, separó con estravio á las m u j e r e s que tenia delante, y se abrió paso hasta la escalera; p e r o sobrecogida por una nueva impresión, se paró de repente al e m pezar á bajarla. La masa regular y compacta de republicanos desembocaba e n t o n ces en el patio, y al lado de esta columna avanzaba un jóven montado á caballo con la cabeza desnuda y el sable levantado. Al resplandor de una descarga Bellah reconoció en él á Hervé. — ¡Rendios! gritaba el jóven c o m a n dante. ¡Rendios! ¡Ya somos dueños del castillo! Mientras hablaba, una lluvia de batas que salió por todas las ventanas del antiguo eastillo derribó á unos veinte chuanes. Los que quedaron ilesos estuvieron un momento iuciertos y vacilantes. — Rendios! prosiguió el oíieial republicano. El castillo es nuestro! —140 — — A la capilla! respondió la vibrante voz de F l e u r - d e - L y s . ;A la capilla! ¡Dios y el rey! ;Dios y el reyí \A mí¿ muchachos! H e r v é saltó del caballo, y volviéndose á sus hombres, les dió algunas órdenes rápidamente, encomendando ademas á sus sentimientos generosos y humanitarios las débiles é inocentes criaturas que se habian refugiado en la capilla. —No tengáis cuidado, comandante, dijo una voz de acento grave y truhanesco. Ya sabemos que está ahí vuestra h e r mana: eso basta; daremos á conocer miesira educación á las damas. — N o perdáis tiempo en hacer fuego, prosiguió con viveza Hervé. ;A la bayonet a . . . y adelante! Dichas estas palabras, atravesó diago-r nalmente el palio, y se presentó en eí espacio descubierto que se esiendia entre la avenida y el moutecillo que servia de base á la capilla: un peloton de granaderos le siguió al paso de carga: el resto de la fuerza avauzó con mas lentitud p r o tegiendo los flancos. —141 — Haeia ya algunos minutos que los r e zadores realistas habían subido el moníecillo. P a r t e de ellos, entrando precipitadamente en la capilla, atropellaron sin piedad á las infelices mujeres, y se c o l o caron en las ventanas, en tos agujeros, y hasta en el pequeño campanario descubierto que dominaba aquel sagrado e d i ficio. Otros ocuparon el terreno que se estendia delante del pórtico y la falda del cerrillo. F l e u r - d e - L y s estaba entre aquel y la escalera con la espada en una mano y una pistola en la otra, y á sus dos l a dos el marqués de Kergant y K a d con el fusil p r e p a r a d o y el rostro manchado de pólvora. La voz alterada y robusta d e F l e u r - d e - L y s era el único ruido que rompía el triste silencio que reinaba en la capilla y sus cercanías. Acercábase r á pidamente el destacamento mandado por H e r v é , cuando levantando su espada Fleurd e - L y s , dos descargas sucesivas, dirigid a s con aquella précisien terrible que distinguía la puntería de los bretones, s e m braron el suelo de cadáveres republicanos. — 142— ;A mí, los Maguncinos! esclamó Hervé poniendo un píe en la escalera, y al mismo tiempo, subiendo precipitadamente los granaderos* invadieron por todas p a r tes la espiauada de la capilla. A la fogosa impetuosidad de estos, opusieron los chuancs la iudomable euergia de una resolución desesperada. En aquel momento no se oia un solo tiro: habia e m pezado una lucha cuerpo á cuerpo h o r r i ble, espantosa, sangrienta. No se percibía mas ruido que el choque del hierro contra el hierro, el golpe contundente de tas culatas sobre los c r i n e o s y ia c o n fusa mezcla de ayes lastimeros y de b á r baras imprecaciones. Algunos de los combatientes, arrojando sus armas, se e s t r e chaban con sus contrarios, deseosos de ahogarles entre sus brazos, y caían r o dando por ta vertiente en medio de m o r tales angustias. En lo mas encarnizado de aquella l u cha feroz, un resplandor rojizo iluminó de repente las ventajas ojivas que habia encima d d pórtico, creciendo desmesura- —143— danienle en un instante é iluminando bie» pronto el palio con una claridad siniestra. Algunos tacos encendidos que cayeron al pie de los edificios qne daban frente á la capilla inflamaron algunos montones de paja seca, produciendo el foego qae se comnnicó al interior con la velocidad del rayo Multitud de chispas se elevaban por los aires en medio de espesos torbellinos de humo, y las voraces llamas que salían de las ventanas de los hórreos se a b r i e ron paso al punto por los techos de caña. Kl combate continuó con mayor violencia, iluminando con las reverberaciones del incendio "naciente. Los golpes eran ciertos, dirigidos como iban por una mano pronta y segura. Hacinadas los muertos y heridos en 1a falda d d montecillo, servían de escala para subirle á los destacamentos republicanos que venían de refresco, y ios pelotones de chuanes que salían de la capilla restablecían con su presencia la igual dad de fuerzas. Hervé, que habia r e c i bido ya una herida eu el rostro, y sido rechazado por dos veces hasta el pie de — 144— i a escalera, logró por fin .llegar hasta e^ centro de los c h u a n e s , abriéndose paso á sablazos. Apenas llegó allí se encontró cara á cara con H e u r - d e ~ L > s , que con un pie colocado encima de un monto» de moribund o s , los cabellos en desorden, y al p a r e cer invulnerable, blandía furioso su espada ensangrentada. Ambos jóvenes arrojaron un grito al reconocerse, se abalanzaron uno contra otro, y la espada de F l e u r - d e - L y s salió en mil pedazos al primer choque. E n este instante supremo se dejó ver en una de las ventanas de la capilla la blanca figura una de mujer pronta á precipitarse por ella. —¡Hervé! gritó con penetrante voz, que se percibió distinta á través del estruendo del combate. ¡Hervé! ¡Que ¿natan á mi padre! Hervé, que se disponía á descargar sobre su enemigo un golpe decisivo, volvió su vista á su alrededor al oir voz tan q u e rida, y descubrió al marqués de Kergant arrimado á la pared y envuelto por un c i r - — 1 4 5 - cuto amenazador de g r a n a d e r o s . —¡Hijos miosl Broidouxl eselamó H e r vé lanzándose hacia ellos: ¡respetad á ese anciano! 4 Mientras*pVonunciaha las anteriores pal a b r a s , sonó á s u s espaldas la esplosion d e un a r m a de fuego, y c a y ó arrojando un débil gemido. Despues d e haber r e a lizado F l e u r - d e - L y s este acto de odio m^s bien que de valor, a r r o j ó su pistola, y s e apoderó del sable d e un herido; mas el sargento Broidoux, que habia visto aquel asesinato, apuntando con s u fusil al jóven jefe: —Cobarde! dijo: y la bal: pecho de F l e u r - d e - L y s . Ninguno de los detalles de c e n a , cuya rapidez no puede la pluma, pasó desapercibido para los seldados republicanos q u e habían permanecido e n el patio. — ¡ A b i j o , granaderos! j Abajo! gritó el oficial en quien habht recaído el mando, obedeciendo inmediatamente los soldados, jieroa u n a descarga d e s d e la parte infe- L — M - rim' que echó por tierra á todos ios que aun permanecía» de pie cerca de !a e a Al asalto! Venguemos prosiguió el oficial. Los bravos republicanos volvieron á subir tras él á"la£carrera: mas despues d e M a l hecho admirables esfuerzos, se vieron obligados a replegarse bajo la lluvia de balas (fue vomitaban las ventanas, el campanario y la barricada del pórtico. A u n a nueva ¿rden de su jefe se diseminaron los soldados por el pdtio, en el qué apenas se podía resistir el calor producido por el incendio: los unós se eólócaro» de 'rodillas al pie del montecillo para apagar los fuegos del campanario, al paso que los otros se s i t u a ren detrás de los muebles y carros que habían sacado antes de ios incendiados cobertizos. Una vez atrincherados, pudieron sostener el tiroteo con menos peligro y m a y o r éxito, como lo daba á conocer bien claro j a disminución crecieiHe del fuego del enemigo. De repente salió del pórtico y se adelanto á petíhó descubierta un chuao de aventajad a — 147— e s t a t u r a . Broidoux, q u e era uoo vie lo* arrodillados en la falda del cerrillo: — ¡ C a m a r a d a s ! gritó can todas las f u e r z a s de sus pulmones: ¡no tiréis! ¡Kse es el viejo g u a r d a - b o s q u e que me salvó la v i d a ! . . ¡Ríndete, valiente, ríndete! Kad era cu efecto el que, aprovechándose a p r e s u r a d a m e n t e del momento de tregua que le concedían los a d m i r a d o s republicanos, sacó de un monton de c a d á v e r e s los s a n grientos cuerpos de HerVé y de F l c u r - d e L y s , y echándoselos á la e s p a l d a , entró otra vez en la capilla con su doble carga. — ¡ R e n d i o s ! prosiguió Broidoux con voz terrible. .;llendios! ¡EÍ fuego se ha a p o d e r a d o \ a del campanario! .Nadie le respondió. Las sillas y bancos que formaban la barricada del pórtico cayeron hácia fuera, y la maciza puerta dn aquel reducido templo se c e r r ó con estruendo-. El a t e r r a d o r aviso que acababa de d a r Broidoux al guarda- bosque no era sin»? m u y cierto. Él viento habia llevado sobre el techo de la alquería contigua á la capilla algunos fragmentos de los'" incendiados h u í - -148reos, y lás voraces llamas empelaban y a á rodear el campanario. A pesar de eso, s e veían en él dos ó tres chuanes c a r gando sus armas con admirable serenidad en medio de las columnas de humo, y tal cual tiro salía aun de las ventanas ba-. jas de la capilla. Broidoux se acercó entonces al oficial que habia reemplazado á Hervé. —Capitan, le dijo; ¿no harás nada en favor de esos desgraciados? El oficia!, c u y a s manos descansaban en el puno de su sable, contemplaba los p r o gresos del incendio con mirar sombrío y frente contraída. — ¿ Q u é quieres que haga? contestó. Ya ves que siguen disparando, y mi deber m e prohibe sacrificar un solo hombre inútilmente... Repara en el continente de esos hombres, y conocerás que en todo piensan menos en rendirse. — Y o les hablaré, prosiguió Broidotix. Permíteme solamente ofrecerles cuartel. —Promételes cuanto quieras, porque e s to es horrible, dijo el oficial volviendo la cabeza. —149— Cuando Broidoux subía corriendo el c e r rillo y entraba en la esplauada, dos ó tres balas agujerearon s u uniforme; pero noble y animoso siguió adelante, y llegó sin lesion alguna al abrigo del pórtico. Despues, haciendo retemblar la p u e r t a á culatazos: — S e os concede la vida! gritó: ¡Kadl Ciudadaoos! Deseáis la v i d a . . . la l i b e r t a d ? . . . Pues bien; t o d o se os c o n c e d e . . . . Salid! El generoso sargento hablaba en vano, ya fufese porque los ruidosos e s t r a g o s del incendio cubriesen su voz, y a porque los crímenes horrendos con que la guerra c i vil estaba manchada hiciesen d u d a r de sus p r o m e s a s . Quiso, sin embargo, i n sistir hasta lo último en la honrosa m i sión que se habia impuesto, y «o se s e paró de tan peligroso sitio hasta el m o mento en que s u s c a m a r a d a s le advirtie-» ron q u e estaba la bóveda próxima á d e s plomarse, cortándole 1a retirada. Mientras esto sucedía, diremos cuál e r a el aspecto que presentaba el interior de la capilla y lo que allí sucedía. S u p a - vimenlo estaba cubierto de cadáveres. A cada instante caian nuevas victimas de las elevadas ventanas, ó rodaban por los peldaños de la pequeña escalera de c a racol que conducía al campanario. Un h u mo espeso y negre entraba por las p r o f u n d a s grietas que se habían abierto e» la bóveda, y las chispas que se d e s p r e n dían presentaban estrellado de vez en c u a n do el fúnebre pabellón que ondeaba a l r e dedor de [las cornisas. El anciano s a cerdote, la canonesa y una de las c r i a d a s del castillo, yacían sin vi'da al pie del a l i a r ; otras mujeres, mas d e s g r a c i a d a s , aunque vivas, lanzaban gemidos l a s timeros y se retorcían sus brazos en el esreso de la desesperación. Bellah y Alix, con los cabellos sueltos y postradas de rodillas, prodigaban inútiles cuidados á la desmayada Andrea, v sus eslraviadas mir a d a s se clavaban con frecuencia en Fleur de-Lys y Hervé, que estaban tendidos junio al altar. El g u a r d a - b a s q u e y un c h u a n , que eran los únicos que permanecían ilesos, d e s e m barazaron de cadáveres la gran losa, en te — 151— que se veía esculpido un escudo de a r m a s v q n « parecía indicar el sitio de una sepultura de familia. P o r medio do barras de hierro a r r a n c a d a s de ia balaustrada hicieron saltar las piedras que h a b í a alrededor de aquella, y levantando despues con el mayor trabajo la pesada mole de granito por el lado que miraba al a l t a r , y apuntalándola con los restos de a r m a s y muebles.á medida que iba cediendo, consiguieron elevar una de s u s estremidadcs á la altura de dos pies del suelo. La abertura p r a c t i c a d a p e r mitía distinguir el principio de una escalera <¡ue se hundía en una bóveda. Las dos barras de hierro, apoyadas con solidez en el primer escalón, sostuvieron la inclinada losa por dos d e sus ánguk s mas, próximos, f o r m a n d o como los resortes de una trampa colosal. Ki joven c h u a n que ayudó á K a d en esta operacion cogió su fusil y ocupó su puesto e¡i una de las ventanas. Momeulos despues era cadáver: una bala le habia a t r a v e s a d o el corazon. Apenas estuvo practicable la entrada de la cripta, una multitud de, mujeres se precipitaron hácia ella con f u r o r : Kad las hizo —152— observar que si ea ei desorden de sos movimientos daban lugar á q u e se cayera (a piedra, quedaba c e r r a d o el único medio de salvación que les restaba, en atención á que él solo jamás podría volver á levantarla, y por este med io consiguió que fueran bajando una por una hasta que desaparecieron todas en la oscuridad del subterráneo. Dirigiéndose entonces ai altar, levantó el g u a r da-bosque con un brazo el débil é inanimado cuerpo de A n d r e a , y cogiendo á la infeliz Bellah con la mano que le quedaba libre, enderezó otra vez sus pasos hácia la entreabierta losa. — ¡ N o , no! ¡A mí no! ¡A Hervé! esclamaba la jóven tratando de oponer resistencia á la fuerza poderosa de la mano que la arrastraba. — D e s e c h a d lodo temor, repondió K a d , Os prometo salvarle; pero entrad, ó no respondo d e nada. La señorita de Kergant obedeció. Kad descendió tras ella, llevando en sus brazos á ia hermana de Hervé, y volvió á a p a r e cer algunos minutos despues, cuando llenaba ya la capilla uu humo mucho masespes*. —153— — ¡Alix, hija mía! gritó el g u a r d a - b o s q u e . {Dios mió! Esta claridad me desvanece; este humo me ciega. ¿Donde e s t á s , dónde? — A q u í , p a d r e mió, á vuestro lado, dije Alix. — ¡ A h ! ¡Será cierto!... ;Qué noche, g r a n Dios!... P e r o , ¿ves t ú ? . . . Dime, ¿dónde está el j e f e ? . . . E s preciso salvarle antes que t o d o . . . y despues, si el cielo lo permite, salvaré también á nuestro jóven s e ñ o r . . . ¿Dónde e s t á ? . . . ¿Cuál es F l e u r - d e - L y s ? — A q u e l , p a d r e mío, respondió la jóven. El guarda-bosque levantó el cuerpo inmóvil que le indicaba la mano de Alix, y empezó á bajar la escalera con precaución. ¡Ven, Atix, ven! No te detengas un instant e . . . S í g n e m e . . . $No es v e r d a d q u e me sigues? — S i , p a d r e mió, respondió Alix incorporándose; pero no le siguió. Antes bien se habia a c e r c a d o al herido, que permaoecia aun al pie del a l t a r , é inclinándose hácia é l : - F l e u r - d e - L y s , esclamó: os he dicho mas de una vez que si no me engañabais nunc», me reconoce ría i i s i e m p r e . . . ¿Me reconocéis? Un s o r d o -gemido se escapó del pecho del fierido. — ¡ Q u é cobardía! prosiguió la jóven apre l a n d o los dienles: /qué c o b a r d í a y qué b a r b a r i e ! ¡Con qué lazos tan crueles me teníais s u j e t a ! ¡Ali! D e m a s i a d o bien sabéis q u e y o lo habia de sufrir t o d o . . . t o d o . . . antes q u e revelar á mi p a d r e la deshonra d e su hija, a n t e s q u e d e s g a r r a r el generoso corazon de mi inocente r i v a l . . . ¡Pfchre B e llah! ¡Yo la he c a u s a d o mil y :mil dolores; pero el m a s a g u d o , el m a s a m a r g o , lo*lio r e s e r v a d o p a r a mil N o he querido sonrojar su f r e n t e p u r a y sin m a n c h a con el reíalo de v u e s t r a infamia. ¡Al tin ella os llorará, p o r q u e no os conoce! M i e n t r a s pronunciaba AÜx las anteriores p a l a b r a s , se habia r e t r a t a d o en el semblan te d e F l e u r - d e - L y s la espresion.de uu dolor indefinible, y r e u n i e n . t o sus f u e r z a s espirant e s , dijo c o n voz casi imperceptible: E s c u c h a . . . e s c u c h a . . . j a m á s he a m a d o á nadie m a s que á l i . . . el o r g u l l o . . . la ambición m e han a r r a s t r a d o á m i p e s a r , . . S i . . . pongo á Dios por t e s t i g o . . . solo ú tí te he a m a d o . . . Alix... d a m e tu man®... —155— ¡Tú eres mi única e s p o s a ! . . . — D e s g r a c i a d a de mi! csclamó la joven; todavía me engaña; pero le a m o . . . y le salvaré. Cogiendo entonces entre s u s brazos a' joven jefe, se precipitó con él hacia la suspendida losa; pero al llegar á ella se encontró c a r a á c a r a con su p a d r e , qué la miraba con ojos terribles. Alix r e t r o cedió a t e r r a d a ; s u s rodillas se d o b l a r o n . v cavó á sfls pies el cíierpó de su a m a n t e , — P a d r e mió! esclamó uniendo sus m a nos con angustia: ¡dejadme morir, pero salvadle á él! — N i á él, ni á ti, dijo el g u a r d a bosque con voz s o r d a ; ¡jamás ha e n t r a d o ahí la perfidia! Y volviéndose de repente, derribó con el pie las dos b a r r a s de hierro que sostenían la losa sepulcral, p r o d u c i e n do a! caer un r u i d o espantoso. — A h o r a roguemos á Dios, prosiguió el anciano con acento solemne. Vos también, señor d u q u e , si es que me oís; y tú ¡hija infame! sí es que le a m a s . Un írrito d e s g a r r a d o r de Alix le c o n testó. Fue e! último. Ku este monta* to se t j w un horroroso c r u g i d o , y des p ¡o ma a dose la bóveda, sepultó bajo su ardiente m a s a todo c u a n t o existia en la capilla. E n una hora se habían realizado todos e s t o s d e s a s t r e s . C u a n d o la pálida luz de la a u r o r a vino a mezclarse con Jos ú l t i mos reflejos del incendio, no a l u m b r ó m a s que un monten de h u m e a n t e s ruinas s e m b r a d o de restos h u m a n o s . CAPITULO XV. El s u b t e r r á n e o en q u e habia q u e d a d o sepultado todo c u a n t o existía de la f a milia y de la c a s a d e K e r g a n t s e e s t e n dia c i r c u l a r m e n t e por los c o s t a d o s del montecillo bajo u n a bóveda sostenida en una hilada de p i e d r a s cuya prolongation estaba f o r m a d a por la roca viva. D e t r e cho en t r e c h o tropezaba el pie en el h ú m e d o pavimento cou la p a r t e saliente de alguna lápida s e p u l c r a l . L a s grietas d e la roca apenas. Servian p a r a renovar el aire mefítico que allí s e r e s p i r a b a . D e s d e que la mole de granito que c e r r a b a la única salida <de! s u b t e r r á n e o cayó movida por la -457atlélica fuerza d e K a d , ninguna lux tino ¿ turbar las tinieblas nerpétuas dé aquel sil»® de horror. El sordo estruendo que p r o dujo 1a bóveda ai desplomarse anuncié a las desgraciadas cautivas que su r e t i r o era i g n o r a d o d e todos los vivientes, y que ia piedra de la entrada era la losa de su sepulcro Solo la señorita de Kergant habia conservado la suficiente presencia de espíritu para conocer todo el horror de semejante situación. Las o t r a s r e d u s a s , m u d a s y como dominadas de un torpe idiotismo, sollozaban abatidas en un rincón. No bien llegó á oidos de Bellah el ruido o c a s i o nado por el hundimiento, .cuando se p r e cipitó desolada por la escalera del s u b terráneo, procurando levantar con convulsivos esfuerzos el enorme peso que c e r raba la e n t r a d a ; pero bien pronto se hizo cargo de que las fuerzas combinadas de muchos hombres se agotarían vanamente en este trabajo. Un momento despues bajó lentamente, estrechando entre sus manos su a r d o r o s a frente, y dirigiéndose á l i e n tas hácia el sitio en q u e habia quedado Andrea reclinada contra el m u r o : —15S— —inocente! dijo arrodillándose al lado de aquella; plegue al cielo que no vuelvas á despertar. Mieutras hablaba, soltaron un quejido los labios del herido que reposaba al lado de Andrea, y á quien Bellah le habia oido llamar Fleur-de-Lys por el mismo K a d . — P a d e c e i s mucho, caballero? prosiguió aquella inclinándose háeia el que creía ser el jóven j e f e . —Bellah! Sois vos? dijo el herido con voz casi imperceptible. La señorita de Kergant arrojo un grito frenético, profundo, semejante al que se escaparía del .corazon de u n a m a d r e . —Hervé! dijo. Hervé mió! Y su mano recorría con rapidez el pecho y la ensangrentada freute- del - herido, pero con una precaución tan tierna, que Hervé creía sentía sobre si el aleteo de un pájaro. Después de algunos minutos empleados en dar fervientes a r a d a s al cielo y en ocultar la turbación que la habia causado el haber echado un momento en olvido a su difunto padre, prosiguió Bellah con m a yor dulzura: — 159— —Conque sois vos, Hervé! ¿Es cierto que no me engañan mis sentidos?... Ai tó¡> nos reunimos. ¡Pero en qué momento y en qué sitio! ¡Aii! ¡Dios de bondad! V o s ignoráis... — N o , lo sé todo, dijo i l e r v é . . . P a decía macho; pero no llegué á perder el s e n t i d o . . . no se me oculta d ó n d e e s t a m o s . . . p e r o . . . a h ! . . . no tengo fuerzas para p r e g u n t a r o s . . . d ó n d e . . . ¿dónde está mi h e r m a n a . . . mi idolatrada Andrea? — N o ha recibido ningún d a ñ o . . . pero «igue d e s m a y a d a . Miradía! — ¡Gracias! ¡ D i o s m i o , gracias! P e r o . . . ••¡caso no hubiera sido mejor para e l l a . . . Decidme, B e l l a h . . . vos que sois tan a n i m o s a . . . ¿es cierto q u e se ha desprendido ia losa? ¿Que nada existe ya? — Solo un milagro podrá salvarnos, dijo Beihh. — ¿ S e g ú n eso nadie sabe que estamos aquí? —N,ad¡e, á lo que c r e o . — ¡Eu nombre del cielo!... Que ignore Andrea eso todo el m a y o r tiempo posible... querida B e l l a h . . . — 160 — T* ¡Silencio, Hervé! ¡Silencio! Ya vuelve «a si, y podrá oiros. Andrea empezaba en efecto á dar señales .de vida, moviendo los brazos eo su helado lecho como uu niño eo su cuna. Inclinada hácia ella I» señorita de Kergant, la llamó repetidas veces con voz cariñosa. Lis pobre niña pronunció al principio algunas p a l a b r a s sin dilación, y preguntó si no e i a todavía de dia; pero la terrible realidad, d i sipando por grados las tinieblas de su esp» rito, la obligó á esslamar: — ¡Dónde estoy, Diosmio! Bellah, cubriéndola de besos, ia respondió que estaban en lugar sfiguro, y^ puso entre las suyas una mano de Hervé. En s e guida la enteró de sus pérdidas irreparables y de todas las circunstancias que la obligaron á buscar un refugio en el subterráneo, cosas que á decir v e r d a d , e r a imposible ocultarlas; pero añadió que habian c o n s e guido salvarse Kad y uno ó dos de los criados del castillo, y que se apresurarían á venir á sacarlas de su prisión cuando creyeran que no estaban espuestas á c a e r en poder de los republicanos. Estas seguri- —161— da J e s . y la presencia de un hermano á quien habia creido no volver á ver, t e m p l a ron la agitación de A n d r e a . A d e m a s , a l g u nos rayos de luz que en aquel momento penetraban á través dé las h e n d i d u r a s de la roca y de los intersticios del muro acabaron de restituir á° su pensamiento la perdida calma. Uniendo sus e s f u e r z o s ambas jóvenes, ayudaron á tomar á H e r v é la posicíon <p»e su herida le hizo parecer meoos dolorosa. La hala de F l e u r - d e - L y s le habia d e s trozado un hombro. Cada movimiento le arrancaba á su p e s a r débiles quejidos; p e r o mas cuidadoso de los d e m á s que de si mismo, p r o c u r a b a ocultar con un l e n g u a j e tranquilo y casi alegre las involunt a r i a s sorpresas del dolor. A n d r e a , t r a tando de devolverle sus tiernas ficciones, se esforzaba p o r distraerle con üna locuacidad vivaz y risueña, mezclada de f u r tivas lágrimas. Bellah los dejaba d e tiempo en tiempo, para a c e r c a r s e á las campesinas que estaban recostadas contra la roca, ya la- Bnii.AU — T 111. 11 — 16*2— mentándose de su suerte, j a cayendo en una muda apatía. La resistencia á los grandes padecimientos consiguientes á la d e s gracia no se mide por el vigor del c u e r p o , sino por el temple del alma. Bellah, cuya delicada complexion estaba mas-y mas debilitada por muchos dias de sufrimiento, había encontrado de repente nuevas fuerzas vítales en el terrible infortunio bajo el cual sucumbían sus compañeras, de miembros m a s robustos, pero de corazon menos enérgico. La señorita de K e r g a n t , dii sgttttdo - o allernativamente á cada una de aquellas desgraciadas, las llamaba por su nombre, estrechaba sus manos, las recordaba su fe, y las hablaba de Dios, que no olvida á ninguna de sus hechuras, consiguiendo por este medio inspirarlas alguna resignación, A c a d a instante volvía á su lado para cumplir su noble-misión, y ellas besaban sus manos deshechas en lágrimas, y se cogían á su vestido, suplicándola que no las abandonase. En su delirio creiau ver en ella el ángel de la caridad. Hervé pareeia mas tranquilo. La mucha sangre que habia perdido sirvió para —163— t e m p l a r el ardor de la fiebre que le d e voraba. Feliz Andrea viéndole p a d e c e r m e nos, y confiando en las ilusiones que le habían hecho concebir, recobraba poco á poco la graciosa vivacidad que constituía el fondo de su carácter, y en su candida alegría formaba proyectos, sonreia ante el porvenir, y ni aun sospechaba siquiera que jamás saldría quizás de aquel fúnebre s u b terráneo. No sabia que sus inocentes s u e ños irritaban las crueles angustias que procuraba calmar. Tratando de moderar ía señorita de Kergant el placer de una esperanza que habia de verse desvanecida tan pronto, la recordaba con dulzura fa sangre y el luto que las cercaba p o r t e d a s partes. — Bellah. dijo Hervé: creo que sabréis perdonarme por la parte que he podido tener en las desgracias que os han anona d a d o . . . Ese perdoií me tranquilizaría, y le espero de vuestra bondad y de vuestra justicia. —/.Cómo había yo de osar acusaros, Hervé, cuando habéis estado á punto d e p e r d e r l a vida por salvar á mí infeliz >¡a. - —164— dre? respondió aquella. —Major seria que d i j e r a s que le amas y le amarás siempre, dijo la señorita de Pelven. —¡Por piedad, querida Andrea! prosiguió Bellah. — Y qué mal hay en eso? continuó And r e a , con una emocion que á través de la que se descubría su infantil a t o l o n d r a miento. Y o sé también como t u q u e nuestras desgracias son terribles... ¿Pero por qué negar el consuelo que Dios ha querido dejar á ías infelices huérfanas? Yo bendigo la mano que lo Ra dirigido todo, sin dejar por eso de llorar á los desventurados á quienes hirió. Dios no ha podido permitir que f u e ses victima de ese hombre infame, del miserable F l e u r - d e - L y s . . . Porque preciso es que H e r v é lo sepa; tú te sacrificabas en aras de no sé qué deber terrible... Ya ves que no aciertas á decir n a d a . . . ¿Quieres que te diga la razón? P u e s bien: te la d i r é . . . Y o fui quien recogí la carta que no h a mucho escribiste, v yo quien se la e n vié á H e r v é . , . Ahora creo escusado a ñ a d i r míe la sabrá de memoria. —165Bellah quedó helada al oir semejante revelación: } pero mas dueña de si misma algunos instantes despues, empezaba á d i rigir á su amiga algunas palabras de r e convención, cuando sintiendo de repente el contacto de las trémulas manos del h e rido en una de las suyas, enmudeció, i n clinando la cabeza como avergonzada, e inundando con sus lágrimas el rostro de aquel. Andrea se separó algunos pasos para no t u r b a r con su presencia una e f u sión cuya embriaguez estaba turbada por una amargura que no pudo sospechar siquiera. Procuraba esta en su distracción e n sanchar una de las hendiduras del m u r o , cuando notando el movimiento de una piedra que sobresalía algún tanto, la separó casi sin esfuerzo, difundiéndose por el subterráneo una luz mas viva. Andrea l l a mó á su hermana con un grito de a l e aría. La caida de la piedra habia dejado eu ia muralla á la altura del nacimiento de la bóveda una estrecha a b e r t u r a , en la que apenas cabía la mano. El agujero estrechaba gradualmente en el espesor de —168 la fábrica, á través de una hendidura v e r tical é irregular que se prolongaba hasta el esterior, y que, según todas las apariencias, debia concluir en uno de los lienzos de pared que cortaban por diversos lados la falla del montecillo. Bellah t r a bajó en vano por ensanchar aquel r e s p i r a d e r o . Separando al caer el enorme peso de la bóveda algunas de las colosales p i e d r a s de sillería que componían las hilad a s , solo sirvió para consolidarlas mas auu. L a única ventaja que pudieran disfrutar las cautivas fue gozar desde entonces un aire menos sofocante, y distinguir á través de una aspillera de dos dedos de ancha, y de media toesa poco mas ó menos de profundidad, algún trecho del palio y un terreno cubierto de césped, al que daban sombra los primeros albores de la avenid a . Aquella débil vision del sol, de la vida, de la libertad, en una p a l a b r a , del ¡nundo esterior, causó en Bellah una d o lorosa impresión. Andrea, por el c o n t r a rio, se convenció mas y atas con esta p e r s pectiva de la esperanza de una salvación próxima, juzgándola ya casi realizada. E« —167— s o natural agitación se acercaba con f r e cuencia á la a b e r t u r a , para espiar i m paciente la presencia de un libertador. Aprovechando Bellah uno de los i n s tantes en que Andrea permanecía en tan vana contemplación, preguntó en voz baja á Hervé si creia que sus gritos serian oidos por aquella grieta, cuya forma y dimensiones le habían descrito antes. H e r vé la respondió que no lo juzgaba posible, á causa del espesor de la fábrica y de las irregularidades del intersticio, que bastarían por sí solas á ahogar la voz: — En todo caso, añadió, los sonidos que llegasen al estertor serian demasiado débiles para llamar !a atención de un indiferente, y si por acaso viniese alguno en .busca de los restos de un paciente ó de un amigo, subiria seguramente hasta donde están las ruinas de la capilla. De todos modos, siempre oiríamos el ruido de sus picadas sobre la bóveda, y entonces s'íria ocasión d e apelar á ese ú l timo r e c u r s o . Hasta tanto, ya podréis conocer que los gritos no servirían sino para aumentar inútilmente el espanto que —168— produce e?ta horrible mansion, y para d i sipar las ilusiones en que se mecen A n drea y esas infelices m u j e r e s . . . Ah! B e llah! ¡Con qué a'egria daria yo la sangre que me resta por librar á ellas y á vos de los horribles instantes que e n t r e v e o ! . . . — P e r o yo creo, Hervé, que aun no está todo p e r d i d o . . . Pensad que alguno debe venir á d a r sepultura á los infortunados... La voz de Andrea se estinguió en sus labios ante el dolor que iba unido á sus recuerdos. Hervé prosiguió despues de un breve silencio: — B e l l a h , no puedo ni debo engañar o s . . . Cierto es q u e vendrá alguno: pero será dentro de dos d i a s . . . ó quizá mas t a r d e . Yo he visto mas de uua vez campos de carnicería como el que tenemos encima abandóuados d u r a n t e mucho tiempo de resultas del t e r r o r . . . y dado caso que venga alguien, ¿conocerá el secreto de este s u b t e r r á n e o ? . . . ¿Tendréis entonces f u e r zas para arrojar un solo g r i t o ? . . . ¿Sereis oida?... Ah! Mucho lo d u d o . . . — 1 6 9 — — Conque, según eso, ¿no nos queda ninguna esperanza, Hervé? dijo Beiiah. Creo que me conocéis demasiado bien para que temáis hablarme con franqueza. — P r e g u n t á i s si nos queda una esperanza? prosiguió Hervé. P u e s bien, si nos resta u n a . . . una tan solo, y esa es F r a n c i s c o . . . Su deber le detenia al lado del general, y si ha sobrevivido ¿ la b a t a lla de la noche p a s a d a , no dudo q u e . . . ignoro lo que debe h a c e r . . . pero me p a rece que, colocado yo en su l u g a r , . p r o curaría buscarle... ¡Pobre Francisco!... Largas horas trascurrieron en esta a n gustia mortal. Andrea fue á sentarse al lado de su hermano en el momento en q u e , declinando el dia, volvía á sumergirse al subterráneo en su lúgubre oscurid a d . Va no hablaba, anchas gotas de sudor resbalaban por su satinada frente: habia empezado á sospechar 1a verdad. Cuando desapareció la claridad del lodo, no fue dueña de contener la espresion de sus ansias, y dejó escapar algunas palabras e m b a r gadas por desgarradores sollozos, que revelaban su desaliento y partían el corazon. —no— Bellah la tuvo largo liempo estrechada entre sus brazos sin conseguir calmarla. H e r vé, de quien se habia vuelto á apoderar una fiebre violenta al comenzar la noche, estaba próximo á perder la razón. Cuatro d e j a s criadas de Bellah presentaban una escena mucho mas triste todavía en otra parte del subterráneo. La noche habia venido á concluir con el reslode esperanza que las sostenía, v sintiendo ya las primeras torturas del hambre, que les hacia c o n cebir al mismo tiempo el horrible presentimiento del porvenir que íes esperaba, salieron de repente de su torpe letargo con esa furiosa e n e r v a que prestan los instintos s u blevados. En su leroz demencia recorrían el subterráneo, golpeaban las paredes con su frente y soltaban de vez en cuando c l a mores salvajes. Aquellos trasportes teniau un no sé qué de brutal y de odioso, que aterró á la infeliz Andrea. A la vista de tan repugnante espectáculo cesó de sollozar, y cayó en una postrado» prolunda, semejante a! sueño de la infancia ó de la muerte. Las otras reclasas, cediendo á los piadosos consuelos que sin descanso —171 _ los prodigaba su jóven s e ñ o r a , y á las e c sígeticias de su debilitada n a t u r a l e z a , q u e daron s u m e r g i d a s en un gran silencio y en u n a a p a r e n t e insensibilidad. P o c o nos d e t e n d r e m o s en el r e l a t o de lo que s u c e d i ó , e n las siguientes h o r a s . La señorita d e K e r g a n t dirigía al cielo f e r vientes p r e c e s , p o s t r a d a de rodillas. H e r v é , á su vez, no habia podido r e sistir m u c h o tiempo á la a b r a s a d o r a lieb r e que le d e v o r a b a : p a l a b r a s e s t r a v a g a n t e s é incoher¿iites salian sin i n t e r m i sión d e s u s labios, y sus a r d o r o s a s m a nos b u s c a b a n con ansia la fría h u m e d a d d e las p a r e d e s . Bellah le dejaba e n t r e g a d o á este delirio, que al menos s i g nificaba olvido. A las p r i m e r a s h o r a s d e la m a ñ a n a se a b a n d o n ó á su p e s a r la i n feliz al s u e ñ o a u e p e s a b a sobre s u s p á r p a d o s y al desfallecimiento que empezaba ya á t r a s t o r n a r s u c e r e b r o . Mas de r e p e n t e d e s p e r t ó sobresaltada al oir la voz de H e r v é , que la llamaba con insistencia: — Bellah! Bellah! d e c í a : e s c u c h a d ! Oigo pasos! Alsuien debe de haber eu la c a pilla! — 172— Bellah creyó en un principio que el herido era víctima del delirio de la liebre; pero escuchando con atención, oyó distintamente algún rumor de pasos por e n c i ma de la bóveda, y se levantó inmediatamente. La luz del nuevo dia penetraba en aquella mansion lóbrega. Si mas vagar, subió rápidamente la escalera, y dió repelidos golpes con la mano en la losa que cerraba la e n t r a d a . —No! No! Por ahí no! esclamó Hervé: es imposible que os oigan. Por la a b e r tura de la muralla, querida Bellah . . . . G r i t a d ! . . . ¡Gritad con todas vuestras f u e r zas! Bellah bajó á toda prisa la escalera, y acercando sus labios á la especie de aspillera que la casualidad les habia hecho descubrir el dia anterior, comenzó á exhalar agudos gritos, conteniendo despues su aliento para escuchar. —Dios mió! dijo pasados algunos instantes: ¡ya no oigo nada, Hervé! Se han m a r c h a d o de la capilla! Aquel no respondió. — 173 — — S i gritáramos todas á la vez, q u i z á . . . prosiguió la jóven: y mientras esto decia se precipitaba bácia s u s compañeras de infortunio, y procuraba hacerles salir de su e s t u p o r , suplicándolas que uniesen su voz á la s u y a . A n d r e a , que fue la única que dió muestras de comprender lo qué pasaba, se incorporó algún tanto sobre las rodillas; pero volvió á caer sin movimiento. Bellah, agitando dolorosamente su c a beza, se encaminó de nuevo á la a b e r t u r a de la muralla, y miró otra vez por ella. — ¡ Y a los v e o ! . . . esclamó. ' — ¿Y quiénes son? ¿Los conocéis? dijo Hervé. — ¡ S í ! Es el jóven oficial! —¡Francisco! — Sí, con el sargento y otros d o s . . . ¡Cielos!... ¡Se alejan con lentitud y como á su pesar! — ¡En nombre del cielol ¡Gritad otra vez, si es que podéis, querida Bellah! Bellah obedeció á la indicación de Hervé. — 174— — ;Y bien! ¿Oyen?... ¿Oyen? pro-untó Hervé con acento ahogado. — ¡No, no! ¡Dios mió, apiadaos de n o s o t r o s ! . . . Y a 110 los veo.*, han a t r a v e s a do la p a r t e del patio que yo puedo d e s cubrir desde a q u í . . . p e r o . . . ¡Cielos! ¡Ya los vuelvo á ver; están en la entrada de la a v e n i d a ! . . . ¡Se v a n ! . . . ¡Señor, Señor; haced q u e m e o i g a n ! . . . ¡Socorro! ¡Francisco, socorro! Bellah habia agotado en este último e s fuerzo el escaso vigor que la restaba. Hervé volvió á interrogarla nuevamente, y ella le contestó con voz tan débil como un soplo. ¡Se han parado! ¡Creo que vuelven! ¡Sí, me han oido!... ¡Parece que consultan entre si! ¡Ah desgraciados de nosotros!... ¡Se alejan!... E s i a s últimas palabras se a h o g a r o n en l a garganta de Bellah, y vacilando un m o m e n to, cayó sin sentido en tierra. Hervé se sintió acometido d e un nuevo acceso de delirio que hacian m a s cruel algunos intervalos e n que su razón obraba: una estraña fantasmagoría hacia pasar por d e - tank' de sus ojos risueñas imágenes, qus borraba cíe repente ei aterrador sentimiento de la realidad. En su desvario creyó oir de nuevo algunos pasos por encima de 1a bóveda, y un ruido semejante á la sorda repercusión de un trabajo co&tinuo. Pero aquellos sonidos se confundían con los infinitos murmullos que resonaban en su exaltado cerebro. De repente los puros rayos del sol penetraron á torrentes en el subterráneo, y algunas sombras humanas se dibujaron al principio de l a escalera en el cuadro luminoso «pie ofrecía á la vista la levantada losa. Hervé ereia soñar todavía. — ;Pelveu! gritó una voz juvenil y conmovida . —¡Francisco! ¡Aquí, querido Francisco! respondió Hervé K1 antiguo castillo se habia librado de la voracidad del incendio, á causa de la solidez d e s ú s murallas. Una hora despues de la escena que acabamos de referir reposaba el comandante Hervé en el gran lecho antiguo en que habia dormido el dulce sueño — n o d e sus primeros años. Un anciano cirujano, vestido de uniforme, ordenaba en el alféizar de una ventana el terrible arsenal de su i m ponente profesión. Un ¡creer personaje, de aspecto á la vez grave y burlesco, cuyo pantalón rayado estaba cubierto hasta las rodillas por un delantal blanco, levantaba con una mano la cabeza del herido, y fe presentaba con la otra una taza de caldo. —Sabéis lo que digo, mi comandante, esclamaba aquel singular enfermero: q u e habéis debido ésperimentar ún diabólico efecto moral en aquella c a t a c u m b a . —rSi, buen Broidoux; la noche ha sido terrible. ¿Cómo está mi hermana? —A pedir de boca, mi com a rula ate. T o d o el mundo, en general, vuelve % hincar el diente en el pan con regular apetito. Solo hay uno que me p a r t e el corazon, y es ese p o bre muchacno; hijo de K a d . Sobre este punto, mi comandante, se me ha o c u r rido una ¡dea: estoy resuelto á adoptarle por hijo; y no hago nada de mas, p o r que al fin lo merece, en primer lugar, p o r que es huérfano; en segundo, porque me salvó la vida en el bosque, y e n t e r c e r o , — 177— porque acaba de salvar la v u e s t r a . . . — S i no le hubiéramos encontrado en ia avenida y no se le hubiera antojado meter las narices por el agujero del subterráneo, no hay para qué decir que h u biéramos tomado el olivo. Mi designio es, pues, servirle de padre, y Colibrí, por su parte, se ofrece á hacer con él las veces de madre, cosa que nadie e s t r a ñ a r á , en atención á la dulzura de su c a r á c t e r . Francisco entró en este momento en la estancia. — Comandante, dijo: la señorita Bellah se halla completamente restablecida desde que la he asegurado que el doctor responde de vuestra curación. « — Y o no respondo de n a d a , interrumpió bruscamente el anciano cirujano, si no guardais silencio. Media vuelta á la d e r e cha!... Marchen! Francisco y el sargento salieron del aposento sobre las puntas de los pies, y H e r v é quedó bien pronto profundamente dormido.