fior ia campiña las primeras - Biblioteca Virtual de Andalucía

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SEVILLA:
mprenta de Ü. José Maria Atien-zo, calle
de las Sierpes, número 5 . •
1851.
CAPITULO PRIMERO.
En e! fondo de una pequeña bahia, b a ñ a da por et Océano, y en la costa S u r d s
Finislerre, se descubre e! pueblecillo de F . . .
que antes de ser invadido por ios artista»
se hallaba ocupado por m u j e r e s lindísima
adornadas d e caprichosos y encantadores
t r a j e s . Desgraciadamente s e dejaron ver ios
artistas, é inmediatamente supieron las j ó venes de F . que poseían un tipo delicioso q u e las hacia un interesantes, y hé aquí
la razón por la que empezaron á llevar con
eierto desaliño su t r a j e especial, y á no h a llarse satisfechas con las tocas que hasta
entonces habían usado sus m a d r e s .
E n el año de 1 7 9 5 era un fenómeno
digno de notarse el feliz sosiego de que gozaba esle puebleciMo, tranquilamente s i t u a do entre el Océano y la revolución. Hasta
esla época la ¡surrección bretona había s a cado pocos partidarios de esta estreina de
ia península. La república tenia allí e s casas simpatías, sobre todo desde que h a bía convertido en departamento el obispado. Los pescadores de F . . . , en particular,
no supieron con indiferencia esta j u g a r r e t a ^ un poder enredador, que era el dict a d o cou que distinguía su rector al c o rnil! de salud pública; pero éste poder verdaderamente embrollo»» habiendo limitado
sus relaciones directas con los pescadores
á una niñada, consiguió, casi sin saberlo,
que estos no se unieran, como teuia p e n sado, á los mozos de Coquereau de BoisH e r d y : respetábanse sus barcas, sus m u jeres y S Í J S c a s a s , y hasta el anciano rector
á pesar do s u imprudente l e n g u a j e , lo h a bía sido i g u a l a n t e , no s e s a b e bien si por
ignorancia ó cíe b u e n grado; e n una palabra, aquellas s e n c i l l a s g e n t e s viendo que la
república los olvidaba, habían [acabado
lambieo por olvidarla á m vez.
Tales eran las disposiciones sensatas 9 y
generosas de los habitantes de F . . . para
eon la conversion nacional, cuando al r a yar el dia 12 de junio de 1 7 9 5 se vió
turbada-esta armonia, f r u t o de una tolerancia músua. por ei ruido de los c u l a tazos que haciau retemblar las puertas mas
notables del lugar. Despertados los habitantes con el mayor sobresalto, descubrieron con turbación en ¡a plaza d e la iglesia los uniformes azule* y los plumajes r o jos de los granaderos de la república. Un
destacamento de cincuenta hombres próximamente, precedido de dos oficiales á c a ballo, acababa de invadir el pueblecillo,
violando así los derechos de neutralidad
q u e el hecho parecía haber concedido á ese
pequeño rincón del mundo, libre hasta
entonces de toda huella revolucionaria.
Sin embargo, el pánico causudo eo el l u gar por tan brutal agresión fue cediendo
poco á poco en vista de las seguridades dad a s por los oficiales y del buen c o m p o r -
1 amiento de los soldados. P r o n t o no quedó otro cOidado a los habitantes que el de
adivinar el objeto de la espedicion. A p e sar d e la debilidad del destacamento el
grado superior J e uno de los oficiales, que
llevaba c h a r r e t e r a s de comandante, parecia
indicar que no carecía de importancia e s te paseo militar. Detras de la pequeña columna republicana, veíanse muchos caballos de silla conducidos por un lugareño bretón vestido rigorosamente de antiguo traje
nacional, complemento de una apariencia,
sin duda amistosa, pero que no dejaba d e
envolver eon nuevo misterio un suceso, su»
ficieo teniente inexplicable de s u y o .
En el mismo instante en que los b r a vos pescadores d e F . . . se perdían en m u l titud de conjeturas, se vieron sorprendido»
por otro espectáculo igualmente inusitado:
una fragata, inglesa al parecer acababa de
dejarse ver al S u r de esta bahía, maniobrando con la intención evidente d - acercarse á
la costa cuanto permite la prudencia á ua
buque de estas dimensiones. Ei segundo s u ceso tuvo la vciti'ua de proporcionar á los
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indígenas la esplicacion natural del primero;
desde aquel momento se vió ya claramente
que el objeto de la fragata no era otro que
el de desembarcar en la costa sus cuerpos
de invasion, c u j a operacion estaban encargados de impedir los soldados que habían
llegado por la m a ñ a n a . Pero bastaba una
simplecomparaciou mental entre las fuerzas,
del destacamento y las que en sus anchos
costados podia contener la fragata, para prever desde luego el resultado inevitable del
choque. Este ingenioso descubrimiento puso tin á la zozobra pública; pero, sí se ha
de hacer justicia á la poblacion de la costa
bretona, debemos decir que no fué recibido
en el pueblo sin cierta satisfacción m e z c l a da d e disgusto, porque no eran mejor vistos los colores de la vieja Inglaterra que los
de la república francesa.
Por una notable singularidad, la idea que
la aparición de la fragata había hecho nacer
en el espirítu de los pescadores, era p r e c i samente la que se había e?parcido entre los
soldados dispersos por la playa. Hijos
ros, pero entusiasta?, de aquella r e p r '
- 1 0 cuyo heroísmo era el alimento cotidiano y
necesario, criados entre el clamor de f a bulosas hazañas, y llenos de ese orgullo patriótico que engendra los grandes recuerdos
y que provoca los actos heroicos, estos
bravos no veian en su mayor número nada
de chocante en el combate prodigiosamente desigual que creia cercano. Esta c u e s tión se agitaba, sin embargo; con calor en
un grupo formado de cinco ó seis jóvenes
granaderos, cuya inesperiencia había creído deber aconsejarse de un sargento de
bigotes canos, en presencia de esta crisis
inminente. Este personaje, llamado Broidoux, en ves de responder inmediatamente á las interpelaciones d e sus i n f e r i o r e s ,
creyó muy oportuno resplandecer previamente su dignidad a s í que, sacó d e s u
sombrero un pañuelo de cuadros, le e s t e r i dió con precaución en la arena, y acabó
poi* sentarse con cierta majestad burlona
sobre este m o d e s t o t a p i z . S a c a n d o entonces tabaco e n p e q u e ñ a s j r o p o r c i o n e s de
de una bolsa de c u e r o , cuyo nombre no me
acuerdo, empezó á r e l l e n a r u n a p i p a d e b a r -
— l i to do pequeño tubo, con la circunspección
rrelódica de un hombre que conoce el p r e cio de las cosas. Después de haber p a s a do el dedo pulgar por el agujero del tubo,
con el objeto de igualar la superficie del
precioso vejelal, sacó Broidoux un e s labón, y le hizo chocar varias veces con
una piedra de chispa, todo con la mayor
ceremonia. En fin, cuando vio la pipa e n cendida y sujeta con los labios, se t e n dió en la arena tan largo como e r a el
grave sárjenlo, interpuso entre su nuca
y el húmedo suelo sus dos manos cruzadas, y arrojando al aire grandes bocanadas de humo.
— A h o r a , dijo, ¿qué es lo que tienes el
honor de preguntarme, Colibrí?
— N o era yo, mi sargento, respondió el
jóven torpe y mofletudo á guien Broidoux
designaba con el apodo amistoso de C o librí; son mis c a m a r a d a s los que dicen que
ese gran demonio de buque va á d e s e m barcar un hato de picaros ahí enfrente, y
que nosotros estamos aqui para impedirlo.
¿Lo creeis asi, mi sárjenlo?
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—A esta pregunta, dijo Broidoux, quizá
podrían dar los sabios cincuenta respuest a s . En cuanto á mi, Cotibri, no se me
ocurren mas que dos, á s a b e r , p r i m e r o , que
lo creo; segundo, que lo espero.
Al oir estas palabras, que tomaban en
la boca que las vertía una autoridad p r o fética, los jóvenes granaderos se miraron
furtivamente, comunicándose m ú t u a m e n t e
sus secretas impresiones con un movimiento de cabeza acompañado d e una mueca
particular del labio inferior.
— M i sargento, replicó tímidamente C o librí: ¿habíais n a \ e g a d o antes de hacer la
guerra en América?
— N a t u r a l m e n t e , muchacho, el c a m i n ó l e
tierra DO se había descubierto todavía c u a n do pasé ai Nuevo-Mundo, y la atravesía
á nada ofrecía entonces, como a h o r a , algunas dificultades.
— Pues b i e n , m i sargent o; siendo asi,
debéis saber c u á n t o s h o m b r e s puede c o n ducir un buque d e la fuerza d e l que t e nemos á la vista.
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— E n un buque de este norte, replicó flemáticámenle Broidoux, ne solido ver
basta mil quinientos valientes con su equip o , sin que por eso estuviesen sus codos
menos holgados que los de un ciego en
una plaza pública.
—Siendo asi, dijo Colibrí, antes quien
esta manifestación abria una perspectiva na da graciosa, ¿creeis que la fragata puede
desembarcar mil hombres?
—Sin mas dificultad que la que yo
tengo al escupir. ¿Y bien?
— Q u e nosotros no somos mas que c i n cuenta, observó Colibrí con reserva.
— Y qué, dijo Broidoux.
— Q u é serán veiute contra uno, mi s á r jente.
—Quieres tener la bondad de decirme,
prosiguió el veterano, cuál es el nombre de
aquel pingajo de varios colores que está
colgado en la punta del mástil y que e m p i e za a llamarse la atención de un modo d e s a gradable?
— E s el pabellón inglés, dijo Colibrí.
— M u y bien. ¿Y s e r á s bastante amable
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para t r a e r á mi memoria el nombre, ei
apellido y las cualidades de esta alhaja?
preguntó el sargento señalando con la m a no un guión -tricolor que el viento,agitaba
por encima de un pabellón de fusiles.
— E s la bandera de la república, .
— U n a é mili vis i ble, ciudadano Colibrí.
P e r o , ¡oye! como en los tiempos que c o r ren está u n o : espuesto u los mas d e s a g r a dables encuentros,, si alguna vez te hallases
de manos á boca con u« ejército de p r u s i a nos, de ingleses,, ó de federalistas de c u a l quiera clase, leu cuidado de - a u r . n o h a rapo como aquel á la coleta del general
enemigo, y le ver.is súbitamente apretar
los talones con todo su e j ú c i l o , oí mas ni
menos que un jóveu mimado á quien el co.
cillero de su ma.uá engancha uwa rodilla
en la espalda.
— P e r o , mi satgeMo, replicó Colibrí: si
hemos venido á b timos, para q t 4 sirven
los caballos de sillas q u e esc lugareño ; de
largas g r u í a s conducía d- l a brida delijas
de nosotros?
- — E s o s c a b a l l o s , d i j o el-,sargento, d e s -
pues d e un minuto d e reílexirm, eslan destinados para los prisioneros de nota, ségun
todas las apariencias.
— M i r a d ! gritó de repente Colibrí, la f r a gata no anda 3 a.
El sarjen}© Broidoux, abandonando su
negligente posicion, se incorporó nn poco
apoyándose en el codo, . puso su mano en
forma de pantalla encima de sus ojos, y
consideró un momento la fogata cou a t e n ción:
— E s t á n al pairo, prosiguió, y, si no
me engaño, echan los hotes ai m a r . De
aquí á una hora, muchachos, cambiaremos
los tacos.
Broidoux sacudió las cenizas de su p i p a ,
volviéndola hácia abajo, y llenándola*- segunda vez con la misma precaución que
la primera, añadió:
— U n a cosa que no te d e s a g r a d a r á , C o librí, e s q u e estamos fuera del a l c a n ce d e sus cañones. Si esta c o s t a , en
vez de estar sembrada de arrecifes en una
legua á la redonda, estuviese como algunas otras que he visto, e n l a s q u e u n
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navio de altó bordo se pasca tranquilamente como una dama en su salon, is
fragata hubiera anclado á nuestra izquierd a , mientras que Jas tropas de desembarco nos hahriau atacado por la d e r e cha. A ser asi, habríamos sido á la vez
fusilados de frente y vendimiados de c o s tado, lo que nos hubiera colocado en una
situación verdaderamente crítica.
Apenas acabó de pronunciar estas p a labras el s a r j e n ^ , cu .nido la fragata e c h é
un bote al m a r . Ksta circunstancia eseitó
un interés nuevo entre los pescadores y
los soldados. Miradas burlonas ó perplej a s se dirijian, ya hácia el mar, y a hacia
el jefe de las tropas republicanas, que,
colocado sobre una r o c a , examinaba c o n
UB anteojo de campana los movimientos d e l
buque inglés. Este personaje, que no r e presentaba arriba d e veinte y cinco años,
llevaba el recargado uniforme d e c o m a n dante de la república, con tnv> elegancia
poco común, atendidas las c o l u m b r e s militares de aquella é p o c a . El g é n e r o de b e lleza impreso en su fisonomía; l a p e r f e c t a
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- 17—
delicadeza de todas sus faceienes, en que
los ojos de las nobles vejanconas buscan
los signos de r a z a , habrían desde luego
asegurado al joven oficial una acogida
fraternal en los salones de Verona. La nobleza de su frente y ía pensativa dulzura
de sus ojos, contrastando visiblemente con
la dureza de las líneas de la boca, le h a brían
proporcionado
una atención l i sonjera en toda reunion d e mujeres, sin
acepción de partido. A algunos pasos d e tras de él se veia un joven de diez y nueve
años escasos, de rubios cabellos y de sonrosadas megilias, vestido de ligero u n i f o r me de ayudante de c a m p a ; este a d o l e s cente figuraba, en calidad de teniente en el
estallo mayor del general ííoche, y hacia
algunos días que dividía con el joven jefe
de batallón el mando de la columna e s pedicionaria.
—Comandante Hervé, g r i t ó de reponte
el mas joven de los dos oficiales, al notar
q u e las olas iüfadian la roca que servia
de observatorio á s u s u p e r i o r : o s advierto
B E L L A H . — T . I,
2
—18—
que ia marea sube, os llega ya el agua á
media pierna.
Volviose el comandante I l e r v é con s e m blante dislraido; miró al joven a y u d a n t e
con ese aire vago del hombre que duda
si ha sido llamado, y despues volvió á
sus observaciones con el anteojo. El joven
a y u d a n t e soltó una c a r c a j a d a .
— O s digo, comandante, continuó h a ciendo un tornavoz de sus dos manos, que
la marea va subiendo, y que os vais á a h o gar, entendeis?
El comandante se sobresaltó como un
hombre que despierta, paseó á su alrededor atónitas m i r a d a s , y notando q u e
sus botas estaban sumergidas hasta l o s
tobillos, se lanzó de un salto sobre lo pía y a , m u r m u r a u d o una imprecación, c u y o
c a r á c t e r , contenido y discreto, aounciaba
costumbres distinguidas, porque un h o m bre b i e n criado difiere de u n galopín hasta
en las g r o s e r í a s en q u e pueden a r r a s t r a r l e
las sorpresas d e la pasión. D e s p u é s , m e tiendo unos tra^ o t r o s los t u b o s d e s u anteojo comenzo á p a s a r s e en la arena r á -
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pillamente, sin otro objeto que el de calmar
una gran agitación de espíritu.
Los soldados, inquietos, no perdían un
solo movimiento de su jefe.
—Seguro estoy, se atrevió á decir C o librí, hablando b a ñ a n t e alto para ser oído
de Broidoux, aunque sin dirigirse á él d i rectamente: seguro estoy que el c o m a n dante siente no haber traído todo el b a tallón.
Como continuase fumando Broidoux con
una dulzura oriental, Colibrí osó añadir.
—Necesario es que el general haya sido
mal informado relativamente á las fuerzas
del enemigo; de otro modo, él mismo h u biera venido con dos ó tres b a t e r i a s . . .
— P o r qué no con toda la division, el
estado mayor y la músiea? esclamó el s á r jenlo Broidoux con voz atronadora. ¿No
faltaba mas si no que hasta la misma r e p ú blica se hubiera puesto en marcha con t o dos sus descamisadas
de Fraucia y de N a varra para conservar la frescura del c u tís del ciudadano Colibrí? ¿El general, d i ces tú, gorrion desp'umodo? ¿Tratas dé
divertirte glosando las ideas y p r o y e c t o s
del generalí ¿Asistes tú á su cons-j»? Mucho lo dudo, y la razón de dudar es que
veo que ignoras completamente la tcoria d e l
efecto moral; asi es, Golihri, que no aciert a s á meter en t u obtusa cabeza que es
una calaverada deliciosa, de magnifico e f e c to moral, eso de oponer cincuenta g r a n a deros á un millar de hombres... Q u e nosotros debemos ser hecho pedazos, es cosa
que tampoco se me oculta; p e r o no por
eso será menor el efecto moral, y los c u e ro igos conocerá» el caso que hacemos de
ellos. Y ahora que tu \alor se deja ver
lleno de moderaníismo. debo prev. nirte
que si por c a s u a l i d a d sintieses, c u a n d o l a s
cerezas te lleguen p o r delante, algunos culatazos por d e t r á s , n o s e a s tan m e n t e c a t o
que te d e j e s sobrecoger por una frivola
sorpresa, en ateueioñ á q u e yo c o n o z c o p e r sonalmente á q u i e n fe los receta.
Antes quo el sai jonto Broidoux hubiere
podido averiguar el electo moral (le su
discurso en el • emblantc de *n subordinado, llamó su aí'"x. : on hácia el mar una
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21
—
esclamacion partida del grupo que le r o deaba, y observó entonces e o n admiración
que solo se había destacado un bote de la
íragala, el cual ?e dirigía á fuerza de r e mos hasta la playa, mientras que el buque
?e a l e j a b a bordeando á dos iegoas de la
costa.
— Nos envían un parlamentario, prosiguió el sárjenlo; eslo es lo que se llama una
conducta prudente, por no decir otra cosa.
{Saces el favor de decidme, Colibrí, tú que
tienes rjos de águila disecada, que es lo
que descubres en esa lanchilla?
—Salvo el respeto que os debo, mi s á r jenlo, yo creo descubir una media docena
de hombres con enaguas.
—Entonces, dijo Broidoux, son e s c o c e sas, No conozco ¿ nadie mas que estos qtje
lleven enaguas entre todos los ejéreitos del
mundo civilizado.
—Mi sárjenlo, esclsmó Colibrí; ¿llevan
también papalina los escoceses?
— Papalinas? dijo Broidoux: no lo creo,
l.o que tú querrás decir son turbantes.
•—Por lo menos hay una papalina, mí
sargento. Serán quizás escocesas.
—Todo, es posible, prosiguió el saijento,
volviéndose á lumbar con la mayor filosofía; pero si las mujeres toman c a r t a s en el
asunto, buenas nochos.
Durante este diálogo, el comandante H e r v é sentado en la quilla de una b a r c a , t r a zaba figuras cabalísticas e n la a r e n a con
la vaina de su s a b l e , mieulras que sus d e s truidos ojos parecían leer palabras invisibles en el confuso mundo d e los r e c u e r d o s
y de las esperanzas. U n a m a n o q u e l e t o c ó
ligeramente en el h o m b r o le arrancó s ú b i tamente de s u s m e d i t a c i o n e s , al m i s m o
tiempo que una v o z c i a r a y casi i n f a n t i l l e
decía por desras:
— H e aquí un momento feliz para v o s ,
Pelven.
— F e l i z , Francisco! r e s p o n d i ó el j o v e n
sonriendo eo» aire pensativo; n o l o s é t o davía. tín v i v i d o ya l o bastante p a r a s a ber que no s e paede calificar n o m o m e n t o
de feliz ó d e s g r a c i a d o hasta q u e isa t r a s currido.
—Cómo? prosiguré^Fratjcisco observando
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con cariño la mirada melancólica de su
amigo, ¿no trae á vuestros brazos esa b a r ca una hermana querida? No es este el
instante por el cual suspiráis hace dos
años?
—¿Y se acaso, dijo Pel ven, si e n c o n traré la hermana de que me acuerdo y que
espero? /Ha vivido tanto tiempo al lado de
mis enemigos! H a b r á aprendido quizás á
odiar en todo cuanto la rodea el uniforme
que llevo.
— N o , no puede ser! esclamó el joven
ayudante con una vivacidad que cubrió
su frente de un rubor súbito. Basta sa ber lo que me habéis dicho de ella, Hervé;
lo que revelan las c a r t a s que habéis tenido la bondad de enseñarme, para convencerse de que tal sospecha es imposible,
indigna.
— Y por otra parte, continuó Hervé sonriendo al ver el entusiasmo caballeresco
del jóven, mi hermana n® viene sola. Está
acompañada siempre d e personas que e s toy seguro que no m e aman, y ya p o déis comprender, Francisco, que es muy
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doloroso ver frialdad y hasla animadversion eD rostros antes tan cariñosos y amigos.
—¿Me seria lícito, sin faStar á la discreción, comandante Hervc, solicitar una e n u meración de la tripulación femenina de la
barca?
— E n un tiempo en que la política es
una perla de las mas r a r a s , Francisco,
me es imposible dejar de satisfacer una
curiosidad que se espresa con tan notable delicadeza. Nada o s diré de Andrea
Pelven, mi hermana, de quien tantas veces sin duda os habré hablado.
Francisco se sonrojó nuevamente.
— P e r o , continuó el comandante, vos h a béis sido el primero en escusar esta d e bilidad de hermano. A d e m a s de e l l a , l a
b a r c a , que dista aun media l u e g a de n o s otros, t i e n e l a honra de conducir á la S r a .
Eleonora de K e r g a n t , .en otro tiempo canonesa; e r a hermana del marqués de K e r gant, mi tutor, y en la actualidad es la
enemiga mas e n c a r n i z a d a que t e n g o e n todos los dominios de l a r e p ú b l i c a f r a n c e s a ,
y la amiga*mas t i e r n a q u e l a etiqueta, S
gran conocimiento del mundo y los c o s méiicos lian conservado en esta era de abominación.
Delias de dicha señora y á una r e s petuosa distancia, descubriréis una joven
bretona, que prometía ser una de las criaturas mas bellas que hayan entusiasmado
la mirada del hombre. Se llama Adela,
y es hija del ciudadano K a d , ese robusto
guia bretón que ha conducido los caballos
y que distinguiréis recostado sobre el m á s til. Os ruego que observéis que ese hombre. con sus cabellos caídos, su gran sombrero, sus anchos calzones y su traje á
lo Luis X I V , es sin embargo en su g é nero un tipo de estremada belleza, que
puede daros una idea de la que c a r a c t e riza á su hija. Adela ha sido criada en
el castillo, ocupa una condicion mista, y
no es ni señorita ni sirvienta. Tiene las
manos blancas y sabe ortografía. Por ú l timo, á nna distancia respetuosa todavía
notareis una doncella inglesa ó escocesa,
ó no sé de dónde» una miss M a c - G r e g o r ,
que cuenta gefes de clan entre sus a n -
—26—
tepasados, y que repetidas desgracias han
redacido al estado en qué se encuentra.
Como la ha recibido recientemente la ca~
nonesa á su servicio, no la he visto nunca;
sin embargo, si quereis que os haga su
retrato, héle aqui; es uua torpe y alta
mujer, muy colorada, que loma tabaco á
escondidas. Estáis satisfecho, Francisco?
—Todavia no, mi comandante, porque,
si no me engaño yo veo cinco mujeres en
el bote, y no me habéis hablado mas que
de c u a t r o .
— E s cierto, replicó Her vé de Pelven,
y continuó cois una turbación que no pasó
desapercibida para su amigo: s e h a l l a allí
ademas, ¿ á l o m e n o s debe d e h a l l a r s e ,
pues no distingo nada desde aqui, la s e ñorita Bellah d e Kcrgant, hija del marqués y sobrina de la canonesa. El nombre
de Beliah es tradicional en la familia, d e s de tos Couan y tos Alain.
— Y es eso lodo? preguutó Francisco,
Si á esa relación no añadís un elogio ni
«n epigrama acerca de esa jóven, me veré
obligado á figurarme que es, ó c o n t r a h e -
— 27 —
cha, ó sumamente perfecta, ya que por
lo visto vuestro pincel, ó no se digna, ó
no se atreve á hacer su pintura.
—Siempre fué cosa delicada, d<jo Hervé,
el hablar de nueslros enemigos, y yo tengo
el disgusto de contar a la señorita de K e r gant en el número de los mas ardientes
adversarios de la causa que defiendo. Es
amiga de mi hermana, y, con respecto á
mí. ha manifestado también d u r a n t e m u chos años los mismos sentimientos que pueden abrigarse por un hermano; pero ahora
yo no soy para ella otra cosa que un miserable, manchado con la sangre de su
rey y con el polvo de las ruinas de su
patria....
Como cosa de un minuto de silencio sucedió á estas palabras, pronunciadas por el
joven comandante con una voz alterada y
vibrante, y despues prosiguió:
— Y a la vereis, Francisco; ya la vereis,
y entonces podréis decirme si j a m á s p i n tor alguno supo hacer reflejar sobre un
rostro mas divino la pureza de una v i r gen y los sufrimientos de un mártir.
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Otra vez volvió á hacer pausa Ilervé,
con el objeto d e ocultar la turbación de
su semblante, volviendo la cabeza, y a ñ a dió:
— Sr. Francisco, es una lucha á veces
bien terrible la que se traba entre las
creencias y los deberes, haciendo despuntar
la edad de hombre «n abierta c o n t r a p o sición con les mas dulces sentimientos de
la infancia.
El joven comandante se levantó al t e r minar tas anteriores palabras, y anduvo
precipitadamente algunos pasos hasta la
playa, en tanto que el teniente p e r m a necía en el sitio en que acababa de oír
aquella semi-coníidencia, humedecidos en
lágrimas los ojos y la frente empañada con
una nube de melancolía, que sentaba m u y
bien con la habitual animación de su fisonomía.
Aprovecharemos ahora el corto i n t é n a i o
que separa todavía el bote inglés de la
costa para completar tan brevemente como
nos sea dable ursa esposicion d e hechos indispensables por desgracia siempre que se
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haccD relaciones, por muy humildes que
sean.
Hervé f su hermana, huérfanos desde
sus mas tiernos años, habían sido encomendados á la tutela del marqués de K e r gant, antiguo amigo de su padre, el c o n de de Pelven. El marques había cumplido
con una piadosa caballerosidad el empeño
contraído á la cabecera del lecho del m o ribundo. Los dos pobres niños hablan h a llado bajo el albergue del leal caballero
una a c o g i d a de hermanos por parte de B e Nal), hija única de aquel, compartiendo
con ella los beneficios de una educación
impregnada de u n a solicitud s e v e r a . Al
cumplir Hervé los diez y s i e t e años, fué
enviado á un colegio de P a r í s , del cual
no salió iino p a r a entrar en la escuela
militar de Brienuc. A lines de verano, el
joven iba á p a s a r a l g u n a s semanas á la
morada de los Kergant; pero aunque c o n tinuaba observando s i e m p r e i g u a l a g r a d e cimiento r e s p e t u o s o h á c i a s u t u t o r y la
misma ternura h á c i a s u s d o s encantadoras h e r m a n a s , q u e a e o g i i m c o n s t i n i t e m e i i t e
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su llegada coo lágrimas de cariño, iba sintiendo de año en año apoderarse de su mente ideas nuevas, que parecían querer sustituir á las que habia alimentado su cerebro
en la infancia. El día en que el marques
tuvo noticia del resultado fatal del viaje
del rey Luis X V I á Varennes previendo
el desesperado esfuerzo por qué habia de
atestiguar la nobleza bretona su adhesion a
sus ideas religioaas, que se veian atacadas,
llamó á toda prisa á su pupilo: Hervé o b e deció, y acudió á K e r g a n t .
Allí vivió por espacio de algunos meses,
entregado á crueles martirios de espíritu,
fluctuando entre l o s poderosos recuerdos
de su corazon y l a s p r o f u n d a s convíccio»
ues de su inteligencia. Al cabo, un d i a s e
resolvió, y emprendió en secreto s u m a r cha á Paris. Poco tiempo despues el m a r ques de Kergant s a b i a por medio d e u n a
respetuosa c a r t a , que el hijo del c o n d e
de P e l v e n servia en clase d e v o l u n t a r i o
eu las t r o p a s d e la república. D e s d e entonces, á pesar d e q u e la s e ñ o r i t a d e Pelven
echó de ver e n i a c o n d u c t a de s u t u t o r para
—31 —
con ella un esceso de alecciones y cuidados, no tuvo valor para volver á pronunciar
el nombre de su hermano, prefiriendo c o n siderarle olvidado á verle ultratajado. Los
demás individuos de la casa observaban e s irictametle igual silencio, prestando todos
asi un tributo de reprobación hácia el p a r tido que había abrazado Hervé, aunque en
su interior cada uno, según su c a r á c t e r ,
mirase el hecho con mas ó con menos i n dulgencia. El marques reputaba al hijo de
su antiguo amigo como un renegado y un
infame, que siendo á un tiempo traidor á
su Dios y á su r e y , no merecía perdón en
este mundo ni en el otro. La S r a . de K e r gant, la canonesa, veía aparecer á cada p a so ai antiguo pupilo de su hermano en el
campo estrecho y fantástico de sus p r e cauciones, bajo las formas mas eslrañas;
ya se le figuraba blandiendo una pica r e m a t a d a por una
cabeza ensangrentada
ya revestido de una estraordinaria c a r m a ñola, bailando sin orden ni concierto el
baile llamado Saldrá, debajo de cadáveres
humanos colgados eo lugar de faroles; ya
—32—
corriendo las calles en la ridicula facha que
ella creia que debían de llevar los
descamisados,
tomando en su sentido literal esta
denominación política.
Por lo que hace á la joven Bellah, ccsistia enmedio de los revolucionarios un
hombre nacido con las mas nobles cualidades, pero que luego se habia eslraviado
hasta el punto de incurrir en el crimen
y dejarse llevar de un delirio incalificable,
y ella miraba con tal horror semejante d e serción de sus altares domésticos, que j a más la altiva criatura osó, ni aun siquiera
se le pasó por las mientes, el mezclar el
nombre del traidor á ios religiosos m o r m u llos de sus plegarias. ¿Quién sabe si acaso
esperaría allá en el fondo de su alma que
Dios se dignase leer en sus llorosos o j o s el
nombre proscripto en s u s oraciones?
C o m o q u i e r a que f u e s e , l a s e ñ o r i t a d e
K e r g a n t t e n i a un s e n c i l l a c o s t u m b r e , q u e
se o b s e r v a e n algunas m u j e r e s d e m a s i a d o
honestas pora pensar en hacer resallar s o s
gracias, ni a u n c o n l o s m a - : i n o c e n t e s artificios de ta c o ; ; ' i e ! e r í n , p e r o h « u í i c i e n t e
—33—
m u j e r e s para poseer él instinto d e s u b e l l e z a . J a m á s sus ojos se habían permitido
UDO de esos resplandores imprevistos, de
esos ataques furtivos, de e s o s deslumbramientos mágicos que multiplican el brillo
de las miradas maestras femeninas. B e l l a h
n o tenia m a s que un d a r d o en s u aljaba,
pero valia par muchos: ioda su coquetería
se encerraba en una dulcísima mirada que
solía dirijir á los cielos. Ahora bien; no
es eslraño que semejante mística mirada,
cuando intervenía en las oraciones de la j o ven realista, reemplazase elocuentemente el
nombre que los labios pronunciar no q u e rían.
Hervé de Pelven llegaba con su fusil al
hotqbro á unirse con el ejército del Mosela,
cuando el general Hoche se encargaba de
su mando en jefe. El comportamiento de
Hervé en un combate de avanzadas le valió
casi inmediatamente despucs de su llegada
el grado de teniente. Algún tiempo después, en el ataque de las lineas de Wissemburgo, se replegaba su batallón en desórBELLAH.—T.
I.
3
den ante la artillería formidable de un r e ducto austríaco, y él se precipitó solo sobre las faginas con una bandera tricolor en
la mano, y se mautuvo á pie firme durante
un minuto al alcance del fuego enemigo, por
un portento de arrojo y de fortuna. Los
republicanos, atraídos y electrizados con
su ejemplo, le hallaron moribundo entre los
cadáveres enemigos. El general en jefe, testigo de este hecho d e a r m a s , quiso que el
bizarro joven conservase el mando del b a tallón que acababa de salvar y cubrir d e
gloria; pero no bien habia salido Hervé del
lecho d e dolor en que le habían sumergido
sus heridas, cuando el general Hoche, guiado antes por la fortuna, que tan pronto se
le mostraba propicia como adversa, pasó
desde su campo de victoria á las prisiones
del Comité
de salud pública.
Hervé perdía
con esto aun mas que un protector: las t i e r nas atenciones y prevenciones que con él
habia guardado el general, tanto mas a p r e ciables, cuanto mayor era la diferencia d e
edades y graduaciones q u e existia entre
ellos, le daban y a derecho p a r a llorar un
—35—
amigo en la persona del jefe que había sido
arrancado de su lado.
Hácia esta época fue cuando supo P e l ven, por carta fechada en Londres, que su
hermana Andrea, la señorita de Bellah de
Kergant y la canonesa habian emigrado á
Inglaterra, en virtud de una orden nacida
ds la tierna solicitud del marqués; en c u a n to á este, la carta de Andrea guardaba un
profundo silencio. Hervé encontró la penosa esplicacion de esta reserva cuando vió
figurar poco tiempo despues el nombre
de Kergant entre los nombres de los j e fes realistas que hicieron en el Oeste
tan terrible diversion á nuestros valientes de la frontera. A contar desde este dia,
el joven oficial recibió repelidas c a r t a s de
su hermana, y el misterio de esta c o r r e s pondencia, que no podía mantenerse sino
por vías ocultas, disminuyó la confianza
que el patricio convertido se había g r a n jeado desde luego en el ejército republicano. A pesar de las altas dotes militares
que continuó descubriendo, la ligera sospecha que sobre él pesaba fue causa d e
- S G que continuase con la sola graduación á
que le habiau elevado su primeros hechos
de a r m a s , graduación que en esta época
de rápidas fortunas y de ruidosas caídas
podia aparecer subalterna á tos ojos de un
joven de mérito y de valor.
El tedio producido por esta dudosa s i tuación acabó de entristecer el carácter de
Hervé, que se habia sentido invadido, desde
l a r g o tiempo airas, por una profunda m e lancolía. La fiebre entusiasta que habia servido para inspirar y sostener su generosa
resolución, se habia amortiguado no bien
consumó el sacrificio; porque la naturaleza,
permitiendo á la O b r a del alma h u m a n a r e cibir una tension capaz de producir los agudos tonos del entusiasmo, ha limitado la posible duración de este esfuerzo, q u e a c a b a ría por minar la existencia si se prolongara* demasiado.
No quedaba,
que el tranquilo
elevada y firme,
para que" no s e
siado poco para
pues, á Hervé otra cosa
apoyo d e una convicción
y e s t o e r a lo necesario
a r r e p i n t i e s e ; pero demahacerle feliz. El destino
lia concedido á un limitado número de almas el don de encontrar una felicidad que
íes satisface en el ardiente alimento de
ias ideas, de ia razón y de los h e c h o s .
Casi todas tienen necesidad <ie una e s p e cie d e superfluidad delicada: que forma
p a r a ellas una parte de i o neei-sario. D e masiado débiles quizás, han menester de vez
en c u a n d o buscar un refugio y s a c a r n u e vas fuerzas en las distracciones de una n a turaleza menos severa; d o t a d a s quizás igualm e n t e d e una organización m a s esquisita,
unen á sus visibles aspiraciones p r o p e n siones mas tiernas, que necesitan ser s a t i s fechas á su vez.
H e r v é n o h a b i a conocido todo el valor
d e su sacrificio hasta d e s p u e s de haberlo
c o n s u m a d o . Solamente entonees fué c u a n do s e le aparecieron s u s sentimientos, d e sembarazados del tumulto de sus i r r e s o l u ciones, en toda s u leal s i n c e r i d a d . A la
implacable fidelidad de s u memoria debió
el no p o d e r desechar la impresión m a s q u e
iraternal que los hechizos de la señorita
d e K e r g a n i habian producido en s u alma»
-38—
y que Se perseguía como un recuerdo v e n gador. Aun cuando Hervé hubiese c o n o cido tan mal el carácter de Bellah, que le
fuese lícito abrigar algunas dudas sobre la
manera con que ella debía interpretar su
conducta, las cartas de Andrea le h u b i e r a n ilustrado lo suficiente acerca de este
p u n t o . N o solo no añadía jamás la s e ñ o rita de Kergant en las cartas de su amiga una sola palabra de política para el
hombre que habia sido su hermano d u r a n t e tanto tiempo, sino que, por el contrario, se veia harto claro que hasta la
misma Andrea se encontraba ligada por
inflexibles prohibiciones. Esto es lo que
Hervé estaba autorizado á creer, e n vista
d é esta invariable posdata: « B o l l á i s continúa bien.» Una sola veg osó A n d r e a e s tender los límites de este cruel boletín,
y á continuación de la fórmula habitual de
«Bellah continúa bien,» l e y ó Hervé admí r a d o e s t a s p a l a b r a s : « E s t a n bella c o m o
buena.» N o s e a c e r t a r í a á deoir p o r q u é
este pequeño suplemento, m u y natural cu
lina m u j e r , i r r i t ó á H e r v é h a s t a el p u n t o
-39—
de comenzar á juzgar efecto del odio el violento sentimiento que el r e c u e r d o de ia
señorita de Kergant escitaba en su c o r a zon.
El 9 de therraidor volvió á su pais el
general Hoche. E n c a r g a d o poco d e s p u e t
del mando de las costas de B r e s t , reclu*
tó sus fuerzas de muchos cuerpos d e s t a c a dos del ejército del Norte. La 6 0 . a media
brigada, en la que servia Pelven, fue la
primera que H o c b e pensó en r e c l a m a r , y
y Hervé entró en c a m p a ñ a en su tierra
natal. Allí encontró al joven q u e conocemos con el n o m b r e de F r a n c i s c o , d i s t i n guido muy particularmente por p a r t e del
general. Según los misteriosos chismes que
circulaban en e\ estado m a y o r , el general
republicano había conocido eu la cárcel á
la - m a d r e , todavía muy joven, d e este n i ño, y le habia recomendado eficazmente á
su hija cuando f u é llamada á compareeer
ante el terrible tribunal, del que no se v o l vía n u n c a . Y a fuese respetuosa piedad en
avor d e los votos de una m a d r e próxima
á morir, y a r e c u e r d o de otro sentimiento
mas dulce, lo cierto es que el genéral m a nifestaba hacia este joven una afección
muy tierna.
En cierto «lia de invierno d?l año de
t 7 9 4 , el general Hoche, q u e solo podia d i s poner de su cuartel y de tres batallones,
fue atacado súbitamente en las márgenes del
Vilaines por los blancos del Stoffet. Desde
la cumbre de un e c r r o , en que se habia s i tuado durante el combate, vió de repente
caer prisionero, por cinco ó seis p a r t i d a rios, á su joven ayudante y casi al mismo tiempo observó que un oficial republicano, lanzándose con las bridas en la boca en medio del grupo enemigo que a r r e b a taba al bizarro niño, le cogió por el cuello de su uniforme, y se presentaba con
este trofeo vivo al pie de la eminencia, d e s d e la que todo el estado mayor aplaudió e n tusiasmado. Esta hazaña cabelleresca a c a bó de fortificar el interés amistoso d e q u e
Hoche le habia dado tantas pruebas de un
sentimiento de viva gratitud. En c u a n t o á
Franeisco, se habia sentido desde luego dominado por una afección ardiente y a p a s i o -
-41—
natía hácia su libertador.
Algunas semanas despues se firmó la primers pacificación de la Vendée y de la B r e taña. Hervé recibió una carta de su h e r mana, en la que le rogaba solicitase p a r a
ella y para sus compañeras de emigración
el permiso de entrar en F r a n c i a ; d e s e a ba ademas que una eseolla de soldados r e publicanos las protegiese hasta Kergant contra los chilanes enemigos de la pacificación, que quizás tratarían de vengar en ellas
la p a r t e q u e al marques correspondía en e s te feliz resultado.
A pesar de la poca confianza que tenia
Heche en esa paz a p a r e n t e é incompleta
aunca pudo imaginarse que la presencia
de dos ó tres m u j e r e s pudiese aumentar los
peligros que la B r e t a ñ a p r e p a r a b a á la república. El 9 de thermidor acababa de verse
sosfituidó el régimen del terror por o t r o
sistema mas clemente. El m a r q u é s de K e r gant s e contaba también entre el n ú m e r o
de jefes realistas anmistiados. Hoche no
vaciló un instante en hacer esta inocente
concesion á un hombre á quien tanto d e -
-42bia, y cuyo c a r á c t e r le inspiraba una c o n fianza sin límites. El lector conocerá ahora
el motivo que conducía á la costa de F . . .
al destacamento de granaderos republicanos que dejamos abandonado hace tanto
tiempo.
El bote inglés tocaba ya á la costa y e n t r a ba impulsado por ia m a r e a alia, en una
pequeña ensenada formada por un grupo
de rocas á flor de agua cerca de la play a . Hervé y Francisco se aproximaron á
las rocas para ayudar al desembarco m i e n t r a s que los soldados se formaban con c u riosidad á algunos pasos detrás de ellos.
Solo el sargento Broidoux permanecía algo lejos, tumbado en tierra, siguiendo con
la vista á las paviotas, y protestando con
su postura desdeñosa coulra la ceremoniosa escena, que parecía querer d a r un m e n t í s á la ciencia proíética. Cuando el b o te estuvo á algunos pasos de los arrecifes,
le detuvieron bruscamente l o s remeros, a l
mismo t i e m p o q u e el joven g u a r d i a marina
que mandaba l a e m b a r c a c i ó n s a l t a b a sobre
el primer b a ñ o , y s a l u d a n d o con la m a ~
—43—
yol* política, dijo mientras Hervé llevaba
la mano ai sombrero:
«—Señor oficial, si sois quien supongo,
no llevareis á mal que os pida los d o c u mentos que lo acrediten antes de entregar en
vuestras manos el precioso depósito que
me esté confiado.
—Caballero, interrumpió i n m e d i a t a m e n te una voz de m u j e r : yo misma os a s e g u ro que es mi h e r m a n o .
Hervé hizo con la mano una señal amistosa á la joven que acababa de hablar, y
sacando un papel de su bolsillo, le clavó en
la punta del sable, y le presentó al g u a r dia marina. E s t e leyó entonces la c o m i sión, que estaba concebida en estos t é r minos: «En virtud de los poderes con que
estoy revestido por la convención nacional,
autorizo para e n t r a r á morar con .toda libertad eu el territorio de la república á
las ciudadanas Eleonora K e r g a n t , hija m a y o r del ciudadano K e r g a n t ; á su h e r m a n a
la e x - c a n o n e s a : á Bellah K e r g a n t y A n drea Pelven, sus hijas menores, a c o m p a ñadas de los ciudadanos K a d , Alix y M a c -
—44—
Gregor, sus criados oficiosos. Firmado,
Hoche.» Despues de concluida esta lectura,
durante la cual madama Eleonora de K e r gant creyó de su deber alzar los hombros
repetidas veces, el guardia marina la e n t r e gó el papel, y el bote se aproximó á las
rocas. Previniendo el politico aceleramiento
de Hervé, saltó la canonesa sobre la playa,
haciendo una cortesia á la Pompadour, y
vo|vicudo¿e apresuradamente, ofreció s u c e sivamente 1a mano á cada una de sus compañeras-de destierro. Mas ya fuese efecto
de la casualidad, j a de una crueldad premeditada por parte de la S r a . de Kergant,
la última que desembarcó fue Andrea.
—'¡Hermano querido! esclamó arrojándose á los brazos de Hervé, y e n j u g á n dose con s u s rubios cabellos las lágrimas
que inundaban su encendido r u s t r o . Henos
aqui por último, ¡Dios mió! Hénos aquí
por primera vez á tu lado de^pues d e t a n to tiempo... Pero es cosa bien singular, Bellah. ¡Creía encontrarle c n ios cabellos
blancos!
— jGómo, niña querida! dijo sonriendo
—45—
Hervé: ¿no fe haces cargo de que solamente hace dos años que no nos hemos
visto?
—¡Solamente! prosiguió la jóven. ¡Pero
me parece que es bastante tiempo dos
años!
—Demasiado ciertamente; pero no el suficiente para hacer á uti hombre d e c r é pito.
— E n fin, tanto mejor, dijo Andrea h a ciendo un gracioso mohín: despues se echó
á reír, salló una vez mas al cuello de su
hermano, y se apoyó en su brazo para
subir la playa hasta el puebiceiíio. La c a nonesa, por su parte, habia cogido con precipitación el b r a z o - d e - B e l l a h , como para
frustrar lodíi tentativa .política que el oficial republicano hubiese t«mdo el temerario pensamiento (fe concebir,
A algunos pasos de allí, el guia bretón
estaba sentado en el costado d e una barca,
teniendo entre las suyas una mano d e su
hija y hablándola gravemente en el antiguo
dialecto d e sus abuelos. La hermosura en
cierto modo judaica de Adela a d q u i r í a u n
—46—
atractivo nías con ia elegancia de su Iraje
especial. ].a majestuosa regularidad de su
rostro, animado con dos bellos ojos negros,
que destacaba deliciosamente bajo una coíia bretona, cuyas blancas alas levantadas
iban a unirse en la parte superior d« la
cabeza. Nada se notaba en su aire ni en sus
maneras de ese embarazo que revela t o r peza en los movimientos de las mujeres
de condicion inferior.
Hervé no pudo dejar de notar con c u á n ta prodigalidad se habían realizado en la
mas humilde de sus compañeras de infancia todas las gracias que en otro tiempo
prometía su naciente belleza; pero ahora no
bastaba para sostener la comparación con
la de Bellah, que aunque ofrecía con corta
diferencia el mismo tipo, estaba sin e m bargo endulzado con una cultura de i n t e ligencia mas delicada; era la misma d i g nidad coa un colorido menos enérgico, y
«na distinción de formas mas esquisíla.
Bellah parecía ser el segundo ejemplar de
una obra diversa, cuyos d e t a l l e s estuviesen
ejecutados con m a y o r esmero q u e e n el p r i -
—47—
mero, ganando de esla m a n e r a en perfección l o q u e p o d i a haber perdido en fuerza
primitiva.
Mientras que el comandante Hervé s u bía la playa oyendo con trasporte la voz
de su querida hermana, dulce eco del tiempo que pasó, el jóven ayudante se alejaba
á pasos lentos, con el corazon oprimido por
por esa tristeza que nos inspira una fiesta
de familia, en la que no tenemos derecho
de tomar p a r t e .
CAPÍTULO H.
A ia voz de su comandante t o m a r o n ios
soldados las armas y ocuparon sus p u e s t o s .
Las mujeres montaron los caballos preparados para ellas, y se situaron en el centro d e l
destacamento, que salió del puebleciilo, precedido por el guardabosque K a d . A fin d e
dar el menos pasto posible á las c o o j o i u r a s , según las órdenes del general d e b í a
Hervé evitar el tránsito por lugares habitados; de modo que la pequeña c a r a v a na, dirigida por el guia, se encontró b i e n
pronto camiuando por senderos apenas t r a n sitados r o d e a d o s de páramos pantanosos y
de áridos matorrales. Hervé d e j a n d o c o n p e s a r á su hermana, á q u i e n la canouesa a c a baba de dirigir a n a pregunta i m p e r a t i v a ,
—49—
se acercó con su caballo al del jóven a y a daode, que marchaba al frente de todos:
—¡Qué tal, Francisco! le dijo ¿Obraba
yo ligeramente cuando me atrevia á pensar
mal de esta entrevista?
—Cierto que sí, comandante; á menos
que DO pesen igualmente en la balanza de
vuestro corazon los gruñidos de una vieja
que la espansiva ternura de un ángel que
el cielo os dio por hermana.
— N a d a de eso; mas ya que habéis visto
con vuestros propios ojos á la señorita de
Kergant, decidme con franqueza la opinion
que os habéis formado de ella.
—Me parece de c a r á c t e r muy amable,
comandante Hervé.
—¿Muy amable» decís? En verdad que sois
muy moderado en vuestros juicios. ¿Acaso
os ha parecido muy amable la acogida que
la hé merecido*
—•Ni agradable, ni desagradable, porque
no os ba hecho ninguna; pero en cambio,
Pelven, vuestra encantadora hermana . .
—Mi encantadora hermana no tiene n e e e Beulah.—TOMO I.
4
—50—
si dad de que nadie salga é su defensa,
cuando ninguno que 50 sepa, se ha atrevido á ofenderla en lo mas mínimo, i n t e r rumpió Hervé algo incomodado.
Nada respondió á esto Francisco, á quien
H e r v é con cierta rspresion de sorpresa m e z clada de pesar, que templó súbitamente el
entusiasmo del joven:
— M a s en que d i a b l o s consiste, prosignió
riendo, qoe me hables de Andrea, cnando
me refiero á Bellah? Decidme, querido F r a n cisco: ¿no os parece imponente en cierto
modo la belleza de la señorita de K e r gant?
,
— E s a es la palabra que la corresponde,
contestó el a y u d a n t e . Hace un momento
l a recogí el látigo que se la habia caido, y
al darme las gracias m e dirigió una mirada
lau estraíia, que me estremecí de pies á
cabeza. Quise responder con alguna frase
delicada; p e r o no me fue posible hacer otra
c o s a q u e soltar una especie de gruñido s o r d o .
O s confieso q u e la gpardo aignn rencor.
Posee un género de belleza e s t r a o r d i n a n o ,
si se quiere, pero que admira mas que inte
—51—
resa. ¡Qué diferencia, mi querido Pelven>
entre ella y ! . .
— Y la canonesa, dijo con viveza H e r v é ,
seguramente la diferencia es notable; n a d a
se os escapa.
Sumamente entretenidos con su c o n v e r sación, se habian adelantado algún t a n t o
nuestros jóvenes del resto de la escolla, la
que en este momeulo subía penosamente la
escarpada pendiente de una colina. El p a i saje que se descubría estaba formada por
una cadena de desnudas cimas, entre las
cuales se veian serpentear una multitud
de arroyuelos, que se precipitaban luego
por medio de las rocas. La línea de los
uniformes que ondulaban constantemente s i guiendo los recodos del sendero; el a g r a ciado aspecto de la cabalgata femenina; los
flotantes velos; las blancas plumas que el
viento agitaba sabré los elegantes sombreros
de las amazonas; la vida, en fin, el m o v i miento y los entreverados colores, ofrecian
en tan agreste paraje una escena de tan p i n toresco ínteres, que no dejó de herir la i m a ginación de los jóvenes oficiales.
—52—
—Decid, Pelven, esclamó"Franeisctf; ¿no
os croéis en este momento un hechicero
conduciendo prisioneras á una porciou de
princesas, juntamente con la reina viuda?
—Mus fácilmente me creería un hechizado, replicó Hervé. Ademas debo deciros, Francisco, que no me agrada este desierto pais, y que no me merece mucha confiania udestro guia; es muy buen hombre á
s u manera, pero tan realista como el
mismo tigre real. No lo perdáis de vista un
momento. Y si no, ¿qué es lo que está haciendo ahora allá abajo?
El gnarda-bosque marchaba entonces por
el borde de uua roca cortada á pico hacia
la derecha, y se paraba de vez en cuando
para arrojar con el pie fragmentos de roca
al abismo invisible del valle.
— N a d a , á lo que parece, dijo Francisco:
el ciudadano K a d se divierte del modo mas
inocente.
— E s a misma inocencia aparente es la
que mas me hace sospechar, dijo Hervé.
Un hombre de fisonomía y carácter tan
graves no se entrega sin objeto á esas
—'53—
pueriles distracciones. Observad; ahora e s cucha; acaba de inclinar la cabeza hácia
el lado del precipicio.
— ¿ Y que? Escuchará el ruido p r o d u cido por las piedras al chocar de roca en
roea, Eso cuando mas querrá decir que
este digno salvaje tiene muy desarrollado
el órgano d e los placeres sencillos...
¡Silencio! interrumpió Hervé, tocando e l
brazo del jóven teniente. ¿No habéis oido?
^ - ¡ O i d o ! ¿El qué?
— Q u e han silbado. Ademas he visto al
guia cambiar una mirada con la canonesa.
—Electivamente he oido algo parecido
á un silbido, ó al soplo del viento al a t r a vesar los matorrales. Lo que sí he p e r dido ha sido la mirada entre el salvaje y
la canonesa, y , á decir v e r d a d , lo siento,
pero con todo, comandante, m e p a r e c e n
infundados vuestros recelos. ¿No estamos
sutícié «temen te protegidos con la presencia
de vuestra hermana? Podréis acaso s u p o ner que haya tomado p a r t e en un complot
en el que s u hermano seria la primera víctima?
—54—
— E s que podría m a y bien DO saber
Dada.
— P o r otra parte, cuanto m a s miro la
empolvada cabeza de la canonesa, cada
• e z la eacuentro mayores analogías con la
muestra de un peluquero, sobre la que h u biera nevado; pero no soy capaz de creer
que pueda brotar de ella una sola idea s a n guinaria.
—Teniente, esa vieja es demasiado a s t u t a , sea cual fuere su cabeza; y estoy seguro
d e que habrá politiqueado mucho en I n glaterra. Quizá, ahí donde la veis, se h a b r á entendido directamente con P e t t .
— ¡ P o b r e Pettl Le compadezco, dijo F r a n cisco.
— S e a en buen hora; pero supongamos
que entre las ideas que hayan podido f o r m a r s e bajo el cráneo de la canonesa, se el
b a ocurrido la siguiente: P a r a hacer pesar
sobre el comantaote Hervé una sospecha de
complicidad, que le comprometa sin remedio á los ojos de la república, y ponerle
en el caso de abrazar la causa realista, n a da mas natural q u e conducir s i escolta á
- 5 5 una emboscada, dejándole libre á é l . ¿Qué
os parece?
;Hui! Qué especioso es eso, dijo Francisco. ¿No os hacéis cargo que para a b r i g a r
ese pensamiento seria necesario que no c o nociesen al comandante Hervé?
— Y quién os dice que la pasión no les
ciegue hasta el puuto de inferirme ese a g r a vio? Pero n o . . . teneis r a z ó n . . . son ideas
locas. Quería solamente r e c o r d a r o s que,
como estamos en pais enemigo, es p r e c i so ir muy alerta.
Descansad acerca de ese punto, c o m a n te; yo vigilaré al guia, á la reina viuda,
y hasta á . . .
—Mi encantadora h e r m a n a , ¿no es eso?
preguntó eon dulzura Hervé.
— Q u é decís, S r . dé Pelven? ¿Había de
sospechar de la inocencia misma? Y o me
referia é esa bella flor salvaje; á la hija
del guardabosque.
L a llegada de Andrea dió fin á la c o n versation de ios dos jóvenes. E r a n las doce
del día, y la caravana seguía entonces las
revueltas de un sendero, á cuyos lados se
—56—
descubrían inmensas llanuras de un aspecto trisle, cuyos límites se perdían en el horizonte; algunas retamas de la altura de un
hombre prestaban únicamente alguna a p a riencia de cultivo á [este desierto bretón;
de vez en cuando se descubrían en el s u e lo pedazos de granito cubiertos de verde
musgo. Veíanse ademas cinco ó seis chozas
en el centro de aquella dilatada meseta;
pero aquellas señales de la presencia del
hombre po servían para d a r confianza al
viajero, SUJO ijue, por el contrario, tenían
impreso cierto Carácter miserable y sombrío que aumentaba con un nuevo s e n t í miendo de inquietud el tedio de la soledad.
L a caravana se detuvo media hora e n e s te triste oasis. Delante de la puerta de la cabana mas próxima al camiuo estaba sentado
en u n banquillo un muchacho andrajoso,
de mirar triste y facciones marchitas que s a caba alternativamente c a d a «na d e sus m a nos al s o l c o n u n a e s p e c i e d e satisfacción
estúpida. « E s m i p o b r e hijo, á q u i e n D i o s
s e ha servido p o n e r e n este e s t a d o , * d i -
-57—
jo una vieja que salia de la cabana, viendo
que Hervé se aproximaba con aire de ínteres. Hervé puso una moneda de plata en
la mano de la desgraciada madre, y se
alejó de este aflictivo espectáculo; pero
volviéndose bruscamente algunos m o m e n tos despues, se quedó admirado al observarla animada conversación que el niño enfermo sostenía con el guardabosque, estendiendo los brazos hácia el norte y hablando
coi) estremada volubilidad. Apenas notóque
las miradas de Hervé se f i j a b a n en éi volvió
á caer de repente en su estúpida actitud.
—jQué lástima! ¿No es verdad, señor?
dijo Kad al p a s a t al lado del joven comandante.
Este no respondió nada; pero desconfiando de un idiota tan inteligente, procuró que
no pudiese hablar otra vez con el guia.
Volvieran á pornerse en m a r c h a , y las
horas trascurrieron sin que ningún nuevo
accidente viniese á confirmar las sospechas
del Pel ven. El sol tocaba ya á sá término,
y Francisco, dominado por el encanto p a r ticular de este instante del dia, se e n t r e -
—58—
gaba con espansivo contento á la fácil p o e sía de su e d a d . Entreteníase en componer
mientras andaban, una especie de balada
de estilo caballeresco, en la que cada uno
d e los personajes de la espedicion desem peñaba su papel. Hervé no podía dejar
d e sonreír oyendo la épica composiciou de
su joven amigo, en la que se descubría un
c a r á c t e r heroico y burlesco á la vez.
Parándose de repente al nombrar á la
descendiente de los M a c - G r e g o r , que e r a el
apodo con que distinguía á la doncella e s cocesa, dijo;
—¿Sabéis que m e parece la criada m a s
discreta y la eseocesa m a s púdica d e e u a o t a s pueden existir? Tengo, sin embargo, el
sentimiento de deciros, comandante, que no
he acertado á encontrar ninguna semejanza
e n t r e ella y la monstruosa caricatura que
hicisteis cuando os pedí su retrato.
Ya os dije entonces, Francisco, que, no
la habia visto, y ahora añado que *i c o n tinua viajando con la m i s m a castidad, no
la veré nunc?;.
— P u e s yo n e s i d o mas feliz, dijo F r a n -
-59—
cisco. Una traición de Febo me iia permi
tido entrever un óvalo gracioso y dos s a r tas de perlas. En cuanto á la elegancia del
talle y á la delicadeza de las manos, n a da os diré, en atención á que podéis juzgar
tan bien como yo.
— M e parece, gentil caballero, dijo riendo Hervé, que esto concierne á nuestros e s cuderos.
El sargento Broidoux, que podia pasar
por el escudero principal de la aventura,
venia en este momento á justificar las pa •
labras de su comandante, entreteniendo el
tedio de la marcha con la esplicacion sesuda
y magistral de la cuestión principiada por
sus superiores.
—Existen, decia Broidoux, que se habia
propuesto hablar, según costumbre, de t o das las materias, mujeres de todas especies. Las hay que llaman la atención por
su* carnes, al paso que alguoas están l u cidas como un sable de caballería. U n a s son
morenas otras son blancas. Véase algunas
tienen pudor; asi coino hay m u c h a s
—60—
no le tienen, y debo añadir para tu i n s t r u c t
cioo, Colibri, que aquellas que al parecer
tienen m a s , son precisamente las que tiene menos.
—¿Cómo es esto, sárjenlo? dijo Colibrí,
á quien habia sorprendido esta profunda
revelación.
— C ó m o ! N a d a mas fácil que justificarlo:
dime, Colibrí, ¿qué creerías sí te encontrases de repente uua mujer desnuda en
un bosque?
É s t a imagen hipotética sacó los colores
al rostro del púdico Colibrí.
— C u e r n o , sarjento! respondió moviendo
el cuerpo con cierto recato: c r e e r í a . . . ¿con
que habéis dicho una mujer desnuda en un
bosque?
— S i . en un bosque; di, ¿qué opinion te
formarías de ella?
— S á r j e n l o , se me figura que la opinion
que formase uo sería la mas decente.
— S e a enhorabuena, contestó Broidoux.
Pues-, bien o. mismo que a h o r a le habla h a
visto en los b o s q u e s del Canadá. m a s d e
—61—
c u a t r o t e c e s , algunas c i u d a d a n a s tan v e s tidas como mi nariz, y puedo a s e g u r a r t e ,
Colibrí, que eslas c r i a t u r a s e s t a b a n m e j o r
defendidas con su inocencia que un r e d u c t o
d e ciento veinte cañones de grueso c a l i b r e .
Lo que te prueba, joven simpático, e! p o c o
caso que se debe hacer del m a y o r ó menor
número ¿ e varas de telas y d e los d e n g u e s
cuando llega el caso de examinar c o n c i e n zudamente un objeto. Y viniendo a h o r a á
ocuparnos de la jóven escocesa que nos
acompaña, debo decirle que todos s u s t a pujos y monadas m e hacen el mismo e f e c to moral que u n a ciruela v e r d e , y q u e si
no debiese fidelidad eterna á cierta p a i s a '
nita, cuyo n o m b r e r e s p e t a b l e e s t á escrito
en mi brazo izquierdo, hubiera ofrecido y a
mi corazon y mi m a n o , no i m p o r t a c u á l , á
la citada c i u d a d a n a .
—¿Según eso c r e e i s , s á r j e n l o , dijo Colir
bri, q u e á pesar d e s u velo y d e sus a d o r nos no se ofendería d e u n a p r o p o s i t i o n h e cha con decencia y polítiea ?
— P u e d e s asegurarte por tí mismo, C o librí.
—62
-
—¿Pero no veis en eso ningún peligro, mi
sárjenlo?
— E n realidad no veo mas que dos, respondió Broidoux, á saber: primo, que tu princesa te cruce la cara de un latigazo; secundo,
que el comandante te quite el p o l vo d e las costillas con su sable; pero no deben detenerte esas peqtieñeses. Tal como
me ves yo seria un quídam si no hubiese
empezado, en amor como en guerra, por
recibir felpas acompañadas d e circunstancias cayo detalle te haria estremecer. S o lo te citaré una recibida eu 8 5 ; la m u chacha á quien hacia el amor, era tan n e gra como el diablo; se llamaba Luisa, y no
tenia mas defecto que el de pertenecer á
una familia de principes...
Al dar principio á este episodio intimo,
fue súbitamente interrumpido Broidoux por
las esclamaciones que partian sin interrupción de todos los puntos de la columna. La
noche se habia echado ya encima, y estaba sumamente clara. La car abana e m p e zaba á bajar en aquel m o m e n t o la falda de
una moutaña. El f o o d o del e s t r e c h o valle
#
—63 —
que estaba deba/o desaparecía del todo: la
mitad en la oscuridad y el resto bajo el
trasparente velo de los blancos vapores que
se desprendían de los pantanos. A la distancia d e . u n a media legua, se divisaba,
saliendo del seno de la niebla, la cumbre
de una colina ligeramente dibujada en el
horizonte, y en ella la negra é iuforme m a sa de un castillo feudal destruido, que d e s tacaba perfectamente en el azul del eielo.
En un murallon aislado se descubrían dos
veotanas iguales, iluminadas con una e s p e cie de claridad fantástica por los pálidos
resplandores de la luna, cuyo disco era
invisible. Hervé y Francisco fueron los primeros que hicieron alto ante esta éstraña
aparición. Las mujeres, obedeciendo á un
vago sentimiento de terror, habían estrechado la distancia que las separaba, y acercándose á ios dos oficiales:
— ¿ N o es cierto, señorita, que este es un
paisaje digno de nuestro pais? dijo Hervé
volviéndose báeia la escocesa, que se h a bía levantado por fin el velo.
La jóven se inclinó sin responder.
—64 —
—Querido hermano, preguntó Andrea:
¿vamos á pasar la noche en aquellas e s p a n tosas ruinas?
— H a r t o bien sabes, amada A n d r e a , que
para nada he intervenido en
itinerario
q u e seguimos, dijo Hervé; si te desagrada
el sitio en que vamos á pasar la noche,
puedes dirigirte al honrado K a d .
Me voy á morir de miedo allí dentro,
prosiguió A n d r e a .
— E s p e r o , dijo la canonesa, con el tono
agresivo y solemne que distinguía su lenguaje, que la señorita de Pelven se r e c o n ciliará inmediatamente con ese castillo, c u a n d o sepa que fue construido por s u s valient e s antepasados, y que es acaso el mas an tiguo patrimanio de su familia.
— M u c h a s gracias! ISo me fa 5 taba mas
que esto! Vaya una razón para tranquilizarme! esclamó Andrea. ¿Construidos p o r
mis valientes antepasados habéis dicho, se ñora? Pues bien; a u n es mayor mi m i e d o .
E s t o cuando mas querrá d e c i r q u e la d e s cendiente de aquellos señores eb una mujer
muy cobarde. D i o s m i ó ! Y y o que tengo
- 6 5 todos sus retratos en la cabeza! Puedo a s e gurar desde ahora que voy á estar t i e n d o
pasar en procesion durante toda la noche
desde Oliverio el de ios pies grandes, hasta
Godo f r e d o el de la barba torcida.
— Y aunque asi sea, ¿qué teneis que t e mer? interrumpió ana voz, cuyo timbre, singularmente dulce y grave á la vez, precipitó
de repente ios latidos del corazon de Hervé.
Sois su descendiente leal; habéis conservado
ilesos el honor de su nombre y la fidelidad
d e s ú s creencias... No sois vos quien debe
temblar ante los que supieron vivir y morir
por su Dios y p o r su r e y .
El jóven comandante republicano sintió
al oir estas palabras que toda la sangre se
le agolpaba en la cabeza.
— S I se leyese la historia de mi familia,
dijo con acento conmovido, quizás se e n contrarían algunos entre aquellos á que se
refiere la señorita de Kergant que m u r i e ron peleando contra su rey e n defensa de
su patria; y es digno de notarse ademas
que la patria de un bretón en aquellos
BfiLi.AH.—T. !.
5
— 66—
tiempos e r a la Bretaña y en el dia lo es
la F r a n c i a .
Al concluir d e verter estas palabras, se
lanzó Hervé á caballo por el escabroso s e n dero que bajaba serpenteando por la falda
d e la eolina. Francisco se acercó á su a m i go despues de haber d a d o orden al d e s t a camento para proseguir la m a r c h a .
— R a z ó n teníais, comandante, dijo: no
es una mujer vulgar; su voz tiene no sé
qué armonía penetrante que sorprende. Lo
que mas me admira es que hayais podido
contestarla: De mí sé decir que en vuestro lugar hubiera apelado á la f u g a .
— M e aborrece, m u r m u r ó H e r v é : me
aborrece, y lo que es aun peor, m e d e s precia.
— Q u e no os amo, es cosa que p u e d e s u ponerse sin esfuerzo, aunque no es t a m poco imposible lo contrario; p e r o . . . o b servad al guía, mi comandante: ¿qué e s l o
que le p a s a ? E s t á haciendo cruces con l o s
brazos.
—Será a l g u n a s u p e r s t i c i ó n b r e t o n a , dijo
Hervé.
—67 —
Aproximándose entonces al guia, creyó
oirle rezar en voz baja, y le vió, por ú l timo, llevar con fervor á sus labios las m e dallas de un enorme rosario. Admirado d e
este súbito arranque de devotion, tocó l i geramente con la mano la espalda del guia,
que no fue dueño de dominar un e s t r e m e cimiento.
—Disimulad, amigo mió. dijo Pelven:
pero este camino es infernal, y tenemos
necesidad de todo vuestro celo. Habéis e s cogido mal el momento para entregaros á
esos éxtasis religiosos.
—No es en verdad al descendiente d e
los que allí reposan, respondió gravemente
el bretón eslendiendo el brazo en dirección
del castillo arruinado, á quien corresponde
decir que no está bien rezar cuando se baja
al valle de los Fantasmas.
—Demasiado bien sabéis, K a d , que no
he vivido jamás en esta comarca: así es
que á nadie debe estrañar que ignore c o m pletamente los misterios de este valle, cuyo
nombre oigo ahora por la vez primera.
— Mala señal es que el ave huya del
—68—
matorral eo q<ie sus padres fabricaron su
nido, dijo el guarda-bosque con cierto é n f a s i s solemne.
— K a d , en otro tiempo fuimos amigos;
per©; no me pongáis en el caso de que lo
eche en olvido, contestó Hervé. Lo que yo
os preguntaba era si ofrecía este valle algún peligro particular, por el qye juzgáseis
oportuno conjurarle.
— E s t e valle es de mucho tránsito, dijo
K a d bajando la voz y acercando el rosario
á su boca.
— P o r qué no tomáis otro camino? Ya
coDocereis que solo vos sois la causa de
vuestros ridículos temores.
—No esperimento ningún temor, r e s pondió el b r e t ó n . . . He atravesado solo d u r a n t e la noche muchos valles tan transitados como este, y jamás he abrigado m í e do. Sin duda habrá sido porque estaba
mi conciencia entre ellos y yo. Delante de
aquel cuya conciencia está tranquila, no se
levantan visiones. Dejadme pues, rezar.
S r . Hervé, que no es por mí por quien
3?ezo.
—69 —
— Y si eso es así, ¿por qué criminal r e záis, maese Kad?
Esta pregunta iba dirigida con cierto
tono de cólera y de amenaza, que el gura
debió desdeñar, porque respondió i n m e d i a tamente sin ninguna turbación, aunque c o a
un ligero matiz de tristeza:
Rogaba, señor, por los que han s a bido olvidar las oraciones que rezaron en
sil infancia, aprendiendo por el contrario
á amenazar á aquellos que les mecieron
siendo niños sobre sus rodillas.
Este llamamiento hecho á recuerdos m u y
queridos por una voz en otro tiempo a m i ga, ablandó hasta el enternecimiento la a l tiva fiereza de Hervé. P o r un singular c a pricho de su alma, estiló mas su s e n sibilidad la sencilla reprobación de ¡este
campesino, cuya inteligente y áspera p r o bidad le era conocida, que el anatema
vertido por los labios de Bellah. Asi que,
no f u e dueño de resistir al deseo de c o m batir las prevenciones en nombre de l a s
cuales le había condenado aquel bombre
«orado.
—70 —
—Razón teneis, buen K a d , dijo Hervé:
triste época por cierto es la que alcanzamos, en la que son enemigos los hijos de
una misma patria y un hogar mismo, pero
¿quién tiene la culpa de ello?... Vos que
teneis nobles sentimientos y me conocéis,
¿podéis creer que habria renunciado á todas
mis afecciones á no verme impulsado por
u n nuevo deber que el mismo Dios m e ha
impuesto?
— N o . hay nuevos deberes que valgan,
replicó K a d con un tono sentencioso: lo
q u e mi p a d r e tuvo por justo, debo yo s e guirlo teniendo del mismo modo; la v e r d a d no cambia nunca.
— Y sin embargo, añadió Hervé, y o os
h e oido contar varias veces que en los
tiempos antiguos entraban las gentes de
vuestro pais ante las piedras lo mismo
que si fuesen paganos.
— S i , s e ñ o r ; es cierto.
— P u e s b i e n ; eso se esplica fácilmente considerando que entonces aquella e r a la v e r d a d para ellos; y ESÍ sucedió que, despaes
que se conoció la r e l i g i o n del crucificado,
fueron apellidados infieles y apóstatas los
primeros que abjuraron del rulto de los f a l sos dioses, y se consagraron á la ley n u e va. Entonces se les dió también á ellos ese
dictado que vos ahora me dais, y se les d i jo, como vos ahora me decis, que la v e r dad no cambia nunca; pero, sin embargo,
preciso era reconocer que habia cambiado.
—Yal dijo el bretón: eso consistía en
que la ley del Evagenlio era buena, y no
mandaba á los hombres que despojasen d e
sus bienes y diesen la muerte á sus h e r m a nos.
— P e r o les mandaba, replicó Hervé con
gran calor, que se tratasen unos á otros
lo mismo que hijos de un mismo p a d r e
y criaturas formadas del mismo b a r r o , y
como luego han sobrevenido hombres o r gullosos que han olvidado esa ley de que
habíais, y juzgando que pertenecen á una
ciase de seres superiores al de sus h e r manos, ios han vilipendiado y esclavizado,
se ha hecho preciso que los hombres d e
buena fe S3 pongan de p a r t e de la j u s ticia y de la verdad, en cuyo nombre
—72—
combalen á los que quieren alentar contra ellas.
—'Sí, ya os c o m p r e n d o , dijo el g u a r d a bosque, que habia escuchado con religiosa
atención la? palabras de Hervé: esos h o m bres que decis, son sin d u d a los que n o s otros llamamos los señores, los nobles;
pero « o sé cómo habíais asi, pues todos
vuestros ascendientes b a n pertenecido á la
ndbleza, y no creo qne p o r eso vayais á
decir que han sido criminales.
—¿Mis padres; amigo mío, creyeron o b r a r
bien como obraron;.pero Dios se ha dignad o despues iluminar los espíritus de l o s
que les hemos sucedido, y yo no hubiera
procedido como es de l e y sL hubiera p e r manecido apegado á l a s costumbres de
mis antecesores, solo por satisfacer wis
m i r a s ambiciosas, ««ando por otra p a r t e
mi conciencia me ponia en claro la iniquidad que encerraban dichas «oslumbres.
Ellos cumplieron con su debet haciendo lo
que hicieron, y y o haciendo l o q u e hago
cumplo con el ir«.o*
— H é ahí, dijo K a d , unas ideas que á
—13—
mí no se me hubieran ocurrido seguramente. Despues quedó un momento abismado en meditaciones, y prosiguió:—Yo
no he tenido ningunos estudios, como vos
sabéis bien, S r . Hervé; tanto, que apenas
sé escribir mi nombre; pero me gusta m e ditar á veces sobre lo que oigo decir, e s cepto sobre los asuntos religiosos, en los
cuales nunca me mezclo. Pues bien; yo
he oido contar que los que son de vuestras mismas opiniones no quieren que haya
grandes y pequeños, ricos y pobres, sino
que todos seatnos iguales; y acerca de eso,
permitid que os diga que me parece que
deseáis una cosa imposible, pues el mismo
Dios ha marcado diferencias entre los h o m bres, haciendo i los unos fuertes y á ios
otros débiles; á los unos con talento y
á los otros sin él. á los unos laboriosos
y á los otros haraganes, y aunque destruyáis á todas las criaturas nacidas y
por naoer, no por eso lograreis enmendar
la obra del Señor.
— Podéis decir ademas, amigo K a d , que
seriamos irnos miserables m m W M m sí
—74—
abrigásemos el empeño que habéis indicado; pero tan lejos estamos de intentar
cambiar lo que Dios ha creado, que 1ra. tamos arreglar nuestra justicia á la de los
hombres.
— M a s , ¿acaso dice la religion que Dios
maldice ya á los hombres en e! vientre de
sus madres? Nada menos que eso; el Señor
manda á ios hombres al mundo con el libre albedrío de poder optar entre el bien
y el mal, y aguarda al fin de la existencia d e cada uno para juzgarle con arreglo
á sus obras. Pues bien; nué&tra república
quiere de la misma suerte, que ningún
hombre se vea sumido en la desesperación
por el solo hecho de su nacimiento, sino
que todos puedan ejercer libremente las facultades de que son deudores al Altísimo,
á fin de que puedan ellos mismos y nadie
mas ser responsables de su felicidad ó infortunios. Nuestra república quiere que todos sus hijos tengan igual derecho á s e r virla y honrarla, pues uno de e s o s dogmas
fundamentales e n s e ñ a que el t r a b a j o debe
redundar en beneficio del que le practica y
sufre sus molestias.
—Efectivamente, dijo el bretón, con aire
meditabundo; todo eso parece muy bueno
á primera vista, y yo nunca habia caido
en ello. Os doy mil gracias, S r . H e r v é ,
por haberme ilustrado con una relación
lan agradable é interesante. Válgame Dios,
y yo que os he conocido tan niño! Me
acuerdo que yo fui quien os enseñé á disparar el primer tiro en vuestra vida: ¡ g a llardo mozo érais entonces, por vida roia!
Pero, en fin, nada s e ha perdido; ya veo
que habéis consultado á razones de grande
importancia para separaros de nuestra c o m pañía, y os digo de todas veras que esa idea
me consuela en el alma.
N o bien concluyó de hablar esto K a d ,
anduvo algunos pasos sin despegar s u s lábios, y con la cabeza inclinada hacia el
suelo, y despues volvió á decir con tono
su melancólico:
— Y a se ve, yo soy ya tan viejo!... Si
contase algunos años menos, trataría de
poner en prensa mi entendimiento para s a car algunas reflexiones d e lo que acabo de
—76escucharos, «porque conozco que encierra
ideas muy elevadas; pero jqué diablo! á
mi e d a d , si quisiese estraer de mi cabeza
los recuerdos d e tantas cosas y gentes
que guardo en ella confundidos, y procurase reemplazarlos con otros, creo que
emprenderla una tarea que seria capaz d e
concluir con mi vida. Conque asi, no volvamos á hablar de ese asunto si lo teneis
á bien, S r . Hervé.
— T r a e d acá esa mano, K a d , dijo Hervé.
I)ió con la suya nn apretón cordial á
la del anciano guarda-bosque, que la e s tendió hacia él solicito y rebosando de
gozo, y luego, volviendo la cabeza y r e tarando en el jóven ayudante, que se h a añadió:
— Q u é me decias, Kad, d e ese valle d e
las f a n t a s m a s , como vos le liamais? Volved á repetírmelo, pues no os h e prestado
atención cuando hablabais.
—Decía,'señor, que se haln muy concorrido.
. — Y qué querela dar á entender e o o eso?
e s e ! a « * é fra®eiseo.
Ílaba á su lado,
—Con eso quiere dar á entender, dijo
Hervé, que el viejo Guillermo, por otro
nombre llamado el Diablo, celebra sus c o n ventículos en ese valle, y que no tardareis
mucho en ver columpiarse en ios aires, al
resplandor de la luna, á una legion d e
fantasmas y duendes.
—Bravo, repuso Francisco riendo; ya
hemos encontrado diversion... Sus p a l a bras fueron interrumpidas por un grito .inesperado que lanzó el g u a r d a - b o s q u e .
La pequeña caravana había bajado ya
casi t o d a la cuesta, y continuaba deslizándose lentamente por un sendero t o r t u o so* y escarpado» que degeneraba en una
verdadera escalera de r o c a s . Las moje?r e s , y aun los mismos soldados, iban todos tan alarmados con las dificultades*que
presentaba el terreno, á pesar de q u e montaban caballos que tenian costumbre d e a n d a r por otros semejantes, que observaban
un profundo s i l e u c i o / y tuvieron p o r lo
tanto ocasion de oir y comentar la e s c l a m a cion del g u a r d a - b o s q u e .
f i a d permaneció inmóvil, formando tina
—78—
especie de tornavoz con una de sus manos,
que tenia arrimada á la oreja para recoj e r el sonido, y colocado en la actitud de
un hombre que espera con gran ansiedad
y zozobra algún suceso m u y grave.
— O i s algo? dijo Hervé en voz m u y
baja.
— N o , respondió K a d : me había e n g a ñ a d o , y doy gracias de que así haya s u cedido, porque, á pesar de que con eso
hubiera visto una cosa sorprendente y de
esas que solo se ven una sola vez en la
v i d a . . . El guia cortó su conversación de
repente, y luego, sobrecogido de un t e m blor que le agitaba de pies a cabeza como
si fuese un azogado, esclamó:
— A y , no, no me engañaba, son ellas! No
las oís, señor? Ya llegan!
Pelven y los que le seguían prestaron oído
atento y oyeron con bástante claridad uo
r u i d o como si fuese producido por golpes
sordos y que eran dados por intervalos,
á la manera de los que pudieran resultar
d e golpear con vn martillo sobre algún objeto de madera. De cuando en c u a u d o Ü e -
jaba de oírse ei ruido, y despues volvía á
escucharse cotí nueva iulensidad, r e p r o d u ciéndose ademas á un mismo tiempo por
varios puntos del valle.
— Q u é demonio de ruido es ese? dijo
Francisco; cualquiera diria que era el que
hacen las lavanderas cuando apalean la
ropa.
• — S í , m u r m u r ó el g u a r d a - b o s q u e con
un tono grave y melancólico; no es mala
ropa la que golpean: ropa de muertos.
Luego que hubo pronunciado estas p a labras, alzó los ojos al cielo, y comenzó ¿
orar á media voz.
Hervé se hallaba en brasas: conociá que
era preciso poner término á una escena que
amenazaba comunicar el miedo á las m u j e r e s que le acompañaban, y quizás á alguno
de s u s soldados; pero no tenia corazon para
emplear ningún medio violento que puaiese
servir de mordaza al hombre con.quien a c a baba de reanudar tan fuertemente una amist a d comenzada desde tantos años á aquella
p a r t e . Batallando estaba con pensar cuál
seria la idea que pudiese sacarle del apuro,
cuando de repente se sintió asido con d u l zura del brazo.
— H e r m a n o mió, murmuró la cariñosa
voz de Andrea: n o me riñáis si o s digo que
siento unos temblores de miedo, terribles,..
Ese ruido que se oye es producido por algunas lavanderas que trabajan de noche,
no es cierto?... Decidme que sí, porque si
no» m e muero de susto.
— V a m o s , tonta, dijo H e r v é sonriendo;
y despue», acerándose al oido del g u a r d a bosque:—Andad, l a d , le dijo» y no o s d e tengais hablando necedades, que vais á
asustar á mi h e r m a n a ,
Kad miró ijn momento á H e r v é con aire
indeciso; exhaló un hondo suspiro, y voU
vio á emprender su camino, revolviendo
entre sus dedos u n rosario.
Hervé entonces se volvió hacia s u s s o l d a d o s , y les dijo en tooo festivo:
—Muchachos, dicen que hay allá ahajo
algunas ek-lavauderas; pero vosotros no
debeis ignorar que no admit e>a profesion
la república: conque asi, ¡adelante!
— Mi comándame, g r i t ó Broidoux: Cois-
—81 —
hri ya va ii dar trabajo á las lavanderas
con media docena de medias de seda q u e
lleva para que le laven.
Tranquilizado acerca del estado de valor
en que se hallaba su jente por las risas que
siguieron á la chistosa ocurrencia del s á r jenlo, el comandante Hervé volvió á colocarse tranquilo al lado de F r a n c i s c o .
A medida que iban bajando la cuesta, los
estraños sonidos que saliaa del valle s o l i tario se hacia» mas perceptibles, imitando
cada vez mas el ruido que forma el s a cudimiento de una paleta sobre la ropa
mojada, y otras veces el que produce el
choque de la madera contra la piedra.
—¿Me queréis decir, comandante, dijo
Francisco, qué especie de animal, es sobre
poco ¡ñas ó menos, una lavandera en t e r m i 1
no de quiromancia?
—L:ÜS lavanderas, tenientes, son mujeres
infernales, que no bien dan las doce de la
noche comienzan á hacer lejia. Cuéntase a d e mas que ruegan á los caminantes que les
ayuden á torcerla ropa, y q u e e o e a s o de que
BELLAH-—T.
I.
6
—82—
asi te hagan, no hay mejor medio para lib r a r s e de ellas que loreer uno por otro c a mino que por donde ellas se hallen: s i s e
tuerce al r e \ e s , es uno perdido.
—-Muchas gracias por la noticia, comandante, dijo Francisco. Ahora \ o deseara
saber á qué causa atribuís allá en vuestros
adentros la música ingrata que hace un rato
está molestando nuestros oídos; porque ya
va disipándose la niebla, y la luna iluminando el valle, y yo no distingo desde aqui
ningún indicio de morada de almas vivientes.
— E n efecto; pero nos falla todavía que
a n d a r on rincón del valle, que tío podemos
percibir desde donde estamos, por i m p e d i r lo esa r o c a que vamos faldeando, y d e allí
será sin duda de donde provendrá el r u i d o
al cual no hay que buscar cosas m a r a v i llosas, pues hay bastante para producirle
con que algún pastorcillo se esté e n t r e t e niendo e n golpear con su cayado sobre las
piedras del camino.
—No me satisface del todo ta esplicacion que dais del suceso, m comandante,
á no ser que quetuis decir que sou una d o -
—83—
cena de pasíoroillos los que están dando los
golpes. .
— S e r á acaso alguna cascada.
— j Q u i á t ¿Qué semejanza tiene e s o coa
el ruido de una cascada? Y h a y por aquí
un olor que trasciende á a z u f r e ; ¿no lo a d vertís, Pelven?
—¡Mal haya las orejas que de tan poco
nos sirven de noche! dijo Hervé. ¡Por vida
mía que ya me van dando que pensar esos
golpes! ¿Creeis vos en apariciones, F r a n cisco?
—Casi casi, voy creyendo, mi comandante. Confieso que es vergonzoso; pero me b a ilo alterado de veras.
•—¡Chito! A lo menos hablad bajo, no
sea que nos oigan, ¡Toma, loma; ya caigol
¿Sabéis lo que es el ruido? Pues es nada
mas ni menos que el eco producido por los
golpes délas herraduras de nuestros caballos. Y yo tan torpe que no había caido en
ello!
—¡Malditas lavanderas ó diablos esclamó
d e repente Francisco; por fin hemos dados
con vosotras! Mirad, Hérvé; ¿no veis allí á
—84—
esos demonios de mugeres?
Los dos oficíalos acababan de llegar en
este momento al-otro lado de la roc<i, que
basta enloncesles habia impedido que viesen
lina parte del valle. Hervé dirigió la vista
hacia el punto que Francisco le designaba con el dedo, y vio con asombro á a l gunos pasos de ellos una cáfila de m u j e res vestidas dé blanco, arrodilladas unas
delante de unos charcos de agua y o t r a s
tendiendo ropa recien lavada sobre unos m a torrales. Algunos murmullos sordos y ahogados dieron á entender á Hervé que los
soldados y mujeres de su acompañamiento
acababan de percibir á un tiempo aquel est r a ñ o espectáculo.
— E a , Colibrí dijo Broidoux: ¡ahora es la
tuya! Desempaqueta tus medias de seda.
— H e r v é , esclamó Andrea, enlazando con
sus brazos el cuerpo de su hermano. ¡Por
Dios, dime, qué es esto que pasa!
— S o n a l g u n o s chuanes, q u e r i d a mía: no
temas. Ya tenia yo noticia de que habia do
encontrarlos en este sitio.
No bien hubo acabado de decir Hervé
- 8 5 —
esta piadosa mentira, inventada con el o b jeto de sustituir en el ánimo de su h e r m a na las terribles incertidumbres de que e s t a ba siendo víctima con la emocion franca de
un peligro conocido, echó de ver Hervé que
la canonesa había verificado un movimiento brusco de sorpresa, y tenia fijos sobre
él sus ojos penetrantes. La mirada de la
canonesa hizo nacer en su corazon t o d a s
las sospechas que por un momento había
echado en olvido, é inclinándose hácia F r a n cisco, le dijo con gran viveza:
— ¿Habéis observado? La canonesa p a r e ce que no demuestra la menor inquietud:
temo que me tienda algún lazo infernal.
— ¡Tanto mejor! respondió el jóven, respirando con audacia. ¿Queréis que c a r g u e mos, mi comandante?
Volviendo en-esto los dos jóvenes la c a beza con curiosidad hácia el valle, observaron que las lavanderas continuaban t r a b a jando, sin curarse en nada á lo menos en
apariencia, de la aparición del d e s t a c a m e n to republicano. Los soldados se mostraban
inquietos y desasosegados.
—86—
— E s t o ya va haciéndose en estremo p e sado, murmuró, Hervé. Muchachos, p r o s i guió en alta voz: hagámosles que doblen
su ropa. Cargad las a r m a s . Vosotras, s e ñ o r a s , y vos también; K a d , permaneced
d e t r a s d e esta roca: yo os ío ruego.
Comenzóse á oir el ruido de las baquet a s de hierro en los fusiles, y en seguida
los dos oficiales formaron su tropa en p e lotón, y comenzaron á avanzar por el t e r reno cenagoso del valle.
A medida que se iban acercando á las
nocturnas operarías, ya fuese resultado de
ia ilusión producida por el resplandor incierto de "la luna, ó ya de la disposición
particular de su espíritu, los soldados creiau
ver poco á poco agrandarse la estatura y
las. formas de aquellos seres desconocidos
hasta el p u n t o de llegar á aparecer con unas
proporciones c o m p l e t a s e i s sobrenaturales.
Y a no s e hallaban unos de o í r o s s e p a r a rados mas q u e por unos .cuarenta pasos,
cuándo de r e p e n t e la legi¡-r¡ fantástica d e jó su trabajo y formó en c o r r o , dejando
oir en torno suyo un zumbido semejante
—87—
al producido por un enjambre de abejas
al lado de una colmena. Hervé d¡ó orden
de hacerle alio.
— ¡ E h l gritó: ¿quién anda ahí bajo? ¿Quién
vive?
Y despues de un momento de silencio,
esclamó de nuevo:
— Q u i e n quiera que seáis, os advierto que
yo no q u i e r a esponer ni un solo hombre de
mi g e n t e e n uu encuentro tan necio, y / v o y
á h a c e r o s f u e g o si no os rendís. Muchachos,
p r e p a r a d l a s armas.
- - ¡Agua va! m u r m u r ó Broidoux.
Las lavanderas continuaban i m p e r t é r r i tas su giro y su rumor misterioso.
—¡Apunten! ¡fuego! dijo H e r v é .
No b i e n s e hubo disipado el humo p r o ducido p o r la descarga y pudieron percibir
los soldados el efecto que había c a u s a d o ,
estalló una gran hilaridad entre las lilas al
v e r que todus las actrices del baile fantástico se hallaban tendidas en el suelo, tan
largas como eran.
—Así aprenderán, dijo Broidoux,
á DO
volver á bailar danzas deshonestas á la
luz de la luna.
Sin embargo, desconfiado de una victoria tan completa, volvió á mandar cargar
las a r m a s , y dió orden á ios granaderos
para que se mantuviesen en orden de b a talla, despues de lo cual volvió á ponerse
en marcha la partida, precedida por los
dos jóvenes oficiales. Apenas habian a n d a do unes diez pasos, cuando las blancas fig u r a s , que yacía» unas sobre otras en el
suelo volvieron á incorporarse de repente
todas á una vez, y apretaron á correr s a l lando y brincando,, como si tal cosa.
—¡Seguidme, F r a n c i s c o , al galope! g r i tó Hervé: y vosotros, muchachos, cada uno
por su lado, seguidlas á todo escape. Al
decir esto hincó fuertemente !as espuelas
á su caballo, y se precipitó, en union del
jóven teniente, en seguimiento de las f u g i tivas. Por desgracia suya el terreno del valle eslaba todo cenagoso, y los caballos se
atollaban en los barraucos. de que huian
con gran acierto his fantasmas biancas, ora
fuese por instinto, ora por tener conocí-
—89 —
dos aquellos lugares. Los granaderos t a m bién se habían precipitado en desorden en
seguimiento de sus jefes, y las corridas q u e
daban, interrumpidas á cada momento por
un concierto de gritos, voces que daban
para llamarse unos á otros, imprecaciones
y c a r c a j a d a s , anadian otra escena infernal
á la otra de que acababa de ser teatro el
valle.
L a comparsa de lavanderas, no bien h u bo llegado, ya corriendo, ya bailando, al
estremo del valle, empezó á trepar por el
ribazo en cuya cima descollaban las m a g n í ficas ruinas feudales. Hervé y Francisco
redoblaron sus esfuerzos, y tuvieron por
fin la satisfacción de observar que las p i s a d a s de sus caballos sonaban ya mas en seco. Pelven llevaba alguna delantera á su
amigo.
—¡Comandante! gritó Francisco: esper a d m e . Y viendo que Hervé no le hacia c a so, volvió á decir:—¡Mirad que vais á caer
en manos de algunos chuanes que habrá en
la cima de esa montaña!
—¡Aunque haya cien mil, yo he de m a -
— 9 0 —
tap por lo menos uno! dijo Hervé, que se
hallaba ya ciego de cólera.
E n esle in-tante el joven comandante lieá la cumbre de la cuesta, v al d e s c u brir á las lavanderas como á distancia de
«n tiro de fusil, exbaló un grito dé t r i u n fo, porque una vtz ya llegados á mi t e r reno llano y firme, la refriega prometía
ser muy favorable á la gente de a caballo.
Lás fugitivas, viéndose tan de cerca seguid a s , dieron una rápida vuelta hacia la d e r e cha, y comenzaron á Correr con todas sus
fuerzas hacia la parts 1 de las ruinas; pero
Francisco, que habia previsto esta maniobra y habia ganado terreno en la misma
dirección apareció de repente á unos d o s cientos pasos de Pelven, dispuesto á cortar
el paso :i las lavanderas, que se hallaban
e n c e r r a d a s entre los dos oficiales. Hervé
las MÓ guarecerse detras de un l i e n z o
de muralla aislado que sobresalía entre los
escombros de una potsrna estertor; pero
con gran s o r p r e s a suya, aunque dicho lienzo- se h a l l a b a separado mi g r a n trecho d e !
palacio, perdió completamente de vista a
—Ollas fugitivas. Francisco esperimentó él mismo asombro que su compañero al observar que habiati perdido la huella de la
gente á quien iban persiguiendo.
Algunos inflantes despues dieron los
dos con sus cuerpos en tierra al pretender ir saltando con sus caballos por éocima de los escombros. Despues que h u bieron recorrido, cayendo y levantando,
aquellos lugares, ya no les cupo duda
alguna de que habían desaparecido allí las
lavanderas. Entonces, no contentos aun
con sus pesquisas, se apearon de sus caballos, y empezaron á revolver por aquí
y por allá los escombros, dando golpes
sobre ellos con sus sables,* pero, ya fuese
que la oscuridad de la noche, que se h a bía aumentado estraordinariamente,
hiciese infructuosas sus pesquisas, ó ya que
interviniese en la desaparición de las l a vanderas algún acontecimiento s o b r e n a tural, el caso es que nada descubrieron
que pudiera, según el orden natural de
las cosas, suministrarles una explicación
satisfactoria de tan desagradable sucoso.
CAPITULO III.
— H é aquí, dijo H e r v é , volviendo á montar á caballo, una comedia que durante
mucho tiempo estará con el pesar de no
haberla podido convertir en tragedia.
— N o tengáis cuidado, mi comandante,
que en cuanto llegue nuestra gente, hemos
de ahondar J a tierra por si descubrimos
algo, hasta que divisemos sus mas profund a s entrañas.
— N o espereis tal cosa: lo primero, p o r que carecemos de los instrumentos n e c e sarios al efecto, y lo segundo, porque no
m e hallo >o en ánimo de h a c e r perder la
vida á ninguno de mis granaderos, ni de
oponernos á algún o t r o contratiempo si, co-
—93 —
mo yo So supongo, esas gentes 6 quien p e r seguimos tienen varias salidas y entradas
por debajo de tierra, con cuya circunstancia podríamos salir muy mal parados de
nuestra empresa. Lo único que sí conviene
hacer es observar durante esta noche la
mas estricta vigilancia, con el objeto de
tener encerrada en su jaula á la f a n t a s m a goría basta m a ñ a n a .
— Sea, comandante! Pero advertid que
la eanouesa va á reírse de todas estas p a p a r ruchas.
—Buen provecho le haga! Nosotros nos
reiremos también cuando nos llegue nuestro
turno. Silenciot Y a oigo llegar á nuestra
gente.
En efecto, llegábanlos soldados, jadeando
y cubiertos de lodo. Lanzaron algunos gritos
de alegría al ver á sus jefes, y fueron á colocarse al lado de ellos, espresando en sus
semblantes la curiosidad que tenían de s a ber lo que pudiera haberles acontecido.
Hervé les contó, echando una mentira sobre su conciencia, cómo los cliuanes h a bían tenido tiempo de bajar por el lado
—94—
opuesto d e j a colina antes de que él pudiese
llegar á su cumbre, y basta les indicó á lo
lejos unbosquecillo, en cuyo seno, dijo, que
se* habían internado, juzgando, por lo tanto,
inútil perseguirlos. Ya comenzaba á no saber
Salir detantos enredos é invenciones, cuando
vino á sacarle del aprieto la llegada de las
mujeres de su acompañamiento y el guía.
Andrea echó pie á tierra y se abrazó toda trémula al euello de su hermano, que
la reprodujo en breves palabras la misma
fábula con que acababa de embaucar á los
granaderos.
En seguida apostó un c e n tinela al píe de la muralla, so pretesto de
vigilar desde allí el bosquecillo de que h a bía hablado en su narración inventada, y
tomando del brazo á su hermana, se encaminó al castillo, seguido de toda su gente.
— H e r m a n a mía, dijo Hervé, aprovechándose de un momento en que la canonesa se
hallaba distraída: ¿sientes todavía en tu p e cho algún interés por mi?
—Algún interés? Hervé, p o r Dios: ¿quieres que exista solamente interés entre dos
—95—
huérfanos como nosotros? Por qué no dices
cariño? Si, cariño; el mas tierno y a c e n drado.
—Gracias te doy,, querida Andrea: has
logrado desterrar de mi mente, una idea que
me. atormentaba » *°das horas.
— Y cuál era?
—La de que acaso mi misma hermana
era cómplice de alguna emboscada p r e p a rada contra mi honor, como hombre y c o mo soldado.
— T u honor, Hervé? Esa es una palabra
sobre la cual temo que no hemos d e entendernos.
—Voy á esplicárlela yo conforme la e n tiendo, repuso con gravedad Hervé. Mi honor se halla cifrado en .defender hasta la
muerte los colores de esta escarapela, y por
lo tanto cualquier proyecto urdido para h a cerme faltar á este deber se convertiría en
pesar y luto de los que en contra mia le hubieren concebido.
—Válgame Dios, hermano miol dijo A n drea. ¿Qué sospecha puedes abrigar en c o n tra mia?
—96—
— D e tí en particular, ninguna; pero la
escena que acaba de tener lugar no juzgo
yo que sea tan inesplicable para todas esas
señoras como para tí; y mucho me temo que
sea el preludio de otras bromas menos inocentes. Por eso es por l o q u e te digo, para
que tu puedas repetirlo á los demás, que
soy incapaz de preferir la vida al honor de
morir en compañía de mis soldados.
Al escuchar estas palabras, que r e v e laban la naturaleza de las aprensiones del
carácter de Hervé, se escapó un suspiro
á la jóven Andrea.
—Gracias á Dios, esclamó despues, ni
tú ni lol que le acompañan corréis mas peligros que los que corremos nosotras mism a s en este viaje. Y luego, aproximando
sus labios á una de las mejillas de su h e r m a n o : — Y a sabéis, añadió, señor c o m a n dante, que somos dos por lo menos aquí
S defendernos, y que no venderíamos á
muy bajo precio nuestras vidas.
Al concluir de decir estas palabras, que
adormecieron como si hubiese n d o opio los
dolores espirituales del desconfiado Hervé,
—97—
se reiiró la señorita de Pelven, saltando
de escalón en escalón, como una avecilla
por el vestíbulo de la mansion abandonada.
El edificio vasto é irregular que las gentes
del pais llamaban el castillo de las f a n t a s mas, tenia grabado el sello de las diferentes edades que habían pasado por él desde
su fundación. La mole principal de las r u i nas, la elevada t o r r e e n pie todavía y los
restos de la mansion, que se hallaban en
forma de almenas, le daban cierto aspecto
de fortaleza del siglo X I I . Las construcciones de la parte mas baja del edificio ofrecían
en la disposición particular de sus sillares
indicios de una época de arquitectura mas
remota qué la citada, al paso que la parte
del edificio que formaba el ala opuesta á la
torre, rematada en punta, pareeia que
daba á entender que habia sido fabricada
°n tiempo de los individuos de la casa de
Valois. Dicha parte del castillo se hallaba
todavía adornada de sus correspondientes
ventanas y balcones en buen uso, con sus
barandillas de hierro.
BELLAH.—TOMO
I.
7
—98 —
En este pabellón f u e en donde la señoñorita d e Pel ven se reunióá Bellah y la c a nonesa. Guiadas por el g u a r d a - b o s q u e , r e corrieron las habitaciones ruinosas que constituían el primer piso del castillo. De prisa
y corriendo comenzaron á hacerse los i n dispensables preparativo? para pasar la noche en dos d e las habitaciones, que f u e ron las que presentaron mayor apariencia
de un seguro abrigo. Eu seguida K a d s i r vió á las mujeres algunas provisiones que
había logrado reunir en el último puebleciHo por donde pasaron. La cena fue de c o r ta duración y silenciosa. Andrea y Bellah
se retiraron primero q u e nadie al r u a r l o
q a e les habia sido destinado. La canonesa
compartió su habitación con Adela, y la
escocesa tomó posesion de un pequeño oratorio practicado en una torrecilla. En c u a n to á Ja demás gente, ya se habia encargado de ella K a d , que era el comisionado de
cuidar del itinerario de la espedicien, y habia
preparado algunos lechos puramente de batalla.
No bien se hallaron solas Andrea y Be-
Hall en su espacioso cuarto, alumbrado p o r
rna pequeña lámpara, se arrodillaron por
un mismo instintivo movimiento, y {comenzaron á rezar en voz baja. Andrea fue la-primera que se incorporó, y acercándose á una
ventana, pareció que contemplaba con Í n teres las escenas que estaban teniendo lugar
en el recinto del antiguo castillo. «Los soldados habían encendido por una y otra parte
hogueras, cuyo fantástico resplandor se r e flejaba por intérvalos en las ventanas ojivas y arcos de bóveda mutilados del c a s tillo: cada uno procuraba acomodarse lo
mejor que le fuera dable para pasar la noche. El comandante Hervé estaba p a s e á n dose solo sobre la yerba que cubría el suelo
de la parte delantera dé la fachada principal
del castillo, ocupado sin duda en dar en su
cerebro m i l vueltas y sentidos á las palabras
que hacia poco le había dirigido su h e r m a n a .
De repente suspendió sus paseos y alzó los
ojos hacia la ventana, desde donde le estaba
observando Andrea. La joven se hizo atrás
al observar dicho movimiento de ojos de su
hermano, y comenzó á dar paseos, s u m a -
„/¡00—
mente agitada, por la estancia, estrujando
de cólera sa pañuelo entre las manos. B e llah acababa de abandonar su piadosa a o t i t u d , y reparando en lo encendido que se
hallaba el semblante de Andrea, la p r e g u n tó con ansiedad:
— Q u é tienes, hermana mia?
A n d r e a , en lugar de responder á la a n terior pregunta, no hizo otra cosa que r e chazar la mano de Bellah, que intentó coger la suya, y seguir sus paseos a toda
prisa, dando tormento entre sus dedos á
su pañue'o.
,
—Pero qué es eso? volvió á decir B e l l a h :
estás enfadada conmigo?
— O y e ! dijo Andrea parándose -bruscamente en presencia d e Bellah: esto no puede
d u r a r así por mas tiempo. No tienes que
pensar en hacerme dormir esta noche, ni
las siauientes, ni nunca jamás en mi vida.
— A c a s o tendrías miedo? Pero dime, p i chona: ¿ o o v e s que yo estoy contigo?.. Crees tú que tus nobles abuelos han de s a lir de su tumba n a d a mas que p a r a esperimentar el placer d e darnos uu s u s t o ? . . . .
—101 —
Ademas, tenemos luz en el cuarto, y ya
sabes que los espíritus no . .
—Eli! quita allá/ replicó Andrea: ¿que
ute importan á mí mis abuelos? Lo que yo
hubiera deseado e s no haber tenido n i n guno.
' „ .
Al oir esta súbita respuesta, la señorita
de Kercant alzó á los cielos sus pupilas suplicantes, con el encantador movimiento que
le era habitual, y dijo:
— Pues entonces, ¿qué es lo que teneis,
señorita, que así os impide dormir y d e j a r me á mi hacerlo también esta noche?
No sé! contestó Andrea.
L a señorita de Kergant exhaló un s u s p i r o , hizo un gesto apenas perceptiblede c o m panion y dijo con gran-dulzura:
- P u e s j o lo sé menos que t u , querida.
— V u e s t r a lia es una tirana/ esclamó A n drea.
.
— H e r m a n a mia, por Dios!
— Y vos otra!
— S e a , tengamos paciencia! "dijo con gran
c a b r a la s e ñ o r i t a d e K e r g a n t , encaminando
segunda vez al cielo una mirada digna de
—102—
ella. Andrea entonces acabó de exasperarse.
—¡Ni siquiera se os ha pasado por la c a beza, esclamó, la idea de invitar á mi hermano á que viniese á cenar con su hermana,
y habéis tenido valor para dejarle á la p u e r ta como si fuera un perro! Pobre hermano
mió, como te estamos engañando! Yaya que
teneis vos un modo lindo de tratarle!
Mira, Bellah! tu lia ya comprendo que lo
h a g a ; pero tú, tú que no ignoras cuánto
Hervé t e . . .
La voluntariosa niña pareció mostrarse
vacilante en acabar de pronunciar una frase,
cuya esplosion pareció al mismo tiempo h a llarse dispuesta á conjurar su hermana m a y o r , que la dirigió una mirada impregoada
de altivez y dulzura.
— Y o no he echado en olvido nunca, dijo
Bellah, que el comandante Hervé es el h e r mano de mi mayor amiga; y por lo mismo
que no lo lie olvidado ni lo olvidaré n u n c a , es por lo que hago violencia á mis naturales sentimientos, hasta el punto do t r a t a r con miramiento, yo, noble y cristiana, á
—103 —
un apóstata, á un caballero que ba mancillado su nombre.
—Corriente, dijo Andrea; pues ahora yo
os aseguro tan de cierto como lo es el que
vos acabais de hacerme echar en olvido diez
años de cariño, que el apóstata y el mal caballero va á saber ahora mismo los planes
que vos estáis urdiendo en contra s u y a . Asi
sabrá también que el n o e s aquí el único
t r a i d o r . Dejadme p a s a r , os digo!
— ¡ A n d r e a , dijo i a señorita de K e r g a n t ;
no haréis tal cosal
— S i señora, que lo haré, replicó A u d r e a ,
que pretendía dar á entender mayor firmeza
de carácter apretando fuertemente s u s l a bios, Habéis pretendido hacerme sonrojar
d e mi hermano: pues bien; yo haré q u e vos
tengáis que sonrojaros en su presencia.
Bellah se asió aterrada y suplicante del
vestido de Andrea, y cayó casi de rodillas
delante de ella.
— ¡ P o r lo que estiméis como mas sagrado,
dijo; por la salvación de tu alma, A n d r e a ,
le ruego que no vayas!
— N o , no; quiero ir! Yos os habéis m e s -
—104—
irado desapiadada; ahora me toca á mi ser*
lo, y !o seré, respondió Andrea dando con U
delicada planta de su pie un golpe en et
suelo, casi ya f u e r a de sí y sin sentido.
Dejadme, dejadme, os repito.
Al mismo tiempo se abalanzó hacia la
p u e r t a . Bellah se alzó de la postura en
q u e se habia colocado, y permaneció en una
inmovilidad completa. S u s facciones se habían revestido de la palidez del mármol de
nna estátua sepulcral ; pero á través de
sus m i r a d a s , y por el sobrealiento c o m p r i mido que resonaba sordamente en su c u e r p o , se dejaba ver claramente su alma de
ruego y la cólera que abrigaba en su pecho.
D e r e p e n t e , levantando con un ademan
v e r d a d e r a m e n t e regio él dedo índice de su
mano d e r e c h a , y en tono reposado y solemne, dijo:
— A n d r e a de Pelven: ¿es esta la hospitalidad que ofreceis bajo el techo donde v i vieron nuestros mayores? Este lugar será
en adelante maldito por culpa vuestra; pero
supuesto que el asunto de que se t r a t a es
de tanta importancia, supuesto que es p r e -
— 1 0 5 -
ciso que asi suceda, retiraos. Yo os evitaré ia vergüenza de una delación, y ya
vereis como no m e inmuto atrayendo el
martirio sobre mi frente.
Henchida de entusiasmo, y con los labios trémulos, se dirigió Bellah hácia la
puerta, junto á la cual estaba colocada A n drea, atónita y temblorosa. No bien la hubo
tocado Bellah para separarla y abrirse ella
paso, la pobre niña quedó sin aliento; c u brióse su agraciado r o s t r o de una palidez
mortal; sus ojos se cerraron lánguidamente,
y cayó desmayada en el suelo. Bellah, d e jándose caer también de rodillas, recibió
en sus brazos la cabeza de su amiga, y
cubrió de besos la frente de tan delicada
criatura.
—Cielos! dijo. Q u é es lo que yo he h e c h o ! . . . Andrea! Hermana d e mi corazon!
Dios mió, haced que vuelva de su desmayo!
Querida mia, A n d r e a . . . soy y o ; no ha sido
nada! Por qué te has asustado? Creías acaso
que yo podría enfadarme nunca contigo s e riamente? Vamos, habíame, bien mío; pídeme lo que quieras.
—•106—
Andrea, vuelta en si con un diluvio tal
de caricias y tiernas atenciones, abrió los
ojos, sonrió como á veces los niños cuando
despiertan de su sueño, y apoyando un dedo
contra su mejilla:
—Confiésame, dijo, que le amas.
— S i n d u d a , dijo Bellah, delira toda via
A n d r e a ; niña, ¿te sientes mejor?
— U n poco mejor si le amas, y mucho
peor si DO le amas, replicó A n d r e a .
— D i o s mió! Dios mió!
— S i le amas, tu Dios será el suyo y suya
tu ley, dijo, A n d r e a .
Y luego levantándose de repente y echándose al cuello de Bellah, Continuó:
— M i r a : yo no exijo de ti que le asomes
á la ventana y grites:—«¡Comandante, yo
©s adoro!» Pero es muy justo que le p r o porciones alguna alegría después de tantas
desgracias como sobre él han c a i d o . . . Sí,
preciso es proporcionarle alguna alegría.
Veamos, ¿cual podría ser esta?
— L o que es yo por mí parle no caigo...
— A h ! yo sí, prosiguió la joven arrancando la pluma blanca del sombrero de Bellah:
¿qué triunfo mayor, hermosa mis, que el
de hacer llevar los colores de la casa real
á un oficia! republicano?
E s t e hábil compromiso no agradó á la s e ñorita de Kergant. Así fue que se lanzó hácia su hermana adoptiva con ánimo de a p o derarse do la pluma de que pensaba usar
t a n traidoramente; pero A n d r e a , mas ligera
generalmente en sus movimientos que su
amiga, habia ya entreabierto la ventana,
por manera que Bellah no llegó á tiempo
sino para d a r con su presencia una significación mas preciosa á la leve prenda que
caia revoloteando sobre la cabeza del c o mandante H e r v é . Andrea soltó la c a r c a j a d a , y la señorita de K e r g a n t se retiró precipitadamente de la ventana, levantando los
hombros con aire de despecho y de dignidad.
Hubiera podido creerse, sin embargo,
que el encantador proyectil t j u e yacia á los
pies del comandante estaba dotado de la
facultad de h e c h i c e r í a , pues no bien
sintió el jóven su casi imperceptible c h o que, parecía haber echado raices en el sitio
—108—
en que aquel acontecimiento le detuvo. Conocía que debían de estar observándolo desde la ventana, y permanecía víctima de una
verdadera angustia, con los ojos fijos en la
misteriosa pluma, sin osar cogerla, ni tam poco dejarla. Si se apoderaba de ella con
trasporte ¿qué ridículo n o pesaría sobre él
fci hubiese caído por casualidad ó fuese r e sultado de alguna travesura de Andrea?
Si, por el contrario, se alejaba fingiendo
indiferencia, ¿no podía resentirse aquella
de quien esperaba en el fondo de su alma
q u e procediese este discreto meusaje?
Colocado entre dos estremos opuestos, se
decidió p o f t f t n término medio. Cogió, pues,
la ligera pluma con la punta d e los dedos,
no con la amorosa precipitación de un amant e , sino con la indiferencia de un hombre
que encuentra alguna cosa que despierta
m curiosidad. Prosiguió su camino e x a m i nando el hallazgo con perezosa n a t u r a l i d a d , ni mas ni menos que si hubiese dicho
en su interior:—* ¡Calla. c< una pluma de
avestruz!... ¿He dónde diablos habrá caido?
¿Quién podía esperar encontrarse una plu*
—109—
ma de avestruz en esta parte del mundo?»
M a s apenas se vió libre de toda mirada c u riosa, por haber doblado la esquina, c a m bió repentinamente de resolución, y besó
una y mil veces la pluma. Momentos d e s pues, riéndose de su debilidad,"separó las
presillas de su uniforme, dobló en cuatro
partes el precioso mensaje, y le hizo pasar
inmediatamente al estado de reliquia.
Despues de haber escondido su tesoro
con la misma espresion de rostro que se
oculta una mala acción, nolando el c o m a n dante Hervé el reposo y el silencio que p a recían reinar, tanto en la morada de las
jóvenes como en las otras parle&de las ruinas, se dirijió hácia el vestíbulo de aqueüa
mansion señorial, que era donde Francisco
habia buscado un abrigo contra el relente de
la noche. Subía el jóven comandante las
¿radas que formaban el umbral del vestiímlo, cuando el último movimiento nacido
;!e la prudencia, le hizo volver la vista hada el murallon aislado, en cuyo píe habia
erminado tie una manera tan enigmática
a caza de las lavauderas.
—HO—
Hervé babia escogido por sí mismo el
soldado que había de reemplazar al primer
centinela en este importante puesto, y que
era un joven granadero, cuyo valor é inteligencia l e e r á n particularmente -conocidos.
Por mas (fue hizo no pudo divisarle; pero
por encima de los escombros colocados en
el sitio en que le buscaban sus ojos, vio
una tela blanca, que parecía ser agitada
con ánimo de llamar su- atención.
Hervé se a p r e s u r é á bajar las gradas,
y se dirigió hácia l a poterna rápidamente,
aunque con cautela. Cuando no l e separaba
ya d e ella mas que la distancia de unos
diez pasos, pudo distinguir al centinela que,
habiéndole reconocido á su v e z , q u i t a b a
el pañuelo que babia colocado en l a punta
d e la bayoneta, y se limitaba á h a c e r l e
algunas señas con l a m a n o , como p a r a e s citarle á redoblar la actividad y el m i s t e r i o .
Dos segundos despues estaba Hervé cerca
del muro y al lado del soldado.
; — V a m o s , R o b e r t o ; d i m e q u é h a y d e nuevo» dijo en voz b a j a , despues d e haberse -convencido de que e s t a b a n c o m p l e t a m e n t e solos.
—Ill—
— ¿ Q u é h a y , decís, comandante? r e s p o n dió el soldado, articulando apenas sus palab r a s con cierto espanto mezclado de alegría.
Hay que, sola depende de nosotros el coger
á la urraca en el nido, y -al rey en su
trono,"-y Á-los cortesanos cu SU c u e v a . Se
t r a t ó t e nada menos que d e t r a g a r o s , a u n que hubieseis sido tan corpulento como una
catedral y tan largo c o m o d e aquí á China.
Se os hace traición. .
—¿Traición? ¡cómo ! jPor quiénl {Habla
pronto, habla! esclamó H e r v é .
— ¡Mas bajo, c o m a n d a n t e ; m a s bajo!
H é aquí la historia. P a s e á b a m e tranquilamente con los ojos fijos, según vuestras
órdenes, en el bosque d e Pinabetes; pero
¡cuerno! no es allí donde está el e n r e d o .
He r e p e n t e , ¿qué fue lo que oi p o r d e t r a s
y por encima d e mí? No podía a d i v i n a r l o . . .
era un g r a n r u i d o d e voces p a r e c i d o al
que forma la vocinglería d e los abogados.
Mas yo que deseo naturalmente instruirme,
me volví d e u n l a d o j m e volví del o t r o ,
y ; por último lié aquí que meto las n a r i ces en el q u i d de la dificultad, y . . .
—112—
Calló de repente eL soldado» y p e r m a n e ció c o n la bo?a entreabierta, sobrecogido
de t e r r o r . Un instante despaes le vió d a r
H e r v é un salto bácia a i r a s , y e a e r pesada^
m e n t e en t i e r r a . En el mismo instante
sintió cerca de su oido la esplosion de una
arma de fuego, y esperimeatando en la
cabeza una ruda conmocion, cayó á su vez
privado de sentido á algunos pasos del
granadero.
Entonces u n Hombre de talla a l l é t i c a ,
el mismo que habia cometido este d o b l e
atentado con tan cruel acierto, abandonó
el pie del muro de donde parecía haber
salido, y dirigió hacia el castillo una mirada
investigadora. Durante este tiempo o t r o
individuo, de apariencia mas delicada, s e
inclinó sobre el inanimado cuerpo d e l c o m a n d a n t e , y le reconoció la cabeza cotí
interés.
— N o está herido, á lo que creo, dijo una
voz de dulcísimo timbre.
—La denotación ha s o b r e s a l t a d o h s u s
compañeros, dijo el otro, y van á p r e c i p i t a r s e
bácia aqui. E s t o n o s indiea.^ne., d e b e m o s
—113—
ir á o t r a p a r t e . Ai acabar d e pronunciar
e s t a s palabras, se introdujo seguido d e s u
compañero en una g r a n a b e r t u r a practicada
al pie del murallon, que se cerró inmediatamente, sin dejar señal alguna d e su p r e sencia en aquel sitio.
BELLAH.—TOMO
I.
MMWfimrn
.ii
<.\IJIIVLO
I\.
No bien se dejó oir ia detonation, cuando
iodos los soldados, precedidos por F r a n c i s co, se lanzaron en desorden bácia el l u g a r
de donde parecía haber partido la s e ñ a l
de alarma, El joven t e n i e n t e arrojó un d o l o roso gemido al ver tendido sobte l a s IUI
ñ a s el inanimado cuerpo de su ami^o,
p e r o su desesperación se calmó c u a n d o p u do observar á la lo/, de una
ntcrchaqm
no tenia. Ilervé ninguna señ
herida.
— L a mano q u e lia s a c u d i ó ,
trompé
(jijo gravemente Bi 'dnuv lo\antau>k' el s o m -
- H o —
b r e r ó del comandante. que lema todas fas
señales de una terrible presión; el puño,
digo, que ha confeccionado esta tortilla, no
está pagado ciertamente al brazo de una
señorita.
— Preciso es todavía dar gracias á ese
miserable, quien quiera que sea, respondió
Francisco, porque al menos no ha querido
verter sangre.
— Yo soy, por el contrario, de opinion,
mi teniente, que ha vertido mas de un c á n taro. Yo no s^bia qué era lo que corria por
debajo de mis pies; p e r o . . .
— (Cielos! esclamó Francisco cayendo de
rodillas junto al cuerpo de Hervé; preciso
es que yo haya mirado mal; ¡eso anuncia
una horrible herida!
— H o r r i b l e , en efecto, dijo Broidoux con
un tono serio y triste, que no era habitual
en él; pero no le buscáis donde está, mi
^teniente. Hé aquí el herido, ó, mejor dicho,
el muerto, porque me parece que este pobre
muchacho no volverá á manejar su a r m a . . .
Ya ha hecho su última guardia.
Diciendo estas palabras, el sargento, con
—11G—
a l u d a d e l e ? ^ n l d u d ^ , p»-ówírtója ; levaifirfr
ef Cuerpo de Roberto, á q u í o n un montar»
de escombras habia impedido eticootrar
hasta entonces.
•
— ¿Muerto? ¿F.síais bien sciruro cteffUe
es cadáver, Broidoux? ¿No >crá posible-hacer
nada?
'
\
— Nada, como no sea rezar una -oración
por el descanso de
su alma, eiudmlsmo
teniente. La bala, como aristócrata; lia e s cogido el mejor sitio; se ha a l i n d o en el
cora 7-n. Es una l ^ t m n , eo»»t n i o
doux, dni^iéndose á los soldados que le
rodeaban, el ver que una avellana de p l u mo dirigida por un picaro c o b a r d e entre tan
fácilmente en el pecho de nn joven bizarro. ¡Dana con gusto mi ojo izquierdo p o r
tenet delante, aunque «o lu"ra ma« q"
durauH dos minutos, al hi >bnn qfte ha p.1' to su ill',i m l dedo en el ¿ a t i b o ' . . . . ínutd
es decir, «• ni ládanos, que no • s < oca do
dejar tend> ln >»'! i m.e^t.o ca r
m < como
si f u e i a una nol >mr v e j >. Te»
i» lecho
de ,-e¡s pies de 1 «i< CTMO
hu'i' 1 nacido
duque v par durante el antiguo r a i m e n . .
, \ 0 ( í ai uiabiü
Yo q u c n a n u c h o a e ^ u
h* , í ii pu j e t o s < U i l a l i e n t e . V e r d a d
** t|,h
el u<ii
de general
vi ¡ . i f , (I'd), \ ) uusii» dirededor d é l a
a n u r i a | \> cnlieme de la huea enemiga,
¡>i \ un ¡ ( u t e n u b ' al lado. ¿Podía darse
UÍS compañero de conduela mas irreprensible?...
diablos! Ciudadanos, bien p u e de caer una lágrima sobre un bigoie cano
si» deshonrarle, cuando se t r a t a dé d a r
el último adiós á un amigo.-. ¡ C i u d a d a nos! j lié aquí chamuscado
al pobre
Roberto!
Asi concluyó, pasándose una de sus m a n gas p<>r los ojos: el poco académico Broidoux.
La solemnidad de la hora y del sitio; la
pii'sem ia del cadáver, á c u y a s facciones
parecía prestar una vida fantástica el vacilante reflejo de las antorchas, y el respetado
c a r á c t e r del o r a d o r , contribuían á secundar
poderos ámente el efecto moral de su fúnebre
improvisación; los granaderos, que c o m ponían e l . seneijlo, auditorio de Broidoux,
se ¡miraron moviendo la cabeza con aire satisfecho,- como* diciendo que no podía desear
—118—
un panegirista m a s discreto que su viejo
sargento.
D u r a n t e e s t e tiempo, habia c o n s e g u i d o
F r a n c i s c o ¡restituir al sentimiento de la vida
á su jóvan amigo; pero la debilidad d e H ' r v é
no le permitía todavía r e s p o n d e r á las r e p e t i d a s p r e g u n t a s del teniente. Algunos s o l d a d o s , b a j o l a dirección de B r o i d o u x , so
o c u p a r o n en abrir u n a fosa con sus sables,
d o n d e fueron s e p u l t a d o s los restos de su
d e s g r a c i a d o e a m a r a d a . O t r o s ; formando cou
s u s fusiles una especie de camilla, se disput a r o n él honor de t r a s p o r t a r al c o m a n d a n t e
h a s t a eí castillo. H a b i á n a n d a d o ya las
d o s t e r c e r a s p a r t e s d e l c a m i a o , c u a n d o el
e s t a m p i d o cercano 'de otra-nueva detonación
les detuvo s ú b i t a m e n t e . " H e r v é hixo tin m o vimiento para l e V a n t a r s e r p c r o cayó de rep e n t e q u e b r a n t a d o por este inútil esfuerzo.
F r a n c i s c o , d e j a n d o á su lado d o s g r a n a d e r o s , s e precipitó con el resto ¡le
fuerza
en dirección de ia torre del cantillo, d e t r a s
d e la cual habia sonado et tirA.
El-centinela, coí-eado en este l a d o de las
r u i n a s , f u e encontrado en su p u e s t o e r - r -
—119 —
gando J e nuevo el fusil. Interrogado por
Francisco sobre los motivos que le habiau
movido á dar este alerta, respondió que h a biendo visto salir d e repente del p i e d e la
escarpa, sobre la que estaba situada la t o r r e , una precesión de fantasmas blancas y
negras, les habia dado el ¡quién vive! y como no hubiese recibido respuesta, hizo f u e go. El soldado añadió, coo una ligera alteración en la voz, que habian desaparecido
de repente, como si se las hubiese t r a g a d o
la tierra. Una espesa niebla q u e se levantaba de un pequeño riachuelo que corria al pie
de la torre esplicaba naturalmente á F r a n cisco la nueva desaparición de s u impalpable enemigo. Sin embargo, no fue dueño de
dominar un movimiento d e amargo d e s p e cho, y recomendando al centinela que t u viera la mas activa vigilancia, corrió "á i n corporarse con Pelven, que, repuesto enteramente de su aturdimiento, venia por sí
mismo á su encuentro.
— N o puedo d u d a r , dijo Hervé cuando
se halló á solas c o a su amigo, que ignora
mi hermana todo cuanto sucede, porque ella
—120 —
misma m e aseguraba esta t a r d e que, e o s u
concepto, no corríamos ningún peligro, y yo
la creo incapaz de mentir. La suposición q u e
en mi entender tiene mas visos de verdad e s
que hemos t u r b a d o el retiro de alguna banda de cbuanes. Desgraciadamente no p o d e mos peusar en perseguirlos, ii c a u s a de esta
niebla.
— ¿ N o os ha dejado entrever Roberto alguna especie de complicidad entro nuestras
viajeras y los ahogados del subterráneo?
— A s i lo creyó el pobre muchacho, p r o siguió Hervé, y el miramiento algún tanto
bruta! que ha usado conmigo bastariame á
persuadirme de ello. No hay d u d a de que
la canonesa es su cómplice; pero tampoco
la hay de que mi hermana lo ignora.
— A h ! no vacilaría en jurarlo* dijo F r a o ?
cisco.
— E s inútil, contestó Hervé; pero observo
que mi cabeza me duele mas de lo que q u i siera. Tengo gran necesidad de descanso,
y me voy á echar. P r o c u r a d dormir t a m bién.
•••;
Los dos jóvenes se separaron, despues
4e haber convenido en ocultar á las m u j e res, y sobre todo i A n d r e a , los sucesos
ocurridos durante la noche, á fin do evitar,
á las unas la inquietud, y la satisfacción
de un triunfo secreto á las o t r a s .
Gomo se retirase Francisco despaes de
haberse separado del com and a ule por d e lante de la fachada principal, no pudo dejar
d e n o t a r l a tranquilidad absoluta que seguía
remando en esta par te privilegiada del c a s t i llo. Que les tiros y el alboroto q u e les siguió
no hubiesen conseguido t u r b a r el reposo de
las dos jóvenes,, podia muy bien esplicarse
por la profundidad de su sueño, que es
uno dé los privilegios de esta e d a d ; ¿pero
podian acaso invocar esta dulce escusa l a
canonesa y el g u a r d a - bosque en justificación de su sordera?;, ;
Su equívoca sensibilidad, aumentando las
sospechas del jóven teniente, le inspiró una
idea vengativa, d e la q u e s e apoderó coa
infantil alegría,; Cogio, pues, U»A piedra, y
asegurándose previamente de que nadie le
veía, tomó la postura de David delante de
Goliat,, lanzó con tuerza el proyectil á la
—122—
ventana d e la canonesa, y corrió á o c u l t a r se detras de tin paredón, soltando, aunque
muy bajo, una de esas carcajadas, que son
mas familiares á los estudiantes que á ios emperadores. Al ruido producido por ios c r i s tales rotos, que anunciabael feliz éxito de,Ja
calaveradade Francisco,levantaron la cabeza con inquietud algunos/soldados que e s taban echados entre las ruinas; pero h a biéndose sucedido un profundo silencio,
acabaron por creer que habían sido juguete
de una de las mil burlas que inventan ios
espíritus infernales de la noche para hacer
rabiar á los pobres mortales, y volvieron
á dormirse inmediatamente. En el mismo
instante observó Francisco que se acercaba
una sombra con precaución á la destrozada
vidriera, y creyó reconocer en ella el poco
artístico perfil de aquella á quien p r i n c i palmente se habia propuesto incomodar.
Viendo q u e l a sombra de la canonesa acercaba algo p a r e c i d o á una nariz u n o cíe los vidrios intactos, s e bajó Francisco y c o g i ó otra
p i e d r a . En esta e d a d no h a y p i e d a d , Pero
ya fuese que la p i e d r a hubiese leí m i n a d o
- 1 2 3 -
sus investigaciones; ya q s e hubiese sido
gwiadw por uno de esos saludables p r e s e n t í *
mieatos'que el cielo, e n su injusta m i s e r i cordia,' envía- lo mismo á las viejas que á
l a s ^ d e m a s c r i a t u r a s , s e retiró i n m e d i a t a mente, y el negocio n o tuvo o t r a s c o n s e cuencias.
T r e s horas d e s p u e s de la conclusion i n o cente de e s t e episodio estaban los s o l d a d o s
de pie, estirando al sol s u s entorpecidos brazos. El guarda-bosque K a d o c u p á b a s e en
ensillar los caballos con su gravedad h a bitual, mientras que H e r v é y F r a n c i s c o ,
algo s e p a r a d o s , parecian empeñados en uña
discusión muy viva. El s a r g e n t o B r o i d o u x
s e quitó la pipa de la hoco, acercóse c o n
modestia ó los dos olieiales; y s a l u d a n d o
militarmente:'
— S a l u d y f r a t e r n i d a d , c i u d a d a n o s , dijo.
Heos aquí fresco y r o s a d o c o m o
una
manzana, mi c o m a n d a n t e . Observo con
placer que aquel p u ñ e t a z o m o n s t r u o no os
ha p r o d u c i d o m a y o r efecto moral que el
que os hubiera c a u s a d o una caricia h e cha por u a a linda m u c h a c h a . . . Pero ¿ h a -
— 1 2 4 —
beis determinado que levantemos el campo
sin tener el gu*to de ver cómo está a d o r nado el elegante tocador de esas señoras
las anderas?
— E s o es precisamente lo que 30 decía al
teniente, contestó H e r v é . Aunque" b a j a n a tivos muy fundados para creer que; R© lien
marchado ya esos-bribones, siempre es oportuno que examinemos su albergue.
— S e a enhorabuena, prosiguió Frauci&co.
¿Quién os dice lo contrario? Lo que vo d e seo únicamente es q u e os acompañemos t o dos, porque, no es justo que corráis solo el
albur de c a e r en una celada.
—¿V dónde diablos \ets.una celada? r e s pondió Hervé. ¿No os he enseñado ya al p i e
de la torre ía puerta por donde salieron, y
que han dejado abierta de par en par? S i e s 10
es una celada, no c a b e z u d a que es ingeniosa.
E n c e n d e d una antorcha, BroidouxLPor ú l tima vez d i g o q u e «o quiero que ninguno
de nuestros hombres comprometa. ¡¡ao golo
de sus cabellos e n es le negocio. B a c a n t e es;
mejor: dicho, demasiado e s q«e t e n g a q u o
echarme en c a r a la m u e r t e de i i o k T t o .
—I £5—
que volvia con n n a a n t o r c h a encendida en
h m v m y otras dos debajo del brazo; p e r mitidme, repito, que os ponga do acuerdo.
Vamos los tres: -jqné- diablos! Si bay n m j e res, soto tendrán motivo de regocijarse con
esta determinación.
Hervé, á pesar de su deseo por visitar
solo el sospechoso subterráneo, consintió
en el arreglo por no manifestar desconfianza
con-nuevas repulsas hácia su leal- sargento.
Habiendo los tros costeado la torre, empozaron á hsvpr penosamente el suelo inclinado v desigual del «uUterránen, a b a r r á n dose á los a c h a p a r r a d a arbustos que c r e cían por enUe las hendiduras de la roca.
Momentos d e q u e s
encontraron á algunos
pies encima del fondo de una quebrada,
y delante de una pequeña puerta que el
comandaute Hervé liabia descubierto desde
arriba, la que estaba colocada de tal modo,
que no podía ser descubierta fácilmente por
el lado de la llanura. Esta p u e r t a , p e r f e c tamente incrustada en la roca, cerraba la
entrada de una caverna estrecha y oscura.
Hervé peiíefcróf encorvándose con su antorcha e» l a m i n o , seguidos de sus dos cornpañeros." Duspues de liaher dado algunos
pasos, les condujo este pasillo á una'vasta
sala abovedada, cuyos arcos, perfectamente
conservados, le prestaban un carácter d sombría elegancia arquitectónica. Algunas
teas humeaban todavía en su húmedo p a v i mento, y esta era la única señal por la que
se hubiera podido averiguar la reciente e s tancia de seres vivos en aquel sitio. La cueva principal comunicaba por medio de c i m bradas puertas con otras habitaciones mas
pequeñas, en las que los dos jóvenes y el
sargento continuaron su pesquisas. Hervé
recorrió aquella parte del subterráneo m e
debía corresponder á el ala del castillo ocupada durante la noche por la canonesa. En
el ángulo de u n - reducido cuarto iluminó
repentina mente la roja luz de su antorcha
ios peldaños de una escalera de caracol,
que s e internaba en la bóveda. Subióla
velozmente Hervé,-pero noté que e s t a b a rola
hácia la altura de la bóveda, por haber sido
arrancados cinco ó seis peldaños, que y a -
—i-27—
cían en su parte .inferior, dejando un espacio imposible, di. atravesar, ü u s p u e s d e un
chamen minucioso de estos fragmentos* quedó CGiiseucido Hervc de qne habiau.sido
separados d u r a n t e l a noche, y : sos sospechas
contra la astuta canonesa se corroboraron
CUÜ este descubrimiento. Un escrupuloso
registro hecho en la babiiaciot. de la anciana
señora no hubiera dejado de aclarar las
congeuira» del joven comandante; pero era
tal su educación,, que desvió con r e p u g n a n cia lejos de sí, como contrario á las exigencias de su-espíritu, el pensamiento de violar la alcoba de una mujer, aunque tuviera
cien años.
lucorporóse Hervé^en una cueva distante
con el joven teniente, en el instante mismo
eu que acababa este de poner su mano sobre
un cerrojo enorme,que cerraba una especie
de trampa ó de puerta ancha y baja, practicada en el muro, y á la que se llegaba
por una rampa de tierna de rápida pendiente. Uniendo sus esfuerzos ambo» jóvenes,
consiguieron levantar la gran barra que s e r via de cerrojo, é inmediatamente bajó la
puerta á manera de puente levadizo, dejando entrar á torrentes de luz del dia. La
casualidad les habia conducido á la abertura
misteriosa que tan á tiempo tragó á las la vanderas, y que dió paso al asesino de
Roberto. Ésta puerta estaba formada de
g r u e s o s tableros d e roble, forrados et,
hierro por la p a r t e interior y revestido
por ta estertor de una ligera' c a p a de
mampostert», que acababa perfectamente
en el resto de la muralla. Aprovecháronse
ambos jóvenes de esta abertura p a r a salir;
pero apenas pusieron sus pies en ¡a tierra
firme, se,oyeron grandes gritos que salían
del subterráneo, y ya se disponían á
precipitarse dentro nuevamente,
cuando
apareció triunfalmente Broidoux, trayendo
cogido por la oreja á un cautivo de h e s p e ria especie.
- .
.. A los gritos del sargento corrieron
hácia el pie de las murallas los g r a n a d e r o s , el guarda-bosque y el brillante grupo
d e las emigradas.
El prisionero, que se hallaba en el c e n tro del curioso circulo que le rodea b v se
••"-J! 29*—•
se ocupaba tan solo e« frotarse tranquilamente los ojos, para disipar el deslumbramiento que la luz súbita del sol le i»ubia
causado. Era un niño de unos diez años, eon
Ojos azules y agraciada
fisonomía;
sus
negros cabellos, cortados en c u a d r o sobre
su frente, flotaban por detrás sobre sus
hombros y espalda; llevaba, por último,
un largo chaleco de lana oscura y.anchos
calzones, Al primer golpe de vista r e conoció Hervé al niño, y lanzó e n s e guida á Kad una mirid»
mezcladade
reconveneion y de; lástima, á l a q u e contestó el guia con un- gesto de dolor casi
imperceptible. Al mismo tiempo las m u jeres cambiaba» á hurtadillas miradas de
timida confusion-.
— H a b é i s de saber, comandante, dijo
Broidoux, que este producto d e . l a v a n dera dormía ahí como una marmota sobre
un > monion de ; p a j a . Su mamé le habrá
dejado olvidado en la gazapina. Yo le he
dirigido, tauto con el gesto como d e otra
manera, algunas preguntas de política;'.pero
T BELLA»—T.
1.
9
—130—
este monigote parece completa men te est r a no á ios usi s del buen tono, porque ha
permanecido mudo como tu» besugo.
Mientras hablaba ei sargento, habia p a seado á s u alrededor el niño una m i r a d a
atónita, y cruzando despues los brazos por
la espalda, dijo con una ingenuidad que,
á la verdad, n o dejaba nada que d e s e a r :
— Oh! Qué caballeros tan guapos, y qué
jóvenes t a n lindas! Buenos días, señores.
Abl Q u é es lo que venís á hacer en este
pais?
— Y qué e s lo que tú hacías ahí, galopín?
esclamó. A que todavía nos vas á interrogar
á nosotros?
Todas las d u d a s que podía conservar
Hervé todavía sobre la doblez con que se
procedía con él se hubieran desvanecido
casi del todo delante de las conocidas f a c ciones del «iño cautivo; pero conmovido el
jóven oficial á la vista de la angustia que
se leia en les pálidos y contraidos labios
de K a d , vacilaba en aprovechas se con r i gor d e su ventajosa posicion,
—Amiguito, cijo al niño: tienes uu aire
—131 —
deraasiaao despierto para; representar bien
el pjipeJ de toulo. i Preciso es-que digas ¡la
verdad, ó de lo contrario, ni aun tu e d a d
será bastante para librarte de un castigo
Severo. Tú lias pasado la noche en compañía de algunas gentes que tenemos m a s de
un? motivo para suponerlos enemigos.
— Y a lo creo! murmuró Broidoux: a u n que no fuera mas que por aquel brutal p u ñetazo...
—Silencio, sargento, esclamó H e r v é .
Vamos, di, niño: ¿quién le ha conducido
aqui?
— H a n sido las fantasmas, dijo: las f a n tasmas del valle.
— Las fantasmas! interrumpió Broidoux;
yo le daré fantasmas. Y fue alguna de ellas
ía que movió el gatillo?
—Silencio, repito por la última vez, ciudadano sargento, dijo bruscamente Hervé.
E s t e asunto no os concierne; no perdamos
tiempo en interrogarle: registradle únicamente. Este niño pertenece á la ley que
ha sabido segar cabezas mas jóvenes, si
bien me duele recordarlo; pero en e?to de-
—132—
bieron pensar antes las gentes sin c o r a zon que no han d u d a d o en sacrificar á esa
infeliz c r i a t u r a .
— S i , .si!''dijo el muchacho riendo; siga
la zambra! La hada me salvará también.
Aquí para entre nosotros, os diré que es mi
mujer.
— Y lié aquí su regalo de boda probablemente, dijo llroidpux sacando del bolsillo del jóven prisionero un peón con su c u e r d a . Mejor hubieras hecho en e n t r e l e n e r l e
con este juego, que,-aunque n o e s ninguna
diversion de potentado, es, sin embargo,
un r e c r e a honesto y democrático. Cuando
y o tenia la edad de este lirón, me pasaba
los domingos y resto de la semaua j u gando con un wviadano de este calibre en
el atrio de la iglesia. Esto era causa do
que estuviese diciendo siempre el cura q u e
yo acabaría por donde habia empezado; es
decir, por* la cuerda: tocio porque un dia
le clavé el peon en uno de s m zapatos de
hebillas, ocurrencia que hi'M reir mucho
a mi padre, qu • era zapatero eu aquel
barrio.
—133—
Mientras pronunciaba las anteriores p a labras habia el viejo sargento liado m a ~
gistralmenle la cuerda alrededor del peon,
hecho lo cual le despidió contra el sueJo,
observó un momento sus rapidas e v o l u cione? con paternal sonrisa, se bajo de r e pente, le couió sesun sus propias expresiones,
en i a palma de la mano, y continuo ap.audiendo con una dulce hilaridad las r o t a c i o nes infinitas del
ciudadano.
Mientras tanto habían montado a caballo
las m u j e r e s y habiéndose acercado K a d
al comandante Hervé para tenerle el e s tribo, se inclinó este hasta el oído del b r e tón, y le dijo á media voz:
Ya estáis severamente castigado por
haberme ensañado, K a d . y yo lo estoy
también por haber confiado e n vuestra b u e 118
Estremecióse el anciano guarda-bosque,
y respondió con los ojos lijos en t i e r r a :
- S i , señor: la prueba ha sido d u r a ; pudiera hab'M'lo sido mas si hubiéseis querido;
lo sé muy bieri; pero os h a b é i s c o m p a d e cido de uu n i ñ o . . . Pensáis llevárosle?
—-tft**
— E l n i f l r es^ múy débil, s e ñ o r . . . Y o
g ^ p rfif¥Snd0!ej |)orqWe ; s!i ; difunta madre?
y á ^ M ó s érr u h o ^ . Dicen 1 • q u ' e - í A f e n e ¡
m ¥ ' f ) a r é é e / ^ é r o ésa criatura es el vivo r e t r a t ó m a d r e . E s demasiado déhih se*
ñor, y si esto ha de acabar por una cárcel
ó por...
El guard a-bosque calló llevándose la mano á la garganta, como si estuviese s o f o cado por la violencia de su emocion.
— M a r s c K a d , contestó Hervé: d e m a siadas concesiones he hecho ya á antiguos
sentimientos, de que por vuestra jparte p a recéis hacer muy poco caso. Podéis y q u e réis hacer, delante de estos hombres, una
confesión franca y esplicita de todo cuanto
pasa y se medita?
De spues de haber mirado el bretón á su
alrededor con aire de d o l o r o s a indecision,
levantó una mano hácia el cielo y dijo con
tono
firme;
— C ú m p l a s e l a v o l u n t a d de T>ms!
— S o l d a d o s , á f o r m a r . . . ¡marchen! gritó
Hervé.
—Comandante, dijo Broidoux llevando
— 135 —
cogido por el cuello al hijo del g u a r d a bosque: ¿pues no .quería este titi m o v e r l a s
piernas para ir á reunirse con s a esposa?
—Le pongo bajo vuestra custodia, sargento; desde ahora me sois responsable
de él.
— E n ese caso, acércate, pichón, p r o siguió Broidoux cogiendo una larga y fuerte
coi-rea que habia servido para sujetar los
paquetes. Pasó uno de los cstrcmos de esta
alrededor de su cintura, ató fuertemente con
el otro el cuerpo del joven cautivo, y en
esta forma se incorporó con el destacamento
que bajaba la colina de las ruinas, e n m e dio de los últimos vapores de la mañana.
CAPITULO
\.
¿No parece mucho mas ligero el pesado
fardo de Ta vida cuando se pone uno en
m a r c h a , á pie ó á caballo, con el p e c h o
Heno de un aire fresco como el r o c í o ,
bajo un cielo sereno y p u r o , y á los r a yos d e l sol naciente, p o r medio de Hondos v a l l e s y á i a vista de mágicos y a z u lados h o r i z o n t e s ?
E n ' e s t e instante de rejuvenecimiento y
de bienestar, en que gozamos de toda la
poderosa vivacidad de Sos órganos vigorizados por el reposo, csperimentamos cierta
luminosa revelación del valor de la e x í s leneia; nos admiramos de no haberlo conocido has la" entonces, coiitem) 1 indo el marco
encantador en que Dios la ha colocado, y
nos alegramos de haber nncido. Pero encontramos un hombre que nos habla del
curso de la renta ó de las alecciones, y el
encanto desaparece: el magnifico efecto de
la creación divina queda destruido.
La serenidad d e - e s t a s deliciosas sensaciones se veía pintada en el rostro de nuestros viajeros. Hervé y el guarda-bosque
eran los únicos en cuya frente estaba impreso el recelo. Hervé marchaba á algunos
pasos delante," tratando de poner un poco
d e orden en su conmovida conciencia y
en su atormentado espíritu. Despues de lo
que habia pasado, podia abrigar alguna d u ll a acerca de la naturaleza de la perfidia
de que era él juguete, pero no sobre la
perfidia misma. Sus derechos y hasta sus
mismos deberes te ordenaban imperiosamente que retirasen su protección á p e r sonas que abusaban tan á las claras de
su buena fe; cada paso que daba le hacia
— 1 3 8
—
cómplice de una traición nueva, pero cierta.
P o r ©Ira parte, interrogar con la severidad
d e un juez ó de un enemigo á aquellas muj e r e s con quienes le ligaban recuerdos t a n
queridos, era empresa superior á su f u e r zas; era, por otra parle, enterar á los soldados de una alevosía que habia causado
la muerte á uno de sus c a m a r a d a s ; e r a ,
en fin, entregar sin remedio á las e m i g r a d a s á las terribles consecuencias de unas
leyes escritas con sangre. La misma Andrea podía encontrarse envuelta sin saberlo
en aquellos peligros; y esto hubiera equivalido á vender á unas débiles m u j e r e s , á
t e n d e r "su propia sangre: y á pesar d é l a
severidad de sus principios, no estaba do*
t a d o H e r v é del suficiente estoicismo para cargar so conciencia con uno de esos
actos que las pasajeras exageraciones del
frenesí político pueden considerar heroicas,
p e r o á los que anatematizan y declaran infames las leyes eternas g r a b a d a s en el e o razon del hombre.
P a r a no dejarse dominar por semejante
ansiedad, tomó Hervé el partido de conti •
«—139 —
naar hssta Kergant, confiando en que ei
cielo le proporcionar i a ocasion de r e p a r a r
este momentáneo olvido de un deber absoluto, y prometiendo ponerse, apenas l l e gase á disposición del general, confesándole
francamente sus fallas.
Mas desahogado entonces su espíritu,
dirigió Hej*vé sus pensamientos hacía un
objeto mas ligero, pero quizás menos delicado; á saber: hácia la pluma blanca que
cayó de la ventana de la señorita de K e r gant, y cuyo verdadero sentido era difícil
de adivioar. ¿Era ciertamente de Bellah?
Una
rápida
mirada
bastó á
asegurarle de que sobre el elegante sombrero de
la jóven no existia ya la pluma que ante»
llevaba. Esta particularidad parecía d e c i siva; pero casi al mismo tiempo observó,
no sin algún enojo, que también habia p e r dido su flotante adorno el sombrero de A n d r e a , y esto era suficiente para sembrar
la d u d a . Mas esta que estaba en acecho
desde el momento en que se pusieron en
m a r c h a , no dejó escapar la doble mirada
de su hermano sin notarla. Asi fue (pie dió
— 1 4 0
—
inmediatamente un latigazo á su caballo,
que avanzó basta colocarse ai lado del de
Hervéí
— H a c e una mañana, deliciosa hermano
querido, Hijo. P e r o , ¿sabes que tienes un
sombrero singular?
A la palabra sombrero,
Hervé, que
empezaba ya á desconfiar algo de su
hermana, sintió aumentarse su turbación, y se puso á s i l b a r , refrenando el
caballo, como un pretesto para no r e s ponder; pero Andrea no era mujer que
se desanimara por tan poca cosa.
— Q u e r i d o comandante, tienes mi sombrero
s i n g u l a r . . . un singular
sombrero...
— ¿ Y por qué es singular? dijo por ú l timo Hervé, viendo- que no podía dejar
de c o n t e s t a r .
— P o r qué? P o r q u e me parece d e m a siado b a j o . . . Dime, ¿por qué no le pones
una ploma?
E s t a e r a , de todas las p a l a b r a s de la
lengua, la que mejor se prestaba para i m portunar á H e r v é .
—141 —
—Una pluma! prosiguió maquinalmente
y á media voz.
—Pues!... eso es, dijo Andrea j u g u e teando en su silla.
— H a s dormido bien esta noche? preguntó Hervé,
— Si, si, perfectamente, aunque he t e nido una pluma, es decir, un sueño de
todos los colores, ó como si dijéramos, con
penacho.
— Y á propósito de plumas, ¿qué has hecho de la tuya?
—Cómo? Es cierto que no la llevo?...,
Ah! sí, ah«ra recuerdo que el viento me la
llevo ayer noche.
— P u e s me parece que el viento no ha
tenido mas consideración con tu amiga?
— J á l j á ! esclámó riendo la joven: ya
dimos en el quid de la dilicultad! No, el
viento solo se ha llevado una; ¿pero cual?
Esto es precisamente, ciudadano, lo que
yo he .prometido ocultarte, porque si te
ío dijera», serias demasiado feliz, y hé aqui
la razón por qué no te lo digo.
Cuando aeabó de pronunciar estas p a l a bras, volvió su caballo Andrea, y se dirigió, al galope hácia donde estaban sus
compañeras.
Mientras que el comandante I k r v é olvidaba, absorto en contemplaciones mas
dulces, los pesares inherentes á su e q u í voca situación, estudiaba Francisco al soslayo. con mal disimulado placer, las facciones y maneras de la encantadora h e r mana de su amigo. El jóven ayudante p a recía encontrar en este estudio tan p a r t i cular ínteres, y se entregaba á él con tanta
asiduidad, que no podia dejar de s e r notado f o r la señoril a d e Pel ven, aun c u a n do no hubiese estado dotada de gran f a cilidad d e percepción. Raro es que una
mujer«epa atraerse las miradas de un hombre de educación esmerada, cuando DO ha
hecho nada por su parte para conseguirlo;
pero aun l o e s mas que sepa producir él amor
en el h o m b r e que la juzga d i g n a de aquella
atención. ¥ casi se puede añadir que si
el observador forma, por razones políticas ó sociales, entre los enemigos d e su
— 143—
amada, esta circunstancia sirve solo para
d a r sabor mas picante á la adoration. La
airosa apostura de Francisco, su carácter
turbulento y la coquetería de adolescente
que 1« enseñaba á retorcer su naciente b i gote y á llevar inclinado el sombrero sobre
su rizada melena, le daban una verdadera
fisonomía de paje, sencida, imprudente y
graciosa á la vez. Por otra p a r l e , la s e ñorita de Pelven no tenia razón alguna para
incomodarse por lo que p a s a b a . Solamente
que, imitando á las demás jóvenes que c o nocen son objeto de una especial curiosid a d , tan pronto se la veia mas grave y
silenciosa que de costumbre, como a p a r e cía dominada de una locuacidad alegre y
juguetona, que comunicaba á su lenguaje
y é sus m a n e r a s una actividad prodigiosa.
Francisco, que se creia ya enamorado
hacia muchos siglos, pensó que podía p a sar por tonto si no se declaraba inmediatamente de una manera significativa. Asi
que, metió las espuelas á su cabaJIo, pasó
una y otra vez por delante de Hervé, como
para adiestrar al fogoso alazan que mon-
taba desapareció durante algunos instantes
d e t r á s d<» un iroote virgen, y volvio á g a lope, ocultando con precaución un ramo de
violetas, de junquillos y d e florectUas - de
brezo, acerca de Us cuales babia oído h a blar moiceutos antes con entusiasmo. Por
dicha, A n d r e a precedía á la canonesa á
la di&tancia de algunos pasos, y parándose
Francisco delaule de ella, dijo p r e s e n t á n dola el ramo:
— S e ñ o r i t a , tengo el honor d e entregaros
esto d e p a r l e de vuestro hermano.
L a mentira era de proporciones colosales. Sí hubiese tenido tiempo Andrea de
r e p o n e r l e y de reflexionar, el j ó v e n e s taba perdido; p e r o la ignorancia d e l peligro y la: temeridad que ella c o n c e d e á
los enamorados de la edad de Fra^-i-u-o,
le aseguraron el pmilegio muchas \<»ees
inapreciable de la sorpresa. Andrea to;r,o
las flores, sin saber lo que hacia, ) s>e
inclinó d a n d o las gracias c o r ; balbuceante*
Cualquiera r mocera quu ..e tejante e s c e n a no e i a de '-piella^ que la i-dnonesa
—145—
podia contemplar con indiferencia; por lo
ue hizo tomar á su caballo un trote c o r t o ,
eaaodo el aire d e uua n u b e de polvo p e r fumado; de suerte que se la hubiera podido
ségttir por la huella que dejaba, como á
las diosas de la antigüedad: y fijando sus
irritados ojos en el conmovido rostro de
Andrea, dijo:
— Q u é ha sido eso? ¿Qué era lo que os
cootaba e s e trovador patriota?
— M e suplicaba, señora, continuó A n drea, que os ofreciese este ramillete, en
atención á no atreverse á hacerlo por sí
mismo, á causa del respeto que le inspira
vuestra fisonomía, en su concepto muy a l t i v a . . . estraordinariamente altiva.
Durante estas palabras habia pasado el
ramo de la delicada y aristocrática mano
de Audrea á la arrugada <ie la canonesa.
Francisco hundió sus espuelas en los hijares
de su caballo, que se encabritó, tiró coces,
y estuvo á puuto de sacarle de la silla.
— j E h , caballero; joven! dijo la anciana;
¿cómo se llama á estas gentes? ¿Amiguto
mió? ¿Teniente?
f
BELLAH.—TOMO
I.
10
—140—
-"•Ciudadano, seáora, dijo A n d r e a .
—{Señor ciudadano! esclarnó la canonesa. Pero viendo de mas cerca las agraciadas
facciones de jóven oficial, continuó. ¿Dónde
habéis aprendido á ser tan respetuoso c o a
las señoras?
— A l lado de mi madre, respondió s e c a mente Francisco.
—Está muy bien dicho, contestóla c a nonesa y ahora conservaré vuestro ramo.
Pero tengo el sentimiento de anuncia.os
f u e seguís una senda muy triste.
—{Tristel Nada de eso, señora, dijo el
jóven ayudante sonriendo, puesto que he
tenido el "honor de encontraros en elía.
—Hé ahí otra singularidad, respondió
la canonesa. ¿Y cómo es que un hombre
bien nacido, como pareceis vos, está al servicio de esos hombres descorteses y feroces,
de esos seres rústicos y sanguinarios?...
— ¿ D e la convención nacional? anadió
Francisco. Señora, á m i me g » > i a l a guerra
estraordin a ríame ute , y como es natural,
prefiero pelear er> defensa de mi p a i s que
en las filas de los batallones enemigos.
—147 —
jfó$ráHfti1o! exclamó la canonesa: os
h a n estfaviado con huecas y pomposas p a labras, c o j o venl¡ulero sentido no podéis
comprender; ¿pero cómo es q u e vuestra
madre, de quien hablabais hace un m o mento?...
— E s verdad que he hablado de ella; pero, señora, os suplico que no hablemos
mas, dijo precipitadamente Francisco. En
el mismo instante, sus párpados, s o m b r e a dos d e largas pestañas como los de una
mujer, se cerraron con precipitación p á r a
detener dos lágrimas que rodaban ya por
sus mejillas.
Un corto silencio siguió á esta espresion involuntaria de un dolor misterioso.
Tomando Andrea la palabra de improviso
con una aparente indiferencia que d e s m e n tían sus húmedos ojos:
—'Tia, dijo: á qué huelen esos junquillos?
Y-'diciendo-estas palabras, arrancaba de e n t r e las manos de la canonesa dos ó tres
flores, que guardó cuidadosamente despues
de haber a s p i r a d i r s u olor. Francisco c o r respondió á esta delicada oerchvi con una
-,148—
mirada, -cuya tierna espresion cubrió de
carmín el rostro encantador de la que le
había proporcionado tan dulce consuelo. E f t
este momento un accidente del terreno obligó a! jóven oficial á separarse de las dos
mujeres, y Andrea estuvo muy lejos de i n comodarse por ello.
El paso que atravesaba el destacamento
había cambiado poco á poco de aspecto.
Y a no entristecía la vista la escabrosa
desnudez de las montañas; el horizonte se
limitaba; los caminos se regularizaban e n t r e setos vivos, levantados como trincher a s naturales y sostenidos de trecho en t r e cho por arboles corpulentos c a r g a d o r d e
b o j <s; estos setos s e r v í a n de v a l l a d o á
campos ó praderas p l a n t a d o » de m a n z a nos de blancas y encarnadas flores. Al ruido producido por los t a b dios avanzd m
g r a n d e s hn \ i s con li c i b t z i b i j a a ii *
ves d e i o s t i l l a r e s , m u n d o a b w \ i a j m
con aire m i ' <o' * INM un<> •> otro lado
aparecían c u ' u ' *> ü t b c l e *
e» bija-.,
revestidas d e ut » c u b i e r t a tu- 'iqucu y
de musgo. A c e r c á n d o s e y renfuu ¡ ^nd.»^
á,- cierta distancia* los robles de los setos
y manzanos de los campos, parecían c u brir toda la - campiña como una espesa
selva, en medio de la cual la delicada aguja
de los campanarios indicaba de vez en
cuando la plaza de un lugar.
Pero los sentimientos de psz y de f e licidad que despertaba este p a s a j e c a m pestre cedían ante recuerdos recientes y
dolorosos impresos á cada paso en ruinas, edificios incendiados ó largos cerros
llenos de túmulos. La naturaleza pedprosa
de este privigilegiado suelo se esforzaba
en vano, como movida por un maternal
pudor, en cubrir de flores y de dulces imágenes las huellas de los crímenes y de
las desgracias de los hombres: los campos
permanecían sin cultivo, porque aquellos
que debían cultivarlos abonaban con sus
despojos los inútiles surcos. De vez en
cuando oian los viajeros un hondo sollozo,
ó el sordo murmullo de una voz que salía
de detras de un zarzal, y poco despues
veían algunas mugeres y niños arrodillados
llorando y orando, verdaderas efigies v i -
- 1 5 0 vas sobre tumbas ignoradas..
Los¡ troncos (je árboles rotos, las r a m a s
destrozadas," los siniestros boquetes de tes
setos, las señales todavía frescas d e tos
miembros del moribundo en las postrera»
agonías, y el entraño color del barro d e
las zanjas, denunciaban de trecho e s t r e cho el teatro de uno de ^sos combates
en que la gloria del vencedor, sea el que
fuese, desaparecía ante el crimen del f r a tricida.
— P r e c i s o es confesar, comandante, que
Ja guerra civil es una cosa horrible, dijo
de repente F r a n c i s c o , rompiendo el s i l e n cio, bajo el cual había disimulado hasta
entonces, como todos l o s demás, los I r i s tes pensamientos que asaltaban la i m a ginación á la vista de a q u e l l o s espantosos
vestigios.
—Mejor haríais en decir civil ó e s t r a ñ a . ¿Creeis que haya d e s g r a n a m aquella q u e no lo sea también en esta? E h u d men, si lo hay, ¿concluye acaso en el poste
que señala las fronteras? ¿Greeis que los
—151—
dolores y las maldiciones sean menos a n f t r gos /ó menos legítimos porque se; expresan
ya en una lengua ya en otra? El espíritu
humano necesita siglos para-general,zar-la
idea mas sencilla; únicamente le es dado
descubrir las verdades poco á poco, y solo
descubre en un principio aquellos detalles
que de mas cerca ie interesan. S e llama
absurda y bárbara preocupación al duelo entre hombre y hombre, y no s e . v a c i l a e n
considerar como razonable y justo el duelo
entre pueblo y pueblo, que no es mas que
la aplicación del mismo principio eh m a yor escala. ¿A qué llamamos guerra civil
nosotros, ¡os hijos de esa filosofía cristiana,
según la cual la humanidad no es otra cosa
que una gra» familia? Si la tierra es, pues*
una patria, de la que somos ciudadanos
los hombres, toda gueria tiene quo set
civil, toda guerra tiene que ser uua r i d i cula y bárbara eslrasagaiteia.
— V sois militar sin embargo? dijo F r a n cisco mirando á Hervé con alguna s o r presa.
— E l momento en que s e a b r e p i s o una
- l o a verdad, es el mismo d e su aplicación, r e s pondió el joven comandante. Ks lícito pensar de distinta manera que los demás; pero
es preciso obrar como ellos.
— P e r o al menos, Hervé, ya ha c o n cluido esta horrible guerra.
— S i , por algunos días, por algunas h o r a s quizás, respondió melancólicamente
Hervé.
No e s t a r á de mas que digamos aqui en
qué motivos se fundaba esta opinion del j o ven comandante, que era la misma que abrigaban los jefes de ambos partidos, y que
los sucesos vinieron á justificar muy pronto.
Los tratados de La F a i n a y e , de Mabilaye
y de S a i n t - F l o r e n t , firmados sucesivamente
por Charetli, Cormatin y Stoflet» es cierto
que parecian haber comprendido e n la p a cificación todos los países insurgentes: á
s a b e r ; el Aojou, la Bretaña y la Alta Y e n dée; pero los representantes y generales
republicanos conocían demasiada bien las
intrigas perseverantes de los agentes realistas de Paris y de Londres para tener
otro objeto al proponer este armisticio que
—153—
el d e aumeniar las divisiones en las filas
de losreheldes, y separar de la guerra é
los eampesinos por medio de! gusto que poco
á poco fueran tomando á sus tranquilos t r a bajos.
Por otra p a r t e , la misma exageración que
se echaba de ver en las ventajosas condiciones concedidas á los realistas en las cláusulas públicas 6 secretrs de estos t r a t a d o s ,
hubieran bastado para desconfiar d é l o s j e fes de este partido, aun cuando hubiesen
procedido con una sinceridad que no p e r miten suponerles Ins documentos menos ocultos de la historia. La amnistía pudo sin d u d a
ser propuesta y aceptada con buena fe reciproca; pero no se puede decir lo mismo
de aquellos artículos que, organizando el
cuerpo d e guardias territoriales, compuesto
de los vendeanos y chuanes m a s a g u e r r i dos, á las órdenes d e los jefes realistas,
tendían á introducir u n , estado dentro d e
otro estado, y un foeo permaoente dé r e belión en el seno d e la república. No s u cedía lo mismo con las o t r a s concesiones
secretas ¿ i n a u d i t a s , entre las cuales se c o n -
tafea ei empeño formal contraído por parte
d e los republicanos, p o r el q u e se obligaban á e n t r e g a r al jóveo Luis X V I I á los
j e f e s a r m a d o s en su -nombre, -y c o y a a u tenticidad no se ha a c r e d i t a d o todavía sino
por medio de UH testimonio imperial. N o
s e concebiría la credulidad d e los jefes
vendeanos en vista de e s t a s inverosimilitud e s políticas, si no se supiese ya q u e , fingiendo t o m a r l a s al pie d e la letra, probaban
p o r otra parte coa sus s e c r e t o s manejos
que les daban su verdadero valor.
E s t a paz, por ultimo, no-era otra c o s a ,
al menos en concepto de los que la habían
concluidlo, q u e una suspension d« a r m a s
que c r e y e r o n conveniente á >us m i r a s a m b o s p a r t i d o s . Sin e m b a r c o , - l í c i t o e s creer
que algunas j e f e s modistas pudieron juzgar
s e r i a s y obligatorias s u s ovas increíbles o b l i gaciones de estos t r a t a d o s v e r d a d e r a m e n t e
Preciso era r e c o r d a r e ^
episodio histórico p a r a IDC.ntar la c
R > ¡¡MU» d é l o
q«e< Sigue; pe o no «í» v a j a
c r e e r , en
vista d e semejante digresión, q u e esta n o -
—155—
vela, tiene la menor. pretension e¡n este s e n tido:. ese seria nn tliuio que no puede llevaf de¡ niugu» «iodo y que nos empeñarían» «Ra obra-cón-rousho superior- á - n u e s »
tros conocimientos y á nuestras fuerzas. Una
fiecion, sea de <U naturaleza que quiera,
no debe chocar d e v n n a manera inconveniente con la verdad d e su época, ni con
las costumbres e u j o colorido trata de r e producir; pero su misma frivolidad c r e e mos (pie nos dispensara de mayores e s crúpulos.
La caravana hizo alto en una aldea d u rante una hora para comer y d e s c a n s a r ,
y luego continuó su marcha basta la n o che, sin otro incidente- que el encuentro
de algunos cantones republicanos, con los
cuales cambió las palabras prescritas- en
la ordenanza. Empezaba el crepúsculo á
dibujar mas claramente en--el--cielo ios c o n tornos de ios objetos que se descubrían
en el horizonte, cuando el tímido Colibrí
dirig'ó la siguiente pregunta al circunspecto
Broidoux:
—¿Estoy equivocado, mi sargento, c u a n -
—156—
do me fígaro que la América e s un pals eu
que los hombres son monos?
El sargento levantó los hombres, con
brusco movimiento, que hizo estremecer
de rechazo al pequeño cautivo de largos
cabellos que llevaba á remolque.
— A n d a , bigardo! dijo B r o i d o u x . — T e
diré, Colibrí, desde luego, y como por via
de preámbulo, que este diminuto f e d e r a lista empieza á romperme el espinazo. En
cuanto é la idea que te has formado de
América y sus habitantes, á quienes crees
monos* te haría pasar por asno en c u a l quiera i j p c i e d á d . . . — A n d a r á s alguna vez,
bribón! Tira otra vez de la cuerda, y te
aseguro que conocerás la configuración de
mi p i e . . . — No existen monos, C o ! i ! n ; e s a
es una bestia inventada por los c ^ a s y
los tiranos para humillar al hombu> l i b r e .
L a América, Colibrí...—Tiras todavía de la
cuerda, g a l o p í n ! . . . — L a A m c K v , pieeoz
discípulo, es como le d i g o . . . — A r r i c e !
Pequeño Coburgo...—Ahoiv podremos h a blar con comod lad, v . . . — M u y bien! No
pesas mas que una p l u m a . — Con comodi-
—157—
dad y desahogo,mí amigo C o l i b r í . . . — V e i n te mif solideos! Dónde está el h i j o d e l c h u a n !
Voto al diablo! Ha corlado la cuerda! D e tenedle, detenedle!... Va hacia la derecha!
Ku electo, el uiño acababa de aprovechar
las primeras sombras de la noche p a r a r e a lizar una evasion, cuyos medios ideó c u a n do estuvieron detenidos para comer, y se
alejaba á todo correr por una heredad l a brada que un estrecho foso separaba del
catnitia. Broidoux saltó aquel, y se p r e c i pitó en seguimiento del fugitivo, seguido de
los soldados, q u e d a b a n grandes gritos; pero
no se hallaba todavía á la mitad de la h e redad, cuando ya habia escalado el niño el
seto que la cerraba por el lado opuesto,
y que estaba contigua á uu espeso bosque.
Volvióse cuando se vió dueño de esta posición, é hizo una señal con la mano como si
deseara hablar. Unos diez fusiles apuntaron
en la dirección del chico.
— Q u é es esto? esclamó Broidoux j a d e a n do; ¡al primero que haga fuego le aplasto!
Hay entre nosotros algún matador de niños?
Habla, a l h a j a .
—158—-—Tened cuidado s de-que - m se os pierda
mi peon, eselamó el cautivo escapado. Después se internó en el bosque, y d e s a p a reció.
— V a m o s , dijo Broidoux volviendo bácia
el camino seguido d e sus c a m a r a d a s . que
podian apenas contener la risa; no tengáis
empacho, pichones. ¿Se atreverá alguno de
vosotros á venir á hacerme cosquillas en la
punta de la nariz?.*. T u peon, Unto? añadió
el viejo sargento entre dientes. Que yo viva
lo bastante para encontrarte con barbas, y
si no te hago tragar tu peon con la c u e r d a ,
y las barbas, y ¿ . .
—jMtiy bien, sargento! esclamó Hervé;
que con trabajo disimulaba la s a ti .-facción
que le habia c a u s a d o el resultado de la
aventura: ¿os habéis pasado a los r e a listas?
—Ciudadano
comandante,
respondió
B r o i d u s algo amostazado; si queréis dar á
entender que estaría m u y puesto en razou
fusilar á uu tonto, que roe alejen cinco
balas eu la cabeza, y todo queda concluido.
Pero yo no veo razón.
—159—
—jNi.yo tampoco, buen Broidoux* dijo
Hervé. S é Jo .que valéis delante de un hornbre,,.Dejemos las m u j e r e s y los niños á esos
carceleros y verdugos que deshonran á la
fccmpleiarnonte rehabilitado el viejo1 s a r gento á los ojos de sus inferiores con las
palabras de su jóven comandante, desató la
inútil correa que ceñia su cintura, y la
hizo servir para convencer á los soldados
mas risueños que no habia olvidado s u
indiscreta alegría. Fue interrumpido en esta
inocente distracción por el g u a r d a - b o s q u e
Kad, que tendiéndole cordialmente la mano
le dijo:
—Quizás no pensamos lo mismo e n
muchas cosas, c a m a r a d a ; pero todo cuanto
yo poseo estará siempre á disposición del
hombre que reserva piedad en su corazon
para las criaturas.
El sargento quedó m a s sorprendido q u e
enfadado con este preámbulo, y recogiéndose un poco en sí mismo, estrechó coa
tal fuerza la mano que se le p r e s e n t a b a ,
que poco faltó para obligar á dar un grito d e
—160—
dolor al bretón.
— T o d o s los valientes, dijo gravemente,
tienen las mismas ideas sobre
ciertos
puntos.
Volvieron á continuar su marcha, y de
allí á un momento no se volvió á oir otro
ruido en la columna que el producido por
l a s pisadas, a causa de la doble influencia
ejercida en la organización de todos por
la fatiga y por la noche. Notando mas
de una vez Hervé que Andrea se tambaleaba
en su silla, como si no pudiese resistir
á la fuerza del sueño, se colocó á su
lado, y la sostuvo con tierna solicitud. La
hermosa Joven, viéndose objeto de tas-, c a riñosa protección, se abandonó con sencilla
confianza á un adormecimiento que a u m e n taba en vez de interrumpir el sosegado paso
d e su caballo, y no se d e s p e n ó sino c u a n llegaron á su oido los sonidos distintos,
aunque lejanos todavía, de una pequeña
campana que daba las once. Andrea las oyó
con ateucion, y arrojando de r e p e n t e un g r i t o d e alegria:
—¡VamoSj Bellah! dijo: ¡ahí e s t á K e r -
gant! Es ia campana de la oapilta. Hermano
querida, deseo llegar antes que * nadie;
¿me lo permite*? Y sin aguardar r e s p u e i t á ,
ta graciosa niña se lanzó ai galope por
tina larga y sombria avenida, á cuyo fio se
veiao brillar entré los árboles luces p a r e c í -
aspecto austero y fcjfci claitíslrai Préséritaba
la forma d e on ttfángtflo equilátero, cuytfs
lados estaban cerrados por unos altos t o r reóftcillos rértíatados éh agudas
flechas.
Sus cimientos Se hundían én los fosos
llenos de agtis; pero tfn puente pemanente
feemplaíaba al l e v a d i i ó , y Cóftducia á í á
páertá principal. La édpilfá, cuya campana
Éé S c # á b á dé óir; Se étevábá hácia la
dérécha del Cotillo sobré m ntttate$ftttf¿
é t i f ó i Iadós; estaban tapf¿adós de céSpéi.
Mticboá otros edificios qtfe servían de
cortijos y cuadráis éoritrrbiíian con la capilla
á formár un éspacío c u a d r a d o délante del
castillo, que hacia veces dé patio. En medio
BBUATÍ.-ÍT.
I.
d e él, algunos criados con hachas encendí
d*s escuchaba» con respeto las órdenes
<¡«e |e§ dáfe» «fi hombre cuya edad había
encanecido
cabellos, sin consegn.ir e n cwry^r sn aventajada tallq, ni aflojar I05
alósenlos d e su enérgico y severo rostro.
El marques de Kergant estaba completamente vestido d e pegro, y tenia atado un
crespón al brazo y otro símbolo semejante
de duelo en el puno del ouclíjilo do caz?
que pendía de su costado. Andrea y Bellah
bajaron al mismo tiempo del caballo, y el
p a r q u e s las estrechó á ¡a vez contra su p e cho. La^ canonesa llegó en seguida, y se
arrojó en sus brazos, diciéndole despues
algunas palabras al oido. El anciano se
adelantó acto continuo hacia la doncella
escocesa, y la designó el castillo con la
mano, inclinándose con una política c e r e moniosa. La hija de los Mac-^Gregor cogió
el brazo de la canonesa, y se dirigió con ella
bácia la entrada del castillo.
•^-Seguidlas, hijas mi as, dijo el marques;
debeis estar murrias de. fatiga.
— Disimulad, padre mió, esclamó Andrea
em
—163—
teto' s a p e a n t e , hay aquí
alguno...
^ M a r c f r a , hija mía, prosiguió el m a r ques. Ya está dispuesta la habitación d e
tu herrnano.
Andrea llevó aceleradaméftt« á sus labios
la mano de su padre adoptivo, la humedeció
con sus fágrim&s, y se retiró con su amiga.
Mr. de Kergant siguió á s u s hijas hasta el
puente que habia echado sobre eí foso. Al
llegar al» se paró, colocó sus gentes á la
espalda, y esperó.
En este instant! entraba en el patio del
castillo eí destacamento republicano. í l e r v é
echó pie á tierra, y se adelantó hácia el
marques, víctima de una emocion que a p e nas podía dominar. Francisco y los Soldados
te ségúian á una distancia coFt^. Guando
llegó á la puerta ge descubrió, y áaludó p r o fundamente al adciano.
—Caballero, dijo el marques devolviéndole el saludo*, os doy las graeias.
•—Desearía, señor, replicó Hervé, que
me fuesen d a d a s de tan buena voluntad como yo procuro merecerlas.
—i 64—
—Estad seguro, ciudadano comandante,
pues este, y rúo otro, es vuestro titulo, contestó el marques, que yo no soy de aquellos
cuyos labios dicen una cosa cuando su
corazon íes dicta otra. * Permitidme qqe
Ofrezca bo^pítali^d, por esta noche, al hijo
del conde de Pelven.
Hervé se sorprendió ypfendió del acento
apiqrgo y altanero con que fueron pronunciadas estas palabras.
—Señqr, dijo: tengo que pediros el
mismo favor para mi teniente y mis
s
sotldado?,
—Y estos señores sabrán concederse k si
mismos el permiso, aunque yo se lo niegue,
¿no es verdad?
w-Po? p^edád, s$ior*..
•—Eso es justamente lo5 qvie yo desearía
ver, continuó el margues levantando la voz.
He hecho el juramento de no consentir jamás
t p e penetre bajo mi techos, mientras yo
viva, ningufto de los asesinos de vuestra
pretendida república, y harto es q u e q u e Erante mi juramento en j k m
hijo del
conde
Pelven.
A l oir este provocativo
en (as filas de los s o n a d e r o s , un W l f * mullo de cólera, Hefvé
cío can k mano,, y volviéndose I Í M M I
marques;
—Me seria lícito preguntaros, djjo, si hicisteis ese juramento el mismo 4ÍJ»; eft que
firmasteis m Itatado con nuestjro^ repre^
sentantes, y en que aceptasteis l a a n ^ - ?
tía de nuestra pretendida p^PM^ica?
—Not esclamo <Jon energía Mr. d a ^ e f t
gqnt; le hice el din e» qW teñísteis vu$s-,
tras banderas con la sangre, de vuestro rey*
y le he renovado ayer mismo,, que íq<? M
día en que supe el caso que se debe hacer de vuestra palabra, cuando no habéis
vacilado en asesinar c o b a r i e f f i ^
m
prisión al hijo
mactijr, ya np, 1
tados, ya no hay paz.
sta.
iinlrad,
nada; pero no pidáis mas,
—No creo que seáis capaz de pensar
pitaUdadV'dijo^Hervé con p n
¿isn.WJ*
jetitíf-1
«tí tierrá
nódhe úb s ó f c f ó .
vaguearemos junios
Los
flejíllas del
Püesto que me hallo
cómo' debe pasar la
va lieu les; v¡con una
y siguieron á so jóven
del caáíillo á preeipi-
í: no estaría tati altivo Si no tiíviese en sus c u e vas algunas dpcéiías d e chua»es ; . Pero es
decid una p a l e r a , y veremos quién
duerme fuera.
í ^-Nó» respondió Hervé; todavía osarían
dfeéír'qtré violamos los tratados. No estoy
pbr ótfa partié ftjcómódádo por la recepción;
á N i m i f á r i ó , «fia-BW evita... ¿Pero quién
es ese que nos sigue? Ah! Sois vos, Kad?
Haced me un favor, amigo; leued cuidado
déf bttósWbsícabaWós. Creó que esos pobres
animales no estarán comprendidos en el
juramentó. v
— L ó HWI e o ^ b de&cai^ señor. ¿No se
—167—
—Estos valientes muchachos tienen el
estómago vacio, mi buen K a d . Id al l u g a r ,
y traedles algo para cenar. N o s encontrareis en la montaña de las P i e d r a s . T o mad mi bolsa.
—Pero, S r . H e r v é . . .
—Tomad mi bolsa os digo, y por v u e s tro bien pagadlo todo, aun cuando d e b i é seis poner el dinero en la mano de ese a n «iaoo.
FIN B E L TOMO P R I M E R O .
fe m m ' t í a w l m h f t m ¿-tw^in? >. , « 1 » ! te 14 Ao-'á «suil mi• .<>,
¿utj
i
^ « i f o t f ^ l i b fctiMft'. bi ' i' ,
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- V i » ? -MB X tftgifc
« M íOI i.." •< • fiíi|ffi?f.'> o n e jjthl f>íi,'<
i «-un as» oh fesm. *! m m>mlb h
B E I i l L d í L H .
NOVELA
F O B M . OCTAVEO
TOMO
F E U M E T ,
N.
SEVILLA:
Imprenta de D . José Maria Atieoza, calle
d é l a s Sierpes,número 5 .
1851.
CAPITULO VI.
Guiados p o r los recuerdos todavía vivos
de su infancia, entró el eomandante H e r v é
seguido de su tropa en un dédalo de s e n deros que les condujo* despues de algunos
minutos de marcha, al pie de una colina
escarpada y desierta. A p a r t e de las c o pas de algunas aulagas, la única vegetación que Jírotaba en el ingrato suelo d e
aquella montaña era una yerba fina y r e s -
baladiza como el musgo que la cubría
desde la base hasta la cúspide, y sobre
la que apenas tenia el pie donde fijarse.
Ademas no se veía ninguna roca, ni aun
el mas pequeño guijarro que justificar p u diera el nombre de montaña de las P i e d r a s que le habia dado Hervé. Los s o l dados se detuvieron, dudando en subir
tau árida pendiente, tristemente barrida
por el viento de la noche, y que p a r e cía, entre todos los sitios del mundo, el
menos apropósito para darles abrigo.
— T e n e d paciencia, amigos mios, dijo el
joven; os preparo una sorpresa al llegar
arriba.
Los soldados subieron entonces r e s u e l tamente por el primer camino que se o f r e ció á su vista. Hervé les seguía, cuando
los ecos de una voz que le llamaba por
s u nombre le detuvieron d e repente.
— E s vuestra hermana» dijo Francisco.
— S í j sí: esto debía s u c e d e r , m u r m u r ó
H e r v é . Dirigidles, amigo mió; yo me i n corporaré pronto con vosotros.
Él joven teniente se alejó, y eo el ins-
(ante . mismo caia Andrea desvanecida y
sin aliento en los brazos de su hermano.
—Vamos, niña; vamos, dijo Hervé: ya
dehiamos esperarnos lo que sucede. No
llores, ángel mió; t e lo suplico.
Andrea levantó la. cabeza para respond e r ; pero otra nueva esplosion de dolor
la volvió á echar sofocada y palpitante en
el pecho de su hermano.
—Bohre niñal Vamos, ten algún valor,
mormuró Hervé.
Despues, dirigiéndose al cielo con el
rostro cofitraido por w movimiento s ú bito de desesperación, mientras que A n drea seguía sollozando, como si su c o r a zon estuviese próximo é estallar sobre el
de su henr.ano: - D i o s mió! dijo: (llora per la paz! E s cuchadla, Señor! Acabad para siempre con
nuestras discordias, Dios de bondad!
- L l é v a m e , llévame lejos de aqu¡! E s clamó A n d r e a .
Hervé ta hizo sentar á su lado» y e s t r e chándola una mano, dijo:
4
—(Llevarle lejos d e aquí, alma mía! ¿Y
—8á donde? A un c a m p a m e n t o ! . . ^ ¡A una
cárcel!
»
»
— Y qué importa eso, hermano mió?
Yo no puedo permanecer por mas tiempo
bajo un techo del cual te han arrojado
ignominiosamente.
„,
— T e engañas; me han t r a t a d o como
lo que soy, como enemigo. Natural es
que el rumor verdadero ó falso de la m u e r te 4lel joven pretendiente haya exasperado
a M r . de Kergant hasta el punto de.hacetle
olvidar Inda -dignidad..
— C o n q u e ®ó quieres llevarme contigo,
H e r v é , dijo Andrea con «na voz tierna, co?
mo una caricia.
—Mientras no tenga un asilo honroso
y seguro que ofrecerte, ángel mió,- debo
dejarle en aquel que nuestro p a d r e e s cogió..
Cuando acabó de pronunciar estas p a l a b r a s , se levantó.
— E s necesario que nos separemos, a ñ a dió; »m «quiero que puedan ni aun s o s p e char mis soldados que tengo el pensamiento
de abandonarlos.
—9—
—Separarnos! repitió A n d r e a . . . ¿No nos
hemos vuelto á ver sino para separarnos
tan pronto y de esta m a n e r a ? . . .
— T e prometo no partir sin volverte á
ver.
A n d r e a le hizo repetir esta promesa, y
despues d e haberla estrechado contra su
corazon, se volvió bruscamente, y empez ó á subir la montaña con precipitación.
La pendiente de esta era demasiado r á pida, y la yerba que la cubría demasiado
resbaladiza para que» fuese prudente e s calarla en línea recta; pero en las e x cursiones de su infancia Hervé habia a c o s tumbrado valerse, para llegar á la cumbre,
de uu estrecho sendero, cuyas revueltas
corrían en estrechas gargantas de una á
otra loma. P e r o los obstáculos y peligros
que detienen al paseante que se halla á
sangre fria son ignorados ó despreciados
por aquel á quien agitan violentos sentimientos ó fuertes preocupaciones de e s píritu, y hasta le ofrecen la Ventaja; d e
proporcionarle una punzante distracción,
que despertando en él la inquietud de los
—10—
instintos naturales, produce en el alma
una ilusión momentánea de reposo, por
medio de la producción de un tormento
de distinta naturaleza del que le agitaba.
Hervé, pues, victima de la horrible t o r t u r a que le despedazaba encorazo», se habia
lanzado con una especie dé frenesí por la par»
te ma& escabrosa y empinada de la colina.
Al llegar á la mitad de su altura, fal«
tárenle ya las-fuerzas, y cayó de rodillas;,
pero no por eso dejó de seguir subiendo,
aunque ya casi ".arrastrándose por tierra,
y teniéndose que asir á cada paso, para
no despeñarse, d e algunos arbustos e s p i nosos con que se ensangrentaba las manos.
Francisco, q u e se hallaba al otro lado de
la cima de la m o n t a ñ a , al oir el ruido que
producía Hervé al subir y su respiración
fatigosa, se imaginó que le venían p e r s i guiendo, y esclamó:
— A n i m o , amigo; y a estáis casi a r r i b a ! . . .
Q u é es eso, volvemos á tener lavanderas?
Q u é pasa? Decidlo pronto!
— N o , no hay n a d a , contestó Hervé;
nada, sino que creo que voy á volverme
—11—
loco: y cayó sin fuerzas y vertiendo c r e c i das golas de sudor á los pies del teniente.
Ls cúspide de la montaña formaba una
gran llanura, cuyos estreñios caían casi
perpendicularmente formando áridas y h o r ribles pendientes; su aspecto singularmente
salvaje no reconocía otros límites que un
cielo tempestuoso, en que el resplandor
intermitente de la luna desgarraba las n u r
bes en caprichosos girones. Hácia el centro
de la llanura se percibía desde lejos á la
manera de un confuso caos de moles d e
piedra; pero luego, aproximándose mas, se
echaba d e ver que habia presidido cierto
orden misterioso en aquel amontonamiento
de pedruscos* los cuales eran de infinitas formas y dimensiones. Los unos se
elevaban aislados como si fuesen obeliscos colosales, ó se hallaban alineados simétricamente en dilatadas hileras cual otros
tantos fantasmas, petrificados sus mantos
grises; los otros estaban sobrepuestos entre
si, imitando toscamente una mesa larga y estrecha, asentada sobre un pie único; otra
parte de ellos, nada pequeña por cierto,
—12—
reposaba, horizontal men te sobre dos e n o r mes pilares, por ese principio elemental
de arquitectura que ponen ios niños en
práctica c p u d o t r a t a n de fabricar un c a s tillo de naipes. En- fin, bajo la influencia
del mismo principio, se habían combinado
series d e montañas mazizas, bajeles f a n tásticos y galerías bajas y cubiertas c e r r a d a s por una de sus estremidades. Allí
era d o n d e pareeia haber suspendido su
trabajo el artista desconocido, como si no
hubiera - podida idear nuevas concepciones
su ingenio después de haber combinado
tan variadas estructuras de monumentos.
Los soldados se habian agrupado con
curiosidad ai rededor de las ruinas; ninguna
escavaeion en el suelo indicaba el logar
d t d o n d e hubiesen sido sacados m a t e r i a les t a » gigantescos. Precisamente debian
haber sido trasportados sobre la cima desde
el fondo de los valles. Por qué medios y
con qué objeto? E s t a s eran las preguntas
en cuya contestación se estrellaban la s a gacidad y esperiencia del mismo Broidoux.
Sin embargo, uno de los axiomas favoritos
—13—
del sargento era que un jefe militar no
debe nunca ponerse en eí caso de ser
tratado de ignorante por sus subalternos,
Asi, pues, no tuvo obstáculo alguno eb afirmar á Colibrí que en tiempos muy remo*
tos eí hijo de u n j i g a n l e aristócrata se habia entretenido en colocar aquellos p e d r u s cos los unos sobre los otros, en lugar de
ir tranquilamente á la escuela como e r a
su deber: porque, añadió el sargento, debe
uno obedecer á su padre, aun cuando sea
liotentote; los mismos hijos de Pitt y C o bourg deben obediencia á estos por muy
estraño que parezca.
Estas lecciones de moral fueron i n t e r rumpidas por la llegada de K a d , que a p a reció precedido de un pequeño caballo c a r gado de víveres y leña seca, al que los s o l dados hicieron ios honores al momento.
El viejo guarda-bosque ofreció su ayuda
para encender el fuego, cambió un a p r e tón d e manos con el sargento, y se alejó,
prometiendo á Hervé y A Francisco traerles
tas monturas al pie de la montaña al a m a necer del día siguiente.
— 14—
Despues dé cenar los granaderos, e s c o gieron sus lechos al abrigo de aquellas
galerías druidicas, y lodos se durmieron en
p a z . El mismo Francisco se entregó d u l cemente al sueño á la entrada de una de
dichas galerías, en tanto que Hervé contaba que habia visto en otro tiempo á a l gunos ancianos o r a r al pie de aquellas r e liquias del culto de sus antepasados. El
jóveu comandante sonrió de repente, al ver
que se habia quedado sin auditorio; a r regló con un cuidado paternal los pliegues
de la capa que Francisco habia dejado abierta al sorprenderle el suefio, y se alejó, dedicando un suspiro al recuerdo de aquella
edad venturosa en que arrullan nuestro s u e ño mil encantadoras ilusiones.
Despues de haber dado algunos pasos
alrededor del recinto, en otro tiempo s a grado, Hervé tomó asiento sobre una de las
piedras que se elevaban por uno y o t r o
l a d o . Esté lugar era considerado todavía
en cierto modo como sagrado por los h a bitantes del pais; tan pronto les hacia a l e jarse de él el temor, como si fuese un sitio
—15—
de maldición, como les hacia prosternarse
el respeto, murmurando algunas plegarias
del Evangelio al pie de aquellos implacables
altares. Aquel sentimiento de supersticiosa
curiosidad que ejerce tanto poder en la infancia, y del que no se ve casi uunca
enteramente libre el hombre durante todo el
curso d e su vida, habia grabado todo el recuerdo de este tugar en la mente de H e r vé, al lado de los mas interesantes de sus
primeros años. Muy niño aun, é imbuido
su espirito en las leyendas recitadas al
lado del hogar, se habia dirigido varias
veces á las montañas de las Piedras, g u i a do por esa especie de atraccíoti magnética
que nos comunica el mismo miedo, haciéndonos, por un capricho singular de la n a turaleza, que cuanto mayor sea este ú l timo, mayor sea la fuerza interior que nos
impela hácia el lugar del peligro. A c o r d á base de haberse internado una tarde por
debajo de las sombrías bóvedas de una
galería cubierta,- que sin duda debia de
existir en aquel p a r a j e , y que habiéndole
sorprendido la noche sin que pudiese dar
—ifi—
coa la saUdüj y «o pudiendo p o r ío tanto
regresar al castillo, í-alieron las gentes de
este por todas partes en su busca, y le
encontraron por, fia desmayado enmedio
de la galería.
4 Bellah. euyo carácter meditabundo, «traída bácia todo lo que presentase un aspect o romancesco, habia acompañado m u c h a s
veces en otros tiempos á l í e M é en s«s
espediciones á la montaña» cuando % g a h n
la noche, cubriendo con "su oscuro manto
aquella m u d a ciudad de piedras, la pobre
nina, sobresaltada, s e colocaba enteramente
bajo la protección y amparo de su hermano
adoptivo, d e m á s edad y,esperieneia que
ella» y esc secreto eneanto qué comunicaba
tanto la protección prestada como la recibida, habia sido para at»í»s c o m o el p r é s e n Umiento de un afecto mas tiernó para e n
adelante, y como el primer eslabón de una
cadena qt|e habia de ligarlos en su dia
mas estrechamente y con vínculos m a s d u l c e s . Aflí, pues, e r a domie gustaban d e
evocar sus vírgenes imaginaciones las i r a -
—47 —
(liciones entretenidas ó terribles de su pais
n a t a l , ya figurándose ver danzar sobre el
m u s g o d e aquellas cavernas á los espect r o s n o c t u r n o s , ya los siniestros altares
d e l o s i m p í o s ritos. Allí era también, por
fin, d o n d e l o s d o s temerarios niños habían
c o m p a r t i d o l a s primeras palpitaciones p r o d u c i d a s p o r el peligro, las primeras alegrías
y las p r i m e r a s ilusiones. Semejantes recuerd o s se agolpaban ahora en la mente-de
H e r v é , estenuado de fatiga y desvelado
c o m p l e t a m e n t e ; se habia recostado nada
m a s s o b r e unos de los planos de piedra,
y se hallaba en la actitud de una cstátua
d e mármol reclinada sobre un sepulcro,
d i r i g i e n d o una mirada retrospectiva hácia
los 8B0S d e su infancia. De repente se estremeció: por enmedio de todas aquellas motes
descubrió una jígantesca foima d e mujer,
que, saltando de piedra en piedra, sin
producir ruido, parecía encaminar hácia él
sus pasos. Incorporóse Hervé bruscamente,
y llevó s u mano á la frente, con la emocion
BELLAH—T.
II.
2
—18—
viólenla de un hombre que desconfía de su
razón; pero la blanca aparición se hallaba
ya en esle momento á su lado, y reconoció
á Bellab en ella.
« —¿Vos aquí á estas horas, hermana
mía? esclamó, apoderándose de la mano
de la jóven.
— L a señorila de Kergant retiró su mano.
¿Puede, dijo, el comandante Hervé c o n cederme algunos minutos de audiencia?
Hervé, vuelto en sí de su sorpresa, se
inclinó respetuosamente y se quitó el s o m brero, y luego, observando que las miradas
inquietas de Bellah procuraban inquirir, al
través de las tinieblas, si habia alguien que
pudiese oírles, esclamó:
— L a señorita de Kergant puede hablar
sin ningún temor; mi geute se halla reposando allá abajo al abrigo del í'uego.
i La jóven, despues de pasado un momento : de silencio, dijo:
= C a b a i l e r o , ya sabréis que vuestro g o bierno ha quebrantado por medio de un
nuevo crimen los tratados que á él nos
uniao.
—Í9—
—Ninguna noticia tenia de ello, contestó
Hervé.
— Pues bien; por eso vengo yo á decíroslo, repuso la señorita de Kergant.
Ilervé la dirigió un saludo respetuoso.
—Caballero, prosiguió ella: ¿ teneis tan
falsa noeion del honor, que os juzgáis obligado para con un gobierno que de tal modo
viola sus juramentos? ¿Os hallais resuelto
á cargar con la responsabilidad de todos los
odiosos actos de que tenga á bien haceros
cómplice?
— L a señorita de Kergant, respondió
Hervé, se dignará permitirme que rechace
la idea de la complicidad en que me ha
supuesto envuelto. Yo solamente respondo
de mí; pero lo hago con la cara descubierta.
Yo no me sacrifico en obsequio de h o m bres, sino en obsequio de ideas. Deploro
como el primero los estravíos á que p u e dan arrastrar, y quisiera castigarlos.
Compadezco á los mártires que se inmolan
en sus aras, y desearía salvarlos; pero
aun de entre el polvo de las ruinas y d e
entre la sangre de los cadáveres, los p r i n -
—20 —
cipios porque yo combato surgen puros,
siu mancha y dignos de la adhesion que
les profeso. Os confieso que se me resiste
el usar de este lenguaje con una señora;
pero no puedo pasar por otro punto. En
cuanto á eso nuevo crimen de que me
habéis hablado, permitidme que antes de
formar acerca de él mi opinion a g u a r d e á
oirle referir por otra persona, que, con
vuestro perdón sea dicho, pueda juzgarse
coo algunas mas condiciones de i m p a r c i a l i dad que vos en la materia. t
—¿Dudáis de mi palabra, caballero? dijo
Bellah con el acento del m a s amargo
desden.
— ¡ S í , dudq de vuestra palabra, esclamó
Hervé en un arranque súbito de cólera,
que rayaba en violento: dudo de vuestra
voz, dudo de esos labios helados, y hasta
d u d o de las. estrañas espresiones que se
atreven á verter! ¿Quién sois vos? ¿Qué me
quereis? ¿Qué venís á hacer aquí? ¿Quién
os envía? ¡No habéis vacilado en escoger
este sitio para abrumarme con el peso de
vuestra indignación! ¡Ah! ¡Pardiez, que es
—21 —
un rigor inaudito! ¡Es una crueldad que no
acierta á comprender la imaginación del
hombre! ¡Retiraus, señora; retiraos!
La energía de este desesperado trasporte
acabó con la resolución que hasta entonces
habia sostenido á Bellah, y respondió con
acento débil y sumiso, como el de un
niño;
—¡Dios mió. . . D i o s m í o ! . . . Hervé, me
retiro, puesto que asi lo deseáis.
Pero en vez de alejarse, se apoyó sobre
el altar de piedra, y colocó sus manos
sobre el corazon para comprimir sus latidos.
—Bellah, prosiguió Hervé con dulzura:
perdonadme; pero habéis tlenado la medida
de nñs sufrimientos. Os suplico que os
retiréis.
—Compadeceos de un hombre cuyo d e s garrado corazon no puede contener un d o lor mas. Vuestra misión está cumplida;
¡ adiós f
— ¡Ah! ¡Todavía no, Hervé' ¿Quereisque
nos separemos asi? Si he escogido este sitio
eon preferencia á cualquier otro, ha sido
— 22 —
porque en él, al menos, esperaba estar
secundada por vuestros recuerdos. Aunque
ignoro lo que ban sido para vos los dos
años interminables que hemos estado s e parados..
— H a n sido tales, dijo con pasión Hervé,
que los cambiaría con todos los que les
han de seguir, por una sola hora de aquel
tiempo tan dulce que pasó.
¡Ah! ¡Quiera e! cielo que así sea! Ese
tiempo que tanto echáis de menos, aun p u e de volver, Hervé. De vos solo pende entrar
en esta famiüi que tanto es mia como
v u e s t r a , y encontrar un padre cariñoso y
u n a s hermanas qne os adoren. ¿No es v e r d a d , hermano mió? En vuestra mano está;
p e r o , ¿querréis?
—rSí; pero aguardo solamente que esto
sea posible algún dia, dijo el joven comandante moviendo tristemente la cabeza.
— E s e dia ha llegado ya, prosiguió con
celeridad Bellah. Escuchadme, Hervé. La
guerra va á encenderse de un momento
á otro; quizás podría deciros las razones
poderosas que me asisten para asegurar
- 2 3 —
que triunfará nuestra c a u s a . . . Mas esto
os importa poco, l o s é . . . Sin embargo, no
e e h e i s en olvido que esta causa es la de
vuestros padres, es la de los desgraciados,
es la causa d e Dios. Muy bien habéis podido
equivocaros, Hervé; pero esto es ya imposible ahora. Demasiado lo sabéis... ¡Ah!
¡ C ó m o o s amaremos, I l e r v é / . . . Este es
nuestro sueño eterno. Mi padre ha concebido proyectos ambiciosos por vos y para vos.
Desea que se haga á vuestro talento y valor
la justicia que tienen derecho á exigir, y
se hará, no lo dudéis. Si necesitáis pruebas,
Hervé, aquí las teneis. .
. '
Al pronunciar estas palabras, sacó de
su seno un pliego cerrado, q u e puso en
manos del jóven republicano; pero a r r o jándole este con desden á sus pies;
—La justicia que yo merecía sí tal hiciera, dijo, seria el desprecio de mis a m i gos, el de mis enemigos, y hasta el vuestro, Bellah.
— E l mió! No... nunca.», os engañais.
/Cómo habia yo de despreciar al hombre
—24—
que supo r e p a r a r Doblemente sus yerros!
—Repito que vos la primera, Bellah, y
haríais bien. Os suplico que no hablemos
mas de esto.
—Dios mió!... ¿Y si os dijese, Hervé,
que no podéis volver á las filas de los
republicanos sin esponeros á perder la
vida?
— E s e es un albur que se corre todos
los dias en la milicia. Cada instante que
pasa me hace mas y mas resignado.
- S í , prosiguió la jóven co» un tono de
convicción incomprensible. Vos estáis dispuesto siempre a morir como muere un
soldado... Pero si os esperase en su lugar
la ignominiosa m u e r t e del traidor, el c a dalso, ¿qué diríais?
—¿El cadalso? repitió Hervé; es imposible.
—Sereis acusado, sí, lo sereis. Ah! en
nombre del cielo, dad crédito á mis p a l a bras.
— A c u s a d o ! Y de qué? Decidlo.
— A y ! Aun cuando se tratase de la ?ida
de mi padre, como se trata de la vuestra, no
podría hacerlo.
— B i e n ; lo s a b r é ' d e boca de-mis jueces— H e p vé.' Vuestro corazon se ha e n d u recido entre esos hombres sanguinarios.....
Sacrificáis vuestra vida sin pensar que n o
os pertenece á vos solo. La infeliz A n d r e a . . .
— S i llegase á morir, dijo Hervé volviendo la cabeza, ya sé el corazon que
dejaré al lado del suyo.
Bellah cogió bruscamente el brazo d e
su joven amante, y clavando en él sus ojos
anegados en lágrimas:
— Y qué será de mí? dijo.
El alterado rostro de Bellah y su acento
apagado y confuso dieron á sus palabras
tal espresion, que Hervé se sintió c o n movido, como si sus labios se hubiesen r o zado con los de su amada. Estrechó e n t r e sus temblorosas manos la que Bellah
le abandonaba, y mirando con apasionado
trasporte á la jóven, que permanecía algo
inclinada, con los párpados entornados y
palpitante el seno:
—Bellah, dijo: os amo con frenesí. N o
—26 —
ha habido un instante en estos dos años
en que vuestra encantadora imagen se
haya separado un instante de mi corazon.
Todo lo demás era
indifereute para
mí; pero eslé ó no alucinado, yo no veo
honor l'uera del deber que me he impuesto,
y no sabré vivir deshonrado... ni aun c e r ca de vos... ¡Ah! ¡Qué es lo que digo!
Sobre todo, á vuestro lado.
Cuando acabó de pronunciar estas palabras, la señorita de Kergant inclinó postrada ta cabeza sobre su pecho.
—Dios mió! murmuro: ¿qué le puedo
decir ya? Nada! Hervé, continuó con voz
desgarradora: conozco que vuestra d e t e r minación es irrevocable; ¡es una despedida suprema, cierna, la que hacéis en
este momento! Ya no nos volveremos á
ver nunca, ¿habéis entendido?... N u n c a ! . . .
Todo ha concluido entre nosotros!... P e r dóneme Dios por haberos hablado en mí
nombre, por haber mezclado el interés de
un miserable corazon de m u j e r . . . Creí
hacer bien... Desgraciada! Nada me h u biese costado mas en este mundo, y sin
—27—
embargo, ¿qué he conseguido?... Una h u millación...
—¡Bellah! Desgarráis mi c o r a z o n . . . .
Adiós!
— Adiós! esclamó la joven, que parecía
invocar en su ayuda todo su valor. ¡Adiós,
hombre sin recuerdos, sin alma y sin piedad! Mi deber será implacable como el
vuestro... Adiós!...
Y se alejó precipitadamente, pero con
paso tan veloz, que su marcha como su
venida, parecía la fantástica aparición de
un sueño.
Cuando hubo desaparecido por uno de
los senderos que estaban abiertos ó los
costados de aquella montaña, se aproximó Pelven con precipitación al borde de
la meseta, con el objeto de recoger los
últimos murmullos de una felicidad que se
le escapaba para siempre... Apenas llegó,
creyó oir que la voz de un hombre se
mezclaba con la <|p Bellah. La idea de
que la tentativa de la señorita de K e r gant había tenido un confidente, y d e q u e
presidió en su resolución una especie de
—28—
arreglo diplomático, se representó de i m proviso en la imaginación de Petveu l>ajo
los colores mas vivos é irritantes. Tomando un sendero rr\as recto, bajó algunos
pasos con precaución, y pudo descubrir
al lado de Bellah un hombre de elegante
continente, de maneras distinguidas y aire
de buen tono. La señorita de Kergant parecía interrumpir de vez en cuando, con
breves objeciones, el animado discurso de
su compañero, que tan pronto levantaba
la voz produciendo las modulaciones mas
sonoras, como tomaba el tono de l a m a s í n tima confianza. Cuando llegaron al pie de
la montaña, pudo continuar siguiéndoles
Hervé á alguna distancia sin ser visto,
merced al gran conocimiento que del pais
tenia. Procuraba encontrar alguna r e l a ción entre la agraciada apostura del d e s conocido y estraño timbre de su voz, con tal
cual recuerdo de tu pasada vida, que d i s i pase al menos una p a ^ e de sus dudas, y
entrégase á su odio un hombre en n o m bre de sus ansias; pero todo era en vano.
Cuando estuvieron á doscientos pasos del
—29—
castillo se paró bruscamente el desconocido,
y pronunció algunas palabras vehementes
apoderándose con viveza de un brazo de la
señorita de Kergant. Dejando escapar H e r vé una sorda esclamacion de rabia, saltó el
vallado que le ocultaba, y se dirigía ya precipitadamente hacia el sitio en que tenia l u gar esta eseena^sospechosa, cuando se quedó
inmóvil y absorto en vista de n n inesperado suceso.' La señorita de K e r g a n t , que
habia desasido su brazo, cogió á su vez la
mano del atrevido caballero, y acercó sus
labios á ella doblando la rodilla, despues
dé lo cual sedirijió con celeridad al castillo,
seguida lentamente de aquel que habia sido
objeto dé favor tan estraordinario.
.
Hervé, dejando á un lado todo misterio
y dominado por uua irresistible cólera se
adelantó rápidamente, y dijo con reprimido
aunque claro aeento :
—¡Caballero, tened la b o n d a d de oir una
palabra!
Volviéndose el desconocido, contestó:
—¿Quiéu es? ¿Quién me Mama?
« - Y o os suplico que me oigáis dos
—30—
segundos, dijo el comandante apresurando
el paso.
—¡Calla! Es ese demonio de oficial, murmuró el desconocido.
Despues levantó los hombros, y aceleró
su marcha de tal suerte, que no podiendo
seguirle Hervó dentro del recinto del castillo,
seVió obligado á renunciar á una explicación satisfactoria.
— N o , se decia á sí mismd el oficial al
volver á la montaña: jamás la» caprichosas
fantasías de una noche de insomnio han
presentado ante mis ojos tan crueles visiones! La altiva, la casta Bellah de rodillas
delante de un hombre recibiendo... ¡que
dígol prodigando sus caricias... ¡y esto
cuando todavía palpitaba en su perjura
boca la declaración hecha á olro¡ ¡Bellah
enjugando con impura mano las lágrimas
que le arrancó la mentira! jAh!.-...' Al m e nos, ahora estoy tranquilo...
Y sus manos convulsas, sacando de su
pecho la pluma blanca, recuerdo de un instante mas feliz, la destrozaba con f u r o r ,
arrojando al suelo sus pedazos.
- 3 1
—
Despues de esta ejecución en
efigie,
acercóse el comandante Hervé al fuego
medio apagado del vivac, y se echó á algunos pasos de Francisco. La poslracion consiguiente á este dia de fatigas y cuidados
acabó por vencer la agitación de su espíritu,
y fue preciso que al rayar el dia le a r rancase de su profundo sueño la mano del
puntual Broidoux.
Pocos instantes despues llegaba sin aliento Andrea á la cúspide de la montaña:
recorrió la meseta con una mirada, y viéndola desierta, soltó un grito desgarrador,
y cayó en tierra, anegada en lágrimas.
CAPITULO VIL
El principal cuerpo del ejército republicano estaba por aquella época acantonado
en Vitré, límite de los departamentos del
Ille-y-Vilaitie y de Mayenne. El general
en jefe ocupaba un edificio de modesta
apariencia, situado entre Rennes y Vitré,
que tenia algo de mansion señorial y de
casa d e - r e c r e o , sin ser ninguna de ambas
cosas, y que á decir verdad no poseía
otros títulos al honor de albergar semejante
huésped, que su situación agreste y retirada.
Rogamos al lector que tenga la bondad de
— 3 3 —
trasladarse con nosotros al patio de esta
residencia, previniéndole únicamente que
han trascurrido cuatro dias entre las últimas escenas que hemos descrito y las que
van á seguirlas.
E r a la una de la tarde, y muchos soldados, vestidos dediferentes uniformes, j u g a ban ó hablaban con cierta libertad mezclada de respeto, que denunciaba la presencia
del jefe superior en un terreno c e r c a d o
de muros que se estendia delante del cuerpo
principal del edificio; los mas activos se
ocupaban en bruñir sus a r m a s ó los bocados
de los caballos al sol; los mas haraganes,
acostados perezosamente en posturas v a r i a das y hasta opuestas, parecian entregados,
ya en seguir á las nubes en sus movibles
combinaciones, ya en hacer p r o f u n d o s
estudios botánicos. Dos granaderos de bigote canoso, que formaban parte de este
cuadro caprichoso y característico, habían
colocado una larga viga en equilibrio sobre
el tronco de un árbol roto, y se columpiaban
con gravedad tan silenciosa como si hubiese
BELLAH.—T.
II.
3
- S i pendido de este negocio la salvación de
su alma. Dirigióse hácia este grupo un
jóven oficial, que atravesaba el patio en
aquel momento con algunos papeles en la
mano y una pluma entre los dientes, y
dijo:
— ¡Mayencaisl ¿No ha llegado todavía
el comandante P e l m i ?
—Todavía no, respondió Mayencais, que
llegaba entonces al puulo mas elevado de
su ascension.
— ¿Y no hay ninguna noticia de él?
— N i n g u n a , dijo M a j e n c a i s descendiendo
majestuosamente ai abismo.
— P r o c u r a no caerte, tuno, prosiguió
el jóven oficial, algo ofendido del laconismo
de su interlocutor, empujando con el pie el
vacilante teatro de los juegos de Mayencais.
Cediendo la viga á esta fuerza impulsiva,
giró al principio sobre sí misma, y acabó
por caer con sus adherentes e n medio
de los mayores aplausos de los e s p e c tadores.
Mientras que lo? viejos justadores p o nían su mayor cuidado en volver á po-
—35 —
mer la viga en equilibrio con imperturbable
gravedad, el centinela apostado e s t e r i o r mente al lado de una cimbrada puerta
que daba al campo soltó un ¡quién vive!
al que respondió una voz con tono á s pero y breve; aquel presentó las armas,
y un instante despues entraban ruidosamente en el patio cinco hombres á caballo con
los uniformes en desorden y llenos de
manchas de espuma. Cuatro venían v e s tidos de húsares de la república, y el
quinto, qua fue el que entró primero y
que parecía no pertenecer al ejército, no
traía otros signos distintivos que un ceñidor y un plumaje tricolores. El r e p e n tino silencio que sucedió en el patio *al
ruido de una diversion militar, y la e s pecie de timidez con que se pronunciaba por
todas partes el nombre del recien venido, daban á conocer inmediatamente
que era para casi todos un antiguo c o nocido á quien volvían á ver con mas
respeto que placer. El que acababa de
recibir el equívoco homenaje de esta
acogida, la justificaba suficientemente.
— 5 6 —
fueran los que quisiesen sus derechos, por
la ascética severidad d e su rostro y la
espresion de su m i r a d a , dotada de una
fijeza singular y en cierto modo implacable.
Dejando las riendas de su caballo en m a nos de un soldado, atravesó rápidamente
el espacio que le separaba de la entrada
del edificio, subió una escalera interior,
y llegó inmediatamente á una antesala,
en la que habia dos centinelas, y s e p a rando con la mano, en medio de la m a yor distracción, á uno de los soldados
que al mismo tiempo que le hacia el
saludo militar parecía dudar dejarle lib r e el paso, abrió una gran puerta, p e netró en la pieza contigua, y dejó c o noce! que habia eucontrado lo que b u s caba con tanta precipitación como escasa
ceremonia.
El salon en que habia tenido logar
esta descortés invasion estaba ocupado
por dos pesornas. Una de ellas, que era
una jóven rubia, esbelta y delicada c o mo un niño, abandonó bruscamente el
canapé en que estaba sentada, ó mejor
—37 —
dicho, recostada á la t u r c a , apenas oyó
el ruido producido por la puerta; mas
viendo el rostro austero del que se p r e sentaba, arrojó un grito, dió dos ó tres
pasos, y desapareció detras de una m a n p a r a . Esta rápida huida dejaba á solas
ai indiscreto que acababa de entrar con
on hombre de talla elegante y a v e n t a j a d a , y en cuyas facciones se veia una
varonil hermosura unida á la frescura y
gracia de la juventud. Este personaje
vestia uniforme militar, adornado en el
cuello y en algunas otras partes de un
bordado de oro representando hojas de
encina; delante de él, y á algunos pasos
del canapé de que ya se ha hablado, se
veian colocados sobre una mesa un sable
y una banda tricolor. Viendo el individuo
d e fisonomía tan poco simpática, p a r a quien
sin duda estaban de mas las ceremonias,
la turbación que habia producido su l l e gada, se paró de repente frunciendo las
cejas y avanzando el labio inferior con
desdeñosa sonrisa. Un ligero carmio c o loreó las megillas de aquel á quien s e d i -
- 3 8 -
rigia esta m u d a reconvención al hacer un
saludo algo embarazoso; pero volviéndose
á sentar con altanera negligencia:
—Ciudadano representante, «lijo con s e quedad: creo que me tratas con una c o n fianza limitada.
—Ciudadano general, has de saber que
he adquirido la mal lita costumbre de echar
en olvido las reglas de la etiqueta para
con los demás, p o r la sencilla razón de
que jamás he exigido que se guarden c o n migo. Sin embargo, hasta me escusaré,
si lo crees necesario, porque no me p a rece bien invocar, por tan poca cosa, los
derechos ¡¡imitados que nos concede el p o der de la convención y el interés de la
república.
— T u s derechos! La república! esclamó
inmpetuosamente el jóven general. Solo
existe una república en el mundo, y es
la república coi» careta, que se llama V e necia, capaz de haber concedido derechos
semejantes á los que te arrogas. Debo r e cordarte, ciudadano representante, que hay
un punto en que la vigilancia m a s legitima
-39deja de serlo para cambiar de nombre.
—Y ha llegado á él? dijo el representante con voz lenta y sorda; explícate, ciudadano; si solo ha sido tu objeto inferirme
una ofensa personal, debo hacerte p r e sente que no soy de aquellos á quienes
hieren de manera que les h.»een olvidar
sus deberes como hombres públicos; pero
si es tu intención señalar límites al poder de la convención, ddo desde luego,
si es á ella á quien se dirigen el insulto
y la amenaza, dito también, porque haría
muy al caso que yo lo supiera antes de
añadir una palabra mas.
La alteración que se veia en el rostro
del general y el ligero temblor que agitó
sus labios, indicaron bien á las claras que
no sin esfuerzo sufría el peso con que
abrumaba su cabeza cubierta de laureles
la pesada mano del convencional. L e v a n tóse por último, y dijo con forzada sonrisa:
—Confieso que desearía ser amo en mi
casa, como lo es el mas miserable; pero
si uu arranque involuntario, digno en v e r -
dad de escusa, me ha hecho olvidar por
un iustaute el respeto que debo á la convención y á aquellos que representan su
poderosa soberanía, lo siento en el alma.
Según parece, ha sido largo el viaje que
has hecho, ciudadauo; ¿me traes algunas
órdenes?
— O r d e n e s no; pero sí noticias.
— Y de qué naturaleza son?
—No vacilaría en decir que son buenas, si las mirase bajo el punto de vista
estrecho y mezquino del orgullo; porque
bastan á confirmar mi prevision y á j u s tificar lodos mis consejos, tantas veces
desoídos. Tú tienes gran talento, c i u d a dano general; pero eres demasiado joven.
Las épocas revolucionarias no se parecen
en nada á las d e las ilusiones caballer e s c a s . No son Fas mujeres quienes lejeu
las coronas cívicas. Posees u n alma grande, lo repito; pero eres demasiado accesible á las lisoujas de una engañosa popularidad. Todos los obreros del gran e d i ficio revolucionario deben resignarse á ver
maki^cidos sus nombres, con tal que no
—41—
sea buena su obra. T ú no has querido h a cerme caso; has»preferido pactar donde e r a
necesario combatir, y c u r a r donde era preciso herir: entonces te dije con todas tus p a labras de conciliación, tus concesiones y
tus sentimientos de piedad, no eran mas
que o t r a s tantas semillas de ingratitud y
de traición: hoy puedo ya anunciarte que
e s t a s hau dado su fruto.
—Supongo que quereis darme á entender, respondió el joven general, que habia
estado luchando con su impaciencia m i e n t r a s hablaba ti sombrío republicauo, que
ha roto el enemigo los tratados que a s e guraban la pacificación.
—Abierta y audazmente.
— Y es á mí á quien se acusa, ciudadano representante? ¿Se quiere hacer p e s a r la responsabilidad sobre el sistema m o d e r a d o y humanitario que he juzgado conveniente establecer en esta desgraciada
guerra? Pero ¿he sido seeundado? ¿He sido
acaso ni atm obedecido? ¿He sido yo quien
mandó asesinar, ron desprecio de los t r a -
—42 —
lados, é los ex-condes de Geslin y de T r i s tan? ¿Hd sido yo quien hice «pasear por campos y ciudades la cabeza d e B o i s b a r d y p a r a
ensoñar al enemigo cuáles habían de ser los
efectos que se seguirían á mis palabras de
paz? Eslos crímenes, á pesar de mis repetidas instancias, están todavía impunes. P u e s
bien, los bandidos, como nosotros los llamamos, dan pruebas de que tienen sangre
en las venas! ¿Conque dices que los c h u a nes han roto las hostilidades?
— E l país entero arde en guerra desde
el Bajo-Mame hasta el fondo de la B r e taña. Pluvígner ha caído en poder de esos
bandidos. Ademas han sorprendido y h e cho prisionera una de nuestras corbetas
en tas aguas de Vannes. Duhesme ha sido
balido junto á Piel an y Humbert en C a mors. Hemos perdido los almacenes de
P o n l - d e - B u i s , y han sido, por último,
tomados y destruidos nuestros acantonamientos de Morbihan.
— ¿ E s eso todo? dijo el general, que
afectaba escuchar la relación de todos es tos desastres con tanta indiferencia como
- 4 3 complacencia mostraba el representante en
enumerarlos.
—No, todavía bay mas: un Borboa esta
á la cabeza de los rebeldes.
- Q u é es lo que diees? Es imposible!
esclamó el jefe republicano perdiendo de
repente el aire de indiferencia con que h a bia ocultado hasta entonces su orgullo
herido, ¡üso seria terrible!... añadió en
voz baja.
— E s demasiado cierto. Duhesme y
Humbert le han visto, y el primero le
ha hablado durante el combate. E s , según dicen, el ex-eonde de Artois, hermano
de Capeto.
— E l conde de Artois! Imposible! dijo
una vez mas el general, cuyos animados
movimientos revelaban «na profunda a g i tación de espíritu. Un momento antes de
e n t r a r tú me notificaron 1a llegada de su
ayudante de a t r o p o , e l e x - m a r q u e s d e R i viere, al cuartel general de Charette; pero
nc me dijeron nada del principe, lo que prueba que no ha abandonado el suelo inglés...
Y por dónde quieres que haya entrado? Có-
mo? En qué instante fatal ha podido desernb a j c a r en Bretaña?
— E s e es precisameete el panto sobre el
que deseo oir tu opinion, ciudadano g e n e ral. La activa vigilancia ejercida en toda
la costa da á la aparición del ex-príncipe
un carácter tan grave, que no es posible
esplicarla sin dar cabida á sensibles c o n geturas. Hasta se ha llegado á pronunciar
la palabra
traición.
Saliendo el general de su actitud pensativa, se irguió de repente, y clavando
una ardiente mirada en la fria y dura del
convencional, repitió con voz conmovida:
—¿Conque se ha llegado á p r o n u n ciar la palabra traición? ¿Y contra quién?
— I n t e r p r e t a s mal mis palabras, c i u dadano general. No es de ti de quien se
sospecha.
—Y por qué no? replicó con a m a r g u r a . : ¿No debia esperar eso desde el m o mento en que quise hacer mas digna del
siglo y de una nación civilizada esta guerra
cruel? E r a necesario combatir... c o r t a r . . .
destruir¿ .. añadió dando algunos pasos pee-
—45—
cipitados por la habitación. E s on ejército
ó una ciudad lo que tengo delante? No;
es todo un pueblo. ¡Arrojadle en el O c é a no, si podéis, y pasad el arado por la
mitad de la Francia! Yo no me considero
cou fuerias para ejecutar esa atroz locura. Si esto se llama traición, sea en buen
hora. Que se sospeche de mí, que se me
denuncie; poco me importa. Ya estoy cansado de esta guerra de salvajes, en la que
quizás perezca ignominiosamente al pie de
un matorral, como un jefe de bandidos.
;Que se me arranque esta espada, lo quiero, lo pido! P e r o que al menos se me
deje en libertad de ganar uno por uno
todos los grados de la milicia en campos
de batalla en que no se asesine á los heridos y en que no se mutile á los muertos.
—Veo que pierdes la calma, ciudadano
general; y sin embargo, quizás la necesites
para oir lo q u e me queda que decirte.
Ya manifesté antes, y repito ahora, que
nadio sospecha de tí; esto e s esacto; pero
sí se vitupera que seas tan fácil en d e positar tu confianza y en conceder t u amis-
—46—
tad á algunos sospechosos
que abusan vi-
llanamente de ella. Me refiero á uno de
tus oficiales, á aquel á quien.honras con
tu intimidad, al es-conde de Pel ven.
—Ciudadano representante, el comandante Pelven ha hecho por su patria mas
sacrificios que tú y que j o . Dejándole por
espacio de dos años en la humilde g r a d u a ción que tiene, se ha cometido una injusticia irritante que yo no tardaré en reparar.
— Date prisa si no quieres que alguno
se anticipe, perqué si el Borbon no es un
ingrato, debe recompensar con largueza .al
patriota puro y sin mancha que no solo
ha ido á proteger su desembarco, sino
que le ha escoltado hasta dejarle en medio
de su ejército de bandidos,
—¿Tienes pruebas d e lo que dices; ciudadano?
— H é aquí lo que me escribe uno de
nuestros agentes de Inglaterra, dijo el convencional sacando una carta de su c a r t e r a ; por tí mismo juzgarás si estos indicios referentes á los hechos que ya conoces constituyen 6 no pruebas bastantes.
— 4 7 —
Desgraciadamente no llegó esta carta hasta
dos días despues del seceso que estaba
destinada á evitar. Escucha. «La fragata
inglesa Lm¡aUi debe desembarcar en I n glaterra á un Borbon, que no se sabe de
positivo si será el duque de Enghien, hijo
de Conde, ó el conde de Artois, aunque
según todas las probabilidades debe ser el
último. Viaja disfrazado de mujer, en clase
de criada de la hermana é hija del e x - m a r ques de Kergant, que han obtenido permiso para vivir en el citado pais, por m e diación del ex-conde de Pelven, oficial republicano que goza de gran favor con el
general en jefe. Dase por segura la connivencia de Pelven para proteger el d e s embarco que deberá efectuarse por la costa
Sur del Finisterra, en uno de los dias de
la próxima década. Todo el Oeste, inclusa
la INormandía, solo espera la llegada de
este jefe, tantas veces prometida, para levantarse en masa.»
Mientras duró esta lectura habia p e r manecido inmóvil el general, leyéndose el
estupor en sus desencajadas facciones.
—48 —
— V a m o s , ¿crees ahora en la verdad de
io que te decía? añadió el representante
mostrándole la e a r t a : ei jóven jefe ia r e corrió con la vista, soltó un gemido, se
dejó caer en el canapé, y permaneció dur a n t e algún tiempo con ia cabeza entre las
manos, sumergido en dolorosos p e n s a mientos.
El único testigo de este dolor mudo
era de un carácter tal, que no se podia
esperar que abrigase simpatías en fevor
d e cualquier debilidad humana, por uohle
y generosa que fuese la causa que la o r i ginase; y esto es tan cierto, que hasta
se descubría el secreto placer del triunfo
en la irónica mirada con que contemplaba
el desaliento del jóven general republicano.
— L o que mas te sorprenderá, prosiguió, es la imprudente audacia de que hace
alarde tu ex-amigo. E n vez de p e r m a n e cer, según dicta la prudencia, al lado de
aquel á quien ha servido con tanta lealtad, rae han asegurado que vuelve á p o nerse á tus órdenes, coa el fin, sin duda,
—49 —
de continuar con el espionaje on proyecto
inaugurado con la traición.
—jPelven convertido en espial m u r m u ró el general, como si la union de estas
palabras ofreciese á su espíritu un enigma
indescifrable.
—Preciso es antes de todo castigar el
crimen, murmuró el convencional.
El general tardó algunos instantes en
contestar, y levantando por fin la cabeza como si saliese de una meditación
profunda, dijo:
— E s t á bien, ciudadano representante;
se castigará.
— A g u a r d o tan solo el regreso de P e l ven, porque no dudo que me d a r á s la
escolta suficiente para conducirle á Reones, donde le interrogaré en presencia
de mis colegas. Escusado me parece d e cir que será juzgado revolucionariamente.
— Y a te he dicho que el crimen será
castigado; creo que me comprenderás.
— N o por cierto, respondió el representante con aire d e sorpresa. ¿Acaso debo
BELLAH.—T.
II.
4
comprender que te niegas á entregar a
ese gran criminal de la vindicta nacional?
— ¡ L a nación me ha revestido de poder suficiente para servirla y vengarla!
No tengo, pues, necesidad de la ayuda
de nadie.
Hablaba el general con un acento ton
reflexivo y una decision tan tranquila,
que consiguió alterar el aplomo del convencional.
—General, esclamó con violencia: d e masiado te he sufrido, mucho mas de lo
que podia esperarse de mi carácter y de
mis deberes; pero ha llegado á un punto
tal, en que es imposible aguantar m a s .
¿Olvidas quién soy? Olvidas que si abro
esa ventana y pronuncio dos palabras tus
mismos soldados te arraocarán las c h a r r e leras?
—Haz
una vez
zarse en
dencia.
—Eso
sentante,
la prueba, dijo el general, que
tomada su resolución parecía gos u reciente y peligrosa i n d e p e n es ya locura! murmuro el r e p r e viendo naturalmente un acto d e s -
nudo de toda razón en aquel desafío hecho
á su terrible poder.
— Nada de eso, contestó el general con
el mismo tono de estraordínaria calma:
es solamente una prueba que trato de h a cer. Uno de nosotros, ciudadano, goza
en el país de la confianza mas ilimitada.
Falta, pues, saber cual, y pues se p r e senta oeasion de salir de dudas, nada
mas puesto en razón que darnos prisa á
aprovecharla. Dices que vuelve á encenderse de nuevo esta guerra horrible, aterradora,
y á eso respondo que no seré yo quien trate
de acabarla si no se me quita la pesada
cadena que me abruma, si se quiere que
continúe con mis movimientos embarazados
por una ultrajante inquisición, con mis l e a les intenciones mal interpretadas por el
suspicaz fanatismo, y con mis planes contraidos por la mas atrevida ignorancia.
— ¿ L o crees asi? Pues bien; caiga la
desgracia sobre ti, ó mejor dicho, "caiga
sobre la república.
— S o b r e la república! Ah! no, que es
mi madre, respondió el joven caudillo, cuya
frente altanera se iluminó con el brillo del
entusi&smo: le debo cuanto soy, y la amo
con frenesí, como lo be probado y a , y e s toy dispuesto á probarlo siempre si n e c e sario fuese; pero mi república no es la vuest r a . L a imágen que tengo grabada en mi
corazon no es la que vosotros habéis sen*
tad© sobre el cadalso. Y o solo querría,
aunque fuera á costa de mi vida, a r r a n ^
car del libro de ia historia esa página
de luto y de desolación, esa página de
sangre que vosotros habéis añadido COD
este sagrado titulo. L a s generaciones f u t u r a s no podrán perdonaros jamás el h a ber convertido en horrible á los ojos del
m u n d o el nombre de república, última e s presión de sus esperanzas. Ellas os a c u s a r á n por haber legado con vuestros f u rores un eterno pretesto á los eobardes,
una escusa eterna á los tiranos. Déjame
a c a b a r . Así, ya ves que n a d a nuevo p u e des decirme: harto biea conozco los a r gumentos de q u e os valéis para legitimar
vuestros espantosos vértigos. No pretendo
por ¡o tanto debatir este punto contigo.
Pregunta únicamente á mis soldados, si,
pregúntales si tienen necesidad pará v e n cer de oir ese rumor siniestro que p r o ducen vuestras hazañas en toda la F r a n cia. En cuanto á nuestros enemigos del
interior, antes que vuestras crueldades h u biesen centuplicado su número, hubiera
bastado la fama de nuestras victorias p a r a
obligarles á pedir piedad. La inhumanidad no es la fuerza, el odio no es la j u s ticia, la república no es el terror. Y o
no he vacilado en decir en voz alta mis
principios, lo mismo cuando me vi a h e r rojado en los hediondos calabozos heohcs
por tus poderosos amigos, que cuando
me amagaba su impia hacha, y si solo
me han perdonado para sufrir la férula
del mas despreciable de ellos, y a puedeu
p r e p a r a r l o s primeros y afilar la segunda.
¡Parte sin demora; denúnciame! E l comité
uos juzgará á ambos; pero antes d e h a cerlo, créeme, ciudadano, no te espougas
á una prueba imprudente; ya debes conocer
que se ha agotado mi paciencia, y que
jamás sabré consentir impunemente que
-54—
nadie provoque mi ejército á ¡a indisciplina.
Adiós.
—Mientras d u r ó esta impetuosa espiosion
de una ira, mal y penosamente contenida
en el fogoso pecho del joven general en
jefe, el rostro del convencional se habia
cubierto alternativamente, ya de un earmiu
subido, ya de una palidez lívida; sus trémulos labios parecieron negarse imis de una
vez á espresar la horrible cólera que agitaba
sus miembros. Solo pudo responder con
una sorda eselamacion á la amenazadora
despedida de su rival, y dejó bruscamente
la habitación, haciendo antes un movimiento
con la mano, que espresó toda la estension
de un resentimiento implacable.
Pero ya habia pasado aqrtel tiempo en
que la mas ligera demostración de una
mano semejante bastaba para hacer rodar
la laureada cabeza de un guérrero, ó para
segar el torneado cuello de u n a virgen llena
de encantos, pesando mas en la balanza
del comité de salud pública el talento y
servicios del vencedor de Wisemburgo que
el feroz puritanismo y bárbaras virtudes
de a q u e l resto del tliermidor.
M a s d e una vez, aun antes de este
p e r i o d o d e la época revolucionaria, habían
sido t e a t r o de escenas análogas las tiendas
de t o s generales republicanos; pero entre
lus oficiales de su estado mayor era donde
los jefes militares daban mas comunmente
libre curso á los sentimientos de amargo
desaliento que la suspicaz presencia de los
representantes engendraba en el fondo de
su corazón» Las causas éparentcs de esta»
quejas y de estas discordias, fatales s i e m pre y tal cual vez mortales, solían s e r .
ya el compromiso en que se colocaban la
unidad y dignidad del mando por la i g n o rancia y el fanatismo, ya las trabas que
se ponían á un plan de campaña, ó á la
inspiración del campo de batalla por h o m bres estraños al arte de la guerra; pero nunca aparecían los motivos mas poderosos, aunque ocultos, que eran ios celos consiguientes á un poder dividido, el orgullo siempre
esclusiyihta de los militares, y los efectos
sin número de las pasiones mezquinas que
encuentran cabida aun en las almas herói-
—56 —
c a s . La historia ha perpetuado algunos
actos de ignorancia y presunción de los
funcionarios civiles, contra los cuales s e
opusieron enérgicamente los generales r e publicanos; pero p a r a ser justa no debia
haber e c l a d o en olvido tampoeo que hubo
mas de uno entre aquellos abogados y
legisladores á caballo, que presentó valerosamente su pecho á las balas y que cargó
al enemigo al frente de nuestros veteranos.
La mayor parte de los representantes
en comision, ya en las fronteras, ya en
el Oeste, conociendo q u e no se hallaban
sostenidos con igual vigor por el poder
central despues de la reacción temidorian a , se habian plegado á las circunstancias,
consintiendo en aflojar por sí mismo los
débiles lazos de su, soberanía. Algunos
tan solo, bien fuese por falta de s a g a cidad, bien por una calculada resistencia
al nuevo orden de cosas, continuaron
obstinadamente queriendo hacer uso
sus
facultades procousulares. Entre estos ú l timos aparecía en primer término el pprsonaje que hemos visto figurar en
el
— 5 7 —
anterior episodio, que solo debió e! ser
respetado por las m e d i d a s de eliminación
que siguieron al triunfo del partido m o derado, á su acreditado valor, y á su
intachable moralidad p r i v a d a ; pero sus r e laciones con el jóven general en jefe, a g r i a das mas y mas por las imperiosas t r a diciones, por las despiadadas p r e o c u p a ciones, y hasta por las virtudes del s e c tario, acabaron, como era de e s p e r a r , por
convertirse en odio. Ya hemos visto en qué
ocasion y con qué rompimiento decisivo
creyó, e n l i n , el jóven general haber p a gado todas sus cuentas atrasadas á su t e r rible adversario.
CAPÍTULO VII!.
Debemos justificamos por haber colocado en un cuadro ligero y frivolo una
de las figuras mas brillantes, y quizás la ,
mas pura de todas aquellas cuya fisonomía moral han couservado nuestros a n a les revolucionarios.
Lázaro Hoche, entonces general en jefe
de las costas de Brest, y que muy pronto
debía tener bajo su mando todas las f u e r zas de la república en Bretaña y la Vendee, no habia cumplido aun veinte y siete
años. La frivolidad de la juventud d e s -
— 59 —
aparecía eh é! ante la madurez del genio.
Su elevada estatura, la singular belleza
de sus facciones y su aire abierto, m a r cial y modesto á la vez, revelaban la f u e r za, la inteligencia y la rectitud. Inspiraba
respeto y provocaba confianza. No habia
gloria ni fortuna que no tuviese asiento
en aquella despejada frente formada para
mandar y para seducir. Como el antiguo embajador romano, el jóven héroe de
la moderna república llevaba impresas en
su mirada la amenaza de la guerra y la
clemencia del triunfo. E r a el único capaz
de reconquistar á la nación francesa, con
las r a r a s y eminentes cualidades de uu
carácter flexible y vigoroso, aquellas v a lientes y desgranadas provincias, s e p a r a d a s por abismos de sangre de la m a d r e
común; era el único capaz de oponer con
éxito la poderosa y desinteresada personalidad de u n Washington á aquel d e s bordamiento de pasiones anárquicas y de
ji gante se as ambiciones q u e acabó por a n o nadar miestra primera república. Pero al
menos se le h i concedido la honra de una
—60—
rivalidad postuma con aquel que supo d e volver gloria en cambio de libertad.
M a s plugo al destino señalar estrechos
limites á esta existencia privilegiada. El
ilustre republicano escribia su nombre en
la historia con rasgos imperecederos, como
si hubiese dirigido su rr.auo un triste p r e sentimiento. En aquel rostro allanero podia leerse por intervalos, á través de su
a g r a c i a d a sonrisa, ese matiz de melancolía que presta despues de tantos siglos
una gracia tierna y simpática al recuerdo
de Germaneco y que no poseía César.
E s uno de los defectos del novelista,
cuando no uno de sus crímenes, querer
reducir* los jiganles de la historia á las
pueriles proporciones del c u a d r o que pinta.
P u e d e , es verdad, invocar como escusa
el interés particular con que se ve s i e m pre descender de sus pedestales á estos
semi-dioses para confundirse con el oscuro
resto de la humanidad; pero ni por eso
pierden las personas formales el derecho
de compararle á un uiño que pretendiese
utilizar para sus juegos las formidables
—61 —
máquinas de ia g u e r r a y de la i n d u s t r i a .
Sea como fuere, convencidos nosotros d e
que una falta confesada está por este solo
hecho perdonada á medias, volvemos á
coger en un tono mas ligero el hilo de
n u e s t r a narración.
Libre el general de la presencia del
convencional, permaneció en el mismo sitie
durante algunos instantes, con la cabeza
inclinada y aire pensativo. M a s haciendo
de repente ese movimiento especial del
hombre que se abaudona resueltamente á
t o d a s las consecuencias de un hecho i r reparable, y que pasa k otro orden de
ideas se levantó y fué á asomarse á u n a
ventana que daba al palio, retiróse d e
allí al momento como si no hubiese visto
lo que buscaba, y empezó á pasearse con
impaciencia por la habitación, deteniéndose
d e vez en c u a n d o j u n t o á la ventuna ó
delante de una péndola que se descubria
encima de una consola. Breves palabras,
que daban á conocer cuáles eran los pensamientos que agitaban su espirito,
se
escapaban por intérvalos de su boca en
—62 —
el estado de completa distracción en que se
encontraba.
— Q u é decepción! decia en voz apenas
inteligible. Así son todos los hombres/rí^on;
eion dura é inesperada... He sido m juw
g u e l e . . . Sí, esta es la p a l a b r a . . . Su j u g u e t e ! . . . Y por tanto tiempo... Qué de
desgracias va á ocasional ! Qué de s a n g r e ! . . . Insulto á m í . . . Crimen público
T o d o . . . Miserable!...
El ruido producido por una mano que
daba algunos golpes en la puerta con la
mayor suavidad interrumpió las esclamaciones del general. No bien g r i t ó ; — « A d e lante!» se abrió la puerta y apareció ante
el jóven Hoche la delicada y distinguida
iigura del jóven comandante Hervé de
Pel t e n .
El general se aproximó con lentitud h a cia el que una hora antes llamaba s u a m i go, y le estuvo considerando durante a l gún tiempo con singular curiosidad, como
si tratase de descubrir en aquellas f a c ciones, para él tan conocidas, algún signo secreto, alguua marca deforme, no
—63 —
notada hasta entonces. Terminando de r e pente su examen con un espresivo movimiento d e hombros, se apoyó en el á n gulo de la mesa en que estaba colocado
su sable, y sin dejar de e s t u d i a r c o n . la
vista el rostro de Pelven*
— ¿ D o n d e está Francisco? dijo.
Esta pregunta no fue bastante á s a c a r
á Pelven del mudo pasmo en que le habia
sumergido la inexplicable acogida del g e neral en jefe.
— O s pregunto que dónde está Francisco,
repitió aqtrel levantando la voz. Qué habéis
hecho de él?
— M i general, dijo el jóven c o m a n d a n t e :
Francisco está en el patio. Hemos llegado
juntos.
— D e c i d m e , caballero Pelven, ¿no es
verdad que habéis visto satisfechos v u e s tros deseos?
— S i , mi general, respondió secamente
Her^é, cuyo orgullo se sintió herido en
vista de un lenguaje y maneras tan diferentes de la cordial familiaridad á que e s taba acostumbrado.
-64—
— E s o m e colma de alegría lauto corno á
vos, caballero.
—Tengo el sentimiento de n o comprenderos, mi general.
— Y qué me decís de los ehuanes?
— T o d o cuanto he visto, ciudadano general, d e amenazador y anuncia un próximo
levantamiento. Hasta hemos creído oír algún fuego de cañón ayer y esta mismá
noche.
— P r e c i s o es confesar que habéis h e cho una peligrosa campaña, que será recompensada cual se merece, o no hay justicia en la tierra; pero antes de todo es justo
que os felicite por el maravilloso tálenlo de
q u e hacéis gala en el papel que habéis leuido el acierto de escoger, caballero P e l ven; j a m á s , lo confieso, ha existido m á s c a r a de infamia que se parezca mas al rostro de un hombre honrado.
El rubor encendió las mejillas del jóven
comandante; pero fue la única señal de
emocion que su dominio sobre si mismo no
consiguió disimular.
— H a s t a ahora no habia conocido* dijo,
-H5—
que me encuentro en ci banquillo de los
acusados; se roe bahía predielio, pero yo
creía poder esperar del general Uoche que
la esplic ación precediese al ultraje.
Aunque es cierto que la hipocresía d e s enmascarada e n c u e n d a á veces bajo la
inspiración del peligro actitudes y acentos
de una lamentable v e r d a d , el continente
de Hervé y k firmeza de su v o z alteraron visiblemente el convencimiento del g e neral; pero antes de poder contestar, llamó
su atención el ruido p r o d u c i d o p o r a l g u n o s
caballos y multitud de v o c e s q u e se .sintió
en el patio. Pocos momentos después entró
Francisco pricipitadamente en 1« h a b i t a c i ó n
con un paquete de c a r t a s en l a m a n o .
— P e r d o n a d , mi general, dijo.- tema necesidad de entrenaros estos despachos que
han traído dos dragones de las divisiones
de Humbert y Duhesmo. P a r e c e q u e , se
bate el cobre por alú f u e r a .
El general, que habia dado un golpecito
amistoso en el hombro del jóven teniente,
abrió los despachos aceleradamente, y dio
BELLAH.—T.
II.
5
—66—
principio á una lectura interrumpida con
enérgicas esclamaciones: arrojando d e s pues al suelo las carias con la mayor violencia, y dirigiéndose á Francisco con tono
que indicaba un furor difícilmente contenido:
— E n un instante vais á d a r un gran
paso, le dijo, en la espericncia de la vida.
Aquí teneis al señor de Pelven, nuestro
común amigo; miradle bien, y no lecheis
nunca en olvido que bajo esta fisonomía,
tan leal como la que mas, se oculta el
alma de un espía y de un traidor.
— O s ban engañado, mi general, dijo
fríamente Hervé, mientras que de los labios del jóven teniente partía un grito "de
sorpresa é incredulidad.
— Y o también be dudado, basta que
la verdad ha herido mis ojo«, ptosiguio
Hervé; pero es verdaderamente un d e s cuido imperdonable, S r . de Pelven, «fejar olvidados documentos como este, c u a n do os consta que también nosotros t e n e mos espías. Al mismo tiempo presentaba
á los dos oficiales un papel arrugado y
lieoo de lodo, en el q u e estaban escritas estas palabras: «Salvo-conducto á f a vor del conde Hervé de Pelven, mariscal
de campo del ejército católico y r e a l i s t a . —
Firmado, Charette.»
Hervé miró al jóven teniente, y p r o n u n ció casi imperceptiblemente el nombre de
Bellah.
— E s t e salvo-conducto h a sido hallado
por u n o . d e nuestros agentes secretos en
la montaña de Kergant, donde habéis p a sado una noche. Ya no se necesitan mas
pruebas-, esta basta. Ahora solo me queda
que deciros, caballero, que aleguéis lo que
creáis oportuno en vuestra defensa, p o r que os advierto que vuestra vida está en
p e l e r o . E n t r e g a d vuestras a r m a s .
Hervé separó los broches de s u sable,
y entregó este a Francisco, quien le cogió
con trémula mano.
—Mi general, dijo entonces el jóven
comandante: juro p o r D i o s y por mi h o nor que no soy culpable.-' Sucumbo a c u sado por apariencia.- á las que LO pu°d<>
oponer mas que u i p a l a b r a .
-
—68
—
conduelo es auténtico, pero jamás l? lie
aceptado. Y hasta puedo decir, siu fallar
á la verdad, que esos hombres, «pie se
suponen amigos, atentaron contra tui vida
aun no hace cinco dias.
, ,
— ¿ Y os han herido? preguntó el general con significativa solicitud. ¿Podéis
enseñarme la señal de una herida?.
—Desgraciadamente no.
— M i general, yo estaba alli j lo h e v i s to, esclamó Francisco, si no le han h e rido, le han causado por lo menos u n a
contusion horrible.
— S i , con la vista, á lo que parece,
dijo el general, que habia vuelto á lomar su
amenazadora calma. Basta, Erancisco. P e r o vos no sois tan niño, Sr. . d a Pelven,
que podáis ignorar cuál debe ser el result a d o posible de este asunto. ¿Deseáis que
todo se termine entre nosotros, ó preferí?
que peuna el consejos de guerra?
^ Y o no quiero otro juez que NOS, mi
general.
—Veo que procedeis con talento, porque
fliíicilmeole podríais encontrar otro tan
—69-—
prevenido en vuestro "favor. Me habéis e n gañado cruel y hasta villanamente, P e l v e n .
Quizá puede existir alguna grandeza - de
a t o a en el papel que representáis; pero es
de una especie tai, que jamás envidiaré.
A decir verdad, caballero, continuó con
una inflexion de voz dulce y casi tierna,
jamás pude suponer que uuestras relaciones,
basadas en la mutua estimación y en la
amistad, provocasen una escena como !:i
presente; así que, no sin dolor p r o f u n d o . . .
El general, distraído por los sollozos que
el pobre F r a n c i s c o no acertaba á ahogar,
enmudeció repentinamente. Abrió en seguida
la p u e r t a , y llamando á uno de los soldados
que estaban de vigilantes en la;antesaln:
* — El ciudadano Pelven, le dijo, es tu
prisionero. Cuenta que me respondes de él,
teniente Francisco, a g u a r d a d m e allí f u e r a .
El jóven ayudante dirigió ai general una
suplicante mirada, que solo t u r o por r e s puesta otra demostración imperiosa, y ,se lanzó en íá pieza iumediata con desesperada p r e cipitación.
-V
;í
t e g r . de Pelven, prosiguió entonces el
genera!: queríase conduciros á un calabozo,
y de allí adonde no se os ocultará". Y o
he creído, sio embargo, á pesar de iodo,
que preferiríais la muerte del sóldadó.'
— G r a c i a s , mi general, dijo Hervé.
—Teceis un cuarto de hora para prepararos.
Apenas acabó de pronunciar estas palab r a s , se volvió bruscamente, y cerrando la
puerta tras sí, se reunió en la antesala coa
Francisco. Entonces llamó á un viejo sargento que se hallaba á poca distancia cou la
mano respetuosamente levantada á la altura
de la gorra de cuartel, y le dijo:
—Toma quince granaderos; hazles cargar
las armas; condúcelos á la esplanada que
hay á la izquierda de este edificio, y espera
ai hombre que, y o te envíe.
Cogiendo despues por el brazo á su
jóven ayudante, que estaba en uquel momento anegado en lágrimas, le hizo e n trar en un cuarto situado al olio lado de
la escalera.
No habrá dejado de notar c o n . s o r p r e s a
el lector que cutre el juez y el acusado
DO había tenido lugar la esplieacion en
justicia necesaria para d a r á couocer á
aquel la naturaleza y cstension del crimen imputado; pero debe tenerse presente
que por una parte el general c r e í a , e s c u sado averiguar mas acerca de este punto,
y por otra° habia visto Pelven con entera
claridad en lo que le sucedía la c o n s e c u e n cia lógica d e las maquinaciones p u e s t a s
en juego para atraerle á la causa realista,
haciéndole sospechoso á los ojos de su
partido.
E^to era mas que suficiente para motivar una sentencia capital en los tiempos
que alcanzaba Pelven. Asi se reaiizahau
de una vez la predicción hecha por la s e ñorita de K e r g a n t en la m o n t a ñ a de las
Piedras y los vagos temores que el r e c u e r d o de su desgraciada espedicion habia p r o ducido en su espíritu.
Sin embargo, al verse solo H e r v é b a j o la
custodia de un solo centinela, procuré d o minar el instinto de propia conservación
y el caos de ideas y de sentimientos que
subleva en todo ser humano la perspec-
—Sativa de una muerta próxima y spjrnra.
Sus ojos se clavaron á su pesar en la aguja
de la péndola, y le pareció ver deslizarse
juntó á él una vision semejante á la de
la Biblia, envuelta en un vapor b l a n q u e cino. El desgraciado jóven retrocedió al*
gunos pasos, pasáudose la mano jKir al
frente con horrible desvarío; pero parándose de repente, respiró con desgarradora
satisfacción al verse vencedor en la l u cha suprema que acababa de sostener.
Sentóse junto á la mesa, y trazó con t r é mula mano algunas líneas, dirigidas á su
hermana. Permanecía sumergido hacia diez
minutos en la cruel amargura de este ú l timo y tierno desahogo, cuando un;ligero
ruido le hizo volver la cabeza del lado de
la puerta. Sus miradas enconlrarou las de
Hoche.
— P e r d o n a d , caballero, si turbo v u e s tros últimos momentos, dijo el generalioon
la vista fija en H e r v é ; pero e n el pünto
á que han llegado las c o s a s , debe; Seros
indiferente decirme lo que ,yo deseo s a b e r
con ansia, y es el verdadero nombré 4 e l
ü m i f a w que
/desemhMftSdO r c o n v v u e s r
se desi5 A i ©irí egta detallada.;
etíbrió en fah ojos^ generalmente penetran?
{esi ; ie¡ Hervé; una espresiou tal
dé comprensión, y se pintó eo sus e n t r e a biertos labios una torpeza tan sincera, que
<4 general no fué dueño d e dominar una
débil; sonrisa.
Estaba persuadido de que era m u j e r ,
mi general. ¡No hubiera vacilado eu r # f ponder con mi c a b e z a ! . . . >
— M u e r a n ios jacobinos y los delatores!
esclamó Francisco, entrando precipitadamente en la sala.
— I d o s vos1, dijo H o c h e , con una impaciencia á la que no juzgó preciso obedecer
su jóven a y u d a n t e .
— ¿ A lo que parece* S r . de Pelven, c o n tinuó el general, no m e creíais tan bien enterado?
— E s t á tan inocente como un niño, mi general! prosiguió Francisco, con exaltación
creciente.
.¿«-Verdad es, mi general, balbuceo H e r -
—74—
•vé: n á d a s e l o d e q u e me d3eís,y no os comprendo.
Otra nueva sonrisa mas franca y marcada
vino á llenar de gracia las hermosas facciones del general en jefe.
—Viva la república! gritó Francisco s a l tando al cuello de Hervé en un rapto de cariñoso entusiasmo.
— Y a veis, comandante, dijo Hoche, que
Francisco os vuelve su estimación. Disimulad si yo no lo hago tan pronto. A mis ojos
sereis siempre culpable de una eseesiva
imprudencia cuando menos. Lo cierto es
que, gracias á vos, tenemos un Borbon en
campaña. Inútil es que trate de e n u m e r a ros las infinitas desgracias que semejante
complicación traerá consigo; pero cómo ¡re
ha de ser dado concebir que los sospechosos incidentes de ese viaje no hayan
despertado mas seriamente nuestra descon fianza?
El mas ligero rayo de luz que ilumine
un punto de la trama de que hayamos
podido ser juguetes, hasta muchas veces
para hacernos descubrir todos sus hilos.
—75 —
Asi fué cómo la memoria de Hervé renovó
instantáneamente, formando un solo cuerpo
de delito» todas las circunstancias equivócasele su marcha; á saber: la e s p e rnada reserva de la escocesa, las e s c e nas del castillo de las fantasmas, el e s traiío lenguaje y r a r a resistencia de B e llah en la montana de las P i e d r a s , y el
carácter misterioso, en fin, del individuo
que hahia seguido á la señorita de K e r gant en su escúrsion nocturna. E s t e último
recuerdo penetró mas profundamente que
todos los demás en el lacerado corazon
del jóven.
— M i general, dijo: he sido engañado
indignamente. Mi hermana e s demasiado
jóven, y ha creido que se trataba de uua
broma inocente tan solo. En cuanto á los
©tros.... el comandante. Pelven acabó su
pensamiento con un movimiento d e c a b e za, que revelaba el m a s amargo r e s e n t i miento.
El general se acercó á la ventana, y
permaneció d u r a n t e algunos instantes con
tos. ojos fijos en el cielo y fruncidas las
—76 —
cejas, como si fuese presa de una dolorosa irresolution, y volviéudose de r e pente.'
—Supongo, esclamó, que no os e»traüará
que os pregunte, puesto que pesa sobre mí
solo la responsabilidad, cuál es el uso
que pensáis hacer de la libertad que os
devuelvo. Ya conoceréis que no me e s dado
utilizar vuestros servicios, al menos por
ahora. Vamos, decidme, ¿qué haréis?
— I r é sin vacilar al cuartel general del
principe, ya que se encuentra allí.
— ¿Estáis loco?
—Volveré á tomar mi nombre y mi título,
continuó el jóven con energía, puesto que n e cesito usar del privilegio que me concedeu,
para poder decir al héroe de esta farsa representada á mis espensas: «Señor ó monseñor, esto es lo de menos; aquí teneis un
hidalgo como vos, que viene á pediros
cuenta del peligro en que habéis puesto,
con un fin desleal, lo que mas estima en el
mundo: su honor.
— ¡ Y su acendrada pasión! añadió el
general riendo y levaataudo el brazo con
—77 —
s M é d a é t o r a gracia. A fe mis, H e r w ,
qué eá\ lüCWa me agraáai Bieo i sabéis
que oo be nacido noble; pero me atrevo if
asegurar que hubiera llegado á serlo en
aquellos tiempos en que no s e necesitaba
nías para conseguirlo que ser a m a n t e de
las aventuras y tener algún valor p e r s o nal. Sin embargo, este proyecto m« pa*rece muy distante de haber sido dictado
por la razón y por la prudencia, y solo
puedo decir en su apoyo que yo baria lo
mismo en vuestro lugar. Por lo demás ya
sabéis que si os sucediese alguna desgracia, dejáis aquí compañeros que irán á los
alcance'; del follon mal nidria para r e s c a taros d-d cautiverio ó vengaros. ¿No es v e r d a d , Francisco?
— Y o partiré con él, dijo Francisco, p a r a
ver las damas de la corte.
— C r e o poder asegurar qua n^ tendréis
dificultad en aguardarme, caballero. P e l ven, volved á ceñiros vuestro sable. Por
lo que hace a! uniforme, o* aconsejaría
que os le quitáseis. También es p r e n s o
que vayáis autorizado cen este malhadado
—78—
salvo-condueío. i ) e otra m a n e r a , os f u e r a
imposible entrar en casa de esos señores,
tjue están en pie de guerra en toda ia c o m a r c a . Aguardad todavía un momento, continuó el general, escribiendo dos lineas eu
un pedazo de papel. Ocultad esto en el
fomo del t r a j e que lleveis, y así podréis
transitar libremente y con seguridad por
todas aquellas partes en que impere la
república.
—Mi general, tanta bondad m<?confunde.
—Bien quisiera haceros olvidar el terrible c u a r t o d e hora que acaba de pasar, P e l ven. Que el cielo os proteja en vuestro p r o yecto. Creo que no me conservareis rencor.
Hervé estrechó entre sus manos con visible emocion la que el general le presentaba.
—Adiós, mi general, dijo: marcho á comprar el derecho de volver á veros y de continuar prestándoos mis servicios.
— N o , á mi no, Pelven, sino á la grande,
generosa y fuerte república francesa.
—Eso quise decir, dijo Pelven; y haciendo una afectuosa cortesía, salió acompañado
d e Francisco.
pocos momentos después los caballos de
Pelven y del teniente conducían al galope á
sus gentes en dirección á Rennes. N o bien
anduvieron dos leguas, se vió obligado H e r vé á tomar un camino apartado, con el fin
do evitar el tránsito por la ciudad, que ofret
d a para él mil peligros. Allí s e separaron
nuestros dos jóvenes amigos, dos horas a n tes de ponerse el sol, volviéndo el uno al
cuartel general, y disponiéndose el otro á
correr los azares á que le impedían, c o n tra todos los cousejos de la Providencia,
los fogosos sentimientos del hombre u l t r a jado y del amante celoso.
CAPITULO IX
A la misma hora próximamente del s i guiente dia marchaba el comandante P e l ven vestido de militar por el camino que
de Plélan conduce á Ploermel, y se esforzaba hostigando los bijares de su c a ballo en llegar ¿ e s t e último pueblo antes
que estallase la tempestad que hacia a l gún tiempo encapotaba el cielo. Un n u barrón pardo y sombrío, entendiéndose por
todo el horizonte, descendía poco á poco
hasta envolver la parte superior de la copa
de los jigantescos árboles de follaje inmóvil
—8f —
que por ano y o t r o lado se descubrían. I)e
tiempo en tiempo la arena del camino se e s maltaba de anchas gotas de agoá. En toda
la campiña reinaba ese inquieto silencio,
esa solemne calma en que la naturaleza
entera parece recogerse á la aproximación
del peligro. De repente d e s g a r r ó el r e l á m pago la superficie de la nube, y una h o r rible de to nación repetida por el eco hizo
temblar la tierra, cayendo al mismo tiempo del cielo torrentes de agua y granizo,
que ocultaron caVi c o m p í t a m e l e la luz
del dia. El caballo del infeliz viajero, d e s vanecido con los relámpagos y cegado con
la lluvia, dió un bote de costado, se paró
de repente, y luego salió disparado como
una flecha a r r a s t r a d o por una furia impetuosa que su dueño no pudo d o m i n a r .
Pelven habia concluido por a b a n d o n a r s e
sin resistencia, y no sin una especie de
sensaciofi agradable, á aquella veloz c a r icra por entre los elementos d e s e n c a d e nados, c u a n d o en un recodo del camino
estuvo á punto de ser d e r r i b a d o por el
BBLI.au.—T. II.
6
-—82 —
choque contra unos veinte hombres;;á;£iC ibuilo que venían de frente* y que p a saron á su lado con la velocidad d e l í f a y o .
l í e r v é no tuvo tiempo mas que, para-m*conocer en ellos á otros tantos dragones
de la república, y para preguntarles en
breves palabras cual era el- motivo q u e
les obligaba á ir tan de prisa; pero Ja
rapidez de su marcha y el ruido f o r m i dable de la tempestad le impidieron oir
la respuesta. Solo \ió que se había vuelto
uno de los soldados, y que le hizo una
señal con l a mano como para indicarle
q u e no avanzase m a s . Una media legua
m a s adelante descubrió Pelven otro nuevo
grupo de hombres á caballo que corrían
hácia él con igual velocidad, y e« el mismo d e s o r d e n . El jóven comandante, que
habla conseguido sujetar su caballo, se
situó de costado en el camino, é hizo^seña á los fugitivos, porque s e g u n d a s t r a zas eran ellos los perseguidos, para que
s e detuviesen. Aquel torrente de hombres
y caballos ni aun pensaron e n hachan oou^ra
ía débil resistencia que se les ponj#ií>por
--•83—
(leíanle, sino que, dividiéndose h u m i l d e me;.te en dos secciones al llegar a d o n d e
se encontraba Hervé, s e volvieron á reunir
mas adelante, dejándole dueño absoluto d e
su posicron.
— O b a r d e s ! gritó el j ' v e n indignado:
-y?lanzando su caballo en la dirección del
- d e s t a c a m e n t o , cogió á un dragon por el
cintorotf, y le dijo con una cólera que
la espantada c a r a del cautivo cambió d e
repente en grandes deseos de soltar la c a r — A d o n d e vas tan de prisa, bellaco?
— A'-Piolan, señor oficial, que es d o n d e
está el primer canton republicano.
— A c a s o os persiguen?
— N o sé n a d a , señor oficial, necias/
en Floermel que los c h u a n e s estaban c e r c a .
Y o no lo creo; pero he seguido : á mis c a ntaradas.
— Y de dónde diablos venís?
—Por troceemos á la division de H u m bert, que di'be estar ahora en Q u t m p e r ;
pero «os hemos estraviado despues de la
derroH.
—84—
—¡Cómo! ¡De que derrota, c o b a r d e ! . a ^ i
—Ahí es oada lo d é ojo, señor oüoiai.
Os acoiiacjo que uo pa s eis d e P l o e n n e l . si es
que paseais por recreo. M a s adelante r e parten leña que es nn gusto.
— ¿ Y quien manda á los chuaoes?
— U n ciudadano que no debe temer que
se le despegue la mano, según los golpes
que d a . Y sin embargo es muy guapo. >
^ - ¿ P e r o quién es ese animal!
— E s uno qne ha sido rey ó principe, ó
cosa qoe lo valga, y á quien quieren mucho.
Dicen que ha sido un oficial nuestro quien
le ha ayudado á desembarcar. ¡Dadle es presiones si le veis!
— Y dime: ¿dónde hemos sido batidos?
dijo Hervé con viveza.
T ' E n P I u v e g n e r r y m a s arriba en Oamors;
p e r o sin deshonrar la bandera, eso sí; ya
se vé, les llegaban reelutas de t o d a s p a r t e s . . , . E a Camors, d o n d e hay una hüera desarbólesenos hizo desmontar el general p a w
hacer fuego á pie; nos mantuvimos firmes
d e árbol en árbol doce hora?,... V eso que
estaba allí su p r í n c i p e : yo le vi may
bien..vi¡ «J«EH!, getraraWa^dijo* Jal ciudadano
Hftmbm,>ttes'de d e t r á s de; íia árbol donde
oóniia tranquilamente un bocado con los
d e i o s «lanchados d e pólvora^ a g u a r d a n d o
que empezara otra vez la danza. « ; E h , g e neral!» dijo, viendo que s e había c o n v e n i do en p a r a r el fuego por media hora, p a r a
hacer una visita á la c a n t i n a . . .
— P e r o hombre, ¿qué le dijo? preguntó
Hervé, sacudiendo el agua q u e había caido
sobre s u capote.
— « / E h , general! dijo: por vida mía os
aseguro que teneis ahí los mas valientes
granaderos, dragones f d e m á s gente que
he visto.»
•—«Gracias, caballero á quien no conozco, respondió el ciudadano H u m b a r t ; t a m bién tencis vos chicos muy bien cuidados y
robustotes, y no sois vos el mas flojo.»
— P r e c i s o es convenir en que dieron los
p r é e b a s d e caballerosidad, dijo g r a v e mente H e r v é ; y ¿dónde está el ejército d e
I OS' «asiles en; es te mo n \ c n 1 o ?
--«*»í%ie?dóade está? T o d o se lo ha H e vadoiel d i a b l o , contestó el dragon. I n f a n t e -
r i a , caballería, cañones y municiones, tocio
lia d e s a p a r e c i d o en uu abrir y c e r r a r d e
ojos. Nadie s a b e lo q u e ha sido d e ellos.
E l pais est» tranquilo como u n a balsa d e
aceite, t a n t o , q u e no se vé á nadie. ¿ P o r o
vos n o venís con nosotros?
— Y o no v o y , dijo H e r v é ; a n d a t ú á s e c a r tu r o p a .
El dragon s a l u d ó militarmente con unn
m a n o , y ' c o g i e n d o con la otra un objeto
q u e le daba Pelven b a j o la f o r m a d e u n a
m o n e d a d e plata, metió espuelas al caballo,
y salió á e s c a p e .
Media hora d e s p u e s se a p e a b a el jóven
comando*»^ junto á u n a v e u t a , situada á
u n lado del caminn, á un tiro de fusil poco
m a s ó menos d« P l o e r m e l , c u y a m o d e s t a
f a c h a d a estaba embellecida con -1 r a m o t r a dicional. E ü l r e g a n d o su caballo á un m u c h a c h o que calzaba el incómodo zueco y que
le m i r a b a con aire d e recelosa timidez, e n t r ó Pelven en la cocina de la v e n t a , e n la
q u e t r e s campesinos, sentados a l r e d e d o r d e
u n a vasta chimenea, sostenían u n a animada
mmrs&éov
en voz -baja; ft o* bien se- dejó
—87—»•
v&i cesaron de hablar, se levantaron como
en señal d e respeto, y acercándose á la
puerta por a n a serie de sabias y bien c o m binadas evoluciones, desaparecieron uno t r a s
otroy no sin haber echado antes una mirada
rencorosa sobre el oficial republicano,? que
en aquel momento* dirigía algunas preguntas
indiferentes á la ventera.
Esta muger, de unos cincuenta a ñ o s , que
gozaba de una corpulencia poco común y
de un color parecido al de la remolacha, no
había mirado en un principio con mejores
ojos al distinguido huésped q u e el cielo y
la tempestad la enviaban; pero parando
mientes en el agraciado rostro del jóven y
la política con que s e espresaba, fué c a m biando poco a poco la espresion d e su c i r cunspecta fisonomía desde el gesto m a s
avinagrado hasta la sonrisa mas lisonjera,
y acabó por responder que baria cuanto e s tuviera de su parle para que el noble c a ballero*. quiso decir e l . d i g n o ciudadano, no
sintéesdibaber entrado en su c a s a .
Mientras aquella muger le preparaba a l •->m ée cenar» •'sentóse tíervé, eu « a o d e los
ba&fitts^é^í'f^iífti a b i a f e M o lac«tónwhe®|t)
y í¡ MeíéBdo fJ ééltio ; quq secaba ' s u s f - b o t a s ' ! ^ .
capote en el fuego producido pot un gran
mfíttójo d e aulagas, proeupó infonnarsetJiMl'i
medios indirectos d e lodo cuanto se déeia en
el país; pero babia ecbado la cuenta singla'
huéspeda, porque la discreta matrona; l e
contestó qufi no se decia nada que valiese
la pena de s e r repelido; que al buen callar
llaman Sancho, y que en boca cerrada no
entran moscas.
Bien pronto conoció Hervé que no eran
la reserva y el amor al silencio las dotes
que mas sobresalían en su interlocutora;
pero se guardó muy bien de hacer o b s e r vación alguna acerca d e este punto, como
se p u e d e suponer, y solo contestó suplicándola que no viese en él mas que un viajero,
incapaz de procurar sorprender sus s e c r e tos, y q u e solo deseaba saber si era ó no
cierto (pie estaba cerca de Ploermei el ejército realista.
A dar crédito á la ventera, no existía
nada que justificase esta noticia, d e d o n d e
dedujo el jóven comandante que ios s ó i d a -
dpftrfrgttivos que habia. encontrado pe.^o
anrte&huian de su propia sombra, cosa íjue
uocteestpaoo de modo alguno, en atención
á áaiter visto huir m a s de una vez á los m e jores: sold ados en presencia de ebtos i n f u n dados ¿ inexplicables pánicos.
Mientras cenaba l i m é , trató de r e a n u dar la conversación con la discreta ventor a , empezando por bacer los mayores elor
gios de su mérito culinario, y del a¿eo de!
servicio. Despues de este preámbulo, creyó
que ya estaría suficientemente p r e p a r a d a
para pedirle detalles mas esplícilos sobre
el estado del pais y sobre los riesgos que
podia ofrecer el atravesarle. L a ventera le
contestó que á Dios gracias nunca s e la Ital i a ocurrido euveneuar a n a d i e , y q u e s i e i
noble caballero pernoctaba en su parador,
tendría ocasiou de obsei var que las s á b a nas estaban tan limpias como el mantel y el
resto 4el servicio, en lo que no mintió, s e gún pudo Hervé noiar luego por£.<ta$gracia
suy m ¿ U ; b u e n a mujer a ñ ad ió *fves-e n lo qu e
batíiacttelatíiou a l estado d e l p a i s q u e s q e s -
—SOba cu disposición ée decir•• n a d a r e » » ? Ctrl®*
zavpor ta seeclllatraaon de qtie no había em
t a d o e a éi 'bacía diez años, aunque fácÜfi
mente podían haber sucedido en ese tiempo
algunas cosas de que ella no tenia la menor
noticia. Por lo demás, dijo que era m u y
dueño de continuar su viaje si gustaba, é
pesar d e que nunca se atrevería á a c o n s e jarle que lo hiciese.
Hervé se vio obligado á darse p o r satisfecho coa estas razones: por l o q u e se l e vantó de la mesa, y viendo que halda cerrado completamente la noche, dijo á la v e n tera que iba á dar una pequeña vuelta por
el pueblo y que mientras le dispusiesen su
cuarto.
Una hora despues r e e r e s ó , llevando d e b a jo del brazo un abultado paquete: pagó la
cuenta, anunciando de paso que partiría á
la m a d r u g a d a , y se retiró á su cuarto, c u y a s comodidades encareció la ventera, a u n que dejándole, como se puede suponer, el
derecho de formar otra opinion.
; Al dia siguiente, en tanto que el risueño
sol de una mañana de junio >'ppeducé&?®i}ry
-o*—
mil cambiantes sobre el ligero rocío de
tes-* hojas, • último resto de la tempestad
de la noche anterior, un viagero solitario
marchaba al trote corto de su caballo por el
camino abierto al Oeste de Ploermel.*Era un
hMibre en la primavera de su vida; El a n *
cha ala de su sombrero encubría parte d e
sus distinguidas facciones, que formaban un
constraste muy notable con su traje, c o m puesto de una ordinaria tela de lana, una
camisa de lienza grueso y unos toscos botines de cuero.
Ademas llevaba en su mano derecha, á
guisa d e látigo, un palo, del cual pendía
u n a c o r r e a . Eo s u m a , todo su esterior, á
escepcion de algunas particularidades que
solo podian estar al alcance de un observador receloso, esa el de un chalan que volvía
de algún mercado.
A la salida de Ploermel tropezó con a l gunas aldeanas que se dirigían á vender
leche al pueblo, y que despues de haberle
saludado con c a m p e s i n a urbanidad volviej r á m ^ e & b r a a r t ó c i a a t r a s impulsadas por un
? s « i i r i a s ® r a b r o ; mas despues que hubo
atravesado una montaña, célebre en l o s
íasios heroicos de aquel pais, no %olvkó«
encontrar ningún ser viviente, y las poMi
cas habitaciones que descubrió á ambos!
lados del camiuo estaban c e r r a d a s y si*l e u c i n e s , como si las hubiese dejado den
s i e n a s -alguua- peste. Eu tan estrada --«OMC
ledad-, y en medio de una naturaleza quer
mostraha. por todas partes el sello de k
ra a» o del hombre, esperirnentaba sin e m bargo el viajero una impresión triste y
solemne, semejante á la que se siente c u a n d o
se recorre uu cementerio. Este sentimiento
que en él se notaba iba sin duda m e z clado de algún temor, pues d e cuando en
cuaudo el jóven se incorporaba sobre ios
estribos para dirigir una inquieta m i r a d a
por encima d é l a s aulagas que matizaban
ios bordes de las zanjas. Ssn embargo, 4
pesor de que una ó dos veces creyó ver,
deslizarse algunas turmas humanas por e n tre los lejanos matorrales, se convención
por último que todo había sido resultado
d e las creaciones de
espíritu,
$|
Sa sorpresa creció, y sintió hetalaj^st,:
sangt e OR sus v e n a s cuando al p e n e t r a r
en ana pequeña aldea situada á orillas de
un rio./ la halló completamente desierta.
Las casas estaban intactas, pero no se
veia salir humo p e r encima de los t e j a dos, m se descubría ningún semblante h u mano en las ventanas, ni s e percibía el
mas ligero rumor en el interior de las h a b i taciones. El viajero no oia mas ruido que
el producido por las h e r r a d u r a s de sil c a ballo al chocar con el desigual piso de
las calles. P r e g u n t á b a s e á sí mismo dónde
estaba el anciano, el niño, el enfermo, y
consideraba, estremeciéndose, la terrible
energía d e convicciones ó de sentimientos
que pudieron aconsejar y obtener un s a crificio tan general y costoso. S u s ojos
interrogaban con dolorosa curiosidad á los
desolados hogares, á los silenciosos talleres, á la vacía cuna del niño, colocada
al lado de la poltrona de la abuela d e t r a s
de la abandonada rueca.- tiernos símbolos
del bien destruido; significativos emblemas
de la aniquilada felicidad doméstica. C r e í a se el juguete de una horrible pesadilla,
—94 —
6 s e i í a i a g i n a b a a t r a v e s a r p o r u ñ a de «ta*
ciudades sepultadas de repente, y c u y o
árdaria^dfi: cenizas a c a b a r a de ser levantado;, despues d e muchos siglos,
: El caminante se apresuró á abandonar
aquel pueblo huérfano, atravesando el puente en u n o de cuyos lados se veia r <a cruz
de piedra, último signo de esperanza, que
mitiga el dolor producido por las ruinas,
y no se atrevió i¡ echar pie á tierra hasta
que hubo perdido de vista las antiguas
torres de un castillo, cuyo aspecto pintoresco hubiera llamado su atención en mejores tiempos. Soltando las bridas de su
caballo, le dejó pacer en libertad por el
césped húmedo y fresco que tapizaba los
lados del camino hajo un grupo de cortados
robles, y sentándose despues junto á un
manso arroyuelo q u e serpenteaba en el
limite del bosquecillo, sacó el joven chalan
de s u s alforjas algunas pro\i*io«kS y dió
principio a una verdadera comida de e s c o lar, q u e interrumpía de vez en cuando
para prestar atento oído á los confusos
rumores d e la soledad. Media hora de*})».--.
- r e volvió a montar á caballo,; idirigiendo alternativamente sus mirada»-h^eia l o s a d o s
caminos q u e se cruzaban, y permaneciendo
algunos instantes como incierto de la d i r e c ción que habia de tomar, se dirigió a t fin
por el que conducía al S u r .
A n d a d a s dos leguas descubrió el v i a jero bácia su derecha las ruinas de una
aldea incendiada, y notando una manga
de humo que se levantaba de un campo
vecino, se dirigió á él, á pesar de la tenaz
resistencia del caballo, y separando con
su palo las r a m a s de un seto de a r b u s t o s
cargado d e flores, vió sobre un monton
de paja medio q u e m a d a un repugnante hacinamiento de cadáveres de hombres y
caballos, Este espectáculo le a r r a n c ó una
exclamación de horror y d e disgusto, y
s e alejó precipitadamente de un sitio tan
funesto.
Mientras tanto, transcurrían las horas,
y el m i ¡que e s t a b a ya á la mitad d e
s u c a r r e r a , producía un calor abrumador.
Al separarse de los odiosos vestigios qu<
d^tt&ciftban U proximidad del iiombre.
balita marchado el viajero coa mayor
Caución, deteniéndose de vez en cuando,
para escuchar; pero el silencio que le c e r caba alrededor no era turbado sino por el
vago zumbido de las plantas y de los i n sectos que se descubrían en las áridas m o n t a ñ a s vecinas, ó por el triste canto de las,
r a n a s que salían de los pantanos. Acostumbrándose por grados á la fantástica singularidad de un prolongado aislamiento en
el seno de una comarca civilizada, cesó de
pensar en ello,y cay ó poco á poco en una profunda meditación. INo bien ae,sbó de subir
una larga é indinada pendiente, le saco
bruscamente de su distracción un ruido
parecido al crugido de una r a m a al r o m perse, y dirigió su vista á un grupo d e
eievadas h a y a s que domiuaba la altura y
que acababa de atravesar hacia un momento; y como no viese nada de sospechoso
bajo aquellos árboles, ni en la masa verde
y compacta que formaban sus unidas copas,
prosiguió tranquilamente su m a r c h a . Pero
volviendo la cabeza casi involuntariamente
no bien anduvo diez pasos, descubrió un
—97—
espeelóculo que le sorprendí i e s l r a o r d i n n riamente. Consistía este en el r o s t r o d e
na h o m b r e a s o m a n d o por e n t r e el foil ají»
con u n ojo c e r r a d o y el o t r o i m p o n e n t e
pot* u n brillo feroz, y un poco m a s a r riba el canon d e u n fusil a p o y a d o e n t r e
dos r a m a s q u e le a p u u t a b a con a t e r r a d o r a
precision.
— H o l a , m u c h a c h o s ! esclamó el v i a j e r o ;
¿se a c o s t u m b r a fusilar p o r aquí á los v e n dea nos?
— &h! eso es otra cosa, dijo el h o m b r e
del H a y a , levantando un poco su fusil y
volviendo á abrir á medias el ojo q u e tenia
cerrado;, ¿teneis la b o n d a d d e d e c i r m e qué
h o r a es?
P o r sencilla que f u e r a esta p r e g u n t a ,
no dejó d e a l a r m a r alguo tanto al a v e n turero chalan, porque creyó comprender
q u e se le exigía una c o n t r a s e ñ a q u e i g n o r a b a , y e s t a sospecha se convirtió e n
dolorosa c e r t i d u m b r e , c u a n d o viú r í ' i r a r x v
d e nuevo el ojo del i n t e r p e l a n t e , y volver
á t o m a r el fusil su posicion h o r i z o n t a l ,
13EU.AU - T . ll
7
—98—
— V a s é cometer nn atestado d e «¡n*
tendrás que arrepentirle en <sía y en
Ja otra vida, dijo entonces con esa frió
intrepidez q u e la proximidad del peligro
presta é las almas generosas. I Vengo del
Anjou: ¿cómo quieres que tenga vuestro
pas ? Vamos! prosiguió con tono d e autoridad; baja y te enseñaré otro que vale tanto
como el luyo.
No bien acabó de pronunciar estas 'palabras, sacó del bolsillo de su chupa un
pedazo de papel que agité con ademan
imperioso.
El misterioso habitante do la Haya obedeció á essta invitación eon una diligencia refrenada por la cautela. S e p a r ó las
verdes ramas que le cubrían, y mostrando
al viajero el t r a j e de guerra de t i n c a n pesiijo bretón, se deslizó por el árbol, y
cogiendo d e nuevo su fusil, que para
bajar se habia echado á la espalda, se
acercó al viajero»-'7 tom6 á t u p distancia
respetable el papel que aquel le presentaba,
leyendo con atención y no á n Jalgéai«di¿
íicultad las dos iíueas que estaban en él
-—99 —
i m a d a s . La espresion de salvaje d e s c o n fianza que se habia descubierto hasta enton*
ees en su rostro se cambió de r e p e n t e
en alegre sonrisa, y guiñando el ojo con
aire de inteligencia al devolver el papel a ¡
c h a l a n , se quitó su s o m b r e r o , y dijo
hincando una rodilla en t i e r r a :
— ¿ C o n t i n ú a sin novedad m i a m o M r .
Charette?
^ - A pedir de boca, buen mozo. P e r o
dime, ¿uo es verdad que me t o m a b a s por
en espía de los azules?
— C i e r t o que sí.
— ¿ Y qué hacías en ese árbol?
El campesino movió la c a b e z a ; una s o n risa de astucia dilató s u boca de oreja á o r e ja* ^ r e s p o n d i ó en voz b a j a :
* n ¿ Q u é ; qué hacia? Atisbas- su venida.
- r P e r o si están m u y lejos t o d a v í a ; ¡como
q u e J p s dejé ante., de ayer en Vitré!
— L o sabia mi a m o : m a s ahora se a c e r can, báciá; aquí. Los habitantes de esos p u e blos, dijo el campesino estendiendo la m a n o
hácia e l Norte, lo supieron a y e r , v han aban
douadtssus hogares durante la noche, P e r o , "
—100—»•
con perdón sea dicho, ¿dónde va el noble
caballero? ¿A Varmes?
— N o , á l ' l u v i g n e r ; espero encontrar allí
los gefes, á quienes llevo una órden del g e neral,
— ¿ Y qué gefes son?
— ¡ V a y a una pregunta! -.Quién ha de s e r
sinó él! respondió el chalan, dand> un c a r i ñoso golpecito en el hombro del c i m a s .
—¿Fleur-de-Lys?
— ¡ Q u é duda tiene!
— P u e s , ¡vive Dios' que vais derecho. ¡Si
le volvéis la espalda!
— P u e s qué, ¿está en Kergant? prosiguió
el viajero retirando su mano con prontitud.
— ¡ V a y a ! Sí, señor. Allí está él y Mr.
Jorge y lodos los demás señores.
— E n t o n c e s es necesario que m e dirija en
opuesta dirección. Pero me habían dicho
que habíais ocupado á Pluvigner...
— E s cierto; pero se ha preferido otro
partido mejor, prosiguió el campesino m o viendo ia cabeza con aire de supo&icion. Ya
os contarán todo eso allá a b a j o .
—¿Estáis contentos con t l e u r - d e - L y s -
-—101 —
— ¡ V i r g e n S a n t a ! ¡Que sí estamos c o n tentos!... dijo el Breton, quitándose el s o m Umro?en a n t r a n s p o r t e de sencillo entusiasm a í |Si e s un ángel! En fia; ya le veréis, mi
a m o : se parece* mucho al S a o Jorge q u e está colocado en el altar m a y o r de n u e s t r a
p a r r o q u i a . jY qué valiente es! ¡Ya, ya! Lo
mismo coje con las manos las balas que le
dirigen los azules, que si fueran llores de un
seto. Tiene un caballazo negro, qué come
pólvora en lugar de avena. Cuando los azules ven al blanco sobre el negro, como ellos
dicen, gritan como unos desesperados: «Ahí
viene el diablo!» y no paran d e c o r r e r en dos
h o r a s . Sin ir mas lejos, ayer pasaron por
aquí unos cincuenta, y ya muerden la tierra
siete ú ocho á una legua de aquí; en el p r a d o
de María Breeh, a ñ a d i ó el campesino con
siniestra sonrisa. ¿Habéis olido al pasar el
ingenioso asado que con ellos hicimos luego?
Esta pregunta hizo estremecer al viajero;
un relámpago de ira brilló en sus ojos, y s u s
dedos a p r e t a r o n una d e las estremidades de!
palo, listas sospechosas señales no pasaron
desapercibidas para el chuan, que r e t r o c e -
-—102 —
die tifo dos pasos clavó una m i r a d a recetas a
s 1;íií
e l 1 ! Postro del viajero.
' ^ á l c a t o lo que m e dices, prosiguió i m W
diatameote aquel, porque buitrera d e s e a d o
e s t a r aquí para decir unas c h a n t a s cosas á
e s o s pillos. T ú no puedes suponer c u á n
grattde hubiera sido mi placer, si hubiera
podido esgrimir mi sable en favor d e la b u e na c a u s a .
— ¡ A h ! mi amo, ño tendreis que a g u a r ^
d a r mucho ese placer en el punto á que vais
prosiguió riendo el campesino.
— T a l creo, y también confio en que nos
volveremos á ver. Adiós: me marcho, p o r q u e no me será posible hacer andar muy de
prisa á mi fatigado caballo, y sentiría llegar
tarde á Kergant.
—^Demonio! Por mucho que avancéis,
nunca podréis llegar sino de noche, a u n q u e
loméis por a^gun atajo. P a s a d o el prado d e
Alaria B r e c h , encontrareis un camino háeia
la izquierda, que os conducirá directamente
a! punto que os dirigís.
—Gracias, c a m a r a d a . P r o c u r a r é no*otafc
darme de tu fisonomía.
—103—
dijo el chuan a r r a n c a n d o
u o a r a m i t a de h a y a ; colocad esto eo vuestro
i, porque hay por esos caminos m u s m^s fusiles que no se ven.
El chalan atendió tan prudente r e c o mendación, volvió ¡i d a r gracias á su peligroso amigo, y comenzó á bajar la m o n t a n a
en c u y a cima h*hia tenido este peligroso e n cuentro,, que felizmente no fué seguido de
las consecuencias terribles que prometía.
E n un ángulo del prado, que servia de t u m ba á los infelices d r a g o n e s , encontró e f e c t i vamente uo camino estrecho, p r o f u n d a m e n te encajonado entre dos z a n j a s , y tan a p r o pósito para uua e m b o s c a d a , que hubiera d u d a d o m a r c h a r por él si la r a m a de haya n o
le hubiese parecido una salvaguardia s u í i ciente.eonlra una s o r p r e s a d e aquella n a t u r a l e z a . El resto de su viaje no ofreció ningún incidente p a r t i c u l a r ; atravesó dos ó t r e s
pueblecitos a r r u i n a d o s y desiertos; oyó m a s
do una vez eu las breñas que li?njlabaa
el camino por ambos l a d o s ruidos y m u r no d e j a r o n de causarle alguna
-Uétótfe
él¿ s a m b r é r » ; p o n ú l t i m o ^ ictéw>
^ a o f i ^ d e dirigir; jwir dos o tres j Vee¿s;s®lüdos amistosos á algunos iabtadoi-es «¡que
parecían ocupados en labores agrícolas^ con
una asiduidad á la que uo correspondía de
modo alguno el estado-de la tierra que l a braban; pero, a p a r t e de las dificultades
consiguientes á un camino abierto apenas,
ningún obstáculo entorpeció su m a r c h a . Sin
embargo, empezaban ya las tinieblas á s u ceder a! crepúsculo, c u a n d o entró el viajer o en la larga avenida de árboles secutares
que conducía á Ja entrada del castillo de
Kergant.
N o bien llegó á la mitad, echó pié á t i e r ra, y ató su caballo á uno de los palos de
una estacada, cuya entrada daba a u n a p r a d e r a . E n t r a n d o sin v a c i l a r e n ella, l a ' a t r a vesó en una dirección diagonal, y despues
d e haber saltado una zanja, cuyo lado- mas
parecía conocer perfectamente, se
r é n u f l vasto
la
' Mtíohas de las ventanas
»; pero bien pronto continuó s u
marcha* teniendo cuidado de evitar la zona
luminosa, y a c o r t a n d o el paso, d e s c u b r í a l e
en aquella la incertidumbre de un paseo siu
objeto. Cualquiera hubiera dicho que s u s
m i r a d a s atravesaban la oscuridad y d e s c u brían á cada paso objetos, de los que no se
separaba sino con dolor; ya se a c e r c a b a á
un árbol, ya á un banco; ora al pedestal de
una estátua, ora al zócalo d e un jarrón j i gantesco; todo producía en él una v e n e r a ción religiosa; todo So locaba con ansia, y
solo retiraba la mano p a r a llevarla á s u s
ojos. Diriase que cada cosa e r a p a r a él un
recuerdo, y c a d a r e c u e r d o un amigo.
Una inclinada pendiente le condujo á un
-laberinto compuesto d e setos d e hojaranzos
, y situado en una p a r t e del jardín llamada el
bosket* en que la n a t u r a l e z a habia, sido
í&feandonada casi á sí misma. Sin embargo
t i e n t f e c h ó en trecho los claros abiertos entre
idaiúsctiraífflasa d e pinabetes dejaban pene*
—106—
t f a r liasu la alfombra de y e r b i quo c u u r u
el suelo la incierta luz de una noche e s t r e llada. liste apartado sitio e-taba embellecid o por c) murmullo de una cascada, c u y a s
aguas, despues de haber recorrido graarparte del jardín, iban á perderse en tas c r e cidas y e r b a s d e un pantano que limitaba el
bosque. Hacia algunos instantes que d j ó Ten seguía u n o d e los senderos que s e r p e n teaban bajo aquellas bóvedas de follaje, y
que acababa de atravesar un puentecillo
echado sobre el arroyuelo, c u a n d o hirió su
oido el ruido producido por una c o n v e r s a ción, con tal claridad que aquellos que ha»
biaban deberian estar cuando m a s á diez
pasos del paseante. Se paró de repente, y
encorvándose cuanto le fué dable, pudo d e s cubrir sentada en un banco d e c é s p e d , al
que se llegaba por el sendero la elegante ,
figura d e una muger envuelta ea un c a p u chón. A su lado, y apoyado contra a n ? á r r
bol, veíase además un hombre d e corta e s t a t u r a , que se inclinaba algún tatúo ¡-¡hitó*;
f
alelante-para- h a b l a r .
— E s o es una siurazoo, y una ingratitud,
dteia-fct desconocido con acento de c a r i ñ o s a
d n l a i f a : s t ó f f t o Meo sabéis c u s o o c u p a d a ^
desqu¿ l a n e r a está mi vida; tengo grandes*
terriMes deberes que cumplir; si tes desoía*
dase seríais la primera á echármelo en c a r a ,
ó tóete cambiado m u c h o . . . ¿Y c ó m ó q n e *
r á s que no m e distraiga con semejantes c o sas en la cabeza?
- ^ S í , p e r o no hay necesidad d e engañar*
m e , ¿no e s verdad? contestó la jóven con
voz ah igada por la emocion ó por la prudencia. Vos no sabéis ni podéis saber nunca lo
q u e padezco cuando semejante pensamiento
asalta mi imaginación, lo que siento c u a n d o
turba completamente mi e s p í r i t u . . .
— E s a e s a n a debilidad pueril é inmotiva •
d a , prosiguió el desconocido. Ya no o s r e conozco; ¡vos, que antes poseíais un c o r a zon intrépido, un alma tan bien templada,
os dejáis abatir ahora por unos presentimientos!
- » ; A h ! ¡Ya me c o n o c e r í a i s si no me engañáseis, F l e u r - d e - L y s !
— M u y bien. E s a es la razón por qué
os a i f t o c o » tanta t e r n u r a , altiva niña.
Kstas palabras y el tono con-que* tecéat
pronunciadas debieron resiiluir alguitálíoon»
fianza á la joven, pues que abanüoóé «iraé
mano á aquel á quien habia llamado Fleurde-Lys, y comenzó á hablarle con apasionan
4a vivacidad; p e r o en un tono tan b a j ó l e
solo él podia oiría. Mas notando un iigeró
movimiento en unas ramas vecinas se levantó bruscamente, y cogiendo el brazo de su
compañero, murmuró con aterrado acento:
— ¡Mi padre!
Casi en el mismo instante un ruido singular hirió su atento oido: asemejábase al golpe seeo que producen los muelles de un a r ma d e fuego. La jóven no pudo dominar un
nuevo movimiento de terror, y conteniendo
la respiración, levantó sus manos unidas
hasta la altura de su rostro.
Pasados algunos instantes en esta cruel
ansiedad, dijo F l e u r - d e - L y s :
—Venid, querida niña; eso no es nada. La
noche y los bosques están llenos de esos r u i dos inesplicables; y diciendo esto, seguia con
la jóven los recodos del sendero. Apenas
hubieron atravesado el puenteciHo del a r r o -
yaelo» el p e r s o o a j e estraño q u e asistió por
casualidad á esta misteriosa escena, a b a n donó ú abrigo que le proporcionó el tronco
de un árbol, y b a j a n d o el rastrillo d e una
pistola que tenia en 1a m a n o :
—jTSo era mi h e r m a n a ! dijo. \Es ella!
Preciso es a g u a r d a r .
CAPITULO
X.
Aquella misma noche, el comedor del c a s tillo de K e r g a n t , vasta pieza cubierta hasta
el techo de encina tallada, veia reunidos,unos
veinte convidados alrededor d e una mesa
cubierta de una cena opípara y suntuosa.
L a señorita A n d r e a d e Pelven ocupaba con
mas gracia que majestad la derecha del m a r ques de Kergant, mientras que la eanonesa
ocupaba la izquierda, con mas majestad quo
gracia* Bellah d e K e r g a n t , severa y r i s u e ña á la vez como una reina jóven, estaba
sentada en el centro, frente del m a r q u é s .
iüd ai circulo d e los convidados, y d a n d o
sollo voce las órdenes oportunas á los c r i a dos con librea color punzó que tenia á so
espalda.
Tanto los criados como s u s libreas p a r e cerán quizás eslraños, cuando no ridículos,
en medio de los horrores de una guerra c i vil asoladora; pero la canonesa Eleonora e r a
de opinion de que cada cual debe mantenerse
en s u puesto; y por eso habia echado m a s
de una vez en cara á la reina el olvido de la
etiqueta, principal causa según su modo de
ver, de la revolución francesa. La fortaleza
de que hucian gala los senadores romanos
cuan d a esperaban tranquilos á sus enemigos
sentados en sos sillas de martil, era para
d í a »B objeto de entusiasmo, y la librea c o lor punzó le sus c r i a d o s , obstinadamente
conservada á espensas d e su bolsillo partí—
coi»*,' le p r e c i a que debía constituir una
eafupié5;de ; ®otitiwacion honrosa de aquel
beüísiino rasgo de los antiguos. Aun c u a n do conoció M r , de K e r g a n t todo lo q u e p o dia tener d e pueril esta parodia, se p r e s t a n
«v
- - _ «^/ - • t
el m í o del servicio la misma ostentación f
grandeza; y la mesa iluminada con
y cubierta d e plata y de poreelaestaba servida con esa efcesiM„
va abundancia que era entonces, como a h o r a , peculiar á aquella provincia.
Si el marques y su hermana creian haber
conseguido engañar sus recuerdos y endulzar
sus penas con aquel fausto, tomado de m e jores tiempos, su ilusión desaparecía ante ia
materialidad del banquete; los actores no
correspondían á la escena; mas de uno v e s tía la grosera chupa de campesino, y sus
manos, endurecidas con el arado, m a n e j a ban la vajilla de plata, en la que se veian e s euipidas las armas de la casa. Eí marques,
eon razón, no vacilaba en llamar teéro«s á
aquellos rústicos huéspedes, que pocos años
antes no le mereriati ni aun el concepto d e
hombres; pero habia visto despues correr
su sangre, y halládola igual á la suya. Asi
se veía que tenía asiento en su bogar d w n é s -
ÍKÍO «a rnsma revolución que combatía en el
e|r»p»«oo- t o d . s sus fuerzas, y á l a q u e
«fiH;*ímfi;>b!« y dignamente n i sii mesa; p e r i era porque había conseguido hacer p r e valece!1'el mayor de sus beneficios, la «nica
igualdad soci.d que no es una quimera d e
fantásticos visionarios ó un sueño innoble
de la envidia, la qne consiste en dar c a b i da en el mismo banquete de honor á todas
las virtudes, á todos los talentos y á toda
clase de mérito*.
La cutía plebeya de Alix, la hija del
jraarda-bosqne, que se descubría en uno d e
los estreñios de la mesa, anadia un deta-'
He mas, tan gracioso como encantador, á
todos aquellos contrastes. Mr. de K e r g a n t ,
que poseí.i un al.na generosa cuando no le
estraviaha 1» pasión, fuiso recompensar con
esta distindoí! los inolvidables servicios d e
que bahía' hecho alarde con sus campaneros
d e destierro. La quisquillosa canonesa n o
acertaba ó disimular todo lo que de Calía t e nte-par* las p u r a s tradiciones o! ir« as laquellfcftslrtfta confusion de trajes V di eos u m B«&AB.*~T.
IÍ.
*
8
—I l i bres; sentía estraordinarjamente que s e m e jante discordancia d e s t r í p e s e el electo dé
Jas libreas; pero se consolaba cu parte d a n do á este disgusto un colorido.-religión:
comparaba aquella reunion con l a s comida!»
de los primeros cristianos.
.
Una rara casualidad nos proporcionó b a ce alguuos años el placer de couocer á uno
de los pocos cbuanes que viven todavía, y
que lomó parte activa, tanto en las intrigas
como en las guerras de la Bretaña realista,
mas bien, á nuestro entender, por esa inclinación á las aventuras que arrasta á la j u ventud, que por v e r d a d e r a convicción; p e ro se bahía aficionado tan extraordinariamente á aquel género d e vida, que le veíamos
m u y dispuesto á continuarla, si no se le h u biese antojado morirse hace poco- Aquel
buen viejo, que había muerto en otro tiempo muchos hombres, nos admiró m a s de
una vez refiriéndonos el buen apetito coa
que se sentaba á la mesa y la tranquilidad con que seguía su método detvida.^n
medio de Jos incesantes y mortales peligros
d e un a guerra civil encarnizada. Cuando el
- i t s —
decía, nos amenaza sin descanso,
ft*e l a misma suerte qtie una querida fastidiosa*, concluye por sernos indiferente,
Afiadia que, en su concepto, Damocles era
m a s meticuloso que una gallina, cuando no
hauia podido acostumbrarse á una cosa de
t a n poco momento como era tener una e s p u l a «tupendida constantemente sobre s u
cabeza.
Acertaba á comprender que fuese esto
mi si es no es incómodo el primer dia; p e ro q u e colocado él en semejante posicion, no
hubiera perdido por eso un solo bocado
desde el segundo. Aun iba mas lejos; s e n líase capaz de sostener la tesis mas ligera,
cuando no la mas galante, aun estando
amagado de un peligro d u r a d e r o . C i t á b a m o s en apoyo de su opiuion verdaderos r a s gos d e s a n g r e fría, que sentimos ciertamente no poder intercalar en esta historia;
f ero la corte?:mia, algo pagada de sí misma,
del antiguo guerreri lo, n o s p e i m k e pnr lo
menos itar y conocer al lector el género de
ccnversaetoti que podía llenar ios cortos iní ^ r f c f h s de aquel dramp sangriento y ame-
—116 —
rizar las comidas de los chuanes a ocho l e g u a s de Quiheroo, y en el espacio que s u cedió entre dos combates, eu los que no se
daba c u a r t e l .
— S a b e d , mi querido anfitrión, que esta
es ana; verdadera cena de boda, y} no así
Cérno quiera» sino* de hoda reai, deeia r i e n do un Jóven que ocupaba el puesto de honor
d e al lado de la señorita de Kergant, y c u y a s palabras eran escuchadas con e s l r a o r dinario respeto. Sospecho que debéis h a ber concedido uu refugio en vuestro casti lio á todos los cocineros ilustres que la r e volución ha d e s p e d i d o , y esta cena me
p a r e c e el resultado del reconocimiento c o lectivo de esos señores. D e cualquier m o do, este banquete vale tanto, en mi c o n cepto, como «n largo poema, aunque, en
materia de poemas, los ma¿ cortos siempre
me han parecido ios mejores... ¡Dios mió,
qué es lo que he dicho; Id señorita de K e r gant ha arrugado el ceño! Si tendré la desgracia de profesar aiquna heregia acerca
d e este pauto?
— P e r iu menor,
¡>cuor duque,
habéis
emitido u n a opinion puteramente contraria
á fa de !a señorita de Kergant, dijo un c l é rigo -jóv>en, de mirada astuta y rostro d e l i cado, que estaba sentado al lado d é l a c a nonesa.
— M i bija, señor duque, añadió el m a r qués de Kergant, tiene el capricho de a m a r
la poesía con pasión.
—Mny bien; pero yo no he hablado mal
de la poesia, sino solo de los poemas, c o n testó aquel á quien todos llamaban d u q u e .
-—¿Y qué entendeis vos por poema? p r e guntíó : Bellah sonriendo.
- ¿ P o r poema entiendo, s e ñ o r i t a . . . . La
Enriade,
por ejemplo, que no he leído ja-
mas; pero que no por eso es menos s o p o rífera.
— A d e m a * de eso, el autor e r a un pillo,
observó la canonesa. Yo tampoco he leído
su ffenria/ie,
pero me han dicho que t r a t a
indignamente en ella á Juana de A r e .
-<-Vos me lo hacéis s a b e r , señora, p r o siguió el jóven d u q u e , y ahora tengo esta
nueva queja contra esa epoyeya. Ett c u a n I t f p ' o e b i a r m e c a b e la honra d e dividir
con la señorita d e Kergant la apasionada
afición que hácia ella manifiesta; pero aun •
que tal es mr modo de p e a l a r , estoy muy
lejos de honrar con aque! título á m u c h a s
de esas producciones, á
que sus autor e s no han vacilado en bautizar de esa
m a n e r a . No creo que se pueda llamar á uuo
poeta porque evite llamar á c o d a c o s a p o r
s u nombre y porque m i d a b i s s i l a b a s con
mayor ó menor habilidad, con arreglo á un
ritmo convenido. La n a t u r a l i d a d , la sencillez y la espontaneidad, q u e s o u los c a r a c teres de la poesía, según yo lo comprendo,
solo son patrimonio de l a s primeras edades
de los pueblos y de l o s años floridos del
hombre. Las ideas, los sentimientos y los
sueños de un adolescente son verdadera
poesía; el jóven que ama es todavía poeta;
p e r o si se quiere evitar la afectación y el
ridículo, preciso es renunciar, p a s a d a 4a
mitad de la vida, á esas formas llenas de
entusiasmo y de sensibilidad, porque nunca
cooseguirtau s e r tiernas y sinceras. S i
reis encontrar tesoros de verdadera poewW¡
señorita, acudid á vuestras a n t i g u a s b a l á $ á t
—149—
tee«t8ií;.¡AH-Veo q u e , s o n r e í » con org$»
I k h w . ' E s o , prueba ijue be conseguido mi
p o r á o o f . v ¿no. es cierto? Quizás, señores,
o f e n d e r é c o n m i s palabras á a l p n bardo
desconocido, y, á decir "verdad, lo sentiría;
p e r o e s t o n o seria bastante á hacerme, d e s e c h a r la o p i n i o n de que solo es poética la
c i v i l i z a c i ó n q u e e m p i e z a , porque, á s e m e j a n z a d e l n i ñ o , H o r a , rie y canta antes de
h a b l a r . . . U n p u e b l o antiguo no es poeta
s i n o c o n a r t i f i c i o . . . . Se podria comparar
m u y b i e n á u n v i e j o pulsando una lira....
U n * arte p o é t i c o signilica en las naciones
q u e l i a c o u e l u i d o l a e r a de la poesia... Así
q u e , d e s p u é s de Buileau, y aun podria dec i r a n t e s q u e é i , no - conozco en Francia
niflgauo q u e m e r e z c a el nombre d e p o e t a . . .
¿sonreis, caballero?
Aquel á quien dirigía el-jóven duque, la
palabra, era un hombre como de unos c i n cuenta aáos, de aventajada estatura, do
rostro aeco-y: amarillo, y de cabeza empolvada con estudio. Estaba sentado al lado de
A « f e $ , < á 4 a q¡ue debía contar con el aire
Bias s é f i o del inundo las cosas mas g r a d o -
sas, si se Habia de juzgar por las c a r c a j a d a s
repetidas de aquella.
—Vuestra teoria, señor duque, dijo oon
gravedad, m e hiere, lo confieso, e n inisiinss
caras afecciones. Según ella, debe negarse
el titulo de poeta, á un amigo- mió, é quien,
según creo, cortaba la pluma el mismo
Apolo. El supo ademas intercalar, en la
j o e s i a uu elemento que no figura en ella g e neralmente, lo que en mi juicio es una v e r dadera gracia; quiero decir, la utilidad.
— ¿ Y cuál e r a el nombre de ese génio
sublime? preguntó el duque.
— S u nombre, señor duque, debe estar
escrito en el Parnaso, como lo está en mi
corazon; pero confieso con pesar que sus
contemporáneos no han tenido nunca c u r i o sidad de.rasgar el anónimo con q u e procuraba cubrir su musa.
— E n ese caso veamos sus versos.
El cahaillero estuvo meditando un rato,
pagándose la mauo por la frente, despues
dijo:
«
—Felizmente recuerdo algunos. Aquel
gr^udf. hombre, señores, no solo era^atftigo
—121—
rato, sino que lo era también d é l a h u m a n i d a d . Gustaba de darle saludables consejos,
encantándola y hasta enloqueciéndola. l i é
aquí unos.
-Ai que la fiebre lenta ó la tisis a b u r r a ,
lome lechede cabras, de camella ó de burra.
Los convidados no oyeron este admirable
rasgo de ingenio sin d'ar las mas sonoras
c a r c a j a d a s ; Andrea, sobre todo, aplaudía
entusiasmada con la vivaz alegría de un niño.
—Caballero, os suplico que reciteis algún
otro, esclamó.
— G d f r m u c h o gusto, señorita, prosiguió
el imperturbable caballero; mi amigo fué el
q u e compuso al palo, considerado como
alimento;; la siguiente sublime c u a r t e t a :
Ün animal estúpido es el pato
que vive entre humedades de contino,
>sin saciar nunca el gusto y el olfato:
vivo, agua quiere, muerto quiere vino.
- S o l o á él era dado, señores, descubrir u!
- 1 2 2 rnuiiilo cierto número de verdades sinceras,
del gusto de ia presente:
Lavarse bien las manos es virtud
que contribuye mucho á la salud.
Cuando hubo disminuido algún tanto el
efecto de la expansiva admiración que no
podian dejar de producir semejantes obras
maestras, dijo el marqués de Kergant:
—Disparates son esos de grueso calibre,
señores; pero si he de decir la v e r d a d , confieso que los prefiero todavía a esos m a d r i gales, improvisaciones y simplezas p a s t o r i les de que nos vemos inundados iKfce m u cho tiempo por una nube de ingenios de
quince ó veinte años, que creen haber conquistado una reputación europea.
— P e r f e c t a m e n t e , querido hermano, con^
testó la canonesa; convengo en que los p o e tastros á que te refieres merecen una d o c e na de azotes, mas que meno«. Pero no
siempre has profesado hácia sus p r o d u c ciones el desden que ahora manifiestas.
Siento no acordarme de uuos versos que
—123—
ea^afioode gracia d e - : 1 7 7 5 - c o m p u s o cierto
marqués, cuyo nombre no d i r é . . . ¡Ah* estos
son! añadió la canonesa, dando á su rostro
cierta espresion picaresca: A una dama que
tenia un perro sobre sus rodillas,
— ¡Pero, por Dios! mira q u e . . . dijo con
viveza el m a r q u é s .
— N o be nombrado h nadie, prosiguió la
canonesa:
Hoy, desdeñosa beldad,
¡oh, que estraña disonancia!
vesnoí la fidelidad
en haldas d é l a inconstancia.
—¡Ali," señor! dijo B e l l a h , dirigiendo
á su p a i r e una mirada encantadora, impregnada de tierna reconvención y de p u d o r tihai.
— ; Y por qué os ruborizáis, marqués?
K s n es lindísimo, dijo el distinguido y a r i s tocrático jóven, que parecía ser el rey d e
la fiesta.
—-Oid estos otros, señor duque:
-lái—
A una jóven.
Antique acuséis al amor,
este se burla en secreto,
porque aumentais su prestigio
dándote insultos por premio.
Cuanto mas queráis negarle,
mas en el amor creemos,
pues diciendo que no existe
vos lo engendráis en mil pechos.
—También son bastante bellos, dijo eí
duque.
— E s t o y á m a t a r con los poetas, dijo el
marqués de Kergant.
— ¡ P o r Dios, querido anfitrión! Cuando
se ha compuesto una cuarteta á una dama
que tenia un perro s o b r e sus rodilla?, no
está bien q u e . . .
- Perdonad que os interrumpa, duque,
contestó riendo el anciano marqués: es p r e ciso saber antes la historia d e esa c u a r t e ta; cierto es que yo fui quien la hic,e.
— ¡ A h , ja, ja! ¡Al fin confesad!
•
— Pero fué el resultado de un desafio;
empeñé mi palabra, y era, peeesario h a c e r l a . . . . ó mot i r . '
— ¡ P a r d i e z , q u e e o aquel tiempo deberíais
tener poco amor á la vida!
Preparábase el marqués á responder en el
mismo tono ligero y casi.impriidente, c u a n do vió levantarse de repente á su bija, p á lida y absorta, con la vista fija en el á n g u lo del salon, donde estaba situada la puerta
de e n t r a d a . P a r t e de los convidados habían
dirigido también sus miradas en la misma
dirección con aire de sorpresa y casi de
inquietud. El marques volvió la cabeza, y
se,levantó precipitadamente, no bien d e s cubrió en la puerta á H e r v é , vestido de c o mandante republicano* con la cabeza d e s cubierta y sin. e s p a d a . A n d r e a soltó un
grito.
.
— S e ñ o r marqués, dijo id p u n t o Pelven,
cuya agraciada y grave fisonomía aparecía
algún tanto alterada con la fatiga y la e m o ción, vengo á pediros hospitalidad. Por motivos que,quizás no os sea difícil adivinar,
ya no hay para mi seguridad cu las Illas
republicanas. Advertido á tiempo -de la
muerte q u e me esperaba, lie creído que h a bría m a s - l o c u r a que valor en arrostrarla
y puesto que uosoy mas q u n un proscripto,
vengo a confundirme con mis compañeros
de infortunio, s i he contado demasiado ligeramente con vuestra antigua amistad* me
iré á a r r o s t r a r en otra parle una vida d e s graciada, primero que volver á esgrimir mi
espada en defensa de esa causa ingrata y
desagradecida por la que no vacilé en s a crificarlo todo.
Los convidados escucharon en medio de
un silencio triste y solemne las palabras del
jóven oficial; todas las miradas estaban fijas
en el marqués, cuyo rostro habia perdido
la pasagera espresion de festiva b o n J a d , para volver á tomar el carácter de noble severidad que le era habitual:
— C a b a l l e r o . . . . dijo dando un paso hácia
su inesperado huésped.
•Pero en vez de seguir la f r a s e altanera
que aquel principio anunciaba, cogió de r e pente al jóven por la mano y atrayéndole
le hácia-si:
-127u —«Hervé, esclamó con voz .enternecida,
¡jíijo mió! ¿ Q u é podría negarle j o ?
ateetuosa acogida, que Hervé no
pudo imaginarse nunca, le turbó e s l r a o r d i n a n a m e n t e . Al recibir el cariñoso abrazo
del anciano, sintió circular por sus venas un
írio glacial. El recuerdo del papel doble que
íepre^cíitaha por la primera vez en su vida,
le pesaba c*mo un remordimiento, y mientras balbuceaba algunas palabras de r e c o nocimiento y gratitud, un matiz sonrosado
linó sus tosíaílas mcgillas; pero habiendo
tropezado su vista con 1a ardiente mirada del personage que tenia a su d e r e c h a , U señorita de Kergant, recobró instantáneamente; su firmeza de resolución.
Kl marqués que se habia vuelto entretanto bácia sus convidados, les d»jo:
— S e ñ o r e s , me cabe la honra de p r e s e n taros al hijo del conde d e Pelven, que fué
arra>trado á las ideas revolucionarias por
i s e entusiasmo propio de la juventud, que
también consiguió estraviar a nuestros n o m bres mas ilustres en la engañosa auri.ra ¡.de
esta era de luto. Yo no dado que hará m u -
eiio t i e m p e ^ f . r i ^ i e f i ^ ^ i r a ^ s í u s í k á b ü e & í
acawm de romp< r uuascadenas que solo ^ u ^
do forjar un pundonor t x a g e r a d o . O» suplico^
pues, pues,, que le adiuitais en vuestro seno.
c<iu la distinción que isetie- derecho á exigir
un joven que une al gran cariño que 1« pro-i
feso un valor á loda prueba.
Los convidados respondieron con e n l u - ,
siastas aclamaciones, acompañadas del
que de los vasos: uno ¡solo de entre ellos,
aquel que, á: pesar.de su juventud, parecía
ser el primero, se contentó con iucliaar la
cabeza con política gravedad.
Hervé accediendo á Id imitación que el
marqués le habia lucho, se colocó ai lado
de Andrea, q u e festejaba su venida con m:!
escesos de alegría, hasta el. punto de verter
lágrimas de gozo. La señorita de Kergant,.
mas reservada, ó quizás mas pensadora, no
concedió al compañero de su infancia otro
favor que una sonrisa fúnebre y glacial, dirigiéndole algunas vaga* miradas, en quo se
manifestaban la inquietud > la d u d a .
Poco á poco iba suctdieudo un
echara-
—129—
silencio á tft tumultuosa agitación producida por la llegada del jéven refttifc irano,
El jóven duque, que estaba sentado a! lado
de la señorita d e Kergant, f u é á étiie© que
conservó su aire de orgnllosa superioridad,
} con una solicitud d e muy buena -oeiedad,
trató de r e a n i m a r - l a conversación, helada
en los labios de los concurrentes por la p r e sencia de un individuo vestido cotí un u n i forme tan aboriecido de todos. El timbre
de sn voz, de una melodiosa sonoridad, h i rió notablemente á Hervé, despertando en
su mente un apagado recuerdo. N o ' c a b í a
d u d a alguna al jóven comandante de que se
hallaba en presencia del gefe misterioso < n
coya basca habia ido al castillo, de aquel
hombre á un tiempo enemigo político y ri val sayo, de aquel héroe realista que en tan
corto número d e dias habia sabido elevar á
tonta altura la fama de sus hechos de a r ma*. Estudiábale, pues, eou la mayor c u riosidad.
E r a un hombre d e baja e s t a ' j r a , aunque
de gracioso y varonil talante; r e p r e s e n t a b a
BEU.AH
T.
II.
<Í
de veinticinco á treinta afáos; cabello* 4 e wtj
color negro pronunciado a d o r n a b a n su fíen**
té espaciosa: su boca estaba dibujada* q n i z l
con demasiada perfección p a r a su sexo; p e ro U altivez de su f r e n t e , la severidad del
perfil de su nariz aguileña, y solire l o d o la
casi irresistible impresión d e s u m i r a d a , T C *
¿(filaban notablemente sobre los pocos r a s gos d e femenil belleza e s p a r c i d o s por su
semblante.
Pelven creyó distinguir en la fisonomía
del desconocido algunos d e los c a r a c t e r e s
distintivos de una familia ilustro; pero d e
resultas d e la educación aristocrática que
habia recibido, tenia senas m u y e x a c t a s d e
los individuos de la c a s a d e B o r b o n p a r t * q u e
déjase de reconocer a! punto que n o convenían al jóven gefe r^ue tenia á su vista n i n guno de los nombres que se le atribuían públicamente. Quien quiera que f u e s e , sin e m bargo, tenia u n a s afecciones y una a p o s t u r a
v e r d a d e r a m e n t e régias. S u conversación,
que era e s c u c h a d a con notable atención poi4
los convidado», estaba llena d é gtarfá 5 , • W á ^
l,ili.!.'d y fuerza d e p e r # a s i o f f ¿ H * M
—131—
siqo %ue Je estaba reservado todo el poder
d ¿ l a ¿seducción para alcanzar do qun a la
victoria* 'o mi>uio sobre los s> Idudps q u e
sobre las mugieres. T a n t a s cualidades favorables amontonadas sobre un solo bombre,
hacian desconfiar de él y qus su amistad
pareciese peligrosa.
, Ilervé, pues, se estremeció cuando s e
a>ó*llamar por aquel que era el objeto d e
toda su atención, y á quien designaremos
e a adelante con el nombre de F l e u r - d e - L y s .
— S e ñ o r de Pelven, dijo este personaje:
¿me,4ais permiso para que beba á la salud
del feliz-acontecimiento que nos lia proporcionado la dicha de teneros en nuestra c o m pañi a?
—Caballero, contestó H e r v é , esforzándose
por mostrar una sonrisa e n sus labios; ó
m u c h o me engaño, ó e s ¿ vos quien debe
t r i b u i r é gracias, si es que el caso las m e rece,,
— S e ñ o r c o n d e , replicó afectuosamente
F Í £ u r - d e - L ) s ; 6 yo me hallo también en un
ert'ftf,
mi, cierto t e n # vuestros serví-
-132cios s r o j w é w é o t i e i a v u e s t r a . m a*.
^ - Q s « p á e s o * dijo H e r v é e m m t o n f r l e ^
tivo, que uo os perdonaré lan íaeilmfote
cierta mal a p a s a d a q u e me habéis jugado.
Dios gracias, no pesa sobre mi e w +
ciencia. Hé aqui el culpable, querido c o n d e ,
añadió el jóven, mostrando á Hervé u n c a m pésino de c o n s t i t u c i ó n hercúlea. Yo espero
q u e perdonareis á Jo¡»ge la primera vet que
tenga ocasion de entrar en fuego.
— P e r d o n a d m e , señor coude, dijo Jorge
sin poder refrenar la risa; p e r o se t r a t a b a
de salvarnos todos, y a d e m a s , una puñada
á nadie deshonra.
— Y o no digo que m e haya d e s h o n r a do, r e p u s o Hervé; pero sí q u e m e ha l a s timado. ¿Supongo, señor Jorge, que vos
seríais u n a d e aquellas señoras que se e n tretenían e n jabonar ropa aquella noche de
feliz memoria en el valle de las fantasmas?
¿Podría yo sin temor de parcceros i n d i s c r e to preguntaros el objeto d e aquella inocente
broma.
— N o me habléis de eso, dijo H e u r - d e L y s : estos bretones tienen uu arrojo que r a -
ya en lot-ura, y creyeron ^ s w f o í a r ® e eon
que os aseguré 4levé
may,«rmü.
— ¿V no podría saber, setVr Jorge, ea
virtud de qué arre mágico pudisteis sufrir
impunemente el fuego que os hicimos?
— O s lo diré, cahal'ero, respondió Jorge:
mi gente tiene una admirable sangre fría*
los tengo acostumbrados á precipitarse
sobre la artillería enemiga y tenderse en el
suelo de c u a n d o en cuándo, pura que p a s e
p o r e n c i m a de ellos la metralla...» ya h a béis visto con qué precision ejecutan está
maniobra.
La señorita de Kergant se levantó d e la
mesa no bien hubo acabado de hablar el
buen J o r g e ; cogió la mano que le ofrecía
Kleur-de L j s , y todos los convidados p a s a ron á un salon vecino adornado con r e t r a tos de familia.
Al contemplar H e r v é los graves semblant e s d e aquellos antepasados testigos venerables de los felices años de su infancia, no p u do menos ctejéntrar en comparaciones acerca
dola Mefifiurade aquellos tiempos y los pesares
—134—
y sobresaltos que le asaltaban ert ta a c t u a lidad. E n tanto que los demás individuos lite
lá sociedad, dispersados en varioS jrrüpo*
por el salon, Se entregaban á e«as conversaciones espaiwvas, á las que predispon?
siempre una opulenta comida, se retiró é l a l
alféizar de una ventana. N o biéri se h i p a
coleteado alli, cuando se le acercó Beflah
con aire de distracción y alegría, dirigiendo á sil vez algunas palabras á las person a s qué encontraba al paso. De repente,
cambiando de tono y de espresion llégó al
lado de Hervé, y le dijo con celeridad y en
voz baja:
—HerféV ¿qué habéis venido á hacer
aqui?
—Dios es testigo, respondió el jóven,
d e que hubiera preferido el géuero de m u e r t e m a s ignominioso ó poner los pies en
este recinto, si hubiera podido sospechar
lo que en él debia ver y oir.
— H a b l á i s demasiado enigmáticamente,
señor de Pelven, dijo Bellah con aquella
sosegada altivez qtre constituía uno de sus
m a y o r e s encantos.
- 1 3 5 -
—Bellah, es clamó Hervé; hace una hora
m hallaba yo e a el bosque de abetos.
—¿Ei» el bosque de abetos? repitió t a
señorita de K e r g a n t , r -spondíeiido con Una
mirada de virginal pureza a la ojeada a c u sadora que H e r v é la habia dirigido at p r o nunciar sus últimas palabras.
,
L a voz de su p a d r e que la llamaba, puso
térmíim á la conversación.
La jóven dirigió una mirada al cielo,
alzó ligeramente los. hombros, y s e alejé
con semblante pensativo.
1
Cuando algunas personas se admiran de
la facilidad con que hasta los hombres de
m a s talento se dejan e n g a ñ a r por las m u jeres á quienes aman, no tienen en c u e n t a
la propensión natural que existe en n u e s t r o
c o r a w r o á abrigar esperanzas. L a p e r s p e c tiva que s e ofrece á los ojos d e un d e s graciado se halla llena de ilusiones; él mismo es el primer cómplice de los engaños
en que se ve envuelto, sucediendo muy á
menudo que los hombres somos los p r i meros que presentamos á las mujeres el
velo con que nos ciegan.
— m —
nS#lamwíttei«08 pal a br í^ I m ii garo¡ sge sí^;
de sorpresa* v Jahia^íbastad® bpat«
ús%
e®*set<íaiin® d e i f f i r « é tototestimoniss que unos momentos «a**
t e s consideraba como irrecusables. Trina
k s i memoria la inocencia y altivez d e
s o hermana adoptiva; creia w v todavía
ia pura luz de sus o j o s echaha en olvido
el refinamiento de hipocresía que suele c e ñir á veces una frente perversa con la falaz
aureola de la virtud, y se reconvenía por
haber ultrajado con vagas sospechas á una
criatura merecedora d e tanto respeto. Y
sin embargo, la esc-'na del bosque de a b e tos era un hecho consimi «do.
Y a volvía á sumir á lit i sé o t e i c e u e i d o
en nuevos t o r m e n t o s ) ansicdade*, cuando
una mujer agitó al. pa«ar la cortina, d e ltas. de la que se hallaba medio oculto;
aizó la cabeza que tenia iu-linada bácia
el suelo, y reconoció el semblante pálido
1
y enérgico de A ü x .
Por muy inverosímil que pudiese, ser; la
idea que hizo surgir en su mente la a p a rición repentina de dicha mujer, no dejó
^ r e s t r d e a e o g e r l a c o m o u n í r e f u m o para
swtmn
sttsidttítas f e s p e W z a i í
Entonces, p a r a n d o su atención e n un g r u po en que reinaba una gran animaeioü'y en
qt»eáé lurikbaa Bellah y F l e u r ^ d e H L y i f f u d o
convencerse d e que el jóven héroe realista, si
n o tenia .todavía- lo& títulos p a r a s u a b o r recimiento que él habia supuestos hacia
p e r l o - m e n o s todo cuanto estaba de su
parte por obtenerlos. Observábase que la
presencia d e Bellah le hacia aparecer m a s
erguido y que se esforzaba por a g r a d a r l a ,
haciendo con este fin alarde en presencia
de- ella de lodos sus recursos físicos y
morales. Bellah aparecía hallarse bajo el
influjo d e las palabras de F i e u r - d e - L y s ,
y Hervé hasta llegó á creer que advertía
en los ojos de la jóven una especie de
admiración apasionada, que despertó en
su^alma s u s mal amortiguados celos. A c o r dóse con e s t e motivo del verdadero objeto
de su viaje á K e r g a n t , y ?e echó á sí
mismo en cara el no haber abandonado el
papel prestado que estaba desempeñando,
y el estar conservando la máscara con q u e
se encubría durante m a s tiempo d e l o . q u r .
era necesario. Aproveehati-lo un momento,
en que se hallaba callado su temible rival,
acercóse á él, y le dijo:
—¿Temlreis á bien, caballero, escucharme
palabra, antes de que me Sigue
para siempre á la causa de que vos sois
tan digno representante? Ciertamente» yo
no me hallo en situación de p >der señalar
precio 4 mis servicios; pero tanto p a r a s a tisfacción vuestra como mia, y d»ré mas,
para mi honor, conviene que se defina claramente el carácter que estoy llamado á.-representar aquí. Creo no equivócame,- caballero, suponiendo que vos os hailais r e vestido d e las facultades suficientes para
diciar un falio absoluto respecto á mi p e r sona.
;
Mientras pronunciaba Hervé las anteriores
palabras, la investigadora mirada ,d»d jó^en
realista no cesó de estudiar aienlainepjte
su rostro, contestando en seguida con pint
guiar sonrisa.*
—Estoy completamente á vuestras
denes, caballero Pelven: en lo qqe
hattfis pedido no h-iheft hecho
cesa
qtfé' prevenir mis deseo*... La n o d w e s t á
h e r m o s a . . . ¿quereis que v . j a r n o s á d a r tin
paseo por el j a r d í n ? . . . AHÍ podremos h a blar sin que na<ii¿ IM>S escuche.
Hervé hizo una inclinación respetuosa
en señal de asentimiento.
Pero «hora que uw a c u e r d o . . . repuso
F l e u r - d e - L y s , querido m a r q u e s , no parece
sino que t r a í a m o s al caballero Pelven como
á üít prisionero. Observo que no tiene c e ñid» la espada, y para un militar valiente,
c o ñ w lo e s él, es ese un terrible c a s tigo inmerecido como el que mas; yo os
rífelo, m a r q u e s , que traléis de e n m e n d a r í a falla en que hemos incuriido involuntariamente.
—'Tenéis sobrada razón, señor d u q u e ,
dijo el m a r q n - s ' vos ni» hacéis acordar
de que e* llevado el momento de restituir
á Hervé parte de la herencia que hasta
ahora se le habia m-jcario.
Diciendo y haciendo, el marqués se lie—
gó A una-coa«ote. y sacó de ella una l u jos* espada, que puso en manos de Hervé.
140-—
os pertenece; es la V p a d a d e v u e s t r o
drev y aun no o s la hs»bia entregado,: porque no queria qi.e la blandiesen manos qua
no fuesen, como las d e vuestro ilustre asi»
©endiente, enteramente fieles á nuestras s a gradas instituciones. La pongo en vuesito
poder, en la confianza de que nunca ia esgrimiréis en contra de nuestra sagrada cruz
ni de nuestras sagradas tlores d e lis* <••••••
Al oir estas palabras, volvió é. asomar
la sonrisa en los labios del jóven dttque,
— Y o respondo, en nombre del caballero d e Pelven, dijo, que l a c o n f i a n z a J j u e
en él habéis depositado es muy merecida..
y que difícilmente pndia; llegar; mas á tiem*
po, añadió en voz baja volviéodose d e e s paldas y ^ m i n á n d o s e :hácia¡ila paertas;
Pelven se ciñó ia espñd&rdando gracias
al marques de Kergant con^cée&Biftoaie
estudiada reserva que habia emplead&desde su llegada en todos sus actos. y que
este atribula a la natural* turiíaeíoi-fHo ducida en aquel por haberse: vista; ofeti*gado á ir allí casi á la fuerzflV^EiiMiegw-
dansaltó- del' salon, siguiendo los pasos de
ntravesaron en seguida
m vestíbulo decorado con a m i g ú a s « r m a d u r a s , pasaron u n o de los puentes « c h a d a s -sobre los fosos, y s e hallaron á los
pocos momentos después en el jardia del
castillo. Por un simultáneo y secreto i m pulso continuaron andando rápidamente, cómo s r no hsíliosen un lugar bastante s o litario para tener la esp ieaeion que p r e p a r a b a n , y c u y a s consecuencias sabíao a r a bos m u y bien cuáles hahian de s e r .
Llegaban ya muy cerca del bosque de
abetos', cuando sonó á sus espaldas un
r u m o r de pasos precipitados. P a r á r o n s e
y se hallaron con la señorita d e K e r g a n t ,
que con fatigosa respiración dijo:
— S e ñ o r d e Hervé, tengo que hablaros
necesaria me nte.
H®?véno f u e dueño de contener u n a d e mostración de violento despecho^ y replicó:
— S e ñ o r i t a , os ruego que me d i s i m u l e ^ pero habéis sido testigo del obserpiio
que he pedido al s e ñ o r . . . al señor d u -
y-> teqdria depechm para: aettsartpe.i
COrtós f ililíieSC..i íf
oT»q
— E i señor duque, interrumpió Bellah
coa i%rm ,viveza, < es en e & w w - i t f a o i t t
y me cederá la vez para hablaros, ¿si, j f t
se> lo a p l i c o .
-i S e g u r a m e n t e , dijo F U w - d e - L j s eon
un tono de reprimido despecho q y e n o 4 o
e r a familiar, ta señorita Kergant sabe que
siempre puede disponer de mi coma g u s t e ; , pero el caballero Pelven me inferirá
un agracio si llegase á pensar que solamente á él le molesta esta tardanza.
El jóven d u q u e hizo una reverencia, y
se p e r d i ó de vista, internándose t u l a e s pesura del busque.
,
:,
La señorita de K c r p j U anduvo a c e l e radamente algunos pasos en torno s u y o ,
para cerciorarse de que nadie sino l i t r v á
p o d r k ; eisia, , y dyo á este cogiéndole con
s u a p t f a d ; p o s un brazo:
^-mllervé», eso no p u e d e llevarse á cabo,
i»; s e r v a r a .
— ¿ Q u é decis? repuso
o&cnga-
liaise *
duda; ae«-iva de n.i* dpsígni*?
engiiuo, tii el tampoco;
p*ro ese lance no puede v e r i f i c a r a ; s i i n «Ittbi» yo Iré
enterar de todo á mi p a I k i vé, no m e afhjais mas, os lo s u plico encarecidamente.
¡
¡ ;
— O s faligai* en vano. Si vos quisieseis, como decís, evitar este iauee, HO necesitaríais mas para ello qae pronunciar
una sola palabra: si os negáis a pi-onunvciarlii, no os quedará ya mas q u e hacer
que llevarme a morir por vuestras p r o pias m*nos; nadie mejor que vos conoce
el carácter de \ u e s t r o pa<lr<>. Bellah, ¿quién
era la mujer que se t> tillaba hace una hora
en e s t a s inmediaciones, cogida del brazo
de ese jóven?
la señorita de Kengant sintió Asquear
sus tapizas, y fue á apoyarse en el p e destal de una estatua, permaneciendo iíWi
algunos instantes con la cabeza inclinada,
sin respouder ni una p a l a b r a . ' S u r e s p i ración era dilicil y dolorosa; per último,
e s c l a m ó c o n voz ahogada y sm'tAmt* li-
n§ftP%R4 stíétO:-'-'
.
— E s » m u j e r . . . era yo.
— ¡ V o s , vos! ¡Justos cielos! griió Herve
retrocediendo dos pasos, virtima de «a
terrible espanto. Conque es decir, anadié
después d e u»a breve p a u s a . . . p a r p e « f ?
eesitu oir también esa contestación de «Metros labios... ¡Conque es decir que e s v u e s tro amante!
Bellab, colocada en una poslcioo angustiosísima, ocultó su cabeza entre sus m a nos, y con voz casi imperceptible, dijo.
- Mi a m a n t e . . . sí.
— ;Pues bien! ¡Adiós! dijo H e r v é .
— ¡ A dónde vais! esclamó f u e r a de si
la señorita de Kergant cogiendo á H e r v é
de una mano; ¿qué vais á hacer? ¿Cuáles son vuestros designios?... ¿Qué le diré
y o i u f g o á mi padre cuando me pregunte?..
— P o d é i s decirle que he venido aquí en
clase de espia, descargando sobre mi los
mas horribles dicterios; qué me importa
á mi nada de este mundo? ¡Adiós, adiós
para siempre!
Al acabar Hervé de decir estas palabras,
rechazó cou dulzura la mauo de Bellah,
—145—
y se alejó á loda prisa, én lanío que la
infortunada ni ña caia desolada de rodillas
delante del pedestal, descompuesto el ca«
helio y sollozando amargamente, viv.i i m a gen de una pecadora arrepentida al pie de
un ara antiuua.
BELLAH.—T.
II.
10
CAPITULO
XI.
Pelven, despues de haber atravesado e
foso que separaba el jardín de la vecina
pradera, se internó en la sombría avenida donde se hallaba a t a d o su caballo. E l
pobre animal, de quien nadie se habia acordado por reclamar la atención de todos
acontecimientos de mayor importancia, s o l tó un ligero relinchó al descubrir á su amo,
y alargó su fatigada cabeza para implor a r de él una caricia.
N o habrá quizás un solo hombre en c u ya v i d a no pueda contarse uua d e e s a s
—147—
horas m a r c a d a s por la traición y ia i n gratitud» en que el menor testimonio d e
afecto, aunque proceda del ser mas h u milde, no le conmueva hondamente, y no
le descubra mas clara y distinta la idea
del abandono de que se halla siendo v i c tima. Cuando nuestro corazon se e n c u e n tra rebosando sufrimientos, la menor cosa basta para desbordarla. H e r v é , m u r murando algunas palabras confusas, a c a rició con la mano á su antiguo compañero
de glorias y fatigas, y despues se sentó
en el suelo, anegados sus ojos en l a grimas.
Despues de algunos minutos c o n s a g r a dos a amargas meditaciones, levantóse, é
irguió !a cabeza como para hacer frente
al destino. El temor cierto de un mal tiene puf lo menos la ventaja de que quila
todo motivo á la terrible d u d a , que es
el martirio mayor del alma. En cualquiera
parte q u e fijase Hervé su imaginación,
no descubria oirá cosa que males, o b s t á los y hasta una especie de imposibilidad
de continuar existiendo.
— 1 4 8 -
Vfia desvanecerse ante su vista los duVees ensueños de su porvenir, lo mismo que;
los de su pasado: el recuerdo de los s e r vir i \s prestados, de la conquistada gloria*
todos los varoniles consuelos, en fio, que
el hombre puede invocar en auxilio d e su
debilidad ó de su desgracia, le estaban
negados en aquellos momentos. Contra todos
sus proyectos, no habia sacado otra cosa
de su loca empresa que la conservación
de una vida ya inútil para él, desde el
momento en que se vió deshonrado v d e s deñado de la que amaba. Aislado, enmedio de un pais enemigo, ai aun podía a b r i g a r al menos la esperanza de conquistar
po» medio de u»a acción distinguida ta
estima de los suyos. ¿A d i n d e hahia d e
dirigir sus pasos, sospechoso y traidor de
a m b o s partidos? ¿Bajo qué techo podría
^considerar segura su cabeza, entregada »
a execración de ¡os dos campos enemigos?
Engolfado en tan confusas reOeesio^es,;
habia llegado al punto mas l e j a n o / d e la
avenida que conducía al castillo, , t xiw#da«
hirió su oído el acompasado rumor, de p a -
—iiOsos de fuerza a r m a d a , y antes de que
Imbiera pódido entrar en mas averiguaciones, se halló rodeado de bayonetas, y
sintió sobre su pecho el contacto de la punta
de un sable.
— R í n d e t e , dijo una voz dura é imperiosa.
— ¡Francisco! esclamé Pelven.
— ¡ H e r v é ! Contestó el teniente retirando
su sable y estrechando ia mano de su amigo: jHervé! ¡Loado sea Dios! ¿Quién habia de creer que anduviéseis vivo por estos
sitios?
—¡Francisco! volvió á decir Hervé con
el tono d é l a mayor sorpresa. ¿Qué significa esto? ¿ D i dónde venís? ¿Cómo habéis p o d i d o ? . . . ¿Qué gente es acompaña?
— ¡ S o m o s nosotros! esclamó una voz r o n c a ; los intrépidos Colibrí y y o , que v e nimos en busca de nuestro comandante ó
de la muerte, a r r a s t r a d o s por el efecto
moral. '
—¡Ah buen Broidoux! replicó Hervé:
tu no serás de los que crean que yo b a ya tratado de seros traidor. ¿No es "cierto?
—150—
— ¡ B a h ! Mi com and an le, ¿ereeis q u e u e
hemos olido todos la trama? Y el p t f m e r o ha sido Colibrí, que tiene unas a s o m brosas narices para su e d a d .
— P e r o esplicadme en nombre de los cielos, Francisco, eselamó H e r v é : ¿cómo h a béis podido caminar en mi seguimiento y
llegar hasta este l u g a r ? . . . ¿Dónde habéis
dejado al ejército? ¿Donde está el general?
Un poco mas distante de lo que yo
querría, c o m a n d a n t e . . . P e r o ante todo d e cidme que tal lleváis vuestra aventura. ¿ H a béis logrado penetrar en el castillo?
— S í , he entrado, y he hallado allí á
todos los que buscaba. Por lo demás, no
m e preguntéis acerca de mis planes, pues
todos han venido en un momento á
t i e r r a . Ahora á vos es á quien toca p o nerme á mí ai corriente de lo ocurrido,
porque no sé todavía si os ha traído aquí
u n motivo funesto ó venturoso.
Francisco, llevando entonces aparte al
comandante, le contó que en la misma n o e b e que sucedió al dia de su m a r c h a , h a bía abandonado sus cuarteles el ejército
— 1 5 1 —
republicano; que el cuerpo principal de el
se hallaba ya en Ploermel; que tres b a tallones, entre los que se hallaba el de
Hervé, habían practicado un reconocimieato basta la pequeña aldea desierta por d o n de habia pasado Pelven por la mañana;
que corrían voces de que las fuerzas de
los blancos se habían reconcentrado un p o co mas hácia el N o r t e , en Pontives; que
el general, inquieto por l a suerte de H e r vé, habia encargado á Francisco que hiciese por salvarle todo cuanto estuviese i
su alcance, y que él, viéndose á tres leg u a s escasas de Kergant, habia resuelto
avanzar hasta allí por medio de una marcha á favor de la oscuridad de las n o che, haciéndose acompañar de u n o s s e s e n ta hombres, entre los cuáles habían
ido
admitidos, por pedirlo ellos mismos, todos
ios que habían formado parte de la escolta
de los emigrados. F r a n c i s c o pregunté en
seguida á su comandante si se hallaba g u a r necido el castillo p o r m u c h a s fuerzas, y
si podriau dirigirse sobre él sin riesgo d e
ser euvueltos. H e r v é contestó que no h a -
— 1 5 2
—
bia observado v e s t i g u alguno d e g u a r n i eion ni de«ii'O; ni en los airededores del; ;
castillo, en el cual nadie tenia la menor
noticia dé la aproximación del ejército r e *
publicano, como que babian cenado en él
con la i m n o r tianquilidad unos cuantos,
oficiales realistas. Añadió algunos detalles
acerca de la persona de F l e u r - d e - L y s , ;
quien no era en su concepto la persona
que creia el general en jefe, y concluyó
esciamando:
— Y ahora, ¿cuáles son vuestros planes?
— C o m a n d a n t e , si lo que decís e s c i e r ^
to, bien merece la pena de que avancem o s á sorprender á usos rebeldes e n su
guarida. La captura de Fieur-de-Lys e q u i valdría á una victoria.
— E s o es imposible, interrumpió H e r v é
con viveza.
—¿Imposible? ¿Por qué? N a d a es, por
el contrario, mas sencillo, según las n o ticias que acabais de d a r m e ; y s e r i a r e n ;
mi concepto, faltar á lodos nuestros d e beres el no aprovechar una ocasion tan
propicia*
— 153—
—¿Pretendeis, acaso, enseñarme mi obligación, caballero? esclamó Pelven.
—¡Hervé! dijo el jóven teniente con el
tono de la mas penosa sorpresa.
---{Ah, es exacto; obró malí Si, muy
mal, esclamó Hervé, cuya agitación e r a
escesiva: mi deber es evidente, incontestable... pero ¿cómo quereis que yo c o o p e re á esa violencia, sangrienta quizás? ¿Y
contra quiéu? ¡.Contra el amigo de mi p a dre, contra mi antiguo protector! ¿Y pretendéis que, ahogando mis recuerdos, ponga yo mi impia mano sobre ese anciano?
¿Ignoráis que tendría que realizarlo en su
propia casa, en aquel'a misma mansion en que
por tanto tiempo-he sido considerado como
hijo? ¿Ah, de ningún modo; es imposible!
¿Había yo de a r r e s t a r también á esas m u jeres, y de entregar a ese hombre, quien
quiera que sea? No, Francisco; os lo r e pito: todo eso es odioso, repugnante, y
aunque * peligrara mi cabeza, nunca lo bar i a , ' n i c o n s i u t i r í a que nadie lo hiciera.
— E s p e r o , mi comandante, haceros ver
eon meaos repugnancia la necesidad en que
los eficontramos. El general ha previsto
el caso de que pudiera p r e s e n t a r s e si se
encontraba en K e r g a n t , y MIS instruccion e s bastan á disipar vuestros escrúpulos.
Me o r d e n ó muy particularmente que no
arrestase á ninguna mujer, y manifestó
a d e m a s que dejaria en libertad de t r a s l a darse á Inglaterra al marques de K e r g a n t ,
en atención á no estar su nombre a b i e r t a m e n t e comprometido en los actos h o s t i les que destruyeron los t r a t a d o s . Ya veis
que aprovechándonos de la inestimable ventaja que la fortuna nos proporciona, lejos
de p e r j u d i c a r al m a r q u e s , le impediremos
consumar su r u i n a . H a r t o bien sabéis que
esta g u e r r a desesperada concluirá con él y
todos los suyos.
Hervé hizo un movimiento afirmativo,
—¿Decís que ese F l e u r - d c - L ) s no c*
un Borbou? Prosiguió F r a n c i s c o ,
— E s t o y convencido de ello.
— E n esc caso, será comprendido, sea
quien fuere, en la categoría d e los d e m a s prisioneros que podamos h a c e r . El
general se obliga á tratarlos con las mis-
— 1 5 5 —
mas consideraciones qué si se hubiesen e n tregado voluntariamente, y solo p e r m a n e cerán en clase de detenidos hasta que con»
c l i y a la guerra.
- E s t o y en la obligación de creeros.
Francisco, dijo Hervé; y siendo así, no
puedo menos de desear el mejor éxito i
vuestros designios en interés de los que
tanto he amado. Marchad, pues, y haced
lo qué os previenen; pues en la situación
en que me encuentro no me asistirá d e recho alguno á mandar vuestros soldados,
aun cuando lo quisiera. Llenad vuestro
débér. os digo; por lo que hace á mí, c u m pla ó no con el mió, nunca os seguiré.
Aunque esta resolución contrariaba e v i dentemente á Francisco, temió que se p u diera creer dictada por una segunda i n tención indigna de él cualquiera nueva o b jeción, y sin añadir una palabra mas, dió
la orden de formar á sus soldados; pero
Hervé cambió súbitamente de modo de pensar; sé le figuró que absteniéndose d e t o mar párte en el drama que se preparaba
obedecía á u n sentimiento de debilidad m a s
—156—
bien que á las exigencias del honor, Su
presencia, por oír a parle, podia servir; al
menos para templar los efectos! de una
catástrofe d e todo punto inevitable; su edad
y su graduación inspiraban una confianza
que podría ser r e h u s a d a al jóven t e j i e n t e ;
tal vez dependía de él impedir que escenas
de sangre sembraran el luto y la d e s o laciou en aquella morada casi paternal, que
era á la vez el a*ilo de su hermana. C o municando á Francisco estas reflexiones,
manifestó Ilervé que él le acompañaría,
pero dejándole siempre el m a n d o y d i rección de la empresa, y límitáudose tan
solo por su parte á presenciar cuanto se
hiciera.
Acto continuo se puso en marcha el
destacamento. -Apenas llegó á la estacada
lateral que marcaba la mitad de la larga
avenida, dió Francisco la voz de alto, .y
como sabia de memoria el plano de K e r gant, gracias á las confidencias amistosas
de Pelven, ordenó á Broidoux que a t r a vesase la pradera, escalase el jardín por
la houda zanja que le separaba de aque-
—157—
lia, jr-oiHJpase la entrada del castillo coo
v é ule ' g e a «a d er o s. Rodeado de agua por
todas portes el antiguo edificio, no tenia
otras comunicaciones con el esterior que
los dos puentes fijos que reemplazaban á los
levadizos, y de los que uno daba acceso
al jardín y el otro al patío. De consiguiente, no quedaba desde aquel momento m e dio alguno de evasion al marques y á sus
huéspedes. Mientras pasaba esto, habia
quitado Pelven la silla y bridas á su c a ballo, dejándole suelto en la p r a d e r a .
Reducido á unos cincuenta hombres el
destacamento republicano, continuó m a r chando en dirección del castillo con las
mayores precauciones. El ruido producido
por los pasos era sumamente sordo, d e jándose oír de vez e n - c u a n d o el nombre
de F l e u r - d e Lys, pronunciado eu voz m u y
Ifcja en las tilas d e los granaderos. D u rante > el resto del camino no cambiaron los
dos oficiales una sola p a ' a b r a entre sí, tales
y t a n ^ g r a n d e s eran su emocíon y tristeza.
No hay sduda; los deberes del soldado tienen necesidad de la agitación del peligro.
— 1 5 8
—
Hervé, sobre lodo, notaba eon cierta .es-r
p e d e - de pasmo q u e aun quedaban n u e v a s
penas á su destrozado corazon., lanaáststí
habían presentado á su imaginación, b a j o
un aspecto tan lúgubre los horrores consecuentes á las g u e r r a s civiles y sus d o lorosos consecuencias; en vano invocaba en
ayuda de su desfallecida energía una c o n ciencia y lealtad sin tacha; en vano llamaba á la razón en oposicion á sus s u blevados instintos, pues cuando divisó las
torrecillas d e la antigua mansion feudal,
cuando puso el pie en el recinto del p a lio, no fue d u e ñ o de ahogar un gemido,
y cogiendo convulsivamente el brazo de su
amigo:
— F r a n c i s c o , dijo con voz sorda: ¿puede d a r s e un momento m a s terrible?
El jóven teniente le estrechó la mano
sin responder, é hizo acelerar el paso é
su tropa.
Tan grande era la seguridad en q u e se
creian los habitantes del castillo, que e l
destacamento republicano llegó á l a e n t r a d a del puente sin haber sido visto a t
-159oa die. La puerta estaba abierta; unos diez
escalones interiores eondueiau alo vestíbulo.
Francisco, dejando la mitad de su f u e r za en el patio, subió corriendo ia e s c a lera, seguido de Pelven y del resto de los
granaderos.
Dos ó tres eriados que se hallaban en
el vestíbulo, aterrados con esta súbita i n vasion, no hicieron la m a s ligera r e s i s t e n cia. Convencido Francisco de que B r o i doux ocupaba el puesto que se le habia
señalado, prohibió espresamente cualquier
género de violencia si bien no se habia
d e permitir salir á nadie; y uua vez lom a d a s sus disposiciones, entró sin d e t e nerse, seguido de algunos soldados, en las
piezas que precedían al salon, c u y a s iluminadas ventanas habia visto desde f u e r a .
El jóven teniente, movido por un generoso
escrúpulo que no hay necesidad de e s pliear, lomaba las medidas oportunas sin
dirigir una sola pregunta á Hervé, quien
le seguía por todas p a r t e s como si f u e r a
su sombra. En el gran salon en que h a bía tenido lugar la cena encontraron al
—160—
guarda-bosque K i d , que quedó como p e trificado á la vista de las bayonetas.
FIN DEL
TOMO II.
B E L L A H .
NOVELA
POR M. OCTAVIO
r E l I U E T .
TOMO I I I .
SEVILLA:
Imprenta de D . José Maria Atieoza, calle
de las Sierpes, número 5 .
,
1851.
-
•
'
;
...
•
«
CAPITULO X I .
(Conclusion.)
— K a d , dijo Hervé, rompiendo con vot
ahogada el sombrío silencio que habia g u a r dado hasla entonces: nada de ruido, toda resistencia es inútil. El castillo está
cercado por todas p a r t e s .
— ¡ E s posible, S r . Hervé! murmuró K a d ;
¿sois vos quien?...
—¡Silencio! Unios á mí para prevenir
cualquiera desgracia. A nadie se hará mal
ninguno. ¿Quiénes están ahí?
—fil l e r vé indicaba el salon eontiguo.
— L a s señoras, las infelices s e ñ o r a s . . .
y el señor m a r q u e s . . . .
— ¿ Y los demás?
— H a n p a r t i d o . . . eseepto el S r . Jorge
y . . . pero S r . Hervé, ¿es posible?
— ¿ Y dónde está F l e u r - d e - L y s ? dijo
Hervé.
El guarda-bosque retorció sus manos con
desesperación.
— S i el teniente lo permite, prosiguió
Hervé, Kad nos precederá para prevenir
á Jas infelices m u j e r e s .
— E n t r a d , K a d , respondió Francisco.
Dudaba aquel en obedecer, cuando una
espresiva seña d e Hervé concluyó con s u s
vacilaciones. Abrió la puerta del salon,
se detuvo en el umbral, paseaudo s u s
atónitas miradas por todo el círculo q u e
formaban las atemorizadas m u j e r e s , sin
acertar á pronunciar una palabra, y con
la voz del juez que pronuncia una sentencia
d e m u e r t e , dijo:
— ¡ L o s azules s é bao apoderado del
sasüllo!
í j n débil grito d e t e r r o r , que hirió las
fibras m a s delicadas del corazon d e H e r v é ,
siguió á aquellas p a l a b r a s : era la desconsoladora voz d e A n d r e a . L a s d e m á s m u j e r e s
ahogaron el e s p a n t o que habia hecho p a lidecer su semblante. F l e u r - d e - L y s y J o r g e ,
que eran en efecto los únicos c o n v i d a d o s
que estaban presentes, i n t r o d u j e r o n con
precipitación la mano en su pecho; el m a r ques de K e r g a n t se precipitó hácia la p u e r ta ' con el sable que un momento a n t e s
se veia sobre la chimenea; pero ya e s t a b a
interceptada aquella por un pelotou d e
soldados, y habían e n t r a d o en el salon
ios d o s oficiales con el sable envainado y
la cabeza descubierta.
S e ñ o r e s , dijo Francisco*, están t o m a d a s
todas las salidas del castillo. D a o s , p u e s ,
á prisión.
A esta manifestación siguió un m o m e n t o
de silencio. Al ver A n d r e a á su h e r m a n o
habia estendido los brazos con d e s g a r r a d o r a espresion; su descolorido r o s t r o se i n clinó sobre el pecho, y aquella inocente
víctima c a y ó dulcemente como la flor c u y o
tallo quiebra el soplo del aquilón. P r e c i p i t ó se Hervé hácia ella para sostenerla; pero
Bellah, que habia adivinado su pensamiento,
se apresuró á colocar en un sillón con
ayuda d e Alix el cuerpo inanimado de
su hermana adoptiva, acercándola en s e guida á una ventana, para que la res-^
litoyera al sentimiento de la vida la brisa
de la noche.
Entonces, volviéndose Pelven hácia el
marques, le dijo.
— S e ñ o r , esta desgracia no es obra
mia: no roe ha sido dado ni preverla ni
impedirla. Espero, por lo tanto, que s a bréis hacerme justicia dando su verdadero
valor al sentimiento que me ha impulsado
á arrostrar tan dolorosas pruebas. Solo
deseo deciros que no poseo otro poder
ni mas derecho que los que asisten siempre
al que suplica. Por tanto os ruego, señor,
q u e no agravéis con una resistencia de
todo punto iuútil la posicion en que os
veis. Descansad en la palabra d e este
jóven oficial que goza de toda la confianza
dtd general eu jefe.
—9 —
—Ya que me respondéis de su palabra,
decidme, caballero: ¿quién saldrá r e s p o n sable de la vuestra? dijo el marques.
-—Hablad, Francisco, continuó Hervé,
y respetad sobre todo á ios que no pueden
responder á un ultraje.
— P e l v e n se retiró entonces algún tanto,
y quedó inmóvil recostado en 1a pared,
romo resuelto á no tomar parte alguna en
lo que pasase.
— S e ñ o r e s , dijo á su vez Francisco,
despues de haber hecho una seña á los
soldados para que saliesen del salon: no
tengo dificultad en decir que hubiera d u dado en encargarme de esta misión, si
la generosidad del general en jefe no la
hubiese hecho menos penosa. H é aqui las
condiciones q u e estoy encargado de ofreceros.
El jóven teniente comunicó entonces á
los jefes realistas, que no lo oyeron sin
alguna sorpresa, las consideraciones q u e
le habiau sillo prescritas para con las s e ñoras, y el miramiento con que Hoche d e seaba tratar á sus prisioneros.
-to—
— D e b o preveniros, sin embargo, señor e s , añadió Francisco, que nuestro general
carece d e los poderes necesarios para
disponer á su antojo de un miembro
d e la familia real caida: si esta escepcion
amenaza ó no á alguno de los que estáis
presentes, solo vosotros lo sabréis.
Cuaad'o observó el marques que F r a n c i s co habia concluido d e hablar, comenzó
en voz baja una corta conferencia con sus
huéspedes. Dirigiéndose en seguida Fleurd e - L y s al oficial republicano, dijo:
—Ningún rasgo magnánimo de vuestro
general puede ni debe sorprendernos de
raodo alguno. H a r t o bien sabemos que no
existe mejor ni mas segura garantía que
su palabra. M a s , por desgracia, tampoco
se nos oculta que existe « a poder mas
alto, capaz de hacerle abrir las manos,
aun cuando estén ligadas por su palabra,
y de arrancarle sus cautivos. Este es un
albur que, tanto estos señores como yo,
estamos muy distantes d e desear c o r r e r .
¡Aquí, K a d !
Él g u a r d a - b o s q u e , obedeciendo á esta
-11órdea, fue á colocarse al lado de s u
amo.
—¿Deberé p e n s a r , caballero, dijo F r a n cisco, que abrigais el insensato p e n s a miento?...
— ¿ D e defendernos? Sí por cierto. La
lucha es desigual: ya lo sabemos; p e r o
tampoco han hecho nunca grandes prodigios
los soldados privados de sus jefes.
Apenas acabó de pronunciar e s t a s p a l a bras, colocó pausadameute F l e u r - d e - L y s
su espada desnuda sobre el brazo izquierdo, y sacando una pistola de su pecho,
la amartilló con la mayor sangre f r i a .
S u s [tres compañeros le imitaron inmediatamente. A la vista de esta demostración
a m e n a z a d o r a , Bellah y la bija del g u a r d a bosque cayeron de rodillas al lado del
sillón en que yacía la desmayada A n d r e a .
Francisco dió uu paso a t r a s , y preparó
una de las pistolas que llevaba en el cinto:
algunos pliegues de sombría inquietud a r r u garon su frente, y dirigió á H e r v é una
mirada furtiva; pero;este permanecía a p o y a do en la pared con los brazos c r u i a d o »
—12—
sobre el pecho, y en una actitud tranquila
é indiferente.
A todo esto, los granaderos que estaban
en la sala contigua, a t r a i d o s p o r el ruido
de las a r m a s , se agolparon de nuevo a
la puerta.
— E n t r a d en fila, mi teniente, que nos
impedis tirar, gritó uno de los soldados.
— ¡ S e ñ o r e s , prosiguió Francisco: os r u e go por última vez que miréis lo que vais
á h a c e r , si es que conserváis algún sentimiento de humanidad, algún resto de piedad
para esas infelices m u j e r e s ! . . .
— ¡Jorge! esclamó F l e u r - d e L y s con voz
terrible: ¡responded vos al señor!
Y colocándose despues cou brusco ade^
man delante de Hervé:
— ¡Comandante Pelven, defendeos!
Hervé inclinó pausadamente la cabeza
sobre su pecho, y no se movió. F l e u r d e - L y s se separó algunos pasos, y pintándose en sus labios una estraña sonrisa
que dejó ver dos filas de dientes blancos
y bien cuidados, y que dió á su fisonomía
una «¿presión feroz, levantó su pistola
—13—
con decision á la altura del pecho de
Pelven; pero de repente cayó s u brazo
como herido de singular inercia, r o d a n do el a r m a por e! suelo Un r u i d o i n c o m prensible en esta hora de angustias, una
histérica carcajada prolongada y horrible
habia suspendido todas las amenazas y s o brecogido lodos los corazones.
— ¡ E s mi hermana! dijo con terror el
m a i q u e s de K e r g a n t en medio del p r o f u n do silencin que habia reemplazado al tumulto producido por los preparativos del
combate.
Todas las miradas se dirigieron con
ansiedad en la dirección que indicaba la
trémula mano del anciano, y descubrieron
i la canonesa de pie en el alféizar de una
ventana, mirando con fijeza hácia afuera,
y sin dejar su d e s g a r r a d o r a risa sino
p a r a soltar algunos sollozos que partían
el corazon. De repente se volvió hácia
los que estaban en la sala, y d a n d o a l gunos vacilantes pasos por delante de so
hermano:
— ¿ P o r qué no os reís? dijo. 5Vaya
que seis raro! ¿No haheis visto nunca
una función de boda? Apenas lleguen los
músicos bailaremos... ya no deben t a r d a r . . . porque el novio acaba de p a r t i r ;
quizás n o estará todavía muy lejos... ¡qué
jóven e s ! . . . ¿Estos señores serán convidados sin d u d a ? . . . Algunos parientes tal
vez... ¡eh!... los nuestros están m u y l e j o s . . . eomo que se hallan en B r e t a ñ a . . .
Yo se lo diré al r e y . . . J u a n , acerca s i l l a s . . . Señores, hubiera sentido ofenderos...
¡Qué noche tau h e r m o s a ! . . . Me parece que
para bailar estaríamos mejor f u e r a . . . y
ademas aquí falta a i r e . . . s i . . . a i r e . . . d a d m e aire, que me ahogo...
La voz de la anciana señora se estingaió en un estertor horrible; inclinó su
cabeza sobre la e s p a l d a ; arrojó un grito
agudo, y cayó agitada de espantosas
convulsiones en los brazos de su h e r mano.
Heridos de terror á la vista de t a n cruel
escena, seguian todos sus detalles con mirar
compasivo, republicanos y realistas, e c h a u do en olvido su odio y sus peligros.
—15—
Veíanse las señales de la irresolución y del
abatimiento hasta en el enérgico rostro
de Jorge. F l e u r - d e - L y s cambió algunas
palabras con el rudo y fanático partidario
en tono breve y c o r t a d o , y alzando despues
los hombros con aire de resignación, se
acercó á Francisco, y le dijo:
-—lié aquí mis a r m a s , caballero. Basta
de aflicción para una noche. Estamos dispuestos á seguiros. Estoy cierto de que mi
amigo Kergant no se opondrá á esta d e terminación.
El marques hizo un signo de a p r o b a ción, volviendo algún tanto la cabeza.
Francisco manifestó en seguida con la
m a y o r política cuán g r a n d e era su dolor
al ver la desgracia d e familia que i n voluntariamente originaba y que mal de
su g r a d o se veia obligado á aumentar separando ai S r . Kergant del lugar á que
fe llamaba s u cariño d e hermano, si no
quería echar en olvido sus propios deberes
dilatando la p a r t i d a . Dijo además é F l é u r d e - L y s que solo Jorge y el m a r q u e s se
verían obligados á acompañarle, y que los
—16 —
demás habitantes de! castillo podrian p e r manecer en él, si bien quedarían prisioneros durante algunas horas, por ser p r e ciso romper los puentes despues de la
salida del destacamento, con el fin de
evitar que se estendiese la alarma por
el pais. Acto continuo ordenó el jóven t e niente á sus soldados que rompiesen el puente del jardin.
Mientras duraban estas espiraciones,
habia vuelto la canonesa a! sentimiento
de la vida; pero sus estravagantes é incoherentes respuestas á las inquietas preguntas de su hermano, daban bien claro
á conocer que seguía el desorden men tal. Sin embargo, la misma tranquilidad
de su demencia hacia esperar que no seria de larga duración. En otro lado del
salon veíase á Andrea d a n d o libre curso
á su silencioso dolor, suspendida del cuello
de su hermano y con la cabeza reclinada
en su pecho.
Notando el m a r q u e s de Kergant que
Fleur-de-Lys y Jorge estaban ya en la sala
eoatigua, s e volvió precipitadamente hácia
—17—
Francisco, y le dijo con sentido acento:
— ¿ M e permitirán v e r á mi familia, caballero?
— ¿ P o r qué no?
— S i e n d o así, prosiguió el marques, es inútil que me despida; y salió precipitadamente
del salon. Pelven, sin pronunciar una sola
palabra, levantó á A n d r e a en sus brazos,
y la dejó reclinada en un canapé, c e r c a
del cual estaba Bellah. E n seguida fijó
su vista en la señorita de K e r g a n t , y J a
señaló con el dedo el inanimado cuerpo
d e su querida h e r m a n a . Un momento
despues se hollaba al lado de Francisco,
que habia reunid,® toda su fuerza en el
vestíbulo.
No queriendo K a d abandonar á su amo
siguió al destacamento,
incorporándose
con los tres prisioneros. Mientras los sold a d o s arrojaban al foso las tablas de que
estaba formado el puente, exigió Francisco
á F l e u r - d e - L y s que le diese palabra de
que 'no intentaría huir. Mas este le respondió riendo que se la daba de hacer, por
BELLAH.—T.
III.
2
—18—
el contrario, todo cuanto estuviese de su
p a r t e por conseguirlo.
— S e a como queráis, caballero, prosiguió
Francisco; pero á nadie mas que á vos
debeis echar la culpa de la cruel vigilancia
que pienso ejercer desde ahora.
Los granaderos estrecharon las distanc i a s á la voz de su jefe, quien por un
esceso de precaución
colocó cada uno
de los prisioneros bajo la inmediata i n s pección de un soldado, que habia recibido
de antemano las órdenes mas rigorosas.
Tomadas estas disposiciones, se o j ó la
voz de m a r c h a , y entró el destacamento
en la avenida.
No poco satisfecho el teniente F r a n c i s co del feliz éxito de su espedieion, y
e c h a n d o al olvido, con esa indiferencia
peculiar de los pocos años, las inquietudes
que le habia causado, rompía la marcha
con aire alegre, respirando con placer
el fresco ambiento de la noche, y s a c u diendo con su sable los matorrales c e r canos. Hervé, envuelto en su capote,
m a r c h a b a á su lado meditabundo y triste.
—19—
Pasada una media hora, llegaron á las
márgenes d e un rio, que corría del Oeste
al E s t e , por la izquierda del camino que
seguía el d e s t a c a m e n t o .
— S i no me engaño, mi c o m a n d a n t e ,
dijo Francisco rompiendoun silencio enojoso,
este es el mismo rio que atraviesa el p u e blo en que están acantonados
nuestros
batallones de vanguardia, ¿Uebeis conocer
este país á palmos?
Hervé le respondió que no s e e n g a ñ a b a ;
que el camino que costeaba el rio les
conduciría directamente el pueblecillo en
que él mismo habia estado aquella m a ñ a na, y que, en efecto, tenia presentes en
su imaginación los menores detalles de
aquella comarca.
— ¿ M e p a r e c e que ya es tiempo de
que os encarguéis del mando? dijo F r a n cisco.
— N o por c i e r t o , mi querido Francisco,
y hacéis mal en desear relevaros de él,
siendo así que os habéis conducido cual
ninguno. Os aseguro que habéis desempeñado esta comision de ia manera mas no-
ble y honrosa.
— ¡ A h í mi comandante: ahí está la duda,
yo creo que quizás debo mucho á la c a s u a l i d a d . . . P e r o , á Dios gracias, todo
ha concluido ya del modo mas feliz.
— M u c h o m e alegraría, dijo Pelven.
— ¡ Q u é quereis decir! ¿Habéis notado
algo que infunda sospecha?
—Decidme, Francisco: ¿qué opináis acerca de la locura repentina d e la a n ciana?
— ¡Según eso, creeis que f u e r a fingida!
esclamó Francisco.
—¡Quién sabe! quizás fuera mitad ver-?
daderá y mitad fingida: las mujeres p o seen el don particular de imitarlo todo;
pero hasta que hayamos llegado a! punto
á que nos dirigimos, temeré siempre que
aquella enageiiacion haya servido de p r e texto, para dar algún misterioso aviso.
Hervé calló de repente, porque habia
visto pasar por las hojas d e los árboles
que sombreaban ambos lados del camino
un resplandor débil y fugitivo.
— ¿ Q u é ha sido eso? dijo Francisco,
—21—
acercándose á los soldados.
— N a d a de particular, mi teniente, r e s pondió Broidoux: que los prisioneros e n cienden sus pipas.
Francisco observó, en efecto, que aquella
interrupción no había tenido una causa
mas seria. Jorge y K a d , colocados en el
centro de la escolla, se permitían la ino~
cente distracción de f u m a r . Rodeados de
una oscuridad completa, los dos candentes
cubos de las pipas: derramaban
sobre
el grupo de cautivos un resplandor i n termitente.
El jóven teniente se incorporó con P e l ven. El inclinado camino que la pequeña
columna subia penosamente hacia algunos
minutos se dirigía d e repente por el
pie de un anfiteatro de montañas c a r gadas de árboles y de retama, teniendo
á la izquierda precipicios espantosos que
iban á concluir en. las orillas del rió.
— A h o r a siento, dijo Francisco dirigiendo
á su alrededor una mirada inquieta, no
haber tomado, como á la venida, el c a mino de la otra ribera, aun cuando sea
—22—
algo mas largo. E s l e desfiladero es el
sitio mas apropósito para una guarida
de ladrones, y esa montaña de la derecha
es tan sombría como el mismo infierno.
Ademas, no sé si será el ruido del
río ó el soplo del viento, ó que los oidos
me zumban; ¿pero no percibís como yo
algún rumor sordo?...
—Prohibid á los prisioneros que f u men, dijo precipitadamente H e r v é .
Volvióse Francisco para comunicar la
orden, mas antes de haber podido dar
un solo paso, una triple detonación i l u minó con súbito resplandor las montañas
y el camino. T r e s de los hombres que
custodiaban de mas cerca á los cautivos
yacían en tierra: Jorge derribó al cuarto
de ún terrible puñetazo, y se precipitó
con la cabeza baja como un t o r o furioso
hácia la montaña mas próxima, rompiendo
la fila de los granaderos y abriendo paso
á sus compañeros, que desaparecieron t r a s
de él en la oscuridad. Siguió á este suceso un grao ruido de gritos, y de repente volvió á quedar todo en el mayor
— 23—
silencio. Los republicanos dispararon a l g u nos tiros é que no dieron ningún r e s u l tado.
El teatro de este ataque imprevisto habia
sido escogido con extraordinario acierto.
Era el punto mas elevado del desfiladero;
delante, y á alguna distancia, el camino
aparecía "cerrado por una masa negra y
movible que bajaba por la ladera como
un torrente, al mismo tiempo el sordo
murmullo que salía de las montañas a n u n ciaba que estaban ocupadas por fuerzas
considerables.
Los republicanos, pues, se veían p e r d i dos si daban un paso a i r a s , amenazados
como estaban por aquella doble línea e n e miga. El primer persamiento de Ilervé
fue cargar á las fuerzas que cerraban el
camino, abriéndose paso á la bayoneta;
pero calculó que antes de llegar á ellas
habría perdido las dos terceras partes de
su fuerza bajo el fuego mortífero de las
montañas.
Por el lado opueslo á los bosques ensanchaba el camino formando un semi-
—»24—
circulo sobre una especie de e s c a r p a d o
promontorio, cuyas vertientes cortadas á
pico iban á hundirse en el rio á unos treinta pies de profundidad. Sobre este c a b o ,
un grupo de árboles y de espinosos m a torrales aumentaban con ta suya las s o m b r a s de la noche. Al abrigo de aquellas
impenetrables tinieblas fué donde se refugiaron desordenadamente los granaderos en
el primer momento de la sorpresa. De espaldas al abismo, y apiñados en tan p e queño espacio, aguardaban en silencio el
resultado de ¡a angustiosa situación en que
les habia colocado un enemigo invisible.
—'Teniente Francisco, d i j o I l c r v é , suficieuterneute alto para ser oido de los soldados: me vuelvo á encargar d e P r n a n d o .
— ¡Bravo! murmuró Broidoux. Me a l e gro infinito. No trato de ofender al t e niente; nada de eso, porque al fin y al
cabo es un muchacho valiente; pero aquí
se necesita un hombre muy bieu t e m plado.
Hervé ordenó á sus soldados que se
colocaran en tres filas, dando frente á la
— 2 5 —
montaña ocupada
por los chuanes, y
despues, inclinándose sobre el borde de
la sima en cuyo fondo rugia el rio, e x a minó cou estraordiñaría atención la inclinada pendiente del despeñadero.
— N o nos queda otro recurso que morir
ahogados ó fusilados, fcno es verdad? p r e guntó Francisco.
—¡Silencio! E s c u c h a d , dijo Hervé.
La vibrante voz de F l e u r - d e - L y s a c a b a ba de cruzar los aires.
— C o m a n d a n t e Pelven, dijo: me ois, ¿no
es cierto?
— S i , respondió Hervé presentándose al
descubierto en el camino, delante del frente
de su pelotón.
— E s t á i s envueltos por t o d a s p a r t e s ,
prosiguió F l e u r - d e Lys. Con las f u e r z a s
de que dispongo puedo acabar con todos
vosotros sin que corra una gota de sangre
de los mios. Lo sentirla ciertamente, pero
no vacilaré en hacerlo si me obligáis. Nos
es demasiado conocido vuestro valor' y
adhesion al} deber; pero este se convierte
e a temeridad ó quizás en locura en sitúa
—26 —
eioues como esta. Rendios, pues.
— E n la poaicion particular en que me
encuentro, nada es mas natural que c o n sultar el parecer de mi teniente antes
de daros una contestación; ¿creo que no
tendréis dificultad en coucederme algunos
instantes?
—Como queráis, caballero. No tenemos
prisa, dijo F l e u r - d e - L y s .
Hervé se acercó al teniente, y conduciéndole apresuradamente al borde del p r e cipicio:
— Escuchadme con atención, dijo en m e dio del religioso silencio de los soldados:
preciso es dar á esa gente otra broma
en cambio de la famosa de las lavanderas; se trata únicamente de hacer para
salvar nuestro honor y nuestra vida lo que
yo he hecho muchas* veces en este mismo
sitio cuando era muchacho. Gracias a l a noche y á esos árboles, no puede descubrir el
enemigo ninguno de nuestros movimientos.
¿Veis este ángulo entrante que forman tas
rocas? P u e s bien: hasta los dos tercios de
profundidad n o e s otra cosa que una escalera
bastante deteriorada, llena de raices por
ambos lados: cuando llegeis al fin, encontrareis una trarrpa perpendicular, lisa como
una tabla: dejaos resbalar por ella o s a d a mente y caereis en una e s t r e c h a ' ribera de
arena que hay al pie de la falda; e n t r a d en
el rio por frente de la roca vertical, y a t r a vesad el vado; el agua ilegai á á la mitad de
la pierna, ó cuando mas á la cintura si el
rio está crecido. Que cada utio ocupe su
puesto hasta que llegue su vez. El sargento
cuidará de que ninguno empiece á bajar
hasta que el que le preceda se haya p e r dido de vista. Por lo que hace á mí,
procuraré parlamentar lodo lo mas que p u e da para ganar tiempo. V a m o s , hijos mios;
mucha sangre fria. El teniente va á e n s e ñaros el camino. Agarraos bien á las raices,
Francisco.
Este quiso hacer algunas observaciones;
Hervé le contestó que solo le cumplía
obedecer. Un momento despues habia desaparecido el jóven en la vertiente del precipicio. Siguióle inmediatamente un soldado.
Tan estraña operaeioa y la perspectiva
—28—
de una salvación próxima, hicieron r e n a cer la alegría entre los granaderos. Broidoux, arrodillado en el borde de la roca,
acompañaba cada partida con una d e s p e dida b u r l e s c a .
— ¡Buen viaje!. . ¡Muchas cosas á la
familia, alhaja!... ¡No me eches en olvido,
buena pieza!. . {No te entretengas en el
camino!... ¡Cuidado con las narices, ciud a d a n o ! . . . ¡Que te caes hombre! No has
nacido tú para volatinero... Escríbeme en
llegando, Colibrí. .
Aunque la explicación y el principio de
ejecución de este plan singular habian ocupado pocos instantes, temió Hervé p r o vocar la desconfianza con una detección
mas larga, y encargando á Broidoux que
le avisase cuando solo quedase 1a primera
fila en ia esplanada, volvió á situarse en
medio del camino.
—Caballero, dijo alzando la voz: he
aquí lo que me es dado proponeros; yo
me entregaré á discreción, y mi teniente
y soldados podrán marchar á incorporarse
eoo el ejército sin ser molestados.
—29—
—¿Oscbanceais, comandante? dijoFIeupd e - L y s . Cuando el todo está en nuestro
poder, no podemos contentarnos con una
parle, por importante, por preciosa que
pueda ser.
—Mil gracias por la lisonja, caballero,
dijo Hervé, que solo trataba de prolongar
las ceremonias el mayor tiempo posible;
pero debo preveniros que si os mostráis
muy exigente, no conseguiréis de nosotros
lo que deseáis. N u n c a es prudente r e d u cir un enemigo á la desesperación, por d é bil que s e a .
— O s repilo, caballero, q u e , según p a rece, solo traíais de chancearos, contestó
F r e u r - d e - L y s con tono seco y amenazador.
No teneis mas que decir?
— Y qué condiciones nos concedereis si
nos rendimos?
— S e os perdonará la vida, siempre que
juréis servir á las órdenes del r e y .
— M a s propio era que hubiera ákho mi
rey, m u r m u r ó Broidoux, que acababa de
tocar el brazo de H e r v é . — M i comandante,
añadió: no queda ya mas que la primera
— 30—
fila de ios granaderos.
— Q u e se dispongan á contestar al fuego
del enemigo, dijo H e r v é .
Y retirándose algunos pasos:
—Caballero F l e u r - d e - L y s , prosiguió. - lo
que proponéis es nuestra deshonra, y rehusamos aceptarlo.
— E a , muchachos! gritó de repenteFieurd e - L y s cou voz a t r o n a d a . . . ¡Apunten!...
¡fuego!
Toda la montaña se iluminó con una
linea de luz, seguida de una formidable
explosion, que repiüó el eco en el valle.
El instantáneo resplandor de la descarga
descubrió á los chuanes por la primera
fila de los republicanos con el arma al
brazo, lo que impidió que pudieran s o s pechar la desaparición de los otros.
Pelven habia previsto aquel caso terrible; peí o contando con la mala puntería
de unos disparos hechos en la oscuridad
y con la dispersion de los soldados d e trás de los árboles, habia preferido correr
tan grave riesgo, antes que dejar a d i v i nar demasiado pronto al enemigo el secreto
tío la evasion. Solamente habían caido tre$
hombres.
— F u e g o , hijos mios, y salvaos! dijo
Hervé.
Contestó el pelolon republicano, y se
precipitó en seguida hácia la vertiente del
despeñadero cou una ligereza fácil d e concebir. Broidoux seguia empeñado en no
abandonar al comandante; pero recibió la
orden superior de seguir á sus c a m a r a das, y nc le quedó otro recurso que obedecer.
Hervé, que habia quedado solo en m e dio de una nube de humo, que aumentaba
las tinieblas, se volvió hácia la montaña,
y levantando la voz:
— S e ñ o r e s , dijo: mi teoienle y yo nos
rendiremos sin condicion alguna.
— G r i t a d ¡viva el rey! respondió F l e u r de-Lys; si, gritad, os lo suplico, porque
bien merece ser respetado un hombre tan
valiente.
H e r v é dirigió una rápida ojeada hácia
atrás, y creyendo descubrir dos ó tres s o m bras en el borde de las rocas, se presentó
—32—
de nuevo frente al enemigo con una i n t r e pidez admirable, procurando entretenerle
todavía mas.
— P a r a s a l v a r á mis granaderos, d i j o . . . ,
— G r i t a d ¡viva el r e y ! . . . ¡No... Pues
bien... ¡Fuego! repitió F l e u r - d e - L y s ; y se
oyó otra nueva detonación.
Pelven habia Oído silbar á su alrededor
aquel huracan siniestro; pero las balas supieron respetar un pecho tan esforzado y generoso. El resplandor de la descarga iluminó
la ya vacia esplanada.
— Q u é es lo que veo!- esclamó furioso
F l e u r - d e - L y s . Voto al diablo! Se nos han
escapado!
— S i , se han salvado! Viva la república!
gritó Pelven agitando su espada en la e c saltacion del triunfo y del peligro, y l a n zándose en la pendiente del abismo que
habia tragado ya á todos sus compañeros.
Antes que hubiera podido llegar al pie de
las rocas, sonaron unas cuántos tiros por
encima de su cabeza, y pasaron rozando
con su cuerpo algunos pedazos de piedra:
pero llegó si lesion alguna á la arenosa
—33—
margen del río. Algunos instantes d e s p u e s
una aclamación alegre y r u i d o s a , que
partía d e la ribera d e Sa opuesta orilla,
anunció á los clmanes, que coronaban e n tonces la cima del despeñadero, q u e el
c o m a n d a n t e H e r v é estaba en s e g u r i d a d en
medio d e los s u y o s .
Antes que hubiese puesto] Pelven el pie
en la orilla se echó á su cuello F r a n c i s c o ,
a b r a z á n d o s e ambos jóvenes con efusión.
Convencidos estos, pasado un momento,
de q u e atemorizados los blancos con l a s
dificultades que ofrecía el descenso, r e n u n ciaban á perseguirlos, dieron la voz de
m a r c h a , y el d e s t a c a m e n t o se alejó p r e cipitadamente á t r a v é s d e la c a m p i ñ a .
BELLA»—T.
III.
3
CAPIRN.o
i,
.
•
.
XÍS.
. -
-
La guerra civil del Oeste habia ¡desbar a t a d o los planes militares mas hábiles y
mejor combinados: por p a r t e de tos r e a listas estaba dirigida por capitanes i m provisados, que aplicaban cada dia una
táctica distinta y desconocida, a c o m o d a da á las circunstancias locales, á los a c cidentes del pais, á las costumbres y
hasta al c a r á c t e r peculiar de sus s o l d a dos, supliendo la esperiencia con el genio,
y el método eon la audacia. El ejército
republicano, d e s p u e s de haber hecho las
—35—
marchas forzadas que le condujeron á
Pleermel, -permanecía inactivo é inquieto»
amenazando un desierto mas bien que una
eomarea habitada. Los reconocimientos operados eti los alrededores no habían tenido
ningún resultado. Dos 6 tres batallones
expedicionarios habían recorrido el pais
por la parlé de las costas y le habían
encontrado abandonado ó tranquilo.
Ningún acontecimiento habia venido á
justificar el temor que corría por aquella
época de que iba á desembarcar de uu
momento á otro un cuerpo realista, bajo
la protección del cañón inglés. El n ú m e ro, los movimientos y hasta la posicioo
misma de Jas fuerzas insurgentes eran
objeto de vagas y contradictorias noticias,
que sumergían al general en jefe en una
angustiosa perplejidad. Los grandes talensos -militares solo con repugnancia toman
parte , en el teatro desconcido de las
guerras indisciplinadas, asi como los m a e s tros do armas sienten c r u z a r el hierro con
m principiante r e s u e U ^ u y o ; - a r d e r i m p e iuosoirustralodaslas«^kiuaeioüesdelarie.
Desde el golpe súbito y atrevido dad»
por los insurgentes bretones con indomable bravura, como para festejar la llegada
de su nuevo jefe, y para darle ocasion
d e | ganar su bastón de mando, no se h a bían vuelto á presentar en campaña hasta
el momento en que les hemos visto a c u dir en socorro de F l e u r - d e - L y s . La
brigada republicana destacada en su p e r secución solo habia encontrado unos veinte
aldeanos diseminados en los campos ó
recostados en las puertas de sus m i s e r a bles cabanas, y aquellas buenas gentes r e velaron en confianza á los soldados que h a biao creido oir un fuego vivo y sostenido hacia ia una de la m a d r u g a d a , por lo que
les aconsejaban que marchasen-con c a u tela. Gran trabajo costó á los oficiales
impedir que maltratase ta tropa á aquellos
chuanes. Avanzó ta columna otras dos leg u a s mas allá del castillo de Kergant,
que estaba desierto, y algunos e s p i r a dores que se habían adelantado hasta
Pontivy regresaron manifestando que no
se habían dejado .ver ios blancos. La
brígada volvió á Ploermel despues de esta
corrpria inútil.
t'olre los infinitos y encontrados r u mores que circulaban en esta ciudad, solo
uno babia merecido ser acogido por el g e neral con algunos menos visos de incredulidad, y era el que suponía refugio del
ejército realista á la vasta selva de la
Nuuée, que se esiiende por la frontera del
Morbihan, á cinco leguas de Ploermel y
en dirección del Noroeste. Semejantes puntos babian protegido m a s de una vez en
el curso de las anteriores campañas á los
destrozados restos de las tropas v e n d e a nas y bretonas; pero no era fácil creer
que un ejército victorioso, dueño de toda
la comarca, hubiese ocupado un bosque,
conservando asi de todas sus conquistas ia
posicion mas indiferente, cuando no la mas
peligrosa. Sin embargo, despues del r e greso de las espediciones que habían r e corrido sin fruto el centro del pais y
las costas vecinas, cediendo el general á
la voz pública, por inverosímil que p a r e ciera á primera vista, marchó á recono-
-38—
cer por si mismo, ai frente 4 e un d e s t a camento considerable, las cercanías de la
selva sospechosa. Gonlra toda esperanza,
lo que consiguió ver no le dejó duda a l guna aeerca de ia proximidad del e n e migo; todos los caminos que se dirigían á
la Nouée denunciaban el tránsito reciente
de una multitud; las r u e d a s de los carros
y las h e r r a d u r a s de los caballos habían
destrozado las tierras sembradas próximas
á la salva, y dejando hondas señales en
el camino. El suelo estaba sembrado de
trozos de vestido, de muebles rolos y de
c a r r e t a s hechas pedazos» Altamente sorprendido el general, se detuvo en una altura,
y fijó su pensativa mirada en la masa s o m bría que formaba el bosque, hacía el que
convergían todos los indicios reveladores;
y bien fuese creación de su espíritu, bien
realidad, creyó oir un murmullo lejano,
semejante al zumbido de una inmensa colmena.
Dos compañías recibieron la orden de
avanzar costeando el bosque, y fueron r e chazadas por un fuego vivísimo. Y a no
-39cabia, pues, duda de quQ el enemigo estaba alii, y . de que no procuraba recatar
SB presencia» con tal que permaneciesen
ocultos suj» designios, Dejaba i a trampa
abierta y visible, pero disimulaba los r e sortes de que habia de usar para c e r r a r l a .
No rehusaba eí combate; pero deseaba s o s tenerlo á la hora, del modo y en el t e r reno que le convenía.
El joven jefe se apresuró á volver a su
cuartel general; la certidumbre que a c a baba de adquirir acerca del punto que
ocupaba el enemigo no sirvió sino para aumentar su ansiedad; no acertaba á comprender el fiu de aquelia maniobra i n a u d t a : los datos é ( indicio^ que le habiaw
sido dirigidos del interior y de la costa
piar los representantes e» comision,, no servían para dar ninguna luz, por ser demar
siado confusos, y á veces contradictorios»
Los espías, siempre escasos, e n B r e t a ñ a ,
y mas desde que la suerte de las arma?
parecía inclinarse en favor de los realistas,
le servían tan t mal como, aquellos. Algunos, aunque pocos, qua , osaron, penetrar
—40—
en la selva misteriosa, no volvieron á aparecer j a m á s .
El general no podía someterse h las condiciones del combate que le presentaba"
su enemigo. Vacilaba, como era natural,
ante la cosa mas temible para el hombre:
lo desconocido. Cuatro días trascurrieron
en esta indecision: el ejército republicano
ocupaba un espacio de tres leguas; á s a ber: desde Ploermel hasta el puebieciilo
que protegía el paso de! rio d e que l a u tas veces hemos hablado. Otro nuevo detalle topográfico es absolutamente indispensable para la completa inteligencia de
los sucesos que se van á seguir, pues que
importa mucho fijar las ideas del lector
sobre la posicion relativa de los tres p u n tos entre los que debe dividirse el í n t e res, si es que Ínteres esiste, en los hechos
que constituyen el desenlace de esta n a r r a ción. RogámoMe, pues, que retenga en su
memoria que Ploermel al Este y Kergant
al Ueste, están situados en dos lados de
un plano casi triangular, cuyo vértice es
la selva de Nouée.
—41—
El hacha de los leñadores no habia abierto todavía en la parte meridional del bosque
el ancho espacio que disminuye en el dia su
estension, violando su majestad. Su linde
se prolongaba por terrenos ahora desnudos,
eu los que el estruendo industrial ha s u c e dido ol silencio de la soledad.
Hácia este punto de la selva se e n c a m i naban en la tarde del 2 2 de junio dos individuos del aspecto mas miserable. El uno
de ellos era un mendigo, cuya edad y a c h a ques hacian su paso lardo: iba sostenido y
guiado por una jóven, cuya estatura hubiera parecido eslraordinaria en una mujer, si
la fatiga y quizás la miseria no hubiesen encorvado so cuerpo prematuramente. Aquella infeliz habia cubierto so raido corpino
con los pedazos de una toca que rodeaban
un semblante repugnante por su espresion
torpe y solapada á la vez. El anciano, e n vuelto en sus harapos, presentaba á la vista
el tipo sórdido y pintoresco del mendigo clásico, raza que se va perdiendo como tantas
otras. La superposición de pingajos sin
nombre y sin color conocidos, sabiamente
colocados sobre el cuerpo de aquel hijo de
la earidad, traía involuntariamente á la imaginación el recuei'dn de los. personajes de
la corte de los Milagros.
;
I J n a de sus piernas parecía haber p e r d i do el juego de la rodilla, é iba apoyada en
una armazón de madera con aros de hierro.;
Para colmo de males, el buen hombre era
ciego. . ,
£1 so!, próximo á su ocaso, matizaba de
anchas fajas doradas ios espacios compren didos entre negras y amontonadas nubes, y
las sombras d é l a s encinas seculares empeza
ban á - d i l a t a r s e dé un modo jigantesco en
los ciaros qye las separalian, cuando aque líos dos desgraciados llegaron á la entrada
de u n sendero que desaparecía á travos del
bosque. A pesar de la proximidad d e una
vegetación abundante y poderosa, y de la
hora avanzada del dia, et.calor era abrumador y sofocante; no movia la* hojas Ja m a s
ligera brisa; d e vez en cuando se percibían
en la atmósfera ruidos sordos y prolongados, y las b a n d a d a s de cuervos volaban d e
árbol en árbol arrojando graznidos lastimeros
—Alié --en-, ;mls Shueaífs;i litado»aprendi aleo de marina, ;dijo#l anciana»
los harapos,, y puede afsepjiarse q u e t e n d r é mos un buen chubasco esta noche.
IA muchacha, qpq parecía ser Ja p e r s o n a
menos atu i b l e d e s u s e x s o ,
sus ojos, fijasen,
pesura con,aire de -letWW.
viejp
tirando con fuerza del vestido
ñera, la-obligó á - g o n t a r s ^ á su l a d o epg.&a
cerro alfombrado da rapsgp, y¡íla¡ habió en
voz baja d u r a n t e algunos mipnt¿$,; purer
cien;lo reñirla u n a s vem n co!V..pe|?eri$ail, y
dirigirla otras-lo* consejos mas dufoesyiparf
l e r n a k s . Cmcluidt* : es^a confereusift, W .
vantó con desembarazo .aquel buen-hombrei
y entró cojeando en la espesura apoyado en
el brazo de su c o m p a ñ e r a .
No habían andado todavía cien pasos,
canudo cayendo tres hombres de los árboles
vecinos, ©orno si fueran (rotos m a d u r o s , les
cerraron el pa^o: en el mismo instante otros
diez a r m a d o s de fusiles, que salieron de los
matorrales les cercaron por todas partes»
Dábaoles á conocer como otros t a u t o á i n s u r -
gentes bretones su larga cabellera y su s a yo de piel de c a b r a .
—¿Quiénes sois? ¿A donde vais? dijo el
que parecía geíe.
— D i m e , hija, dijo el ciego: ¿no hay por
aquí ningún azul?
— N o , p a d r e , respondió ia desarrollada
muchacha con voz temblona y gangosa: todos son de los buenos. Podéis hablar sin temor, ¿no es verdad, señores?
— Q u e hable, ya le escuchamos, prosiguió el c h u a n .
—Chica, mira no sea que te engañes, d i jo el mendigo: los servidores de Dios y del
rey no acostumbran á t r a t a r con tanta d u reza á los pobres.
— B u e n hombre, los tiempos que corren son
bastante malos, y el diablo no descansa
— Si, hijo mió, y la desconfianza es la
fruta de la época. Déjame tocar tu traje,
porque hace mucho tiempo que mis ojos han
perdido la luz.
El anciano paseó su mano por el pecho
del chuan.
—"¡Hola! El ccrazon y la cruz, prosiguió;
— 4 5 —
muy bien... ¡Viva el rey.' ¿Dónde está
F l e u r - d e - L y s , á quien Sao Ivo y todos los
santos conservan? Decidme, ¿dónde está?
Tengo que hablarle.
— F l e u r - d e - L y s no está tan de sobra
que pueda perder el tiempo contigo, buen
viejo.
— Y o le respondo de q i e no lo p e r d e r á .
Condúceme adonde se halle; he a n d a d o d e masiado con mi pobre hija, á la que hace tiritar todavia la calentura, y desearía d e s c a n sar; pero antes que todo es el servicio del
r e y . ¿Sabéis que pronto le veremos en su
augusto trono? ;Ah! ¡Qué dia tan grande! Si
entonces me entierran, prometo no hacer ia
menor resistencia...
— C h a r l á i s demasiado, padre^ dijo con
tono impaciente la compañera del viejo f a nático: ya sábete que nos han dicho que
urgia«...
— ¡ A h ! E s c i e r t o , . , tienes r a z ó n . ¿Dónde
está F l e u r - d e - L y s ? Tengo que entregarle
una cosa que ha pasado por debajo d e las
narices de los azules.
El anciano se echó á reír, y hundiendo
— 4 6 —
s u mano por uho de sus infinitos girones,
sacó un paquete é e c a r t a s ¡sellado con e s tudio. E i s ó b r e leiiia insprrso en uno d e s ú s
ángulos ti n siguo partu'uíar en fe rus a de
cruz-HoraleJisada. W r g e f ó d e la partida de
los c h u a n e s no düdó \ a oías, y diciendo a
los aventureros que le siguieran, se internó
en loséfsfiladcsog>íleU)osque<
'Nd bien antíixVíieron algun tanto, cuando
se vieron -dqteit id o® por; una trine bera f o r mada- de?ártoíes,- d e t r á s de h cual a c a m p a ban «nos; eien hombres. • P a s s i o n adelante
despues de haber d a d o ¡el guia el santo y
s e u a c o n v e n i d t s , y á corta distancia s e e n conlraron con otra: i l bosque entero p a r e cía cortado en fodüS direcciones por f o r t i íieacro&es d e g^uel género, de las q u e algunas e s t a b a n rodeadas d e fosos. En cada
un» de los espacios abiertos por las tablas,
m a q u e a i a un c u e r p o numeroso de i n s u r gentes. Los mas de ellos rio teuian otro
uniforme de guerra que la chupa que u s a ban los campesinos bretones, llevando a d e mas unos orillos de jerga en forma de han
d e p a r a echarse ,el fusil; á la- espalda. Casi
—•47—
todos estaban calzados de toscos zuecos llenos de p a j a .
Las m u j e r e s y los niños, mezclados con
la tropa, lo arreglaban todo en los vivaques,
agitándose alrededor d e bis hogueras que
chisporroteaban en el suelo. L a selva ofrecía el aspecto de un a d u a r de salvajes; aquí
se veían pastores a r m a d o s echados en la
yerba en medio de numerosos rebaños de
cabras y carneros.* allí se oia el mugido de
los bueyes ocultos d e t r a s d e un espeso
matorral; el confuso ruido producido por
las voces, l a s armas y los p a s o s , e l e v á n d o se por c i m a de l a s f r o n d o s a s copas de los
árboles-, tan pronto adquiría los a g a d o s tonos del c l a m o r , cornos disminuía hasta el
p u n t o de; convertirle en tin zumbido monótono. Dejando á uu lado ia 'distinta vegetación y los t r a j e s diferentes, se hubiera podido tomar muy bien aquel bosque por u a
o a s i s del desierto, ocupado por tribus n ó mades y guerreras.
, . :
Despues d e media-hora de m a r c h a , e
la que tuvieron que vencer repelidos o b s t á culos, anunció el guia al anciano mendigo
— 4 8 —
que llegaban al fin de tan penosa travesía, y
separa adose al mismo tiempo de Ja espesura
por no ser prudente, según manifestó, s e guirla por mas tiempo, penetró con su c o mitiva en una calle de árboles de seis á s i e te pies de ancha, en la que el entrelazado
ramaje formaba una especie de techo. Bajo
esta bóveda continua, apenas penetraba la
débil luz del crepúsculo, y el gran silencio
que reinaba á su alrededor hacia mas y
mas estraña la impresión producida por
aquellas súbitas tinieblas. El ciego sintió
temblar entre las s u y a s la mano de su compañera.
—¡Hola! ¿Qué es eso? dijo en voz baja
mientras les precedía el guia á alguua distancia. ¿Cuál es el efecto moral que esperimentas en este momento?
—Mi sargento, respondió ia jóven en el
mismo tono: me voy poniendo bastante desazonado.
— ¡ P u e s ! ¡La mia! ¡El efecto moral! p r o siguió el anciano; vamos, no seas gallina,
muchacho. Recuerda que este bosqueeillo
será para nosotros el templo de la gloria.
- 4 9 — N o será mala gloria, me p a r e c e .
— Y hasta de la ínnioriaüJ:ni, ¡nolvida*
ble amigo: y si no, di; ¿có.uo quieres que
figure tu no<nbre en la historia? Con letras
de oro ó simplemente con bastardilla?
— Poco me importa que l i b r a r a con b a s tardilla, si pudiera plantarme de u n brinco
á diez legua*; de a q u i .
— ¡ Q u e dices, insensato! ¡Con b a s t a r d i lla! ¿No te haces cargo a d e m a s de que
cuaudo está uno en disposición de legar su
nombre á la posteridad no es cosa de d a r
semejantes brincos?... ^Cuerno! ¿Qué m á quina es esta? jKs un cañón! ¡M.ldecido
bosque! Jamás he visto semejaute vejetacion
en....
El buen hombre se engulló el resto de
su frase.
El guia se habia p a r a d o de repente p a r a
interrogar con voz discreta á dos centinelas
apostados en la esiremidud de aquella e s Iraña avenida; la última luz del crepúsculo
permitía distinguir, en un ancho espacio
circular, una multitud d e sendas y de choB E I L A I I , — T . III.
4
— 5 0 —
zas bajas colocadas simétricamente: alguna»
de estas últimas parecían de construcción
m a s sólida y menos reciente que las o t r a s :
sin duda era alguno de aquellos refugios
céiebresMjue los chuanes se procuraron d e s de el principio de la insurrección. Muchos
caminos cubiertos, semejantes al que a c a baban de seguir los aventureros, daban ac-^
ceso á un descampado, rodeado por todas
partes de espesura, á la que cercaba á su
vez uua línea de fosos y trincheras, liste
campo era en el bosque lo que la torre del
homenage en las fortalezas de la edad m e dia; veíanse reunidos en él todos los elementos necesarios para hacer una resistencia
desesperada y sostener un combate á m u e r t e . Et orden y la compostura que g u a r d a ban lodos alli anunciaban la presencia de
los gi-fes mas importantes y la disciplina
p e e d i a r á la tropa escocida. En e f e c t o , los
soldados q u e s e d e s c u b r í a n tendidos sobre
el césped ó h a b l a u d o en voz b a j a á las
p u d r í a s de l a s c a b a ñ a s , llevaban en su
mayor parte t r a j e v e r d e v c h a l e c o e n c a r n a do, q u e era el u u ü b n n e d e ¡os cazadores
—51 —
realistas, cuerpo lemiíile, que organizado á
la sombra de ios t r a t a d o s , habia e n c e r r a d o
en sus cuadros á lodos los héroes de las
antiguas g u e r r a s .
Despues de haber entrado en el recinto
el guia y sus dos compañeros, y mientras
atravesaban el campamento, habían e n c e n dido los chuanes algunas luces en las c a b a nas, que despedían sus trémulos reflejos sobre la multitud diseminada en el d e s c a m p a do; de vez en cuando salían á medias de la
oscuridad algunos rostros osados y feroces
para volver á sepultarse en ella de nuevo,
cual si fueran otr¡>s lantas visiones. El guia
se paró en el centro del campamento, delante
de una de las cabañas del antiguo refugio,
en la que habia una guardia numerosa. E n tró soío sin detenerse, y algunos instantes
despues volvió en busca del ciego y su c o m pañera, para conducirlos á la presencia de
Flenr-de-Lys.
El jóven gefe. de pié, junto á una m e s a ,
dirigía la palabra á Jorge; otros dos h o m bres con trajes de sacerdote escribían en un
esquinazo de aquella: algunos oficiales e s -
— 5 2 —
iabaa diseminados en pequeños grupos eo
el espacio que separaba la mesa de la p u e r t a . A la entrada del mendigo cesaron todas
las conversaciones: su hija le condujo á c o r la distancia del ge fe, y se retiró algún
tamo haciendo ridiculas cortesías. El pobre
hombre, con el paquete de cartas en la m a do, la cabeza baja y el cuerpo inclinado,
aguardó á que le dirigieran la p a l a b r a .
F i e u r - d e Lys acercó una lámpara u\ misterioso mensagero, y despues que le hubo e s tudiado minuciosamente de pies á cabeza
con su vista penetrante;
— ¿ D e dónde vienes, dijo, y quiéa le cavia?
—¿Sois vos, F l e u r - d e - L y s ?
— Y o soy.
— ¡ Q u é desgracia tan grande es estar
privado de la vista! prosiguió el pobre h o m bre moviendo la cabeza. ¿Qué mejor e s p e c táculo para un antiguo soldado que el ver
vuestro rostro F l e u r - d e - L y s ?
— ¿ H a s servido tú, buen viejo?
— Como que fue en Fonlenoy donde me
rompieron esta pierna, mi general. Allá e s -
—53—
(aha también el rey Luis X V , á quien por
ia noche hicimos una cama con banderas i n glesas, y recuerdo que dijo «que un rey de
Francia sojo podia servirse de aquellas p a r a
apoyar encima sus pies.» Disimuladme si os
ofendo: pero la verdad es que en un campo
de batalla, para que v a j an las cosas bien, es
preciso que esten los ingleses de Irenle y no
al lado.
Af enas oyeron los que estaban p r e s e n tes la anécdota real evocada por el anciano,
se descubrieron é inclinaron sin separar la
vista de F l e u r - d e - L \ s . Una viva emocíon
coloreó la-s megillas del jóven gefe.
— V e d , señores, el inesperado refuerzo
que m e llega. La sangre de los vencidos en
Crecy y Azincour circula lodavia por las
venas francesas; pero ¿de dónde vienes tú,
mi bravo veterano?
— D e Normandía, mi general. M r . d e
F r o t l e me ha hecho conducir en coche has*
ta Fougéres, viéndome «'papúes precisado á
atravesar la linea enemiga para teuer la
honra de entregaros este paquete.
—54—
— ¡ A h ! ¿Con que eres normando? dijo
F l e u r - d e - L i s . ¿Y de dónde?
—De las cercanías de Coutances, mi g e neral.
— ¡ H o l a ! ¿De Coutances?
E n seguida F l e u r - d e - L y s le dirigió a l gunas preguntas en normando acerca de la
muchacha que te acompañaba, las que s a tisfizo el ciego en el mismo dialecto.
— S e ñ o r e s , he aquí un puro normando,
dijo riendo F l e u r - d e - L y s : y en seguida
abrió el paquete.
Despues que hubo leído las cartas que
contenia, volvió á cojer el sobre que habia
tirado al suelo en un principio, examinó con
la mayor atención el destrozado sello, y fijó
en el ciego durante algunos momentos su
ardiente é inquieta mirada. Pero el rostro
tranquilo y venerable de aquel pobre h o m bre consiguió disipar los recelos que habían
arrugado el entrecejo del jóven geíe; s e n t ó se en seguida al lado de 1a mesa, y dijo:
— B u e n viejo, tienes necesi ¡ad de ponerte otra vez en camino esta misma noche.
Y a sé que es demasiada fatiga para tus
años; pero sabré recompensarte con l a r g u e za. En la venta del Manzano Florido, s i tuada á media milla de Plélan, encontrarás
un agente de Mr. de Frotte, que se e n c a r gará de andar el resto del camino. Si amas
al rey como dices, debes consentir que te
hagan pedazos antes que entregar el d e s p a cho que voy á confiarle.
Apenas acabó de pronunciar estas p a labras F l e u r - d e Lys, escribió a p r e s u r a d a mente algunas lineas, y cerrando el pliego,
estendió el brazo en la dirección de aquel
buen hombre, como para entregársele. Mas
este, sin esperar que nadie se lo advirtiera,
levantó su mano para cojerle.
— ; A h ! ¡Con que ves! esclamó F l e u r - d e Lys retirando el pliego. ¡Traición! ¡ G u a r dias! Prended á ese espia y á su hija.
A las voces de F l e u r - d e - L y s se precipitaron unos diez soldados dentro de la c a bana; pero ya se habían a p o d e r a d o de a m bos los oficiales, despues de una resistencia
abreviad» por el brazo terrible de Jorge. La
pierna de palo del mendigo, su canosa barba y los rojos cabellos de su hija cayeron
- 5 6 -
a i suelo e u l o s esfuerzos de la lucha.
— ( Cu:>l es lu nombre, cama ruda? dijo
F l e u r - d e Lys dirigiéndose al que tenia mas
edad.
— Broidoux, sargento de granaderos del
batallón de los temerarios.
— Creo que conocerás las leyes de la
g u e r r a , y de c o n f u i e n t e la suerte que te
aguarda. ¿Tienes algo que alegar en tu f a vor?
— En el mió no; pero sí en el de este p o bre muchacho. Yo le he hecho lomar parte
casi á la fuerza en esta espeiiieion, y os prometo que si le perdonáis la vida, nada será
mas fácil para mi que eso que llaman morir.
—lmpo>ib!e, Sin embargo, aun podemos
entendernos. ¿Quieres servir á las órdenes
del rey?
— ¿ P o r qué no á las del Papa? dijo B r o i doux con gravedad.
— Y t ú , j o v e n ? dijo F l e u r - d e - L y s a c e r cándose al otro prisionero.
A esta pregunta sucedió un largo silencio, durante el cual el rosiro de Broidoux
fué contrayéndose poco á poco hasta tomar
—57 _
la expresión de la mas indecible angustia.
— S e ñ o r , dijo con voz débil el jóven prisionero, el sargento es mi superior, y ha
hablado por los d o s .
Al oir estas palabras, se pintó la t e r n u r a
e n e ! semblante del sargento; sus ojos se
movieron en sus órbitas, y una lágrima, por
demás honrosa, rodó por sus megillas.
—Lo siento, prosiguió F l e u r - d e L y s , p o r que siempre he querido ó los valientes. Mas
haceos cargo de que yo no os he propuesto
hacer traición á vuestra p a t r i a . Al c o n t r a rio, nosotros la servimos como vosotros,
dije mal, mejor auu. Os concedo una hora
para que peuseis en esto. Benedícite, a ñ a dió volviéndose hácia uno de los c a z a d o r e s ,
llévalos á la cabaña vacia que está en un e s tremo del campamento; átalos bien, y ejerce sobre ellos la mayor vigilancia. Si de
aqui á una hora no h»u variado de modo de
pensar, mándales p a s a r por las a r m a s sin
demora. Es inútil que t r a t e s de recibir mis
órdenes acerca de este punto, porque ya
no estaré a q u i .
Beuedícite, anciano chuan de semblante
- 5 8 ceñudo, coolcó á los prisioneros en medio
de una escolta de cazadores, y saiió eou
«líos de la choza. Esparcióse por el campamento inmediatamente la noticia del atrevido golpe intentado por los dos espías r e p u blicanos, y los soldados se colocaron en el
camino que llevaban, con una curiosidad
m a s bien respetuosa que insultante, porque
un rasgo tal de audacia 110 podía menos de
a g r a d a r á aquellos intrépidos aventureros,
p a r a quienes la ciencia de la guerra estaba
reasumida en estas dos palabras: valor
y
astucia.
E n t r a r o n los cautivos en una cabana algo
s e p a r a d a de las o t r a s , levantada en la extremidad del campamento, y á cuya espalda
s e veia una encina gigantesca.
Aquella rústica habitación no tenia vent a n a alguna, renovándose el aire por las
a b e r t u r a s que dejaban las mal unidas tablas
de una tosca y grosera puerta.
Bencdicite y los demás cazadores ataron
fuertemente los brazos y las piernas d é l o s
republicanos, y les dejaron echados de e s p a l d a s e n el centro de la c a b a n a . Aquel
—59 _
volvió He allí a algunos minutos y c o l o c a n do ima lamparilla eucendida en uno de los
rincones, dijo:
— l i é aqui vuestro reloj; c u a n d o veáis
esta luz próxima á a p a g a r s e , s e r á señal de
que pasó la hora.
El chuan salió apenas hizo semejante a d vertencia:
—Henos aqui metidos en una aventura, dijo Broidoux despues de haber meditado un
rato, que, á decir v e r d a d , no es de las mas
agradables. Esos canallas han sepultado las
cuerdas en mis delicadas c a r n e s . Yo no he
querido quejarme recordando mi dignidad
de ciudadano; pero sentiría que no le h u biesen tratado con mas consideración, pobre Colibrí.
— M e han tratado con la misma, dijo Colibrí; pero ¿qué debemos hacer ahora?
—Comprendo lo que quieres decir, prosiguió broidoux con voz alterada. ¿Si me h a bré acatarrado ahora? Colibrí, no vayas á
hacer el disparate de creer que es cosa d i vertida
para un sargento
convertirse
en gorrion para que se diviertan esos
—60—
señores
Todo al c o n t r a r i o . , . . . E s p e rimcnto un efecto moral bastante diabólico,
y no por mi, sino por t i . . . El demonio m e
lleva cuando recuerdo que be sido yo quien
te ha t r a i d o á esta c a v e r n a . . . . Eso s i . . . .
crei hacerte un bien, Colibrí. Habiéndote
profesado siempre una amistad inalterable,
juzgué oportuno desbastar te de un solo golpe, colocándote una á altura envidiable en el
concepto de tus superiores y en la e s t i m a ción de t u s c a m a r a d a s . . . . E r a una idea
g r a n d e . . . . ¡Voto á quince mil solideos!...
Una idea excelente, una idea de amigo y de
p a d r e . . . y sin embargo, ahora no me purece
tan b u e n a . . . Pero es preciso que me digas
Colibrí... si, es absolutamente preciso... si
me perdonas ó nó.
— O s perdono de todo mi corazon, s a r gento, respondió Colibrí; ya sé que p r o c u rabais mi bien, aun cuando no lo huyáis
conseguido.
— E r e s un valiente, dijo Broidoux, y se
enronqueció del todo.
Despues de algunos instantes de silencio,
continuó cou voz mas segura.
- 6 1 —rSí, eres un valiente, Colibrí, y desde
que has enviado á pasear al ex-príncípe y á
sus partidarios, puedes lisonjearle de haber
adquirido toda mi estimación, si bien no
creo que te sirva mucho en lo sucesivo.
—¿Conque es decir, mi sargento, que ya
no hay esperanza?
— ¡ H o m b r e ! . . . . te d i r é . . . . lo que es e s peranza, sí, porque, seguo dicen Jos sabios,
existe hasta que muerde uno la t i e r r a . . . .
No es esto decir que nuestra posicion sea
de los mas brillantes....Cierto es que el
enemigo ha adquirido sobre nosotros uña
ventaja bastante considerable... y quizás algo mas que b a s t a n t e . . . . y, te digo esto,
porque me repugnaría engañarle en un m o mento en que cada uno es dueño de hacer
las reflexiones mas a d e c u a d a s á su t e m p e ramento.
Un nuevo silencio sucedió á la declaración embozada, aunque suficientemente clara, sin embargo, del viejo sargento. Un relámpago, penetrando de repente por las
hendiduras d é l a puerta, hizo p a l i d e c e r í a
débil luz de la habitaciou. Pocos momentos
—62—
despues se dejó sentir un estampido largo y
solemne, que anunció á los pr isioneros que
la tempestad, que habían visto formarse d u rante la t a r d e , estaba próxima á estallar
sobre el bosque.
— M a s de una vez ha pasado de pié noches
semejantes, cuando estaba en el bosque con
mi padre, prosiguió Colibrí. Mientras d u r a ba la tormenta no cesaba este de d a r grandes zancadas por la habitación, y mi pobre
madre rezaba sus oraciones ed un rincón
del hogar, cosa que tranquilizaba á aquel.
— No lo dudo, honrado Colibri, dijo
Brouidoux; ¿y cuáles eran las oraciones que
rezaba tu buena madre?
— E r a n plegarias á Dios, mi querido s a r gento.
— L a s sabes de memoria?
— C r e o que sí.
— P u e s d ü a s . . . ¿Sabes lo que digo,
Colibrí?... Que sí la república ha hecho
algo malo, ha sido arrostrar la cólera
d e ese que está metiendo tanto ruido allá
a r r i b a . . . porque hay momentos en que
los derechos del hombre y los del c i u -
-63—
dadano soil un consuelo bastante triste
para el sima de una c r i a t u r a . . . Por lo
que á 4DÍ bace, Colibrí, si no be hecho
nunca mal á una mujer ni á un niño»
ni siqu-era á un perro, no ha sido t a n t o
por virtud como por no disgustar al ciudadano en cuestión... E é ahí ia razón
por qué le digo que si tienes algún p e d a zo de oracion en la cabeza y deseas
desembucharlo, lo desembuches inmediatamente.
— Lo haré con gusUfr dijo Colibrí.
— Y ademas, prosiguió Broidoux, si
quieres dar una prueba categórica de que
ao guardas rencor á tu sargento, reza
alto, porque sobre ese punto le considero
como mí superior.
Colibrí cerró los ojos, como si p r o c u r a ra recogerse en sí mismo.
—Mi sargento, prosiguió despues de una
breve pausa: esto es lo que decía mi
buena m a d r e . . . Colibrí calló de repente,
porque la puerta habia rechinado al girar
sobre sus enmohecidos goznes.
La peuosa posicioo en que se e n c o n l r a -
—64 _
ban los prisioneros les impidió ver al que
venia á interrumpirles eu aquellos i sí au tes
supremos.
—Todavía no se lia apagado Ta luz,
dijo Broidoux; eso es hacer trampas.
— M a s bajo, sargento, dijo una voz v a ronil, aunque contenida.
— Y o conozco esta voz, murmuró el s a r gento: ¿quiéu eres tú?
—Kad.
—¡Ah! el padre de! ciudadano del peon;
¿vienes á salvamos?
— M a s bajo os digo; la puerta está
abierta de par en p a r , y el centinela
no hace mas que pasar y repasar por
delante.
En efecto, un momento despues se p a r a ba aquel en el umbral.
— i . o s prisioneros, dijo K a d , me p i den que les ayude á variar de p o sición.
— N o hay inconveniente, dijo el soldado;
y continuó su marcha.
K a d hincó una rodilla en t i e r r a , é inclinándose hácia los cautivos, sacó de su
— 6 5
—
manga un cuchillo, cuya luciente hoja
brilló al reflejó de la luz. En dos golpes
cortó los cordeles que sujetaban las m a nos y los p i n s del sargento.
— S i estimáis en algo la vida, no os
mováis, dijo.
Dirigiéndose en seguida á Colibrí, le
libró de sus ligaduras con la misma d e s treza y celeridad. Terminada esta o p e r a ción se incorporó el g u a r d a - b o s q u e , y
permaneció de pie al lado de los vigilant e s prisioneros. De allí á un instante e m pezó á hablar, ya con grave lentitud, ya
eon apresuramiento, modificando el tono
de s u voz y el sentido de sus palabras,
s e g ú n que se acercaba ó a l e j a h a , el r u i d o de los pasos del centinelas.
—Solo os queda media hora escasa
para decidiros; ei r e y , que es un señor tan
•bondadoso c o m o . . . Seria locura pensar
salir del campamento atravesado tres cordones de centinelas: si por casualidad lo
.consiguierais, caereis irremisiblemente en
p o d e r de las avanzadas... Servireis a l i a d o
BELLAH
T.
III.
5
—66 —
de los mejores -camaradas... Hé aquí ef
único medio de salvación que se os presenta
d e n t r o de diez minutos, cuando la tempestad descargue con mayor fuerza, y el
estampido de 4os truenos retumbe en el
bosque, os levantareis apresuradamente;
vuestros miembros estarán entonces d e s entumecidos... Sí, F l e u r - d e - L y s promete
haceros oficiales... Oculto entre esta paja,
os dejo mi cuchillo: servios de él p a r a
romper el techo de la cabana por junto
al tronco de la encina que está detras;
subid en seguida al tejado por la abertura
p r a c t i c a d a . . . La causa del rey es la c a u sa d é Dios, y t r i u n f a r á . . . Las r a m a s de
la encina se estienden hasta las malezas
del monte vecino, que está lleno de lazos,
y pereceríais sin r e m e d i o . . . Nada es m a s
lionroso que la confesion de un e s t r a v i o . . .
P e r o la rama mas baja y mas gruesa se
entrelaza con el ramaje que cubre la calle d e árboles mas próxima; m a r c h a d s o bre aquella e n l o d a su longitud, y seguid
de rodillas por encima de la bóveda vegetal hasta que c o u e í u j a . . . Me duele en
—67—
el alma que tengan un fin tan desastroso
dos jóvenes b i z a r r o s . . . Cuando hayais
llegado allí, bajad y encontrareis al m u chacho á quien uno de vosotros salvó
la vida impidiendo una d e s c a r g a . . . ¡Adiós
para siempre, puesto que asi lo q u e reisi...
— ¿ Q u é han decidido? preguntó el centinela, que se acababa de p a r a r en la puerta
de la cabana.
—Morir, respondió K a d . Dejémosles
solos.
— N a d a de eso, prrsiguió el soldado.
Ea lluvia cae con mas f u e r z a que n u n c a ,
y he determinado guarecerme aquí d e n t r o ,
"hasta que pase la hora.
— C o m o quieras,,dijo K a d : pero si tal
haces no podrás hablar libremente con uno
de tus mejores amigos.
El soldado cedió á esta razón con a l gún mal h u m o r , y salió acompañado del
g u a r d a - b o s q u e . Apenas cerraron l?s puertas tras sí, Broidoux soltó un hondo
suspiro, cuvo eco formó oíro de C o librí.
—68—
— H e aquí un socorro inesperado, dijo
el viejo sargento.
— N o hay duda que lo e s , respondió
el g r a n a d e r o .
— H a y una máxima muy antigua, a m i go Colibrí, que dice: obra bien y acertarás. ¿Quién hubiera podido creer que
el granuja del peon había de ser mí s a l v a d o r algún dia? No daré l u g i r á que
nadie me aconseje en lo sucesivo, ni aun
t ú mismo, Colibrí, en quien reconozo un
talento precoz.
— P e r o , mi sargento: ¿habéis compren dido uua sola palabra del
ciudadano
chuan?
— L o he comprendido todo de cabo á
rabo, y voy á emplear en esplicártelo los
molestos minutos que el entorpecimiento
de nuestras agraciadas formas nos obliga
á p a s a r todavía en esta h u r o n e r a .
Mientras el viejo sargento detallaba á
s u subalterno con calma y lucidez el plan
d e evasion confiado á su audacia y s a n gre f r í a , el resplandor de los relámpagos
se sucedía mas repetido y desvanecedor,
—69—
y la tempestad se desataba con mayor
furia.
Bien pronto el r u m o r sordo y lejano
de la tormenta se cambió en un concierto
salvaje de ensordecedores estampidos y
de silbidos agudos, con los que se m e z claba el ruido de la Hovia. La puerta de
la cabana rechinaba encorvándose al impulso de los golpes de aire, y el agua e n traba por sus j u n t u r a s , formando a r r o yüelos en el piso. De repente hendió el
espacio el r uido del trueno, mas violento
y terrible que los otros, y la enorme e n cina, cuyo tronco estaba empotrado en
una de las paredes de la c a b a n a , se agitó
hasta sus mas profundas raices al embate
del h u r a c a n .
— H é aquí el momento oportuno, dijo
Broidoux levantándose con resolución.
Cogió inmediatamente el cuchillo del
g u a r d a - b o s q u e ; se puso sobre la punta de
los píes, y hundiendo la hoja en el techo
de la cabana, abrió un agujero junto al
tronco del árbol. Subiéndose despues sobre los hombros de Colibrí, á quien las
— 7 0
—
angustias del momento prestaban una f u e r za convulsiva, rasgó la abertura con las
manos. On golpe de airü, que en aquel
instante penetró en la c a b a n a , apagó de r e pente la luz.
— N o te desanimes, hijo mió, dijo B r o i doux 1 , que yo no te abandonaré.
Al mismo tiempo clavó sus manos en
l o s bordes del agujero, y haciendo los may o r e s esfuerzos, consiguió ponerse de pie
Sobre la c a b a n a . Llegado que hubo allí,
rodeó con un brazo la enema, y con el
otro a y u d ó á subir á su leal ; compañero.
: — E s t e es un árbol; pero yo no veo la
r a m a , dijo Broidoux en voz b a j a . ¿La ves
tu?
Colibrí no respondió n a d a . Desvanecidos ambos en las tinieblas y trémulos de
ansiedad, tocaban en vano cotí sus inaé o s convulsas l a nudosa corteza
del
árbol.
— ; V o t o á veinte mil sotanas! prosiguió
él sargento; no b*y semejante r a m a , y
la falta de luz en la cabana nos va á
perder.
Mientras hablaba, rasgó un relámpago
las sombrías profundidades de! cielo, y
enseñó á los fugitivos la deseada rama,
que naciendo nos ó tres pies mas abajo, se estendia horizon talmente en el espacio,
— Sígneme, dijo Broidoux: agárrate bien
A mis pingajos, y recorramos á horcajadas la rama hasta que encontremos el
fin.
£1 sargento y Colibrí, que se habían a g a r r a d o á él con fuerza, se montaron" en
la rama colosal, que según les habia
prevenido el guarda-bosque, debía servirles de pueule para llegar á la bóveda
vegetal de la próxima calle de árboles.
La rama cedió algún lauto bajo aquel
peso, pero, sostenida en su estremo mas
débil por el ramaje, se quedó lija, •
Llegaba apenas á la miíad de su viajata
aérea, cuando resonó á sus espaldas el
grito d e ¡á tos armasi
—¡Firme, muchacho! ¡Mucha serenidad!
dijo Broidoux eo voz baja.
Algunos segundos despues habían llega-
—72 _
do ya los dos fugitivos al eslraño camino suspendido como un pabellón encima
de la atenida del campamento. A r r a s t r á banse de rodillas por él, cuando un c o n fuso ruido de voces y pasos precipitados,
que parecia dirigirse bácia donde estaban,
les dejó inmóviles y mudos. Un momento
despues pasaron por debajo de ellos m u chos hombres armados, agitando a n t o r chas en sus manos. Asi que perdieron
de vista el resplandor que aquellas luces
producían, siguieron arrastrándose con s i lencioso apresuramiento. De repente soltaron
un gemido los labios d e Colibrí.
— ¿ Q u é te sucede? preguntó el sargento
volviéndose.
— Q u e he metido un pie e n t r ó l a s r a m a s
y no puedo sacarlo.
— jPues estamos frescos! Buena ocasion
es esta para c h i s t e s . . . ¡Vamos, hombre!
Tira con fuerza.
—Imposible, mi s a r g e n t o . . . no p u e d o
s e g u i r o s . . . .pero- salvaos vos, porque no
!
quiero ser c a u s a . . ,
— N o insultes á tu s u p e r i o r . ; . Ahora
—73—
voy á y u d a r t e . . . aguarda un poco.
— T o d o se ha perdido, mi sargento,
prosiguió Colibrí arrimando sus labios al
oido de Broidoux y hablando con voz c a si imperceptible. ¡Siento que m e tiran
de la pierna!
Broidoux apretó con violencia la mano
de su compañero, sin responder una sola
palabra. Esta cruel situación, que d u r ó
un minuto eterno, acabó con las siguientes
palabras pronuucíadas con cautela desde
abajo por una voz dulce y delicada:
—¿Sois vos, señor sargento?
— ¡Calla! E s e ! dueño del peon, e s c i a mó Broidoux respirando con satisfacción,
Si, somos nosoiros... ¿Están todos buenos
en tu c a s a ? . . . A g u a r d a un instante, y llegaremos á tu lado.
Mientras hablaba habia conseguido el
viejo sargento desenredar la pierna de
Colibrí, y saltando encima de un m a t o r ral corrió hácia el camino, y estrechó
entre t u s brazos al hijo del g u a r d a bosque.
Guiando el niño á los fugisivos por
medio d e un espeso laberinto de m a l e zas* les condujo sin ningún accidente h a s t a la salida del bosque. Broidoux no q u i so;, separarse, de él sin abrazarle otra vez
m a s y sin prometerle q|ie le devolvería
su peon en la primera ocasion que, se
CAPITULO X I I .
En eí momento en que l o s d o s cautivos
republicanos verificaban su fuga con el
buen éxito que generalmente
acompaña
á las e m p r e s a s llevadas á cabo c o n valor,
un jóven oficial del ejército católico y
realista atravesaba solo ta selva, dirigiéndose bácia el costado occidental. Caminaba
con paso rápido», sufriendo los torrentes
de agaa q u e haeiaa inclinar las eopas
de ios árboles, indiferente al estrépito de
la tormenta, y sacudiendo de vez en c u a n do con aire distraído su c a p a , doblemente
pesada que de ordinario á causa de 1a
-76—
lluvia. Los centinelas, por delante de los
cuales iba pasando, se preparaban á h a cerle el saludo militar,' al oir ciertas palabras que en voz baja le dirigía. R e c o nocido á la claridad incierta del fuego
de un vivac al atravesar por delante de
una avanzada considerable, fue ai punto
rodeado por una multitud respetuosa, que
mezcló sus entusiastas aclamaciones á ios
mil ruidos del huracan. Las mujeres y
los niños, salieron a p r e s u r a d a m e n t e
de
sus miserables albergues, repitiendo con
sencilla admiración el nombre de F l e u r de-Lys; de todas p a r t e s acudían; lodo
el mundo se agrupaba alrededor del jóven
jefe; algunos se esforzaban en locar sus
manos á sus vestidos; su presencia parecía
^espertar la ¡dea de un ser supeiior ai
hombre. Semejantes ovaciones detuvieron
mas d e una vez al general realista eu
las diversas encrucijadas de la selva.
Debemos despojar a q u í . de ur.a parle
del misterio en que hemos envuelto a este
jóven, rodeado de una popularidad que
casi rayaba eu a d o r a t i o n . Este persona-
— 77—
je se habia dejado ver por vez primera
eu la Vendée, hácia el fin de las g r a n d e s
guerras. Entonces no llevaba el nombre
bajo el cual se le designa en esta relaciou.
Habiéndole lanzado el curso de Sos acontecimientos al B a j o - M a i n e , y mas tarde al
Norte de la Bretaña, reunió allí los e l e mentos dispersos de la chuaneria.
Él fue el primero que hizo salir á los
realistas de sus posiciones p u r a m e n t e d e fensivas, p a r a conducirlos á los campos
de batalla: una suerte asombrosa a c o m p a ñaba á sus a r m a s , puesto que no se citaba un encuentro en que no le hubiese
sonreído. Largo tiempo hacia que m a r c h a ba á la cabeza de los insurgentes bretones, que hablan conocido desde luego la
influencia de su renombre singular. No s o lamente se celebraban sus prendas militares y su actividad fogosa, moderada por
una sangre fría inalterable y la rara mezcla de temeridad y cálculo que dirigía
todos sus movimientos, sino que poseía
ademas algo de misterioso, esparcido por
su persona y su destino, que acababa d e
encantar á aquellas imaginaciones sencillas
y ardientes. Su belleza, su lenguaje e s c o gido, su liberalidad, que no le dejaba f r e cuentemente otra propiedad que su c a b a llo d e batalla; todos los dones de gracia
y poder que ilustraban su juventud, eran
otros tantos rasgos brillantes de que la
superstición y el amor á lo maravilloso
habian creado un ser sobrehumano. Mostraba un valor admirable cuando, cargando
al enemigo con el sable envainado, e n tonaba con gentil alegría en medio del f u e go himnos de guerra compuestos por él
mismo. Los soldados te creían
invulnerable.
Los demás jefes y la nobleza, menos
sensibles á semejantes fascinaciones, no d e j a b a n sin embargo de a c a t a r el tacto e s pecial de que el célebre caudillo daba
m u e s t r a s repelidas en el género de guerra
que tenia que sostener; pero, sobre todo,
a lo que mas veneración prestaban era al
prestigio de una semejanza ilustre impresa
en su altivo rostro. Esta semejanza no e r a
engañosa; d e t r a s del misterio que envolvía
—79—
el origen de aquella existencia estraordinaria, se ocultaban la vergüenza de una m u jer y ol crimen de un r e y . Los nobles
del Oeste habían en cierto modo legitimado con sus atenciones los títulos de este
jóven ai respeto particular de los insurgentes
realistas.
Sin embargo del tacto que mostraba el
jóven jefe para sacar partido de todas
las circunstancias que pudiesen aumentar
su imperio, sus medidas dominadoras y
su individualidad cada vez mas absorbente, no tardaron en inquietar á aquellos
mismos que habían contribuido á f u n d a r
el culto de que era objeto. La fama de
3MS victorias y el r u m o r de s u popularidad llegaron á oídos de los príncipes
emigrados, y empezó á desagradarles un
servidor tan poderoso. El conde de P u i s a ye le escribió desde Inglaterra una c a r t a
de felicitación, en que le daba á conocer
su dependencia. A este punto habían llegado las cosas, cuando se abrieron las
negociaciones para la paz con la repúblic a . El dichoso aventurero rehusó tomar
-80parle en ella; pero las intrigas que se
agitaban en torno suyo desde hacia algún
tiempo le dejaron de repente aislado y
sin medios de prolongar su resistencia. P e r seguido por los azules, se vio obligado á
abandonar la tierra de Bretaña, refugiándose en una barca de pescadores que
estaba en una playa desierta á corta distancia de Saiut-Briene, una pequeña p a r tida de chuanes protegía sil embarque.
Antes de abandonar la orill-j hizo p e d a zos una flor de lis de oro que adornaba
la parte superior de su espada, y la e n tregó á sus fieles amigos. Esta reliquia
llegó, a ser en las leyendas populares el
nombre del héroe fugitivo. En mas da
una parroquia, deseosos los sarcerdoles
de contemporizar con un entusiasmo e x a l tado por el encanto de los recuerdos, h u bieron de añadir á los votos por el rey
una oración distinta en obsequio de Fleurd«}-Lys. Una vez libres de los celos que
producía su presencia le echaron d e m e nos sus enemigos secretos. Al
entrar
en acción se hallaban los antiguos tercios
— S i de la chuanería promos al combale, per©
sin aliento y desorganizados, como en los
primeros tiempos de la sublevación.
Cuando el jóven jefe se bailaba en I n g l a t e r r a , los emigrados le obsequiaron coa
mil festejo*. Uno de los principes d e s t e r rados, que se hallaba también entre ellos,
le dispensó una acogida muy favorable,
dando á entender con tal proceder q u e
esperaba todavía de él grandes servicios.
F l e u r - d e - L y s , según se dice, fue agraciado
también por aquella época "cou un título que
traía á la memoria el teatro de sus p r i meros hechos de a r m a s , y que estaba
lomado de los recuerdos de p a r l e de la
familia de Luis X I V . Ninguna explicación
acompañó, sin embargo, á esta alusión in directa y aduladora á ios equívocos d e r e chos del jóven d u q u e .
Algunas semanas mas tarde el gabinete
inglés se decidía á lanzar en Bretaña una
division de emigrados. Uno de los p r í n c i pes, tío del jóven rey cautivo en el T e m ple, debía m a n d a r el c u e r p o do d e s e m b a r BKLLAB,—T.
III.
TÍ
—8*2—
co. Sabido es con qué instancias habia
sido solicitada siempre la presencia de este personaje por los jefes vendeanos.
Nadie ignora tampoco con qué d e s a liento y amargura, muchas veces hasta poco mesurados en su espresioh, los mas
famosos defensores de la causa realista
soportaron la eterna decepción de su esper a n z a mas legitima.
La espedicion se hallaba pronta: t r a t á base de volver á poner en movimiento e»
toda la Bretaña las masas insurgentes, á
fio de alejar del puis las fuerzas republic a n a s y asegurar el desembarco de la e s cuadrilla. F l e u r - d e - L y s pareció el mejor
dispuesto para esta empresa, y la aceptó.
S u nombre, rodeado de mayor prestigio
con la ausencia, fue causa de que se d e s poblasen en dos dias todas las cabanas,
y bé aqni como formó un gran ejército.
L a especie de investidura ofici»! que a c a baba d e recibir le prestaba á los ojos de
los otros jefes un nuevo c a r á c t e r de s u p e rioridad que nadie quiso disputarle. E n una
c o n a campaña cumplió, conforme hemdS
— 8 3 —
visto, ia misión de que se habia e n c a r g a do; pero la escuadra inglesa no se presentó el dia lijado, y se comunicaron á Fleur-deLys nuevas instrucciones, á las cuales obedeció, modificando sus primeros planes.
Entonces fue cuando abandonó las c o s tas.
Sin embargo, la tardanza de la e s c u a d r a , que no dejaba de tener cierto viso
de traición, habia causado una sensación
profunda en el alma impetuosa del jóven
general, que se veia á medias sacrificado
en premio de su adhesion. Su odio d e clarado a los ingleses se hizo mas violento, confesando ya en voz mas alta su
oposicíon á toda medida en que pudiese
tener p a r t e la maquiavélica política d e
aquella nación.
Algunas palabras indiscretas que en s u
resentimiento habia vertido, despertaron
la desconfianza en torno suyo. Una p a r t e
de los jefes permaneció sinceramente adicta
á su persona; pero otra sobrellevaba con
gran disgusto su y u g o : inqtyetábales ía v e neración que íe p r e s t a b a una provincia e n -
—Sil e r a , veneración q u e , á decir verdad, casi
rayaba en idolatría; observaban con d e s agrado en sus palabras el tono f a t a lista y decisivo, que inspira comunmente
á los favoritos de la fortuna la s e g u r i J r d
del triunfo, y que oculta la mayor parte
de las veces pensamientos ambiciosos. Bien
pronto tendremos oca^ion de ver si eran
ó no fundados los celos y envidia de los
rivales de F l e u r - d e - L y s .
Al llegar este a u n costado del bosque, encontró acampado un fuerte destacamento de
caballería, único cuerpo de la indieada arma
que contaba el ejército realista; pero que. sin
embargo, se bailaba todavía en muy buen
estado de equipo. La mayor parte de los
gineles, del mismo modo que un gran n ú mero de voluntarios de la selva, tenían
p o r calzado unos zuecos, encima de los
q u e ajustaban unas campanas de cuero,
á manera de bolas. F l e u r - d e - L y s cogió
u n caballo, y se dirigió á lodo escape bácia el castillo de Kergant.
El bosque de la Nouée habia servido
d e asilo al marques y á los suyos d u -
— 8 5 -
rante el dia que siguió al de la sorpresa
del castillo por el destacamento de F r a n cisco. Entonees fue cuando se tuvo la noticia de que los republicanos habían o c u pado á Kergant y le habían abandonado
al punto, retirándose hácia el cuartel g e neral. El marqués, queriendo evitar en lo
posible á su familia las molestias i n h e r e n tes á una vida de proscripción, se habia
determinado por último á volver á entrar
en su castillo, encargándose F l e u r - d e - L y s
de mantener por medio de sus espías u n a
vigilancia que pudiese prevenir cualquiera
nueva sorpresa que se intentase llevar á
cabo. Por otra parte, el objeto de los p l a nes secretos de los chitanes consistía e a
prolongar ya por muy poco tiempo una
situación tan precaria.
Habíanse vuelto á adoptar en el castillo
todas las costumbres de la vida de f a milia, procurando de este modo formarse
la ilusión de que se disfrutaba en él ía
misma seguridad que en mejores días;
pero semejante Ücticia calma no engañaba
á nadie; en las palabras, y mas bien aun
—86—
ep el silencio de todos, se traslucía el
terror de que se hallaban poseídos. Bellah habia caido en un estado de p o s t r a ción alarmante; la misma Andrea no s o n reía j a sino entre sueños.
E n la noche & que nos ha conducido
el relato de esta histor ia, todos los m i e m bros de la familia se habiau separado á c o sa de las diez.
Bellah, retirada en su aposento, p e r m a necía en pie huela algunos minutos con
una mano coloeada en el respaldo de un
sillón, incliuada la cabeza y fija la vista
en el espacio, parecía hallarse escuchando
con melancólico ínteres los clamores de
la tempestad que sonaba» por defuera y
los tristes eens repelidos en los corredor e s del castillo. Las bellas facciones de
la jóven se hallaban en un estado de a l teración notable; pero su misma palidez
y el surco semicircular que se dibujaba
debajo de sus ojos no ser vían sino para d o larla del único encanto de su sexo que
quizás, la fallaba; la debilidad.
..Abaudonuudo,
por fin, su actitud c o n -
—87—
lercplativa, fue á sentarse delante de tina
pequeña mesa que servia de ba«e á una
elegante biblioteca tic ébano esculpido, y
sacó de esta un abultado libro forrado de
terciopelo y cerrado con un broche en
forma de cruz, que rechazó con dulzura
antes de abrirle; en seguida, agitando la
cabeza con la dolorosa espresion de aquel
que no puede resistir á un deseo que en
su interior contiena, arrancó una hoja de
un álbum y comenzó á escribir con febril
rapidez lo siguiente:
«Hervé, hermano mío; ya no espero
volver á veros mas. Vuestro injusto desprecio será la causa de mi m u e r t e . A p e n a s me conoceríais ya si m e vieseis, amigo
«lio. Los que me rodean creen que es efecto de la fatiga, de la emocion: j o les
dejo en su e r r o r , pero en tanto desfallezco.
MÍ corazon se halla herido; tan pronto late
tan aceleradamente que no me permite r e s r
pirar, como se para y se me figura que
es llegada mi última hora. Me hallo d e s o lada; mi espíritu se encuentra en completo
desórden. La tempestad horrible de esta
—88 —
noche ha trastornado mis sentidos. Pa~
réceme que cada torbellino pasa sobre mí
como sobre un frágil arbusto, y cada r á faga se lleva en pos de sí parte d e la
vida qae me resta. Si m e engañase, si
hubiese de continuar viviendo, j a m a s l e e ríais estas líneas.
«Hervé, he consagrado toda mi vida al
cumplimiento de mi deber, y en su o b sequio he sacrificado mi existencia: pero
pido que á lo menos mi tumba me p e r tenezca, y que se conserve pura á los ojos
de todos, y m a j o r n e n t e á los vuestros.
Cuando ya no exista, nadie puede oponerse á que lloréis por mi, y este es el
único pensamiento que me sonríe a g r a d a blemente en el triste estado á que me veo
reducida. Sin duda no debe ser deshonrosa
la debilidad que me arrastra á escribiros,
cuando no se alzan contra este acto en mi
conciencia mas que leves reconvenciones, y
por lo tanto reconozco que es mi pobre c o n ciencia de otro tiempo
¿Os acordais,
Hervé? Mi conciencia de sensitiva, y de
sensitiva enferma, según vos decíais
—89 _
¿Qué se hizo de aquel tiempo, Dios mió?
»Cuando mis propios iahios os confesaban io que causaba mi vergüenza, debisteis prestarme crédito sin d u d a . . . P e r o
qué, ¡tan pronto, tan fáeihneate, H e r v é bajo el techo de esta morada, durante
tanto tiempo común á entrambos; en donde
mi alma se habia desenvuelto pliegue á pliegue á vuestros ojos, hasta una palabra para
borrar de vuestra mente tantos recuerdos!
¡Ah! me parece que, aun en el dia de la
eterna justicia y de la inexorable v e r d a d ,
si escuchase de vuestros labios una e?presion baja é infame, aguardaría para c r e e r la á que el mismo D o s la repitiese...
¡Y vos habéis dudado! ¡Una palabra, una
calumnia tendrá tan fácil acceso en vuestro
corazon que os haga olvidar toda una
existencia de honroso comportamiento!...
Por que yo os he mentido, s í , puesto
que es preciso decíroslo; pero tío tengo
que arrepentirme de esa mentira, Hervé;
porque las fallas que nos hace cometer
el deber las eleva al nivel de virtudes. ¡Ay!
¿Por qué al mismo tiempo que nos impoue
- 9 0 -
tma obligación no nos dará lá suficiente
fuerza p i r a llenarla?
» Es preciso queos esplique lodo, pues parece que ya no comprendéis mi carácter.
Yo he seguido fiel, apasionadamente fiel,
á los sentimientos é ideas que sirvieron
de pasto á nuestra infancia. Greo en el
r e y , como creo en Dios. Esta doble fe
es el úuico sosten de mi conciencia: fuera
de ella no veo otra cosa que tinieblas é
inquietudes, entre las cuales me seria imposible vivir. Sin embargo no comprendo
la indiferencia, y bendigo al cielo porque
ha conservado ilesas mis creencias. Si,
en el estado en que me hallo no habria
tormentos comparables á los que mi alma
hubiera experimentado si un solo instante
se hubiese visto asaltada por la duda. Una
fe Viva cual la que siento, Hervé, respecto
al tiempo pasudo, trae consigo deberes
superiores á las fuerzas de una m u j e r .
¡Cuántas vece* he envidiado á nuestra
Andrea querida! La bondad de Dios le
ha prescrito deberes a! nivel de su fuerza
de espíritu... Os ama, es dichona, y se
—91—
entrega tranquila y reposada al sueño.
¡Ay! Acaso no habia j o nacido también
para disfrutar la halagüeña paz de la f a milia. y las fáciles exigencias del hogar
doméstico? Dios no lo ha querido así:
jloados sean los misterios que envuelven
sus altos juicios!
»De mí dependía i n p e d i r la desgracia
que presentía entre vos y ese jóven. Yo
debí impedirla á toda costa. No hay e c sislencia que deba ser mas preciosa para
todos los que aman bien á su rey que
la de ese hombre. ¡El r e y ! ¡Hervé, este es
un nombre que no tiene ya la misma s i g nificación cu vuestros oídos que en los
nuestros, y apenas comprendéis que pueda
servir de esplk&eion de cualquier s a c r i ficio.
Vos miráis con desden nuestras
preocupa! iones, nuestra idolatría; es d e cir, el culto de los mas bellos recuerdos
de nuestras patria y nuestras familias, la
fidelidad á los altares y tumbas de nuestros padres, iodo cuanto encierran de mas
ilustre y glorioso los tiempos pasados, todo lo que habia de virtud á uu alma cris-
—92—
liana, de gloria á un alma francesa, todo
cuanto encierra para nosotros ese círculo
misterioso y sagrado, llamado la corona
real. Decís que comienza un mundo nuevo,
en que todas estas cosas tienen solo la
importancia de unas sombras: si ese mundo
comienza en efecto, yo i;o me hallo n a cida para él; debo morir, como la virgen
pagana, en el suelo del templo en que h e
dirigido mis preces / , o r al cielo última vez.
»Me hallaba tan distante de ser c u l pable, que no pude comprender en un
principio qué era lo que me preguntabais...
E s muy estraño que me hayais creído tan
fácilmente. Q u e n a salvar la vida de aquel
jóven; estaba obligada á hacerlo así; pero
tampoco es mi ánimo al justificarme que
vayais á concebir sospechas de otra p e r sona. Alix, á quien conocéis, me hizo una
confianza voluntaria, que me dió á e n tender el error en que habíais incurrido.
Vino á rogarme que intercediese con su
padre para que consintiese en su c a s a miento con uno de nuestros jóvenes oficiales, el hijo del guarda de Mr. de MOD-
—93 _
ryon; y de paso m e confeso que ie h a bía encootrado en e! bosque de abetos
aquella aciaga noche, y que estaba llena
de sobresalto temiendo que les s o r p r e n diese su p a d r e . El sugeto á quien ella
ama tiene un nombre de guerra que ha
contribuido mas á vuestro engaño: llámase
F l e u r - d e Gcnet.
»No creo que tenga m a s que deciros,
y ya me siento mas tranquila... Amigo
mió, si llegáis á leer esto, será señal de
que yo he cesado de existir. Esta e s p e ranza disipa todos mis escrúpulos. Si cuido
tanto de que mi memoria os sea grata,
consiste en que lo merezco; estad seguro
de ello... H e luchado mucho por causa
v u e s t r a . . . Dios nos ha hecho dueño» de
nuestras acciones y palabras, pero no de
los latidos de nuestro corazon... ¿Habéis
podido en efecto juzgarme culpable?
Yo habia pensado continuar siéndoos e s t r a ñ a , p u e s j a m á s ni la pasión ni el s u frimiento, y d e ello hoy os doy una prueba,
hubieran obtenido de mí una resolucioo contraria á las leyes de mi c o n -
ciencia. Desde nuestra entrevista en la
montaña de las P i e d r a s hacíais bien en
pensar que yo no era ni podía ser m a s
p a r a vos que un recuerdo: pero nunca
debisteis abrigar la idea de que pudiese
consagrar á otro hombre las inclinaciones
de mi alma, profanando el recuerdo que
existe en el fondo de mi corazon.»
Al acabar de escribir Bellah estas p a labras, alzó hácia el cielo sus párpados
humedecidos por el llanto, para ponerle
por testigo de sus palabras, y d e s c u b r i e n do á F l e u r - d e - L y s que penetraba en aquel
instante por la puerta del aposento, se levantó de su.asiento sobresaltada. El jóven
se habia parado en el dintel, con la cabeza
baja en actitud respetuosa.
— S e ñ o r duque, le dijo ella con g r a vedad, un sí es no es altanera: mi
p a d r e está todavía en el salon, según creo.
— P e r d o n a d , dijo F l e u r - d e - L y s : es á
vos solamente á quien desearía hablar. Ya
os podéis figurar que sin «n motivo muy
grave no me hubiera atrevido á molestaros.
Me hallo en vísperas de lomar una resoSu-
—95 _
don suprema, y es preciso que os e o n sulte sobre e!la sin tardanza.
!
La señorita de Kergant- interrogó con
una inquieta mirada el semblante de F i e u r d e - L y s , en el cual i¡o pudo leer otra cosa
que ta vaga espresiun de una perplejidad
viólenla.
— ¿ Q u é se os ofrece? preguntó en s e g u i da, dejándose caer en un sillón' con el
mayor desaliento.
,
F l e u r - d e - L y s reccgió un memento s o s
ideas, y acercándose á la joven, «que se
bailaba dispuesta á escucharle con gran atención, la dijo:
— Y o s sabéis dispensarme justicia; vos
á lo menos estoy seguro que conocéis que
me he consagrado fielmente al peligroso
deber que se me ha impuesto.
— Sé, interrumpió Bellah, que habéis
hecho honor á vuestra estirpe, señor duque.
— Sin embargo, replicó el jóven; la p a ciencia y abnegación de un hombre tamliien
reconocen límites. ¡Ay d é l o s que echaren
esto en olvido y# fuesen causa de que v a ci'ase la fe de los" subditos leales!
—96—
—¿A qué vienen esas estrañas pala»
fcras, duque? ¿Qué meditáis? ¡Dios mió!
— S i todavía no he aprendido á ser t r a i dor, Bellah, no será, por cierto, por falta
de leccioues r e c i b i d a s . . . , . Vos os hallais
enterada, á lo menos en parte, de lo que
h a ocurrido- pero no quiero que nada quede
oculto á vuestros ojos. Yo habia recibido
encargo de dispersar ó destruir todo cuanto
pudiese servir de obstáculo al desembarco
prometido tanto tiempo hacia; algunos dias
despues ya habia cumplido con mi misión
fielmente; la ribera, todo el pais s e hallaba
libre; éramos dueños de 1a costa, y toodiamos ia mano á nuestros amigos a l i a dos, pero no vinieron, y nos dejaron cara
á cara con uno de los mas terribles e j é r c i t o s . . . con el mejor general de la r e p ú blica...
— P e r o ya se os habia advertido; p u e s ,
scguu creo, recibisteis nuevas órdenes.
— S í por cierto; tres dias despues. No
e s posible que os pinte las angustias que
pasé durante aquellas eternas horas de
incertidumbre y abandono; mis angustias
'—37—
no eran por mi seguramente, sino por t a n t o s
valientes qu<\ confiando en mi palabra,
se habían dejado conducir á una carnicería
sin f r u t o . . . Por fin llegaron las órdenes;
la escuadra se habí:* retardado, por r a z o nes de que no se hacia mérito. Se exigía
todavía una semana de término; era p r e c i so, durante este tiempo, entretener al enemigo o batirle... }Yos sabéis qué enemigo
tan temible e r a el nuestro y los grandes
r e c u r s o s con que c o n t a b a ! . . . Ya se ve,
no hay cosa mas fácil que comunicar órdenes.
El comprender el sentido de las que se nos
habían trasmitido tampoco era un a s u n t o
muy difícil. Cualquiera que pudiese ser el
resultado, se habia t r a t a d o de quitar de
en medio un enemigo ó un servidor attn
mas odioso... y yo obedecí, Bellah.
—Dios y vuestro honor a*i lo exigían,
dijo la jóven con dignidad.
— E s o es en lo que yo no estoy e n t e r a m e n t e de acuerdo con vos, replicó Fleur-;
d e - L y s . Yo dudo que la felidosi ni el
honor pudiesen exigir el sacrificio de loa
BELLAH
T.
111.
7
—8 _
generosos corazones de mis soldados en aras
de una causa egoísta, y sin embargo, obedecí. Se me mandaba morir, v me prepar é á ello. Me iuterné en la selva, y me
p r e p a r é para un combate desesperado. N o
e r a dudoso que allí habíamos de hallar
todos nuestra sepultura si el enemigo se
decidía á atacarnos; pero él tampoco p o dría librar muy bien de la refriega. Pero
el ataque no tuvo lugar, y he aquí lo
que sucede: la escuadrilla inglesa debe a r r i b a r pasado mañana á la península
de
Quiberon. Si los republicanos tienen noticia
de esto, van á precipitarse hácia la costa,
y yo puedo seguirlos y trabar el combate;
pero si continúan engañados, conforme yo
creo, puedo flanquearles d u r a n t e la próxim a noche, y llegar antes que ellos por
medio de una marcha forzada al punto de
desembarco.
— i , a cuestión es d e alta inportancia,
en efecto, dijo Bellah con voz conmovida: ¿por qué no vais inmediatamente á
instruir de todo á mi padre?
Una ligera sombra de turbación oscu-
— 9 9 —
recio la brillante mirada de F l e u r - d e - L y s .
— N o sé, contestó con acento singular;
no sé si en lugar de seguir cualquiera
de los dos partidos, seria mas conveniente que esta misma noche abandonase
el bosque y emprendiese la retirada hácia
el Norte con todos mis chuanes.
No se ocultaba á la señorita de K e r g a n t
que semejante maniobra, destruía de un
solo golpe las mas preciosas esperanzas
de los realistas; pues que quitaba lodo
apoyo en el país á ta espedicion de los
emigrados, abandonándolos en manos del
ejército republicano. Ua rayo de luz iluminó de repente su mente, haciéndola e s tremecer la idea que d e s p e r l ó en ella.
— P e r d o n a d , señor duque, dijo: os estoy
prestando toda mi atención, pero me hallo
tan desazonada, que no m e ha sido p o sible entender lo que habéis dicho.
— E n t o n c e s me habéis comprendido.
Bellah se levantó precipitadamente de su
asiento, mirando al jóven con un aire de
profundo estupor.
—¡Como! esclamó: no es posible, ¡Vos
—100 _
¿raidorl ;Vos entregar á vuestros hermanos
d e a r m a s , entregar al p r í n c i p e ! . . . á
un hijo de F r a n c i a ! . . . ¡Al hermano del rey!
— ¡ E l príncipe! dijo F i e u r - d e - L y s , c o n t r a y e n d o su boca con una sonrisa de a m a r go desden: ¡el principe no viene!
— E s Falso, interrumpió la señorita de
K e r g a n t : ¿quien se atreve á asegurarlo?
s ¿Quién es capaz de sostener que u o ' B o r jbon faltará á su palabra y desertará de
sus banderas?
—El mismo, repuso el jóven colocando sobre la mesa una carta abierta, en
que solo habia trazado un renglón.
Bellah clavó en ella los ojos, y un rubor
súbito enrojeció su rostro. Si el personaje caballeresco coya conducta en la época
d e que hablamos comprometió á tantos
subditos leales no hubiese sido
tratado
cual es debido por ia historia, no hubiera
habido cosa que mas le hubiera lastimado
que tal muestra da vergüenza impresa en
la frente de una jóveu.
— L a Inglaterra le habrá obligado á ello,
replicó.
—101 _
— -Obligar! Cuando se lleva un nombre
como el suyo, si la Inglaterra le hubiera
negado sus bajeles, ¿no habia allí ni u n a
miserable lancha de pescador para salvar
el honor de César? En fin, ya veis que
no viene. En cuanto á los otros, tengo'
medios de prevenirles á tiempo, y no r e a l i zarán su desembarco. N o hago, p u e s , t r a i ción a nadie mas que á la Inglaterra, y de
hacérselo á esta me vanaglorio.
— P e r o , añadió Bellah con energía e n tusiasta: ¿qué importa un hombre? ¿Qué
importa una falta, que sin duda será e s cusahle? ¿La corona ha perdido acaso por
eso nada en su pureza? ¿Es acaso a h o r a
su causa menos sagrada que antes? ¿ P e n sáis vos abandonarla? ¿Y cuáles son v u e s tros provectos? ¿Por quién vais á combatir?
¿Qué vínculo unirá á vuestros soldados?
N o sereis seguido ni por uno solo de nuestros valientes bretones.
—Todos
me seguirán; dijo el jóven
con e n t e r e z a . ¿Pensáis que el único interés
que ha hecho que empuñen las a r m a s ha
sido el del rey, de ese rey aliado de los
—102 —
ingleses, de ios sajones, de sus antiguos
enemigos, como elfos dicen, de ese rey
siempre ausente, tan pródigo de s u s a n g r e como avaro de la suya propia? No,
B e l l a h . . . Yo sé que habrán de a g r a d e c e r m e que les libre de una alianza e x e c r a b l e . . . Me seguirán lodos en nombre de
su religion, de su libertad, d e su patria,
que se ven a t a c a d a s . . . Hé aquí la causa
ó que ellos sirven, la causa á la cual es
fcello y santo consagrarse, la causa v e r d a deramente francesa; las palabras nada significan... Teneis un alma muy
elevad a , B e l l a h , para que dejeis de com»
prenderme.
— L o que yo he llegado á comprender,
dijo la señorita de Kergant fijando su mirada severa sobre el jóven, es que p r e tendeis también servir á la revolucíoa á
vuestro m o d o . . . ya que no en provecho
vuestro... Sois poderosos, F l e u r - d e - L y s . . .
vuestra suerte, vuestra influencia son tales,
que yo he pensado constantemente que érais
un elegidode Dios... Pero guardaos bien de
haceros acreedor á que os retire su g r a c i a .
— 1 0 3 —
—¡Dios! esclamó el jóven; ¿acaso no me
habrá reservado olro deslino que el de
servir eternamente á ingratos?
— P e r o si vuestra fatal influencia consigue hacer partícipes de vuestra falta, de
vuestro crimen á espíritus lan sencillos
como los de vuestros soldados, ¿esperáis e n gañar del mismo modo á vuestra fiel nobleza?
— P a r t e de ella j a sé que me a b a n d o nará cediendo á sus mezquinas p r e o c u p a ciones; ios d e m á s sé, estoy bien seguro,
que pelearán con tanto ardor eu nombre
de la Francia, como en nombre de un
rey que les ha enseñado á o l v i d a r . . . —
No creáis, Bellah, que soy yo el único que
ha quebranlado la fe de su p a l a b r a . . .
os enseñaré pruebas de ello si las deseáis...
uo he aventurado un designio como el
que abrigo sin alguna esperanza de éxito:
podéis creerme.
— ¿ P e r o de qué designio habíais, de qué
éxito? ¡En nombre del cielo, decídmeiol
Porque eu verdad me habíais de cosas que
no alcanzan á comprender mi razou ni mi
pensamiento.
— 104 —
, — B e l l a h , soy llamado á otro teatro de
honor y de p e l i g n s . . . se invoca el crédito
de mi nombre, el apoyo de uuestras g e n tes para resucitar las grandes
guerras
«widcanas... Alguna* otras provincias estáu
también p r o n t a s . . . el federalismo se reanima
en toda la F r a n c i a , y nos tiende !a m a n o . . .
E s c e p t o el rey, todos los enemigos de la
república están en favor nuestro... Auu
p u e d e v o h e r el tiempo en que nuestra
insurrección contaba con una capital, y
hubiera bastado una sola victoria para
abrirnos el camino de P a r i s , y sofocar
de uo solo golpe la república; que entonces era por cierto mas fuerte que lo es
a h o r a . . . La patria no tiene, como los r e y e s ,
celos de sus servidores... y se mostrará
reconocida á sus libertadores... Se nos
presenta una nueva empresa que no puede
menos de acometer toda alma n o b l e . . .
Y a que se nos obliga a correr aventuras,
corramos estas, que á lo meaos son g r a n des y dignas de hombres de arrojo.
L a señorita de Kergant habia escuchado
con uua especie de terror las anteriores
e
—105 _
palabras, nacidas de un alma sublevada
contra la injusticia y exaltada por i a
ambición.
— A h o r a lo comprendo todo, dijo: el
orgullo os es Ira vía, F l e u r - d e - L y s . . . vais á
perderos, pero también vais a perdernos
á todos al mismo tiempo, hundiendo p a r a
siempre nuestra c a u s a , lo cual es h o r r i ble... Y ) o que lo veo, ¡Dios mirl añadió
juntando sus manos con desesperación, no
puedo impedirlo.
— V o s lo podéis todo, dijo F l e u r - d e l - j s rápidamente y en voz baja, t o c a n d o
con suavidad con su m;'Uo el brazo de
la jóven, que le miró sin darle c o n t e s t a r
eion alguna.
— S i , volvió él á decir: no habría s a c r i ficio que j o po me impusiese gustoso; no
habria p e s a r ni afrenta que yo no bendij e r a si consintieseis en ser mi e s p o s a .
— / E s p o s a vuestra! esclamó Bellah, h a ciéndose a t r a s bruscamente,, como si se hubiese abierto ante sus {¡lanías un abismo
insondable.
— D e s d e que os he conocido, Bellah,
—106 _
ninguna gloria, ningún triunfo me ha sido
precioso sino en lo que servia para a c e r c a r m e á vos. Vuestro ;«mor me hubiera bastado;
pero le habéis rehusado, y me he sentido
acometido de un horrible vértigo. P a r a poder olvidaros ahora no hay medio: es preciso, ó que llegue á ser un grande hombre, 6 un gran criminal. Las pasiones que
devoran mi corazon son terribles, vos no
podéis comprenderlas, ni perdonarlas.
La señorita de Kergant habia apoyado
contra su pecho ambas manos cruzadas,
como si su corazon estuviese próximo á
estallar: entreabrió sos pálidos labios, y dijo
con voz exánime:
— ¡ E l rey!
B e repente un sentimiento estraordinario
de sufrimiento y de triunfo se reflejó en
su semblante. Acercóse á F l e u r - d e - L y s ;
estendió hácia él la mano, y le dijo con una
sonrisa impregnada de sobrehumana dulzura:
— Si esta débil mano puede ejercer tanto
peso en la balanza de los mas altos d e s tines, la dejo caer en ella con orgullo.
El jóven jefe quedó confuso y sin saber
—107 _
qué partido adoptar, en vista d e una r e s puesta tan pronta y de uua victoria tan f á cilmente conseguida.
— ¡ E s posible! balbuceó. ¿Me habré e n gañado?... ¿No amábais á otro?... ¿Sereis
capaz de a m a r m e ? . . . ¡ P e r o n o , vos no h a béis consultado mas que la voz de vuestro
deber, y váis á sacrificaros!
—¿Advertís en mí las señales del s a c r i ficio? repuso Bellah, con la misma tranquila
caima. No, no lo creáis. Mi alma no e s
susceptible de abrigar esos violentos sentimientos que experimentan o t r a s ; pero creo
que os bastará que os entregue mi mano v o luntariamente. El tiempo se encargará de
hacer lo demás.
—¿Debo creeros, Bellah? Tan inesperada
felicidad... ¡Ah! ¡No sabéis el peso de que
aligeráis á mi alma! ¿Cómo podré p a g a ros nunca?
—Sirviendo al rey, Fleur-de-Lys.
— ¡ O h , sí, le serviré; moriré en su defensa,- y moriré en estremo gustoso, si soy
ya esposo vuestro! Bid lab, no quisiera molestaros por mas tiempo... pero os ruego
- 1 0 8 que perdonéis; ya que decís que es s i n cera vuestra promesa, no os ofendáis si
dejo entrever una s o s p e c h a . . . ¿No habéis
contado con que va á sobrevenir una g u e r r a sangrienta?...
—Disponed de mi mano, consultándolo
antes con mi p a d r e .
— P u e s qué, decidme; ¿si vuestro padre
110 se opone, consentiríais en que el mismo
sacerdote que ha de bendecir en ia noche
d e mañana nuestras armas antes de, la
partida ó del combate quizás, bendijese
n u e s t r a union?
— B r e v e es el plazo, d i j o B e l l a h , cuya
voz se¡ iba debilitando p o r i n s t a n t e s ; p e r o ,
en fin, consultadlo eon mi p a d r e . Y o a p r o baré lodo cuanto hagais. Id, F l e u r - d e - L y s .
Cuando vinisteis me hallaba a l g o i n d i s p u e s ta. y ¡con las emociones q u e he esperimeulado d e s p u e s . . .
El jóven hincó la rodilla en tierra,
cogió la mano de la señorira de Üfergant,
¿ imprimió en ella sus labios, y haciendo
en seguida un saludo respetuoso, salió del
espanto.
— 109—
Al llegar F l a i r - d e Lys al fin d e l a t a r
ga galería que se cstendía por aquella p a r t e
del castillo, volvió la cabeza de r e p e n t e ,
creyendo oir deiras de sí ruido de p a s o s .
No pudo, sin embargo, por mas que hizo,
percibir distintamente rumor alguno. Y c r e yendo que su ilusión había nacido del eco
producido par sus mismas pisadas, comenzó
á bajar la escalera que conducía al vestíbulo
del castillo. Pero no le habia sido infiel su
seguía. Una muger, u n a
sombra irritada y vengativa se deslizó por
entre los tinieblas, y bajó la escalera en su
seguimiento. Mientras él se dirigía al salon
en que se hallaba el m a r q u e s , ' l a sombra
atravesó el palio y se perdió en la oscur i d a d de la avenida.
Pocos instantes habían t r a s c u r r i d o ,
cuando un penetrante y prolongado grito
que pareció salir de la habitación de Bellah
despertó toda azorada á Andrea, que d o r mía pared por medio, y se levantó á toda
prisa, volando á la habitación inmediata.
Bellah, fria como la m u e r t e , yacía t e n dida en el suelo. El aposento se llenó en
— 110—
un momento con toda la gente del c a s tillo. en tanto que el marques de K e r g a n t
ayudado pnr ia canonesa, trataba de volver á su bija al sentimiento de la vida.
Andrea descubrió sobre la mesa la c a r la interrumpida por la llegada de F l e u r d e - L y s . Recorrió aceleradamente con la
vista algunos de sus renglones, y cogiéndola en seguida, ta escondió en su seno.
En la misma noche una mujer jóven,
montada en un caballo bañado en sudor,
se presentaba á las avauzadas republicanas, y solicitaba ser conducida á la p r e sencia del general en g e í e . Desde el dia
anterior el estado mayor se habia t r a s ladado á la pequeña ciudad que rodeaba
el rio, á tres leguas de K e r g a n t . El general, á las primeras palabras que le d i rigió la jóven, hizo llamar al comandante
Pelven. Despues de una conferencia de
media hora, la misteriosa amazona áe volvió por el camino que habia iraido.
Los primeros albores del dia a p a r e cían en el horizonte, y aun se hallaba
Pelven encerrado con el general en jefe,
—ill—
e r a n d o se ie anunció la llegada del a l deano casi idiota que habia mas d e una
vez servido de intermediario entre el j ó ven comandante y su h e r m a n a . El aldeano
entregó á Hervé un pliego c e r r a d o co&
gran cuidado. Contenia dos lineas escritas por Andrea y la c a r i a no concluida
de Bellah.
CAPITULO
XIV.
El marques de Kergant era uno de
hombres dignos de respeto, cuya vida
se mueve solo por el sencillo resorte de
los sentimientos naturales. Su sano c o r a zon no habia sabido nunca lo que era el
choque ardiente y destructor de las pasiones. El mundo llama á estos seres c o r a z o n e s positivos.
E n su conciencia no había la mas l i gera sombra; la presuntiva rectitud y la
moral eterna mantenían en ella una luz
viva que no habia sido bastante á hacer
vacilar el soplo envenenado de la sociedad.
e s o s
— 1 1 3 —
El mundo en su desvarío apellida espíritus apocados á ios que tal alma p o seen.
En ellos la vida privada es intachable,
y la pública, que tanto varia en los d e m a s , mayormente en esas épocas de crisis
que tan bruscamente cambian las sórdidas
miras del interés humatio, podrá
estar
sujeta al e r r o r , pero nunca á la vergüenza.
S e les desdeña en apariencia, pero se
busca su trato, porque es seguro, porque
aleja la desconfianza y odia la hipocresía.
E n su presencia es «lado quitarse por un
momento la m á s c a r a social y r e s p i r a r un
instante. Se podria decir muy bien q o t
esos caracteres se I r a s p a r e n u m . N u n c a
serán capaces de engañar á nadie; pero
cualquiera les engaña fácilmente. F l e u r d e - L y s ; rodeando (a confianza que le m e r e cía con los ar'ificios del ingenio, consiguj'6
sin esfuerzo hacerse perdonar por *•! leal
anciano de todo cuanto aquella tenia d e
atrevido.
El marques adoraba en su
BKLLAM
T . 111.
bija; pero
8
—114—
e s t r a d o , como estarlo puede un niño, á
las afecciones s e r í e l a s del corazon y á los
complicados enigmas de una pasión cont r a r i a d a , no había sospechado jarnos que
la silenciosa indiferencia con que Bellah
reprobaba la conducta de su Ixrmano adoptivo ocultase borrascosos y dulces r e c u e r d o s . O t r a s circunstancias acabaron de engañarle acerca de este punto. Su paternal
solicitud se habia conmovido desde luego,
al descubrir en las c a r t a s que su hija
le escribía de Inglaterra, la espresion de
on entusiasmo novelesco hácia el jefe de
la chuanería bretona, cuyo apasionado sentimiento vió brillar despues con estraña
franqueza en los ojos de Bellah, tantas
c u a n t a s veces la encontró a! lado de aquel.
El que era el objeto de tan sencillas d e mostraciones, interpretando mejor el v e r d a d e r o carácter del encanto que p r o d u cía en el espíritu de la entusiasta r e a lista, se llenaba de inquietud en vez de
felicitarse por ello. Sabia h a r t o bien que
ía dulce preferencia de una mujer a p a rece siempre rodeada d e un misterio en-
— 1 1 5 -
cantador, y que la virgen cuyo c o r a s e *
eslá herido pone mayor cuidado en ocultarlo; mas estas diferencias pasaban d e s apercibidas para la inteligencia menos flecsible del marques de K e r g a n t , quien e s taba convencido de que Bellah no e n c o n traba fuerzas en su alma para resistir á
las seducciones reuuidas d e la belleza, del
valor y del triunfo.
En su profunda ternura hácia su única
hija, habia procurado el m a r q u e s f a m i l i a rizar su espíritu con la idea de una alianza
en que creía ver la felicidad de A n d r e a ,
consiguiéndolo por fin sin grandes e s f u e r zos. H a s t a él mismo sentía el influjo del
ascendiente que sobre todos ejercía el j ó ven jefe, por lo que bahía salido siempre
en su defensa contra los cargos y s o s pechas que contra él formulaban sus r i vales. En fuerza de cubrirle con el p a trocinio de su lealtad, había llegado casi
sin advertirlo, por la insensible pendiente
de un inocente orgullo, á concederle un
lugar casi filial en su corazon. El recuerdo
de un origen desgraciado desaparecía s a
116
cierto modo á sus ojos ante e! brillo de
sus relevantes servicios, anle las s e ñ a l a d a s muestras de uu reconocimiento a u gusto. Si era un sacrificio, en concepto
del viejo aristócrata, sepultar en aquella
gloria de un dia el nombre de su antigua
y noble f a m i i a , también encontraba un
resarcimiento en el placer que le proporcionaba su propia abnegación. Veia a d e m a s en esto una nueva prueba de adhesion inalterable hecha en favor de una c a u sa s a g r a d a , un lazo pcderoso que debia
servir para acabar con las funestas d e s confianzas que habian nacido en mal hora
y para acercar mas y mas la dividida n o bleza alrededor del héroe popular.
Tales eran los secretos pensamientos
del marques de K e r g a n t . N a d a mas nat u r a l , pues, que acogiese con benevolencia, y casi con alegría, la manifestación
q u e le hizo F l e u r - d e - L y s de que Bellah
accedía al enlace. De este modo veía d e s vanecidas sus d u d a s ; de este modo encontraba una esplicacion d e ios pesares que
de algún tiempo airas aquejaban á su hija,
—117—
y ia indicación del oportuno remedio. L a
crisis nerviosa que se habia apoderado s ú bitamente de Bellah solo sirvió para a f i r marle en sus proyectos y destruir sus ú l timos escrúpulos. Habiéndose quedado solo
algunas veces al lado de la enferma, creyó
confesion del pudor lo que no era mas q u e
el silencio del desaliento, y tierna m a n i festación de un amor feliz lo que solo e r a
el amargo llanto que sus crueles consuelos arrancan de los ojos de su hija.
En la misma noche se ocupó el m a r ques de los medios oportuuos para d e s truir los obstáculos que podia presentar
la iglesia á la celebración de un enlace
tan próximo, obteniendo la licencia inmediatamente. E n t r e los muchos sacerdotes
proscriptos que habían buscado un asilo
en meiiio del ejército victorioso de Fleurde Lys, habia utio que ocupaba un puesto
elevado en la iglesia. Este fue quien- s e
encargó de celebrar una misa solemne en
la capi la del castillo por el feliz éxito d e
la éspedieion y de bendecir la union del
jóven general j de la seuorita d e K e r -
—118 —
gant en el momento de ponerse en marcha
el ejército realista.
Bellah supo por la mañana lo que se
habia dispuesto en el instante mismo en que
salia del entorpecimiento profundo que habia sucedido á las violentas agitaciones de
ta noche, y levantándose inmediatumente,
dirigió sus preces al cielo, y bajó en s e guida al parque, en el que vagó absorta
d u r a n t e largo r a t o . No acertaba á darse
¿ si misma cuenta d e la c a u s a por que
s e sentía con mas fuerzas que la víspera,
si bien s u s ideas eran todavía confusas
y tumultuosas; pero cuando se acordó de
s u empezada c a r t a , una viva inquietud la
impulsó á volver inmediatamente al castillo.
Ya sabe el lector cómo habia desaparecido
aquella. Bellah, llamando al punto á Andrea,
la preguntó si la habia visto: mas esta
la afirmó con tal sequedad que ignoraba
d e qué c a r t a hablaba, que Bellah no osó
preguntarle mas. La señorita de Pelven
supo como los demás habitantes del castillo el himeneo que se preparaba, y estaba
persuadida, despues de lo que habia leído,
{
i
!
I
—119 —
de que Bellah accedía mal de su grado
á alguna nueva exigencia de un deber
austero. A decir v e r d a d , solo sentía respeto
y piedad hácia su amiga: pero dejar e n t r e ver estos sentimientos equivalía á confesar
su inocente perfidia* y hé aquí la razón
por qué couservó d u r a n t e todo el dia, á
despecho de su corazon, el acento y s e v e ridad de rostro que correspondían á una
hermana ofendida.
El abismo del dolor no tiene fondo para
las almas sensibles. Si e?>ius no están
completamente sumergidas en él, pueden
aun bajar mas, y encouirur nuevos m a n a n tiales de a m a r g u r a , No es cierto que seao
para ellas el término dtl sufrimiento las
situaciones estremas; mientras existen p u e den padecer mas y m a s , por l a c e r a d a s
que parezcan. Bellah se encontró en este
caso, cuando á todas s u s angustias vino
á unirse la idea d e s g a r r a d o r a de que un
desconocido, un criado tal vez podia muy
bien haber violado los c a s t o s desahogos
d e su corazon, su primera y última carta
de a m o r , el testamento d e su corazon, la
— 120—
flor de su tumba. Si por casualidad aiguo
sugeto de mas elevada alcurnia se habia
hecho dueño de ella, temió, una vez d e s c u bierto su secreto, no poder consumar su
sacrificio, considerándose por lo tanto cómplice de las desgracias irreparables que
traería en pos de si la desesperación de
que iba á ser objeto su esposo. Durante
las primeras horas del dia fue victima de
tan cruel ansiedad; mas viendo, por último,
que nada venia á confirmarla, creyó, ó
que la carta se habta perdido en el desorden que siguió á su desmayo, ó quela c a n o nesa la habia encontrado, juzgando o p o r t u no guardar el secreto.
F í e u r - d e - L y s estuvo por la mañana en
el castillo durante algunos instantes, r e gresando luego al campamento del bosque,
én donde los preparativos para la marcha
del ejército le detuvieron hasta la noche.
El marques de-Kergant, que debía m a r c h a r
también en la espedicion, había decidida
dejar en la c a s a de sus mayores á sus
hijas y hermana, bajo la vigilancia y custod i a de K a d . En euulquier otra circunstancia
—121 —
Sf hubiera difícilmente resignado el fíe!
guarda-bosque á ocupar un puesto que le
separaba de su asno y que le alejaba del
peligro; poro en esta oeasioo todos los
escrúpulos desaparecían ante la inquietud
que le causaba la alterada salud de s u
hija. En efecto, hacia algún tiempo q u e
Alix habia perdido el brillo de ta juventud
y la altiva energía que imprimían en s u
rostro un sello tan notable; tierna y delicada flor, parecía haberse a g i t a d o , á s e m e janza de Bellah, bajo el influjo de un aire
emponzoñado. En la mañana del dia á que
nos referimos se habia sentido demasiado
débil para dejar el lecho, y bellah se dirigió
á su habitación.
A pesar de la distancia que la diferencia
de condicion habia señalado entre ambas,
los inocentes juegos de sus primeros años,
las pruebas consiguientes á una época d e sastrosa, y el destierro y peligro que habían
padecido y corrido j u n t a s , habian sido otros
tantos motivos que unieron m i s y mas los
vínculos de u n e s t r e c h o é inalterable afecto.
Este sentimiento se habia exaltado en el
—122—
alma ardiente de Bellah bajo la influencia
d e la sencilla admiración qne producía en
ella la poética belleza de Alix; creia ver
e a esta á una de las reinas fabulosas d e
l a s leyendas bretonas. A r r a s t r a d a por sus
generosos sentimientos, habia puesto siempre
una inquieta delicadeza en aliviar el c a rácter grave, y quizás algo d u r o , de la
hermosa Alix; de las apariencias de la
servidumbre; y esta, que poseia un corazon
mas ardiente, porque era mas reservado, envanecida con el reconocimiento y avasallada
por él imperio de una inteligencia superior,
habia sentido aumentarse hasta el fanatismo
su hereditaria adhesion hácia la noble compañera de su infancia.
Al ver e n t r a r á su señora, incorporóse
Alix algún tanto, y una dolorosa sonrisa
vagó un instante por su rostro, cuya blaucura mate estaba s u r c a d a de m a n c h a s
azuladas.
—{Cielos! dijo Bellah estrechando una
mano de aquella desgraciada: ;tú padeces
mucho!
— S I , señorita; mucho, coatestó Alix.
— 123—
—¡Quizás sea yo la c a u s a ! . . . P e r d ó n a m e . . . pero padezco tauto á mi vez, q u e
t o d a v h no he hablado é tu p a d r e en favor
de tu amante . . . Ademas, tú misma m e
dijiste que aguardase algunos d i a s . . . mas
ya es tiempo de hablarle y de obtener
que no parta F l e u r - d e - G e n e t , si es acaso
este pensamiento motivo de tu dolor.
— N o , no, os l o a g r a d e z c o , esclamó con
viveza la hija del guarda-bosque; mi p a d r e
j a m á s le perdonaría el haber permanecido
a q u í . . . P o r otra parle, no es la que creeis
la causa de mis m a l e s . . . ¿Conque es cierto
que os casais?
— E s t a misma noche.
— ¿ Y amais á vuestro esposo futuro?
prosiguió Alix despues de un momento de
silencio.
—Sí.
Los r a s g a d o s ojos de Alix,
abiertos
m a s y ma» por la fiebre, centellearon con
UII fuego sombrío, que fue endulzándose
poco á poco al lijarse en la tierna mirada
d e Bellah. De repente atrajo hácia si á
e s t a , estrechándola con violencia coutra su
- 1 2 4 «eno'medio desmido, y enlazando despues
sus torneados brazos alrededor del cuello
de Bellah, prorumpió en amargos sollozos.
Este tierno trasporte, nacido de la simpatia
propia de la juventud y del dolor, arrancó
lágrimas á su noble señora. Reclinada en
el borde del lecho, permaneció largo tiempo
sin hablar, mientras se confundia su llanto
con el de la hermosa Alix', que mas cuidadosa del dolor ageno que del suyo propio,
enjugaba con los sueltos bucles d e sus largos
cabellos las húmedas megillas de su querida
rival.
La presencia de Kad interrumpió aquella
m u d a conversación de dos penas agudas,
que fen los mutuos consuelos que se prodigaban llegaban hasta olvidarse de si misma.
Bellah estrechó una vez mas la mano de
Alix, y dirigió al salir del cuarto algunas
palabras lleoas de bondad al g u a r d a bosque.
El marques de Kergant, cumpliendo cop
sus deberes 'militares, habia p a s a d o toda
la t a r d e en conferencia con los demás j»des,
y solo cuando empezaban á esteuderse
f
—125—
ior ia campiña las primeras [sombras de
a noche le fue dado volver al castillo.
V lia se pialada en su rostro la mas viva
satisfacción. No era mucho que asi sucedier a ; acababa de saber que todo favorecía
el plan de F l e u r - d e - L v s . Los espías, que
mantenían una especie de telegrafía continua entre el bosque y las líneas republicanas, habiau visto encender hogueras en los
vivaques enemigos.
El ejército de los azules conservaba,
p u e s , su actitud defensiva, y, entregándose
con confianza a! descauso, dejaba el campo
libre á la maniobra proyectada para la n o c h e . Las fuerzas realistas debian salir del
bosque por el costado occidental, desfilar
p e r el flanco derecho del enemigo, apoderarso de Locminé, y bajando* desde allí á
la costa, incorporarse con los regimientos
de emigrados que defcia desembarcar en el
siguiente dia la flotilla inglesa. Semejante
operacion estratégica combinada con los
movimientos de los generales vendeanos,
parecía de un éxito iumediato y decisivo
p a r a la causa del rey en todo el Oeste
—126—
de fa Francia. Tales eran al menos l^s
esperanzas del marques.
Arrimado de espaldas á la balaustrada
de un salon abierto, el viejo aristócrata h a blaba con entusiasmo del porvenir ma«
feliz que entreveía, y era escuchado en
silencio por toda la familia y algunos amigos
que estaban reunidos en el salon.
Bellah, cruzada de brazos al lado de su
padre, y con la vista lija en el cielo estrellado, inclinó á un lado su encantadora c a b e za, y colocando su mano sobre el brazo
del marques:
—Oid,
dijo.
Todos se acercaron con precipitación,
y e s c u c h a r o j atentamente. Percibíase en
la campiña, en medio del silencio de la
noche, un ruido acompasado é imponente, parecido al que produce de lejos ia
mar embravecida al estrechar sus olas en
la playa. Era el ejército de los chuanes,
que se acercaba con paso rápido. Momentos
despues entraba F l e u r - d e - L y s eu el patio
á todo escape, montado eu un brioso
— 1 2 7 —
cahailo y seguido de uo reducido estado
mayor.
feu las cercanías de Kergant se dividieron
en dos columnas las fuerzas realistas, y
conliuuaron m a r c h a n d o en lineas paralelas
y bastante próximas; así que, mientras
una division seguía el camino que rodeaba
el parque y las p r a d e r a s , desfiló la otra
por delante del castillo. El prestigio de
F l e u r - d e - L y s consiguió regularizar aquella
marcha pe ligrosa y vencer en tan suprema
oeasion las costumbres contrarias á la
disciplina que distingue siempre á las tropas
irregulares. Mugeres, niños y ancianos,
todos, en fin, los que no podían combatir,
quedaron en el bosque ó se dispersaron
eo las aldeas vecinas. Una masa sombría
y compacta estuvo desfilando d u r a n t e dos
horas por el patio y la avenida del castillo,
sin otro desorden ni ruido que ese tumulto
inseparable de los movimientos de una gran
m u c h e d u m b r e . Solo de vez en cuando retemblaban los vidrios en sus marees de
plomo, y era cuando las macizas r u e d a s
de lus pesados carros de guerra llenos de
—1"28—
s r c o n e s giraban sordamente por el suelo
del palio. Cuando los chuanes .reconocían
el perfil de F l e u r - d e - L y s en el cuadro
luminoso de cualquiera de las ventanas
del castillo, levantaban sus armas y agit a b a n sus sombreros en el aire. Aquellas aclamaciones silenciosas tenían u s
c a r á c t e r singular y estraordinario. El jóven general debía incorporarse con la
cabeza de las columnas inmediatamente despues de la celebración de su casamiento,
sin otra escolta que algunos oficiales,adictos
á su persona.
Las once de la noche eran cuando la
señorita de Kergant, que desde la llegada
del jóven jefe habia desaparecido del salon,
entró en él apoyada eu el brazo de su
padjre. Apareció vestida de blanco, con un
gusto sencillo y severo, que no estaba exento
á la verdad de esa coquetería que las
m u j e r e s usan á su pesar hasta para subir al
patíbulo.
Acto continuo pasaron todos al gran
salon contiguo, en el que el marques quiso
reunir por última vez en su mesa á toda la
— 129 —
familia y huéspedes. La cena fue triste.
Ni los adornos de las mujeres, j*i el brillo
de las luces, ni el aparato d e fiesta con
que la anciana canonesa se esforzó en r o dear aquel banquete de boda, nada, en fin,
fue bastante á dominar la impresión p r o d u cida por un peligro solemne y por una
separación próxima. Andrea, m u d a y pensativa, sentíase agitada de vez en cuando
de couvulsivos calofríos. Bellah*conservaba
la apariencia de su dignidad habitual; pero
su estremada palidez, su mirada incierta
y el pliegue constante que destruía el arco
regular d e s ú s cejas, denunciaban la Jucha
que sostenía su alma. F l e u r - d e - L y s era
el único que parecía estar exento de los
temores de los demás, y se entregaba alegre
y satisfecho á la fiesta, al amor y á su
triunfo.
Su frente radiante y sus animadas pala bras disipaban poco á poco el general recelo,
despertabau la esperanza y prometían la
victoria á los espíritus abatidos. Una vez,
sin embargo, se descubrió en las hermosas
B e l l a o . — I . II!.
9
— 130 —
acciones del jó ven jefe un ligero matiz
de sobresalto, y la frase que comenzaba
con resolución quedó sin concluir en sus
iabios. La puerta acababa* de abrirse; y
Alix, que f u e quien entró, se acercaba
en aquel momento á la mesa lentamente
y sin ruido. El marques de Kergant corrió
bácia ella, y la reprendió con bondad su
imprudencia. Alix respondió con voz apenas
inteligible *que se encontraba mejor, y que
ya que tenia las fuerzas suficientes, no
habia querido dejar de asistir a! casamiento
de su jóven señora. El marques, enternecido
con esta muestra de adhesion, DO se frtrevíó
á insistir, y 1a hija del guarda-bosque se
colocó al lado de Andrea; mas el alterado rostro de la jóven, su sombrío traje,
su vacilante paso y su imprevista aparición
habia, cual un funesto presagio, comprimido todos los corazones y cerrado todos los
labios.
Hasta el mismo Fleur-de-Lys fue víctima del general sobresalto, pues si bien
quiso continuar hablando, descubríanse en
su lenguaje tales estravasaneias y tan
—131—
monstruosas contradicciones, que, observando que era mirado con estrañeza por todos,
se sonrojó ligeramente y enmudeció.
Desde aquel instante cesaron todas las
conversaciones. Finalizaba el banquete en
medio de un silencio glacial, cuando los
monótonos sonidos de la campana de la
capilla, que daba las doce, auunciaron que
el sacerdote esperaba junto ai altar á los
que iban á unirse por toda la vida.
La capilla de Kergant, en la que s e
habia observado el mas sencillo estilo g ó tico, estaba situada á la izquierda del
castillo, sobre ua montecillo pequeño que
se elevaba algunos pies del nivel del patio,
y que servia de base al edificio que en
el descansaba. Su forma era casi circular:
por el lado que miraba á la campiña t e r m i naba eo unas murallas de rocas e s c a r p a d a s ,
que, hundiéndose en un despeñadero, p a recían ser una jigantesca continuación de
ios muros de la capilla; por el costado
<pie daba al palio se inclinaba hasta confundirse con el suelo, formando ligeras
cimas cubiertas de musgo, sobre las que
—
132—
se veían algunos restos de antiguas c o n s trucciones. Una escalera de diez peldaños cuando mas conducía á un terreno
cubierto de yerba fina y menuda, que,
estendiéndose por delante del pórtico dt;
la capilla, asemejaba un fragmento de c e menterio de aldea.
E n t r e el montecilío y ios fosos del
castillo existia un espacio libre y desembarazado que comunicaba con la campiña, y
por el que habían pasado hacia poco las
t r o p a s realistas. Descubríase ademas una
alquería á la izquierda de la capilla. Los
costados del patio estaban cerrados por
c u a d r a s y e d i f i c i o rústicos.
El movimiento y tumulto consiguientes
al desfile habían cesado ya del todo. Solo
quedaron como guardia de honor del general
unos trescientos hombres. La mitad de esta
fuerza estaba destacada en pequeñas avan zadas á lo largo de la avenida; la otra
mitad rodeaba en forma de semicírculo ta
escalera que conducía á la capilla. La suave
y templada claridad de un cielo estrellado
permitía distinguir el uniforme de los caza-
-133ciores del rey. Apenas descubrieron el silencioso cortejo que acababa de salir por la
puerta de! castillo, abrieron sus filas y
saludaron militarmente. Cuando el tañido
de la campana anunció poco despues el
principio de la sagrada ceremonia, descubriéronse los soldados, y ue arrodillaron
con las manos cruzadas sobre el pecho
al lado de sus fusiles, q u e un m o m e n to antes habian dejado echados en el
suelo.
Los pocos cirios que iluminaban con
incierto resplandor del interior de la capilla
dejaban en la oscuridad á una parte de los
asistentes: delante de la pequeña b a l a u s trada que rodeaba los escalones del altar
veíanse prosternados á Bellah y F l e u r d e - L y s con piadoso recogimiento, y mas arriba el anciano obispo, que esteudia la mano
sobre
cabezas. El marques de K e r g a n t
y su hermana la eauouesa estaban de hinojos sobre una gran losa, en la que se veía
esculpido un escudo de a r m a s , distante
algunos pasos de Bellah. Andrea estrujaba
i ü t r e sus manos el velo nupcial; una espre-
— 1 3 4 —
sion estraordinaria de impaciencia y de
cólera habia alejado d e su semblante el
tipo de gracia infantil que la era habitual.
Algo mas lejos descubríase de pie á Alix,
con la vista fija y las facciones desencajadas,
apoyada en el brazo de K a d ; se hubiera
dicho que escuchaba con atención algún
ruido desconocido. Unos cuantos oficiales
realistas, y los criados del marqués llenaban la oscura y reducida nave.
El momento de una union eterna se a c e r caba: el sacerdote habia hecho ya tas p r e guntas sacramentales. Bellah levantó su
frente, mas pálida aun que su velo vírgioal,
y dirigiendo al cielo la última mirada de agradecimiento, estendió su trémula mano en
dirección del anillo que iba á encadenarla
por toda la vida; mas el jóven general se
levantó de repente dejando caer la sortija
simbólica sobre los escaloaes del a l t a r . Su
nombre acababa de ser pronunciado por
una voz triste y doliente. Igual espresiou
de espanto é inquietud se piuló súbitamente
en todos los semblantes. Despues de un breve
silencio, la misma voz lejana y lastimera
—135—
repitió e l n o n b r e de Fleur-de-Lys: QQ momento despues se oyó el galope de un
caballo. Lanzándose el jóven jefe fuera de
la capilla, seguido de todos los asistentes,
atravesó precipitadamente el espacio que
separaba el pórtico de ia escalera del mentecilio. Un caballo bañado en sudor jadeaba
al pie de esta: los soldados ayudaban á
bajar al que le montaba, que apenas podia
sostenerse. Su rostro y pecho estaban c u biertos completamente de sangre. No bien
le dijeron que era F l e u r - d e Lys el que
tenia delante, le miró un instante con aterradora fijeza; pronunciando la palabra: \traición!...
cayó muerto á los pies del general.
Un estruendo sordo y lejano vino á confirmar la última palabra de aquel d e s g r a ciado. F i e u r - d e - L y s levantó el brazo para
imponí1!' silencio, y algunos soldados, h i n cándose de rodillas, aplicaron el oido eu
tierra. El mismo ruido, semejante al eco
de un huracan subterráneo, se dejó oir sin
intermisión.
— ¡Se oye fuego de canon! dijo F l e u r de L y s . . . el ejército ha sido a t a c a d o . . .
—136—
¡Vengan nuestros caballos'.;..
Mientras esta orden era cjeoutada eon
prontitud, inclinado el sacerdote sobre el
inanimado cuerpo del que habia dado la
señal de alarma, procuraba en vano restituirle á la vida. Sumergidos los soldados en
un sombrío estupor, rodeaban en silencio
aquel doloroso grupo. Los habitantes del
castillo se precipitaban en desorden por la
escalera que conducía á la capilla, y las
desoladas m u j e r e s soltaban gritos lastimeros.
A cada nueva detonación que traía la brisa
de la noche observábase en la multitud
un estremecimento general.
—¡Hijos míos! dijo F l e u r - d e - L y s con voz
enérgica. Se oye el canon de los azules;
pero también el n u e s t r o . . . ¡Nuestros hermanos pelean v nos llaman á su lado! En menos
de media hora estaremos con ellos... ¡En
n o m b r e de Dios V del rey, marchemos! Les
caminos están libres; seguidme...
Un rumor que parecía partir de lodos
los puntos de la larga avenida interrumpió
á Fleur-de-Lys: gritos de \á las
arman!
¡los azules! fueron repetidos por los sorpren -
antas centinelas,- y un momento despues
»e oyó el estruendo d e una descarga hecha
a p o c a distancia. El jóven general, que habia
puesto \ a el pie en el estribo, te retiró
inmediatamente, y echando mano á la
espada:
— ¡ A mi, valientes! esc!amó, y se p r e c i pitó corriendo en la avenida.
Todos los que podian manejar un arma
se lanzaron t r a s él. El único hombre que
permaneció en el vasto recinto que c o m p r e n día el patio fue el sacerdote.
— A nosotros, hijas mías, solo nos toca
rogar á Dios, dijo dirigiéndose ¡i la capilla
c o n vacilante p a s o .
La señorita de K e r g a n t y Alix siguieron
al anciano hasta el pie del altar, y* se p r o s ternaron a s u , laclo; las demás mujeres,
incapaces de recoger su imaginación en tan
críticos momentos, permanecieron en el pórtico y sus cercanías, cambiando entre sí
palabras que revelaban el t e r r o r de que
se hallaban poseídas. Algunas ventanas del
cast i do que habían quedado abiertas dejaban
ver las habitaciones iluminadas con p r o f u -
— 138—
«ion. En el patio, alumbrado apenas eon el
reflejo de tas ventanas y la tibia luz de
la coche, los abandonados caballos galopaban en todas direcciones relinchando al
olor de la pólvora.
Cada vez se percibían mas intensas y
distintas las mortíferas descargas, m e z c l a d a s de ayes confusos y de dolorosos gemídos. El lejano estruendo del cañón que
se percibía por h i é r v a l o s irregulares dominaba los ruidos mas c e r c a n o s . . . De repente disminuyó el fuego, y algunas esplosiones
aisladas indicaron que el combale se habia
interrumpido: mas poco despues se oyó
el ruido producido por una carrera p r e c i p i t a d a , y se vió entrar por la gran avenida
una partida de chuanes en completo d e s o r d e n . . . Gritos agudos y desgarradores p a r tieron del grupo que formaban las mujeres,
con las cuales se incorporó Bellah. Una
nueva descarga, cuyo resplandor brilló á
través del follaje, y que hizo retemblar los
vidrios de la capilla, indicó que el enemigo
eitaba encima.
La tropa de F l e u r - d e - L y s . reducida ya
— 1 3 9 —
á una m i t a d , contestó al fuego, y se diseminó por el palio para volver á c a r g a r sus
a r m a s . Descubriendo Bellah en medio de
ellos ia figura elevada y los blancos cabellos
de su padre, separó con estravio á las
m u j e r e s que tenia delante, y se abrió paso
hasta la escalera; p e r o sobrecogida por una
nueva impresión, se paró de repente al e m pezar á bajarla. La masa regular y compacta de republicanos desembocaba e n t o n ces en el patio, y al lado de esta columna
avanzaba un jóven montado á caballo con
la cabeza desnuda y el sable levantado. Al
resplandor de una descarga Bellah reconoció
en él á Hervé.
— ¡Rendios! gritaba el jóven c o m a n dante. ¡Rendios! ¡Ya somos dueños del
castillo!
Mientras hablaba, una lluvia de batas
que salió por todas las ventanas del antiguo
eastillo derribó á unos veinte chuanes. Los
que quedaron ilesos estuvieron un momento
iuciertos y vacilantes.
— Rendios! prosiguió el oíieial republicano. El castillo es nuestro!
—140 —
— A la capilla! respondió la vibrante voz
de F l e u r - d e - L y s . ;A la capilla! ¡Dios y
el rey! ;Dios y el reyí \A mí¿ muchachos!
H e r v é saltó del caballo, y volviéndose
á sus hombres, les dió algunas órdenes
rápidamente, encomendando ademas á sus
sentimientos generosos y humanitarios las
débiles é inocentes criaturas que se habian
refugiado en la capilla.
—No tengáis cuidado, comandante, dijo
una voz de acento grave y truhanesco.
Ya sabemos que está ahí vuestra h e r mana: eso basta; daremos á conocer miesira educación á las damas.
— N o perdáis tiempo en hacer fuego,
prosiguió con viveza Hervé. ;A la bayonet a . . . y adelante!
Dichas estas palabras, atravesó diago-r
nalmente el palio, y se presentó en eí
espacio descubierto que se esiendia entre
la avenida y el moutecillo que servia de
base á la capilla: un peloton de granaderos le siguió al paso de carga: el resto
de la fuerza avauzó con mas lentitud p r o tegiendo los flancos.
—141
—
Haeia ya algunos minutos que los r e zadores realistas habían subido el moníecillo. P a r t e de ellos, entrando precipitadamente en la capilla, atropellaron sin piedad á las infelices mujeres, y se c o l o caron en las ventanas, en tos agujeros,
y hasta en el pequeño campanario descubierto que dominaba aquel sagrado e d i ficio. Otros ocuparon el terreno que se
estendia delante del pórtico y la falda del
cerrillo. F l e u r - d e - L y s estaba entre aquel
y la escalera con la espada en una mano
y una pistola en la otra, y á sus dos l a dos el marqués de Kergant y K a d con
el fusil p r e p a r a d o y el rostro manchado
de pólvora. La voz alterada y robusta
d e F l e u r - d e - L y s era el único ruido que
rompía el triste silencio que reinaba en
la capilla y sus cercanías. Acercábase r á pidamente el destacamento mandado por
H e r v é , cuando levantando su espada Fleurd e - L y s , dos descargas sucesivas, dirigid a s con aquella précisien terrible que distinguía la puntería de los bretones, s e m braron el suelo de cadáveres republicanos.
— 142—
;A mí, los Maguncinos! esclamó Hervé
poniendo un píe en la escalera, y al
mismo tiempo, subiendo precipitadamente
los granaderos* invadieron por todas p a r tes la espiauada de la capilla.
A la fogosa impetuosidad de estos, opusieron los chuancs la iudomable euergia
de una resolución desesperada. En aquel
momento no se oia un solo tiro: habia e m pezado una lucha cuerpo á cuerpo h o r r i ble, espantosa, sangrienta. No se percibía mas ruido que el choque del hierro
contra el hierro, el golpe contundente de
tas culatas sobre los c r i n e o s y ia c o n fusa mezcla de ayes lastimeros y de b á r baras imprecaciones. Algunos de los combatientes, arrojando sus armas, se e s t r e chaban con sus contrarios, deseosos de
ahogarles entre sus brazos, y caían r o dando por ta vertiente en medio de m o r tales angustias.
En lo mas encarnizado de aquella l u cha feroz, un resplandor rojizo iluminó
de repente las ventajas ojivas que habia
encima d d pórtico, creciendo desmesura-
—143—
danienle en un instante é iluminando bie»
pronto el palio con una claridad siniestra.
Algunos tacos encendidos que cayeron al
pie de los edificios qne daban frente á
la capilla inflamaron algunos montones de
paja seca, produciendo el foego qae se
comnnicó al interior con la velocidad del
rayo Multitud de chispas se elevaban por
los aires en medio de espesos torbellinos
de humo, y las voraces llamas que salían
de las ventanas de los hórreos se a b r i e ron paso al punto por los techos de caña.
Kl combate continuó con mayor violencia, iluminando con las reverberaciones del
incendio "naciente. Los golpes eran ciertos,
dirigidos como iban por una mano pronta
y segura. Hacinadas los muertos y heridos en 1a falda d d montecillo, servían de
escala para subirle á los destacamentos
republicanos que venían de refresco, y ios
pelotones de chuanes que salían de la capilla restablecían con su presencia la igual
dad de fuerzas. Hervé, que habia r e c i bido ya una herida eu el rostro, y sido
rechazado por dos veces hasta el pie de
— 144—
i a escalera, logró por fin .llegar hasta e^
centro de los c h u a n e s , abriéndose paso á
sablazos.
Apenas llegó allí se encontró cara á cara con H e u r - d e ~ L > s , que con un pie colocado encima de un monto» de moribund o s , los cabellos en desorden, y al p a r e cer invulnerable, blandía furioso su espada
ensangrentada. Ambos jóvenes arrojaron un
grito al reconocerse, se abalanzaron uno
contra otro, y la espada de F l e u r - d e - L y s
salió en mil pedazos al primer choque. E n
este instante supremo se dejó ver en una
de las ventanas de la capilla la blanca figura una de mujer pronta á precipitarse por
ella.
—¡Hervé! gritó con penetrante voz, que
se percibió distinta á través del estruendo
del combate. ¡Hervé! ¡Que ¿natan á mi
padre!
Hervé, que se disponía á descargar sobre su enemigo un golpe decisivo, volvió
su vista á su alrededor al oir voz tan q u e rida, y descubrió al marqués de Kergant
arrimado á la pared y envuelto por un c i r -
— 1 4 5 -
cuto amenazador de g r a n a d e r o s .
—¡Hijos miosl Broidouxl eselamó H e r vé lanzándose hacia ellos: ¡respetad á ese
anciano!
4
Mientras*pVonunciaha las anteriores pal a b r a s , sonó á s u s espaldas la esplosion
d e un a r m a de fuego, y c a y ó arrojando
un débil gemido. Despues d e haber r e a lizado F l e u r - d e - L y s este acto de odio m^s
bien que de valor, a r r o j ó su pistola, y
s e apoderó del sable d e un herido; mas
el sargento Broidoux, que habia visto aquel
asesinato, apuntando con s u fusil al jóven
jefe:
—Cobarde! dijo: y la bal:
pecho de F l e u r - d e - L y s .
Ninguno de los detalles de
c e n a , cuya rapidez no puede
la pluma, pasó desapercibido para los seldados republicanos q u e habían permanecido
e n el patio.
— ¡ A b i j o , granaderos! j Abajo! gritó el
oficial en quien habht recaído el mando,
obedeciendo inmediatamente los soldados,
jieroa u n a descarga d e s d e la parte infe-
L
—
M
-
rim' que echó por tierra á todos ios que
aun permanecía» de pie cerca de !a e a Al asalto! Venguemos
prosiguió el oficial.
Los bravos republicanos volvieron á subir
tras él á"la£carrera: mas despues d e M a l hecho admirables esfuerzos, se vieron obligados a replegarse bajo la lluvia de balas
(fue vomitaban las ventanas, el campanario
y la barricada del pórtico. A u n a nueva
¿rden de su jefe se diseminaron los soldados
por el pdtio, en el qué apenas se podía
resistir el calor producido por el incendio:
los unós se eólócaro» de 'rodillas al pie
del montecillo para apagar los fuegos del
campanario, al paso que los otros se s i t u a ren detrás de los muebles y carros que
habían sacado antes de ios incendiados
cobertizos. Una vez atrincherados, pudieron
sostener el tiroteo con menos peligro y m a y o r éxito, como lo daba á conocer bien
claro j a disminución crecieiHe del fuego del
enemigo.
De repente salió del pórtico y se adelanto
á petíhó descubierta un chuao de aventajad a
— 147—
e s t a t u r a . Broidoux, q u e era uoo vie lo*
arrodillados en la falda del cerrillo:
— ¡ C a m a r a d a s ! gritó can todas las f u e r z a s
de sus pulmones: ¡no tiréis! ¡Kse es el
viejo g u a r d a - b o s q u e que me salvó la v i d a ! . .
¡Ríndete, valiente, ríndete!
Kad era cu efecto el que, aprovechándose
a p r e s u r a d a m e n t e del momento de tregua
que le concedían los a d m i r a d o s republicanos,
sacó de un monton de c a d á v e r e s los s a n grientos cuerpos de HerVé y de F l c u r - d e L y s , y echándoselos á la e s p a l d a , entró otra vez en la capilla con su doble
carga.
— ¡ R e n d i o s ! prosiguió Broidoux con voz
terrible. .;llendios! ¡EÍ fuego se ha a p o d e r a d o
\ a del campanario!
.Nadie le respondió. Las sillas y bancos
que formaban la barricada del pórtico cayeron hácia fuera, y la maciza puerta dn
aquel reducido templo se c e r r ó con estruendo-. El a t e r r a d o r aviso que acababa de d a r
Broidoux al guarda- bosque no era sin»?
m u y cierto. Él viento habia llevado sobre
el techo de la alquería contigua á la capilla
algunos fragmentos de los'" incendiados h u í -
-148reos, y lás voraces llamas empelaban y a
á rodear el campanario. A pesar de eso,
s e veían en él dos ó tres chuanes c a r gando sus armas con admirable serenidad
en medio de las columnas de humo, y
tal cual tiro salía aun de las ventanas ba-.
jas de la capilla.
Broidoux se acercó entonces al oficial
que habia reemplazado á Hervé.
—Capitan, le dijo; ¿no harás nada en favor de esos desgraciados?
El oficia!, c u y a s manos descansaban en
el puno de su sable, contemplaba los p r o gresos del incendio con mirar sombrío y
frente contraída.
— ¿ Q u é quieres que haga? contestó. Ya
ves que siguen disparando, y mi deber
m e prohibe sacrificar un solo hombre inútilmente... Repara en el continente de esos
hombres, y conocerás que en todo piensan
menos en rendirse.
— Y o les hablaré, prosiguió Broidotix.
Permíteme solamente ofrecerles cuartel.
—Promételes cuanto quieras, porque e s to es horrible, dijo el oficial volviendo la
cabeza.
—149—
Cuando Broidoux subía corriendo el c e r rillo y entraba en la esplauada, dos ó
tres balas agujerearon s u uniforme; pero
noble y animoso siguió adelante, y llegó
sin lesion alguna al abrigo del pórtico.
Despues, haciendo retemblar la p u e r t a á
culatazos:
— S e os concede la vida! gritó: ¡Kadl
Ciudadaoos! Deseáis la v i d a . . . la l i b e r t a d ? . . . Pues bien; t o d o se os c o n c e d e . . . .
Salid!
El generoso sargento hablaba en vano,
ya fufese porque los ruidosos e s t r a g o s del
incendio cubriesen su voz, y a porque los
crímenes horrendos con que la guerra c i vil estaba manchada hiciesen d u d a r de
sus p r o m e s a s . Quiso, sin embargo, i n sistir hasta lo último en la honrosa m i sión que se habia impuesto, y «o se s e paró de tan peligroso sitio hasta el m o mento en que s u s c a m a r a d a s le advirtie-»
ron q u e estaba la bóveda próxima á d e s plomarse, cortándole 1a retirada.
Mientras esto sucedía, diremos cuál e r a
el aspecto que presentaba el interior de
la capilla y lo que allí sucedía. S u p a -
vimenlo estaba cubierto de cadáveres. A
cada instante caian nuevas victimas de
las elevadas ventanas, ó rodaban por los
peldaños de la pequeña escalera de c a racol que conducía al campanario. Un h u mo espeso y negre entraba por las p r o f u n d a s grietas que se habían abierto e»
la bóveda, y las chispas que se d e s p r e n dían presentaban estrellado de vez en c u a n do el fúnebre pabellón que ondeaba a l r e dedor de [las cornisas. El anciano s a cerdote, la canonesa y una de las c r i a d a s del castillo, yacían sin vi'da al pie
del a l i a r ; otras mujeres, mas d e s g r a c i a d a s , aunque vivas, lanzaban gemidos l a s timeros y se retorcían sus brazos en el
esreso de la desesperación. Bellah y Alix,
con los cabellos sueltos y postradas de
rodillas, prodigaban inútiles cuidados á la
desmayada Andrea, v sus eslraviadas mir a d a s se clavaban con frecuencia en Fleur de-Lys y Hervé, que estaban tendidos junio
al altar.
El g u a r d a - b a s q u e y un c h u a n , que eran
los únicos que permanecían ilesos, d e s e m barazaron de cadáveres la gran losa, en te
— 151—
que se veía esculpido un escudo de a r m a s
v q n « parecía indicar el sitio de una sepultura de familia. P o r medio do barras de
hierro a r r a n c a d a s de ia balaustrada hicieron
saltar las piedras que h a b í a alrededor de
aquella, y levantando despues con el mayor
trabajo la pesada mole de granito por el
lado que miraba al a l t a r , y apuntalándola
con los restos de a r m a s y muebles.á medida
que iba cediendo, consiguieron elevar una
de s u s estremidadcs á la altura de dos
pies del suelo. La abertura p r a c t i c a d a p e r mitía distinguir el principio de una escalera
<¡ue se hundía en una bóveda. Las dos
barras de hierro, apoyadas con solidez en
el primer escalón, sostuvieron la inclinada
losa por dos d e sus ánguk s mas, próximos,
f o r m a n d o como los resortes de una trampa
colosal. Ki joven c h u a n que ayudó á K a d en
esta operacion cogió su fusil y ocupó su
puesto e¡i una de las ventanas. Momeulos
despues era cadáver: una bala le habia
a t r a v e s a d o el corazon.
Apenas estuvo practicable la entrada de
la cripta, una multitud de, mujeres se precipitaron hácia ella con f u r o r : Kad las hizo
—152—
observar que si ea ei desorden de sos movimientos daban lugar á q u e se cayera (a
piedra, quedaba c e r r a d o el único medio de
salvación que les restaba, en atención á
que él solo jamás podría volver á levantarla,
y por este med io consiguió que fueran bajando
una por una hasta que desaparecieron todas
en la oscuridad del subterráneo. Dirigiéndose entonces ai altar, levantó el g u a r da-bosque con un brazo el débil é inanimado cuerpo de A n d r e a , y cogiendo á la
infeliz Bellah con la mano que le quedaba
libre, enderezó otra vez sus pasos hácia
la entreabierta losa.
— ¡ N o , no! ¡A mí no! ¡A Hervé! esclamaba la jóven tratando de oponer resistencia á la fuerza poderosa de la mano que la
arrastraba.
— D e s e c h a d lodo temor, repondió K a d ,
Os prometo salvarle; pero entrad, ó no respondo d e nada.
La señorita de Kergant obedeció. Kad
descendió tras ella, llevando en sus brazos
á ia hermana de Hervé, y volvió á a p a r e cer algunos minutos despues, cuando llenaba ya la capilla uu humo mucho masespes*.
—153—
— ¡Alix, hija mía! gritó el g u a r d a - b o s q u e .
{Dios mió! Esta claridad me desvanece; este
humo me ciega. ¿Donde e s t á s , dónde?
— A q u í , p a d r e mió, á vuestro lado, dije
Alix.
— ¡ A h ! ¡Será cierto!... ;Qué noche, g r a n
Dios!... P e r o , ¿ves t ú ? . . . Dime, ¿dónde
está el j e f e ? . . . E s preciso salvarle antes
que t o d o . . . y despues, si el cielo lo permite,
salvaré también á nuestro jóven s e ñ o r . . .
¿Dónde e s t á ? . . . ¿Cuál es F l e u r - d e - L y s ?
— A q u e l , p a d r e mío, respondió la jóven.
El guarda-bosque levantó el cuerpo inmóvil que le indicaba la mano de Alix, y
empezó á bajar la escalera con precaución.
¡Ven, Atix, ven! No te detengas un instant e . . . S í g n e m e . . . $No es v e r d a d q u e me
sigues?
— S i , p a d r e mió, respondió Alix incorporándose; pero no le siguió. Antes bien
se habia a c e r c a d o al herido, que permaoecia
aun al pie del a l t a r , é inclinándose hácia é l :
- F l e u r - d e - L y s , esclamó: os he dicho
mas de una vez que si no me engañabais
nunc», me reconoce ría i i s i e m p r e . . . ¿Me
reconocéis?
Un s o r d o -gemido se escapó del pecho del
fierido.
— ¡ Q u é cobardía! prosiguió la jóven apre
l a n d o los dienles: /qué c o b a r d í a y qué
b a r b a r i e ! ¡Con qué lazos tan crueles me
teníais s u j e t a ! ¡Ali! D e m a s i a d o bien sabéis
q u e y o lo habia de sufrir t o d o . . . t o d o . . .
antes q u e revelar á mi p a d r e la deshonra
d e su hija, a n t e s q u e d e s g a r r a r el generoso
corazon de mi inocente r i v a l . . . ¡Pfchre B e llah! ¡Yo la he c a u s a d o mil y :mil dolores;
pero el m a s a g u d o , el m a s a m a r g o , lo*lio
r e s e r v a d o p a r a mil N o he querido sonrojar
su f r e n t e p u r a y sin m a n c h a con el reíalo
de v u e s t r a infamia. ¡Al tin ella os llorará,
p o r q u e no os conoce!
M i e n t r a s pronunciaba AÜx las anteriores
p a l a b r a s , se habia r e t r a t a d o en el semblan
te d e F l e u r - d e - L y s la espresion.de uu dolor
indefinible, y r e u n i e n . t o sus f u e r z a s espirant e s , dijo c o n voz casi imperceptible:
E s c u c h a . . . e s c u c h a . . . j a m á s he a m a d o
á nadie m a s que á l i . . . el o r g u l l o . . . la
ambición m e han a r r a s t r a d o á m i p e s a r , . .
S i . . . pongo á Dios por t e s t i g o . . . solo ú
tí te he a m a d o . . . Alix... d a m e tu man®...
—155—
¡Tú eres mi única e s p o s a ! . . .
— D e s g r a c i a d a de mi! csclamó la joven; todavía me engaña; pero le a m o . . . y
le salvaré.
Cogiendo entonces entre s u s brazos a'
joven jefe, se precipitó con él hacia la
suspendida losa; pero al llegar á ella se
encontró c a r a á c a r a con su p a d r e , qué
la miraba con ojos terribles. Alix r e t r o cedió a t e r r a d a ; s u s rodillas se d o b l a r o n .
v cavó á sfls pies el cíierpó de su a m a n t e ,
— P a d r e mió! esclamó uniendo sus m a nos con angustia: ¡dejadme morir, pero
salvadle á él!
— N i á él, ni á ti, dijo el g u a r d a bosque con voz s o r d a ; ¡jamás ha e n t r a d o
ahí la perfidia! Y volviéndose de repente,
derribó con el pie las dos b a r r a s de hierro
que sostenían la losa sepulcral, p r o d u c i e n do a! caer un r u i d o espantoso.
— A h o r a roguemos á Dios, prosiguió el
anciano con acento solemne. Vos también,
señor d u q u e , si es que me oís; y tú ¡hija
infame! sí es que le a m a s .
Un írrito d e s g a r r a d o r de Alix le c o n testó. Fue e! último. Ku este monta* to se
t j w un horroroso c r u g i d o , y des p ¡o ma a dose la bóveda, sepultó bajo su ardiente
m a s a todo c u a n t o existia en la capilla.
E n una hora se habían realizado todos
e s t o s d e s a s t r e s . C u a n d o la pálida luz de
la a u r o r a vino a mezclarse con Jos ú l t i mos reflejos del incendio, no a l u m b r ó m a s
que un monten de h u m e a n t e s ruinas s e m b r a d o de restos h u m a n o s .
CAPITULO
XV.
El s u b t e r r á n e o en q u e habia q u e d a d o
sepultado todo c u a n t o existía de la f a milia y de la c a s a d e K e r g a n t s e e s t e n dia c i r c u l a r m e n t e por los c o s t a d o s del
montecillo bajo u n a bóveda sostenida en
una hilada de p i e d r a s cuya prolongation
estaba f o r m a d a por la roca viva. D e t r e cho en t r e c h o tropezaba el pie en el h ú m e d o pavimento cou la p a r t e saliente de
alguna lápida s e p u l c r a l . L a s grietas d e
la roca apenas. Servian p a r a renovar el
aire mefítico que allí s e r e s p i r a b a . D e s d e
que la mole de granito que c e r r a b a la única
salida <de! s u b t e r r á n e o cayó movida por la
-457atlélica fuerza d e K a d , ninguna lux tino ¿
turbar las tinieblas nerpétuas dé aquel sil»®
de horror. El sordo estruendo que p r o dujo 1a bóveda ai desplomarse anuncié a
las desgraciadas cautivas que su r e t i r o era
i g n o r a d o d e todos los vivientes, y que ia piedra de la entrada era la losa de su sepulcro
Solo la señorita de Kergant habia conservado la suficiente presencia de espíritu
para conocer todo el horror de semejante
situación. Las o t r a s r e d u s a s , m u d a s y
como dominadas de un torpe idiotismo,
sollozaban abatidas en un rincón. No bien
llegó á oidos de Bellah el ruido o c a s i o nado por el hundimiento, .cuando se p r e cipitó desolada por la escalera del s u b terráneo, procurando levantar con convulsivos esfuerzos el enorme peso que c e r raba la e n t r a d a ; pero bien pronto se hizo
cargo de que las fuerzas combinadas de
muchos hombres se agotarían vanamente
en este trabajo. Un momento despues bajó
lentamente, estrechando entre sus manos
su a r d o r o s a frente, y dirigiéndose á l i e n tas hácia el sitio en q u e habia quedado
Andrea reclinada contra el m u r o :
—15S—
—inocente! dijo arrodillándose al lado de
aquella; plegue al cielo que no vuelvas á
despertar.
Mieutras hablaba, soltaron un quejido
los labios del herido que reposaba al lado
de Andrea, y á quien Bellah le habia oido
llamar Fleur-de-Lys por el mismo K a d .
— P a d e c e i s mucho, caballero? prosiguió
aquella inclinándose háeia el que creía ser
el jóven j e f e .
—Bellah! Sois vos? dijo el herido con voz
casi imperceptible.
La señorita de Kergant arrojo un grito
frenético, profundo, semejante al que se
escaparía del .corazon de u n a m a d r e .
—Hervé! dijo. Hervé mió! Y su mano
recorría con rapidez el pecho y la ensangrentada freute- del - herido, pero con una
precaución tan tierna, que Hervé creía
sentía sobre si el aleteo de un pájaro.
Después de algunos minutos empleados
en dar fervientes a r a d a s al cielo y en
ocultar la turbación que la habia causado
el haber echado un momento en olvido a
su difunto padre, prosiguió Bellah con m a yor dulzura:
— 159—
—Conque sois vos, Hervé! ¿Es cierto
que no me engañan mis sentidos?... Ai tó¡>
nos reunimos. ¡Pero en qué momento y
en qué sitio! ¡Aii! ¡Dios de bondad! V o s
ignoráis...
— N o , lo sé todo, dijo i l e r v é . . . P a decía macho; pero no llegué á perder el
s e n t i d o . . . no se me oculta d ó n d e e s t a m o s . . . p e r o . . . a h ! . . . no tengo fuerzas para
p r e g u n t a r o s . . . d ó n d e . . . ¿dónde está mi
h e r m a n a . . . mi idolatrada Andrea?
— N o ha recibido ningún d a ñ o . . . pero
«igue d e s m a y a d a . Miradía!
— ¡Gracias! ¡ D i o s m i o , gracias! P e r o . . .
••¡caso no hubiera sido mejor para e l l a . . .
Decidme, B e l l a h . . . vos que sois tan a n i m o s a . . . ¿es cierto q u e se ha desprendido ia
losa? ¿Que nada existe ya?
— Solo un milagro podrá salvarnos, dijo
Beihh.
— ¿ S e g ú n eso nadie sabe que estamos
aquí?
—N,ad¡e, á lo que c r e o .
— ¡Eu nombre del cielo!... Que ignore
Andrea eso todo el m a y o r tiempo posible...
querida B e l l a h . . .
— 160 —
T* ¡Silencio, Hervé! ¡Silencio! Ya vuelve
«a si, y podrá oiros.
Andrea empezaba en efecto á dar señales
.de vida, moviendo los brazos eo su helado
lecho como uu niño eo su cuna. Inclinada
hácia ella I» señorita de Kergant, la llamó
repetidas veces con voz cariñosa. Lis pobre
niña pronunció al principio algunas p a l a b r a s sin dilación, y preguntó si no e i a
todavía de dia; pero la terrible realidad, d i sipando por grados las tinieblas de su esp» rito, la obligó á esslamar:
— ¡Dónde estoy, Diosmio!
Bellah, cubriéndola de besos, ia respondió que estaban en lugar sfiguro, y^ puso
entre las suyas una mano de Hervé. En s e guida la enteró de sus pérdidas irreparables
y de todas las circunstancias que la obligaron á buscar un refugio en el subterráneo,
cosas que á decir v e r d a d , e r a imposible
ocultarlas; pero añadió que habian c o n s e guido salvarse Kad y uno ó dos de los
criados del castillo, y que se apresurarían
á venir á sacarlas de su prisión cuando
creyeran que no estaban espuestas á c a e r
en poder de los republicanos. Estas seguri-
—161—
da J e s . y la presencia de un hermano á
quien habia creido no volver á ver, t e m p l a ron la agitación de A n d r e a . A d e m a s , a l g u nos rayos de luz que en aquel momento
penetraban á través dé las h e n d i d u r a s de la
roca y de los intersticios del muro acabaron
de restituir á° su pensamiento la perdida
calma.
Uniendo sus e s f u e r z o s ambas jóvenes,
ayudaron á tomar á H e r v é la posicíon <p»e
su herida le hizo parecer meoos dolorosa.
La hala de F l e u r - d e - L y s le habia d e s trozado un hombro. Cada movimiento le
arrancaba á su p e s a r débiles quejidos;
p e r o mas cuidadoso de los d e m á s que de
si mismo, p r o c u r a b a ocultar con un l e n g u a j e tranquilo y casi alegre las involunt a r i a s sorpresas del dolor. A n d r e a , t r a tando de devolverle sus tiernas ficciones,
se esforzaba p o r distraerle con üna locuacidad vivaz y risueña, mezclada de f u r tivas lágrimas.
Bellah los dejaba d e tiempo en tiempo,
para a c e r c a r s e á las campesinas que estaban recostadas contra la roca, ya la-
Bnii.AU — T 111.
11
— 16*2—
mentándose de su suerte, j a cayendo en
una muda apatía. La resistencia á los grandes padecimientos consiguientes á la d e s gracia no se mide por el vigor del c u e r p o , sino por el temple del alma. Bellah,
cuya delicada complexion estaba mas-y mas
debilitada por muchos dias de sufrimiento,
había encontrado de repente nuevas fuerzas
vítales en el terrible infortunio bajo el cual
sucumbían sus compañeras, de miembros
m a s robustos, pero de corazon menos enérgico. La señorita de K e r g a n t , dii sgttttdo - o
allernativamente á cada una de aquellas
desgraciadas, las llamaba por su nombre,
estrechaba sus manos, las recordaba su
fe, y las hablaba de Dios, que no olvida á ninguna de sus hechuras, consiguiendo por este medio inspirarlas alguna
resignación, A c a d a instante volvía á su
lado para cumplir su noble-misión, y ellas
besaban sus manos deshechas en lágrimas,
y se cogían á su vestido, suplicándola que
no las abandonase. En su delirio creiau
ver en ella el ángel de la caridad.
Hervé pareeia mas tranquilo. La mucha sangre que habia perdido sirvió para
—163—
t e m p l a r el ardor de la fiebre que le d e voraba. Feliz Andrea viéndole p a d e c e r m e nos, y confiando en las ilusiones que le
habían hecho concebir, recobraba poco á
poco la graciosa vivacidad que constituía
el fondo de su carácter, y en su candida
alegría formaba proyectos, sonreia ante el
porvenir, y ni aun sospechaba siquiera que
jamás saldría quizás de aquel fúnebre s u b terráneo. No sabia que sus inocentes s u e ños irritaban las crueles angustias que
procuraba calmar. Tratando de moderar
ía señorita de Kergant el placer de una
esperanza que habia de verse desvanecida
tan pronto, la recordaba con dulzura fa
sangre y el luto que las cercaba p o r t e d a s partes.
— Bellah. dijo Hervé: creo que sabréis
perdonarme por la parte que he podido
tener en las desgracias que os han anona
d a d o . . . Ese perdoií me tranquilizaría, y
le espero de vuestra bondad y de vuestra
justicia.
—/.Cómo había yo de osar acusaros,
Hervé, cuando habéis estado á punto d e
p e r d e r l a vida por salvar á mí infeliz >¡a. -
—164—
dre? respondió aquella.
—Major seria que d i j e r a s que le amas y
le amarás siempre, dijo la señorita de
Pelven.
—¡Por piedad, querida Andrea! prosiguió
Bellah.
— Y qué mal hay en eso? continuó And r e a , con una emocion que á través de
la que se descubría su infantil a t o l o n d r a miento. Y o sé también como t u q u e nuestras
desgracias son terribles... ¿Pero por qué negar el consuelo que Dios ha querido dejar á
ías infelices huérfanas? Yo bendigo la mano
que lo Ra dirigido todo, sin dejar por eso
de llorar á los desventurados á quienes
hirió. Dios no ha podido permitir que f u e ses victima de ese hombre infame, del miserable F l e u r - d e - L y s . . . Porque preciso es
que H e r v é lo sepa; tú te sacrificabas en
aras de no sé qué deber terrible... Ya ves
que no aciertas á decir n a d a . . . ¿Quieres
que te diga la razón? P u e s bien: te la d i r é . . . Y o fui quien recogí la carta que no
h a mucho escribiste, v yo quien se la e n vié á H e r v é . , . Ahora creo escusado a ñ a d i r
míe la sabrá de memoria.
—165Bellah quedó helada al oir semejante
revelación: } pero mas dueña de si misma
algunos instantes despues, empezaba á d i rigir á su amiga algunas palabras de r e convención, cuando sintiendo de repente
el contacto de las trémulas manos del h e rido en una de las suyas, enmudeció, i n clinando la cabeza como avergonzada, e
inundando con sus lágrimas el rostro de
aquel. Andrea se separó algunos pasos
para no t u r b a r con su presencia una e f u sión cuya embriaguez estaba turbada por
una amargura que no pudo sospechar siquiera.
Procuraba esta en su distracción e n sanchar una de las hendiduras del m u r o ,
cuando notando el movimiento de una piedra que sobresalía algún tanto, la separó
casi sin esfuerzo, difundiéndose por el
subterráneo una luz mas viva. Andrea l l a mó á su hermana con un grito de a l e aría. La caida de la piedra habia dejado
eu ia muralla á la altura del nacimiento
de la bóveda una estrecha a b e r t u r a , en
la que apenas cabía la mano. El agujero
estrechaba gradualmente en el espesor de
—168 la fábrica, á través de una hendidura v e r tical é irregular que se prolongaba hasta
el esterior, y que, según todas las apariencias, debia concluir en uno de los lienzos de pared que cortaban por diversos
lados la falla del montecillo. Bellah t r a bajó en vano por ensanchar aquel r e s p i r a d e r o . Separando al caer el enorme peso
de la bóveda algunas de las colosales p i e d r a s de sillería que componían las hilad a s , solo sirvió para consolidarlas mas auu.
L a única ventaja que pudieran disfrutar las
cautivas fue gozar desde entonces un aire
menos sofocante, y distinguir á través
de una aspillera de dos dedos de ancha,
y de media toesa poco mas ó menos de
profundidad, algún trecho del palio y un
terreno cubierto de césped, al que daban
sombra los primeros albores de la avenid a . Aquella débil vision del sol, de la
vida, de la libertad, en una p a l a b r a , del
¡nundo esterior, causó en Bellah una d o lorosa impresión. Andrea, por el c o n t r a rio, se convenció mas y atas con esta p e r s pectiva de la esperanza de una salvación
próxima, juzgándola ya casi realizada. E«
—167—
s o natural agitación se acercaba con f r e cuencia á la a b e r t u r a , para espiar i m paciente la presencia de un libertador.
Aprovechando Bellah uno de los i n s tantes en que Andrea permanecía en tan
vana contemplación, preguntó en voz baja
á Hervé si creia que sus gritos serian
oidos por aquella grieta, cuya forma y
dimensiones le habían descrito antes. H e r vé la respondió que no lo juzgaba posible, á causa del espesor de la fábrica y
de las irregularidades del intersticio, que
bastarían por sí solas á ahogar la voz:
— En todo caso, añadió, los sonidos que
llegasen al estertor serian demasiado débiles
para llamar !a atención de un indiferente, y si por acaso viniese alguno en .busca de los restos de un paciente ó de
un amigo, subiria seguramente
hasta
donde están las ruinas de la capilla. De
todos modos, siempre oiríamos el ruido
de sus picadas sobre la bóveda, y entonces s'íria ocasión d e apelar á ese ú l timo r e c u r s o . Hasta tanto, ya podréis
conocer que los gritos no servirían sino
para aumentar inútilmente el espanto que
—168—
produce e?ta horrible mansion, y para d i sipar las ilusiones en que se mecen A n drea y esas infelices m u j e r e s . . . Ah! B e llah! ¡Con qué a'egria daria yo la sangre
que me resta por librar á ellas y á vos
de los horribles instantes que e n t r e v e o ! . . .
— P e r o yo creo, Hervé, que aun no
está todo p e r d i d o . . . Pensad que alguno
debe venir á d a r sepultura á los infortunados...
La voz de Andrea se estinguió en sus
labios ante el dolor que iba unido á sus
recuerdos.
Hervé prosiguió despues de un breve
silencio:
— B e l l a h , no puedo ni debo engañar o s . . . Cierto es q u e vendrá alguno: pero
será dentro de dos d i a s . . . ó quizá mas
t a r d e . Yo he visto mas de uua vez campos
de carnicería como el que tenemos encima
abandóuados d u r a n t e mucho tiempo de resultas del t e r r o r . . . y dado caso que venga alguien, ¿conocerá el secreto de este
s u b t e r r á n e o ? . . . ¿Tendréis entonces f u e r zas para arrojar un solo g r i t o ? . . . ¿Sereis
oida?... Ah! Mucho lo d u d o . . .
— 1 6 9 —
— Conque, según eso, ¿no nos queda
ninguna esperanza, Hervé? dijo Beiiah. Creo
que me conocéis demasiado bien para que
temáis hablarme con franqueza.
— P r e g u n t á i s si nos queda una esperanza? prosiguió Hervé. P u e s bien, si
nos resta u n a . . . una tan solo, y esa es
F r a n c i s c o . . . Su deber le detenia al lado
del general, y si ha sobrevivido ¿ la b a t a lla de la noche p a s a d a , no dudo q u e . . .
ignoro lo que debe h a c e r . . . pero me p a rece que, colocado yo en su l u g a r , . p r o curaría buscarle... ¡Pobre Francisco!...
Largas horas trascurrieron en esta a n gustia mortal. Andrea fue á sentarse al
lado de su hermano en el momento en
q u e , declinando el dia, volvía á sumergirse al subterráneo en su lúgubre oscurid a d . Va no hablaba, anchas gotas de sudor resbalaban por su satinada frente: habia
empezado á sospechar 1a verdad. Cuando
desapareció la claridad del lodo, no fue dueña de contener la espresion de sus ansias,
y dejó escapar algunas palabras e m b a r gadas por desgarradores sollozos, que revelaban su desaliento y partían el corazon.
—no—
Bellah la tuvo largo liempo estrechada entre
sus brazos sin conseguir calmarla. H e r vé, de quien se habia vuelto á apoderar
una fiebre violenta al comenzar la noche,
estaba próximo á perder la razón.
Cuatro d e j a s criadas de Bellah presentaban una escena mucho mas triste todavía
en otra parte del subterráneo. La noche habia venido á concluir con el reslode esperanza que las sostenía, v sintiendo ya las primeras torturas del hambre, que les hacia c o n cebir al mismo tiempo el horrible presentimiento del porvenir que íes esperaba, salieron de repente de su torpe letargo con esa
furiosa e n e r v a que prestan los instintos s u blevados. En su leroz demencia recorrían el
subterráneo, golpeaban las paredes con su
frente y soltaban de vez en cuando c l a mores salvajes. Aquellos trasportes teniau
un no sé qué de brutal y de odioso, que
aterró á la infeliz Andrea. A la vista de
tan repugnante espectáculo cesó de sollozar, y cayó en una postrado» prolunda,
semejante a! sueño de la infancia ó de la
muerte. Las otras reclasas, cediendo á
los piadosos consuelos que sin descanso
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los prodigaba su jóven s e ñ o r a , y á las e c sígeticias de su debilitada n a t u r a l e z a , q u e daron s u m e r g i d a s en un gran silencio y
en u n a a p a r e n t e insensibilidad.
P o c o nos d e t e n d r e m o s en el r e l a t o de
lo que s u c e d i ó , e n las siguientes h o r a s . La
señorita d e K e r g a n t dirigía al cielo f e r vientes p r e c e s , p o s t r a d a de rodillas.
H e r v é , á su vez, no habia podido r e sistir m u c h o tiempo á la a b r a s a d o r a lieb r e que le d e v o r a b a : p a l a b r a s e s t r a v a g a n t e s é incoher¿iites salian sin i n t e r m i sión d e s u s labios, y sus a r d o r o s a s m a nos b u s c a b a n con ansia la fría h u m e d a d
d e las p a r e d e s . Bellah le dejaba e n t r e g a d o á este delirio, que al menos s i g nificaba olvido. A las p r i m e r a s h o r a s d e
la m a ñ a n a se a b a n d o n ó á su p e s a r la i n feliz al s u e ñ o a u e p e s a b a sobre s u s p á r p a d o s y al desfallecimiento que empezaba
ya á t r a s t o r n a r s u c e r e b r o . Mas de r e p e n t e d e s p e r t ó sobresaltada al oir la voz
de H e r v é , que la llamaba con insistencia:
— Bellah! Bellah! d e c í a : e s c u c h a d ! Oigo
pasos! Alsuien debe de haber eu la c a pilla!
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Bellah creyó en un principio que el
herido era víctima del delirio de la liebre;
pero escuchando con atención, oyó distintamente algún rumor de pasos por e n c i ma de la bóveda, y se levantó inmediatamente.
La luz del nuevo dia penetraba en aquella mansion lóbrega. Si mas vagar, subió
rápidamente la escalera, y dió repelidos
golpes con la mano en la losa que cerraba
la e n t r a d a .
—No! No! Por ahí no! esclamó Hervé: es imposible que os oigan. Por la a b e r tura de la muralla, querida Bellah . . . .
G r i t a d ! . . . ¡Gritad con todas vuestras f u e r zas!
Bellah bajó á toda prisa la escalera,
y acercando sus labios á la especie de
aspillera que la casualidad les habia hecho
descubrir el dia anterior, comenzó á exhalar agudos gritos, conteniendo despues su
aliento para escuchar.
—Dios mió! dijo pasados algunos instantes: ¡ya no oigo nada, Hervé! Se han
m a r c h a d o de la capilla!
Aquel no respondió.
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— S i gritáramos todas á la vez, q u i z á . . .
prosiguió la jóven: y mientras esto decia
se precipitaba bácia s u s compañeras de
infortunio, y procuraba hacerles salir de
su e s t u p o r , suplicándolas que uniesen su
voz á la s u y a . A n d r e a , que fue la única
que dió muestras de comprender lo qué
pasaba, se incorporó algún tanto sobre
las rodillas; pero volvió á caer sin movimiento.
Bellah, agitando dolorosamente su c a beza, se encaminó de nuevo á la a b e r t u r a de la muralla, y miró otra vez por
ella.
— ¡ Y a los v e o ! . . . esclamó.
' — ¿Y quiénes son? ¿Los conocéis? dijo
Hervé.
— ¡ S í ! Es el jóven oficial!
—¡Francisco!
— Sí, con el sargento y otros d o s . . .
¡Cielos!... ¡Se alejan con lentitud y como á
su pesar!
— ¡En nombre del cielol ¡Gritad otra vez,
si es que podéis, querida Bellah!
Bellah obedeció á la indicación de
Hervé.
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— ;Y bien! ¿Oyen?... ¿Oyen? pro-untó
Hervé con acento ahogado.
— ¡No, no! ¡Dios mió, apiadaos de n o s o t r o s ! . . . Y a 110 los veo.*, han a t r a v e s a do la p a r t e del patio que yo puedo d e s cubrir desde a q u í . . . p e r o . . . ¡Cielos! ¡Ya
los vuelvo á ver; están en la entrada de
la a v e n i d a ! . . . ¡Se v a n ! . . . ¡Señor, Señor;
haced q u e m e o i g a n ! . . . ¡Socorro! ¡Francisco, socorro!
Bellah habia agotado en este último e s fuerzo el escaso vigor que la restaba.
Hervé volvió á interrogarla nuevamente,
y ella le contestó con voz tan débil como
un soplo.
¡Se han parado! ¡Creo que vuelven! ¡Sí,
me han oido!... ¡Parece que consultan entre si! ¡Ah desgraciados de nosotros!... ¡Se
alejan!...
E s i a s últimas palabras se a h o g a r o n en l a
garganta de Bellah, y vacilando un m o m e n to, cayó sin sentido en tierra.
Hervé se sintió acometido d e un nuevo
acceso de delirio que hacian m a s cruel algunos intervalos e n que su razón obraba: una
estraña fantasmagoría hacia pasar por d e -
tank' de sus ojos risueñas imágenes, qus
borraba cíe repente ei aterrador sentimiento
de la realidad. En su desvario creyó oir
de nuevo algunos pasos por encima de 1a
bóveda, y un ruido semejante á la sorda
repercusión de un trabajo co&tinuo. Pero
aquellos sonidos se confundían con los infinitos murmullos que resonaban en su exaltado cerebro. De repente los puros rayos del
sol penetraron á torrentes en el subterráneo,
y algunas sombras humanas se dibujaron
al principio de l a escalera en el cuadro luminoso «pie ofrecía á la vista la levantada losa.
Hervé ereia soñar todavía.
— ;Pelveu! gritó una voz juvenil y conmovida .
—¡Francisco! ¡Aquí, querido Francisco!
respondió Hervé
K1 antiguo castillo se habia librado de
la voracidad del incendio, á causa de la
solidez d e s ú s murallas. Una hora despues
de la escena que acabamos de referir reposaba el comandante Hervé en el gran lecho
antiguo en que habia dormido el dulce sueño
— n o d e sus primeros años. Un anciano cirujano,
vestido de uniforme, ordenaba en el alféizar
de una ventana el terrible arsenal de su i m ponente profesión. Un ¡creer personaje, de
aspecto á la vez grave y burlesco, cuyo
pantalón rayado estaba cubierto hasta las
rodillas por un delantal blanco, levantaba
con una mano la cabeza del herido, y fe
presentaba con la otra una taza de caldo.
—Sabéis lo que digo, mi comandante,
esclamaba aquel singular enfermero: q u e
habéis debido ésperimentar ún diabólico
efecto moral en aquella c a t a c u m b a .
—rSi, buen Broidoux; la noche ha sido
terrible. ¿Cómo está mi hermana?
—A pedir de boca, mi com a rula ate. T o d o
el mundo, en general, vuelve % hincar el
diente en el pan con regular apetito. Solo hay
uno que me p a r t e el corazon, y es ese p o bre muchacno; hijo de K a d . Sobre este
punto, mi comandante, se me ha o c u r rido una ¡dea: estoy resuelto á adoptarle
por hijo; y no hago nada de mas, p o r que al fin lo merece, en primer lugar, p o r que es huérfano; en segundo, porque me
salvó la vida en el bosque, y e n t e r c e r o ,
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porque acaba de salvar la v u e s t r a . . .
— S i no le hubiéramos encontrado en
ia avenida y no se le hubiera antojado
meter las narices por el agujero del subterráneo, no hay para qué decir que h u biéramos tomado el olivo. Mi designio es,
pues, servirle de padre, y Colibrí, por su
parte, se ofrece á hacer con él las veces de madre, cosa que nadie e s t r a ñ a r á ,
en atención á la dulzura de su c a r á c t e r .
Francisco entró en este momento en la
estancia.
— Comandante, dijo: la señorita Bellah
se halla completamente restablecida desde
que la he asegurado que el doctor responde
de vuestra curación. «
— Y o no respondo de n a d a , interrumpió
bruscamente el anciano cirujano, si no
guardais silencio. Media vuelta á la d e r e cha!... Marchen!
Francisco y el sargento salieron del
aposento sobre las puntas de los pies, y
H e r v é quedó bien pronto profundamente
dormido.
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