la bohemia sinaloense - Facultad de Historia

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UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE SINALOA
FACULTAD DE HISTORIA
MAESTRÍA EN HISTORIA
LAS LETRAS SINALOENSES
EN EL OCASO DEL PORFIRIATO:
LA BOHEMIA SINALOENSE (1897-1899)
Y ARTE (1907-1909)
TESIS
QUE PARA OBTENER EL GRADO DE
MAESTRO EN HISTORIA
PRESENTA:
LIC. ADALBERTO GARCÍA SANTANA
DIRECTOR DE TESIS
DR. RIGOBERTO RODRÍGUEZ BENÍTEZ
LECTORES
DRA. MAYRA LIZZETE VIDALES QUINTERO
DR. CARLOS MACIEL SÁNCHEZ
CULIACÁN ROSALES, JUNIO DE 2010.
Agradecimientos
A la Universidad Autónoma de Sinaloa.
A la Facultad de Historia: a su personal
académico y administrativo, a sus alumnos. A
mi camarada Bertha y a Sandra Luz. A mis
compañeros.
A mi director de tesis, Dr. Rigoberto Rodríguez
Benítez; a mis lectores Dra. Mayra Lizzete
Vidales Quintero y Dr. Carlos Maciel Sánchez.
Doris, Emilio, Alejandro, Matilde, Gerardo,
Marcelino, Martha, Octavio, Sergio, Roberto,
son algunos nombres que pronuncio con
frecuencia, a ellos le debo mucho.
A Richi y Marilú que colaboraron decididamente
y con puntual solvencia.
A mis padres y hermanos, y el resto de mi
familia.
Azalia y Adalberto viven en mi corazón y lo
mantienen vivo, casi alegre. Sin ellos no haría
nada. A mi mujer le corresponde el aliento; a mi
hijo el estilo.
2
A Rony (hijo del Schubert y Marilolis),
mi amigo.
3
La historia es un carnaval
de máscaras y gestos.
Álvaro López Miramontes
4
Índice
Introducción ................................................................................................................................... 6
Capítulo I. La Belle Époque ......................................................................................................... 18
1.1
1.2
Identidad y Diferencia .................................................................................................. 18
1.1.1 De parnasianos, simbolistas y decadentes .................................................. 18
El Modernismo ............................................................................................................. 20
1.2.1 El sur también existe .................................................................................... 21
1.2.1.1 Las huestes de Darío ................................................................. 24
1.2.2 El Duque Job y sus heredades ..................................................................... 33
1.2.2.1 Las publicaciones ....................................................................... 35
1.2.2.2 Los autores ................................................................................. 43
Capítulo II. La sociedad mexicana finisecular: tradición y modernidad....................................... 54
2.1
2.2
El porfiriato o la cultura del progreso ........................................................................... 54
El Cañedismo: modelo a escala .................................................................................. 72
Capítulo III. La Bohemia Sinaloense: la vindicación del modernismo ......................................... 86
3.1
Entre tirios y troyanos ................................................................................................ 101
3.1.1 Los “Bohemios” .......................................................................................... 110
3.1.1.1 Poetas y prosistas .................................................................... 110
3.1.1.2 Las féminas .............................................................................. 115
Capítulo IV. Arte: de la seducción al olvido ............................................................................... 121
4.1
4.2
Pluscuamprefecto y su gavilla ................................................................................... 131
4.1.1 Enrique González Martínez ........................................................................ 132
4.1.2 Sixto Osuna ................................................................................................ 137
4.1.3 José Sabás de la Mora. .............................................................................. 139
Los autores ................................................................................................................ 141
4.2.1 Locales ....................................................................................................... 143
4.2.2 Nacionales .................................................................................................. 145
4.2.3 Extranjeros.................................................................................................. 154
A manera de conclusión ............................................................................................................ 158
Bibliografía................................................................................................................................. 160
5
Introducción
Al igual que otros estados de la República, entre ellos Oaxaca, patria chica del
héroe de Tuxtepec, Sinaloa tuvo su versión tropical del porfiriato, en este caso en
manos del gobernador general Francisco Cañedo Belmonte, quien habría de
beneficiarse del dictum porfiriano “Juntos luchamos, juntos subimos”. Así las
cosas, Cañedo Belmonte detentaría el poder en Sinaloa durante treinta y dos años
(1877-1909), es decir, desde inicios del porfiriato hasta su muerte. Durante ese
lapso el estado vivió acontecimientos de diversa índole, entre los que destacan: el
auge de la prensa sinaloense; el cólera que azotó Mazatlán (1902); el asesinato
de José Cayetano Valadés (1879); el primer carnaval de Mazatlán (1898); el
tendido de las vías férreas a lo largo del estado; la oferta de 10 mil pesos por la
cabeza de Heraclio Bernal, el Rayo de Sinaloa; la aparición de las revistas
literarias La Bohemia Sinaloense (1897) y Arte (1907); la construcción de: el
Puente Negro, la iglesia del Santuario (para que la primera dama del estado no
fatigara sus beneméritos pasos hasta la catedral, tres cuadras más arriba), la
capilla de Nuestra Señora de Guadalupe (en Pericos), el Teatro Apolo (1895); y
también el arribo a Sinaloa del arquitecto Luis F. Molina y la soprano Ángela
Peralta, etcétera.
Se trata, pues, de una época de contrastes: auge económico y violencia política,
construcción de edificios y brotes de enfermedad, oropel de salones y tertulias y
miseria en el campo, modernidad comunicativa y analfabetismo. Si el cañedismo
no llegó a ver las revueltas revolucionarias, si alcanzó a vislumbrar cómo éstas
maduraban al interior de una sociedad que no cesaba de repetir la fórmula “paz y
progreso” como si de un pase mágico o de un exorcismo se tratara.
En el seno de esa pax porfiriana, de ese progreso positivista, surge en Culiacán La
Bohemia Sinaloense, revista literaria dirigida por Julio G. Arce (Guadalajara, Jal.,
1865-1914), poeta y farmacéutico, y Manuel Bonilla (San Ignacio, Sin., 1867-1957)
novelista y topógrafo, a quienes acompañaron en la empresa plumas tan
6
distinguidas como las de Enrique González Martínez, Amado Nervo, Esteban
Flores, Eustaquio Buelna, Herlindo Elenes Gaxiola, Francisco Medina, José Ferrel,
Cecilia Zadi, Samuel Hijar, Francisco Verdugo Fálquez, Jesús G. Andrade,
Ricardo Carricarte, entre otros. Se trata de escritores que más tarde figurarán con
luz propia en las letras nacionales, sobre todo González Martínez y Nervo, pero
también Esteban Flores y Samuel Hijar; o formarán parte de un fragmento nada
desdeñable de la historia de Sinaloa: Eustaquio Buelna, historiador, fundador de la
Universidad (a la sazón Colegio Civil Rosales); José Ferrel, candidato a
gobernador, demócrata, maderista; Chuy Andrade, el vate-profeta que sentenció a
Obregón desde su ebriedad consuetudinaria: “Mocho, ¿oyes esas campanas que
están repicando en tu honor? ¡Pues pronto doblarán a muerto!”.
Una década más tarde la revista Arte irrumpiría desde Mocorito en las letras
sinaloenses, continuando con el derrotero que la revista culiacanense había
marcado. Dicha publicación era dirigida por Enrique González Martínez y Sixto
Osuna. Sus páginas albergarían textos de una calidad más que notable, y sus
autores gozan hoy día (unos más que otros) de un sitio de honor en la literatura
universal: Rubén Darío, que renovó la literatura de lengua española y conquistó
para la poesía y la prosa hispánicas de este lado del atlántico carta de ciudadanía
literaria; Antonio Machado, uno de los más talentosos poetas pertenecientes de la
generación del 98; Leopoldo Lugones, al que Borges tanto admiró y terminó
dedicando El hacedor; Giovanni Papini, entonces muy joven y sin el renombre que
más tarde alcanzaría; Anatole France, Paul Verlaine, Catule Mendés, y tantos
otros.
El trabajo de investigación que ahora presento, intenta esbozar los primeros trazos
de lo que se pretende sea un paisaje literario, un artefacto cultural. Dibujar este
paisaje es trabajo para un cronista, iluminarlo, darle brillo y color para un estilista,
interrogar sobre las luces y las sombras que se proyectan en dicha representación
es tarea para un historiador. En mi modesta condición de estudiante de historia,
pretendo ensayar, así sea torpemente, el conjunto de las tareas arriba anunciadas.
7
Tengo para mí que la realidad es texto, auque no afirmo, ni mucho menos, que
sea sólo eso; sostengo, sí, que el hecho de aparecer como texto-huella ofrece la
posibilidad de estudiar esa realidad desde la perspectiva de la significación.
Producción y reproducción de la vida social coinciden con las formas de
representación que ésta hace de sí misma y que se expresa en productos
culturales, tales como periódicos y revistas, y todo tipo de textos que circulan y
crean opinión.
En el caso de Sinaloa se puede considerar a los periódicos locales como un
antecedente inmediato de las revistas literarias, tal como sucedía en otras partes
del mundo. Se trata, pues, de una constante cultural. A esto hay que agregar que
los periódicos de la época eran dirigidos por quienes tenían algún cargo en la
directiva de las revistas en cuestión: Julio G. Arce, director de La Bohemia
Sinaloense, dirigía también el diario Mefistófeles (Culiacán, 1898-1909) y José
Sabás de la Mora, editor propietario de Arte, era director de Voz del Norte
(Mocorito, 1903-1911). A este cruce de actividades corresponderá una serie de
intereses de carácter político, económico y social que se traducirá en textos
ideológicos, esto es, escritos cargados de sentido y de interés.
Sobre el método
En un pasaje que ya es famoso y suele citarse con arreglo a propósitos similares a
éste que hoy me ocupa, Marx plantea a sus lectores alemanes, la falta de
coincidencia entre método de investigación y método de exposición:
Por cierto que el procedimiento de exposición debe distinguirse formalmente del de
investigación. A éste le corresponde apropiarse de la materia en todos sus detalles, analizar
sus distintas formas de desarrollo y descubrir sus vínculos íntimos. Una vez cumplida esta
tarea —pero sólo entonces— puede exponerse el movimiento real en su conjunto. Si esto se
logra, de modo que la vida de la materia se refleje en su producción ideal, ese espejismo
1
puede hacer creer en una construcción a priori.
1. “Palabras finales a la segunda edición alemana”, en Karl Marx, El Capital, t. I, Buenos Aires, Editorial Cartago, 1974, p.
31.
8
Por mi parte, tengo que señalar que mi recorrido fue de lo particular a lo general:
primero ubique (consulté, leí, estudié) las revistas sobre las cuales iba a ejercer
eso que Michael de Certeau (pero no sólo él) llama operación historiográfica;
después de ello, ubiqué el discurso de mis “hablantes” (las revistas, los textos, los
autores) en el contexto de una tradición literaria, en este caso específico la de la
lengua española, sobre todo la que se identifica bajo el término de Modernismo, y
su relación con otras corrientes literarias, sobre todo francesas: el simbolismo y el
parnasianismo (que en algún momento se conoció bajo el peyorativo de literatura
decadentista). Por último, traté de reconstruir la problemática nacional (y regional)
en la cual se movían, sí, como peces en el agua, mis “modernistas”. Como podrá
observarse apenas se atienda al índice de este trabajo, he invertido (aunque no
simétricamente) el orden de mi exposición: toda vez que parto de la revisión del
modernismo latinoamericano en general, y mexicano en particular, para después
de ello examinar el contexto histórico nacional (porfiriato) y el sinaloense
(cañedismo) para, ahora sí, estar en condiciones de abordar el “mundo del texto”
en que se inscriben La Bohemia Sinaloense y Arte.
Cuestión de teoría
Según la fórmula de Marc Bloch,2 el historiador despliega su ejercicio a partir de
huellas, unas materiales, otras espirituales o “imaginarias”, en todo caso huellas
mudas (o en interlocución latente.) Es por ello que las huellas por sí solas
conducen a callejones sin salida. Recuerdo una frase de Lo Duca: “para hablar del
silencio, el silencio no es suficiente”. Corresponde, pues, al historiador cuestionar
esas huellas, poner en acto su potencial discurso, su testimonio.
El problema, entonces, es ¿desde dónde nos erigimos como entes inquisitivos (y
no meros inquisidores), facultados, comisionados, propicios para con esas
huellas?, y también ¿ese lugar, ese topos, nos proporciona suficiente acceso a
una relación dialógica con nuestros “informantes”?
2. Marc Bloch, Introducción a la Historia, México, FCE, 1989.
9
Parece claro que se interroga desde una teoría. El problema es que no existe
“una” teoría, sino “las” teorías. Las muchas teorías. Mi referente teórico más
preciso lo constituye la obra de Roger Chartier, particularmente los ensayos
contenidos en El mundo como representación y El juego de las reglas: lecturas.
Del primero, retomo el giro que se expresa en esta afirmación: “(pasar) de la
historia social de la cultura a una historia cultural de lo social”, es decir, concebir a
la cultura como el eje rector para el análisis de la res gestae, entendida ésta como
la historia de las prácticas de representación y apropiación del mundo (rerum
gestarum).3
En este sentido, planteo la necesidad de asumir el problema de las revistas
literarias tal como Chartier lo plasma en el ensayo “Introducción a una historia de
las prácticas de lectura en la era moderna (siglos XVI-XVIII)”, esto es:
(en) tres polos… por un lado el análisis de textos, ya sean literarios u ordinarios, descifrados
en sus estructuras, sus motivos, sus objetivos; por otro, la historia de los libros [de las revista
para mí], y más allá, de todos los objetos y de todas las formas que realizan la circulación de
lo escrito; por último, el estudio de las prácticas (la lectura, sobre todo) que, de manera
diversa, se apoderan de los objetos o formas produciendo usos y significaciones
4
diferenciados.
Esto indica que hago mía la distinción entre “el mundo del texto” y “el mundo del
lector” que Paúl Ricoeur propone para la asunción de su “operación
historiográfica” en Tiempo y narración,5 y que subyace en el fondo del análisis de
Chartier, esto es: una historia de las formas de leer que identifique las
disposiciones específicas que operan entre comunidades de lectores y tradiciones
de lectura.
3. La obra de Roger Chartier goza de gran difusión en lengua española: Argentina, España y México se disputan con
vertiginosa celeridad, en ocasiones infundada, libros y compilaciones de este historiador francés, lo que da como
resultado una bibliografía un tanto abultada, pero siempre sugerente.
4. Roger Chartier, El mundo como representación. Historia cultural: entre la práctica y la representación, España, Gedisa,
2002.
5. Paúl Ricoeur, Tiempo y narración, México, Siglo XXI editores, (tres tomos), Tercera edición en español, 2000.
10
Las revistas son una mercancía que se produce y se vende, un soporte de
contenidos culturales y un objeto físico, específico en su material, presentación y
fabricación. Considerados como mercancías, “los textos” pueden estar sometidos
primeramente a los procedimientos de una historia económica, atenta a
reconstituir la coyuntura de la reproducción impresa, la distribución citadina de los
talleres y almacenes, las áreas, itinerarios y volúmenes de las librerías. A esta
primera aproximación debe seguir una historia de carácter social sobre los
miembros (colaboradores, directivos, libreros, editores): el estudio de estos grupos
de profesionales permitirá desentrañar fortunas y alianzas, hurgar formas de
trabajo y mecanismos de pacto entre intelectuales y clases sociales, intelectuales
e iglesia, en fin, entre saber y poder. Como portadoras de “textos”, que son
elementos de la cultura escrita de un tempo, las revistas literarias representan una
guía privilegiada para una historia de la lectura (o de la recepción) que se propone
interpretar lo que una sociedad ha pensado (por escrito) y que quiere leer, en
términos de distancias culturales, por ejemplo, las diferenciaciones y similitudes
socioeconómicas del Sinaloa cañedista respecto del resto del país.6
Uno de los signos que mejor expresan la vitalidad de una disciplina científica, es la
discusión entre la comunidad que la compone. Dicha discusión puede adquirir
diferentes formas y foros de expresión: polémicas, recensiones, seminarios,
mesas redondas, etcétera.
En México, alentamos esa discusión con un retraso de por lo menos una década,
lo que significa un desfase de considerable importancia en el concierto
historiográfico internacional. Hay que reconocer, sin embargo, que la situación era
aún más desventajosa en el pasado, y que actualmente en la capital del país (y
quizá también en Guadalajara) se discute, así sea esporádicamente, con
pensadores e historiadores de primera línea. Por otro lado, la incorporación de
buena parte de la población urbana a la internet y el uso que los académicos
6. A este respecto en el capítulo III, trataré sobre la relación que tuvo lugar entre un considerable número de revistas de
provincia y La Bohemia Sinaloense, a partir de la columna permanente “Esbozos” que bajo el pseudónimo de Jorge
Ulica, escribiera mes tras mes Julio G. Arce.
11
hacen de esta herramienta, supone una vía de acceso al conocimiento que más
temprano que tarde habrá de reducir la mentada desventaja que por décadas
hemos padecido.
De esta manera, mientras algunas polémicas que en Europa o Estados Unidos o
en Asia (tal es el caso de la India y los subalterns studies) tienden a declinar, entre
nosotros apenas despuntan. Llegamos tarde, es cierto: tarde pero sin sueño.
Una de las corrientes que más tardíamente se ha incorporado al concierto
historiográfico mexicano es la que se conoce bajo la denominación de Historia de
los Conceptos (Begriffsgeschichte) o Semántica Histórica, capitaneada por
Reinhart Koselleck. Sin embargo, hay que señalar que tal retraso no acontece
única o exclusivamente en nuestro país, pues, como afirman José Luis Villacañas
y Faustino Oncina, la fórmula Begriffsgeschichte surge en el siglo
XVII,
aunque es
hasta mediados del siglo XX que adquiere prestigio filosófico:
Sólo a partir de los años cincuenta la Begriffsgeschichte encuentra un caldo de cultivo
propicio entre los historiadores de la filosofía. Recibirá un importante impulso de la Academia
de las Ciencias y la Literatura de Maguncia, con la creación del Archivo para una historia
conceptual (Archiv für begriffsgeschichte), revista periódica de enorme difusión e
implantación en Alemania. Su principal promotor, con un compromiso indiscutible con la
historia de la filosofía, es E. Rothacker, a quien pronto se sumarán K. Gründer y H.-G.
7
Gadamer.
Como se deja ver en esta cita, la Historia Conceptual data de largo y su abanico
de posibilidades, su práctica historiográfica, es múltiple. Marcada, entonces, desde
su origen, no existe una sola vía practicable para la historia de los conceptos. Hay
muchas formas posibles, entre las que destaca la Histoire conceptuelle du
politique que en 1986, con motivo de su ingreso al Colegio de Francia, propusiera
Pierre Rosanvallon. No es el propósito de este preámbulo revisar la historia
7. José Luis Villacañas y Faustino Oncina, “Introducción” en Historia y hermenéutica, Barcelona, Paidós Ibérica, 1997.
“Comprender e interpretar, no es sólo una instancia científica, sino que pertenece con toda evidencia a la experiencia
humana del mundo. No existe un método hermenéutico. Todos lo métodos descubiertos por la ciencia pueden dar frutos
hermenéuticos, si se aplican correctamente y si no se olvida que un poema no es una muestra que pueda explicarse
como caso representativo de algo más general, tal como ocurre con la muestra de un experimento en cuanto caso de
una ley de la naturaleza.” Hans-Georg Gadamer, ¿Quién soy yo y quién eres tú?, España, Herder, 1999, p. 148.
12
conceptual en su desarrollo, y los campos de influencia que en ella convergen.
Intentaré apenas esbozar los alcances de la semántica histórica propuesta por
Reinhart Kosellek, misma que tiene su cumbre en el Diccionario histórico de los
conceptos político-sociales básicos en la lengua alemana, preparado (y publicado)
en colaboración con Werner Conze y Otto Brunner entre 1972 y 1997, y que el
pensador alemán ponderara puntualmente en Histórica y hermenéutica, discurso
preparado para conmemorar el octogésimo quinto cumpleaños de H.-G. Gadamer
celebrado el 16 de febrero de 1985 en la Universidad de Heidelberg.
En ese texto Kosellek se interroga por las condiciones de posibilidad de la historia
en la estrecha relación que mantiene con el lenguaje y los textos, reconociendo el
nivel hermenéutico del análisis histórico, pero destacando la importancia de una
historia
prelingüística
al
replantear
los
nexos
entre
acontecimiento
y
representación.8 A la pregunta sobre si se agotan las condiciones de posibilidad
de una historia en el lenguaje y los textos, responde que los presupuestos sobre
los que descansa la Histórica no se agotan en el lenguaje ni remiten (únicamente,
exclusivamente) a los textos, por lo que rechaza el estatuto de subsidiaridad (o
subcaso) para con la hermenéutica, reclamando un reconocimiento epistemológico
de mayor dignidad.
La Histórica, a diferencia de los exegetas, siempre tiene en cuenta un estado de cosas
9
extratextual, aún cuando constituye su realidad sólo con rudimentos lingüísticos.
Mi
tema
de
investigación
tiene
como
“representación
escrituraria”
dos
publicaciones literarias sinaloenses: La Bohemia Sinaloense (1897-1899), editada
en Culiacán en la Imprenta Retes, en la que fungieron como director el poeta y
farmacéutico Julio G. Arce y como subdirector el novelista y topógrafo Manuel
Bonilla; y la revista Arte (1907-1909), que se editaba en Mocorito en la imprenta
del periódico Voz del Norte, propiedad de José Sabás de la Mora, en la que se
8. Discípulo directo de Gadamer, Kossellek reformula los conceptos hermenéuticos, al otorgar a éstos una dimensión
temporal que antes apenas si acusaban. De esta manera, representación, horizonte de interpretación, expectativa,
significación y otros conceptos claves del discurso hermenéutico clásico adquieren un estatuto epistémico diferente.
9. José Luis Villacañas y Faustino Oncina, “Introducción” en Historia y hermenéutica, Barcelona, Paidós Ibérica, 1997, p.
43.
13
desempeñaba como director el joven médico y poeta Enrique González Martínez y
como subdirector el filósofo y poeta Sixto Osuna. Se trata de dos publicaciones
que surgen en plena época prerrevolucionaria, lapso que representa para la
historia (res gestae) de México una especie de periodo bisagra (sattelzeit) que
marcará las representaciones y las prácticas de la sociedad mexicana. Pasamos
de “hijos de la chingada” a “hijos de la Revolución”.
Volviendo a las revistas en cuestión, hay que decir que ambas participan del
espíritu de la época (zeitgeist) y se adhieren al movimiento artístico considerado
por muchos estudiosos la primera contribución original de Hispanoamérica a la
literatura mundial: el modernismo. En este sentido, haré uso de los conceptos
modernismo/modernista, con arreglo a la Semántica Histórica. Cabe destacar
también que existe una serie de términos que ayudan a configurar el mapa
conceptual:
Clásico,
Modernidad/Posmodernidad,
Progreso,
Racionalidad,
etcétera.10
Como se puede ver, el concepto de modernidad apareció hace dieciséis siglos,
aunque no siempre ha tenido el mismo significado, pues si al principio se utilizó
para diferenciar prácticas religiosas coexistentes en el siglo V, con la Ilustración
francesa adquiere un sentido eminentemente temporal o epocal. Nuestros dos
primeros elementos son, entonces, una práctica religiosa y un situarse en el
10. Reproduzco dos definiciones que me parecen relevantes para abordar el modernismo: una procede de la teoría de la
cultura y otra de la historia. Aclaro que no son las únicas que se pueden tener a la mano, pero sí las que mejor
engloban la problemática del modernismo: “El término modernismo procede de la palabra latina modernus, del siglo v,
utilizada para distinguir un presente oficial cristiano de un pasado romano pagano. En el siglo XVII, con la aparición de la
Ilustración francesa, vemos aparecer una nueva concepción de la Modernidad: es como un periodo distintivo y superior
en la historia de la humanidad. El término mismo señala algún tipo de cambio. Generalmente se presupone, en las
discusiones sobre el posmodernismo, que lo que se está dejando atrás, o se está superando es la Modernidad o el
Modernismo. La palabra Modernidad se utilizaba para referirse al desarrollo de determinadas formas de organización
industrial, metropolitana y urbana, ante todo el fordismo y su precursor, el taylorismo”. James Curran, David Morley,
Valerie Walkerdine, Estudios culturales y comunicación, España, Paidós, 1998; “el término modernismo como
denominación de un movimiento estético fue acuñado por un poeta nicaragüense que escribía en un periódico
guatemalteco sobre un encuentro literario que había tenido lugar en el Perú. Rubén Darío inició en 1890 una tímida
corriente que adoptó el nombre de modernismo, inspirada en las sucesivas escuelas francesas de los románticos,
parnasianos y simbolistas, a favor de una ‘declaración de independencia cultural’ respecto a España que
desencadenaría, en la hueste de los años noventa, la emancipación del pasado de las propias letras hispánicas. En
inglés, la noción de ‘modernismo’ apenas entró en el uso general antes de mediados de siglo, mientras que en
castellano era corriente una generación antes. Aquí lo atrasado abrió camino a los términos del avance metropolitano,
de modo muy parecido a como en el siglo XIX el ‘liberalismo’ fue un invento de los españoles que se levantaron durante
la época napoleónica contra la ocupación francesa, una expresión exótica de Cádiz que sólo mucho más tarde se
aclimató en los salones de París y Londres”. Perry Anderson, Los orígenes de la posmodernidad, Barcelona, Anagrama,
1998, p. 65.
14
tiempo, un zeitgeist propiamente dicho. Dejando de lado el primer aspecto, es
necesario resaltar que una situación epocal tiene, como Jano, dos caras: por un
lado remite a una tradición instaurada por prácticas y representaciones de sí
misma, y por otro, acusa el influjo del cambio, de la ruptura. Moderno es aquello
que cambió, que devino actualidad, acto, plenitud de ser.
Pero lo moderno no cancela el pasado, únicamente lo desplaza, lo deja de lado, lo
arrincona, lo torna vestigio, lo anacroniza. Este movimiento de la modernidad que
se instaura como razón de ser, contiene elementos que inevitablemente nos
remiten a su origen diferenciador, es decir, implica una declaración de fe, en este
caso una fe laica, racional, científica. En este sentido modernidad y progreso se
implican, se interpelan, son dos caras de la misma moneda. Por otra parte, lo
moderno tiene su espacio privilegiado: la ciudad, la metrópoli, que se opone (que
se impone) al campo, tierra fértil para la tradición. Es por ello que modernidad
también designa un modelo de organización industrial.
Finalmente —last but not least— moderno significa una actitud frente al arte, una
adscripción estética que, en América, supone un movimiento independentista
respecto de una metrópoli que ha dejado de serlo: la España peninsular.
Entre 1823 y 1829 Hegel pronunció en Berlín una serie de cursos sobre arte y
literatura, que son conocidas como Lecciones sobre estética y fueron editadas en
1835 por su discípulo H. G. Otto. En ese texto se encuentra un concepto que no
ha tenido mucha fortuna entre los estudiosos de la filosofía y la historia: se trata
del concepto que Rafael Gutiérrez Girardot traduce como “prosa del mundo” o “el
estado mundial de la prosa”.11
¿Por qué la importancia de dicho concepto para este trabajo de historia cultural?,
porque designa no sólo una época, sino también el conjunto de prácticas que ésta
11. A excepción de Foucault y del propio Gutiérrez Girardot, no he encontrado referencias al respecto. Cfr. Michael
Foucault, Las palabras y las cosas, México, Siglo XXI Editores, 2004, particularmente el capítulo 2 titulado precisamente
“La prosa del mundo”, y Rafael Gutiérrez Girardot, Modernismo. Supuestos históricos y culturales, México, FCE, 2004.
15
implica. Se trata del estado en el que el individuo es al mismo tiempo medio y fin
de otros individuos, aspecto que Hegel profundizará en sus Lecciones de filosofía
del derecho, en otras palabras se alude a la “sociedad burguesa” (en su acepción
de sociedad civil) que hacia 1789 habría de poner fin al Ancien Riqimen, al viejo
orden cuya legitimidad recaía en el derecho divino de los reyes y mantenía una
división social rígida: la aristocracia, la iglesia y el tercer estado.
En esta sociedad de ciudadanos (no se siervos), de personas privadas (no de
súbditos ordenados en jerarquías), en la que dominan el egoísmo como principio
general, las dependencias recíprocas, el interés propio y el principio de utilidad; en
este estado mundial de la prosa, el arte ya no puede expresar el máximo menester
del espíritu, esto es, el hombre con su mundo social, político y religioso concebido
como una totalidad sustancial. Ese mundo del hombre íntegro pertenece al
pasado, fue el de la imagen ideal de Grecia que se había venido cincelando desde
Winckelmann.12
Como el presente ejercicio obedece a requerimientos académicos que no se
pueden omitir, aunque se parta de la convicción (en mi caso no puede ser de otra
manera) de que la lógica de la investigación histórica poco tiene que ver con los
protocolos propios de disciplinas apodícticas, planteo las sigientes hipóteis de
trabajo:
1. Las
representaciones
del mundo, que rigen,
norman, alientan
e
institucionalizan prácticas, participan de una dimensión epocal (zeitgeist),
que rebasa con mucho los límites geográficos y político administrativos en
que éstas se inscriben.
12. Rafael Gutiérrez Girardor, op. cit. Como se ve, el concepto prosa del mundo tiene diversas aristas que bien vale la pena
observar, por ejemplo: modernidad/tradición/ruptura, Antiguo régimen/sociedad civil, Estado moderno, etc. Sobre la
primera triada bien vale la pena consultar los muchos ensayos y comentarios sueltos que Octavio Paz produjo a lo largo
de su obra. En el caso de Winckelmann hay que apuntar que haber entendido al arte como parte del “estado mundial de
la prosa”, lo llevaría a historizar la literatura, esto es: a concebirla en su despliegue espacial y epocal y a polemizar con
Lessing en franca oposición al carácter meramente estetizante que la obra de arte representaba para este último.
16
2. Que
en
la
sociedad
sinaloense
finisecular,
dichas
prácticas
se
institucionalizan en correspondencia con los intereses de segmentos
sociales (clases, órdenes, familias, etcétera) que disputan el poder
(material, espiritual, tradicional) que les permite mantener su lugar de
privilegio en un concierto cultural propicio: el porfiriato, cuya versión
doméstica se conoce como cañedismo.
3. El entramado de prácticas de la modernidad cañedista en lo referente al
plano cultural, tiene su anclaje en la élite local y su expresión más acabada
se puede ubicar en la prensa estatal y en las revistas La Bohemia
Sinaloense y Arte.
4. A partir del estudio de los textos de las dos revistas literarias más
importantes del cañedismo, podemos tener una visión del imaginario
sinaloense y sus autores nacional y mundial, de reputación modernista.
17
Capítulo I
La Belle Époque
1.1 Identidad y Diferencia
Tradición y ruptura representan en el arte y la literatura (y en otros tantos aspectos
de la realidad) dos momentos de un mismo proceso: el de la construcción de la(s)
identidad(es). Una sociedad o un individuo sólo se constituyen como tal a partir de
reconocerse como herederos de valores y actitudes sobre los cuales se moldea su
presente y se dibuja, con trazos ciertamente difusos pero no por ello falsos, el
horizonte de expectativa que los impulsa a elegir, a apostar. El pasado se
presenta, entonces, como condición de posibilidad, para acceder a lo que se es,
en el sentido más profundo del ser, esto es: tiempo, historia.
Pero el tiempo no es un continuo que acaece inevitable, fatalmente, no: da rodeos,
impulsa saltos, disemina retrocesos, aletargamientos, siembra rupturas: el tiempo
no pasa sin el hombre, que es ante todo voluntad, sujeto.
En medio de continuidades y rupturas el hombre (la sociedad) avanza,
imprimiendo en este recorrido su propia historicidad, su propia finitud, su legado.
1.1.1 De parnasianos, simbolistas y decadentes
En 1866 apareció en París Le premier Parnasse Contemporaine que recogía
textos de Leconte de Lisle, Catule Mendés, L. X. de Ricard, Sully-Prudhome, J. M.
de Heredia y F. Coppée, y otros. Entre las características de los textos allí
reunidos destacan el culto de la belleza formal y una renovación de la rima que el
romanticismo simplemente no había considerado dignos por poner el acento en
aspectos menos exquisitos, más terrenales. Su concepción del arte por el arte, ha
dado lugar a muchos malentendidos que socavan la importancia de sus
aportaciones. Uno de los parnasianos que menos se deja encasillar es, qué duda
18
cabe, Stéphane Mallarmé, cuyo poema Un coup de des (1897) es una de las
tentativas más ambiciosas en el campo de la experimentación literaria. Se trata de
una aventura del lenguaje al interior de sí mismo, destinada, sabe Dios, al fracaso
y sin embargo irrenunciable.13
El simbolismo lleva a cabo una doble ruptura: por un lado rompe con la retórica y
las pretensiones didácticas del romanticismo, sobre todo el de cuño francés (V.
Hugo, Lamartine, Vigny, Musset) y, por otro, con sus partenaires parnasianos, con
los que no termina de ajustar cuentas. Entre los simbolistas existió un ala radical:
la representada por los poetas malditos: Verlaine, Laforge, Banville, Villiers de
l’Isle Adam, Lautremont (que es considerado por muchos, Breton entre otros, el
padre del surrealismo) y, sobre todo, Arthur Rimbaud, reinventor del verso libre y
del “artista vidente” (mediante el famoso desarreglo de todos los sentidos), cuya
obra fue escrita en el breve lapso de cuatro años, siendo éste muy joven.
En sentido estricto, se llama decadente a la actitud que asume el personaje de Á
rebours (A contrapelo, Contra Natura), Jean Floressas Esseintes del escritor
francés Joris-Karl Huysmans; dicha obra es considerada por muchos (Rafael
Gutiérrez Girardot, entre ellos) como el “manual de la decadencia”. La obra de
Huysmans se caracteriza formalmente por la heterogeneidad de los elementos
que la componen: diario, “ensayo”, supuesto testimonio, etc.; lo cual no es una
novedad: basta recordar al Marqués de Sade y su Filosofía del tocador. Lo que la
diferencia de sus predecesoras es la actitud frente a la “prosa del mundo”:
…las “novelas de artistas” tienen de común el que, en la respuesta a la pregunta por el “para
qué” del arte, sus protagonistas se afirman mediante la negación de la sociedad y del tiempo
en que vivieron y en la búsqueda de una utopía, de una plenitud o de mundos lejanos y
14
pasados.
13. Stéphane Mallarmé, Poesías (seguidas de Una tirada de dados), traducción de Francisco Castaño, Edición bilingüe,
Madrid, Hiperión, 2003.
14. Rafael Gutiérrez Girardot, op. cit., p. 57. Hay que recordar que el término decadentista tiene que ver con la admiración
por los autores de la decadencia de Roma (Lucano, Petronio) y de la Edad Media.
19
1.2 El Modernismo
El hombre moderno tiene la pretensión de pensar
despierto. Pero este despierto pensamiento nos ha
llevado por los corredores de una sinuosa pesadilla,
en donde los espejos de la razón multiplican las
cámaras de tortura.
Octavio Paz
Durante los años de su nacimiento, y hasta 1932 que Federico de Onís publica su
Antología de la poesía española e hispanoamericana (1882-1932), el modernismo
es considerado como la expresión hispana de una crisis universal, producto de la
imposición
del
orden
capitalista
que
trajo
consigo
una
profunda
internacionalización de la vida misma, y que cambió la faz del mundo engullendo,
ahora sí, a América Latina en las entrañas del Noveau Régimen. Pero el
modernismo implica no sólo incorporación, sino también, desapego, abandono,
disenso:
Rubén Darío inició en 1890 una tímida corriente que adoptó el nombre de ‘modernismo’,
inspirada en las sucesivas escuelas francesas de los románticos, parnasianos y simbolistas,
a favor de una ‘declaración de la independencia cultural’ respecto a España que
desencadenaría, en la hueste de los años noventa, la emancipación del pasado de las
15
propias letras hispánicas.
Dicha sociedad burguesa, presentaba una doble actitud frente al arte: por un lado
otorgaba al artista una libertad estética que no habían gozado ni con mucho los
románticos, pero por otro, lo marginaba socialmente y lo desterraba al reino de lo
inútil. El primer aspecto remite al siempre discutible “arte por el arte”, cuya máxima
expresión se traducirá en la “novela de artista”, mientras que el segundo se
expresa, por ejemplo, en la distancia que marca la sociedad respecto de los
poetas y su obra:
¿Por qué te vas, mi bien, por qué motivo
sin razón te separas de mi lado,
dejándome de pena contristado
y sumergido en el dolor más vivo?
¿Por qué apartas de mí tu rostro esquivo
y a otra parte lo vuelves enojado?
¿Qué causa dio rigor tan impensado
a furor tan cruel e intempestivo?
¿Por qué te vas? ¿No sabes ángel mío,
que con tu ausencia el alma me asesinas,
que extasiado de amor yo me extasío
contemplando tus gracias peregrinas?
¿Por qué te vas, por qué tanto desvío?
16
—Voy a echarle maíz a las gallinas.
15. Perry Anderson, Los orígenes de la posmodernidad, Barcelona, Anagrama, 1998, p. 33.
16. Luis González, La ronda de las generaciones, México, Dirección General de Publicaciones de la SEP, 1984, pp. 40-41.
20
Esto no quiere decir que el poeta no tuviera eventualmente un lugar en la
sociedad, lugar de privilegio, si lo decorativo tiene semejante alcance; lo que se
quiere hacer notar es la distancia que separa al héroe romántico del dandy
modernista, la ausencia de una dimensión épica en la prosa del mundo.
1.2.1 El sur también existe
En 1886, Rubén Darío se mudó a Santiago de Chile, donde habría de pasar los
años más importantes de su formación. Fue ahí donde se familiarizó con las obras
de los parnasianos y simbolistas franceses, publicando en 1888 su obra señera:
Azul. Como se desprende de las fechas que se han barajado hasta ahora, no es
tarea fácil establecer con exactitud el acta de nacimiento del modernismo:
dependiendo del sesgo que cada quien quiera imprimirle se escogerá fecha y
evento, lo que no cancela, ni mucho menos, el énfasis en otras variables y su
consecuente contradicción, así sea de matiz. Lo cierto es que nace (y rápidamente
se reproduce) en América, y logra su carta de ciudadanía en Francia en la
Exposición Universal de París celebrada en 1900, donde triunfó en cada expresión
expuesta. Dicho sea de paso, Sinaloa participó en el evento con una delegación
que presentaba entre otros haberes la revista La Bohemia Sinaloense.
Se ha señalado con insistencia acerca del influjo que la poesía francesa tuvo para
con este movimiento, lo cual, pese a ser cierto omite, o por lo menos ocluye, la
influencia que la poesía inglesa ejerció sobre un considerable número de sus
miembros. Entre los escritores de lengua inglesa destacan por lo menos Oscar
Wilde, Stefan George, Edgar Allan Poe, Walt Witman. Al respecto, Octavio Paz se
ha expresado con la claridad y elegancia que lo caracterizan:
El progreso técnico había suprimido parcialmente la distancia geográfica entre América y
Europa. Esa cercanía hizo más viva y sensible nuestra lejanía histórica. Ir a París o a
Londres no era visitar otro continente sino saltar a otro siglo. Se ha dicho que el modernismo
fue una evasión de la realidad americana. Más cierto sería decir que fue una fuga de la
21
actualidad local —que era, a sus ojos, un anacronismo— en busca de una actualidad
17
universal, la única y verdadera actualidad.
Entre los escritores modernistas se cuentan algunas plumas que hoy día gozan de
cabal prestigio: José Martí, Leopoldo Lugones, José Asunción Silva, Amado
Nervo, Salvador Díaz Mirón. Es verdad que entre sus contemporáneos los
modernistas eran observados con recelo (y acaso con envidia), cosa que, nolens
volens, sucede con casi todos los movimientos emergentes. En el caso del
modernismo fueron los escritores de la “Generación del 98”18 quienes mayor
reserva oponían a sus congéneres trasatlánticos. Es paradigmático que Antonio
Machado manifestara cierta distancia acerca de sus excesivas audacias métricas,
y no han faltado quienes atisben en algunas estrofas de “Retrato” un abierto
repudio al modernismo, pues en ese poema Machado rechaza puntualmente el
preciosismo y la novedad artificiosa. Hay que decir que tanto Darío como otros
modernistas, Gutiérrez Nájera a la cabeza, se opusieron enérgicamente a los
excesos preciositas que el poeta español desdeña. Álvaro Ruiz Abreu señala con
razón que persistir en hacer de Machado un “enemigo acérrimo del modernismo”
se contradice con un elogio/saludo que éste escribiera a Darío en 1904.19
Pero aparte de este homenaje de Machado, el poeta más importante de su
generación, existen voces más jóvenes que saludan al modernismo con
entusiasmo, no exento de admiración y estupor. Tal es el caso de Juan Ramón
Jiménez quien más tarde será calificado por algunos críticos como uno de los más
17. Octavio Paz, Cuadrivio, México, J. Mortiz, 1969, p. 63. Sobre las influencias que necesariamente tuvo el modernismo,
Paz apunta: “La originalidad del modernismo no está en sus influencias sino en sus creaciones”.
18. Se conoce como “Generación del 98” a un grupo de escritores, que tomaron el nombre en alusión a los desastres
marcados por esa fecha: pérdida de Cuba, Puerto Rico, Filipinas, últimos vestigios (perdón por el oximoro) del otrora
poderoso Imperio español. Tiene razón Ricardo Gullón al percibir en este nombre inventado por Azorín un tufo
perturbador y regresivo. Los integrantes más destacados de este grupo son: Ángel Ganivet, Miguel de Unamuno,
Azorín, Pío Baroja, Ramón del Valle Inclán, Antonio Machado, José Ortega y Gasset, Manuel Bartolomé Cossío y
Ramón Menéndez Pidal.
19. Álvaro Ruiz Abreu, Modernismo y generación del 98, México, Trillas, 1991: “Algunos críticos han intentado oponer
Modernismo y Generación del 98, como si se tratara de dos corrientes divorciadas, cuando no son más que dos matices
del mismo movimiento que abarca toda una época caracterizada por la aventura de la renovación” El poema se titula “Al
maestro Rubén Darío”. Vale la pena reproducirlo completamente: Este noble poeta, que ha escuchado/ los ecos de la
tarde y los violines/ del otoño en Verlaine, y que ha cortado/ las rosas de Ronsard en los jardines/ de Francia, hoy,
peregrino/ de un ultramar de Sol, nos trae el oro/ de su verbo divino./ ¡Salterios de loor vibran en coro!// La nave bien
guarnecida,/ con fuerte casco y acerada proa,/ de viento y luz la blanca vela henchida/ surca, pronta a arribar, la mar
sonora.// Y yo le grito:”Salve” a la bandera/ flamígera que tiene/ esta hermosa galera/ que de una Nueva España a
España viene.
22
destacados conversos al movimiento literario latinoamericano. Su testimonio es
elocuente:
Antes de salir yo para Madrid, Villaespesa me había mandado un montón de revistas
hispanoamericanas. En ellas encontré por primera vez, algunos de los nombres de aquellos
poetas distintos, que habían aparecido, como los astros nuevos de diversa magnitud, por los
países, fascinadores para mí desde niño, de la América española: Salvador Díaz Mirón,
Julián del Casal, José Asunción Silva, Manuel Gutiérrez Nájera, Leopoldo Lugones,
Guillermo Valencia, Manuel González Prada, Ricardo Jaimes Freyre, Amado Nervo, José
20
Juan Tablada, Leopoldo Díaz, ¿otros?, y siempre Rubén Darío, Rubén Darío, Rubén Darío.
Juan Ramón Jiménez constata en la práctica modernista dos actitudes, dos
desplazamientos: la primera se vive como un enfrentamiento con la cultura poética
de su tiempo, caracterizada por una dictadura del contenido. El modernismo niega
esta práctica y se propone desplazarla colocando en su lugar un frisson noveau,
es decir una nueva sensibilidad. Este desplazamiento implicaba no sólo a los
poetas hispanoamericanos, sino (¡y sobre todo!) a los peninsulares. La estética
modernista21 no sólo se proponía obtener poemas de singulares belleza y calidad,
sino afirmar a través de las obras su capacidad para promover o producir lo nuevo,
término que en la ideología de Rubén Darío, puede considerarse como
equivalente a original.
La segunda actitud no es menos atrevida: se abandona la poesía española (a
sabiendas de lo que ésta implica, sobre todo a nivel idiomático) y se vuelca sobre
la poesía francesa, en una actitud a un tiempo cosmopolita y latinoamericanista. A
cien años de independencia, las “Españas ultramarinas” se ven a sí mismas de
manera diferente, nueva: se trata de un segundo momento independentista con
todo lo que la expresión pueda tener de excesiva.22
20. Apud, Álvaro Ruiz Abreu, op. cit., p. 72. Ahí mismo “El modernismo no fue sólo una tendencia literaria: el modernismo
fue una tendencia general. Alcanzó todo. Creo que el nombre vino de Alemania, donde se producía un movimiento
reformador por los curas llamados modernistas. Y aquí en España, la gente nos puso ese nombre de modernistas por
nuestra actitud. Porque lo que se llama modernismo no es cosa de escuela ni de forma sino de actitud. Era el encuentro
de nuevo con la belleza sepultada durante el siglo XIX por un tono general de la poesía burguesa. Eso es el
modernismo: un gran movimiento de entusiasmo y libertad hacia la belleza”.
21. Respecto a la estética modernista, no existe cuerpo doctrinal común entre sus practicantes, nada más natural: el siglo
de las vanguardias tardaría todavía algunos años en hacer su aparición con su cauda de manifiestos y libelos
doctrinarios, de Breton a Marinetti. Sin embargo, Ricardo Jaimes Freyre publicó en 1912, lo que bien puede ser
considerado un libro protodoctrinario: Leyes de la versificación castellana.
22. Es lo que señala Perry Andersón. Ver nota 10, p. 10.
23
1.2.1.1 Las huestes de Darío
Por tratarse de un movimiento continental; por ser América un mosaico de
culturas, con tradiciones diferentes y valores también distintos, el modernista
presenta en cada país rasgos típicos que obligan a estudiarlos en su singularidad.
La lista es larga, fatigosa, pero una muestra como la siguiente bien puede
considerarse no sólo representativa, sino casi completa.
José Martí (1853-1895)
Nació en Cuba. De padre valenciano y madre canaria. Desde Muy joven (o acaso
antes) concibió la independencia de Cuba como uno de sus grandes sueños. En
1869 es condenado a seis años de prisión, pena que más tarde es conmutada,
siendo desterrado a España, donde en 1871 publica el folleto El presidio político
en Cuba y en 1873 La República Española ante la revolución cubana. Sale de
España en 1874 y tras residir en México y Guatemala, en 1881 se muda a
Caracas donde funda la Revista Venezolana y, finalmente establece su residencia
en Nueva York, que será su centro de operaciones para la organización de una
guerra separatista en Cuba. De su matrimonio con Carmen de Zayas Bazán le
nace un hijo, al que dedica quince composiciones poéticas que pública en 1882
bajo el título de Ismaelillo.23
La métrica utilizada en Ismaelillo no es para nada novedosa: se trata de versos de
cinco, seis y siete sílabas, y los neologismos apenas aparecen por aquí y por allá,
¿qué es entonces, lo que anima a los críticos a ver en estos poemas el terminus a
quo del modernismo? Según Henríquez Ureña, las imágenes y el tono general de
la expresión poética.
23. Como ya se ha señalado anteriormente, las actas bautismales del modernismo abundan: algunos especialistas han
fijado esta publicación como el punto de partida del modernismo. Al respecto véase Max Henríquez Ureña, Breve
historia del modernismo, México, Fondo de Cultura Económica, 1978.
24
Por las mañanas
mi pequeñuelo
me despertaba
con un gran beso.
¡Qué suave espuela
sus dos pies frescos!
¡Cómo reía
mi jinetuelo!
Puesto a horcajadas
sobre mi pecho
bridas forjaba
con mis cabellos.
Y yo besaba
Sus pies pequeños,
¡dos pies que caben
en sólo un beso!
Ebrío él de gozo
de gozo yo ebrio,
me espoleaba
mi caballero:
(Mi caballero)
La falta de rebuscamiento es notoria en los versos, y será una constante en la
producción poética de Martí: lo mismo en Versos libres que en Versos sencillos, e
incluso en Flores del destierro, puede aplicarse la máxima martiana: el verso es
perla (agrega): “no han de ser los versos como la rosacentifolia, toda llena de
hojas, sino como el jazmín del Malabar muy cargado de esencia”.
Martí fue uno de los primeros en ofrendar su vida a la causa de la independencia
cubana: el 19 de mayo de 1895 murió cuando apenas iniciaba la refriega.
Julián del Casal (1863-1893)
Cubano, igual que Martí, Julián del Casal escribió sus primeros versos mientras se
desarrollaba la primera Guerra de Independencia de Cuba (1868-1878). A la
muerte de su padre, en 1885, tuvo que sostenerse por cuenta propia. Se convierte
así en asiduo colaborador de La Habana Elegante, semanario a cargo de Enrique
Hernández Millares, gran promotor de la producción modernista continental. El
mismo año de la publicación de Nieve (1892) pasó por La Habana Rubén Darío,
quien iba a España como representante de Nicaragua en los festejos del IV
Centenario del Descubrimiento de América. Durante los pocos días que el
nicaragüense estuvo en La Habana, Casal no se separó de él: juntos recorrieron la
ciudad ahogados en poesía y en alcohol, las tertulias eran extenuantes pero
irrenunciables. Cuando Darío tuvo que partir, Casal sintió la despedida como
eterna, fatal, premonitoria al fin y al cabo.
25
Si hubieramos más tiempo juntos vivido
no nos fuera la ausencia tan dolorosa.
¡Tú cultivas tus males, yo el mío olvido!
¡Tú lo ves todo en negro, yo todo en rosa!
Un año después del episodio habanero, el 7 de octubre de 1893, Casal escribe a
Darío:
Si ha caído en tus manos, por casualidad, algún periódico cubano de estos últimos tiempos,
te habrás enterado de que me encuentro muy enfermo, tan enfermo que, desde julio a la
fecha, he recibido dos veces los santos sacramentos […] Te escribo estos renglones para
demostrarte que, aun al borde de la tumba, a donde pronto me iré a dormir, te quiero y te
24
admiro cada día más.
Cuatro días más tarde, la noche del 21 de octubre, moría Julián del Casal,
después de vomitar sangre en repetidas ocasiones. Su obra, aunque corta como
su propia existencia, apenas treinta años, deja constancia de los fantasmas que
en vida le agobiaron: su enfermedad, la angustia por el nihilismo de la vida
contemporánea, la melancolía de fin de siglo, etcétera.
Sobre Nieve se expresó así Paúl Verlaine:
El talento de Julián del Casal tiene veinticinco años: es un talento solido y fresco,
pero mal educado. Sí, le diré a usted: yo no sé quiénes fueron sus maestros ni
cuáles son sus aficiones, pero estoy seguro de que los poetas que más han influido
en el son mis viejos amigo los parnasianos. Eso se ve fácilmente en todas las
páginas de Nieve, y especialmente en los “Cuadros de Moreau” y en “Cromos
españoles”. Su factura, como la de ellos, es preciosa, pero demasiado igual… Creo,
sin embargo, que el misticismo contemporáneo llegará hasta él, y que cuando la fe
terrible haya bañado su alma, los poemas brotarán de sus labio como flores
25
sagradas.
Julián del Casal fue un alma atormentada por el Mal du siecle, con el agravante de
sentirse asfixiado por su entorno latinoamericano, que si bien no le era hostil,
tampoco representaba tierra fértil para su espíritu: vivió siempres off side. Aunque
soñó con él, no conoció París.
24. Apud, Álvaro Ruiz Abreu, op. cit., p. 132.
25. Ibid, p. 124.
26
Ansias de aniquilarme sólo siento,
o de vivir en mi eternal pobreza
con mi fiel compañero el descontento,
y mi pálida novia, la tristeza
(Nihilismo)
José Asunción Silva (1865-1896)
Si alguien dotó al modernismo de una métrica novedosa (¡y extraña!), ése fue
José Asunción Silva. Con más de un siglo en sus haberes, el “Nocturno” es una
mezcla de versos asonantes de cuatro, ocho, doce, dieciséis y veinte sílabas,
atravesados repentinamente por algún hexasílabo o un decasílabo. El poema
apareció a mediados de 1894 en una modesta revista de Cartagena de Indias, La
Lectura.
Lo primero que destacan los biógrafos de Silva es el hecho de no haber concluido
sus estudios de secundaria, para poder así ayudar a su padre a atender un
almacén de su propiedad. Ello no le impidió, ni mucho menos, escribir un poco y
leer copiosamente a los románticos franceses. Por esos tiempos tradujo, entre
otros a Béranger (Las golondrinas), Víctor Hugo (Realidad, Chansons des rues et
des bois) y a Maurice de Guérin (Imitación). A los 18 años realizó un viaje por
Europa: París, Londres y Suiza. A su regreso a Colombia le acompañaba una
importante cantidad de libros de autores franceses. Estas lecturas habrían de
cincelar el espíritu del poeta, pero su gran influencia fue Edgar Allan Poe: la
estructura poemática de “Día de difuntos” guarda gran parecido con “Las
campanas” (The Bells).
En ese sentido, el temperamento poético de Silva, sus lecturas, sus obsesiones,
sus gustos, su lucidez crítica frente a lo europeo en general y lo hispánico en
particular, lo colocan más cerca del simbolismo que de la escuela parnasiana,
tomando como modelos a Poe, Bécquer y Martí, antes que a Banville, Gautier, o
Mendés. José Fernámdez, su alter ego en De Sobremesa, ensaya diversas
propuestas sobre la definición de conceptos estéticos, a lo largo del diario que
lleva, y en el cual registra con extraordinaria dignidad y aplomo, el paso
27
inconmovible del “fin de siglo angustioso” que le toco vivir. Sobre la poesía nos
dice que es “la tentativa mediocre de decir en nuestro idioma las sensaciones
enfermizas y de sentimientos complicados que en formas perfectas expresaron en
los suyos Baudelaire, Verlaine, Swinburne”, acentuando de esta manera el
carácter exógeno de las influencias inglesas y francesas en este lado del Atlántico.
En este sentido, es notable la coincidencia que guarda con Huysmans, ya que
José Fernámdez, el personaje de su novela, al igual que Des Esseintes en A
rebours, se presenta como la conciencia artística en conflicto con la sociedad
burguesa, sociedad que encuentra escindida, extraviada en la Prosa del mundo,
de la cual él es su testigo de cargo.
Respecto del simbolismo de Silva, el propio Fernámdez escribe en su diario: “Es
que yo no quiero decir sino sugerir y para que la sugestión se produzca es preciso
que el lector sea un artista”, reclamando de esta manera la participación activa del
lector (una suerte de lector-colaborador), que es quien finalmente realiza el
fenómeno literario como ciclo perfecto: poeta-poesía-lector-poesía. Esta visión
aristocratizante del fenómeno literario, no deja de tener su ángulo democrático si
se concibe la literatura como un ciclo de producción/consumo.26
Es en esta atmósfera, en sus gustos y expresiones, en sus balances del mal del
siglo, en su concepción del arte y del mundo donde hay que buscar las
aportaciones del poeta colombiano a la estética modernista. Uno de los temas que
más (y mejor) abordó fue el de la muerte: en el “Nocturno”, en “Ronda”, en “Día de
difuntos”, en “Muertos”, en “Psicopatía”. Este gusto particular por la muerte lo
expresa cabalmente al describir la desazón de Lázaro por haber resucitado:
¡Ven, Lázaro —gritóle
el Salvador—. Y del sepulcro negro
el cadáver alsóse entre el sudario,
ensaya caminar, a pasos trémulos,
olió, palpó, miró, sintió, dio un grito
y lloró de contento.
Cuatro lunas más tarde, entre las sombras
del crepúsculo oscuro, en el silencio
del lugar y la hora, entre las tumbas
de antiguo cementerio,
Lázaro estaba sollosando a solas
y envidiando a los muertos.
26. Para la historia cultural, por otra parte, es precisamente en el consumo donde se materializa (y se dimensiona) la
práctica escrituraria; esto es, donde tiene lugar la producción/reproducción de sentido.
28
Sobre el suicidio de Silva se ha escrito con soltura. Max Henríquez Ureña lo refiere
así: una mañana, el 24 de mayo de 1896, encontraron a Silva muerto en su cama.
La víspera había ido a visitar a su amigo el doctor Juan Evangelista Manrique, y
en el curso de la conversación le preguntó si era cierto que la percusión permitía
establecer, con cierta precisión, la forma y las dimensiones del corazón.
Me suplicó —agrega Manrique (Revista de América, París, enero-abril, 1914)— que hiciera
sobre él la demostración. Me presté gustoso a satisfacerlo, y con un lápiz demográfico tracé
sobre el pecho del poeta toda la zona mate de la región precordial. Le aseguré que estaba
normal ese órgano, y para dar más seguridad a mi afirmación, le dije que la punta del
corazón no estaba desviada. Abrió entonces fuertemente los ojos y me preguntó en donde
quedaba la punta del corazón. “Aquí”, le dije, trazándole en el sitio una cruz con el lápiz que
tenía en la mano.
Silva regresó a su casa, recibió la visita de un grupo de amigos con quienes charló
animadamente. Horas después, ya de madrugada, se disparó un tiro en el sitio marcado por
el doctor Manrique. Nadie oyó el disparo.
No obstante la temprana edad a la que se suicidó, algunas composiciones de Silva
alcanzaron gran popularidad, casi inexplicable si a esto agregamos la hostilidad
que el poeta y su entorno mantuvieron (algunos lo llamaban “José Presunción”).
Tal es el caso del celebérrimo “Nocturno” escrito tras la muerte de su hermana
Elvira, a quien va dedicado el texto. Sin embargo, publicó poco: es hasta 1908 que
aparece en Barcelona (con prólogo de Miguel de Unamuno, quien en verdad le
admiraba)
la
primera
edición
de
su
poesía,
aunque
comprensible,
irremediablemente parcial, como vendrá a corroborarlo más tarde y con toda
oportunidad la edición de su Obra Completa a cargo de Eduardo Camacho
Guizado y Gustavo Mejía.27
Leopoldo Lugones (1874-1938)
En mayo de 1896, Darío publica en El Tiempo un artículo sobre Lugones (“un
muchacho de veintidós años, de chambergo y anteojos”), “Un poeta socialista”,
27. Ignacio Díaz Ruiz, El Modernismo hispanoamericano, México, UNAM, 2007.
29
donde afirmaba que apenas llegado a Buenos Aires, “empezó a rugir”, es decir a
publicar.28 Uno de esos rugidos fue la “Marcha de las banderas” que culmina:
Oh, bandera roja que erige la Aurora;
dolorosa púrpura del poniente trágico: ¡Hosanna!
Y es que, en efecto, influenciado por Víctor Hugo, Lugones quiere descifrar el
porvenir y ser el profeta de una nueva humanidad. Pero la influencia del novelista
francés es de corte literario y ni la realidad que Lugones quiere cambiar, ni el
propio Lugones, se agotaban en la literatura por más estruendosa (o
revolucionaria) que ésta se considere. Su verdadera dimensión no es estética sino
ética, o si se prefiere, política. Y llegados a ese punto tendrían que barajarse los
nombres de los socialistas franceses, de los anarquistas y de Marx. No es mi
objetivo corretear fantasmas por esos senderos, sólo quiero destacar la
puntualidad de la práctica política de Lugones en este aspecto.29
Pero el socialismo no fue la única matriz política a la que se adhirió Lugones: sus
virajes ideológicos lo llevaron del socialismo a que alude Darío al liberalismo de
principios de siglo de corte populista, pasando por el conservadurismo, para
arribar (como D´Anuncio) al fascismo. La decáda de 1930 no fue lo más propicia
para Lugones y acaso su militancia política no le resultaba del todo cómoda y
decide terminar con su vida el 18 de febrero de 1938 en un hotel de Buenos Aires
llamado “El Tropezón”. La fórmula: una mezcla de cianuro y whisky, que es como
decir de política y poesía.
28. Rubén Darío. “Un poeta socialista: Leopoldo Lugones”, en Juicios, 1893. Fue recogido en Rubén Darío, El modernismo
y otros ensayos, edición de Iris M. Zavala, Madrid, Alianza 1989, pp. 153-156; este mismo texto es compilado por
Ignacio Díaz Ruiz, op. cit.
29. No quiero dejar pasar la oportunidad de señalar que a diferencia de Rimbaud, que también quería “cambiar la vida”,
Lugones tiene un planteamiento teórico-político (programático) para ello. Así, el 1 de abril de 1897 en La Montaña,
periódico quincenal que fundara José Ingenieros aparece en la primera página esta declaración de principios:
“Somos socialistas: a) porque luchamos por la implantación de un sistema social en que todos los medios de producción
estén socializados, en que la producción y el consumo se organicen libremente, de acuerdo con las necesidades
colectivas, por los productores mismos, para asegurar a cada individuo la mayor suma de bienestar, adecuado, en cada
época, al desenvolvimiento de la humanidad; b) porque consideramos que la autoridad política representada por el
Estado es un fenómeno resultante de la apropiación privada de los medios de producción, cuya transformación en
propiedad social implica, necesariamente , la supresión del Estado y la negación de todo principio de autoridad; c)
porque creemos que a la supresión de todo yugo económico y político seguirá, necesariamente, la de la opresión moral,
caracterizada por la religión, la caridad, la prostitución, la ignorancia, la delincuencia, etcétera; d) porque, en resumen,
queremos el individuo libre de toda imposición o restricción económica, política y moral, sin más límite a su libertad que
la libertad igual de los demás. Así —solamente así— concebimos la misión que el Socialismo ha de realizar para la
libertad, por la Revolución Social”.
30
Su
producción
lírica
es
copiosa
e
influye
generosamente
entre
sus
contemporáneos, entre éstos los tímidos modernistas sinaloenses, que podían
leerlo con relativa facilidad, pues lo mismo aparecía en Mocorito (Voz del Norte),
Mazatlán (El Correo de la Tarde), Culiacán (La Bohemia Sinaloense), que en
publicaciones de provincia que circulaban con heróica regularidad por estas tierras
(Flor de Lis, El Verbo Rojo, El Mundo), o de la capital (La Revista Azul, La Revista
Moderna, Gil).
Rubén Darío (1867-1916)
Nacido en la pequeña población de Metapa, Nicaragua, Rubén Darío empezó a
escribir poesía a los trece años, mereciendo por ello el reconocimiento del “poeta
niño”. A los quince llegó a la República de El Salvador donde trabó amistad con
Francisco Gavidia, quien lo introdujo a la lectura de poetas franceses
contemporáneos, que tanta influencia ejercieran en su obra personal y en el
modernismo que el poeta nicaragüense encabezara. En 1885 apareció en
Managua su libro Epístola y poemas, que no circuló sino tres años más tarde con
el nombre de Primeras notas. Se trata de un conjunto de poemas de brillante
factura, donde el artificio y el arrebato juvenil se dan la mano. Sólo eso, pero ya
anunciaban su futura producción. En 1886 se traslada a Chile, donde trabaja para
diversos periódico y estrecha amistad con Pedro Balmaceda Toro, cuyo
seudónimo era A. de Gilberto, y quien ejercerá una influencia decisiva en el joven
poeta. En 1887 publica Abrojos, cuya cercanía de Campoamor es notoria, sobre
todo con sus Humoradas. En julio de 1888 aparece en Santiago la primera edición
de Azul,30 dividida en dos partes: la primera, Cuentos en prosa, y la segunda, (en
verso) El año lírico, que consta de cuatro composiciones que corresponden a las
estaciones del año: Primaveral, Estival, Autumnal e invernal. En las composiciones
de este libro se puede rastrear la influencia de un poeta francés de segunda línea:
Catule Mendés, y otros de similar monta como Armand Silvestre y René
30. “En cuanto al título de Azul…, en el cual don Juan Valera encontró cierta relación con la frase de Victor Hugo L’art c’est
l’azur, expresión que Rubén Darío declaró no haber conocido antes, pudo ser inspirado por el poético grito de Mallarmé:
Je suis hante L’azur! L’azur! L’azur!, o por estos versos de Victor Hugo (Les Châtiments), que Darío conocía al igual que
los de Mallarmé: Adieu, patrie, … / l’onde est en furie! / Adieu, patrie! … / Azur!”, Max Henríquez Hureña, op. cit., p. 93.
31
Mayzeroy, mismos que serán bien rehabilitados por sus subsiguientes
compañeros modernistas de todo el continente.
En cuanto a la influencia que ejercieran otros poetas hispanoamericanos sobre
Darío, se habla de Díaz Mirón (es notorio el parecido entre “A Gloria” del
veracruzano y “A un poeta” del nicaragüense), Gutiérrez Nájera (en “Tarde del
trópico” y “Su alcoba”, de Darío, se perciben ecos del Duque Job) y Martí (sobre
todo el Martí de los Versos sencillos), y la lista bien pudiera alargarse, sin dejar de
ser por ello posicional.
A propósito del corpus literario del poeta nicaragüense, Adolfo Castañón distingue
tres etapas a las cuales corresponden un número preciso de títulos; esta
distinción, esta disección, no obliga, sin embargo, a renunciar a ver la obra de
Darío como un todo, en el cual se pueden advertir momentos particularmente
significativos, como el que se refiere a los textos que según el autor de América
sintaxis condensan el espíritu modernista:
El cuerpo poético de Rubén Darío se podría dividir en tres partes: la inicial que corresponde
a Rimas y abrojos donde el poeta va haciendo sus armas, la medular y modernista —y no se
olvide que el término modernismo fue inventado por él— que abarca los tres libros
principales Azul, Prosas profanas y Canto de vida y esperanza, y la final que inicia con el
Poema de otoño, sigue con El canto errante y desemboca en los poemas póstumos. Entre
31
estas tres partes hay ruptura y continuidad.
Entre 1893 y 1898 Rubén Darío reside en Argentina, donde es acogido
cordialmente y con claras muestra de admiración: estamos en el apogeo del
modernismo, y Buenos Aires, una de las dos capitales de Hispanoamérica según
Max Henríquez Hureña (la otra es México), fue el lugar que Darío eligió para
fundar la publicación oficial del movimiento: la Revista de América, de la cual se
editaron sólo algunos números. Es precisamente en Buenos Aires donde publica
en 1986 Prosas profanas y Los raros.
31. Adolfo Castañón, América sintaxis, México, Siglo XXI Editores, 2009, p. 397. Sobre si el término modernista fue
“inventado” por Darío, se pueden barajar una serie (casi) interminable de referentes teórico literarios, y el punto de
acuerdo sería más bien borroso, por no decir irreconocible, confuso. Sin embargo, juzgo pertinente, de manera
provisional por lo menos, convenir con Castañón en este punto.
32
Para cerrar este apartado, es menester echar mano de las palabras de Adolfo
Castañón:
Todo lo renovó Darío: la materia, el vocabulario, la métrica, la magia peculiar de ciertas
palabras, la sensibilidad del poeta y de sus lectores. Su labor no ha cesado y no cesará;
quienes alguna vez lo combatimos, comprendemos que lo continuamos. Lo podemos llamar
32
el Libertador.
Como se podrá apreciar en estos botones muestra, el modernismo fue variopinto y
sus especímenes se agrupan en una legión donde no faltan suicidas, alcohólicos,
próceres, criminales, aristócratas, mendigos, y un largo etcétera que los
modernistas mexicanos ampliarán con creces.
1.2.2 El Duque Job y sus heredades
Hablar del modernismo en México supone estar dispuesto a nadar entre aguas
procelosas; poetas, fechas, poemas, acontecimientos, publicaciones, se entreveran según el arbitrio de los interlocutores, sobre todo si lo que está en discusión
son valoraciones del orden estético o de preceptiva literaria. En el caso de esta
investigación el asunto va por otro camino. Me interesa menos lo que el
modernismo es, que lo que significa en el concierto de las letras nacionales y en la
conformación del imaginario sinaloense. Esto no significa, ni mucho menos, que el
fenómeno literario sea concebido como algo meramente tangencial, se trata más
bien de un problema de perspectiva, en este caso de perspectiva histórica.
Para decirlo en pocas palabras: el modernismo aparece aquí como problema, por
tratarse de un fenómeno histórico que tuvo lugar en el México decimonónico y de
principios de siglo, y que impactó nítidamente en la creación del imaginario
sinaloense prerrevolucionario, o porfirista, o cañedista. La canción es la misma.
32. Adolfo Castañón, op. cit., p. 395.
33
Para Luis González y González el modernismo se asentó en México gracias al
tutelaje eurocentrista que ejercieron los intelectuales pertenecientes al cenáculo
donde oficiaba el ministro Limantour; una moda extranjera que ponía fin a la
batalla librada por los polígrafos de la “primera independencia” de México.
Se le identifica con el ambiguo y confuso mote de generación modernista por culpa del
ricachón Jesús Valenzuela, quien a raíz de la muerte del Duque Job y su Revista Azul, juntó
a sus compatriotas coetáneos distinguidos en las páginas de la revista moderna, sostenida
33
por él de 1898 a 1911.
Resulta claro que los modernistas carecías del aura catequizador de Ignacio
Ramírez, Altamirano o Riva Palacios; tampoco emprendieron monumentos
escriturales como El Renacimiento o México a través de los siglos. Su proyecto, si
es permitido hablar así, era distinto. A cambio de dejar de lado la preocupación por
forjar la identidad mexicana pos independentista, nos legaron en cambio dos de
las tres grandes revistas literarias del siglo XIX: La Revista Azul y La Revista
Moderna. Ambas con pretensiones cosmopolitas, un tanto ajenas a la realidad
nacional.
Cuando se cocinó la hornada modernista (México tenía) ocho millones de habitantes:
ochocientos mil (el 10%) en el Norte, o sea, en el 53% de la superficie toda del país; algo
más de seiscientos mil (el 8%) en Transtehuania (Tabasco, Chiapas y la península de
Yucatán), que cubre el 12% de la superficie de la República, y poco más de seis millones y
medio (el 82%) en sólo el 35% del suelo nacional. No es, pues, aberrante que el vastísimo
norte únicamente haya aportado el 12% de las famas de la generación azul; Transtehuania,
el 5%, y la zona troncal, el 81%. En cambio si es absurdo que únicamente el 17% de las
luminarias azules hayan nacido en el campo, siendo que en la República de entonces
todavía el 80% de la población era campesina, y más aberrante aún que ningún insigne de
aquel grupo fuera indio en un país en que el 38% de sus habitantes ignoraban el español y
se entendían, según el caso, en una de las cien lenguas aborígenes. Como las generaciones
de la Reforma, porfiriana y científica, la pléyade azul no fue representativa de la población
34
mayoritaria del país.
33. Luis González, op. cit., p. 52.
34. Ibid, p. 53.
34
1.2.2.1 Las publicaciones
Entre 1870 y 1910 se da en México y en Hispanoamérica un diálogo entre las
diversas corrientes que forman parte del paisaje literario de la época. Así,
decadentes, románticos, parnasianos, modernistas ofrecen un entramado de
publicaciones que entre otras tareas asume la de ser el canal de comunicación
entre dichas corrientes. Es claro que existe un público-lector romántico que es
interpelado por sus congéneres, y lo mismo se puede decir del modernismo, o el
parnasianismo, por lo que el intercambio de opiniones, credos, gustos, prejuicios,
habilidades entre las revistas es una constante cultural (estaba a punto de decir
antropológica) que amerita la debida atención de quienes exploren sobre ese
terreno, por cierto muy fértil. Tiene razón Adela Pineda Franco cuando destaca la
importancia que publicaciones como:
…la Revista de América (1894) de Buenos Aires y El Cojo Ilustrado (1892-1915) de Caracas
[…] instauraron un sistema de intercomunicación entre los modernistas de diversos países
hispanoamericanos, como Rubén Darío, José Martí, Gutiérrez Nájera, y Julián del Casal con
su epicentro cultural, París; asimismo, fungieron como talleres para la experimentación
35
formal y como vehículos de profesionalización literaria.
La crítica suele destacar tres publicaciones como las estelares de la literatura
mexicana decimonónica: El Renacimiento (1869), de Ignacio Manuel Altamirano,
la Revista Azul de Manuel Gutiérrez Nájera y Carlos Díaz Dufoo, y la Revista
Moderna (1898-1911) dirigida por Jesús E. Valenzuela. En efecto se trata de tres
publicaciones que funcionan como núcleos de un sistema de producción/
reproducción de textos representativos de la época: el costumbrismo de El
Renacimiento, el romanticismo de la Revista Azul y el modernismo de la Revista
Moderna. Respecto de ésta última, tiene necesariamente que hablarse de una
voluntad de renovación hispánica, ya que el modernismo es un fenómeno literario
a nivel continental o, si se prefiere, a nivel mundial pues toda la producción de los
35. Adela Pineda Franco, “El cosmopolitismo de la Revista Moderna 1898-1911: una vocación porfiriana” en La república de
las letras. Asomos a la cultura escrita del México decimonónico, vol. II, publicaciones periódicas y otros impresos,
Edición Belem Clark de Lara y Elisa Speckman Guerra, México, UNAM, 2005.
35
más destacados modernistas tiene como horizonte de expectativa el viejo mundo,
representado por París, la Ciudad Luz.
Sobre la Revista Azul hay que decir que en sentido estricto tuvo dos épocas: la
correspondiente a la dirección de El Duque Job y Carlos Díaz Dufoo y que en el
primer número, aparecido el 6 de mayo de 1894, decía a sus lectores: “Nos
proponemos no llegar jamás a casa , a esta casa que es vuestra, con las manos
vacías: traemos ya la novela, ya la poesía, ya la acuarela, ya el grabado, ya el vals
para la señorita, ya el juguete para el niño”.36 Es decir, la Revista Azul es la
primera
publicación
periódica
“modernista”
del
México
decimonónico,
caracterizado por la pujanza de sus comunicaciones (ferrocarril, telégrafo,
teléfono, periódicos, etcétera), con los que trataba de ponerse al día respecto a
países con mayor desarrollo económico y cultural —en el sentido de alta cultura,
que era el sentido predominante, por no decir el único.
El peso de la Revista Azul para el estudio de finales del siglo XIX, descansa no
sólo en el impacto que tuvo en su momento, ni tampoco en la contemporaneidad
de sus aportes literarios, que se insertaron con toda oportunidad en el concierto
hispanoamericano. Lo que mejor define a esta publicación es la posibilidad que
nos brinda de asomarnos a etapas de la historia de México, donde la relación
entre cultura y Estado mantuvieron una relación si no cordial, por lo menos37
auspiciante.
...además de considerarse la primera publicación periódica del modernismo en México,
sostuvo una posición ambigua frente a la cultura y a la política del porfiriato: al ser vehículo
de una estética acrática y libertaria (el modernismo) pero fungir, a la vez, como suplemento
del periódico semioficial El Partido Liberal (1885-1896).
36. Revista Azul, t. I, núm. 1, 6 de mayo de 1894, p. 2.
37. Adela E. Pineda Franco, “Positivismo y decadentismo. El doble discurso en Manuel Gutiérrez Nájera y su Revista Azul,
1984-1896” en Clara Agostioni y Elisa Speckman, Modernidad, tradición y alteridad. La ciudad de México en el cambio
del siglo (XIX-XX), México, UNAM, 2001, p. 195.
36
Para 1907 aparece en la ciudad de México la (otra) Revista Azul dirigida por el
periodista Manuel Caballero, quien ocasionalmente colaborara en la primera
Revista Azul, con poemas a todas luces menores. Se trata, en este caso, del típico
periodista de la época: pobre, sin más recursos que el que le brinda su pluma y
con expectativas de progreso material muy escasas, siempre tratando de llevar su
vida y sus intereses por el camino políticamente correcto. Si alguna vez Dufoo lo
describió como “el infatigable, el nunca vencido, el entusiasta forever”, lo cierto es
que no era propiamente un as de los negocios. Más bien era malo para los
mismos. Así lo describe este pasaje:
La vida de Caballero, así como la de la gran mayoría de periodistas de la época, es
característica por su pobreza. Caballero publicó algunos libros como sus Almanaques
histórico-artísticos y monumentales y sus Historias bienales, pero ninguno de ellos le dio
más que para vivir con modestia. Salado Álvarez, en sus Memorias, menciona que caballero
parecía un personaje balzaciano, el mismo Balzac, por su amor a los negocios y por su mala
38
estrella para conducirlos y llevarlos a término.
Manuel Gutiérrez Nájera trabajaba entonces como jefe de redacción de El Partido
Liberal, uno de los treinta periódicos subvencionados por el gobierno de Porfirio
Díaz, cuando Apolinar Castillo, el director del periódico decidió que la mancuerna
Gutiérrez Nájera/Díaz Dufoo dirigiera una revista que sustituiría la edición
dominical del mismo.
Por contrato celebrado entre el propietario de El Partido Liberal y los señores Manuel
Gutiérrez Nájera y Carlos Díaz Dufoo, directores y propietarios de la Revista Azul, cuyo
primer número aparecerá el domingo próximo, deja de publicarse el día domingo el número
correspondiente de El Partido, y en su lugar se dará a los suscriptores la Revista Azul,
publicación de 16 páginas en folio a dos columnas, pulcra y elegantemente impresa, cuyos
ejemplares valen, sueltos, doce y medio centavos, es decir, el doble de lo que vale cada
39
número de este diario.
De esta manera surge la publicación literaria más importante del fin de siglo
mexicano; por un lado, con una nómina de lectores proveniente del porfirista
Partido Liberal, periódico que no tiraba arriba de mil ejemplares y que
desaparecería el 15 de octubre de 1896, llevándose entre las patas a la Revista
38. Milada Bazant, “Lecturas del porfiriato”, en Historia de la lectura en México, México, El Colegio de México, 1993, p. 143.
39. “La Revista Azul”, en El Partido Liberal, 4 de mayo de 1894, p. 1.
37
Azul. Sin embargo, hay que reconocer que la periodicidad les fue muy favorable ya
que del 6 de mayo de 1894 al 11 de octubre de 1896 se consiguieron editar 128
números, cifra nada despreciable ni entonces ni ahora.
La publicación se mantuvo casi invariable en su forma y contenido: abría con un
artículo principal, casi siempre a cargo de Gutiérrez Nájera, algunos (cuatro o
cinco) textos literarios, el artículo de Díaz Dufoo, tres o cuatro colaboraciones más
y el artículo firmado por petit blue (D. Dufoo). En cuanto a los países, el balance
general habla de la importancia que la revista otorgaba a la literatura nacional, la
francesa y la española: 93, 69 y 45, respectivamente. De la literatura francesa
abarcaron desde el naturalismo de Zola, pasando por el romanticismo, el realismo,
el parnasianismo y el simbolismo; siendo el parnasianismo (más tarde asimilado
sin más, y por lo mismo manidamente como decadentismo) el de mayor
incidencia, el referente obligado, la elección más recurrente: Leconte de Lisle, Suly
Prudhomme, Théodore de Banville, Catulle Mendés, entre otros.
Esta inclinación hacia el parnasianismo obedecía al aprecio que esta corriente
francesa tenía por la experimentación verbal y su denodado espíritu de
reinvención,
renovación
o
revolución
del
lenguaje,
atributos
que
en
Hispanoamérica enarbola la corriente modernista, con Rubén Darío como capitán
de a bordo.
Durante los tres años en que se publica, la Revista Azul incluye colaboraciones de
96 autores latinoamericanos, seguidores del modernismo, de 16 países, sin contar
a los mexicanos. Darío va a la cabeza con 54 colaboraciones, y le siguen Del
Casal y Santos Chocano, con 19 cada uno, y Martí con 13.40
El 3 de febrero de 1895 murió desangrado Manuel Gutiérrez Nájera, a raíz de la
operación de un tumor bajo el brazo izquierdo. Murió en su casa de los Sepulcros
de Santo Domingo, en el corazón de la ciudad de México; el hemofílico Duque Job
40. Respecto a los mexicanos, quienes más publicaron fueron Salvador Díaz Mirón (7) y Manuel José Othón (11) aunque
este último haya permanecido reacio a que se le considerara modernista.
38
había nacido en esa misma vivienda treinta y un años antes. La Revista Azul le
sobreviviría 188 números más, bajo la dirección única de Carlos Díaz Dufoo, que
mantuvo la primera página con textos antiguos del malogrado poeta y director
moral de la publicación.
Si bien la Revista Azul pudo sobrevivir a su director fundador, no pudo contra el
embate de la prensa industrial del México finisecular. El 15 de octubre de 1896, El
Partido Liberal se despidió de sus lectores:
El Gobierno ha juzgado conveniente suprimir los varios periódicos que sostenía como El
Partido Liberal, o que ayudaba a vivir, como a otros colegas, para fundar un diario grande,
interesante, rompiendo los antiguos moldes de la prensa ministerial. Está para ello en su
perfecto derecho, y así debe convenir a los intereses del país. Nosotros acatamos la
disposición, recogemos nuestra vieja bandera de combate en la prensa y seguiremos
ayudando a la administración con todos nuestros esfuerzos y nuestro entusiasmo
41
inquebrantable, cada uno según sus facultades y en el círculo en que se encuentre.
El “diario grande” al que hacía referencia el obituario del Partido Liberal era El
Imparcial dirigido por Rafael Reyes Espíndola. El intento de revivir la Revista Azul,
nació y murió en 1907. No obstante su brevedad, algunos estudiosos como
Fernando Curiel señalan su importancia por haber dado origen a la que es
considerada como la primera gran polémica del siglo XX. Antes de dirigir esta
nueva publicación Manuel Caballero tenía ya seis años editando El Entreacto.
Bisemanal de espectáculos, literatura, arte. Asumir esta nueva empresa fue para
este pertinaz periodista una verdadera declaración de guerra, donde no cabían las
medias tintas. Desde el primer número (o prospecto) echó su tercio a espadas:
Si la revista de Gutiérrez Nájera se ufanaba de no tener programa, la de Caballero se
esforzó por hacer lo más visible posible el suyo. Dice en sus anuncios: “Nuestro programa:
¡Guerra al decadentismo! Restauremos el arte limpio, sano y fuerte”. Para cumplir la primera
parte, incluyó la sección “Notas de combate”; para realizar la segunda ofrece “Modelos de
poesía clásica, antiguos y modernos”. Comprende también las secciones “Bocetos de crítica
literaria”, “Notas bibliográficas”, “Música y drama” (crónicas teatrales), “Cartas color de cielo”
(correspondencia para las damas, sección homóloga de “Azul pálido”) y Materiales
42
diversos.
41. “El Partido Liberal desaparece”, en El Partido Liberal, 15 de octubre de 1896, p. 1.
42. Jorge Von Ziegler, “Las Revistas Azules”, en Belem Clark de Lara y Elisa Speckman Guerra, op. cit., p. 219.
39
Al margen de la falta de programa, lo que caracteriza a esta segunda Revista Azul,
y la torna decididamente contrastable con la primera es el tono de arrogancia, su
rostro asaz intolerante y sensacionalista. Otrosí, los decadentistas a los que se
hace referencia en 1907 ya no son los parnasianos de fin du siecle; se trata de los
modernistas, que tanto brillo daban a las letras hispanoamericanas.
Por otra parte, los modernistas o decadentistas como los llama Caballero, no
necesitaban más una Revista Azul, pues desde hacía ya una década que
contaban con la Revista Moderna que dirigía Jesús E. Valenzuela. Además, junto
a los modernistas propiamente dichos, se alzaba una nueva generación de
intelectuales que compartían con los primeros ese aire de renovación que tanto
molestaba a Caballero. Varios de esos intelectuales, hay que decirlo de una vez,
pasarían a formar parte del Ateneo de la Juventud. Entre los más de treinta
intelectuales que firmaron una “Protesta literaria”, a favor de los modernistas, se
puede contar a Ricardo Gómez Robledo, Pedro Henríquez Ureña, Max Henríquez
Ureña, Alfonso Cravioto, Rafael López, José de Jesús Núñez y Domínguez, Jesús
Acevedo, Alfonso reyes, entre otros. La protesta se publicó el 7 de abril de 1907
en forma de volante, en algunos periódicos (no en El Imparcial), y en la Revista
Moderna de México, y después en la mismísima Revista Azul. El siguiente párrafo
es contundente:
Protestamos porque el Duque Job fue justamente el primer revolucionario en arte, entre
nosotros, el quebrantador del yugo pseudoclásico, el fundador de un arte más amplio; y el
anciano reportero pretende hacer todo lo contrario, esto es, modificar nuestra literatura, lo
que equivale a hacer retrogradar la tarea de Gutiérrez Nájera, y lo que es peor, a insultarlo y
43
calumniarlo dentro de su propia casa, atribuyéndole ideas que jamás tuvo.
43. Remito a la Revista Azul, Segunda época, núm. 2, 14 de abril de 1907. Hay que señalar que Caballero hizo publicar
también esta protesta en El Entreacto con el título “Protesta de los modernistas” convirtiendo las publicaciones a su
cargo en verdaderas arenas de lucha de las letras nacionales. La batalla, por lo demás, se libró no sólo en la letra
impresa: “La tarde del 17 de abril los adversarios de Caballero, junto con numerosos estudiantes, desfilaron de la plaza
de Santo Domingo a la Alameda con un estandarte en el que se leía la frase ‘Arte libre’. En el quiosco de la Alameda,
Rafael López y Alfonso Cravioto leyeron, cada uno, un poema, el segundo de Jesús E. Valenzuela; Max Henríquez
Ureña y Ricardo Gómez Robledo pronunciaron discursos. Por la noche tuvo como escenario el teatro Abreu una velada
musical y literaria en honor de El Duque Job, en la que Luis G. Urbina leyó el poema “Pax Animae” y Jesús Urueta hizo
el elogio del poeta y la condena del agravio que contra él estaba cometiendo Manuel Caballero”, en Jorge von Ziegler,
op. cit., p. 220.
40
Las contraprotestas no se hicieron esperar. Llama especialmente la atención una
firmada desde la ciudad de Aguascalientes, por los escritores Enrique Fernández
Ledesma, Eduardo J. Correa, y el muy joven poeta Ramón López Velarde:
Ha llegado a nuestro conocimiento la manifestación ruda y de todo punto injustificada con
que algunos escritores modernistas han pretendido atacar el viril programa de Revista Azul.
Por estar dicho programa enteramente de acuerdo con nuestras convicciones artísticas y por
ser Revista Azul el órgano defensor de los fueros del purismo castellano a la vez que el
fustigador del modernismo, creemos un deber hacer constar nuestro fervor por la nobilísima
causa que alienta el referido programa, a la vez que protestar enérgicamente contra la
punible manifestación a que aludimos. La vieja bandera tiene sus adeptos. ¡Viva esa
44
bandera!
Pero la suerte ya estaba echada y la revista desapareció sin despedirse. El 19 de
mayo El Entreacto notificó la suspensión provisional hasta nuevo aviso, dejando el
camino despejado a la Revista Moderna. El episodio de las revistas “azules”, es de
singular importancia pues este estira y afloja muestra a las claras la diversidad en
que abrevaron la próxima generación de escritores mexicanos.
La Revista Moderna, por su parte, tuvo dos etapas (o épocas, como suele
llamársele): la primera va de su fundación en 1898 hasta 1903 bajo el nombre de
La Revista Moderna. Arte y ciencia, y la segunda de 1903 a 1911 conocida como
Revista Moderna de México;45 entre ambas constan de 96 números (16 tomos) y
son un referente obligado para los estudiosos de la literatura mexicana.
Si bien es válido considerar a la Revista Moderna como la más importante
publicación modernista, no es menos cierto que sus páginas albergaron aves de
diferente plumaje, entre otros a quienes estaban llamados a ser el relevo
generacional de éstos: los escritores asociados al Ateneo de la Juventud
Mexicana: Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña, Rafael López, entre otros. Es
de justicia consignar el destacado papel que en este aspecto jugara su director,
44. Contra-Protesta, en Revista Azul, Segunda época, núm. 4, 28 de abril de 1907, p. 50.
45. En realidad el nombre completo de esta nueva época es más extenso, así lo consigna Adela Pineda Franco: “…en 1903
aumenta el número de fotografías, reduce su formato y cambia de nombre, transformándose en una publicación más
incluyente: Revista Moderna de México, Magazine mensual, político, científico, literario y de actualidad”. Ver Adela
Pineda Franco, “El cosmopolitismo de la Revista Moderna (1898-1911): una vocación porfiriana”, en Belem Clarck de
Lara y Elisa Speckman Guerra, op. cit., p. 233.
41
añadiendo, por si falta hiciera, que además de mediador entre ambos bandos
Valenzuela fue el mecenas de muchos de ellos. Más allá de esta apertura
generacional, dicha publicación navega entre dos visiones diferentes pero
complementarias: el modernismo literario y el positivismo histórico, este último,
expresión política del porfiriato.46 En la segunda época de la revista, por ejemplo,
aparecen diversos artículos de difusión científica para un público no especializado;
los tópicos varían: “El nacimiento de un satélite” (enero de 1904), “Las maravillas
del imán” (agosto de 1904), “La iluminación de Mockel” (diciembre de 1908).
En el terreno político esta impronta se evidenció con la proliferación de fotografías
sociales, noticias gubernamentales, discursos e informes con sesgo propagandístico encaminados a posicionar (el verbo es un anacronismo) los buenos oficios
de la administración pública. A partir de 1905 la revista da paso a constantes
salutaciones a gobernadores, senadores y al mismo presidente Díaz. Respecto a
la visión histórica, la revista no ofrece nada que se salga de los cánones que
dictan los criterios rankeanos esgrimidos como profesión de fe por Justo Sierra:47
la historia se concibe como curso ordenado sobre el progresivo desarrollo de la
sociedad. Se trata de una visión triunfalista que no deja pie a constatar lo que en
realidad vive la sociedad mexicana: un acceso a la modernidad con costos muy
elevados para las clases pobres, que no tienen lugar en el discurso de los
científicos porfirianos del orden y el progreso.
Y es que la diferencia más notable entre la revista de el Duque Job y la de
Valenzuela es precisamente el tono acrático de la Revista Azul, deliberadamente
asumido por su director. Esto no quiere decir, por supuesto, que Gutiérrez Nájera
y compañía hayan recusado de la mieles del porfiriato, simplemente se trata de
una actitud estética que los mantuvo alejados del programa político del héroe de
46. “A pesar de su programático rechazo al pragmatismo positivista, la revista publicó numerosos ensayos y discursos
sobre Taine, en particular el discurso de Urueta (agosto de 1899), y sobre Comte, como el discurso de Porfirio Parra
(octubre de 1898), y las crónicas referidas al proyecto de erigirle una estatua en París. La revista también rindió
repetidos homenajes a Gabino Barreda. Además, trató temas sociales, como el feminismo, desde la perspectiva
comteana o evolucionista”. Adela Pineda Franco, op. cit., pp. 230-231.
47. En una reseña de Urueta Justo Sierra es elogiado por poseer una metodología y el conocimiento necesario para
interpretar el “hecho histórico”, t. IV, núm. 3, 15 de febrero de 1901, pp. 50-54.
42
Tuxtepec. La mano caritativa de Díaz, por otra parte, dispensaba favores en casi
todos los asuntos de la vida nacional: sin el subsidio otorgado a José Vicente
Villada, fundador de El Partido Liberal, y más tarde a Apolinar Castillo, director y
propietario del periódico al momento del reemplazo dominical por la Revista Azul
de Nájera-Dufoo, esta última hubiera tenido que esperar años, lo que equivale a
decir que no hubiera existido, habida cuenta de la prematura muerte de su director
principal.
Con lo dicho anteriormente es fácil adivinar que de los países que más
colaboradores aportaron a la Revista Moderna, Francia lleva una ventaja sobre
cualquier otro, en cualquier lengua. Nuestros modernistas tenían los pies en
México y el corazón en París, tal era su geografía sentimental.
1.2.2.2 Los autores
El modernismo mexicano es heredero de una gran tradición poética: de
Netzahualcoyotl a Sor Juana, de Sandoval y Zapata a Manuel Gutiérrez Nájera: se
trata de una continuidad sostenida durante cuatro siglos. Los representantes
mexicanos más reputados del modernismo son Amado Nervo y Enrique González
Martínez: el primero fue acaso el que con mayor énfasis inscribió su obra en el
movimiento modernista, mientras que el otro, llegado el momento, siente la
necesidad de romper amarras y alejarse del mismo: célebres son las dos aves que
signan el paso de González Martínez por la literatura: el cisne (que representa la
estética modernista, y al que más tarde habrá de torcerle el cuello) y el búho (sí, el
de Minerva, el emblema de la sabiduría griega). Ambos poetas participan casi en
las mismas revista y publicaciones literarias de la época, aunque con diversa
intensidad, según sea el caso. En estos menesteres Nervo lleva la ventaja: su
paso por el periodismo lo dota de una versatilidad que parece rayar en una suerte
de pluropartogénesis literario-periodística llevada al paroxismo.
43
Con todo y la gran tradición mexicana en la poesía, lo cierto es que el siglo
XIX
no
es un siglo particularmente brillante en este aspecto. Sería en todo caso la prosa
de corte costumbrista la que mejor parte sacaría en un balance acucioso: frente a
Navidad en las montañas o Clemencia o El zarco de Ignacio Manuel Altamirano,
apenas si se pueden considerar cotejables el “Nocturno” y “Ante un cadáver” de
Manuel Acuña.
Como quiera que sea, a los precursores (a los primeros, al menos) de los
modernistas mexicanos habría que buscarlos en México, antes de izar velas con
destino a Francia. Y es que un puñado de poetas cercanos al modernismo,
dominan el escenario y dan lugar a una serie de actividades alrededor de las
cuales gira la república de las letras: las tertulias en los elegantes salones marcan
la vida social del México porfiriano rebosante de orden y progreso, las imprentas
surgen en diversos puntos del país, llevando consigo el germen de una opinión
pública más compleja y con mayores expectativas. Para 1894, Manuel Gutiérrez
Nájera, el Duque Job, funda la primera publicación modernista (o protomodernista,
si así se quiere): la Revista Azul.48 En ella se darán cita las mejores plumas de su
tiempo: Nervo, Tablada, etcétera. La nómina de poetas modernistas de relevancia
universal no es muy fatigosa: José Emilio Pacheco, Max Henríquez Ureña, José
Joaquín Blanco y otros tantos estudiosos del modernismo los cuentan con los
dedos de las manos. Como quiera que sea, los modernistas mexicanos son pilares
en el movimiento.
Como dijera Cristo: ni son todos los que están, ni están todos los que son. Y es
que la literatura es una religión (a veces) laica, con su santoral y sus capillas; y no
hay historia cultural que lo remedie.
48. Llevados por el título de un poema del Duque Job, algunos críticos han señalado que éste tenía preparado un libro Azul,
antes que Darío publicara el suyo, por primera vez, en Valparaíso (1988). El poema de marras es “Del libro azul”. A
Gutiérrez Nájera se le considera el más mexicano de los poetas: un poeta del valle del Anáhuac, acabó con el énfasis
mal entendido e inauguró el ámbito de la sencillez desplazando la elegancia rebuscada con la discreción y la fuerza.
Dueño de un humor fino y ácido a la vez, ejerció en el periodismo unas veces como cronista otras como crítico o
cuentista, o ensayista. De muchas maneras hizo público su propósito de no tener relaciones con la política. Como lo
escribiera el mismo: “¡Jesús, qué de cosas han de ver los ciegos!”.
44
Manuel Gutiérrez Nájera (1859-1895)
A Gutiérrez Nájera se le consideró desde siempre un gran poeta (lo es); sin
embargo, pasar por alto la párvula maestría con la que irrumpió en los periódicos
de finales del siglo XIX, o su labor editorial ya como redactor de El Partido Liberal,
ya como director de la legendaria Revista Azul 49 es tanto como ignorar el sino que
marcó la vida del poeta: La literatura. Como más tarde Borges, Gutiérrez Nájera
sabía que su destino era (inevitablemente) literario. Estudioso de modernismo, del
cual nuestro poeta es uno de los más reconocidos precursores, José Emilio
Pacheco nos dice en su Antología de la poesía mexicana:
Gutiérrez Nájera no tiene más biografía que su trabajo disperso a lo largo de 22 años en casi
todas las publicaciones de la época. No quiere ser sino escritor y da a los periódicos
crónicas, reseñas, cuentos, artículos, gacetillas, multiplicadas al infinito por la necesidad y
también por el incontrolable gusto, que acaban pronto con su vida pero dejan su obra en la
50
historia literaria.
Su primer libro fue Cuentos Frágiles de 1883, al que siguió un año después
Cuentos color de Humo, cuyos textos aparecieron casi en su totalidad en diversos
periódicos entre 1892 y 1894.
En su Crónica de la poesía mexicana, José Joaquín Blanco inicia su comentario
sobre el Duque Job aludiendo a un artículo que éste había publicado en El Partido
Liberal donde se lamenta de la mala calidad de los poetas españoles y la pobreza
de la poesía que a la sazón se escribía en Francia. El dictamen de Gutiérrez
Nájera parece más bien superficial, cuando no lamentable, injusto:
… y el resultado es que no hay poetas! El poeta más poeta que actualmente hay en España,
es un poeta que no hace versos: Castelar… Pero, ¿será una decadencia peculiar de
España? ¡No agoniza, aquí y allá, como una pobre tísica, la poesía? ¿Qué gran poeta nuevo
ha surgido en Francia? Diríase que todos los poetas franceses están pobres, porque Víctor
Hugo gastó mucha poesía. Lecomte de L’Isle pone en verso francés la poesía helénica […]
49. A propósito del nombre de la revista, Max Henríquez Ureña ha resaltado que Gutiérrez Nájera es quizá el primero en la
literatura hispanoamericana que acusa una notable inclinación por los colores (poesía: “Musa blanca”, “Blanco”, “Negro”,
“Pálido”, “De blanco”, “El hada verde”; crónica: “El cielo está muy azul”, “Crónica color de rosa”, “Crónica color de bitter”,
“Crónica de mil colores”, “Crónica color de muerto”).
50. José Emilio Pacheco, Poesía Mexicana I, 1810-1914, México, CLM, 1979, p. 219.
45
¡No hay Béranger, ni hay Musset, ni hay Lamartine! ¡Cada día hay más poetas que hacen
51
versos bonitos y atildados y pulcros; pero hay menos poetas!
Lo destacable de esta cita es que el Duque Job cerraba la puerta a decadentistas,
parnasianos y simbolistas franceses, y a los poetas españoles inmediatamente
anteriores a la generación del 98, tras lo cual la poesía hispanoamericana
reclamaría su lugar de privilegio que finalmente obtendría bajo la impronta del
modernismo, con Rubén Darío a la cabeza.
No obstante lo anteriormente dicho, lo cierto es que el Duque Job, al igual que
Darío, estaba impregnado de un “galicismo mental”, según la expresión de Juan
Valera: “Es usted un parisiense —le decía en 1891 Ignacio Manuel Altamirano
(1834-1893)— que ha conquistado su derecho de ciudad con la punta de su
estilo”.52 La sentencia de Altamirano no debe hacernos pasar por alto que a
Gutiérrez Nájera, autor de “Hamlet y Ofelia”, se debe la profusión de textos
extraídos
de
las
tragedias
de
Shakespeare
por buena
parte
de
sus
contemporáneos, tal es el caso de “Otelo ante Dios” de Manuel Puga y Acal.
Al lado de Martí, Casal y Silva, Gutiérrez Nájera es uno de los iniciadores del modernismo
para el cual son decisivas su obra y su actividad como editor, con Carlos Díaz Dufóo, de la
Revista Azul […] Nada le sorprendería tanto como saber que hoy apreciamos más que sus
poemas, la excelente literatura con que intervino los periódicos mexicanos del otro fin de
53
siglo.
Como ya se apuntó respecto a la disputa entre las revistas azules, “Para
entonces” ha sido visto, sobre todo por el gran público, como una especie de
testamento en artículo mortis, y aunque no sea el mejor logrado, ni siquiera el más
antologado, se trata sin duda del poema que más ha arraigado en la imagen
popular:
51. José Joaquín Blanco, Crónica de la poesia mexicana, Culiacán, UAS, 1979, p. 77. El artículo en cuestión fue publicado el
23 de junio de 1889 en El Partido Liberal, periódico dirigido por Apolinar castillo y del cual Gutiérrez Nájera era jefe de
redacción; en la edición del 2 de mayo de 1894 se anuncia la “edición literaria de este título”, que llevará por nombre
Revista Azul, de la cual Manuel Gutiérrez Nájera y Carlos Díaz Dufoo aparecerán como “Directores y propietarios”.
52. Apud, Max Henríquez Ureña, op. cit., p. 67.
53. José Emilio Pacheco, op. cit., p. 219.
46
Para entonces
Quiero morir cuando decline el día,
en altamar y con la cara al cielo;
donde parezca sueño la agonía,
y el alma, un ave que remonta el vuelo.
Morir cuando la luz, triste, retira
sus áureas redes de la onda verde,
y ser como ese sol que lento expira:
algo muy luminoso que se pierde.
No escuchar en los últimos instantes,
ya con el cielo y con el mar a solas,
más voces ni plegarias sollozantes
que el majestuoso tumbo de las olas.
Morir, y joven: antes que destruya
el tiempo aleve la gentil corona;
cuando la vida dice aún: soy tuya,
aunque sepamos bien que nos traiciona.
Salvador Díaz Mirón (1853-1928)
Si Díaz Mirón hubiera sido novelista, acaso hubiera acabado con sus personajes
en alguno de sus múltiples arrebatos de cólera, o los hubiera abandonado a media
página como se abandona un cadáver en medio del desierto. Pero fue, Dios lo
quiso así, poeta.
Poeta erótico y cívico a la vez, Díaz Mirón reúne en su poesía todo el ímpetu de
quien busca la belleza en cualquier circunstancia y en todo momento. Aún en la
fealdad y la pobreza, en el horror o la desgracia, el poeta espera encontrar ese
brillo que sólo la belleza puede desplegar.
Es acaso el parnasiano más encumbrado de México. Su libro Lascas (1901), es
considerado por muchos como una pieza de acusada perfección técnica, aunque
ello mismo le ocasionara redundantes críticas, seguramente porque entre sus
lectores aún quedaban ecos de los poemas dedicados a Byron y Victor Hugo
frutos de su etapa romántica de Poesías (1885).
Su vida está llena de tropiezos que el poeta parece buscar desesperadamente:
uno de sus múltiples duelos lo ha dejado inútil del brazo izquierdo y la cárcel se ha
convertido en su segundo hogar, con todo lo que esto tenga de chocante.
47
La nube
¿Qué te acongoja mientras que sube
del horizonte del mar la nube,
negro capuz?
No tiembles. Deja que el viento amague
y el trueno asorde y el rayo estrague
campo y ciudad.
Tendrá por ella frescura el cielo,
pureza el aire, verdor el suelo,
matiz la luz!
Tales rigores no han de ser vanos…
¡Los pueblos hacen con rojas manos
la Libertad!
Díaz Mirón hace todo lo posible por invertir la imagen que edificó de sí mismo en
su juventud: vanamente persigue a los primeros revolucionarios de 1910, acepta la
dirección de El Imparcial y cubre de elogios a Victoriano Huerta. Se exillia, no
acepta pensiones de los gobiernos posrevolucionarios, ni un homenaje nacional,
rodeado de la tormenta que siempre lo acompañó muere cuando los estudiantes
de la preparatoria que dirige en Veracruz se ponen en huelga porque Díaz Mirón
ha golpeado a uno de ellos con la pistola de la que nunca se desprendió.54
En su célebre “Poema de los árboles”, Juan B. Delgado lo retrata con estos trazos,
rápidos y arteros:
Salvador Díaz Mirón, fuerza y orgullo, trabajador incansable y firme en el pulimento de su
obra; el olímpico vate veracruzano en cuyo broquel de gladiador han embotado sus dardos la
envidia y crítica: el acucioso artista a quien el verso moderno debe trascendentales
innovaciones rítmicas, y cuya labor robusta y sabia hiere, cual música divina, el delicado
55
sensorio de la élite, es el Roble.
Manuel José Othón (1858-1906)
Un poeta en el que vale la pena detenerse es Manuel José Othón (1858-1906), ya
que si bien puede considerarse un precursor del modernismo (como sugiere
Marco Antonio Campos en El San Luis de Manuel José Othón y el Jerez de López
Velarde), su hostilidad hacia este movimiento es de un talante proverbial, y en la
primera oportunidad se lanza con dicterios dignos de mejor empresa. Muchas de
sus opiniones más acérrimas se pueden leer en la correspondencia que Othón
mantenía con el poeta Juan B. Delgado. Algunos botones de muestra:
54. Ibid, p. 204.
55. Arte, núm. 6, t. I, 1° de diciembre de 1907.
48
Esto me hace pensar con gran seguridad —se refiere a un poema de su destinatario— que
no irá usted por esos malos caminos del malamente llamado modernismo, tan mal
comprendido y peor ensayado por esos mentados decadentistas y vates histéricos de
morbosa inspiración, de cuyo contagio Dios libre a usted […] el montón de modernistas que
no han entendido el arte francés y que sólo por moda o extravagancia lo siguen servilmente
sin comprenderlo […] En el número anterior de la Revista [Moderna] viene un “himno a la
luna” de Lugones, que, o es pastiche con que quiso tomar el pelo a nuestros modernistas
—y lo logró—, o don Leopoldo se ha vuelto loco de remate. Ya veremos. Creo que es lo
último, porque Darío está hace tiempo lo mismo. Le encargo los “Heraldos”, en las Prosas
56
profanas.
Como puede verse, los antecesores nacionales del modernismo son variados, no
sólo pintos y colorados, por lo que resulta en verdad fascinante asomarse por las
muchas (y fugaces) revistas literarias de toda la provincia mexicana: La Lira
Chihuahuense, La Bohemia Sinaloense, La Estrella Occidental, el Verbo Rojo y
Flor de Lis, de Guadalajara, Crisantema de Michoacán, et alter, publicaciones que
albergaron poemas de Manuel José Otón.
En el desierto. Idilio salvaje
II
Mira el paisaje: inmensidad abajo,
inmensidad, inmensidad arriba;
en el hondo perfil, la sierra altiva
al pie minada por horrendo tajo.
Asoladora atmósfera candente
do se incrustan las águilas serenas,
como clavos que se hunden lentamente.
Bloques gigantes que arrancó de cuajo
el terremoto de la roca viva;
y en aquella sabana pensativa
y adusta, ni una senda, ni un atajo.
Silencio, lobreguez, pavor tremendo
que viene sólo a interrumpir apenas
el galope triunfal de los berrenos.
Manuel José Othón es autor de un poema musicalizado anónimamente, es decir,
por autoría popular, de una longevidad extraordinaria, tal como sucedió con
algunos versos sencillos de Martí, particularmente con “La guantanamera”; en el
caso de “La casita”, existe una versión satírico-política que era pieza obligada en
las peñas literarias de los ochentas. La interpretaba Óscar Chávez.
56. Tomados de El San Luis, de Manuel José Othón y El Jerez, de López Velarde de Marco Antonio Campos, México, Dos
Filos Editores, 1998.
49
Los escritores mexicanos propiamente modernistas representan un número
considerable aunque a este respecto no se tiene un criterio único para llenar la
nómina, y por lo mismo ésta aumenta y disminuye según se elijan los parámetros,
y se amplié o reduzca la cronología que da cuenta de ellos. Hemos elegido a
algunos modernistas, sin que eso signifique que no existan otros o que todos ellos
lo sean de una vez y para siempre —tal es el caso de González Martínez.
A principios del siglo
XX
el movimiento modernista centró sus actividades en
México; a la sazón, Darío se encontraba en Europa y la revista El Mercurio de
América había desaparecido, al mismo tiempo que muchos modernistas
argentinos abandonaban su país (Leopoldo Díaz, Enrique Larreta, Manuel Ugarte,
entre otros). En México se gestaba una revolución que los políticos y las clases
encumbradas no alcanzaban a leer con claridad, y los salones y tertulias miraban
con desdén fuera de sus paredes. En ese contexto hay que ubicar el nacimiento
de la Revista Moderna. Arte y Ciencia (1898-1903), posteriormente Revista
Moderna de México (1903-1911).57
Luis G. Urbina (1864-1934)
Considerado por muchos de sus contemporáneos (entre ellos Pedro Henríquez
Ureña, el gran crítico dominicano radicado en nuestro país) como el más mexicano
de los poetas mexicanos, en cuya pluma comulgaban la melancolía, el tono menor
y el ambiente crepuscular, características que Riva Palacio destacaba en la lírica
romántica nacional; a Urbina corresponde también haber concebido a la literatura
en estrecha relación con las circunstancias sociales en las que se produce.58
Uno de los aspectos de la vida de Urbina que más llama la atención, es el desliz
que tuvo al apoyar desde las páginas de El Imparcial el cuartelazo de Victoriano
Huerta, lo que le obligó a exiliarse del país. Es la única y dolorosa mancha en una
vida por lo demás llena de probidad, modestia y trabajo. Resulta difícil entenderla
57. En el primer caso: Director Jesús E. Valenzuela, Imprenta de Dublán, México, julio 1898-agosto 1903, 6 Vols.; en el
segundo: Directores Jesús E. Valenzuela y Amado Nervo, México, septiembre de 1903-julio de 1911.
58. Al respecto, véase su prólogo a la Antología del Centenario y La vida literaria en México, en Luis G. Urbina, Obras
Completas, México, El Colegio Nacional.
50
en un hombre que bajo la euforia aristocratizante y europeizante del porfiriato
convirtió en motivo de orgullo su clase y su ascendencia indígena.
Antes de ser un gran amigo (y un gran admirador de Gutiérrez Nájera), Luis
Gonzaga Urbina había escrito ya dos libros de poesía de notable registro
romántico, en los que se destaca la influencia de Campoamor: Versos (1890) e
Ingenuas (1902). Se ha considerado a la poesía de Urbina como una suerte de
empalme entre el romanticismo y el modernismo, toda vez que en ella tienen lugar
las innovaciones propias del movimiento de una manera espontánea, coexistiendo
de esta manera las formas tradicionales y las formas modernistas. El aspecto más
destacable de su obra lo constituye el acento íntimo, melancólico, crepuscular:
Vi un árbol a la orilla del camino
y me senté a llorar mi desventura.
locura,
Así fue, caminante
que me contemplas
desventura
con mirada absorta
y curioso semblante.
Yo estoy cansado, sigue tú adelante;
mi pena es muy vulgar y no te importa.
fue)
Amé, sufrí, gocé, sentí el divino
soplo de la ilusión y la
tuve una antorcha,
la apagó el destino,
y me senté a llorar mi
a la sombra de un árbol
del camino.
(Así
Los libros de Urbina que se consideran más modernistas son: Puestas de sol
(1910) y Lámparas en agonía (1914), en 1917 apareció su Antología romántica
que contiene poemas de éstos y sus anteriores libros. El glosario de la vida vulgar
(1916), El corazón juglar (1920) y Los últimos pájaros (1924) son sus restantes
libros de poesía, mientras que de prosa destacan: Cuentos vividos y crónicas
soñadas (1915), Psiquis enferma (1922), Hombres y libros (1923). La vida literaria
de México es la compilación de una serie de conferencias que el poeta dictó en
Buenos Aires y se publicó en 1917. Es también célebre su Antología del
centenario (1910), publicación oficial que preparó con Pedro Henríquez Ureña y
Nicolás Rangel. Justo Sierra dice al respecto:
51
La obra magna que, en colaboración con los señores Henríquez Ureña y Rangel, ha
comenzado a realizar mi amigo el señor don Luis G. Urbina, no necesita de mis
recomendaciones, como no ha necesitado, por cierto, de mi dirección efectiva. Toda mi
labor, gratísima sin duda, ha consistido en esto: aprobar un plan de trabajo; oir los informes
que sobre su ejecución solía trasmitirme mi amigo; interesarme cada vez más en ella; leer, a
medida que era redactada, la bella y vivaz introducción con que ha decorado la obra y que
no es un simple centón, sino una excursión crítica a través de nuestra literatura vernácula en
59
los comienzos del siglo XIX.
Efrén Rebolledo (1877-1929)
Al igual que Tablada, Efrén Rebolledo era un devoto de la escritura japonesa, lo
cual ya se acusa en sus primeros libros: Cuarzos (1902), Hilo de corales (1904)
que más tarde serían fundidos bajo el título de Joyeles (1907), Más allá de las
nubes (1903), Estela (1907) y El enemigo (novela corta, 1907).
Se desempeñó en el servicio diplomático como secretario de Federico Gamboa,
en la ciudad de Guatemala y más tarde regresa a México para hacerse diputado.
Su actividad literaria habría que situarla como colaborador, primero, y director más
tarde, de la Revista Moderna y Pegaso, respectivamente.
En 1907 se desempeña como secretario de la Legación mexicana en Tokio,
regresando a México hasta 1916, lapso éste en el que escribe Rimas japonesas
(1909), Nikko (1910), Hojas de bambú (novela, 1910).
El vampiro
Ruedan tus rizos lóbregos y gruesos
por tus cándidas formas como un río
y esparzo en su raudal crespo y sombrío
las rosas encendidas de mis besos.
En tanto que descojo los espesos
anillos, siento el roce leve y frío
de tu mano, y un largo calosfrío
me recorre y penetra hasta mis huesos.
Tus pupilas caóticas y hurañas
destellan cuando escuchan el suspiro
que sale desgarrando mis entrañas,
y mientras yo agonizo, tu, sedienta,
finges un negro y pertinaz vampiro
que de mi ardiente sangre se sustenta.
59. Justo Sierra, Antología del Centenario y La vida literaria en México, en Luis G. Urbina, Obras Completas, México, El
Colegio Nacional, p. 469.
52
En el prólogo a los Poemas escogidos (1932), sostiene Xavier Villaurrutia que los
doce sonetos que integran Caro victrix (“Carne victoriosa”, 1916) son “los más
intensos y hasta ahora mejores poemas de amor sexual de la poesía mexicana”.60
En 1968 Luis Mario Schneider realizó la compilación de sus Obras Completas,
rindiendo así un justo reconocimiento al gran poeta que fue Efrén Rebolledo; sin
embargo, acaso hoy día, sigue siendo aún un poeta inexplicablemente olvidado
por las nuevas generaciones que prefieren el arrebato y desenfado de Tablada, a
la delicadeza formal y el pulimento riguroso de Rebolledo.
60. Apud, José Emilio Pacheco, Poesía… , p. 288.
53
Capítulo II
La sociedad mexicana finisecular: tradición y modernidad
2.1 El porfiriato o la cultura del progreso
“Me siento herido; una parte del país se alzó en armas para derribarme y la otra se
cruzó de brazos para verme caer. Las dos me eran deudoras de una porción de
cosas”, le dijo don Porfirio a Federico Gamboa, en su exilio parisino. Una porción
de cosas. De eso trata este capítulo precisamente: de una porción de cosas.
Entre los años de 1877 y 1910 México vive una de las etapas más relevantes de
su historia: el Porfiriato. Del triunfo de la revuelta militar de Tuxtepec, al inicio de la
Revolución, el Porfiriato representa en el drama mexicano una etapa de contrastes
que la historiografía posrevolucionaria se ha encargado de abultar sin mayores
reparos.
Porfirio Díaz, el militar, el héroe de Tuxtepec, merece sin duda un estudio que nos
informe de sus destrezas y sus estrategias, de su concepto de combate, de su
experiencia bélica. Hacen falta sin duda lecturas que nos planteen nuevas
preguntas, o que las reformulen desde otras perspectivas que las ya ensayadas
hasta ahora, hacen falta miradas que vean (y señalen) nuevos escenarios que
nuestra manera de ver no registra. La historia militar tiene mucho por decir pero su
dicho no cuenta con el apoyo de la conciencia cívica, a la que se le ha atado
desde siempre. Ya les llegará la hora, y entonces... ¡cuántos caballos se quedarán
sin jinete, legiones de estatuas truncas cabalgarán entonces por las praderas de la
historia nacional!
Porfirio Díaz, el presidente, el político, el dictador, ése sí, ha sido objeto de un
examen que no cesa de repetirse, como si se tratase del gran filón de la historia
de México, más por sus consecuencias que por sus acontecimientos. Condenado
54
por la historia oficial, resurge redimido en el último tramo del siglo XX, para arribar
más que potable a la quermés del centenario que celebra su declive.
La vida como nación independiente no fue para México, y acaso no lo haya sido
en ninguno de los casos latinoamericanos, una etapa exenta de obstáculos e
inconveniencias, sobre todo de carácter político y económico. Las disputas entre
yorquinos y escoceses, en el primer caso, y entre impuestos federales y alcabalas
estatales en el segundo, son tan solo dos ejemplos que podrían multiplicarse
hasta el cansancio.
Para llevar a cabo su programa político, hacia 1884 Díaz echó mano de una
corriente filosófica europea: el positivismo de Augusto Comte. Esta corriente
concibe a las sociedades como sistemas orgánicos, cuyos miembros tienen un
papel específico en el entramado social y cuyo status garantiza la evolución
progresiva del sistema. En este desarrollo de las sociedades, sostiene el
positivismo, se operan transformaciones merced a la cuales se vuelven cada vez
más complejas, constituyendo así estadios de tránsito que habrán de conducir
inequívocamente a una etapa superior y definitiva. El espíritu que anima este
tránsito es el progreso.
El positivismo expresa claramente su subsidiaridad respecto de las ciencias
experimentales, es decir, la física, la biología y la química, como reacción frente a
las construcciones metafísicas, que son la piedra de toque contra la cual se
levanta. Considera a la ciencia como el único instrumento capaz de garantizar el
progreso indefinido de la humanidad. En cierto sentido, el positivismo se basó en
la tradición del empirismo clásico, o sea, en la idea de que cualquier conocimiento,
para ser verdadero, debe apoyarse en la experiencia. Así, la razón discursiva
positivista elabora los datos empíricos en forma de leyes generales, reduciendo la
realidad a hechos conmensurables que siguen el mismo derrotero que los hechos
de las ciencias naturales: observación, recolección de datos y comprobación
55
experimental. Cualquier tesis no comprobable empíricamente se considera
metafísica y no puede ser considerada como verdad científica.
Para el positivismo, la filosofía tiene la expresa misión de elaborar una concepción
totalizadora del mundo, capaz de organizar los saberes parciales de las diversas
ciencias, pues todos ellos proceden de una misma matriz epistémica: la
experiencia. El logos deviene praxis, aunque se trata de una praxis ciega, sin la
luz de la razón teórica.
Para Comte, la sociología era asumida como la ciencia positiva de la sociedad,
que debía estudiar las relaciones sociales y las conductas humanas como
resultado de la vida colectiva, convirtiéndose así en una física de las costumbres
que describía las leyes de las asociaciones humanas y permitía regular la política.
Apenas necesita decirse a quién favorecía esta concepción filosófica. Su filiación
clasista no tiene mayor sombra de duda. Hay que señalar, en cambio, que el
positivismo es el hijo pródigo del siglo de los absolutos, y nace en Europa,
concretamente en Francia, que experimenta importantes movimientos sociopolíticos. No es el caso de México, que adopta sin más la doctrina comteana como
dirección ideológica de una sociedad sumida en una pobreza material y un atraso
espiritual digno de siglos muy anteriores.
Al presidente Díaz poco le importó este desfase, había que meter a México en el
rumbo correcto de la historia, y el positivismo ofrecía, a las claras, el soporte
espiritual para llevar a cabo dicha conversión. Ni los pobres desarrapados muertos
de hambre, ni el resentimiento de la iglesia católica, que acababa de lidiar con
unas Leyes de Reforma poco proclives a sus piadosos intereses, detuvieron al
mandatario en su propósito más bien espurio, de llevar a una nación casi
analfabeta al paraíso representado por el estadio positivo. Y para este fin contó
con la colaboración de personalidades cuyo sitio de privilegio en la sociedad
mexicana garantizaba un buen derrotero.
56
En torno a Manuel Romero Rubio, suegro del Primer Mandatario y ministro de
Hacienda, se agruparon los fieles propagandistas de la doctrina positivista.
Se da el nombre de científicos a los capitanes de la sociedad mexicana en el ocaso del XIX y
la aurora del XX. Algunos se inclinan por reservar la denominación sólo para los amigos de
Limantour, pues ellos se autollamaron así. Hay quien prefiere el apodo de “cien tísicos”, a
sabiendas que es hechura de la mala leche del vulgo. La cifra de cien es correcta,
corresponde al número de notables que orquestó el atardecer de la época liberal mexicana.
El nombre de tísico lo usaron los griegos y lo usa la gente humilde de habla española para
señalar al que se extingue, al decadente, al flacucho, al tosijoso, al ya reclamado por la
tierra. Y ese fue el caso de los prohombres del otoño del porfiriato. A ellos les tocó
representar la decadencia del estilo de vida romántico y liberal. Ellos fueron la tisis del
61
antiguo régimen.
Para el positivismo, la historia es el camino hacia el bienestar y felicidad generales
con arreglo a la intervención cada vez mayor de los avances científicos y
tecnológicos, lo cual es explicable si consideramos que esta expresión filosófica
tiene en la primera mitad del siglo XIX el imprimátur de sus grandes obras: Curso
de filosofía positiva (1830), Discurso sobre el espíritu positivo (1844) y Sistema de
política positiva o Tratado de sociología que instituye la religión de la humanidad
(1851-1854),62 de Augusto Comte.
La época de paz necesitaba una filosofía de orden. Los intelectuales de la época
la encontraron en el positivismo de Comte, con su ley de los tres estados y, más
tarde, en el de Spencer y en el evolucionismo de Darwin. El primitivo, abstracto y
revolucionario principio de la igualdad de todos los hombres deja de regir las
conciencias, sustituido por la teoría de la lucha por la vida y la supervivencia del
más apto. El positivismo ofrece una nueva justificación de las jerarquías sociales.
Pero ya no son la sangre, ni Dios, quienes explican las desigualdades, sino la
Ciencia.
61. Luis González, op. cit., p 37. El grupo denominado los “científicos” o “cientísicos”, como despectivamente los llamó la
prensa, tuvo en José Yves Limantour a uno de sus principales portavoces. Ver, Yolanda Baché Cortés y Margarita
Bosque Lastra, Escenario del Duque Job, México, UNAM, 2001, p. 21.
62. Respecto de las etapas (o estados) de la humanidad que marca el positivismo comteano, a saber: teológico, metafísico
y positivo, la inteligencia porfiriana ubica a México en el estado metafísico, a medio caballo entre la razón y la creencia,
ejemplarizado en la constitución de 1857.
57
Y es que el positivismo en general y el porfirismo en particular no tratan de
cuestionar la existencia de las clases dominantes, ni sus escandalosos privilegios
frente a las clases desposeídas. Buscan únicamente dar a la sociedad una
dirección que la lleve a niveles superiores, dotar a las acciones particulares de un
orden que le diera sentido en esa gran suma de esfuerzos por hacer del México
decimonónico una nación moderna.
El disfraz positivista no estaba destinado a engañar al pueblo, sino a ocultar la desnudez
moral del régimen a sus mismos usufructuarios. Pues esas ideas no justificaban las
jerarquías sociales ante los desheredados (a quienes la religión católica reservaba un sitio
de elección en el más allá y el liberalismo otorgaba la dignidad de hombres). La nueva
filosofía no tenía nada que ofrecer a los pobres; su función consistía en justificar la
63
conciencia —la mauvaise consciente— de la burguesía europea.
Una de las figuras más importantes del “círculo científico” en este renglón fue
Gabino Barreda (1808-1881), quien tomara clases directamente con Augusto
Comte entre 1849 y 1851; a él se debe la fundación de la Escuela Nacional
Preparatoria y la ley de Reforma de la Instrucción Pública de 1867.
Este grupo de intelectuales creía aplicable a la realidad mexicana la doctrina
positivista de los tres estadios o etapas de la humanidad; la teológica, la
metafísica y la positiva. México, país ‘religioso’ en su origen y ‘metafísico’ en
tiempos de la Reforma liberal, podía acceder a una etapa ‘positiva’ a costa de
sacrificar el fanatismo religioso y la libertad abstracta por la triada de valores que,
a la postre, serían la divisa de don Porfirio: orden, paz, progreso.
Uno de los escritores sinaloenses más celebrados en su entorno, Francisco
Gómez Flores, expresa con meridiana claridad, su ferviente apuesta por la
ideología positivista64 que asume el porfiriato como dirección espiritual de la
63. Octavio Paz, op. cit., pp. 142-144.
64. Sobre el uso de los términos ideología positivista, dirección espiritual, intelectualidad, me remito a la concepción
gramsciana que considera a la ideología como una concepción del mundo y asigna a los intelectuales un papel de
mediadores entre lo que él denomina sociedad civil y sociedad política. Gramsci es acaso el primer marxista en advertir
la debilidad teórica del marxismo clásico que restaba importancia a la dimensión super estructural en beneficio de los
factores económicos. Ver sus Cuadernos de la cárcel, sobre todo aquellos que se agrupan en Literatura y vida nacional.
Sobre la primacía de “lo” económico en la historia y el posterior estudio de los fenómenos históricos que la explican, así
como de las herramientas conceptuales requeridas para este propósito, E. P. Thompson, también desde el marxismo,
nos muestra las ventajas de abandonar los enfoques deterministas que no se corresponden con el carácter circular que
58
sociedad a la cual representa en tanto gobierno. Llamo la atención sobre este
punto para ilustrar cómo se inserta la intelectualidad de provincia a los dictados del
centro de país; resaltar la capacidad de apropiarse y reproducir un discurso de
poder coherente y sólido desde una perspectiva local; señalar cómo el positivismo
es el sistema doctrinario que cohesiona las diversas prácticas y lecturas del
mundo.
La Escuela es el taller de la inteligencia, como alguien ha dicho, y la enseñanza primaria, la
semilla de la civilización; pero debe tenerse presente que la inteligencia no es una fuerza
aislada en la máquina humana, sino la resultante de las energías todas del individuo. Por lo
tanto, según Herbert Spencer, debe educarse el cuerpo al mismo tiempo que el espíritu.
Mens sana in corpore sano, tal debe ser el ideal pedagógico. Puede decirse que la moral es
la salud del alma, como la higiene es la salud del cuerpo; y de aquí la necesidad de una
instrucción sólida, sana, viril, que forme hombres virtuosos para la familia y ciudadanos útiles
65
para la patria.
La alusión expresa a Hebert Spencer66 y la definición del hombre como “máquina
Humana” , ponen a Gómez Flores en la tesitura de una concepción mecanicista de
la sociedad, que parece no casar del todo con las aspiraciones espirituales que
como hombre de letras suscribe en otras partes de su obra.
Ya antes el grupo ideológico pionero conformado por los autores de un efímero
periódico liberal, cuyo nombre es por demás redundante y paradójico (La libertad),
había manifestado: “Declaramos no comprender la libertad si no es realizada
dentro del orden, y somos por eso conservadores; ni el orden si no es el impulso
normal hacia el progreso, y somos por tanto liberales”. Este periódico convocaba
las plumas de Justo y Santiago Sierra, Francisco G. Cosme, Telésforo García y
Jorge Hammeken.
se da entre las diversos estratos de la sociedad. Su clásico Historia de la clase obrera en Inglaterra es referencia
obligada en su producción, pero en Miseria del historicismo es donde argumenta de manera más sistemática al
respecto. Adscribo también, la problemática planteada por Roger Chartier, en el sentido el mundo es una construcción
que éste se hace de sí mismo, mediante la producción, consumo y reproducción de representaciones, y su propuesta
de leer el mundo desde la perspectiva cultural.
65. Francisco Gómez Flores, Narraciones y caprichos, México, Tipografía de Ignacio M. Gastélum, 1889.
66. Para Spencer la materia tiene dos formas: inorgánica y orgánica. Se interesa básicamente por la orgánica, a la que
divide en biológica y social. Ambas participan de una primera ley: tienen capacidad para crecer. La segunda ley nos
indica que ese crecimiento se resuelve en un complejo de estructuras y funciones (no hay estructuras sin funciones y
viceversa). La sociología se ocupa del estudio de la estructura y funciones de la sociedad, concebida ésta como un
conglomerado de individuos sometidos a constantes transformaciones que van de lo incoherente a lo coherente y de lo
homogéneo a lo heterogéneo.
59
Pero donde mejor se palpa la matriz ideológica del porfiriato es en el terreno
historiográfico: en efecto, la monumental obra de Vicente Riva Palacio confirma en
el pasado mexicano una vocación teleológica del devenir histórico.
Vicente Riva Palacio, el destacado político, periodista, novelista y defensor armado de la
patria (…) fue el primero en diseñar una gran empresa historiadora que le brindara unidad y
coherencia a los distintos pasados del país que entonces contendían uno contra el otro. Riva
Palacio imaginó un libro que contara las diversas historias de la nación bajo un hilo
conductor unitario. En esa búsqueda encontró que las doctrinas entonces en boga de
augusto Comte, Hebert Spencer y Charles Darwin podrían servir a ese propósito, pues sus
obras sostenían la tesis de la evolución continua de la naturaleza y las sociedades
67
humanas.
Como se deja ver, la influencia positivista marcó el rumbo material y espiritual del
país. Un rumbo que no admitía reparos de ninguna índole, pues el fin supremo
justifica todos los medios, reduce las atrocidades a meros accidentes, a meras
eventualidades insignificantes o, simplemente, a hechos naturales, irrevocables.
Como observa Leopoldo Zea, uno de los estudiosos más destacados del tema:
El ideal de un nuevo orden social en el cual los intereses de sus clases quedaran
justificados. A la idea revolucionaria de una libertad sin límites, opuso la idea de una libertad
ordenada, de una libertad que sólo sirviera al orden. A la idea de la igualdad opuso la idea
de una jerarquía social. Ningún hombre es igual a otro; todos los hombres tienen un
determinado puesto social. Este puesto social no podía ser determinado a la manera como lo
hacía el antiguo orden, es decir, por la gracia de Dios o de la sangre, sino por el trabajo […]
En este nuevo orden todos los hombres reconocerían lo justo de su puesto en la sociedad,
68
porque este puesto dependería de las capacidades de cada uno.
Para el positivismo porfiriano el rol de los individuos en la sociedad quedaba
reducido a meros portadores del orden natural, de modo que los intelectuales que
daban sustento a esta concepción del mundo eran considerados engranajes de
una maquinaria estatal que se reproducía a sí misma: más que Leviatán el estado
era, como dice Octavio Paz, un ogro filantrópico. Los “científicos” porfirianos
67. Enrique Florescano, Imágenes de la patria, México, Taurus, 2005, p. 205. La gran empresa historiográfica que
representó México a través de los siglos fue dirigida por Vicente Riva Palacio, y se anunciaba una obra única en su
género, por tratarse, según publicidad de la época de “una Historia general y completa del desenvolvimiento social,
político, religioso, militar, artístico, científico y literario de México desde la antigüedad más remota hasta la época
actual”. La obra se dividió en cinco tomos: Tomo I: Historia antigua y de la conquista (desde la antigüedad hasta 1521)
por Alfredo Chavero; t. II: Historia del Virreinato (1521-1807) por Vicente Riva Palacio; t. III: La Guerra de Independencia
(1808-1821) por Julio Zárate; Tomo IV: México independiente (1821-1855) por Juan de Dios Arias, quien murió mientras
lo escribía, y fue continuado por Enrique de Olavaria y Ferrari; Tomo V: La Reforma (1855-1867) por José María Vigil.
Posteriormente la obra se editaría en diez tomos, para hacer más fácil su consulta, o su comercialización; o ambas
cosas.
68. Leopoldo Zea, El positivismo en México, México, FCE, 1968, p. 43.
60
encarnaban a la perfección la idea del intelectual orgánico estudiada por Gramsci,
pues dotaban a las decisiones estatales de una dirección ética, justificando (y
diseñando) todas las acciones de gobierno.
Comte considera que es necesario que haya en la sociedad hombres que dirijan y
trabajadores que obedezcan. Superiores e inferiores deben estar subordinados a la
sociedad. La sociedad debe estar por encima de los derechos de los individuos. En ella los
filósofos y los sabios bien preparados deberán dirigirla dentro del orden más estricto,
69
conduciéndola hacia el progreso más alto.
Bajo estas premisas, la instauración de una elite iluminada, que diera sentido y
conducción a la práctica ciega de las grandes masa de trabajadores, era vista
como una condición necesaria para el desarrollo del país.
Es en este sentido que uno de los más lúcidos opositores porfiristas, Antonio Díaz
Soto y Gama, considera que los científicos representan el ala más conservadora
de la inteligencia porfiriana, enclavada en puestos para favorecer intereses
espúreos y beneficiarse económicamente a cambio de sus buenos oficios. Por ello
el intelectual más destacado del zapatismo los considera “ex lerdistas, protegidos
por el ministro de Gobernación”, interesados en implantar un régimen plutocrático;
era este grupo, según sus consideraciones, el poder detrás del poder:
[Eran] colaboradores en torno del porfirismo, extraídos los unos de las clases acaudaladas, y
procedentes los otros de la juventud intelectual que, influida por las corrientes ideológicas de
la época, se aprestaba a servir de elemento orientador de la plutocracia mexicana en su
70
camino hacia la conquista del poder.
Por su parte, el novelista José López Portillo y Rojas, al que no se le puede tachar
de malediciente, pero que tampoco acusa ingenuidad en los juicios que emite
sobre su tiempo y sus contemporáneos, retrata este aspecto de la política
porfirista, usufructuada por lo “científicos” de la siguiente manera:
69. Ibid, p. 44.
70. Antonio Díaz Gama y Soto, Historia del agrarismo en México, Rescate, prólogo y estudio biográfico por Pedro Castro,
México, Ediciones Era-Conaculta-UAM Iztapalapa, p. 476.
61
Estrechamente ligados con Limantour, que tenía las llaves del tesoro y que dominaba
prácticamente a los demás ministros, eran los hombres de la situación y en sus manos
estaba la suerte de todas las empresas […] Eran apoderados de fuertes compañías
extranjeras, principalmente inglesas, americanas y francesas; arreglaban concesiones de
bancos locales, de minas ricas, de explotaciones petrolíferas y de toda clase de empresas
opulentas. Los clientes, tanto nacionales como extranjeros, sabedores de que aquellos
personajes podían llevar a buen término todos sus asuntos, ocurrían a ellos en masa, y
andaban solicitando su patrimonio como cosa preciosa e indispensable. Las antesalas de los
‘científicos’ veíanse pobladas día a día de grandes empresarios, ricos terratenientes,
capitalistas deseosos de invertir sus caudales, y de toda especie de peso y valer, que
procuraba asegurar o agrandar su fortuna. Y por aquel medio establecíase una corriente
constante de dinero, que iba de los bolsillos de los particulares a las cajas de los abogados y
negociantes de la mentada filiación. Y así, las anualidades de éstos eran de cantidades
fabulosas; de tal suerte que ni los ministros ni el presidente mismo, tenían entradas más
71
considerables que las suyas.
Como se ve, el presidente Díaz acapara para sí el poder político, pero deja en
manos de los científicos los destinos económicos del país, auspiciando de esta
manera a una camarilla facciosa cuyo poder se extendía en los diversos órdenes y
regiones del México decimonónico. Este grupo de intelectuales, mal vistos y mal
queridos por el resto de la población, dominó por completo la realidad y el
imaginario nacional.
Ya en pleno declive del porfiriato, surgió otro grupo de jóvenes brillantes, en
verdad talentosos; Alfonso Reyes, hijo del general Bernardo Reyes, primero aliado
y posteriormente rival de Porfirio Díaz; José Vasconcelos, que al igual que Reyes
fue candidato a presidente de la república; Pedro Henríquez Ureña entre otros. A
este grupo se le conoció como el Ateneo de la Juventud y a él perteneció (ya
entrado en canas) el poeta Enrique González Martínez, al poco tiempo de
abandonar definitivamente el solar sinaloense.
71. José López Portillo y Rojas, Apud, Antonio Díaz Gama y Soto, op. cit., p. 483. Por su parte Luis González nos dice en
La ronda de las generaciones, que: “En el orden económico, los científicos formaron una élite de mercaderes e
industriosos como nunca se había visto antes: numerosa, sin ningunas aficiones por la agricultura señorial y consuntiva,
poco inclinada al lucro agrícola, proclive a la industria, maniática de la minería ya no solo de metales preciosos, adicta a
los ferrocarriles, la banca, la construcción, el comercio de exportaciones e importaciones, verdaderamente
empresarial...”, p. 44. “En los últimos años de la dictadura, el deleite supremo del general Díaz —un deleite mayor que
todo deleite humano y divino— era escuchar calumnias sobre los científicos. Se les echaba en cara en los mentideros
de la clase media, su desmedido amor al mando, su afán de lucro, sus crecientes concesiones a los extranjeros, su
ciencia sosa, su insensibilidad para el misterio y la religión, su monotonía solemne y aburrida, su alarde de mármoles,
maderas finas, escudos y joyas. Las acusaciones de monarquismo, capitalismo, extranjerismo, positivismo, ateísmo,
aburrimiento, orgullo y malgusto se hacían principalmente a los limanturistas”, p. 49.
62
Siguiendo los preceptos de sus consejeros áulicos el viejo general tiende las redes
físicas y mentales para que la sociedad mexicana arribe, entre tímida,
sorprendida, a la tan ansiada modernidad. Los cambios son vertiginosos, si
echamos cuentas de la lentitud con que éstos se sucedían en el recién
defenestrado régimen. Había una especie de voluntad de cambio que trataba, sin
embargo, de mantener sin alteración la estructura político económica. Se
cambiaba para no cambiar.
Porfirio Díaz según Octavio Paz:
Organiza el país, pero prolonga un feudalismo anacrónico e impío, que nada suavizaba (las
Leyes de Indias contenían preceptos que protegían a los indios). Estimula el comercio,
construye ferrocarriles, limpia de deudas la Hacienda Pública y crea las primeras industrias
72
modernas, pero abre las puertas al capitalismo angloamericano.
En efecto, la apertura económica que México experimentó frente al capital
norteamericano se dio en diferentes niveles: concesiones en la explotación
minera, tendido de vías férreas, cableado telegráfico y telefónico, la explotación
petrolera, etcétera, lo que no significó, sin embargo una entrega total hacia el
vecino del norte. Se trataba de un impulso que buscaba remediar el retraso
secular del país a partir de fuerzas externas, fuerzas que inyectasen en la
economía mexicana una suerte de vacuna contra la pobreza atávica que parecía
marcar el destino, primero de un pueblo y ahora de una nación.
Pero con todo y el enorme poderío económico que los Estados Unidos
adquirieron, en el terreno espiritual fue Europa el referente obligado para calibrar
el grado de modernidad al que aspiraba. Y sobre todo Francia, cuyo resplandor
encandilaba a la nueva aristocracia mexicana.
Mirarse en el espejo de Europa exigía a esta nueva élite, bautizada por
Vasconcelos como “la aristocracia pulquera”, una actitud mimética, casi
camaleónica: no bastaba con copiar, había que reproducir los gestos, las
72. Octavio Paz, op. cit., p. 141.
63
actitudes, las maneras; había que asimilar el concepto del mundo con el que los
europeos manejaban sus vidas, había que gozar su arte y embelesarse con su
arquitectura, participar de su ciencia, arrebolarse con su música, regodearse en su
teatro a fuerza de bostezos e incomprensiones de todo tipo. Había que
mundializarse y, si Francia era “la capital mundial del siglo XIX” (la expresión es de
Walter Benjamín), había que afrancesarse.
Las construcciones coloniales fueron parcialmente sustituidas por una ville francesa donde
destacaron las grandes mansiones convertidas en hôteles, esto es, en casa de muchas
habitaciones edificadas en el “genuino” estilo neorrenacentista y hasta con mansardas que,
73
debido a las condiciones climatológicas de la ciudad, extrañamente recibieron la nieve.
Por eso, si al periodo que va de la jura de la Constitución del 57, pasa por la
Guerra de Reforma y finalmente desemboca en la Intervención francesa, se le
conoce como la Gran Década Nacional, al periodo que arranca el lunes 1 de
diciembre de 1884, fecha que toma posesión como presidente de México hasta el
25 de mayo de 1911 que renuncia al cargo, habría que llamarle la Belle époque
mexicana. Durante ese lapso el país se cundió de edificaciones de los más
diversos estilos arquitectónicos: Clásicos (palacio de Minería), Neoclásicos
(fabrica de cigarros “La moderna”), Neorrománica (Iglesia de San Felipe de
Jesús), Art Noveau (Gran Hotel de México), Neobarroca (Casa Boker), Ecléctica
(edificio de Correos).
Es en este aspecto que cobra sentido el arribo a México de una serie de
arquitectos, entre los que sobresalen Adamo Boari (el Teatro Nacional, hoy
Palacio de Bellas Artes), Silvio Contri (Palacio de Comunicaciones y Obras
Públicas), Luis Long (Palacio de Gobierno de Guanajuato, Gto.), Emilie Benard
(sede de la Cámara de Diputados), Ernest Brunel (Mercado Hidalgo de
Guanajuato, Gto.), todos ellos con una gran trayectoria. A esta figuras hay que
agregar la incorporación de arquitectos mexicanos que regresaban de sus
estudios en el extranjero, o de otros que colaboraron estrechamente con los
primeros y de esa manera se convirtieron en sus discípulos. Tal es el caso de
73. Yolanda Bache Cortés y Margarita Bosque Lastra, Escenario del Duque Job, México, UNAM, pp. 21-22.
64
Manuel Ortiz Monasterio, Bernardo Calderón, Ignacio Marquina y Federico
Mariscal, que se formaron de la mano de Adamo Boari. Por último, arquitectos
mexicanos con una trayectoria propia: Mauricio Campos (Asamblea de
representantes), Miguel Ángel de Quevedo (Templo del Buen Tono), a quien se
debe la realización del vivero de Coyoacán, verdadero pulmón de una urbe que a
la sazón era considerada “la región más transparente del aire”, y Leopoldo Batres,
representante de un movimiento pro nacionalista que surgió a raíz de los hallazgos
arqueológicos que parecían brotar de las excavaciones de cimentación que tales
construcciones exigían. Se trataba de verdaderso geyseres de la historia.
En vista de la vigencia del Clasicismo a lo largo del siglo XIX, todavía le alcanza
para ganar el concurso internacional para la edificación del Palacio Legislativo en
1899, cuyo autor fue Emile Bénard.
La importancia del comercio generó una concepción arquitectónica acorde con los
requerimientos de funcionalidad que exigían las novedosas tiendas departamentales hechas a imagen y semejanza de sus similares europeas. El comercio de
ropa cobró un auge impresionante; esto se puede corroborar por medio de la
consulta de publicaciones especializadas en moda y sociedad, vgr. Diversiones o
algunos de los muchos suplementos “culturales” que aparecían preferentemente
los fines de semana en los diarios de la época.
La modernidad porfiriana trajo consigo una serie de cambios en la producción y
reproducción de la cotidianidad mexicana, lo cual puede medirse en la
administración del tiempo libre y los usos del ocio. Es cierto que el tiempo “libre”
puede parecer un término confuso si no se lo delimita socialmente, esto es, si no
se establecen los requerimientos de carácter fisiológico que la fuerza de trabajo
necesita para reponerse y poder estar en condición de ofertarse para una jornada
más.74
74. Carlos Marx, El Capital, Buenos Aires, 1974, particularmente los capítulos
X “La jornada de trabajo”, t. I.
VI
“Compra y venta de la fuerza de trabajo” y
65
Como es conocido, hasta la segunda década del siglo XX se establece en México
la jornada laboral de ocho horas (y no en todos los giros), lo que coloca al
trabajador de la época porfirista al arbitrio de los intereses del patrón, y con nulas
posibilidades de defenderse en este terreno. De este modo, el tiempo libre, la
diversión, el ocio, no corren parejos para la sociedad en su conjunto: a la sociedad
baja le correspondía la pulquerías y los mercados; a la high society los salones de
lujo y el Jockey Club recién estrenado en la “casa de los azulejos”. Este último
contaba con salones para recepción y salas de juego, biblioteca, sala para
esgrima y restaurante. Desapareció en 1914, lo que arroja una existencia de más
de tres décadas.
El 23 de abril de 1882 se inauguró el Hipódromo de Peralvillo, fundado (al igual
que el Jockey Club) por Pedro Rincón Gallardo en un predio de 600 000 metros
cuadrados, con un costo de 30 000 pesos. Las carreras de caballos, desde
siempre, y casi por definición, son un entretenimiento para las clases
acomodadas. Con la construcción de este inmueble, sin embargo la brecha
pareció abrirse más pues las carreras de taste adquirirían desde entonces y para
siempre un color pueblerino frente a las aristocráticas carreras bajo techo. Otros
sitios de esparcimiento fueron el Tívoli de San Cosme, cuyos jardines,
restaurantes, kioskos, boliches, salones de baile eran centro de reunión de fiestas
y banquetes de la aristocracia porfiriana.
El empresario Robert E. Evans abrió una escuela de patinaje en el Callejón de
Santa Clara, un skating ring como le llamaba la publicidad a ese “sport” de la high
society:
Los patines ¿esa es la gran preocupación […]. El salón de skating debía llamarse el salón de
las mil y una caídas. Un joven amigo mío dice todas las noches al entrar: —Deme usted seis
reales de porrazos. Y —¡cosa rara!— el pollo que se avergonzaría de tropezar en una calle,
75
cae sentado o de espaldas, sin avergonzarse, ante numerosísimo concurso.
75. El Duque Job, La Libertad, año VI, núm. 84, 15 de abril de 1883.
66
Con todo, el pueblo tenía sus diversiones y entretenimientos “familiares”: el
célebre payaso Ricardo Bell, los circos (Jordán y Magnolia, entre muchos otros) y
carpas que presentaban a la mujer mosca; a la mujer araña “—¿por qué está
usted así?, —Por desobedecer a mis padres”; la niña Sanzón; La señora
Yamamoto, que escalaba filosos peldaños sin rasgarse las medias; los fakires,
verdaderos artistas del hambre, como el del relato kafkiano, y más, mucho más.
Otras fuentes de diversión eran las disputas (diversas y perversas, pero altamente
cohesionantes): hombres contra hombres (box amateur o callejero), hombres
contra animales (en 1887 se legalizaron las corridas de toros que antes habían
sido suspendidas),76 animales contra animales (peleas de gallos, pero también
toros de Santín contra leones; en 1887 en la plaza de San Rafael disputaron un
toro y un elefante: contra todas las expectativas, ganó el elefante; es decir, salvó
su vida, y si bien no salió en hombros del respetable, tampoco lo sacaron a rastras
como al ya nunca más invicto astado: ¡Torito!
En la ciudad de México se ejerció la tauromaquia hasta que la ley de “dotación del
Fondo Municipal” del 28 de noviembre de 1867, en su parte relativa a diversiones,
estableció que las corridas no se consideraban entre las diversiones públicas
permitidas y por los mismo, decía, “no se podrá dar licencia para ellas, ni por los
ayuntamientos, ni por el gobernador del Distrito Federal, en ningún lugar del
mismo”.77 La prohibición de las corridas taurinas en la capital de la república sólo
logró que durante dos décadas el “efecto cucaracha” trasladara públicos, diestros
y astados a Cuautitlán, Texcoco, Toluca, Puebla y puntos intermedios. Esto, por sí
sólo nos habla del anclaje profundo de esta práctica cultural en esta sangrante
época. Su propio carácter masivo, para utilizar una expresión posmoderna,
suponía un venero de larga duración.
76. Op. cit.
77. María del Carmen Vázquez, “Charros contra Gentlemen. Un episodio de identidad en la historia de la tauromaquia
mexicana ‘moderna’, 1886-1905”, en Claudia Agostioni y Elisa Speckman, Editoras, Modernidad, tradición y alteridad.
La ciudad de México en el cambio de siglo (XIX-XX), México, UNAM, 2001, p. 161.
67
Un año después de levantarse la prohibición de la tauromaquia, las publicaciones
periódicas sobre el tema se multiplicaron: El arte de la lidia, El Monosabio, La
Muleta, La Banderilla, El Arte del Toro, El Toreo, El Correo de los Toros, El Torero
y La Gaceta de los Toros.78
Pese a su filón altamente popular, las corridas de toros eran arropadas por las
elites: en El Imparcial, por ejemplo, se hablaba “de los toros como un sport que, a
diferencia del football y del pugilato, era el único que la gente había aprendido a
amar por sus colores vivos, por sus notas brillantes, sus oros, sus elegancias, sus
manifestaciones varoniles”.79
Un capítulo especial sobre las corridas de toros lo constituye, qué duda cabe, la
polémica alimentada por dos figuras de la época: Ponciano Díaz y Luis Mazzantini,
pues en ella se juega el jaloneo que implica la triada tradición-asimilación-ruptura.
Se trata de un proceso de hibridación, de un proceso de registro-recreación de un
ritual secularizado hasta la ignominia. Todo esto con una alta dosis de
manipulación y demagogia.
En la capital de la República aparecieron grandes tiendas y almacenes, a
semejanza de los que se publicitaban en los rotativos europeos y estadunidenses
que circulaban entre las clases altas: El Palacio de Hierro, Mosler, Pellandini,
Sombreros Tardán, Zapatería Excelsior, etcétera. Los periódicos de la época
retratan con nitidez el vuelco comercial que la sociedad mexicana experimentaba
en esos días (sobre todo a partir de la supresión de las alcabalas y la invención de
una naciente clase media moderna y pujante),80 tan sólo abrir sus páginas y pasar
la mirada sobre la publicidad nos percatamos cómo el consumo se diversifica y se
restringe al mismo tiempo: Procter & Gamble anuncia sopas enlatadas; Dermo
78. Moisés González Navarro, Historia moderna de México, México, Hermes, 1970, p. 132.
79. María del Carmen Vazquez, op. cit., p. 165.
80. En Los grandes problemas nacionales Andrés Molina Enríquez “la persona que conoció con mayor detalle la realidad
mexicana, por lo menos de una región bastante significativa”, (Álvaro Matute), plantea el asunto de la clase media en los
siguientes términos: “…no existen en nuestro país las clases medias propiamente dichas, es decir, las clases medias
propietarias, pues los mestizos directores, profesionistas, empleados y ejército, no son en suma, sino clases que viven
de las trabajadoras, y por lo mismo, privilegiadas también.” Fuente: Andrés Molina Enríquez, “Los grandes problemas
nacionales”, México, A. Carranza e hijos, 1909, p. 213-221, en Álvaro Matute, México en el siglo XIX. Fuentes e
interpretaciones históricas, México, UNAM, tercera edición, 1981.
68
Prada una solución contra las verrugas; Droguerías Grisi perfumería inglesa y
francesa; Restaurante Asturias, gastronomía española; Johnnie Walker (“nacido
10 años antes que Don Porfirio” como reza la publicidad aparecida en la edición
de Clío) wisky escocés; High Life, sastrería masculina de etiqueta; Banco de
Londres y México, “servicios bancarios de primera línea para el progreso de
México y los mexicanos”; y un largo etcétera.
Cosas grandes y maravillosas se vieron en la antigua ciudad de los palacios de los
primeros tiempos del reinado porfiriano. Los charcos hediondos, los callejones
sucios y oscuros, desaparecieron del mapa. En su lugar aparecieron calles rectas
y pavimentadas, alumbrado público, agua potable. Las luces de hidrógeno
pasaron a la historia. Las sustituyeron en 1898, los elegantes postes eléctricos
tendidos por la compañía Siemens y Halske. El centenario problema de las
inundaciones, con su cauda de insalubridad, se atenuó, gracias a los colectores
ideados en 1898 por los ingenieros José María Velázquez y Roberto Gayol, y al
largo canal subterráneo de desalojo de aguas negras construido por la compañía
consentida de aquellos tiempos y de aquel presidente: S. Pearson and Son. La
ingeniería de la ciudad venía de Londres, pero la estética, como siempre, de
París.81
Para las generaciones del siglo XVIII el concepto de nación y el pasado indígena se
implican mutuamente, al grado tal que uno no podría siquiera pensarse al margen
del otro. Ignacio Ramírez el “nigromante” e Ignacio Manuel Altamirano son dos de
las figuras más destacadas en este empeño. El problema de la identidad nacional
corre al parejo con la reivindicación de las raíces precolombinas. Se trata de un
problema sociocultural de primer orden.
Por lo que hace al patrimonio material, la integración física del país se da gracias
al incremento en la red ferroviaria que pasa de 680 Km. de vías férreas en 1876 a
19 280 Km. en 1910, dicha integración trae aparejado el crecimiento comercial al
81. Ver Enrique Krauze y Fausto Zerón-Medina, “Porfirio. El poder (1884-1900)”, México, Clío, 1993.
69
interior del país y con el extranjero. La comunicación se hace cada vez más
expedita y cómoda; el telégrafo por su parte pasaban de 9 000 Km. en 1877 a
70 000 Km. en 1900 y el servicio postal cubría 90 000 Km. hacia 1910.
En 1910 México era el quinto productor mundial de oro; primero y segundo en
plata y cobre respectivamente, un país rico cundido de pobres; de los cuales será
el reino de los cielos.
Respecto a la relación que el presidente Díaz mantuvo con la iglesia,
particularmente la católica, hay que decir que fue una relación de estira y afloja; en
efecto, el anciano dictador era diestro en el arte de estirar la cuerda lo más
posible, sin que se ésta rompa.
Si el gobernador de Oaxaca, Félix Díaz, “el Chato”,82 organizó una expedición
punitiva a Juchitán, entró a caballo en la iglesia y extrajo de ella la imagen del
Santo patrono, San Vicente Ferre, la cual devolvió mutilada, el presidente Díaz
ensayó desde el principio una política de conciliación con la iglesia, que bien
pronto tuvo resultados favorables para la paz del país. De esta manera se daba un
giro de ciento ochenta grados respecto a los gobiernos emanados de la Reforma.
De las autoridades eclesiásticas mexicanas dos son claves en la sana cercanía
que el presidente Díaz mantuvo con la iglesia: el arzobispo de México, Pelagio
Antonio de Labastida y Dávalos y el primer arzobispo de Oaxaca Eulogio Gillow. El
primero de ellos había sido regente del Imperio, y era famosa y parecía no
perjudicarle en lo absoluto, su marcada inclinación por la Intervención francesa. El
otro era un sacerdote educado en Inglaterra; hijo de hacendados poblanos, Gillow
82. Cuatro años después del asesinato del ex gobernador de Oaxaca, Félix el “Chato” Díaz, don Porfirio, en su calidad de
jefe del ejército constitucionalista, asume el poder ejecutivo de la Unión el 28 de noviembre de 1876. De ese mismo año
data la siguiente composición:
Canción de Félix Díaz (1876)
¡Ay general Félix Díaz,
quien a ti te lo dijera,
que tú pusiste la hamaca
para que otro se meciera!
70
propiciaría un verdadero armisticio entre Estado e Iglesia. Ambos prelados
tomaron parte de sendos ritos sacramentales del general Días: Labastida y
Dávalos habría de casarlo en articulo de muerte con Delfina Ortega el 8 de abril de
1880, no sin antes certificar por escrito que su religión era la católica, que juró la
Constitución del 57 porque consideraba que no contravenía los dogmas católicos,
que no poseía bienes expropiados a la iglesia y que su pasado masónico era sólo
eso, cosa del pasado; Eulogio Gillow por su parte bendice el matrimonio de Díaz
con Carmelita Romero Rubio, hija de Manuel Romero Rubio, Constituyente del 57
y ministro de Relaciones Exteriores en el gobierno de Lerdo de Tejada. Ambos
enlaces matrimoniales serán más adelante bien recompensados: primero le toca a
Gillow: debido a sus buenos oficios con el gobierno de Díaz es nombrado en 1887
primer arzobispo de Oaxaca. Para tal ocasión el presidente le regala un anillo
pastoral con senda esmeralda rodeada de brillantes. Al arzobispo Pelagio le ayuda
en la edificación de la iglesia de san Felipe de Jesús, la cual fue inaugurada el 3
de febrero de 1897. En uno de los altares laterales se podía observar la escultura
de Plancarte y Labastida, obra del escultor Ponzaneli.83
La relación del Estado con la iglesia católica, sin embargo, no impidió a Díaz
presidir importantes ceremonias masónicas, ni mantener óptimas relaciones con el
ministro protestante Butler; por lo demás, es en el auge del porfiriato cuando se
funda en México la Young Men´s Christian Asociation (YMCA por sus siglas en
inglés, mejor conocida como la GUAY), de origen anglosajón.84 Tensar la cuerda y
no romperla, como se dijo más arriba, tal era la virtud de Díaz en su relación con la
Iglesia.
Como se ha visto hasta aquí, el porfiriato representa una parte de la historia
nacional que no puede admitir valoraciones maniqueas, pues lo suyo es el matiz.
Ni blanco ni negro: multicolor; se trata de un periodo plagado de agravios, pero
83. De Plancarte y Labastida, Gutiérrez Nájera (a quien casara el 2 de octubre de 1888 con Cecilia Mallefert), en una de sus
“Cartas de Junius”, comenta: “Hay en su rostro como los reflejos y vislumbres de una hermosa puesta de sol. Es un
hombre que se aproxima a los ochenta años. Todavía sonría a la naturaleza, a la juventud, a la desgracia, y lo último
que de ese rostro ha de irse es la sonrisa”, en Yolanda Bache Cortés y Margarita Bosque Lastra, op. cit., p. 34.
84. No es mi propósito discutir la estrecha relación entre la Iglesia (particularmente la protestante) y el nuevo régimen
(capitalista), pero sin duda alguna el tema reclama un estudio detallado, de largo aliento.
71
pródigo en consuelos, así se trate de meros paliativos que más tarde habrán de
significar nuevos agravios. Si bien es cierto que Díaz fue el “chillón de Huicamole”,
no lo es menos que en julio del 87, fue quien entregó la ciudad de México a su
paisano Benito Juárez. Si al final de su vida se lo ve bordeando las pirámides de
Egipto en burro, y más que evocar a Napoleón sugiere un hipotético Sancho
Panza huichol, durante sus días de gloria monto caballos (y yeguas) de gran
alzada. En fin, un historiador como don Luis González lo dice mejor, y con mayor
conocimiento:
Con todo, la pléyade porfírica, o segunda promoción liberal y romántica, no se merece el
purgatorio en que vive postmórtem. No cabe duda que instauró en su madurez la dictadura
del machete, pero como remate de una juventud muy patriótica. Es cierto que fue genocida,
que mató a muchos gringos, franchutes y paisanos, pero obtuvo que la gente dejara de
matarse, impuso tras el desorden el orden, suprimió a los eternos simpatizantes de
asonadas y pronunciamientos, instituyó la paz después de hacer la guerra. Conforme en que
no fue tan liberal, pura y jacobina como la pléyade de la Reforma, pues no tuvo filósofos y
85
era de modestos niveles cogitantes, pero en cuanto a dinamismo ninguna la superó.
2.2 El Cañedismo: modelo a escala
“Juntos luchamos, juntos subimos”, dijo el general Díaz a Francisco Cañedo
Belmonte al triunfo del movimiento tuxtepecano, y lo hizo gobernador del estado
de Sinaloa el 1 de junio de 1877, cargo que ostentaría hasta su muerte, acaecida
el 5 de junio de 1909 (“es un catarrito”, habría dicho a su familia un par de días
antes sobre lo que terminó siendo una pulmonía fulminante. Le falló el énfasis.).
Lo cierto es que la dilatada etapa que representa el porfiriato y que en Sinaloa se
conoce como Cañedismo, está llena de acontecimientos que bien valen la pena
revisar, sobre todo aquéllos que se enmarcan en el horizonte de expectativa que
produjo la modernidad (polvo de aquellos lodos) y que bien pueden arrojar luz
sobre los espacios de experiencia en que se finca eso que Hegel denominó como
“la prosa del mundo” o “el estado mundial de la prosa”, aspectos que la polvareda
revolucionaria eclipsó durante muchas décadas. A ese respecto, el estudio de las
85. Luis González, op. cit., p. 36.
72
cosas menudas, y menudo es el arte frente a la economía o la política, es el tema
de estas líneas. Y no todo el arte: apenas aquél que se materializa bajo la forma
de revistas culturales, subsidiarias de la literatura, la historia, la música, el teatro,
las tertulias, y todo aquello que va cincelando el perfil espiritual de una época, el
zeitgeist porfirano-cañedista para decirlo con los hermenéutas.86
Población por distritos (número de habitantes)
_______________________________________________________________________________
Distrito
1881
1886
1895
1900
1910
_______________________________________________________________________________
El Fuerte
27 927
31 453
31 570
45 530
50 490
Sinaloa
27 746
17 719
41 147
43 432
44 923
Mocorito
17 030
17 030
20 819
28 628
29 839
Badiraguato
—
16 278
17 594
16 923
19 961
Culiacán
38 340
35 652
37 803
44 344
52 349
Cosalá
18 378
17 349
18 217
21 399
21 751
San Ignacio
10 370
17 489
11 846
13 283
13 865
Concordia
12 929
16 551
17 940
17 817
19 159
Mazatlán
30 630
30 015
33 807
38 298
43 385
El Rosario
18 563
24 148
28 122
27 047
29 231
Total
201 918
223 684
258 865
296 701
324 323
_______________________________________________________________________________
Fuente: Martínez de Castro, Memoria General de la Administración Pública del Estado,
representada a la H. Legislatura por el Gobernador Constitucional C. Ingeniero…, el 15
de septiembre de 1881, Tipografía de Retes y Díaz, Culiacán, 1881. Cañedo Francisco,
Memoria General de la Administración Pública del Estado, presentada a la H. Legislatura
del mismo, por el Gobernador Constitucional C. General…, Culiacán, imprenta
Esteriotipada de Tomás Ramírez, 1886; Memoria General de la Administración Pública
del Estado, presentada a la 20º Legislatura por el Gobernador Constitucional C.
General…, Mazatlán, 2 vols. M. Retes, 1905.
La intelligencia cañedista
El 5 de mayo de 1872 se crea en Mazatlán el Liceo Rosales. Su principal
promotor: el gobernador en turno (y en apuros) licenciado Eustaquio Buelna
Pérez. Dicha institución educativa era la primera en ofrecer estudios de nivel
superior en la entidad y aparecía precisamente en la ciudad más cosmopolita de
86. Para los conceptos horizonte de expectativa y espacio de experiencia hay que retomar la tradición hermenéuticoontológica que se remonta a Heidegger atraviesa el discurso gadameriano y, finalmente, ancla en Reinhart Kosselleck.
De este último ver sobre todo: Futuro pasado: para una semántica de los tiempos pasados, Buenos aires, Paidós, 1993
e Historia y hermenéutica, Paidós, Buenos Aires, 2001. Sobre la prosa del mundo o estado mundial de la prosa que
Hegel abordó primero en su Estética y más tarde en las Lecciones sobre filosofía del derecho, ver el maravilloso libro de
Rafael Gutiérrez Girardot, Modernismo. Supuestos históricos y culturales, FCE, México, tercera edición, 2004. Prólogo de
José Emilio Pacheco.
73
Sinaloa, lo que no es sino un accidente pues el 4 de diciembre el Congreso del
Estado, siendo presidente de la República Lerdo de Tejada, sesionó en el citado
puerto que de esta manera se erigía (en la práctica) en capital de la entidad. El 23
de enero de 1873 Buelna acordó con el congreso local la declaración de Culiacán
como capital del estado, movimiento que arrastró consigo a la institución educativa
transformándose el 4 de marzo de 1874 en “Colegio Rosales” y teniendo como su
primer director al ingeniero Luis G. Orozco. Esta jugada política es asunto que los
mazatlecos aún guardan como tristemente célebre, aunque en su momento no
hicieron mucho por corregirla.
En un trabajo presentado en el X Congreso de Historia de la UAS, Arturo
Santamaría Gómez hilvana una serie de reflexiones sobre cuatro aspectos
nodales en el desarrollo de las sociedades modernas, como es el caso de la
sociedad sinaloense previa al Plan de la Noria: educación, representada sobre
todo por el Colegio Rosales; asentamiento del poder político, encarnado en el
gobierno estatal —esto se verá más claramente a partir del primer nombramiento
de Cañedo en 1877; formación de las clases hegemónicas, en este caso ausencia
de una burguesía nativa consolidada; y, finalmente, el desarrollo económico de la
entidad, mediante el impulso de una tecnología autóctona. Acaso el autor no lo
plantee de esa manera, pero mi lectura de su texto me lleva a estas conclusiones.
Dice Arturo Santamaría que:
El traslado del Liceo Rosales de Mazatlán a Culiacán no obedeció a ningún criterio de tipo
académico ni económico, sino al estrictamente político: al mudarse la capital del estado a
Culiacán, Eustaquio Buelna se lleva el Liceo Rosales.
En ese tiempo, al menos en México, no había un pensamiento académico tan elaborado que
hablase de la necesaria vinculación entre la educación superior y las necesidades
productivas del país. Se hablaba más bien de elevar mediante la educación la moral pública
del pueblo mexicano.
Así pues, la ausencia de un proyecto de desarrollo regional a largo plazo, con visión histórica
y apegado a las raíces locales que no impulsaron las elites sociales extranjeras que
dominaban en Mazatlán… dejó al más importante puerto comercial del Pacífico mexicano y a
la principal ciudad mexicana del noroeste de la época porfiriana, sin educación superior y sin
87
eje de la cultura y la educación general.
87. Arturo Santamaría Gómez, “Historia de un despojo cultural”, en Jorge Verdugo Quintero y Víctor A. Miguel Vélez,
Historia y región, Memoria del X Congreso de Historia Regional, Culiacán, UAS, 1996, p. 135.
74
En efecto, Mazatlán era con mucho la ciudad que mejor cuadraba para alojar a la
máxima casa de estudios de la época, en virtud de los elementos económicos y
socioculturales que sustentaba. En ocasión de del deceso de Ángela Peralta,
ocurrido el 30 de agosto de 1883 víctima de la fiebre amarilla que cundió en el
puerto, Francisco Gómez Flores se refirió así, tangencialmente, a la ciudad de
Mazatlán:
La espléndida solemnidad verificada ayer en honor de la gran artista mexicana que
fatalmente vino a perder la existencia en esta hermosa cuanto cultísima ciudad [...] el pueblo
de Mazatlán ha dado una prueba elocuente de su cultura y su patriotismo, acudiendo en
88
masa, sin distinción de clases sociales, a la significativa y patriótica ceremonia.
La verdad es que a fin de cuentas sucedió lo que vendrá a ser una constante en la
vida político-administrativa de los estados de la república: la capital estatal y su
máxima
casa
de
estudios
coinciden
espacialmente
en
sus
inicios,
y
paulatinamente la universidad estatal, o como se le designe en cada caso, cubre
el resto del territorio, según características geográficas y poblacionales propias de
las entidades o la región en que éstas se enclaven.
Como ya se señaló más arriba, el puerto de Mazatlán era punta de lanza en una
serie de actividades socioculturales, que lo ponían a la vanguardia de las ciudades
del noroeste de aquella época: el teatro y el periodismo son dos de las más
destacadas, pero no las únicas.
Respecto al teatro, hay que decir que en el puerto se realizaban funciones
profesionales y de aficionados desde la inauguración del Teatro Rubio en 1874.
Dicho inmueble fue mandado a construir por el rico empresario duranguense
Manuel Rubio, quien solicitó el permiso correspondiente al ayuntamiento del
puerto el 31 de agosto de 1869. El encargado de la construcción fue el ingeniero
Andrés Librado Tapia. Respecto al estilo arquitectónico, Librado Tapia aclara:
“...me he visto precisado en el proyecto a adoptar la forma que señala las plantas
y el orden dórico romano sin columnas empotradas para la fachada” y agregaba a
88. Francisco Gómez Flores, Narraciones y caprichos, Culiacán, Tipografía de Ignacio M. Gastélum, 1889, p. 82.
75
manera de excusa “...este orden es el que se acerca más al de la casa contigua ya
construida y al ancho de la calle en que debe dar frente”.
Durante los cinco años transcurridos entre el otorgamiento del permiso para su
edificación y la inauguración del Teatro Rubio, don Manuel Rubio falleció en un
viaje a San Francisco, de modo que fue su viuda, doña Vicenta Unzueta quien
habría de concluirlo; para venderlo sólo tres años más tarde a Juan Bautista
Hernández, quien junto con Manuel Mendía lo remodeló, convirtiéndolo en un
recinto fastuoso, digno de las compañías que a partir de entonces se presentaron,
e hicieron la delicia de los mazatlecos. Numerosos programas de elevada calidad
desfilaron por los escenarios del Teatro Rubio.
En 1883 arribó a Mazatlán Ángela Peralta el “ruiseñor mexicano”, como parte de
una gira profesional. No llegó a cantar, ni a fatigar el proscenio del teatro, pues
enfermó de fiebre amarilla a bordo del barco que la llevó como moderno caronte a
su última morada.
Para esas fechas, Ángela Peralta goza de una enorme popularidad y de
reconocimiento internacional, pues su registro sonoro y el profesionalismo que la
caracterizan, hacen de su arte un portento que raya en la perfección interpretativa.
En Cádiz se le bautiza de ruiseñor mexicano; el maestro Lampewrti en Milán la llama
angélica di voce e di nome, y un hijo de Donizetti en Bérgamo, conmovido hasta las lágrimas
89
con la ejecución de Lucia, la califica de la mejor intérprete de la divina opera de su padre.
La muerte de Angela Peralta, cuyo nombre completo era María de los Angeles
Manuela Tranquiliza Cirila Efrena Peralta Castera, está signada por el dramatismo
y marca, pone una seña de oprobio a la moral decimonónica tan llena de prejuicios
y absurdos, tan falsa y timorata, que no duda en flagelar a la mujer por conductas
que a su juicio ensucian las buenas costumbres. A la cantante no se le perdonaba
89. Francisco Gómez Flores, op. cit., p. 87.
76
su relación amorosa con su primo, el empresario de espectáculos Eugenio
Castera, con quien se casó en artículo de muerte.
En 1943, en ocasión de los festejos del carnaval mazatleco (que bien merece un
estudio que nos explique, entre otras cosas cómo es que pasó de ser una
manifestación popular vindicativa, para convertirse en esa comparsa mercadotécnica cuya máxima expresión es el consumo desmesurado de alcohol y
adyacentes), el teatro Rubio cambió su nombre por el de Ángela Peralta, honrando
así a la soprano que llegó al puerto a encontrarse con la muerte.
Otro de los teatros sinaloenses que dieron fama a la entidad fue el Apolo, de
tristes recuerdos; que fue derribado por el ingeniero Constantino Haza en 1848 por
favorecer así a los intereses, económicos, se entiende, de la poderosa familia
Clouthier, y que hoy se ostenta (parcialmente) como un escueto estacionamiento.
El teatro Apolo tiene una importancia en la historia de Sinaloa, particularmente de
Culiacán, en vista de que su construcción obligó al gobernador Martínez de Castro
a traer a estas tierras al arquitecto Luis F. Molina, quien más tarde se convertiría
en el “arquitecto de Culiacán”, pomposo título nobiliario (casi inmobiliario), que no
es respaldado por la nomenclatura de las calles de la ciudad, de la cual él se hizo
cargo en su momento.90
Se acercaba el final de la década de los ochenta cuando el gobernador Mariano
Martínez de Castro propuso la construcción de un teatro en la ciudad de Culiacán.
Más tarde (octubre de 1889) se trasladó a la capital de la República donde se
entrevistó en un prestigiado hotel de la ciudad de México con el joven arquitecto
Luis F. Molina con el propósito de contratarlo para la construcción de la obra.91
90. Hará cosa de diez años el arquitecto Molina alcanzó calle: un boulevard que da a la colonia polular “Los Huizaches”,
ostenta su nombre.
91. Martín Sandoval, Luis F. Molina y la arquitectura porfirista en la ciudad de Culiacán, México, Difocur, 2002, p. 132.
77
En su “memoria hológrafa” el propio Molina nos ofrece interesantes bocetos del
escarpado itinerario que tuvo que cumplirse para llevar a buen fin la empresa:
El señor Martínez de Castro me dijo que tenía interés en hacer un teatro en la capital de su
estado y que con las referencias que le había dado su maigo el señor (nombre) Rubio, me
invitaba para que me hiciera cargo de esta obra, de suyo interesante.
Mi contestación inmediata fue la siguiente, poco más o menos: Señor Gobernador, hace un
año el señor ingeniero Manuel Calderón me hizo este ofrecimiento, que no acepté por
razones personales y que yo consideraba perjudiciales al porvenir que ofrecía mi profesión,
si me alejaba de esta capital (la ciudad de México, se entiende), y por tal motivo sentía yo no
92
poder aceptar dicho ofrecimiento, dándole las gracias más cumplidas por ello.
No obstante el comedido y fino rechazo, el gobernador Martínez de Castro insistió.
Por ello, y a instancias de su padre, Molina tuvo que pedir consejo a algunas
personas, entre ellas el Lic. Ignacio L. Vallarta, Manuel María Contreras y al
ingeniero Manuel Calderón, este último intermediario entre el gobernador
sinaloense y el joven arquitecto. El licenciado Vallarta se expresó como sigue:
Yo creo que como usted es joven y ya que tiene la oportunidad de que le ofrezcan un buen
trabajo, debe usted aceptarlo, con el propósito de que una vez terminado, se regrese a esta
ciudad, en ejercicio de su profesión. Es más, el señor Martínez de Castro es una persona
caballerosa y digna de tenerle confianza, no así se tratara del General Cañedo, quien
93
también había sido gobernador, del que nada bueno se podía esperar.
Finalmente el acuerdo se concretó y una calurosa tarde el arquitecto Molina se
hospedaba en el hotel Ferrocarril, que más tarde se llamaría hotel Rosales, por
tener sitio en la calle del mismo nombre. El anhelado Apolo irrumpía en la historia
sinaloense:
Molina inicia en 1892 esta obra apoyada por la rica burguesía porfirista, encabezada por
Amado Andrade y Severiano Tamayo, formándose una directiva presidida por Angel Urrea,
quien bautizó el inmueble con el nombre de Apolo. La obra se terminó en 1894 con un costo
94
de 68 mil pesos.
92. Luis F. Molina. El mundo de Molina. Memoria hológrafa de Luis F. Molina, el arquitecto de la ciudad de Culiacán,
Culiacán, Gobierno del Estado de Sinaloa, 2003, p. 56.
93. Op. cit., p. 57.
94. Diccionario de la cultura sinaloense, Culiacán, Gobierno de Estado de Sinaloa, 2002, p. 234.
78
Pero la obra arquitectónica de Molina no concluye con este desaparecido
inmueble: su trabajo posterior es arduo y múltiple. El mismo arquitecto Molina nos
brinda un resumen que da cuenta de la importante contribución de su trabajo
profesional en la configuración del paisaje arquitectónico de la ciudad, tanto de
edificaciones y espacios públicos, como de construcciones de carácter privado:
Resumen de las obras que hice en Culiacán
En el tiempo que permanecí en Culiacán hice las siguientes obras, tanto del Estado como de
Ayuntamiento, habiendo desempeñado puestos de responsabilidad, unos con sueldos y
otros sin él en las administraciones de que fueron gobernadores los señores Mariano
Martínez de Castro, el General Francisco Cañedo y dos Diego Redo.
Del Estado hice las siguientes obras: Teatro Apolo, Puente Cañedo en lo que está hecho de
mampostería, Cuartel Rosales, Escuela Correccional, Colegio Civil Rosales, Plaza Rosales,
monumentos a Corona y a Rosales, Monumento a Juárez, kiosco de la plaza Rosales (ya
desaparecido), Cárcel Municipal y oficinas de los juzgados, reforma al Palacio de Gobierno,
Cuartel.
Del Ayuntamiento hice las siguientes obras: Nomenclatura de las calles y numeración de las
casas, Escuela Benito Juárez, calle Dos de abril, Palacio Municipal, ampliación y
alineamiento de muchas calles, Parque Rosales y juegos para niños, vivero de árboles de
ornato, Escuela de Bachigualato.
De particulares hice las siguientes obras: Casa del General Cañedo, casa del licenciado
Eriberto Zazueta, en la calle Rosales; casa del señor Martínez de Castro, esquina de las
calles Rosales y Donato Guerra; casa de comercio de los señores Luis y Francisco Diez
Martínez; casa del licenciado Alejandro Buelna, contigua a su casa habitación; casa de renta
del señor Felipe Gómez y proyecto de una escuela para Navolato que me encomendó el
señor Jorge E. Almada.
En los distritos hice el proyecto del Palacio de Gobierno para El Fuerte; proyecto de escuela
para Mocorito; reforma al proyecto de mercado para Mazatlán, cuyo proyecto lo presentó el
95
señor Loubet, entonces gerente de la función de Mazatlán.
Por el Apolo desfilaron figuras destacadas del teatro y el canto, pero también de la
poesía y de la política. Allí actuaron el tenor David Silva, doña Virginia Fábregas,
José Luis Jiménez, Fanny Schiller, Virginia Pozos, Celia Montalbán, Dorita
Ceprano, el famoso trío femenino compuesto por Julia Garnica, Blanca y Ofelia
Ascencio; y haciendo pininos artísticos en 1932 una jovencita que bailó el jarabe
95. Luis Felipe Molina Rodríguez, El mundo de Molina. Memoria hológrafa de Luis F. Molina. El arquitecto de Culiacán.
manuscrito autobiográfico proporcionado por su sobrino nieto, arquitecto Ignacio Medina Roiz, México, Difocur, 2003, p.
85.
79
tapatío, quien con los años se convirtió en la actriz más rutilante de México: María
Félix.96
El teatro era uno de los mejores de México y está arreglado de tal manera, que
pueden Quitarse los asientos y demás muebles del patio y arreglarse para baile.
Allá es donde tenían lugar muchos de los grandes bailes que los hijos de Culiacán,
famosos para este arte, celebraban a menudo.
Aparte del teatro los culiacanenses de finales del XIX contaban con una serie de
diversiones, que rompía la monótona vida provinciana de una de las ciudades más
septentrionales del país.
Entre otras diversiones de la época destacan los paseos en bicicleta, aparato que
era una auténtica novedad en Sinaloa y uno de los preferidos de la elite cañedista:
la Compañía Ciclista de Earl J. Griswold “…tiene establecido un servicio especial
para arrendar bicicletas por hora, día o semana”.97
Los bailes y las tertulias de la aristocracia local tenían lugar en sus mansiones
particulares, y el teatro Apolo; para el pueblo raso estaba la plaza de armas. De
los espectáculos compartidos: las carreras de caballos, las peleas de gallos y las
corridas de toros eran las más concurridas. Sin embargo, a iniciativa del
gobernador Cañedo, la Cámara de Diputados prohibió en Sinaloa las corridas de
toros, por considerarlas de extrema violencia contra los animales y de mal gusto:
“a don Francisco no le gustaba ver correr la sangre de los astados. Se le
enchinaba el cuero”.98
96. José María Figueroa Díaz y Gilberto López Alanís (coordinadores), Encuentros con la historia. Culiacán, t. III, Culiacán,
Archivo Histórico del Estado de Sinaloa, 2000, p. 41.
97. John Reginald Southworth, Sinaloa ilustrado. El estado de Sinaloa, sus industrias comerciales, mineras y
manufactureras, EEUU, San Francisco California, 1898, (reedición publicada por el Gobierno del Estado de Sinaloa en
1980, bajo el cuidado de Adrián García Cortés), p. 70.
98. José María Figueroa Díaz, op. cit., p. 41.
80
Antes de cerrar este capítulo con la muerte del General Cañedo, se impone
abordar, así sea de forma rápida, el asunto referente al bandolerismo social:99
Manuel Lozada, Jesús Malverde, Heraclio Bernal, son tres figuras que reclaman
un lugar en la lista de bandoleros o rebeldes de esta parte del trópico. El primero
pertenece por derecho de piso al estado de Nayarit, que en esa época era el
séptimo Cantón de Jalisco: imperialista, Maximiliano lo hizo emperador y Napoleón
III
le concedió la Legión de Honor. Abanderando los intereses indígenas, el “tigre
da Alica”, como era conocido, asoló buena parte del noroeste de la república,
sembrando el terror entre sus pobladores y movilizando al ejército federal en su
búsqueda.100
La memoria popular consigna estos versos, que en su momento formaron parte de
un verdadero himno de combate:
No quiero paz (1867)
No quiero paz
no quiero unión;
lo que quiero son balazos
¡viva la revolución!
No quiero paz,
no quiero nada;
lo que quiero son balazos
con el general Lozada.
Remontado la sierra, se le presentaron allí Don Carlos Rivas y Don Fernando
García de la Cadena, éste con grado de General quien le extendió un
nombramiento de Teniente Coronel. Luego llamó Lozada a los indios a los que
reconocía valor y astucia y comenzó su campaña dando grados militares y
municionando gentes.101
99.
El concepto de bandolerismo social es de obligada discusión. No es este el lugar ni el momento. En el caso particular
de Heraclio Bernal la tesis de maestría de Jorge Verdugo Quintero es de interés para abordar el asunto.
100. Dominó el sur de Sinaloa: Plácido Vega se refugió en sus dominios en 1870 después de ser llamado a cuentas por el
gobierno federal, pues no regresó con las armas que fue a comprar a San Francisco, con dinero de la Aduana de
Mazatlán. Tras ser derrotado por el general José Ceballos, Lozada fue fusilado en Loma de los Metates, Tepic, el 18
de julio de 1873.
101. Enrique Hernández Zavala, Historia política de Nayarit (1918-1945), México, Universidad Autónoma de Nayarit, 1984,
pp. 14 y 17.
81
A bandoleros que habían conquistado a pulso una modesta celebridad, en las barrancas de
Río Frío, en el Monte de las Cruces, en las llanuras sinaloenses y en muchos otros muchos
sitios, les fue impuesta una lucha que dejó sin sus mejores asesinos y cacos a muchas
comarcas del país, deshizo a un ladrón tan dicho como Chucho el Roto y apagó para
102
siempre al Rayo de Sinaloa, el célebre Heraclio Bernal.
Sobre Jesús Malverde pesa (y mucho) la aureola de santidad, con todo y capilla y
ardua feligresía, que la actualidad le dispensa. Mito, leyenda, historia, se
entrelazan en las correrías de este bandido, que ha sido objeto del cine y la
dramaturgia, de la poesía y el cuento. Sus corridos no son pocos. Adorado por los
narcos, goza de adeptos entre las más diversas capas sociales, que le ofrendan
tributos en su sagrado recinto, no menos que entre sus calurosos corazones.103
En el caso de Heraclio Bernal, existen versiones que no terminan de poner orden
sobre el significado de su irrupción en la historia de Sinaloa. Aunque sus correrías
son registradas por prestigiosas plumas, no deja de percibirse en éstas un tono de
pasaje épico que lo vuelve sospechoso de complicidades unilaterales. Si bien
carece de la investidura que gozan Emiliano Zapata, el “Atila del Sur” y Francisco
Villa, el “Centauro del Norte”, Eraclio Bernal, el “Rayo de Sinaloa” bien puede ser
considerado un precursor de éstos, tal como apunta Nicole Giron en su libro, que
es considerado un clásico del tema.104
Al igual que sus dos antecesores, Heraclio Bernal es celebrado por el corrido, ese
ensayo popular decantado por el uso de sus actantes, de manera tal que Nicole
Giron dedica parte de su texto a tratar el tema.
Año de mil ochocientos ochenta y ocho al contado,
Muerte de Heraclio Bernal, de un amigo traicionado.
Estado de Sinaloa, gobierno de Culiacán,
Ofrecieron diez mil pesos por la vida de Bernal
102. Luis González, op. cit., p. 31.
103. Remito a los trabajos de Oscar Liera, Oscar Blancarte, Jesús Mazzo Nájar, Antonio García, los más conocidos.
104. Nicole Giron, Heraclio Bernal, ¿bandido, cacique o precursor de la Revolución, México, INAH, 1976..
82
¿Ah que Crispín tan traidor, nadie lo hubiera creído!
Cuando él se manifestaba como un amigo querido
Heraclio Bernal decía, cuando estaba muy enfermo:
105
¿Máteme usté, compadrito, pa´que le pague el gobierno!
El historiador sinaloense José C. Valadés, refiere un episodio de las muchas
correrías de Bernal; el problema con este tipo de textos es deslindar dónde
termina la anécdota y comienza la historia:
Prefirió don Remigio conservar el recuerdo del solitario y caballeroso episodio con Bernal;
pues si es verdad que tal hazaña fue bien sabida, mi abuelo sólo la refirió una vez: aunque el
propio Heraclio, quien encantaba si no por sus audacias y atropellamientos si por su
ingenuidad, se encargó de divulgar el gracioso encuentro con mi abuelo.
[…]
Pues bien: en una de esas noches siempre tranquilas y perfumadas de Cosalá, estaba don
Remigio ensimismado cuando sintió una mano irreverente sobre su hombro, al tiempo que
escuchaba estas o parecidas palabras dichas casi al oído: Don Remigio, usted es el único
cosalteco que no ha contribuido para la causa; y no me iré sin su contribución.
105. “Corrido de Heraclio Bernal (1888)”, en Gabriel Zaid, Ómnibus de poesía mexicana, México, Siglo XXI Editores,
vigesimoséptima edición, 2008, pp. 209-210. En el caso del corrido como registro y narración de hechos del pasado,
existen acuerdos y diferencias que tornan difícil la elección de un texto, toda vez que éste se va modificando al paso
del tiempo multiplicando las versiones que, muchas veces, pueden resultar contradictorias. Si la “autoridad” de la
tradición oral (y que otra cosa es el corrido sino tradición oral cantada: cuento y canto), si su testimonio es visto con
recelo por muchos científicos sociales y algunos historiadores académicos por lo que hace al sujeto del enunciado,
qué decir cuando lo que aparece como contradictorio es el enunciado mismo. No creo que ninguna respuesta pueda
ser del todo satisfactoria. Me limito a citar las “referencias textuales” que Gabriel Zaid consigna al final de su libro, en
el apartado Referencias e Índices: “Se toman de Vicente T. Mendoza, Lírica narrativa de México; el corrido, UNAM,
1964, obra que rehace una parte de El romance español y el corrido mexicano, UNAM, 1939, y elimina prácticamente
El corrido mexicano, FCE, 1954”.
En Lecturas sinaloenses, Alejandro Hernández Tiller ofrece una versión diferente de la que antologa Zaíd: Corrido de
Heraclio Bernal.// Año de mil ochocientos./Ochenta y ocho al contado,/Heraclio Bernal murió/ por el gobierno
pagado.// Estado de Sinaloa,/Gobierno de Culiacán,/ofrecieron diez mil pesos/por la vida de Bernal// La tragedia de
Bernal/en Guadalupe empezó,/por unas barras de plata/que dicen que se robó.// ¡Qué dices, Cuca!/¡Qué dices,
pues!/ya están los caminos libres;/¡vámonos pa´San andrés! // Heraclio Bernal gritaba/que era hombre y no se
rajaba;/que subiéndose a la sierra/peleaba con la Acordada. //¿Qué es aquello que relumbra/por todo el camino
real?/Son las armas del dieciocho/que trae a Heraclio Bernal.// Heraclio Bernal decía:/—Yo no ando de robabueyes,/pues tengo plata sellada/en Guadalupe de los Reyes.// Heraclio Bernal gritaba/en su caballo alazán:/no
pierdo las esperanzas/de pasearme en Culiacán/ Heraclio Bernal decía:/ sin plata no puedo estar;/vamos arriba
muchachos,/a Guadalupe a rayar// Heraclio Bernal decía/cuando estaba muy enfermo:/máteme usté, compadrito/ pa’
que le pague el gobierno.//Decía Crispín García,/muy enfadado de andar:/—Si me dan los diez mil pesos,/yo les
entrego a Bernal. //Le dieron los diez mil pesos,/Los recontó en su mascada./y le dijo al comandante:/—Alísteme una
acordada.// Vuela, vuela, palomita,/vuela, vuela hasta el nogal;/ya están los caminos solos,/¡Ya mataron a Bernal!
Otrosí: Hernández Tyler abona sobre la muerte del “Rayo de Sinaloa” a favor de Crispín García: “La tradición popular
nos cuenta que Heraclio Bernal murió en una gruta del Cerro Pelón, en el municipio de Cosalá. Minado por una
enfermedad contraída durante sus audaces correrías.
Se repetían las palabras de Bernal:
—¡Esto ya se acabó! Cuando muera, compadre, dispare su carabina contra mí. Así podrá cobrar al Gobierno los diez
mil pesos que ha ofrecido por mi cabeza…” Ambos textos en Alejandro Hernández Tyler, Lecturas sinaloenses,
México, UAS, 2007. Fausto Marín Tamayo reproduce el corrido de Bernal “que Hernández Tyler recogió, de niño, en
Cosalá, alrededor de los años 1907-1910”.
83
Mi abuelo reconoció al punto al reclamante. Era Heraclio Bernal, quien alzado en armas y
perseguido inalcanzable, pero infructuosamente por las fuerzas del gobierno, entraba a
menudo a Cosalá haciendo de su valor, astucia y audacia prendas sin igual, para “imponer
préstamos forzosos” a comerciantes, mineros y agricultores y poder seguir sus novelescas
correrías.
—¿Cómo estás Heraclio?— le preguntó dos Remigio, quien sin alterarse y sin titubeos, sólo
ordenó: ¡Sígueme!
Abrió mi abuelo la puerta de la trastienda. Dio luz con un mechero, encaminándose luego
hacia el mostrador del almacén. Tras él iba Bernal.
Al llegar al mostrador, don Remigio se inclinó y volviéndose resuelto y violentamente al
asaltante con una pistola en cada mano, djjo sin exagerar voz ni acción: Heraclio, podría
ponerte en manos del prefecto; pero las malas las pago con buenas. Te llevaré nuevamente
a donde me amenazaste; pero de allí emprende carrera porque dispararé las armas e irán
tras de ti los guachos.
Y diciendo y haciendo, don Remigio hizo retroceder al sorprendido Heraclio: y lo que había
advertido lo cumplió; pues cuando comprendió que el célebre y armado guerrillero podía
ponerse a salvo, disparó las armas, con lo cual puso en movimiento al vecindario. Explicó
106
don Remigio a las autoridades lo sucedido, y nunca más volvió a hablar del suceso.
Con la muerte de cañedo Sinaloa cierra un capítulo de su historia, pues meses
más tarde iniciaría la Revolución Mexicana, proceso sobre el que se ha escrito
profusamente, sin por ello tener claro de lo que se está hablando.107
El 6 de junio de 1909 el presidente Díaz manda un telegrama al licenciado Eriberto
Zazueta, gobernador interino del Estado, en el que le instruye para que se haga
cargo de las exequias de uno de los hombres que le ayudaron a forjar su propia
historia, la historia de los vencedores, la historia de los herederos de la Reforma,
de los héroes de bronce cuyas efigies derribarían las futuras generaciones.
Al Sr. Gobernador interino Lic. Eriberto Zazueta, Culiacán. Con profunda pena acabo de
recibir telegrama de Ud. en que me participa el fallecimiento del señor gobernador general
Francisco Cañedo. Haga usted que se le tributen los honores que corresponden a su alta
jerarquía. Porfirio Díaz.
106. José C. Valadés, Memorias de un joven rebelde, México, UAS, 1985, pp. 12-13.
107. Los estudios sobre la Revolución a más de abundantes, someten este proceso a los más diversos enfoques,
obteniendo por ello, también, los más diversos resultados: sólo en apariencia se habla de lo mismo. Sin embargo, al
igual que la rusa, aunque por distintas razones, la mexicana no se considera una guerra civil, sino precisamente una
Revolución (sí, con mayúscula). Es claro que hay puntos en común, aunque en ello juegue un papel más destacado
el prejuicio que el análisis, la doxa que la episteme.
84
Obediente a los requerimientos del anciano presidente, el gobernador interino se
sirvió enderezar los siguientes ordenamientos para honrrar los funerales del
gobernador Cañedo:
Art. 1º. Se declara benemérito del Estado al Sr. Gral. D. Francisco Cañedo por los meritorios
servicios que prestó a la paz y al progreso de Sinaloa.
Art. 2º. Se declara el duelo para el estado, por parte del Congreso del Estado los días seis,
siete y ocho del actual, durante los cuales han de celebrarse las honras fúnebres del
Benemérito Gral Cañedo.
Art. 3º. El ejecutivo dispondrá que se coloquen placas conmemorativas en todos los edificios
públicos construidos bajo la administración del Gral. Cañedo.
Art. 4º. Se autoriza al ejecutivo para erogar los gastos de los funerales del ilustre
gobernante, así como los que sean necesarios para erigir un monumento en el lugar en que
108
sean inhumados los restos del señor general Cañedo.
“Muerto el perro se acabó la rabia”, reza el refrán. Pero en este caso el difunto
Cañedo no representaba al animal sino a la rabia. Habría de sucederle Diego
Redo, prolongando el porfiriato sinaloense unos momentos más: como si se
tratase de un obligado encore, o de los últimos estertores exhalados por el ronco
pecho de una dictadura que (ahora sí) llegaba a su fin.
108. Proyecto de ley presentado por los diputados Julio G. Arce e Ignacio M. Gastélum. Cfr. José María Figueroa, op. cit.,
pp. 45-46.
85
Capítulo III
La Bohemia Sinaloense: la vindicación del modernismo
La Bohemia Sinaloense
En 1898 aparece en San Francisco, California, un libro que se propone dar cuenta
del estado de cosas que guarda Sinaloa en todos los terrenos: económico,
político, cultural, social, etcétera; se trata de Sinaloa Ilustrado, de John Reginald
Southworth. Se trata de una publicación con acusados motivos promocionales,
que, sin embargo, retrata en instantáneas “de estudio” algunos rasgos del Sinaloa
de fin de siglo. Ahí se lee:
Entre las publicaciones periódicas con que cuenta Sinaloa, La Bohemia Sinaloense es sin
duda una de las más importantes. Es una revista literaria, única en su género en casi toda la
costa occidental de la República; su impresión es limpia y correcta, contiene artículos y
poesías selectos, y su redacción y colaboración está formada por los escritores más
distinguidos del Estado. La Bohemia fue fundad el 15 de septiembre de 1897, y es el primer
periódico de su índole aparecido en Sinaloa. El director de la publicación es el joven Julio G.
Arce, y secundan eficazmente al señor Arce los jóvenes Manuel Bonilla, Herlindo y Manuel
Elenes Gaxiola, Bernardo Gastélum, Francisco Medina, Francisco Verdugo Fálquez,
Florentino Arciniega Ledesma, y algunos más, También cuenta la Bohemia con una notable
escritora, la inteligente Sra. Haydée E. de Félix Díaz, quien firma sus producciones con el
109
pseudónimo de Cecila Zadi.
La revista literaria La Bohemia Sinaloense aparece en Culiacán el 15 de
septiembre de 1897. En ese primer número podemos encontrar una serie de
señales de identidad que bien vale la pena apuntar.
En el “proemio” que aparece en el frente de la publicación, firmado por Julio Arce,
se puede leer:
Aquí está la “Bohemia”, donde un grupo de soñadores viene a desplegar sus energías, a
cultivar su inteligencia, con el estudio y el ejemplo y a recibir con la aprobación del público
ilustrado, nuevos bríos y entusiasmos nuevos.
109. Southworth, op.cit., p. 70.
86
[...]
Los directores de esta publicación —lo digo al menos por mí— abandonaríamos esta
empresa, si no contáramos con todos los que, al ofrecernos su valioso contingente, vienen
110
llenos de entusiasmos y de anhelos: entusiasmos por la lucha, anhelos por el triunfo.
La “cultura” se convirtió con esta publicación en un estilo refinado de vida y, como
tal, en una forma de ganar status. Como vehículo para acceder a la modernidad;
exactamente igual que la arquitectura y jardinería aristocratizante, la literatura no
fue más que escenario en que autor y lector desempeñaron el mismo papel de
figurines.
Revista Bohemia
(Revista Literaria)
Culiacán Sinaloa, 16 de enero de 1899,
N° 24, Tomo I.
Índice
A
Artalejo del Avellano (G.)
Jiras de alma.
Arenas López (Donato)
Rimas Locas.
Aguilar Sáenz (Manuel)
Esos viejos…, 149.
Aguirre (Lic. Severo I.)
La duda, 142.
Aranda y Contreras (Alfonso)
El hombre en estado de naturaleza caída, 143.
Artemisa (Srita. Dolores Lizárraga)
Ensayo Literario, 49; Entre el amor y el deber, 130, 137.
Andrade (Jesús G.)
Al Humaya, 47; A mi amada, 69; Lira fatalista, 76; Un miserable, 123.
Arce (Julio G.)
Proemio, 1; Un predestinado, 13; A una violeta, 19; La última conferencia, 28; Boceto, 38;
Los bohemios, 1; Cecilia Zadí, 41; Ángel Beltrán, 58; III Esteban Flores, presentación, 54;
Claro-oscuro, 65; Acuarela, 74; Un salvamento, 89; “Místicas”, 102; El último imperio
mexicano, 107; Alocución, 108; Fantaseos, 119; Una entrevista con el héroe de Querétaro,
121; La última trova, 133; Un crímen, 146; Reverie, 154; Rosas rojas, 154; Aniversario,
161; Cuadro, 172; El día de prueba, 172.
Arciniega Ledesma (Florentino)
Fraternidad, 22; Matinal, 43; Para su álbum, 86; A ti, 139.
110. La Bohemia Sinaloense (en adelante LBS), núm. 1, Culiacán, Sinaloa, septiembre 15 de 1897. En este texto llama la
atención que cuando Arce se refiere a los directivos, añada inmediatamente “lo digo al menos por mí”, como si
Manuel Bonilla no participara de tan obsequiosa gala de presentación.
87
B
Beltrán (Ángel)
A…, 2; Semper idem, 19; Al General Rosales, 187; Prisionero, 178.
Barrera (Honorato)
Sur la breche, 162.
Buelna (Lic. Eustaquio)
El cuarto centenario del descubrimiento de América, 17.
Bonilla (Manuel)
22 de diciembre, 55.
C
Carvajal (Martiniano)
Epístola, 12.
Conde (José)
Esbozos, 184.
Cuén (Jesús M.)
Invocación, 76.
Correa (Lic. Eduardo J.)
Último ruego, 103; Anhelo, 132; Al dolor, 158; Líquenes, 159; Claro-obscuro, 163; En
noviembre, 186.
Ceballos (Ciro B.)
Instantánea, 148.
Carricarte (Ricardo)
A Juan de Dios Peza, 153; Lo que pasó y lo que pasa, 157; Al General Escobedo, 163; A
Ricardo Domínguez, 167; Hero y Leandro, 167; Recuerdo, 194.
D
Domínguez (Ing. Norberto)
En la distribución de premios a los expositores de Chicago, 170.
E
Elenes Gaxiola (Herlindo)
El espía Republicano, 54; La institución del culto a Huitzilopochtli, 25; ¡Primero es la
Patria!, 51; Cómo murió el General Rosales, 69; La espada de un Republicano, 115.
Elenes Gaxiola (Manuel)
Unas flores, 84; Biodeta, 126.
F
Flores (Esteban)
Croquis, 2; Toque, 23; Ante el mar, 98; Heces, 118; Incoherencias, 145; Alegría, 172; En la
brecha, 182; Sanguínea, 187.
Flores (José)
Gemas, 159.
Ferrel (José)
La estatua del condado.
88
G
Gutiérrez (Francisco B.)
Glorias nacionales, 6; La crítica, 21.
González Martínez (Enrique)
Trova, 11; De “Mis Odas”, 39; Fons illimis, 59; Oh belleza, 74; En un álbum, 118; El cuervo,
163.
Gómez Flores (Francisco)
Vade retro, 11.
Guzmán (Rafael C.)
Fragmento, 47; Invernal, 62.
González (David)
Te perdono, 50; En vela, 59; A Cristobal Colón, 75.
Gaxiola (F. Javier)
Heroísmos olvidados, 53; Una proclama de Rosales, 17; Sepúlveda, 134.
Gastélum (Ignacio M.)
Cómo murió el General Rosales, 60; El Cachora, 81.
Gaxiola (J. Antonio)
Para un álbum, 144.
H
Híjar (Samuel)
Pinceladas, 3; Grecia, 20; El último prior de la gran Cartuja, 33; El baile, 54; A través de
1897, 61.
M
Medina (Francisco)
La última cita, 3; Cuadro, 11; Sueño, 23; Ave negra, 27; Un epílogo, 36; De “Campestres”,
50; Resurrección, 63; Tragedia de vecindad, 71; Crimen en la sombra, 71; Juventud
lóbrega, 140; Lola, 92; La cita vespertina, 103 y 113; En días de lucha, 147; Vespertina,
166; De viaje, 188.
Monroy (Luis H.)
Adúltera, 7; Efímera, 37; Fugitivas, 167.
Moreno (Antonio)
Uno de tantos, 45; En un álbum, 59.
Moreno (Esteban)
En un álbum de la Srita. Emilia Rivas.
N
Nervo (Amado)
Guerrero y fraile, 25; En flor, 27; Canción, 39; Incoherencias, 63; La natividad de la pastora,
68; De “Místicas”, 84; La increpación, 87; El coscorrón, 98; De “Perlas negras”, 135; El
viejo sátiro, 178.
O
Obregón (Srita. Rosa)
Omega, Si alguna vez…, 187.
Obregón (Srita. Cenobia)
Estela, La primera nube, 97; Una mañana en el bosque, 122.
O’ryan (Adolfo)
La fe, la esperanza y la caridad, 179.
89
P
Pavia, (Lázaro)
Junto a la cuna, 175.
Peláez (Gabriel F.)
Soneto, 153.
Pérez Arce (Daniel)
Rimas, 39; Recuerdos, 181.
R
Retes (Benjamín)
Miniaturas, 50 y 125.
Rodríguez (L.F.)
Agua con azucarillos, 140.
Rocha y Chambre (Manuel)
Tedio, 100; Al crayón, 125; De “Cantares y rondeles” acuarela al natural, 126; En la
heredad, 158; Historia vulgar, 162.
Rodríguez (Rosendo R.)
Remembre, 69; En el jardín, 100.
T
Terrazas (Sivestre)
¡Infeliz!, 173.
U
Ulica (Jorge)
Esbozos, 8, 16, 24, 32, 40 48, 56, 64, 72, 80, 88, 96, 104, 112, 120, 128, 136, 144, 152,
160, 168 y 176.
V
Victoria (Pedro)
En un álbum, 11.
Vázquez (Bernardo)
Confidencia, 11.
Vega (Francisco de P.)
“Es pobre, es pobre”, 14; De musa errante y campechana, 39.
Verdugo Fálquez (Francisco)
Un experimento, 31; La víspera del día de Reyes, 66; Manuel Gutiérrez Nájera, 73; El Sr.
Mariano Escobedo, 109; Crucifixión, 114; Una historia, 154.
Villaseñor (Juan B.)
A mi Dolores, 94; Dos sonetos, 125.
Villa (Teresa)
Crepúsculo, 131; Insomnio, 139.
W
Wilhelmy (Jorge A.)
Caprichos, 100.
90
Z
Zadí (Cecilia)
Bohemia, 9; La oración, 38; Mensajero, 39; Numa ante Hersilia, 42; Soldalis, 42; Al héroe
de San Pedro, 57; A Luz y Fanny Cañedo, 65; De noche, 82; Para ti solo, 82; ¡Hossana!,
106; Desaliento, 127; Amor, 143; Noche Buena, 158; Estrofas, 164; Rimas, 167; La mujer
avara y egoísta, 177; Cartas a un ángel, 185; Voces, 187.
Zavala (Pedro R.)
Deseos, 37; Rondel, 39; Ninón, 75; Triolets, 95; Peregrinación, 158; La tienda de los
bohemios, 186.
Zuloaga (Jorge Alberto)
De “Cuentos de Méndez”, Hidalguía, 117, X y Z, Pensamientos, 111.
A riesgo de parecer esquemático o doctrinario, propongo dos (o tres) preguntas. Ni
que decir que se trata de preguntas preliminares y que sus eventuales respuestas
no constituyen sino un primer acercamiento, con todo lo que ello implica.
Preguntas-guía para interrogar sobre los modos en que La Bohemia Sinaloense se
inscribió en el imaginario social cañedista finisecular, y que nolens volens habría
de repercutir en sus derivados de principios de siglo.
¿Qué papel desempeñó La Bohemia Sinaloense en la construcción del imaginario
sinaloense de finales del siglo XIX y principios del siglo XX?, ¿puede considerársele
una huella significativa para el estudio de la “visión de mundo” (Gramsci) de la
modernidad cañedista?
¿Cuál es la relación que guardaban los textos publicados en la revista de marras
respecto de los que aparecían en la capital de país, y qué papel representó en su
evolución, si la hubo?
¿Cómo se implican comunidades de lectores y tradiciones de lectura en el gusto
de las élites locales, y cómo influyen las publicaciones aledañas en la
conformación de un tipo de escritor y una sociedad de lectores?
Como ya se ha visto en el capítulo anterior, Sinaloa es una sociedad de marcados
contrastes, lo cual la pone en sintonía con el resto de las ciudades de la provincia
mexicana; y lo mismo puede decirse de la capital, aunque ciertamente el
91
centralismo atávico termine por otorgar a ésta un estatuto de mayor jerarquía.
Como en su momento diría la güera Rodríguez: “después de Cuautitlán todo es
provincia”.
Se trata de una sociedad que corre a medio caballo entre una modernidad que
cada vez con más insistencia, reclama de los sujetos que la transitan una mayor
toma de conciencia, y una tradición que no parece acomodarse en su nuevo papel
de resabio moral. Una sociedad demediada, como sugiere Ronaldo González
Valdés.111
La sociedad porfiriana sinaloense se nos presenta como un manojo de prácticas y
figuras del mundo en pleno proceso de ensamblaje, por no decir de desface. La
construcción de canales y la edificación de fincas señoriales, comparten créditos
con el retraso en materia educativa, que si bien no es privativo de la entidad, si
opaca los brillos del cristal cortado y la ostentosa joyería que puebla las tertulias
de la elite cañedista.
Educación
Escuelas según nivel educativo
____________________________________________________________________________
Año
Total
Año
Total
____________________________________________________________________________
1893
4 876
1901
9 595
1894
4 888
1902
8 340
1895
4 056
1903
9 417
1896
5 852
1904
9 479
1897
6 141
1905
9 639
1898
6 738
1906
8 981
1899
6 319
1907
9 736
1900
9 464
____________________________________________________________________________
Fuente: Estadísticas Históricas de México, t. II, INEGI, 1985.
111. Ronaldo González Valdés, Sinaloa: una sociedad demediada, México, Juan Pablos editores/H. Ayuntamiento de
Culiacán, 2007. Ni que decir que se trata de un periodo distinto al estudiado en este trabajo; por ello, no vale la pena
excederse en analogías, ni afanarse por buscar puntos de encuentro (o desencuentro) entre ambos momentos.
Señalo, solamente, la pertinencia de una conceptualización en ciernes.
92
Es natural que una sociedad con alto porcentaje de alfabetización dedique a su
sistema
educativo
mayor
atención
que
aquellas
sociedades
donde
el
analfabetismo compite a las parejeras con la sobreexplotación infantil y la
consecuente baja en el nivel escolar. Lo que no resulta tan claro es que las cosas
se presenten sin más con ese tono de inevitabilidad que no permite matices. Si, en
efecto, nos encontramos con una sociedad con alto índice de analfabetismo,
expresado por lo menos en las estadísticas sobre materia educativa, no es menos
cierto, que la sinaloense es una sociedad lectora. Eso lo prueba la cantidad de
publicaciones, periódicas unas fugaces otras, que pueblan el firmamento
escriturario sinaloense.
Y no se trata únicamente de publicaciones eclesiásticas u oficiales, que las hay:
existen también periodiquitos y gacetillas cuyo objetivo es más mundano: crear
opinión, participar en el comercio de ideas que hará posible un concepto del
mundo diverso, acorde con el zeitgeist en el que se inserta. Todo ello reclama
nuevas prácticas tendientes a una nueva forma de apropiación del mundo. Ya no
se leerá de oídas solamente en la iglesia, ya no serán los evangelios los únicos
textos que se compartirán entre letrados y analfabetas; la lectura en voz alta
abandonará el púlpito y el catecismo y se instalará en adelante y durante largo
tiempo, en espacios non sanctos: la plazuela, el club mutualista, las cantinas, las
propias tertulias aristocráticas, aunque en este caso el histrionismo le lleve las
riendas a la comunicación, etcétera. Los textos también se diversificarán:
periódicos, revistas, gacetillas, poemas sueltos, canciones, algunos libros, de esos
que en la tradición francesa se conocen como de la Biblioteca Azul, entre otros.112
Por ello es que las revistas literarias que surgen en esa época no pueden ser
tratadas como de consumo exclusivo de las clases cultas cañedistas. Es cierto
112. Roger Chartier ha dedicado un número de páginas más que considerable al estudio de este fenómeno de edición de
obras de consumo popular y lectura en voz alta. Ver El Mundo como representación. Habría que destacar sobre este
mismo asunto, la asunción de la prensa sinaloense de lo que es un patrón prácticamente mundial: la inserción de
novelas por entregas, modalidad que concita la reunión paulatina de un público cautivo, presa de una mercancía y
una práctica, por un lado y, por otro, usuario de un espacio público que antes no existía.
93
que el grueso de los consumidores locales,113 pertenece, casi por definición, a
esta élite. Más aún: los escritores que publican en estas revistas buscan un
diálogo entre iguales, donde el pueblo raso y llano no es interpelado sino como
elemento decorativo.
Por ello, El Proemio que abre La Bohemia Sinaloense, su director, Julio G. Arce,
expresa:
Aquí está la “Bohemia”, donde un grupo de soñadores, viene a desplegar sus energías, a
cultivar su inteligencia, con el estudio y el ejemplo y a recibir con la aprobación del público
ilustrado, nuevos bríos, entusiasmos nuevos.
Hemos traído a nuestro lado, a todos los que en Sinaloa brillan o han brillado por sus
talentos, los unos para que nos ayuden, los otros para que con las luces de su experiencia
nos marquen el mejor derrotero.
Queremos que nuestra “Bohemia”, sea un lazo de unión entre los escritores sinaloenses
que, sin rencillas, sin odios, sin orgullo, luchen por la misma causa: el adelanto intelectual de
Sinaloa.
Esto, sin embargo, no es óbice para que la escritura que se ejerza en este tipo de
publicaciones, tenga elementos que abonen en prácticas cada vez más
democráticas, pese a la filiación ideológica de la inmensa mayoría de sus
integrantes. Más tarde veremos en detalle de que están hechos estos paladines
del verbo, y cuál es su papel en el quiebre de la paz cañedista en 1909. Por lo
pronto, hay que dejar claro el papel formativo de estas publicaciones en el
imaginario sinaloense.
Junto al análisis ideológico que necesariamente tendré que realizar en mi
investigación, destaca por su importancia e historicidad la valoración propiamente
estética de la producción literaria sinaloense. Es por ello que en el entramado de
las corrientes artísticas que se expresaban a finales del porfiriato, el modernismo
113. Como casi todas las revistas literarias, la Bohemia aspiraba a ser la expresión más fina y acabada de su sociedad,
sin por ello circunscribir sus afanes a tan estrecho espacio. Se buscaba, por supuesto, un diálogo con otras
publicaciones de provincia, y también de la capital del país, cuya perspectiva no dejaba nunca de dibujarse en la
mirada de directivos y colaboradores. Las revistas eran vehículos para transitar por la senda de las letras nacionales.
94
jugará un papel relevante en la configuración del gusto sinaloense, del zeitgeist
cañedista.
Así, el núm. 11 de la revista, Jorge Ulica, anagrama del director Julio G. Arce, nos
advierte:
Victoriano Salado Álvarez y Amado Nervo, han entablado discusión sobre el modernismo,
con motivo de la publicación de Oro y Negro, poesías decadentistas de Francisco M.
Olaguibel. La discusión, sostenida dentro de los límites de la caballerosidad y de la decencia,
ha servido para que ambos contendientes derrochen sus talentos.
Por mí yo creo que la belleza debe buscarse en todas las fuentes.
No soy de los que piensan que la poesía del porvenir deba vaciarse exclusivamente en los
moldes del decadentismo; pero tampoco creo que deban proscribirse de nuestro credo
literario las ideas de Baudelaire y de Paul Verlaine; ni rechazo con horror las rimas triunfales
114
de Rubén Darío ó las harmoniosas estrofas de Nervo, Olaguibel y Tablada.
Esta apertura respecto a las corrientes ajenas al credo modernista, lo que esto
signifique, establece una relación de diálogo entre pasado y presente, entre
tradición y modernidad; aunque la apuesta (que la hay, y no se pretende
escamotearla ni mucho menos) se incline efusivamente por esta última. Así, siete
meses más tarde, y en entusiasta saludo a la aparición de la revista capitalina
Arte, el autor de la columna fija Esbozos, escribe:
Los partidarios del modernismo, los que en México van a la cabeza del nuevo movimiento
literario; los inspirados que vacían sus estrofas en magníficos moldes; se han reunido en
artística fraternidad para dar a luz, una hermosa revista de Arte. Ciro Cevallos, Bernardo
Cuoto y Castillo, José Juan Tablada, Amado Nervo, y otros escritores de tan alta nombradía
115
como éstos, empuñarán en ‘Revista Moderna’ el estandarte de la nueva escuela literaria.
Por lo que hace a La Bohemia Sinaloense, es significativa, por lo demás, la
presencia de dos grandes figuras de la cantera modernista entre sus páginas:
Enrique González Martínez y Amado Nervo, el primero a partir del núm. 2, y el
otro, finalmente más asiduo, desde el núm. 4.
114.
115.
LBS,
LBS,
p. 83.
p. 152.
95
El caso de Amado Nervo es por demás curioso y hasta cierto punto representativo.
Su trayectoria en la poesía sinaloense tiene lugar en las páginas de un diario
mazatleco de reconocida prosapia: El Correo de la Tarde. Pero su relación con el
mundo cultural culiacanense no va más allá de la que estableció con La Bohemia
Sinaloense, aunque, hay que decirlo, era ésta una relación de enconado respeto y
acérrima admiración. Esto se traduce en las diez ocasiones que sus escritos
(nueve poemas y un cuento) aparecieron en la revista, y en los comentarios de
Jorge Ulica sobre sus libros y otras hazañas:
Amado Nervo desfloró en el Correo aquellas pálidas azucenas, gérmenes de sus Místicas.
[...]
Ya publicó Amado Nervo, el segundo volumen de sus versos., La nueva colección se llama
Perlas Negras y a juzgar por lo que la Prensa metropolitana dice, el libro de Nervo, es
magnífico.
[...]
“Perlas Negras”, tienen estrofas esculpidas con magníficas cinceles sobre mármoles
blancos; palpitan allí los entusiasmos del amor; la dulce Erato ha derramado sobre ala
soñadora frente del poeta, torrentes de inspiración y de ternura.
[...]
A reserva de ocuparnos de la extensión debida del último libro de Nervo, reproducimos
algunos de los cantos más hermosos, de ese libro, de cuyas páginas palpitan caricias y
ternura.
[...]
En toda la República se nota un inusitado movimiento literario. La publicación de numerosos
libros y de espléndidas revistas de Arte, revelan, sin dudad, una época de florecimiento.
Pronto circulará “Líquenes”, de Eduardo J. Correa. Benjamín Retes dará a luz próximamente
sus “Miniaturas”. Amado Nervo tiene ya en prensa su “Antifonario” y su “Electa” y Bernardo
Coto, Olaguíbel y otros más publicarán sus producciones próximamente. Numerosos
anuncios de la aparición de Revistas literarias, llegan también hasta nosotros.
Diez años más tarde, González Martínez dirigirá en Mocorito, con la colaboración
de Sixto Osuna en la subdirección y de Sabás de la Mora como editor, la revista
Arte, cuya trascendencia en las letras nacionales es ampliamente reconocida.
Antes de llegar a Mocorito, González Martínez, pasó dos años en Culiacán, donde
trabó amistad con los notables del lugar. Por lo demás, no se conoce mayor
96
influencia en las actividades culturales de la capital del estado por parte del poeta.
El lugar de éste habría de ser Mocorito. No obstante lo palmario de dicha
apreciación, justo es recordar que en La Bohemia Sinaloense se publicó
(corregida, diferente a la que apareció algunos años antes en Guadalajara) su
traducción de El Cuervo (The Raven) de Edgar Allan Poe, cuya distinguida factura
permite que una de sus versiones aparezca en la antología Más de dos siglos de
poesía Norteamericana, editada en 1994, en edición bilingüe por la Universidad
Autónoma de México. Así lo consigna Ulica:
Enrique González Martínez, nos envió su preciosa traducción de “El Cuervo” de Edgar Poe,
una de las producciones más celebradas de nuestro inteligente amigo.
Hace ya tiempo que ésta traducción fue publicada en la prensa de Jalisco; pero no con las
correcciones que su autor le hizo últimamente. Recomendamos a nuestros lectores tan
preciosa producción.
(Dicho sea entre paréntesis: una de las tareas que me propongo, así sea como
mera curiosidad, es recuperar la versión que González Martínez publica en Jalisco
y cotejarla con la aparecida la UNAM (que se supone es la misma) y la de La
Bohemia Sinaloense.)
Es claro que las preguntas plantadas no buscan una respuesta puntual, mucho
menos definitiva: se trata de ensayar respuestas que configuren una narrativa (una
descriptiva) que articule los momentos significativos de un discurso sobre las
prácticas culturales, toda vez que en esta tesis se habla desde la perspectiva de
una historia cultural.
En este sentido, la expresión literaria conocida bajo el concepto de modernismo,
ofrece a los escritores sinaloenses la oportunidad de insertarse en el concierto de
las letras nacionales (e internacionales, como se ha mostrado en el primer
capítulo); primero como espectadores de un debate que no asimilan del todo, y
más tarde como partícipes directos en la reyerta literaria más importante de finales
del siglo XIX y principios del XX.
97
Un acontecimiento especial de la revista es el que se refiere al ingreso de Chuy
Andrade como colaborador de la misma. El asunto es que el autor de Al Humaya
era, a la sazón, un poeta de sólo 17 años, que apenas si había visto sus poemas
en letra impresa, cuando una revista tapatía, Flor de Lis, publica el poema de
marras. Las felicitaciones de los Bohemios no demoran casi nada y pronto el joven
bardo tendrá un lugar entre las páginas de sus parientes de alcurnia. Así lo
consigna Jorge Ulica:
En Flor de Lis, importante revista jalisciense, donde los más cultivadores de la gaya ciencia,
rinden culto al Arte, hemos leído una magnífica composición de Jesús G. Andrade.
La cuna del joven Andrade ha sido arrullada por las ondas rientes del Humaya, ¡aquí ha
nacido a la vida de la idea: aquí toman formas sus primeras concepciones literarias!
¡Cuántas veces al leer sus versos, tuvimos el presentimiento de que en la frente de aquel
niño entusiasta, resplandecía la aureola de poeta.
No nos hemos equivocado! Al Humaya, así se llama su última composición, reboza dulzura y
sentimiento.
La Bohemia tiene la satisfacción de saludar al nuevo paladín y de ofrecerle estas humildes
116
columnas.
La verdad es que las diferencias entre los “Bohemios” y Chuy Andrade no son sólo
de edad: los “Bohemios” son eso: bohemios, con todo lo que ello implica; mientras
que Andrade es un alcohólico romántico: no es el enfant terrible de la revista, es el
niño perdido, el niño de la calle de la poesía sinaloense, y el que le regalara a
Culiacán su mejor composición. Por cierto, no deja de ser incómodo que el poema
Culiacán haya sido confeccionado a pedido de parte: eso se usaba y en este caso
en particular, Andrade no tuvo alternativa, pues lo metieron tras las rejas para tal
propósito. Lo que incomoda es, en todo caso, la estrofa que el poeta se negaba a
escribir de puro orgullo:
¡Oh, emperatriz augusta que amaron mis mayores!
¡Un adalid contempla tu sueño entre las flores,
ya se acerca a tu lado con cauteloso afán
para robarte un beso don Nuño de Guzmán!
116.
LBS,
p. 47.
98
Con razón se la pasaba hasta atrás el muchacho.
Como se ve, Sinaloa tiene presencia significativa en las huestes modernista
(Nervo y González Martínez, los más encumbrados), pues sus páginas albergan
textos y autores que aparecen en las más destacadas publicaciones que
reivindican dicho movimiento: autores como Julio G. Arce, Ángel Beltrán, Eduardo
Correa, Samuel Híjar, Francisco Gómez Flores, Cecilia Zadi, Esteban Flores entre
otros “Bohemios” se barajan en las Revista Moderna, Gil Blas cómico, La Estrella
Occidental, La Revista Azul (sobre todo la segunda), entre otras. Es cierto que la
lejanía del estado respecto de la capital, hace difícil la inserción de los escritores
sinaloenses; no es menos cierto que muchos de ellos no pasaron de cometer una
docena de versos bien escritos, y el resto pertenece con justeza a los dominios del
olvido; pero lo mismo podría decirse de medio centenar de bates y divas que
pueblan los índices modernistas, o de cualquier otro movimiento, escuela o credo.
La situación geográfica de Sinaloa es sin duda de ninguna clase un obstáculo para
consolidar una carrera literaria; así lo demuestran Gómez Flores, González
Martínez, Amado Nervo, Genaro Estrada, y más tarde González Rojo, Gilberto
Owen e Inés Arredondo. Antes de la llegada del ferrocarril a estas tierras el asunto
era peor. Aventurarse por estas tierras era cosa de pensarse: ni siquiera
Guadalajara, la tierra de González Martínez y Julio G. Arce, podía pasar por una
ciudad cercana; tampoco Tepic, el séptimo cantón de Jalisco, estaba cerca de
Culiacán.
No puede decirse, sin embargo, que el desarrollo del modernismo mexicano, cuyo
principal asentamiento se ubica en la capital del país, observe una trayectoria
asintótica respecto del que se practicaba en el septentrión mexicano. Si bien sus
itinerarios no corren paralelos, tienen puntos de intersección entre sí. Que si se
influyen es cosa que hay que dar por cierta: cómo y en qué proporción lo hacen,
ameritan un estudio del que no me ocuparé en esta ocasión, pero que sin duda
vale la pena emprender.
99
Como se puede apreciar en el caso Andrade, la relación de La Bohemia
Sinaloense con otras publicaciones literarias, acarreaba colaboradores y abría las
puertas de otros cenáculos literarios a los escritores de este lado del trópico. Por
ello es digno de destacar el papel de Arce-Ulica en la trascendencia de la única
columna fija de la publicación: Esbozos. De este hecho se puede inferir también la
condición de timonel del escritor jalisciense, y el papel discreto (de compañía) que
como codirector desempeñó Manuel Bonilla. En realidad el peso de Bonilla en lo
que se refiere a producción y conducción de la revista fue más bien opaco,
limitándose a colaborar con un texto en el núm. 7, un poema en honor del Gral.
Antonio Rosales, titulado 22 de diciembre, fecha clave en la biografía del “soldadopoeta”.
A propósito de este episodio bien vale destacar dos aspectos que previamente ya
se habían apuntado: por una parte la coexistencia de diversas corrientes o
escuelas poéticas al interior de la Bohemia: Parnasianos, simbolistas, decadentes,
románticos, modernistas, lo que supone una voluntad de apertura propia de las
revistas de provincia, que no alimentaban los enconos que se cultivaban en la
ciudad de México, capital de la república de las letras nacionales, es decir territorio
reservado a los más aptos, a los especimenes mejor dotados, según rezaba la
doctrina en boga. Por otro lado, aunque en plena correspondencia con la primera:
no se podía hacer carrera literaria en Sinaloa, carrera exitosa, duradera, se
entiende. Por eso Jesús Andrade sale de Culiacán y se instala en Guadalajara,
tratando de conseguir que la fortuna le cobijara en tierras extrañas. Nadie es
profeta en su tierra, pudo haber pensado; pues conocía el pasaje de sobra. Pero
más que Cristo era el poeta un Moisés en busca de la tierra prometida, y
Guadalajara no lo era, no podía serlo. Por eso salieron de allí los directores de la
Bohemia sinaloense y Arte, porque no era ahí donde se disputaba el torneo de las
letras patrias. Y el poeta, como en el hijo pródigo, regreso a su tierra con el
fracaso a cuestas.
100
Así consignaba Esbozos la relación de los Bohemios con otras publicaciones del
interior del país:
La prensa tapatía anuncia la aparición de una nueva publicación; La estrella Occidental,
semanario ilustrado, que dirige el talentoso escritor Manuel Caballero.
117
Deseamos a la nueva revista artístico-literaria, todo género de prosperidades.
[...]
El nuevo paladín se llama El Correo de Sonora y es la pluma de Sareh, nuestro estimado
colaborador, la que llena de amenidad, el importante diario sonorense.
[...]
Hemos hecho otras brillantes adquisiciones un escrito distinguido, cultivador ardiente de las
letras, poeta de alta jerarquía, y bohemio de corazón, el Lic. Eduardo J. Correa, de
Aguascalientes, ingresa también a nuestras filas. Su primer número pertrechado de artículos
selectos, producción de los más galanos de nuestros escritores, ha causado agradabilísima
impresión. Un magnífico fotograbado representando al príncipe de los poetas mexicanos,
Díaz Mirón ocupa la primera página.
[...]
Al fin tuvimos el placer de recibir La Estrella Occidental, interesante publicación tapatía,
editada y dirigida por Manuel Caballero, uno de los más inteligentes periodistas mexicanos.
En la Redacción de La Estrella figura prominencias en todas las bellas artes.
La Bohemia saluda a la nueva publicación.
118
3.1 Entre tirios y troyanos
La coexistencia de dos figuras que históricamente habrán de pasar lista en bandos
encontrados luego de la muerte de Cañedo, habla del necesario, inevitable
concurso que las diferentes inteligencias locales. Tal es el caso de Julio G. Arce y
Manuel Bonilla: el primero se aferra a la elite gobernante al apoyar la candidatura
de Diego Redo, mientras que el otro se opone fervorosamente a la misma.
Es cierto: para que esto suceda tendría que transcurrir toda una década y, por lo
pronto, Manuel Bonilla no rompía lanzas con el statu quo. Pero la coexistencia de
bandos que más tarde habrán de enfrentarse está ya incubada. Por lo demás, en
117.
118.
LBS,
LBS,
p. 11.
p. 12.
101
el núm. 4 de la revista aparece “La estatua del condenado”, de José Ferrel. En la
misma entrega Ulica anuncia la recepción de:
Un ejemplar de Cuentos Mexicanos, preciosa colección de novelitas cortas, editadas por El
Nacional. Es una joya de sin igual valor, que recomendamos a los amantes de las letras.
[…]
La estatua del condenado, excelente historieta de José Ferrel —que hoy publica La
Bohemia—, forma parte de los Cuentos Mexicanos.
Diez años más tarde Ferrel sería candidato a suceder al difunto Cañedo y Julio G.
Arce propagandista de Diego Redo, el candidato oficial, el representante de la
continuidad.
Julio G. Arce
Hijo del médico español Fortunato González de Arce, de quien tomara la herencia
de reducir su primer apellido a la inicial “G”, Julio G. Arce nació en Guadalajara en
1870. Al igual que su hermano, el destacado tribuno Alberto G. Arce, cursó sus
estudios en el Liceo de Varones de la ciudad de Guadalajara, Jalisco.
Farmacéutico de profesión, su vida en realidad giró alrededor de la prensa escrita.
A su llegada a Sinaloa, trabaja como redactor de El Correo de la Tarde de
Mazatlán, periódico que se caracteriza por tener en este puesto a grandes figuras
del periodismo sinaloense (Ferrel, Nervo, Bonilla, Valadés, et alter). Ya en
Culiacán, fundó La Bohemia Sinaloense donde publicó durante dos años la
columna “Esbozos”, bajo el anagrama de Jorge Ulica; además de 24
colaboraciones entre poesía y prosa.
Además de periodista Arce tuvo una fuerte inclinación por la política y el
magisterio. En la primera actividad su participación comulga con la mayor parte de
la intelectualidad sinaloense de su tiempo: un acendrado y hasta reprobable
porfirismo (que se traduce en una adscripción soez a los designios del gobernador
Cañedo) marcará sus primeros años en tierras del noroeste. A cambio de ello es
nombrado alcalde suplente durante la presidencia municipal de Manuel Clouthier,
102
el 25 de febrero de 1897, en sesión ordinaria del Cabildo, y más tarde se ostentará
repetidamente ya como alcalde 1° y como miembro de la junta patriótica: todo esto
con cargo al erario municipal.119
Sobre la percepción política que sus opositores tenían de Arce, destaca la de José
C. Valadés:
“Para justificar a la nación nuestra conducta futura, no creo de importancia el fallo del
congreso cuya honorabilidad está al nivel de la de Julio Arce (uno de los propagandistas del
redismo), es decir, un poco más baja que la de cualquier salteador de caminos....”, escribió
120
mi padre a José Ferrel.
Por lo que hace al magisterio, Arce se incorpora como maestro de farmacología y
gramática al Colegio Rosales, donde tiene problemas con Rafael Buelna tenorio,
estudiante del mismo, por discrepancias políticas. Las desaveniencias entre
mentor y discípulo
derivaron
en descalificaciones mutuas que
algunos
historiadores han querido ver como una polémica, aunque en realidad se trata más
bien de una escaramuza editorial.
De sus tiempos de catedrático del Colegio es la siguiente anécdota que refiere
Carlos Filio:
Julio G. Arce no fue tan admirado en el Colegio Rosales por sus amplios conocimientos
gramaticales y farmacéuticos, con ser bastantes, como lo fue querido por su ingenio y
agilidad de traviesas condiciones. Por su saber era todo un catedrático, pero por su inquietud
se recordaba más al escritor bromista, al periodista con un gracejo que casi presidía todos
sus actos.
De una de sus bromas hizo víctima al fotógrafo americano Alberto Long, publicando en su
Mefistófeles la noticia de que había sido aprehendido por ratero un individuo que llevaba su
mismo nombre. La lectura de la gacetilla molestó al fotógrafo, y como tenía por vecino a Julio
Arce, recurrió a él en busca de consejo. Discutido el hecho, con la seriedad que sabía poner
en casos semejantes, Arce le aconsejó: —Déjate de hacer aclaraciones que nadie lee. Al
cabo tú eres bien conocido en Culiacán. Pero para evitar futuras confusiones ponte una letra
intermedia.
El americano, que no entendía los retruécanos de nuestro idioma y fiado en la seriedad de
su amigo, candorosamente le pidió le sugiriera una letra intermediaria que lo diferenciara de
su homónimo. —Muy sencillo, ponte una “Q”.
119. AHMC, S.A., ver Actas de Cabildo del Ayuntamiento de Culiacán, año 1897, Fs. 1-32.
120. José C. Valadés, op. cit., p. 21.
103
El fotógrafo encontró correcto el remedio, y días después el rótulo de su establecimiento
121
aparecía redactado en los siguientes términos: Alberto Q. Long, Fotógrafo.
A la muerte de Cañedo, Arce apoyó a Diego Redo contra el candidato opositor
José Ferrel, en la disputa por el gobierno del estado, en una contienda que para
muchos era considerada como el laboratorio rumbo a la sucesión presidencial, que
el veterano presidente Díaz había anunciado en entrevista con Crelman pocos
meses antes. Ganó Redo y Ferrel y sus seguidores protestaron Fraude. El
gobierno se impuso y Redo tomó protesta como gobernador el FECHA de 1909;
poco tiempo después ventarrones revolucionarios lo obligaron a deponer su
mandato.122
Acaecido el cañedismo y su secuela redista, Julio G, Arce regresa a su natal
Guadalajara en 1912, donde trabaja en La Gaceta de Guadalajara, primero como
redactor en jefe y un mes más tarde asumiendo las tareas de director. En Julio de
1914 regresa a Culiacán, pero las turbulencias revolucionarias lo levan a San
Francisco, California donde dirige un semanario en español: La Crónica; ahí
publica sus “Crónicas diabólicas”, que le otorgan un sitio en la opinión y el gusto
californianos. En 1919 compra el periódico y le cambia el nombre a Hispano
América; durante esos años publica asiduamente en los periódicos El Mosquito y
El Tucsonense.
Ya se dijo que a más de poeta era farmacéutico y compró una farmacia, se
entiende, pues, que siendo periodista haya comprado más de un periódico.
“Arce fincó en Culiacán una regular fortuna, accedió al secreto del poder culiacanense, y con
Miguel Ponce de León adquirieron la Botica Alemana en diciembre de 1891, con un costo de
123
5 500 pesos, botica que les vendió Federico Koerdell.”
De su producción en la Bohemia podemos destacar, en poesía: “Reverie”, “Rosas
rojas”, “La última trova”, “Cuadro” y “En días de prueba”, aparecido en LBS, p. 172,
aquí se reproduce:
121. Carlos Filio, Estampas de Occidente, Culiacán, Colegio de Bachilleres del Estado de Sinaloa, 1994, p. 71.
122. Sobre el proceso electoral de 1909, Rumbo a la democracia, de Azalia López González, nos ofrece un detallado
estudio y, en este aspecto, su consulta resulta obligada.
123. José María Figueroa y Gilberto López Alanís, op. cit., p. 38.
104
En días de prueba
Me aborrecen… ¡No importa! ¡Calla! ¡Calla!
La lucha es necesaria. Ya fulgura
entre la sombra de mi noche oscura
el vivo resplandor de la batalla.
El odio ruge, la venganza estalla
en explosiones de pasión impura;
en nuestro derreror todo es pavura
y encapotado el horizonte se halla
No importa. Cese tupesar. ¡Espera!
No domarán mi orgullo ni mis bríos
el rufu despecho o la calumnia artera.
¡Desprecio los mundanos poderíos
y si los odios brotan, por doquiera
encontrarán también los odios míos!
Julio G. Arce muere en Culiacán en 1926. Carlos Filio lo recuerda así:
“En las rutas pasadas encontramos a Julio G. Arce dejado de toda gracia masculina:
corpachón obeso y patizambo, moviéndolo a pasos cansinos como el de una bestia
paleontológica; ojos estrábicos, cabello entrecano y pelado al rape; un guardarropa
descuidado, de constante color oscuro, y con su bastón en la diestra y el sombrero de
amplias alas, resultaba un tipo inolvidable e inconfundible. Este hombre, tan semejante a un
124
Cuasimodo en auge, tuvo recursos perspicuos en el manejo del idioma...”.
Manuel Bonilla
Nació en San Ignacio, Sinaloa, el 9 de febrero de 1867. Estudió para ingeniero
topógrafo en los Estados Unidos. A su regreso a Sinaloa, se establece en
Culiacán, donde desempeña diversos cargos públicos entre los que se cuentan:
regidor del ayuntamiento, director del Periódico Oficial del Gobierno del Estado,
miembro supernumerario del Supremo Tribunal de Justicia. Trabajó también con la
familia Redo (con quienes más tarde rompería lanzas a propósito de la sucesión
gubernamental de 1909), como administrador general de la fábrica textil “El
Coloso”, y en la Compañía Naviera del Pacífico.
Su función como trabajador a las órdenes de la oligarquía cañedista-redista,
otorgan a Bonilla un aire de solvencia moral y de talante negociador, que no lo
abandonará ni en los momentos de mayor infortunio (como cuando estuvo preso
durante seis meses en 1910, y a punto de ser trasladado a San Juan de Ulúa), ni
en la refriega en la que finalmente fuera quemada la fábrica “El Coloso”, por las
124. Filio, op. cit., p. 48.
105
tropas del General Juan M. Banderas, que ostentaba la Jefatura Revolucionaria de
Sinaloa, y más tarde habría de ser fugaz gobernador del estado.
Al asumir el gobierno provisional de ciudad Juárez, y en reconocimiento a que
desde
enero
de
1910
Bonilla
había
formado
en
Mazatlán
el
Club
Antirreeleccionista de Sinaloa , Madero lo nombra ministro de comunicaciones,
cargo que le respeta Francisco León de la Barra al ratificarlo en marzo de 1911.
Ya con Madero en el Ejecutivo Federal, ocupó la misma cartera del 6 de
noviembre de 1911 al 27 de noviembre de 1912. Al momento de la Decena
Trágica, Bonilla ocupaba la Secretaría de Fomento.
Acérrimo de Huerta no pudo, sin embargo, coincidir en lo sustantivo de sus ideales
con Carranza, por lo que a poco de incorporarse al constitucionalismo rompió con
éste exiliándose en El Paso, Texas. Volvió en 1914, para engrosar las filas de
Pancho Villa y, derrotado que fue, se exilió de nueva cuenta en los Estados
Unidos. En 1929 el vasconcelismo tentó nuevamente sus fibras políticas, por lo
que embarcó una vez más rumbo a esa Itaca social a la que jamás arribaría.
Fueron sus últimas elecciones.
Como se ve, entre Julio G. Arce y Manuel Bonilla hay una distancia infranqueable
y, sin embargo, ambos coincidieron (como director y subdirector, respectivamente)
en la conducción de una revista literaria que, se quiera o no, formaba parte del
espíritu cañedista. Lo cierto es que ambos escritores sabían que sus plumas eran
útiles al sistema, pues una revista que no critica termina por refrendar el statu quo.
También es cierto que a la sazón ambos profesionistas encuentran en la sociedad
decimonónica sinaloense un espacio propicio para el potencial desarrollo de sus
haberes. Pero no es menos cierto que la literatura que irrumpe en el gusto de la
época, cuando habla de compromiso lo hace en términos de exclusión, es decir,
los parámetros para juzgar el arte no pasan sino por el arte mismo. Y finalmente
hay que señalar que al general Cañedo le faltaba una larga década para padecer,
con los resultados que ya se conocen, el mentado catarrito.
106
Otro elemento que permite explicar la extraña coincidencia de Arce y Bonilla en
una publicación, ambos como dirigentes, es el desapego que éste último tenía
para con la misma: es cierto, la pluma de Marcial, que así se firmaba el autor de
Espinas y amapolas, únicamente asoma en las páginas de la Bohemia en el núm.
7, correspondiente a diciembre de 1897, con un poema dedicado al general
Antonio Rosales, “22 de diciembre”, escrito, según aparece al pie del texto, en
1893. Un refrito inédito, salvando el oximoro.
Si a la reticencia de Bonilla a publicar en la revista, agregamos que el único crédito
que aparece en ésta es el de la empresa tipográfica, ¿con qué credenciales se
podría amparar este desdeñoso escritor para ser considerado por sus
contemporáneos como codirector de la publicación de marras? Pueden ser
muchas y de variada índole; eventualmente, propongo dos de estricto apego a la
literatura.
Primera: El Correo de la Tarde, Había publicado algunos adelantos de un libro en
ciernes de Bonilla que había despertado notable aceptación entre los lectores. El
mismo Jorge Ulica, lo consigna en sus Esbozos:
Una novela sinaloense —obra de nuestro ilustrado compañero Manuel Bonilla—, se dará
próximamente a la luz.
Aún no se sabe el nombre que llevará la nueva producción de Marcial; pero presentimos que
el autor de Espinas y amapolas, obtendrá nuevos triunfos.
Estamos en plena actividad literaria. Limpian sus galanas plumas, los viejos campeones del
periodismo sinaloense, que ahitos de triunfos descansaban perezosos de las fatigas; la
juventud se agita entusiasta y viril; donde quiera brotan cantos y estrofas y todo demuestra
125
que se inicia en nuestro estado una época de florecimiento literario.
La segunda explicación que aventuro tiene que ver con la calidad de la pieza
publicada y el motivo, la fecha: diciembre de 1897, es decir: el mes en que se
conmemora la batalla de San pedro, de tanto festejo en Sinaloa, y que la Bohemia
celebraba con un concurso literario que otorgaría “...dos premios: uno para el
125.
LBS,
núm. 2, 1º de octubre de 1897, p. 16.
107
mejor soneto dedicado a Rosales, y el otro para la mejor composición en prosa,
dedicada al mismo héroe. Esta no deberá ser muy extensa”.126
El poema de Bonilla bien vale la pena reproducirlo completo:
La ciudad está de gala
dispuesta a regocijarse
como las niñas bonitas
que celebran sus natales:
repiques, dianas, cohetes,
ensordeciendo los aires;
banderas, flores y risas
en las plazas y en las calles,
hacen visos las aceras
por la confusión de trajes,
y como espuma de neutle
sube y ufano se esparce
el contento de las almas
en los alegres semblantes.
Gratos rumores se escuchan
perfume, luz y donaire
embargan nuestros sentidos
en éxtasis agradables.
Hace hoy veintinueve años
que los buenos habitantes
de Culiacán, esperaban
con ansiedad palpitante
un grave acontecimiento,
una derrota... quién sabe!
Porque oían, como suelen
a lo lejos escucharse
los sordos ecos del rayo,
el rumor de los combates,
y temían con justicia
los patriotas liberales
saber muy pronto las nueva
del presagiado desastre
del improvisado grupo
que mandado por Rosales,
salió a contener al campo,
del invasor los avances.
¡En tanto los fraticidas,
los ilusos imperiales,
seguros de la victoria
impacientes por menguarse
preparaban las coronas
y los lauros que adornasen,
del francés las rubias sienes
ceñidas de noble sangre
126.
LBS,
vertida por los intrépidos
defensores de estos lares!
De pronto se ve un jinete
a toda rienda acercarse;
rápido llega y al pueblo
que ansioso llena las calles,
anuncia el triunfo increíble
de las tropas liberales:
después entre el regocijo
y el asombro populares,
desfilan los vencedores
que entre sus columnas traen
al ejército enemigo
rendido en su mayor parte,
y con su Estado Mayor
la persona interesante
del héroe de la jornada,
el magnánimo Rosales.
Rosales, sí, cuyo porte
a la vez serio y afable,
revela el genio que anima
a los hijos inmortales
de la gloria, en la mirada
triste, soñadora, grave,
como buscando lo ignoto
de los cielos eternales.
Es el soldado-poeta
es el sabio gobernante
de cuyo plectro inspirado
cantos patrióticos nacen
que libérrimas ideas
lanza al mundo en cada frase.
El que dedicó a la Patria
desde pequeño su sangre:
genio cual Netzahualcoyotl,
Cuauhtémoc en lo indomable,
prudente como Tenoch
pero más que todo grande
porque a sus dotes reúne
otra de mayor realce
la de saber perdonar,
¡la virtud más admirable!
1893.
núm. 3, 15 de octubre de 1897, p. 22.
108
Hay que decir que la lectura del poema permite precisar que, efectivamente, éste
habría sido concebido en 1893, ya que en esa fecha se cumplieron 29 años de la
Batalla de Sanpedro, que tuvo lugar en 1864. Hay que agregar también que en el
concurso de homenaje a Rosales Cecilia Zadi se llevó el primer lugar, con una
composición titulada “Al héroe de San Pedro”, cuyo último verso tiene gran
parecido con el final del poema de Bonilla: “...y la piedad augusta que perdona!”.
Sobre su participación en El Correo de la Tarde de Mazatlán, Héctor R. Olea nos
dice:
El editor Retes vendió El Correo de la Tarde a su consocio capitalista Andrés Avendaño, que
se ofreció a hacer la campaña política del periodista José Ferrel y el diario quedó bajo la
dirección del popular novelista Heriberto Frías, distinguiéndose en esa época los escritores:
José Rentería y el ingeniero Manuel Bonilla, después ministro en el gabinete del presidente
127
Francisco I. Madero.
Más tarde Bonilla dirigiría El Correo de la Tarde engrosando así la afamada
nómina del rotativo.
Pieza importante en la campaña de José Ferrel por la gubernatura del Estado en
1909, Marcial, que así se firmaba, abrazó más tarde la lucha maderista en contra
de Porfirio Díaz, porque efectivamente el laboratorio de la democracia había
inoculado en su sangre el virus de la libertad y el honor.
Obras: Espinas y amapolas; De Aztlán a México; Peregrinación de los nahoas y
Estudios de petroglifos sinaloenses.
Faustino Díaz
Del editor de la revista poco se sabe. Su biografía apenas si registra algunos
méritos y escasos reconocimientos. Se sabe que fungió como edil de Culiacán por
acuerdo de cabildo en el año 1900, que era un hombre de amplia cultura y hasta
obstinado por acrecentar sus bienes, que fue obteniendo de manera paulatina, a lo
largo de toda su vida.
127. Héctor R. Olea, La imprenta y el periodismo en Sinaloa, 1826/1950, Culiacán, UAS/Difocur, 1995, p. 107.
109
Carlos Filio lo retrata con estas pinceladas, que no quieren ocultar su
condescendencia:
El editor de El Monitor Sinaloense, don Faustino Díaz, era la antítesis de Arce en lo tocante a
disciplinas, pues en su imprenta reinaba conservadora quietud que era el reflejo del decoro y
comedimiento de sus actos. Don Faustino era impar en el trabajo, fue subiendo por derechos
de conquista desde la categoría de empleado mínimo en El Correo de la Tarde, de Miguel
Retes, hasta escalar la justa jerarquía del patronato, y en donde una muerte absurda le
128
encontró en posición de lucha.
Sobre la muerte del editor de la Bohemia se ha instalado una suerte de halo
misterioso que agrega con tinte sombrío a suya de por sí desdichado final, pues su
cuerpo, según se sabe, nunca fue localizado.
3.1.1 Los “Bohemios”
Miembros de la selecta elite porfiriana (cañedista, en este caso), los “Bohemios”
representan el buen gusto, el refinamiento de una sociedad donde el
analfabetismo y la pobreza de las clases bajas constituía una afrenta para la
sociedad progresista, sin embargo, no se les puede echar a todos en una bolsa,
pues su especificidad no es asunto menor. De ahí la necesaria oportunidad de un
registro mínimo de ellos.
3.1.1.1 Poetas y prosistas
Si bien es cierto que muchos de los colaboradores de la “Bohemia” publicaron en
sus páginas textos de ambos géneros, y que algunos de ellos se movían con
soltura y sobriedad ya escribieran un poema o ensayaran un cuento, una reseña,
un comentario, una crítica, lo que fuera, lo cierto es que cada uno sienta sus
reales en un territorio literario específico, lo cual si bien restringe su espectro
escritural, nos permite una clasificación manejable, exenta de matices que
redundan más en la confusión que en la confirmación de una pretendida poligrafía.
128. Filio, op. cit., p. 50.
110
Poetas
Jesús G. Andrade
Al momento de aparecer La Bohemia Sinaloense, Chuy Andrade contaba con
dieciocho años y radicaba en Guadalajara, donde cursaba la preparatoria. Su
incorporación a la Bohemia data de entonces. Colaborador fugaz o efímero:
apenas un puñado de poemas, cuatro para ser exactos, más bien refriteados.
Carlos Filio se lamenta de la suerte corrida por Andrade, poeta que las dos
publicaciones más importantes de su tiempo apenas si tomaron en cuenta: si la
Bohemia lo refriteó, Arte de plano ni lo imaginó en su sartén.
“Mi pobre Chuy Andrade, sin tiempo para perfeccionar su mensaje estético, para decir su
verdad lírica, quedó, por exceso de dosificación etílica, abrumado, aplanado, ante el porvenir
129
poético que pudo haber sido suyo.”
Las palabras anteriores pertenecen a Carlos Filio, que si bien no se ocupa
demasiado del poeta, sí logra en los pocos párrafos dedicados a éste, retratar al
bohemio que pese a ser admirado por buena parte de sus contemporáneos no
logró nunca dejar a un lado esa tristeza que asoma en muchos de sus versos,
ncluso cuando éstos van dirigidos a la mujer que ama y de quien espera le lleve
de la mano hacia la muerte, como si se tratase del lecho conyugal.
A mi amada
Te contemplé y mi pecho estremecido
se llenó de tristeza y de quebranto;
tú bien comprendes que te adoro tanto
que hasta mi ardiente fe, por ti he perdido.
¿Qué no me ves ante tus pies rendido
derramando de amor, acerbo llanto?
¿Por qué me has sepultado, dulce encanto,
en las profundas nieblas del olvido?
Es preciso llorar ya que la suerte
me condena a sufrir en este mundo,
sin la dicha dulcísima de verte...
mi pecho airado, exclama gemebundo:
¡Oh, divina mujer dame la muerte
para que calme mi dolor profundo!
129. Carlos Filio, op. cit., p. 57.
111
Como la vida no concede atajos, Chuy Andrade murió como buen romántico: a
consecuencia de la constante embriaguez, con más penas que glorias.
A la hora de su muerte fueron muy pocos sus amigos. El licenciado Francisco Verdugo
Fálquez fue quien más se preocupó porque Chuy bajara a la tumba con el honor que se
mereció siempre y con el calor de sus amigos de todos los tiempos. Ante la tumba hablaron
don Samuel Híjar —a don Samuel le temblaba la voz: era el que le seguiría— el licenciado
Francisco Verdugo Fálquez y el poeta vanguardista Alejandro Hernández Tyler.
Santa —María Valle— su novia, arrojó, de rodillas, tremante, los primeros puñados de tierra.
130
Alfonso Leyzaola regía los destinos de Culiacán. Todo estaba en paz.
Eduardo J. Correa
A este poeta le corresponde la gloria de haber sido editor de Ramón López
Velarde. Su cercanía al poeta jerezano, tiende un velo de desaire para con su
propia vida. Su participación en la Bohemia, de todas formas, es puntualmente
festejada por Ulica:
Hemos hecho otras brillantes adquisiciones. Un escritor distinguido, cultivador ardiente de
las rimas, poeta de alta jerarquía, y bohemio de corazón, el Lic. Eduardo Correa, de
131
Aguascalientes, ingresa también a nuestras filas.
Aunque no participó como colaborador de Arte, en la sección que esta revista
dedicaba a las novedades literarias se consigna ampliamente la aparición del
último libro que Correa publicaba en 1908. Se supone que el texto habría sido
redactado por Sixto Osuna, quien regularmente se ocupaba de la sección; por ello
es de preguntarse por qué la “conciencia literaria de Enrique González Martínez,
no lo convenció de publicar al poeta hidrocálido.
Al dolor
A Francisco Medina
Impuesto el corazón a estar contigo
tu larga ausencia con razón extraña;
vuelve y encontrarás de mi cabaña
franca la puerta a generoso abrigo.
130. Enrique Félix Castro, Evolución tardía de la provincia, Culiacán, UAS, 1985.
131. LBS, núm. 13, t. I, 15 de marzo de 1898.
112
No eres de mis ensueños enemigo
ni a mis cariños tu amargura daña,
por eso al irte siempre te acompaña
un adiós melancólico de amigo.
Enluta mi horizonte con tus velos
y turba de mi amor la dulce calma
con las iras soberbias de tus duelos,
que logras sólo con tu angustia cruenta
hacer que al despedirte quede mi alma
como el cielo después de la tormenta.
En el núm. 17 de la Bohemia, Ulica saluda con entusiasmo la próxima aparición de
Líquenes, poemario editado en Aguascalientes, patria chica del poeta. Con todo y
que Correa es para estas fechas reconocido y publicado en diversas revistas del
país, la diferencia que éste tiene para con la revista culiacanense es por demás
rentable, como lo demuestra su poema “Al dolor”, dedicado a uno de los
colaboradores más asiduos de la publicación de marras.
‘Oropeles’ es el nombre de un libro de versos que de Aguascalientes nos ha llegado hace
poco y cuyo autor el Licenciado don Eduardo J. Correa, es ya bastante conocido y apreciado
en los círculos literarios de la República. Viene el libro gallardamente impreso en los talleres
tipográficos del autor y es una nueva muestra no sólo de una inspiración fácil y bella, sino de
una infatigable laboriosidad. Eduardo Correa lleva ya publicados cuatro ó cinco libros,
prepara otros varios y es sin duda alguna uno de los más ardientes trabajadores por el arte
en Provincia. A vindicarla del mal concepto que tiene en la metrópoli ha consagrado el poeta
de Aguascalientes muchos años de labor, y su revista literaria ‘La Provincia’ ha dado
albergue a muchas ricas muestras de que la literatura provinciana no merece el desdén con
que algunos la miran. Felicitamos al que siga dando pruebas de su inspirado numen. Y con
toda franqueza diremos, ya que a escritores de la talla de Correa se les debe la verdad, que
con un poco más de apego a la forma y un poco más de escrúpulo en la selección de sus
obras, para lo cual le perjudican quizás su facilidad y fecunda vena, mucho ganaría su bien
132
sentada fama de poeta.
Prosistas
Eustaquio Buelna
A Eustaquio Buelna se le recuerda como el fundador, en 1873, del Liceo Rosales,
primera institución de educación superior del Sinaloa, con asentamiento en el
puerto de Mazatlán, a la sazón residencia de los poderes estatales y la ciudad con
mayor desarrollo económico y cultural de la entidad. Un año más tarde, al declarar
132.
Arte, núm. 2, t. II, 29 de febrero de 1908.
113
a Culiacán como la capital sinaloense, trasladó también a dicho instituto con el
nombre de “Colegio Rosales”, configurando de esta manera la geografía política (y
educativa) del estado.
Obras: Compendio histórico, geográfico y estadístico de Sinaloa (1877); Breves
apuntes para la historia de la intervención francesa en Sinaloa (1884);
Peregrinación de los aztecas y nombres geográficos indígenas de Sinaloa; La
Atlántida y la última Tule (1895); y Arte de la lengua cahíta, de la cual se dice que
se trata de una obra cuya autoría es de un misionero jesuita, por el rescatada.
Su acérrima relación con el general Cañedo puede servir de parámetro para juzgar
el grado de independencia de la Bohemia respecto a los designios del poder.
José Ferrel
Dos actividades marcarían la vida de José Ferrel. Por un lado tenemos al hombre
de letras (periodista, traductor, poeta, novelista), cuyo prestigio le llevaría a los
cenáculos instaurados por la elite porfiriana y le otorgarían un nombre (y un lugar)
que más tarde habría de llevarlo a la arena política, donde no corrió con mayor
suerte, pues su máximo logro fue ser secretario particular de Victoriano Huerta.
Sonorense de nacimiento (Hermosillo, 1865), pasó gran parte de su vida en
Sinaloa, particularmente en el puerto de Mazatlán donde destacó como redactor
de El Correo de la Tarde.
Sobre la actividad política de Ferrel en la sucesión de 1909 ya se han anotado
algunas cosas, por lo que no me detendré en el particular.
Hay que destacar, en cambio, su poco valorada labor como traductor: su
“Temporada en el infierno” de Rimbaud fue leida con fruición a principios del siglo;
y aunque menos célebre su traducción de Lautreamont es aún apreciada.
114
Antes de su incursión en la traducción, publica la novela “Reproducciones”, en
1895, editada por el periódico El Demócrata de Mazatlán. En la Bohemia apareció
“La estatua del condenado”, en el núm. 4. No volvió a publicar en esta revista.
Herlindo Elenes Gaxiola
Nació en Mocorito en 1883. Egresado del Colegio Civil Rosales que fundara
Eustaquio Buelna diez años antes, el futuro periodista político habría de seguir las
huellas de su maestro y oponerse abiertamente a los dictados de Porfirio Díaz y
Francisco Cañedo. En El Monitor Sinaloense endereza corrosivos artículos en
contra de la pareja de futuros dictadores. Cuando este último se hace de la
prefectura de Culiacán, Elenes Gaxiola se ve obligado a abandonar el estado y
radicarse en la ciudad de México donde trabaja en el bufete del licenciado Emilio
Vázquez Gómez figura prominente de Partido Antirreeleccionista.
Cuenta con cinco colaboraciones en la Bohemia, convirtiéndose de esta manera
en uno de los prosistas más publicados de la revista, sólo por debajo de Julio G.
Arce y Francisco Verdugo Fálquez. Los temas que trata Elenes Gaxiola son de
suyo interesantes: Huitzilopochtli, el general Antonio Rosales, Ramón Corona, las
vicisitudes republicanas, entre otros.
3.1.1.2 Las féminas
El papel que los bohemios reservan a la mujer, se deja leer en el mismísimo
“Proemio”, texto que abre la primera entrega de la revista:
“Ya el rojo cortinaje, el elegante portier se ha descorrido. En el regio salón os esperan,
ansiosas de aplaudiros, las rubias beldades, inspiradoras de vuestros cantos.”
La mujer sinaloense como musa inspiradora que tanto ponderan los “Bohemios”,
aparece retratada en una postal que Carlos Filio dedica al carnaval que a finales
del siglo XIX se efectuaba en la ciudad de Culiacán, organizado por los muchachos
“bien” (como los llama Filio), Marcelino Almada Güereña, Juan N. Tamayo, Jesús
115
de la Vega, Enrique Roiz, Juan L. Paliza, Fernando Cuén, los Lucanitos, Gustavo
y Lucano de la Vega y el “patriciado femenino de provincia”: Dolores Salido de
Almada, Elisa Praslow de la Vega, María Urrea de Valadés, Francisca Gallardo de
Barrantes, Rosario Lasceter de la Vega, Manuel Urrea de Escobar, Matilde Acosta
de Thomalen, es decir, la creme de la creme cañedista:
“...unas tenían el cuerpo de lirio gravitando sobre la paradoja de un pie diminuto; y éstas
tenían labios modelados en la curva del arco de Cupido, y aquellas un temblor de luceros en
los ojos... Las lindas muchachas se llamaban Martínez de Castro, De la Vega, Rojo,
Andrade, Zazueta, Cañedo, Izábal, Gastélum, Tellache, Almada, Irízar, Gaxiola, Amescua,
133
Tamayo, Salazar, Pérez, Espinosa Praslow...”
Cecilia Zadi (Haydée Escovar de Félix)
Pero esa visión de la mujer, como portadora del cáliz que debe escanciar el poeta,
se ve cuestionado a partir del núm. 2 de la revista con: la aparición de un texto (sin
título) de Cecilia Zadi.
Cuando aparecieron en la prensa (i.e. La Bohemia Sinaloense), los primeros trabajos de
Cecilia Zadi todos tratábamos de adivinar, la personalidad que se ocultaba tras aquel
seudónimo.
Cecilia Zadi, es una dama distinguida. Al calor de su hogar, entre las risas infantiles de sus
hijos, toman forma sus ideas. Por eso se expresa con tal ternura. Por eso canta de tal
manera.
¿Su nombre? Lo diré, sí lo diré. Perdonad señora, que ofenda vuestra modestia; pero es
preciso! Quien lleva sobre sus sienes la aureola luminosa del genio, quien con su ilustración
y su talento da honra y prez a las letras sinaloenses, quien es el ornamento principal de
nuestra Bohemia, bien merece que su nombre sea conocido en todas partes.
Pues bien, esa distinguida poetisa, esa escritora sentida habita en la hermosa Perla del
Pacífico: arrullan su hogar las olas rumorosas que van a besar la mansa playa.
Su nombre es Haydée Escovar de Félix Díaz.
134
Descubríos!
Ahora bien, lo cierto es que la Bohemia no fue la primera publicación en que
participa esta poeta, que en 1909 sería galardonada en los primeros juegos
florales de Mazatlán; de ella nos informa Agustín Velázquez:
133. Filio, p. 44.
134. La Bohemia, núm. 22, 1º de noviembre de 1898, p. 5.
116
Ama de casa que había decidido publicar sus escritos en 1894, poco tiempo después de la
muerte de su hijo, quien la inspiró y la llevó amorosamente a la búsqueda de la democracia.
Ella provenía de una familia acaudalada, empresarios del transporte de Mazatlán y
135
comerciantes de papel.
Obtuvo el premio de poesía al que convocó la Bohemia Sinaloense el 1 de enero
de 1898 (núm. 8), para festejar la Batalla de San Pedro, con el poema:
Al héroe de San Pedro
¡Épicos genios, héroes inmortales
que admiró el mundo y deificó la historia,
y nimbados de luces siderales
dormís en el regazo de la gloria:
escuchad nuestros cantos, los triunfales cantos que,
eternizando la memoria
de nuestro egregio paladín Rosales,
consagra reverente la victoria!
¡No Grecia antigua, mas fulgente brillo
guerrero unir a la virtud sublime
logra, cual muestra el vencedor caudillo
que une al laurel con que su sien corona
la floreciente oliva que redime
y la piedad augusta que perdona!
Cecilia Zadi fue, después de Julio G. Arce, naturalmente, quien más publicó en la
Bohemia: quince poemas y cinco textos en prosa. De los primeros llama la
atención el publicado en el núm. 21, considerado de aniversario (así lo anuncia la
portada de la revista). Su título: Estrofa. Se trata de una composición con métrica
irregular compuesta de ¡quince! décimas, algunas de ellas bien cinceladas.
Respecto a la prosa: en “La mujer egoista y avara”, aparecida en el núm. 23,
Cecilia Zadi, arremete contra las mujeres que no practican la caridad. Sus
palabras son duras:
Si el hombre egoísta y avaro es duro y despreciable, aún más lo parecerá la mujer si estas
dos miserables pasiones la dominan; porque en ella más que en el hombre resaltan y
repugnan los vicios y los malos instintos. La naturaleza blanda y débil de la mujer, rechaza
instintivamente cuanto no sea bondad, sensibilidad y dulzura, porque ella ha sido hecha para
amar aún más que para ser amada. Y cuando falta a esa ley que Dios ha querido imponerle
135. Agustín Velásquez Soto, El corazón del espíritu. Patriotismo liberal en la literatura sinaloense, Culiacán, Archivo
Histórico General del Estado de Sinaloa/UAS, 2006, p. 157.
117
hasta en su organización, la mujer desciende en la escala del sentimiento, que es la escala
superior de los seres.
[…]
Las mujeres egoístas son generalmente beatas, pero en sus almas sórdidas no penetra
jamás la grandeza de la religión de Cristo, que siendo toda caridad, se funda en las santas
palabras: ‘amaos los unos a los otros’.
[…]
¡Pobres mujeres egoístas!, ¡pobres avaras! Si sufrís, a nadie apesará vuestra pena; y,
cuando a semejanza de una lámpara inútil se extingue vuestra vida, todos los tesoros que
habéis ocultado y negado a la caridad, no podrán, ¡ay!, compraros una lágrima de gratitud
que suba al cielo en defensa vuestra.
El otro texto se titula “Cartas de un ángel”, cuyo plural supone que la autora
pretendía continuar con otras entregas, lo cual no fue posible pues el texto
apareció en el núm. 24, esto es: el último que publicara la Bohemia. El texto va
dirigido al hijo que perdiera antes de convertirse en escritora.
Los poemas de Cecilia Zadi fueron recogidos en las antologías de Ernesto Higuera
(Antología sinaloense) y de Leo Eduardo Mendoza (Sinaloa, lengua de tierra). De
su prosa nadie se acuerda.
Artemisa (Srita. Dolores Lizárraga), Ensayista
Con tres intervenciones en la revista, los tres subtitulados “ensayos literarios”, esta
señorita rosarense bien puede considerarse desde la perspectiva de lo que
Rigoberto Rodríguez Benítez denomina “formación del imaginario sinaloense”. En
efecto, se trata de una lectora que de manera súbita (una suerte de “palomazo”
literario), emprende la tarea de reproducir los valores éticos y estéticos de una
práctica social reservada a una élite ilustrada, en la cual las mujeres jugaban un
papel meramente decorativo.
En el primer texto, “Grata vida del hogar”, la escritora nos pone al día sobre la
condición humana: “La familia es el oasis que Dios ha puesto al hombre en su
peregrinación por el desierto de la existencia”.
118
Precisemos: el “hombre” es el hombre (del sexo —no del género— masculino),
“dueño y señor de la tierra”, ese miembro de la sociedad (la buena sociedad), cuya
“existencia es una brega infinita, siendo uno de sus principales capítulos la lucha
por la vida...”, ese hombre cuya imponente silueta dominaba (casi) todas las
prácticas socialmente aceptadas, glorificadas del fin de siglo.
Y luego la familia. Y por supuesto la esposa, la mujer que “con su amor infinito,
sus adivinaciones sublimes hace de sí misma para su marido su ángel bueno y de
la guarda, porque nunca lo abandona, siempre con él y para él...”.
En los números 17 (junio) y 18 (julio), aparece “Entre el amor y el deber”, que se
anuncian como “Ensayos literarios”. No son tal cosa: se trata más bien de un
cuento (romántico) sobre el rol “natural” que la mujer jugaba en la sociedad
cañedista todavía decimonónica. Hay que decir de entrada que se trata de un
cuento inconcluso (o quizá de una noveleta, sabrá Dios), cuyo final, si bien
múltiple, tenía que ser, por definición, edificante.
La Trama: una muchacha (Amalia), de buena familia y buen ver, huérfana, que
vive con su abuelo, al cual parece querer más que a su propia vida, conoce a un
galán (Ricardo) al término de una “misa mayor”. Esta simple constatación de ser
algo más que un compromiso familiar, trastoca el mundo (la representación del
mundo), que la nieta-mujer está llamada a ejercer. Un verdadero conflicto ya que
“desde aquel momento desapareció para Amalia la quietud en su corazón”.
Ya no volvió a publicar, dejando el suspenso en el aire.
Cenobia y Rosa Obregón
Estela y Omega. Se trata de las hermanas del futuro Presidente de la República,
el general Álvaro Obregón, quien en sus mocedades se empleara en Navolato, en
la hacienda de la familia Almada. Del parentesco no se puede inferir que haya
119
influido en su aceptación como escritoras: faltaban dos décadas para que el
manco de Celaya se hiciera del poder.
Estela se llamaba Cenobia y, Omega, Rosa. Ambas publican en el núm. 13 de la
revista (en la portada), ambos anuncian sus poemas como “exclusiva” para la
Bohemia. De Omega es su única aparición; Estela, en cambio, vuelve a aparecer
en el núm. 16 con el poema “Una mañana en el bosque”.
La primera nube (fragmento)
Inesperada tempestad, y fiera,
que barrió con mi pobre primavera.
La borrasca pasó… con ansia loca
busqué iris de paz,
un risco, aquí miraba… allá otra roca,
pero el iris jamás…
jamás apareció; terrible calma
dejó la tempestad dentro de mi alma.
Desde entonces me enoja de las flores
el secreto vaiven,
el canto de los tiernos ruiseñores
me hace sufrir también,
y sólo soy feliz en la espesura
cuando contemplo alguna nube oscura.
Estela
Si alguna vez (fragmento)
Si alguna vez la vista alzas al cielo,
demandando piedad,
y a dios preguntas con afán profundo
dónde la dicha está;
si sufres un dolor sin esperanza
tan negro, tan tenaz
como es éste que llevo aquí en el pecho,
sin poderlo arrancar,
entonces, no te canses, en la tierra
la dicha no hallarás
hasta que duermas en la tumba fría
sin despertar jamás.
Omega
Aquí me detengo. Es cierto que los textos y los autores de la Bohemia, dan para
más, ¡para mucho más!, pero las exigencias apremian. La revista decimonónica
cañedista es para las letras sinaloenses como un espejo frente a un ciego que de
pronto, por un momento recupera la vista, y se ve a sí mismo, y se reconoce en
esos razgos, en esos ojos que lo miran desde la superficie plana: y es lo reflejado
y es el reflejo.
120
Capítulo IV
Arte: de la seducción al olvido
La revista Arte, dirigida de principio a fin por Enrique González Martínez, nos
permite asomarnos a un fenómeno literario de la mayor importancia: el de la
recepción de la literatura universal. No se trata de una publicación que apueste por
el descubrimiento de nuevas voces, como es el caso de la gran mayoría de las
revistas literaria de provincia que a la sazón se publican (el Verbo Rojo, Flor de
Lis, por ejemplo), y cumplen por ello un papel fundamental en el impulso de las
literaturas locales, lo cual representa su fuerza y su debilidad al mismo tiempo: por
un lado, se convierten en la condición de posibilidad del surgimiento de nuevos
escritores, pero por otro, contribuyen a la proliferación de glorias locales, cuyos
textos de escasa o nula calidad ahogan a los de verdadera importancia. Las
revistas literarias de este tipo cumplen con el adagio shakesperiano: mucho ruido
y pocas nueces. El caso de Arte es completamente distinto.
Índice
A
Alba, Rafael de
“María”, de Jorge Isaacs, 41; Amor, 84; “Rumores de mi huerto”, 89.
Amador, Severo
El genio, 152; Ritornello primaveral, 168.
Amicis, Edmundo de
Garibaldi, 38;
Arenales, Ricardo
Poemas breves, 140; Nocturno VI, 166.
Argûello, Santiago
Era, 98.
Azuela, Mariano
Nostalgias, 176.
B
Baroja, Pío
El vago, 148; ¡Triste país!, 150.
Brisson, Adolfo
Catule Mendés Id., 177.
121
C
Campo, Ángel de
Las tres faltas de Mendieta, 25.
D
Delgado, Juan B.
En marzo, febrero loco, 85.
Darío, Rubén
En la muerte de Rafael Nuñez, 100.
Dávalos, Balbino
La fragua (Richepín), 129.
Diez Cañedo, Enrique
La Moza de cántaro, 174; De vuelta del pinar, 174.
F
Fabra, Nilo
Carlos IV y María Luisa, 70.
Fernández Ledesma, Enrique
En el sendero desolado, 97; De “Cartas sueltas”, 137.
Flores, Esteban
Nocturno, 5.
France, Anatole
De “El jardín de Epicuro”, 15; El pastel de lenguas, 172.
Ferrero, Guillermo
César y Lúculo, 169.
G
Gamio, Rodrigo
Noche del trópico, 84.
Gómez Carrillo, Enrique
Cielo del Ática, 161.
González Martínez, Enrique
A vuelo, 1; Vésper, 13; En voz baja, 14; El éxtasis del silencio, 46; Soledad, 78;
Peregrinando, 95; Nocturno, 167; Balada, 173.
J
Jaimes Freire, Ricardo
País de ensueño, 122.
Junco de la Vega, Celedonio
Hojas y corazones, 159.
L
Lemaitre, Jules
La virgen de los ángeles, 123.
Lugones, Leopoldo
Mapa-mundi, 120.
122
M
Machado, Antonio
Las moscas, 19; Elegía de un madrigal, 20; Recuerdo Infantil, 127.
Machado, Manuel
La voz que dice, 6; Retablo, 131; Oliveretto de Fermo, 131.
Marc, Twain
La señora Mac Williams y el relámpago, 47.
Marquina, Eduardo
Égloga, 23.
Mata, Andrés A.
Pentélica, 54.
Medina, Francisco
Sanguínea, 173.
Mora, José Sabás de la
Santa Claus, 7; El ladrón, 101; Cuento de navidad, 153.
O
Obligado, Rafael
Madrigal, 33.
Olabíguel, Francisco M. de
Rondel, 130.
Osuna, Sixto
Reverie, 37; Edmundo de Amicis, 39; La lluvia, 73; In pace, 104; “El amor de las sirenas”,
105.
P
Pichardo, Manuel S.
Sueño (Ada Negri), 158.
R
Rebolledo, Efrén
De los sátiros traidores, 31.
Redacción
Anatole France, 21; Notas bibliográficas, 24; Notas bibliográficas, 110; Stephan Mallarmé,
132; Libros recibidos, 160; “Visiones”, 182.
Répide, Pedro de
La canción del carro negro, 61; Modernismo, 86.
Rueda, Salvador
El sueño de la estatua, 182.
S
Salado Álvarez, Victoriano
Mandas a los pobres, 80.
Silva, José Asunción
Un poema, 55.
Swientochowski, Alejandro
Los dos filósofos, 64.
123
T
Tablada, José Juan
De “Sonetos de la hiedra”, 122.
U
Urueta, Jesús
Dura Ley, 34; Colibrí, 72.
V
Valencia, Guillermo
Aparición, 99.
Valenzuela, Jesús E.
A Elha, 79.
Valle Inclán, Ramón del
Un cabecilla, 57.
Velasco, José
Horas, 83.
Verdugo Fálquez, Francisco
De “Naufragio”, 114.
Villaespesa, Francisco
Autorretrato, Al volver de la aldea, 62; Hastío, de “Oaristos”, 63; Liberación, Vorrei morire,
128; De “Eglogas campestres”, de “Sinceridades”, 175.
Tomo II, núm. 9, marzo de 1909.
El índice que aparece más arriba corresponde a los dos primeros tomos de la
revista, misma que habría de publicar dos entregas más. No se insertaron los
textos el índice citado para mantener el registro llevado por los editores.
F
France, Anatole
Amycus y Celestino, 305.
G
González Martínez, Enrique
Yo voy alegremente…, 303.
I
Iberri, Alfonso
Una guapa mujer, 301.
L
Loti, Pierre
Media noche de invierno ante la Gran Esfinge, 313.
124
M
Mendés, Catulle
La novicia, 321.
R
Rodenbach, G.
La campana, 327.
V
Valenzuela, Jesús E.
Al señor Enrique González Martínez, 326.
Z
Zaragoza, Antonio
La serenata del arlequín, 316.
Zozaya, Antonio
El Huerto de Epicteto, 295.
Uno podría suponer que las cosas no son como se dicen más arriba, apenas abrir
el volumen que contiene los diecisiete números que aparecieron entre el 1 de julio
de 1907 y el 31 de mayo de 1909. Y es que ya en la primera página de Arte,
misma que funciona como portada y página legal, aparece “Un caso de
espiritismo. Relato fantástico”, de la autoría de José Sabás de la Mora, editor
propietario de la revista. Uno esperaría que le siguieran en tropel autores que por
primera (y acaso única) vez en su vida, vieran sus escritos en letra de molde. No
es así. Junto al texto de De la mora aparecen “Felipe IV” de Manuel Machado,
“Silenter” de González Martínez, “La última visita del gentilhombre enfermo” de
Giovanni Papini, “Pax” de Leopoldo Lugones, “La emoción de las flores” de Rafael
López, “La parisiense” de Anatole France, “Un padre nuestro por el alma del Rey
Luis de Baviera en el lugar de su tránsito” de Amado Nervo, la sección Bibliografía,
que en este caso comenta el libro de poesía Lirismos de González Martínez
recientemente publicado en Sinaloa, y una nota intitulada “Giovanni Papini” donde
se comenta la trayectoria de “este joven escritor italiano (veinticinco años) que
está llamando poderosamente la atención en su patria por sus tendencias
revolucionarias en arte y por su manera de escribir fuerte y personal”.
125
Treinta y cinco años después de desaparecida la revista, Enrique González
Martínez relata su génesis en El hombre del búho. Eran los tiempos modernistas
del poeta, presa entonces de un “parnasianismo inconfesable” que se traducía
nítidamente en Lirismos y Preludios, publicados precisamente en el solar
sinaloense:
El ambiente modernista de la poesía mexicana de entonces no me conquistó, pero conturbó
mi espíritu profundamente y despertó en mí un ansia de renovación.
Según el poeta, el retiro sinaloense habría de abonar a su favor la lejanía de
“influencias y cenáculos”, pero implicaba también una dolorosa soledad respecto
de su obra, soledad que sólo una publicación como Arte podía tornar menos
profunda, más llevadera. Aprovechando la amistad del gobernador Cañedo, que lo
había nombrado recientemente prefecto de Mocorito, logra que Sixto Osuna sea
contratado como secretario de la prefectura, puesto que antes ocupara José
Sabás de la Mora, dueño del periódico semanal Voz del Norte.
Para descargarme de labores de oficina, a las cuales no podía consagrar mi tiempo, había
llamado al que fuera por algún tiempo maestro de la escuela: José Sabás de la Mora. Era
este amigo mío inteligente, hombre de buena voluntad, ambicioso en el buen sentido de la
palabra, de mediana cultura y de una lealtad a toda prueba. En el puesto de secretario de la
prefectura, me sirvió con actividad y eficacia, y como redactaba un semanario La Voz del
Norte, me ofreció su imprenta para la publicación de una revista. Con pena, le pedía el
puesto que ocupaba para ofrecérselo a Sixto Osuna, y él, aunque un poco dolido de mi
preferencia, lo cedió en beneficio de mi amigo.
Respecto a La Voz del Norte hay que señalar, de inicio, que se trata de una
empresa eminentemente electoral, aunque su director y administrador, José
Sabás de la Mora, no aceptara dicho aserto, ya que consideraba a su publicación
como un “Semanario dedicado a promover el progreso del distrito”, tal como
rezaba su lema.
La Voz del Norte vio la luz el 4 de julio de 1903, aparecía los sábados y constaba
de cuatro páginas; se imprimía en la imprenta propiedad del Sabás de la Mora,
ubicada en la calle Porfirio Díaz, su precio mensual era de veinticinco centavos y
126
la edición del día costaba cinco centavos. Sus colaboradores eran: Enrique
González Martínez, Antonio Echeverría, Adolfo Avilés, Manuel J. Esquer y Luis
Monzón. Los anuncios que aparecían en sus páginas eran: Echeverría, Esquer y
Cía, comerciantes y comisionistas; Botica económica Gabriel Valdés y Cía.; 2 de
abril. Abarrotes, cantina, billar. Medardo Lugo y Castro; Inzunza Sucesores.
Banqueros de “La Mutua”, depósito de granos, petróleo, oro, plata, pieles;
Hacienda Tres Hermanos. Fabrica de azúcar y alcohol.
Para esas fechas era prefecto político don Antonio Echeverría, prominente
comerciante de la localidad, y activo del semanario según se anuncia en la
primera página. Por lo demás, los colaboradores que aparecen enlistados casi no
participan con escritos de autoría expresa, excepto González Martínez que en el
núm. 3 del 18 de julio de 1903 publica su poema:
Juárez
Sin que le manche la mundana escoria
se eleva altivo, inquebrantable y fuerte,
impasible y sereno ante la muerte,
sereno e impasible en la victoria.
No codicia los lauros de la gloria
ni solicita dones de la suerte
y en héroe legendario se convierte
ante el fallo solemne de la historia.
Luchador incansable del derecho
jamás penetra en su cerrado pecho
duda fatal o femenil desmayo.
¡Roca que se alza hasta el cenit ilesa
lo mismo cuando el céfiro la besa
que si la hiere fulminante el rayo!
Se trata de la primera publicación literaria del semanario mocoritense, que de esta
manera abriría las puertas a otros textos similares: en el núm. 4 aparecería
“Holocausto” del gran poeta modernista y proletario Leopoldo Lugones y en el
núm. 5, “Poemas”, de José Becerra, colaborador de la revista tapatía Flor de Lis;
hasta que por fin en el núm. 29 del 9 de enero de 1904, como regalo a sus
lectores publica Amado Nervo su:
127
Año Nuevo (1903-1904)
¡Otro año más! Las misteriosas puertas
abre de nuevo el porvenir sombrío;
tal vez para el placer y el poderío,
tal vez para el dolor están abiertas.
Para los que cruzamos los desiertos,
mansiones del pesar y del hastío.
¡Otro año más de desencanto y frío,
de sueños idos y de dichas muertas!
Mas para ti, falange de veinte años
que no sabes de penas ni de engaños,
y que sin miedo al porvenir te lanzas.
Para ti, juventud, la triunfadora,
en su seno de luz
traerá la aurora
más vida, más amor, más esperanza.
Sobre los propósitos electorales que alentaron la aparición del semanario,
tenemos que para el núm. 2, correspondiente al 11 del mismo año, aparece en
primera plana:
La Voz del Norte postula para Presidente de la República Mexicana en el próximo periodo
constitucional de 1904 a 1908 al señor General de División Porfirio Díaz.
Apenas pasada una semana, entonces, el periódico descubrió su vocación
democrática, sin duda para promover el progreso del distrito.
Periódicos aparecidos durante el cañedismo:
Primera etapa del cañedismo (1877-1885)
La Voz de Tuxtepec
El Crepúsculo
Juan Sin Miedo
La Tarántula
La Verdad
El Tornillo
El Progresista El Rosario
El Monitor del Pacífico
El Correo del Lunes
El Globo
El Correo de Occidente
El Occidental
La Voz de Mazatlán
El Correo de la Tarde
El Mundo Moral
Culiacán
Culiacán
Mazatlán
Mazatlán
Culiacán
Mazatlán
Culiacán
Culiacán
Mazatlán
Mazatlán
Culiacán
Culiacán
Mazatlán
Mazatlán
Mazatlán
1877
1879
1879
1879
1879
1879
1879
1879
1880
1880
1882
1883
1883
1885
1885
128
Segunda etapa del cañedismo (1885-1909)
El Combate
Veritas
El Eco de El Fuerte
El Alacrán
El Municipio de Mazatlán
El Sinaloense
El Toro
El Fantasma
El Pacífico
El Estudiante
El Colegio Independencia
Campanone
El Eco Juvenil
La Espada de Damocles
El Eco Popular
La Gaceta Sinaloense
El Grillo
El Occidente
La Opinión
El Pato
La Prensa
El Pensamiento
El Correo de Occidente
La Opinión
El Pacífico
The Credit Foncier of Sinaloa
El Sur de Sinaloa
El Tábano
Prisma
Buscapiés Político
La Cotorra
El Minero Sinaloense
Mazatlán
El Pacífico
El Progreso
La Sardina
El Anunciador Mercantil
El Bisemanal
El Combate
Iris
El Imparcial
El Clavel
El Golfo de Cortés
La Píldora
El Relámpago
El Eco de El Fuerte
El Monitor Lancasteriano
La Salamanquesa
El Día
El Occidental
La Voz de El Rosario
El Mutualista
El Regenerador
Mazatlán
Mazatlán
El Fuerte
Mazatlán
Mazatlán
Culiacán
Mazatlán
Mazatlán
Mazatlán
Culiacán
Mazatlán
Mazatlán
Culiacán
Mazatlán
Mazatlán
Mazatlán
Mazatlán
Mazatlán
Culiacán
Mazatlán
Mazatlán
Mazatlán
Culiacán
Culiacán
Culiacán
Topolobampo
El Rosario
El Rosario
Guadalupe de los Reyes
El Rosario
El Rosario
Mazatlán
Mazatlán
Mazatlán
Culiacán
Mazatlán
El Rosario
Mazatlán
Mazatlán
Mocorito
El Rosario
Culiacán
El Rosario
Mazatlán
Culiacán
El Fuerte
Mazatlán
Culiacán
El Fuerte
Culiacán
El Rosario
Mazatlán
Culiacán
1886
1886
1886
1886
1887
1887
1887
1887
1887
1887
1887
1887
1887
1887
1887
1887
1887
1887
1887
1887
1887
1887
1888
1888
1888
1888
1888
1888
1888
1889
1889
1889
1889
1889
1889
1889
1890
1890
1890
1890
1890
1890
1890
1890
1890
1891
1891
1891
1892
1892
1892
1892
1892
129
El Gladiador
Culiacán
1892
La Voz de la Juventud
Culiacán
1893
El Malcriado
Mazatlán
1895
La Revista
Mazatlán
1896
La Bohemia Sinaloense
Culiacán
1897
El Noticioso
Culiacán
1897
Diamante
Culiacán
1898
El Monitor Sinaloense
Culiacán
1898
La Regeneración de Sinaloa
Culiacán
1898
La Voz de Mazatlán
Mazatlán
1900
La Lidia
Mazatlán
1901
El Toreo
Mazatlán
1901
La Tribuna
Mazatlán
1901
Our Hatcher
El Fuerte
1902
El Gazetero Informativo
Topolobampo
1903
La Voz del Norte
Mocorito
1903
Sancho Panza
Mazatlán
1903
El Demócrata
Mazatlán
1904
El Occidente
Mazatlán
1904
Boletín Eclasiástico de la Diócesis de Sinaloa
Culiacán
1905
El Distrito de Mazatlán
Mazatlán
1905
Edición Álbum
Mazatlán
1906
Mefistófeles
Mazatlán
1908
El Baluarte
El Rosario
1909
El Clarín Político
Culiacán
1909
El Correo del Comercio Político
Mazatlán
1909
El Correo de Occidente
1909
El Progreso de Sinaloa
Mazatlán
1909
El Gladiador
Mazatlán
1909
El Occidente
Mazatlán
1909
El Principio
El Fuerte
1909
El Eco Religioso
Culiacán
1909
El Eco Rosarense
El Rosario
1909
El Reportero
El Fuerte
1909
La Escuela Popular
Culiacán
1909
Maestros y Padres
Mocorito
1909
Mazatlán Escolar
Mazatlán
1909
El Paladín
El Fuerte
1909
Diario del Pacífico de Mazatlán
Mazatlán
1910
El Gallo de Tía Petrona
1910
El Nuevo Paladín Político
El Fuerte
1910
Periódico Oficial del Gobierno del Estado de Sinaloa
Culiacán
1910
El Eco de El Fuerte
El Fuerte
1910
La Aplanadora
Mazatlán
1911
El Hijo del Alacrán
Mazatlán
1911
La Justicia Informativa
Culiacán
1911
El Liberal
Culiacán
1911
La Reforma
El Rosario
1911
El Regenerador
Culiacán
1911
Rumbos Nuevos
Culiacán
1911
El Sentimiento Público
El Fuerte
1911
_______________________________________________________________________________
Relación basada en Héctor R. Olea, La imprenta y el periodismo en Sinaloa (1826-1950), UAS,
Difocur, 1995.
130
4.1 Pluscuamprefecto y su gavilla
La revista Arte nace dos años previos a la muerte de Cañedo, ocurrida el 5 de
junio de 1909, y se extingue para siempre cinco días antes que el general
porfirista, habida cuenta que el último número de la publicación está fechado el 31
de mayo del mismo año. El deceso de la publicación contrastará en fulgor frente a
las exequias del gobernante, pues apenas unos cuantos se percataron de que
Sinaloa perdía uno de los tesoros culturales que luego han presumido más de tres
mocoritenses. Perdido el juguete se acaba el juego: González Martínez, el director
de la revista, el prefecto político, no tardará en abandonar definitivamente
Mocorito, la tierra del chilorio y de esa matriz paridora de héroes de guerra que un
día se llamó Agustina Ramírez y que el tiempo, con su manto de justicia que todo
lo cubre, ha convertido en meritoria medalla. Dios sabe lo que hace.
Como nada surge de la nada (eso ya lo sabían lo griegos y lo confirmaría el
molinero Menocchio), tenemos que anclar la aparición de la revista mocoritense a
una serie de personas y sucedidos. Las personas: Enrique González Martínez,
Sixto Osuna y José Sabás de la Mora que fueron quienes se encargaron de hacer
la revista; y algunas más: el gobernador Cañedo que nombró prefecto político a
González Martínez; el anterior prefecto, Antonio Echavarría, que “había
renunciado a su cargo por enfermedad” según relata el propio director de la revista
en su célebre libro de memorias El hombre del búho; y Julio G. Arce otro
jalisciense radicado en Sinaloa, que diez años antes publicara poemas sueltos de
González Martínez en la revista culiacanense La Bohemia Sinaloense (dicho sea
entre paréntesis, ningún texto de Julio G. Arce fue jamás publicado en Arte.) Los
sucedidos: El fracaso del autor de Preludios, poemario aparecido en Mazatlán en
1903, en su intento por radicar en la Ciudad de México justo a la mitad de la
primera década del siglo; la aparición el 4 de julio de 1903 del semanario La Voz
del Norte, propiedad de José Sabás de la Mora, que contaba entre sus
colaboradores al prefecto Antonio Echavarría y al propio González Martínez, y que
para su segunda entrega postulara “para presidente de la república mexicana en
131
el próximo periodo constitucional de 1904 a 1908, al Sr. General de División
Porfirio Díaz”; el revés de Sixto Osuna en su intento por conquistar la metrópoli, y
su posterior refugio en Guadalajara como redactor de Flor de Lis, acaso la revista
de provincia más importante del momento.
Según el “Índice” publicado en el núm. 9 del tomo II, correspondiente a marzo de
1909, la revista publicó a cincuenta autores y ochenta textos, más diez elementos
por rubro que aparecen en los números 1 y 2 del tomo III, tenemos un total de
sesenta autores y noventa textos; las recensiones no están contabilizadas. De
este universo se puede obtener una serie de variables que aquí nos limitaremos
sólo a señalar: por autores: internacionales, nacionales, regionales; por sexo, con
obra publicada, vivos, consuetudinarios, etcétera; por textos: poesía, cuento,
ensayo, de temática amorosa, patriótica, religiosa, educativa, filosófica, etcétera.
Las variables pueden aumentar, sin embargo, habría que establecer claramente la
pertinencia de las mismas y no ponerlas en acto sin más. Una respuesta sin
embargo si puede adelantarse: en Arte, las féminas aparecen en los textos pero
no firman ninguno, ostentando así una mezquindad de género tan mal vista en
nuestros días, y por lo mismo tan entrañable.
4.1.1 Enrique González Martínez
Nacido en Guadalajara, Jalisco, el 13 de abril de 1871, González Martínez hizo
carrera política en Sinaloa, misma que sobrellevó con su incipiente y promisoria
carrera literaria. De talante conservador, el jalisciense imprimirá ese signo en sus
prácticas artística y política: por un lado, si bien ancla inicialmente en el
modernismo, pronto lo abandonará, exigido por su rechazo a los excesos
preciosistas del movimiento; por otro, su perfecto acomodo en la elite cañedista, le
lleva a ocupar puestos que rebasan la disponibilidad administrativa, por decir lo
menos, del bisoño político porfirista que era. Evolucionó, sí, aunque no hay que
dar por sentado que lo hizo para bien.
132
Los prefectos, por su parte, de Rosario, Concordia, San Ignacio, Cosalá, Badiraguato,
Mocorito, Sinaloa y El Fuerte, percibían 5.00 pesos diarios; el de Mazatlán 10 y el de
Culiacán 7 pesos, y vivían bien, alcanzándoles el dinero para comer, vestir y una que otra
136
francachela.
“Médico rural en Sinaloa”, así comienza José Emilio Pacheco la ficha de
presentación de González Martínez para su poesía mexicana;137 lo cierto es que la
literatura y la política son los ejes sobre los que giran las preocupaciones de este
médico recién egresado como cirujano partero, según nos recuerda Herberto
Sinagawa.138
En una apretada síntesis de su vida política, Sinagawa Montoya refiere lo
siguiente:
“Su nieto Enrique González Rojo Arthur, dice que su abuelo le dijo a don josé Vasconcelos:
—Mira Pepe, tú empezaste como revolucionario y ahora eres un cochino reaccionario; en
cambio yo empecé al revés: de cochino reaccionario me convertí en revolucionario.”
Con todo y que la anécdota tenga de cierto, no deja de parecer desproporcionada
la comparación entre el Secretario de Gobierno de Diego Redo y el Secretario de
Educación obregonista. La de González Martínez es una carrera política marcada
por el desdoro, que traicionó las legítimas aspiraciones democráticas de su
tiempo, enmarcado éste, como ya se ha dicho anteriormente, en una modernidad
que reclamaba la incorporación social de ciudadanos libres.
En Sinaloa, por lo demás, la participación política de González Martínez se limita a
reuniones y componendas menores, para apuntalar a un gobierno estatal que ya
advertía el fatal desenlace de una dictadura que no terminaba por llegar a su fin.
136. José María Figueroa Díaz, “El general Cañedo. Gobernador de Sinaloa (1877-1909)”, en José María Figueroa Díaz y
Gilberto López Alanís, op. cit., p. 42.
137. José Emilio Pacheco, op. cit., p. 296. A propósito de la labor médica del jalisciense, Jorge Cuesta gustaba de decir
que la única intervención quirúrgica que había realizado González Martínez era precisamente torcerle el cuello al
cisne. “Médico rural”: después del relato kafkiano que lleva ese título, no se puede emplearlo sin más, como en este
caso, sin que suene a choteo.
138. Herberto Sinagawa Montoya, Sinaloa, historia y destino, Culiacán, Editorial Cahita, 1986, p. 192.
133
En el caso de la campaña para suceder a Cañedo, es cierto que apuesta por
Diego Redo, pero sus participaciones en La Voz del Norte, periódico mocoritense
orientado a favor de la campaña de Redo hasta la ignominia, brillan por su
ausencia: apenas si aparece su firma en textos colectivos que proclamaban su
adhesión al candidato de la oligarquía sinaloense.
En ocasiones, corresponde a su mujer una participación política de mayor calado,
por ejemplo, la kermesse para reunir fondos de campaña por la presidencia a
favor de Porfirio Díaz, realizada el 14 de septiembre de 2003. La señora Luisa R.
de González Martínez participó vendiendo “pollo a la Tuxtepec”, que recaudó la
cantidad de 56.95 pesos, quedando en cuarto lugar en cuanto a ganancias se
refiere: sólo por debajo de lo recaudado por la cantina (176.45 pesos), la venta de
helados (91.10 pesos) y las “multas” (61.20 pesos).139 En la misma nota se aclara
que la cantina tuvo que invertir 110.40 pesos, que hay que restar a la cantidad
antes referida, y que la señora de González Martínez habría corrido con los gastos
de los insumos del heroico platillo, por lo que los 56.95 ingresaban íntegros a la
coperacha presidencial.
No sucedió lo mismo en su posterior actividad periodística, durante los
acontecimientos que desembocarían en la tristemente célebre Decena Trágica:
como editorialista de El imparcial: González Martínez emprende una campaña
decisiva para derrocar al presidente Madero y condenarlo a una muerte más que
anunciada. De esta, ahora sí, destacada participación política sale ungido como
subsecretario de Instrucción Pública en el gobierno de Huerta. Derrocado el
gobierno golpista por las fuerzas constitucionalistas comandadas por Carranza el
otrora “médico rural” no sufre el exilio, como la mayoría de sus correligionarios: se
queda en la capital y oficia como figura intelectual acrática, colocando de esta
manera los cimientos que más tarde sostendrán una carrera diplomática de gran
aliento: ministro mexicano en Chile, Argentina, Portugal y España, no conoce
139. La Voz del Norte, núm. 12, 20 de septiembre de 1903 (suplemento).
134
obstáculos porque no los hay, o los libra fácilmente gracias a sus encantadoras
maneras de conducirse socialmente.
Fue el último poeta modernista mexicano, impulsor de una lírica refinada, exenta
(o casi) del preciosismo y la bisutería que plagan los textos de sus antecesores.
En su juventud fue devoto lector de los parnasianos y simbolistas franceses, lo
cual se respira en sus libros Lirismos (1903) y Preludios (1907), ambos publicados
en Sinaloa, y ambos agrupados por él mismo bajo el lastimoso título de La hora
inútil. En estas dos primeras obras González Martínez acusa el influjo de Heredia
y Leconte de Lisle: “Fuente oculta”, “Ruinas”, “Pagana”, “La fuga del centauro”, “El
rústico indolente”, resuenan como murmullo de fondo entre sus textos. Sin
abandonar los mismos elementos temáticos publica (también en Sinaloa) Silenter
(1909), echando mano por primera vez del verso tripentálico tan caro a Pedro
Antonio González y también el de diecisiete sílabas, que no reclamaba paternidad
única, decididamente mostrenco.
González Martínez ama su arte con veneración; cuida y acicala su Musa y la pone cada día
más en alto al alcance solamente de la “élite” intelectual. El artista moderno no puede aspirar
a la popularidad que, hoy por hoy, se confunde con la vulgaridad. Federico Nietzsche decía
que se contentaba con dos lectores a quienes tuviera su gran estima. Es demasiado orgullo
quizás; pero con todo esto da la medida del público a que debe aspirar un artista verdadero.
¡Oh tu quietud vibrante, tu magnánima calma sonora,
la que enraiza en el hondo corazón de la tierra bendita,
y tus hojas que fingen, en un rapto de sed infinita,
tu visión insaciada, la púpila que todo lo explora!
“Al espíritu de árbol”
140
Silenter representa el punto de inflexión en lo poesía de González Martínez, que
apuesta por una actitud meditativa y honda frente a la vida, una suerte de
sabiduría precoz (el poeta tiene 38 años) que lo hace aparecer con ese aire de
gravedad que otorga el medio siglo de vida. Con este libro se anuncia ya su
ruptura con el modernismo, que tardará sólo dos años en fraguarse.
140. Arte, núm. 1, t. I, 1° de julio de 1907.
135
Busca en todas las cosas un alma y un sentido
oculto; no te ciñas a la apariencia vana;
husmea, sigue el rastro de la verdad arcana,
141
escudriñante el ojo y agusado el oído.
Es en Los senderos ocultos donde rompe lanzas con el modernismo y su
tendencia hipocondríaca al mal del siglo, oponiendo a la inquietud y la angustia del
vivir contemporáneo la contemplación profunda y la búsqueda de lo esencial. El
poeta se transmuta en filósofo. En el soneto “Tuércele el cuello al cisne…”, esta
nueva actitud encontró su expresión más clara y quizá la que más acercó al poeta
al reconocimiento popular, como si de un pacto de pobres se tratara.142
Tuércele el cuello al cisne de engañoso plumaje
que da su nota blanca al azul de la fuente;
el pasea su gracia no más, pero no siente
el alma de las cosas ni la voz del paisaje.
Mira el sapiente búho cómo tiende las alas
desde el Olimpo,
deja el regazo de Palas
y posa en aquel árbol.
Huye de toda forma y de todo lenguaje
que no vayan acordes con el ritmo latente
de la vida profunda… y adora intensamente
la vida, y que la vida comprenda tu homenaje.
Él no tiene la gracia del cisne,
más su inquieta pupila que se clava
en la sombra interpreta
el misteriosos liro del silencio nocturno.
La importancia de González Martínez para las letras nacionales, corre al parejo de
la que tuvo para la conformación de la vida literaria en Sinaloa, donde ejerció de
médico, prefecto político, consejero aúlico del gobernador Cañedo y entusiasta
promotor de la última reelección de Porfirio Díaz a la presidencia del país. Es de
destacarse que su hijo, Enrique González Rojo, perteneciente al grupo de los
Contemporáneos fue un reconocido académico de la Universidad de Sinaloa,
donde desempeñó diversos puestos de importancia, llegando a considerársele
como buen prospecto para el cargo de rector. Su prematura muerte causó gran
pena a su padre, que ni sus estériles nominaciones al premio nobel lograron
nunca disipar.
141. Al respecto, Rigoberto Rodríguez Benitez ha señalado en un trabajo titulado “Enrique González Martínez en la
formación del imaginario sinaloense en la década prerrevolucionaria“, el periplo seguido por el poeta desde la
aparición de sus primeros libros en tierras sinaloense, hasta su abandono definitivo del estado, que coincide con las
estaciones poéticas del autor de Silenter.
142. “La idea de torcerle el cuello al cisne como símbolo de elegancia inútil es semejante a otra expresada por Verlaine:
Prends l’élocuence et tords lui le cou (Art poétique). En el fondo, ambas expresiones tienden a lo mismo, son de
pareja índole.”, Max Henríquez Hureña, op. cit., p. 495.
136
Para cerrar este apartado, hay que decir (pese a la importancia de la labor editorial
de González Martínez, desplegada sobre todo en Arte) que no favoreció
mayormente a los escritores locales, pero que su participación en la prensa (El
Correo de la Tarde, La voz del Norte, El Monitor Sinaloense, etcétera) sí
contribuyó significativamente para la conformación del imaginario sinaloense. Es
cosa que no se puede sicatear.143
Enrique González Martínez murió en 1952 a los ochenta años, en la Ciudad de
México. Era febrero. Seguramente hacía frío, sobre todo a media noche.
4.1.2 Sixto Osuna
Nació en Villa Unión el 28 de marzo de 1871. Enrique González Martínez lo
presenta como el filósofo del grupo que el futuro prefecto mocoritense frecuentara
en su juventud tapatía:
era Sixto Osuna un espíritu lógico y de alta comprensión, de modo que su pericia me
ayudaba a salvar los obstáculos que provenían de mi poco gusto, o más bien dicho, de mi
natural incapacidad. Nos metimos en la prosa pesada de Comte, leímos con más facilidad a
Spencer, a Boutroux, a Guyay; con deleite a Bergson, y en pocos meses pasamos los ojos
(los de mi amigo, ávidos, los míos distraídos) por las páginas de pensadores, psicólogos y
moralistas. Sixto afianzó en todo aquello su seria y vasta cultura filosófica; yo, quedé con
144
muchas lagunas de ignorancia que no desaparecieron jamás.
Fue también el prologuista de Silenter, libro al que consideró definitivo en la obra
del poeta; y no hay que olvidar que Enrique González Martínez le llama “mi hosca
e intransigente conciencia literaria”:
Volcó Osuna en el prólogo su buen decir, su cariño y su amistad. No anduvo parco en los
elogios. Aseguró que había yo franqueado el periodo de la imitación a que se sujeta la
imaginación constructiva, especialmente la imaginación estética, al principio de su desarrollo.
143. En diversos trabajos presentados en foros académico (y que a la fecha permanecen inéditos), Rigoberto Rodríguez
Benítez aborda con mayor detalle el significado de la labor literaria y cultural de González Martínez, por lo que hay
que esperar su pronta publicación.
144. Enrique González Martínez, El Hombre del Buho, México, Departamento de Bellas Artes del Estado de Jalisco, 1973.
137
De 1920 a 1923 fue director de El Correo de la Tarde en el puerto de Mazatlán.
Según Herberto Sinagawa Montoya,145 Sixto Osuna colaboró en La Bohemia
Sinaloense, sólo que hasta donde yo alcancé a hurgar no encontré rastros
(escritos) que corroboren tal aserto; debo admitir, en su descargo, que según me
informó el estudioso de la época Agustín Velázquez Soto, existió una segunda
época de La Bohemia Sinaloense que yo no he podido localizar. Celia del Palacio,
por su parte, supone que esta segunda época tiene lugar en 1904, pero confiesa
no haber tenido tampoco acceso a la misma.146 Mario Martini, sin mencionar la
posible existencia de una segunda Bohemia, también lo menciona entre los
colaboradores de esta publicación.147
Pero una cosa si es incontrovertible: Sixto Osuna fue todo un poeta de su tiempo, de valor
universal, de calidad suprema, reconocido por los críticos más exigentes de nuestra patria y
de los círculos intelectuales de españa, que desfilan en sus cartas con toda prestancia,
provocando a su modestia radical y a la soledad de su espíritu que vivía en la geografía
mínima de Villa Unión, del placer de la caza y de la lumbre tierna de los cielos de Sinaloa. Su
amor por la provincia se conservó intacto. Su cariño al campesino y al hombre de ambiente
popular fue perfecto y eterno. Y sobre todo, su alma de niño, su alma abrasada hasta la
muerte con el verde esmeralda de los montes extraordinarios que le dieron la esencia de su
fantasía interminable. Fue un personaje enraizado en su breve pueblo natal —Villa Unión—
148
en donde pasó lo mejor de su vida leyendo, trabajando, escribiendo.
A la muerte de Osuna su archivo personal pasa a manos de Enrique Pérez Arce, y
no tuvo la fortuna de una recopilación que la salvara del olvido; si aún existe, no se
sabe: sólo una pequeña parte, como ya se dijo, se encuentra dispersa en
periódicos y revistas de la época. La Universidad Autónoma de Sinaloa le publicó
en 1967 un folleto con diez y siete poemas prologado por Enrique Félix. Francisco
Higuera recogió en su Antología los poemas “La tarde apacible” y “La dolorosa”.149
145. La profusa información de Herberto Sinagawa, Sinaloa, historia y destino, Editorial Cahita, Culiacán, 1986, contrasta
en muchos aspectos con la certeza de sus datos. No obstante, su libro nos permite reconstruir, así sea a brincos y
tumbos, diversos aspectos de la historia de Sinaloa, que otros investigaciones del mismo corte no aciertan a cubrir.
146. Ver Celia del Palacio, “Julio G. Arce: un periodista Jalisciense en Sinaloa”.
147. Ver La patria íntima/Todos somos Sinaloa, en la dirección electrónica http://174.133.249.226/publicaciones.php?
1d=485748.
148. Mario Martini, ibid.
149. Ernesto Higuera López, Antología sinaloense, Culiacán, Ediciones Culturales del Gobierno del Estado de Sinaloa, vol.
I, 1958, pp.112-113.
138
Yo soy un provinciano
Yo soy un provinciano devoto del celaje,
amigo de los campos y de la soledad.
Mi espíritu es hermano del rústico paisaje
y siente un instintivo desdén por la ciudad.
Amo infinitamente los crepúsculos graves
de los soles que expiran en un rojo martirio,
y las albas amorosas de blancura de lirio
ungidas por el coro de cristal de las aves.
Departo con los árboles del bosque rumoroso;
son buenos camaradas que comparten mi amor.
Envidio al rey lunático que al árbol más hermoso
puso un collar de oro y una guardia de honor.
Hay huellas todavía del pasado de los dioses
por selvas mlenarias. A veces imagino
que Apolo pronunciara su verso sibilino
y fueran tras las ninfas los sátiros veloces.
Alguna vez mi sueño me finge minotauros
o faunos que en ladanza recreándose van.
Atruenan la llanura tropeles de centauros
150
y es un raudal divino la flauta del dios Pan.
Sus poemas aparecieron en El Correo de la Tarde, la Revista Moderna, Flor de
Lis, El Verbo Rojo, y algunas otras publicaciones, no muchas, porque en realidad
publicó muy poco: la mayor parte de su obra permaneció inédita mientras vivía y
hoy se encuentra extraviada.
4.1.3 José Sabás de la Mora
José Sabás de la Mora nació en Lagos de Moreno el 5 de diciembre de 1882. En
la ciudad de Tepic, antiguo cantón de Jalisco, cursó la primaria y estudios de
normalista, lo que le permitió acceder a un empleo educativo en Mazatlán, para de
ahí obtener el puesto de director de la Escuela de Varones de Mocorito. Su
vocación de maestro nunca le abandonaría, por lo que el periódico del cual era
director y editor-propietario se ocupaba frecuentemente de temas educativos,
además de preparar para los alumnos del tercer grado una Geografía de Sinaloa y
150.
Mario Martini, ibid.
139
un texto de Apuntes cívicos y, por si ello no fuera suficiente, el 29 de enero de
1904 aparece en un recuadro de La Voz del Norte la siguiente nota:
Sabás de la Mora da clases particulares de VI año y de contabilidad mercantil. Levanta
planos de minas, de casas para obtener seguro contra y de solares para verificar denuncio
de baldíos.
Se encarga de pedir toda clase de libros, papel timbrado, tarjetas etcétera, etcétera.
Admite en pupilaje niños que recibirán instrucción hasta V año, gratuitamente, en el
establecimiento a su cargo.
Fue maestro de uno de los personajes revolucionarios que más mérito han
desplegado a los ojos de la historiografía regional: Rafael Buelna Tenorio, “el
Granito de Oro”, del que lo distanciaría para siempre la disputa Diego Redo-José
Ferrel para suceder a Cañedo. Así las cosas, en el núm. 580 de Voz del Norte se
lee:
“El niño héroe”
Nos dicen,
que huyendo de la cárcel,
salió del estado el niño héroe Rafael Buelna.
¡Ya vendrá!
Apenas necesito decir que al lado de esta pequeña nota proliferan los denuestos
contra José Ferrel, Bernardo Reyes, Francisco I. Madero, Sánchez Azcona, y todo
lo que oliera a democracia o que cuestionara la reelección.
De su muerte se sabe que fue trágica: emisario del gobernador Redo para
negociar su rendición fue asesinado sin que mediara juicio alguno por Melquíades
Melendes y Antonio Franco, ambos rebeldes, ambos de trágico final. Al enterarse
de su muerte, González Martínez organizó una velada en su honor en la ciudad de
México, también le dedicó un poema que apareció en la primera edición de Los
senderos ocultos y que se omitió “por un descuido tipográfico” en sus Obras
Completas. Para hacer justicia (mínima extemporánea) se reproduce entero.
140
En la muerte de mi amigo José Sabás de la Mora, editor de este libro:
Una mancha de sangre la blancura
de estas cándidas hojas empurpura
y da su nota de dolor y muerte...
Vida segada en flor, columna fuerte
no por el prócer tiempo derruída,
mas por la vil piqueta... Grácil vida
que era como un laurel... No reverente
mano la deshojó para la frente
de altivo triunfador, sino la noche
mandíbula del asno hincóle el diente.
¡Qué destino! ...Ser roble
y no caer al rayo y la tormenta,
sino al hacha violenta
de zafio leñador... ¡Oh, santa ira!
Dicen: descansa en paz bajo la mansa
ternura de la tierra... ¡No, mentira!...
Este muerto rebelde no descansa...
Por sobre el pardo velo
de sucio polvo que lo cubre ahora
ha de alzarse la mano imprecadora
demandando justicia a tierra y cielo...
El sol le bañará con el consuelo
de sus vislumbrantes cálidas... Las gotas
de la llovizna mojarán las rotas
y holladas hierbas... Le dará la amable
femenil primavera su caricia...
Mas la mano crispada e implacable
dirá en su muda expectación: ¡Justicia!...
¡Justicia!... Y es en vano
que el egoísmo humano
diga: descansa en paz bajo la mansa
ternura de la tierra...
¡No descansa!
Sobre la aparición de Arte, el editorial de La Voz del Norte del 3 de julio de 1907,
es decir dos meses antes de que apareciera el primer numero, anunciaba de esta
manera su oferta cultural:
Hemos hecho práctico el pensamiento de manifestar de una manera incontestable que
correspondemos nuestros afanes a la protección que se nos imparte y nuestro ofrecimiento
de mejoría van materializados en una revista mensual, que se recibirá gratuitamente; en la
repartición como regalo de año nuevo, de un bonito cromo con exfoliador para 1908, y en la
distribución de una buena obra, probablemente la segunda edición del hermoso libro de
versos “Preludios”, del conocido poeta Enrique González Martínez, primorosamente impreso
151
y cuyo precio ínfimo será de $1.50 pesos.
4.2 Los autores
La nómina es amplia. La revista Arte en su corta vida publicó a más de medio
centenar de autores, la mayoría de las ocasiones de gran calidad, aunque pocas
veces en exclusiva; contradictio in terminus: las elites de entones eran más bien
democráticas en sus derechos reservados. Cosas del capitalismo incipiente,
bondades de la libre concurrencia.
151. La Voz del Norte, 3 de Julio de 1907.
141
Sobre el lugar de las mujeres en Arte, no hay mucho que decir: su ausencia es
escandalosa si se la compara con La Bohemia, aunque muy coherente si se trae a
colación a la revista tapatía Flor de Lis, en la cual colaboró asiduamente González
Martínez y en la que figura como directivo Sixto Osuna. A la mujer se le tenía
reservado el papel de musa y, en el mejor de los casos, en lectora de los versos
que había inspirado y que se le ofrecían como tributo.
El editorial de La Voz del Norte del 6 de julio de 1907, intitulado “El feminismo es
un absurdo”, ilustra a las claras sobre este asunto:
La mujer mexicana, dado su carácter, su idiosincracia, no debe lanzarse a las luchas
periodísticas, a las carreras propias del hombre, etc. Sí debe ser instruida convenientemente
en las reglas generales de la ciencia, en la literatura, en la pintura, en la música, etcétera.
Y cita a Juana de Arco, Madame Stael, la Corregidora Domínguez, Emilia Pardo
Bazán, “Jorge” Sand, y otras, considerándolas “como fenómenos aislados”.
Que el encasillamiento de las mujeres a meros adornos, a motivos de inspiracion
“divina y seductora” era parte de la visión del mundo que cincelaba los afanes
estéticos de los adláteres de Arte, se constata con la polémica que se desató con
motivo de la premiación de una obra dramática en un concurso literario. El texto
que “representa” el sentir de La Voz del Norte aparece firmado por René D´Oruz y
va enderezado en contra de Luis G. Urbina, que había fungido como jurado en el
certamen. Después de presentar a la ganadora (una señora de apellido Farías) “el
respeto que merece toda dama, especialmente si atesora —como ella—
envidiables dotes de cultura”, el crítico literario señala las deficiencias del drama
“que no merecía el premio”. Argumento, caracteres, lenguaje, medio, técnica
escénica, tesis, todo le parece mal resuelto en la obra premiada, de modo que
fustiga a quienes tuvieron la mala ocurrencia de dictaminar a favor.
Se me asegura que el señor Luis G. Urbina, quien ha escrito la defensa ridícula que “El
Imparcial” hace del drama de la señora Farías, diciendo que el jurado tenía el encargo de
premiar la menos mala de las obras que se enviaron al concurso, y no una obra de mérito
positivo. No, señor Urbina, si usted hubiera viajado un poco, o si se hubiera tomado la pena
142
de estar al tanto del movimiento intelectual del mundo, sabría que a cada paso se declaran
desiertos en todas partes los primeros premios de los certámenes oficiales, para dejar a
152
cubierto la dignidad del intelectualismo nacional.
4.2.1 Locales
Entiendo que la división entre colaboradores locales, nacionales y extranjeros no
es, ni con mucho, un criterio que arroje mucha luz sobre la diversidad de los
escritores que aparecieron en esta publicación. Nos sirve, en cambio, para
establecer una división mínima, con arreglo a clasificarlos y dotarlos de una
afectación particular, misma que otorga el espacio desde donde se ejerce la
actividad escritural.
Esteban Flores
Nacido en Chametla en 1870, Esteba Flores fue colaborador de diversas
publicaciones del estado, sobre todo de las localidades de Culiacán, Mazatlán y
Mocorito. Sus primeros poemas aparecieron en El Correo de la Tarde, durante la
época en que Amado Nervo fungía como redactor, puesto que ocuparía el
chametlense cuando este último se marcho a probar fortuna a la capital del país.
Fue director de El Correo durante una década (1895-1905).
Su impronta cañedista lo llevó a ocupar diferentes puestos en la administración
pública: director de Educación Pública del Estado, regidor y presidente municipal
de Culiacán, jefe de la Sección de Estadística e Instrucción pública y diputado
local (suplente); en el Colegio Civil Rosales tuvo a su cargo las cátedras de
historia, matemáticas y literatura.
Murió asesinado en Loma Colorada, poblado cercano al puerto de Mazatlán, a
donde le había llevado una visita rutinaria en su calidad de inspector de Alcoholes
de la Secretaría de Hacienda. De Esteban Flores, se expresó así González
Martínez:
152. La Voz del Norte, 8 de agosto de 1907.
143
Joven, alto y recio, con mucho de nuestro indio norteño; moreno y ceñudo; parco en
palabras con mezcla de orgullo y timidez. Certero en sus juicios, incapaz de amistosas
complacencias, para lo mediocre. Amaba la perfección y quería lograrla. ¡Noble ejemplo para
audacias primerizas y vanidades impacientes!
¿A dónde habrías llegado —oh, poeta, oh, amigo— si vientos favorables hubieran henchido
las velas de tu barco?
Yo, que fui depositario de tus ansias y tus sueños, dejo sobre este monumento trunco que
hoy erigen los que más te amaron, la ofrenda de mis palabras, en memoria de nuestro
diálogo de poesía, que interrumpió el signo imperioso de la muerte.
Publicaciones en las que participó Esteban Flores: El Correo de la Tarde, El
Monitor Sinaloense, La Bohemia Sinaloense, Arte (estatales), El Porvenir, La
Nación, El Imparcial, Argos, Pegaso, El Mundo (nacionales). Como se ve, su paso
por la prensa escrita fue relevante no sólo a nivel local sino en el concierto
periodístico nacional.
Francisco Medina
Francisco Roberto Medina Buelna nació en Culiacán en 1875. Su participación en
Arte se reduce a una sola entrega: “Sanguínea”, pues, como se ha dicho ya, Arte
casi no se ocupó de incentivar la literatura sinaloense. Sin embargo, una nota
aparecida en La Voz del Norte anuncia la aparición de un libro del poeta.
Visiones
De la imprenta editora de La Voz del Norte acaba de salir a la publicidad un volumen de
versos del inspirado poeta sinaloense Francisco Medina. Es el primero de una serie que el
Sr. José Sabás de la Mora se propone publicar siguiendo un programa que expone en las
primeras páginas del libro.
“Visiones” es la obra seleccionada de un poeta original, ardiente y de altos vuelos. Compleja
en sus manifestaciones, varía en el ritmo y las ideas que despierta, está muy lejos de esas
obrillas de un solo color como los campos eriazos o de una sola melodía como los organillos
callejeros.
Vayan a nuestros aplausos al inspirado portalira y… también a su editor, que en estos
153
tiempos de mercantilismo a ultranza ha realizado una obra de inaudita generosidad.
153. Arte, núm. 9, t. II, abril de 1909.
144
El poema que presenta Arte forma parte de un libro que Medina preparaba antes
de suicidarse en 1912. Ejerció la crítica literaria y teatral con soltura y desenfado;
sus seudónimos: Juan Montanés, Juan Cuerdas y el Arcipestre de Joan.
Sanguínea
Es el vasto silencio vespertino.
a trechos el camino
ostenta floración, árido a trechos;
alzase en los repechos
hierba hostil a los pies del peregrino.
Mécese en la pradera
con ritmo acompasado y soñoliento,
como cuello gentil, una palmera
cuya lírica y glauca cabellera,
como verde pendón, agita el viento.
Tosca grupo se mueve
a flor de un vergelillo de verdura:
una tigresa ensaya su bravura
con un cordero de vellón de nieve.
(Del libro Visiones)
4.2.2 Nacionales
Amado Nervo (1870-1919)
Nació en Tepic el 27 de agosto de 1870.154 A finales de 1891, el joven Nervo tuvo
que abandonar sus estudios de teología en Zamora al perderse en un incendio el
negocio familiar que les daba sustento, pasando primero por la “dependencia” de
una tienda tepiquense y después por el vespertino mazatleco El Correo de la
Tarde. Esta época nerviana está llena de leyendas, de supuestos, de anécdotas,
que “enriquecen” ad nauseum la vida del poeta, como si en verdad hiciera falta. Se
puede documentar, sí, que en septiembre de 1892 Nervo ingresa a El Correo en
sustitución de José Ferrel, quien en 1909, a la muerte del Gral. Francisco Cañedo
154. Como no se ha encontrado por ninguna parte el acta de registro civil, y sí una fe de bautismo de la catedral de Tepic,
no es disparatado suponer que sus padres no lo registraron civilmente dado el conservadurismo de la familia, que no
veía con buenos ojos el triunfo de la República Restaurada de Juárez. Tepic era en ese entonces el séptimo cantón
de Jalisco, para convertirse catorce años más tarde en territorio federal. Tal situación dio pie a que durante muchos
años Jalisco y Nayarit se disputaran el ombligo de Nervo, quien por otra parte había afirmado, en carta a Alberto
Santoscoy que: “merced a la no retroactividad de las leyes” era hijo de Jalisco. La polémica es baladí, sin embargo
vale la pena consignar que todavía en 1970 Gabriel Agráz García reciclaba el asunto en “Amado Nervo, jalisciense y
no nayarita”, justo en el centenario de su nacimiento.
145
Belmonte, como ya se dijo, disputaría la gubernatura del estado de Sinaloa
encabezando a las fuerzas antirreeleccionistas.155
Para 1894 Nervo se encuentra ya en la capital del país y muy pronto se hace
presente en las tertulias que se realizaban en El Universal y El Partido liberal,
donde oficiaba El Duque Job. Luis G. Urbina nos brinda un boceto casi elegante
del poeta:
y luego sus silencios de recogimiento, sus actitudes distraídas, y de pronto, como contraste,
el manantial inagotable de su verbo, el aluvión de su discurso, que en determinados
momentos confinaba con la elocuencia; la cálida recitación de sus versos, hecha con un
especial dejo provinciano; su mutismo de secreto, al que seguía su charla de confidencia; su
156
espíritu aniñado, encogido a ratos, a ratos expansivo.
En menos de seis años Nervo se reputó como uno de los más consolidados y
profesionales de los escritores mexicanos. Su participación en el periodismo de la
época era copiosa y, no obstante su diversidad, era también exclusiva: en efecto
Reyes Espíndola era quien distribuía el manantial nerviano en columnas como
“Pimientos dulces”, “La semana” “Fuegos fatuos”, “Crónicas teatrales”, “Teatro
mínimo”, “Crónica de la semana”, “Crónica de la moda”. Así dice Nervo de Reyes
Espíndola: “Yo le acompañé por seis años, lo más granado de mi juventud, y dejé
ahí mi salud, mi vigor, mucha sabia de mi vida, que no recobro aún”.
Todos los méritos que Nervo desplegó durante esos seis años le valieron para
asistir a la Exposición Universal de París celebrada en 1900, como corresponsal
del diario El Imparcial. A su llega a la Ciudad Luz lo primero que pidió fue hacerse
llegar a Notre Dame, de tanta resonancia romántica.
El primer libro de Amado Nervo fue una novela El Bachiller (1895) cuyo tema
pareció incomodar al escaso y moderado público lector decimonónico; a éste
siguieron los libros de poesía: Místicas (1897), Perlas negras (1898), Poemas
155. Ver Azalia López González, Rumbo a la democracia 1909, Sinaloa, Cobaes, 2000.
156. Luis G. Urbina, La vida literaria de México y la literatura mexicana durante la guerra de Independencia, México,
Editorial Porrúa, 1965.
146
(1901), Lira heróica (1902), El éxodo y las flores del camino (1902). Como se deja
ver, Nervo fue constante en su producción poética.
Respecto al misticismo que desde el primer momento se quiso encontrar (y se
encontró) en los versos de Nervo, hay que señalar que no sólo el título de su
primer libo de poesía abona en el calificativo: sus versos agobian con títulos,
temas, elementos, personajes que avalan dicha lectura: Kempis, predestinación,
Zarathustra, etcétera.157
En sus primeros libros Nervo es un ser torturado por la duda, un hombre al borde
del vacío, un infectado más del mal del siglo. Pero, ¿no está acaso la vida misma
del poeta nayarita (o jalisciense), marcada por la incertidumbre y las penurias? Es
cierto que murió como ministro plenipotenciario, pero en 1914 fue declarado
cesante como todos los diplomáticos mexicanos que a la sazón estaban en
funciones. El diputado y escritor español Luis Antón de Olmet propuso a las Cortes
ayudar pecuniariamente a Nervo, a lo que éste se opuso de manera firme: “No
aceptaré la ayuda; porque aún cuando mi situación pecuniaria es sobrado
modesta, yo, como Azorín, soy un ‘pequeño filósofo’, los pequeños filósofos
vivimos con muy poco”. Dos años tuvieron que pasar para que fuera reintegrado
su puesto, en 1916.
Pero esta no era su primera fase de depresión económica (para usar un
tecnicismo asaz profiláctico): ya en su viaje a París, cuya estancia se alargó dos
años y que le obligaron a flanear (de flaneur), es decir a mendigar, en una carta a
Luis Quintanilla le confía:
157. Sobre el particular, Enrique Díez-Canedo comentó: “Se equivocó al dar el nombre de Místicas a uno de sus libros; en
él triunfaba y se exaltaba a la liturgia, o sea, la mística reducida a símbolos y fórmulas, el preciosismo de la mística.
Seguía entonces corrientes muy francesas: Verlaine, Huysmans… (“Carne, carne maldita que me aparta del cielo…”).
Pero ahí está su camino de Damasco: pronto desaparecerá todo el décor de los misales, incensarios, cirios,
reclinatorios, cúpulas, y quedará un anhelo vivo de amor; todavía es necesario que el dolor del hombre, reflejado en
los versos a “la amada inmóvil” del libro Serenidad, venga a libertarle. Después de Serenidad, sus libros llevan
nombres significativos: uno de versos, Elevación; otro de prosa, Plenitud.” Apud, Max Henríquez Ureña, op. cit., pp
473-474.
147
Llevo ya algunos meses de miseria, de sacrificio inmenso, de dolor, y, sobre todo, óyelo
bien, es muy vulgar pero muy exacto, muy brutal pero muy expresivo, de gorrear a todo el
mundo, utilizando las simpatías que despierto, el teatro, el coche, hasta el pan amargo que
me llevo a los labios. Yo vivía en México pobre, pero dignamente […] ¿para qué vine si
ahora es fuerza que me vaya?
Pese a esta queja, a Nervo se le recuerda, sobre todo por parte del pueblo bajo y
sencillo, como el poeta que se despide de la vida sin reclamo alguno, obediente a
los designios del destino:
En paz
Artifex vitae, artifex sut.
Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida,
porque nunca me dista ni esperanza fallida,
ni trabajos injustos, ni pena inmerecida.
Porque veo, al final de mi rudo camino,
que yo fui el arquitecto de mi propio destino;
que si extraje las mieles o la hiel de las cosas,
fue porque en ella puse hiel o mieles sabrosas:
cuando plante rosales, coseché siempre rosas.
...Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno:
¡mas tú no me dijiste que mayo fuese eterno!
Halle sin duda largas las noches de mis penas;
mas no me prometiste tú sólo noches buenas;
y en cambio, tuve algunas santamente serenas...
Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.
¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!
José Juan Tablada (1871-1945)
Según José Emilio Pacheco, Tablada es un enlace entre el modernismo y el
movimiento vanguardista posterior, por lo que su lugar en la literatura mexicana
merece un estudio aparte.158 Entre sus contemporáneos gozó de reconocimiento y
buen trato: Gutiérrez Nájera elogió el talento que asomaba ya en sus primeros
158. ”Singular destino el de Tablada (1871-1945): inició el modernismo en 1894 y la vanguardia en 1919”, José Emilio
Pacheco, Antología del modernismo, t. II, p. 32; y: “Es el más ‘fin de siglo’ de nuestros poetas […] con Un día y Li Po
se convierte en el iniciador de la vanguardia mexicana, cuando los jóvenes poetas aún son epígonos del modernismo,
y no para allí su evolución pues tiene una última etapa ultramexicanista. Lo asombroso es que en cada una de ellas
logra poemas excelentes. Es el reverso exacto de González Martínez, que nació diez días más tarde y estuvo sujeto
a las mismas influencias. En uno todo es seriedad y fijeza. En el otro todo es cambio, colorido, bufonería”. José Emilio
Pacheco, Poesía mexicana I (1810-1914), México, Promexa Editores, 1979, p. 325.
148
poemas, cuando Tablada era casi un adolescente; Nervo lo reconoce como el
introductor del modernismo en México; Luis G. Urbina elogia su temprano
despertar a la poesía francesa y señala que introdujo la nota bodeleriana en las
letras nacionales; Jesús E. Valenzuela, por su parte, lo desliga de los poetas
españoles de la época (la generación del 98 y los modernistas conversos), para
derivarlo directamente de los nuevos poetas franceses: Baudelaire, Banville, los
Goncourt, Huysmans.
Para Raymundo Lazo, Tablada es un modernista que abandonaría el barco hacia
1919, inclinándose en adelante hacia nuevas técnicas y variados desarrollos del
exotismo francés (los epigramas al puro estilo de Apollinaire) y de tradiciones
orientales milenarias (el cultivo del hai-kú, por ejemplo).
Como bien recuerda José Joaquín Blanco, la conversión del demonio concluye en
el nacimiento de un gran santo. En el caso de Tablada dicha conversión supone
una serie de cambios sucesivos: se casó con una sobrina de Justo Sierra y se
dedicó al comercio de vinos y licores; cantó las glorias de Porfirio Díaz (el “mátalos
en caliente” se trasformó en sus manos en “¡el reguero de luz que va dejando/ tu
espada victoriosa!”); atacó a Madero pues no lo veía diferente a las huestes
zapatistas que destruyeron su casa japonesa en Coyoacán; apoyó a Victoriano
Huerta y, derrotado éste, se puso del lado de Carranza.
En 1909 escribió en El Imparcial buena parte de sus sátiras políticas, las cuales
recogió el mismo año en un volumen y estaban dirigidos a atacar y desprestigiar la
campaña de Bernardo Reyes a la vicepresidencia de la República, y a favorecer,
de ese modo, la del candidato oficial Ramón Corral, en la última reelección del
dictador. Escribió también un libelo en contra de Madero, cuyo título ya presagia
su acidez (Madero Chantecler), que, si bien circuló en forma anónima, le fue
desde un principio atribuido.
149
Gastón García Cantú incluyó el Madero Chantecler y un fragmento de La Historia
de la campaña de la División del Norte, es un grueso volumen en que recoge
textos denotativos de El pensamiento de la reacción mexicana. Ahora bien, si
hemos de tomar al pie de la letra el título del libro, los escritos de Tablada no se
encuadran perfectamente.
Tablada nos brinda, con mucho, el más amplio registro literario de su tiempo;
contemporáneo de sí mismo participa de los “ismos” pasados y futuros. Decía
Jesús Valenzuela: Con José Juan Tablada la pedrería derramóse en estuches y
escaparates, aludiendo a los poemas que Tablada había añadido a su primer libro
El florilegio (1899), poemas que había escrito en una breve estancia en Japón,
realizada ex profeso. Y es que este poeta nació modernista y su evolución estuvo
signada siempre por la experimentación, por la novedad, por la ruptura con la
tradición de lengua española. De esta manera incorporó el Hai-ku y la
epigramática en la poesía mexicana.
El saúz
Los sapos
Tierno saúz
Casi oro, casi ámbar,
Casi luz…
Trozos de barro
por la senda en penumbra
saltan los sapos
Un mono
Sandía
El pequeño mono me mira…
¡Quisiera decirme
algo que se le olvida!
Del verano, roja y fría
carcajada,
rebanada
de sandía!
Mariano Azuela (1973-1952)
El fenómeno literario conocido bajo el altisonante nombre de “novela de la
Revolución”, tiene como cabeza de grupo a Mariano Azuela. Su novela Los de
abajo, de renombre universal, publicada por el periódico Paso del Norte, aborda
con
sencillez narrativa las vicisitudes de la lucha armada conocida como
Revolución Mexicana, episodio central en la historia moderna de México.
En Arte, Azuela participa con el relato “Nostalgías”.
150
Por cierto que tuvimos la suerte de hacer descubrimientos literarios. Mariano Azuela nos
envió su primera novela María Luisa, que fue saludada por nosotros, sin exageraciones ni
159
aspavientos, como la obra de un verdadero novelista.
Es cierto, en el núm. 5 del tomo I aparece una “nota bibliográfica” que comenta
“haber recibido una novelita con el nombre de María Luisa publicada en Lagos de
Moreno por el señor don Mariano Azuela”. Se trata de una resención de apenas
tres párrafos, que despacha sin mucho entusiasmo las cualidades de la obra y que
en las últimas líneas concluye así:
Desearíamos que tan brillantes cualidades no estuvieran un tanto opacadas por muchos
descuidos de lenguaje y algo también porque el relato no deja a veces en el ánimo esa
impresión de sucesión o de tiempo que producen los acontecimientos en la vida real, o como
si dijéramos, trasladando la cuestión a otro terreno, falta de perspectiva en un cuadro cuyas
figuras se mueven a diferentes distancias del ojo que las observa.
Si se cotejan los dos comentarios arriba expuestos, la impresión es que a toro
pasado cualquiera asesta chicuelinas virtuales, o virtuosas.
Francisco Olaguibel
De Francisco Olaguibel hay que decir que su participación en las revistas
nacionales contemporáneas de harto es profusa: ¡casi todas le publican sus
versos! La razón: fue a propósito del libro Oro y negro que Valenzuela y Tablada
se enfrentaron a Victoriano Salado Álvarez, en una polémica cuyo telón de fondo
eran los versos de Olaguibel verdadero capris emisarius del modernismo.
Rondel
Entre un áureo repique de cascabeles,
la adorada a buscarme vendrá algún día
y tenderá a sus plantas mi poesía
las enfermizas flores de mis rondeles.
Se ahuyentará la negra melancolía
y alumbrado del tedio las sombras crueles,
entre un áureo repique de cascabeles
la adorada a buscarme vendrá algún día.
No me llaméis entonces: la amada mía
me llevará a las filas de sus tropeles
y mi mano en la suya, pálida y fría,
iremos por la inmensa ruta sombría
160
entre un áureo repique de cascabeles.
Francisco M. de Olaguibel
159. Enrique González Martínez, El hombre del búho. El misterio de una vocación, México, Ediciones Cuadernos
Americanos, pp. 203-207 y 208, en Arte, Mocorito, t. I, núm. 1, 19 de junio de 1907; t. III, núm. 2, 31 de mayo de 1909.
160. Arte, núm. 7. t. II, noviembre de 1908.
151
Victoriano Salado Álvarez
Tapatío al igual que González Martinez, Victoriano Salado Álvarez nació en
Teocaltiche en 1867. Ejerció el periodismo desde muy joven, primero en
Guadalajara y más tarde en la ciudad de México, siendo considerada su pluma
como una de las de mayor brillo y contundencia; dueño de un estilo exquisito y
punzante al mismo tiempo. El hombre sabía argumentar.
Sus primeros libros fueron publicados en Guadalajara. De mi cosecha (1899) es
una colección de estudios críticos en la que se recoge la polémica que sostuvo
con Jesús E. Valenzuela y Amado Nervo, es decir con la famosa Revista Moderna
a propósito del modernismo, movimiento que Salado Álvarez denostaba por
considerarlo contrario a la tradición nacionalista que habría recorrido buen trecho
de siglo XIX y, según el jalisciense, dotado (con los polígrafos de México a través
de los siglos a la cabeza) de identidad a los mexicanos. Descreía, pues, de que
las innovaciones y el refinamiento modernistas estuvieran destinados a armar a la
literatura nacional de nuevos valores universales que desplazaran a los ya
consolidados. Dicha polémica se desató a propósito de la publicación del libro de
Francisco Olaguibel, Oro y negro. Así lo consigna Jorge Ulica en sus Esbozos:
Vitoriano Salado Álvarez y Amado Nervo, han entablado una discusión sobre el modernismo,
con motivo de la publicación de Oro y negro, poesías decadentistas de Francisco Olaguibel.
La discusión, sostenida dentro de los límites de la caballerosidad y de la decencia, ha
servido para que ambos contendientes derrochen sus talentos.
Por mí yo creo que la belleza debe buscarse en todas las fuentes.
No soy de los que piensan que la poesía del porvenir debe vaciarse exclusivamente en los
moldes del decadentismo; pero tampoco creo que deban proscribirse de nuestro credo
literario las ideas de Baudelaire y Paul Verlaine; ni rechazarse con horror las rimas triunfales
161
de Rubén Darío o las armoniosas estrofas de Nervo, Olaguibel, Tablada.
A partir de 1900 se avecindó en la ciudad de México donde escribió para un
número considerable de periódicos y revistas y ejerció el magisterio en la Escuela
Nacional Preparatoria impartiendo clases de lengua castellana. Por derecho propio
fue integrante de las academias mexicanas de la Lengua e Historia. Entre 1907 y
161.
LBS,
núm. 17, 15 de febrero de 1898, p. 140.
152
1915 se desempeñó como diplomático: era ministro de Brasil este último año,
cuando fue retirado del puesto al ser considerado adversario de la Revolución
Mexicana.
Las academias y los salones abrieron sus puertas a don Tertuliano, digo, a don Victoriano,
solamente que acechante y sin cometer un solo error, seguía sus pasos y muy de cerca la
palida mors, aequeo pulsat pede, regumque turres pauperum tabernas; pero, ni los
carranclanes, ni los callistas, ni la misma muerte pudieron matar la vida, que don Victoriano
162
Salado Álvarez diera como dio a nuestra lengua castellana.
Jesús E. Valenzuela (1856-1911)
Se trata de un poeta menor, si se refiere uno sólo a los versos que el vate
plasmara en tres libros: Almas y Cármenes (1904), Lira libre (1906) y Manojo de
rimas (1907); pero su estatura aumenta si se toma en consideración que
Valenzuela era un gran animador del arte y la poesía: fue mecenas y correa de
transmisión entre las nuevas tendencias de la época. Su gran obra fue sin duda la
creación de la Revista Moderna, pues supo interpretar, primero, el espíritu de su
época al recoger la estafeta que había dejado dos años antes el Duque Job y su
Revista Azul, y, después, al invitar a Nervo, el más puro de los modernistas a
incorporarse a la dirección conjunta de la publicación. Respecto de esta gran
empresa literaria Adela Pineda Franco nos dice: “La crítica ubica a la Revista
Moderna dentro de tres momentos estelares de la literatura mexicana
decimonónica, testimoniados por el Renacimiento (1869) de Ignacio Manuel
Altamirano, órgano conciliatorio de liberalismo, y la Revista Azul (1894-1896) de
Manuel Gutiérrez Nájera y Carlos Díaz Dufoo”.163 Murió a los cincuenta y cinco
años con “la alforja vacía y el organismo hecho una ruina”, según refiere Max
Henríquez Ureña, “…los millones habían desaparecido en la vorágine del pródigo
derroche, pero le quedaba la íntima satisfacción de haber pasado por el mundo,
según su propia y poética expresión.
162. Juan López, “Prólogo” a la correspondencia de Victoriano Salado Álvarez, en Obra completa, México, Gobierno del
Estado de Jalisco, 1980, p. 12.
163. Adela Pineda Franco, “El Cosmopolitismo de la Revista Moderna (1898-1911): una vocación porfiriana”, en Belem
Clark de Lara y Elisa Guerra, op. cit., p. 223.
153
Haciendo el bien entre la pobre gente
Sin táctica, sin armas, sin escudo.”
Así recuerda Justo Sierra a Valenzuela en una carta dirigida a los amigos “que
proyectaban una velada en su honor”:
No sé si alguien lo quería como yo. Nos quisimos mucho desde el día en que con una
petulancia y una gallardía soberanas me sujetó a exaemen, yo en la cátedra de profesor y él
en su banco de estudiante. El doctor Barreda me decía: “Tolere usted a este muchacho sus
impertinencias, porque va a morir muy pronto; su palidez de cera, sus constantes
estremecimientos febriles, están diciendo su enfermedad”. Valenzuela sobrevivió treinta y
tres años a este pronóstico.
[…]
¡Qué derrochador, Dios mío! Derrochaba ingenio, talento, dinero y simpatía; todo con un
donaire gentil de gracia y elegancia realmente único; jamás he visto un poeta menos egoísta;
un voluptuoso con el corazón menos seco; rarísimas cosas éstas. Amaba el goce con
verdadera pasión y eso era la cuerda de oro de su lira. Pero su voluptuosidad superior era
unir a un infortunio su mano, su corazón, su bolsa; y todo ello con ademán de efebo
164
ateniense, con un gesto instintivamente estético.
Jesús E. Valenzuela, fundador y director de la Revista Moderna (México 18981911), nació en Guanacevi, Durango, el 24 de diciembre de 1856 y murió en
México el 20 de mayo de 1911. José Emilio Pacheco no lo incluye en su Antología
de la poesía mexicana.
4.2.3 Extranjeros
Catule Mendés
Descendiente de judíos portugueses, Catule Méndez nació en Burdeos el 22 de
mayo de 1841. Su adolescencia la pasó en Toulouse y llegó a París en 1859,
ciudad que lo vio nacer como poeta, llevado de la mano de Téophile Gautier, a
quien en 1866 haría su suegro al casarse con su hija Judith. Esta relación tripartita
no duraría mucho: a los tres años Mendés trabó relación con la compositora
Augusta Holmés, que en cosa de tres lustros le procreó cinco vástagos, antes de
164. Justo Sierra, Obras Completas
471.
III,
Crítica y artículo, México,
UNAM,
edición y notas de José Luis Martínez, 1984, p.
154
separarse en 1886. Su última esposa fue la poeta Jeanne Ente, quien le
sobreviviría y sería la encargada de administrar la publicación de su obra póstuma.
En 1860 fundó la Revue fantaisiste, que publicó, entre otros, a Villiers de L´isleAdam, uno de los cuentistas más influyentes del momento. Su primer poemario,
Philoméla, apareció en 1863. Junto con Louis-Xavier de Ricard creó el Parnasse
Contemporain, publicación que diera nombre a un grupo de poetas, como Leconte
de Lisle, José-María de Heredia, Théodore de Banville y Francois Coppée: La
Légende du Parnasse Contemporain (1884), de su autoría se considera pieza
fundamental para el estudio de la literatura del Fin de sicle francés.
La posteridad reserva para Catule Mendés un lugar secundario en la constelación
conformada por parnasianos, simbolistas y decadentistas, corrientes cuya
simultaneidad las amalgama y termina por confundirlas. En todo caso, ya no se lo
lee como a muchos de sus contemporáneos, algunos de ellos referencia obligada
para la literatura universal.
Lo cierto es que en México gozó de gran aceptación en las publicaciones de la
época (sobre todo en provincia: La Bohemia Sinaloense, Arte, Flor de Lis, El
Verbo Rojo).165
No hubo género que se le negara: Philoméla, Contes Éroiques, Poésies, Les
Braises du Cendrier (poesía); La Vie et la mort d´un clown, L´Homme tout nu, La
Femme-Enfant (novela); La petite servante, Regards perdus, L´armure, Les deux
marguerites, Le miracle (cuento); La Part du roi, Le Capitane Fracasse, Médée, La
Vierge d´Avila (Sainte Thérése), Scarron (teatro); Richard Wagner, L´Art au
Théatre, Rapport sur le mouvement poétique francaise de 1867 á 1900 (ensayo), y
ejerció todos ellos con soltura.
165. Ver: Índice de La Bohemia Sinaloense, en el capítulo III.
155
Se suicidó en febrero de 1909 arrojándose de un vagón de ferrocarril en un tunel,
donde se encontró su cuerpo el 7 de febrero. La ciudad que eligió para este
propósito fue Saint-Germain-on-Laye.
Jules Lemaitre
Nació en Vennecy en 1853 y murió en París en 1914. Su actividad académica fue
constante: se doctoró en 1882 con una tesis intitulada La comédie aprés Moliere et
le théatre de Dancourt y enseñó en Le Havre y Argel (segunda enseñanza) y en
Besan con y Grenoble (estudios universitarios).
Les Médaillons (1880) y Petites orientales (1885), le dieron fama entre los
parnasianos; también fue nodal en su encumbramiento sus textos críticos
publicados en la Revue Bleue y la publicación de Impresiones de teatro (18881898).166
Publicó en Arte, núm. 7, tomo II, noviembre de 1908, “La virgen de los ángeles. (Al
margen de los evangelios)”, texto tomado de En marge des vieux livres, segunda
serie.
Este texto en el que María se enfada con una legión de pequeños ángeles que
quieren ayudar con sus tareas, se parece en intención a los textos que muchos
años más tarde Karel Capek publicara bajo el título de apócrifos.
Antonio Machado
La figura de Antonio Machado (1875-1939) supera con mucho el ámbito idiomático
y generacional; integrante de la Generación del 98, el poeta español gozaba de un
amplio reconocimiento internacional y sus poemas eran reproducidos en las
publicaciones más recóditas de América; tal es el caso de Sinaloa, donde El
Correo de la Tarde, La Voz del Norte, Mefistófeles, y, por supuesto, Arte,
ofrecieron a sus lectores versos del poeta sevillano.
166. Si bien el impresionismo en pintura (que es el que canoniza el término) es finalmente revalorado y adquiere carta de
ciudadanía artística, en la crítica literaria carece de tales credenciales.
156
La inclusión de Antonio Machado en las páginas de Arte, muestra a las claras que
la relación entre Modernismo y Generación del 98 no es de exclusión, sino que se
implicaron mutuamente a través de un vehículo cultural que no reconocía la
superioridad de un “ismo” sobre otro, ni la prevalencia de las generaciones: la
poesía.167
Las moscas es una de las composiciones más conocidas del poeta español; forma
parte del libro Soledades, galerías, otros poemas, y apareció en Arte, núm. 1,
tomo II, 1º de enero de 1908.
Las moscas
Vosotras las familiares,
inevitables, golosas,
vosotras, moscas vulgares,
me evocais todas las cosas.
¡Oh viejas moscas voraces
como abejas en abril,
viejas moscas pertinaces
sobre mi calva infantil!
Y en la aborrecida escuela
raudas moscas divertidas
perseguidas
por amor de lo que vuela.
Que todo es volar ....Sonoras
rebotando en los cristales
en los días otoñales...
moscas de todas las horas.
De siempre.... Moscas vulgares
que de puro familiares no tendeis digno cantor;
yo sé que os habéis posado
sobre el juguete encantado,
sobre el librote cerrado,
sobre la carta de amor,
sobre los párpados yertos
de los muertos
moscas de todas las horas.
Inevitables golosas
que ni labrais como abejas,
ni brilláis cual mariposas;
pequeñitas revoltosas,
vosotras, amigas viejas,
me evocáis todas las cosas.
De infancias y adolescencia,
de mi juventud dorada;
de esta segunda inocencia
que da no creer en nada.
Con este poema de Machado cerramos el capítulo sobre Arte, revista sinaloense
que acompañó a la tumba al general Cañedo. Y con el capítulo sobre Arte se
cierra el presente trabajo.
167. Arte publicó también tres poemas de Manuel Machado, hermano mayor del autor de Campos de Castilla: “Felipe IV”,
Arte, núm. 1, tomo I, 1º de ,julio de 1907; “Castilla”, “La corte”, Arte, núm. 4, tomo I, 1º de octubre de 1907; “La voz
que dice”, Arte, núm. 1, tomo II, enero de 1908; “Oliveretto de Fermo”, Arte, núm. 7, tomo II, noviembre de 1908.
157
A manera de conclusión
Conclusivo es algo que no admite lo que no es sino su propia finitud. Significa, por
definición, abandono, olvido.
Entiendo
que
las
obligadas
conclusiones
remiten
a
las
preguntas
y
cuestionamientos que recorren mi narrativa, misma que se traduce en
determinadas figuras del mundo que, entre otras muchas, orientan el sentido y
desarrollo de mi texto.
Estudiar a una sociedad mediante sus representaciones obliga a interrogar a los
objetos en los cuales se materializa, y que se erigen como patrimonio cultural:
desde las fiestas populares hasta los rituales cívicos, pasando por la educación
pública y las convenciones religiosas, la cultura toma la forma de un discurso,
mismo que legitima las prácticas sociales, que más tarde o más temprano se
institucionalizan.
El horizonte de expectativa del Sinaloa decimonónico se entrelaza con las
aspiraciones que un grupo de intelectuales de cuño liberal disemina, mediante una
práctica escrituraria febril, en los periódicos locales, primero, y más tarde en
publicaciones de corte literario.
Los doce años que van del primer número de La Bohemia Sinaloense al último de
Arte corresponden al ocaso de un régimen que parecía no tener fin. Que la muerte
del general Cañedo y la falta de legitimidad de su sucesor hayan precipitado el
derrumbe del porfiriato sinaloense es apenas una circunstancia fortuita. Lo cierto
es que en Sinaloa y en todo el país se incubaban las condiciones para arribar a
una sociedad más compleja, donde la democracia ha de jugar un papel de primer
orden.
158
Sobre la contribución que La Bohemia y Arte tuvieron en la conformación del
imaginario sinaloense, es cosa que puede observarse con tan sólo revisar la
influencia que éstas tuvieron en la élite cañedista. La inserción de los
colaboradores de estas revistas en los espacios públicos es más que notable. Los
escritores eran también maestros, políticos, militares, periodistas que con su
quehacer moldeaban las prácticas sociales y las representaciones del mundo. Por
lo demás, la elite cañedista desplegó su visión del mundo mediante dos vehículos
de fundamental significación: la prensa y la educación.
La filiación porfirista de ambas publicaciones no cancela, ni mucho menos, la
diversidad de intereses que las anima. La Bohemia representa en este sentido una
pluralidad que no es ajena al momento histórico que se vive. El modernismo, un
tanto tímido, que recorre las páginas de la Bohemia adquiere así una connotación
política que otras publicaciones filiales no ostentan, por ejemplo, la Revista Azul
del Duque Job, que muchos investigadores definen como acrática. La revista Arte,
por su parte, muestra cómo un diario de provincia aspira a crear opinión en todos
los órdenes de la vida de una comunidad, en este caso la literatura, al incluir en
sus páginas textos de escritores nacionales y extranjeros de primera línea.
A lo largo de este trabajo he intentado discutir sobre algunos aspectos, relativos al
mundo de la lectura y, consecuentemente, a la práctica escritural, que según mi
entender, la acompaña. La revisión de La Bohemia y Arte, ofrece las ventajas de
insertarse en un momento en la República de las Letras atraviesa por un momento
de una fecundidad, sobre todo en poesía, que no había tenido a lo largo del siglo
XIX.
En el panorama mundial las cosas iban por el mismo camino, el modernismo se
abría paso entre las nuevas propuestas estéticas, irrumpiendo desde América:
partiendo de Managua, pasa por Culiacán y arriba majestuoso a Mocorito.
159
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Documentos de época
Informes de gobierno y estadísticas históricas del INEGI
Fuentes
Hemeroteca Nacional de la UNAM
Fondo Reservado
Fondo Hemerográfico
Biblioteca Pública del Estado de Jalisco
Fondo Hemerográfico
Archivo General Histórico del Estado de Sinaloa
Departamento de Biblioteca, Investigación y Publicaciones
CREDHIC
Fondo Hemerográfico
Archivo Histórico del Municipio de Culiacán
Sesiones de Actas de Cabildo
Hemerografía
Regionales
La Bohemia Sinaloense, 1897-1899.
Arte, 1907-1909.
La Voz del Norte, 1903-1909.
El Correo de la Tarde, 1897-1909.
Mefistófeles, 1898-1909.
El Monitor Sinaloense, 1892-1909.
El 5 de mayo, 1866.
Nacionales
El Demócrata, 1893.
México Nuevo, 1909.
El Antirreeleccionista, 1909.
Flor de Lis, 1897.
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