La cultura de suma cero reloaded

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La cultura de suma cero reloaded
Por: Fernando Navajas
Economista jefe de FIEL
Una de las imágenes más sugestivas del
rescate de los mineros en Chile es el
contraste entre el movimiento «vertical»
del ascenso desde la mina y el
movimiento «horizontal» que se veía en
la superficie. Arriba de la mina, el
Gobierno chileno y toda la sociedad
parecían estar codo a codo no en un
simple operativo de rescate, sino
construyendo una nueva experiencia
colectiva. La idea de que Chile marcha a
ser una economía desarrollada no es una
novedad, pero lo que estamos viendo
Fernando Navajas
ahora pasa por un esfuerzo conjunto para
mover al país a una organización
cualitativamente distinta y muy horizontal en camino a ser una
sociedad del conocimiento.
La imagen de este lado de la cordillera es muy diferente. En la
Argentina, todo razonamiento en los debates públicos tiene un
tremendo tufo de juego de suma cero. Desde la disputa por el
82% móvil para la jubilación mínima hasta las peleas por la
participación en las ganancias de las empresas y por las
retenciones, pasando por el desmanejo de los subsidios y el
despilfarro de los recursos públicos, en la Argentina vivimos
inmersos en la cultura de suma cero. Dos son las premisas
fundamentales de esta cultura. Por un lado, el supuesto
carácter fijo de los recursos (la «torta» es fija); por el otro, la
naturaleza casi exclusivamente distributiva de cualquier
problema económico. Es decir, no hay crecimiento potencial
(mayor torta), sino que lo único relevante es la distribución. El
siguiente paso conceptual de esta cultura son las instituciones
del clientelismo político. Y, en consecuencia, todo debate
económico quede adaptado a ese juego. La imagen reciente
más representativa de esto es la pelea de los sindicatos versus
los empresarios por el proyecto de participación en las
ganancias como si fuera algo exclusivamente distributivo. Es
decir, sin ninguna referencia a evaluar o enriquecer la
discusión sobre los contratos laborales, la determinación de
salarios por desempeño, la estabilidad laboral, los impuestos al
trabajo y la informalidad. En vez de plantearle a la sociedad
una agenda moderna y superadora de los contratos laborales
en los sectores formales y con consecuencias sobre la
eficiencia y la equidad, lo que vemos es un juego muy arcaico
de búsqueda de rentas.
Predominio
En las sociedades maduras y culturalmente avanzadas no se
piensa en general de este modo. Más bien lo que predomina es
exactamente lo opuesto. Hace una década, el escritor
norteamericano Robert Wright publicó un best seller titulado
«No Cero: la lógica del destino humano», en el que explota las
raíces de la ciencia y la filosofía evolutivas para argumentar
que el progreso de la sociedad resulta de superar el juego de
suma cero o negativa, llevándolo a una suma positiva. La
avidez de la sociedad norteamericana por el libro se hizo sentir
en poco tiempo, y el presidente Clinton, al final de su mandato,
le instruyó al personal de la Casa Blanca leerlo. El libro
comienza con referencias a tres grandes intelectuales (el
teólogo Theilard de Chardin y los matemáticos Von Neumann y
Morgenstern), quienes nos enseñaron universalmente a
entender los juegos sociales asociados al progreso como
expresiones de suma positiva -o temporalmente negativa-.
Nunca de suma cero.
Entender primero y resolver después este proceso es esencial,
porque permite visualizar nuestro desarrollo en el largo plazo a
partir de una compleja interacción entre capacidad para
expandir recursos, seguridad jurídica y respeto contractual,
apertura comercial, inversión pública en infraestructura y en
conocimientos, y en una alianza entre las universidades, los
centros de investigación y extensión y los sectores productivos.
En cambio, encerrarnos en la cultura de suma cero pensando
que los recursos son fijos y no expandibles nos lleva a una
cultura de extracción de rentas o apropiación oportunista de
inversiones hundidas sin pensar en cómo generar marcos
estables y confiables, a perpetuar las retenciones al sector
agropecuario y petrolero sin reformar los sistemas fiscales
apropiados para la captación y redistribución genuina de
rentas, a plantear esquemas arcaicos de participación en las
ganancias sin repensar los contratos laborales más
convenientes para que mejoremos el nivel y la calidad del
empleo; y a seguir expandiendo el gasto y el empleo públicos
sin preguntarnos sobre la calidad y el costo de los bienes y
servicios que reciben los ciudadanos.
Para revertir esto, el país tiene que revertir la actual situación
de gran atraso intelectual en lo económico y plantearse y
contestar las preguntas correctas. Esto se logra pensando en
un programa que busque maximizar el crecimiento de la
productividad sectorial y agregada a partir de la amplia base de
recursos naturales y extendiéndolo hacia la industria y los
servicios con una fuerte aplicación del conocimiento. Con más
competencia y subsidios inteligentes a la producción y
regulación moderna. Planteando una reforma inteligente del
Estado que eleve la eficiencia del gasto público. Aceptando
llenar el vacío que reclama reducir brechas de desigualdad con
políticas fiscales sostenibles y que a la vez den lugar a una
fuerte respuesta de oferta en vez de un estímulo artificial a la
demanda que no puede validarse por ausencia de
productividad creciente. Mirando la integración del país al
mundo como es -no como nos gustaría que fuera- y
aprovechando las oportunidades de negocios que se nos
presentan.
La tragedia de la Argentina moderna es que esta patología de
jugar a suma cero ocurre en parte como consecuencia de un
fenomenal boom de condiciones económicas internacionales,
que nos llevó a replantearnos cuestiones de desarrollo
económico en un formato de políticas públicas equivocado y
reaccionario contra los estándares internacionales. Para peor,
una parte muy mayoritaria del empresariado y la clase política
piensa que el problema es más de lenguaje y estilo que de
contenido. Y que en vez de tener una «ventana» temporal de
oportunidades, estamos en algo muy duradero que en algún
momento nos va a permitir evolucionar al desarrollo. Por el
contrario, mi impresión es que no son las formas, sino el
contenido de las políticas lo que estuvo mal en la Argentina
durante esta década. Vamos contra reloj, sin darnos cuenta porque no pensamos en las generaciones futuras- de que
cuando este boom de reasignación mundial de recursos pase
de largo, más vale que hayamos acumulado suficiente capital
físico y humano como para ser una economía y sociedad
desarrolladas. Quedarnos estancados en la trampa de la
cultura de suma cero nos va a llevar a grandes desilusiones
colectivas.
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