El hombre pone el pie en la Luna, 20 julio 1969 La Luna, en realidad, constituía un, lugar y un ambiente en el que resultaba agradable trabajar. Tenía muchas de las ventajas de la Gravedad-cero, pero en cierto sentido era menos «solitario» que G-cero, donde uno siempre tiene que prestar especial atención a conseguir puntos de sujeción que sirvan, en cierto modo, como de anclaje. A un sexto de G, es decir bajo la acción de la gravedad lunar, uno tiene la sensación de hallarse en «alguna parte», y se mantiene un sentido de fuerza y dirección definidos aunque, en ciertos momentos, sólo «vagamente» definidos. Una cosa curiosa es que la referencia horizontal en la Luna no está bien definida. Cuesta trabajo determinar si se está inclinado hacia delante o hacia atrás y en qué ángulo. Este hecho, aparejado al pequeño límite de visión que dejan nuestros cascos, produce la impresión de que los accidentes del terreno de la Luna cambian de inclinación, según la manera como se los mire y la posición en que se esté. El peso de las mochilas tendía a tirar de uno hacia atrás y, conscientemente, había que hacer un esfuerzo para inclinarse hacia delante, aunque sólo fuera un poco, para compensarlo. Creo que alguien ha definido esta postura como la de «un mono cansado», casi erecto, pero un poco inclinado hacia delante. Costaba trabajo en muchas ocasiones, saber si en efecto se estaba en posición erecta o no. Se sentía algo así como si uno pudiera inclinarse en todas direcciones, bastante, sin perder el equilibrio, como ocurriría en la Tierra. El modo, con mucho, más natural y sencillo de moverse en la superficie de la Luna era poner un pie delante del otro. El «paso del canguro» servía también, pero dejaba cierta inestabilidad; no se tenía mucho control cuando uno se movía en círculo. Cuando desplegamos nuestros instrumentos de experimentación en la superficie lunar, tuvimos que lanzar los objetos y muchos de ellos parecieron ser rechazados. Las cosas seguían su trayectoria con un movimiento lento y perezoso. Si alguien hubiese tratado de devolver una pelota de baseball en ese ambiente, hubiera tenido que acostumbrarse, primero, al lento movimiento de la pelota en su trayectoria. Aunque creo que la adaptación hubiese sido relativamente sencilla. Técnicamente, la tarea más difícil que realicé en la superficie fue la introducción de los tubos huecos de recogida de muestras en el suelo lunar para llenarlos de materiales lunares para su estudio. Se tropezaba con una resistencia sorprendente y muy notable a pocas pulgadas de la superficie y esta resistencia no estaba acompañada de una fuerza de sustentación lateral, lo que significaba, sencillamente, que el tubo no permanecía clavado y que yo debía mantenerlo con una mano mientras golpeaba con el martillo con la otra. Fallé uno o dos golpes. No se trató de una cuestión de visibilidad, sino que, al llevar el martillo hacia abajo, estorbaba la posición de mi cuerpo y mi equilibrio. Una explicación para ese avanzado grado de resistencia podría ser que el material que compone la Luna, habiendo sido ya comprimido mucho por la falta de atmósfera, ha venido siendo apisonado, por decirlo así, por la lluvia continua de meteoritos. Esta especie de martilleo ha hecho mucho más compactos los materiales bajos, hasta un punto en que la fuerza adicional requiere una gran potencia.FUENTE: GENE FARMER Y DORA J. HAMBLIN: Los primeros en la Luna. Un viaje con Neil Armstrong, Michael Collins, Edwin E. Aldrin. Trad. de J. Adsuar Ortega (Barcelona 1970), págs. 391-392. Fuente: http://www.historiacontemporanea.com/pages/bloque4/la-guerra-fria-i-democracias-occidentales/documentos_historicos/el-hombre-pone-el-pie-en-la-luna-20-julio-1969 Última versión: 2016-12-02 07:58 - 1 dee 1 -