Reflexiones e interrogantes en torno a las

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antes
en torno a las
INSTRUCCIONES DEL AÑO XIII
Mario Cayota*
Afirmaba Ortega y Gasset que “a la ver- mente en la Batalla de Huaqui, (20.VI. 1811).
dad se llega a través de una suma de pers- A la Junta como se sabe, le había sucedido el
pectivas”. Guiándonos por este acertado Primer Triunvirato, (23.IX.1811), integrado
por Juandel
José Paso, Feliciano Chiclana y
criterio nos proponemos analizar los do- Homenaje
las Sarratea. Importante es tener
Manuela de
cumentos aprobados en la “Asamblea de Parlamento
representaciones
Sarratea vendrá después en
Tres Cruces” buscando suscitar un clima presente
sociales en que
el
persona
a comandar las tropas que lleguen
fermentar y dialógico, que ofrezca asimis-Directorio
del BPS.
mo algunos puntos de vista que subrayen a la Banda Oriental. Su designación para tal
ciertos aspectos que a nuestro modesto pa- cometido resulta sugestiva, ya que no era
recer no han sido suficientemente militar y si se había distinguido en algo era
enfatizados y trabajados; abordaje éste, que como comerciante en telas, –quienes no simen ocasiones puede distanciarse de la exé- patizaban con él, lo apellidaban “el tendegesis que habitualmente ha prevalecido ro”–, y salvo su profesión y amistad con los
comerciantes ingleses, no se le conocían
hasta hoy.
otros méritos. No debemos olvidar que el
secretario de esta Junta, era Bernardino
Las circunstancias previas al
Rivadavia, figura también de triste memoCongreso del Año XIII
ria para la causa artiguista. Con el transcurso del tiempo, ambos, Sarratea y
Pero antes de intentar aproximarnos a los Rivadavia, viajarán a Europa y harán indocumentos, teniendo presente la máxima gentes gestiones ante las Cortes del Viejo
de que “al analizar un texto, sin su corres- Mundo para establecer la monarquía en el
pondiente contexto, ello puede resultar un Río de la Plata y entronizar en ella algún
mero pretexto”, deseamos reconstruir príncipe europeo. Ya casi al finalizar el año
someramente las circunstancias que rodea- 1812, Rondeau, pondrá por segunda vez siron a la “Asamblea de Tres Cruces”; pensa- tio a la ciudad de Montevideo, todavía basmos que aun cuando conocido es útil recor- tión de la Corona Española.
darlo. Acorde a ello, atengámonos a la cróEn estas circunstancias, el Triunvirato que
nica histórica sobre los sucesos que precebuscaba afanosamente legitimarse y fortadieron a las “Instrucciones”.
lecerse, es que convocará a la Asamblea
Ubiquémonos entonces, en los últimos Constituyente de las Provincias Unidas, que
meses de los años 1811 y 1812. En Buenos presidirá el joven y presuntuoso Carlos MaAires la Junta había renunciado a raíz de la ría de Alvear y para la cual lo pueblos debeestrepitosa derrota que el ejército patriota rán elegir sus respectivos representantes.
había sufrido en el Alto Perú, particular- De todos modos y más allá de sus esfuerzos,
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este Triunvirato no podrá mantenerse en el
poder, sucediéndolo como resultado de varios cabildeos y conspiraciones, un Segundo Triunvirato (8.X.1812) que integrarán
por designación del Cabildo de Buenos Aires, Juan José Paso, Nicolás Rodríguez Peña
y Antonio Álvarez Jonte, Triunvirato que
continuó con el propósito de hacerse reconocer a través de la Asamblea General Constituyente.
Paralelamente, Manuel de Sarratea que
había sido designado gracias al predominio de la Logia Lautaro, generalísimo de los
ejércitos patriotas que operaban en la Banda Oriental, dispuso de acuerdo a las órdenes del Triunvirato y desconociendo la autoridad de Artigas, que ya había sido declarado “Jefe de los Orientales”, se designaran dos diputados que fueron los Presbíteros Gómez Fonseca por Maldonado, y
Dámaso Larrañaga por Montevideo.
Es historia conocida lo que sucedió después, pero conviene recordarlo. Artigas y
los pueblos orientales desconocieron estas
elecciones amañadas por Sarratea, que pronto, obligado, dejará su cargo en la Banda
Oriental, siendo sustituido por José
Rondeau, hombre probo pero que a la postre también será enemigo del artiguismo.
Rondeau, en su carácter de General en Jefe,
le planteará a Artigas la exigencia que la
Banda Oriental reconociera y jurara obediencia a la Asamblea Constituyente que
había sido constituida.En este contexto, es
que surge la convocatoria de Artigas para
la realización del Congreso de Abril.
El discurso de José Artigas en la
Asamblea: dos pronunciamientos
importantes
Reunida la Asamblea de Vecinos el 5 de
abril, –la reunión se había postergado por
las copiosas lluvias presentadas los días
anteriores–, ella es abierta con el discurso
de José Artigas, que en su redacción, parece
por su estilo, que haya sido redactado por
Miguel Barreiro; recuérdese que Monterroso
será el ininterrumpido secretario del Prócer a partir de mayo de 1815.
La “Oración Inaugural” es por todos conocida, pero es útil mencionar dos de sus
*
Mario Juan Bosco Cayota Zappettini nació el 18 de agosto de 1936 en Montevideo. Doctorado en Filosofía
por la Universidad de La Plata (Argentina), posteriormente se orientó hacia los estudios históricos y la
docencia. Fue profesor de filosofía e historia en Enseñanza Secundaria y dictó numerosos seminarios a nivel
universitario. También en el exterior, entre otras, en la Universidad de Petrópolis (Brasil), la Católica de
Santiago de Chile y Trento (Italia). Se ha desempeñado por más de treinta años como profesor en la actual
Facultad de Teología Mons. Mariano Soler. Ha participado con múltiples ponencias en numerosos congresos
y seminarios, tanto en el Uruguay como en el exterior. Asímismo ha escrito variados artículos para diarios y
revistas del País y otras naciones.
Es autor de varios libros. “Cristianos y Cambio Social” ha merecido sendos primeros premios: Intendencia
Municipal de Montevideo (año 1989); Ministerio de Educación y Cultura (año 1990); “Siembre entre Brumas.
Utopía franciscana y humanismo renacentista: una alternativa a la Conquista” (522 páginas), se ha traducido al
portugués e italiano; “Optar por los pobres aunque nos marquen con el hierro”, al alemán. Asímismo, ha
escrito en colaboración con integrantes de la Universidad Católica, “Historia de la Evangelización de la Banda
Oriental (1516 – 1830)”; como así un estudio sobre la personalidad y obra del primer Arzobispo de Montevideo, Mons. Mariano Soler.
Director del Centro Franciscano de Documentación Histórica (CE.FRA.DO.HIS). También integrante del
Consejo Académico de la Multiversidad Franciscana de América Latina. Ha ocupado variados cargos en la
Administración Pública, algunos de ellos por elección popular, desempeñándose hasta el 2011 como Embajador
Uruguayo ante la Santa Sede.
Sus investigaciones sobre Artigas y el movimiento que lo acompañara, desarrolladas durante prolongado
tiempo, han culminado con la edición de su libro “Artigas y su derrota. ¿Frustración o desafío?” (2007 – 3
ediciones hasta la fecha), y la obra publicada en 2012, en torno al secretario y principal consejero del Prócer, el
franciscano José Benito Monterroso.
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abordaje en profundidad de este
punto, trasciende
los razonables límites de la presente nota.
principales temas. El primero, cuando
Artigas en famosa frase, afirma que: “Mi
autoridad emana de vosotros, y cesa ante
vuestra presencia soberana”, definición de
claro contenido democrático, aun cuando
contrariamente a lo que siempre se afirma,
de dudoso origen roussoniano, dado que
también Cornelio Saavedra pronuncia la
misma frase, y solo un chistoso podría sostener que Don Cornelio estuviera influido
por el pensador ginebrino. En relación a este
tema, a nuestro modesto parecer, la influencia de Rousseau ha sido sobredimensionada
en detrimento de otros pensadores, pero el
22
Pero si es importante realzar este
claro principio democrático al que se
aludiera precedentemente, también
lo es recalcar una
de las frases finales
del discurso artiguista, cuando en
este se afirma que
sería conveniente
que el reconocimiento que se solicitaba se hiciera
por pacto, –vocablo
no solo usado por
Rousseau, sino
también
entre
otros, por Francisco Suárez– pero que
“esto, ni por asomo
se acerca a una separación nacional
(...)”. El principio
sostenido expresará de modo muy
claro que la rotunda afirmación de la
soberanía que a la
provincia a constituirse le corresponde no supone en absoluto una aislada independencia nacional, que
quiebre la unión e integración de las “Provincias Unidas”. Este principio será invariablemente sostenido por Artigas. El mismo será reiterado en el oficio que le dirija a
Rondeau transcribiendo su exhortación a
los ciudadanos reunidos en “Tres Cruces”.
El texto citado anteriormente, no es un
concepto aislado expresado en forma accidental y coyuntural, sino que por el contrario, integra un pensamiento reiterado que
Artigas exterioriza en toda ocasión propi-
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cia para ello. Basta para
convencerse tener presente lo estipulado en el
plan convenido entre
Fray Mariano Amaro,
Francisco Candioti y
Artigas, el 23 de abril de
1814. En él se establecía
después de declararse la
independencia que entre
sí tendrían los pueblos
“Esta independencia no
es una independencia
nacional; por consecuencia, ella no debe
considerarse como bastante a separar de la
gran masa a unos ni a
otros pueblos, ni a mezclar diferencia alguna
en los intereses generales de la revolución”.
Esta actitud invariable del Prócer se confirma, –si fuera necesario–
, en ocasión de la entrevista celebrada en
Paysandú en el mes de
junio de 1815 con los
delegados Pico y
Rivarola, a los cuales el
flamante
director
Álvarez Thomas les encomendara trasmitirle
a Artigas la propuesta que: “el gobierno de
Buenos Aires reconoce la independencia de
la Provincia Oriental; se obliga a ayudarla
en caso de guerra con España; las Provincias de Entre Ríos y Corrientes quedan en
libertad de declararse independientes o de
ponerse bajo la protección de otro gobierno”. Propuesta de independencia que el “Protector de los Pueblos Libres”, rechazará de
modo tajante.
El artiguismo, ¿creador del
federalismo?
Antes de continuar analizando el desarrollo de la “Asamblea de Tres Cruces”, dado
ciertos comentarios que con motivo de cumplirse los 200 años de las “Instrucciones”,
suelen oírse, es necesario preguntarse si
debe considerarse a Artigas como el “creador” del federalismo en el Cono Sur de América. Si nos atenemos a los documentos de
la época, a esta pregunta debe responderse
negativamente. Fue sin duda, su más ilustre representante, pero no su fautor. Esta
constatación no relativiza su figura.
El Prócer supo escuchar e interpretar los
anhelos federales de los pueblos y ser su
mayor y heroico defensor; pero la aspiración de las regiones a ser soberanas y luchar contra el afán centralista del gobierno
y las logias de Buenos Aires, no es inven-
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ción del “Protector de los Pueblos Libres”.
Basta examinar los documentos de la época
para comprobarlo.
Analizando dichos documentos puede
constatarse que, en no pocas provincias y
regiones existía predisposición al sistema
federal ya con anterioridad a las Instrucciones que se redactaron en abril de 1813.
Así, en diciembre de 1812 las Instrucciones impartidas por Tucumán a quienes los
representarían en la Asamblea Constitucional de 1813, ya recomiendan tener en cuenta las constituciones norteamericanas para
adoptar un sistema federal. A su vez, en las
Instrucciones que elaborara Jujuy para sus
representantes, el 23 de diciembre de 1812,
éste también se pronuncia en sustancia por
un sistema federal.
Cabe consignar que con anterioridad, el
19 de febrero de 1811, el Cabildo Jujeño había solicitado a la Junta de Buenos Aires,
“tener su constitución propia y que las intendencias fueran reemplazadas por una
confederación donde cada ciudad jure amistad y mutua cooperación con las demás del
reino”.
Asimismo, sobre el punto que estamos
analizando, el lejano Potosí en las Instrucciones fechadas el 2 de diciembre de 1813,
poco tiempo después de las artiguistas, se
pronunciará en forma categórica por un sistema federal, no obstante encontrarse muy
distante de lo que podrían considerarse los
centros doctrinarios del federalismo.
A estos documentos debe sumarse la posición de Córdoba, la cual sin usar en forma
expresa la palabra federalismo, lo asume
claramente con las disposiciones que propone. A todos estos pronunciamientos federales debe agregarse, por supuesto, la posición originaria de Paraguay, el cual desde
el bando del 17 de mayo de 1811 proclamó
que era su propósito la adopción de un sistema de confederación, posición ésta que
mantendrá su Junta en sucesivos documentos con anterioridad al predominio del Doctor Francia.
24
Estas posiciones favorables al federalismo, por no ser pocas y hallarse entre sí distantes, no pueden explicarse únicamente por
los contactos del artiguista Felipe Cardozo,
–que se dieron en Tucumán–, sino que evidencian una atmósfera propicia al sistema
en variadas regiones del Cono Sur y que no
se circunscriben a la Banda Oriental y a su
Caudillo.
Antes de las Instrucciones:
“las cláusulas”
Volviendo al desarrollo del Congreso, corresponde precisar que con anterioridad a
la redacción de las Instrucciones y posteriormente al Discurso Inaugural de Artigas,
se designará una Comisión de representativos vecinos, la cual se integrará con León
Pérez, Juan José Durán, Pedro Fabián Pérez,
Felipe Pérez, Pedro Vidal, Francisco Antonio Bustamante y Manuel Martínez de
Haedo.
Los vecinos mencionados precedentemente, redactarán un documento constituido de 8 cláusulas, el cual resultará importante prolegómeno de las Instrucciones. Solo
haremos mención expresa de la séptima
cláusula, la cual estipula: (...) “Se dejará a
esta Banda en la plenitud que ha adquirido
como Provincia compuesta de pueblos libres”. Resulta importante resaltar en la redacción de la cláusula transcripta precedentemente, dos importantes principios que en
ella se declaran.
El primero de los mencionados principios
es la constitución de la Banda Oriental como
Provincia. Debe tenerse presente que hasta
el momento de la Asamblea de Tres Cruces,
la Banda Oriental no constituía una unidad
territorial sino que se repartía en varias
jurisdicciones y que tampoco tenía rango
de provincia. Será con esta declaración que
la misma así se constituya, del mismo modo
como antes sus habitantes habían adquirido el nombre de orientales, siendo reconocidos como tales, durante el llamado “Éxodo”.
El segundo principio enunciado en la aludida cláusula octava hace referencia a que
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esta Provincia se encuentra integrada por
pueblos libres. Este principio ya había sido
expresado por el Jefe de los Orientales en
las instrucciones que, previamente a la
Asamblea de Tres Cruces, le entregara a
Tomás García de Zúñiga cuando lo
comisionara ante el Gobierno de Buenos
Aires, documento en el que se expresará:
“La soberanía particular de los Pueblos
será precisamente declarada y ostentada,
como el único objeto de nuestra
revolución”.No obstante que no pocos comentaristas de las Instrucciones no profundizan en la verdadera significación y
alcance de este principio artiguista y solo
enfatizan las influencias norteamericanas,
“la soberanía particular de los pueblos”
será la piedra miliar de la propuesta federal artiguista.
En “Artigas y su ideario en seis series documentales”, el reconocido historiador
Petit Muñoz, ha estudiado de modo preciso el alcance de la palabra “pueblo”, tanto
en el derecho hispánico como en las concepciones artiguistas. En este sentido, el
vocablo “pueblo” designaba una unidad
urbana concreta, –ciudad, villa, lugar, con
su respectiva jurisdicción territorial–, y no,
como hoy comúnmente se considera el concepto indiferenciado de “pueblo”, como sinónimo de multitud o grupo, caso por
ejemplo del “pueblo uruguayo”.
En definitiva, este instituto expresaba el
viejo cantonalismo medieval hispánico que
tiene su origen en las arraigadas corrientes comunitarias ibéricas,que ninguna relación guardan con las filosofías
individualistas liberales que se pretenden
influyeran casi de modo exclusivo sobre
Artigas.
Asímismo, la acreditada historiadora
Ana Frega, en su excelente investigación
que culminara con la edición de su libro
“Pueblos y soberanía en la revolución artiguista”, encara un análisis exhaustivo sobre la concepción del artiguismo en torno
a la soberanía particular de los pueblos,
determinando la naturaleza y alcance del
término, coincidiendo con lo anteriormen-
te expresado.
En cuanto a la “soberanía particular de los
pueblos” que es la idea central del proyecto
artiguista en lo que se refiere a la organización sociopolítica se hace evidente además
la raíz hispánica de su entorno, –que no excluye otras vertientes–, cuando, por ejemplo, toma como referente nada menos que
para la elección de los diputados al Congreso del Año XIII, no las disposiciones determinadas por el gobierno porteño, sino las
establecidas en las Leyes de Indias para los
congresos de diputados de las ciudades y
villas, y en forma taxativa a través de las
Leyes II y IV, título VIII, libro IV de la recopilación de las mencionadas Leyes.
Una visión de conjunto de los elementos
documentales que surgen en torno a la propuesta federal artiguista, permite arribar a
la conclusión de que para la elección del sistema federal a los efectos de la organización
jurídico política de la región, resultó un importante motivador el convencerse que
ensamblándose ésta estructura federal de
indiscutible origen norteamericano, con las
importantes y tradicionales instituciones
hispánicas de las que se era partidario y querían conservarse, se “aseguraba la soberanía de los pueblos” al mismo tiempo que se
evitaba la fragmentación, integrándolos en
cambio, en un gran sistema.
Sería entonces un dilema de falsa oposición propiciar un esquema de análisis, en
donde se contrapusieran las influencias hispánicas a las norteamericanas, negando éstas últimas; pero así como estas deben de
reconocerse han de tenerse presente las primeras.
Cuando Monterroso en su carácter de principal secretario y consejero de Artigas “desembarque”, pues, en Purificación, durante el
año 1814, podrá encontrarse, –cuando el
ideario artiguista no había alcanzado su integral desarrollo–, con ciertas ideas propias
del pensamiento liberal norteamericano
pero también con un trasfondo de tradiciones hispánicas importantes que habrán de
gravitar.
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Las Instrucciones del Año XIII,
¿copia mecánica de las
constituciones norteamericanas?
Se acepta por todos que Artigas y sus colaboradores conocían el libro de García de
Sena, en donde éste con el título de “La Independencia de la Costa Firme” había traducido y editado las constituciones
estaduales de Masschussets, Nueva Jersey,
Pensilvania, Virginia, y una relación de la
Connecticut; incluyendo junto con éstas, algunos pocoscapítulos del “CommonSense”
escrito por Thomas Pain, como así otros dos
breves trabajos de este autor: “La disertación sobre los primeros principios de gobierno”, y “Sobre el gobierno de los bancos”. Las Instrucciones estructuradas en
veinte artículos, es notorio que en varios de
ellos toman como referente las ya mencionadas constituciones. No obstante no son
una copia mecánica.
Las Instrucciones se sirven de las Constituciones norteamericanas con gran libertad, y si bien en algunos de sus artículos las
trascriben casi textualmente, en otros las
adaptan, y en no pocos, se apartan del articulado de dichas Constituciones, en función
de las realidades sobre las que tienen que
legislar. Se destacan en este sentido, por
ejemplo, los artículos 8) y 9) que reivindican el derecho jurisdiccional sobre los pueblos misioneros, -dada la importancia y
aprecio que Artigas tenía por ellos-, como
así los artículos 12) y 13) que hacen referencia a los puertos de Colonia y Maldonado.
El artículo tercero y sus diversas
interpretaciones
Un particular estudio ameritaría el artículo 3), el cual determina: “Promoverá la
libertad civil y religiosa en toda su extensión imaginable”. Este estudio se haría necesario por las diversas interpretaciones a
que da pie esta norma. Nos limitaremos a
algunos comentarios.
Las corrientes liberales han interpretado
siempre que la redacción del artículo terce-
26
ro establece la libertad de pensamiento y
de culto, basándose en las normas que especialmente las constituciones norteamericanas consagran sobre este particular, aun
cuando la filosofía que las inspirara no propiciaba una libertad absoluta, ya que en sus
orígenes excluía a los católicos y a los cristianos unitarios. El doctor Héctor Miranda,
eminente jurista, –malogrado al fallecer
tempranamente–, puede considerarse el exponente más sobresaliente de esta exégesis,
interpretación ésta que hicieron suya posteriormente otros comentaristas, que la han
convertido prácticamente en un axioma.
Cabe consignar que el Dr. Miranda, acorde a la escuela positivista a la que era afín,
para su exégesis recurre a una erudita comparación de textos jurídicos, particularmente norteamericanos que de algún modo
podrían vincularse con el artículo tercero.
No obstante, en una actitud típica de la escuela que seguía, no indaga en el sentido que
el vocablo “libertad civil” tenía en la región
y en el vocabulario artiguista. De este modo,
se internará en cambio, en su ya clásico libro “Las Instrucciones del Año XIII”, en una
culta indagación sobre los principios teóricos del universo jurídico internacional,
pero, se reitera, desatendiendo la realidad
existencial de los pueblos del sur de
Indoafroamérica.
Siguiendo una hermenéutica diversa,
otros reconocidos historiadores, caso de Reyes Abadie y Vázquez Romero, en “Crónica General del Uruguay”, y Carlos Machado en su “Historia de los Orientales”, sostendrán una interpretación diversa para el
aludido artículo tercero. Basándose en el
sentido que a la “libertad civil” se le otorga
en los textos artiguistas, estos historiadores sostienen que por tal, en el vocabulario
artiguista, se entiende siempre la libertad y
autonomía de la Provincia Oriental, y que
en consecuencia por legítima extensión, en
la norma tercera, cuando se alude a la libertad religiosa, se está defendiendo la autonomía de la Iglesia Oriental, en relación a Buenos Aires, autonomía que en no pocos textos propicia el Prócer, ante la dependencia
que en esos momentos existía.
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El autor del presente trabajo, respetando
la primera de las interpretaciones aludidas,
se inclina por la segunda. Siguiendo esta
última exégesis, ha encontrado importantes oficios artiguistas en donde la “libertad
civil” quiere significar lo expresado por Reyes Abadie, Vázquez Romero y Carlos Machado. A los textos que se han transcripto
en “Artigas y su derrota. Frustración o desafío?’”, se suma el publicado posteriormente en “José Benito Monterroso”. Se trata del
oficio que Artigas le dirigiera al Cabildo de
Santa Fe el 19 de febrero de 1820, -ya casi en
las postrimerías de su gobierno-, y en el cual
se confirma que la “libertad civil” se refiere
a la autonomía que en la organización federal prevista debe de reconocérsele a cada
provincia y no, como comúnmente se ha entendido, a los principios liberales.
Corresponde aclarar que las precisiones
formuladas sobre el célebre artículo tercero de las Instrucciones no significan que el
autor de este trabajo no sea partidario de
una sana laicidad y la separación de la Iglesia y el Estado, pero una cosa son las posiciones filosóficas del autor y otra la correcta hermenéutica de los textos, ciñéndose a
los que en su momento se quiso significar
en ellos. De todos modos, no se pueden interpolar ideas personales en los procesos
históricos que se analizan, deformando los
hechos. Lo cierto es que el Prócer, no cambió
las relaciones Iglesia – Estado que se daban
en su época.
La actitud de Artigas y también la de
Monterroso, que será su secretario en Purificación, es tan claramente favorable a la
Iglesia que el propio Héctor Miranda, -ilustre jurista liberal-, que en relación al artículo tercero de las Instrucciones se ciñe a la
interpretación “predominante”, –sin atender al sentido que los conceptos consagrados en la misma tienen en el vocabulario
artiguista–, ante el importante conjunto de
documentos emanados del despacho de Purificación, se siente, con honestidad, obligado a reconocer, desde su punto de vista, que
dado la uniformidad de creencias que en la
época existía, ello explica por qué pudo
Artigas, sin violentar el principio procla-
mado en las Instrucciones, prestar siempre
un moderado apoyo, a la religión católica,
apoyo “justificado por el voto tácito del consenso general”. Asimismo, ya se dé una u
otra interpretación al artículo tercero, son
numerosos los textos transcriptos en nuestros trabajos anteriormente mencionados,
donde se expresa la solicitud y colaboración del Prócer con la acción evangelizadora,
incluso haciendo uso de los derechos del
antiguo Patronato.
El lector, en relación a las diversas interpretaciones relativas al artículo tercero de
las Instrucciones, deberá sacar sus propias
conclusiones.
Una peligrosa identificación
Sin duda que entre el ideario artiguista y
el pensamiento de los “Padres Fundadores”
de la Independencia Norteamericana, se
encuentran coincidencias importantes, tales el federalismo y el republicanismo, por
poner un ejemplo. Pero también grandes
diferencias.
El Proyecto artiguista, que pretende identificarse con el norteamericano se encuentra, en importantísimos puntos, en sus antípodas, las diferencias son sustanciales y
el hecho de que el artiguismo asuma ciertas
ideas en relación con la organización federal y determinados derechos ciudadanos
propios de las constituciones norteamericanas, no permite sin más igualarlo con éste,
incluso en cuanto a las provincias, que son
realmente soberanas e independientes y
que se integran al sistema por pacto. Por
supuesto que en torno a la integración social las diferencias son todavía más evidentes. Que no se tengan en cuenta estas diferencias sustantivas y en algunos casos
abismales, cuando se trata del ideario social artiguista, creemos que es propio de una
deformación intelectual dominada por una
concepción que únicamente valora los conceptos teórico formales del juridiscismo liberal, que no atiende a la realidad social concreta.
Reiteradamente se ha comparado a
Artigas con George Washington. Creemos
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que ésta es una comparación inadecuada,
ya que, sin pretender con ello desconocer
las grandes cualidades de uno de los más
sobresalientes Padres Fundadores, Washington sentía una particular antipatía por
los indios, a quienes consideraba “veleidosos, irresponsables, crueles, poco previsores, indolentes y poco confiables”.
El Prócer norteamericano, después de su
matrimonio con la acaudalada viuda
Martha Dandridge Curtis se había convertido en un poderoso terrateniente que aspiraba acceder a mayores tierras ubicadas
más allá de la frontera colonial. Cuando en
1763 por un decreto del día 7 de octubre se
fijó el nuevo límite que separaba las colonias de las tierras reservadas a los indios,
prohibiendo a los norteamericanos establecerse “en cualquier terreno más allá de las
fuentes u el origen de cualquiera de los ríos
que desembocan en el Atlántico desde el este
o el noroeste”, Washington, dueño de tierras cercanas a esta frontera, fue uno de los
norteamericanos que más se molestaron por
el decreto que limitaba la expansión de sus
haciendas. Naturalmente que el decreto conocido como la Gran Proclama, debió prontamente modificarse, –ello ocurrió en 1791–
, ya que había encolerizado a los colonos,
entre los que se encontraba Washington.
La consolidación del Estado y la sociedad
norteamericana fue concebida por su sistema liberal como necesariamente excluyente de los pueblos indígenas. La Constitución
los ignoraba como integrantes de la Nación
y determinaba que solo el Congreso tenía la
facultad de “regular el comercio con las naciones extranjeras, entre los estados y las
tribus indias”, con lo que los equiparaba a
los extraños a la sociedad norteamericana.
Esta no consideraba a los indios, ciudadanos, sino salvajes.
Así, el general Andrew Jackson, de indudable talento militar, posteriormente por
dos veces presidente de los Estados Unidos,
debió en buena medida su prestigio a las
crueles y sanguinarias campañas que emprendió contra los indios, con el objetivo
principal sino de exterminarlos, sí de confi-
28
narlos fuera de los límites de los estados.
Jackson no solo eliminó a los indios al este
del Mississipisino que, cuando fue presidente, promulgó importantes leyes que impidieron que los indios sobrevivieran como
comunidades independientes al oeste de
dicho río.
La Norteamérica democrática fue implacable en la tarea de destruir la propiedad
de los indios al este del Mississipi. Se pretendía empujarlos hacia el oeste y lo más
lejos posible. Jackson había cumplido esta
consigna en el sudeste, ya antes de llegar a
la presidencia.
Esta política continuó durante los siguientes mandatos; durante la presidencia de
James Monroe, los indios fueron despojados
de sus tierras al sur de los Grandes Lagos
por el general Lewis Cass, gobernador del
territorio de Michigan.
Los indios no solo fueron obligados a dejar sus antiguas tierras sino también a desprenderse de sus nuevas reservas, como
consecuencia de la presión que sobre ellos
ejercía el aluvión de nuevos colonos que luchaba por apoderarse de ellas con hambre
canina. A raíz deesta “política indigenista”,
77 306 144 hectáreas de tierras indias pasaron a poder de los blancos.
La voracidad de los colonizadores llevó
al gobierno, incluso, a expulsar a los indios
cherokees de sus tierras, nación que nada
tenía de salvaje, ya que había adoptado las
formas organizativas y culturales de los
“civilizados”, incluso con una Constitución
inspirada en la norteamericana. Ante esta
situación el Presidente Monroe planteó la
absoluta necesidad de que los indios “se
trasladasen al oeste del Mississipi”, invocando “razones de estado”. Olvidó decir que
otra de las razones para su expulsión era el
descubrimiento de oro y la consiguiente
avalancha hacia esas tierras de blancos ansiosos de apoderarse de este metal.
Las concepciones excluyentes no solo
comportaban la pérdida por los indios de
las tierras que interesaban a los colonos sino
también otras marginaciones que se exten-
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dían a los negros y los blancos pobres. La
Constitución federal y la legislación de los
Estados excluían explícitamente a los negros,–incluso a los libres–, y a los indios que
aún vivían en tribus, ya que se consideraba
que estos últimos pertenecían a naciones
extranjeras. Los negros no obtuvieron, –nominalmente–, el derecho a la ciudadanía
hasta el año 1868, aun cuando el derecho al
voto se volvió inoperante por una serie de
medidas restrictivas: requisito de residencia, tasa electoral,grandfatherclause, etcétera. En cuanto a los indios, ellos recién obtuvieron su derecho de ciudadanía en el año
de 1924. Los blancos pobres, –más allá de la
equivocación de García de Sena al traducir
los artículos de la Confederación–, fueron
también excluidos, accediendo a la ciudadanía a través de sucesivas leyes dictadas
por los diversos Estados de la Unión y no
fueron incorporados a ella de modo general
e inmediato.
En relación con la atención que hemos
prestado a la sociedad excluyente que se
postuló y estableció para los Estados Unidos, de acuerdo con las doctrinas en que se
inspiraron quienes la forjaron, cabe aclarar
que a ello no nos ha impulsado un sentimiento de aversión hacia ese País, –al cual
le reconocemos logros importantes–, sino
la necesidad ineludible de mostrar el modelo para así poder compararlo con el Proyecto artiguista, y de este modo estar en condiciones de aquilatar cabalmente la especificidad del movimiento y propuestas que
acaudilló nuestro Prócer máximo.
El pensamiento de Thomas Paine y
el ideario artiguista
En virtud de la gravitación que ciertos
estudios han conferido al pensamiento de
Paine en la gestación del ideario artiguista
aduciendo el conocimiento que el Prócer o
sus asesores tendrían del libro
“CommonSense”, que habría llegado hasta
ellos a través del libro “La Independencia
de la Costa Firme” que lo habría incluido, se
impone preguntarse hasta dónde dicha influencia puede ser factible.
Es seguro que la aludida y tan comentada
“Independencia de la Costa Firme”, circuló
y se difundió entre los patriotas. Pero, ¿en
qué consistió esta obra? El libro que publicara García de Sena, y que también tradujera, –aún defectuosamente–, trascribía parte, solo parte, del “Sentido Común”, –poquísimos capítulos–; la “Disertación sobre los
primeros principios de Gobierno y los Bancos” y finalmente, las Constituciones Norteamericanas.
El “Sentido Común”, cabe señalar que
como lo afirma uno de los principales estudiosos y panegiristas de Paine, Santos
Fontella, “se limita a una sola causa, la Independencia de los Estados Unidos”, de
modo que no solo lo que leyeron la edición
de García de Sena tuvieron únicamente acceso a un “Sentido Común” fragmentado,
sino que además esta obra, como la “Disertación” se limitaba fundamentalmente a
propiciar y defender la independencia de
las colonias y el sistema federal. De ahí, entonces, el entusiasmo por el libro de Artigas
y sus colaboradores.
También el liberal Padre Larrañaga con
motivo de la inauguración de la Biblioteca
Pública, en ocasión de las Fiestas Mayas, del
año 1816, cita entre otros muchos autores a
Thomas Paine, pero solo haciendo ligera
alusión a la obra “Principios del Buen Gobierno” del teórico revolucionario, cuando
a las constituciones norteamericanas se refiere. Dicha cita, al asociar el libro de Paine
con las constituciones norteamericanas estaría indicando que menciona la obra traducida por García de Sena, publicación ésta
que es la única que se difundiera por esta
región.
Si lo afirmado es incuestionable, surge claramente que las obras filosóficas de Paine,
“Los Derechos del Hombre”, “La Edad de la
Razón” como así otras obras suyas, fueron
absolutamente desconocidas por los
artiguistas. Por ende, cuando se hace referencia a Thomas Paine y su influencia en el
ideario del Prócer, debe acotarse a los temas tratados en los que García de Sena tradujo y publicó. Como se ve, entonces, la tan
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recurrente y defendida incidencia
del autor del “CommonSense” en el
artiguismo debe reducirse sensiblemente.
En cuanto al pensamiento doctrinal de Paine, especialmente expuesto en “Los Derechos del Hombre”,
corresponde acotar que junto al desarrollo de lo que es la filosofía liberal, este trasluce la visión prejuiciosa y discriminatoria que le desconoce a los indios y los negros todo derecho.
De este modo, cuando Paine con entusiasmo elogia la pacífica convivencia de las distintas razas en
Norteamérica, colocando a esta
como modelo de sociedad democrática, en nota al pie de página, detalla
pormenorizadamente estas distintas presencias, todas de origen europeo, afirmando, refiriéndose a
ellas, que “todos los hombres son
ciudadanos”; omitiendo de modo
significativo a los indios y los
negros –nota en página 220 de T.
Paine, “Derechos del Hombre”; Madrid, 1984, Alianza Editorial–. El “olvido” es tan significativo que en varias ediciones, –probablemente para
no perjudicar la “imagen progresista del autor”–, esta nota se encuentra suprimida.
La omisión en una obra dedicada
a los Derechos Humanos, cuando tan
mal se trataba a los indios y a los
negros en la sociedad que se ponía
como modelo a imitar, vulnerando
el País los más elementales derechos,
–es explicable en el pensamiento del
autor ya que para su filosofía, como
para otros contemporáneos suyos,
ni los indios ni los negros eran hombres–. ¿Acaso con esta clase de filosofía pudo influir Paine en Artigas y
sus asesores, particularmente en
Monterroso, quien a partir del año
1815 será el primer secretario del
Prócer?
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Una visión integral
En relación a las Instrucciones del Año XIII,
–de las que se desconocía su texto hasta que
tardíamente se encontraron casi por casualidad en los archivos paraguayos–, es importante tener presente que para su exacta
valoración ellas deben integrarse en el rico
entramado del ideario artiguista. La organización política que este promoviera no se
agota en el articulado de las Instrucciones.
En este sentido, piénsese en la importancia
que en el accionar del Prócer, se le conferirá
a los Cabildos, –antiguas instituciones ibéricas–, los cuales pasarán a ser piezas maestras de la participación del pueblo; instituciones éstas que no se mencionan en los documentos del Año XIII. Las mismas, no deben ser analizadas en forma aislada, sino
que han de mirarse como uno de los elementos que conforman la estructura programática del Proyecto.
Por otra parte, un análisis que solo tenga
en cuenta la organización política diseñada
en las Instrucciones y no atienda a los principios sociales que animan al Proyecto con
referencia, por ejemplo, a la inclusión social
y atención prioritaria a los infelices, es sin
duda una visión hemipléjica. Debe pensarse además, que el artiguismo no nació en
forma repentina y conformado en todos sus
aspectos programáticos. Por el contrario, es
producto dinámico de un largo proceso en
donde en una síntesis armónica se amalgamaron diversas experiencias y corrientes.
El mismo no nació en un sosegado gabinete
de trabajo circundado por una rica biblioteca, sino generalmente como fruto de las
reflexiones surgidas alrededor de los fogones patriotas en donde se trataban los problemas que la vida y sociedad de entonces
presentaba en el agitado contexto de la región. En este contexto, será José Artigas
quien en su carácter de “baqueano” y fiel
intérprete de los Pueblos Libres que lo habían elegido como Protector, deba abocarse
a resolverlos.
En síntesis: estímase que las modestas reflexiones e interrogantes planteadas en el
presente trabajo, sumadas a otras perspectivas, pueden contribuir a crear un clima
fermental en torno a las Instrucciones, el
cual posibilite un abordaje cabal de las mismas.•
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