PDF - Comunità di Sant`Egidio

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La oración de San Egidio
17/12/2006 - 31/12/2006
http://www.santegidio.org/cast/preghiera
17/12/2006
Liturgia del domingo
III de Adviento.
Recuerdo de Lázaro de Betania. Oración por todos los enfermos graves y por los
moribundos. Recuerdo de los que han muerto de SIDA.
Primera Lectura
Sofonías 3,14-18
¡Lanza gritos de gozo, hija de Sión,
lanza clamores, Israel,
alégrate y exulta de todo corazón,
hija de Jerusalén! Ha retirado Yahveh las sentencias contra ti,
ha alejado a tu enemigo.
¡Yahveh, Rey de Israel, está en medio de ti,
no temerás ya ningún mal! Aquel día se dirá a Jerusalén:
¡No tengas miedo, Sión,
no desmayen tus manos! Yahveh tu Dios está en medio de ti,
¡un poderoso salvador!
El exulta de gozo por ti,
te renueva por su amor;
danza por ti con gritos de júbilo, como en los días de fiesta.
Yo quitaré de tu lado la desgracia,
el oprobio que pesa sobre ti.
Salmo responsorial
Isaías 12, 2-6
He aquí a Dios mi Salvador:estoy seguro y sin miedo,pues Yahveh es mi
fuerza y mi canción, él es mi salvación,
Sacaréis agua con gozode los hontanares de salvación.
y diréis aquel día: Dad gracias a Yahveh,
aclamad su nombre, divulgad entre los pueblos sus hazañas,
pregonad que es sublime su nombre.
Cantad a Yahveh, porque ha hecho algo sublime,
que es digno de saberse en toda la tierra.
Dad gritos de gozo y de júbilo,
moradores de Sión,
que grande es en medio de ti el Santo de Israel.
Segunda Lectura
Filipenses 4,4-7
Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. Que vuestra mesura sea
conocida de todos los hombres. El Señor está cerca. No os inquietéis por cosa alguna;
antes bien, en toda ocasión, presentad a Dios vuestras peticiones, mediante la oración
y la súplica, acompañadas de la acción de gracias. Y la paz de Dios, que supera todo
conocimiento, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo
Jesús.
1
Lectura de la Palabra de Dios
Lucas 3,10-18
La gente le preguntaba: «Pues ¿qué debemos hacer?» Y él les respondía: «El que
tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer, que
haga lo mismo.» Vinieron también publicanos a bautizarse, y le dijeron: «Maestro, ¿qué
debemos hacer?» El les dijo: «No exijáis más de lo que os está fijado.» Preguntáronle
también unos soldados: «Y nosotros ¿qué debemos hacer?» El les dijo: «No hagáis
extorsión a nadie, no hagáis denuncias falsas, y contentaos con vuestra soldada.»
Como el pueblo estaba a la espera, andaban todos pensando en sus corazones acerca
de Juan, si no sería él el Cristo; respondió Juan a todos, diciendo: «Yo os bautizo con
agua; pero viene el que es más fuerte que yo, y no soy digno de desatarle la correa de
sus sandalias. El os bautizará en Espíritu Santo y fuego. En su mano tiene el bieldo
para limpiar su era y recoger el trigo en su granero; pero la paja la quemará con fuego
que no se apaga.» Y, con otras muchas exhortaciones, anunciaba al pueblo la Buena
Nueva.
Homilía
“Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres” (Flp 4, 4). Con estas
palabras del apóstol se abre la liturgia de este domingo, llamado por este motivo
“domingo gaudete”, domingo de la alegría. Pablo dictaba estas palabras mientras
estaba encarcelado en Roma -cerca de Trastevere según la tradición- y quizá ya tenía
ante sí la perspectiva de la pena de muerte. Y sin embargo se exhorta a sí mismo y a
los cristianos de Filipo a alegrarse porque, añade, “el Señor está cerca”. El motivo de la
alegría está precisamente en la próxima llegada del Señor. También el profeta Sofonías
exhorta a Jerusalén a alegrarse: “¡Grita alborozada, Sión, lanza clamores, Israel
celébralo alegre de todo corazón, ciudad de Jerusalén!”. ¿Por qué alegrarse? Sofonías
lo explica: “Que Yahvé ha anulado tu sentencia, ha alejado a tu enemigo. ... Yahvé tu
Dios está en medio de ti, ¡un poderoso salvador! ... te renueva con su amor” (So 3, 1418). El profeta habla de la liberación de Jerusalén: desaparece la condena, se levanta
el asedio a la ciudad, el enemigo se dispersa y la ciudad puede finalmente volver a
respirar y a vivir. El Señor la ha salvado.
La Palabra de Dios empuja a no dejarse llevar por la tristeza, a no dejarse vencer por la
angustia. Tendríamos todos los motivos mirando a nuestro mundo, viendo las
numerosas guerras y las innumerables injusticias. ¿Cómo no estar tristes y angustiados
ante tanta violencia? Sin embargo, la liturgia nos exhorta a alegrarnos. No es -como a
veces se escucha- porque el cristiano sea optimista por naturaleza. No, la cercanía de
la Navidad es el motivo de nuestra alegría, el motivo de nuestra esperanza. Ya no
estamos solos, el Señor viene junto a nosotros. La liturgia interrumpe la misma
severidad del tiempo de Adviento. Quiere que se abandonen los vestidos morados de
la penitencia para vestir los de la alegría; quiere que el altar esté adornado con flores y
se haga fiesta. En efecto, el Señor está cerca. Por esto, todo en la liturgia se vuelve
una invitación urgente para que cada uno se disponga a acoger al Señor que viene. La
exhortación es a levantarse del sueño del egoísmo y de la embriaguez del orgullo para
ir al encuentro de Jesús. Quedan pocos días para Navidad y nuestro corazón está
todavía distraído y para nada preparado. Lucas escribe que todo el pueblo estaba
expectante (cfr Lc 3, 10-18). Todos esperaban al Mesías, a aquel que cambiaría el
mundo, que liberaría a los hombres y a las mujeres de la esclavitud de este mundo,
que ayudaría a los pobres, que curaría a los enfermos. Por esto, muchos, procedentes
de toda Galilea y Judea, dejaban sus ciudades y los lugares donde habitualmente
vivían para dirigirse al desierto y encontrar a Juan Bautista.
2
También nosotros hemos dejado nuestras casas y sobre todo nuestros quehaceres
habituales y nuestros pensamientos de cada día, para venir a escuchar a Juan Bautista
en esta Santa Liturgia. Hoy Juan es el que habla en medio de nosotros. Su predicación
tiene el mismo vigor, la misma fuerza de cambio que tenía entonces en el desierto,
junto al río Jordán. Junto a aquella muchedumbre de hombres y mujeres, junto a
aquellos soldados y publicanos que se habían agolpado alrededor de él, estamos
también nosotros, y, con ellos, preguntamos: “¿Qué tenemos que hacer?” Es nuestra
pregunta de hoy: ¿qué tenemos que hacer para acoger al Señor que viene? Juan
responde con simplicidad y claridad: “El que tenga dos túnicas, que dé una al que no
tiene; y quien tenga de comer que haga lo mismo”. La caridad es la primera respuesta.
Ella dispone los corazones para acoger al Señor que viene bajo el semblante de los
pobres y de los débiles.
Dirigiéndose a los publicanos y a los soldados, Juan exhorta a no exigir nada más de lo
que estaba acordado, y a no maltratar ni extorsionar a nadie. Pide, en definitiva, que
sean justos, que sean respetuosos unos con otros. El predicador del desierto recuerda
que la espera del Mesías se cumple entre la caridad y la justicia, entre la misericordia y
el respeto, entre la ternura y la compasión. ¿Acaso no dice Pablo a los filipenses: “Que
vuestra clemencia sea conocida de todos los hombres”? El Señor vendrá, descenderá
en el corazón de cada uno y nos bautizará en Espíritu Santo y fuego. Nadie se quedará
con lo que tiene, nadie permanecerá tal y como es. El Espíritu Santo dilatará las
paredes de nuestros corazones y el fuego de su amor nos guiará.
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18/12/2006
Memoria de los pobres
Canto de los Salmos
Salmo 27 (28)
Hacia ti clamo, Yahveh,roca mía, no estés mudo ante mí;no sea yo, ante tu
silencio,igual que los que bajan a la fosa.
Oye la voz de mis plegarias,cuando grito hacia ti,cuando elevo mis manos, oh
Yahveh,al santuario de tu santidad.
No me arrebates con los impíos,
ni con los agentes de mal,
que hablan de paz a su vecino,
mas la maldad está en su corazón.
Dales, Yahveh, conforme a sus acciones,
y a la malicia de sus hechos,
según la obra de sus manos trátales,
págales con su misma moneda.
Pues no comprenden los hechos de Yahveh,
la obra de sus manos:
¡derríbelos él y no los rehabilite!
¡Bendito sea Yahveh, que ha oído
la voz de mis plegarias!
3
Yahveh mi fuerza, escudo mío,
en él confió mi corazón y he recibido ayuda:
mi carne de nuevo ha florecido,
le doy gracias de todo corazón.
Yahveh, fuerza de su pueblo,
fortaleza de salvación para su ungido.
Salva a tu pueblo, bendice a tu heredad,
pastoréalos y llévalos por siempre.
Lectura de la Palabra de Dios
Mateo 1,18-24
La generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada
con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del
Espíritu Santo. Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia,
resolvió repudiarla en secreto. Así lo tenía planeado, cuando el Ángel del Señor se le
apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu
mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le
pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.» Todo esto
sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta: Ved que la
virgen concebirá y dará a luz un hijo,
y le pondrán por nombre Emmanuel,
que traducido significa: «Dios con nosotros.» Despertado José del sueño, hizo como el
Ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer.
Ya faltan pocos días para Navidad y la figura de José viene a nuestro encuentro. Con la
narración que hoy nos propone, el evangelista parece querer subrayar la irregularidad
del nacimiento de Jesús. Habla de José y del drama que está viviendo. Como marido
traicionado debería haber celebrado un divorcio oficial. En ese caso, María habría
comparecido como adúltera, y, por tanto, sería rechazada y marginada por sus
parientes y por todos los habitantes de la aldea. Sin embargo, José quería repudiar en
secreto a su joven esposa. Era un gesto de justicia delicada; se podría decir
misericordiosa. Pero a pesar de ello, aquel hombre justo, incluso más delicado que la
ley, si hubiera hecho ese gesto -para él y para la ley justo- habría cometido un acto
contra la justicia más profunda de Dios. Hay, en efecto, un más allá de Dios que el
ángel nos revela. José lo escucha y comprende lo que está sucediendo alrededor y
dentro de él. Y así se hace discípulo del Evangelio. El ángel continuó hablándole: “le
pondrás por nombre Jesús”. José debe reconocer y decir quién es ese hijo. Por esto se
convierte en la imagen del creyente, es decir, de quien sabe escuchar y tomar consigo
a Jesús. Si escuchamos el Evangelio, también nosotros conseguiremos llevar a Jesús
con nosotros como el amigo de nuestros días, de toda nuestra vida.
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19/12/2006
Memoria de la Madre del Señor
Canto de los Salmos
Salmo 28 (29)
¡Rendid a Yahveh, hijos de Dios,rendid a Yahveh gloria y poder!
Rendid a Yahveh la gloria de su nombre,postraos ante Yahveh en esplendor sagrado.
Voz de Yahveh sobre las aguas;
el Dios de gloria truena,
¡es Yahveh, sobre las muchas aguas!
Voz de Yahveh con fuerza,
voz de Yahveh con majestad.
Voz de Yahveh que desgaja los cedros,
Yahveh desgaja los cedros del Líbano,
hace brincar como un novillo al Líbano,
y al Sarión como cría de búfalo.
Voz de Yahveh que afila llamaradas.
Voz de Yahveh, que sacude el desierto,
sacude Yahveh el desierto de Cadés.
Voz de Yahveh, que estremece las encinas,
y las selvas descuaja,
mientras todo en su Templo dice: ¡Gloria!
Yahveh se sentó para el diluvio,
Yahveh se sienta como rey eterno.
Yahveh da el poder a su pueblo,
Yahveh bendice a su pueblo con la paz.
Lectura de la Palabra de Dios
Lucas 1,5-25
Hubo en los días de Herodes, rey de Judea, un sacerdote, llamado Zacarías, del grupo
de Abías, casado con una mujer descendiente de Aarón, que se llamaba Isabel; los dos
eran justos ante Dios, y caminaban sin tacha en todos los mandamientos y preceptos
del Señor. No tenían hijos, porque Isabel era estéril, y los dos de avanzada edad.
Sucedió que, mientras oficiaba delante de Dios, en el turno de su grupo, le tocó en
suerte, según el uso del servicio sacerdotal, entrar en el Santuario del Señor para
quemar el incienso. Toda la multitud del pueblo estaba fuera en oración, a la hora del
incienso. Se le apareció el Ángel del Señor, de pie, a la derecha del altar del incienso.
Al verle Zacarías, se turbó, y el temor se apoderó de él. El ángel le dijo: «No temas,
Zacarías, porque tu petición ha sido escuchada; Isabel, tu mujer, te dará a luz un hijo, a
quien pondrás por nombre Juan; será para ti gozo y alegría, y muchos se gozarán en
su nacimiento, porque será grande ante el Señor; no beberá vino ni licor; estará lleno
de Espíritu Santo ya desde el seno de su madre, y a muchos de los hijos de Israel, les
convertirá al Señor su Dios, e irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías, para
hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y a los rebeldes a la prudencia de
los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto.» Zacarías dijo al ángel:
«¿En qué lo conoceré? Porque yo soy viejo y mi mujer avanzada en edad.» El ángel le
respondió: «Yo soy Gabriel, el que está delante de Dios, y he sido enviado para
hablarte y anunciarte esta buena nueva. Mira, te vas a quedar mudo y no podrás hablar
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hasta el día en que sucedan estas cosas, porque no diste crédito a mis palabras, las
cuales se cumplirán a su tiempo.» El pueblo estaba esperando a Zacarías y se
extrañaban de su demora en el Santuario. Cuando salió, no podía hablarles, y
comprendieron que había tenido una visión en el Santuario; les hablaba por señas, y
permaneció mudo. Y sucedió que cuando se cumplieron los días de su servicio, se fue
a su casa. Días después, concibió su mujer Isabel; y se mantuvo oculta durante cinco
meses diciendo: «Esto es lo que ha hecho por mí el Señor en los días en que se dignó
quitar mi oprobio entre los hombres.»
El Evangelio de Lucas se abre con el ángel que habla a Zacarías en el templo y le
anuncia el nacimiento de Juan Bautista. Zacarías e Isabel no tenían hijos porque eran
estériles y además ancianos. Ya no esperaban más que la conclusión de su vida. En
cierto modo, el futuro estaba ya marcado sin ninguna otra esperanza. En ellos
podemos ver la vida de muchos ancianos y de muchas ancianas, resignados a pasar
los últimos años de la vida de una forma más o menos triste y con frecuencia también
solos. Pero Dios interviene con su Palabra y anuncia a Zacarías que su mujer tendrá un
hijo. Es imposible, es demasiado, piensa el anciano sacerdote. No cree en las palabras
del ángel y se queda mudo. La fuerza y el amor del Señor chocan a menudo contra
nuestra incredulidad, y aunque tengamos el tesoro del Evangelio, si no lo acogemos en
el corazón, permanecemos como mudos, incapaces de hablar y de esperar. Quien no
escucha no consigue ni siquiera hablar. Si lo acogemos sin obstaculizarlo, el amor de
Dios vence también nuestra incredulidad y nuestra esterilidad. De hecho, en su vejez,
Isabel concibió un hijo. En verdad, nadie es tan viejo como para no poder ver y
engendrar cosas nuevas y hermosas.
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20/12/2006
Memoria de los santos y de los profetas
Lectura de la Palabra de Dios
Lucas 1,26-38
Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada
Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el
nombre de la virgen era María. Y entrando, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor
está contigo.» Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel
saludo. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios;
vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús.
El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de
David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin.»
María respondió al ángel: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?» El ángel
le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su
sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. Mira,
también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes
de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios.» Dijo
María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.» Y el ángel
dejándola se fue.
6
Una vez más se nos anuncia esta página evangélica. Nunca la podremos dar por
descontado si la meditamos con atención, si la escuchamos con el corazón, como
María escuchó al ángel. Es la Palabra de Dios que vuelve a hablar al corazón de los
creyentes; pero cada vez resuena de forma nueva, precisamente para renovar el
corazón. Como le ocurrió a Zacarías, también a María aquellas palabras le provocaron
turbación. En efecto, la Palabra de Dios es como la lluvia: si el terreno es acogedor
siempre da fruto. Es lo que sucede en esta página evangélica. A diferencia de
Zacarías, María, aun consciente de su debilidad, respondió al ángel con su “sí”. Y
desde aquel día la historia del mundo cambió. Han pasado dos mil años desde que “la
Palabra se hizo carne”. Con su “sí”, María se ha convertido en la primera de los
creyentes, en la primera que ha acogido con el corazón la Palabra de Dios, hasta el
punto de que se ha convertido en carne de su carne. Ella está ante nosotros y sigue
enseñándonos el camino de la fe, que es el de la escucha. Pero debe ser una escucha
que deje a la palabra penentrar tan profundamente en el corazón como para cambiarlo,
como para transformarlo hasta hacerse semejante a la imagen del Señor Jesús. Esta
fue la bienaventuranza de María. En estos días, dejémonos acompañar por su ejemplo,
y digamos con ella: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”
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21/12/2006
Memoria de la Iglesia
Canto de los Salmos
Salmo 29 (30)
Yo te ensalzo, Yahveh, porque me has levantado;no dejaste reírse de mí a
mis enemigos.
Yahveh, Dios mío, clamé a ti y me sanaste.
Tú has sacado, Yahveh, mi alma del seol,
me has recobrado de entre los que bajan a la fosa.
Salmodiad a Yahveh los que le amáis,
alabad su memoria sagrada.
De un instante es su cólera, de toda una vida su favor;
por la tarde visita de lágrimas, por la mañana gritos
de alborozo.
"Y yo en mi paz decía:
""Jamás vacilaré."" "
Yahveh, tu favor me afianzaba sobre fuertes montañas;
mas retiras tu rostro y ya estoy conturbado.
A ti clamo, Yahveh,
a mi Dios piedad imploro:
¿Qué ganancia en mi sangre, en que baje a la fosa?
¿Puede alabarte el polvo, anunciar tu verdad?
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¡Escucha, Yahveh, y ten piedad de mí!
¡Sé tú, Yahveh, mi auxilio!
Has trocado mi lamento en una danza,
me has quitado el sayal y me has ceñido de alegría;
mi corazón por eso te salmodiará sin tregua;
Yahveh, Dios mío, te alabaré por siempre.
Lectura de la Palabra de Dios
Lucas 1,39-45
En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una
ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto
oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena
de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y
bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?
Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno.
¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del
Señor!»
Después de saber por medio del ángel que Isabel estaba embarazada, María corre
hacia ella. “Con prontitud”, escribe Lucas. En efecto, el Evangelio nos mete siempre
prisa, nos empuja a salir de nuestras costumbres, de nuestras preocupaciones y de
nuestros pensamientos. ¡Cuántos pensamientos pasarían por la cabeza de María en
aquellos momentos, después de que la Palabra de Dios hubiera trastornado
completamente su vida! El Evangelio nos hace levantarnos de nuestras costumbres
perezosas y nos empuja a ir junto al que sufre y al que tiene necesidad. También la
anciana Isabel, que estaba afrontando una difícil maternidad, necesitaba ayuda. Y
María fue donde ella. En cuanto la vio entrar en su casa, Isabel se alegró
profundamente desde sus entrañas. Es la alegría de los débiles y de los pobres cuando
son visitados por las “siervas” y los “siervos” del Señor, por los que “han creído que se
cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor”. La Palabra de Dios crea
una alianza nueva en el mundo, una alianza inusitada, la alianza entre los discípulos
del Evangelio y los pobres. Esta alianza concreta ayuda también al mundo a ser
diferente y a esperar en un nuevo futuro.
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22/12/2006
Memoria de Jesús crucificado
Lectura de la Palabra de Dios
Lucas 1,46-55
Y dijo María: «Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi
salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava,
por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán
bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su
nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen.
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Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón.
Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos
colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. Acogió a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia - como había anunciado a nuestros padres - en favor
de Abraham y de su linaje por los siglos.»
María aparece desde el principio marcada por la bienaventuranza de quien escucha la
Palabra de Dios. Es la primera bienaventuranza del Evangelio, y va unida a la escucha
de la Palabra de Dios. Escribe el evangelista: “Feliz la que ha creído que se cumplirían
las cosas que le fueron dichas de parte del Señor”. La escucha después de haber
sentido “turbación” conduce a la alegría de quien se siente seguro en las manos de
Dios. La felicidad de María, primera discípula del Evangelio, se expresa en el
Magníficat, un canto lleno de la alegría de los “pobres de Yahvé”, es decir, de los que
esperaban todo del Señor. En efecto, María no se considera digna de consideración,
como generalmente cada uno de nosotros suele reclamar para sí. Ella sabe que todo le
viene de Dios. Ese mismo Dios que liberó a Israel, que protegió a los pobres, que
humilló a los soberbios y que llenó de bienes a los hambrientos se ha inclinado sobre
ella y la ha amado. Y ella lo ha acogido en su corazón. Desde aquel día, y a través de
ella, Dios ha puesto su morada en medio de los hombres. Ella es el primer y verdadero
“pesebre”, el primer lugar donde el Verbo se hizo carne. Y es el camino que se nos
indica también a nosotros.
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23/12/2006
Vigilia del domingo
Lectura de la Palabra de Dios
Lucas 1,57-66
Se le cumplió a Isabel el tiempo de dar a luz, y tuvo un hijo. Oyeron sus vecinos y
parientes que el Señor le había hecho gran misericordia, y se congratulaban con ella. Y
sucedió que al octavo día fueron a circuncidar al niño, y querían ponerle el nombre de
su padre, Zacarías, pero su madre, tomando la palabra, dijo: «No; se ha de llamar
Juan.» Le decían: «No hay nadie en tu parentela que tenga ese nombre.» Y
preguntaban por señas a su padre cómo quería que se le llamase. El pidió una tablilla y
escribió: «Juan es su nombre.» Y todos quedaron admirados. Y al punto se abrió su
boca y su lengua, y hablaba bendiciendo a Dios. Invadió el temor a todos sus vecinos,
y en toda la montaña de Judea se comentaban todas estas cosas; todos los que las
oían las grababan en su corazón, diciendo: «Pues ¿qué será este niño?» Porque, en
efecto, la mano del Señor estaba con él.
Ante el milagro del nacimiento del Bautista, Zacarías no puede reprimir su alegría.
Después del momento de incredulidad, reconoce que la Palabra de Dios es fuerte y
eficaz. Se ha convertido en creyente. Deja de ser mudo y su lengua se desata y puede
9
hablar; su corazón está lleno de alegría por este hijo, fruto de la escucha de la Palabra
de Dios. El nacimiento de Juan crea maravilla no sólo en la casa de Zacarías, sino
también entre los vecinos, como siempre sucede cada vez que el Evangelio es
escuchado y puesto en práctica. El Evangelio crea siempre un clima nuevo entre la
gente: comienza transformando el corazón del creyente y, por tanto, también los
corazones de quienes lo circundan. Éste es el camino del cambio del mundo que el
Evangelio recorre; un camino no superficial sino profundo, interior. Nosotros estamos
llamados acoger el Evangelio en nuestro corazón y a comunicarlo a todos cuantos
encontramos. Conociendo bien esta dinámica de la fe, Silesius, un místico del siglo
XVII, decía: “Aunque Cristo naciera mil veces en Belén, si no lo hace en tu corazón,
estarías perdido para siempre”
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24/12/2006
Liturgia del domingo
IV de Adviento
Primera Lectura
Miqueas 5,1-4
Mas tú, Belén Efratá,
aunque eres la menor entre las familias de Judá,
de ti me ha de salir
aquel que ha de dominar en Israel,
y cuyos orígenes son de antigüedad,
desde los días de antaño. Por eso él los abandonará hasta el tiempo
en que dé a luz la que ha de dar a luz.
Entonces el resto de sus hermanos volverá
a los hijos de Israel. El se alzará y pastoreará con el poder de Yahveh,
con la majestad del nombre de Yahveh su Dios.
Se asentarán bien, porque entonces se hará él grande
hasta los confines de la tierra. El será la Paz.
Si Asur invade nuestra tierra,
y huella nuestro suelo,
suscitaremos contra él siete pastores,
y ocho príncipes de hombres.
Salmo responsorial
Psaume 79 (80)
Pastor de Israel, escucha,tú que guías a José como un rebaño;tú que estás
sentado entre querubes, resplandece
ante Efraím, Benjamín y Manasés;¡despierta tu poderío,y ven en nuestro auxilio!
¡Oh Dios, haznos volver,
y que brille tu rostro, para que seamos salvos!
¿Hasta cuándo, oh Yahveh Dios Sebaot,
estarás airado contra la plegaria de tu pueblo?
Les das a comer un pan de llanto
les haces beber lágrimas al triple;
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habladuría nos haces de nuestros convecinos,
y nuestros enemigos se burlan de nosotros.
¡Oh Dios Sebaot, haznos volver,
y brille tu rostro, para que seamos salvos!
Una viña de Egipto arrancaste,
expulsaste naciones para plantarla a ella,
le preparaste el suelo,
y echó raíces y llenó la tierra.
Su sombra cubría las montañas,
sus pámpanos los cedros de Dios; "
extendía sus sarmientos hasta el mar,
hasta el Río sus renuevos.
¿Por qué has hecho brecha en sus tapias,
para que todo el que pasa por el camino la vendimie,
el jabalí salvaje la devaste,
y la pele el ganado de los campos?
¡Oh Dios Sebaot, vuélvete ya,
desde los cielos mira y ve,
visita a esta viña,
cuídala,
a ella, la que plantó tu diestra!
¡Los que fuego le prendieron, cual basura,
a la amenaza de tu faz perezcan!
Esté tu mano sobre el hombre de tu diestra,
sobre el hijo de Adán que para ti fortaleciste.
Ya no volveremos a apartarnos de ti;
nos darás vida y tu nombre invocaremos."
¡Oh Yahveh, Dios Sebaot, haznos volver,
y que brille tu rostro, para que seamos salvos!
Segunda Lectura
Hebreos 10,5-10
Por eso, al entrar en este mundo, dice: Sacrificio y oblación no quisiste; pero me has
formado un cuerpo. Holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron.
Entonces dije: ¡He aquí que vengo
- pues de mí está escrito en el rollo del libro a hacer, oh Dios, tu voluntad! Dice primero: Sacrificios y oblaciones y holocaustos y
sacrificios por el pecado no los quisiste ni te agradaron - cosas todas ofrecidas
conforme a la Ley - entonces - añade -: He aquí que vengo a hacer tu voluntad.
Abroga lo primero para establecer el segundo. Y en virtud de esta voluntad somos
santificados, merced a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo.
Lectura de la Palabra de Dios
Lucas 1,39-48
En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una
ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto
11
oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena
de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y
bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?
Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno.
¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del
Señor!» Y dijo María: «Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi
salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava,
por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán
bienaventurada,
Homilía
Nos encontramos a las puertas de la Navidad. La liturgia de este Domingo nos
introduce al día de la Navidad de Jesús. Y nos introduce tal y como somos: quizá un
poco más dispuestos a acoger al Señor si nos dejamos tocar el corazón por el
Evangelio; o quizá todavía apesadumbrados por nuestros pensamientos y nuestros
quehaceres cotidianos que con dificultad nos dejan encontrar algo de espacio para
acoger al Señor que viene. Este Domingo es un día de gracia porque nos abre a la
Navidad y nos pide que aceleremos los pasos de nuestro corazón porque la Navidad es
para todos. Todos podemos renacer, ninguno está condenado a permanecer siempre
idéntico a sí mismo; el mundo no está condenado a la oscuridad. Una luz está llegando
y todos podrán verla.
Ante nosotros está la Madre de Jesús. María es el ejemplo de cómo el creyente debe
esperar al Señor, de cómo se puede vivir la Navidad. Para ella la Navidad no era eso
tan fácil y rutinario de los adornos y los escaparates de fiesta. Era una Navidad
verdadera, es decir, del nacimiento de un niño que le estaba cambiando toda la vida y
todas las decisiones que ya había tomado. María viene a anunciarnos esta Navidad;
viene a anunciarla en medio de nosotros con el mismo amor con el que fue a
anunciarla a su anciana prima Isabel. Ella viene en medio de nosotros. Ya no parte
desde Nazaret sino desde el cielo, y desciende junto a cada uno de nosotros. Sí,
atraviesa el cielo para estar cerca de nosotros.
Ha venido aquí. Pero le queda aún por recorrer un tramo del camino que es quizá más
arduo y difícil de atravesar que el tramo del cielo. Es el tramo de camino que debe
realizar para llegar a tocar nuestro corazón. ¿La dejaremos superar las montañas de
indiferencia y de egoísmo que se levantan dentro de nosotros? ¿La permitiremos
traspasar los abismos de odio y enemistad que hemos excavado en nuestro ánimo?
¿La dejaremos abrir un surco entre las hierbas venenosas y amargas que hacen
insensibles nuestros corazones, malvados nuestros pensamientos y violentos los
comportamientos? ¿Llegarán nuestros corazones a escuchar su saludo? ¿Llegarán a
escuchar el Evangelio que se nos anuncia? Dichosos nosotros si, visitados por María,
escuchamos su saludo. Nos sucederá lo que le pasó a Isabel. El evangelista escribe:
“Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su
seno, e Isabel quedó llena del Espíritu Santo; y exclamando con voz fuerte, dijo:
‘Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno’”. Estas palabras las
repetimos cada vez que recitamos el Ave María, pero su sentido verdadero se lo damos
hoy, es decir, si el saludo de María nos toca el corazón, si nos dejamos conmover por
ella y por su ternura en la espera de Jesús.
Ella es verdaderamente “bendita” entre todos nosotros. Bendita porque “ha creído en el
cumplimiento de las palabras del Señor”. Esta primera bienaventuranza que leemos en
el Evangelio es la razón de nuestra fe, el motivo de nuestra alegría, aunque a veces
nos pueda costar sacrificio. María se ha preparado así para la Navidad: acogiendo
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sobre todo la palabra del ángel. Podríamos decir: escuchando el Evangelio. De esta
escucha ha comenzado para ella una nueva vida. Ha decidido seguir lo que le había
dicho el ángel, aunque eso le costase la incomprensión, o mejor dicho la crítica, e
incluso el rechazo de José. Supo por él ángel que su prima Isabel estaba embarazada,
dejó Nazaret para ir a ayudarla, afrontando un largo viaje. No se quedó en casa para
preparar la Navidad; fue donde una anciana mujer que necesitaba ayuda. Así es como
se hace espacio para el Señor: una joven que visita a una anciana. El corazón se dilata
si dejamos de pensar siempre en nosotros mismos. Los pensamientos se vuelven más
tiernos si nos acercamos a quien necesita ayuda. Los comportamientos se vuelven más
dulces si estamos cerca de los pobres, de los débiles, de los enfermos, y aprendemos
a amarles. La caridad es una gran escuela de vida. Así se preparó María para la
Navidad: escuchando el Evangelio, guardándolo y poniéndolo en práctica. Hoy viene
en medio de nosotros para implicarnos en la espera de su Hijo.
*****
25/12/2006
Navidad del Señor
Navidad del Señor
Primera Lectura
Isaías 62,11-12
Mirad que Yahveh hace oír
hasta los confines de la tierra:
"Decid a la hija de Sión:
Mira que viene tu salvación;
mira, su salario le acompaña,
y su paga le precede. Se les llamará "Pueblo Santo",
"Rescatados de Yahveh";
y a ti se te llamará "Buscada",
"Ciudad no Abandonada"."
Salmo responsorial
Salmo 96 (97)
¡Reina Yahveh! ¡La tierra exulte,alégrense las islas numerosas!
Nube y Bruma densa en torno a él,Justicia y Derecho, la base de su trono.
Delante de él avanza fuego
y a sus adversarios en derredor abrasa;
iluminan el orbe sus relámpagos,
lo ve la tierra y se estremece.
Los montes como cera se derriten
ante el Dueño de la tierra toda;
los cielos anuncian su justicia,
y todos los pueblos ven su gloria.
¡Se avergüenzan los que sirven a los ídolos,
los que se glorían de vanidades;
se postran ante él todos los dioses!
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Sión lo oye y se alboroza,
exultan las hijas de Judá
a causa de tus juicios, Yahveh.
Porque tú eres Yahveh,
el Altísimo sobre toda la tierra,
muy por encima de los dioses todos.
Yahveh ama a los que el mal detestan,
él guarda las almas de sus fieles
y de la mano de los impíos los libra.
La luz se alza para el justo,
y para los de recto corazón la alegría.
Justos, alegraos en Yahveh,
celebrad su memoria sagrada.
Segunda Lectura
Tito 3,4-7
Mas cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador y su amor a los
hombres, él nos salvó, no por obras de justicia que hubiésemos hecho nosotros, sino
según su misericordia, por medio del baño de regeneración y de renovación del Espíritu
Santo, que derramó sobre nosotros con largueza por medio de Jesucristo nuestro
Salvador, para que, justificados por su gracia, fuésemos constituidos herederos, en
esperanza, de vida eterna.
Lectura de la Palabra de Dios
Lucas 2,15-20
Y sucedió que cuando los ángeles, dejándoles, se fueron al cielo, los pastores se
decían unos a otros: «Vayamos, pues, hasta Belén y veamos lo que ha sucedido y el
Señor nos ha manifestado.» Y fueron a toda prisa, y encontraron a María y a José, y al
niño acostado en el pesebre. Al verlo, dieron a conocer lo que les habían dicho acerca
de aquel niño; y todos los que lo oyeron se maravillaban de lo que los pastores les
decían. María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón.
Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y
visto, conforme a lo que se les había dicho.
Homilía
No hace muchos siglos, el occidente cristiano, impresionado por la belleza de esta
fiesta y considerándola, con razón, como el principio de la regeneración del mundo,
comenzó a contar los años empezando desde la Navidad. Era una fiesta de
renacimiento: Feliz Navidad significaba feliz renacimiento. Hoy nos intercambiamos
esta felicitación mientras este siglo apenas comenzado espera una nueva esperanza
para el mundo entero. La Navidad vuelve para que todos podamos renacer, para que
los hombres y las mujeres puedan volver a esperar. San Efrén, un Padre de la antigua
Iglesia de Oriente, comparando la Navidad con Jesús la llamaba “amiga de los
hombres”: “Vuelve cada año a lo largo de los tiempos. Envejece con los viejos, y se
renueva con el niño que ha nacido... Sabe que la naturaleza no podría existir si no
viniera; como tú (Jesús), viene en auxilio de los hombres en peligro. El mundo entero,
oh Señor, tiene sed del día de tu nacimiento... Que este año se parezca a ti, que lleve
la paz entre el cielo y la tierra”.
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La Navidad, por tanto, “amiga de los hombres”. No podemos evitar volver a
aquellas primeras palabras del Prólogo de Juan (el Evangelio de la Misa del día) que
concretan la grandeza y la ternura de la Navidad: “Y la Palabra se hizo carne, y puso su
Morada entre nosotros” (Jn 1, 14). Aquella Palabra que “estaba junto a Dios” decidió
descender y habitar entre los hombres. Mientras era “gobernador de Siria Cirino” y
César Augusto ordenaba “que se empadronase todo el mundo” (Lc 2,1-2), aquella
Palabra rasgó los cielos e iluminó la noche que envolvía la historia de los hombres: “El
pueblo que andaba a oscuras vio una luz grande. Los que vivían en tierra de sombras,
una luz brilló sobre ellos”, predijo Isaías (9, 1), y, casi pregustando la alegría de la
noche de Navidad, añadió: “Acrecentaste el regocijo, hiciste grande la alegría ...
Porque una criatura nos ha nacido, un hijo se nos ha dado” (vv. 2-3).
Tiene razón el profeta al decir que “un hijo se nos ha dado”. En efecto, no viene de la
tierra, no es un fruto nuestro, es el mayor don de Dios a los hombres. Él ha bajado del
cielo, pero los hombres no le han acogido y ha tenido que nacer en un establo, fuera de
la ciudad. Al preparar el belén todos nos conmovemos al menos un poco, y hacemos
bien. Pero esa escena, que una hermosa y delicada tradición quiere que adorne
también nuestras casas, no debe hacernos olvidar la cruda realidad que expresa: una
ciudad que no acoge a Jesús. “No tenían sitio en el albergue”, escribe Lucas con
amargura (2, 7). Entonces, ¿es justo conmoverse? ¿No debemos, sobre todo,
reconocer nuestra frialdad y nuestra indiferencia? Sin duda, la Navidad, vista con los
ojos de los hombres, tiene los rasgos de la falta de acogida, pero en estos días nos
vemos sobrepasados por la misericordia y el amor de Dios. Vista con los ojos de Dios,
la Navidad es un amor increíble, fuera de cualquier medida: con tal de estar junto a
nosotros, nace en un establo. ¿Cómo no conmoverse?
Sin duda es increíble que Dios venga al mundo y acepte incluso un establo; pero lo
que nos deja todavía más sobrecogidos es que se presente como un niño, que es la
más débil de las criaturas. ¿Quién habría podido tan siquiera imaginarlo? Sin embargo,
aquí está toda la Navidad: un Dios niño frágil: “Encontraréis un niño envuelto en
pañales y acostado en un pesebre”, dice el ángel a los pastores (del Evangelio de la
misa de la noche, Lc 2, 12). Y ellos se dijeron unos a otros: “Vamos a Belén a ver lo
que ha sucedido y el Señor nos ha manifestado” (del Evangelio de la misa de la aurora,
Lc 2, 15). Aquellos pastores, despreciados por la gente de aquel tiempo, son los
primeros en hacerse peregrinos hacia aquel niño. En realidad adelantaban una frase
muy querida por Jesús: “muchos primeros serán últimos y muchos últimos, primeros”
(Mt 19, 30). Aquella pequeña familia en la gruta, rodeada por los pastores, es la imagen
de la Iglesia de Dios.
También nosotros nos unimos a aquellos pastores en peregrinación hacia Belén.
En nuestras iglesias se suele poner al “Niño Jesús” ante el altar para que se le pueda
ver mejor: toda comunidad cristiana se convierte en Belén y puede decir que la Navidad
es un Niño en el centro de nuestra atención. Es un Niño como todos los recién nacidos:
no sabe hablar, y sin embargo es la Palabra hecha carne, venida para cambiar el
corazón y la vida de los hombres. Quizás sólo se expresa con un llanto que implora: es
para tocar el corazón de cada uno. La Navidad, que nos contempla a todos inmersos
en una especie de “ecumenismo” consumista que todo lo homologa y confunde sin tan
siquiera satisfacernos, nos pide a cada uno de nosotros escuchar al menos ese llanto
implorante que pide ayuda y protección.
Junto al Niño de Belén lo piden también los niños pobres, explotados y violados de
todas las partes del mundo; y a ellos se unen los ancianos, también ellos excluídos de
la vida. No piden mucho, tan sólo imploran formar parte de la familia humana. Y lo
piden también los extranjeros, los que tienen hambre y sed, los oprimidos por las
guerras y las injusticias, lo desesperados y angustiados de nuestro mundo. En su
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nombre, implorando y llorando, el Niño de Belén pide a todos un poco de amor. Sí, la
Navidad es una petición de amor hacia los débiles. El Evangelio de la misa de la
aurora, como para representar el nacimiento de un nuevo día para nosotros, nos
exhorta a salir del cuidado de nuestros rebaños, a abandonar el orgullo prepotente y
caprichoso que nos obliga a detenernos en la noche del egoísmo, a encaminarnos
hacia aquel Niño, como hicieron los pastores. Llegados a la gruta, dejémonos conducir
por el salmo: “miradle y quedaréis radiantes” (Sal 33/34, 6).
En efecto, aquel niño es la persona decisiva no sólo para nuestra vida, sino para la
entera historia de los hombres. El que mira al Señor y no a sí mismo ni a los muchos
ídolos de este mundo, reencuentra la felicidad y el sentido de la vida. En Navidad no
importa la situación en la que nos encontremos ni los pesos que nos oprimen o los
problemas que nos atenazan. Todo eso forma parte todavía de la noche. Lo que cuenta
es ir a ver a Jesús, es encontrarse alrededor de aquel pesebre. Una Navidad así es
verdaderamente “amiga de los hombres”, de los débiles y de los pequeños. Y con
razón San Efrén puede cantar: “El día de tu nacimiento, oh Señor, es un tesoro
destinado a satisfacer la deuda común”, la deuda del amor.
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26/12/2006
Oración del tiempo de Navidad
Recuerdo de san Esteban, diácono, protomártir.
Lectura de la Palabra de Dios
Hechos de los Apóstoles 7,55-8,4
Pero él, lleno del Espíritu Santo, miró fijamente al cielo y vio la gloria de Dios y a Jesús
que estaba en pie a la diestra de Dios; y dijo: «Estoy viendo los cielos abiertos y al Hijo
del hombre que está en pie a la diestra de Dios.» Entonces, gritando fuertemente, se
taparon sus oídos y se precipitaron todos a una sobre él; le echaron fuera de la ciudad
y empezaron a apedrearle. Los testigos pusieron sus vestidos a los pies de un joven
llamado Saulo. Mientras le apedreaban, Esteban hacía esta invocación: «Señor Jesús,
recibe mi espíritu.» Después dobló las rodillas y dijo con fuerte voz: «Señor, no les
tengas en cuenta este pecado.» Y diciendo esto, se durmió. Saulo aprobaba su muerte.
Aquel día se desató una gran persecución contra la Iglesia
de Jerusalén. Todos, a excepción de los apóstoles,
se dispersaron por las regiones de Judea y
Samaria. Unos hombres piadosos sepultaron a Esteban e hicieron gran duelo por él.
Entretanto Saulo hacía estragos en la Iglesia; entraba por las casas, se llevaba por la
fuerza hombres y mujeres, y los metía en la cárcel. Los que se habían dispersado iban
por todas partes anunciando la Buena Nueva de la Palabra.
Esteban, condiscípulo de Pablo en la escuela de Gamaliel, se unió a la predicación de
los apóstoles y fue después elegido uno de los siete diáconos para el servicio de la
caridad. “Lleno de gracia y de poder, realizaba entre el pueblo grandes prodigios y
señales”, narran los Hechos. No podía callarse el Evangelio que había recibido y que le
había cambiado la existencia. Y no se rindió cuando las oposiciones y la violencia
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empezaron a abatirse sobre él como consecuencia de su nueva vida. Tampoco se dejó
intimidar por las oposiciones. Fuerte en la fe, continuó dando testimonio del Evangelio
hasta el derramamiento de su sangre. Siguiendo el ejemplo de su Maestro, mientras
era lapidado pidió a Dios que recibiera su espíritu y perdonara a sus perseguidores.
Esteban, convertido en el primer mártir de la historia cristiana, conduce el cortejo de
todos aquellos que, en cualquier lugar y tiempo, han testimoniado y continúan dando
testimonio del Evangelio hasta el sacrificio extremo de la vida. Todos ellos, que han
“visto los cielos abiertos y al Hijo del hombre que está a la diestra de Dios”, están hoy
en el cielo y ven a Dios, “cara a cara”. A nosotros nos dejan un precioso ejemplo de
cómo escuchar el Evangelio para seguir a Jesús. Ellos nos confirman que sin
“heroicidad”, no es posible seguir el Evangelio.
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27/12/2006
Memoria de los apóstoles
Recuerdo de san Juan, apóstol y evangelista, “el discípulo a quien Jesús amaba” y que
bajo la cruz tomó consigo a María como su madre.
Lectura de la Palabra de Dios
Juan 20,2-8
Echa a correr y llega donde Simón Pedro y donde el otro discípulo a quien Jesús quería
y les dice: «Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto.»
Salieron Pedro y el otro discípulo, y se encaminaron al sepulcro. Corrían los dos juntos,
pero el otro discípulo corrió por delante más rápido que Pedro, y llegó primero al
sepulcro. Se inclinó y vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llega también Simón
Pedro siguiéndole, entra en el sepulcro y ve las vendas en el suelo, y el sudario que
cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte. Entonces
entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó,
Juan es uno de los primeros cuatro discípulos a los que Jesús llamó en el lago de
Tiberíades. La tradición evangélica le denomina “el discípulo a quien Jesús amaba”. En
efecto, durante la última cena, reclinó su cabeza sobre el pecho de Jesús, y junto a
Pedro y Santiago, lo acompañó al huerto de los Olivos durante la agonía. Pero al igual
que los demás discípulos, también huyó dejando a Jesús solo, aunque más tarde volvió
sobre sus pasos y llegó hasta la cruz donde acogió la invitación de tomar consigo a
María. El Evangelio nos lo presenta la mañana del día de Pascua de madrugada,
mientras corre con Pedro hacia el sepulcro. Al ser más joven que Pedro llega antes, vió
las vendas por el suelo, pero no entró. Esperó a Pedro. Los Padres comentan que el
amor corre más deprisa y llega antes. Sin embargo, Juan sabe esperar a que llegue el
otro hermano para entrar juntos. Y apenas entró, “vio y creyó”. Su testimonio, recogido
en el cuarto Evangelio y en las Cartas, se centra completamente en la predicación del
amor de Dios y de los hermanos entendido como el corazón del mensaje de su
Maestro. Y se cuenta que, bien entrado ya en años, las únicas palabras que decía eran
las del mandamiento del amor. Que sean para nosotros las palabras de cada día.
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28/12/2006
Oración del tiempo de Navidad
Recuerdo de los santos inocentes. Oración por todos los que mueren víctimas de la
violencia, desde el seno de la madre hasta la edad anciana.
Lectura de la Palabra de Dios
Mateo 2,13-18
Después que ellos se retiraron, el Ángel del Señor se apareció en sueños a José y le
dijo: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta
que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al niño para matarle.» El se levantó, tomó
de noche al niño y a su madre, y se retiró a Egipto; y estuvo allí hasta la muerte de
Herodes; para que se cumpliera el oráculo del Señor por medio del profeta: De Egipto
llamé a mi hijo. Entonces Herodes, al ver que había sido burlado por los magos, se
enfureció terriblemente y envió a matar a todos los niños de Belén y de toda su
comarca, de dos años para abajo, según el tiempo que había precisado por los magos.
Entonces se cumplió el oráculo del profeta Jeremías: Un clamor se ha oído en Ramá,
mucho llanto y lamento:
es Raquel que llora a sus hijos,
y no quiere consolarse,
porque ya no existen.
Tanto la Iglesia de Oriente como la de Occidente honran a los santos inocentes
asesinados por Herodes al intentar eliminar a Jesús. “¡Todavía no hablan y ya
confiesan a Cristo! Todavía no son capaces de afrontar la lucha… y sin embargo ya
llevan triunfantes la palma del martirio”, canta un antiguo Padre de la Iglesia. Herodes
parece personificar la fuerza violenta del mal. En su corazón está la furia homicida que
desencadena dolor, llanto, gritos y lamentos. Pero José, una vez más, escucha al ángel
que le habla y obedece a su palabra: “toma consigo al niño y a su madre y huye a
Egipto”. Esta página evangélica no queda relegada al pasado; todavía hoy continúa la
matanza de los pequeños y de los desarmados. Millones de niños son diezmados por
el hambre y la enfermedad; muchos son objeto de violencia, asaltos y explotación.
Hacen falta hombres y mujeres que escuchen hoy, como José, al ángel del Señor y
tomen consigo a los pequeños y a los débiles para salvarles de la esclavitud homicida
de este mundo.
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29/12/2006
Oración del tiempo de Navidad
Recuerdo del santo profeta David. Se le atribuyen algunos salmos. Desde hace siglos, los
salmos nutren la oración de los judíos y de los cristianos. Recuerdo de san Tomás Becket,
defensor de la justicia y de la dignidad de la Iglesia.
Lectura de la Palabra de Dios
Lucas 2,22-35
Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, según la Ley de Moisés,
llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del
Señor: Todo varón primogénito será consagrado al Señor y para ofrecer en sacrificio
un par de tórtolas o dos pichones , conforme a lo que se dice en la Ley del Señor. Y he
aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo y
piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo. Le había
sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo
del Señor. Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al
niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre él, le tomó en brazos y bendijo a
Dios diciendo: «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en
paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos
los pueblos, luz para iluminar a los gentiles
y gloria de tu pueblo Israel.» Su padre y su madre estaban admirados de lo que se
decía de él. Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Este está puesto para caída
y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción - ¡y a ti misma una
espada te atravesará el alma! - a fin de que queden al descubierto las intenciones de
muchos corazones.»
En estos primeros dos capítulos de su Evangelio, el evangelista nos hace encontrar a
cuatro figuras de ancianos: Zacarías e Isabel, y ahora Simeón y Ana. Es algo singular
que estos cuatro ancianos desempeñen un papel importante. Ocurre exactamente lo
contrario a lo que sucede en nuestra sociedad, donde los ancianos sólo son buenos
para estar apartados y, si todo va bien, para ser compadecidos. En cualquier caso, no
se les considera dignos de especial atención o respeto, también porque son
considerados del todo inútiles. Para el Evangelio son de los primeros en encontrar al
Señor y comunicarlo a los demás. El anciano Simeón le acoge entre sus brazos, y le
acoge en nombre de todos los ancianos. Sí, el Señor Jesús se convierte en el consuelo
de los ancianos mientras es tan al final de su vida. Y Simeón, consolado por esta
presencia, nos ha dejado uno de los himnos de alabanza a Dios más hermosos. Y Ana,
con sus 84 años, se convierte en la primera predicadora del Evangelio. Incluso cuando
se es anciano se puede encontrar al Señor y recibir de este encuentro una nueva
amistad y un nuevo vigor, una vida que puede ser más intensa e importante de la ya
vivida, como los primeros cuatro ancianos del Evangelio nos muestran.
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30/12/2006
Oración del tiempo de Navidad
Recuerdo de Laurindo y de Madora, jóvenes mozambiqueños que murieron a causa de la
guerra; con ellos recordamos a todos los jóvenes que han muerto a causa de los
conflictos y la violencia de los hombres.
Lectura de la Palabra de Dios
Lucas 2,36-40
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad
avanzada; después de casarse había vivido siete años con su marido, y permaneció
viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios
noche y día en ayunos y oraciones. Como se presentase en aquella misma hora,
alababa a Dios y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención de
Jerusalén. Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a
Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría;
y la gracia de Dios estaba sobre él.
La historia del nacimiento de Jesús termina con la llegada de la familia de María, José y
Jesús a Nazaret. Son sólo tres líneas, pero valen treinta años. Son los treinta años de
la “vida oculta” de Jesús en Nazaret. Nosotros, enfermos de protagonismo, nos
preguntaríamos por qué Jesús no empezó inmediatamente su vida pública, con signos
y prodigios. Verdaderamente, él asumió la “semejanza humana”, como canta el himno
de Pablo a los Filipenses, para que se viera que la salvación no es ajena a la vida
ordinaria de todos. En Nazaret no hay milagros, no hay visiones ni multitudes que
acuden. Quizás también por esto la Iglesia ha considerado “apócrifos” todos aquellos
relatos creados a partir de la tierna curiosidad de los primeros cristianos que querían
dar un carácter extraordinario y milagroso a la infancia y adolescencia de Jesús. Estos
dos versículos son como la síntesis de treinta años normales de vida, de toda una vida,
la de Jesús y la nuestra. Esto significa que también a nosotros, en la normalidad de
nuestros días, se nos pide “crecer y fortalecernos, llenándonos de sabiduría”, bajo la
gracia de Dios, como le sucedió a Jesús. Y creceremos en la medida en que cada día
deshojemos página a página el Evangelio, tratando de ponerlo en práctica.
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31/12/2006
Domingo de la Sagrada Familia
Domingo de la Sagrada Familia
Agradecimiento al Señor por el año transcurrido.
Primera Lectura
1Samuel 1,20-22.24-28
Concibió Ana y llegado el tiempo dio a luz un niño a quien llamó Samuel, "porque, dijo,
se lo he pedido a Yahveh". Subió el marido Elcaná con toda su familia, para ofrecer a
Yahveh el sacrificio anual y cumplir su voto, pero Ana no subió, porque dijo a su
marido: "Cuando el niño haya sido destetado, entonces le llevaré, será presentado a
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Yahveh y se quedará allí para siempre." Cuando lo hubo destetado, lo subió consigo,
llevando además un novillo de tres años, una medida de harina y un odre de vino, e
hizo entrar en la casa de Yahveh, en Silo, al niño todavía muy pequeño. Inmolaron el
novillo y llevaron el niño a Elí y ella dijo: "Óyeme, señor. Por tu vida, señor, yo soy la
mujer que estuvo aquí junto a ti, orando a Yahveh. Este niño pedía yo y Yahveh me ha
concedido la petición que le hice. Ahora yo se lo cedo a Yahveh por todos los días de
su vida; está cedido a Yahveh." Y le dejó allí, a Yahveh.
Salmo responsorial
Psaume 83 (84)
¡Qué amables tus moradas,oh Yahveh Sebaot!
Anhela mi alma y languidecetras de los atrios de Yahveh,mi corazón y mi carne gritan
de alegríahacia el Dios vivo.
Hasta el pajarillo ha encontrado una casa,
y para sí la golondrina un nido
donde poner a sus polluelos:
¡Tus altares, oh Yahveh Sebaot,
rey mío y Dios mío! Pausa.
Dichosos los que moran en tu casa,
te alaban por siempre.
Dichosos los hombres cuya fuerza está en ti,
y las subidas en su corazón.
Al pasar por el valle del Bálsamo,
lo hacen un hontanar,
y la lluvia primera lo cubre de bendiciones.
De altura en altura marchan,
y Dios se les muestra en Sión.
¡Yahveh Dios Sebaot, escucha mi plegaria,
tiende tu oído, oh Dios de Jacob!
Oh Dios, escudo nuestro, mira,
pon tus ojos en el rostro de tu ungido. Pausa.
Vale más un día en tus atrios
que mil en mis mansiones,
estar en el umbral de la Casa de mi Dios
que habitar en las tiendas de impiedad.
Porque Yahveh Dios es almena y escudo,
él da gracia y gloria;
Yahveh no niega la ventura
a los que caminan en la perfección."
¡Oh Yahveh Sebaot,
dichoso el hombre que confía en ti!
Segunda Lectura
Primera Juan 3,1-2.21-24
Mirad qué amor nos ha tenido el Padre
para llamarnos hijos de Dios,
pues ¡lo somos!.
El mundo no nos conoce
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porque no le conoció a él. Queridos,
ahora somos hijos de Dios
y aún no se ha manifestado lo que seremos.
Sabemos que, cuando se manifieste,
seremos semejantes a él,
porque le veremos tal cual es. Queridos,
si la conciencia no nos condena,
tenemos plena confianza ante Dios, y cuanto pidamos
lo recibimos de él,
porque guardamos sus mandamientos
y hacemos lo que le agrada. Y este es su mandamiento:
que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo,
y que nos amemos unos a otros
tal como nos lo mandó. Quien guarda sus mandamientos
permanece en Dios y Dios en él;
en esto conocemos que permanece en nosotros:
por el Espíritu que nos dio.
Lectura de la Palabra de Dios
Lucas 2,41-52
Sus padres iban todos los años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua. Cuando tuvo doce
años, subieron ellos como de costumbre a la fiesta y, al volverse, pasados los días, el
niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo su padres. Pero creyendo que estaría en
la caravana, hicieron un día de camino, y le buscaban entre los parientes y conocidos;
pero al no encontrarle, se volvieron a Jerusalén en su busca. Y sucedió que, al cabo de
tres días, le encontraron en el Templo sentado en medio de los maestros,
escuchándoles y preguntándoles; todos los que le oían, estaban estupefactos por su
inteligencia y sus respuestas. Cuando le vieron, quedaron sorprendidos, y su madre le
dijo: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te
andábamos buscando.» El les dijo: «Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo
debía estar en la casa de mi Padre?» Pero ellos no comprendieron la respuesta que les
dio. Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba
cuidadosamente todas las cosas en su corazón. Jesús progresaba en sabiduría, en
estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres.
Homilía
Han pasado pocos días desde la Navidad y la liturgia nos lleva rápidamente a Nazaret
para encontrar a aquella familia especial. Con esta fiesta litúrgica la Iglesia quiere
subrayar que también Jesús necesitó una familia, es decir, de un ambiente donde estar
rodeado del cariño y de los cuidados de sus seres queridos, aunque en los Evangelios
se dé poco espacio a la vida familiar de Jesús, citando sólo algunos episodios de su
infancia. Desde ellos, sin embargo, se proyecta una luz clara sobre los treinta años
vividos en Nazaret. La frase final del pasaje evangélico anunciado este Domingo es
como la síntesis: “Bajó con ellos, vino a Nazaret y vivía sujeto a ellos. Su madre
conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón. Jesús crecía en sabiduría,
en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres” (Lc 2, 51-52).
Estas pocas palabras contienen, por tanto, los treinta años de la denominada “vida
oculta” en Nazaret. A nosotros, enfermos de eficientismo, nos surge de inmediato la
pregunta: ¿por qué ha vivido Jesús tanto tiempo de forma escondida? ¿No habría
podido emplear aquellos años, o al menos una parte de ellos, de forma más fructífera,
anunciando el Evangelio, curando a los enfermos, en definitiva, ayudando lo más
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posible a quien tuviera necesidad? Más allá de la consideración de que no sabemos
qué es lo que hizo, si prestáramos más atención al Evangelio quizá escucharíamos
esta respuesta: “tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres” (Mc 8,
33). Cierto es que aquellos treinta años nos permiten comprender aún mejor las
palabras de Pablo: “Asumiendo semejanza humana y apareciendo en su porte como
hombre” (Flp 2, 7). Sí, Jesús vivió en familia, como todos, como si quisiera decir así
que la salvación no es ajena a la vida ordinaria de los hombres. Por el Evangelio
sabemos que la vida en Nazaret está marcada por la normalidad: no se narran milagros
o curaciones, no hay predicaciones, no se ven multitudes que acuden; todo sucede
“con normalidad”, según las costumbres de una pía familia israelita. Pues bien, la
festividad de hoy nos sugiere que incluso aquellos años fueron santos.
La familia de Jesús era una familia normal, compuesta por personas que vivían del
trabajo de sus manos; no vivían, por tanto, ni en la miseria ni en la abundancia, tal vez
con una cierta precariedad. Sin embargo, no hay duda de que eran ejemplares: se
querían realmente, aunque probablemente no faltaron incomprensiones e incluso
correcciones, como se deduce por ejemplo del episodio del extravío en el templo que
hoy hemos escuchado. Aquel día, María y José no comprendieron lo que Jesús estaba
haciendo. Llegaron incluso a regañarle, como a veces hacemos también nosotros que
reprochamos al Señor porque no está donde nosotros queremos, mientras está bien
claro que somos nosotros los que debemos seguirle y no al revés.
Desde luego, José y María observaban las tradiciones religiosas de Israel y sentían la
obligación de la educación de Jesús. Sabían por la Escritura: “Queden en tu corazón
estas palabras que yo te dicto hoy. Se las repetirás a tus hijos, les hablarás de ellas
tanto si estás en casa como si vas de viaje, así acostado como levantado” (Dt 6, 6). Y
sería hermoso recorrer las tradiciones religiosas de una devota familia judía del tiempo
para poder comprender aún más la vida de Jesús y de la familia de Nazaret. Nos
conmoveríamos si conociéramos las oraciones que los tres recitaban por la mañana y
por la tarde; nos edificaría aprender cómo Jesús adolescente afrontaba las primeras
citas religiosas y civiles, y cómo como un joven trabajador trabajaba con José; nos
atraería su empeño en la escucha de las Escrituras, en la oración de los salmos y en
tantas otras costumbres. ¡Cuánto podrían aprender las madres de los cuidados de
María hacia aquel hijo! ¡Cuánto podrían aprender los padres del ejemplo de José,
hombre justo, que dedicó su vida a sostener y a defender al niño y a la madre y no a sí
mismo!
Pero hay una profundidad en aquella familia que permaneció oculta a los ojos de sus
contemporáneos, pero que a nosotros el Evangelio nos desvela, y es la “centralidad” de
Jesús en aquel núcleo familiar. Este es el “tesoro” de la “vida oculta”: María y José
acogieron a aquel Hijo, lo custodiaron y lo vieron crecer en medio de ellos, es más,
dentro de su corazón, aumentando de ese modo su cariño y su comprensión. Esta es la
razón por la que la familia de Nazaret es santa: porque estaba centrada en Jesús.
Aquella angustia que sintieron cuando no lograban encontrar a Jesús de doce años
debería ser la nuestra cuando estamos lejos de él. A veces, nosotros conseguimos
estar más de tres días sin tan siquiera acordarnos del Señor, sin leer el Evangelio, sin
sentir la necesidad de su amistad. María y José se movieron y le encontraron, no entre
los familiares o los conocidos –es difícil encontrarle allí – sino en el templo, entre los
doctores.
También nosotros encontramos a Jesús en esta celebración. Él nos habla a nosotros,
más grandes y astutos, llenos de nuestra sabiduría y endurecidos por nuestras
certezas. Y nos ofrece la lección más importante, la de ser todos hijos de Dios. Nos lo
dice desde que es niño, desde las primeras páginas del Evangelio, y nos lo repite al
final, desde lo alto de la cruz cuando se confía totalmente al Padre como un hijo. El
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evangelista advierte al final que en Nazaret, “Jesús crecía en sabiduría, en estatura y
en gracia ante Dios y ante los hombres”. También nosotros debemos crecer en el
conocimiento y en el amor de Jesús. Nazaret, aldea periférica de Galilea y lugar de la
vida cotidiana de la Sagrada Familia, representa por tanto toda la vida del discípulo que
acoge, custodia y hace crecer el amor del Señor en su corazón y en su vida. No es
casualidad que Nazaret signifique “La que custodia”. Nazaret es María, que
“conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón”. Nazaret es la patria y la
vocación de todo discípulo. Aunquei el mundo siga diciendo: “¿Puede venir de Nazaret
algo bueno?”.
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