fortalezcamos la familia, unidad básica de la iglesia

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Conferencia General Abril 1978
FORTALEZCAMOS LA FAMILIA,
UNIDAD BÁSICA DE LA IGLESIA
Presidente Spencer W. Kimball
Mis amados hermanos, es un gozo reunirme con vosotros aquí.
Tal como lo anunciamos a los Representantes Regionales ayer, en
la Iglesia nos reunimos a menudo en conferencias para adorar al
Señor, para regocijarnos en la palabra de Cristo, y para
desarrollarnos en la fe y el testimonio. Entre otras llevamos a cabo
conferencias de barrio, estaca, área y conferencias generales.
En los últimos años algunas de nuestras conferencias más inspiradoras han sido
las de área que se llevan a cabo fuera de los Estados Unidos. A partir del año 1979
planeamos llevarlas a cabo también en los Estados Unidos. Mediante estas
conferencias de área habrá más miembros de la Iglesia que podrán conocer y oír a las
Autoridades Generales. Dos miembros del consejo de los Doce y algunos otros
hermanos asistirán a cada conferencia.
Para aliviar a los miembros de la Iglesia los problemas relacionados con el tiempo
los viajes y los gastos también a partir de 1979, hemos decidido llevar a cabo
solamente dos conferencias de estaca por año en cada estaca. A una de ellas asistirá
una Autoridad General y a la otra el Representante Regional. Esto permitirá a los
presidentes de estaca y otros líderes locales disponer de más tiempo y hacer un
mejor esfuerzo para el perfeccionamiento de los santos.
Y ahora, amados hermanos, quisiera decir algo con respecto a la gran
responsabilidad del Sacerdocio en el cumplimiento de nuestro papel como patriarcas
en el hogar. Este papel se hace más importante a medida que pasa el tiempo, y a
medida que surgen en el hogar nuevos desafíos para fortalecerlo y santificarlo.
La familia es la unidad básica del reino de Dios sobre la tierra. La Iglesia no puede
ser más sana de lo que lo sean sus familias, ni hay gobierno que pueda perdurar sin
familias fuertes.
Jamás ha habido tantas influencias perniciosas que amenacen la familia, como
hay en la actualidad en el mundo. Muchas de estas malignas influencias penetran en
el hogar mediante la televisión, la radio, las revistas, los diarios y otras formas de
comunicación.
Hermanos, como patriarcas de vuestro hogar, debéis ser guías dignos.
Preocupaos acerca del tipo de programas de televisión y radio que mire y escuche
vuestra familia. Enorme es la cantidad de material desagradable y degradante, tanto
es así que da la impresión de que los antiguos pecados de Sodoma y Gomorra están
nuevamente de moda.
En la actualidad hay revistas y publicaciones de fotografías y artículos que tratan
de estimular los más bajos instintos humanos, tanto en los adultos como en los
jóvenes. En todo el mundo hay diarios que para aumentar la circulación promueven
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atrevidamente la relación sexual. Algunos de nuestros diarios continúan publicando
avisos ilustrados que son básicamente provocativos, invitando a los lectores a ver
películas pornográficas. Es en esos avisos v esas películas donde se siembran las
semillas de la violación, la infidelidad, v las transgresiones sexuales más repulsivas y
desviadas.
Hermanos, vigilad con respecto a lo que entra a vuestro hogar en forma impresa,
al igual que por la radio y la televisión; guardaos contra los programas que os
degraden; aseguraos que solamente buenos materiales de lectura entren en vuestro
hogar; suscribios a revistas que enriquezcan la mente y eleven el alma. Muchas son
las buenas revistas, incluyendo nuestras publicaciones.
En algunas de las ciudades más grandes del mundo como Londres, París, Nueva
York v Sáo Paulo, hay cantidades de diarios de entre los que se puede hacer una
buena selección, y llevar al hogar aquel que sea más compatible con las enseñanzas y
normas de la Iglesia.
Hermanos, estando atentos a lo que entra en vuestro hogar, mucho es lo que
podréis hacer para que vuestra familia busque lo que es "virtuoso, bello, de buena
reputación, o digno de alabanza" (Artículo de fe, No. 13).
En una oportunidad recibí una nota de un pequeñito que decía: "Conozco a un
hombre que es verdaderamente maravilloso, y se llama El Obispo". Nosotros siempre
contamos con un buen obispo, a quien todos amamos. Yo he querido a todos mis
obispos. Y espero que mis jóvenes hermanitos amen a los suyos del mismo modo que
yo. Es un verdadero gozo reunirnos con vosotros, miembros del Sacerdocio, en esta
importante época del año, una oportunidad en la que pensamos acerca de nuestro
Salvador Jesucristo, sus logros, su servicio y su ejemplo, al igual que su gran
programa. El le dijo a Moisés: Porque he aquí, ésta es mi obra v mi gloria: Llevar a
cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre." ( Moisés 1:39.)
Quisiera aprovechar esta oportunidad para expresar mi gratitud a los líderes de
las organizaciones y a todos los que sirven en esta gran causa del Sacerdocio, por su
devoción, fortaleza, poder e influencia mundial, que afecta la vida de mucha gente.
He estado tratando de pensar en las maneras en que mi vida ha sido influenciada por
las organizaciones para los jóvenes. No puedo recordar cuándo comenzó, pero me
parece que empecé a dirigirme a las reuniones que se hacían en un viejo local, casi
tan pronto como aprendí a caminar. El lugar se encontraba a sólo dos cuadras de
nuestra casa, y para ir y volver cruzábamos un canal. Aquel gran local era de ladrillos,
de forma rectangular, y era lo que se utilizaba para los bailes de la comunidad, para la
Escuela Dominical y la Primaria, para todos los servicios eclesiásticos, los funerales,
las celebraciones, y cualquier actividad social que pudiéramos tener en nuestra
pequeña comunidad rural.
Una noche el gran edificio se incendió; recuerdo el cielo nocturno iluminado por
las llamas, las columnas de humo, la consternación y la agitación de aquella noche,
puesto que un fuego de esa naturaleza atrajo a todo el pueblo, y todos llevaron sus
cubos para ayudar a extinguirlo. No contábamos entonces con un cuerpo de
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bomberos, pero todos los hombres v sus hijos se precipitaban para ayudar al primer
aviso de incendio.
El que dirigía organizaba la cuadrilla formando una línea que iba desde el canal de
riego hasta el edificio incendiado. Los hombres que estaban a orillas del canal,
sacaban el agua con los baldes, v éstos se pasaban de mano en mano hasta que
llegaban al edificio incendiado v los hombres que estaban allí los echaban sobre el
fuego. Larga fue aquella noche la fila de baldes con tos que se trató de apagar el
incendio, pero éste fue más poderoso que los esfuerzos realizados y sólo quedaron
las paredes del edificio como negros centinelas de desastre. Nosotros regresamos a
nuestras casas tristes y derrotados. Esto sucedió muchos años antes de que el cuerpo
de bomberos fuera organizado en nuestro pequeño pueblo.
En aquel mismo canal fui bautizado más adelante y de él saqué agua para regar
los árboles y las plantas que había alrededor de nuestra casa. Como yo era el más
pequeño de los muchachos, tenía que hacer ese trabajo. Transportábamos el agua en
una rastra hecha de troncos de árbol y tirada por un caballo; en el centro de la misma
amarrábamos un barril y con eso iba yo hasta el canal donde llenaba esos barriles de
agua y. así cargados transportaba el agua a la casa, para el riego de las plantas y' las
flores.
Mi padre hacía grandes esfuerzos por rodear la nueva casa de todo tipo de flores,
y por preservarlas en las épocas del verano en que el agua era escasa. También era
mi responsabilidad llevar las vacas v los caballos al canal para que tomaran agua.
A veces las lluvias de verano arrastraban las represas y' dejaban los valles y los
canales completamente secos. Entonces los muchachos de más edad se reunían para
ir a la fuente del canal con sus caballos y carretas, acarrear rocas, ramas y arena, y
llenar nuevamente la represa a fin de desviar el agua del río para las tierras y las
casas.
Casi todos los niños de la zona fueron bautizados en aquel conocido y viejo canal.
Había otro recinto, que era una estructura de madera ubicada en la calle
principal, a dos cuadras del que se había quemado, y que se utilizaba para muchas
actividades. Recuerdo cuando iba allí para la Primaria, la Escuela Dominical y la
Reunión Sacramental, y fue allí donde me confirmaron miembro de la Iglesia.
En 1902 comenzamos la construcción del edificio de la estaca y yo doné dos
dólares en centavos para el fondo del edificio. Recuerdo que excavaron un gran pozo
para comenzar la construcción y después hubo una larga espera antes que se
juntaran más fondos para continuar. La construcción se encontraba en camino hacia
la oficina postal y los almacenes donde a menudo me enviaban para buscar
combustible y demás aprovisionamientos que pudiera transportar solo. Al pasar por
ahí siempre corría hasta el fondo de la excavación y subía por el otro lado; pero
cuando todo comenzó a cubrirse de espesas matas de hierba que empezaron a ser
frecuentadas por zorrillos, no volví a correr por el gran pozo porque no me
interesaban los zorrillos, para animalitos caseros y compañeros.
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Cuando se finalizó la construcción del nuevo centro de estaca, que continúa
sirviendo los mismos propósitos, se componía de dos grandes áreas rectangulares, de
las que una era utilizada para las reuniones religiosas y la otra para el recreo.
Recuerdo que habían colocado cortinas para dividir lo que usábamos como salas de
clase. Podíamos oír algo de cada clase que se llevaba a cabo allí, y algunas veces si la
luz era buena, hasta podíamos vernos. Unos años después, cuando el equipo de
básquetbol de la academia practicaba y jugaba allí sus partidos, aprovechábamos el
hecho de que ese edificio era más chico v tenía muchos inconvenientes, por lo que
derrotamos a algunos equipos universitarios bastantes buenos, aunque no teníamos
mucha experiencia.
Recuerdo también a algunos de los maestros. Íbamos siempre a las reuniones del
Sacerdocio los lunes por la noche, y los diáconos nos congregábamos alrededor de la
estufa de leña donde recibíamos las instrucciones. Recuerdo algunas excelentes
enseñanzas recibidas, del mismo modo que las maravillosas amistades que allí formé.
Recuerdo cuando iba a la Escuela Dominical, y creo allí recibí una gran inspiración
para mi vida. Teníamos los ejercicios de apertura en la capilla que se encontraba
arriba, y después teníamos las clases abajo.
Recuerdo a algunos de los maestros que devota y persistentemente iban a darnos
instrucción y que me enseñaron muchas cosas básicas para mi conocimiento de los
programas y doctrina de la Iglesia.
Mi madre tenía muy buena voz y tocaba el órgano; ella y mi hermana mayor,
Clara, cantaban a dúo. Yo heredé de ella algo de su amor por la música, y siempre me
interesó cantar los himnos que, por lo general cantaba siempre a voz en cuello.
Recuerdo el himno "Ven a la Escuela Dominical"; v siempre fuimos, domingo tras
domingo, año tras año, toda mi vida. Recuerdo que cuando mi madre murió en Salt
Lake City, yo tenía once años de edad y nos habían establecido la meta de que
asistiéramos a la Escuela Dominical cada domingo del año. Ella murió en octubre y yo
no había faltado a ninguna reunión desde el primero de enero. Falté a la Escuela
Dominical ese domingo cuando tuvimos su cuerpo en nuestra casa, mientras
nuestros amigos nos daban el pésame.
En esa época yo no entendía cuán arduo era enseñarnos. Estoy sumamente
agradecido por el ejército de maestros de todas las organizaciones de la Iglesia, que
con devoción e incansablemente enseñan a los hijos de Sión.
A veces, si olvidábamos las estrofas de los himnos, nos uníamos para cantar
juntos el coro.
"Juntos cantemos la dulce canción, id con los fieles al compás del son." (Himnos,
No. 222.)
Cantábamos el himno "Cuando hay amor", en nuestras noches de hogar, que la
familia Kimball siempre llevó a cabo desde los primeros días de este siglo.
Recuerdo el himno, compuesto por Eliza R. Snow y titulado: "En el pueblo de
Sión" (Himnos, No. 167), y con cuánto entusiasmo lo cantábamos:
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"Escuchad su dulce canto,
Dulce canto de amor
Cuando todos en unión,
Cual los ángeles que son,
Cantan dulces alabanzas al Señor."
No estoy seguro de cuánta dulzura y amor teníamos, pero recuerdo que lo
cantábamos con mucho entusiasmo, tratando de alcanzar las notas más altas, que
eran bastante difíciles para las voces de los niños. Recuerdo que cantábamos:
"Si salud quieren guardar,
Y sus vidas alargar..."
Yo quería vivir mucho y ser fuerte y hermoso. . . aunque nunca logré esto último.
"Té, café y tabaco odiarán. "
Y yo aprendí a odiarlos. En nuestra comunidad rural había miembros de la Iglesia
que a veces tomaban té, café y hacían uso del tabaco. Continúa la canción:
"Alcohol no tomarán,
Poca carne comerán.
Pues así contentos siempre estarán."
Después, volvíamos a cantar el "dulce canto de amor", "todos en unión". "cual los
ángeles". Y después decía la tercera estrofa:
"Deben siempre procurar
Su lenguaje refrenar,
Su mal genio y pasiones dominar;
Y corteses siempre ser,
y a nadie ofender,
Más vivir con todos siempre en amor."
Y después volvíamos a "cantar el dulce canto".
"Nunca deben olvidar Cada día suplicar,
Que del mal les guarde siempre el Señor
Y a ellos ayudar,
Sus acciones mejorar,
Y rendir a El sus gracias y amor."
Y nuevamente cantábamos "el dulce canto". Nunca estuve seguro de si los
ángeles se encontraban tan limitados en su cultura vocal como nosotros, pero
nosotros estábamos muy dispuestos a atribuirnos todo el mérito.
Uno de los himnos que desapareció fue el Número 163: "Los pajarillos no
matéis", y recuerdo haberlo cantado muchas veces en voz alta:
"No matéis los pajarillos,
Que en el árbol alegres cantan,
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En los días del verano,
Con su dulce melodía,
Nuestros pesares espantan,
Los pequeños pajarillos no matéis.
La tierra el jardín de Dios es,
Y en ella El ha puesto alimento
para el grande y el pequeño."
En aquella época tenía una honda que había hecho yo mismo. y que funcionaba
muy bien. Una de mis obligaciones era la de llevar a las vacas al pastoreo a un
kilómetro y medio de la casa; al hacerlo pasaba junto a unos árboles muy grandes
que estaban a ambos lados del camino, y recuerdo muy bien la tentación que sentía
de matar a los pajarillos que "alegres cantaban en el árbol", porque tenía bastante
puntería y podía pegarle a un poste a cincuenta metros de distancia o a cualquier.
otro blanco.
Como casi todos los domingos cantaba "Los pajarillos no matéis", creo que eso
me impedía hacerlo. La canción me impresionó mucho, por lo que no hubiera podido
encontrar ningún placer en contemplar un hermoso pajarillo cayendo a mis pies.
Mis queridos hermanos, para finalizar, os dejo mi testimonio de que poseo el
Sacerdocio. Todos vosotros, hermanos, tenéis el Sacerdocio, éste es el mismo
Sacerdocio que tuvieron Elías, Pedro, Santiago y Juan. También ellos y sus
compañeros tuvieron el Sacerdocio, pero sin el poder de sellar no podríamos hacer
nada, porque no sería válido lo que hiciéramos. Eso es lo que vale, y por eso vino
Elías; por eso también vino Moisés, porque él confirió estos privilegios y poderes
sobre la cabeza de Pedro, Santiago y Juan en esta dispensación, y les confirió estas
llaves para que pudieran salir al mundo y llevar a cabo esa labor. Ese es el motivo por
el cual ellos vinieron al profeta José Smith, y el Señor dijo:
"He aquí, yo os envío el profeta Elías, antes que venga el día de Jehová, grande y
terrible." (Mal. 4:5.)
¿Por qué habría de enviar a Elías? Porque él tenía las llaves de la autoridad para
administrar todas las ordenanzas del Sacerdocio, y sin recibir esa autoridad, las
ordenanzas no podrían ser administradas en justicia.
La salvación no podría haber venido al mundo sin la mediación de Jesucristo.
¿Cómo hubiera podido venir Dios al rescate de generaciones pasadas? Para eso
enviaría a Elías el profeta. La ley revelada a Moisés en Horeb jamás había sido
revelada a los hijos de Israel como nación. Elías revelaría los convenios para sellar el
corazón de los padres a los hijos y el de los hijos a los padres.
"Yo sé que Dios vive; sé que Jesucristo vive, porque lo he visto", dijo John Taylor,
y yo os dejo este mismo testimonio, hermanos, en el nombre de Jesucristo. Amén.
*. Nota de la editora: Se refiere a la época de la Pascua de Resurrección.
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