LA VANGUARDIA 33 O P I N I Ó N VIERNES, 16 JUNIO 2006 CARLOS SENTÍS MÀRIUS CAROL El Estatut, una herramienta El día después C uando estas líneas vean la luz, la campaña electoral para el referéndum tocará a su fin. Lo estaban deseando tirios y troyanos y no faltó quien, semanas atrás, dijo: “Votemos sí y no se hable más del asunto”. El ambiente de crispación creado por los políticos se asomó últimamente a la calle con las miles de firmas recogidas por el PP en toda España contra el Estatut, cuando en democracia el ámbito debería circunscribirse a las intervenciones parlamentarias, que por parte del PP han sido tan rotundas. De la crispación general también sobresalen los abucheos que recibió Rajoy en alguno de sus mítines en Catalunya y no digamos las agresiones a Arcadi Espada en Girona. Nada justifica, en democracia, los intentos de coartar la libertad de expresión. En todo caso, ha sido una campaña confusa. La posición de ERC se ha mostrado contradictoria, porque si bien fue uno de los padres del Estatut que salió del Parlament, no debía combatirlo después de pasar por las horcas de Madrid. Era previsible que la enorme presión del PP y de parte del mismo PSOE lo amputaran. En uno de los vídeos de la propaganda electoral gratuita aparece Alfonso Guerra cepillándose el antebrazo, ilustrando, con su gesto, lo que él mismo y otros socialistas hicieron con el Estatut. Cepillo hubo también en los dos Estatuts anteriores. ERC debería haber aceptado lo que ha quedado, que no es poco, como hizo antaño. Con el no sólo se consigue el vacío. El no de Francia y Holanda a la Constitución europea la dejó, como está ahora, en una fase de hibernación que puede durar todavía un par de años, con una UE colapsada. Si triunfara el no al Estatut podría producirse también un colapso político de imprevisibles consecuencias. El no del PP, que se confundirá con el de ERC, es más coherente, porque desde un principio el gran partido español de la oposición se ha opuesto al Estatut de Catalunya en todas partes, antes y después de su paso por el Congreso y el Senado, y ahora mismo dicen preparar un recurso al Tribunal Constitucional. Lícitos ambos pronunciamientos, el sí se DEBATE ajusta más a los intereses de Catalunya, que verá aumentadas y consolidadas sus facultades de autogobierno. Sin embargo, no vaya a creerse que el Estatut es la panacea. Como dijo Jordi Pujol hace pocos días, el Estatut –el actual o cualquier otro– no es más que una herramienta. Empleó el término catalán eina, que permite trabajar a un gobierno que PRAT DE LA RIBA ES el ejemplo de lo mucho que se puede conseguir con poderes limitados si existe un gobierno activo y eficaz debe proporcionar beneficios colectivos e individuales a los ciudadanos. He echado en falta algo que en tiempos se había asociado a esta idea, expresada por Pujol. Pocos parecen recordar, y menos mencionar, el ejemplo de la Mancomunitat de Catalunya, bajo la presidencia de Enric Prat de la Riba. Debería haber sido evocado, porque justamente este año se cumplen cien de la publicación de su obra más sobresaliente: La nacionalitat catalana. En su tiempo fue como una revelación. En Madrid la vieron co- Los achaques de la democracia / mo un documento peligroso e incluso fue traducida al castellano personalmente por Royo Villanova, entonces el adalid anticatalanista más documentado. Prat de la Riba era un moderado y lo demostró desde las filas de la Lliga Regionalista y desde las páginas del diario La Veu de Catalunya, del cual fue cofundador y director en 1899. Después de actuaciones muy meritorias presidió la Mancomunitat, fundada en 1913, y que no era otra cosa que la suma de las cuatro diputaciones provinciales. Sólo, pues, un mero embrión de lo que después sería la Generalitat, pero con las limitadas facultades inherentes a semejante conjunción. Prat de la Riba llevó a término una labor que se ha calificado de “fenomenal”. Trazó necesarias carreteras, llamadas secundarias, amplió la red telefónica e incluso, en el terreno de lo material, remodeló y amplió el interior del Palau de la hoy Generalitat. Además de estas obras públicas, realizó una labor cultural extraordinaria. Creó instituciones como el Institut d'Estudis Catalans o la Biblioteca de Catalunya, así como KRAHN otras bibliotecas comarcales y centros de enseñanza de todo orden. Y lo que quizá no se esperaba: escogió colaboradores sin tener en cuenta su procedencia política y que realizaron una labor conjunta. Cuando le hablaban de que tenía pocos poderes, solía decir: “A mí me basta con tener un sello de goma para oficilizar mis papeles”. Durante unos pocos años –murió en 1917 con sólo 47 años–, Prat de la Riba desde Barcelona y Cambó desde Madrid formaron un dúo que mantuvo a la Lliga en auge, pese a que en 1918 no se lograra, contra lo previsto, una autonomía. La Mancomunitat, en sus últimos años presidida por Puig y Cadafalch, debía quedar anulada con la irrupción de la dictadura del general Miguel Primo de Rivera. Han sido Prat de la Riba y su Mancomunitat el recuerdo de lo mucho que se puede conseguir con poderes limitados si existe un gobierno activo y eficaz. Un ejemplo de casi cien años atrás que sirve para que pensemos que tan importante como el nuevo Estatut es la calidad del gobierno que lo regente.c E l día después del referéndum del Estatut el país descubrirá que, aunque haya ganado el sí, no se ha roto España por ninguna de sus costuras. El 19 de junio nadie en su sano juicio insistirá en que el Estatut lo tutela ETA, porque le dará vergüenza insistir en tan zafio argumento que nunca se creyeron sus voceadores. El lunes los catalanes no tendrán la sensación de ser más o menos españoles, por la sencilla razón de que los textos estatutarios no son pañuelos con los que secarse las lágrimas ni para despedirse de nadie. El día después, cajas de ahorros catalanas, empresas de distribución con sede en Catalunya, industrias de consumo radicadas en el Principado, compañías varias de los más diversos sectores establecidas en tierra catalana respirarán tranquilas tras un largo proceso de dos años, que es lo que ha durado la discusión, elaboración y resolución final del Estatut. Todas ellas han soportado una campaña miserable que se ha traducido en menos ingresos en el último ejercicio y en la que el anticatalanismo ajeno ha encontrado el mejor abono en la estulticia, cuando no irresponsabilidad, propia. El día 19 nos daremos cuenta de que ha sido un dislate dividir los votos del no en buenos y malos, como se nos ha intentado vender con algún eslogan, seguramente tan efectivo como fullero. Asimismo, los que proclamaban que el no era un atajo deberán asumir que es una vía muerta y los que insistían en que era el peor de los desastres se apercibirán de que ni se desbordan los ríos ni el soberanismo. Los votos del no tampoco podrán separarlos sus apologetas, por más que algunos intentarán extrapolar resultados anteriores en barrios y poblaciones. El lunes se hablará menos de lo esperado del resultado del referéndum y un poco más de lo deseado de las próximas elecciones. El presidente de la Generalitat volverá a asegurar que hay gobierno para rato, pero los consellers del mismo descubrirán que, como los yogures, llevan fecha de caducidad en la suela de su zapato. Los cuarteles electorales arrancarán los carteles del Estatut y los sustituirán por otros con el rostro de sus cabezas de filas, porque habrá dejado de ser el tiempo de hablar de las herramientas de futuro para dar paso a los fontaneros del porvenir. El día después, el PP querrá poner una espada de Damocles sobre el Estatut con el recurso que ha anunciado que interpondrá, en el caso más que probable de que se apruebe. Lo que, sin duda, constituirá una manera de intentar ganar en los tribunales lo que no consigue en las urnas. Olvidando que, si uno no quiere romper España, debería evitar tensarla demasiado.c JORDI SERRA Democracia y futuro L a democracia es el menos malo de los sistemas políticos. Este conocido aforismo puede muy bien ser cierto en lo que atañe a gobernabilidad, pero es sin duda falso en lo que respecta a la previsión y anticipación del futuro. En efecto, es difícil encontrar otras formas de gobierno con una impericia tan profunda para prever, planificar y gestionar adecuadamente las cuestiones a largo plazo. Hay diversas razones para explicarlo, pero una de las principales tiene que ver con la propia dinámica de los regímenes democráticos. Y es que la democracia es el sistema político más pautado, su pulso bate al ritmo de los ciclos electorales que son su máxima expresión, su razón J. SERRA, director de Periscopi de Prospectiva i Estratègia Fellow de la World Futures Studies Federation de ser y su fuente de legitimidad. La centralidad y trascendencia de los comicios es tan grande que oculta la relevancia de sucesos que puedan ocurrir más allá de su fecha; es como si cada ciclo electoral se generara y agotara en sí mismo. Pero en nuestras sociedades la inmensa mayoría de procesos tienen dinámicas que raramente encajan con la de los ciclos electorales y, a menudo, se aprecian discrepancias como, por ejemplo, durante los periodos electorales. Aunque resulta obvio que la vida no se detiene por un comicio, sí que comporta una ralentización de la vida económica y social, un pseudohiato que fuerza el cierre de temas y demora el inicio de nuevos proyectos. Por eso no debe extrañar que en un momento como el actual, en el que además de un referéndum tenemos unas elecciones anticipadas en ciernes, la ralentización devenga parálisis y cualquier cuestión quede en suspenso pendiente de la resolución de la incógnita electoral. Esta ineptitud de la democracia para gestionar ritmos y plazos superiores a su ciclo electoral es un grave problema en una coyuntura histórica en que los mayores retos de nuestra sociedad, los más trascendentes, son generacionales y requieren una cuidadosa actividad a largo plazo bien planificada y mejor coordinada. La cuestión sería, pues, cómo conseguir que la democracia sea más sensible al largo plazo. Se han hecho bastantes propuestas que implican, en mayor o menor grado, reformas en su diseño institucional. Algunas comportan la creación de nuevas instancias en alguna de la ramas gubernamentales, otras buscan diseñar instrumentos jurídicos. En el primer supuesto hay dos grandes tipos de iniciativas: en primer lugar, las que definen mecanismos que ac- LA INEPTITUD DE LA democracia a gestionar plazos superiores a su ciclo electoral es un grave problema túan ex-post para revisar decisiones e iniciativas que pueden afectar negativamente al futuro; en este grupo encontraríamos proyectos para crear instancias judiciales que velen por los intereses y bienestar de nuestros descendientes; pero también hay un segundo tipo que pretende influir proactivamente en el diseño, planificación e implementación de proyectos de futuro. En este grupo se hallaría un amplio abanico de supuestos, desde iniciativas para introducir instancias administrativas hasta propuestas para instaurar órganos legislativos a tal fin. Una segunda línea de trabajo, centrada en el ámbito jurídico, es la que se ha llevado a cabo para desarrollar los derechos de las generaciones futuras; aquí no se buscaría tanto la creación de instrumentos ad hoc para la gestión del futuro como el poder proporcionar a diferentes agentes la capacidad de actuar en nombre e interés de estas generaciones venideras. Todas estas propuestas tienen elementos de interés y potencialidades, pero también platean problemas y dificultades de cara a su implementación efectiva. Con todo, sería un grave error limitarse a discutir si es posible hacer que la democracia sea más sensible al largo plazo o no; la cuestión fundamental es dirimir si la democracia puede permitirse ceñirse a lo inmediato.c