CIENCIA, ¿UN BENEFICIO PARA TODOS? SARUBBI, Javier Colegio San Miguel, Adrogué, Buenos Aires. Profesor Guía: Ghiglione, Juan Pablo Hoy en día, nuestras vidas están muy ligadas a los avances tecnológicos. La rapidez de las comunicaciones nos permite conocer a cada instante los nuevos descubrimientos que realizan los investigadores del mundo en todos los ámbitos. La ciencia se pone al servicio del hombre brindándole numerosos elementos para que mejore su calidad de vida. Nos resulta casi imposible pensar de qué manera se las ingeniaban aquellos que vivieron en otras épocas para enfrentarse a los problemas cotidianos careciendo de todos los beneficios a los que hoy tenemos acceso y que nos parecen imprescindibles para realizar nuestras tareas de cada día. Sin embargo, sabemos que esa época existió y que cada tiempo tuvo sus problemas a resolver y que ellos fueron los que motivaron los descubrimientos que cambiarían la vida del hombre para siempre. A partir de un sueño, de una idea o del simple afán por mejorar la situación en la que se encontraba el hombre, cientos de investigadores trataron de encontrarle una solución a los problemas que aquejaban al género humano y de brindarle mayores comodidades y satisfacciones. Cualquier persona a la que se le pregunte si prefiere pasar por una operación de corazón hoy en día o en la Edad Media, o tener un parto en el siglo XVII o en el XXI, respondería con certeza que optaría por las que se realizan en un hospital de nuestros días. Esta respuesta, nos hace pensar que la calidad de vida del hombre ha mejorado indudablemente con respecto a cualquier tiempo anterior que se analice. Enfermedades como la peste bubónica, que azotó a Europa en 1347 disminuyendo la población del continente un tercio en sólo dos años, y otras, como la malaria y la viruela, hoy son controladas casi completamente por el hombre y ya no producen la cantidad de muertes que producían años atrás. La ciencia está en una permanente evolución producto del esfuerzo y la audacia de muchos hombres que dedicaron y que dedican su vida al progreso científico, desde los sabios empíricos de la Antigüedad hasta los tecnificados investigadores modernos. Para que resulte natural asociar los términos de ciencia y calidad de vida, es necesario analizar los momentos en que surgieron los avances científicos que sirvieron al progreso y sus consecuencias. Sin ahondar demasiado en la historia de los descubrimientos y sin retrotraernos mucho en el tiempo comprobaremos el alcance de algunos de los descubrimientos más importantes de los últimos siglos y sus consecuencias en la vida de la humanidad. A Louis Pasteur le debemos el conocimiento de los gérmenes como productores de enfermedades, el sistema de pasteurización de leche, vinos y otros líquidos, los principios básicos de la esterilización y asepsia que provocaron grandes cambios en la obstetricia y cirugía. También cabe destacar sus investigaciones gracias a la cuales la rabia dejó de ser una enfermedad mortal, y el comienzo de la inmunización a través de vacunas. Un siglo después las vacunas constituyen uno de los logros sanitarios de la humanidad. A partir del descubrimiento de que numerosas enfermedades estaban causadas por microorganismos, comenzó la búsqueda de un remedio y aquí debemos mencionar a Alexander Fleming con el descubrimiento de la penicilina, uno de los avances farmacológicos más importantes en toda la historia de la lucha contra las enfermedades. Además no podemos dejar de mencionar al matrimonio de Pierre y Marie Curie, descubridores de las radiaciones del polonio y del radio, y su utilización en el tratamiento del cáncer o a Albert Sabin, que a partir del descubrimiento de Jonas Salk de la vacuna contra la poliomelitis, logró mejorar la misma y hacerla fácilmente aplicable, y así terminar con una epidemia que sólo en nuestro país en 1956, causó la muerte de tres mil chicos de edad escolar. La mención de los avances tecnológicos no nos permite prescindir de Thomas Alva Edison uno de los más prolíficos inventores. Creó el telégrafo, el fonógrafo, perfeccionó el teléfono, creó la lamparita incandescente, diseñó el primer motor eléctrico para ferrocarriles, inauguró en 1882 las dos primeras plantas generadoras de energía eléctrica, diseñó un horno rotatorio para producir cemento, presentó el acumulador eléctrico alcalino, precursor de la pila o batería eléctrica. Gracias a todos ellos y a los avances y mejoras anteriores y posteriores, es que surgieron más invenciones, tecnologías y descubrimientos que, debido a sus aplicaciones, nos conducen a confirmar la importancia de la ciencia en nuestra vida cotidiana y cómo debido a ella es cada vez más confortable. Las mejoras que la ciencia ha introducido tienen como fin común y definitivo mejorar la calidad de vida del hombre. Esta concepción de la ciencia es uno de los motores que hacen que las investigaciones se mantengan en pie y que los descubrimientos y avances proliferen continuamente. Sin embargo cuando pensamos en los avances y logros de la ciencia, tanto en el campo de la salud como en el campo de la tecnología, tenemos que pensar también en cómo está conformado el mundo. Los descubrimientos que hoy permiten curar enfermedades antes mortales, la vacunación que logró el control de las epidemias y los nuevos sistemas de comunicación que hacen de nuestro planeta un mundo globalizado, no significan mejor calidad de vida para todos. Si cada vez que hay un descubrimiento todo el mundo pudiera disfrutar de sus ventajas y éstas se aplicaran para solucionar los problemas de cualquier persona, el número de individuos afectados por enfermedades disminuiría aún más resultando en su eventual desaparición. Las ventajas que brindan tanto la ciencia como el desarrollo tecnológico, al no poder ser aplicadas al universo de los habitantes del mundo no producen una igualdad de beneficios porque no se comparte la ausencia de un problema sino que éste persiste y produce mayores conflictos. El mundo queda de esta manera dividido en dos. Existen por un lado aquellos países que tienen acceso a la ciencia, a la tecnología y que cada día avanzan en su desarrollo y, por el otro, queda un grupo de países relegados. Los países subdesarrollados siguen muy alejados de los beneficios de la ciencia y por ende su calidad de vida no ha sufrido ningún cambio favorable, por el contrario, continúan padeciendo pestes, enfermedades, tasas de mortalidad muy altas, aislamientos en las comunicaciones. Pero en estos países, existen sectores económicamente poderosos que tienen acceso a estos beneficios, siendo las clases bajas las que permanecen alejadas de la mejoría en su calidad de vida. Los estudios de UNICEF aportan datos esclarecedores sobre el brutal impacto que algunas enfermedades siguen teniendo entre la población infantil de las zonas más 2 desfavorecidas del planeta. Cada año 900.000 niños menores de cinco años mueren a causa del sarampión; el tétanos neonatal mata 200.000 bebés durante el primer mes de vida; la tos ferina es fatal para 370.000 menores de cinco años, y la tuberculosis para otros 50.000, cuando hace más de setenta años que existe una vacuna contra ella. Un claro ejemplo de las diferencias entre países que tienen acceso a la ciencia y los otros donde la calidad de vida no se ve mejorada es el índice de la esperanza de vida. Actualmente, países africanos como Sierra Leona y Uganda presentan una esperanza de vida para el hombre de 39,4 años y 42,6 para la mujer y 40 años para el hombre y 41 años para la mujer respectivamente. El nivel de esperanza de vida en estos países que carecen de adelantos tecnológicos es menor a la que tenían países tecnificados como Estados Unidos, Italia y Japón en el año 1.900 (48-51 años, 44-45 años y 44-45 años respectivamente). Así, la calidad de vida se ve muy afectada por el desarrollo de la ciencia. Donde la ciencia avanza, se aplica y se manifiesta, los hombres viven en una mejor condición de vida mientras que en los lugares donde la ciencia no es aplicada, los hombres padecen su ausencia. Bertold Brecht, en su obra Galileo Galilei, escribía: “Mi opinión es que el único fin de la ciencia debe ser el de aliviar las fatigas de la existencia humana. Si los hombres de ciencia, atemorizados por los déspotas, se conforman solamente con acumular el saber por el saber mismo, se corre el peligro de que la ciencia sea mutilada y de que sus máquinas sólo signifiquen nuevas calamidades. Así vayan descubriendo con el tiempo todo lo que hay que descubrir, su progreso sólo será un alejamiento progresivo para la humanidad”.1 A su vez, Jacobo Brailovsky afirmaba en el diario La Nación que: “Nadie puede poner en duda los extraordinarios progresos científicos y tecnológicos ocurridos en las últimas décadas. Algunos son de tal magnitud que despiertan en los propios investigadores y en el público en general un sentimiento de angustia, de renovado temor y una manifiesta inquietud sobre sus proyecciones. [...] Tal vez, valga la pena cambiar el sentido de la palabra progreso por desarrollo, pero ello no nos pondrá a cubierto de las apetencias de quienes en nuestro presente tienen en sus manos la infraestructura y la no generosa prodigalidad de impulsar las economías de los pueblos que mantienen una nostálgica reminiscencia de lo que podrían ser si las economías de guerra de los pueblos ricos encontraran un cauce adecuado para sacar del pauperismo, de la miseria y de la desnutrición a ese vasto contingente integrado también por seres humanos, que constituye no un tercer mundo, sino un cuarto, un quinto o tal vez un mundo lúgubre de sólo fallidas esperanzas”.2 En 1992 Sabin consideró que la “peste del siglo XX” no era el sida sino la pobreza. Por lo tanto, si bien es verdad que la ciencia ha mejorado la calidad de vida del hombre, esta afirmación no puede ser universalmente considerada como válida. Mientras exista en el mundo una proporción mayor de hombres alejados de toda posibilidad de vivir mejor, no será posible pensar en una relación completa entre ciencia y calidad de vida. Habrá que agregar el factor multiplicador para que todos los hombres del mundo puedan gozar de sus beneficios. Herbert Marcuse dijo: “Apenas hay hoy, ni en la misma economía burguesa, un científico o investigador digno de ser tomado en serio que se atreva a negar que con las fuerzas productivas técnicamente disponibles ya hoy es posible la eliminación material 1 2 Delgado, Lliana y López Gil, Marta, La tecnociencia y nuestro tiempo, páginas 215-216. Delgado, Lliana y López Gil, Marta, La tecnociencia y nuestro tiempo, páginas 222-223. 3 e intelectual del hambre y de la miseria, y que lo que hoy ocurre ha de atribuirse a la organización sociopolítica de la tierra”. 3 Coincido plenamente con Marcuse cuando expresa: “Hoy día podemos convertir el mundo en un infierno; como ustedes saben, estamos en el buen camino para conseguirlo. También podemos transformarlo en todo lo contrario”4. De nosotros depende. BIBLIOGRAFÍA Atlas de la Historia Universal, Buenos Aires, Arte Gráfico Editorial Argentino, 1994. Biografías imprescindibles Clarín, Los hombres y mujeres que cambiaron el mundo, Buenos Aires, Arte Gráfico Editorial Argentino, 2001. Ciencia explicada, Buenos Aires, Arte Gráfico Editorial Argentino. Delgado, Lliana y López Gil, Marta, La tecnociencia y nuestro tiempo, Buenos Aires, Biblos, 1992. El Gran Libro del Siglo, Buenos Aires, Arte Gráfico Editorial Argentino, 1998. El Libro del Mundo, Buenos Aires, Arte Gráfico Editorial Argentino, 1997. Marcuse, Herbert, El final de la utopía (Obras Maestras del Pensamiento Contemporáneo), Barcelona, Planeta – De Agostini, 1986. 3 Marcuse, Herbert, El final de la utopía, (Obras Maestras del Pensamiento Contemporáneo), página 11. 4 Marcuse, Herbert, El final de la utopía, (Obras Maestras del Pensamiento Contemporáneo), página 7. 4